LA ÉPOCA DEL ECONOMISTA por
DANIEL R. FUSFELD
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FONDO DE CULTURA ECONOMICA MÉXICO
BREVIARIOS Fo n do
del
de
C u l t u r a E c o n ó m ic a
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LA ÉPOCA DEL ECONOMISTA
Primera edición en inglés, Tercera edición en inglés, Primera edición en español, Segunda edición en español, de la tercera en inglés,
1966 1977 1970 1978
Traducción de E d u a r d o L. S u á r e z Título original: The Age of the Economist © 1966, 1972, 1977, Scott, Foresman and Company, Glenview, 111. D.R. © 1978 F o n d o d e C u l t u r a E c o n ó m ic a Av. de la Universidad, 975; México 12, D. F.
ISBN 968-16-0117-3 Impreso en México
PREFACIO En e s t e pequeño volumen repasamos la historia de la ciencia económica desde los días de Adam Smith y algunos de sus predecesores hasta los des arrollos de los tiempos modernos, incluidas las cri sis de los años setenta. Este libro ha sido escrito para todas las personas que quieran familiarizarse con los antecedentes de la ciencia económica moderna pero carezcan del conocimiento inicial de los as pectos más complejos del tema. Debe resultar útil para el profano interesado y para el escolar que estudia los principios de la economía, la historia o una introducción a las ciencias sociales. Esta edición tiene los mismos objetivos básicos que la primera. A través del desarrollo histórico de la ciencia económica podemos entender cómo funcionaron las mentes de los grandes economis tas, cómo los grandes temas de que se ocuparon sur gieron de los esfuerzos por entender los problemas y las cuestiones de su tiempo, las filosofías sociales encontradas, los conflictos económicos y sociales, y una estructura económica cambiante. La discipli na que emergió nos ayuda a entender mejor una economía intrincada y dinámica. Las ideas y los eventos que influyeron sobre los grandes econo mistas de los últimos 200 años operan todavía. Mediante el examen de la interacción de estas fuer zas y de los eventos e ideas actuales, podemos empezar a entender lo que están diciendo los eco nomistas de hoy y por qué lo dicen. Una explora ción del pasado nos ayuda a entender el presente. 7
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PREFACIO
Esta tercera edición cubre en forma ampliada algunas de las discusiones anteriores y añade sec ciones nuevas en ciertos capítulos seleccionados. Estas expansiones y adiciones incluyen: “La Eco nomía Clásica Hoy” (en el capítulo iv); material nuevo sobre la metodología neoclásica y el método científico (en el capítulo v n ); una discusión más a fondo de las ideas de Veblen (en el capítulo vm ); y la “Planeadón en las Economías de Empresa Privada” (en el capítulo ix ). Se ha agregado un capítulo enteramente nuevo que se ocupa de los desarrollos y crisis económicos recientes y actuales: el desempleo y la inflación; el crecimiento del comercio internacional y la interdependencia de los países; el poder de la corporación multinacional; el militarismo; el crecimiento económico y las escaceses de materias primas; etcétera. Como en las ediciones anteriores, este libro hace hincapié en una progresión de las ideas dinámicas y en una narrativa histórica. Las ideas se desarrollan desde las formulaciones más simples hasta las más complejas, de modo que en el último capítulo po demos ocuparnos de algunas de las cuestiones más difíciles que preocupan a los economistas de hoy. En el proceso, introducimos al lector a casi todos los fundamentos importantes de la ciencia econó mica moderna. Por último, al concentrarse en el marco concep tual más amplio de las ideas económicas, este libro trata de mostrar cómo una disciplina se relaciona con las grandes cuestiones que preocuparon a la gente de todas partes: el orden frente a la libertad, la riqueza y la pobreza, el privilegio y la igualdad, el bienestar humano, los valores materiales y mo
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rales, y otras. Es fácil que nos enredemos en lo intrincado de la ciencia económica hasta el punto de perder de vista estas cuestiones más importantes. Aquí las colocamos en el primer plano del escenario, porque la ciencia económica ha sido siempre un instrumento que nos permite lograr un mejor en tendimiento de los grandes problemas que han preocupado a la humanidad.
,
Ann Arbor Michigan
D a n ie l R . F u sf e l d
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mundo secular las relaciones existentes entre los hombres, entre el individuo y la naturaleza, entre el individuo y la sociedad. Sus teorías a menudo esotéricas y muy complejas se tradujeron a un len guaje popular entendido por millones de personas y en políticas económicas adoptadas por los países. Aunque su base solía encontrarse en la atmósfera relativamente aislada de la universidad, en años recientes algunos economistas distinguidos fungie ron como primeros ministros en Inglaterrra, Fran cia, Alemania e Italia, y como Secretario General de las Naciones Unidas. Resultaría difícil encontrar otra disciplina que ejerza tanta influencia como ésta sobre el mundo moderno. No siempre ha ocurrido así. Hace apenas dos cientos años no había economistas conocidos como tales, y la teoría económica era una rama de la filosofía moral. La economía apenas existía tal como ahora la conocemos, y lo que existía se lla maba “economía política” para indicar que formlaba parte de la política nacional más que de cualquiera otra cosa y que se ocupaba de cuestio nes tales como los impuestos, la deuda pública y el comercio exterior. Hasta hace muy poco tiempo, la economía era la única ciencia social con un cuerpo de teoría generalmente aceptado, cuya validez aceptaban tam bién casi todos los practicantes. Es cierto que había muchas diferencias de opinión entre los economistas, quienes a veces bromeaban sobre la obtención de cinco opiniones diferentes de cuatro economistas o sobre el viejo profesor que año tras año formulaba las mismas preguntas en sus exámenes pero cambiaba las respuestas. También había mu
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chas disputas entre los economistas, pero no en lo tocante a los principios fundamentales de la ciencia. Los desacuerdos surgen sobre las aplicaciones, sobre las políticas económicas que debieran adoptarse en ciertas circunstancias, sobre juicios acerca de la importancia de diversos factores en situaciones par ticulares. Había una gran excepción a esta regla: los mar xistas, quienes consideraban la economía occidental como una mera justificación ideológica de un siste ma de explotación, creían que su propio análisis del capitalismo era el correcto, y exponían las fallas que en última instancia destruirían el sistema capi talista. Su desprecio por la economía occidental era reciprocado por la actitud de los economistas ortodoxos hacia el marxismo: consideraban tan errada esa doctrina que ni siquiera se molestaban en leer a Marx. Sin embargo, ahora se encuentran en peligro los principios aceptados de la economía ortodoxa. Las cuestiones y los problemas para los que proveían respuestas —el modo de funcionamiento de una economía de mercado, la forma en que pueda mantenerse la prosperidad— han cedido su lugar a nuevos problemas y cuestiones para los que no se dispone de soluciones fáciles. El crecimiento de las grandes empresas, del gobierno gigantesco y de los grandes sindicatos lleva al primer plano el po der económico como un determinante de los even tos económicos. El crecimiento y la riqueza econó micos crean problemas de escasez de recursos na turales, contaminación y energía. Una población mundial que crece a ritmo acelerado parece ser un problema particularmente irresoluble. Los límites al
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crecimiento inherentes a un ambiente natural finito sugieren la necesidad de crear nuevas instituciones económicas a medida que pasamos de un pensa miento orientado hacia el crecimiento a otro orien tado hacia sus límites. Las grandes disparidades del ingreso y la riqueza existentes dentro de los países y entre ellos crean conflictos políticos e ideo lógicos sobre la distribución de los beneficios eco nómicos. El propio capitalismo afronta el reto del socialismo. Y en este momento, cuando las respues tas convencionales de la economía ortodoxa no parecen aplicarse bien a problemas nuevos, los des arrollos de la teoría pura en las fronteras del conocimiento económico arrojan dudas sobre las concepciones fundamentales del propio análisis eco nómico. Un mundo cambiante plantea problemas cambiantes a una disciplina cambiante. La ciencia económica del futuro se forjará en la fragua de los eventos de hoy. Además, las respuestas de los economistas ortodoxos a los retos de sus críticos ideológicos tendrán importancia fundamental para moldear nuestras futuras instituciones económicas. Este procedimiento no es sorprendente, dado que la economía es una ciencia social y los debates ideológicos han sido siempre importantes para su desarrollo. Esto plantea una gran paradoja: algu nos de los adelantos científicos más importantes logrados en la ciencia económica derivaron de los debates políticos sobre la política social. En este sentido la economía —como todas las demás cien cias sociales— difiere radicalmente de las ciencias físicas y biológicas, que crecieron paso a paso del examen de los hechos y las pruebas experimentales hasta la teoría, y de la teoría a nuevos experi
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mentos y teorías más generales. Tanto las ciencias sociales como las físicas se desarrollaron mediante grandes esquemas de integración, o “sistemas”, que trataban de explicar grandes porciones interrelacionadas de una disciplina. En las ciencias físicas, los grandes diseños surgieron sobre todo de un or denamiento de los hechos y las pruebas; en la cien cia económica, esa fuente de teoría científica se complementó con grandes debates políticos y filo sóficos. Los sistemas ideológicos, cada uno de ellos con sus apoyos empíricos, sus supuestos, y su cuerpo de teoría, originaron mucho de lo que hay de va lioso en la ciencia económica. Las ideas desarrolladas por Adam Smith en el siglo xvm integraron uno de tales sistemas, y la teoría de los mercados desarrollada por Smith y sus seguidores representó el primer gran cuerpo de principios generalmente aceptados en la ciencia económica moderna. Este sistema “clásico” y su ideología de laissez-faire fue refutado por Marx y otros a mediados del siglo xix pero se rehizo durante el último cuarto del siglo en una nue va ortodoxia que prevaleció hasta los años trein ta, cuando John Maynard Keynes construyó casi por sí solo la teoría moderna del ingreso nacional y justificó una política de intervención guberna mental en los asuntos económicos. Entre estos dos desarrollos mencionados en último término, una diversidad de autores echaron los cimientos de las políticas de bienestar de la actualidad al criticar la sociedad y las teorías económicas de su tiempo. A lo largo de estos debates surgieron ideas útiles para apoyar o atacar el orden existente, su distri bución del ingreso y la riqueza, y su estructura de
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poder. Pero los argumentos condujeron a avances importantes en nuestro entendimiento de las com plejidades de la vida económica y a nuevas gene ralizaciones significativas sobre la forma en que funcionan las instituciones económicas. Así pues, uno de los grandes temas del avance de la ciencia económica fue la interacción de la ideología y la ciencia. Sin ideología, la ciencia no podría haber evolucionado. Y debido a que la econo mía científica se forjó en el fuego del debate ideo lógico, siempre suscitará emociones, por "puros” que traten de mantenerse sus voceros. Un segundo gran tema es la relación entre las teorías económicas y los problemas prácticos. La gente de todo el mundo ha buscado prosperidad y justicia, libertad y orden, el mejoramiento in dividual y el bien social. La búsqueda de estas metas contradictorias en ocasiones, involucró siem pre elecciones, y la elección es el tema básico de la ciencia económica. Una de las máximas de la ciencia económica es que entre mayor sea el ex cedente económico serán más numerosos los cursos de acción alternativos y más fácil la obtención de una multiplicidad de metas. A medida que la so ciedad logró un control más eficaz de una naturale za recalcitrante, los posibles medios de organización y utilización de los recursos económicos se volvieron más numerosos, y la política pública hacia los asuntos económicos se volvió más importante. Con el control viene la elección, y la elección engendra la política económica. La necesidad de decisiones de política económica trajo consigo al economista, para que analizara y asesorara y desarrollara una base científica para las elecciones.
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Por ejemplo, al terminar la segunda Guerra Mundial el pueblo de los Estados Unidos discutió si debía instituirse o no un amplio programa de préstamos para ayudar a la reconstrucción de Euro pa. La controversia habría sido estrictamente aca démica si los Estados Unidos no hubiesen tenido un gran excedente de producción por encima de sus necesidades mínimas que podía destinarse a la ayuda externa. Pero dado que existía el exce dente, se llamó a los economistas para que aconse jaran sobre la forma preferible de su movilización (bajo auspicios públicos o privados), el modo en que debería hacerse (préstamos, donativos, o am bos), y los usos que debieran dársele (bienes de consumo, maquinaria, o ambos). Éstas son deci siones económicas que implican elecciones entre opciones. Un tercer tema del desarrollo de la ciencia eco nómica es su relación estrecha con el clima de opinión. Un problema no se analiza nunca en un vacío. La función de la teoría es proporcionar un contexto donde puedan organizarse los hechos en forma sistemática. Pero las soluciones a los pro blemas deben ser prácticas y aceptables para la opinión pública y para los líderes políticos. Para que la ciencia económica tenga alguna utilidad, la teoría económica de una época debe ser com patible con las creencias y los intereses del pú blico, y debe proveer resultados útiles y significa tivos. En este sentido, la economía ha sido siempre economía política. Los académicos olvidan a menudo la importan cia del clima de opinión. Buscan los orígenes de las ideas en los avances sólidos logrados por
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académicos anteriores, trazando una genealogía in telectual de una generación de pensadores a otra, encontrando los orígenes de las ideas modernas en el Antiguo Testamento, Esopo y los Upanishads. En ciertos sentidos ésta es una tarea útil, porque las generaciones antiguas eran tan inteligentes como nosotros; a menudo es cierto que si una idea es buena ya habrá sido concebida antes. Pero por lo menos en las ciencias sociales, el interrogante más importante no es “¿cuándo apareció la idea por primera vez?”, sino “¿por qué es la idea importante ahora?” La respuesta al último interrogante impli ca los usos que puedan darse a la idea, los in tereses especiales de quienes la usan, y su com patibilidad con otras creencias de los individuos afectados por ella. Este clima de la opinión es a menudo más importante que la consistencia ló gica para el desarrollo y la supervivencia de las ideas, quizá más importante en el caso de las ideas económicas que en el de cualquiera de las otras ciencias sociales, en virtud de la relación estrecha existente entre la economía y la política pública. Los economistas no pueden escapar a su tiempo —la época determina los interrogantes mismos que se formulan—, y casi todos los adultos son, en algunos sentidos, economistas. Un cuarto tema es el desarrollo de la economía como una ciencia. A lo largo de un período de 250 años —la cuarta parte de un milenio—, se desarrollaron principios básicos relativos a las for mas en que funcionan los mercados, el proceso del crecimiento económico, los determinantes del ni vel de la actividad económica, y muchos otros te mas. Como cualquier ciencia, la economía des
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arrolló un vocabulario de conceptos que define su materia, así como métodos para la prueba, modi ficación y verificación de hipótesis. Generaciones de teóricos desarrollaron análisis sistemáticos, con clusiones demostrables, y grandes proposiciones. Por último, la economía es una disciplina siem pre cambiante. Siendo en parte un producto de los grandes debates ideológicos sobre la forma en que debiera organizarse la sociedad humana, in fluye también sobre el resultado de tales debates. Basada en parte en una búsqueda teórica de ver dades abstractas, se arraiga también en las realida des de la política pública y del clima de opinión. Siendo en parte una explicación del cómo y el porqué funciona un sistema económico, se ve afec tada por los cambios de los sistemas económicos. La economía es una amalgama compleja de teoría científica, ideología política, política pública y ver dades aceptadas. Pero el avance de la disciplina hasta su posición actual no podría haber ocurrido sin el trabajo de muchos individuos ordinarios y extraordinarios. La historia de la ciencia económica es también la historia de un filósofo escocés, un corredor de bolsa londinense, un ministro episcopalista, un filósofo y revolucionario alemán, un profesor de Cambridge, un escéptico noruego-norteamericano, y muchos otros. La historia refleja sus personalidades y sus convicciones, sus puntos fuertes y débiles, sus éxi tos y sus fracasos. Este libro es un relato de su obra y de la disciplina que ayudaron a construir, de la interacción existente entre los hechos, los proble mas, la política económica, la filosofía y las ins tituciones en el proceso de creación, y de la forma
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en que hemos llegado a pensar como ahora lo hacemos acerca de uno de los aspectos más impor tantes de nuestras vidas. Todas estas fuerzas están funcionando ahora, ya que la ciencia económica se encuentra en una de esas crisis periódicas que en el pasado han conducido a cambios fundamentales de la disciplina. Un mun do cambiante y el surgimiento de cuestiones nue vas, conflictos ideológicos, y avances teóricos en las fronteras de la disciplina, han obligado a los economistas a reconsiderar algunas de sus ideas bá sicas y su relación recíproca. Muchas de las ideas antiguas conservan su importancia, pero ahora toda la disciplina se encuentra en efervescencia porque los economistas de todo el mundo han vuelto a re considerar los fundamentos de su ciencia tal como responden a las necesidades de nuestro tiempo. La ciencia económica del futuro surgirá de este proceso.
I. LA CIENCIA ECONÓMICA Y LA ECONOMÍA DE MERCADO El
s u r g im ie n t o d e l a e c o n o m ía d e m e r c a d o
L a m o d e r n a economía de mercado forma una par te tan íntima de nuestro modo de vida que la ma yoría de los hombres no advierte que se trata de un suceso relativamente reciente. La organiza ción de la vida económica alrededor de un sistema interrelacionado de mercados —mercados que ajus tan los precios, la producción y los ingresos a un sistema impersonal de fuerzas de mercado— no sur gió a gran escala sino hasta después de la Edad Media, es decir, a partir del siglo xv. Antes de esa época, la mayor parte de la población europea vivía en una economía basada en gran medida en un sistema social de derechos y obligaciones antes que en una economía adquisitiva, orientada hacia el beneficio, de compra y venta. Los contemporáneos observaron esta transfor mación de la sociedad y su economía. Thomas Becon un clérigo inglés de mediados del siglo xvi, por ejemplo, se lamentaba del creciente materia lismo de su época y criticaba a los “caballeros ambiciosos, criadores de ovejas y reses”, que “es tudian para su propia comodidad’'. Thomas Wilson observaba, cincuenta años más tarde, cómo hasta la aristocracia se veía afectada por el cambio: Los caballeros, aficionados antes a la guerra, son ahora buenos administradores y saben cómo mejorar sus tie23
24 CIENCIA ECONÓMICA Y ECONOMÍA DE MERCADO rras al máximo como el agricultor o el ganadero, de modo que recuperan sus posesiones al expirar los contratos y las trabajan ellos mismos o se las rentan a quienes paguen más.
Becon y Wilson observaban lo que podían ver también muchos otros de sus contemporáneos. Es taba desapareciendo el patrón tradicional, en el cual cada persona nacía para ocupar un lugar definido y desempeñaba una función definida durante toda su vida. Los campesinos, acostumbrados durante largo tiempo a proveer servicios y productos agríco las para el dueño de la tierra, pagaban crecida mente rentas monetarias y vendían una parte de su producto para obtener el dinero necesario para el efecto. Más que antes, el señor usaba las ren tas para comprar los bienes que necesitaba, y los terratenientes más progresistas empezaron a pro ducir bienes como la lana, fácilmente vendibles en el mercado. Otros aumentaron gradualmente las rentas cobradas a sus inquilinos, quienes se vieron obligados también a ordenar sus cultivos hacia pro ductos vendibles en el mercado. Aumentó el núme ro, la riqueza y la importancia de los intermediarios comerciales, como consecuencia del crecimiento del mercado. La Edad Media —esa época que va desde la caída del antiguo Imperio Romano hasta mediados del siglo xv— no careció de comercio exterior o in terior, ni de mercados, pero el comercio se rea lizaba en gran parte a grandes distancias, entre regiones, en productos de lujo consumidos por los nobles y los ricos. Las comunidades campesinas, rurales y en gran medida autosuficientes, produ
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cían un excedente que pagaban al señor en bienes, en mano de obra, y a veces en efectivo. El exce dente permitía las compras de bienes lujosos por la aristocracia: cosas tales como los textiles finos, los productos metálicos, el vino y otros elementos de “la buena vida”. Surgió así una economía dual que abarcaba por una parte a la aldea campesina y por la otra al pueblo comercial. Era una econo mía regulada de grupos organizados tales como la aldea, el pueblo y el gremio, no una economía que operase mediante decisiones libremente negociadas. En su estructura fundamental se asemejaba mucho al sistema económico prevaleciente en todo el resto del mundo civilizado, en el Cercano y Medio Orien te, el sudeste de Asia y el Lejano Oriente. Así, en el siglo xv, se inició la gran transfor mación de Europa en una economía de mercado. Los descubrimientos geográficos de los siglos xv y xvi generaron oportunidades enormes para el comercio interior y exterior y pusieron en movi miento un gran flujo de capital hacia Europa, en forma de tesoros de oro y plata, proveniente del Nuevo Mundo y del Oriente. El surgimiento de los estados nacionales destruyó en gran medida el po der político de dos baluartes del orden antiguo: la nobleza y la Iglesia. Los nuevos métodos bé licos empleados por los nuevos gobernantes, con infanterías pagadas y grandes armadas, requerían dinero y administración. Surgieron así los siste mas nacionales de impuestos, y un flujo de poder de compra que iba del contribuyente al gobierno y de allí al público estimuló aún más el crecimien to de los mercados. Algunas ciudades como Lon dres y Amsterdam se convirtieron en centros co
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merciales que buscaban en el exterior sus bene ficios y su expansión. Estas ciudades contaban con el apoyo de sus gobiernos, ávidos por ensanchar la base tributaria mediante la expansión de la riqueza de la nación. La nueva economía generó actitudes nuevas. Los hombres medievales, acostumbrados a pensar y ac tuar en formas tradicionales, cedieron el lugar a hombres orientados hacia el mercado, que se hun dirían o flotarían por la virtud de sus decisiones individuales. Los triunfadores eran quienes aho rraban, quienes reinvertían los beneficios en la empresa, quienes calculaban con cuidado precios y costos, quienes aceptaban riesgos para obtener ganancias. En particular, había escaso campo para las actitudes de la antigua nobleza que hacía gran hincapié en el linaje de la sangre y las tradiciones de la guerra y los torneos feudales. El futuro re sidía en los beneficios comerciales y la riqueza comercial. La nueva economía generó también el estudio de la ciencia económica. La producción y la dis tribución orientadas hacia el desarrollo del mer cado generaron relaciones nuevas entre el individuo y la sociedad y entre los individuos, con todas las cuestiones éticas implicadas en tales relaciones. Ha bía necesidad de analizar con cuidado la morali dad del nuevo orden económico y de elaborar reglas del comportamiento ético que fuesen aceptadas. Los teólogos se convirtieron en los primeros “econo mistas".
CIENCIA ECONÓMICA Y ECONOMÍA DE MERCADO 27 L a r e l ig ió n y l a v id a e c o n ó m ic a
A l o s teólogos les preocupaba la reconstrucción de la base ética de la vida económica. El antiguo punto de vista medieval había subordinado la vida económica a la salvación individual y a las nece sidades de la sociedad en conjunto. Los teólogos habían sostenido que la vida terrenal era apenas un preludio de la eternidad, y las leyes morales debían prevalecer en todos los aspectos del com portamiento humano. Esto significaba que en to das las relaciones humanas, incluidas las econó micas, el individuo debía tener continuamente en mente la ley de Dios. La Iglesia sabía que los individuos deben comer y vestirse y guarecerse, que las funciones ordinarias de la producción y la dis tribución debían continuar; pero tales funciones debían colocarse en la perspectiva adecuada: la salvación era el objetivo fundamental de la vida, y nunca deberíamos olvidarlo. La búsqueda de la riqueza por sí misma era pecaminosa, ya que distraía nuestra atención de la salvación y la satis facción de la vida moral. Las actitudes económicas incorporadas en la filo sofía moral ortodoxa de la Edad Media se resu mieron en una parábola famosa. Un monje que peregrinaba hacia Roma compró un cáliz de plata para su catedral. Al viajar de regreso hacia Alema nia con un grupo de comerciantes, les mostró el vaso y les dijo cuánto había pagado por él. Los comerciantes lo felicitaron por su compra, diciéndole que lo había comprado en menos de su valor verdadero, y se rieron de que un monje nada
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mundano pudiera obtener una ganga mejor que cualquiera de ellos. Horrorizado, el monje partió de inmediato, regresó a Roma y pagó al vendedor del cáliz lo que faltaba para un precio justo. Era una obligación moral. Tales actitudes pueden haber sido compatibles con una economía de precios consuetudinarios y relaciones económicas aceptadas, pero no se adecuabán al comportamiento de la economía de mercado orientado hacia el éxito, motivado por el beneficio. Pueden haber sido apropiadas para los individuos preocupados por la salvación eterna, pero no co rrespondían a individuos que buscaran la riqueza y el éxito materiales. Pueden haber funcionado en una sociedad organizada en grupos estables, pero resultaban incompatibles con un orden social individualista y un deseo de crecer en riqueza y posición. El surgimiento de una economía de mercado ori ginó un dilema moral para quienes vivieron en los inicios de la era moderna. Por una parte, las en señanzas éticas de la religión les decían que cada individuo era moralmente responsable de los de más. Estas ideas se encontraban en la historia de Caín y Abel que aparece en el Antiguo Testamento y en la parábola del Buen Samaritano que aparece en el Nuevo Testamento, para sólo citar dos ejem plos muy conocidos. Por otra parte, la superviven cia y el éxito en una economía de mercado exigían que cada persona tratara de tener mayor alcance, astucia y poder que los demás. La rivalidad, no la hermandad, era el modo de conducta necesario, y prevaleció el principio de caveat emptor, “que se cuide el comprador”. Las relaciones del mercado
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eran impersonales y transitorias, por oposición a las relaciones permanentes y cara a cara de una aldea rural inmutable. Se juzgaba a las personas más por su éxito en la adquisición de riqueza que por la moralidad de su comportamiento. Este dilema moral —el conflicto existente entre la salvación y el éxito— fue un factor importante en la preparación de la Reforma. A un comerciante urbano le resultaba difícil creer que la forma de vida de los negocios fuese menos moral que otras formas de vida. Resultaba difícil entender que la competencia necesaria para la supervivencia fuese antagónica a la ley moral, que la búsqueda irres tricta del beneficio, fundamental para la super vivencia misma de los comerciantes, fuese despre ciada por los clérigos. Así surgieron las dudas. ¿Tenían razón los teólogos en sus enseñanzas acer ca de los modos de conducta requeridos por la salvación? Después de todo, ellos eran humanos como todos, y por ende estaban sujetos al error humano. ¿Qué decía la Biblia acerca de estas cues tiones? Tales interrogantes condujeron inevitable mente a la herejía Protestante: la duda acerca de la infalibilidad de la Iglesia y el deseo de acudir directamente a la Biblia como la fuente de la ley de Dios, sin la intermediación del sacerdote. Poco nos interesan aquí los argumentos teológi cos de la Reforma, pero de ellos surgió una nueva ética económica que dio su justificación a la eco nomía de mercado motivada por el beneficio. De trás de la nueva moral se encontraba la idea de que Dios, en su sabiduría infinita, había reservado en la tierra un lugar para cada individuo, donde ¿ste
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podría labrarse su destino. Este lugar, o “voca ción”, debería buscarse y encontrarse mediante una introspección personal, y una vez encontrado de bería observarse diligentemente. La salvación se ganaba con el trabajo arduo en nuestra propia vocación, y toda vocación —aun la del comercian te— tenía un mérito igual a la de cualquiera otra a los ojos de Dios. ¿Pero cómo podríamos identi ficar nuestra vocación? Los teólogos contestaron: en parte a través de los sentimientos internos y en parte a través del éxito. El éxito mundano indicaba que habíamos encontrado nuestra vocación y que Dios la había aprobado. En cuanto al éxito, evite mos la ociosidad, la tentación y el lujo ... traba jemos y ahorremos. Estas fueron las prescripciones para el comportamiento ético forjadas durante me dio siglo de controversia religiosa, sermones y po lémicas. Tales prescripciones se adecuaban a las ne cesidades de la creciente clase media urbana y pro movían el trabajo arduo y la acumulación del capi tal que conducían a la expansión económica. Para el siglo xvm, la nueva ética económica ha bía perdido gran parte de su sanción religiosa y se había vuelto una forma de vida casi universal. El sabio norteamericano Benjamín Franklin la enun ció en forma de aforismos que se repitieron sin cesar a generaciones de jóvenes: Quien se acueste temprano y se levante temprano será un hombre sabio, rico y sano. Si un acreedor escucha tu martillo sonar a las cinco de la mañana o a las nueve de la noche, no pondrá reparo en otros seis meses esperar. Con lo que gastas en un vicio educarás dos hijos.
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La nueva ética sirvió de base a un sistema de va lores seculares y materialistas que ha dominado el clima de opinión en la Europa Occidental y Amé rica del Norte desde entonces. Pero aun cuando las actitudes cambiaron y las metas aceptadas de la acción individual se volvie ron profundamente materialistas, subsistía un pro blema moral. ¿Era cierto que el fracaso económico significaba la ausencia de mérito, que el éxito y la salvación eran sinónimos? ¿No tenía acaso el individuo hacia los demás una responsabilidad que iba más allá de la mera satisfacción de las obliga ciones contractuales en el mercado? ¿Había actuado correctamente el monje cuando regresó a Roma para pagar más al comerciante por el cáliz que ya había vendido? El problema surge debido al conflicto inherente entre un principio ético —toda la humanidad es una sola entidad— y la rivalidad competitiva de la economía de mercado expresada en el principio legal de caveat emptor: "que se cuide el compra dor”. El principio ético requiere que el indivi duo se sienta responsable de los demás, mien tras que el principio legal aconseja que el individuo sólo se preocupe de sí mismo. Este dilema moral ha desconcertado a los filó sofos y a los eclesiásticos desde el siglo xvi. Algunos intentos de solución aparecieron en las controver sias religiosas del siglo xvi, en la filosofía de noblesse oblige del siglo xvm, en los escritos de los socialistas del siglo xix, y en la legislación del bie nestar del siglo xx. En todos estos enfoques del problema está presente una creencia en que el sis tema social no debe permitir que un individuo sea
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aplastado y destruido por la operación de las fuer zas impersonales del mercado. Pero el dilema sub siste, y los economistas deben ser en parte filósofos morales, mientras que los filósofos deben ocuparse también de cuestiones económicas.
II. LOS PRIMEROS TIEMPOS Los h o m b r e s prácticos discuten a menudo sobre los tópicos más esotéricos, porque las decisiones de política económica descansan a veces en las teo rías más intrincadas. Uno de estos debates ocurrió durante el siglo xvm, y de allí surgieron los fun damentos de la moderna ciencia económica. La cuestión que se discutía era la fuente última de la riqueza nacional, que para algunos se encontraba en el comercio, para otros en la agricultura y las fuerzas naturales de la vida, y para otros más en el trabajo humano. A primera vista puede parecer que esta cuestión carece de importancia práctica, pero toda la política económica gubernamental de pendía del resultado. Los MERCANTILISTAS Los mercantilistas fueron los primeros en tomar el campo. A estos autores les interesaban los esta dos nacionales desarrollados durante los siglos xvi y x v ii. Se enfrentaron a dos problemas distintos pero relacionados, uno interno y el otro externo. El problema interno era el de la unidad. Había necesidad de crear el poder nacional a partir del localismo de la Edad Media. Esto significaba para la economía un sistema unificado de acuñación y monetario, un sistema nacional de pesas y medidas, la eliminación de alcabalas internas en caminos y ríos, y un sistema nacional de impuestos y aran celes. Estas instituciones, que hoy damos por scn33
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LOS PRIMEROS TIEMPOS
tadas, se forjaron lentamente por gobernantes na cionales contra la oposición de señores feudales que trataban de conservar el mayor control posible sobre la economía de sus regiones. La construc ción de una economía nacional se fundaba en el creciente poder político de los monarcas frente a los grandes nobles. En esta lucha, los monarcas encontraron aliados naturales en varios lugares. Los más importantes fueron los crecientes intereses comerciales de los pueblos y las ciudades. Los comerciantes se bene ficiaban con la ampliación del comercio permiti da por una economía unificada donde se redujeran las barreras locales al comercio. A su vez los co merciantes aumentaban el poder de los monarcas ayudando a financiar los ejércitos necesarios para subyugar a la nobleza. Los intereses de monarcas y comerciantes coincidían además por cuanto am bos se beneficiaban de un mayor comercio exte rior. Los comerciantes ganaban beneficios del co mercio con las tierras recién descubiertas en Asia y el Nuevo Mundo. En la medida en que los comer ciantes de un país dominaran el comercio con otra área, los beneficios fluirían a su país y los fabri cantes nacionales se verían estimulados por el mer cado de exportación. El Estado ganaba ingresos arancelarios derivados de un comercio exterior abundante, ingresos derivados de la venta de mo nopolios comerciales, del desarrollo de industrias y personal militares estratégicos —construcción de barcos y dotaciones para los barcos, marineros y capitales—, y del crecimiento económico general que proveía una base económica firme para el po derío nacional. Así pues, una de las metas básicas de la política nacional fue el desarrollo del comer
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ció y el incremento del poder en los asuntos in ternacionales. Un segundo grupo aliado con los monarcas se componía de pequeños terratenientes, quienes con templaban el Estado como un contrapeso a los po deres de los señores feudales. Este grupo se inte resaba más en la agricultura comercial que en la guerra, los torneos y el poderío familiar, y deseaba que el Estado mantuviese el orden y promoviese los mercados crecientes benéficos para el grupo. Sus integrantes sabían que al aumentar el poder del Estado frente al de los grandes señores, aumenta rían también su propia riqueza y poder en los asuntos locales. Surgieron otros dos grupos de la economía de mercado y de los estados nacionales en expansión. Uno fue el de la profesión legal, cuyos miembros eran requeridos para la interpretación y definición de las relaciones económicas muy complicadas sur gidas de la asociación libre y el contrato privado en el ambiente del mercado. Las antiguas relacio nes legales, ya familiares, estaban siendo rempla zadas por otras nuevas, y se necesitaban abogados para su sistematización. El segundo grupo aglu tinaba a los administradores públicos y los corte sanos. Estos dos grupos tenían gran importancia estratégica a pesar de su número reducido. Una superestructura de “cuello blanco”, aliada a los negocios y el gobierno, y dependiente de ellos, apo yaba las políticas destinadas a fortalecer la unidad y el poder. De las alianzas políticas y económicas entre la corona, los comerciantes, los pequeños terratenientes y los profesionales, surgieron políticas económicas destinadas a unificar la nación bajo un solo go
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bernante fuerte, a desarrollar su fuerza militar y naval, y a aumentar su riqueza mediante la pro ducción interna y el comercio exterior. Estas po líticas y las teorías en que se basaban han llegado a ser conocidas con el nombre de mercantilismo. Fue el primer cuerpo sistemático del pensamiento económico moderno. Una de las presentaciones más claras de la polí tica mercantilista se debió a Phillip von Homick (1638-1712), un funcionario público autriaco que escribía para un país atrasado constantemente ame nazado por los turcos. Hornick escribió en 1684 un volumen muy leído, con el título de Austria Over AU, If She Only Will, donde se enumeraban “nueve reglas principales de la economía nacional”: Inspeccionar el suelo del país con el mayor cuidado y no dejar sin considerar las posibilidades agrícolas de cada rincón o pedazo de tierra . . . T odos los bienes encontrados en un país, que no puedan usarse en su estado natural, deben trabajarse dentro del país . . . debe prestarse atención a la población, que sea tan grande como el país pueda soportar . .. una vez que el oro y la plata se encuentren en el país, no deberán salir de él por ninguna circunstancia . . . los habitan tes deben hacer todos los esfuerzos posibles por arre glárselas con sus productos internos . . . [los bienes extranjeros] no deben obtenerse a cambio de oro o plata, sino a cambio de otros productos nacionales . .. y deben importarse en forma no terminada y trabajarse dentro del país . . . deben buscarse día y noche opor tunidades para la venta de los bienes superfluos del país a los extranjeros en forma manufacturada . . . no deberá permitirse por ningún motivo la importación de bienes cuya oferta interna sea suficiente y de ca lidad adecuada.
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Todos los estados de Europa adoptaron en gra dos variables estas políticas básicas de nacionalismo, autosuficiencia y poderío nacional. La manufactura recibió el estímulo de los subsidios, los privilegios especiales, las patentes y los monopolios. Se estimu ló el comercio exterior mediante la adquisición de colonias y los esfuerzos tendientes a mantener bajos los salarios y el comercio regulado mediante aranceles, leyes de navegación y restricciones a las importaciones. Se alentó a la agricultura mediante una diversidad de políticas: en Inglaterra se gra varon las importaciones de alimentos para alejar la competencia extranjera, mientras que en Francia se gravaron las exportaciones de productos agríco las para mantener la producción nacional dentro del país. Se promovieron en particular las indus trias de municiones: rifles, pólvora, barcos, y abas tecimientos para los barcos. En Inglaterra, donde el comercio exterior se convirtió rápidamente en la base del incremento de la riqueza y el poderío nacional, se hizo mucho hincapié en la expansión de la oferta monetaria como estímulo al crecimiento económico. En esa época de mercados limitados y poder de compra inadecuado, una de las barreras del crecimiento económico era la falta de efectivo en manos de los consumidores y de crédito disponible para los ne gocios. Los gobernantes también pedían prestado a menudo, de modo que se beneficiarían igual mente con la existencia de efectivo y de crédito y con bajas tasas de interés. La banca moderna esta ba apenas en su infancia, y la disponibilidad de dinero y de crédito dependía en gran medida del efectivo existente, lo que significaba monedas de oro y plata. En consecuencia, resultaba inevitable
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que la política monetaria fuese una preocupación principal de los economistas mercantilistas. Bási camente estaban a favor de lo que nosotros lla maríamos una política de “dinero fácil”, dinero abundante para estimular el comercio y mantener bajas las tasas de interés. Por otra parte, debían man tener bajo control las presiones inflacionarias por dos razones: 1) Los precios crecientes creaban difi cultades para los trabajadores y los pobres, porque los salarios tendían a marchar detrás de los aumentos de precios, y de aquí se seguiría la intranquilidad política; 2) Los precios crecientes reducirían la demanda externa de manufacturas nacionales y en última instancia se traducirían en peores condicio nes económicas dentro del país. Así pues, las políticas económicas internas e in ternacionales se entrelazaron estrechamente, y los mercantilistas ingleses advirtieron pronto que la economía mundial era una red de interconexiones. La dura experiencia y el análisis cuidadoso les enseñaron que si la oferta monetaria y el poder de compra nacionales aumentaran más de prisa que la oferta de bienes disponibles para la venta, au mentarían los precios internos, subirían las impor taciones y bajarían las exportaciones. La disminu ción de las exportaciones y el aumento de las im portaciones generarían entonces una exportación de oro y plata para compensar la balanza comercial “desfavorable”. Esto reduciría a su vez la oferta monetaria interna y la economía nacional langui decería. Estas relaciones se entendieron en poco tiempo, y un lema cardinal de los mercantilistas era el estímulo a una balanza comercial “favora ble”. Si las exportaciones superan a las impor taciones —sostenían los mercantilistas—, entra
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rían oro y plata al país, habría una abundancia de dinero, se estimularía el crecimiento económico y crecería la riqueza nacional. No debe suponerse que el mercantilismo haya sido el mismo en todas partes. Había grandes di ferencias entre los países. En Francia, por ejemplo, donde eran muy importantes los productos lujosos tales como sedas y linos, tapicerías, muebles y vino, se hacía hincapié en la estrecha regulación de la calidad de los productos. Bajo la dirección de Jean Baptiste Colbert (1619-1683), ministro de finan zas durante más de veinte años bajo el reinado de Luis XIV, se crearon gremios nacionales para regular las industrias principales. Sólo podrían ope rar los artesanos que fuesen miembros del gremio, y quedaban sujetos a las regulaciones de la orga nización nacional. El poder real, apoyado por in gresos sostenidos derivados del impuesto a la sal, tenía fuerza suficiente para imponer efectivamente las regulaciones, y los gremios conservaron su po der hasta el momento de la Revolución Francesa, a fines del siglo xvin. En Inglaterra, en cambio, la regulación de la in dustria nacional no tuvo éxito debido a que el gobierno, siempre escaso de dinero, nunca tuvo fuerza suficiente para administrar con eficacia las regulaciones. El mercantilismo inglés se orientaba sobre todo a la expansión del comercio exterior y el estímulo a las manufacturas. Un resultado de esta situación fue la desintegración de los gremios medievales, sobre todo cuando se desarrolló la pro ducción de textiles en las áreas rurales, y los proce sos industriales estaban mucho más libres de res tricciones que los de Francia. Cuando se inició la Revolución Industrial, a fines del siglo xvni, esta
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ausencia de gremios dio a la industria inglesa una gran delantera sobre la francesa y la de otros países continentales que habían seguido el ejemplo francés. Tampoco dentro de los países hubo siempre acuerdo acerca de las políticas. Era tan grande en Inglaterra la oposición a las concesiones guberna mentales de monopolios a individuos y compañías, que en 1601 la propia reina Isabel hubo de aparecer ante el Parlamento para apaciguar las objeciones y prometer reformas. Dos años más tarde, en el famoso “Caso de los Monopolios”, los tribunales decidieron en un dictamen señero que aún las concesiones de monopolios hechas por la Corona estaban sujetas a las prohibiciones del derecho co mún contra las restricciones al comercio. En 1624, el Parlamento prohibió finalmente las concesiones gubernamentales de monopolios, completando así los cimientos legales en que se fundan las leyes antimonopólicas norteamericanas. Los mercantilistas reconocieron que la riqueza se producía por el esfuerzo humano en general, pero estimaban que tal riqueza no se materializa ría si no se estimulaba al comercio interior y ex terior, si el intercambio de bienes no permitía que los productores obtuviesen un beneficio. Por esta razón hacían hincapié en el crecimiento del co mercio interior y exterior como clave del incremento de la riqueza nacional, y en la expansión de la oferta monetaria como clave del incremento del comercio exterior. A la pregunta: ¿“Cuál es la fuente de la riqueza de las naciones?”, los mercantilistas dieron la primera respuesta: “El comercio.” En muchos sentidos tenían razón en las circuns tancias de su época. En los siglos xvi y xvn, las
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naciones más poderosas de Europa eran aquellas que habían desarrollado en mayor medida su co mercio internacional. El comercio parecía estimu lar las manufacturas y la agricultura, y crear la prosperidad, la riqueza y el poder de todo el país* Las doctrinas mercantilistas tenían una validez de sentido común derivada de lo que la gente veía acontecer a su alrededor. O p o s ic ió n a l m e r c a n t il is m o
Para mediados del siglo x v iii, la preocupación de los mercantilistas por el comercio y el poder nacional había empezado a afectar algunos intereses económicos de la creciente economía de mercado. Las políticas mercantilistas estaban muy bien para los grandes comerciantes y financieros que operaban en la economía internacional; las metas básicas del poderío nacional agradaban a los gobernantes; y los administradores públicos y los cortesanos se beneficiaban a menudo en gran medida, en for ma directa o mediante sobornos, de las concesio nes gubernamentales de privilegios económicos es peciales. Pero la economía se diversificó al cre cer, y tanto los intereses agrícolas como los in dustriales descubrían cada vez con mayor claridad que las políticas mercantilistas no les convenían. Las políticas se sometieron a grandes críticas, y se cuestionaron las teorías en que tales políticas se basaban. Las pequeñas empresas, en particular, se sentían oprimidas por los privilegios monopólifos^coñCe^ didos a unos cuantos gra ellas como los pequeños
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impuestos que debían pagar para mantener un poder nacional ajeno a sus intereses individuales. Un ejemplo clásico es la cuestión de la “tributa ción sin representación” que se planteó en las co lonias británicas de América. Cuando terminaron en 1765 las guerras con Francia y la India, las fron teras occidentales de las colonias resultaban relati vamente seguras para la colonización y el desarro llo, y los habitantes de las colonias estaban bien conscientes de que gran parte de su futuro econó mico se encontraba en el Oeste. Pero el gobierno británico, comprometido desde antaño al desarrollo del comercio de pieles y a los intereses de la Com pañía de la Bahía del Hudsón, había prohibido los asentamientos más allá de los Montes Allegheny. En las colonias se estacionaron tropas para vigilar la frontera e imponer la prohibición, que protegía a los colonos frente a los indios antes de 1765 pero restringió el crecimiento económico colonial una vez pacificada la frontera. Para empeorar las cosas, se gravó a las colonias con impuestos sobre do cumentos legales y el té destinados al pago de las tropas, las que a veces se alojaban en las casas de los habitantes: jlos colonos debían mantener a las mismas tropas que estaban protegiendo los intere ses comerciales ingleses frente a los suyos propios! No sabemos qué actitud habrían adoptado los co lonos si el producto de los impuestos se hubiese utilizado para abrir la frontera y no para cerrarla. El caso de las colonias norteamericanas, donde la controversia se volvió política y ayudó a desatar la Revolución Americana, nacionalista y antico lonial, fue un ejemplo notable de la oposición a las políticas mercantilistas. En cambio, en Europa sur gió un debate acerca de cuestiones puramente eco
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nómicas. ¿Era cierto que la expansión y el creci miento económicos se lograban mejor mediante la regulación y la dirección? ¿No se lograrían mejo res resultados en una economía libre, no atada por la fuerza directriz de un gobierno mercantilista? El debate sobre estas cuestiones era particu larmente intenso en Francia e Inglaterra. En Francia, la regulación gubernamental de la producción era tan detallada que especificaba el número necesario de hilos por pulgada en la manu factura de telas. Había una diversidad de im puestos y gabelas, y la regulación de las importa ciones y exportaciones era estricta. Pero la nobleza estaba exenta mientras los campesinos y los agricul tores independientes debían pagar grandes impues tos. Además, el gobierno era corrupto e ineficien te. En realidad, esta condición permitía quizá el funcionamiento del sistema: las regulaciones y los impuestos podían evadirse a menudo median te sobornos adecuados o evasiones hábiles. La si tuación era tan mala que un inspector público de marcas comerciales, Vincent de Gournay (17121759), desencantado con la regulación mercantilista, acuñó según se cree la frase famosa: "laissez faire, laissez passer”, o sea “libre empresa, libre co mercio”. LOS FISIÓCRATAS
Los antimercantilistas franceses más importantes se llamaban a sí mismos fisiócratas. Fue su líder Fran^ois Quesnay (1694-1774), médico de la corte de Luis XV. Quesnay no aceptaba el supuesto mercantilista de que la riqueza se origina en la indus
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tria y el comercio. Sostenía que sólo la agricultura, en virtud de los aspectos generadores de vida de la naturaleza, podía producir un excedente por enci ma del esfuerzo invertido en la producción. Quesnay mostraba luego, en su famosa Tablean Économique de 1758, cómo el excedente de la agricul tura fluía por toda la economía en forma de rentas, salarios y compras, apoyando a su paso a todas las clases sociales. Dos conclusiones de política surgían de su análisis: 1) La regulación del comercio y la industria impedía el desarrollo económico al obs truir el flujo del ingreso y los bienes de que de pendía la economía; 2) Los terratenientes (por oposición a los cultivadores) debían pagar todos los impuestos, en parte porque no eran producti vos y en parte porque su forma de vida lujosa dis torsionaba el flujo del ingreso. Quesnay se había impresionado grandemente con el descubrimiento de la circulación de la sangre en el cuerpo humano y asemejaba la circulación del dinero y los productos a ese proceso biológico. Creía profundamente que toda la riqueza provenía en última instancia del proceso generador de vida crea do por Dios. Creyendo firmemente en la suprema cía de la ley natural, opinaba que un régimen de libertad económica sería a la vez benéfico y autocontrolado. Otro fisiócrata, Jacques Turgot (1727-1781), lle gó a ser ministro de finanzas. En sólo dos años introdujo diversas reformas antifeudales y antimercantilistas y recibió el apoyo del rey, pero la oposición de la nobleza lo obligó a dejar el cargo. Ni siquiera el gobernante “absoluto” de Francia podía imponer reformas frente a la oposición de
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la nobleza, y pocos años después el antiguo régi men se derrumbó.1 Todos los fisiócratas convenían en una proposi ción básica: que la riqueza proviene en última instancia de la tierra. Sólo la tierra contiene las fuerzas creadoras de vida de la naturaleza, deriva das de Dios. La manufactura sólo puede cambiar la forma de la riqueza derivada de la naturaleza, y el comercio sólo puede cambiar su localización y su propiedad. Sólo la tierra puede producir un exce dente. Ésta fue la segunda gran teoría de la fuente de la riqueza. Los
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El interludio fisiócrata duró poco, aunque su in fluencia se dejó sentir aun en los Estados Unidos, donde una larga sucesión de estadistas, desde Jefferson hasta Lincoln estaban convencidos de que el futuro del país dependía del estímulo al pequeño agricultor. Mucho más importante fue el surgi miento del liberalismo económico. A partir de sus inicios modestos a fines del siglo xvn y principios del siglo x v iii, se convirtió en la corriente princi pal del pensamiento económico en el siglo xix y sobrevive hoy como la ideología capitalista clásica. Los primeros liberales económicos —quienes de fendieron la doctrina antes de que la sistematizara Adam Smith en la última parte del siglo xvm— 1 Durante la Revolución, otro prominente fisiócrata, Pierre du Pont de Nemours, emigró a los Estados Unidos, donde permaneció por varios años. En 1802, su hijo fundó una pequeña fábrica de pólvora cerca de Wilmington, Delaware, el inicio de la gran empresa química Du Pont.
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tacaron en primer término las restricciones al coíercio internacional y lucharon por la abolición e los aranceles, los monopolios y las regulaciones, •asaban su argumento en la teoría social de que is motivaciones individuales, por egoístas que sean, i traducen en beneficios para el conjunto de la íciedad. El primer liberal económico importante de Inlaterra fue Dudley North (1641-1691), cuya obra i'iscourses Upon Trade se publicó en forma anóima el año de su muerte. Dado que North era un Mnerciante y terrateniente rico que llegó a ser mcionario de la tesorería, se entiende su cautela l publicar un ataque a las políticas nacionalistas el mercantilismo. Su libro defendía vigorosamen; el libre comercio y atacaba el supuesto mercanlista de que una balanza comercial favorable *a necesariamente conveniente. En su opinión, gente comercia porque ello resulta ventajoso para nbas partes, promueve la especialización, la disión del trabajo y el aumento de la riqueza. La :gulación interfiere con estos beneficios al redur y restringir el comercio, e inevitablemente re ace la riqueza real. El argumento de North fue apoyado por el fisofo e historiador David Hume (1711-1776), quien ñaló en 1752 que un proceso económico autoático haría desaparecer cualquier balanza comerai favorable: un excedente de exportaciones sería tgado con importaciones de oro y plata, las que m entarían la oferta monetaria y harían aumenr los precios, cuyo aumento causaría a su vez una íclinación de las exportaciones hasta que se equijraran con las importaciones. Por lo tanto, resulba imposible que la política mercan ti lista man
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tuviese indefinidamente una balanza comercial fa vorable y una corriente de importaciones de oro y plata. La lógica de North y Hume hacía picadillo los argumentos mercantilistas en favor de la regulación del comercio exterior. Según Hume, tales políticas no funcionarían, y North demostraba que los re sultados serían inconvenientes si esas políticas fun cionaran. Mientras tanto, había aparecido en 1704 un li bro fascinante, popular y de controversia, un poe ma prosaico titulado La fábula de las abejas. Su autor era Bernard de Mandeville (1670-1733), un doctor holandés que había emigrado a Inglaterra. El argumento básico del poema era que los ade lantos de la civilización se debían a los vicios, no a las virtudes. El progreso provenía de los intereses egoístas del individuo —el deseo de comodidades, lujos y placeres—, no de alguna propensión natu ral al trabajo arduo y el ahorro ni de una preocu pación benevolente por los demás. La prosperidad y el crecimiento económicos aumentarían si se daba rienda suelta a las motivaciones egoístas del individuo, limitadas sólo por el mantenimiento de la justicia. El vicio del egoísmo llevaría a los in dividuos a maximizar sus ganancias, lo que au mentaría la riqueza de la nación: El Vicio nutre el Ingenio, que unido al Tiem po y la Industria produce los Bienes de la Vida, sus Placeres, Comodidades, Despreocupaciones, a tal punto que los más Pobres vivirán mejor que antes los Ricos, y nada hay que agregar.
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El libro fue prohibido por un gobierno avergon zado, con todo el apoyo de los guardianes de la moral. Pero junto con la teoría de los ajustes eco nómicos naturales descritos por North y Hume, los motivos egoístas alabados por Mandeville se con virtieron en la base de la siguiente gran teoría económica: el liberalismo económico. Los liberales económicos del siglo xvm no veían la fuente de la riqueza en el comercio ni en la agricultura, sino en el trabajo humano. Sostenían que el esfuerzo individual trae consigo la produc ción y los recursos para la satisfacción de las ne cesidades humanas. La naturaleza produce pocos materiales que los hombres puedan usar en forma natural: casi todos los productos naturales deben ser transformados por el esfuerzo humano antes de que puedan satisfacer las necesidades humanas. Sin el esfuerzo productivo, los productos naturales no valen nada. Esta teoría llegó a conocerse como la teoría del valor trabajo. Hacía hincapié en que la produc ción de la riqueza tiene como propósito último la satisfacción de necesidades humanas. La riqueza no puede considerarse como un fin en sí misma, y lo mismo se aplica al fortalecimiento del poderío nacional. La riqueza es riqueza porque mejora la situación de los hombres. Además, la producción de la riqueza no depende de la fecundidad del sue lo ni de balanzas comerciales favorables, sino de los incentivos individuales para hombres ordina rios. La motivación para el trabajo es la necesi dad de obtener alimentos, vestidos, abrigo y co modidades. Entre mayor sea el incentivo para el trabajo, mayor será la producción de riqueza y más
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de prisa avanzará la humanidad hacia una socie dad más abundante. John Locke (1632-1704), el filósofo inglés, unió estas ideas acerca del trabajo y la producción de riqueza con la propiedad privada, y al hacerlo así convirtió la institución de la propiedad en uno de los pilares de la ideología liberal. Al sumar el trabajo a los recursos naturales, los hombres aña den una parte de sí mismos al producto final, de modo que el producto es “suyo”, para usarlo o consumirlo. La riqueza y la propiedad privada son producidas al mismo tiempo por el trabajo huma no. En palabras de Locke: Dios ha dado el mundo a los hombres en común . .. Pero cada hombre tiene una propiedad en su propia persona. Podemos afirmar que el sudor de su cuerpo y el trabajo de sus manos son propiamente suyos. En consecuencia, cualquier cosa que saque de su estado natural la habrá mezclado con su trabajo, y le habrá añadido algo propio, de modo que se convierte en su propiedad.
Más tarde, los liberales económicos hicieron mu cho hincapié en estas conexiones existentes entre el trabajo, la riqueza y la propiedad. Sostenían que el primer requisito del crecimiento económico nacional es la protección de la propiedad privada, porque si no se respalda el derecho a la propiedad disminuye el incentivo para trabajar, y bajará la producción de riqueza. Una ilustración popular de este principio era una comparación de la riqueza de los ingleses con la pobreza de los turcos. En los tiempos antiguos, decían los liberales, el dominio de los turcos era el más rico del mundo, con ciudades florecientes,
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agricultura próspera, grandes exportaciones y ma nufacturas mundialmente famosas. Pero un go bierno despótico y arbitrario tomaba la riqueza sin justificación, creaba impuestos confiscatorios, y la justicia y el gobierno operaban mediante un sistema de sobornos. Estas acciones terminaron con la prosperidad. Los turcos languidecieron enton ces en la pobreza, sin deseos de trabajar, de produ cir o de acumular capital, porque todo sería con fiscado o destruido por un gobierno corrupto. En cambio, la feliz y próspera Inglaterra veía aumen tar su riqueza porque la iniciativa individual es taba protegida por el imperio de la ley que pre servaba para el individuo la riqueza que él había producido y ahorrado. La justicia era pareja, no arbitraria. Se preservaba la santidad de los contra tos y ninguna propiedad podía ser tomada para el uso público sin una compensación justa. Lo que el individuo ganara podía usarlo como mejor le pareciera, dentro de los límites de la legalidad y la decencia. Según el liberal económico, las funcio nes del gobierno eran pocas: protección de la pro piedad, mantenimiento de la justicia, y defensa nacional. La economía operaría dentro de este marco sin ayudas ni regulaciones adicionales. Los incentivos individuales producirían la riqueza na cional. Había muchas variaciones de este tema. Algunos liberales económicos concedían poderes más am plios al gobierno nacional, otros hacían mayor hin capié en la intensidad de los incentivos indivi duales y la competencia, otros más subrayaban la operación de la oferta y la demanda en mercados libres. Pero todos convenían en la necesidad de liberar la iniciativa individual de las limitaciones
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impuestas por las restricciones mercantilistas, en la importancia del trabajo para la producción de la riqueza, y en la necesidad de proteger y pre servar los derechos de propiedad como la columna principal de la política económica.
III. ADAM SMITH fue el más grande de los liberales eco nómicos. Filósofo y profesor universitario, se le considera hoy el fundador de la economía moderna. Aunque parezca extraño, en su propia época fue conocido sobre todo por sus escritos de filosofía más bien que de economía, e influyó poco sobre la política pública. Smith cultivó su jardín aca démico, y las flores no brotaron sino más tarde. A dam S m ith
La
v id a f il o s ó f ic a
Smith nació en Kirkaldy, Escocia, en 1723, pocos meses después de la muerte de su padre. Su infan cia fue tranquila y sin relieves peculiares; a la edad de catorce años ingresó a la Universidad de Glas gow. La buena calidad de sus estudios le ganó una beca para Oxford, donde pasó seis años, desalen tado por lo que consideraba el bajo nivel de la actividad intelectual y la inmoralidad de sus com pañeros estudiantes. En 1751 fue a dar conferencias en la Universidad de Edimburgo, y al año siguiente se convirtió en profesor de lógica en Glasgow, cuando surgió de pronto una oportunidad. La suerte parecía estar con el joven profesor, porque al año siguiente quedó vacante la cátedra de filo sofía moral, el tópico favorito de Smith, y se le designó para ese puesto. Dio conferencias sobre ética, y su libro The Theory of Moral Sentiments se publicó en 1759. Este libro parece obsoleto pero interesante al lector moderno. Su idea básica es 52
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que los sistemas éticos se desarrollan por un pro ceso natural a partir de las relaciones personales individuales, opinión que refleja el interés del si glo xvm por la ley natural. El individuo decide que ciertas acciones son correctas o incorrectas al observar las reacciones de los demás ante su con ducta. Luego se desarrolla un consenso social que aprueba los patrones de conducta benéficos para la sociedad y el individuo. El proceso equivale a una teoría temprana de la acción humana “diri gida hacia los demás”. El libro obtuvo éxito in mediato y fue aprobado por la intelectualidad. Au mentó la reputación de Smith, y aun del Conti nente venían jóvenes a estudiar con él. Se puso luego a escribir un libro sobre economía y empezó a dar conferencias sobre “Policía, Justicia, Ingre sos y Armas” en la universidad. Llegó entonces su mayor golpe de suerte, que por lo demás había ganado merecidamente. Char les Townshend, el político que más tarde, como Canciller de la Tesorería, fue responsable del im puesto al té y otros gravámenes que ayudaron a desatar la Revolución Americana, se casó con una viuda rica y adquirió un hijastro adolescente. Se requería una educación adecuada para el joven Duque de Buccleuch, y Townshend decidió darle lo mejor. Había quedado muy impresionado con el libro de Adam Smith —y por la estimación po pular y crítica que ya había adquirido—, de modo que contrató al filósofo de cuarenta años para que actuase como tutor del joven Duque. Para sor presa de sus amigos, incluido el filósofo David Hume, Smith aceptó el encargo, que implicaba una estancia de tres años en Francia y una pensión vitalicia de trescientas libras anuales (cerca de mil
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quinientos dólares, una suma cuantiosa en aque lla época). Gran parte de su estancia en Francia la pasó en Tolosa, donde por encontrarse aburrido empezó a escribir su libro sobre economía. Más tarde, en París, Smith conoció a los fisiócratas Quesnay y Turgot, y discutió con ellos sus doctrinas. Al regresar a Escocia, Smith vivió de su pensión y continuó escribiendo su libro. Sus amigos se pre guntaban cuándo lo terminaría, pues parecía tra bajar en él incesantemente. Por último, en 1776, se publicó An Inquiry Into the Nature and Causes of the Wealth of Nations.1 El libro obtuvo el éxito pero no la popularidad. Algunos lo leyeron y apre ciaron, pero el público en general lo pasó por alto. Al parecer, William Pitt basó algunas de sus pro puestas fiscales de fines del decenio de 1780 en las ideas de Smith, pero fue sólo cerca de veinte años después de la muerte de Smith cuando una nueva generación de escritores, tratando de crear una ciencia nueva de la economía política, reconoció i En 1776 ocurrieron otros acontecimientos importantes. Jeremy Bentham publicó su libro Fragment on Government, y Richard Price publicó On Civil Liberty. Apareció tam bién Decline and Fall of the Román Empire, de Edward Gibbon. El Parlamento rechazó un proyecto de ley que ha bría establecido el sufragio universal masculino. En las colo nias norteamericanas continuó el descontento, que culminó con la Declaración de Independencia. Y la máquina de vapor de Boulton y Watt se aplicó a la maquinaria fabril por pri mera vez. El Fondo de Cultura Económica editó la obra en es pañol con el título Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones en 1958; la primera reimpresión de este clásico de la economía está progra mada para 1978.
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a Smith como el fundador de su disciplina y como un genio importante. Mientras tanto, el autor re gresó a Escocia y en 1778 fue nombrado comisio nado de aduanas, un puesto que había desempe ñado su padre. Su muerte en 1790 pasó casi desaper cibida para sus contemporáneos. Adam Smith no vivió una vida de aventuras. Cuando tenía tres años de edad fue raptado durante pocas horas por una banda de gitanos, y ya adulto se enfrentó brevemente a un ladrón, pero por lo demás tuvo pocas aventuras. Como suele suceder, era distraído. Una mañana dominical, cuando pa seaba por su jardín en Kirkaldy vistiendo una toga, se perdió en su concentración y tomando un camino equivocado caminó veinticinco kilómetros hasta Dunfermline, antes de que las campanas de la iglesia interrumpieran sus pensamientos. Pero a pesar de la personalidad gris de su autor, la Rique za de las naciones es un gran libro porque resolvió el problema fundamental de la filosofía social de su época. E l PROBLEMA DE LA FILOSOFÍA SOCIAL: ORDEN O CAOS EN LA SOCIEDAD
El problema fundamental de la filosofía social del siglo x v iii consistía en determinar cómo surge el orden social del caos potencial de una sociedad individualista. El problema surgía porque la eco nomía de mercado en expansión, que penetraba pro fundamente en la vida diaria de hombres ordi narios, estaba eliminando gradualmente los patro nes medievales de la posición social y las obliga ciones definidas.
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En la época medieval cada persona tenía su lugar como parte de uno o más grupos organi zados, cada uno de ellos con sus derechos y obliga ciones. El señor y el campesino, el molinero y el sacerdote, formaban parte de una comunidad al deana que continuaba funcionando sobre la base de obligaciones tradicionales y a menudo hereda das hacia los demás. El artesano y el comerciante eran miembros de gremios y ciudadanos de pue blos, y cada uno tenía su lugar y función, por lo menos en teoría si no en la práctica, basados en la carta constitutiva del gremio o el pueblo. La doctrina religiosa sostenía que había una ley na tural universal, ordenada por Dios, que funda mentaba el orden de la naturaleza y el orden de la sociedad. Si muchos hombres trabajaban para mantener a pocos que gobernaban y peleaban, mientras otros rezaban, ello era así porque Dios había creado un orden social destinado a la eje cución de todas esas tareas necesarias. Pero el sistema social medieval estaba desapare ciendo rápidamente, y para mediados del siglo xvm había desaparecido ya en gran medida en las ciu dades bulliciosas como Londres, orientadas hacia el comercio internacional, la banca y las finanzas, y la ganancia de dinero. ¿Qué habría de tomar el lugar de un sistema social de grupos organiza dos y de derechos y obligaciones establecidos? ¿Po dría funcionar una sociedad compuesta sólo de unidades individuales —y además egoístas— que seguían sus propios impulsos y trataban de supe rar a los demás? ¿De qué manera podría lograrse la armonía social en este ambiente de caos indivi dualista?
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in d iv id u a l is m o e n l a vida in g l e sa
En el siglo x v iii, Inglaterra era una sociedad abier ta en casi todos los aspectos de la vida, fuera de la política. La iniciativa y la innovación indi viduales se estaban volviendo fenómenos masivos. En las artesanías y las bellas artes, era la edad de oro de la alfarería y de los grandes fabri cantes de muebles como Chippendale y Sheraton. La pintura inglesa alcanzaba sus mayores al turas con Gainsborough, Reynolds, Romney y otros, y Handel componía sus grandes oratorios. Apare cieron formas nuevas de la literatura: la novela (el Robinson Crusoe de Defoe, la Pamela de Richardson, y el Tom Jones de Fielding); la biografía de tipo nuevo (Life of Samuel Johnson de Boswell); la historia popular (History of England de Hu me y Decline and Fall of the Román Empire, de Gibbon), y el ensayo periódico (los de Addison y Steele que aparecían en The Tatler y The Spectator). Se fundaron en Londres los primeros pe riódicos diarios, y apareció la primera revista men sual. El Imperio Británico se extendió por la adqui sición de Canadá, Gibraltar, Malta y Ceilán. Ro bert Clive y W arren Hastings lograron la supre macía británica en la India. El capitán James Cook exploró el Pacífico desde Australia y Nueva Zelanda hasta California y Hawai durante más de un decenio. George Vancouver exploró la costa noroccidental de América. James Bruce penetró en África con una expedición audaz y encontró la fuente del Nilo Azul. Se arrebató a principios del siglo la supremacía comercial y naval a los ho
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landeses, y Londres remplazó a Amsteidam como el centro principal del transporte marítimo y las finanzas de Europa. Los cambios tecnológicos estaban echando los cimientos del industrialismo. La industria textil del algodón se transformó por una serie de inno vaciones que crearon la forma moderna de la manufactura de telas, iniciaron la Revolución In dustrial, e hicieron de Lancashire y Liverpool gran des centros manufactureros y marítimos. En 1738, John Kay inventó una “lanzadera volante” que aceleraba en gran medida el tejido y creaba una escasez de hilo. Esto condujo al desarollo de una máquina hiladora, a mediados del decenio de 1760, por James Hargreaves, un tejedor y carpintero analfabeto. Pocos años más tarde apareció una má quina hiladora mejorada, desarrollada por Richard Arkwrigth, ex peluquero. Para 1779, Samuel Crompton, hijo de un pequeño agricultor, había perfec cionado una “muía” hiladora,* que podía producir el hilo más fino en cantidades mucho mayores que antes. A Crompton le robaron su invento y murió en la miseria, pero dio su mayor impulso a la industria textil del algodón de Inglaterra. La ca pacidad de producción de hilo en cantidades ma yores aumentó enormemente la demanda de al godón, y en los Estados Unidos Eli Whitney des arrolló la despepitadora, que en forma mecánica lim piaba la mota de algodón. Aumentó grandemente el cultivo de algodón en todo el mundo, y lo mis mo ocurrió con el sistema de plantaciones con es clavos de los Estados Unidos. Las innovaciones industriales habían sido pre * Hiladora intermitente (Ed.).
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cedidas por el desarrollo de maquinaria y métodos nuevos en la agricultura. Jethro Tull, un agri cultor distinguido, desarrolló a principios del si glo x v iii un taladro para plantar semillas e intro dujo la práctica de la siembra en hileras. Charles Townshend, abuelo del benefactor de Adam Smith y un estadista prominente, se retiró de la vida po lítica en 1730 para dedicar su tiempo al desarrollo de cultivos nuevos, sobre todo cultivos forrajeros como el nabo y el trébol. Fue éste un avance im portante: antes, la tierra debía permanecer en bar becho para recuperar su fecundidad, pero ahora podría producir cultivos forrajeros y “descansar” todavía durante un año. Robert Bakewell, otro agricultor de éxito, desarrolló técnicas de cruza e introdujo métodos mejorados de administración ganadera. Arthur Young, el gran autor de libros sobre agricultura, se pasó la mayor parte de su vida difundiendo los nuevos métodos y defendien do los cercamientos como algo necesario para su adopción. Las nuevas técnicas agrícolas requerían granjas más grandes, más capital, y campos cerca dos, de modo que de 1760 a 1830 los campos abier tos de Inglaterra se rodearon cada vez más de cercas y fosos. Las granjas pequeñas y las tierras comunales de las aldeas desaparecieron para crear superficies de cultivo más grandes. La mayor pro ducción agrícola y los menores costos de producción significaban que un número mayor de personas podría unirse a la fuerza de trabajo de las cre cientes ciudades industriales. Estos fueron sólo algunos de los eventos princi pales y de los personajes más importantes asocia dos con ellos. Miles de otros hombres que se des empeñaban en el comercio y la industria, la agri
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cultura, la exploración y la construcción de impe rios, las artes, y otros aspectos de la vida inglesa, aprovecharon las oportunidades con iniciativa e imaginación. Muchos de ellos eran de humilde origen. Aun en la política, el último bastión del privilegio, algunos recién llegados como Edmund Burke pudieron labrarse posiciones de prominencia y poder. Éste era el lado práctico, ordinario del proceso social que los filósofos como Smith trataban de analizar. Los filósofos podían ver por todos lados una economía en fermentación, donde el cambio estaba a la orden del día. Se estaban haciendo progresos a causa de los esfuerzos individuales de miles de hombres que actuaban por su propia cuen ta. No parecía haber orden ni razón detrás del proceso; la humanidad estaba avanzando sin du da, quizá con vacilaciones, pero siempre hacia adelante, hacia lo que parecía ser un mundo me jor. En un sentido había un problema teórico por resolver: ¿cuáles eran los principios que produ cían relaciones sociales ordenadas en una sociedad individualista, competitiva, cambiante? En otro sentido, el problema era enteramente práctico: ¿im pedirían o promoverían el progreso de tal sociedad la regulación y el control gubernamentales? L a LEY NATURAL EN LA CIENCIA Y LA TEORIA POLÍTICA
Una nueva visión del mundo estaba emergiendo en tiempos de Adam Smith, y dentro de su marco los escritores de ciencias sociales empezaban a cons truir explicaciones nuevas de las relaciones huma nas y sociales. El Renacimiento (siglos xv y xvi)
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introdujo un punto de vista racional, científico, la Reforma (siglo xvi) debilitó grandemente las explicaciones religiosas de los fenómenos naturales y sociales. En los siglos x v ii y x v iii, el desarrollo de la ciencia y de las matemáticas fortaleció en gran medida las explicaciones naturalistas por opo sición a las teológicas y condujo a la elaboración de teorías donde las solas fuerzas naturales bastaban para explicar los acontecimientos. El mayor de los adelantos en las ciencias natu rales fue logrado por el físico inglés Isaac Newton (1642-1727). Su obra Mathematical Principies of Natural Philosophy (1687) representaba un univer so mecánico que operaba bajo la influencia de las leyes naturales básicas del movimiento, la gravi tación, y la conservación de la energía para al canzar un balance de fuerzas, o equilibrio, donde todos los objetos tenían su lugar correcto. Era ésta una gran teoría cuya validez se demostró ante la opinión pública por el regreso del Cometa Halley en 1759, como lo había pronosticado Edmund Halley tras de calcular su órbita en 1682. Otras ciencias se desarrollaron también con base en las leyes naturales. Robert Boyle descubrió en 1660 que el volumen de un gas varía inversamente con la presión. Antoine Lavoisier demostró la ley de la conservación de la materia mediante un aná lisis químico cuantitativo: la materia cambia de forma pero no de cantidad. En la biología, William Harvey descubrió y demostró la circulación de la sangre; y en el siglo x v iii se hizo hincapié en la regularidad de la naturaleza cuando se cla sificaron en forma sistemática las formas vegetales y animales en grupos interrelacionados, por botá nicos y zoólogos. y
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La teoría política fue la primera de las áreas de las ciencias sociales que hizo hincapié en la ley natural, la regularidad y el equilibrio. Hugo Grocio (1583-1645), el teórico del derecho holandés y padre del moderno derecho internacional, enunció las ideas básicas. Grocio postuló que los seres hu manos son inherentemente seres sociales y no pue den sobrevivir sin alguna forma de organización social. Por lo tanto, decía Grocio, deben satisfa cerse ciertas condiciones mínimas, o ciertas leyes naturales de la sociedad, para que pueda existir la sociedad humana. Grocio enumeró las condi ciones naturales de la sociedad como la seguridad de la propiedad, la buena fe y los tratos justos, y la correspondencia entre los esfuerzos y las recom pensas individuales. Sin embargo, fue en Inglaterra donde se desarro llaron en mayor medida las teorías del Estado ba sadas en el derecho natural. Durante los siglos x v ii y xvm, los ingleses se ocuparon de cambiar una monarquía que pretendía la autoridad absolu ta basada en un derecho divino por un gobierno constitucional basado en el consentimiento de los gobernados. La teoría clásica de la democracia sur gió de los acontecimientos y del debate. Los hombres son inherentemente egoístas, se de cía, y crean gobiernos para proteger sus derechos naturales como individuos: la vida, la libertad y la propiedad. Un defensor de la monarquía abso luta, Thomas Hobbes (1588-1679), argüía en favor del absolutismo alegando que entre mayor fuese el poder ejercido por el soberano más eficaz sería la restricción social del elemento egoísta, comba tivo, de la naturaleza humana. En cambio, John Locke (1632-1704) sostenía que el orden y la li
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bertad son compatibles: los hombres crean gobier nos para evitar el caos y preservar sus derechos naturales, pero el poder absoluto no se concede a nadie. La función del Estado consiste en impo ner las leyes de la naturaleza y castigar sus infrac ciones, y las leyes de la naturaleza son superiores aun a los actos del Estado. Dentro de esta estruc tura, afirmaba Locke, podía darse rienda suelta a la acción individual. A estos fundamentos de la teoría democrática, Locke y sus seguidores aña dieron la teoría del gobierno de la mayoría: los intereses de cada uno en la preservación del orden eran en esencia similares, y el método más adecuado para determinar el bien común es la toma de de cisiones por la mayoría. Sólo el individuo puede saber lo que más le conviene, y si bien un individuo puede equivocarse en un caso cualquiera, resulta muy improbable que el consenso de un grupo gran de esté seriamente equivocado. Por último, el fi lósofo judío Baruch Spinoza (1632-1677) agregó el último eslabón de la filosofía política liberal: son necesarios los contrapesos dentro del gobierno para atemperar el poder con la justicia, y los teó ricos políticos ingleses incluyeron rápidamente esa idea en la teoría democrática. A principios del siglo x v iii, los filósofos polí ticos ya habían desarrollado una teoría de la de mocracia liberal basada en los preceptos del dere cho natural. Un análisis de la economía en tér minos similares era el tópico siguiente en la agenda. Hacia mediados del siglo, varios autores intentaron sin éxito la elaboración de tratados sistemáticos de las leyes naturales de la vida económica y su re lación con la libertad individual y la acción gu bernamental. Adam Smith dirigió sus esfuerzos
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precisamente a este problema de la filosofía social. El resultado fue La riqueza de las naciones. El
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Adam Smith defendía un “sistema de libertad natural”, donde cada individuo quedara en liber tad de desplegar y avanzar sus propios intereses. Este sistema, decía Smith, se traduciría en la ma yor riqueza para el individuo y para la sociedad. En realidad, el esfuerzo mismo del individuo por servirse a sí mismo produciría beneficios máximos para el conjunto de la sociedad y para otros indi viduos. Éste era el principio sencillo que permi tiría el desarrollo del orden social en una sociedad individualista. Los defensores del mercantilismo y la regula ción gubernamental habían supuesto que los de seos egoístas de los individuos producirían menos riqueza para todos, a menos que las acciones hu manas fuesen reguladas y controladas. Más para mí significa menos para ti, tal era el supuesto, a menos que los esfuerzos personales se orientaran hacia la obtención de más para todos. Este argumento está errado, afirmaba Smith. Si yo quiero algo de ti debo producir algo que tú desees y cambiarlo por lo que tú tienes. Los dos nos beneficiamos, porque ambos damos algo de menor valor para nosotros que el producto recibido a cambio; en consecuencia, el bienestar de ambos aumenta en relación con la situación inicial. No es la benevolencia del carnicero, del cerve cero o del panadero la que nos procura el alimento,
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sino la consideración de su propio interés. No invoca mos sus sentimientos humanitarios sino a su egoísmo; ni les hablamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas. Según Smith, el interés propio en una sociedad libre conducirá al progreso y el crecimiento más rápidos que un país pueda alcanzar. Los hombres ahorrarán para mejorar sus propias posiciones, y al obrar así añadirán más capital a los recursos del país. Emplearán ese capital en la forma más ren table, y al obrar así producirán las cosas más de seadas por los demás. Aun cuando las leyes y re gulaciones impidan la libertad para invertir, estas motivaciones serán tan fuertes que todavía lleva rán al crecimiento y la riqueza: El esfuerzo uniforme, constante e ininterrumpido de cada hombre por mejorar su condición, el principio del que se deriva originalmente la opulencia pública y nacional, al igual que la privada, es con frecuencia suficientemente poderoso para mantener el progreso natural de las cosas hacia el mejoramiento, a pesar de la extravagancia del gobierno y de los peores errores de la administración. En opinión de Smith, el gobierno es el obstáculo principal para el progreso económico. En el sistema de la libertad natural sólo hay tres funciones legí timas para el gobierno: el establecimiento y man tenimiento de una recta administración de justi cia, la defensa nacional, y “ ...establecer y soste ner aquellas instituciones y obras públicas [que por su costo nunca podría interesar] a un indi viduo o a un corto número de ellos”. Sin embargo, Smith no incluía muchas instituciones en esta cate
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goría: caminos y comunicaciones, muy bien, pero su costo debiera ser pagado por el usuario a través de peajes, y no por el contribuyente general. La educación y la instrucción religiosa, quizá; su bene ficio era general pero podrían ser ofrecidas por la empresa privada o financiadas con contribuciones voluntarias tanto como por el gobierno. Toda otra actividad gubernamental sería más dañina que benéfica, aunque se basara en los motivos más no bles: Todo sistema que trate . . . de canalizar hacia una especie particular de industria una porción del capital de la sociedad mayor de la que recibiría naturalmen te . . . retarda, en lugar de acelerar, el progreso de la sociedad hacia la riqueza y grandeza verdaderas.
Aunque Smith se oponía claramente a la activi dad gubernamental, no debe suponerse que estaba i favor de que se diese rienda suelta a los negocios. Advertía la tendencia de los empresarios a conspirar :>or su propio beneficio en contra del público: Quienes se dedican a una misma actividad se reúnen raras veces, aun para divertirse, pero la conversación termina en una conspiración en contra del público, o en alguna connivencia para aumentar los precios.
»in embargo, Smith no temía al monopolio. Vivía :n una época más simple que la nuestra, antes leí crecimiento de las grandes empresas y las dantas industriales gigantescas. El único ejemplo le producción industrial que se encuentra en su ibro es una fábrica de alfileres que empleaba cera de dos docenas de trabajadores artesanales. En •sa época, el capital requerido para la iniciación
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de casi cualquier actividad era pequeño, la tecno logía era simple y al alcance de todos, y el mono polio sólo existía cuando el gobierno concedía y protegía privilegios especiales. Smith confiaba en que ningún monopolio privado podría durar mu cho tiempo sin la protección del gobierno; los be neficios monopólicos alentarían de inmediato la competencia, lo que destruiría el monopolio. El m e r c a d o a u t o c o n t r o l a d o
Si el interés propio era la fuerza conductora de la economía, el mecanismo mediante el cual fun cionaba era un sistema de mercados que se ajus taban solos. La competencia entre vendedores que se esforzaban por obtener beneficios se traduciría naturalmente en un patrón de producción adecua do a las necesidades y los deseos de los consumido res, mientras que los beneficios se mantendrían en una cantidad mínima apenas suficiente para mo tivar a los productores. Según Smith, cada bien tiene un precio “natu ral”. En las sociedades primitivas ese precio se de termina por la cantidad de trabajo necesaria para la producción. En las sociedades más avanzadas, donde se ha desarrollado la propiedad privada, el precio natural depende de los costos de producción, o sea la cantidad que debe pagarse por concepto de salarios, rentas y beneficios. Siempre que el precio de mercado de un bien difiera de su precio natural, se ponen en movimiento fuerzas del mer cado para corregirlo. Como explica Smith: Cuando el precio de una cosa es ni más ni menos que el suficiente para pagar la renta de la tierra, los
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salarios del trabajo y los beneficios del capital em pleado en obtenerla, prepararla y traerla al mercado, de acuerdo con sus precios corrientes, aquélla se vende por lo que se llama su precio natural. El artículo se vende entonces por lo que precisa mente vale o por lo que realmente le cuesta a la persona que lo lleva al mercado...... Cuando la cantidad de una mercancía que se lleva al mercado es insuficiente para cubrir la demanda efec tiva, es imposible suministrar la cantidad requerida por todos cuantos se hallan dispuestos a pagar... Al gunos de ello s... estarán dispuestos a pagar más por ella. Por tal razón se suscitará entre ellos inme diatamente una competencia, y el precio de mercado subirá... Cuando la cantidad llevada al mercado excede a la demanda efectiva, no puede venderse entonces toda ella entre quienes estarían dispuestos a pagar el valor completo de la renta, salarios y beneficio que costó la m ercancía... El precio de mercado bajará. Estos cambios del precio ponen en m ovim iento im bios correspondientes en la cantidad producida, uando el precio de m ercado de un bien es mayor ue su precio natural, se producirá más de ese bien se llevará al mercado. En cam bio, la producción ijará cuando el precio del mercado esté por deijo del precio natural y cuando, por ende, no ledan pagarse a sus tasas naturales los recursos ipleados en la producción. Smith describe tamén cóm o responde la producción a las relaciones precios: Homo la cantidad de cualquier mercancía que se llera al mercado se ajusta por sí misma a la demanda fectiva... Si alguna vez las remesas de mercaderías
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exceden la demanda efectiva, alguna de las partes com ponentes del precio se pagará por abajo de su tasa natural. Si la porción afectada es la correspondiente a la renta de la tierra, el interés de los dueños les induci rá a destinar parte de sus fincas a producir otros ar tículos y si es el salario o el beneficio, el interés de los trabajadores, en uno de los casos, y el de los patronos, en el otro, les inducirá a retirar rápidamente una parte de su trabajo o del capital de este empleo. De este modo la cantidad que se ofrece en el mercado será, en poco tiempo, insuficiente para cubrir la demanda efec tiva, y todas las diferentes partes de su precio volve rán a su nivel natural y el precio global a su precio también natural. Si, por el contrario, la cantidad llevada al mercado fuese, en ocasiones inferior a la demanda efectiva, al guna de las partes componentes de su precio se elevaría por encima de su nivel natural. Si es la renta, el interés de todos los demás terratenientes hará que dediquen más tierra para el cultivo de ese fruto; si es el salario o el beneficio, el interés de los otros trabajadores y negociantes les obligará pronto a em plear más trabajo y más capital en la preparación de la mercancía y en el acarreo al mercado. La cantidad de mercancías ofrecidas a los compradores pronto será suficiente para satisfacer la demanda efectiva, todos los componentes del precio bajarán pronto a su tasa natural, y el precio global a su precio natural. El precio natural viene a ser, por esto, el precio central, alrededor del cual gravitan continuamente los precios de todas las mercancías. Contingencias diversas pueden a veces mantenerlos suspendidos, durante cier to tiempo, por encima o por debajo de aquél; pero, cualesquiera que sean los obstáculos que les impiden alcanzar su centro de reposo y permanencia, continua mente gravitan hacia él. De este modo, el conjunto de actividades desarro-
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liadas anualmente para situar cualquier mercancía en el mercado, se ajusta en forma natural la demanda efectiva. Claro está, se procura llevar siempre al mer cado la cantidad precisa y suficiente para cubrir con exactitud, sin exceso alguno, esa demanda efectiva.
En los dos últimos siglos se ha añadido poco a esta descripción del equilibrio del mercado. Los eco nomistas contemporáneos usan el término de pre cio normal, en lugar del de precio natural, y enun cian con mayor cuidado las condiciones exactas en que tal precio prevalece. Se ha desarrollado un análisis mucho más complejo de los costos de pro ducción, y el proceso mediante el cual responde el nivel de producción ha sido analizado con mayor detalle. Pero las descripciones básicas de la forma en que la oferta y la demanda determinan un pre cio de equilibrio, en que la competencia empuja ese precio hacia un nivel que apenas cubra los costos de producción (y en que la producción res ponde a la demanda, han permanecido fundamen talmente inmutables en los escritos de generacio nes sucesivas de economistas. El análisis hecho por Smith de la economía de mercado autocontrolado tenía una importancia enorme. Mostraba dicho análisis que la produc ción se ajustará en forma automática al patrón de la demanda de consumo, cualquiera que sea esa demanda y como quiera que se desplace y cambie. Mostraba que la competencia entre vendedores ha rá bajar los precios hasta el nivel más bajo posible compatible con la continuación de la producción a niveles satisfactorios para los consumidores. Mos traba que los recursos se asignarán en la forma más eficiente y económica, empleando como crite
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7i rio de la eficiencia y la economía la satisfacción de las necesidades del consumidor a los precios más bajos posibles compatibles con la continuación de la producción a los niveles deseados. Y mos traba que todo esto podría lograrse mediante la libre operación de las fuerzas del mercado, sin interferencia ni dirección del gobierno ni de nin guna otra agencia de administración económica. Sin embargo, Smith hacía hincapié en que estos resultados ideales podrían impedirse por los obs táculos a la libertad plena de la actividad econó mica, como los "secretos en las manufacturas”, los “secretos en el comercio”, la “singularidad del sue lo y la situación”, el “monopolio”, y “todas las le yes que restringen ... la competencia”. Smith se oponía particularmente al monopolio en todas sus formas, y algunos de sus comentarios más agudos se refieren a los males del monopolio: Los monopolistas manteniendo siempre bajas las disponibilidades de sus productos en el mercado, y no satisfaciendo jamás la demanda efectiva, venden sus géneros a un precio mucho más alto que el natural, y elevan por encima de la tasa natural sus ganancias, bien consistan éstas en salarios o en beneficios. El precio de monopolio es, en todo momento, el mayor que se puede exprimir a los compradores.
Cualquiera que sea la fuente de las restricciones a la libertad económica que llevan al monopolio —el gobierno, la empresa, o la mano de obra—, recibirá la reprobación de Adam Smith.
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ADAM SMITH DOS RESERVAS
Conviene advertir aquí dos limitaciones del aná lisis del mercado libre hecho por Smith. Estas limitaciones constituyeron el meollo de las crí ticas elaboradas por los socialistas del siglo xix, y las teorías de economistas posteriores no las han superado satisfactoriamente. La primera limitación se refiere a la naturaleza de la “demanda efectiva” y a su dependencia del patrón de la distribución del ingreso. Es correcto el argumento de que la producción se adaptará al patrón de la demanda de consumo, pero si la distribución del ingreso es muy desigual, ese patrón proveerá mucho al rico y poco al pobre. Si la distribución del ingreso no es correcta y adecuada, :le poco sirve argüir que la producción sea efi:iente y económica. Si la distribución del ingreso istá errada, el patrón de la producción también o estará, por eficiente que sea el funcionamiento leí mercado libre para igualar la producción con a demanda. Este problema básico fue planteado :asi de inmediato por los socialistas surgidos de la >rimera Revolución Industrial, y poco después lo onvirtió Karl Marx en una teoría del derrumbe leí capitalismo. Las generaciones posteriores de conomistas han tratado de ofrecer respuestas al >roblema —con mayor éxito en el período de 1890 1910—, pero sus resultados no han sido del todo atisfactorios. La segunda limitación, estrechamente relacionada on la de la justicia económica, se refiere a la proiedad privada de la tierra y el capital. Adam Smith, >mo buen liberal económico, apoyaba la institu
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ción de la propiedad privada como algo natural y necesario para la preservación de los incentivos eco nómicos. Sin embargo, concedía esta necesidad sólo en las sociedades avanzadas. En la sociedad primi tiva sólo el trabajo necesita una remuneración como factor productivo, y el costo de producción consiste sólo en los salarios. En las sociedades avanzadas, la renta de la tierra y el beneficio del capital se con vierten en parte de los costos de producción. En el caso de la renta y el beneficio, los costos de pro ducción son claramente productos de la organiza ción social, no fenómenos naturales en el mismo sentido que el trabajo humano y la motivación del interés propio. Esta reserva echaba a perder el gran esquema de Smith acerca de un equilibrio de fuerzas naturales en el mercado. Los socialistas pronto se dieron cuenta de las de ficiencias de la lógica de Smith. Sólo una remune ración al trabajo era natural, sostuvieron, y el estado natural de la sociedad sólo se recobraría cuando todo el valor de la producción se entregase al tra bajo mediante la propiedad social de la tierra y del capital. Entonces podría alcanzarse también la jus ticia económica, porque todo el producto de la sociedad iría a manos de quienes trabajaban, y el patrón de la demanda efectiva no se vería distor sionado por un ingreso no ganado. En capítulos posteriores exploraremos en mayor detalle el diá logo sostenido a propósito de la justicia económica por los críticos y los defensores del orden existenté.
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E l c r e c i m i e n t o e c o n ó m ic o
Adam Smith no le interesaban primordialQte estas cuestiones de la justicia de la distri:ión del ingreso, que no se convirtieron en tóds importantes para los economistas sino dess del surgimiento del socialismo. Smith se inteba mucho más por el crecimiento económico y vanee de la sociedad a niveles más altos, lo que bién explicó en términos de las motivaciones lanas inherentes en la psicología del individuo, nodo que eran inevitables y naturales en una idad libre. gún Smith, el “progreso de la opulencia” es el Itado directo de tres factores: división del tra, ampliación de los mercados y acumulación rapital. A medida que la productividad aumenDr el efecto de estos factores, “una abundancia ral se difunde por todos los niveles diversos i sociedad”. especialización en la producción y la división rabajo se basan en una “propensión a permuintercambiar una cosa por otra” que según i es inherentemente humana. Sólo los humanuestran esta propensión: “nadie vio jamás írro haciendo un intercambio justo y delibera: un hueso por otro con otro perro”. Además, isma inclinación psicológica que lleva a los res a comerciar, y por ende origina la espeición, los vuelve dependientes unos de otros; jendra así el complejo tejido social de la ecol de mercado. Sin embargo, ésta es una con>n obsoleta: el economista moderno sostiene )s hombres se especializan en la producción
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de una cosa, en lugar de tratar de producir todo lo que necesitan, porque así aumentan su produc tividad y sus ingresos. Así como el intercambio origina la especialización y la división del trabajo, afirmaba Smith, “la extensión de esta división debe estar limitada siem pre ... por la extensión del mercado”. Cuando el mercado es pequeño, nadie puede dedicarse a producir un solo bien. Pero cuando el mercado se expande, los hombres podrán especializarse y obtener así las ventajas de una eficiencia incre mentada. Los mercados más amplios conducen a la mayor especialización, la productividad mayor y la riqueza incrementada, y al uso del dinero en un esfuerzo por superar las dificultades del trueque en un sistema de relaciones de intercambio com plejas. Nada de este crecimiento económico puede ocu rrir sin grandes cantidades de capital, reunidas por el ahorro y empleadas para aumentar la pro ductividad y promover una especialización y una ampliación de los mercados mayores aún. La acu mulación del capital se consideraba la clave de la expansión económica. Pero todo el proceso dependía de la seguridad de la propiedad: En todos aquellos países en los que reina una ra zonable seguridad, no hay hombre de mediano ta lento que no procure emplear todo el capital que pueda conseguir, bien en proporcionarse un goce ac tual, o un beneficio futuro . . . El hombre que en un país seguro no emplea el capital de que dispone en una de estas dos formas, bien le pertenezca directa mente o lo consiga por vía de préstamo, es realmente un insensato.
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En todos aquellos infortunados países cuyos habi tantes se ven continuamente expuestos y sacrificados a la violencia de quienes ocupan una posición supe rior, es cosa muy frecuente enterrar y esconder una gran parte de su fortuna . . . práctica frecuente en Turquía, en el Indostán y en la mayor parte de los gobiernos de Asia.
Smith sabía bien que el crecimiento económico produce el cambio y la diversidad. A medida que el capital se acumula, el progreso natural de la opulencia pasa de la agricultura a la manufactura y luego al comercio, y la sociedad rica muestra la prosperidad en estas tres áreas. Una agricul tura en desarrollo origina el crecimiento de los pue blos, los que a su vez ofrecen un mercado mayor para los productos agrícolas, y una sociedad ur bana y rural desarrollada ofrece mayores opor tunidades para el comercio y el transporte. El co mercio incrementado estimula aún más las manu facturas y la producción agrícola especializada para la exportación. La población aumenta al crecer la productividad, lo que facilita una expansión ma yor aún del mercado y estimula más aún la espedalización y la acumulación de capital. Por este proceso avanza la economía hacia nive les de desarrollo cada vez más altos, elevando con sigo todo el orden social. Pero al mismo tiempo mantiene el equilibrio ordenado del mercado que tiende continuamente hacia un patrón de produc:ión adecuado a la demanda efectiva. El sistema le la libertad natural produce un equilibrio de iuerzas que avanza siempre hacia la opulencia.
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L a a p o r t a c ió n d e S m ith
El análisis de la economía de mercado hecho por Smith hacía hincapié en que el individualismo se traducía en orden, no en caos. Aunque cada per sona compite con todas las demás por la riqueza y el beneficio, su misma competencia desata fuer zas del mercado que conducen a un incremento ordenado de la riqueza del país. El deseo de la pros peridad, aunado a una tendencia natural hacia el comercio y el intercambio, conduce a la especiali zación, la inversión de capital, y el crecimiento económico estable. La economía libre sirve al in dividuo, cuyos deseos y necesidades se satisfacen por la tendencia natural de los productores a fabricar y vender lo que deseen los consumidores. Por lo tanto, se maximiza el bienestar de la comunidad. El dilema moral de escritores anteriores se resol vía con el análisis de Smith, porque ya no había conflicto entre los beneficios individuales y sociales. Toda la estructura descansaba en el juego libre, competitivo, del egoísmo individual. Smith mos traba que las motivaciones alabadas por Mandeville medio siglo antes constituían la fuente del crecimiento económico, el orden social y el bienes tar general. El camino hacia la hermandad —por lo menos en los asuntos económicos— pasa por el egoísmo competitivo. Adam Smith proveía así a los filósofos sociales y a los moralistas de respuestas a los problemas que habían quedado sin solución durante un siglo. Además, Smith dotaba a los economistas futuros del marco analítico de la ciencia de la economía. Su visión de un equilibrio de mercado competí-
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tivo que sigue una ruta de crecimiento hacia la riqueza y la abundancia definía los problemas que la ciencia de la economía ha afrontado desde en tonces. Su formulación de las soluciones —el mer cado autocontrolado y el proceso de la acumula ción de capital— fue el punto de partida de un complejo sistema teórico que los economistas pos teriores han precisado con lujo de detalles. La contribución puramente científica de Smith ha sido enorme y, en su estructura básica, su marco sigue siendo el corazón de la economía científica. Se advierte sin dificultad por qué La riqueza de las naciones es uno de los grandes libros de la civilización Occidental. Por una parte es una polé mica escrita para su propia época y dirigida en contra de las prácticas y políticas de gobierno en tonces existentes. Por la otra, es un tratado filo sófico que se ocupa de problemas fundamentales del orden y el caos en la sociedad humana. Por último, es un tratado científico que analiza los principios de acuerdo con los cuales funciona el sistema eco nómico. Los tres tópicos están tan estrechamente ligados que ningún aspecto del argumento se man tiene por sí solo, sino que cada uno de ellos apoya a los demás. El libro es una amalgama fascinante de ideología, filosofía y análisis científico.
IV. LA ECONOMÍA CLÁSICA fundó una "escuela” de economía. Particularmente fuertes en Inglaterra, los seguidores de Smith dominaron el campo en Europa y los Estados Unidos durante casi un siglo. Represen taron el enfoque ortodoxo a los problemas y la po lítica económicos hasta el último cuarto del si glo xix y estaban unidos por su aceptación del liberalismo de Smith y de su sistema de la libertad natural. Su sistema analítico se fundaba en el equilibrio descubierto por Smith de la oferta y la demanda en mercados competitivos, y en ge neral estaban a favor de la libertad de acción para la empresa y de fuertes limitaciones para el go bierno. Eran intemacionalistas y defendían el li bre comercio y el libre movimiento del capital. “Economía clásica” es el nombre que suele darse a este estilo de pensamiento. Además de Smith, cuatro economistas hicieron contribuciones importantes al sistema clásico. Fue ron ellos Thomas R. Malthus, David Ricardo, Jeremy Bentham y Jean Baptiste Say. Estos autores trataron de analizar la economía en términos de unos cuantos principios básicos, ya que trabajaron sobre todo durante el turbulento primer cuarto del siglo xix, cuando la economía mundial bullía con los cambios generados por la guerra, la revolución, el cambio económico, el crecimiento demográfico, las tecnologías nuevas y las revueltas políticas. Al obrar así, convirtieron la economía en la primera “ciencia” social.
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LA ECONOMÍA CLÁSICA I n g l a t e r r a a n t e l a R e v o l u c ió n F r a n c e sa
Acababa de publicarse La riqueza de las naciones de Adam Smith cuando se inició una época de re voluciones, las grandes revoluciones políticas y so ciales de las colonias norteamericanas y más tarde de Francia que barrieron con el último vestigio del feudalismo europeo y del orden aristocrático antiguo. Había en Inglaterra muchas simpatías por los revolucionarios norteamericanos, pues mu chos ingleses sentían que su propia sociedad con servaba vestigios indeseables del antiguo orden. Una de las razones del éxito de la Revolución America na fue sin duda alguna la oposición de los liberales ingleses a la continuación de la guerra. La reforma política era una cuestión particularmente delicada en Inglaterra, porque muchos miembros del Par lamento representaban distritos escasamente po blados, mientras que algunas ciudades grandes, que surgían a resultas del cambio económico, no te nían representante alguno. Muchos ingleses se mostraron favorables a la Revolución Francesa también. Pensaron que lle varía la democracia a Francia, desarrollaría una sociedad similar a la de Inglaterra, y establecería la paz entre dos naciones que habían estado en guerra intermitentemente durante más de cien años. Charles James Fox, líder del partido liberal whig, elogió la toma de la Bastilla, llamándola el “acon tecimiento más grande ... que jamás haya ocurrido en el mundo”. Aun William Pitt, el primer ministro tory pensó que la Revolución haría que Francia se asemejase más a Inglaterra, y pronosticó quince años de paz y tranquilidad entre las dos naciones.
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Por supuesto, hubo conservadores que se opu sieron a la Revolución Francesa desde el principio. Por ejemplo Edmund Burke, en su libro Reflections on the French Revolution (1790), se opuso al tratamiento dado al rey y los aristócratas fran ceses por la plebe, y temió que la libertad, la justicia y el orden fueran destruidos por el cre ciente radicalismo de las “puercas multitudes”.1 Cuando se inició el Reinado del Terror, la opi nión británica pasó a apoyar la posición conserva dora. Los líderes intelectuales que estaban a favor de la Revolución —como Thomas Payne, quien escribió The Rights of Man en 1790, como una respuesta a Burke— se vieron desacreditados. Al gunos de ellos cambiaron de opinión para apoyar la posición conservadora. El primer ministro William Pitt había llegado al poder con una plata forma de reforma social y económica, pero viró hacia una política de conservadurismo sin conce siones. En cierto momento expresó: “Observando que las consecuencias más lamentables se han pro ducido allí donde han ocurrido los cambios mayo res ... y ... observando que en este sacudimiento general la constitución de la Gran Bretaña ha per manecido pura e inmutable en sus principios vi tales ... me parece justo declarar mi opinión más firme en el sentido de que... aun el cambio más in significante en tal constitución debe considerarse 1 El título de este libro ha sido tomado de un pasaje de las Reflections de Burke: "La época de la caballero sidad ha muerto, la de los sofistas, economistas y calcu ladores ha tomado su lugar, y la gloria de Europa se ha extinguido para siempre”. Ya en esa época se consideraba al economista como un reformador liberal.
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:omo un mal.” La política del gobierno británico >e centró en el mantenimiento del statu quo, en la resistencia a la reforma y —lo que es peor— en '.a supresión de los puntos de vista liberales. Cuando se iniciaron las guerras con Francia, se :omó acción legal en Inglaterra para “impedir la ieslealtad”. En 1795 se suspendió por cinco años a Ley del Habeas Corpus; se prohibieron todas as asociaciones secretas; se clasificaron legalmente :omo burdeles todos los salones de conferencias londe se cobrara la entrada, a fin de impedir as reuniones; toda reunión a la que asistieran más le cincuenta personas debía ser supervisada por m magistrado; todas las publicaciones impresas lebían registrarse en el gobierno; se prohibió la ■xportación de periódicos ingleses; en 1799 se su>rimió la Sociedad de Correspondencia, formada »or un grupo de liberales que trataba de difundir as noticias de la causa liberal escribiendo cartas. Ih ese año y el siguiente promulgaron las leyes conra asociaciones que prohibían toda asociación de i-abajadores o empresarios tendiente a regular las ondiciones del empleo. No hay pruebas de que is leyes se hayan aplicado contra los empresarios, ero los trabajadores fueron perseguidos y los sindiatos nacientes destruidos. Prevalecía una atmósfera e represión. Se impidió la reforma, pero la marcha de los contecimientos no podía ser detenida. Los años e guerra de fines del siglo xvm y principios del glo xix fueron años de cambios amplios y rápios. La demanda durante la guerra estimuló granemente la industrialización. Los aumentos de preos de los alimentos en tiempos de guerra acele
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raron la revolución agrícola. La población estaba creciendo rápidamente y emigrando del campo a la ciudad. A medida que crecían las ciudades, se desarrollaban en gran escala los barrios miserables, los sistemas inadecuados de agua y drenaje, y todos los demás males urbanos. La multitud de proble mas económicos y sociales generados por estos cam bios enormes estaba sin solución, mientras que “el orden establecido” se concretaba a mantenerse en su posición y a suprimir 'a los “radicales”. M a l t h u s y l a t e o r ía d e l a p o b l a c ió n
Uno de los problemas más apremiantes sur gidos durante los años de las guerras francesas se refería a los pobres. En Inglaterra siempre había habido pobres, pero en la antigua sociedad aris tocrática, rural, cada parroquia se había ocupado tradicionalmente de sus propios pobres. Se esperaba que un impuesto sobre los terratenientes prove yera fondos de auxilio para quienes no podían mantenerse por sí mismos, mientras que la parro quia debía hallar trabajo para los pobres no inca pacitados. Prevalecía la filosofía de noblesse oblige. Pero este sistema antiguo se derrumbó. Los au mentos de precios de los alimentos en tiempos de guerra, la revolución agrícola y los cercamientos de las tierras comunales que desplazaron a muchos agricultores de sus pequeños predios, la Revolu ción Industrial, y las ciudades y poblaciones cre cientes, crearon graves problemas de pobreza. Los agricultores desplazados podrían haber encontrado trabajo en la manufactura manual de telas, que desde mucho tiempo atrás había sido una ocupa-
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dón rural, pero la industrialización destruyó esa oportunidad; en efecto, toda una generación de habitantes rurales perdieron su modo de vida con el surgimiento de las fábricas textiles en las ciuda des en expansión. El crecimiento de las fuerzas armadas ofrecía una salida para algunos de los jóvenes no incapacitados, pero no era ésta una solución general. La reacción conservadora engendrada por la Re volución Francesa significaba que las medidas nue vas tendientes a aliviar la pobreza resultaban po líticamente imposibles. Cualquier cosa que oliera a reforma en lo más mínimo era anatema para los gobernantes ingleses. Y sin embargo, el gran incremento del número de pobres imponía una carga financiera enorme a los terratenientes más ricos. Algo tenía que suceder. La solución fue ofrecida por un desconocido y jo ven ministro llamado Tilomas Robert Malthus (1766-1834). Como todo buen conservador, en m a época de problemas graves y numerosos no en:ontró Thomas R. Malthus la causa de la crisis :n sucesos o cambios recientes que pudieran ennendarse mediante acciones de política, sino en as grandes fuerzas sobre las cuales los gobiernos tetían escaso o ningún control. El problema de los «obres era esencialmente moral, sostenía Malthus, tenía sus orígenes en dos proposiciones fundalentales. Primero, “el alimento es necesario para a existencia del hombre”. Segundo, “la pasión ntre los sexos es necesaria y continuará prácticaíente en su estado actual”. Estos dos hechos conucen al principio de que “el poder de la poblaión es infinitamente mayor que el poder de la erra para producir la subsistencia del hombre”.
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En otras palabras, la población tendería a au mentar, a menos que la contuvieran “la miseria y el vicio”. Para que aumentara la dotación de alimentos, debería haber un incremento corres pondiente de la población hasta que la cantidad de alimento por persona bajara al nivel de sub sistencia, en cuyo punto cesaría el incremento de la población. Los salarios tenderían siempre hacia el nivel de subsistencia. Todo aumento de los sa larios por encima de ese nivel sólo haría crecer la población trabajadora y bajar otra vez los sa larios hasta el nivel de subsistencia. Del mismo modo, si aumentase el precio de los alimentos, los salarios se verían forzados a aumentar para man tener un nivel de subsistencia. En una u otra for ma, hay una tasa natural de los salarios que tien de siempre hacia el nivel de subsistencia. Consideremos las implicaciones de esta doctrina. El pago de subsidios no resolvería el problema de la pobreza; sólo aumentaría el ingreso de los po bres, lo que les permitiría tener más hijos. La po breza continuaría porque no habría aumento algu no del abastecimiento de alimentos para la masa de la población. Por lo tanto, no es necesario bus car causas económicas o sociales para explicar los problemas de los pobres. Tales problemas han sido creados por el antiguo sistema de auxilio a los po bres, que ha generado de continuo más pobreza hasta que la crisis ha llegado finalmente. La solu ción consiste obviamente en eliminar el sistema de auxilios. La asistencia a los pobres empeora la situación en otra forma. Al aumentar el número de pobres, el sistema de asistencia transfiere riqueza de quie nes la usaban en forma productiva a la población
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osa oprimida por la pobreza. La riqueza que dría haberse invertido para crear empleos se sperdicia en el mantenimiento de los pobres en ociosidad, y todo el crecimiento económico del ís se frena. La concepción maltusiana tenía otras implica*ries importantes. Las causas de la pobreza no iden en la estructura de la sociedad, en la disbución del ingreso, en las desigualdades de la Dpiedad de la riqueza, ni en alguna de las múl>les instituciones de la sociedad. No tienen la Ipa los ricos ni la sociedad en conjunto. Los bres son responsables de su propio destino. Todo que deben hacer para eliminar su pobreza es ler menos hijos. >egún Malthus, hasta la formación de sindicatos . inútil. Los salarios mayores sólo se traducirían una población más grande y en un aumento costo de los alimentos porque más personas irían los incrementos de salarios para empujar :ia arriba los precios de los alimentos. El re tado final sería una transferencia de riqueza los empresarios hacia los bolsillos de terratentes improductivos, pasando por las manos de trabajadores. El capital disponible para la exísión económica disminuiría al aumentar la po ción, lo que a largo plazo perjudicaría al país, emás, los sindicatos significaban huelgas, y las ;lgas significaban menos producción, beneficios s bajos y menos acumulación de capital. Deitivamente, los sindicatos no constituían una soión. ül principio de la población de Malthus era efecto un teorema desalentador para los pos. Pero resultaba una gran doctrina para los
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conservadores, porque les daba la mejor de las razones para no hacer nada acerca de un problema grave. El propio Malthus, un clérigo educado, sen tía compasión y piedad por los pobres. Lo expresó así muchas veces y no hay razón para dudar de su sinceridad. Pero su análisis le dijo que la acción social sólo perjudicaría en lugar de ayudar. La única solución permanente era la reforma moral del individuo. El principio malthusiano de la población ha bría de convertirse en uno de los pilares más im portantes de la economía clásica, y durante un siglo subsistió como la base de las teorías del salario. Sin embargo, a pesar de su punto de vista esencialmente pesimista, proveyó una esperanza para el crecimiento económico. La expansión económica podría proveer mayores abastecimientos de alimen tos que harían aumentar la fuerza de trabajo ne cesaria para la obtención de mayor crecimiento económico. Malthus demostraba que la magnitud de la fuerza de trabajo no era una barrera para la expansión económica. A medida que la econo mía crecía surgirían recursos de mano de obra. Solamente se necesitaba capital suficiente para ini ciar el proceso. Malthus ayudó también a economistas posteriores a aclarar una de las relaciones fundamentales ne cesarias para el mejoramiento de la condición hu mana. La producción debía aumentar más de pri sa que la población para que pudieran elevarse los niveles de vida. Europa y América del Norte, en la época de industrialización que siguió, pudieron establecer esa relación y son mucho más ricas ahora que en la época de Malthus. Muchos otros países, donde la población crece más de prisa que la pro
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ducción, tienen millones de habitantes condenados a la “miseria y el vicio” del análisis malthusiano. R ic a r d o y e l c r e c im ie n t o e c o n ó m ic o
David Ricardo (1772-1823) fue el apóstol de la acumulación de capital. En su opinión, el creci miento del capital es la gran fuente de la expansión económica, y toda la política económica debe orien tarse hacia su promoción. Para probar su aserto desarrolló un modelo teórico de la economía que dominó el pensamiento de los economistas durante cincuenta años. Creía Ricardo que la libertad eco nómica conduce a un máximo de beneficios, que los beneficios son la fuente del capital de inversión, y que una economía competitiva conducirá a in versiones que maximicen los beneficios. En opinión de Ricardo, las políticas que beneficien a las em presas conducirán a un máximo de crecimiento económico. Nacido en Londres de padres judíos, Ricardo se casó con una joven cuáquera cuando llegó a la edad de veintiún años, causando un rompimiento con su padre, un corredor de bolsa. Financiado por sus amigos, se convirtió en corredor en la Bolsa de Londres. Era tan aficionado al intrincado y riesgoso negocio de la especulación que para la edad de veintiséis años había amasado una gran fortuna. En 1814 se retiró al campo; compró en 1819 un asiento en el Parlamento que correspondía a un distrito minúsculo de Irlanda, y dedicó el resto de su vida a los asuntos públicos y la economía, Siendo un “millonario radical”, propugnaba reformas en la banca y la moneda, la asistencia a los pobres y los
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aranceles, y defendía la libertad de prensa y de ex presión, al igual que otras reformas. Su único libro sobre economía lleva el formidable título de Prin cipios de economía-política y tributación ( f c e , Mé xico, 1973). Su contenido es más formidable aún pero en su época tuvo una influencia enorme. Alrededor de 1815, al término de las guerras napoleónicas, una de las controversias políticas y sociales más importantes de Inglaterra se centraba en la cuestión de si el país debiera tratar de preser var su economía basada en la agricultura o de con vertirse en una nación más industrializada. El deba te implicaba toda la cuestión del lugar que debiera ocupar la aristocracia terrateniente en el sistema so cial y político de Inglaterra. La controversia se li bró en el Parlamento a propósito de las Leyes de Granos, que se referían a la importación de trigo por parte de Inglaterra. Las leyes inglesas relaciona das con la importación de trigo trataban de promo ver la agricultura nacional sin que aumentase mu cho el precio de los alimentos. Cuando el precio del trigo bajaba en Inglaterra, se elevaban los aran celes sobre las importaciones de trigo para dejar fuera el grano extranjero que estaba deprimiendo los precios internos y perjudicando a los agricul tores nacionales; cuando el precio del trigo aumen taba por encima de cierto nivel, se reducían los aranceles para alentar mayores importaciones y evitar que los precios internos continuaran aumen tando. En suma, el gobierno británico trataba de mantener los precios del trigo entre un límite superior y otro inferior mediante una escala móvil de aranceles. Pero durante las guerras francesas aumentó mu cho el precio de los alimentos y los agricultores es
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taban en buena posición. Sus costos de producción aumentaron también y se mantuvieron elevados cuando llegó la paz, la demanda de tiempos de guerra disminuyó, y el precio de los alimentos bajó. Los agricultores empezaron a clamar por mayores aranceles sobre el trigo importado, temerosos de que se arruinarían si no eran protegidos por las Leyes de Granos. El punto de vista de los terra tenientes se reforzaba con argumentos en el sen tido de que una agricultura saludable era necesaria para la defensa nacional de Inglaterra y para la preservación de las antiguas tradiciones y del vigor nacional. Revivió la doctrina fisiócrata de que el crecimiento económico depende de Ja producti vidad natural del suelo. Aparecieron folletos, como uno titulado “England Independent of Commerce”, que defendía la protección y la preservación de los intereses agrícolas. Por su parte, los intereses empresariales se opo nían a los incrementos de los aranceles que, en su opinión, elevarían los precios de los alimentos y los salarios. El resultado sería una reducción de los beneficios, menores exportaciones de pro ductos manufacturados, y la ruina para la industria inglesa. Los empresarios sostenían que el futuro de Inglaterra residía en la expansión industrial, no en la agricultura, y exigían la derogación in mediata de las Leyes de Granos. Así se encontraba la controversia cuando Ricar do y otros economistas entraron al debate relativo a la política de las Leyes de Granos. Ricardo de fendía a los empresarios. Creía que los terrate nientes, no los agricultores, serían los beneficiarios principales si un arancel mayor aumentara el pre cio del trigo en Inglaterra. El alto precio del trigo
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permitiría la extensión del cultivo a áreas que de otro modo no serían rentables. En las antiguas áreas trigueras, las rentas aumentarían para apro vechar los precios más altos recibidos por los agri cultores. Entonces fluiría hacia las manos de los terratenientes una proporción mayor del ingreso nacional total, y este grupo parasitario emplearía su riqueza incrementada en gastos ,-de lujo tales como sirvientes y casas de campo, no en la in versión productiva. Además el mayor cultivo de la tierra alejaría de la industria al capital y la mano de obra, y distor sionaría todo el patrón productivo del país. Los precios de los alimentos artificialmente elevados conducirían a una mala asignación de los recursos productivos a favor de la agricultura y en contra de las manufacturas, lo que perjudicaría el des arrollo natural de la industria del país. Ricardo señaló también que los altos precios de los alimentos requerirían salarios elevados y altos costos de producción en las manufacturas. Dado que Inglaterra debía vender sus manufacturas por todo el mundo, en competencia con los productos de otros países, los costos más altos de la industria inglesa se traducirían en ventas menores de las exportaciones inglesas y menor producción de ma nufacturas inglesas. Los beneficios disminuirían también, y habría un ritmo más lento en la acumu lación de capital y la expansión económica, por la falta de incentivos y de fondos para invertir. Ésta era la crítica de Ricardo a las Leyes de Gra nos (aunque no proponía su derogación total). Apo yaba la posición empresarial en la controversia con un modelo teórico de la economía que daba sus-
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tanda y validez a sus conclusiones de política eco nómica, La teoría de Ricardo era algo más que un tratamiento de un problema contemporáneo de política económica. Si sólo hubiese sido eso, habría muerto junto con el interés por el problema. Pero Ricardo la llevó mucho más allá y la generalizó en una teoría comprensiva del crecimiento económico. En las primeras etapas del crecimiento de un país, la población sería pequeña y sólo se culti varía una porción de la tierra. En estas condiciones, la renta pagada a los terratenientes sería una pro porción relativamente pequeña, y los beneficios una proporción grande, del ingreso nacional total. Los beneficios, reinvertidos en el desarrollo industrial, se traducirían en una demanda mayor de mano de obra, lo que —de acuerdo con Malthus— haría cre cer la población mientras los salarios permaneciesen al nivel de subsistencia. El crecimiento de la pobla ción requeriría una extensión del área cultivada para proveer mayores cantidades de alimentos. Esta extensión sólo podría lograrse aumentando los pre cios de los alimentos para cubrir los costos más altos de la producción derivados del uso de tierras menos fértiles para el cultivo. El precio más alto de los alimentos permitiría que los terratenientes aumentaran las rentas de las tierras ya cultivadas, porque los precios más altos de los alimentos po drían soportar rentas mayores. Al mismo tiempo, el mayor costo de los alimentos obligaría a los empresarios a pagar mayores salarios monetarios para mantener los salarios al nivel de subsistencia. Esto elevaría a su vez el costo de los bienes ma nufacturados y reduciría por ende los beneficios obtenidos por los empresarios. Los beneficios así
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reducidos dejarían entonces menos riqueza disponi ble para la expansión y disminuirían también los incentivos de la inversión. Ricardo preveía que este proceso de crecimiento económico continuaría, con la acumulación de capital y el crecimiento en gra dual disminución, hasta que el crecimiento cesara tras muchos decenios de expansión. En esta etapa del desarrollo la población sería -grande, el cultivo se habría ampliado, la industria se habría desarro llado, la producción sería elevada, pero el ahorro y la acumulación de capital serían apenas suficientes para la reposición del capital, no para nuevas ex pansiones. En el cuadro trazado por Ricardo, la economía alcanzaría el máximo crecimiento posible si no se le oponían obstáculos. Para tal propósito, las empresas tendrían que ser liberadas de todas las restricciones que pudieran reducir su capacidad para maximizar los beneficios, de modo que pudiese ocurrir el má ximo de ahorro y de acumulación de capital. La intervención gubernamental en la economía con duciría a un nivel menor de la actividad econó mica. Correcta o no, la teoría se ponía del lado de los próximos gobernantes del orden social —los intereses empresariales—, y aseguró por sí solo su larga vida. L a e c o n o m ía i n t e r n a c i o n a l
Una de las ventajas de la economía ricardiana era su aplicabilidad a la economía internacional. Por primera vez, un análisis de la economía nacio nal basado en los elementos fundamentales ele la tierra, la mano de obra y el capital podía apli
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carse con rigor a las relaciones económicas inter nacionales. Esto representaba un gran paso hacia el desarrollo de la economía como una ciencia. Una de las metas de toda empresa científica es la construcción de generalizaciones cada vez más amplias que incluyan un cuerpo de fenómenos cada vez más grande. La ciencia avanza eliminando los detalles y construyendo leyes generales, y la eco nomía ricardiana lograba esto reduciendo todos los fenómenos económicos a relaciones fundamentales entre los factores productivos. La integración de la economía internacional en el modelo ricardiano se hizo en dos formas. Pri mero, Ricardo demostró que la especialización y la división del trabajo en el plano internacional eran benéficas para todos los países, y que las políticas restrictivas del comercio destinadas a pro teger a los productores nacionales perjudicarían al país que las impusiera. El libre comercio era el camino hacia el bienestar internacional y na cional. El argumento en favor de esta posición, in corporado en la famosa ley de la ventaja compa rativa, es complejo, pero Ricardo pudo demos trar su validez. Demostró que mientras le cueste menos a Inglaterra la producción de telas que la de trigo, en comparación con los costos de otros países, le convendrá a Inglaterra transferir sus recursos a la manufactura de telas, exportar telas, e importar trigo de otros países. Por ejemplo, supongamos que un trabajador in glés debe emplear un día de trabajo para produ cir un metro de tela y dos días de trabajo para producir un kilo de trigo; entonces el trigo costa rá el doble que la tela en términos de esfuerzo. Supongamos también que un trabajador francés
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debe emplear un día de trabajo para producir cada uno de estos bienes. En este caso, Inglaterra de berá producir telas (un día de trabajo), expor tarlas a Francia, cambiarlas por trigo en relación de uno a uno, e importar el trigo a Inglaterra. En esta forma, los ingleses obtendrán, por un día de trabajo, el trigo que de otro modo deberían pro ducir con dos días de trabajo. Los franceses tam bién se beneficiarían. Ellos podrían producir tri go, enviarlo a Inglaterra y cambiar un kilo de trigo por dos metros de tela, y enviar la tela a Francia. También recibirían productos que valen dos días de esfuerzos por el trabajo efectivo de un solo día. Ambas partes se beneficiarían de esta especialización y este libre intercambio. Pero el proceso no terminaba allí. La exporta ción de telas inglesas a Francia haría bajar su precio de venta, y el aumento de la producción in terna elevaría los costos de producción. Lo mismo ocurriría con el trigo francés. A medida que ocu rren estos cambios de precios, el creciente comer cio de importación-exportación entre los dos paí ses establecería un equilibrio de precios y comer cio. Inglaterra produciría y exportaría muchas te las, pero su producción de trigo sería pequeña y la mayor parte de su trigo sería importada. Lo contrario ocurriría en Francia. Los dos bienes se venderían por precios equivalentes en ambos paí ses, porque en caso contrario ocurrirían nuevos cambios en la producción, el comercio, los pre cios y los costos. En esta forma se establecería un equilibrio internacional donde se optimizaría el patrón mundial de la producción. Este análisis del equilibrio económico interna cional se complementó con un segundo enfoque,
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ahora en el campo del desarrollo económico. En la sección anterior de este capítulo describimos la teoría ricardiana de la economía estacionaria, don de el rendimiento del capital era tan bajo que sólo ocurría la reposición del equipo de capital gastado. Sin embargo, al bajar el rendimiento del capital en un país, los inversionistas que tratan de maximizar sus beneficios buscarán rendimientos mayores invirtiendo en países extranjeros menos desarrollados. Las exportaciones de capital de las economías maduras fluirán rápidamente hacia los países de nuevo desarrollo, que a su vez alcanza rán niveles más altos de producción y riqueza. Por supuesto, deberán ofrecer estabilidad política y protección a la propiedad privada, pero fuera de ese requisito el economista clásico podía prever un mundo que avanzaría gradualmente hacia la opu lencia. En esta forma, Ricardo y sus seguidores aplica ban los conceptos de Adam Smith de un creci miento ordenado y un equilibrio del mercado al sistema económico internacional. Sólo la rivali dad nacional, con sus aranceles, restricciones co merciales y guerras podía interferir con el pro ceso de desarrollo. Resulta quizá irónico que la parte de su teoría considerada más importante por Ricardo —la teoría del crecimiento económi co— haya sido descartada en gran medida por los economistas modernos, aunque conservan su in terés en la acumulación de capital. En cambio, la teoría del equilibrio económico internacional, que sólo era una parte secundaria del análisis ori ginal, sigue constituyendo una parte integrante de la economía moderna, casi en su forma ori ginal.
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L a L e y d e lo s M ercado s de S a y
Sólo había necesidad de agregar un elemento im portante a la economía clásica para completar su análisis sistemático de la economía: un examen de los niveles de producción y empleo, Se había demos trado que un mercado libre asignaría los recursos de tal modo que la producción se ajustaría a las ne cesidades de los consumidores, que la producción aumentaría mediante el ahorro y la acumulación de capital, que el ingreso se distribuiría entre las clases sociales de acuerdo con leyes naturales, y que los mismos principios se aplicaban a las relaciones económicas internas e internacionales. Quedaba por probarse que un mercado libre mantendría también el empleo pleno de los trabajadores y el capital. La cuestión no era meramente académica. La Revolución Industrial había traído consigo la in estabilidad económica, agravada en los primeros años del siglo xix por las intermitentes guerras contra Napoleón. Cuando la paz llegó en 1815, el estímulo económico del gasto gubernamental des apareció de las economías de Inglaterra y del Con tinente. La demanda de productos industriales bajó de sus niveles de tiempos de guerra, e Inglaterra afrontó la competencia del Continente por los mer cados mundiales que en gran medida había mono polizado. Los soldados y marinos que regresaban a la economía civil, y los trabajadores manuales desplazados de la producción fabril, aumentaban el número de trabajadores que buscaban empleo. Estos problemas se agravaban en Inglaterra por el hecho de que la industrialización había avanzado más allí que en cualquiera otro país.
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La situación económica de Inglaterra sé agravó más aún por las políticas monetarias del gobierno que se tradujeron en dinero “difícil” y una es casez de crédito justo cuando la economía necesi taba un estímulo. Durante los años de la guerra, el crédito se había expandido mucho, los precios aumentado considerablemente, y el Banco de In glaterra dejado de pagar su papel moneda en oro. Los incrementos de la deuda nacional ha bían sido una de las causas principales de la ex pansión del crédito y los aumentos de precios. Los economistas, encabezados por Ricardo, culpa ban de la inflación a la excesiva emisión de papel moneda, y al término de la guerra prescribían que el Banco de Inglaterra volviera a pagar el papel moneda en oro, a los niveles que habían prevale cido antes de la guerra, aun cuando no había oro suficiente para sostener las cantidades existentes de moneda y de crédito. La economía debía recibir una dosis de deflación. Esta temprana aplicación de los principios de las sanas finanzas se basaba en un diagnóstico in correcto de la enfermedad económica, y el reme dio resultó peor que la enfermedad. La inflación se había debido en gran medida a la expansión del gasto total durante los años de guerra, promo vida en parte por los incrementos de la oferta mo netaria, en una época en que la producción sólo podía aumentar con lentitud. Los precios hubieron de aumentar, y la cantidad de moneda y crédito reflejaba esta expansión de una economía rela tivamente en ocupación plena. Al prescribir la deflación como la cura de la inflación, los econo mistas podían hacer bajar los precios, pero sólo a costa de la producción y el empleo. Como toda de
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ilación después de una inflación, los acreedores y propietarios de activos financieros se beneficiaban a expensas de los trabajadores desempleados y los empresarios sin beneficios. La carga de las difi cultades económicas de Inglaterra se trasladaba de los dueños de activos monetarios a los produc tores. Durante los treinta años que siguieron a 1815, las penalidades se difundieron y la actividad eco nómica se encontraba en uri estado generalmente deprimido. La economía tuvo sus altibajos durante este período, y el crecimiento económico continuó, pero casi no hubo un año en que Inglaterra tu viese empleo pleno según los patrones modernos. En algunos .años, el desempleo aumentó aparen temente hasta el 40 o 50 porciento de la fuerza de trabajo en las ciudades industriales de Ingla terra. La inestabilidad de la economía había suscita do ya críticas para el industrialismo y el nuevo orden económico. Aun antes de 1815, Jean Simonde de Sismondi (1773-1842), un francés que viajó por Inglaterra, había contemplado las depresiones in dustriales y había pronosticado que la inversión de capital obligaría periódicamente a la capacidad de producción a superar la capacidad de consumo. Su argumento fue repetido por un fisiócrata inglés, William Spence (1783-1860), quien señaló en dos fo lletos de 1807 y 1808 que la inversión de capital en el comercio y las manufacturas creaba inestabilidad e inseguridad económicas. Spence llamó en particu lar la atención sobre la posibilidad de que el aho rro redujera el poder de compra e hiciera desapare cer la prosperidad. Tanto Sismondi como Spence estaban desencantados con la industrialización, y
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cada uno de ellos estaba a favor de un tipo de orden económico diferente: Spence a favor de la antigua sociedad aristocrática y Sismondi a favor de un sistema que hiciera hincapié en los valores hu manitarios y comunitarios, en lugar de subrayar la ganancia individual. Sus análisis de las depresiones formaban parte apenas de un ataque más general sobre la sociedad empresarial emergente. Los economistas clásicos respondieron pronto a estos ataques. La base de su refutación fue un breve pasaje de un libro de Jean Baptiste Say (17671832), un francés que popularizó la obra de Adam Smith y cuyo libro A Treatise on Political Economy apareció en 1803. Ese libro contenía la primera enun ciación del principio que llegó a conocerse como la Ley de los Mercados de Say, un concepto que domi nó el pensamiento de la mayoría de los economistas en lo tocante al nivel de la actividad económica hasta la Gran Depresión de los años treinta. Say sostenía que nunca podría ocurrir una defi ciencia general de la demanda o una saturación general de bienes en toda la economía. Ciertas industrias o ciertos sectores de la industria po drían verse afectados por la sobreproducción, de bido a malos cálculos y a la asignación excesiva de recursos a tales tipos de producción, pero en otras partes de la economía habría inevitablemente escaseces. La baja consiguiente de los precios en un área y su incremento en otras induciría a las empresas a desplazar la producción, y los desequi librios se corregirían rápidamente. Say observó que los hombres no producen sólo por producir sino para intercambiar sus productos por otros bienes que necesitan y desean. Por lo tanto, dado que la producción es demanda, resulta
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imposible que la producción en general supere a la demanda. "La producción crea su propia de manda’' se convirtió en la respuesta de los eonomistas clásicos al problema de las depresiones eco nómicas. En Inglaterra, el argumento de Say fue utilizado por James Mili (1773-1836), padre del renombrado filósofo y economista John Stuart Mili, en una respuesta a Spence. El viejo Mili escribió en 1807 que todo aumento de la oferta es un aumento de la demanda: entre más haya para vender, más se comprará. El error de la teoría de la saturación general, sostenía Mili, se encontraba en la confu sión existente entre la dislocación temporal del proceso de intercambio, que se corregiría con una nueva dirección de la industria, y el caso imposible de un exceso de riqueza en general. Un economista se negaba a dejarse convencer: Thomas Robert Malthus. En su Principios de econo mía política (1820), f c e , México, 1946, Malthus de dicó un extenso capítulo final al desarrollo de una teoría del estancamiento económico basada en la “demanda efectiva” insuficiente. Su argumento era, en suma, que los salarios, siendo menores que los costos de producción totales, no pueden comprar toda la producción de la industria, lo que hace ba jar los precios. La declinación de los precios re duce los incentivos para la inversión y los bene ficios que podrían invertirse. El resultado es una deficiencia general del poder de compra que po dría continuar indefinidamente. Una condición si milar podría derivar del ahorro excesivo que hace bajar la demanda, declinar los precios, y estancarse la economía. El remedio, según Malthus, consis tía en reducir los grandes ingresos para que el aho
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rro no fuese excesivo, en imponer aranceles a las importaciones y promover así una balanza comercial favorable, y en gastar en obras públicas durante los tiempos malos. Se necesitaba un programa de intervención gubernamental porque la economía de mercado libre no podría proveer regularmente un empleo pleno. El argumento de Malthus no estaba desarrolla do con claridad y precisión —no era Malthus un teórico riguroso—, de modo que su buen amigo David Ritíardo hizo cera y pabilo de su teoría de la saturación general en cartas escritas a Malthus, en sus Notas a los principios de economía política de Malthus, f c e , México, 1958, que circularon entre economistas, y en discusiones del Club de Economía Política de Londres. Dado que los argu mentos de Ricardo sí eran claros y precisos, se lle varon la palma. La respuesta de Ricardo a Malthus recapitulaba la Ley de los Mercados de Say en forma ligera mente más elaborada. El ahorro no es un fin en sí mismo, sino que se hace para emplear mano de obra en la producción. Algunos errores pueden conducir a una saturación de un bien particular, pero con ello no disminuye la demanda de todos los demás bienes. Ocurrirá una reasignación del esfuerzo pro ductivo. Además, el desempleo hace bajar los sala rios, lo que induce a los empresarios a contratar los trabajadores ociosos con el capital creado por el ahorro. En esta forma, todo el capital vuelve a emplearse y todos los trabajadores que deseen trabajar volverán a ser empleados. Por lo tanto, el remedio básico no es la redistribución del in greso y las obras públicas, sino salarios menores y beneficios mayores.
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La respuesta de Ricardo se complementó con un volumen extraordinariamente perspicaz publicado originalmente en 1802, el libro de Henry Thornton The Paper Cred.it of Great Britain. Este libio fue escrito durante la controversia relativa al papel moneda, el oro y la inflación, pero su argumento se adaptó^i la Ley de Say y la discusión de las saturaciones. Thornton observaba que si el ahorro tendiese a ser excesivo, la oferta de fondos en el mercado monetario aumentaría en relación con la demanda y la tasa de interés bajaría. Las meno res tasas de interés alentarían la inversión y des alentarían el ahorro, y el proceso continuaría has ta que ambos se igualasen. Todos los fondos que no se emplearan en el consumo se canalizarían ha cia la inversión. Los cambios de la tasa de interés asegurarían que el ahorro se invirtiera y el nivel del gasto total se mantuviera. No podría haber un excedente de ahorro ni una saturación general de bienes. El gasto total en consumo e inversión sería entonces suficiente para Comprar toda la producción de la industria. Estos complicados argumentos eran extraordina riamente importantes. A nivel puramente lógico, cerraban el sistema teórico de la economía clásica demostrando que una economía de mercado libre utilizaría todos sus recursos. En términos de la ideo logía social, demostraban que el desempleo y la inestabilidad no eran causados por una economía de empresa privada sino por factores no económi cos, factores psicológicos, o alguna otra causa no asociada con la estructura institucional y los pro cesos naturales de la vida económica. Por último, prescribían un tratamiento de política para cual quier depresión que pudiera ocurrir: 1) Fortalecer
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al sector financiero de la economía de modo que los procesos de ahorro e inversión pudieran fun cionar debidamente; 2) Soportar la crisis hasta que los salarios y precios a la baja alentaran final mente inversión suficiente para que la economía regresara a la normalidad. Es tal la fuerza de una teoría lógica y precisa que estas políticas prevale cieron durante más de un siglo —a un costo social tremendo, porque el período de espera trajo a menudo consigo oleadas de quiebras y un desempleo prolongado—, hasta que la teoría fue finalmente demolida por otra teoría contraria propuesta du rante la Gran Depresión de los años treinta. B e n t h a m y e l l ib e r a l is m o in t e r v e n c io n is t a
Ninguna discusión de la economía clásica esta ría completa sin un relato de las ideas de Jeremy Bentham (1748-1832), un reformista durante toda su vida y abogado no practicante. Su libro Fragment on Government, publicado en forma anónima en 1776, cuando su autor tenía apenas veintiocho años de edad, era un ataque brillante a la tradi cional interpretación legal de la constitución in glesa como opuesta al progreso. Bentham trataba de demostrar que la reforma política hacia una ma yor democracia promovería "el mayor bien para el mayor número”. El libro causó sensación, pero en cuanto se reveló que el autor era sólo un joven principiante y no uno de los principales abogados constitucionalistas de la época fue descartado rá pidamente. Desilusionado, Bentham inició su gran obra filosófica, An Introduction to the Principies of Moráis and Legislation, edición particular, en
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1780 pero sólo distribuida entre el público general en 1789, después que otro de sus libros, A Defense of Usury, había logrado el éxito popular.2 Principies of Morah and Legislation es la obra clave de la filosofía utilitarista. Bentham sostiene allí que todo acto será moralmente valioso en la medida en que se tr aduzca en felicidad. Tanto las acciones humanas como los juicios morales se basan en los polos del placer y él dolor: La Naturaleza ha colocado a la humanidad bajo el gobierno de dos amos soberanos, el dolor y el placer. Sólo ellos pueden indicarnos lo que debemos hacer, y determinar lo que haremos; por una parte la norma de lo correcto y lo incorrecto, por la otra la cadena de causas y efectos, están sujetas a sus tronos.
Sin embargo, este principio sencillo era más com plejo de lo que parecía. Bentham quería decir que el sistema social debe tratar de maximizar su bienestar total y distribuirlo de la manera más am plia posible. Un pequeño aumento de la felicidad de muchos es preferible a un gran aumento de la
2 La obra principal de Bentham había sido completada antes de que él cumpliera cuarenta años, pero vivió hasta la edad de ochenta y cuatro años y ejerció gran influen cia sobre un pequeño grupo de seguidores devotos. Ya nun ca escribiría un libro influyente, pero pasó gran parte de sus últimos años elaborando planes complicados de re forma de las prisiones, ayuda a los pobres, educación, y reforma legislativa. Fundó la Universidad de Londres con una donación, y en su testamento ordenó que su cuerpo fuese embalsamado y una vez al año fuese sentado en la reunión de los patronos de la universidad como un recor datorio de los principios que habían servido de fundamen to a la universidad. ¡Este ritual fúnebre se realiza toda vía hoy en día!
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felicidad de pocos, en su opinión. Pero como ha brían de señalar sus críticos, esa conclusión no es evidente. Un problema importante que se planteaba era el de la medición. El aumento de la felicidad hu mana implica la elección, y el costo de un curso de acción es la eliminación de otros, es decir, no podemos tenerlo todo. Esto significa que deben hacerse comparaciones de las magnitudes de bene ficios y costos para determinar las soluciones me jores u óptimas. El problema resultaba irresoluble mientras la discusión involucrara sólo beneficios totales. Apenas se encontrarían soluciones parciales cuando los economistas del último cuarto del si glo xix empezaron a analizar incrementos de los beneficios y los costos, el famoso análisis marginal. Una cuestión relacionada era la posibilidad de cuantificar la felicidad o la utilidad. Bentham pen saba que sí podría hacerse tal cosa, por lo menos en principio, pero otros sostenían que sólo podrían hacerse comparaciones, por ejemplo: “Prefiero cla ramente a María frente a Juana, pero mi prefe rencia por el chocolate sobre la vainilla no es muy fuerte.” Según esta opinión, no pueden medirse las cantidades absolutas de felicidad derivadas del hecho de estar con María o de comerse un helado de chocolate, que además no importan para las elecciones que deban hacerse. % Estos pequeños detalles eran menos importantes para Bentham que su argumento de que los hom bres toman decisiones, de hecho, basadas en la uti lidad derivada del curso de acción escogido. Este “cálculo hedonista” es el principio en que se basa toda acción humana, declaró Bentham, así como el medio para la maximización del bienestar de la so*
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ciedad. Creía Bentham que el egoísmo del com portamiento económico es natural, racional y con veniente. En este punto del argumento, Bentham introdujo la moral y la legislación. Si los hombres actúan siempre sólo en busca de su mayor placer cuando debieran actuar en nombre de la mayor felicidad de todos, ¿no existe aquí una contradicción? Ben tham afirmaba que no existía tal contradicción por que las sanciones morales y legislativas harían coin cidir la acción individual con el interés público. Las sanciones premian la acción individual que beneficie a todos y castigan la acción que dismi nuya el bienestar público. La moral y la acción del gobierno (si era una acción de la mayoría) tienen un fundamento utilitarista y descansan en el principio de la felicidad mayor. Así pues, Ben tham no se oponía a la acción del gobierno si ella se basaba en procesos democráticos y no reflejaba los intereses estrechos de grupos especiales. Al mis mo tiempo, deseaba que se diese rienda suelta a la toma de decisiones individuales dentro del marco de las sanciones morales y legislativas. Su meta era la conciliación del individualismo con la acción social. La importancia de Bentham va mucho más allá de su concepción estrecha y obsoleta de la natura leza humana. En primer lugar, sus ideas fueron importantes durante todo el siglo xix y afectaron profundamente los sucesos posteriores de la cien cia económica. Su concepción de los hombres como máquinas de placer que continuamente calculan las ventajas y desventajas de diversos cursos de ac ción se convirtió en la concepción aceptada, y el comportamiento económico racional se definió
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en tales términos. El supuesto de que las decisiones individuales conducirían al máximo bienestar pú blico estaba inherente, por supuesto, en el trabajo de Adam Smith y los otros economistas clásicos, pero Bentham lo volvió explícito. Todas las con clusiones posteriores de la economía ortodoxa se basaron sólidamente en este concepto de la natu raleza humana, o por lo menos se relacionaron es trechamente con él. Más importante aún que esta influencia sobre la ciencia económica fue el ascendiente de Bentham sobre la filosofía social liberal. Bentham dio a tal filosofía una orientación intervencionista entera mente opuesta a la tradición del laissez faire, crean do así un problema que permanece irresuelto hasta nuestros días. El liberalismo clásico del siglo xvm hacía hinca pié en la libertad individual como la meta última de toda política económica. Reaccionando contra la centralización política y la regulación económi ca, sus defensores sostenían que toda restricción a la libertad impide el logro del máximo bienestar. En manos de Adam Smith, el más grande de sus expositores, esta filosofía aconsejaba que se mini mizara el papel del gobierno, limitándolo estricta mente a cuestiones esenciales tales como la policía, la administración de justicia y la defensa. Sin embargo, Bentham percibió que esta filosofía se basaba en el supuesto de que sólo la acción individual puede crear el bienestar. Su mente prác tica le dijo que las acciones de una persona por su propio interés pueden disminuir el bienestar de otra. Su preparación jurídica y su estudio del derecho constitucional le dijeron que los arreglos institucionales dentro de los cuales actúan los hom
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bres podrían determinar en forma significativa el resultado de sus acciones. El hecho mismo de que la sociedad humana estuviese organizada por arre glos institucionales creados por los hombres —el hecho de que existiese un sistema social— significa que la acción consciente puede crear formas socia les que permitirían a los hombres llevar una vida mejor. El utilitarismo de Beritham era en potencia una doctrina intervencionista. Entre los seguidores de Bentham en Inglaterra —quienes se llamaban a sí mismos filósofos radi cales— se incluyeron los economistas James Mili, David Ricardo, y más tarde John Stuart Mili. De fensores del gobierno democrático y el dominio de la mayoría, su meta principal era la reforma del sistema político, que en su época excluía a gran número de personas del derecho del voto y no per mitía la libertad plena de expresión y de prensa. Creían que el sistema social podría producir el ma yor bien para el mayor número sólo si fuese plena mente democrático y estuviese sujeto al verdadero dominio de la mayoría. Eran también economistas clásicos y expusieron las ventajas de un sistema de mercado libremente competitivo y de las políticas del laissez faire. Pero su filosofía política utilitarista habría de tener las consecuencias más graves para sus teorías económicas. Una vez lograda la reforma política, el nuevo poder de los hombres con derecho a voto se utilizó como un instrumento de reforma económica, y la política del laissez faire fue re chazada. Las reformas se justificaron en términos del bienestar individual y social, y el argumento del mayor bien se utilizó una y otra vez. El libera lismo clásico que había hecho hincapié en el in dividualismo cedió su lugar a un liberalismo in
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tervencionista que subrayaba el bienestar social, y Bentham fue su apóstol. El apogeo de las ideas de Bentham dio a la cien cia económica una aplicabilidad extraordinaria mente glande a las cuestiones de la política social. En un extremo, podía albergar al individualismo radical del laissez faire; en el otro, incluir al reformador social más dedicado. Las teorías y los métodos del análisis científico eran similares, y todas las partes podían convenir sobre los con ceptos que consideraban correctos. Pero los supues tos y las concepciones diferían, al igual que las conclusiones. Estas características de la corriente principal del pensamiento económico continúan en nuestros días y permiten que el buen economista llegue a conclusiones objetivas aunque otros puedan diferir legítimamente. L a e c o n o m ía c l á s i c a a c t u a l
Los grandes temas de la economía clásica son tan importantes ahora como lo fueron en tiempos de Ricardo. Por supuesto, la economía ha cambia do desde la Revolución Industrial hasta el maduro capitalismo industrial. Pero las interrelaciones exis tentes entre los recursos, los hombres y el capital, siguen siendo fundamentales para los problemas del bienestar humano. A medida que la población del mundo se acelera hacia los diez mil millones de habitantes y más, la trampa de la población mal tusiana asume una importancia crucial. Los países industriales avanzados pudieron romper la cone xión existente entre la producción y la población: el aumento de la producción no desata el creci
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miento demográfico que impide el aumento del ingreso por persona. Pero muchos países menos desarrollados descubren que sus poblaciones cre cientes devoran literalmente las ganancias de la expansión económica y miles de millones de per sonas permanecen sumidas en la pobreza. El problema maltusiano se complica en los países menos desarrollados por una estructura social que hace pasar gran parte de la ganancia del creci miento económico a las manos de grandes terra tenientes, corporaciones internacionales, y empresas urbanas. El crecimiento demográfico mantiene bajos los salarios en las ciudades crecientes del tercer mundo y crea un desempleo enorme en las áreas rurales y urbanas. La modei'nización trae consigo el crecimiento demográfico y extremos de pobreza y riqueza que exigen una corrección. Mientras tanto, en los países avanzados, los pro cesos de acumulación de capital y cambio tecnoló gico siguen produciendo mayor riqueza y niveles de vida más elevados: el cuarto de siglo transcu rrido desde la terminación de la segunda Guerra Mundial contempló los incrementos más grandes y sostenidos del bienestar material en la historia de la civilización occidental. Este crecimiento im pone también gran presión sobre el ambiente natu ral a través de la contaminación y del uso creciente de recursos no renovables. Para fines de los años sesenta, quedó en claro que el ritmo rápido de crecimiento no podría continuar indefinidamente sin grandes cambios en la tecnología de la produc ción, y que los cambios tecnológicos necesarios no podrían llegar con rapidez suficiente para sostener el ritmo del crecimiento. Una pérdida de dinamismo
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resultaba inevitable, y en efecto se produjo en los años setenta. Estos sucesos de la economía misma volvieron a dar prominencia a las relaciones fundamentales existentes entre la población, la acumulación de capital, la tecnología y el crecimiento económico que constituyeron el interés central de la economía clásica. La política económica se interesa cada vez más en tales cuestiones y, como veremos en el capítulo x ii, los economistas están volviendo a ellas y a un renovado interés por los economistas clásicos. El pronóstico de Ricardo de un final del crecimiento y la llegada de un "estado estable” tiene una importancia moderna.
V. EL SOCIALISMO Y KARL MARX E l s o c ia l is m o moderno surgió como una respuesta
a la era industrial, como lo había hecho la eco nomía clásica, y así como los economistas clásicos desarrollaron una ideología para el nuevo orden, los socialistas desarrollaron una crítica de tal orden. Algunos socialistas eran idealistas poco prácticos, soñadores; algunos eran críticos tenaces de la so ciedad existente y otros revolucionarios, pero to dos se unían en sus críticas a la nueva sociedad industrial y en su creencia en la propiedad común, antes que privada, de los medios de producción. Los socialistas tenían una visión diferente de la naturaleza de la sociedad que los economistas clá sicos, pues sostenían que el tejido social es un todo orgánico compuesto de clases, no de individuos independientes como sus elementos esenciales. Des tacaban el elemento cooperativo de la naturaleza humana, antes que la motivación materialista de la búsqueda del beneficio del capitalismo privado, y defendían el igualitarismo en lugar de la desigual distribución del ingreso prevaleciente. Los socia listas podían señalar a menudo las condiciones económicas existentes —los defectos reales del capi talismo industrial en apoyo de sus argumentos. E l s o c ia l is m o y e l c l im a d e o p in ió n
Los acontecimientos económicos y políticos del medio siglo transcurrido entre 1775 y 1825 pro veen un marco para comprender el surgimiento 113
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del socialismo moderno. Primordialmente impor tante fue la Revolución Industrial, que permitió incrementos considerables de los niveles de vida y oportunidades para la adquisición de gran ri queza por la nueva clase media. Era claro que las razones del crecimiento económico eran la indus trialización, la inversión de capital y la mayor pro ductividad, y que toda ampliación de las oportuni dades del mercado permitía nuevos avances. Sin embargo, para el socialista, el industrialismo tenía una cara diferente. Los trabajadores de las nuevas fábricas recibían salarios bajos: aunque el salario fabril era suficientemente elevado para extraer mano de obra del campo, el desempleo exis tente en las áreas rurales significaba que los traba jadores estaban dispuestos a aceptar salarios muy bajos. La jornada laboral era prolongada, se em pleaba a mujeres y niños en gran número y a me nudo en trabajos arduos y peligrosos, la disciplina fabril era a menudo dura y rigurosa, y en algunas áreas las tiendas propiedad de las compañías se beneficiaban de los derechos exclusivos de venta entre los empleados. Sobre todo en las industrias textil y carbonífera, la competencia mantenía ba jos los precios de venta, y las empresas competían entre sí reduciendo al máximo los costos de la mano de obra. Estas deficiencias eran particularmente evidentes en la primera mitad del siglo xix en In glaterra, donde principió la Revolución Industrial. Las' realidades de la vida industrial crearon con trastes agudos entre la riqueza creciente de los nuevos industriales y banqueros y la pobreza de quienes carecían de propiedad, que formaban la fuerza de trabajo en las fábricas de las ciudades de barrios miserables. Durante los “hambrientos
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años cuarenta” en Inglaterra, Benjamín Disraeli escribió acerca de “las dos naciones” —los ricos y los pobres—, mientras que Charles Dickens exami naba los Hará Times y el público leía el patético poema de Thomas Hood acerca de la costurera, Song of the Shirt. Siempre había habido pobreza, y ricos y pobres habían coexistido durante largo tiempo. Muchos hombres habían debido siempre arrebatar una sub sistencia miserable a una naturaleza recalcitrante. Pero la industrialización prometía la abundancia. Por primera vez parecía que sería posible producir todo lo que los hombres pudieran desear y que podría resolverse la gran lucha por la existencia. Pero los grises miserables barrios de Manchester y la campiña negra de las minas de carbón contaban otra historia. La promesa y la realidad eran enor memente diferentes. En la política prevalecía una diferencia similar entre los ideales y la realidad. Los revolucionarios franceses de 1789 habían proclamado “libertad, igualdad, fraternidad”, y con ese lema los franceses habían derrocado los privilegios del antiguo orden y marchado por Europa para barrer los últimos vestigios del feudalismo y la aristocracia. Las nue vas creencias en la libertad y la democracia pa recían estar creando un orden político de democrecia plena, así como la Revolución Industrial parecía señalar un fin a la pobreza. Pero la derrota de Napoleón trajo consigo la reacción y la represión, así como el restablecimien to del antiguo sistema de posiciones y privilegios. Aun donde existía el gobierno parlamentario, como en Inglaterra y Francia, la participación quedaba limitada a quienes tuvieran propiedades, de modo
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que los trabajadores quedaban excluidos del voto. Aparentemente, la democracia estaba muy bien para la clase media pero se volvía peligrosa si se extendía a los trabajadores. Muchos pensaban que la Revolución Industrial y la Revolución Francesa constituían el medio para la realización de algunos de los ideales de todos los tiempos de la civilización occidental: la abun dancia, el fin del agotamiento, y el triunfo de la hermandad y la igualdad. Pero en la oscuridad de la reacción posnapoleónica todo esto fue trai cionado, y las depresiones de la posguerra parecían producir pobrezas y carencias mayores que antes, ya que el trabajador desempleado no tenía siquiera un pequeño pedazo de tierra donde cultivar ali mentos. Para los primeros socialistas resultaba evi dente que la propiedad privada de los medios de producción era la fuente de los males de la so ciedad. La propiedad de las máquinas, fábricas, y otros recursos de capital permitía que el propietario obtuviese grandes remuneraciones, que descansara y recogiera los beneficios mientras otros trabaja ban. Al mismo tiempo, su posición económica le daba poder político. A los ojos del socialista, cin cuenta años de revolución social habían dado ri queza y poder a unos cuantos propietarios del ca pital y no a la gran masa de la gente común. La sociedad en conjunto había sido traicionada en beneficio de unos cuantos, en opinión de los crí ticos. R o b e r t O w e n , u t o p is t a
Las raíces humanitarias e idealistas del socia lismo inicial están tipificadas en la obra y los es-
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m tos del inglés Robert Owen (1771-1858). Em pezando como aprendiz de un fabricante de linos a la edad de diez años, trabajó en diversos esta blecimientos de la industria textil durante su ju ventud, incluido un taller donde “los empleados trabajaban a menudo de las 8 a.m., a las 2 a.m.”. Tras de fracasar en un negocio propio, se convirtió en administrador de una fábrica textil cuando ape nas tenía diecinueve años de edad. Siete años más tarde controlaba fábricas textiles en New Lanark, Escocia, y en 1800 tomó en sus manos la adminis tración efectiva de estas fábricas. Los administrado res anteriores habían empleado niños de los orfanatorios como parte de su mano de obra, al lado de adultos, muchos de los cuales eran ladrones, bo rrachos y criminales de todas clases”. La jornada de trabajo se extendía desde las 6 a.m., hasta las 7 p.m., para niños y adultos, y el pueblo de la com pañía se componía de casas de madera de un solo cuarto. Y sin embargo, las condiciones de trabajo y de alojamiento no se consideraban malas para la época. Owen era un hombre religioso para quien los trabajadores de New Lanark eran malos a causa del medio que los rodeaba, de modo que decidió convertir New Lanark en una comunidad modelo. Ya no contrató más niños de los hospicios u orfanatorios ni permitió que trabajaran niños meno res de diez años. La jornada de trabajo se fijó en diez y media horas para niños y adultos. Estableció escuelas nocturnas para los niños trabajadores (iimaginemos un niño de diez años asistiendo a la escuela después de diez horas y media de trabajo ) y fundó guarderías para los niños más pequeños.
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Para sus trabajadores adultos creó un "registro de carácter” donde se anotaban la ebriedad y otras faltas, como la conducta sexual ilícita, con tanta eficacia que las cantinas desaparecieron pronto del pueblo y sólo hubo veintiocho nacimientos ilegí timos en nueve años. Un comité electo, llamado por las mujeres "cazadores de bichos”, inspeccio naba la limpieza de las casas cada semana. Se creó un fondo de ayuda para los incapacitados, enfer mos y ancianos, donde los trabajadores debían de positar 1/60 de sus salarios. Se estimuló el ahorro mediante la creación de un banco de ahorro y la provisión de casas mejores para quienes usaran el banco. Por último, Owen estableció una tienda que vendía alimentos y otros productos a los tra bajadores, a precios considerablemente menores por productos de mejor calidad que los de tenderos privados. ¿Cómo podía Owen hacer todo esto y ganar to davía dinero en la industria textil tan competitiva? Aparentemente había dos razones. Primero, sus plantas estaban situadas en un área de excedente de mano de obra y sus salarios eran bajos: un co mité investigador informó en 1819 que Owen pa gaba 9 chelines, 11 peniques —cerca de 2.40 dó lares— por semana a los hombres y 6 chelines —cerca de 1.50 dólares— por semana a las mujeres, cifras menores que el promedio de la época. Se gundo, aunque sus métodos eran paternalistas, la atención que prestaba a los trabajadores parece ha ber generado una productividad relativamente ele vada de la mano de obra. En 1819 los beneficios se elevaron al 12.5 porciento del capital invertido. El propio Owen reconoció que las reformas lo gradas en New Lanark habían provenido del patrón
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antes que de los propios trabajadores, y que debería instaurarse alguna forma de autogobierno industrial. Publicó sus opiniones en 1816, en uno de los libros señeros del movimiento socialista, The New View of Society, en un momento en que Inglaterra de batía la primera ley fabril destinada a reducir las horas de trabajo y establecer una edad mínima para el trabajo de los niños. Owen luchó duro en favor de la ley, pero lo decepcionó el hecho de que el proyecto no defendiese adecuadamente el tra bajo infantil, y la resistencia de otros patrones a imitar el ejemplo de New Lanark lo llevó a posi ciones más radicales. Owen trató de crear comunidades cooperativas, donde la tierra se poseyese en común, y en 1824 fue a los Estados Unidos a fundar una de tales comu nidades en New Harmony, Indiana. Pero la comuni dad norteamericana y otras de Inglaterra fracasaron, con grandes pérdidas financieras para Owen. Más afortunadas fueron las tiendas cooperativas de menudeo creadas bajo la dirección de Owen en Inglaterra, empezando por el movimiento avan zado de cooperativas de consumo que ha tenido tan to éxito en Inglaterra y Escandinavia y se ha des arrollado hasta cierto punto en los Estados Uni dos. Owen intentó también el establecimiento de cooperativas de productores —grupos de trabajado res propietarios de la fábrica en que trabajaban—, pero estos proyectos no tuvieron éxito. Owen era un visionario que trataba de reformar la sociedad mediante comunidades propiedad de los trabajadores y empresas donde no se permitie sen los beneficios. Esperaba que en tales comuni dades la vida del individuo alcanzara mayor sig nificación mediante la integración plena en la vida
120 EL SOCIALISMO Y MARX cooperativa del grupo. En una época individua lista, sus esfuerzos estaban condenados al fracaso. Quizá tenía razón cuando escribió a un socio empre sario: “Todo el mundo está loco, salvo tú y yo, y a veces pienso que tú estás un poco tocado." K a r l M a r x , e l r e v o l u c io n a r io
Muy diferente del idealista y poco práctico Owen era el profundo pensador alemán Karl Marx (18181883). Nacido y educado en la parte más económi camente avanzada de Alemania, la Renania, e hijo de un funcionario público legal de segundo orden, Marx demostró gran capacidad intelectual a tem prana edad. Enviado a las universidades de Bonn y Berlín, estudió primero jurisprudencia pensando en seguir una carrera gubernamental, pero su oposi ción a los gobiernos autocráticos existentes en Ale mania se lo impidió. El joven Marx se dedicó enton ces a la filosofía, tratando de llegar a ocupar una cátedra, pero sus estudios de filosofía y religión realizados en Berlín —su tesis doctoral se ocupó de las raíces estoicas y epicúreas de la doctrina cris tiana— lo condujeron al ateísmo, y esto le impedía seguir una carrera universitaria. Así que Marx se dedicó al periodismo y se convirtió en editor de un periódico liberal * de Colonia en 1842. Fue allí, mientras escribía sobre problemas económicos, cuando se convenció de la base económica de la polí tica, que detrás de las teorías políticas y el poder político se encuentran los intereses económicos de diversos grupos de la sociedad. Sin embargo, su * La Gaceta del Rm , diario radical (Ed.).
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periódico fue clausurado por el gobierno a causa de sus concepciones liberales, y Marx fue a París donde se casó con la novia de su infancia, la hija de un caballero alemán, y se relacionó con varios socialistas. Uno de ellos fue Pierre Joseph Proudhon (18091865), un líder socialista que ejerció gran influen cia sobre él. La obra principal de Proudhon fue un libro titulado ¿Qué es la Propiedad? (“la propie dad es un robo”, contestaba Proudhon a su propia pregunta), una presentación vigorosa de la idea de que todo el producto de la industria debiera pertenecer al trabajador y que la propiedad privada de los medios de producción permite que el capi talista se apropie de riqueza que legítimamente per tenece al trabajador. Este concepto —no original de Proudhon— era un lema básico del socialismo del siglo xix y resultó fundamental para la propia vi sión que Marx tuvo del capitalismo. Otro de los libros de Proudhon, que llevaba el subtítulo de La Filosofía de la Pobreza, atacaba a la economía or todoxa de su época, sobre todo la “ley de hierro de los salarios”, o sea el argumento maltusiano de que los salarios tienden hacia el nivel de subsistencia a causa del crecimiento demográfico. Convencido de que los argumentos de Proudhon eran falsos, Marx atacó a su amigo en un libro titulado con sarcasmo La Pobreza de la Filosofía, y de acuerdo con la leyenda Prouhdon jamás volvió a dirigirle la palabra a Marx. Otro socialista conocido por Marx en París fue Friedrich Engels (1820-1895), hijo de un rico fa bricante alemán de textiles que poseía fábricas en Inglaterra y Alemania. Marx y Engels trabaron una amistad que perduró hasta la muerte de aquél,
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y los dos hombres colaboraron en el desarrollo de las ideas que Marx publicaría más tarde. Engels mantuvo a Marx y su familia durante la mayor parte de los treinta y cinco años siguientes. Marx continuó en París su carrera periodística, escribiendo artículos especialmente críticos de Prusia, y pronto fue expulsado de Francia a petición del gobierno prusiano. Pasando a Bruselas en 1848, justo antes de la iniciación de las revoluciones de ese año, Marx y Engels escribieron el Manifiesto Comunista: “Un fantasma recorre E uropa... ¡Pro letarios de todos los países, uníosl” ¡no tenéis nada que perder salvo vuestras cadenas! Marx había iniciado su carrera de revolucionario activo. Al estallar la revolución, Marx regresó a Colo nia, reinició la publicación de su periódico, y dio publicidad a la revolución que barría Europa. Pero la revuelta fue aplastada y Marx, expulsado de Alemania y mal visto en Francia, fue a Inglaterra donde pasó el resto de su vida. Continuó en el periodismo de tiempo en tiempo. Durante algún tiempo fue corresponsal inglés del New York Tribune, y escribió sobre la Comuna Francesa de 1870 para el London Times. Pero dedicó la mayor parte de su tiempo al estudio, haciendo investigación so bre economía en la biblioteca del Museo Británico y escribiendo su gran obra, El Capital. Este libro era a la vez una denuncia del capitalismo —Marx inventó esta palabra— y una explicación de las razones que deben conducir a su desaparición. El primer volumen apareció en 1867 y fue la única parte completada por el propio Marx. El segundo volumen apareció en 1885, dos años después de la muerte de Marx, editado por Engels, mientras que la última parte apareció hasta 1894.
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Sin embargo, el estudio no remplazó por com pleto la agitación revolucionaria, y cuando la Internacional —una alianza internacional de par tidos revolucionarios— se formó en 1864, Marx des empeñó un papel principal. En su opinión, no bastaba con ser un teórico, pues había necesidad de que un partido revolucionario asumiera el control tras el derrumbe del capitalismo. Escribió extensa mente en apoyo del movimiento revolucionario proletario y en oposición a los socialistas cuyas ideas diferían de las suyas. Marx sentó un precedente en el uso de la denuncia vitriólica que ha seguido afectando al radicalismo de izquierda hasta nues tros días. Marx murió en 1883 tras haber dado al socialis mo revolucionario sus fundamentos teóricos. Nos preguntamos cuán diferente podría ser el mundo de hoy si el rígido autoritarismo de la Prusia posnapoleónica no hubiese impedido a Marx seguir una carrera en el gobierno o la universidad. L a c o n c e p c ió n m a r x is t a d e l c a p it a lis m o
Resulta difícil condenar el gran plan del pensa miento de Marx sin ser injustos con el poder y la consistencia de su razonamiento. El hecho mismo de que el argumento de Marx sea extenso e intrin cado, con todas sus partes conectadas e integradas en forma lógica, hace una falsificación de casi cualquier resumen breve. Sin embargo, es importan te el entendimiento de tal argumento, aunque sólo sea porque constituye la base de una de las ideo logías más poderosas del mundo moderno. LJ^larx parte de la idea de que las relaciones eco
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nómicas constituyen la fuerza motriz fundamental de toda sociedad. Los hombres están motivados fundamentalmente por sus intereses económicos^ pero veamos cómo expresó esto Marx en el Pró logo de la Contribución a la critica de la economía política (1859): .. -en la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e in dependientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de des arrollo de sus fuerzas productivas materiales. El con junto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, po lítica y espiritual en general.
Según Marx, en una sociedad capitalista los do^ grandes intereses económicos son los del capitalista y el trabajador. Estas dos grandes clases económicas se oponen entre sí, porque el capitalista sólo puede prosperar si el trabajador es explotado. En este sen tido, el capitalismo es sólo la última de una serie de organizaciones sociales donde una clase existe expensas de otra. El Manifiesto comunista (1848) lo expresa claramente: La historia de todas las sociedades que han existi do hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases. Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos se enfrentaron siempre, mantu vieron una lucha constante, . . .
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La moderna sociedad burguesa, que ha salido de entre las ruinas de la sociedad feudal, no ha abolido las contradiciones de dase. Únicamente ha sustituido las viejas clases, las viejas condiciones de opresión, las viejas formas de lucha por otras nuevas.
^Marx inició su ataque al capitalismo con la teo ría del valor trabajo. Recordemos que esta teoría desarrollada por los liberales económicos y los economistas clásicos, sostiene que el verdadero va lor de todo producto o servicio es simplemente la cantidad de trabajo empleada en su producción. Por ejemplo, una mesa cuya construcción requiere de 10 horas de trabajo vale el doble que una silla cuya construcción requiera 5 horas de trabajo. En opinión de Marx, bajo el capitalismo se ex plota al trabajo porque no se le paga todo el valor de los productos y servicios que genera. El capi talista emplea al trabajador al salario corriente y lo hace trabajar tantas horas del día como pueda, asegurándose de que el valor de la producción del trabajador sea mayor que el salario que le paga. Esta diferencia entre el salario y el valor de la producción llamado “plusvalía” por .Marx, se con vierte en el beneficio del capitalista. ,La explota ción del trabajador puede intensificarse, y el valor excedente que se apropia el capitalista puede au mentar, gracias a los esfuerzos de un patrón por imponer salarios menores, jornadas más largas, y empleo de un número mayor de mujeres y niños. Así explicaba Marx algunas de las características más generalizadas de la economía industrial de su época. La explotación existe también en otro sentido. Marx concebía el capitalismo como un mecanismo
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gigantesco mediante el cual se transforma el tiempo de trabajo del trabajador primero en beneficios y luego en capital. Mientras que el tiempo de tra bajo es propiedad del trabajador, el capital es pro piedad del capitalista. En esta forma, la clase ca pitalista se vuelve cada vez más rica por el trabajo de la clase trabajadora: “Acuñan nuestra sangre misma en oro", como decía una canción radical norteamericana anterior a la primera Guerra Mun dial. -Esta explotación de los trabajadores es sólo el efecto económico directo del capitalismo sobre la clase trabajadora. También tiene efectos psicoló gicos. La separación del trabajador de los frutos de su trabajo crea una alienación generalizada del tra bajador que deshumaniza todas las relaciones per sonales y sociales. El trabajador transfiere una parte de su vida misma al producto de su trabajo que nunca vuelve a ver, recibiendo a cambio un salario apenas suficiente para mantenerlo vivo] Esta sus titución de dinero por un producto real inicia una cadena de separación psicológica del trabajador frente a su trabajo, su patrón, sus compañeros tra bajadores, su familia, y en última instancia frente a sí mismo! El intercambio del mercado y los pa gos en dinero toman el lugar de los sentimientos humanos y las relaciones humanas, y la vida se vuel ve deshumanizada y carente de sentido. El residtado es una patología social y psicológica que invade toda la sociedad capitalista y es inherente a sus relacio nes económicas básicas.1 "j i Marx no hizo mucho hincapié en estas percepciones extraordinarias de la sociedad moderna. Las desarrolló en ensayos tempranos que no se publicaron sino después de la
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/ La explotación y la alienación constituyen un aspecto del capitalismo. El otro es la acumulación del capital y el crecimiento de la riqueza. Este aspecto del proceso económico deriva también de las relaciones existentes entre capital y mano de obra. Por mucho que el patrón trate de exprimir a sus trabajadores, el propio mercado de trabajo determinará el nivel de los salarios, mientras que la resistencia humana limita la duración de la jor nada de trabajo, y el empleo de mujeres y niños se ve afectado por una combinación de factores tec nológicos y de condiciones del mercado de traba jo. El patrón tiene una flexibilidad relativamente escasa en estas cuestiones, y no puede obtener fá cilmente una ventaja competitiva sobre otros ca pitalistas si no es reinvirtiendo el valor excedente que obtiene en maquinaria y equipos nuevos, lo que aumenta la productividad de su mano de obra e incrementa más aún sus beneficios. En realidad, se ve obligado a actuar en esta forma si quiere so brevivir, porque sus competidores harán lo mismo. El resultado es un esfuerzo continuo por ampliar la inversión. Así explicaba Marx el proceso de acumulación de capital y la creciente productividad y el producto incrementado que tal proceso ge nera. Así pues, el capitalismo tiene dos caras: la acumu lación de capital y el crecimiento por una parte; la explotación y la alienación por la otra. segunda Guerra Mundial, y en El Capital hay dos capítulos que se ocupan de ellas en forma parcial. Pero aun esto bastó para influir profundamente en varios psicólogos modernos, y nos da el concepto de la alienación como una fuente de des órdenes psicológicos.
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El
DERRUMBE DEL CAPITALISMO
Marx creía que el capitalismo estaba condenado, y desarrolló un análisis intrincado de las “leyes del movimiento” de la sociedad capitalista para demostrarlo. Por una parte, el argumento tiene una base moral: las injusticias inherentes del capitalis mo conducen en última instancia a condiciones eco nómicas y sociales que no pueden mantenerse. Por otra parte, el argumento es psicológico: el conflicto de clases —entre un número decreciente de capitalis tas cada vez más ricos y una clase trabajadora cre ciente y cada vez más miserable— llevará en última instancia a la revolución social. Y por último, el argumento es económico: la acumulación del capi tal en manos privadas permite la abundancia eco nómica, pero también conduce al derrumbe econó mico del capitalismo. ^En todo momento se subraya la idea del conflicto: conflicto entre el ideal y la realidad, entre capital y mano de obra, entre cre cimiento y estancamiento. Del conflicto surge el cambio' y por esta razón básica, según Marx, el capitalismo debe ceder su lugar a otra forma de sociedad donde el conflicto sea sustituido por la armonía ética, social y económica/El cambio a través del conflicto es el “proceso dialéctico” me diante el cual el socialismo remplazará en última instancia al capitalismo.' Marx pensaba que el pro ceso tenía una base económica en la división de la sociedad en trabajadores y capitalistas. Su relación es de explotación, porque los propietarios de los medios de producción tienen todas las ventajas. El conflicto resulta inherente en esta situación.
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sostenía Marx, y se fortalecerá hasta que todo el tejido de la sociedad se rompa. La explotación del trabajo es el punto de parti da. Conduce a un poder de compra insuficiente y, a través del valor excedente y de la competencia de los capitalistas, a la acumulación del capital. Sin embargo, Hay una inconsistencia dentro del capitalismo. Cuando la economía es próspera, las empresas ganan valor excedente para sus propieta rios, quienes lo reinvierten para expandir la produc ción. Pero el poder de compra se queda eventual mente atrás, en parte porque no se paga a los trabajadores todo el valor de su trabajo y en parte porque la inversión de capital hace aumentar la capacidad de producción. Tarde o temprano apare ce en el mercado una saturación de bienes no ven didos. La producción se reduce entonces y los precios bajan: el desempleo aumenta, el valor ex cedente (beneficio) declina y luego desaparece, y la acumulación de capital cesa. La “crisis” capi talista continúa hasta que se elimine la saturación de bienes: los precios se recuperan, el valor ex cedente reaparece, y la acumulación de capital se reinicia y continúa hasta la aparición de la satu ración siguiente.. Este proceso, sostiene Marx, genera los ciclos recurrentes de prosperidad y depresión que constituyen una falla inherente del capitalismo. Marx sostenía también que las crisis se volverían más graves —más prolongadas y profundas— a me dida que se desarrollaba el capitalismo. El capital y la capacidad productiva totales de la economía aumentan de una crisis a la siguiente, y la razón del capital a la mano de obra sube. Estos cambios hacen que las saturaciones se vuelvan más y más grandes, que su eliminación requiera cada vez más
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tiempo, y que impongan reducciones cada vez ma yores en la producción. ¿Pero por qué habría de aparecer la saturación en primer lugar? ¿No podrá la prosperidad cre ciente provocar aumentos en el empleo, los sala rios y el poder de compra? Marx contesta que aun durante la prosperidad el "ejército de reserva” de los desempleados recibe reclutas, trabajadores cuyos empleos han sido tomados por las máquinas. La inversión de capital conduce a la sustitución de la mano de obra por el capital. En verdad, ésta es la única forma en que el capitalista puede au mentar su tasa de acumulación de valor excedente. Por lo tanto, durante la prosperidad la acumula ción de capital genera desempleo tecnológico y hace bajar los salarios y el poder de compra, tal como lo hace la saturación de bienes durante los períodos de depresión. En ambos casos, el resul tado es el empobrecimiento de la clase trabajadora. Pero ésta es sólo la mitad de la historia. Támbién ocurren cambios dentro de la clase capitalista. Ante todo, la tasa de beneficio declina a medida que la inversión del empresario en maquinaria y equipo se convierte gradualmente en una propor ción creciente de su inversión total. '(Marx estaba completamente convencido de esto cuando escribió el primer volumen de El Capital, pero las notas que dejó para el volumen tres demuestran que no es taba del todo seguro de que las tasas de beneficio deban declinar necesariamente a medida que pro sigue la acumulación de capital.) /En segundo lu gar, los ciclos económicos engendrados por el ca pitalismo permiten que los grandes capitalistas se traguen a los pequeños. Las empresas con mayo res recursos financieros sobreviven, y a través de
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los años la propiedad de la industria se centraliza gradualmente en un número de manos cada vez menor hasta que unos cuantos grandes financie-
Diagrama de la teoría marxista del desarrollo capitalista
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ros lo controlan todo. Esta clase capitalista super viviente se vuelve cada vez más riegu en contraste con la miseria creciente del proletariado, ^que se expande a medida que los pequeños empresarios quiebran y se unen a sus filas. £a clase trabaja dora se degrada también crecientemente a medida que el cambio tecnológico fragmenta los trabajos complejos en otros más simples, los trabajadores calificados se vuelven, semicalificados, y éstos se vuelven no calificados.^En última instancia ocurre la revolución, un levantamiento popular de la gran mayoría contra los pocos ricos. Conducida por los comunistas, la clase trabajadora toma el poder y procede a construir una sociedad nueva. En la grá fica siguiente se bosqueja el proceso de desarrollo capitalista desde la explotación hasta la revolución. L a v is ió n m a r x is t a
El análisis de Marx del desarrollo capitalista se basaba en el supuesto de que én el desarrollo de la sociedad humana funcionan de continuo dos glandes fuerzas: una es la lucha de los hombres contra la naturaleza para obtener la subsistencia y la comodidad. El desarrollo de la tecnología y el perfeccionamiento de los métodos de producción constituyen uno de los resultados de esa lucha, y en sus primeras etapas el capitalismo representó un gran paso hacia la abundancia. La producción fabril y la tecnología de la máquina aumentaron grandemente el control humano de la naturaleza, y el carácter competitivo del capitalismo obligaba a las empresas a reinvertir de continuo sus benefi cios en nuevos y mejores métodos de producción.
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La falla del capitalismo residía en su incapacidad para continuar este proceso y en los derrumbes o crisis periódicos que ocurrían. En opinión de Marx, la lucha por la existencia llevaba a la segunda gran fuerza productora del cambio económico y social: .la lucha de unos hom bres contra otros. Los seres humanos constituyen un tipo de recurso productivo, y el control sobre ellos es una de las formas en que unos pocos pue den aumentar su riqueza y bienestar. Por lo tanto, sostenía Marx, la lucha por la existencia conduce inevitablemente a la explotación de unos por otros. Las primeras manifestaciones de este principio fue ron la familia patriarcal, la economía de tiempos antiguos basada en los esclavos, y el feudalismo. Este último, a su vez, se convirtió en el sistema asa lariado del capitalismo. Cada uno de estos esta dios sociales representaba una victoria en la bata lla contra la naturaleza y marcaba un incremento de la libertad humana -d e algunos hombres, no de todos—, y cada uno de ellos se volvía posible por los adelantos de la tecnología y la organización social de la producción. En última instancia, sostenía Marx, la econo mía podría lograr una abundancia generalizada y producir suficiente para todos, y en este punto de la historia humana todos los hombres podrían ser completamente libres, en lo político y lo eco nómico. El capitalismo no podía alcanzar esta meta porque impedía el desarrollo pleno de la tecnología moderna, se traducía en la cesación periódica de la acumulación de capital, y creaba las condiciones de la revolución social. Pero el socialismo sí po día alcanzar la meta porque eliminaba la explo tación y las distinciones de clases y porque destruía
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los obstáculos que impedían el avance de la pro ducción. f Marx concluía que una economía de abundan cia sólo era posible en una sociedad sin clases. Cuando llegara la economía de la abundancia, ya no habría ninguna necesidad de diferencias socia les o económicas, y la explotación habría termi nado mucho tiempo atrás^/La distribución del in greso se basaría en la máxima: “de cada quien de acuerdo con sus capacidades, a cada quien de acuer do con sus necesidades”. En este punto terminarían las dos grandes luchas de la humanidad —el hom bre contra la naturaleza y el hombre contra el hom bre-. Éste era el lado positivo del marxismo, su visión de un mundo de abundancia, igualdad y libertad. ¿ T e n ía r a zó n M a r x ?
Uno de los debates económicos menos útiles del siglo xx se ha centrado en la corrección del análisis del capitalismo hecho por Marx. Como prueba de los errores de Marx, sus detractores señalan los niveles de vida crecientes de las naciones moder nas. La clase trabajadora no ha sido sometida a una miseria creciente, y los sindicatos han ganado un poder económico y político en todos los países industrializados importantes. Además, la clase tra bajadora ha compartido la riqueza, el ingreso y los beneficios económicos crecientes que se han difundido ampliamente por todas las clases sociales. Los marxistas responden que los extremos de la explotación se han transferido de la clase traba jadora nacional a la de las naciones coloniales y
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menos desarrolladas. Los pueblos dominados polí tica o económicamente por grandes países'capita listas soportan ahora la mayor carga de la explota ción, lo que permite a los capitalistas suavizar su tratamiento de la clase trabajadora de su país y eleva su nivel de vida. También señalan la conti nuación de los extremos de pobreza y riqueza den tro de los países, el surgimiento de las grandes em presas y el predominio del monopolio, la influencia dominante de los intereses empresariales en la po lítica, y la incapacidad de los países capitalistas para terminar con las depresiones y el desempleo, como indicaciones de que el análisis marxista era esencialmente correcto. A pesar de todas las “con cesiones” que se han hecho a la clase trabajadora —la legislación de bienestar social, la organización sindical, los mayores niveles de vida—, los mar xistas sostienen que los defectos básicos del capita lismo subsisten, retrasan el crecimiento económico y posponen indefinidamente el surgimiento de una sociedad de abundancia. Pero aun si fuesen errados los pronósticos mar xistas de una miseria creciente y una sociedad po larizada, los argumentos de Marx deben hacernos pensar. No puede perdurar por mucho tiempo nin guna sociedad que excluya del disfrute de sus be neficios a un grupo numeroso de sus ciudadanos, como ocurría con muchos trabajadores y sus fa milias en los días de Marx y durante los decenios de descontento y de levantamiento potencial del siglo xix en Europa. En muchos sentidos, el aná lisis de Marx era una interpretación teórica de las condiciones reales. Pero en los años posteriores a 1870 ocurrieron muchos grandes cambios en el escenario europeo.
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El derecho al voto —la democracia política— se extendió gradualmente a los trabajadores. Los sis temas nacionales de legislación de beneficencia pro veyeron protección contra los peores efectos del sistema industrial. El crecimiento de los sindicatos, y en Europa la aparición de partidos políticos la borales, dieron una nueva dignidad al trabajador y significaron el lugar que el trabajador industrial se estaba forjando. La “válvula de seguridad” de la emigración a América del Norte y del Sur, y a Australia, pemitió que muchos europeos descon tentos iniciaran una nueva vida en sociedades más libres. Y el imperialismo ofreció importantes opor tunidades económicas, a pesar de todo lo que se diga en su contra. Sin embargo, las tensiones sociales no se habrían suavizado suficientemente, a pesar de estos suce sos, sin el crecimiento de la economía europea. El industrialismo abrió muchas puertas al hombre inteligente, ambicioso, como se observa en el ejem plo de Robert Owen. Siempre ha sido cierto que se avanza con mayor facilidad si se empieza cerca de la cima, pero también lo es que una economía creciente y cambiante ofrece más oportunidades que una economía estancada. El crecimiento eco nómico continuo, tanto interno como externo, dio tiempo a Europa para que se adaptara a las tensio nes de la industrialización mediante la imposición de reformas que otorgaron derechos políticos a los trabajadores y los protegieron de los efectos más ne gativos de la economía de mercado. Una moraleja que debemos derivar del marxismo es que una eco nomía debe proveer dignidad y amplias oportuni dades para todos a fin de que la sociedad permanez ca saludable.
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El marxismo sigue siendo una fuerza importan te en el mundo moderno. Expresa una condena ción moral a la condición de la humanidad. Con tiene una visión grandiosa de lo que podría llegar a ser tal condición. Contempla al capitalismo mo derno como un sistema dinámico donde el proceso mismo del crecimiento conduce en última instancia a una crisis final donde el sistema en conjunto ya no puede sostenerse a sí mismo. Su visión del or den social centrado en las clases provee un marco para el análisis de gran parte de lo que ocurre en el mundo moderno. Provee una base para la acción política y una ideología que puede agrupar a los disidentes. Estos aspectos del marxismo son mucho más importantes que la corrección o in corrección de su análisis de cuestiones individuales. Donde quiera que los hombres se sientan oprimi dos el marxismo puede expresar su ira y su esperan za, y puede ofrecer un camino hacia algo mejor. Esta característica del marxismo lo convierte en una fuerza que debe ser reconocida en el mundo moderno.
VI. LA FILOSOFÍA DEL INDIVIDUALISMO del socialismo y su demanda de justicia social obligaron a los defensores del orden existente a erigir sus defensas. También se nece sitaba una refutación teórica, porque la crítica del capitalismo hecha por Marx se basaba en los su puestos de la propia economía clásica, en la teoría del valor trabajo y en la teoría de la acumula ción del capital. Marx usaba las armas de la ideo logía dominante para atacar al sistema mismo defendido por tales armas. Una respuesta a Marx y el socialismo fue la filo sofía del individualismo del siglo xix, desarrollada como la ideología de una civilización empresarial en los años comprendidos entre 1850 y la primera Guerra Mundial. Así como el marxismo había ex presado el desencanto de los desposeídos y los ali neados, llevándolo a un alto nivel de análisis teó rico, una teoría avivada y reforzada del laissez faire expresaba los intereses de los afortunados. Pocos de los protagonistas del nuevo individualis mo podrían ser llamados economistas en sentido estricto —los más importantes eran filósofos, ju ristas y empresarios—, pero su pensamiento eco nómico causó una influencia mucho mayor sobre el mundo que el trabajo de cientos de académicos. La segunda reacción a Marx fue una reconstruc ción de la ciencia económica misma, lograda me diante la eliminación de sus elementos débiles, el fortalecimiento de su validez científica, la geneEl
s u r g im ie n t o
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ralización de sus conceptos básicos, y su adaptación al mundo contemporáneo. La economía como cien cia se fortaleció en gran medida por la influencia de la teoría y la crítica socialistas. Pero el tenor de los tiempos y el clima de opinión en que surgió la ciencia económica reconstruida fueron fijados por otros, por hombres de negocios más prácticos. La
filo s o fía
Un filósofo inglés, Herbert Spencer (1820-1903), y un sociólogo norteamericano, William Graham Sumner (1840-1910), encabezaron el nuevo desarro llo de la filosofía del individualismo. Estos hombres forjaron la ideología que sirvió de base a medio si glo de legislación, leyes y costumbres. Spencer fue un evolucionista antes que Darwin. Ya en 1850, en su libro Social Statics, sostuvo que todos los sistemas sociales se desarrollan y cambian por un proceso natural que se traduce en una maximización del bienestar individual. Este proceso natural de desarrollo deriva de la competencia entre los individuos, sostenía Spencer, y toda in terferencia del gobierno impide el logro pleno de la meta ideal. A la primera enunciación de Spen cer siguieron varios ensayos y una obra en diez volúmenes, Synthetic Philosophy, que trataba de demostrar que el progreso evolutivo se da en todos los fenómenos, en el mundo biológico, en la mente humana, en la sociedad y en la ética. Mientras Darwin explicaba la evolución en términos de la “selección natural”, Spencer inventó la frase de “supervivencia de los más aptos”, como la fuente del progreso:
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Todos los organismos, incluidos los sociales, cambian mediante su adaptación a influencias exteriores, rea lizada en forma tal que se beneficie el organismo involucrado. Los organismos mejor adaptados a su ambiente, o que cambian para adaptarse a su ambiente, sobrevivirán. Los menos aptos morirán, dejando a los más fuertes y "mejores”.
En esta forma se logra el progreso y se eliminan los individuos más débiles y las instituciones socia les menos útiles, de modo gradual. Dado que el miembro individual de la sociedad es quien toma decisiones, la organización social que surge del proceso de cambio se adapta mejor a la satisfacción de las necesidades del individuo. El progreso sig nifica que el bienestar del individuo debe mejorar. Estas ideas llevaron a una descripción de la so ciedad ideal, concebida como un equilibrio es tático entre los hombres y su medio ambiente, producido por el ejercicio pleno de los derechos individuales naturales. El gobierno, un mal nece sario, quedaba limitado estrictamente a la protec ción de los hombres y de su propiedad, así como el cumplimiento de los contratos privados, y nada más. A medida que la sociedad avanza de un estado primitivo de violencia y control militar hacia ni veles más altos de industrialización y paz, aun el papel protector del gobierno podría reducirse y finalmente desaparecería en la utopía final del anarquismo filosófico. Pero en la transición no debe haber regulación gubernamental de la indus tria, iglesia oficial, colonización organizada, sub sidios para los pobres, legislación social, acuña ción pública de moneda, sistema postal propiedad
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del gobierno, ni educación pública. Debe permitirse la acción individual sin restricciones, y $0 debe tolerarse que nada interfiera con la selección na*^ tural de los más aptos, ni siquiera medidas tales como la salubridad pública, que protege y en con secuencia perpetúa los tipos más débiles. La filosofía de Spencer tuvo mayor influencia en los Estados Unidos que en su propio país. Su seguidor norteamericano más prominente fue William Graham Sumner, un ministro episcopalista y economista de la Universidad de Yale que se convirtió en uno de los sociólogos más notables de su tiempo. Su obra principal es un clásico de la Sociología, Folkways (1907), donde examina las “mores” sociales: instituciones y convenciones que se desarrollan y cambian de continuo por un proceso de adaptación a las necesidades individua les y sociales. Si tales instituciones no contribuyen al bienestar y la supervivencia, serán gradualmente remplazadas por métodos más eficaces, y el sistemé social evolucionará hacia una forma más elevada y mejor. Sin embargo, las instituciones sociales que demostraron su utilidad en el pasado sólo se aban donan con resistencia y después de que se ha probado la superioridad de métodos nuevos. Así pues, en opinión de Sumner el sistema social es al mismo tiempo conservador y progresista, resistente al cambio y cambiante. Según Sumner, dentro del sistema social los in dividuos también están ascendiendo y descendien do. Quien tenga capacidad, inteligencia y energía alcanzará la prominencia en competencia con todos los demás. El flojo, ignorante y débil; se. perderá de vista. El surgimiento de individuos superiores \ trae consigo el progreso, porque /son estos hom
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bres quienes innovan, piensan, desarrollan ideas nuevas. La competencia entre ellos se traduce en una población más vigorosa y en una mejor es tructura social. En una larga serie de ensayos con títulos tales como “What Social Classes Owe to One Another”, “The Forgotten Man”, y “The Concentration of Wealth: Its Economic Justification”, Sumner apli có su teoría de la sociedad a problemas de la po lítica económica contemporánea. “The Forgotten Man” (El hombre olvidado) es aquel que trabaja mucho, produce, paga sus impuestos, ahorra e in vierte, y así lleva a la sociedad todos los beneficios del trabajo arduo y el espíritu de empresa, a pesar de soportar la carga de los aranceles protectores, los servicios sociales del gobierno, y los altos costos impuestos por los sindicatos.1 La concentración de la riqueza se justifica porque se utiliza en la producción para otros. La riqueza oculta u ociosa nunca conduce a tal concentración. La élite eco nómica llega a la cumbre sólo porque, en compe tencia con otros, expande la actividad económica y produce los bienes y servicios requeridos y desea dos por la sociedad. Las clases sociales no se deben nada entre sí; sólo deben preocuparse por sí mis mas, y los beneficios para las demás se producirán en forma automática. Tal era, pues, la filosofía de la evolución apli cada al sistema social. Esta filosofía justificaba l Irónicamente, Franklin Roosevelt invirtió la frase de Siunmer “el hombre olvidado” y la usó para describir a los pobres y marginados que se beneficiarían con las medidas de beneficencia del Nuevo Trato, un programa intervencio nista que habría escandalizado a Sumner.
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el individualismo irrestricto sosteniendo que de la competencia sólo podría provenir el bien social. Justificaba la gran riqueza afirmando que la rique za sólo existe porque sirve a los demás. Justificaba la ausencia de responsabilidad hacia los demás sosteniendo que todos los destruidos por la com petencia podrían considerarse “no aptos”, incapaces de hacer una contribución al orden social suficien temente grande para sobrevivir. Era una filosofía rigurosa que asociaba el éxito con lo justo y el fracaso con el error, la riqueza con el servicio pú blico y la pobreza con la inutilidad. E l in d iv id u a l is m o y e l d e r e c h o
La filosofía del individualismo se aplicó con mayor fuerza a los asuntos económicos en los Es tados Unidos. La Guerra Civil (1861-1865) impuso el predominio político de los intereses industriales del noreste, y durante el conflicto se aprobaron va rias leyes que allanaban el camino para lo que un crítico habría de llamar “la gran barbacoa”. El Arancel Morrill (1861) elevó los derechos sobre las importaciones y preparó el escenario para la legis lación de aranceles elevados tras el término de la guerra. La Ley Homestead (1862) abrió final mente el oeste a la colonización en gran escala. Las Leyes del Ferrocarril del Pacífico (1862 y 1864) concedían subsidios federales para los ferrocarriles trascontinentales. En 1864 se autorizó la contrata ción de mano de obra para promover la inmigra ción permitiendo que los empleadores pagaran el pasaje de los inmigrantes a cambio ele un contrato de trabajo. La Ley Bancaria Nacional (1863) re
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hizo el sistema monetario para proveer una oferta monetaria limitada y “sana”. Por último, la abo lición de la esclavitud creó de una vez por todas un mercado libre de mano de obra para todo el país. La escena estaba lista para el dominio de la empresa privada en una civilización orientada hacia los negocios, una vez derrotados en la guerra los intereses terratenientes del Sur. La filosofía del individualismo irrestricto se in corporó al derecho constitucional fundamental. La persona más responsable de este suceso fue un magistrado de la Suprema Corte de los Estados Unidos, ahora casi completamente olvidado, Stephen J. Field (1816-1899). Field era hijo de un pro minente clérigo congregacional y hermano de otros dos hombres igualmente eminentes: Cyrus Field, el hombre de negocios que tendió el primer cable telegráfico transatlántico en 1866, y David Dudley Field, un destacado abogado de Nueva York que encabezó el movimiento en pro de la reforma de los códigos legales en el decenio de 1860 y quien más tarde se convirtió en líder de un movimiento internacional tendiente a remplazar la guerra por el arbitraje, antecedente de la Liga de las Naciones. Cuando contaba con poco más de treinta años, Stephen Field participó en el éxodo hacia California, contagiado por la fiebre del oro. Fue electo juez y en 1850 llegó a la legislatura estatal. Para 1857 se encontraba en la Suprema Corte del estado y se convirtió en su presidente en 1859. Field era un producto del Oeste en desarrollo y de su estructura social individualista, abierta, donde una persona podía ascender por sus propios esfuerzos. Abraham Lincoln lo designó en 1863 magistrado de la Suprema Corte de los Estados Unidos, puesto
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que ocupó durante treinta y cuatro años, convir tiéndose en una de las glandes autoridades del país en materia de derecho constitucional. En 1876 fue miembro de la famosa Comisión Electoral que decidió la presidencia en favor del Republicano Rutherford B. Hays y en contra del Demócrata Samuel J. Tilden, quien había obtenido un mayor número de votos. Durante su carrera en la Suprema Corte, las opiniones más importantes de Field se refirieron a la protección de la propiedad y la libertad de las empresas, por aplicación a las cor poraciones de la Decimocuarta Enmienda a la Cons titución. Al principio en minoría, Field se convirtió pronto en el vocero más importante de la mayoría en cuanto a la opinión de que la Constitución garan tiza al individuo y a la empresa contra la interven ción gubernamental. Los famosos Casos de los Rastros de 1873 permi tieron que Field expusiera su posición en términos inequívocos. Luisiana había promulgado leyes ten dientes a proteger la salud pública en Nueva Orleans por la limitación de la operación de los rastros y la concesión de un monopolio de esa actividad a una sola compañía. Los carniceros y los introductores de ganado se opusieron a la ley y demandaron protec ción legal contra su ejecución alegando que la ley era inconstitucional. Sostenían los oponentes, entre otras cosas, que el monopolio los privaba del de recho de continuar en su actividad habitual y que, contra la dispuesto por la Decimocuarta Enmienda, los privaba de propiedad sin el debido proceso le gal y les negaba igual protección bajo la ley. Los defensores de la legislación sostenían que ella re presentaba una expresión válida del poder de vigi lancia del gobierno estatal. El caso llegó en última
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instancia a la Suprema Corte, donde la mayoría sostuvo que el estado estaba usando legítimamente sus facultades de vigilancia y que no se habían violado los derechos civiles. Pero Field escribió un voto vigoroso de disentimiento. En su opinión, el derecho de operar un rastro o cualquiera otra empresa legítima era un derecho que el gobierno no podía eliminar. “No puedo creer que lo esta blecido en la Declaración de Independencia como un derecho dado por Dios e inalienable pueda ser arrebatado así sin piedad a los ciudadanos, ni que pueda existir ninguna restricción a ese derecho, excepto por regulaciones que afectan por igual a todas las personas del mismo sexo, edad y con dición.” El argumento en favor de la propiedad como un derecho natural que ningún gobierno puede apro piarse sin el debido proceso de la ley se sometió de nuevo a prueba en los años siguientes. Field disintió vigorosamente en varias ocasiones, cuando la mayoría de la Suprema Corte apoyó la inter vención estatal en los asuntos económicos. Pero la opinión cambió, y para 1886 toda la Corte había llegado a aceptar la posición de Field. En un caso referente a la validez de impuestos especiales es tablecidos en contra del Ferrocarril Southern Pa cific por un condado de California, Field pudo afirmar: "La Corte no desea escuchar el argu mento sobre la cuestión de si se aplica a estas cor poraciones la disposición de la Decimocuarta En mienda. Todos nosotros opinamos que sí se aplica”. La enmienda constitucional que originalmente ha bía buscado la protección de los esclavos emanci pados se aplicó entonces a las corporaciones y a
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la actividad empresarial, y en este caso los impues tos locales fueron declarados inválidos. Una vez que la posición de Field pasó a formar parte de la ley constitucional de los Estados Unidos, se derogaron muchas leyes estatales referentes a la jornada de trabajo, el trabajo de los niños, las condiciones fabriles y otros aspectos de la vida económica. En una época en que el crecimiento industrial estaba creando muchos problemas nue vos, la filosofía del laissez faire irrestricto era la ley de la tierra y se permitía escasa interferencia con la empresa privada y la libertad de contrata ción. En vano se quejó el juez Oliver Wendell Holmes, en una opinión de disentimiento famosa, de que “la Decimocuarta Enmienda no convierte en ley la Social Statics de Herbert Spencer”. El
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La filosofía del individualismo se tradujo tanto en folklore como en principios legales. La leyen da hablaba del pobre joven inmigrante que ini ció su carrera en el primer peldaño de la escalera de los negocios, trabajó duro, ahorró dinero, hizo inversiones sagaces, y finalmente alcanzó una po sición de liderazgo empresarial. Se casó bien, educó una familia feliz, y se ganó el respeto de sus con ciudadanos. Sabio en su ancianidad, era un estadista maduro consultado por los presidentes y amado por sus nietos. Aunque pocos líderes empresariales siguieron este camino —la mayoría de ellos eran hijos de hombres de negocios o profesionales, tuvieron una educa ción por encima del promedio, y no empezaron en
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el primer peldaño—, una economía en crecimiento donde la empresa individual no tenía cortapisas ni pagaba impuestos al ingreso ofrecía un campo fértil para quienes buscaran riquezas. Algunos de los líderes empresariales eran ejemplos vivientes del folklore, aunque no ascendieron dentro de las empresas existentes sino que construyeron sus pro pias empresas con astucia, habilidad y suerte. Andrew Carnegie, por ejemplo, nació en Escocia, hijo de un tejedor que trajo su familia a los Estados Unidos cuando los telares mecánicos lo dejaron sin empleo. Cuando Andrew tenía trece años de edad fue a trabajar en una planta textil situada cerca de Pittsburgh como canillero, por un salario de veinte centavos al día. Su diligencia le ganó un as censo al cuarto de máquinas, y sus conocimientos de aritmética y su buena letra le ganaron otro as censo al personal de oficina. Buscando campos nuevos con mayores oportunidades, Andrew se con virtió en mensajero del telégrafo, aprendió telegra fía, se convirtió en operador, y en su tiempo libre ganaba dinero adicional como reportero telegráfico de un periódico. Pasando de nuevo a campos más prometedores, se convirtió en telegrafista del Fe rrocarril de Pensilvania y luego en secretario del superintendente general. Cuando su jefe pasó a ser presidente de la compañía, Andrew que a la sazón tenía veinticinco años de edad, fue nombrado super intendente de la división occidental del ferrocarril. Ahorrando dinero, invirtió en una compañía de coches-dormitorios y en tierras petroleras, dos in dustrias nuevas y dinámicas en ese tiempo. Durante la Guerra Civil, Carnegie estuvo a cargo de todos los ferrocarriles y telégrafos militares del este, y los
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administró con la eficiencia que había aplicado a todos sus trabajos. Previendo la superioridad de los puentes de hie rro y acero sobre los construidos de madera, Carnegie organizó en 1862 la Fábrica de Puentes Keystone. Poco después de terminada la Guerra Civil, estableció su propia planta siderúrgica para proveer de materia prima a su compañía, y en 1868 intro dujo en los Estados Unidos el proceso de aceración Bessemer. Construyendo y ampliándose, adquirió más plantas, minas de hierro y carbón, ferrocarriles, y todos los demás elementos de la primera compa ñía siderúrgica completamente integrada del país. En lugar de administrarla por sí mismo, se cuidó de contratar el mejor talento administrativo dis ponible y dio a sus administradores incentivos para que trabajaran con iniciativa y espíritu de progre so. En 1901 vendió su compañía a la recién formada United States Steel Corporation en casi quinientos millones de dólares. El propio Carnegie recibió más de 300 millones de dólares. Carnegie aceptaba y vivía según la filosofía de que el individuo posee la riqueza sólo como un guar dián, y que tal riqueza debe emplearse en última instancia para beneficio del conjunto de la socie dad. Tras de vender su compañía dedicó el resto de su vida a apoyar la educación y la investigación. Estableció y financió el Instituto Carnegie de Tec nología en Pittsburgh, la Institución Carnegie de Washington para la investigación científica, la Corporación Carnegie de Nueva York como un fondo fiduciario para el apoyo a la educación y la investigación, la Fundación Carnegie para el Ade lanto de la Enseñanza, el Fondo Carnegie para la Paz Internacional, y el Fondo Carnegie de los
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Héroes para recompensar los hechos heroicos, ade más de financiar bibliotecas en cientos de ciuda des en todo el país. En todos sus donativos insistía en el principio de la auto-ayuda: el beneficiario debía aportar también algo de dinero, casi en todos los casos. Carnegie escribió varios libros populares donde expresa su filosofía del individualismo y la guardia de la riqueza: Triumphant Democracy (1886), The Gospel of Wealth (1900) y The Empire of Business (1902). Todas estas obras alababan el sis tema empresarial, el individualismo, la libre em presa, y la idea de que la riqueza no debe usarse sólo para el beneficio individual sino para el me joramiento de la comunidad. Típico de sus opi niones fue un artículo sobre “La riqueza” publi cado en la North American Review en 1889: El precio que la sociedad paga por la ley de la com petencia . . . es grande también; pero las ventajas de esta ley son mayores aún, porque a ella debe mos nuestro maravilloso desarrollo material que trae consigo mejores condiciones. . . . La ley puede ser a veces dura para el individuo, pero es lo mejor para la raza, porque asegura la su pervivencia de los más aptos en cada departamento.
La acumulación de la riqueza por unos cuantos puede conducir a un “reino de la armonía” y a la “reconciliación de ricos y pobres” mientras los ricos usen sus riquezas “como un deber” en las formas “más adecuadas para producir los resultados más benéficos para la comunidad”: Las leyes de la acumulación se dejarán libres; las leyes de la distribución también. El individualismo
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continuará, pero el millonario no será más que un depositario a nombre de los pobres; el vigilante tem poral de una gran parte de la riqueza incrementada de la comunidad, que sin embargo administrará a nombre de la comunidad mucho mejor de lo que ella podría hacerlo.
Andrew Carnegie era la personificación viviente ele un folklore del individualismo según el cual la propiedad privada es un elemento natural del orden social, obtenida por el trabajo y el ahorro y demos trativa de la superioridad moral de sus poseedores. Como dijo Russell Conwell, un famoso orador de la época, en su discurso inspirado “Hectáreas de diamantes”: “La santidad está ligada a la riqueza”. O como afirmó el obispo episcopalista William Lawrence: “A la larga, la riqueza sólo llega al hombre moral”. En cambio, la pobreza era el re sultado de la pereza, del despilfarro, o de la falta de capacidad, algo conveniente sólo porque ense ñaba la necesidad de trabajar duro y ahorrar. Esta filosofía no era meramente una racionalización de la riqueza hecha por los ricos, aunque sin duda era eso. Era también la fe de millones, incluida la gran clase media y un gran número de obreros. Los r e s u lt a d o s d e l in d iv id u a lis m o El individualismo tenía también su lado malo. Los apologistas de la riqueza tenían mucho de qué disculparse. En 1900, cuando las utilidades de la Carnegie Steel Company ascendieron a más de 20 millones de dólares anuales (la mayor parte de dicha suma percibida por el propio Carnegie), el salario medio anual de los trabajadores siderúr
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gicos ascendía aproximadamente a 600 dólares. No era evidente la justicia de esta división del ingreso de la sociedad que amenazaba con la polarización de las clases sociales denunciada por Marx. Pero los defensores más extremosos de la filosofía del laissez faire proseguían alegremente su camino, al parecer sin advertir la situación potencialmente ex plosiva que estaban creando. En una ocasión, cuando el Ferrocarril Central de Nueva York canceló un tren rápido extra entre Nueva York y Chicago, se elevó un clamor público. Entrevistado por un reportero, William Vanderbilt, el presidente de la compañía y accionista mayoritario, explotó: “Que vaya al diablo el público. Yo trabajo para mis accionistas. Si el público quiere el tren ¿por qué no lo paga?” Esta declaración provocóuna tormenta de protestas. Vanderbilt decidió que ya era tiempo de diversificar sus intereses y vendió 30 millones de dólares de sus acciones en ese ferrocarril. Era una gran época para el especulador y el promotor. En 1869, Jay Gould y Jim Fisk, es peculadores financieros que habían aprendido su negocio mediante una flotación casi seguramente ilegal de acciones del Ferrocarril Erie, trataron de controlar la oferta de oro en el mercado mone tario de Nueva York. Restringiendo la oferta de oro del gobierno federal en la subtesorería de Nue va York con la connivencia del cuñado del presidente Grant, elevaron el precio del oro a grandes alturas. Sus contactos en Washington los previnieron de la acción del gobierno para destruir la especula ción, y ellos vendieron a tiempo para hacer grandes utilidades. En el pánico financiero que siguió, per mitieron que quebraran sus propios corredores.
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Este Viernes Negro del 24 de septiembre de 1869 fue sólo el más espectacular de los juegos especula tivos que perturbaban la economía de tiempo en tiempo. También estaban activos los constructores de mo nopolios. La nueva economía industrial era par ticularmente vulnerable a las guerras de precios. En la industria de los ferrocarriles, por ejemplo, los costos de capital eran elevados, y la reducción de tarifas podría hacer bajar los ingresos muy por debajo de los costos totales mientras todavía se cu brían los gastos de operación. Las guerras de tarifas podían llevar a la quiebra a las empresas más dé biles, pero dado que la propiedad ferroviaria sólo podía usarse en la operación de trenes, las com pañías derrotadas sólo podían reorganizarse sobre una base financiera más fuerte para regresar a las guerras industriales más capacitadas para la super vivencia que las empresas triunfadoras de la pri mera ronda. Con gran entendimiento, las compañías ferroviarias se fusionaban, celebraban acuerdos so bre tarifas y división del tránsito, compraban accio nes de sus competidoras, y formaban “comunidades de interés”. En otras industrias operaban factores similares: acero, equipo agrícola, refinación de azúcar, refi nación y distribución de petróleo, y servicios pú blicos. Se formaban monopolios gigantescos para lle var estabilidad a industrias sumidas en el caos por la competencia misma que en opinión de los teó ricos era la base del orden económico. Al combi narse, los financieros perdían de vista en ocasio nes los beneficios económicos de la compañía, los accionistas o el público, cuando los servicios lega les y financieros resultaban caros. Cuando J. P.
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Morgan empezó a formar grandes compañías si derúrgicas con otras más pequeñas en el decenio de 1890, descubrió que la emisión de valores en cantidades mayores que el valor real de las pro piedades fusionadas podría dar grandes beneficios. La capitalización del “buen crédito” y los beneficios monopólicos potenciales podría llevar dinero a las manos de banqueros y abogados. Cuando Andrew Carnegie amenazó con romper el plan mediante una competencia aguda, Morgan se vio obligado a comprar al precio fijado por Carnegie. Así nació la United States Steel Corporation, con acciones y bonos vendidos al público y distribuidos a los promotores a precios iguales a cerca del doble del valor real de las propiedades. La posición monopólica de la compañía le permitió en última ins tancia salir adelante, pero el público hubo de pa gar altos precios por el acero. Poco después de cerrado el trato Carnegie-Morgan, ambos hombres se encontraron en un viaje transatlántico. Según se cuenta, Carnegie expresó: “Cometí un error, Pierpont, cuando le vendí. Debí haberle pedido 100 millones de dólares más.” A lo cual contestó Mor gan: “Los habría pagado.” Este tipo de individualismo desenfrenado engen dró una reacción inevitable. En 1877, los Estados Unidos casi llegaron a la revolución a resultas de la depresión y el descontento industrial. Paros y reducciones de salarios en los ferrocarriles desata ron huelgas locales que se extendieron a otras com pañías por todo el país. Estalló la violencia y se destruyeron muchas propiedades ferroviarias. Ape nas un decenio después brotó en Chicago la re belión de Haymarket Square. A una huelga de la gran empresa Cosechadora McCormick, donde la
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asociación sindical era una de las controversias importantes, siguió una huelga general en toda la ciudad. Más de cincuenta mil trabajadores aban donaron sus empleos. Fue especialmente fuerte la agitación de los anarquistas “prácticos”, quienes pretendían terminar con el capitalismo y todo el gobierno mediante la revolución destructora, y tras una manifestación ante la fábrica McCormick, don de varios trabajadores resultaron lesionados, el pe queño periódico anarquista exigió “venganza” por la “masacre”. Un mitin convocado para la no che siguiente en Haymarket Square atrajo una gran multitud, y cuando la policía intervino para disolver lo que había sido una reunión pacífica, alguien arrojó una bomba que mató a sie^e policías e hirió a otros sesenta y ocho. Ocho líderes anar quistas fueron arrestados y juzgados por asesinato como autores intelectuales. Declarados culpables en una atmósfera recargada de temores y odio, cua tro fueron ejecutados, uno se suicidó en la prisión, y tres condenados a largas condenas. Nadie supo nunca quién había arrojado la bomba. En el decenio de 1890, el conflicto económico volvió a engendrar la violencia. Las dificultades de ese decenio recibieron el nombre de “gran de presión”, que persistió hasta los años treinta. El desempleo era elevado, y algunas industrias básicas tales como las del acero, ferrocarriles y equipo agrí cola, se vieron muy afectadas. La lucha explotó en el verano de 1892 en Homestead, Pensilvania, un pueblo siderúrgico cercano a Pittsburgh. Las reducciones de salarios, la negativa de la compañía a reconocer un sindicato o a negociar con los obre ros, y la importación de varios cientos de esqui roles condujeron a una batalla violenta entre las
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fuerzas de los trabajadores y de la compañía. Veinte hombres resultaron muertos y unos cincuenta heri dos, y Henry Frick, administrador de la planta, fue luego balaceado y apuñalado en su oficina por un agitador. La Guardia Nacional restableció fi nalmente el orden, pero la huelga quedó rota. Cerca de Chicago, donde George Pullman había establecido en forma paternalista un “pueblo mo delo” junto a su fábrica de carros de ferrocarril, los malos tiempos produjeron paros y despidos, y los trabajadores se declararon en huelga. Un boi coteo solidario del Sindicato Norteamericano de Ferrocarrileros, encabezado por Eugene Debs, pa ralizó el sistema de transportes del país, y hubo graves combates en Chicago. El procurador general de justicia de los Estados Unidos, un antiguo abo gado de ferrocarriles, obtuvo una orden judicial contra la huelga, y el presidente Cleveland llamó a las tropas nacionales a pesar de las protestas del gobernador Altgeld, quien sostenía que no eran necesarias. En estas circunstancias fracasó la huel ga y Debs fue a la cárcel, de donde salió como un socialista convencido. Los líderes conservadores de los empresarios pa recían no aprender nada y olvidarlo todo. Cuando úna huelga en las minas de carbón de antracita amenazó en 1902 con dejar a los consumidores de las grandes ciudades tiritando durante un largo invierno, George F. Baer, líder de la asociación de empresarios que se negó a aceptar la propuesta del sindicato para someter la disputa al arbitraje, escribió a un accionista que protestaba: Estimado señor Clark: Me refiero a su carta del día 16. No sé quién es usted. Veo que es usted un hombre
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religioso, pero evidentemente en favor del derecho de los trabajadores a controlar una empresa en la que no tienen otro interés que la obtención de sa larios justos. Le ruego que no se desanime. Los derechos e intereses del trabajador serán protegidos y cuidados, no por los agitadores sino por los caba lleros cristianos a quienes Dios ha otorgado el control de los derechos de propiedad del país. Ruegue por el triunfo del derecho, recordando siempre que el Señor omnipotente reina todavía y que este reino es de derecho y orden, no de violencia y crimen.
Esta enunciación descarada del derecho divino del capital encendió tanto a la opinión pública que el gobierno federal intervino finalmente entre los contendientes del capital y la mano de obra. El presidente Theodore Roosevelt amenazó con ex propiar las minas si la empresa no aceptaba el arbitraje de la disputa. Por primera vez, la inter vención del gobierno federal favorecía las deman das ele los trabajadores frente a las de los capita listas. L a s l im it a c io n e s d e l in d iv id u a l is m o
La filosofía, el derecho y el folklore del indivi dualismo irrestricto seguían un camino de colisión con los trabajadores. Su negativa a afrontar los problemas de la depresión y el desempleo, el mo nopolio y la concentración del poder económico, la distribución del ingreso y la justicia económica, producía críticas y ataques. Quizá correcto en teo ría el individualismo no resolvía los grandes inte rrogantes planteados por el marxismo acerca del capitalismo, ni los problemas sociales surgidos en
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el camino del desarrollo económico. Cuando la falta de soluciones a los problemas se tradujo en revueltas y violencia, la opinión pública empezó a virar hacia el otro lado. No bastaba la reiteración de antiguos lemas y teorías. La ciencia económica, la teoría social y la política pública debían enfrentarse a la realidad, y en particular a la realidad del con flicto económico.
VII. LA ECONOMÍA NEOCLÁSICA En su mayor parte, los economistas no aceptaron la posición extrema de la filosofía del individualism o. Les interesaban los problemas sociales, y la influen cia del utilitarism o de Bentham los llevaba a apo yar la intervención gubernam ental en los asun tos económicos si podía demostrarse claramente la existencia de beneficios sociales. Sin embargo, la mayoría de los economistas permaneció dentro del marco de la filosofía individualista, aceptando la acción gubernam ental sólo en m agnitudes lim ita das para metas limitadas. Subsistió el hincapié en el laissez faire, y la teoría económica reflejó ese punto de vista. Tam bién reflejaba algo más: la crítica marxista al capitalismo. En parte conscientem ente y en par te inconscientem ente, los economistas de 1870 a 1900 desarrollaron nuevas formulaciones teóricas que sirvieron para refutar las posiciones marxistas acerca del capitalismo. La u t ilid a d m a r g in a l y e l b ie n e s t a r in d iv id u a l A principios del decenio de 1870, tres econom is tas diferentes, ignorantes de las ideas de los demás, desarrollaron una nueva teoría del valor en sus titución de la antigua teoría del valor trabajo. Un inglés, un francés y un austríaco, escribieron en idiom as diferentes, pero sus teorías eran no tablemente similares, lo que constituye otro ejem plo de ese fenóm eno observado a m enudo en el 159
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desarrollo de la ciencia: el descubrimiento inde pendiente y simultáneo de un principio nuevo. En el lapso de diez años, las nuevas ideas habían invadido triunfantes la profesión económica y eran aclamadas como un gran descubrimiento por todos, menos unos cuantos tercos que se aferraban obsti nadamente al antiguo sistema clásico. Para au mentar la coincidencia, el descubrimiento llegó po cos años después de la publicación del ataque de Marx al capitalismo, donde sustentaba la teoría del valor trabajo su teoría de la explotación. Más tarde se descubrió que las nuevas ideas no eran tan nuevas después de todo. Los principios básicos de la utilidad marginal habían sido ex puestos por un matemático italiano un siglo y medio antes, y durante los cincuenta años ante riores habían sido publicados por un ingeniero ale mán, un experto en servicios públicos francés, y varios economistas ingleses poco conocidos. Hasta Aristóteles había empleado la idea en su tratado de ética, y los teólogos católicos habían discutido conceptos relacionados en los siglos xvi y xvn. Todos estos escritos habían pasado desapercibidos hasta que Marx atacó el sistema de empresa pri vada. Cuando esto ocurrió, la teoría del valor tra bajo debió ser abandonada, y los economistas de bieron prestar atención seria a los problemas de la distribución del ingreso y los ciclos económicos. Nacía un nuevo enfoque de la ciencia económica. El nuevo principio era sencillo: el valor de un producto o servicio no se debe al trabajo incor porado en él sino a la utilidad de la última unidad comprada. Tal, en esencia, era el famoso principio de la utilidad marginal.
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Karl Menger (1840-1921), el codescubridor aus tríaco, enunció mejor el principio básico. Señaló que el consumidor racional, enfrentado a un gran número de opciones para el gasto de su ingreso, tratará de maximizar su satisfacción. Esto se lo grará cuando el consumidor distribuya su gasto de tal modo que el último (marginal) peso gastado en un bien le dé una satisfacción —o bienestar, o utilidad— no mayor ni menor que el último peso gastado en cualquiera otra cosa. Si es posible cam biar un peso de gasto de un bien a otro y aumentar así la satisfacción total obtenida, el consumidor racional lo hará, hasta que se iguale la utilidad "en el margen”. Así se determina la demanda de cualquier bien ejercida por cualquier consumidor. Menger presentaba al consumidor como una perso na que pondera de continuo las ventajas relativas de cada curso de acción y escoge siempre el que le dé el mayor incremento de bienestar. William Stanley Jevons (1835-1882), el codescu bridor inglés, subrayó otro aspecto del principio mostrando que la utilidad en el margen dismi nuye: entre más tengamos de un bien, menos sa tisfacción obtendremos del consumo de otra unidad y menos estaremos dispuestos a pagar por ella. Esto significa que los bienes abundantes serán ba ratos porque una unidad adicional no vale mucho para el comprador, aunque el bien mismo sea esen cial para la vida, como el agua o el pan. En cambio, los bienes escasos serán caros porque no tenemos mucho de ellos y una unidad más producirá mu cha satisfacción al comprador, como ocurre con los diamantes o los abrigos de visón. León Walras (1837-1910), el francés que publicó el mismo principio en los inicios del decenio de
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1870, tenía otro énfasis. Explicó cómo está ligado a las decisiones de gasto del consumidor todo el sistema económico, incluida la producción de equi po de capital y de materias primas. La economía es una red sin solución de continuidad de relacio nes intrincadas entre los precios y las cantidades compradas donde todo cambio de la asignación de gastos del consumidor se deja sentir por todo el sis tema en ajustes minúsculos de la producción y los precios. Sobre todo en una economía compe titiva, todo el sistema se ajusta automáticamente para equilibrar la producción con la demanda. Esta teoría del valor observaba detrás de la de manda de un bien para analizar los factores en que se basaba, mientras que la antigua teoría del valor trabajo se había concentrado en el lado de la oferta del mercado y había encontrado que el valor y el precio se basaban en los costos de pro ducción, que en última instancia se reducían al tra bajo. Correspondería a un economista inglés, el gran Alfred Marshall (1842-1924), conciliar estos dos enfoques e insistir en que el precio del mer cado —es decir, el valor económico— se determina por la oferta y la demanda, que se influyen recí procamente en una forma muy similar a la descrita por Adam Smith para la operación de los merca dos competitivos. Marshall demostró que a largo plazo los precios de los mercados competitivos ten derán hacia los costos de producción más bajos a que se proveerán las cantidades deseadas por los consumidores. Pero aunque Marshall introdujo de nuevo los costos de producción en el análisis, él y la mayoría de los economistas aceptaron el en foque más amplio de Menger y Walras: el patrón básico de la producción está determinado por la
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miríada de decisiones independientes de millones de consumidores individuales. Una de las conclusiones más importantes obte nidas de esta línea de pensamiento fue que un sistema de mercados libres tiende a maximizar el bienestar individual. Puesto que se supone que los consumidores tratan de maximizar sus satisfac ciones, y dado que la producción está determinada por los deseos de los consumidores, se sigue que el resultado será la maximización del bienestar. El análisis demostraba además que los costos de producción eran impulsados hacia el nivel más bajo posible por las fuerzas de la competencia. En cier to sentido, toda la economía es una máquina de maximización de placer donde la diferencia entre beneficios de los consumidores y costos de produc ción se lleva al más alto nivel posible, suponiendo que la economía pueda operar sin restricciones. Estas ideas alejaban todo el enfoque de la cien cia económica de la gran cuestión de las clases sociales y sus intereses económicos, subrayada por Ricardo y Marx, y centraba la teoría económica en el individuo. Los principios de la distribución del ingreso, en los que Ricardo había basado su análisis del progreso del industrialismo y en los que Marx había hecho descansar su teoría del de rrumbe del capitalismo, fueron remplazados por el consumidor individual como el determinante principal de la actividad económica y el progreso económico. Todo el sistema económico se repre sentó alrededor de los consumidores individuales y sus necesidades. La economía se transformó en una ciencia com patible con la filosofía social desarrollada por Herbert Spencer y William Graham Sumner, y por
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supuesto esa filosofía reflejaba el individualism o irrestricto que estaba reform ando la faz del mundo. Los economistas y sus teorías m uy abstractas for m aban parte del m ism o desarrollo social e inte lectual que produjo las teorías legales de Stephen Field y el folklore del individuo que se forjaba a sí mismo. J u st ic ia e c o n ó m ic a : l a d is t r ib u c ió n del ingreso
Los economistas de fines del siglo xtx aplicaron tam bién el análisis marginal a la distribución del ingreso. Afrontando el reto marxista, estos nuevos teólogos de la sociedad industrial desarrollaron una teoría para probar que todos los factores pro ductivos —mano de obra, tierra o capital— obte nían una remuneración exactamente igual a su contribución al valor del producto. Nadie podía explotar a nadie, no había ningún excedente no ganado que pudieran apropiarse los dueños del capital, y una justicia plena debe prevalecer en la distribución del ingreso. El trabajador recibe lo que merece, ni más ni menos. El nuevo análisis de la distribución del ingreso recibió el nombre de teoría de Ja fo d u c tiv id a d m arginal. Como la teoría de la utilidad marginal, se basaba en la últim a unidad, o r.r.idad margi nal, y su conclusión es m uy sencilla: '.c> trabajado res recibirán un salario igual al valor de la última unidad de producto que generen. Por ejemplo, consideremos una planta manufacturera que ela bore un solo producto. Esta planta pecará salarios iguales a los establecidos en el mercado competi tivo de la m ano de obra. El adm im sndor aumen
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tará su fuerza de trabajo mientras el producto agregado por trabajador pueda venderse en una suma mayor que el salario pagado, es decir, mien tras los beneficios aumenten en virtud de que los ingresos adicionales superen a los costos adicionales. El administrador dejará de contratar trabajadores cuando el aumento de la producción no genere un ingreso adicional suficiente para pagar los nue vos salarios. La demanda de mano de obra de la planta se determina por el nivel en que los salarios sean iguales al valor de la producción de un tra bajador en el margen. Si un patrón tratara de pa gar un salario menor que este valor, el trabajador podría desde luego obtener un empleo en otra parte con una empresa competidora. Era ésta una teoría maravillosa. El trabajador no obtendría más ni menos que su contribución a la sociedad. Si su productividad es elevada, ganará salarios elevados; si es flojo o incompetente, ganará poco. La misma teoría se aplicaba al patrón, a los beneficios ganados por el capital, y a la renta de la tierra. Cada uno de estos elementos del pro ceso pioductivo está sujeto a la misma ley econó mica. Nadie puede explotar a nadie porque todos obtienen lo que merecen. Los economistas llega ron a resucitar un teorema elaborado por un mate mático suizo más de un siglo antes, demostrativo de que no podría haber un valor excedente una vez hechos los pagos a los diversos factores produc tivos. Marx estaba muerto. La validez de la teoría de la productividad mar ginal dependía de la existencia de ese nirvana teó rico, la competencia perfecta. Requería también que todos los factores productivos pudiesen sus tituirse entre sí sin restricciones y que los costos
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de producción por unidad de producto no cam biaran cuando el nivel de la producción aumentara o disminuyera. Pero estos supuestos tan restrictivos no agobiaron a muchos economistas, los que para este momento ya estaban perdidos en las glorias teóri cas de una economía perfectamente competitiva.1 P r o spe r id a d y d e p r e s ió n : lo s c iclo s e c o n ó m ic o s
Dondequiera que aparecía la industrialización, el sistema económico quedaba sujeto a períodos alternados de prosperidad y depresión, marcados a menudo por una “crisis” de las finanzas y la confianza empresarial. Estos derrumbes aparecían con grados variables de severidad pero con una regularidad aparente que exigía una explicación. Una relación cronológica de las crisis del siglo xix aparecería como sigue: Estados Unidos
1819 1837 1854 1857 1873 1883 1893
Inglaterra
1815 1825 1836 1847 1857 1866 1873 1882 1890 1900
i Sin embargo, debe advertirse que algunos economistas no aceptaron nunca la teoría de la productividad marginal. Este grupo disidente incluyó a Alfred Marshall, la figura dominante de la ciencia económica inglesa desde 1890 hasta después de la primera Guerra Mundial.
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El problema se pasó por alto al principio. Tanto los economistas clásicos de la primera mitad del siglo como el grupo neoclásico que apareció des pués de 1870 aceptaron las proposiciones generales de la Ley de los Mercados de Say, según la cual no podría haber derrumbes económicos perió dicos y la economía debería continuar operando en forma in'nterrum pida a niveles altos de producción y empleo. Los pocos investigadores de los ciclos económicos buscaron las causas fuera del sistema de producción y distribución, porque la Ley de Say enseñaba que la producción creaba la deman da y que, en el total, no podría haber ningún desfasamiento entre una y otra. A partir del decenio de 1860, los estadísticos bri tánicos y franceses, más bien que los economistas, empezaron a verificar el carácter periódico y cí clico de las fluctuaciones económicas. Identificaron varios ciclos de cerca de diez años de duración y especularon sobre las causas posibles. Stanley Jevons en Inglaterra fue uno de los pocos econo mistas que prestaron mucha atención al problema, y atribuyó las causas de las “grandes fluctuaciones irregulares” a las variaciones experimentadas en la agricultura, a la inversión o especulación exce sivas, a las guerras y perturbaciones políticas, o a “otros sucesos fortuitos que no pueden calcularse o preverse”. Más tarde, Jevons desarrolló una teo ría más favorable aún para los defensores de la Ley de Say y del estado actual de las cosas. Tras encontrar una correlación estadística entre los ci clos de las manchas solares y las fluctuaciones eco nómicas, escribió en 1884:
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Parece probable que las crisis comerciales estén co nectadas con la variación periódica del estado del tiempo que afecta a todas las partes de la tierra, derivada probablemente del incremento de las ondas de calor recibidas del sol en intervalos con duración media de diez años y fracción.
Pero los ciclos económicos estaban creándole pro blemas al gobierno también, y los administrado res responsables de la política económica nece sitaban hechos. Los gobernantes se dispusieron a analizar los datos. En 1886, Carroll Wright, en su primer informe anual al Comisionado de Tra bajo de los Estados Unidos, señaló la inversión em presarial como el elemento de fluctuación más importante en la economía. Las causas naturales, las guerras y la especulación no eran la causa de las crisis: culpable era la inversión excesiva en equi po de capital. Los tiempos malos llegaban cuando las oportunidades de inversión eran inadecuadas, j Este hincapié en el proceso de inversión fue reite rado pocos años más tarde por Sir Hubert Llewellyn Smith, el Comisionado de Trabajo en la Junta ; de Comercio de Inglaterra, quien informó en 1895 al Parlamento que la inestabilidad económica se concentraba en pocas industrias, como la de ma quinaria y otras industrias metálicas, la construc ción de barcos, la construcción en general y la minería, todas ellas sujetas a una “oscilación vio lenta” de la inversión. Otros sectores de la econo mía eran relativamente estables, y sus fluctuaciones reflejaban los grandes cambios ocurridos en las industrias inestables. Sin embargo, estas investigaciones de los fun cionarios públicos no afectaron mucho a los eco
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nomistas, quienes continuaron siguiendo las indi caciones que les daba la Ley de Say. En su formu lación mejor y más completa, esa ley utilizaba la tasa de interés como el estabilizador automático de la economía, como el factor asegurador de que el ahorro se canalizara hacia la inversión e impi diera toda alteración del flujo regular del gasto. Pero dado que las alteraciones estaban ocurriendo a todas luces y que la tasa de interés formaba parte del sistema monetario, resultaba lógico el examen de ese sector de la economía en busca de las causas de la dificultad: podría haber problemas en el sistema monetario aun cuando la producción y la distribución fuesen saludables. Para el último decenio del siglo xix, los econo mistas empezaron a aceptar que los ciclos econó micos eran provocados por una expansión indebida de la oferta monetaria. El crédito fácil haría bajar las tasas de interés y así estimularía la inversión y especulación excesivas. Una vez que la economía se expandiese demasiado, una crisis resultaba inevi table, porque la operación normal del sistema no podría soportar la capacidad de producción y el crédito innecesarios creados durante la oleada de optimismo. Una vez iniciada la crisis, la economía tendría simplemente que sufrir hasta que los pre cios altos y la expansión injustificada regresaran a su nivel normal. El remedio de esta desafortunada secuencia de eventos consistía en el manejo correcto del sistema monetario. La limitación de la expansión del cré dito a las necesidades legítimas de los negocios mediante una acción eficaz del banco central po dría evitar la iniciación del proceso o podría de tenerlo mientras el período de reajuste consiguiente
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fuese todavía breve y superficial. La estabilidad del sistema monetario y crediticio podría llevar la estabilidad al conjunto de la economía. Esta teoría fue enunciada por el inglés Walter Bagehot, ya en el año de 1873, en Lombard Street* una obra clásica sobre los mercados monetarios. A principio de este siglo enseñaba la teoría en Harvard Oliver M. W. Sprague, uno de cuyos es tudiantes era el joven Franklin D. Roosevelt (quien aprendió bien la lección pero tenía suficiente sen tido crítico para rechazarla como base de la política económica). Fue ésta la base teórica para el esta blecimiento del Sistema de la Reserva Federal en 1914. El presidente Herbert Hoover pensaba en esta teoría cuando afirmó, poco después de la quiebra del mercado de valores en 1929: “El negocio fun damental del país —es decir, la producción y la distribución— es saludable.” No mencionó el sis tema monetario y de crédito, que obviamente no era saludable y que trató de fortalecer con présta mos a bancos y ferrocarriles (cuyos bonos estaban en gran medida en manos de los grandes bancos) e intentos de reducción de los gastos federales. Pero las políticas de Hoover revelaban la orientación inherente en la Ley de los Mercados de Say y en la teoría de los ciclos económicos derivada de ella. La producción y la distribución no eran sa ludables en 1929, aunque la teoría negase que en tales áreas pudieran encontrarse y aplicarse las causas y los remedios. * Lombard Street; el mercado monetario de Londres. México, 1968, f c e .
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m é to d o c ie n tífic o
Una de las grandes ventajas de la economía neo clásica era el uso de métodos científicos simi lares a los utilizados en las ciencias naturales y las matemáticas. Una metodología rigurosa daba a la ciencia económica cartas de crédito ante la comuni dad intelectual que no podía igualar ninguna otra de las ciencias sociales. El método incluía varios elementos: rigor analítico, lógica matemática, y estudios empíricos. Esa combinación permitió a los economistas la elaboración de “leyes” del compor tamiento económico y de prescripciones para la po lítica pública que tenían la apariencia de verdades científicas. El rigor analítico fue proporcionado por la teoría de los mercados competitivos desarrollada por Menger, Walras y Marshall, a partir de la formulación original de Adam Smith. La teoría parte del supues to conductista de que los individuos tratan de maximizar sus utilidades. Una línea de razonamiento deductivo concluye que si todos los individuos maximizan sus utilidades, se maximizarán los bene ficios del conjunto de la sociedad. Una segunda línea de razonamiento analizó la demanda, la ofer ta y el precio en mercados individuales, mostrando cómo responde la producción a la demanda de con sumo. En el proceso, se demuestra que los produc tores producen bienes al costo más bajo posible compatible con la continuación de la oferta a los niveles deseados por los consumidores. Una tercera línea de razonamiento mostraba cómo todas las partes del sistema de mercado están enlazadas en una red sin solución de continuidad, creando un
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equilibrio general que maximiza el beneficio y minimiza el costo. Este modelo básico fue complementado más tar de por los sucesos siguientes: el análisis de las condiciones necesarias para la obtención de resul tados óptimos, encabezado por un economista ita liano, Vilfredo Pareto (1848-1923); las teorías de la competencia imperfecta y el monopolio elabo radas por Joan Robinson (inglesa, nacida en 1903), Edward H. Chamberlain * (norteamericano, 18991967), Heinrich von Stackelberg (alemán, 19051946) y otros; y los conceptos del espíritu empresa rial y la innovación elaborados por Joseph A. Schumpeter ** (austriaco, 1883-1950), para sólo men cionar unos cuantos de los desarrollos principales, para quienes deseen profundizar en esta cuestión. El hecho de que el modelo central pudiese exten derse con sentido en muchas direcciones nuevas a manos de estos economistas y muchos otros cons tituía un importante atractivo para la innovación. El modelo analítico derivaba gran parte de su rigor de la sencillez de su estructura teórica. Los límites de la actividad económica estaban clara mente definidos en la estructura institucional de un sistema de mercados autocontrolados. No había complicaciones derivadas de instituciones sociales complejas como la familia, la religión o el Estado, que casi no mencionaban los economistas neoclá sicos. La fuerza motriz era sencilla también: la naturaleza adquisitiva de los seres humanos, que
* Edward Hastings Chamberlain, Teoría de la comp tencia monopólica, México, 1956, f .c . f .. *• Joseph Alois Schumpeter, Teoría del desenvolvimiento económico, México, 1967, f .c .e .
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se suponía como una constante universal. Esto daba a los resultados del análisis teórico una aureola de validez y aplicabilidad universales. Como la fí sica newtoniana, era una ciencia de espacio finito donde ciertas fuerzas naturales inexorables ge neraban un equilibrio estable. La economía adoptó también la metodología de los experimentos de laboratorio tomada de las ciencias naturales, pero la aplicó a investigaciones teóricas. La idea esencial consistía en partir de una situación estática, o de equilibrio, cambiar una sola variable mientras todas las demás permanecían cons tantes, y luego observar y analizar los resultados. Por ejemplo, en la química, se añadiría un ácido a un compuesto estable, o se calentaría una sus tancia. En el análisis económico, este método im plicaba la partida de un equilibrio de mercado estable, la postulación de un cambio, y luego el análisis de la cadena de eventos que se producirían hasta el establecimiento de un nuevo equilibrio de mercado. El cambio postulado podría ser un aumento de la demanda de un producto, el esta blecimiento de un impuesto, o el descubrimiento de un método de producción menos costoso. Cual quiera que fuese el cambio supuesto, el economista trabajaría con su modelo analítico para llegar a ios resultados probables. Esta metodología recibió el nombre de análisis del equilibrio parcial (porque sólo se permitía el cambio de una variable) o está tica comparativa porque podía compararse una si tuación de equilibrio estático con otra). El análisis teórico se facilitaba en gran medida por el uso de la lógica simbólica y la notación ma temática. Cuando dos filósofos ingleses, Bertrand Russell y Alfred North Whitehead, demostraron en
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Principia Mathematica (1910-1913) que cualquier enunciado verbal o cualquier argumento lógico podría expresarse en notación matemática y ana lizarse con cuidado sin las confusiones (ambigüe dades) inherentes en el empleo de las palabras, todo el trabajo subsecuente basado en el análisis lógico sufrió una revolución. Algunos estudios an teriores, como Mathematical Investigations Into the Theory of Valué and Price (1892) de Irving Fisher y Mathematical Psychics (1881) de Francis Y. Edgeworth, se convirtieron en los modelos de una reformulación de los principios económi cos de acuerdo con la nueva fundamentación de la lógica analítica. Sin embargo, como ocurre con toda metodología nueva, varios críticos se apresuraron a señalar sus defectos. Se criticó a la nueva metodología por ser esencialmente estática, como la física newtoniana, y por no adaptarse bien al análisis de una economía en constante cambio y desequilibrio. La metodolo gía suponía la existencia de una naturaleza huma na universal —hombres económicos adquisitivos—, lo que se consideró como una distorsión. No había lugar para los cambios de la estructura institucional de la economía en una metodología que suponía el ceteris paribus, es decir, que “todo lo demás permanece igual”. Y no había manera de determi nar los cambios que ocurrirían entre una posición de equilibrio y otra. En suma, los críticos soste nían que los conceptos analíticos eran limitados, poco realistas, y no cuantificables. Esta crítica condujo al último elemento de la metodología de la economía neoclásica: estudios empíricos tendientes a verificar o refutar los re sultados del análisis teórico. La teoría proveía una
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hipótesis, que luego se sometería a prueba mediante estudios empíricos. Por ejemplo, la conclusión de que el aumento de precio de los automóviles se traduciría en menores compras de gasolina podría ser verificada o refutada mediante estudios esta dísticos que relacionaran los precios de los auto móviles con la demanda de gasolina. Esto reque ría que los conceptos teóricos pudiesen someterse a prueba, por lo menos en potencia. El método estaba completo. El análisis teórico, refinado con la notación matemática, proveería pro posiciones comprobables. Los estudios estadísticos verificarían o corregirían luego las hipótesis, lo que conduciría a proposiciones más refinadas, más cer canas a la realidad. En esta forma, la ciencia eco nómica podría avanzar hacia un entendimiento mejor del mundo, justo como las ciencias físicas. La
id e o l o g ía d e l c a p it a l is m o
A pesar de su método científico, la economía neo clásica tenía fuertes implicaciones ideológicas. El modelo teórico suponía la existencia de una es tructura de instituciones económicas basadas en in dividuos que operaban en un ambiente de merca dos autocontrolados. Mostraba una economía de em presa privada que producía lo que los consumidores deseaban y así maximizaba el bienestar, distribuía los productos en forma justa, y normalmente ope raba con empleo pleno. El crecimiento económico mediante el ahorro y la acumulación de capital era la fuente del progreso. El modelo era esencial mente el mismo de Adam Smith, modernizado para eliminar la teoría del valor trabajo y hacerlo com
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patible con la filosofía del individualismo y las ideas más nuevas acerca del método científico. Sin embargo, al revés de lo ocurrido con el dar vinismo social de Spencer, Sumner, Field y Car negie, la economía neoclásica no era una teoría rigurosa de laissez faire. Una excepción importante se encontraba en el área de la política monetaria, donde la responsabilidad del mantenimiento de la estabilidad económica mediante la administración adecuada de la oferta monetaria se asignaba al go bierno a través del banco central. Pero aun en esta área debía limitarse la discreción de la política eco nómica: el criterio de la política monetaria era la limitación de la expansión del crédito a las nece sidades legítimas de los negocios, es decir, a las necesidades de la producción y la distribución. Estos dos aspectos de la economía deberían gober narse por el libre juego de las fuerzas del mercado sin el obstáculo de la intervención gubernamental. En último análisis, la escasa intervención moneta ria permitida debería ser indicada en gran medida por el mercado libre. La mayoría de los economistas neoclásicos apro baba también otros tipos de intervención. Uno de ellos era el esfuerzo tendiente a la preservación de la competencia por las llamadas leyes “antimonopólicas”. Dado que sus teorías se basaban en el supuesto de la competencia perfecta en todos los mercados, los economistas eran por lo menos con sistentes cuando defendían la regulación de los monopolios “naturales” y las leyes tendientes a impedir la restricción del comercio. Pero su adhe sión a la competencia y su apoyo a la legislación antimonopólica no eran completas. Algunos eco nomistas sostenían que los monopolios privados,
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no respaldados por restricciones gubernamentales a la competencia, caerían inevitablemente de sus po siciones de poder por efecto de los esfuerzos de otras empresas por obtener una porción de los beneficios excesivos. Otros querían un avance lento por temor a que la acción antimonopólica redujese las venta jas de la producción en masa. Pero a pesar de estos disentimientos relativamente moderados, se subraya ron, de manera consistente, las ventajas de la com petencia que se ha sostenido hasta nuestros días. Se hicieron también otras concesiones a la inter vención gubernamental. Por ejemplo, Henry Sidgwick, un prominente economista inglés, en un ensayo leído en 1886 ante la Sección Económica de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia, enumeró varias “excepciones económicas al laissez faire”. Se incluían aquí acciones basadas en consideraciones morales, tales como las regla mentaciones sanitarias, el control de narcóticos e intoxicantes, y las restricciones a los juegos de azar; los esfuerzos tendientes a mejorar la productividad de los individuos mediante la educación; las me didas que requieren para su eficacia una participa ción pública total, como las de salud pública y control de inundaciones; y la provisión de ser vicios cuyos beneficios sean generales y no puedan cobrarse al individuo, como los faros en costas rocosas o ciertos tipos de investigación científica. Ninguna de estas excepciones parece especialmente importante para el hombre moderno, acostumbra do a casi cien años de creciente actividad guber namental, pero señalan el hecho de que gran parte de la economía neoclásica representaba acomodos a las necesidades existentes y no era el simple him no al individualismo y el laissez faire que preten
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den sus críticos en ocasiones. Muchos economistas neoclásicos podían contemplar su disciplina como una ruta científica y racional hacia la reforma. Pero la nueva ciencia económica tenía fuertes implicaciones ideológicas. Era una respuesta com pleta a Marx. Mientras los economistas clásicos habían usado la teoría del valor trabajo para justi ficar la propiedad privada, Marx la había usado como base de su teoría de la explotación. Una vez escrito por Marx su ataque devastador contra el capitalismo, resultaba inevitable que la ideología del orden existente se deshiciera de la teoría del valor trabajo, y es esta necesidad la que explica en gran medida el “descubrimiento” de una “nue va” teoría del valor y su rápida aceptación. La teoría del valor trabajo resultaba obsoleta desde mucho tiempo atrás por efecto de la Revolu ción Industrial y la sustitución de los trabajadores por las máquinas como la fuente principal del aumento de la producción. Para mediados del si glo xrx resultaba obvio que una gran inversión de capital en procesos mecanizados era el camino ha cia la riqueza para el individuo y para la economía en conjunto. La idea de que el trabajo humano era sólo un factor productivo, no la única fuente de la riqueza, tenía una validez de sentido común a pesar del argumento marxista de que hasta el capital te nía su origen en el tiempo de trabajo de los traba jadores. La teoría del valor trabajo había triunfado a causa de los usos ideológicos que permitía para justificar la propiedad privada, pero cuando Marx volteó la teoría y la esgrimió para atacar los dere chos de propiedad, todo el concepto debía aban donarse.
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Contemplado desde este punto de vista, el des arrollo de la nueva ciencia económica del decenio de 1870 debe hacernos reflexionar. Sugiere que las ideas no se aceptan porque sean “correctas” ni se rechazan porque sean “incorrectas”, sino que se aceptan cuando son útiles y se rechazan cuando cesa su utilidad. En este caso, la teoría del valor trabajo formó parte del canon aceptado de las ideas eco nómicas mientras pudo ser empleada como parte de la ideología del capitalismo. Cuando Marx des truyó su utilidad, la teoría fue descartada y sus tituida por la teoría de la utilidad marginal, que podía apoyar la teoría de los mercados libres y em plearse en contra de los marxistas. En realidad, la nueva teoría volvía innecesaria la refutación a Marx, ya que permitía reconstruir sobre una base nueva la teoría del capitalismo de la empresa libre. Como señaló en 1884 el econo mista austríaco Eugen Bóhm-Bawerk (1851-1914), todo el análisis marxista carecía ahora de interés. Este discípulo de Karl Menger dedicó gran parte de su carrera a atacar el marxismo en gran detalle, pero siempre creyó que el mejor argumento singu lar era que la teoría del valor trabajo era un error absoluto. En Inglaterra, Philip Wicksteed (18441927) llegó a la misma conclusión más o menos por la misma época; escribió que todo el análisis marxista era inválido porque se basaba en el tra bajo en lugar de hacerlo en la utilidad. El consenso de los economistas ortodoxos de fines del siglo xix y principios del siglo xx fue enunciado, tal vez en la forma más sucinta, por otro austríaco, Friedrich von Weiser (1851-1926), quien rechazó la teoría marxista de la plusvalía en estos términos:
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Este argumento no es concluyente, aunque no sea por otra razón que el hecho simple de basarse en la teoría del valor trabajo, la que no puede sostenerse en las condiciones desarrolladas de la economía nacional.
La ideología del capitalismo había sobrevivido a su primera gran crisis y había sido reconstruida so bre bases nuevas.
VIII. LA FAMILIA HUMANA el surgimiento del marxismo, el gran debate sobre el sistema económico se centró en la cues tión del socialismo frente al capitalismo. La res puesta ortodoxa basada en los extremos del indi vidualismo darwiniano y la moderación de la eco nomía neoclásica dividió aún más a los antagonis tas. Pero el patrón del pensamiento social no es nunca simple. En todo debate ideológico hay más de dos o tres respuestas posibles, y la cuestión de la organización adecuada de la vida económica produjo una gran diversidad de ideas que abrieron otras dimensiones del problema. No era sólo una cuestión de la propiedad socializada y la planeación en un extremo de la escala frente a la propiedad privada y la empresa competitiva en el otro ex tremo, con una diversidad de posiciones interme dias que formaran un continuo entre ambos ex tremos. Se ofrecieron también otros enfoques, otras formulaciones de la cuestión, y otras soluciones. Un gran campo intermedio envolvía la raza hu mana y sus necesidades como unidad social. Marx había contemplado el sistema social dividido en clases sociales antagónicas, donde el conflicto social era la fuente del cambio. Por otra parte, los eco nomistas ortodoxos contemplaban la sociedad como una masa de unidades individuales mantenidas en un equilibrio inestable por las fuerzas del mercado. Pero un tercer grupo de pensadores económicos consideraron al hombre y a la sociedad como una sola unidad interrelacionada, donde el individuo estaba motivado por su propio interés, por sentiT ras
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mientos de hermandad, por la curiosidad, por va lores éticos, por la posición social y económica. Esta concepción compleja del carácter del hombre y la sociedad se desarrolló en una gran diversidad de formas por obra de autores diferentes que, como grupo, defendían una sociedad donde se bus cara conscientemente el bienestar humano como el objetivo principal de la política social. Estos pen sadores fueron los arquitectos de la filosofía del Estado benefactor. Pragmáticos y sin embargo vi sionarios, críticos al mismo tiempo optimistas, elabo raron muchas de las ideas que sirvieron de base a la ciencia económica mixta de Europa Occidental y América del Norte. Su influencia sobre la política pública contemporánea fue muy superior a la de los socialistas o los economistas neoclásicos orto doxos. La
e c o n o m ía p a p a l
El Papa León XIII (1810-1903) trató de encon trar, en los principios abstractos de la justicia so cial, un campo intermedio entre las facciones en guerra: capital y mano de obra. En una encíclica famosa de 1891, definió los problemas sociales de la época como esencialmente morales más bien que económicos y pidió su solución basada en la jus ticia animada por la caridad. No era una solución que pudiera medirse por los beneficios y los costos en el mercado, y no era en modo alguno “práctica”, pero esa era toda la cuestión: la moral y la justi cia no son fenómenos del mercado sino algo que se coloca por encima de las consideraciones mun danas del beneficio y la pérdida, los salarios y los costos. León XIII pidió que se consideraran las
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cuestiones económicas en una dimensión entera mente nueva. El Papa, llamado GioaCchino Vincenzo Pecci, ha bía dedicado toda su vida al servicio de la Iglesia Católica. Fue educado como jesuíta, se hizo sa cerdote en 1837, y desempeñó diversos puestos ad ministrativos en el gobierno papal, ascendiendo rápidamente para llegar a arzobispo en 1846 y a cardenal en 1853. Fue elegido Papa en 1878, en un momento en que el nacionalismo del siglo xrx es taba provocando problemas graves para la relación entre la Iglesia y el Estado en cada uno de los países europeos, y cuando la industrialización estaba produciendo nuevas clases sociales cuya relación con la Iglesia no se definía todavía con claridad. León XIII fungió como Papa durante un cuarto de siglo, y a sus esfuerzos se debió en gran parte que la Iglesia Católica se adaptara al nuevo orden político y económico. En una serie de encíclicas promulgadas entre 1878 y 1901, León XIII trató de analizar los pro blemas de la sociedad moderna y sus remedios, la naturaleza del Estado y su relación con el indi viduo y la Iglesia, y los problemas económicos fundamentales de la época. Una de sus primeras en cíclicas condenó al socialismo y sostuvo el derecho a la propiedad privada, con lo que continuaba una posición tradicional de la Iglesia. Pero para 1891 estaba preparado para asumir una posición mucho más crítica del orden existente. Los problemas sus citados entre la Iglesia y el Estado se habían resuel to en gran medida mediante acuerdos en Fran cia, Alemania, Bélgica, Suiza y Austria-Hungría, de modo que podía centrarse la atención en la lucha planteada entre capital y mano de obra, entre capi
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talistas y socialistas, que amenazaba con destruir el tejido del orden social europeo. En Rerum Novarum, llamada a veces La Carta Magna del tra bajo, sostuvo que “debe encontrarse un reme dio .. . para la miseria y desolación que ahora oprimen tan fuertemente a la gran mayoría de los muy pobres”. Continuaba con una condena a las políticas del laissez-faire: Los trabajadores han sido abandonados, aislados e indefensos, a la crueldad de los patrones y la ambi ción de la competencia irrestricta. El mal ha sido intensificado por la usura rapaz . . . practicada to davía por hombres avaros e insaciables. Y a esto debe añadirse la costumbre del trabajo por contrato, y la concentración de tantas actividades en manos de unos cuantos individuos, de modo que un número pequeño de hombres muy ricos ha podido echar sobre las masas de los pobres un yugo poco mejor que la misma esclavitud.
Sin embargo, a este pasaje, apenas distinguible de los escritos de los socialistas reconocidos, seguía una condena del socialismo y una defensa de la propiedad privada como un derecho natural del in dividuo. León X III contemplaba la forma correcta de la sociedad como una en donde los intereses del conjun to de la comunidad trascendieran los del individuo y donde las relaciones económicas fuesen motiva das por la buena voluntad y la preocupación por los intereses de los demás, no sólo por la búsqueda de beneficios. Basándose en el pensamiento social católico que databa de Santo Tomás en el siglo xm y más atrás, León X III veía en juego grandes in tereses de la comunidad y no sólo los del mercado.
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Criticaba el individualismo cruel de la economía de mercado y pedía un retorno a los valores hu manos y comunitarios. Al colocar los intereses de la comunidad por encima de los del mercado, León XIII asignaba una función importante al Estado: éste debe inter venir en los asuntos económicos siempre que pue dan estar en peligro el bienestar y la preservación del conjunto de la sociedad, pero debe hacerlo siempre con justicia y equidad. Resulta así entera mente justificado que el Estado limite la duración de la jornada laboral, establezca salarios mínimos, prohíba el trabajo de los niños y provea otra legis lación benéfica siempre que lo requiera la protec ción de la sociedad y sus miembros. Los sindicatos también se justifican, mientras no restrinjan la admisión a ellos ni persigan metas egoístas. En efecto, León XIII defendió la organización de un sindicato católico para asegurar que el movi miento laboral otorgara la consideración adecuada a los valores éticos. Estos pronunciamientos papa les parecen bastante moderados cuando los con templamos desde la perspectiva del último cuarto del siglo xx, pero a principios del siglo no resulta ban moderados, sobre todo por provenir del diri gente de una religión que generalmente ha apoya do el conservadurismo en cuestiones políticas y económicas. La tradición de León X III fue continuada por papas posteriores, por el movimiento sindical ca tólico, y por los teólogos liberales de la Iglesia. El Papa Pío XI conmemoró el cuadragésimo ani versario de Rerum Novarum, en 1931, con otra encíclica, Quadragessimo Anno (Reconstrucción del Orden Social) que aplicaba los mismos principios
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a los problemas de la depresión y el surgimiento del fascismo y el comunismo en Europa. La nueva encíclica trataba de encontrar un campo intermedio entre estas facciones en pugna, en una preocupa ción humanitaria por el bienestar humano que rechazaba también la filosofía del laissez faire. En 1961, el Papa Juan XXIII promulgó Mater et Magistra (La Cristiandad y el Progreso Social) para reafirmar la idea de que los individuos y la co munidad son uno solo y para hacer hincapié en que las libertades individuales y el bienestar indi vidual deben conciliarse en una sociedad que en fatiza los valores comunitarios y la justicia social. Aunque estas ideas no se han traducido en polí ticas o reformas económicas específicas en ningún lugar del mundo, han ayudado a crear un clima de opinión que concede gran valor a la equidad en la vida económica. Los
f il ó so f o s d e l
E sta d o b e n e f a c t o r
John A. Hobson, los socialistas fabianos y Richard H. Tawney, encabezaron en Inglaterra la lucha por un liberalismo positivo orientado hacia la cu ración de los males sociales de una sociedad in dustrial. Definieron el papel del gobierno como promotor de las relaciones e instituciones sociales que hagan hincapié en las metas humanistas. El Estado debe eliminar los obstáculos a la buena vida y promover condiciones que permitan al indi viduo hacer y disfrutar las cosas que convenga hacer y disfrutar. Bajo la influencia de estas ideas, Inglaterra pre senció un cuarto de siglo de reformas que incluye
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ron la legislación para la seguridad fabril (1891, 1895), la limitación de la jornada laboral de mu jeres y niños (1895), el inicio de la renovación de los barrios miserables (1890), el reforzamiento del poder de los sindicatos (1890-1900), la compensa ción a los trabajadores por lesiones sufridas en el trabajo y la legislación protectora de los niños (1906), las pensiones de vejez (1908), el inicio de la planificación y renovación urbana (1909), y el seguro de incapacidad y enfermedad (1911). Así se reunían los componentes principales del moder no Estado benefactor. John A. Hobson (1858-1940) fue uno de los ex ponentes principales de las ideas que servían de fundamento a esta legislación social. Sus opiniones heterodoxas le vedaron un puesto universitario, pero de su pluma salió una corriente interminable de libros y artículos que avergonzaron a sus con temporáneos ortodoxos por su profundidad y su espíritu crítico. Una de sus primeras obras, The Physiology of Industry, analiza las causas de las depresiones y las imputa al inadecuado gasto de los consumidores. The Evolution of Modern Capitalisjn critica el orden industrial por su mono polio, su distribución desigual del ingreso y sus depresiones. Imperialism ataca la expansión egoísta de los estados europeos; Lenin incorporó más tar de su argumento a la ideología comunista. Incen tivos en el nuevo orden industrial proclama que el socialismo puede funcionar porque utiliza un con junto más amplio de motivaciones, no sólo las del capitalismo de la gran empresa. Work and Wealth fue la obra más importante de Hobson. En ella defiende un concepto de la buena vida donde el gobierno sería responsable de una distribución
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más igualitaria del ingreso y del establecimiento de controles sociales que aseguren el empleo pleno y los salarios elevados y que promuevan la salud, la educación y la recreación. Hobson creía que la acción del gobierno podría terminar con la pobreza, el desempleo y la inseguridad, y establecer una sociedad donde prevaleciese la felicidad hu mana. Utópica, sí, pero ésta era la visión que se encontraba detrás de la legislación social inglesa. Hobson no la creó, pero fue su mejor vocero. Los ideales de Hobson eran similares a los de la Sociedad Fabiana, organizada en 1883 por un gru po de intelectuales ingleses cuya meta ambiciosa era “la reorganización de la sociedad de acuerdo con las más altas posibilidades morales”, mediante un régimen democrático socialista destinado a pro mover “la mayor felicidad del mayor número”. Era un grupo pequeño pero muy influyente; entre sus primeros miembros se encontraban el drama turgo George Bernard Shaw, Sidney Webb, Graham Wallas y Annie Besant, y más tarde se les unie ron el novelista H. G. Wells y Beatrice Webb. Los Fabian Essays, publicados en 1889 bajo la direc ción editorial de Shaw, defendían una extensión gradual de la intervención estatal en los asuntos económicos para mejorar las condiciones de traba jo, sustituir el monopolio con la propiedad gu bernamental, y promover una distribución más igualitaria del ingreso. La sociedad se llamó así por el general romano Fabio Máximo, “el retrasador”, quien luchó contra Aníbal, el comandante cartaginés, con lo que aho ra llamaríamos táctica de guerrilla por oposición a las batallas en gran escala. El nombre represen taba la filosofía política y el plan de acción de la
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sociedad. Por oposición a los marxistas, los fabianos no contemplaban al Estado como un instrumento de la lucha de clases que debiera ser destruido sino como un medio de control social que debía capturarse y usarse para la promoción del bie nestar social. Para este fin defendieron la formación de un partido laborista dotado de un programa socialista, y formaron parte del grupo que logró integrar tal partido en 1906. Tajnbién trataron de utilizar para la consecución de sus metas a los gobiernos locales, que habían sido fortalecidos en gran medida por la legislación de fines del decenio de 1880 y principios del siguiente. Las tácticas de los fabianos involucraban la acción política en el marco de un gobierno democrático, parlamentario. Trataban de instituir sus reformas convenciendo a la opinión pública de la validez de sus concep ciones y dando publicidad a su posición en una serie de informes de investigación y folletos popu lares. El grupo fabiano logró un éxito considerable. Su trabajo ayudó a impulsar la legislación benefactora en el Parlamento inglés antes de 1914, y ayu dó a organizar el Partido Laborista. Fracasaron en sus intentos tendientes al empleo de los gobier nos locales para la reforma social y al estableci miento de la propiedad pública de las grandes industrias (carbón, acero, energía eléctrica, finan zas y ferrocarriles), pero sus ideas persistieron en el Partido Laborista y fructificaron después de la segunda Guerra Mundial, cuando las Sociedad Fabiana vio resurgir su actividad e influencia. Gran parte de. la legislación inglesa contemporánea en materia de beneficencia y de socialización de los
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transportes, la minería del carbón y otras indus trias básicas, puede imputarse a la influencia de los fabianos. Una influencia diferente ejerció Richard H. Tawney (1880-1963), un académico cuyo campo de in vestigación fue la historia económica inglesa del siglo xvi, un período considerablemente alejado del manipuleo de las cuestiones políticas y econó micas del siglo xx. Pero Tawney era un hombre de ambas épocas. Su tratado magistral sobre The Agravian Problem in the 16th Century (1912) abrió brechas nuevas en la teoría histórica al ana lizar el rompimiento del antiguo orden agrícola, feudal, y el surgimiento de la economía y la sociedad moderna, de mercado. Más tarde, observando la sociedad moderna con los ojos de un reformador iracundo y un académico objetivo, Tawney escribió tres de los libros más importantes de su época. Primero apareció The Acqulsitive Society (1920) donde Tawney compara la sociedad funcional de la Edad Media, en laque cada individuo tenía su lugar, sus obligaciones y sus recompensas, con el moderno mundo industrial, donde el esfuerzo productivo ob tiene una remuneración escasa mientras el promotor, el especulador y el rentista reciben grandes canti dades de ingresos no ganados. Según Tawney, la sociedad moderna debe reorganizarse para que las remuneraciones sean recibidas por quienes gastan trabajo y esfuerzo, por quienes realizan las tareas requeridas por la sociedad, a fin de que ésta fun cione para el bienestar de todos. “Es tonto mantener derechos de propiedad por los que no se realiza ningún servicio —decía Tawney—, porque el pago sin servicio es desperdicio.” La sociedad, afirmaba
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Tawney, debe reformarse según los lincamientos fun cionales de una sociedad socialista. Luego apareció el más influyente de todos los li bros de Tawney: Religión and the Rise of Capitalism (1926). Regresando a su campo académico del siglo xvi, Tawney se ocupó del debate acadé mico iniciado por los alemanes Wemer Sombart y Max Weber sobre si la Reforma Protestante creó el clima intelectual que permitió el surgimiento del capitalismo moderno. Tawney aceptó que am bos fenómenos están relacionados y se influyen re cíprocamente, pero el meollo de su argumento es que las actividades empresariales de la sociedad moderna son completamente amorales. Desde que la ética protestante del trabajo arduo y el éxito mundano se convirtió en un fin en sí misma, sin referencia alguna a valores más amplios o eleva dos, los negocios se habían administrado sin prin cipios morales. Era como si los hombres y las mujeres modernos estuviesen repitiendo de continuo la le yenda de Fausto, vendiendo sus almas por la pros peridad material al mismo tiempo que relegaban los valores éticos a dos horas dominicales rápida mente olvidadas. Tawney describía el mundo mo derno como “la ilusión sonriente del progreso ga nado por el dominio del ambiente material en una carrera demasiado egoísta y superficial para de terminar el propósito al que deban aplicarse sus triunfos”. A esta defensa de los valores que van más allá de la riqueza material siguió Equality * (1931), que pugnaba por una sociedad que proveyese una dis • La igualdad,
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México, 1945.
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tribución igualitaria de la riqueza mediante “la reunión de los recursos excedentes por medio de la tributación, y el empleo de los fondos así ob tenidos para poner al alcance de todos, indepen dientemente de su ingreso, ocupación o posición social, las condiciones de la civilización que, en ausencia de tales medidas, sólo pueden disfrutar los ricos”. A su vez, tal igualitarismo apoyaría y sostendría el marco político democrático que lo hiciese posible. Tawney era un hombre interesante. El historia dor más prominente en un campo oscuro, utilizó su conocimiento detallado del tema para arrojar nueva luz sobre su propia época. Desarrolló una filosofía de gran alcance que planteaba críticas básicas a la vida económica de su tiempo. Las soluciones ofrecidas por Tawney a los problemas que describió eran socialistas porque creía que sólo a través del sacialismo podrían desarrollarse adecuadamente los valores humanos. V eblen y C om m o ns
La idea del Estado democrático benefactor se desarrolló en los Estados Unidos sobre bases más pragmáticas que en Inglaterra. No hubo aquí filó sofos económicos como Hobson y Tawney, ni grupo alguno de intelectuales activistas como los fabianos. El enfoque norteamericano se desarrolló gra cias al trabajo de un pequeño grupo de economis tas que investigaron los problemas económicos de los ciclos económicos, las relaciones laborales, el monopolio y la gran empresa, y el bienestar social, y gracias a los líderes políticos desde la época pro
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gresista hasta el Nuevo Trato. El tema básico de ambos grupos era que la moderna sociedad indus trial afrontaba problemas graves que no se resol verían solos, y que debían utilizarse los poderes del gobierno para proteger el tejido social y los individuos que en él se desenvuelven frente a las fuerzas del mercado, a menudo destructivas. Los estadunidenses buscaron soluciones funcionales para problemas específicos dentro del marco tra dicional de la sociedad norteamericana, por oposi ción a la filosofía socialista prevaleciente en Ingla terra. Si hubiésemos de destacar a un autor como el exponente más influyente de la filosofía básica del desarrollo norteamericano, éste sería Thorstein Veblen (1857-1929). Nacido en la sociedad rural del Medio Oeste que produjo el movimiento populista y a William Jennings Bryan, este hijo de un in migrante noruego estudió filosofía en Johns Hopkins y Yale y economía en Cornell. Hizo una carrera del fracaso, sin lograr pasar jamás del nivel de profesor asistente en una carrera docente desem peñada en Chicago, Stanford y Misuri. Aun cuan do dio conferencias en la Nueva Escuela de In vestigación Social en la Ciudad de Nueva York a principios de los años veinte, su sueldo se pagaba en parte con las aportaciones de sus antiguos dis cípulos. Pero los libros de Veblen lo hicieron fa moso, y sus ideas le ganaron el respeto de sus colegas economistas. En 1924 fue elegido a la presidencia de la Asociación Norteamericana de Economistas, pero declinó el honor comentando que no se le había ofrecido esa posición cuando le habría servido de algo en su profesión. Hay innumerables historias acerca de Veblen.
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Abandonó la Universidad de Chicago en 1906 bajo una polvareda creada en parte por sus ideas hete rodoxas y en parte por haber realizado un viaje transatlántico con una prominente dama de Chicago. Aunque era casado, sus aventuras extramaritales continuaron durante sus tres años de estancia en Stanford, y según se dice los administradores y varios profesores suspiraron con gran alivio cuando se marchó. A Veblen no le gustaba enseñar. Cuando fue a la Universidad de Misuri en 1911, su reputación como economista le precedió. Los estudiantes se amontonaron para registrarse en sus cursos, pero encontraron un hombre que mascullaba dentro de su barba y que, el primer día se clases, llenó los pizarrones con una larga lista de lecturas que habrían de ser objeto de un examen a la semana siguiente. Esto redujo el grupo a proporciones ma nejables, cerca de una docena de estudiantes. Ade más, Veblen no otorgaba calificaciones mejores que “C”,* para desalentar a quienes aspiraran a ser se leccionados para la fraternidad elitista Phi Beta Kappa. Veblen brillaba en sus libros. En The Theory of the Leisure Class ** (1899), uno de los libros más influyentes de los últimos cien años, Veblen cri ticaba los criterios materialistas del éxito en una cultura pecuniaria. En virtud de que la supervi vencia de individuos y familias dependía del in greso, el dinero y la riqueza se convertían en la norma para el enjuiciamiento de todas las acciones. Los ricos gastaban su dinero en forma conspicua • Calificación mínima aprobatoria (Ed.). ** Teoría de la clase ociosa, f c e . México, 1974.
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para demostrar sus derechos al éxito, y los que tenían ingresos menores emulaban a los ricos y ju modo de vida: si el jefe se tomaba un mes de vacaciones para pasear en su yate por las Bermudas, la secretaria se esforzaba durante años para pagarse una excursión de una semana por el Ca ribe. Dado que el tiempo ocioso era el mejor in dicador del éxito —demostrativo de que no se te nía necesidad de trabajar en absoluto—, los ricos tenían muchos sirvientes, no permitían trabajar a sus esposas o hijos, y se pasaban el tiempo bus cando placeres. El “ocio conspicuo”, el “consumo conspicuo”, y la “emulación pecuniaria” eran in herentes a la economía de mercado, y todo ello conducía a un enorme desperdicio de recursos, esfuerzo productivo, y tiempo. Veblen no precisó cuáles otros sistemas de valores serían convenien tes, pero rechazaba claramente los de la cultura pecuniaria. El siguiente libro de Veblen, The Theory of Bus iness Enterprise (1904) „ llevó adelante el argu mento con un análisis del lado de la producción del mercado. Distinguía aquí entre la produc ción para el uso y la producción para el beneficio, se ñalando que los empresarios impedían a menudo el logro de la primera por perseguir la segunda. La búsqueda del beneficio conducía a la restric ción de la producción mediante el monopolio. Obs truía los adelantos tecnológicos porque las empre sas trataban de proteger su inversión de capital existente. Conducía a las depresiones y reduccio nes de la producción a causa de las extensiones excesivas del crédito y las manipulaciones finan cieras. Promovía la separación de la propiedad y el control en las empresas, pues se hacían esfuerzos
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por controlar mayores cantidades de riqueza con el capital existente. Conducía a los gastos militares y las guerras por el control empresarial del poder político. En otras palabras, la búsqueda exclusiva del beneficio impedía la realización plena de las ganancias que podrían obtenerse con la tecnología de la máquina. Así como las actitudes de los con sumidores llevaban al desperdicio en una sociedad pecuniaria, los patrones básicos del comportamien to empresarial producían el mismo resultado. Estos dos libros, y otros escritos de Veblen, se centraban tanto en el cambio económico y social como en las descripciones de la sociedad pecunia ria. La clase empresarial y la ociosa podrían do minar una sociedad, afirmaba Veblen, pero el cam bio era inevitable. La tecnología tenía una vida propia, y los científicos, los ingenieros y otros hom bres estaban buscando de continuo métodos de pro ducción mejores y sistemas de organización más eficientes, independientemente de los beneficios. Por otra parte, los empresarios y los propietarios de la riqueza eran “intereses creados” que se re sistían al cambio porque podría perturbar sus posiciones cómodas. Por lo tanto, había un gran conflicto inherente entre la marcha de la tecnología y el conservadurismo del orden existente, entre los intereses de la comunidad en conjunto y los de los ricos y poderosos. Una brecha cultural debería producirse inevitablemente entre las necesidades de la sociedad creadas por las condiciones cam biantes y las instituciones establecidas que conta ban con el apoyo de la élite de la clase ociosa. En opinión de Veblen, este conflicto se polarizaba alrededor de los dos extremos de un socialismo dominado por la tecnología, basado en la planifica-
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¿ón central y dedicado al bienestar de la comu nidad y la producción útil por una parte, y un autoritarismo militar destinado a proteger la es tructura de poder y riqueza existente por la otra. Creía que este último triunfaría, porque los em presarios buscarían la protección de sus propios intereses mediante el apoyo estatal de controles monopólicos combinado con el militarismo y el colonialismo para crear y preservar la prosperidad. Es posible que Veblen se haya visto influido por los paralelos existentes entre la Alemania militaris ta y el colonialismo, la ideología de una marina fuer te y la presidencia vigorosa de Theodore Roosevelt. Pero cualquiera que haya sido la fuente de sus ideas, ya en 1904 pronosticaba Veblen el as censo del fascismo y el surgimiento del Estado corporativo, instituciones que en efecto aparecie ron en los años veinte y treinta en Alemania, Ja pón e Italia. No podía pasarse por alto el punto de vista de Veblen. Como lo afirmaba, estaban funcionando fuerzas fundamentales de cambio que requerían adaptaciones de las instituciones sociales, econó micas y políticas, que inevitablemente afrontarían la oposición de quienes habían logrado la riqueza y el éxito. Es posible que Veblen no haya sido el autor original de este punto de vista, pero le dio un sólido fundamento teórico en sus conceptos de la relación existente entre el cambio y los inte reses creados. Aunados a su crítica de la sociedad pecuniaria y del sistema empresarial, estos con ceptos dotaban de dirección y orientación al movi miento en pro de la. reforma económica y social. El público leyó ampliamente los libros de Veblen. Pero aparte de estas obras populares, Veblen pre-
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sentó a los economistas profesionales una crítica devastadora de la economía neoclásica en una serie de artículos y reseñas de libros que aparecieron en publicaciones periódicas profesionales. La pre ocupación de la economía por el equilibrio estático era obsoleta, sostenía Veblen. Su supuesto de la sicología hedonista del individuo económico era una interpretación estrecha de la naturaleza hu mana. Pasaba por alto el conjunto de la sociedad al concentrarse en el individuo aislado. La impor tancia de las instituciones económicas y los pro cesos del cambio institucional quedaban excluidos del análisis por el empleo de la metodología de la estática comparativa. Sus conclusiones eran casi totalmente teóricas y estaban ligadas a la justifi cación ideológica del orden existente. En efecto, esta crítica fue responsable en gran medida del desarrollo de estudios empíricos para complementar y refinar el análisis teórico que se convirtió en un aspecto principal de la ciencia económica después de Veblen. La influencia de Veblen no se extendió sólo entre el público sino también dentro de la dis ciplina de la economía. Sus discípulos y seguidores investigaron en detalle las cuestiones subrayadas por él. Wesley Mitchell estudió los ciclos econó micos y fundó la Oficina Nacional de Investigación Económica. Adolf Berle y Gardner Means escri bieron sobre la separación de la propiedad y el control en las grandes corporaciones. Means y Walton Hamilton analizaron las políticas de pre cios de las grandes empresas. Clarence Ayres ob servó la influencia de la tecnología cambiante sobre las instituciones económicas. Robert y Helen Lynd estudiaron la estructura del poder comunitario en
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libros tales como Middletown y Middletown in fransition, y C. W right Mills hizo lo mismo a escala nacional en The Power Elite * Hasta la crítica literaria se vio afectada; por ejemplo, Vemon Parrington aplicó las ideas de Veblen en su obra monumental, Main Currents in American Thought. La obra y la influencia de John R. Commons (1862-1945) fueron comparables a las de Veblen. Mientras Veblen articuló el enfoque y el punto de vista básicos del movimiento reformista del si glo xx, Commons y sus seguidores encabezaron el movimiento en pro de medidas y leyes específicas. Commons había nacido también en el Medio Oeste y estudió en la Universidad Johns Hopkins en el decenio de 1880, época en que fue la más avan zada de los Estados Unidos. Su carrera docente lo llevó primero a Wesleyan, luego a Oberlin, Indiana y Siracusa. Cuando se encontraba en Siracusa publicó un estudio donde sostenía que el crecimiento del Estado era paralelo al desarrollo de la institución de la propiedad privada, ya que la sociedad trataba de controlar el poder econó mico que acompaña a la acumulación de propie dad. Tales ideas, más el deseo de Commons de añadir al plan de estudios un curso sobre pro blemas laborales, impulsaron a los administradores de la universidad a abolir su puesto. Durante los., cuatro años siguientes trabajó con la Comisión Industrial de los Estados Unidos, estudiando los sindicatos y las relaciones obrero-patronales, y con la Federación Cívica Nacional promoviendo la conciliación entre trabajadores y patrones. * La élite del poder,
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México, 1973.
200 LA FAMILIA HUMANA En 1904 regresó Commons a la enseñanza en la Universidad de Wisconsin, por invitación de su antiguo profesor en la Universidad Johns Hopkins, Richard T. Ely. Pasó entonces casi tanto tiempo en la universidad como en comisiones guberna mentales. Sus intereses principales eran la regula ción de los servicios públicos y los problemas laborales. Ayudó a redactar el proyecto de ley de ser vicios públicos de Wisconsin en 1907 y escribió mu cho en favor de la compensación a los trabajadores por las lesiones sufridas en el trabajo, el seguro de desempleo, y la negociación colectiva pacífica. En 1911 ayudó a crear la Comisión Industrial de Wisconsin que trataba de desarrollar la mediación y la conciliación en las disputas laborales. En 1914 sirvió en una comisión nacional similar en Wash ington, y en 1915 escribió un informe donde acon sejaba la creación de una junta nacional del trabajo que promoviese el arreglo de las disputas laborales mediante la negociación colectiva. Luego se ocupó del seguro de desempleo e inició el movimiento que condujo a la promulgación de tal ley en Wis consin en 1932 y en todo el país pocos años más tarde. Advirtiendo que el seguro de desempleo no podría funcionar eficazmente sin la estabiliza ción económica, Commons se introdujo a ese te rreno y en los años veinte se convirtió en presi dente de la Asociación Monetaria Nacional, que buscaba programas tendientes a lograr la estabili dad del crédito y los precios. Todos estos programas y políticas se convirtie ron más tarde en partes importantes de la economía pública de los Estados Unidos: la regulación de los servicios públicos como parte de un sistema regulador de las empresas “movido por el interés
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público”; la negociación colectiva y la mediación para arreglar disputas entre trabajadores y patro nes en forma voluntaria; promoción de la estabili dad económica a niveles elevados de producción y empleo; y legislación social (seguro de desem pleo, compensación a los trabajadores, y seguro de vejez) para mitigar los efectos más perniciosos del sistema industrial. Gran parte de la legislación del Nuevo Trato de los años treinta se encontraba dentro del marco iniciado por Commons. Tras las ideas de Commons se encontraba una filosofía del gobierno que colocaba al Estado en el papel de mediador entre los intereses económicos en conflicto y entre las fuerzas económicas y el individuo. Commons y otros reformadores libera les percibieron los conflictos de interés, que de bían resolverse con justicia para ambas partes, en tre las empresas y el público, entre trabajadores y patrones, y en términos más amplios entre la libre operación de las fuerzas del mercado y el bienestar individual. Esta concepción del conflicto difería mucho de las mantenidas por las otras dos posi ciones ideológicas principales, la de los economistas neoclásicos, que veía surgir la armonía en todas las áreas por efecto de las fuerzas equilibradoras del mercado, y la de los marxistas para quienes el conflicto de clases destruiría inevitablemente el orden social. Commons aceptaba estos dos concep tos pero iba más allá: sostenía que las fuerzas del mercado podrían conciliar algunos de los intereses en conflicto del mundo moderno, pero no todos, y que una sociedad industrial compleja creaba de continuo conflictos nuevos cuya resolución equi tativa requería de la acción gubernamental.
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La filosofía reformista del bienestar social ex presada por Veblen y las políticas impulsadas por Commons y sus colegas fructificaron durante los años treinta bajo el gobierno del Nuevo Trato de Franklin D. Roosevelt, cuando se volvió dominante el concepto del Estado benefactor. Es cierto que las ideas antiguas empezaron a cambiar antes de los años treinta, como lo demuestran la legislación de bienestar en Nueva York y Wisconsin, el movi miento conservacionista anterior a la primera Gue rra Mundial, y la aceptación gradual por el go bierno del empleo de la política monetaria para la promoción de la estabilidad económica. Los cruzados y los críticos habían venido forjando la filosofía social del Nuevo Trato a partir de los populistas. Pero el período de 1929 a 1933 marcó un gran hito en el pensamiento social norteame ricano, y la legislación, de los cinco años siguientes a 1933 creó el marco dentro del cual continúa fun cionando la economía norteamericana casi medio siglo después. El aspecto más importante de la filosofía del Nuevo Trato era la creencia en que la sociedad en conjunto, funcionando a través del gobierno, debe protegerse a. sí misma y proteger a sus miem bros contra las fuerzas perturbadoras inherentes en una economía industrial orientada hacia el mercado. Esto representaba un gran alejamiento de la filosofía de que el mercado autocontrolado debe abandonarse a sus fuerzas, y que los hom bres, los recursos y la riqueza deben tratarse esen cialmente como bienes.
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El Nuevo Trato hacía hincapié en cuatro tipos principales de intervención directa en los asuntos económicos para alcanzar sus metas. Primero estaba el supuesto de la responsabilidad por el manteni miento de la prosperidad con empleo pleno en la mayor medida posible, aunque el desempleo de la Gran Depresión no desapareció por completo hasta la segunda Guerra Mundial. El método más eficaz desarrollado por el Nuevo Trato consistía en el empleo del presupuesto federal para asegurar un nivel adecuado de gasto total, y los déficit presupuestarios de los años treinta trataban de complementar el insuficiente gasto privado con la inversión pública. Este concepto se incorporó en la Ley del Empleo de 1946 y se institucionalizó en el Consejo de Asesores Económicos del Presidente. Los dos partidos políticos principales convienen ahora en que el gobierno federal tiene la respon sabilidad de la estabilidad y la expansión eco nómicas. El segundo tipo de intervención fue la legisla ción que estableció la negociación colectiva para dirimir las disputas obrero-patronales. Desde el decenio ele 1890, la Federación Norteamericana del Trabajo ha buscado ganancias para los traba jadores fundamentalmente a través de la negocia ción colectiva, en lugar de recurrir a la acción po lítica radical o al socialismo. El Partido Socialista y un sindicato radical, los Trabajadores Industria les del Mundo, se fortalecieron antes de la primera Guerra Mundial, pero fueron destruidos en gran parte por las medidas represivas tomadas por el gobierno federal y los estatales, así como por los tribunales, durante la guerra e inmediatamente des pués —lo que constituye un capítulo trágico en la
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historia de los derechos civiles en los Estados Uni dos—, de modo que la negociación colectiva quedó como la única opción práctica para los trabaja dores. Aunque la mayor parte de los empresa rios se oponía a los sindicatos y la negociación colectiva, como se observaba en la Asociación Na cional de Fabricantes, un segmento importante de la comunidad empresarial, encabezado por al gunos líderes de las grandes corporaciones, vio en la negociación colectiva la respuesta a la continua ción del conflicto de clases. De este acuerdo de los líderes laborales y los líderes de la comunidad corporativa, junto con las tensiones creadas por la Gran Depresión y la elección de Franklin D. Roosevelt, surgió la Ley Nacional de Relaciones Labo rales (1935), que convirtió la negociación colectiva en la política nacional. Aunque modificada por legislación adicional después de la segunda. Gue rra Mundial, la política permaneció como uno de los pilares de la constitución económica del país. En tercer lugar, una forma menos afortunada de intervención se incorporó en la Administración de la Recuperación Nacional ( n r a ) , el gran esfuerzo tendiente a la promoción de la estabilidad econó mica mediante la cooperación entre empresas y entre empresas y trabajadores en industrias indivi duales. El experimento fracasó y ha sido uno de los programas del Nuevo Trato más criticados. El propio Nuevo Trato lo abandonó y a fines de los años treinta dio un viraje completo hacia la po lítica de promoción de la competencia recomen dada por el Comité Económico Nacional Tempo ral. Cualesquiera que hayan sido los méritos de este caso, el espíritu de la n r a persistió en dos industrias de recursos naturales —petróleo y car
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bón— y en el complejo militar-industrial, aunque su filosofía ya no forma parte del credo liberal. En la industria petrolera, una combinación de le gislación estatal, reglamentación federal, decisio nes de los tribunales, y comunidad de intereses en tre grandes compañías sirvió para estabilizar los mercados, los precios y los beneficios hasta prin cipios de los años setenta, cuando la Organización de Países Exportadores de Petróleo ( o p e p ) , do minada por los árabes, asumió el control. La in dustria del carbón se caracteriza ahora por un alto grado de cooperación y coordinación entre traba jadores y patrones que ha tenido el efecto de esta bilizar la producción y las participaciones en el mercado de los productores principales, un arre glo que cristalizó en los años cuarenta sobre la base de los esfuerzos gubernamentales de los años treinta por estabilizar la industria. Y, por supuesto, la simbiosis de gobierno, grandes empresas y grandes sindicatos en las industrias de armamentos, re sultado de la segunda Guerra Mundial y des pués, es un ejemplo notorio de la filosofía de la n r a llevada a la práctica. El cuarto tipo principal de intervención guber namental en los asuntos económicos fue la planeación regional del uso de la tierra basada en los recursos acuíferos. Tipificada por la Autoridad del Valle del Tenesí, el principio de tal planeación surgió de varias políticas anteriores al Nuevo T ra to: recuperación de tierras, desarrollo de vías acuá ticas, conservación de bosques, planeación urbana, y la controversia sobre el desarrollo de la energía eléctrica. Hoy damos por sentada la conveniencia de un desarrollo unificado de los recursos acuíferos y los usos de la tierra relacionados, y los debates
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se centran en cuestiones mucho más complejas del uso de los recursos. Complementaba el intervencionismo económi co del Nuevo Trato una nueva concepción del lugar del individuo en la sociedad. La antigua proposi ción —de que el individuo maximizador del bienes tar contribuirá más a la sociedad en conjunto, y el corolario de que los fracasados deben afrontar las consecuencias solos— no podía sostenerse en una sociedad industrial, sobre todo en una sociedad afectada por una depresión que agobiaba no sólo a los desempleados, sino aun a empresarios inteli gentes y esforzados. En su lugar surgió la creen cia de que la sociedad es responsable del bienestar de cada persona, en parte porque el individuo con tribuyó a la sociedad con su trabajo, su forma ción de una familia, y su participación general en las actividades del orden social, y en parte porque los problemas de una sociedad compleja eran a menudo demasiado grandes para su solución por el individuo. Esta posición fue reforzada por la creen cia en que el individuo funciona con mayor eficacia, tanto en interés propio corno en su carácter de contribuyente de la sociedad, en un ambiente se guro. En consecuencia, otra meta de la política del Nuevo Trato consistía en la creación de su ficiente seguridad económica para liberar mayores energías individuales, lo que a largo plazo com pensaría con creces los costos afrontados. Esto significaba en la práctica la aprobación de un conjunto de medidas de bienestar —seguro de des empleo, seguro social, compensación a los traba jadores, y donativos federales para la salud y la educación— que también han alcanzado aceptación general en nuestros días.
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Otro lema principal de la filosofía social del Nuevo Trato afirmaba que los empresarios tienen responsabilidades sociales que van más allá de la mera producción de beneficios. En la época ante rior al Nuevo Trato, el beneficio y el éxito cons tituían su propia justificación; la riqueza no re flejaba sólo el trabajo arduo y la capacidad sino también el hecho de que la búsqueda de la riqueza se traducía en la satisfacción de las necesidades de los demás, “como por efecto de una mano invisi ble”. En cambio, el Nuevo Trato hacía hincapié en que la economía de mercado a menudo trans gredía los valores humanos y sociales, y que la ganancia individual no era siempre sinónimo del bien social. El éxito y el beneficio no bastaban; la empresa debía justificarse por otras razones. Este requerimiento no se expresó en forma detallada en ninguna parte, pero la legislación del Nuevo Trato implicaba la inclusión de operaciones razo nablemente estables, relaciones obrero-patronales generalmente eficaces, precios razonables, y activida des financieras claras. Otros dos aspectos del Nuevo Trato han tenido gran importancia para los Estados Unidos y el mundo. Primero, sus reformas y sus programas de beneficencia reforzaron en gran medida el orden económico y social del país. A través de los sindi catos y la negociación colectiva los trabajadores pudieron obtener mejores niveles de vida y un nuevo sentimiento de dignidad e importancia. Se protegió a los agricultores de gran parte de la inseguridad propia de su .sector productivo tan in estable. Se avudó a las familias de ingresos medios para que adquirieran la propiedad de sus casas, y se protegieron sus ahorros. Se prohibieron algunas
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de las prácticas más condenables de las grandes empresas, y se expandió la reglamentación guber namental de otras actividades empresariales. Se aliviaron los riesgos de la vejez y el desempleo, y se inició un sistema de pagos de beneficencia para ayudar a los pobres. Aunque algunos grupos casi no se vieron favorecidos, incluidos la mayor parte de los negros, los trabajadores migrantes y los po bres rurales, y que los trabajadores de salarios bajos no se beneficiaron mucho, los intereses económicos de muchos norteamericanos mejoraron, y su adhe sión al orden de cosas existente se fortaleció. El Nuevo Trato, como la respuesta norteamericana al reto del cambio, fue reforma más que revolu ción. En el otro aspecto, el legado del Nuevo Trato fue menos favorable. Puso en movimiento un cam bio hacia una versión norteamericana del Estado corporativo que la mayoría de los norteamericanos se han resistido a reconocer. En virtud de que el gobierno federal se convirtió en el instrumento de la reforma, y los gastos federales aumentaron para satisfacer necesidades sociales, el poder tendió a trasladarse de los estados a Washington. En Wash ington, el poder ejecutivo se volvió más poderoso a expensas del Congreso, en parte porque el Pre sidente asumió la iniciativa en la promoción de la legislación, y en parte porque el poder ejecutivo administraba los gastos federales incrementados. Este desplazamiento sutil no pasó inadvertido en su tiempo. En realidad, constituyó un tema favorito de los críticos del Nuevo Trato. Pero sus conse cuencias no quedaron en claro sino hasta la se gunda Guerra Mundial y después, cuando las acti vidades militares y de seguridad nacional del po-
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¡der ejecutivo pasaron a1dominar la política nadonal. Esto se debió en parte a la gran cuantía del gasto relacionado con las actividades militares, así como a la preocupación nacional por la “Guerra Fría’ y los compromisos internacionales relaciona dos. Las reformas del Nuevo Trato trajeron consigo un fortalecimiento del poder del gobierno nacio nal y su rama ejecutiva que más tarde se tradujo en mayor poder aún para los militares. Este desplazamiento del centro del poder se le galizó mediante cambios fundamentales del dere cho constitucional. Una serie de decisiones de la Suprema Corte tomadas en 1937-1939, que apoya ban la legislación principal del Nuevo Trato, au mentó en gran medida los poderes del gobierno central. Antes de 1930, el gobierno federal podía realizar las actividades señaladas específicamente por la constitución. Para 1940 tenía el poder de actuar “para promover el bienestar general”. Una constitución de límites fue remplazada por otra, de poderes abiertos en gran medida para el go bierno nacional. A pesar de todo, el Nuevo Trato fortaleció gran demente los elementos esenciales de la economía de empresa privada. Preservó el derecho del indi viduo a gastar o ahorrar según le pareciera conve niente, a escoger su ocupación, y a tomar sus propias decisiones empresariales. El Nuevo Trato restructuró gran parte del marco social y económico del país, pero sus métodos no incluyeron nunca la pla nificación o los controles detallados ni interfirieron con la toma personal de decisiones, uno de los lemas básicos del individualismo norteamericano. Ade más, dejó incólume la estructura fundamental del poder económico en una economía cada vez más
210 LA FAMILIA HUMANA dominada por grandes corporaciones, e hizo poco por cambiar la distribución del ingreso y la ri. queza. Los decenios siguientes a la segunda Guerra Mun dial habrían de presenciar una simbiosis creciente entre el poder económico corporativo en el sector privado y el ampliado poder económico, político y militar del gobierno nacional. Éste era el tipo de sistema pronosticado por Veblen a principios del siglo, como preludio a una eventual sociedad indus trial autoritaria y militarista. Todavía es posible que haya tenido razón.
IX. LA REVOLUCIÓN KEYNESIANA En 1936, toda la dirección y el énfasis de la econo
mía moderna se transformó con la aparición de un solo libro. Su título impresionante era el de The General Theory of Employment, Interest, and Money* y fue escrito por el economista inglés más controvertido de la época, John Maynard Keynes. El libro se ocupaba de problemas cruciales del empleo y el desempleo en una época en que la economía mundial estaba en las garras de la de presión más desastrosa y generalizada que haya ex perimentado jamás. Aunque muchos hombres ha bían renunciado a la esperanza de reconstruir la prosperidad mundial y un sistema económico via ble, este libro ofrecía un análisis teórico que diag nosticaba al paciente como gravemente enfermo pero no condenado a muerte y que prescribía remedios que podrían restablecer su salud. Keynes y las políticas por él sugeridas se convirtieron de inmediato en el centro de la controversia entre economistas profesionales y políticos. Condenada por igual por los radicales de izquierda y los con servadores de derecha, la economía keynesiana ba rrió casi con toda oposición entre los economistas para establecer una nueva ortodoxia dentro de la profesión. Junto con La riqueza de las naciones y El Capital, La teoría general es uno de los libros fundamentales en el desarrollo de la ciencia eco nómica. *
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Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero México, 1974. 211
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LA REVOLUCIÓN KEYNESIANA Jo h n M aynard K eynes
El hombre responsable de esta revolución del pen samiento social ocupaba una posición única en la vida pública inglesa. Miembro de la élite so cial e intelectual que había llegado a dominar los asuntos públicos en Inglaterra, su crítica hete rodoxa de las políticas económicas aceptadas pa reció una bofetada para todas las creencias de los líderes reinantes. Keynes era un crítico del orden establecido desde su propio interior. Keynes nació en 1883 en Cambridge, Inglaterra, hijo de un economista y lógico prominente, John Neville Keynes. Se educó en Eton y Cambridge, donde estudió filosofía y economía» Alumno favo rito y brillante de Alfred Marshall, absorbió lo esencial de la economía neoclásica y siempre aceptó su análisis de la producción y la distribución. Su campo especial era el de la economía monetaria, y trabajó con el gobierno en problemas de las finanzas de la India, y en la Tesorería, además de enseñar en Cambridge. Durante los años ante riores a la primera Guerra Mundial se convirtió en uno de los miembros del grupo de artistas y escritores de Bloomsbury, que incluía intelectuales tales como Lytton Strachey, E. M. Forster, Virginia Woolf y Roger Fry. Típicas de la actitud de este grupo fueron las biografías de Eminent Victorians, escritas por Strachey: brillantes, críticas, pero con aceptación general del sentido y el orden del sis tema social existente. La actitud era típica también de Keynes, producto él mismo de una clase social acomodada que se consideraba a sí misma nacida para gobernar a causa de su inteligencia educa-
213 eión y dedicación; sin embargo, trataba siempre de encontrar formas mejores de hacer las cosas dentro del marco de las verdades antiguas. En todos senti dos, Keynes era un esnob brillante dotado de una personalidad sumamente atrayente, pero también tenía una mente analítica que podía llegar de in mediato a lo esencial de un problema, percibiendo sus ramificaciones más amplias al igual que sus conexiones con otras cuestiones. Si resultaba inevi table una élite intelectual, era afortunado que un hombre como Keynes formara parte de ella. Keynes trabajó en la Tesorería durante la pri mera Guerra Mundial, y adquirió gran fama como experto financiero; en 1919 fue el representante principal de la Tesorería en la conferencia de paz de Versalles. Dotado de un entendimiento intuiti vo de la política mundial y un conocimiento detalla do de las finanzas internacionales, sabía que una paz estable dependía de un arreglo magnánimo y una carga realista para Alemania por concepto de reparaciones. Mientras los estadistas discutían sobre límites, fronteras, y el prestigio nacional, Keynes advirtió que los problemas económicos de Europa eran más importantes que los políticos. Cuando el tratado de paz se orientó en otro sentido, exigiendo reparaciones enormes y pasando por alto las rea lidades económicas, Keynes renunció y volvió a casa a escribir un ataque violento al arreglo de paz y a los hombres que lo elaboraron. En una de las obras más proféticas de la época, The Economic Consequences nf the Peace, pronosticó el rompi miento de los acuerdos y gran parte de la pertur bación económica siguiente. El libro causó sensa ción, pero destruyó en gran medida los contactos LA REVOLUCIÓN KEYNESIANA
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oficiales de Keynes con el gobierno durante un decenio. Regresó a enseñar. En Cambridge se convirtió en ejecutivo de dos compañías de seguros y varias fir mas de inversión, especuló fuertemente en divisas, acciones y bienes, para amasar una fortuna con siderable, actuó en el Partido Liberal, escribió ex tensamente en The Nation y otras publicaciones periódicas, patrocinó el arte, la música y el ballet, y se casó con una de las grandes bailarinas del Ballet Diaghilev. Perdió su riqueza en la quiebra del mer cado de valores de 1929, pidió prestado para empezar de nuevo, e hizo otra fortuna en los años treinta Keynes criticaba la política económica británica, en particular el esfuerzo insensato por retornar al patrón oro a mediados de los años veinte, y de esta controversia surgió su contribución más im portante a la ciencia económicá. Atacó la política económica sobre todo porque su meta de alcanzar la estabilidad económica internacional era inco rrecta, mientras el bienestar económico interno era más importante. Los precios estables y los niveles altos de empleo eran más deseables que la estabili dad del valor de la libra en los mercados externos, sostenía Keynes, señalando que un retorno al patrón oro a la tasa de cambio existente antes de la gue rra reduciría gravemente las exportaciones britá nicas y haría bajar los salarios, los precios, el em pleo y la producción internos, tal como había ocu rrido cien años antes, al término de las guerras napoleónicas, a causa de políticas similares. Keynes propugnaba un sistema monetario administrado, en lugar del automatismo del patrón oro, pero el fundamentalismo fiscal resultó demasiado fuer te. Inglaterra regresó al patrón oro, y el desastre
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se produjo: desempleo, precios a la baja, y una huelga general por toda la nación. El estancamien to económico prevaleció en Inglaterra el resto de los años veinte, como lo había profetizado Keynes. Una razón para que nadie escuchara a Keynes en 1923-1924 era que no había elaborado una ade cuada defensa teórica de su posición. Para demos trar los efectos deflacionarios de la política moneta ria del gobierno, habría debido analizar las inter conexiones existentes entre el patrón oro y el nivel interno del empleo, y demostrar que el análisis eco nómico ortodoxo de tales relaciones, que aplicaba la Ley de los Mercados de Say, estaba equivocado. No pudo hacerlo en ese momento, pero su mente sagaz percibió la necesidad de una revisión com pleta de la teoría del empleo y su relación con la teoría monetaria. Keynes dedicó los doce años si guientes a esa tarea. El primer esfuerzo, el Treatise on Money en dos volúmenes, publicado en 1930 justo después del derrumbe del mercado de valores, no logró su propósito. En muchos sentidos el libro más aca démico de Keynes, presentaba el marco básico de su nueva; teoría pero dejaba muchos puntos teó ricos sin solución, lo que bastó para suscitar más la crítica profesional que la aceptación. Sin embargo, su punto de vista era importante. El argumento principal del libro descansaba en la distinción que establecía entre la inversión y el ahorro y en los objetivos distintos que los motivaban. La Ley de Say insistía en que ambos debían ser iguales, pero Keynes sostuvo que tal cosa no era necesaria. Cuan do el ahorro superase a la inversión, la actividad económica declinaría; si ocurriese lo contrario, la actividad económica aumentaría. Los remedios eran
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los recomendados antes por Keynes: un sistema mo netario administrado para ayudar a mantener la igualdad entre el ahorro y la inversión y promo ver así la estabilidad económica, complementado con gastos en obras públicas para mitigar los efec tos de cualquier depresión y desempleo que pudie ran ocurrir. En el momento de la publicación del Treatise, los economistas y los funcionarios públicos ignoraban la gravedad de la depresión, la opinión pública no había advertido aún la necesidad de remedios drás ticos, y la mayoría de la gente esperaba que la contracción del mercado fuese breve. Por supuesto, Keynes no compartía estas opiniones; en conse cuencia, volvió a escribir para intentar un segundo ataque frontal a las ideas económicas aceptadas. C l im a d e o p in ió n a m e d ia d o s d e l o s a ñ o s t r e in t a
El producto de esta fase de la obra de Keynes fue Teoría general ele la ocupación, el interés y el di nero. Este libro causói sensación de inmediato, no porque propusiese una teoría, radicalmente di ferente de la contenida en el Treatise, sino porque ya se había allanado su camino para el momento de Su publicación en 1936. Primero, las publica ciones anteriores de Keynes habían familiarizado a economistas y gobernantes con su punto de vista general. Segundo, varios otros economistas impor tantes habían roto también con la ortodoxia de la Ley de los Mercados de Say para llegar a conclu siones similares. Y tercero, el clima de opinión había cambiado, sobre todo durante los primeros años de la Gran Depresión, hacia una mayor acep
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tación de las ideas que vinculaban el nivel de la prosperidad con el gasto total. Un elemento vital, importante del análisis keynesiano posterior, fue desarrollado por un econo mista ruso de fuertes inclinaciones marxistas, Michel Tugan-Baranowsky (1865-1919), quien sostenía que un flujo regular de ahorro llega a los mercados de capital proveniente de los consumidores con in gresos relativamente fijos; que el proceso de la inversión es, por el contrario, muy volátil y que las disparidades resultantes entre el flujo del ahorro y el flujo de la inversión originan el ciclo econó mico. Estas disparidades no pueden corregirse me diante cambios de la tasa de interés, afirmaba Tugan-Baranowsky, porque muchos de los ahorrado res se ven motivados por razones distintas de la tasa de rendimiento que obtienen. Un avance mucho más importante fue realizado por un excéntrico economista sueco, Knut Wicksell (1851-1926), quien en alguna ocasión fue a la cárcel por violar una ley que prohibía la defensa pública del control de natalidad y la paternidad planeada. Sin embargo, Wicksell fue un académico brillante cuyo trabajo permitió que la generación siguiente de economistas suecos, y el propio Keynes, desarrollaran la teoría contemporánea del ingreso nacional. Según la teoría ortodoxa del empleo pleno in corporada en la Ley de los Mercados de Say, todo dinero ahorrado encontraría su camino hacia la inversión a través de los mercados monetarios. Si el ahorro tendiera a superar a la inversión, una baja de la tasa de interés corregiría rápidamente el desequilibrio; si la inversión fuese mayor que la oferta de ahorro, la tasa de interés se elevaría y
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restablecería la igualdad. Si esta igualdad del aho rro y la inversión ocurría a niveles relativamente elevados de precios y salarios que se tradujeran en cierto desempleo de mano de obra, los salarios ba jarían —bajando con ellos el nivel de precios— hasta que todos los recursos estuviesen empleados en forma productiva. Pero Wicksell advirtió que los hechos reales no corroboraban la teoría. Por el contrario, en las de presiones, cuando los préstamos y la inversión al canzan niveles bajos y se generaliza el atesoramien to de efectivo, las tasas de interés son elevadas y resulta casi imposible la obtención de préstamos; en cambio, en la cima de un auge, cuando la inver sión es elevada y los saldos en efectivo son escasos, las tasas de interés son también relativamente bajas. Esto se oponía diametralmente a la teoría, de modo que Wicksell trató de hacer una reconstrucción. Postuló la existencia de una tasa de interés natural compatible con el empleo pleno y con la igualdad entre el ahorro y la inversión. Pero la tasa de inte rés del mercado puede diferir de esta tasa natural por diversas razones; y cuando esto ocurre, la eco nomía se expandirá o contraerá. Lo esencial es que el equilibrio natural no es producido por los cambios de la tasa de interés sino por cambios en el nivel de la actividad económica, es decir, por aumentos o disminuciones de la producción y el empleo. Ésta fue la gran reformulación que llevó final mente a la revolución keynesiana. El concepto de las tasas de interés naturales y de mercado elabo rado por Wicksell fue abandonado pronto, aun por sus brillantes seguidores entre los economistas suecos como Gunnar Myrdal, Bertil Ohlin y Dag
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Hammarskjold, quien más tarde fue Secretario Ge neral de las Naciones Unidas. Pero su concepto fundamental de los cambios en el nivel del gasto total como el mecanismo equilibrador de la econo mía se conservó y se incorporó a la economía del ingreso nacional tal como la conocemos ahora. Más cercano a Keynes que Wicksell se encontraba D. H. Robertson, uno de los colegas más jóvenes de Keynes en Cambridge. Robertson publicó en 1926 un libro breve sobre el ciclo económico que hacía hincapié en la importancia de la relación existente entre el ahorro y la demanda de bienes de capital. Los bancos tienen una función doble, señalaba Robertson: proveer la cantidad adecuada de capital de trabajo para las empresas y al mismo tiempo proveer una cantidad de efectivo al público que sea compatible con el nivel de precios existente. El equilibrio es precario, y los esfuerzos de la econo mía por alcanzarlo se traducen en las fluctuaciones del ciclo económico. Aquí estaba otro análisis que hacía hincapié en la clase de variables con las que estaba trabajando Keynes y que familiarizaba a los economistas con ideas relacionadas. Estas investigaciones teóricas se complementaron durante los años veinte con estudios estadísticos del ingreso, el gasto, el ahorro y la inversión nacio nales que contribuyeron significativamente al des arrollo posterior de la economía keynesiana al pro veerla de un sólido fundamento empírico. En los Estados Unidos los estudios fueron realizados en gran medida por la Oficina Nacional de Investiga ción Económica bajo la dirección de Simón Kuznets, en Inglaterra por Arthur Bowley, y en Suecia en la Universidad de Estocolmo. Gran parte del financiamiento de todos estos estudios provino de
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diversas fundaciones patrocinadas por la familia Rockefeller. El camino hacia una nueva ciencia económica había sido allanado por un nuevo clima de opi nión, a'sí domo por los alances de la teoría y la estadística. En los Estados Unidos, por ejemplo, William T. Foster y Waddill Catchings escribieron en los años veinte una serie de tres libros muy leídos que hacían hincapié en la necesidad de altos niveles de gasto de consumo para que la produc ción pudiera continuar a un nivel elevado. Foster y Catchings desarrollaron el concepto del flujo circular del gasto y sostuvieron que el poder de com pra debe fluir de continuo del productor al con sumidor y de nuevo al productor para que se sos tenga la prosperidad. Los beneficios y el ahorro deben gastarse de inmediato para que el flujo circu lar no se interrumpa. El argumento básico de que debe estimularse al consumo para que no se quede atrás de la producción resultaba directamente opues to al precepto ortodoxo de que la producción crea su propia demanda. Esta concepción se complementó con el trabajo de los llamados “maniáticos monetarios”, un gru po de autores que desarrollaron toda clase de pla nes monetarios destinados a promover el gasto como medio para alcanzar la prosperidad plena. Estos autores defendían varios tipos de “dinero chistoso” como lo llamaban sus detractores, por ejemplo el dinero respaldado por reservas de bienes en lugar de oro, para que su cantidad se basara en el ni vel de producción; el “dinero marcado” —marcado con una fecha—, que perdería gradualmente su va lor con el paso del tiempo, un plan destinado a hacer que la gente gastara el dinero rápidamente; o un
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requerimiento de que los bancos mantuvieran re servas iguales a sus depósitos, en lugar de reservas fracciónales, para impedir que los bancos crearan dinero por su facultad para conceder préstamos con la que estimulan la expansión excesiva de la economía. Estas ideas y otras semejantes fueron difundidas ampliamente durante los años veinte por hombres tales como el científico Erederick Soddy, ganador del premio Nobel, un persuasivo ex oficial del ejército inglés llamado Clifford Douglas, el empresario alemán Silvio Gesell, y aun el prestigiado economista de la Universidad de Yale Irving Fisher. La mayoría de los economistas se rio de tales ideas, aunque el hincapié ortodoxo en la oferta y demanda de dinero era responsable de ellas en parte, pero los conceptos alcanzaron gran atrac ción popular. Por ejemplo, en los Estados Unidos se formó una Asociación de Dinero Estable para dar publicidad a las ideas de Irving Fisher. Entre sus miembros se encontraban banqueros, presidentes de ferrocarriles, y aun un antiguo miembro de la Junta de Gobernadores del Sistema de la Reserva Federal. Todas estas ideas reflejaban un cambio funda mental que estaba ocurriendo en la economía. Des pués de más de un siglo de crecimiento económico e industrialización, el centro de gravedad se estaba desplazando del inversionista al consumidor. Cuan do apenas se iniciaba la industrialización, la fuente más importante del crecimiento económico era la inversión de capital en industrias que en gran me dida abastecían a otras industrias: acero, carbón, maquinaria, ferrocarriles. La economía clásica de Ricardo y sus seguidores había reflejado esa rea lidad del escenario económico y había construido
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una teoría del crecimiento económico basada en gran parte en el proceso de inversión y en el con cepto de que el propósito del ahorro es la inver sión. Pero al continuar la industrialización aumen taron los ingresos, y los patrones de gasto y ahorro de los consumidores cobraran mayor importancia. Los ingresos más elevados permitieron a los con sumidores gastar grandes sumas en bienes durables como casas y muebles, automóviles, y equipo eléc trico. Surgieron métodos de financiamiento en abo nos de estas compras. El ahorro empezó a fluir hacia las pólizas de seguros y los pagos de hipotecas. Toda la economía se transformó a medida que las industrias orientada^ al consumo se convertían en la avanzada de la prosperidad y el crecimiento económico. Fue éste un proceso lento, iniciado en los Estados Unidos en los años anteriores a la primera Guerra Mundial y desarrollado más re cientemente en Europa Occidental, pero trans formó la industria, las finanzas y la política pú blica. En la ciencia económica, tal proceso volvía cada vez más obsoleto el hincapié anterior en el proceso de inversión y cada vez menos aplicable al mundo real la idea de la inversión automática del ahorro. La Gran Depresión de los años treinta obligó a muchas personas a reconocer los cambios y la inaplicabilidad consiguiente de las ideas antiguas. La magnitud misma del desastre habría sido suficiente para propiciar una reconsideración: en los princi pales países industriales, más de uno de cada cuatro trabajadores estaba cesante, los bancos del mundo cerraban sus puertas en una oleada desastrosa de quiebras, las empresas estaban quebradas también, los agricultores perdían sus tierras, y todo el sistema
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económico parecía marchar hacia la paralización al bajar los ingresos y declinar el ahorro. El sentido común señalaba que el desastre parecía residir en la enorme disminución del gasto y el remedio sensato era aumentarlo enormemente. En la mayoría de los países industriales, inclui dos los Estados Unidos, esta concepción de sentido común condujo a grandes gastos gubernamentales en obras públicas financiados con préstamos, y se mitigaron así algunas de las penalidades de la de presión y el desempleo. Pero la justificación de la política era humanitaria y pragmática, no basada en el análisis económico. La teoría económica or todoxa continuaba aconsejando la austeridad hasta que pudiera restaurarse la "confianza de las em presas”, la protección del sistema monetario me diante la restricción fiscal, y el restablecimiento de los beneficios mediante reducciones de salarios. Había llegado el momento del cambio. La
t e o r í a g e n e r a l d e l e m p le o
Keynes anunció la revolución de la teoría eco nómica en el primer capítulo de su libro, compues to por un solo párrafo categórico: He llamado a este libro Teoría general de la ocupa ción , el interés y el dinero , recalcando el sufijo general, con objeto de que el título sirva para contrastar mis argumentos y conclusiones con los de la teoría clásica, en que me eduqué y que domina el pensamiento eco nómico, tanto práctico como teórico, de los acadé micos y gobernantes de esta generación igual que lo ha dominado durante los últimos cien años. Sostendré que los postulados de la teoría clásica sólo son aplica
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bles a un caso especial, y no en general, porque las condiciones que supone son un caso extremo de todas las posiciones posibles de equilibrio. Más aún, las características del caso especial supuesto por la teoría clásica no son las de la sociedad económica en que hoy vivimos, razón por la que sus enseñanzas engañan y son desastrosas si intentamos aplicarlas a los hechos reales. »
El libro es un análisis de las causas del desem pleo, escrito para el teórico económico y envuelto en el lenguaje más esotérico de la ciencia. En efec to, Keynes creó un vocabulario nuevo para el aná lisis de los factores causantes del desempleo: la propensión al consumo, el incentivo para la inver sión, la eficiencia marginal del capital, la prefe rencia por la liquidez, el multiplicador. Aunadas a la oferta monetaria, estas variables determinan el nivel de la producción y el empleo y ejercen una influencia importante sobre el nivel de precios. Sin embargo, detrás de la terminología esotérica se encontraban los mismos principios sencillos que habían sido desarrollados imperfectamente en el anterior Treatise on Money. Keynes reiteró primero que si el ahorro no re gresa a la corriente del gasto, el gasto total dismi nuirá, generando desempleo y estancamiento. Lue go agregó algo nuevo: el concepto del equilibrio a un nivel de empleo no pleno. Una disminución del gasto total provocada por la reducción de la inversión hará bajar los ingresos, lo que a su vez hará bajar el ahorro, hasta que el deseo de ahorrar se equilibre con el deseo de invertir. En ese punto, el ahorro retirado de la corriente de ingresos se igualará a los gastos de inversión compensadores,
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y cesará la declinación del gasto total. Sin embargo, este "equilibrio” podría establecerse a un nivel de depresión, y si no hay un cambio en las variables pertinentes, la economía podrá estancarse indefi nidamente. Además, la magnitud de la declinación podrá estimarse en forma muy aproximada median te el empleo del “multiplicador”, o seaxla relación existente entre cualquier cambio del consumo o la inversión y el nivel del gasto total. Luego analizó las relaciones básicas, en particu lar los factores determinantes del incentivo para la inversión. Keynes sostuvo que el monto del gasto de inversión depende de la tasa de rendimiento esperada de las nuevas inversiones y la tasa de interés. La primera es la ganancia esperada y la última es el costo. Si pudiera reducirse en cual quier momento la tasa de interés, y si no hubiese cambios en las expectativas de beneficios de las empresas, aumentaría el monto de la inversión nueva y tendría a su vez un afecto multiplicado sobre el gasto total. Por esta razón, Keynes defen día el dinero fácil y las tasas de interés bajas como un medio de reducción del desempleo. A su vez, la tasa de interés depende de la cantidad de dinero y el deseo de conservar efectivo o saldos bancarios. Por ejemplo, si el deseo de mafitener activos lí quidos permanece constante mientras auiA&nta la cantidad de dinero, la tasa de interés bajará, el gasto de inversión aumentará, habrá un aumehto multiplicado del gasto total, y la producción y el empleo aumentarán. También aquí, una política de dinero fácil ayudará a disminuir el desempleo. La teoría de Keynes se ilustra en la gráfica de la página siguiente. El empleo depende del gasto total, cuyos componentes son el gasto de consumo
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y la inversión de las empresas. El nivel de la inversión depende de la tasa de interés y de la tasa de rendimiento esperada de la nueva inversión. Por ejemplo, si las empresas esperan ganar 10 porciento sobre la nueva inversión y pueden obtener fondos al 8 porciento, aumentará el gasto en inversión
Diagrama esquemático de la teoría keynesiana
hasta que el rendimiento esperado baje o la tasa de interés aumente, u ocurran ambas cosas, para que se igualen las dos tasas. La, tasa de interés depende del deseo de conservar efectivo y de la cantidad de dinero disponible. Cuando la cantidad de dinero que desean conservar los individuos o las institu ciones difiere de la cantidad disponible, la tasa de interés aumentará o disminuirá hasta que las dos cantidades se igualen.
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Veamos un ejemplo de estas relaciones. Supon gamos que el banco central expande las reservas del sistema bancario, lo que lleva a los bancos a aumentar sus préstamos, incrementando así la oferta de dinero. Si no aumenta el deseo de conservar efectivo, la incrementada oferta de dinero hará bajar las tasas de interés. Una tasa, de interés disminuida estimulará inversión adicional (mien tras permanezca constante la tasa de rendimiento esperada de la inversión nueva). La mayor inver sión aumentará entonces el ingreso nacional en cierta magnitud, a causa del gasto continuo del aumento original en el flujo circular del gasto a través de la economía.' Keynes no depositó toda su confianza en la po lítica monetaria. Pensaba que la situación profun damente deprimida de mediados de los años trein ta requería un gran programa de obras públicas financiado con préstamos. Tal programa aumenta ría directamente el empleo, y el efecto multiplicado del aumento del gasto gubernamental incrementa ría los ingresos, los gastos y el empleo más aún. Este hincapié en el financiamiento deficitario había sido desarrollado en varios folletos y cartas ante riores a la publicación de la Teoría general —in cluida una carta abierta al presidente Roosevelt publicada por el New York Times en 1933— y se convirtió en un elemento principal de las prescrip ciones keynesianas para terminar con la depresión. El análisis tenía implicaciones para la política social a largo plazo, así como para el problema inmediato de terminar con la depresión. A Keynes le preocupaba la capacidad de una economía ma dura, generadora de grandes cantidades anuales de ahorro, para sostener los altos niveles de inver-
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sión necesarios para el mantenimiento del pleno empleo. La austeridad no era siempre una virtud, y los altos niveles de gasto podrían ser más nece sarios que el ahorro en una economía avanzada, desarrollada. Por esta razón, Keynes aconsejaba una distribución más igualitaria del ingreso, más res tricciones al ingreso no ganado, como un medio para la obtención de una economía más saludable a largo plazo, porque los ricos tienden a ahorrar una proporción de su ingreso mayor que la de los pobres. Las ideas básicas expuestas en la Teoría general se encontraban en oposición directa con la antigua teoría de que la tasa de interés determina la igual dad entre el ahorro y la inversión, y que las re ducciones de salarios llevarán al empleo pleno. En términos de los eventos de los años treinta y del clima de la opinión política, la nueva teoría era mucho más realista que la antigua. Correcta o no, la nueva teoría ofrecía por lo menos alguna esperanza de que las políticas adecuadas pudieran curar los males de la economía, y trazaba los linca mientos generales que deberían seguir tales po líticas. E l s ig n if ic a d o d e l a e c o n o m ía k e y n e s ia n a
La Teoría general obtuvo una desigual acogi da. A juzgar por las reseñas aparecidas en las publi caciones profesionales, la antigua generación de economistas no captó su importancia o no entendió sus complejidades teóricas obviamente intrincadas. Pero los economistas más jóvenes la tomaron con avidez, tratando de desentrañar sus dificultades y
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de difundir su evangelio. En particular, un gru po de economistas jóvenes del gobierno de los Esta dos Unidos utilizaron sus ideas para justificar la po lítica ya existente de obras públicas, gasto deficitario, y dinero fácil. Este grupo recibió la ayuda de dos hombres más viejos, Gerhard Colm, un refugiado alemán que a la sazón trabajaba en la Oficina del Presupuesto, cuya, experiencia en Alemania le ha bía hecho entender la necesidad de políticas eco nómicas de expansión, y Alvin Hansen, un profesor de Harvard que se convirtió en el principal ex ponente norteamericano del punto de vista keynesiano. Hansen produjo una voluminosa serie de obras que daban publicidad a las ideas nuevas, mientras Colm y otros trabajaron en el silencio y el anonimato dentro del gobierno para elaborar políticas eficaces. Pero los conservadores, jóvenes y viejos, reaccionaron con horror ante las ideas que parecían estar destruyendo los dogmas del dinero duro, el ahorro, y la restricción fiscal. La “econo mía keynesiana” se convirtió en sus círculos en un término de oprobio. Mientras tanto, Keynes estaba fuera de combate. La enfermedad y un ataque cardiaco lo retiraron temporalmente antes de que transcurriera un año de la publicación de la Teoría general, y cuando se recuperó ya había empezado la segunda Guerra Mundial. Durante la guerra, Keynes fungió como asesor de la Tesorería Británica y ayudó a negociar grandes préstamos de los Estados Unidos. Después de la guerra ayudó a formular el plan de Bretton Woods para la creación de un Fondo Monetario Internacional que ayudara a estabilizar la econo mía mundial y a evitar algunos de los errores de los años veinte. Convertido en lord por sus esfuerzos,
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murió en 1946 a la edad de sesenta y dos años, reconocido como lo que era, el economista más grande de su época, sólo superado —quizá— por Adam Smith entre los economistas de todos los tiempos. Keynes había desarrollado casi por sí solo la ló gica de las políticas económicas básicas de la segunda mitad del siglo xx en los países de Europa Occi dental y América del Norte. Se esperaba que las políticas económicas keynesianas de un manejo mo netario y una política fiscal activa (es decir, polí ticas de gastos públicos e impuestos) mantuviesen la estabilidad económica y promoviesen el creci miento económico. Con el diablo del desempleo exorcizado del organismo económico, podía con fiarse en que el mecanismo del mercado autocontrolado asignara los recursos. El consumidor que maximiza su bienestar y el productor que maximiza su beneficio, reunidos en el mercado competitivo, generarán un patrón de producción que satisfaga los deseos de los consumidores. En general, afirma este argumento, la economía libre puede asignar los recursos en la, mejor forma posible, auxiliada con leyes que mantengan la competencia y creen medios para la solución de conflictos especiales. Aunque el nivel de la actividad económica debe ser controlado por el gobierno en aras del conjunto del país, la economía puede dejarse en libertad para que responda a las decisiones de consumidores y productores individuales. La promesa de la eco nomía keynesiana es que la libertad individual y el orden social son compatibles entre sí dentro del marco de la prosperidad para todos. Sin embargo, como veremos, la promesa distaba mucho de la realidad.
X. LA PLANIFICACIÓN ECONÓMICA Keynes encabezaba e l movimiento hacia políticas nuevas destinadas a preservar y revitalizar la economía de mercado, estaba surgiendo un nue vo reto. Durante los años veinte y treinta, los lí deres socialistas de la Unión Soviética elaboraban métodos de planificación económica en gran escala que produjeron tasas rápidas de crecimiento econó mico y transformaron una economía atrasada, ru ral, en un gigante industrial. Los costos del pro grama eran elevados, pero se lograron sus metas básicas. Muchos economistas occidentales sostuvieron al principio que una economía planificada estaba con denada al fracaso, pero otros examinaron la teo ría de la planificación en mayor detalle —explora ron su lógica y sus técnicas de operación— y con cluyeron que un sistema eficiente era enteramente factible. Varios países subdesarrollados, antiguas co lonias, experimentaron con éxito considerable un conjunto de economías socialistas y cuasi-socialistas, planificadas y semiplanificadas. La teoría y la prác tica han demostrado que la planificación económica puede funcionar con eficacia. En años recientes se ha planteado la cuestión de la compatibilidad de la planificación con la libertad económica y política: ¿podrá desarrollarse un sistema eficaz de planifica ción económica que evite la centralización del poder y el gobierno autoritario? M ie n t r a s
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La conclusión de que la planificación económica puede funcionar no fue siempre tan obvia como ahora parece. En la URSS, en los años inmediata mente siguientes a la Revolución Rusa, de 1917 a 1921, parecía que la economía del nuevo Estado so viético llegaría gradualmente al estancamiento. La revolución, la contrarrevolución y la guerra des truyeron la mayor parte de la industria que no ha bía pasado a países extranjeros como resultado del arreglo de paz en Europa Oriental. El nuevo gobier no no estaba preparado para administrar fábricas, apenas podía esperarse que ios dueños anteriores co operaran en un régimen dedicado a su eliminación. Los campesinos se habían apoderado de grandes ex tensiones agrícolas y consumían la mayor parte de la magra producción en lugar de enviarla al mer cado para abastecimiento de las ciudades. Cuando el gobierno envió soldados para apoderarse del grano, surgió la amenaza de una revuelta campesi na. Y una vez desaparecida la antigua burocracia, la recaudación de impuestos fracasó; el gobierno recurrió a la imprenta para obtener dinero, y la inflación complicó aún más el caos económico que se produjo. Se necesitaban medidas drásticas. El gobierno pasó a una “Nueva Política Económica” que re presentaba el abandono de la nacionalización total del comercio y la industria. La industria ligera y el comercio de menudeo regresaron a la empresa privada, pero el gobierno conservó las “alturas de mando” de la economía: la industria pesada, la energía, los transportes, la banca, y gran paite del
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comercio de mayoreo. La economía respondió bien. La producción aumentó hasta los niveles anteriores a la guerra en la mayoría de las industrias, para 1928. La reconstrucción fue rápida y el gobierno obtuvo una experiencia valiosa en la planificación de las industrias nacionalizadas. La primera gran crisis había pasado. , Pero surgían problemas nuevos. Rusia era to davía el país más atrasado de Europa. Su agricul tura campesina era primitiva de acuerdo con las normas modernas, gran parte de la población era analfabeta, y una gran parte de su producción “in dustrial” se realizaba con métodos artesanales. Pero aquí estaba un país que tenía fe en una ideología marxista de acuerdo con la cual el socialismo evo lucionaría naturalmente en las economías altamente industrializadas donde la clase de los obreros in dustriales constituía la mayor parte de la población. El problema se complicaba por el hecho de que la revolución mundial había fracasado y por el temor de que la URSS fuese atacada en cualquier momen to por los países capitalistas antagónicos que la rodeaban. V. I. Lenin (1870-1924) había trazado los linca mientos básicos para la solución de estos proble mas. Había llevado la revolución bolchevique a una conclusión satisfactoria tras convencer a sus seguidores de que Rusia podría escapar a la era industrial capitalista y pa^ar directamente de una sociedad agrícola, semifeudal, a la era socialista. El instrumento de la transición sería la industriali zación rápida y en gran escala, que construyera la sociedad de la clase trabajadora donde el socialismo pudiese florecer. Durante la transición se necesitaba una alianza entre trabajadores y campesinos (pero
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no los campesinos ricos, los “kulaks”) , bajo la dictadura de los trabajadores, pero debería con cederse la mayor prioridad a la construcción de una sociedad urbana, industrial. Lenin murió antes de que su estrategia pudiera traducirse a políticas específicas, y a fines de los años veinte surgió un gran debate público entre los economistas sovié ticos y los líderes políticos acerca de los métodos de la planificación y las tasas de crecimiento. Hasta que lo terminó el autoritarismo estalinista en 1930, con la primera de las purgas, este debate produjo algunas discusiones muy reveladoras de la política del desarrollo económico. Un enfoque (llamado por Stalin la “desviación de derecha”) fue defendido por los moderados, en cabezados por Nikolai Bukharin (1888-1938), el principal teórico marxista del Partido Comunista. En 1920, Bukharin había escrito en unión de otro autor un famoso tratado de economía donde anun ciaba que las leyes económicas del capitalismo ya no se aplicaban al nuevo Estado soviético, el cual tenía por ende lina libertad enorme para experi mentar con la planificación y otras políticas. Sin em bargo, hacia fines de los años veinte había cambiado de opinión; ahora sostenía que la tasa de crecimien to económico del país estaba limitada por la cuantía del excedente agrícola que pudiera producirse para alimentar a las ciudades y exportar a cambio de maquinaria. La industria debía crecer, pero dos de sus tareas principales eran la producción de maquinaria agrícola y de bienes de consumo para su venta a los campesinos a fin de inducirlos a en viar al mercado sus productos. Bukharin estaba preocupado por la lealtad del campesinado hacia el régimen —y con buena razón—, y estaba dis
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puesto a restringir el desarrollo industrial hasta el nivel permitido por la expansión de la producción agrícola lograda en forma voluntaria. Esta política se basaba en la creencia de que ciertas relaciones económicas fundamentales —como las existentes entre la industria y la agricultura, la industria pe sada y la de bienes de consumo— determinaban la posible tasa de desarrollo económico y que re sultaba peligroso que los planificadores trataran de expandirse más allá del ritmo inherente en estas relaciones. Bukharin ligó también sus políticas a los asuntos externos. Sostenía que la revolución mundial debía posponerse temporalmente, en par te porque el primer intento no había triunfado y en parte porque el régimen debía construir un firme apoyo interno para resistir a las potencias capita listas hostiles, lo que implicaba ganarse la lealtad de los campesinos no presionándolos demasiado. Un segundo enfoque, opuesto al de los modera dos, fue impulsado por el “ala izquierda” del Par tido Comunista, encabezado por León Trotsky (1879-1940), el brazo derecho de Lenin durante la revolución. El principal economista de esta fac ción era Evgeni Preobrazhenski, coautor del tratado escrito por Bukharin en 1920, que ahora se en frentaba a su colega. La estrategia de desarrollo propuesta por este grupo consistía en presionar la economía al máximo, para obtener la tasa de in dustrialización más alta posible a todo costo, com primiendo los niveles de vida para liberar recursos destinados al desarrollo industrial y utilizando el poder del Estado para extraer el máximo excedente de la agricultura en forma de alimentos, materias primas y exportaciones. La agricultura debía trans formarse mediante la mecanización y la formación
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de grandes granjas colectivas. El ala izquierda se burlaba de la planificación equilibrada defendida por Bukharin y favorecía en cambio la distorsión económica deliberada para lograr una industrializa ción rápida. Como Bukharin, relacionaba sus po líticas con la situación interna, sosteniendo que el Estado soviético nunca podría estar seguro en un mundo capitalista; que la Unión Soviética podría protegerse mejor alentando la revolución mundial; y que la mejor forma de hacer esto último consistía en demostrar la mayor productividad del socialismo mediante un crecimiento económico impresionante, ello llevaría también a las clases trabajadoras de otros países a apoyar a la URSS para impedir un ataque capitalista. El gran debate sobre la industrialización involu craba claramente las cuestiones más graves para la URSS, y el astuto José Stalin (1879-1953) utilizó este hecho para subir a la cima del poder. Al prin cipio asumió una posición intermedia, apoyando la industrialización rápida y la planificación “estric ta” defendidas por la izquierda, pero alineándose con la derecha contra la colectivización de la agri cultura, a fin de conciliar al campesinado. También en la cuestión de la revolución mundial se alineó con Bukharin y la derecha, y con base en esta alianza pudo derrotar a Trotsky en una lucha por el poder y mandarlo al exilio. Luego, en un sorprendente viraje político, defendió de pronto la política agrí cola de la izquierda, aceleró la tasa de acumulación de capital más allá incluso de las expectativas de esta facción, y utilizó el apoyo así ganado para eliminar a Bukharin y sus seguidores. El debate se resolvió así por el establecimiento de metas de desarrollo ambiciosas y un método de planificación
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económica para alcanzarlas, con el autoritarismo estalinista como fuerza impulsora principal de todo el sistema. Stalin fijó en 1928 las metas básicas de la URSS. Tales metas incluían “la victoria final del socialis mo en nuestro país”, “una base industrial adecuada para la defensa”, y el crecimiento económico “para alcanzar y superar a los países capitalistas avan zados”. Las metas tenían un carácter esencialmente político e ideológico, aunque deberían utilizarse medios económicos para alcanzarlas. "La inversión máxima de capital en la industria”, para alcanzar una “tasa rápida de desarrollo industrial”, era el camino a seguir según Stalin, y esto requería “un estado de tensión en nuestros planes”. La técnica de planificación en general no era com plicada, aunque el desarrollo de los detalles admi nistrativos requería mucha experimentación. La expansión deseada de la economía era determinada por los principales líderes del gobierno, quienes seleccionaban objetivos que presionarían a la eco nomía hasta sus límites. Se seleccionaron pocas in dustrias fundamentales tales como las de carbón, energía, acero y maquinaria, como "eslabones prin cipales”, y se les concedió la primera prioridad. El resto de la economía se vinculó a las industrias fundamentales por un sistema de “estimaciones balanceadas” que determinaban los insumos y pro ductos de todos los sectores de la economía necesa rios para alcanzar las metas de los eslabones prin cipales y, a través de ellas, las del conjunto de la economía. Los planes de producción de empresas individuales se calculaban de acuerdo con estos balances que abarcaban toda la industria y se com
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plementaban con planes correspondientes para el financiamiento y la mano de obra. Las metas ambiciosas y la planificación estricta requerían el desarrollo de grandes incentivos que atrajeron los mayores esfuerzos del pueblo soviético. Aquí se vio en dificultades la estrategia del creci miento soviético, porque las restricciones impuestas a la producción de bienes de consumo impedían todo aumento significativo de los niveles de vida. Todo esfuerzo tendiente al aumento de la produc ción de bienes de consumo significaba menos es fuerzos disponibles para la expansión de la indus tria; cada tonelada de acero utilizada en refrige radores significaba una tonelada de acero menos para los generadores eléctricos; cada hora de trabajo gastada en la construcción de viviendas significaba una hora de trabajo menos para la construcción de una presa. Este problema se evitó durante al gún tiempo reduciendo el desempleo, llevando mu jeres a la fuerza de trabajo, y desplazando traba jadores de la agricultura a la industria. Se proveyó algún incentivo elevando los sueldos y salarios en forma periódica, pero en virtud de que estaba restringida la producción de bienes de consumo, el aumento de salarios sólo incrementaba los pre cios, y el efecto de incentivo era sólo temporal. La ampliación de las diferencias existentes entre los salarios correspondientes a empleos de diversas calificaciones también ayudó, pero esta práctica estaba limitada por su incompatibilidad con los principios igualitarios del socialismo y por el he cho de que significaba peores niveles de vida para los grupos de ingresos bajos que sólo podrían com prar una porción pequeña de la cantidad limitada de bienes de consumo. También se recurrió a in
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centivos "socialistas”: honores, medallas, publici dad, y diversos beneficios especiales concedidos a los trabajadores que superaran las normas de pro ducción existentes. Pero en última instancia el ré gimen se vio obligado a recurrir a métodos forza dos, por mucho que se haya resistido a hacerlo. Las metas políticas requerían incentivos políticos. Esto se aplicaba sobre todo a la agricultura. El paso de las granjas individuales a las colectivas realizado a principios de los años treinta provocó una resistencia aguda de los campesinos y fue la causa principal de la terrible hambruna de 1933. Sin embargo, las granjas colectivas propiciaron la mecanización agrícola y aumentaron considera¡blemente la producción; además permitieron que el régimen aplicara la planificación a la agricultura y se asegurara de que todo el aumento de la produc ción fuese retenido por el Estado y no por los agricultores. Se establecieron entregas obligatorias de productos agrícolas a precios bajos, y se impu sieron restricciones a los usos de los predios agríco las privados. Pero estas medidas daban a los cam pesinos individuales escaso incentivo para mejorar los métodos de cultivo, y la producción se estancó tras del aumento inicial. Se hicieron necesarias otras medidas obligatorias y restrictivas también para los trabajadores indus triales. A fines de los años treinta se introdujeron regulaciones destinadas a reducir la movilidad de la mano de obra que, al iniciarse la segunda Gue rra Mundial, se extendieron para prohibir que un trabajador renunciara a su empleo sin permiso del administrador de la planta; se establecieron penas legales por la tardanza, la ausencia injustificada, la constante incapacidad para cumplir con las ñor-
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mas del trabajo, y otros "crímenes” económicos. Estos incentivos negativos para los trabajadores, qui zá justificados en las condiciones de tiempos de guerra, continuaron vigentes hasta principios de los años cincuenta. Se utilizó el poder del Estado, antes que incentivos económicos, para asegurar la realización del plan. El sistema estalinista de autoridad se convirtió en una parte de la estrategia soviética de desarrollo económico tan importante como el impulso de in dustrialización y la planificación estricta. Por su puesto, al mismo tiempo habían aparecido campos de concentración —el Archipiélago Gulag, o “país dentro del país”— como parte del escenario so viético. Aunque su propósito era más- político que económico, oscurecieron aún más el panorama ya sombrío. El sistema no podía continuar indefinidamente. Después de la muerte de Stalin, sus sucesores trar taron de obtener el apoyo del pueblo eliminando gran parte de ¡la represión y produciendo más bie nes de consumo para elevar los niveles de vida. La tasa de crecimiento económico disminuyó inevi tablemente a medida que se suavizaba el duro patrón de autoridad estalinista. La agricultura per maneció estancada y atrasada: tras un aumento inicial de la producción agrícola en 1953-1958, lo grado por la apertura de enormes áreas de tierras nuevas en Asia Central y la provisión de mayores incentivos a los campesinos, los niveles de pro ducción se estabilizaron en lugar de continuar au mentando. Además, dos grandes fracasos agrícolas en 1972-73 y 1975 hicieron necesarias grandes com pras de granos en el exterior. La expansión indus trial también empezó a estabilizarse, a pesar de las
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reorganizaciones administrativas, la mayor flexibi lidad concedida a los administradores de plantas? los sistemas mejorados de recompensas e incentivos, y otros esfuerzos tendientes a sostener elevadas ta sas de crecimiento. Se hicieron evidentes grandes ineficiencias en la asignación de recursos. Pero sub sisten los elementos esenciales de la planificación centralizada en un Estado autoritario. La
t e o r ía d e l a p l a n if ic a c ió n
Mientras la Unión Soviética estaba forjando un sis tema práctico de planificación basado en gran me dida en metas políticas, los economistas de otros países debatían si la planificación podría ser eficien te o no como un sistema puramente económico. Te nían escasa experiencia con la propiedad pública, sabían poco de las economías planificadas, y aun los escritos socialistas tradicionales tenían poco qué decir sobre el tema. Además, la mayoría de los eco nomistas ortodoxos estaba tan imbuida de las be llezas de la teoría de la economía de empresa pri vada autocontrolada que tendía a descartar la pla nificación económica como algo poco práctico, y las primeras dificultades de la economía soviética parecieron confirmar estas impresiones iniciales. Uno de los líderes del ataque a la planificación era Ludwig von Mises (1881-1973), un economista neoclásico austríaco para quien el socialismo y la pla nificación no podrían proveer una base racional para la toma de decisiones económicas. E sc rib ie n d é ^ ^ 1920, en lo más álgido de las primeras diüj&^'tades de la Unión Soviética, señaló que la p^^piedad pública de los medios de producción i|a^edía selF
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establecimiento de un mercado de capital. Sin tal mercado no podría haber un precio del capital, ninguna tasa de interés que expresara las escase ces relativas, y por ende ninguna base racional para la determinación de la cantidad de capital que debiera acumularse y de la forma en que debiera emplearse. Los planificadores podrían tomar estas decisiones, afirmaba von Mises, pero tales decisiones no serían racionales para el uso eficiente de los recursos del país. Resulta interesante que el argumento de von Mi ses hubiese sido refutado años atrás por un econo mista italiano, Enrico Barone (1859-1924), quien demostró que los precios contables determinados por planificadores podrían sustituir a los precios fi jados en los mercados competitivos, por lo menos en teoría. Pero los seguidores de von Mises conti nuaron el ataque, descartando como poco práctica la solución teórica de Barone porque requeriría literalmente millones de decisiones basadas en una cantidad enorme de información acerca de las pre ferencias de los consumidores que obviamente no estaba al alcance de ninguna junta de planificación. Aun si se dispusiese de la información, las solu ciones serían obsoletas para el momento en que fuesen calculadas. Por supuesto, las computadoras electrónicas no se conocían todavía en los años veinte. Este argumento fue contestado por dos econo mistas que partieron de enfoques muy diferentes. Uno era el neoclásico conservador norteamericano Fred M. Taylor (1855-1932), cuyo discurso pre sidencial ante la Asociación Económica Norteame ricana de 1928 demostraba que la solución de Ba rone podría encontrarse mediante un proceso de
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ensayo y error. Según Taylor, podría dejarse a los consumidores en libertad de gastar sus ingresos en cualquier forma que desearan, mientras los pla nificadores simplemente determinaban los precios que vaciaran los mercados —es decir, que impidieran escaseces y saturaciones— y que se igualaran a los costos de producción. Las decisiones de producción se determinarían por las cantidades que pudieran venderse a tales precios. Una vez alcanzado un equilibrio, los planificadores podrían estar razona blemente seguros de que los recursos habían sido asigriados en forma racional. La segunda respuesta fue publicada en 1935-1937 por el socialista Oscar Lange (1904-1965), un eco nomista polaco educado en la Universidad de Chi cago que habría de convertirse en uno de los miem bros importantes de la economía planificada de Po lonia después de la segunda Guerra Mundial. En un análisis mucho más elaborado que el de Taylor, demostró que una junta de planificación podría si mular el proceso del mercado por un método de ensayo y error de determinación de los precios, aunado a una regla de maximización del beneficio por decisiones de administradores de plantas in dividuales. El resultado sería una maximización del bienestar del consumidor según los lincamientos de la economía competitiva de empresa privada. Además, podrían eliminarse las restricciones del monopolio y asegurarse el empleo pleno mediante la planificación del nivel de la inversión. A esto aña dió el economista inglés Arthur Pigou que la economía de empresa privada no funcionaba siem pre bien, como lo demostraba la disparidad exis tente entre su descripción en la teoría económica y su funcionamiento efectivo.
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Los argumentos de Taylor y Lange salieron ade lante. Pocos economistas sostendrían ahora que la planificación per se debe fracasar, o aun que deba ser ineficiente, aunque muchos dirían que la pla nificación central excesivamente detallada no pue de funcionar con eficacia. Hay dificultades ob vias involucradas en la planificación, y su operación efectiva en un país dado puede criticarse, pero la controversia teórica ha sido ganada por quienes se manifestaron en favor de ella. También los críticos han cambiado de enfoque. Tomando como punto de partida las experiencias de la Unión Soviética y las dictaduras europeas de los años treinta, ahora sostienen que la planifica ción puede funcionar en sentido económico pero sólo a costa de la libertad personal y política. La presentación más clara de esta posición fue hecha por Friedrich von Hayek (nacido en 1899), otro economista austríaco, en The Road to Serfdom (1944). En este librito se sostiene que una vez iniciada la intervención del gobierno en el mercado libre debe conducir inevitablemente al socialismo, y que la planificación socialista lleva inevitable mente a la pérdida de la libertad. La opresión es inevitable. El avance de la planificación en años recientes no apoya la afirmación de Hayek, por realista que haya parecido en los últimos días de la segunda Guerra Mundial. La propia Unión Soviética ha suavizado considerablemente el autoritarismo im puesto por Stalin. Los planificadores centrales de Yugoslavia han hecho un esfuerzo consciente por reducir su propio poder, desarrollar la administra ción por los propios trabajadores, y recurrir más a la operación de los mercados para la toma de de
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cisiones de precios y producción. La descentraliza ción de la planificación y la dependencia del meca nismo de mercado y sus incentivos constituyen aho ra una característica importante de la planificación económica en todos los países de Europa Oriental, incluidos Hungría, Polonia, Rumania y Checoslo vaquia. En Francia se ha desarrollado un sistema de planificación “indicativa” o “de objetivos”, donde las metas del crecimiento económico se buscan so bre todo mediante incentivos financieros a la em presa privada, la administración pública de algunas industrias nacionalizadas importantes, y el control del sistema financiero, dejando en gran medida incó lume la toma de decisiones individuales. En la Re pública Popular de China el régimen es sin duda autoritario, pero el sistema de planificación implica una combinación ingeniosa de autoridad central y autonomía local. En los países subdesarrollados del mundo, la planificación de crecimiento ocurre dentro de muchas clases de marcos políticos. La gran diversidad de sistemas sociales y polí ticos, con grados mayores o menores de planifica ción, indica que no existe una relación sencilla entre la planificación y la autoridad, y que una eco nomía planificada no debe tomar como modelo nece sariamente la de la Unión Soviética o de las dicta duras de los años treinta. Es posible que el “socia lismo de mercado”, según los lincamientos analiza dos por Lange y Taylor, donde la planificación se orienta hacia las necesidades de los consumidores y las decisiones se toman en un marco de institu ciones políticas democráticas y de libertad indi vidual, sea una alternativa viable al socialismo auto ritario o al capitalismo monopólico.
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Los países subdesarrollados hicieron muchos ex perimentos con diversos métodos de planificación. Estos países surgieron de la segunda Guerra Mun dial independientes o a punto de independizarse, pero atrasados en sus niveles de vida y su desarro llo económico. Como la Unión Soviética en los años veinte, trataban de romper las cadenas del tra dicionalismo y acelerar sus tasas de crecimiento económico. Estos países subdesarrollados de Asia, África y América Latina habían quedado atrapados en un círculo vicioso. La baja productividad y los ingresos bajos significaban que el ahorro era insu ficiente para alcanzar niveles de inversión que pu diesen acelerar el crecimiento económico. Los in gresos bajos significaban también una demanda de consumo insuficiente para atraer inversión de ca pital de otros países. A su vez, los bajos niveles de inversión completaban el círculo de la baja pro ductividad, ingresos bajos, y atraso. Los ingresos bajos significaban también viviendas inadecuadas, salubridad deficiente, y malas condiciones de salud, lo que reducía el vigor y la duración de la vida y se traducía en la existencia de una población joven con una gran proporción de dependientes improductivos. Además, los ingresos bajos impe dían la innovación en asuntos económicos. Dado que la innovación requiere un excedente protector para el evento del fracaso, una familia campesina que viva a nivel de subsistencia no puede experi mentar con métodos o máquinas nuevos; debe ser conservadora porque el fracaso de una cosecha
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significa la muerte por inanición. El conservadu rismo derivaba también del predominio, observa ble en muchas áreas poco desarrolladas, de una élite económica con grandes extensiones de tierras y altos ingresos cuyo ahorro no se invertía de or dinario en el desarrollo económico nacional sino que se empleaba en la adquisición de más tierras, los préstamos a campesinos a altas tasas de interés, o la inversión en países más avanzados. Mientras tanto se creaban presiones demográficas por las altas tasas de natalidad prevalecientes entre las fa milias campesinas. Las tasas de natalidad fueron siempre elevadas en los países subdesarrollados, pero se compensaban con las altas tasas de morta lidad hasta el momento de la aplicación de métodos modernos de salubridad y salud pública que hizo explotar la población. Algunos economistas señalaron el dualismo eco nómico como otro problema en algunas áreas. Por ejemplo, el economista holandés J. H. Boecke, al describir la economía de Indonesia bajo los ho landeses, observó que una economía de mercado se había desarrollado en algunos sectores de la econo mía bajo el control del capital europeo y norte americano, que tal economía se había ligado muy estrechamente al comercio de importación y expor tación, y que en ella participaba sólo una porción pequeña de la población. La mayor parte de los habitantes permanecía aislada en una economía de subsistencia organizada alrededor de las relacio nes aldeanas y familiares. Las dos esferas de la economía entraban en contacto raras veces, y el sector occidentalizado no daba ningún impulso de crecimiento al sector nativo. Los países subdesarrollados empezaron a plani
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ficar el crecimiento económico, elaborando varios métodos para incrementar el ahorro y movilizarlo para la expansión económica bajo los auspicios del gobierno. Se desarrolló una gran diversidad de combinaciones de empresas públicas, subsidios pú blicos a la empresa privada, y controles económicos. En un extremo, algunos países como México y Brasil descansaron en gran medida en la empresa privada y el capital extranjero. En el otro extremo, la economía china está casi completamente socia lizada, recurriendo a la planificación central de las industrias básicas y al control local de gran parte de la producción en pequeña escala. Muchos economistas tienen esperanzas de que se resolverán los problemas y de que los países pobres podrán poner en movimiento un proceso autosostenido de crecimiento económico. Por ejemplo, el economista norteamericano Walt W. Rostow sostie ne que todos los países pasan por etapas de des arrollo económico al avanzar desde una sociedad tradicional hasta una economía moderna de con sumo masivo. El proceso implica el establecimiento de ciertas condiciones previas: un gobierno estable, mejoramiento de la educación, un grupo de inno vadores y empresarios que utilicen el ahorro, y la expansión del comercio. Luego viene el “despegue” hacia el crecimiento sostenido, cuando la economía arroja sus muletas y el progreso económico se vuel ve dominante. En opinión de Rostow, resulta fun damental un aumento del ahorro y la inversión hasta el 10 porciento o más del ingreso nacional. Por último, el desarrollo de la industria y la eleva ción de los niveles de vida conducen a la madurez económica y el consumo masivo. En el análisis de Rostow están implícitas reco
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mendaciones de política económica muy populares en los Estados Unidos. Primero, la reforma social es necesaria para que los países subdesarrollados se asemejen más a los Estados Unidos: “Hagan lo que nosotros hicimos”, está diciendo en efecto Rostow. Segundo, el concepto del despegue implica que la ayuda económica a los países en desarrollo puede ser eliminada gradualmente, aunque al prin cipio deba ser cuantiosa para iniciar el despegue; este aspecto de las ideas de Rostow tenía un atrac tivo obvio para quienes no quieren gastar mucho. Tercero, la descripción del proceso de crecimiento hecha por Rostow implica que una vez iniciado tal proceso no depende de la planificación ni del control estatal: es autosostenido. Quizá por esta razón llamó a su libro The Stages of Economic Growth: A Non-Communist Manifestó * (1960). Otros economistas se sienten menos optimistas acerca de las posibilidades de lograr un proceso de crecimiento natural o autosostenido. Gunnar Myrdal, un economista sueco que ayudó a elabo rar la, versión sueca de la teoría del ingreso nacio nal al mismo tiempo que la de Keynes, quien escribió un libro clásico de sociología sobre el problema racial norteamericano, An American Dilemma, sostuvo convincentemente que la brecha eco nómica existente entre los países avanzados y los subdesarrollados se está ensanchando. Los paí ses ya industrializados tienen ingresos elevados que generan grandes cantidades de ahorro, señala Myr dal en An International Economy ** (1956), pero el * Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, f c e , México, 1973. ** Solidaridad o desintegración■ Tendencias actuales de
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ahorro no se invierte en los países subdesarro llados a causa de las tasas más altas de beneficio existentes dentro del propio país. La economía industrial llegó a algunas partes del mundo dotadas de minas y plantaciones a fin de producir para la exportación, pero estos enclaves económicos absor bieron de la economía local ahorro y a sus hombres más talentosos, dejándola más carente que antes de los medios necesarios para la obtención del crecimiento. Esto significa, afirma Myrdal, que los países subdesarrollados no pueden seguir el mo delo de los países avanzados sino que deben ac tuar radicalmente dentro de sus propias economías para reorganizar las importaciones y exportaciones, diversificar la producción y planear su desarrollo económico. En un estudio posterior, Asian Drama (1968), sostuvo que el adelanto económico de los países subdesarrollados es posible, pero sólo a con dición de que se controle el crecimiento demo gráfico. Una parte del problema del crecimiento de los países subdesarrollados es su relación económica con los países industriales más avanzados. Raúl Prebisch, un economista argentino que trabajaba para las Naciones Unidas, sostuvo que los “tér minos de intercambio” tienden a largo plazo a ser desfavorables para las áreas subdesarrolladas. Estas regiones producen bienes primarios para la ex portación —alimentos, minerales, y otros produc tos de la tierra—, que cuentan con mercados muy competitivos y que con facilidad pueden produ cirse en exceso. El resultado es la existencia de las relaciones económicas internacionales en el mundo no soviético, fc e , México, 1966.
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precios bajos e ingresos bajos para los productores, así como mercados muy inestables. En cambio, los países avanzados exportan bienes manufacturados, cuyos precios tienden a subir, según Prebisch, a causa de los fuertes controles monopólicos de los productores y las exigencias de mayores salarios formuladas por los trabajadores organizados. Por lo tanto, estos países venden a precios altos a las áreas subdesarrolladas y les compran a precios bajos. Esto no sería tan malo si los ingresos crecientes de los países avanzados se tradujeran en una démanda mayor de los productos de los países po bres, pero no ocurre así: Prebisch demostró que los ingresos de las áreas industriales crecen casi al doble de sus importaciones. Prebisch aconsejaba la integración económica re gional —mercados comunes, uniones aduaneras, áreas de libre comercio, etcétera— entre grupos de países subdesarrollados para ampliar los merca dos locales al mismo tiempo que se conserva la protección arancelaria contra las importaciones pro venientes de países avanzados. Dentro de las áreas regionales de libre comercio, los países podrían planear su crecimiento industrial, lo que tendría el efecto de reducir su dependencia de las manu facturas extranjeras y de usar internamente una porción mayor de su producción primaria. Además, Prebisch apoyaba vigorosamente los esfuerzos in ternacionales tendientes a la estabilización de los precios de los productos primarios en los mercados mundiales, y esto implica cierta clase de restric ción de la producción o de planificación en la ma yoría de los casos. Los países subdesarrollados productores de pe tróleo fueron mucho más allá. Bajo el liderazgo
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árabe, en virtud de que los países árabes son los productores de petróleo más grandes y de menores costos, formaron la Organización de Países Ex portadores de Petróleo (o p e p ) . Al principio, la o p e p no pudo lograr sus propósitos en sus nego ciaciones con las grandes compañías petroleras in ternacionales. Pero los países árabes tomaron pri mero medidas para ganar el control de la produc ción petrolera dentro de sus propias fronteras; luego avanzaron para ganar el control de los pre cios del petróleo mediante la imposición de mayores regalías e impuestos a las compañías petroleras. El gobierno de los Estados Unidos los ayudó tonta mente al permitir que las compañías petroleras estadunidenses dedujeran de sus impuestos los pagos hechos a gobiernos extranjeros. Luego, du rante la guerra de 1973 entre Egipto e Israel, los países árabes embargaron los envíos de petróleo a los Estados Unidos y la o p e p quintuplicó el pre cio del petróleo. La o p e p era ahora un cartel que controlaba el precio del petróleo. El resultado de esta acción fue la transferencia inmediata de enor mes cantidades de ingresos hacia los países produc tores de petróleo, quizá hasta la suma de 50 000 millones de dólares al año, provenientes de los países consumidores de petróleo. Pero algunos de los más afectados fueron los países subdesarro llados importadores de petróleo, como la India, Paquistán, y varios países africanos. La mayor parte de las ganancias fue a agrandar las fortunas personales de las principales familias y líderes políticos árabes, a acelerar el desarrollo económico de los países árabes, y a financiar una carrera armamentista en esa parte del mundo. Una parte de las ganancias pasó a otros países sub-
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desarrollados mediante préstamos de los países ára bes, ahora ricos, destinados al apoyo de los planes de desarrollo económico. Estos sucesos notables demostraron que el control de los recursos mine rales puede emplearse para la obtención de bene ficios cuando se disfrutan las ventajas de un mo nopolio. El control de las fuentes y los precios del petróleo dio a los países árabes una oportunidad para invertir fuertemente a su favor los términos de intercambio, con lo que dispusieron de sumas cuan tiosas para el desarrollo económico. No sabemos todavía si estos fondos se usarán sensatamente, pero otros grupos de países subdesarrollados están ex plorando ya las posibilidades de obtención de ga nancias similares con otros productos. La
p l a n if ic a c ió n e n l a s e c o n o m ía s d e e m p r e s a
PRIVADA
La mayoría de los países industriales de Europa Occidental y América del Norte, incluidos los Es tados Unidos, avanzó también hacia un grado ma yor de planificación económica. Se hacía hincapié en el nivel de la, actividad económica, en un es fuerzo por mantener la prosperidad y alentar el crecimiento económico. Pero la planificación para estas metas condujo lentamente a otras áreas: la administración del conflicto entre obreros y patro nes, la dirección de la inversión hacia sectores de la economía considerados necesarios por los go biernos, y la estabilización de las relaciones finan cieras internacionales. La filosofía era que la mani pulación de la demanda agregada permitiría al sec tor privado tomar sus propias decisiones acerca del
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consumo y la producción, pero ese ideal hubo de modificarse en la práctica. Los instrumentos de la planificación económica eran similares en todas partes, incluidos los Estados Unidos. Se elaboraría cada año un “presupuesto económico” nacional. Tal presupuesto indicaría el monto esperado del gasto de los consumidores, las empresas y el gobierno. Esta cantidad se compa raría luego con la cantidad necesaria para la ob tención del empleo pleno o de una tasa conveniente de crecimiento económico. Cualquier déficit del gasto esperado en relación con el nivel deseado se compensaría luego con el gasto del gobierno o mediante el estímulo al gasto privado a través de la reducción de impuestos, la menor restric ción monetaria, o los subsidios a la industria pri vada. El exceso de gasto podría eliminarse mediante la manipulación del presupuesto gubernamental, los impuestos y la política monetaria en la direc ción contraria. Era ésta una planificación económica agregada de acuerdo con el modelo keynesiano. La mayoría de los países consideró necesario com plementar los presupuestos económicos nacionales con programas destinados a canalizar la inversión empresarial hacia regiones relativamente atrasadas, como el sur de Italia o el sur de Francia. El gobier no de Alemania Occidental alentó la expansión de las industrias exportadoras, y lo mismo hizo la mayoría de los demás países de Europa Occidental, pero con menor éxito. En los Estados Unidos, el gran gasto gubernamental en armamentos estimuló un rápido crecimiento económico en los estados del sur y el suroeste. Todos los países industriales avan zados ampliaron también la provisión pública de servicios tales como la educación y la salud, aumen
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taron su gasto de beneficencia, y subsidiaron la vivienda y los transportes. Además, la crisis (es casez) de la energía de principios de los años setenta y los altos costos subsecuentes llevaron a casi todos los países industriales de Occidente (incluidos los Estados Unidos) a fijar metas nacionales y coordi nar y estimular la producción de carbón, petróleo, gas natural, energía atómica, y otras fuentes nue vas de energía. Los gobiernos democráticos no que rían admitir que estaban tratando de manejar la producción y la distribución de bienes, pero lo estaban haciendo de todas maneras. En los Estados Unidos, la agricultura constituyó un área fundamental donde el gobierno federal avanzó hacia la planificación. El papel del gobierno dejó de ser el de principal proveedor de investiga ción y desarrollo experimental y fuente principal de información para convertirse también en coor dinador. No se fijan en realidad metas para la producción, pero se indican proyecciones o expec tativas de la producción de los diversos productos alimenticios, y se alienta a los agricultores para que basen sus siembras en los pronósticos del go bierno. Esta vigilancia estrecha de la producción agrícola trata de promover la estabilidad de los precios para el agricultor y el consumidor, y de avan zar hacia una balanza de pagos más favorable, ya que los productos agrícolas constituyen ahora la exportación más importante de este país. Otra área sensible se sometió a la intervención creciente de todos los gobiernos de Occidente: las relaciones obrero-patronales. El arreglo pacífico de las disputas entre las grandes empresas y los grandes sindicatos es esencial para la operación armoniosa de la economía moderna. Por ejemplo,
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una huelga nacional de camiones de carga o de ferrocarriles podría paralizar la economía en el término de una semana. Además, los costos rápi damente crecientes de la mano de obra pueden dañar gravemente a las industrias muy dependien tes de las exportaciones; esto se aplica sobre todo a Japón y los países de Europa Occidental, donde la prosperidad depende mucho más de las exporta ciones que en el caso de los Estados Unidos. Así que estos países se movilizaron rápidamente para mantener los acuerdos salariales dentro de los lí mites impuestos por la competencia extranjera. En los países escandinavos, los sindicatos y las asocia ciones de patrones, bajo el ojo vigilante del go bierno, se disciplinaron. Aun el gobierno de los Estados Unidos empezó a avanzar hacia esta área de la planificación económica en los años sesenta y setenta. Empezó a surgir un patrón nuevo en casi todos los países industriales de Occidente. Tanto los gran des sindicatos como las grandes empresas necesita ban la planificación económica nacional proveída por el gobierno para alcanzar el pleno empleo, la prosperidad y el crecimiento económico. A su vez, el gran gobierno buscó la estabilidad económica pro veída por los arreglos razonables de la rivalidad existente entre trabajadores y patrones. Además, la estabilidad económica y política —el manteni miento del statu quo— necesitaba programas gu bernamentales que protegieran a los pobres y pro movieran el desarrollo regional. Los grandes sin dicatos, las grandes empresas y el gran gobierno se encontraron en una situación que exigía rela ciones recíprocamente cooj>erativas, soluciones re cíprocamente aceptables para los problemas, y el
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mantenimiento de las relaciones existentes entre los grupos de intereses económicos. La planificación económica empujó a todos los países industriales por el camino del Estado corporativo. Esto se aplicó en especial a Japón (que algunos empezaron a lla mar “Japón, S. A.”) . Esto no significa que se haya eliminado el con flicto, sino todo lo contrario. Una economía in dustrial moderna genera conflictos entre trabaja dores y patrones, entre los sindicatos, entre las empresas de una industria, y entre industrias, go biernos y empresas, entre ricos y pobres, entre grupos de diversos niveles de ingreso. Al gobierno le corresponde mediar y manejar estos conflictos en aras del mantenimiento de la estabilidad, y tal fue el impulso fundamental de gran parte de la planificación económica que hemos descrito. La simbiosis de grandes empresas, grandes sin dicatos y gran gobierno hace recordar el fascismo de Alemania, Italia y Japón antes de la primera Guerra Mundial, pero sin el autoritarismo y la política del terror que lo acompañaron. El futuro puede enseñarnos todavía que una sociedad in dustrial moderna en crisis avanza hacia soluciones de tipo fascista. Pero no fue tal la dirección de la política en los veinticinco prósperos años siguientes a la terminación de la segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la planificación económica que se des arrolló en los países industriales avanzados mostró semejanzas notables con los aspectos estrictamente económicos del fascismo anterior a la segunda Guerra Mundial. Vemos aquí la misma trama del análisis del capitalismo realizado a principios del si glo por Veblen y los cambios ocurridos en los Estados Unidos en la época del Nuevo Trato.
XI. LA ECONOMIA MIXTA Nikita Jruschov, primer ministro soviético, brin dó con un grupo de estadunidenses invitados a una fiesta ofrecida en Moscú, con la expresión aho ra famosa: “Os enterraremos.” Aunque la afirma ción se hacía un poco en broma, ha llegado a simbolizar el conflicto ideológico de nuestra época. Dos sistemas económicos están luchando por la lealtad del pueblo, y la rivalidad existe a todos los niveles: filosófico, económico, diplomático y mi litar. Se expresa en los términos empleados por ambas partes: “la cortina de hierro”, “la guerra fría”, “las democracias populares”, “el neoimperialismo”, “la détente”, etc. Mientras tanto, el propio sistema económico ha cambiado, y los economistas lo examinan de continuo tratando de entender el carácter de tales cambios y sus consecuencias para la política pública. ¿S o b r e v iv ir á e l c a p it a l is m o ?
Joseph Schumpeter (1883-1950) no creía que el capitalismo sobreviviría. Nacido en el mismo año que John Maynard Keynes, Schumpeter solía ser considerado junto con Keynes como uno de los dos más grandes economistas de su tiempo. Des pués de su muerte, la teoría económica se ha des arrollado en direcciones diferentes de las tomadas por Schumpeter, pero los economistas continúan apreciando sus tres obras principales. Los tres li bros entonan loas al empresario capitalista, descrito como el innovador buscador de beneficios respon258
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sable del cambio constante que dota de dinamismo al sistema de empresa privada. En su primer libro importante, Teoría del desen volvimiento económico * (1912), Schumpeter ana lizó la función del empresario en la creación del progreso y el cambio económico. La economía de empresa privada ofrece siempre grandes recompen sas por los productos nuevos, los nuevos métodos de producción, o los sistemas de organización nue vos. La primera persona que ofrezca costos meno res o productos nuevos que atraigan al consumidor ganará altos beneficios. El empresario es esa primera persona, y su innovación constante es la fuente del crecimiento y el cambio característicos de la mo derna sociedad capitalista. Schumpeter prosiguió el análisis en Business Oy eles (1939), donde sostuvo que las innovaciones tienden a aglomerarse en ciertas épocas —una in novación conduce a la siguiente—, creando grandes auges de inversión que promueven períodos pro longados de prosperidad. Cuando la inversión des ciende de esos altos niveles, los años prósperos se ven seguidos del estancamiento y los tiempos ma los. Superpuestos sobre estas “ondas largas” de la actividad económica se encuentran los ciclos eco nómicos tal como los conocemos: durante una onda larga de tiempos buenos, los auges son sostenidos y fuertes, mientras las depresiones son breves y ralas; durante los períodos largos de tiempos malos ocurre exactamente lo contrario. En el proceso, se observa la serie de revoluciones industriales ca racterísticas del capitalismo, cada una de ellas *
fce ,
México, 1967.
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iniciadora de un período prolongado de tiempos buenos fincado en un conjunto de innovaciones relacionadas. El libro era una respuesta a los pesimistas para quienes la Gran Depresión de los años treinta mar caba el fratíaso final del capitalismo. El argumento de Schumpeter implicaba que el sistema se encon traba sólo en uno de los puntos bajos de sus ondas largas y que se aproximaba un futuro mejor a medida que la innovación y el cambio tecnológico volvieran a iniciar el ascenso. El libro expresaba también la concepción que tenía Schumpeter de la dinámica interna del capitalismo y su respuesta a Marx. Los malos efectos del capitalismo no de rivaban de sus defectos sino de sus cualidades. La actividad innovadora y buscadora de beneficios del empresario producía cambio, crecimiento y ex pansión, pero el proceso era errático antes que suave y uniforme, y uno de sus resultados era el ciclo económico. Schumpeter desarrolló este tema —que los fac tores dinámicos del capitalismo producían sus de fectos— en el mejor de sus libros, Capitalism, Socialism, and Democracy (1942). Creía Schumpeter firmemente en la eficacia del capitalismo en la producción de bienes y servicios para todos, y es timaba que en el período de 1928 a 1978 aumenta ría a más del doble la producción de los Estados Unidos, lo que permitiría eliminar la pobreza de todos, excepto los casos “patológicos”. Sin embargo, en el proceso se harían evidentes varias característi cas sociales del capitalismo. Una de tales características es la eliminación gra dual del empresario. La tecnología y la organi zación de la producción en gran escala son innova-
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dones importantes del capitalismo que conducen a la gran empresa y los mercados monopólicos. Las burocracias creadas para la administración de gran des empresas no son lugares donde puedan fun cionar los empresarios individualistas, innovado res. Estos individuos son actores solitarios, soñado res de grandes planes, y amantes del riesgo, mien tras que las burocracias tienden a ser dirigidas por comités, por individuos que conservan el statu quo en lugar de cambiarlo. Las mismas organizaciones creadas por los empresarios prescinden de sus ser vicios. Una segunda característica del desarrollo del ca pitalismo pronosticada por Schumpeter es la alie nación de los intelectuales frente al sistema. Los pensadores, escritores y profesores son críticos del orden existente, aunque su posición se vuelva po sible por la riqueza de la sociedad capitalista. Su función consiste en señalar defectos con la espe ranza de edificar un mundo mejor, y logran crear un clima de opinión hostil al modo de vida ca pitalista. Este ambiente de la opinión pública engendra una tercera característica, la intervención del go bierno en los asuntos económicos. La, intervención se dirige hacia las fallas de la economía: la reduc ción de la desigualdad, el suavizamiento del ciclo económico, la disminución de la especulación, el control del monopolio, el subsidio a la agricultu ra, etc. Como un subproducto, tal intervención disminuye también la libertad de acción del em presario y sirve para reducir aún más el dinamis mo de la economía. Estas tendencias de la organización económica, el clima de opinión y la política pública, con
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ducen a la eliminación gradual del empresario en la vida económica, y por ende a la eliminación de los adelantos económicos que dan al capitalismo su atractivo. El crecimiento de la economía se ve obstruido, el capitalismo pierde su capacidad para satisfacer necesidades nuevas, y se materializan los pronósticos del colapso formulados por los intelec tuales. A medida que empeora el desempeño del sistema, aumenta la intervención gubernamental, lo que reduce aún más la vitalidad del sistema y vuelve inevitable el socialismo. Schumpeter creía que el socialismo sustituiría al capitalismo a largo plazo y que su estructura política podría ser de mocrática o autoritaria: la gran elección del futuro residía en la esfera política. Al interrogante: “¿Pue de sobrevivir el capitalismo?”, Schumpeter respon dió: “No, no creo que pueda hacerlo.” L a e c o n o m ía c a m b ia n te
Schumpeter tenía razón en un punto: la innova ción, el crecimiento económico y el cambio ocu rren juntos y se refuerzan recíprocamente. El cuar to de siglo posterior a la segunda Guerra Mundial fue un período de crecimiento económico y prospe ridad sostenida sin paralelo en el mundo. Contra las expectadvas y los temores de muchos economis tas a mediados de los años cuarenta, la economía no regresó a las profundidades de las que la había sacado la segunda Guerra Mundial. En lugar de la depresión o el estancamiento, salió adelante la economía mundial de la posguerra. Con la ayuda de los Estados Unidos, los países de Europa Occi dental se recuperaron rápidamente de la devasta
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ción y la dislocación de la guerra. Europa Orien tal se unió al desfile del crecimiento económico tras un período de agitación económica y social, y la economía soviética continuó su marcha ascen dente. La economía estadunidense experimentó un patrón de crecimiento sostenido; las únicas de presiones importantes aparecieron durante los años cincuenta, a resultas de políticas monetarias y fis cales obsoletas. Japón se convirtió en la tercera potencia industrial del mundo, y varios países sub desarrollados se transformaron en países en des arrollo. Una de las razones más importantes de este pro greso fue el auge de inversión en la electrónica, los plásticos, la energía atómica y el transporte mo torizado. El resultado fue todo un mundo nuevo de automóviles, jets, computadoras, producción au tomatizada, y nuevas urbanizaciones que crearon enormes áreas de oportunidad económica. Un segundo factor promotor del crecimiento fue la revolución de la investigación. La innovación se convirtió en parte integrante de la empresa y la actividad pública. La investigación básica y apli cada aumentó muchas veces encima del nivel de los años veinte y treinta, y se convirtió en una función aceptada de las empresas y el gobierno. Esta in vestigación y desarrollo experimental —el ingre diente básico de la innovación— impartió un nue vo dinamismo a todo el sistema económico, aunque gran parte de ella se ligó a las necesidades militares y la carrera espacial. Un tercer factor de la expansión de la posguerra fue el ascenso del consumidor a una posición de mayor importancia aún. Al aumentar los ingresos, más consumidores tenían cantidades mayores de
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“ingreso discrecional” por encima de las cantidades necesarias para la satisfacción de necesidades bá sicas, lo que les permitía invertir en casas y mue bles, automóviles, otros bienes durables, y en va lores y pólizas de seguros. Las industrias recreativas se expandieron a medida que los individuos ob tenían más tiempo ocioso, y las industrias de ser vicios crecieron. El “poderoso consumidor” era un determinante del nivel y la composición de la ac tividad económica más importante que nunca. Un cuarto elemento del crecimiento económico de la posguerra fue el de los grandes gastos guber namentales en armamentos y beneficencia. La gue rra fría entre los Estados Unidos y la URSS exi gía grandes incrementos del gasto militar, y la guerra en Gorea y Vietnam aumentó el impulso del gasto gubernamental. Se requerían inversiones enormes a medida que la tecnología de la guerra cambiaba de los rifles, tanques y aviones a las armas nucleares, los proyectiles teledirigidos y las ar mas electrónicas. La empresa aprovechó estas oportunidades para su expansión. En la posguerra se observó un in cremento enorme de la inversión y la capacidad de las plantas, no restringido a un solo país o unos cuantos países, sino fenómeno de dimensiones mun diales. Se expandió el comercio mundial, y un programa internacional de reducción de las barre ras al comercio se tradujo en la creación del Acuer do General sobre Aranceles y Comercio, al igual que el Mercado Común Europeo y otras asocia ciones regionales de países. El crecimiento económico estimuló también un rápido cambio tecnológico. Las computadoras y los controles electrónicos permitieron la automatiza
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ción en gran escala, sobre todo en las manufacturas y la administración empresarial. A medida que el capital sustituía a la mano de obra en escala cre ciente, empezó a cambiar el .carácter del trabajo y la propia fuerza de trabajo. En los niveles supe riores del mercado de trabajo aparecieron muchos tipos nuevos de ocupaciones altamente calificadas, como la programación de computadoras, y la admi nistración requirió habilidades nuevas. Se hicieron necesarios tipos nuevos de educación científica y de técnicas administrativas, y la élite técnica-ad ministrativa se expandió y refino. En los niveles inferiores de la fuerza de trabajo, la automatización eliminó algunos empleos y trans formó otros. Las tareas de la línea de producción se subdividieron en partes componentes más sim ples que podían hacerse a máquina y ya no por hombres. Este proceso había estado en marcha des de los inicios de la revolución industrial, pero des pués de 1945 se aceleró mucho y se aplicó en ma yor medida gracias a la nueva tecnología. La auto matización mejoró mucho la productividad de la fuerza de trabajo, por supuesto. Sin embargo, signi ficaba también que la producción podría aumentar sin incrementar el número de los trabajadores. Eso es exactamente lo que ocurrió. Después de 1950, la producción manufacturera se expandió grandemente en los Estados Unidos con escaso au mento de la fuerza de trabajo empleada en las ma nufacturas. Sin embargo, es probable que el ejemplo más notable de esta relación entre hombres y empleos haya ocurrido en la agricultura. Grandes incre mentos de la producción agrícola se volvieron po sibles con la mecanización, las plantas híbridas, y
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el uso de fertilizantes, a lo cual siguió un gran desplazamiento de la población hada las ciudades. La población negra se vio particularmente afectada. Entre 1949 y 1953 se introdujeron en la agricultura del sur máquinas cosechadoras de algodón y maíz; al mismo tiempo se expandió rápidamente el culti vo de la soya, que requiere relativamente poca mano de obra. El resultado fue una declinación enorme en el empleo de mano de obra agrícola no calificada en gran parte del Sur y una vasta migración de negros hacia las ciudades norteñas. El efecto de esta migración, aunado a otras fuerzas sociales, se dejó sentir en los disturbios urbanos de los años sesenta y contribuyó en gran medida a las continuas crisis urbanas y raciales de los Estados Unidos. Pero ése fue sólo el ejemplo más notorio del efecto del cambio técnico. En la estructura de la fuerza de trabajo estaba ocurriendo un cambio persistente. Dado que había pocos empleos nuevos (de salarios altos) disponibles en la manufactura, miás trabajadores se emplearon en las industrias de servicios (que pagaban salarios relativamente me nores) . Otra salida se encontró en el empleo gu bernamental, incluidos los servicios de educación y de salud, y en los empleos administrativos de cuello blanco de la empresa corporativa en expansión. Las clases sociales del capitalismo industrial ex perimentaron cambios sutiles. En los niveles altos aumentó el número de miembros de la élite de in gresos altos constituida por técnicos y administra dores muy calificados. En el peldaño inferior ha bía una proporción creciente de trabajadores de ingresos bajos en las industrias de servicios en ex pansión. Estos trabajadores necesitaban poco adies tramiento. Sus salarios permanecían bajos debido
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a una población excedente de desempleados y subempleados que recibían subsidios, estampillas de alimentos y otros auxilios (en los Estados Unidos, esta parte de la fuerza de trabajo era en su ma yoría negra, hispana, o inmigrante, y muchos de sus miembros eran mujeres). En este contexto au mentó el resentimiento, la hostilidad y la crimi nalidad. Lenin había pronosticado algo así ya en 1914, y un economista sueco lo llamó "la enfer medad inglesa”, porque parece haber aparecido primero en Inglaterra. En todos los países indus triales de Europa se observan patrones similares. Los economistas tardaron en advertir los cam bios provocados por el crecimiento, la acumula ción de capital, y el cambio tecnológico. Tanto la teoría neoclásica como la keynesiana, que se con centraron en los ajustes del mercado y la deman da agregada, prestaron escasa atención a la cam biante estructura institucional de la economía. Pero a fines de los años cincuenta y principios de los sesenta surgió una oleada de interés por los efec tos de la automatización, y una controversia sobre el “desempleo estructural” a mediados de los años sesenta. Fue sólo a fines de los años sesenta y prin cipios de los setenta que un grupo de economistas jóvenes empezó a explicar plausiblemente por qué continuaban elevadas las tasas de desempleo a pe sar de las políticas keynesianas, una economía de tiempos de guerra, y precios crecientes. Estos eco nomistas encontraron la causa en los mercados do bles de mano de obra, donde un sector tiene salarios altos, trabajadores relativamente calificados, y or ganización sindical; el otro sector tiene salarios bajos, trabajadores no calificados, ausencia de sin dicatos, y altas tasas de desempleo.
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Otros cambios de la economía se documentaron mejor. El crecimiento de la gigantesca empresa corporativa, el incremento de los sindicatos, y la expansión de la actividad económica gubernamen tal. Los estudios de estas tendencias demostraron claramente que el patrón tradicional de los mer cados en gran medida autocontrolados, la base de la economía neoclásica, había cambiado signi ficativamente. G r a n e m p r e s a , g r a n sin d ic a t o , g r a n g o b ie r n o
El capitalismo sobrevivió a la Gran Depresión y la economía prosperó como nunca. Pero el precio de la supervivencia fue un cambio de fachada. El capitalismo que conocemos no es el de nuestros abuelos. La gran empresa creció aún más y a su vez engendró el “gran sindicato”. Ambos estimu laron el crecimiento del gobierno. Uno de los estudios más importantes del carác ter cambiante de la empresa fue The Modern Cor poration and Prívate Property (1932), de Adolf A. Berle Jr., y Gardner G. Means. Aquí se docu mentaba la posición dominante de la gran corpora ción en la economía moderna, la creciente disper sión de la propiedad de las acciones, y la separación de la propiedad y el control. Se hacía hincapié en la nueva estructura del poder que había apare cido, donde los funcionarios de las corporacio nes dominaban las políticas a pesar de poseer sólo porciones insignificantes de las acciones. El libro cuestionaba también la validez actual de la tradicional “lógica de los beneficios”: puesto que los beneficios van a manos de los accionistas y no
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de los administradores, las decisiones de producción ya no se toman necesariamente de acuerdo con los deseos de los consumidores. Las conexiones estre chas anteriormente existente entre los deseos de los consumidores, los beneficios y las decisiones de las empresas, se debilitaban seriamente. Las decisiones de las empresas podrían reflejar ahora, por el con trario, las necesidades de la administración y la capacidad de las empresas para controlar los mer cados. Los dos autores mencionados continuaron des arrollando sus ideas en estudios posteriores. Berle desarrolló dos ideas en una serie de artículos y libros, los más importantes de los cuales fueron The 20th Century Capitalist Revolution (1954), Po wer Without Property (1959), y The American Economic Republic (1963). La primera idea es que el lugar ocupado ahora por la corporación en la economía ha dado a la gran empresa una función pública y responsabilidades públicas, lo que a su vez ha llevado a la empresa y su administración a ejercer su poder económico con restricción, a acep tar sus funciones públicas, y a modificar su bús queda de beneficios. Por supuesto, ésta es una pro posición muy controvertible. La segunda idea es que el carácter de la propiedad privada ha cam biado significativamente. La propiedad en manos de poderosas corporaciones, dado su carácter esen cialmente público, ya no es privada en el sentido antiguo, y el poder que da a quienes la controlan ya no puede ejercitarse libremente, con la sola con sideración de intereses privados. En consecuencia, estamos avanzando hacia una relación nueva donde los intereses públicos prevalecen sobre los privados. Como dice Berle:
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La sociedad estadunidense no está siendo usada por el sistema de empresa de mercado buscadoras de beneficios, sino que usa tal sistema, y ciertamente no está gobernada por él. Así pues, la empresa pri vada de los Estados Unidos es en esencia un instru mento del Estado, no un fin para el cual exista el Estado, como se pensaba antes (quizá con razón). En otras palabras, la propiedad ha seguido siendo privada, mientras su uso se ha socializado en parte. Gardner Means examinó otros aspectos del lugar ocupado por la gran empresa en la economía, con centrándose en los precios y la política de precios. En 1934 acuñó el término “precios administrados” para describir el tipo de precios fijados por las empresas en sectores monopolizados de la econo mía.1 Means demostró que tales precios eran rela tivamente inflexible y no respondían con facilidad a los cambios de la demanda. Cuando la demanda bajó durante los años de la depresión, ciertas em presas mantuvieron sus precios y redujeron la pro ducción y el empleo. Esta libertad relativa de los precios frente a los efectos de las fuerzas del mer cado, aunada al poder de las grandes corporaciones, ha creado un tipo nuevo de sistema económico. Co mo dice Means en un trabajo posterior, The Corporate Revolution in America (1964): Ahora tenemos empresas corporativas que emplean cientos de miles de trabajadores, con cientos de miles l Este término se empleó en un memorando confiden cial al Secretario de Agricultura que "se filtró” a la prensa y al Congreso y más tarde se publicó como “Industrial Pnces and Their Relative Flexibility”, Documento 12 del Senado de los Estados Unidos, 74 Congreso, Primera Sesión.
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de accionistas, que usan instrumentos productivos por valor de miles de millones de dólares, que sirven a millones de clientes, y están controladas por un solo grupo administrador. Éstas son grandes colectivi dades de empresa, y un sistema compuesto por ellas podría llamarse con razón “capitalismo colectivo”. Means llegó a diferir de Berle. Sostuvo que la comunidad corporativa domina la economía, y que el interés público no es predominante. Si hubiese alguna duda acerca de la importancia de la gran empresa y el carácter monopolizado de muchos sectores de la economía norteamericana, quedó despejada con los informes del Comité Eco nómico Nacional Temporal ( t n e c ) , publicados a principios de los años cuarenta. Este comité con junto del Congreso investigó la concentración del poder económico en los Estados Unidos a fines de los años treinta. Sus cientos de volúmenes de tes timonios y cuarenta y tres monografías de exper tos documentaban la influencia aplastante de la gran corporación, sobre todo en las finanzas, los transportes, la industria pesada, y la manufactura de bienes de consumo durables. Otros estudios gubernamentales demostraron la existencia de una comunidad empresarial estrecha mente unida por directorios entrelazados, lazos fi nancieros, grandes posesiones familiares como las de los Rockefeller y los Mellon, y compañías tene doras. Aun en los niveles más altos se libra una lucha continua por la ventaja económica, el po der y la posición, pero el desarrollo de un capita lismo corporativo dominado por unos cuantos cien tos de grandes empresas plantea cuestiones nuevas de poder y control económico y social. Los fines
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para los que pueda usarse ese poder y las metas que haya de perseguir el sistema económico se convierten en decisiones que pueden ser influidas en gran medida, si no es que controladas por com pleto, por acciones conscientes. La economía ha vuelto a ser economía política. La organización misma de la empresa productiva ha vuelto obso leto el laissez fairc. Aun si el gobierno no tratara de controlar la actividad económica, la gran em presa trataría de hacerlo. Mientras Berle y Means y el t n e c estaban pre ocupados por el poder de la gran empresa y su administración, Sumner H. Slichter se preocupaba por los sindicatos. Este observador sagaz de la eco nomía estadunidense sostuvo que “una sociedad laborista está sustituyendo a la capitalista”. El po der se estaba desplazando de la empresa a los tra bajadores, a medida que éstos se organizaban en sindicatos —“las organizaciones económicas más po derosas de la época”— para negociar en forma colectiva con las empresas. Slichter señaló en Union Policies and Industrial Management (1941) que la negociación entre sindicatos y empresas había des arrollado un sistema de jurisprudencia industrial que remplazaba en gran medida las relaciones del mercado libre en la determinación de los derechos de las dos partes y de sus ganancias económicas. En Trade Unions in a Free Society (1947) se ocupó del problema de la relación existente entre los sin dicatos y la operación de las instituciones libres. Este libro bien razonado apareció en un momento en que la opinión pública y el Congreso se in teresaban también vivamente en el problema —la Ley Taft-Hartley se promulgó ese mismo año—, pero el debate político se polarizó en los extremos
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de la opinión acerca de los sindicatos y careció de la evaluación equilibrada hecha por Slichter de esta cuestión. Sostuvo Slichter que los sindicatos res ponsables y las relaciones cooperativas obrero-pa tronales podrían constituir una gran fuerza en pro del bien social, mientras las concepciones egoís tas y estrechas de cualquiera de las partes podrían dañar gravemente a la economía y al conjunto del orden social. Los problemas consistían en mantener el conflicto a uu nivel mínimo, asegurar una dis tribución justa de la libertad y la oportunidad, limitar los abusos del poder, y lograr un equilibrio satisfactorio entre los intereses del individuo y los de la comunidad. Slichter no ofreció ninguna so lución, pero a partir de su análisis era claro que estos problemas no se resolverían solos. Otra vez, un economista estaba sugiriendo que se requerían po líticas sociales sensatas para vincular las nuevas instituciones económicas de mediados de siglo con las metas generales de la sociedad. El crecimiento de la gran empresa y el gran sin dicato se vio acompañado del crecimiento del gran gobierno. Éste fue uno de los cambios de la eco nomía norteamericana que recibió más publicidad, en gran parte proveniente de la comunidad empre sarial como parte de su oposición a la tendencia. La oposición sostuvo en ocasiones que el creci miento de la actividad económica gubernamental era un suceso ajeno impuesto a una sociedad renuente por aventureros políticos y demagogos, pero los economistas dieron explicaciones diferentes. Por ejemplo, Solomon Fabricant, en su estudio académico The Trend of Government Activity in the United States Since 1900 (1952), sostuvo que el propio crecimiento económico es la razón prin
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cipal del mayor papel del gobierno. El crecimien to de la población y el cambio de su estructura, el fin del avance hacia el Oeste, el adelanto de la ciencia y la tecnología, la urbanización y la indus trialización, el mayor tamaño de la empresa, y la creciente interdependencia económica creaban pro blemas nuevos que el mercado libre no podía re solver con facilidad y que exigían nuevas fun ciones gubernamentales a todos los niveles: fe deral, estatal y local. Otros estímulos fueron las depresiones recurrentes, las guerras, y la posibi lidad creciente de una nueva guerra. Por últi mo, Fabricant señaló que el clima de opinión ha bía cambiado: había una confianza creciente en la capacidad del gobierno para satisfacer necesi dades nuevas, una confianza inspirada en parte por la mejor organización y la mayor eficiencia del gobierno mismo. Apuntó que a mediados del siglo xx el gobierno era el mayor banquero del país, operaba la compañía de seguros más grande de todas, empleaba la octava parte de la fuerza de trabajo, ejercía una gran influencia sobre los niveles de sueldos y salarios, y era el comprador singular más gl ande de bienes. Esperaba Fabricant que esta participación en la actividad económica se volviera más grande al expandirse la economía y aumentar los ingresos. Así ha ocurrido. Quince años después, Eli Ginzberg y sus colegas investigadores demostraron en The Pluralistic Economy (1965) que las empresas privadas buscadoras de beneficios —los sujetos tra dicionales de gran parte de la teoría económica y las instituciones centrales del capitalismo— com parten ahora el escenario con otros dos tipos de organización económica. Una es la empresa de be
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neficios limitados, como las de servicios públicos y otras empresas reguladas, y la empresa privada subsidiada por el gobierno, como las industrias de la defensa. La otra es el sector “no lucrativo”, que incluye el gobierno a todos los niveles, los hospitales, las universidades, y las empresas reli giosas (como algunas editoriales de libros religio sos). Enfocando el segundo grupo, Ginzberg mos tró que el sector no lucrativo representa una cuarta parte del ingreso del país y hasta el cuarenta porciento de su empleo. Es un contribuyente impor tante a la innovación y la fuerza de trabajo técnica. En años recientes fue el sector de mayor crecimiento en la economía: entre 1950 y 1960, nueve de cada diez empleos nuevos reflejaban, en forma directa o indirecta, la expansión del sector no lucrativo de la economía. El desarrollo de la gran empresa, el gran go bierno y el gran sindicato pone en claro que la operación impersonal de las fuerzas del mercado ha sido sustituida ahora, por lo menos en parte, por la capacidad de grupos importantes de traba jadores, administradores y gobernantes para in fluir significativamente sobre el funcionamiento de la economía. La organización y el sitio del po der político y económico influyen sobre las deci siones económicas como nunca lo habían hecho. La
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El cambiante sistema económico no ocupó el es cenario en el pensamiento económico del cuarto de siglo siguiente a la segunda Guerra Mundial. Por el contrario, la atención se centró en los pro
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blemas más inmediatos del crecimiento y la esta bilidad económicos. Todos los grandes países industriales adoptaron políticas tendientes a la promoción de altos niveles de actividad económica. La aceptación del punto keynesiano de vista por los gobernantes de todos los países avanzados implicó que el gobierno asu miera la responsabilidad del mantenimiento de al tos niveles de empleo y de tasas aceptables de cre cimiento económico. La nueva actitud quedaba de manifiesto en la promulgación de la Ley del Em pleo de los Estados Unidos en 1946: El Congreso declara como política y responsabilidad constantes del Gobierno Federal el recurrir a todos los medios practicables ... a fin de crear y man tener ... condiciones bajo las cuales se ofrezcan oportunidades útiles de empleo ... para quienes pue dan y quieran trabajar, y a fin de promover el nivel máximo de empleo, producción y poder de compra. Se desarrollaron diversas técnicas para la ejecu ción de estas políticas. Se usan políticas monetarias para estimular la economía en tiempos malos y para frenar la actividad económica cuando amenaza la inflación. Se cambian las leyes tributarias para aumentar la inversión y el gasto en consumo cuan do se requiere un estímulo económico. Cuando amenazan las recesiones, la norma ya aceptada con siste en aumentar los gastos del gobierno para col mar la brecha dejada por la declinación del sector privado o en reducir los impuestos para otorgar un estímulo adicional al gasto y la inversión pri vados. La meta ha sido el equilibrio de la economía a niveles de pleno empleo antes que el equilibrio de los presupuestos gubernamentales, y el presu
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puesto se emplea como un instrumento para la consecución de tal equilibrio económico. Se con sidera situación ideal aquella en la que la economía opere a pleno empleo, con precios estables y un presupuesto gubernamental equilibrado que no es timule la economía hasta niveles inflacionarios ni la frene a un nivel menor que el de pleno empleo. La economía keynesiana enseñó que la prosperi dad continua es posible si el gobierno sigue las políticas fiscales y monetarias adecuadas. Si el sec tor privado da señales de estancamiento, podría ser estimulado por políticas de dinero fácil o por el impulso directo de un mayor gasto guberna mental. El factor importante es el nivel de la de manda agregada, que puede mantenerse a niveles de empleo pleno por el gasto de los consumidores y la inversión de las empresas complementados por los niveles de gasto gubernamental que resulten necesarios. Si la economía fuese próspera, las decisiones acer ca de lo que deba producirse podrían dejarse en manos del sector privado. Mientras el sector pú blico se ajuste para mantener el pleno empleo y validar el patrón de crecimiento inherente en las decisiones privadas de ahorro e inversión, las in trincadas decisiones relativas a la producción de au tomóviles o casas, rejas de arado o mantequilla, refrigeradores o trineos —y sus cantidades— pueden abandonarse a las decisiones tomadas libremente por los consumidores en el mercado. Los consumi dores, que gastan su dinero como mejor les parezca, proveerán indicaciones a los productores acerca de lo que deba producirse, y la búsqueda de be neficios canalizará los recursos hacia tales usos. La macroeconomía keynesiana parecía haber re
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vivido la mano invisible de Smith. Se forjaba una gran síntesis de la macroeconomía keynesiana y la microeconomía neoclásica. Esta síntesis poskeynesiana debía ocuparse sin embargo del surgimiento de la gran empresa. Va rios economistas prominentes negaron que el mo nopolio fuese un problema importante. Por su puesto, se necesitaban leyes antimonopólicas y re gulación de los servicios públicos, y se sostuvo que tal legislación había ayudado a establecer una com petencia funcional aun en mercados oligopólicos. En los años cincuenta hubo un resurgimiento de tales ideas entre los economistas, sobre todo en los Estados Unidos, el hogar de la corporación gigan tesca. John Maurice Clark sostuvo en Competition as a Dynamic Process (1961) que el criterio im portante era el desempeño de una industria más bien que su estructura: que tuviese una buena ex periencia de innovación, crecimiento y relaciones laborales, no que satisficiese los criterios teóricos de la competencia. Morris Adelman afirmó que la concentración económica no estaba aumentando (algunos datos posteriores demostraron lo contra rio), y sus hallazgos empíricos tuvieron gran re percusión. Gardner Ackley, quien más tarde había de ser presidente del Consejo de Asesores Económi cos del Presidente, escribió que los precios admi nistrados no constituían un problema importante, y gran parte de la profesión expresó los mismos sentimientos. Aun John Kenneth Galbraith trató de demostrar cómo podría funcionar con eficacia una economía de grandes empresas y grandes sin dicatos. En A merican Capitalism (1952) sostuvo que en el sector privado se genera el “poder compensa dor”. La gran empresa engendra el gran sindicato,
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y los grandes manufactureros engendran grandes detallistas y grandes proveedores de materias pri mas. El poder de uno neutraliza el poder del otro, y el gobierno permanece como un factor de equili brio, listo para intervenir si un centro de poder se vuelve demasiado importante. La negociación entre un pequeño número de organismos igual mente poderosos complementa el sistema de los mercados autocontrolados, y así se engendra un patrón de producción razonable. Todas estas ideas volvían más fuerte el argumento de que el sector privado funcionaría con eficacia si se sostenían niveles elevados de demanda total. La síntesis poskeynesiana no olvidaba los proble mas de la distribución del ingreso y la pobreza, pero había poco lugar en ella para los cambios radicales. El remedio contra la pobreza era el cre cimiento económico y el pleno empleo. Habría empleos para todos, y el crecimiento económico mejoraría gradualmente. Todavía existirían desi gualdades, pero eso parecía importar poco. El cre cimiento económico haría ricos a todos, y los pro gramas especiales de asistencia, sobre todo los de educación y orientación vocacional, podrían in crementar el bienestar incluso de los marginados. No podían pasarse por alto el cambio y la auto matización, pero los problemas por ellos plantea dos podrían resolverse mediante la educación, el crecimiento y el pleno empleo. Entre estos instru mentos, el crecimiento económico resultaba funda mental, ya que el crecimiento genera bienes para la buena vida y el alivio de los problemas de una sociedad industrial. Los países subdesarrollados constituían un pro blema especial, pero podría ayudárseles median
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te programas de asistencia. Así como el Plan Marshall había ayudado a Europa a ponerse de nuevo en pie, un programa similar de ayuda para los países subdesarrollados podría ayudarlos a iniciar su proceso. El libro de Walt W. Rostow Las eta pas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista (1960) resultó particularmente influ yente. Representaba un proceso de crecimiento de acuerdo con el modelo de Europa Occidental y los Estados Unidos, incluido un “despegue hacia el crecimiento sostenido” que requería cerca de veinte años. La ayuda económica iniciaría el pro ceso, y los países en desarrollo marcharían adelante a imagen y semejanza de los Estados Unidos. No hubo uno o dos economistas responsables en forma preponderante de la síntesis poskeynesiana. Esta surgió casi como un consenso implí cito entre economistas y gobernantes en el curso de la aplicación de la macroeconomía poskeynesiana a los problemas de política del período posterior a la segunda Guerra Mundial. Una parte de la base teórica enfocaba los determinantes de la tasa de interés y su efecto sobre el nivel de la actividad económica, porque estos temas ofrecían una co nexión entre el nivel de producción “real” y los aspectos “monetarios” de la economía. El análisis más ampliamente aceptado de estas cuestiones apa reció en 1937, en un artículo del economista bri tánico John R. Hicks, “Mr. Keynes and the Classics A Suggested Interpretaron”, cuyo título mis mo indica su intento de unificación de ambos en foques. Sin embargo, el economista más estrechamente asociado con la síntesis poskeynesiana es el norte americano Paul Samuelson (nacido en 1915). Su
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libro de texto. Economics (primera edición, 1947; décima edición, 1976) ha sido durante más de un cuarto de siglo la introducción a la economía más ampliamente leída por los estudiantes universita rios. Su primera edición se concentraba en la pre sentación del análisis keynesiano, pero las edicio nes posteriores se ampliaron para dar igual énfa sis al análisis neoclásico de los mercados. La tesis doctoral de Samuelson, Foundations of Economic Analysis (terminada en 1941; publicada en 1947), era en esencia una traducción de la economía neo clásica y la keynesiana a términos matemáticos para llevar la teoría económica a un nuevo método de análisis teórico basado en modelos matemáticos. Profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts a la edad de 32 años, Samuelson escribió una serie de ensayos profesionales que abrieron un campo nuevo a los niveles más altos de la teoría económica en diversos terrenos El hincapié en la teoría abstracta no impide el interés por las cuestiones actuales de la política económica. Samuelson es un defensor vigoroso del uso pragmático de la política monetaria y fiscal para alcanzar el empleo pleno, estabilizar la eco nomía y promover el crecimiento. En su opinión, estos objetivos constituyen las metas más importan tes de la política pública, las que deben alcanzarse mediante el gasto público, cambios de los impues tos, y la política monetaria. La combinación par ticular de políticas en un momento dado depende de la situación existente, y resulta muy conveniente el uso flexible de estos instrumentos. Aunque la situación sea incierta, Samuelson cree en general que la vacilación es peor que una política vigorosa
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en cuanto al impulso de la economía en la dirección adecuada. La síntesis poskeynesiana fue tanto economía política como análisis económico. Soportó la amplia planificación macroeconómica del sistema keynesiano y promovió ideas liberales tales como los programas contra la pobreza y la ayuda a paí ses subdesarrollados. Al mismo tiempo aceptó el statu quo en lo concerniente a la estructura de la economía: no había necesidad de cambios im portantes en la distribución del ingreso o la locali zación del poder económico. Mientras las políticas macroeconómicas puedan producir el pleno em pleo y el crecimiento económico, el dividendo de crecimiento anual de la producción incrementada creará recursos adicionales para la satisfacción de las necesidades de todos. La síntesis poskeynesiana dominó la política eco nómica durante el conflicto de la Guerra Fría sur gido entre los Estados Unidos y la Unión Sovié tica. En cierto sentido fue un complemento de la política de contención del comunismo implicada en la Doctrina Truman. En los años cincuenta y sesenta, esa política no contempló sólo la coexis tencia o la detente. Postuló que las tensiones polí ticas y económicas generadas dentro del bloque comunista llevarían finalmente al derrumbe de ese sistema. Si el comunismo pudiese ser contenido den tro de sus fronteras por tiempo suficiente para que ocurriera tal derrumbe, se desvanecería la amenaza para el capitalismo occidental. Mientras tanto, las democracias occidentales, encabezadas por los Es tados Unidos, estarían prosperando. El empleo ple no y los crecientes niveles de vida tendrían con tento al pueblo. El crecimiento económico resol
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vería los problemas internos de la pobreza. Podría auxiliarse a los países en desarrollo. Y una econo mía en crecimiento podría aportar grandes recursos para un gran sistema de defensa. El nuevo sistema de economía política validaba la posición asumida por los Estados Unidos y sus aliados en la lucha internacional por el poder mundial surgida des pués de la segunda Guerra Mundial, así como la estructura interna del poder y la organización eco nómica existente dentro de esos países. La síntesis poskeynesiana definía la combinación de políticas que no sólo permitiría la supervivencia del ca pitalismo sino también su victoria. L a d is e n s ió n c o n s e r v a d o r a
Las políticas monetarias y fiscales intervencio nistas de la síntesis poskeynesiana le valieron el ataque de un grupo de economistas neoclásicos con servadores que reafirmaron las virtudes de la eco nomía competitiva de empresa privada. Había dos corrientes en esta reafirmación, una antigua y otra nueva. La corriente antigua fue la economía neoclásica austríaca de Menger y sus seguidores, reformulada por un grupo de académicos europeos educados en esa tradición. Uno de los miembros de este grupo era Friedrich von Hayek (nacido en 1899), de la Uni versidad de Chicago, cuyo ataque a la planifica ción socialista ya hemos mencionado. Otro era Ludwig von Mises (1881-1973), de la Universidad de Nueva York, quien defendía vigorosamente el mercado libre como el único antídoto seguro con tra el poder político centralizado y la única forma
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de asegurar la supervivencia del individualismo. Su homólogo europeo es Wilhelm Rópke (nacido en 1899), del Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. Todos estos hombres condena ron por igual el surgimiento del socialismo moder no, el intervencionismo keynesiano de los reforma dores modernos, y las medidas de beneficencia adoptadas por los gobiernos contemporáneos. El tér mino más adecuado para describirlos es el de liber tarios, la libertad individual por encima de todo. Para ellos, cualquier clase de intervención guber namental es una amenaza a la libertad individual. La corriente nueva del disentimiento conservador adquirió prominencia en los años sesenta. Tiene su sede en la Universidad de Chicago, y su chef d’école en Milton Friedman (nacido en 1912). Friedman es un vigoroso defensor de las virtudes de una economía competitiva de libre empresa, pero al contrario de los libertarios destaca la necesidad de que el gobierno cree un marco donde el mercado libre pueda funcionar con mayor eficacia. Al asu mir esta posición, sigue la tradición de Henry C. Simons (1899-1946), profesor de Friedman en la Universidad de Chicago. Simons no escribió mucho —la obra de su vida es un grupo de ensayos que apenas integran un volumen modesto— pero ejerció gran influencia. Un solo ensayo, A Positive Program for Laissez Paire, estableció un programa de reforma para ha cer que la empresa privada competitiva volviera a la vida y conservara su vitalidad, tal como Si mons contemplaba la situación en 1934: ... eliminar todas las formas de poder monopólico en el mercado, incluir la fragmentación de grandes
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corporaciones oligopólicas y la aplicación de las leyes antimonopólicas a los sindicatos. Podría utilizarse una ley federal de incorporación para limitar el ta maño de las empresas, y cuando la tecnología requiera empresas gigantescas por razones del bajo costo de producción, el gobierno federal deberá poseerlas y ope rarlas. ... promover la estabilidad económica mediante la reforma del sistema monetario y el establecimiento de reglas constantes para la política monetaria. ... reformar el sistema tributario y promover la igualdad a través del impuesto al ingreso. ... abolir todos los aranceles. ... limitar el desperdicio restringiendo la publicidad y otras prácticas mercantiles dispendiosas. El programa de Simons se orientaba contra la pre servación artificial de los privilegios y las restric ciones del mercado, al mismo tiempo que estaba a favor de la competencia y el individualismo. No olvidaba la inestabilidad, la desigualdad y el gasto dispendioso, sino que buscaba medidas para redu cirlos o eliminarlos. Un contemporáneo de Simons en la Universidad de Chicago, írank H. Knight (1885-1972) —ambos se convirtieron en profesores de dicha universidad en 1927—, ayudó también en forma importante a la formulación de la economía neoclásica conser vadora en los Estados Unidos. Knight fue el teórico que equilibraba el énfasis de Simons en la polí tica económica. La economía neoclásica había sido atacada en los años veinte por los defensores de una distribución más igualitaria del ingreso y de una mayor intervención del gobierno en la econo mía. Knight se dedicó primordialmente a dar res puesta a tales ataques mediante una definición
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más cuidadosa de los términos y un análisis más preciso. El resultado fue una presentación mejor de la teoría del mercado libre basada en el in dividuo económico como actor principal. Knight reconoció que la teoría no estaba completa y en ocasiones no correspondía a la realidad, pero sos tuvo que era útil. Esta posición metodológica cons tituyó un pilar de la “escuela” de Chicago y del enfoque desarrollado más tarde por Friedman. Milton Friedman es hoy el representante más importante de la filosofía liberal clásica que se re monta a la economía de Adam Smith. Sostiene que los beneficios derivados de una política de laissez fai te son mucho más deseables que los obtenidos de las políticas intervencionistas que modifican la opera ción de los mercados libres para resolver algunos problemas inmediatos. Veamos las leyes del salario mínimo, por ejemplo. Destinadas a beneficiar a los trabajadores de salarios bajos mediante el in cremento de sus ingresos, Friedman sostiene que tienen el efecto contrario. Al volver demasiado cos tosa para los patrones la contratación de tales traba jadores, las leyes aumentan el desempleo y em peoran la posición económica de todos los que se encuentran en el escalón más bajo de la pirámide económica. Toda una serie de ejemplos semejantes aparece en el muy popular libro de Friedman Capitalism and Freedom (1962), la raíz de cuyo ar gumento es que las medidas rectrictivas del mer cado libre generan pérdidas antes que ganancias, mientras que la libertad económica se traduce en mayor bienestar a largo plazo. El ejemplo más importante de la intervención gubernamental en la economía de hoy es la pla nificación macroeconómica de la síntesis poskeyne-
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siana. Las críticas más vigorosas de Friedman se dirigen contra el uso de la política fiscal para es tabilizar la economía, y su defensa más fuerte apo ya la política monetaria, pero de un tipo especial basado en las propuestas de política económica de Simons. Friedman sostiene que resulta muy difícil com pensar con el gasto público o las modificaciones tributarias las fluctuaciones del sector privado. No sólo resulta difícil el pronóstico del movimiento del ciclo económico, sino que, como dice Friedman: Es probable que exista una demora entre la necesidad de acción y el reconocimiento de tal necesidad por el gobierno; otra demora entre ese reconocimiento y la acción misma; y una demora más entre la acción y sus efectos. El resultado es que “la acción correctora puede convertirse a su vez en otro error”, porque se im parta un estímulo cuando el gasto debiera ser fre nado, o a la inversa. Friedman cree que el sistema monetario tiene un efecto sobre la actividad económica mucho más importante que el de la política fiscal. Para apoyar su posición revivió y revitalizó la teoría cuanti tativa del dinero —la idea de que la cantidad de dinero determina el nivel general de precios—, de mostrando que el sistema monetario afecta el nivel de la demanda agregada en una gran diversidad de formas sutiles. Los poskeynesianos nunca han negado la importancia de las políticas monetarias; por el contrario, trataron de usarlas como uno de los dos pilares de la política macroeconómica en coor dinación con la política fiscal. Pero aun sobre este
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punto se aleja Friedman de los poskeynesianos. No le agrada el uso activo de la política monetaria. No quiere dinero fácil para la promoción del em pleo pleno ni dinero difícil para impedir la in flación. Sostiene que los efectos a largo plazo de cada una de estas medidas pueden ser contrarios a los efectos buscados a corto plazo. Quiere una política monetaria neutral orientada hacia las ne cesidades del crecimiento a largo plazo. Friedman prescribe un aumento gradual y uniforme de la oferta monetaria, a un porcentaje anual fijo, para ayudar a la expansión económica y el crecimiento. ¿Pero qué decir de los ciclos económicos y las depresiones? ¿No dejarán las políticas de Friedman a la economía completamente a merced de otra depresión severa? Friedman sostiene que no ocu rrirá tal cosa, y para demostrarlo analizó en com pañía de Anna Schwartz la historia monetaria de los Estados Unidos donde se observa que el sistema monetario ha sido siempre la causa principal de la inestabilidad del empleo y la producción. Estos hallazgos se publicaron en A Monetary History of the United States (1963). Una gran parte de este libro se dedica a la demostración de la forma en que las políticas monetarias del Sistema de la Re serva Federal ayudaron primero a crear la Gran Depresión de los años treinta y luego la empeora ron en gran medida. La implicación es clara: esta bilicemos el sistema monetario y la estabilidad eco nómica vendrá por sí sola. Friedman y sus seguidores, llamados “monetaristas” por la importancia que imputan a los factores monetarios, sostienen también que el gasto guberna mental destinado a impedir las recesiones es una cau sa importante de la inflación. Los valores públicos
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vendidos para financiar un déficit representan más deuda en la economía, añadida a la deuda privada y pública generada por una economía de pleno empleo. Una vez que la economía regresa a un nivel de actividad de pleno empleo, sostienen los monetaristas, debe aumentarse la oferta monetaria para soportar la deuda adicional. Con una oferta monetaria mayor, el nivel de precios se verá for zado a subir a medida que se aproxima el pleno empleo. Así pues, un déficit creado por la recesión se “monetiza” por acción de las autoridades mo netarias a medida que la economía avanza hacia el pleno empleo, y los precios suben. Las recesiones pueden evitarse, pero sólo a costa de la inflación. El ataque a las políticas poskeynesianas desatado por Friedman y la escuela de Chicago rompió el dominio casi total de la macroeconomía keynesiana en la formulación de la política económica guber namental. Demostró que el dinero es importante. Gran parte del trabajo de los monetaristas se está integrando ya al cuerpo mayor de la teoría econó mica. Pero subsiste un área de profundo desacuer do, centrada en las diferencias fundamentales entre el activista liberal que defiende una acción guber namental vigorosa para la solución de los proble mas de la sociedad y el liberal del laissez faire para quien tal camino constituye un error. Este último desea que el gobierno sólo establezca y mantenga un marco donde pueda funcionar con eficacia el mer cado libre. El liberal del laissez faire se apega al enfoque neoclásico y no acepta la macroeconomía keynesiana.
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John Kenneth Galbraith (nacido en 1908) es pro bablemente el crítico más conocido de la eco nomía y la política económica contemporánea, así como de los valores asociados con ellas. Miembro prominente del “orden liberal establecido” en los Estados Unidos y vigoroso defensor de las políticas públicas destinadas a promover la prosperidad, Gal braith rechaza sin embargo el crecimiento econó mico como una meta suficiente de la política eco nómica y el mecanismo de mercado como un medio eficaz de asignación de recursos. Galbraith presenta sus argumentos en tres obras principales: The Affluent Society (1958), The New Industrial State (1967^, y Economics and the Public Purpose (1973). En conjunto, estos tres libros pro veen el análisis más incisivo del moderno capita lismo norteamericano desde Veblen. El primero de ellos ataca la “creencia convencional” de que el crecimiento económico y el aumento de la produc ción constituyen necesariamente algo bueno; el se gundo bosqueja los lincamientos de una sociedad dominada por la gran empresa y de la “tecnoestructura” que la administra, y el tercero defiende el predominio del bien social sobre la ganancia pri vada mediante el socialismo democrático y la pla nificación económica. El conjunto es una crítica de la sociedad moderna y sus valores, y una propuesta de cambios importantes en los fines que debe per seguir la actividad económica. Galbraith sostiene que la tecnología moderna posibilita la sociedad rica que ha constituido siem pre uno de los sueños de la humanidad. Pero la
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riqueza no ha traído consigo la felicidad, porque los hombres creen todavía en la doctrina de la escasez y buscan de continuo una producción cada vez mayor de cosas materiales. La economía indus trial de empresa privada crea nuevos deseos en parte por sugerencia y emulación, y en parte por la acción deliberada de los productores mediante la publicidad y la actividad de los vendedores. Los mayores niveles de producción sólo producen ni veles mayores de creación de deseos: los deseos de penden del proceso de su satisfacción. Galbraith llama a esto el efecto de dependencia, y así elimina al consumidor racional. Si esto es correcto, toda la economía se vuelve irracional: si los productores pueden determinar las decisiones de los consumi dores, o aun influir de modo importante sobre ellas, podrán determinar las fuerzas a las que sus propias decisiones responden, y el mercado autocontrolado se convierte simplemente en un instrumento para el sostenimiento y el enriquecimiento de la gran empresa. En tal economía, la corporación gigantesca capaz de manipular los mercados es la unidad impor tante. Ostensiblemente administrada por sus fun cionarios más altos, las decisiones se toman en realidad por una tecnoestructura de expertos capa ces de manipular la compleja tecnología moderna de la producción y la comercialización. Esta je rarquía se interesa por la supervivencia y el creci miento de la empresa, y por su propio ascenso, pero la maximización de los beneficios no es su preocu pación principal. Y sin la maximización de los be neficios no ocurrirá el ajuste preciso de la produc ción a los deseos de los consumidores postulado
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por la economía neoclásica, aun sin considerar el efecto de dependencia. El análisis de Galbraith se ensancha a partir de ese punto. La corporación gigantesca aborrece el riesgo y requiere crecimiento y mercados estables. Esto sólo puede obtenerse con el empleo de políticas macroeconómicas keynesianas. El gobierno se vuelve socio de la tecnoestructura. El sistema educativo se convierte en socio también, porque la corporación gigante necesita el personal capacitado y los ade lantos científicos producidos por tal sistema, mien tras el gobierno absorbe en gran parte los costos. Los sindicatos son un socio menor, ya que ganan seguridad a través de la negociación colectiva a cam bio de un abastecimiento regular de mano de obra para la empresa gigante. Los valores de la sociedad rica hacen hincapié en los deseos individuales y sofocan al sector público. Es así como conducimos nuestros automóviles pri vados en carreteras congestionadas que corren al lado de ríos envenenados, dejando atrás un aire contaminado, para llegar a parques públicos tan hacinados que no todos pueden ser admitidos; todo esto ocurre en una sociedad de abundancia. El sistema todo avanza hacia metas irracionales. El consumidor busca de continuo productos más abundantes y nuevos bajo la influencia de vende dores que nunca se cansan; el progreso de la tec nología crea un conjunto creciente de trabajadores desempleados e inempleables; las políticas guber namentales empujan constantemente a la economía hacia niveles de producción más altos; y las únicas formas del consumo social que obtienen prioridad son las necesidades militares y los programas es peciales de investigación y desarrollo experimen*
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tal (ahora se trata de las nuevas fuentes de energía; antes era la exploración espacial). ¿Qué podemos hacer para que la economía re grese a metas más humanitarias? En el tercer libro de su trilogía, Galbraith propugna un “nuevo so cialismo” que incluiría, además de mayor igualdad del ingreso y la riqueza, medidas tendientes a dis ciplinar a la corporación gigante mediante con troles de salarios, precios, beneficios y sueldos, la nacionalización de las principales empresas abas tecedoras de productos militares y —lo que resulta sorprendente— la nacionalización de gran parte de los sectores menos concentrados de la economía, como la atención médica, para alcanzar las venta jas de la planificación disfrutadas ya por el sector de las empresas gigantes. La socialización de las "industrias demasiado débiles y demasiado fuertes”, junto con la planificación del resto, permitirá que el interés público se imponga a los intereses priva dos. Sin embargo, todo esto sólo podrá lograrse con una modificación fundamental del sistema de creencias que reconozca las realidades de la econo mía moderna y ya no repita simplemente los mitos del pasado. Esto permitiría que un nuevo movi miento popular tome el poder político, para im poner el nuevo socialismo mediante el cambio po lítico democrático. La
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Las deficiencias de la sociedad moderna que ins piraron la crítica de Galbraith produjeron tam bién una reaparición del marxismo y un interés nuevo por el socialismo. El resurgimiento del ra
LA ECONOMÍA MIXTA 294 dicalismo, que cobró fuerza en los años sesenta, era menos un ataque a la teoría y la política eco nómicas dominantes que una crítica al sistema económico y sus efectos. Apareció un nuevo inte rés por el marxismo, junto con un gran número de análisis radicales no marxistas del mando mo derno. Un libro encabezó en los Estados Unidos el re surgimiento del marxismo como instrumento de análisis de la economía contemporánea: Monopoly Capital (1966), de Paul Baran y Paul Sweezy. Baran quien murió dos años antes de la publicación del libro, era profesor de Economía en la Universidad de Stanford. Un libro anterior, La economía políti ca del crecimiento (1957) (f c e , México 1973), lo había distinguido ya como un contribuyente im portante a la teoría económica marxista. Aquí se enfocaba la atención sobre el monopolio como el as pecto distintivo del capitalismo más desarrollado, sobre la producción de un excedente económico que debía ser repartido, y sobre un impulso hacia el im perialismo económico que conduciría inevitable mente al conflicto entre las economías avanzadas y las subdesarrolladas. Todos estos temas habrían de ser desarrollados en el libro posterior. Su coautor, Paul Sweezy, había iniciado una carrera académica enseñando en la Universidad de Harvard de 1934 a 1942 y escribiendo dos ensayos importantes sobre los grupos de interés en las corporaciones norteamerica nas y sobre la teoría del oligopolio. Trabajó para el gobierno durante la segunda Guerra Mundial y lue go ayudó a fundar en 1949 la prominente publica ción marxista estadunidense Monthly Review, en cuyo cuerpo editorial ha participado desde entonces. Escribió también una importante obra marxista,
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Teoría del desarrollo capitalista (1942) ( f c e , Mé xico, 1974), que constituye todavía la mejor re visión de la teoría económica marxista básica para el lector contemporáneo. Monopoly Capital constituyó una aportación im portante a la teoría marxista al desviar la atención del supuesto de una economía competitiva que re sultaba básico para el análisis original desarrollado por Marx y concentrarse en los aspectos monopólicos de la empresa gigante en la economía con temporánea. En este proceso también minimizaba el papel de la clase trabajadora y la lucha de cla ses, al describir la lógica de una economía dominada por grandes corporaciones privadas. El argumento se desenvuelve así: Las grandes corporaciones monopólicas pueden man tener sus precios de venta a niveles relativamente altos mientras compiten entre sí para reducir sus cos tos, hacer publicidad y vender, y desarrollan produc tos nuevos o modificados, todo ello en una carrera gigantesca por los beneficios. El resultado es un excedente económico que no puede ser absorbido por el gasto en consumo, por dispendioso que sea, ni por la inversión empresarial, que sólo aumenta el ex cedente. Una parte del excedente se absorbe en es fuerzos enormes de ventas y comercialización y otra parte en el empleo gubernamental. Pero el impulso principal del capital monopólico se orienta hacia el imperialismo y el militarismo como el camino más fácil y seguro para la utilización de una capacidad productiva que de otro modo estaría ociosa. En el proceso, la explotación se concentra en los trabajadores de bajos salarios dentro del país, sobre todo los ne gros y otros grupos minoritarios, y en las áreas subdesarrolladas del exterior que proveen oportunidades
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de beneficios mayores aún que las de la economía interna. Para el individuo común, el nexo del bene ficio y la relación de intercambio destruyen las re laciones humanas dotadas de sentido, lo que conduce a la alienación, hostilidad y carencia de propósito generalizadas. Todo el sistema es esencialmente irra cional, porque si bien las unidades económicas indi viduales pueden operar con el mayor hincapié en las decisiones racionales, el sistema en conjunto se dirige hacia metas irracionales. Sin embargo, el sistema con tinúa funcionando con eficacia gracias al gasto militar y a las políticas keynesianas de pleno empleo. Así continuará haciéndolo hasta que los países menos desarrollados arrojen el yugo del neocolonialismo y todo el sistema mundial del capitalismo industrial se derrumbe. Este breve resumen sólo puede sugerir la riqueza y el alcance del análisis y la airada condenación de la vida moderna contenidos en el libro. Si hu biese sido escrito por alguien que no fuese ninguno de los dos marxistas principales de los Estados Uni dos, podría haber tenido un gran éxito de librería, como ocurrió con algunas críticas no marxistas. Baran y Sweezy estaban describiendo claramente la misma economía que Galbraith, y gran parte de sus análisis son paralelos. Con todo, Monopoly Capital ha ejercido una influencia siempre cre ciente en los Estados Unidos y el exterior. Es probable que un libro anterior haya sido igualmente influyente para estimular los análisis radicales de la sociedad moderna. Se trata de La élite del poder (1956) ( f c e , México, 1973), escrito por el sociólogo de la Universidad de Columbia C. W right Mills (1916-1962). Mills sostenía que los Estados Unidos están gobernados por un grupo eli
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tista de líderes empresariales, financieros, guberna mentales y laborales que administran los grandes organismos burocráticos que dominan la vida mo derna. Reclutado en un estrato relativamente pe queño de la sociedad, este grupo de varios miles de administradores elitistas se selecciona por un proce so informal donde los líderes antiguos transmiten un sistema de valores que enfatiza la adquisición de la riqueza y la empresa privada. La oligarquía más bien que la democracia domina ahora en los Estados Unidos, junto con los valores corruptos del mate rialismo individualista, según Mills. Un tercer análisis radical, contenido en el libro de James O’Connor The Fiscal Crisis of the State (1973), centra su atención en los conflictos apareci dos dentro de los países industriales avanzados. Al revés de Baran y Sweezy, O’Connor sostiene que el capitalismo industrial se está aproximando a una crisis o causa de sus dificultades internas. El pro blema fundamental es el señalado por Marx: la expansión rápida de la capacidad de producción y el crecimiento insuficiente del poder de compra. Las empresas tratan de resolver sus problemas indi viduales de ventas insuficientes gastando grandes sumas en publicidad. Esto ayuda un poco, pero no basta. El gobierno debe intervenir con pro gramas incrementados de gastos tendientes a sos tener la prosperidad que incluyen el empleo pú blico, los programas de beneficencia, y el gasto militar. Pero estos programas deben ser financiados. Se elevan los impuestos, pero esto genera la opo sición política, de modo que el gobierno recurre a los empréstitos, lo que provoca la inflación. En consecuencia se reducen los programas, lo que hace aumentar el desempleo y el descontento. La eco
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nomía se ve atrapada así en un conflicto de tres extremos entre el desempleo creciente, el aumento de los impuestos y el incremento de la inflación. Al aproximarse la crisis, los tres extremos abaten la economía. El análisis de O’Connor parecía ade cuarse a los acontecimientos reales de mediados de los años setenta. Otros disidentes enfocaron los efectos del capi talismo industrial sobre la vida diaria de los hom bres. Istvan Mészáros en Marx’s Theory of Alienation (1970), y Walter A. Weisskoff en Alieruition and Economics (1971), se ocuparon de los efectos psicológicos del capitalismo moderno, sosteniendo que las satisfacciones personales disminuyen a pe sar de la creciente riqueza material. Harry Braverman sostuvo en Labor Under Monopoly Capitalism (1975) que el trabajo se degrada a medida que el capitalismo industrial avanza hacia niveles más altos de la tecnología y hacia un mayor control administrativo del lugar de trabajo. Estos libros pintan una crisis en la vida diaria para comple mentar la crisis general del conjunto de la econo mía presentada por O’Connor. Estos temas —dominio de la economía por cor poraciones gigantescas dirigidas por una élite que se selecciona a sí misma y el derrumbe final de la economía capitalista— constituyen los rasgos dis tintivos de los análisis radicales de la economía moderna. La consecuencia, en lo tocante a la ac tuación económica individual y a la vida del indi viduo, es una gran preocupación de una porción importante de los economistas jóvenes que apenas empiezan su carrera. Temas tales como la natu raleza y los efectos del gasto gubernamental y la distribución del ingreso están recibiendo una nue
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va atención desde perspectivas radicales. En los Estados Unidos, la Unión de Economía Política Ra dical edita una publicación periódica, patrocina conferencias nacionales y regionales, y está presente en las reuniones anuales de la circunspecta Aso ciación Económica Norteamericana. En Inglaterra, un grupo de economistas jóvenes de las universida des principales ha asumido intereses radicales y formas de análisis marxistas. En el continente eu ropeo, el movimiento estudiantil de los años se senta observado en Alemania, Francia e Italia te nía una fuerte orientación marxista. El principal teórico allí es Ernest Mandel, cuya Teoría econó mica marxista (1968) combina una revisión y re afirmación de la economía marxista básica con un análisis de la forma en que las modernas eco nomías occidentales pueden pasar del capitalismo al socialismo. El resurgimiento marxista y el pensamiento eco nómico radical relacionado no se asocian en par ticular con el apoyo a la Unión Soviética y su forma de socialismo. Muchos radicales, incluidos algunos marxistas ortodoxos, contemplan con desa liento los métodos de planificación centralizada bu rocrática de la Unión Soviética. Se sienten más iden tificados con la administración descentralizada y el socialismo de mercado, y contemplan el sistema de administración de los trabajadores que se des arrolla en Yugoslavia como algo más ideal. Tam bién está generando gran interés la orientación ha cia el mercado de la planificación aplicada en Hun gría y otros países de Europa Oriental a fines de los años sesenta, que hace gran hincapié en los deseos de los consumidores y las indicaciones que éstos hacen a los planificadores mediante sus deci
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siones de compra. En todo el mundo se busca una alternativa al capitalismo de empresa privada practicado en los Estados Unidos y Europa Occiden tal, y a la planificación estatal centralizada de la Unión Soviética.
XII. LA CRISIS CONTEMPORÁNEA Al in ic ia r s e el último cuarto del siglo xx, los Es tados Unidos se preparaban para celebrar su bicentenario en medio de una época problemática. Una guerra desastrosa en el sudeste asiático acababa de terminar y un Presidente había sido obligado a renunciar en una nube de escándalo. La inflación acelerada de principios de los años setenta produjo la recesión/depresión más grave desde los años treinta. Las dificultades financieras de la ciudad de Nueva York se vieron acompañadas por una quiebra masiva de los ferrocarriles del noroeste. Un cartel de países productores de petróleo impuso un aumento de cinco veces en el precio del petró leo. La tenue dátente establecida entre los Estados Unidos y la URSS en materia de asuntos interna cionales empezó a desintegrarse, creando la po sibilidad de una nueva carrera armamentista y el espectro de la guerra nuclear. Las dificultades eco nómicas de Inglaterra y la inestabilidad política de España, Italia, Portugal y Francia, amenazaban la estabilidad de la política europea. El antiguo sistema financiero internacional creado en Bretton Woods en 1945 había muerto ya, víctima de la inflación y los déficits de la balanza de pagos de los Estados Unidos, y era sustituido por un pa trón improvisado y desconocido de tasas de cambio libremente flotantes. Aunque la síntesis poskeynesiana parecía no sólo dominante, sino triunfante, en la época de prospe ridad que siguió a la segunda Guerra Mundial, su posición no era en modo alguno segura. Como 301
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hemos visto, la atacaban Friedman y los moneta ristas conservadores, los críticos liberales seguidores de Galbraith, y los radicales de varias clases. En el espectro político ocupaba el gran campo intermedio, por aceptar los lincamientos principales de la so ciedad económica existente, al mismo tiempo que trataba de hacer reformas marginales que mejo raran un poco las cosas. En los años setenta, este enfoque principal de la economía se desacreditaba crecientemente. La macroeconomía keynesiana y las políticas derivadas de ella no podían resolver la aparición simultánea del desempleo y la infla ción, llamada por algunos “estanflación” para in dicar la inflación en un período de estancamiento económico. Al mismo tiempo, algunas ideas nue vas en los niveles más altos de la teoría pura de bilitan gravemente algunas de las doctrinas prin cipales y las concepciones básicas de la microeconomía neoclásica. Al momento de escribir estas líneas, la economía como ciencia teórica y política está perturbada, con la síntesis poskeynesiana bajo un fuerte ataque por no poder explicar y corregir las múltiples enfermedades económicas de los años setenta. Una reformulación de la teoría keynesiana se encuentra en sus etapas embrionarias. Todavía no podemos percibir el momento en que llegará a madurar y la forma que asumirá, pero éste es un gran momento para el estudio de la ciencia econó mica, ya que el tema está en fermento a todos los niveles. D e se m p l e o e in f l a c ió n
La macroeconomía keynesiana explicaba la exis tencia del desempleo y la inflación en términos
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de la demanda agregada o poder de compra total. Si había un poder de compra demasiado pequeño, la producción bajaría y el desempleo aumentaría. El remedio consistía en encontrar un estímulo eco nómico: más gasto público, o un incremento de la oferta monetaria, o una combinación de las dos cosas. Por otra parte, la inflación se consideraba causada por un gasto excesivo, y el remedio era la reducción del gasto público y la restricción mo netaria. En medio se encontraba el “sueño imposi ble”, un equilibrio económico de pleno empleo, pre cios estables, un presupuesto público equilibrado, y una política monetaria “adecuada’. Sin embargo,, en lo tocante a las causas de la in flación, los economistas reconocieron tres excep ciones a la explicación general o “regla”. Los pre cios podrían aumentar si aparecieran estrangulamientos en la producción de industrias fundamen tales, como la del acero, antes de alcanzar el empleo pleno en el conjunto de la economía. Y los precios podrían aumentar si las escaseces de mano de obra o el poder de los sindicatos hiciesen aumentar los salarios, incrementando así los costos; el aumento del gasto total permitiría que este “empuje de los costos” se tradujera en precios más altos. Por último, toda la estructura de costos de la economía podría elevarse si aumentaran los costos de un insumo bá sico, como ocurrió cuando el costo del petróleo se disparó a principios de los años setenta (aunque la mayoría de los economistas no pensó en esta excepción antes de su aparición real). Pero la idea fundamental subsistía: el desempleo es provocado por un gasto demasiado pequeño y la inflación por uno excesivo. Estas explicaciones keynesianas de la inflación
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no pudieron aclarar del todo el comportamiento de los niveles de precios a partir de los años cin cuenta. Por ejemplo, los precios aumentaron en forma constante a fines de los años cincuenta, a pesar del desempleo creciente y del ensanchamiento de la brecha existente entre la capacidad de pro ducción y la producción efectiva. Cuando ocurrió una recesión en 1958-1959 y los precios aumentaron aún más de prisa que antes, se puso en evidencia la incorrección de la teoría. Se argüyó que los cam bios de la demanda ocurridos durante una recesión eran desiguales, ya que la demanda bajaba en algunas industrias y aumentaba en otras. Sin em bargo, cuando la demanda bajaba no se reducían los precios (como debiera ocurrir de acuerdo con la teoría básica) porque éstos eran inflexibles hacia abajo; es decir, las grandes corporaciones aumenta rán sin dificultad sus precios para satisfacer el aumento de demanda, pero tienen poder suficiente para negarse a bajar los precios cuando disminuya la demanda. Pero esa adición al modelo no podía explicar el empeoramiento de la inflación obser vado en los años sesenta, cuando el desempleo y la capacidad ociosa se generalizaron por toda la eco nomía. En ese momento aparecí^ la llamada doc trina de la “Curva de Phillips”. Esta curva —llamada así en honor del economista inglés A. W. Phillips, quien publicó un estudio de los salarios y precios en Inglaterra— demostraba presumiblemente una relación inversa entre el desempleo y los precios: cuando el desempleo era elevado y existía mucha capacidad ociosa en la economía, los precios ten dían a permanecer estables o a aumentar lenta mente; pero a medida que el desempleo bajaba y la capacidad ociosa se reducía, los precios empe
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zaban a aumentar más de prisa. Esta idea ganó gran popularidad entre los economistas a fines de los años sesenta, porque parecía ajustarse a los hechos. Pero en los años setenta quedó desacredita da la relación de la Curva de Phillips: los precios continuaron aumentando independientemente de la tasa de desempleo o la extensión de la capacidad ociosa en la economía. No parecía evidente ninguna relación clara. Recordemos también que todo esto ocurría mien tras los críticos de la corriente principal de la cien cia económica elaboraban otras teorías de la in flación. Friedman sostenía que las políticas eco nómicas keynesianas generaban aumentos de la oferta monetaria que provocaban inflación. Galbraith sostenía que las negociaciones salariales en tre las grandes empresas y los grandes sindicatos provocaban inflación: las empresas concedían au mentos salariales mayores que los incrementos de la productividad y elevaban los precios para resar cirse de la diferencia y proteger sus beneficios. Los radicales afirmaban que la inflación se debía al aumento del gasto militar y a las guerras inheren tes en el sistema capitalista, o bien —como decía O’Connor— que la economía capitalista inheren temente inestable sólo podía estabilizarse con me didas inflacionarias en sí mismas. Ninguno de estos argumentos podía ser refutado satisfactoriamente porque la teoría keynesiana ortodoxa carecía de una explicación adecuada de la infortunada dis paridad existente entre la teoría y los hechos. Sin embargo, un economista inglés, Nicholas Kaldor, elaboró un análisis keynesiano de la in flación y el desempleo simultáneos. Según Kaldor, las negociaciones celebradas entre las grandes em
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presas y los grandes sindicatos generaban salarios más altos e incrementos del gasto total, cualquiera que fuese el nivel de la demanda agregada. Si la economía era próspera y la producción aumentaba al mismo ritmo que los salarios, todo marcharía bien. Pero si llegaba una recesión, la producción bajaría mientras el poder de compra continuaba aumentando; los precios se elevarían mientras au mentaba el desempleo a causa de la declinación de la producción. Pero el remedio propuesto por Kaldor era muy poco ortodoxo: si se estimulaba la expansión económica, la producción aumentaría y aliviaría la presión ascendente de los precios, co rrigiendo a la vez la inflación y el desempleo. Pocos economistas escucharon a Kaldor, sobre todo por que el remedio aceptado para la inflación consistía en enfriar la economía en lugar de calentarla. Sin embargo, la experiencia norteamericana de 19741976 parecía apoyar el análisis de Kaldor; la in flación se aceleró durante el peor momento de la recesión y se redujo al empezar la recuperación. Pero fuera de Kaldor, la corriente principal del pensamiento keynesiano parecía alejada de los he chos. P r o b l e m a s d el c r e c im ie n t o e c o n ó m ic o
Una parte de la dificultad se encontraba en los cambios ocurridos de continuo en la estructura del capitalismo industrial. El crecimiento econó mico y la acumulación de capital, las fuerzas eco nómicas analizadas por los economistas clásicos des de Adam Smith hasta David Ricardo y Karl Marx, provocaban cambios lentos pero persistentes en la
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economía, que la macroeconomía keynesiana no po día manejar por estar orientada hacia los cam bios a corto plazo del gasto total y por suponer la existencia de una estructura dada en las insti tuciones económicas. Los economistas clásicos habían hecho hincapié en la transformación continua del trabajo en capi tal como una estructura básica del capitalismo. Adam Smith y David Ricardo subrayaron los as pectos de crecimiento de la acumulación de capital, mientras Marx destacaba la creación de acumula ciones privadas de riqueza y altos ingresos para unos cuantos. En la economía moderna, la pola rización de la sociedad pronosticada por Marx se atenuó por la acción de los gobiernos mediante la tributación, el gasto de beneficencia y otros pro gramas. Pero mientras así se corrigieron en parte las disparidades crecientes del ingreso y la riqueza personales, la mayoría de los países alentó la acumu lación de capital en manos de las empresas. Las utilidades retenidas y reinvertidas por las empre sas hicieron aumentar su capital. Se promovió la concentración del capital en manos de corporacio nes gigantescas y las más grandes de ellas se vol vieron multinacionales. Al mismo tiempo, el cam bio tecnológico continuó promoviendo la sustitu ción de la mano de obra por el capital, sobre todo en las industrias de salarios altos, intensivas en capital, donde los sindicatos fuertes podían recla mar una participación grande en las ganancias del crecimiento y la mayor productividad. Los salarios altos de tales industrias promovieron también la inversión de corporaciones multinacionales en las áreas que contaban con mano de obra excedente (y salarios bajos) en las regiones subdesarrolladas
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del mundo. Como veremos, la modernización ten dió a promover allí un crecimiento mayor de la población y el incremento del excedente de mano de obra, lo que alentaba mayores inversiones de las empresas multinacionales. Mientras tanto, en los países industriales avanzados una fuerza de trabajo creciente encontraba pocas oportunidades en el sector sindicalizado de salarios altos, dominado por grandes corporaciones y grandes sindicatos. El re sultado, como explicamos en el capítulo anterior, fue el desempleo “estructural”, un número creciente de trabajadores en las industrias de servicios de sa larios bajos, y mayor gasto público que a largo plazo sólo podía financiarse elevando los impuestos o mediante la inflación, o en ambas formas. Con variaciones debidas a las circunstancias diferentes, este proceso se observaba en todas las áreas indus triales de América del Norte y Europa Occidental. Estas tendencias quedaron ocultas durante algún tiempo por el crecimiento económico y el propio cambio tecnológico. Las nuevas tecnologías provoca ron el desarrollo de nuevas industrias completas —electrónica, televisión y computadoras, por ejem plo— y la expansión rápida de otras, como el trans porte aéreo y la industria de los plásticos. Los nue vos empleos creados allí mantuvieron el dinamismo de la economía y el desempleo relativamente bajo durante los años cincuenta. Pero a medida que disminuía el ritmo de crecimiento de estas indus trias, las fuerzas antes descritas se hicieron más evidentes. Al iniciarse el decenio de los años setenta, estaba claro que el proceso mismo del crecimiento económico creaba problemas de desempleo y de ingresos bajos en lo más hondo de la estructura del capitalismo industrial.
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El crecimiento económico planteaba también los problemas del uso de recursos y la contaminación, sobre todo en los años sesenta y setenta, cuando podía advertirse con claridad el efecto del creci miento continuo. Una economía creciente debe con tar con crecientes insumos de materias primas a medida que utiliza cantidades crecientes de energía para producir más bienes y más desperdicios. La tecnología actual se basa en gran medida en re cursos y fuentes de energía no renovables, y utiliza los depósitos del aire, la tierra y el agua para la eliminación de los desperdicios. Pero los recursos y los depósitos son limitados. Si un recurso em pieza a agotarse, puede recurrirse a otro, pero este último tampoco es renovable. Y una acumulación continua de desperdicios puede afectar tanto al ambiente que se vean amenazadas la salud y la vida. Los economistas empezaron a examinar estos pro blemas. Donella H. Meadows y otros informaron en Los límites del crecimiento (1972) ( f c e , Mé xico, 1973), sobre los resultados obtenidos en una simulación por computadora del crecimiento econó mico mundial en un ambiente de recursos limitados, y mostraron que no podrían mantenerse las tasas de crecimiento económico del pasado reciente. Un solo factor limitante, como los depósitos de hierro, por ejemplo, no podría hacer cesar el crecimiento, pero los efectos combinados de varios factores interrelacionados sí podrían hacerlo. Por ejemplo, el riego de los desiertos podría generar grandes incrementos en la producción de alimentos, pero aun si pudiera encontrarse el agua necesaria, tales proyectos requie ren cantidades enormes de energía y capital cuya producción está sujeta a límites en otras partes.
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Los avances de la tecnología y los inventos que seguirán apareciendo pueden proveer nuevo espa cio para el crecimiento, pero los límites son inhe rentes a los recursos limitados de este planeta. Esta observación se hizo en un artículo muy citado de Kenneth Boulding. The Economics of the Corning Spaceship Earth (1966). Boulding encuentra la so lución en el desarrollo final de un sistema econó mico “cerrado”, que como un sistema biológico esta ble utilice todos sus productos como insumos, in cluidos los desperdicios. Hermán E. Daly definió en términos más precisos la economía viable del fu turo. Su artículo sobre The Steady-State Economy: Toward a Polilical Economy of Biophysical Equilibrium and Moral Growth (1971) propugnaba una población constante, una riqueza física cons tante, y una distribución socialmente planificada de los bienes, mientras el crecimiento puede ocurrir en la esfera moral. Otro requerimiento puede ser el de unidades económicas más pequeñas que uti licen tecnologías dignificadoras del trabajo humano en lugar de sustituirlo por máquinas, como acon seja E. L. Schumacher en su libro Small Is Beautiful: Economics As If People Mattered (1973). Sin embargo, es posible que no haya tiempo para hacer los cambios necesarios. Robert L. Heilbroner, en An Inquiry Into the Human Prospect (1975), com para la trayectoria actual del crecimiento econó mico mundial con los problemas convergentes de la población, los alimentos, los recursos y la conta minación, y contempla una serie de catástrofes potenciales o efectivas que en el futuro pueden provocar “cambios convulsivos”. La humanidad pue de sobrevivir a esta perspectiva sombría, concluye Robert L. Heilbroner, pero sólo si la sociedad huma
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na se reorganiza sobre una base muy distinta de la actual. Afrontamos la perspectiva de una disminución del crecimiento económico. Pero el crecimiento ha sido necesario siempre para satisfacer la tenden cia adquisitiva que motiva al capitalismo. Una economía estable requerirá actitudes diferentes ha cia las cosas materiales, y ello sugiere cambios drás ticos de las instituciones económicas. Además, el capitalismo moderno tiene una distribución muy desigual del ingreso, la riqueza y el poder, acep tada por la mayoría de los hombres a causa de los beneficios materiales que obtienen. Cuando las ganancias materiales disminuyan o cesen, el hom bre común, hasta ahora relativamente contento, no aceptará ya tan fácilmente la desigualdad. Sin crecimiento resulta mucho más probable la redis tribución del ingreso y la riqueza. No es pro bable que sobreviva el capitalismo, tal como lo conocemos, en una época que avanza hacia una economía sin crecimiento, y es probable que afron te conflictos sobre la distribución del ingreso y la riqueza. L a e c o n o m ía i n t e r n a c i o n a l
En la economía internacional surgen problemas igualmente perturbadores. El crecimiento económi co observado después de la segunda Guerra Mun dial incluyó un gran incremento del comercio in ternacional. Las reducciones de los aranceles y las barreras comerciales ayudaron a este desarrollo, y el sistema financiero internacional creado por los Acuerdos de Bretton Woods de 1945 proveyó
LA CRISIS CONTEMPORÁNEA 31? una base financiera estable para el comercio y la inversión internacionales. Parecía haber lle gado una nueva época de prosperidad mundial basada en los beneficios de la especificación y el comercio, hasta que empezaron a aparecer fi suras en los años sesenta. El desarrollo de un sistema bancario mundial en gran medida independiente de los sistemas y con troles bancarios de cualquier país creaba un pro blema nuevo. Este sistema llamado “Eurobanco” se ocupa de préstamos, depósitos e inversiones en una gran diversidad de monedas nacionales. Aun que los bancos participantes tienen su sede en paí ses individuales como los Estados Unidos, Japón, o Alemania, sus transacciones con otras monedas es capan en gran medida al control de las autoridades monetarias. Por ejemplo, si un banco suizo presta liras italianas a un armador griego para el financiamiento de compras de maquinaria alemana, el préstamo no cae bajo la autoridad o la regulación de las autoridades monetarias de ninguno de esos países y no está sujeto a sus políticas monetarias. El sistema monetario mundial tiene ahora una parte importante que en gran medida está libre de todos los controles, excepto los establecidos por los ad ministradores privados de los propios bancos inter nacionales. Hay en la economía mundial una gran capacidad potencial de expansión monetaria exce siva y de inestabilidad que no existía hace veinti cinco años. El primer episodio de la expansión excesiva, con consecuencias muy graves, se produjo a fines de los años sesentas y principios de los setentas. Alimenta das en gran medida por dólares provenientes de los déficit de balanza de pagos de los Estados Unidos
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(es decir, se gastaba en el exterior una cantidad mayor que la obtenida de las exportaciones), las reservas del sistema de Eurobanco aumentaron rá pidamente. Esto condujo a una gran expansión de los préstamos bancarios y a una duplicación de la oferta monetaria europea en el breve lapso de cinco años. Esta expansión monetaria incontrolada con tribuyó significativamente a la inflación de 19681973, ya que ocurría en lo más álgido del gasto militar norteamericano para la guerra de Vietnam. Los precios del petróleo aumentaron en 1973-1974 e intensificaron la presión inflacionaria. La absor ción de cualquiera de estos fenómenos por las es tructuras mundiales de precios habría resultado di fícil; en conjunto, produjeron uno de los peores episodios de inflación mundial de los últimos dos cientos años. Por supuesto, a la inflación siguió la depresión. Los precios aumentaron más de prisa que los in gresos y el poder real de compra bajó, generando una declinación de la producción y un aumento del desempleo. Pero debido a que los precios crecientes siempre tardan algún tiempo para afectar toda la estructura de precios, continuaron aumentando aun durante el peor desempleo de mediados de los años setenta. En algunos sentidos, el desempleo y la inflación simultáneos del período podían en tenderse sin dificultad en los términos tradicionales. Pero había una diferencia importante: tanto la inflación como la depresión tenían alcances mun diales, por encima de las fronteras nacionales. Las políticas destinadas a corregir la inflación, toma das por gobiernos singulares en países individua les, tenían escaso efecto sobre una inflación cuya fuente y cuyos alcances eran internacionales.
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Así pues, para mediados de los años setenta el sistema financiero y monetario internacional había introducido en la economía mundial una fuente de inestabilidad nueva y todavía no controlada. La expansión y la contracción erráticas de la oferta monetaria mundial eran ahora una posibilidad, por la falta de control de la política monetaria. Las dificultades económicas de un país podían trans mitirse rápidamente a otros países, mediante trans ferencias rápidas de capital por la vía del sistema de Eurobanco y por un sistema de tasas de cambio flotantes entre las monedas nacionales. Los bancos centrales de los principales países industriales, como el Sistema de la Reserva Federal en los Estados Unidos, se encontraron con una influencia consi derablemente reducida sobre todos los eventos eco nómicos. Otros problemas más fundamentales surgieron en la economía internacional a medida que la in dustrialización se difundía en las áreas menos des arrolladas. Se movilizó el capital desde los paí ses avanzados, y también desde el interior de los países subdesarrollados, para promover la indus tria, la minería y la agricultura comercial; las corporaciones internacionales y los programas de ayuda gubernamentales mostraban el camino. Hay ahora un gran debate entre los economistas y entre los habitantes de los países subdesarrollados acer ca de si los efectos de este desarrollo son del todo deseables, y todavía no disponemos de todos los datos pertinentes. Uno de sus resultados ha sido sin duda el de los mayores ingresos y mejores niveles de vida para muchas personas. Pero los beneficios han sido desiguales. En la mayoría de los países subdesarrollados ha surgido un nú
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mero relativamente pequeño de hombres muy ricos, al lado de masas de hombres muy pobres. Este desarrollo desigual genera inestabilidad política, la que a menudo se combate con represión cuando se producen disturbios. El desarrollo económico de esta clase es incompatible con la democracia en muchas partes del mundo. La modernización produce también altas tasas de crecimiento demográfico. Las medidas moder nas de salud pública y los programas de salubridad han hecho bajar las tasas de mortalidad mientras las tasas de natalidad siguen siendo elevadas. La población excedente resultante hace bajar los sa larios, lo que atrae la inversión de capital de empre sas multinacionales. La expansión económica atrae más población excedente de las áreas rurales que pasa a vivir en barrios urbanos miserables, donde la pobreza mantiene elevadas las tasas de natalidad y añade presión descendente a los salarios, mien tras propietarios y administradores se hacen ricos. Mientras tanto, en el campo, las familias campe sinas reaccionan ante la pérdida de población por la migración a las ciudades como siempre lo han hecho: procreando más hijos. Se establece un círcu lo vicioso de la modernización, que puede perpe tuarse en forma indefinida. Este patrón se observa en gran parte de América Latina y Asia, pero en menor medida en África, dada su estructura social tribal más bien que campesina. Pero en todo el mundo subdesarrollado, los problemas del des arrollo desigual empeoran por la producción de exportaciones agrícolas como el azúcar o el cacao en lugar de los alimentos básicos para el consumo interno. Es posible que el desarrollo económico y la modernización estén intensificando las presio
316 LA CRISIS CONTEMPORANEA nes demográficas y la pobreza en lugar de miti garlas. La población mundial sigue aumentando con rapidez. Hace apenas doscientos años no llegaba a mil millones de habitantes, pero en 1975 ya lle gaba a cuatro mil millones, y si no se controla podrá llegar a más de diez mil millones de ha bitantes quizá en cincuenta años. Pero el control existirá. El hambre, la enfermedad, y quizá la gue rra, nivelarán la población. Algunos expertos de mógrafos de las Naciones Unidas prevén ahora una población mundial de seis mil a siete mil mi llones de habitantes para mediados del siglo pró ximo. A ese nivel, y con la producción de alimentos previsible, más de la mitad de la población del mundo apenas podrá subsistir. Toda reducción del abasto de alimentos debido a las sequías, podrá desencadenar la inanición masiva y quizá terribles perturbaciones políticas. Hemos entrado a una épo ca donde la relación existente entre alimentos y po blación constituye una gran preocupación. Una de las razones de la preocupación es la distribución desigual del control sobre los recursos. Los países relativamente ricos, con su población relativamente estable y sus niveles de vida cre cientes, usan la mayor parte de los recursos del mundo. También poseen la mayor parte de la ri queza del mundo y el control de la mayor parte del capital del mundo. Los países subdesarrolla dos tienen niveles de vida mucho más bajos y consumen menos por persona, pero sus poblaciones crecen rápidamente./ Aun si llegaran a controlar el crecimiento de su población en los próximos cincuenta años, es probable que nunca alcancen los niveles de consumo por persona de los países
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ricos. Simplemente no hay recursos suficientes en el mundo para que ello ocurra, por lo menos con los patrones actuales de consumo y uso de re cursos. Estos problemas pasaron a primer plano a fines de los años sesenta y principios de los setenta. El crecimiento económico mundial parecía estar ge nerando una trampa maltusiana, por lo menos en algunas partes del mundo subdesarrollado, al mis mo tiempo que las privaba de una porción con siderable de sus recursos. Ya no podrían sos tener los economistas que la canalización de una parte de los dividendos del crecimiento, de los países avanzados hacia las regiones subdesarrolladas, aseguraría el crecimiento autosostenido y el mejoramiento de los niveles de vida del Tercer Mundo. El c o n f l i c t o i d e o l ó g i c o y e l g a s t o m i l i t a r
El gasto militar en gran escala contribuyó tam bién a los problemas de la economía mundial. La división del mundo en un bloque capitalista y otro comunista, encabezados por los Estados Unidos y la Unión Soviética respectivamente, generó una rivalidad militar, política y económica. La política norteamericana de contención trataba de aislar de la influencia comunista la mayor porción posible del mundo, y tuvo el efecto de mantener abiertas las áreas no comunistas a la expansión del co mercio y la inversión. En esta forma, la política de contención ayudó a promover la gran era de prosperidad mundial que siguió a la segunda Gue rra Mundial.
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La contención y la rivalidad política y económica generaron grandes gastos militares norteamericanos y soviéticos, junto con el desarrollo de las armas nucleares, los proyectiles teledirigidos y el equipo electrónico de apoyo. El nuevo arsenal contribuyó en gran medida a los cambios tecnológicos que ayudaron a promover la inversión y la mayor pro ductividad en todos los países industriales, y los grandes gastos militares ayudaron a soportar los al tos niveles de demanda agregada que generaron prosperidad y crecimiento económico durante los años cincuenta y sesenta. En estos sentidos, el gasto militar constituyó un apoyo positivo de las econo mías industriales. Pero en la URSS los grandes gastos militares impedían los incrementos de la producción de bienes de consumo, y la incapacidad del gobierno soviético para acrecentar adecua damente los niveles de vida contribuyó sin duda a la continuación del autoritarismo político, lo que intensifica la rivalidad internacional y el anta gonismo con los Estados Unidos. Pero el gasto m ilitar tiene dos caras, aun en una economía de empresa privada: las armas se usan para la destrucción, no para el beneficio hu mano; y las armas modernas se vuelven obsoletas con rapidez. En lugar de utilizar mano de obra y recursos naturales para producir bienes de con sumo o de capital que incrementen la producción en el futuro, la producción de armas es siempre un desperdicio. Podrá considerarse políticamente ne cesaria, pero no aumenta directamente el bienestar económico. Es por esto que los economistas de todos los credos políticos prefieren la paz a la gue rra: los recursos empleados en la producción de
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cañones significan menos recursos disponibles para la fabricación de mantequilla o arados. Además, el dinero gastado en armas se convierte en poder de compra para los consumidores, pero las armas no entran al mercado para absorber poder de compra. Si la producción de armas au menta cuando la economía se encuentra en el uso pleno de su capacidad de producción o cerca de él, el resultado es la inflación: el poder de compra aumenta, pero la cantidad de bienes disponibles para la venta se reduce por la desviación de la capacidad de producción de los bienes civiles a los militares.1 La guerra de Vietnam tuvo efectos inflacionarios particularmente fuertes. El gobierno norteamerica no trató de financiar la guerra sin aumentar con siderablemente los impuestos,, para que una gue rra impopular no se volviese más impopular toda vía. Los precios aumentaron por la desviación de la producción hacia usos militares, los grandes dé ficit presupuestaos, y el aumento de la oferta mo netaria. La inflación, aunada a los grandes gastos militares en el exterior, generó déficit enormes en la balanza de pagos de los Estados Unidos a principios de los años setenta. A su vez, estos déficit derramaron grandes cantidades de dólares de los Estados Unidos a los mercados monetarios del mundo, con tres resultados: la gran expansión de los préstamos del Eurobanco ya mencionados, i Ni siquiera un aumento de los impuestos basta para eliminar estas presiones inflacionarias. Las recaudaciones tributarias se gastan de inmediato, regresando el poder de compra a los consumidores, mientras que la desviación de la producción hacia fines militares continúa.
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que aumentó la inflación mundial; la devaluación del dólar, que promovió mayor inflación dentro de los Estados Unidos, y el derrumbe del sistema de tasas de cambio estables de Bretton Woods. Terminaba una época con la derrota militar, una política exterior desacreditada, y el desastre eco nómico por todo el territorio. T res t e o r ía s p e r t u r b a d o r a s
Hasta aquí hemos examinado algunos aspectos de la crisis contemporánea de la ciencia económica relacionados con problemas macroeconómicos: el desempleo y la inflación, los cambios de la estruc tura de la economía generados por el crecimiento y el cambio tecnológico, una economía y un siste ma financiero internacionales cambiantes, y las distorsiones del militarismo. Un mundo cambiante generaba problemas nuevos cuyo alcance y natu raleza escapaban al marco de la teoría y la política keynesianas tradicionales. La microeconomía neoclásica estaba también en dificultades, pero tales dificultades residían mucho más en problemas teóricos y conceptuales. En los límites de la teoría pura, algunos de los trabajos más avanzados de los propios economistas neo clásicos —a menudo muy abstractos y matemáticosestaban minando los fundamentos conceptuales de la corriente principal de la ciencia económica. La idea básica de la síntesis poskeynesiana era que el mantenimiento del crecimiento con pleno empleo permitiría que el sector privado operara con eficacia razonable. Los consumidores que tra taban de maximizar su bienestar, interrelacionán-
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dose con productores que trataban de maximizar su beneficio, generarían un patrón de producción satisfactorio para consumidores y productores. En el proceso surgiría una distribución del ingreso justa para todos, basada en la aportación del indi viduo a la producción. Se necesitaban mercados efectivamente competitivos, y deberían tomarse en cuenta las necesidades públicas mediante el gasto gubernamental, pero era de esperarse, en general, que la economía avanzara hacia una “mejor po sición” satisfactoria o de equilibrio, mediante la acción racional de productores y consumidores interrelacionados en el mercado. Ésta era la visión, mantenida frente a cambios institucionales que pa recían incompatibles con el modelo: el poder de mercado de las grandes empresas, la determinación del salario mediante la negociación colectiva, los grandes gastos de publicidad, y los efectos de los al tos niveles del gasto público. Estos elementos de la economía moderna se consideraban en gran me dida como modificaciones del análisis básico de fuerzas económicas que funcionaban en mercados autocontrolados. Sin embargo, la visión neoclásica empezó a desintegrarse frente a tres ideas nuevas que alcanzaron la prominencia en los años sesenta. Primera idea: El análisis de la incertidumbre. Ya en los años veinte, algunos economistas neoclá sicos empezaron a ocuparse del problema de la incertidumbre. Dado que los consumidores y los productores no conocen a plenitud todas las op ciones existentes, y que el conocimiento del fu turo es imposible, ¿cómo pueden tomarse deci siones racionales? Frank H. Knight (1885-1972) hizo uno de los primeros esfuerzos para la solución
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de este problema. En. Risk, Uncertainty and Profit (1921), sostuvo que la incertidumbre genera el ries go, y que el riesgo puede analizarse como la proba bilidad de la presentación de un evento. La pro babilidad puede calcularse con base en la experien cia, como ocurre con los seguros, y los costos eco nómicos del riesgo pueden incluirse entonces en las relaciones de costos utilizadas en la toma de decisiones. Knight sostuvo además que el bene ficio es la recompensa económica recibida por asu mir los riesgos inherentes a la actividad empresa rial. Mantuvo la idea del equilibrio determinado del mercado tratando la incertidumbre y la falta de conocimiento como un costo, y así permaneció la cuestión hasta poco después de la segunda Gue rra Mundial. En los años cincuenta y sesenta, los economistas empezaron a reexaminar el problema de la toma de decisiones en condiciones de incertidumbre, ocu pándose sucesivamente de problemas cada vez más complejos. Primero, la incertidumbre acerca del futuro implica que diversos individuos evaluarán en forma diferente la probabilidad de la presenta ción futura de un evento. Y algunos eventos ocu rren tina sola vez, como la elección de una carrera o la selección de una línea de actividad; sin ex periencia a la cual recurrir, ¿cómo determinaremos el resultado probable? Por último, supongamos que el mero azar —eventos completamente aleatorios— constituya un elemento importante de la experien cia humana, ¿cuál será el resultado? Para fines de los años sesenta, los teóricos económicos habían progresado desde el primero hasta el último de estos problemas, con resultados fascinantes, aunque pre liminares. La probabilidad subjetiva —evaluaciones
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diversas por individuos diferentes— no constituye un gran problema desde el punto de vista teórico. Sólo significa que las decisiones deben mantenerse flexibles y sujetas a la revisión o el cambio. En este caso sólo se modificó la solución de Knight. Pero tomada en unión de la decisión hecha en forma irreversible, la probabilidad subjetiva significaba que podrían hacerse con facilidad errores costosos. En términos económicos, podrían frustrarse los re sultados de maximización del bienestar de la econo mía competitiva de mercado. Y cuando interviene el puro azar, como cuando se tiran los dados o se da "un paseo al azar”, los teóricos concluyeron que ni siquiera un sistema perfectamente competitivo de mercados autocontrolados podrá determinar pre cios, cantidades y otros resultados. Ésta es una bom ba de tiempo teórica a punto de explotar en el centro del modelo neoclásico: si el mundo está sujeto en verdad a eventos aleatorios, no debemos esperar sólo una incapacidad para maximizar el bienestar, sino también (posiblemente) una inca pacidad para producir resultados que no sean va riaciones aleatorias. Podríamos argüir que en el mundo real los eventos son determinados, que ve mos precios, niveles de producción y de ingresos determinados por las fuerzas del mercado. Sin em bargo, si estos análisis económicos de la influencia de la incertidumbre y el azar se aproximan siquiera a la verdad, ya no podremos sostener que los re sultados serán óptimos. En realidad, es posible que los resultados no sean siquiera convenientes o be néficos, dependiendo del resultado del puro azar. Si todo esto parece muy teórico y no particular mente importante para el mundo en que vivimos, reflexionemos por un momento en el examen hecho
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al principio de este capítulo de los acontecimien tos perturbadores del último cuarto de siglo, los esfuerzos de los gobernantes por afrontarlos, y los resultados de tales acontecimientos. Estos análisis teóricos del papel de la incertidumbre y el azar en los asuntos humanos tienen el sabor de la verdad. Segunda idea: La teoría del óptimo condicionado (Second Best). El modelo neoclásico tiene otro pro blema. Las condiciones del mundo real son muy diferentes de las condiciones supuestas en la teoría. Por lo tanto, los resultados del mundo real dife rirán de las conclusiones derivadas de la teoría. Pero los economistas se inclinaban a dar por sen tada la proposición de que las conclusiones teó ricas podrían aplicarse al mundo real en la medida en que la realidad se aproximara al modelo teórico. Por ejemplo, se esperaba que las leyes antimonopólicas mejoraran el funcionamiento de la econo mía volviéndola más competitiva, y que la regu lación de los servicios públicos produjera resultados más cercanos a los de la competencia. Ahora sabemos que este supuesto simple no es correcto. Los teóricos que examinaron la natura leza de las situaciones no óptimas llegaron a una “teoría general del óptimo condicionado” que po dría resumirse en los términos siguientes: En una economía compleja e interrelacionada, toda variación de las condiciones supuestas por la teoría de los mercados perfectamente competitivos produce una solución no óptima. No hay manera de determi nar cuánto se alejará el resultado del óptimo (es decir, una ligera desviación de los supuestos podría
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producir un gran cambio en los resultados. Además, los esfuerzos tendientes a mejorar los resultados me diante el cambio de otras condiciones producirán un re sultado diferente, pero no podemos saber si tal resul tado se aleja tanto del óptimo como antes, o menos, o más. En otras palabras: nos encontramos en la posi ción A, que difiere de la posición ideal B. T ra tamos de avanzar hacia B y, en este mundo im perfecto, llegamos a G. Pero una vez allí, no sabe mos si C está más cerca de B o no. Veamos un ejemplo tomado de la regulación de los servicios públicos. A primera vista podría pa recer obvio que la reducción del poder monopólico y de los beneficios de un servicio público mediante la regulación gubernamental generará beneficios económicos, sobre todo para los consumidores en forma de tarifas menores. Pero no vayamos tan de prisa. Dado que otras industrias ganan altos bene ficios monopólicos, una reducción de los beneficios en el sector de los servicios públicos podría desalen tar la inversión en ese sector y el servicio se de terioraría, dejando a los consumidores y la socie dad peor que antes en el largo plazo. Dado que la “mejor” solución (que todas las industrias sean competitivas) no puede obtenerse, se busca una “segunda solución óptima” (imponiendo los resul tados competitivos en un sector), pero el resultado puede ser peor que la posición original. En este ejemplo, los precios son menores pero el servicio es peor. Si esto no basta, relacionemos los hallazgos del aná lisis de la incertidumbre y los de la teoría del óptimo condicionado: ¡los resultados del puro azar pueden ser
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mejores que los resultados de la elección deliberada y racionall Además, puede resultar imposible la de terminación del resultado preferible. En un mundo imperfecto, donde todas las soluciones son un óptimo condicionado, ya no podemos sostener que los resul tados obtenidos de la libre operación de los merca dos autocontrolados son necesariamente convenientes. Simplemente no lo sabemos. Tercera idea: La teoría de la elección social. La corriente principal de la ciencia económica siem pre tuvo un lugar para los gastos „públicos. Estos gastos se introducían sin dificultad al modelo prin cipal demostrando que podrían hacerse elecciones sociales racionales comparando beneficios y costos. Mientras los beneficios superen a los costos, podrán aumentarse los gastos hasta que los beneficios in crementados sean iguales a los costos crecientes. Los votantes o sus representantes decidirán sobre los gastos públicos como los consumidores deciden acerca de sus gastos individuales. Por supuesto, hay complicaciones, pero el principio básico era sencillo. En 1951 apareció un libro impresionante, Social Choice and Individual Valúes, de Kenneth J. Arrow, que establecía lo que desde entonces se ha llamado “teorema de la imposibilidad de Arrow”. Despojado de su aparato teórico, el teorema puede presentarse en términos simples: Si hay más de dos posiciones ideológicas fundamen tales diferentes, ninguna de las cuales cuenta con la mayoría, y hay más de dos opciones de política, quizá no pueda llegarse a una decisión satisfactoria para la mayoría.
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Un ejemplo simplificado utiliza tres grupos distin tos de igual tamaño, A, B y C, cada uno de los cuales tiene un orden diferente de preferencias entre tres opciones de política distintas, X, Y y Z. En el cuadro siguiente aparecen los tres grupos y sus preferencias:
Primera elección Segunda elección Tercera elección
Grupo A X Y Z
Grupo B Y Z X
Grupo C Z X Y
Es decir, el grupo A prefiere X a Y o Z e Y a Z , etcétera. La inspección de estas preferencias muestra que si se propone X como una política, B y C for marían una mayoría en favor de Z, preferida por ellos a X. Si luego se propone Z, A y B formarían una coalición para escoger Y. Pero si se propone Y, A y G se combinarán para escoger X, y eso nos regresará al inestable punto de partida. O no se toma ninguna decisión firme, o una autoridad ex terna tomará una decisión a la que se opone lamayoría. El enigma de Arrow engendró un largo debate y nuevos análisis. Se aclaró que con sólo dos partes y dos elecciones podría surgir una decisión firme, lo que demuestra lo práctico del sistema norteame ricano de dos partidos y la costumbre legislativa de votar por proyectos de leyes singulares con un voto afirmativo o negativamente. El problema no se presenta si no hay un agrupamiento ideológico;
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pero en una sociedad industrial compleja la mul tiplicidad de grupos puede originar situaciones con patrones intrincados de elección. Todavía se sos tiene la proposición original de Arrow, y las con clusiones neoclásicas tradicionales acerca de la elec ción social ya no son firmes: es posible que no pue dan hacerse elecciones sociales racionales en el mar co democrático de un mundo industrial complejo. L a c o n t r o v e r s ia d e l o s d o s C a m b r id g e s
Llegamos ahora a uno de los aspectos difíciles de la teoría económica contemporánea: la contro versia sobre el capital de los “dos Cambridges”, llamada así porque los principales adversarios están relacionados con las universidades de Cambridge, Inglaterra y Cambridge, Estados Unidos. Todavía irresuelta, la controversia se refiere a problemas teó ricos muy intrincados del capital y el crecimiento económico en los niveles más altos de la teoría pura, pero las cuestiones son fundamentales para toda la estructura del pensamiento económico. Éste es el problema: en la microeconomía neo clásica, el análisis del lado del consumidor en el mercado es relativamente simple: se presume que los consumidores maximizan la utilidad derivada de los bienes que compran. La utilidad, como quiera que se defina, es la característica común aportada por todos los bienes, lo que los hace comparables entre sí independientemente de sus demás carac terísticas. La teoría de la producción no es tan sencilla. Se supone que los productores minimizan sus costos de producción. Pero los costos son sólo precios, y estos precios dependen a su vez de los
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costos de alguien más; no hay ningún elemento como la utilidad que provea una base o una medi ción común. El argumento es potencialmente circu lar, sobre todo en lo tocante a los insumos de ca pital. El capital —cosas como las máquinas o los edificios de las fábricas utilizadas en la producción de bienes finales— obtiene su valor del beneficio que gana, lo que depende de los precios del pro ducto final. Pero esos precios dependen de los costos, uno de los cuales es el valor del capital. El economista se encuentra en la posición infor tunada de definir y valuar el capital en términos de sí mismo, lo que constituye un argumento clási camente circular. Además, si el capital no puede definirse adecuadamente en unidades mensurables en forma independiente, ¿cómo podemos demostrar que gana un rendimiento igual a su contribución a la producción? Los únicos caminos para salir de esta dificultad consisten en considerar el capital sólo como un producto intermedio, colocado entre el trabajo y el producto final, o en encontrar algún procedimiento para definir y medir el capital in dependientemente del valor del producto final, algo que no se ha hecho todavía. Estos fueron al gunos de los problemas planteados por Joan Robinson, de Cambridge, Inglaterra, en un artículo aparecido en 1953: “The Production Function and the Theory of Capital”, el ensayo que inició el debate. Todo esto puede parecer muy alejado de la realidad, pero no lo está. La productividad del capital es un elemento fundamental en la ideolo gía del capitalismo y en las teorías neoclásicas de la producción y la distribución del ingreso. Por que si sólo el trabajo es productivo y el capital
330 LA CRISIS CONTEMPORANEA es sólo un producto intermedio, no hay una res puesta fácil a Marx y los socialistas, cuya afirma ción de que el trabajo es explotado bajo el capi talismo resultaría verosímil. Al suscitar dudas acer ca de las teorías neoclásicas aceptadas de la distri bución del ingreso y la producción, Joan Robinson revivió el debate acerca de la conveniencia del capitalismo que la teoría económica neoclásica pa recía haber terminado. Otros dos sucesos teóricos contribuyeron a la controversia. Piero Sraffa, un economista italiano, en Cambridge, Inglaterra, desde fines de los años veinte, publicó un volumen breve y muy abstracto, Production of Commodities by Means of Commodities (1963), donde los bienes de capital son en efecto productos intermedios, el tiempo de trabajo es el insumo básico, y se elimina la circularidad del razo namiento. Sin embargo, en el modelo de Sraffa la distribución del ingreso se determina fuera de la es fera de la producción —quizá por\la lucha de clases, algo que no aclara Sraffa—y no es un resultado de la producción como en el modelo neoclásico. La sepa ración hecha por Sraffa de la teoría de la producción y la teoría de la distribución del ingreso es un aban dono importante del concepto neoclásico del equili brio general. Los economistas empezaron a advertir también que la teoría de la producción de Sraffa es similar a otras dos desarrolladas antes por Wassily W. Leontief (1941) y John von Neumann (1945). Fuera del grupo de Cambridge, Inglaterra, había otros economistas insatisfechos con la teoría neo clásica de la producción y la distribución. Mientras tanto, algunos teóricos poskeynesianos se venían ocupando del desarrollo de un análisis del crecimiento económico, para mostrar la forma
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como el equilibrio de mercado de empleo pleno podía progresar con regularidad a través del tiem po por una ruta de crecimiento equilibrado. En este análisis, la fuerza de trabajo, el capital y la producción tenderían a crecer a la misma tasa, mientras el cambio tecnológico y la mayor produc tividad mejoraban los niveles de vida. Gran parte de este trabajo se realizó en Cambridge, Estados Unidos, y se convirtió en objeto del ataque del grupo de Cambridge, Inglaterra. La teoría del crecimiento de Cambridge, Esta dos Unidos, contenía el supuesto de que los bienes de capital son libremente sustituibles entre sí y con otros factores de la producción tales como la mano de obra. Ese supuesto era necesario también para la teoría de la distribución del ingreso —re cordemos la teoría de la productividad marginal explicada en el capítulo vn— que formaba parte del equilibrio económico que avanza a través del tiempo en la teoría del crecimiento equilibrado de Cambridge, Estados Unidos. El grupo de Cambrid ge, Inglaterra, concentró su ataque en este supuesto aparentemente inocente de la flexibilidad y sustituibilidad del capital. Joan Robinson había mencionado brevemente, al final de su artículo de 1953 y casi como de paso, un fenómeno “curioso” observado por un colega de Cambridge: bajo ciertas circunstancias un au mento de las tasas de interés puede hacer que los productores sustituyan mano de obra por capital, contra la doctrina neoclásica aceptada de que un costo mayor del capital hará que las empresas usen menos capital y más mano de obra. Este fenómeno, que se llamó “recambio,”, resultaba incompatible con la sustitución regular y flexible de mano de
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obra por capital necesaria para llegar al equilibrio neoclásico de la producción, su distribución del ingreso, y un patrón regular de crecimiento equi librado. ¿Qué es el “recambio”? Veamos un ejemplo uti lizado por Pául Samuelson, de Cambridge, Esta dos Unidos, en un artículo publicado en 1966 don de acepta la corrección de la posición de Cambrid ge, Inglaterra, sobre esta cuestión. Consideremos la producción de vino, que utiliza grandes canti dades de mano de obra en relación con el capital en el primer año, cuando se produce el vino fresco; pero a medida que el vino se guarda para su añej amiento, se requieren grandes cantidades de capital y muy poca mano de obra. Postulemos ahora un au mento de la tasa de interés. Los productores con servan el vino durante menos tiempo porque el costo de tal conservación ha aumentado, y el pro ceso de producción en conjunto se vuelve más intensivo en mano de obra. Hasta aquí, funciona el modelo neoclásico. Pero continuemos aumen tando la tasa de interés. El costo de conservación del vino hasta su añej amiento se vuelve ahora tan grande que los productores cambian a métodos de producción nuevos que utilizan más capital y menos mano de obra en las etapas iniciales para que el vino se añeje más de prisa. Al “cambio” inicial hacia un patrón de producción más inten sivo en mano de obra sigue un “recambio” hacia otro patrón más intensivo en capital, en ambos casos debido a la elevación de las tasas de interés. Es claro que si el recambio es un fenómeno gene ral y no sólo un caso especial, no se encontrará la sustituibilidad regular necesaria en la teoría neoclásica y el análisis actual de la producción,
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la distribución del ingreso y el crecimiento equi librado se encuentra en problemas. Así es como se encuentra en esencia el debate, sin resolución, sin reformulación, y con ambos ban dos observándose con ira académica. El grupo de Cambridge, Inglaterra, ha elaborado un análisis del crecimiento económico compatible con la teoría de la producción de Sraffa, encabezado por el ita liano Luigi Pasinetti (1963), pero estas ideas son anatema para los economistas de Cambridge, Es tados Unidos. Sólo una minoría de economistas profesionales apoya las ideas de Cambridge, In glaterra. Pero el grupo de Cambridge, Estados Uni dos, no ha podido reparar las grandes brechas que ahora se sabe existen en la lógica fundamental de la microeconomía neoclásica. L a e c o n o m ía d e l f u t u r o
La ciencia económica está entrando a una nueva era: un cambio dramático de dirección y orienta ción está en el aire. El antiguo sistema de pensa miento basado en la macroeconomía keynesiana y la microeconomía neoclásica —lo que hemos llamado la síntesis poskeynesiana— ya no cuenta con el respeto y la autoridad que se le otorgaban hace apenas un decenio, y ya no provee guías adecua das para la política pública. Tendrá que aparecer una reformulación para llenar el vacío en la teo ría y la política económicas. El derrumbe de la síntesis poskeynesiana no fue provocado primordialmente por defectos de su lógica interna. Se produjo porque el mundo del que la teoría formaba parte llegó a una crisis. A
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medida que las instituciones y los modos de pensa miento de ese mundo cambian y se adaptan, la ciencia económica también cambiará y se adaptará. Los problemas macroeconómicos creados por el crecimiento económico sostenido, la acumulación de capital y el cambio tecnológico, y por una eco nomía mundial cambiante —problemas surgidos de la segunda Guerra Mundial—, son muy diferentes de los problemas de una economía estancada y de primida que originaron la macroeconomía keyne siana. La teoría y la política económicas adecua das para los problemas de una demanda agregada insuficiente se volvieron crecientemente inadecua das para los problemas estructurales que se desarro llaron en los años sesenta y setenta. Al nivel microeconómico, el surgimiento de la gran empresa, el gran sindicato y el gran gobierno cambió el ambiente donde ocurrían los ajustes del mercado. La negociación colectiva, las nuevas rigi deces de los mercados de trabajo, y los programas nacionales de impuestos y gastos pueden ser más importantes que las fuerzas del mercado en la de terminación de la distribución del ingreso. El con trol de los mercados por grandes corporaciones es ahora una influencia importante sobre el patrón de la producción, y el efecto de la publicidad so bre la demanda del consumidor también es im portante. El hecho de no tomar debidamente en cuenta estas fuerzas ha colocado en una posición cada vez menos realista al modelo ortodoxo del intercambio en el mercado y el ajuste hacia el equilibrio. Sin embargo, una reformulación descansará sin duda en gran medida en los aspectos de la ciencia económica firmemente arraigados en la realidad.
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Toda reformulación recurrirá sin duda a gran parte de la sabiduría y los conceptos fundamentales des arrollados ya en una ciencia que tiene más de dos cientos años de existencia. Pero estos conceptos son sólo bloques de construcción. Solían formar parte de una estructura general, y esta estructura se está demoliendo ahora. La síntesis poskeynesiana, com binó una teoría de la determinación del nivel de la producción y el ingreso con una teoría integrada del consumo, la producción y la distribución del ingreso. Esta teoría general ha sido superada, ex cepto quizá como artefacto histórico, y sólo algunos de los bloques originales han permanecido intactos. Una reformulación colocará sin duda los bloques en un patrón diferente, y reconstruirá por lo menos en parte los dañados, pero en este momento no podemos formular pronósticos acerca del patrón que surgirá. Sin embargo, es posible que puedan discernirse algunas direcciones generales. Debemos esperar, primero, una atención mucho mayor a la cambiante estructura institucional dentro de la cual se des arrolla la actividad económica. Una de las lec ciones del último cuarto de siglo es que la estruc tura económica cambia y evoluciona; esto afecta a su vez cómo funciona la economía. El análisis de este patrón del cambio institucional, que caracterizó por ejemplo el trabajo de Marx, Veblen y Galbraith, parece requerir ya un mayor hincapié. Segundo, el antiguo hincapié de la teoría y la política económicas sobre las condiciones econó micas nacionales y las políticas nacionales resulta ahora obsoleto. Los nuevos mercados monetarios internacionales y las empresas multinacionales, el crecimiento del comercio mundial,7 la expansión x
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del transporte y las comunicaciones internacionales, el surgimiento del Tercer Mundo como una fuerza independiente, y las rivalidades de las ideologías contrarias, sugieren que el análisis teórico de los problemas macroeconómicos y microeconómicos ten drá un alcance más general e internacional. La internacionalización de la economía significa internacionalización de la teoría y la política económicas que traten de explicar y controlar ese mundo. Tercero, la ciencia económica del futuro hará sin duda mayor hincapié en la economía política —el análisis del poder económico, sus fuentes, lí mites y usos. Las relaciones existentes entre la gran empresa, el gran sindicato y el gran gobierno, in volucran la adquisición y el uso del poder econó mico en la lucha por ventajas y ganancias. Gran parte del resultado de esta lucha depende de cuá les grupos puedan usar su fuerza económica para ganar y conservar el poder político: “dinero para obtener el poder, poder para proteger el dinero” es de nuevo un tema central, gracias a la natura leza cambiante 'de la economía misma. Estos as pectos de la economía política incluyen también el antiguo conflicto entre ricos y pobres, dentro de la estructura de las clases sociales y en la eco nomía internacional. Los economistas tendrán que ocuparse otra vez de las relaciones entre el conflicto (el regreso a Marx) y la armonía (Adam Smith), en un marco de ideas e instituciones cambiantes (Veblen y G albraith). Por último es probable que la teoría económica del futuro deba alejarse de la certeza y la determi nación y aceptar un mundo caracterizado por la duda y el azar. La primera etapa de la aplicación de la lógica matemática al análisis económico está
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terminando. En esa etapa se contemplaba un mun do de relaciones estables dentro de límites cono cidos, como la visión del mundo de la antigua fí sica newtoniana, donde surgía de las fuerzas na turales un equilibrio determinado. Pero la física moderna y gran parte de la filosofía del siglo xx han virado hacia una visión del mundo sin límites claros y donde el azar y la incertidumbre son ele mentos básicos. En ciertos sentidos, la ciencia eco nómica está aceptando también esa visión. Además, es posible que la creencia en el progreso social por conducto de la razón haya sido una de las víctimas del siglo xx. Resulta difícil sostener esa filosofía frente a una serie de guerras destructo ras, de la depresión y la inflación, los campos de exterminio, las hambrunas, y otros horrores seme jantes. Una teoría económica como la síntesis pos keynesiana, según la cual la acción individual y la política pública racionales pueden conducir por siempre arriba y adelante, debe resultar sin duda tan difícil de aceptar por un Cándido * moderno como resultaba difícil para un Cándido de otras épocas aceptar la idea de que “todo es para bien, en éste, el mejor de todos los mundos posibles”. Las antiguas certidumbres y seguridades se han ido, y el desarrollo de la ciencia económica reflejará estos cambios de perspectivas, basados ellos mismos en los acontecimientos del mundo moderno. -
* Personaje de la novela del mismo nombre, de Voltaire (Ed.).