EPISTEMOLOGÍA CORPORIZADA: SOBRE LO QUE SE PUEDE PUEDE HABLAR . Ps. Rodrigo Robert Zepeda.
La idea de percibir la totalidad del universo en una gota de rocío, si bien puede conllevar una mirada exageradamente exageradamente reduccionista acerca de nuestro entorno, entorno, puede también devenir devenir de una mirada aparentemente mística, que es más bien una disposición a captar los complejos patrones de interacción que que de un modo altamente recursivo recursivo conforman nuestra existencia. Esta forma de percibir, en general, aún nos resulta extraña, pues la tradición de pensamiento occidental intentó prescindir de la interacción de los l os fenómenos como una manera de simplificar el estudio de los mismos. El método analítico propuesto por por Descartes, fundamento de la tradición racionalista y del quehacer científico más conservador, que influyó significativamente en el desarrollo inicial de la psicología, da cuenta de ello. Curiosamente, esta concepción del mundo, a pesar de la hegemonía que ha tenido durante siglos, adolece de validez validez ecológica, pues desde hace tiempo que se entiende, como como señala el neurobiólogo Antonio Damasio, que “la vida se desarrolla al interior de un linde que define define un cuerpo” (1999:157 (1999:157)) y que este cuerpo u organism organismoo debe procurar procurar permanecer permanecer con vida, siendo obviamente ésta su tarea tarea o misión fundamental. Mantener este medio interno, como lo denominó el biólogo francés Claude Bernard, constituye una función biológica fundamental que, a principios principios del siglo XX, Cannon denominó denominó homeostasis. Esta operación, que hace posible mantener el precario equilibrio que sustenta el proceso de vivir, requiere que el organismo interactúe con su entorno, para lo cual debe contar con estructuras sensoriales, que le permitan distinguir lo que sucede sucede en él, y estructuras motoras, que le hagan posible hacer todos todos los ajustes que sean necesarios. Desde esta perspectiva, todo organismo debe estar constantemente haciendo operaciones de distinción, de naturaleza inconsciente e involuntaria, para poder mantenerse con con vida, proceso que configura configura un operar recursivo de coordinaciones coordinaciones sensorio-m sensorio-motora otoras, s, que hizo posible posible la evolución evolución del sistema nervioso nervioso desde una una perspectiva perspectiva de deriva natural, como lo sostienen Maturana y Varela (1984) y lo profundizan Varela, Thompson y Rosch (1991). Asumir que el vivir es siempre el vivir de un organismo en interacción, nos lleva a reconocer que toda operación de distinción que ese organismo haga está fundamentada en la estructura biológica particular que éste tenga al momento de hacer dicha distinción. Es decir, es la corporalidad particular que se tenga en un momento dado, lo que hace posible que se distinga o no un estímulo y que se responda a él de un modo también particular, respuesta que, a su vez,
es siempre dependiente de dicha estructura corporal. Esta concepción que a partir del trabajo de Maturana y Varela distinguimos como determinismo estructural, curiosamente ya es taba en cierne hace casi 2.500 años en las ideas de Protágoras, “el hombre es la medida de todas las cosas”, así como también en los planteamientos de los empiristas ingleses, Locke y Hume, en las ideas de Kant, Hegel, Herbart y, más recientemente, en los planteamientos de Dewey, Piaget y Vygotsky. El cuestionamiento acerca de la validez de las distinciones que hacemos ha sido tema desde los orígenes de la filosofía hasta nuestros días, siendo el ámbito de la psicología clínica donde adquiere para nosotros particular relevancia, dadas las repercusiones éticas que tienen las conversaciones que co-construimos con los consultantes. Aunque parezca obvio, la psicoterapia no se da en el aire, no es una relación fuera del tiempo y el espacio, sino muy por el contrario, es una interacción particularmente situada donde se encuentran las singulares corporalidades de terapeutas y consultantes, que a su vez son el resultado de la historia de cambios estructurales que hasta ese momento han experimentado. La terapia, con todo lo que ello conlleva, pasa a formar parte de la historia de cambios estructurales de los miembros del sistema terapéutico, cambiando de manera transitoria o permanente la corporalidad de los participantes, lo que ciertamente tiene consecuencias en el operar futuro de éstos, de allí la dimensión ética de todo proceso terapéutico. Cabe señalar, que un proceso similar, aunque emocionalmente menos intenso, dado su carácter colectivo, se puede advertir en algunas prácticas pedagógicas, que aspiran a ofrecer una educación más personalizada. Si el vivir de un organismo supone necesariamente un operar recursivo de coordinaciones sensorio-motoras, por lo cual toda conducta se puede entender de esa manera, entonces toda interacción entre organismos conlleva un proceso de mayor nivel de recursividad que supone una coordinación de coordinaciones sensorio-motoras, es decir, una coordinación de conductas entre organismos que configuran un proceso circular o de causalidad recíproca continua, como lo distingue Andy Clark (1997), y que son los fenómenos que dieron lugar a la teoría de sistemas, la teoría de los sistemas dinámicos y la cibernética hacia mediados del siglo XX. Ahora, si además esta coordinación de conductas se mantiene en el tiempo, los cambios estructurales que devienen de ello, que solemos distinguir como aprendizajes, darán lugar a una integración de coordinaciones de coordinaciones sensorio-motoras, una síntesis que permitirá la emergencia de una nueva estructura, un sistema, cuyos miembros coordinarán sus coordinaciones sensorio-motoras, sus acciones, de manera consensuada. Esta coordinación de coordinaciones conductuales consensuales es lo que Maturana y Varela (1984), siguiendo la tradición pragmática, distinguen como lenguaje, reafirmando así, desde la biología, lo que
Dewey consideraba que era el motivo primordial de éste, “influir –a través de la expresión del deseo, la emoción y el pensamiento- en la actividad de los demás.” (1933:201). La teoría biológica del conocimiento planteada por Maturana y Varela en la década de los ’70, así como también, unos años más tarde, la teoría de las metáforas conceptuales de Lakoff y Johnson, ambas herederas de los enfoques pragmatistas y fenomenológicos, especialmente de las ideas de Merleau-Ponty, se constituyeron en los principales referentes teóricos que conllevaron al desarrollo de la denominada Cognición Corporizada, conceptualización que también integra los planteamientos de la cibernética, en especial las ideas de Gregory Bateson, la teoría de los sistemas dinámicos, la neurociencia cognitiva y los modelos conexionistas de la inteligencia artificial. Francisco Varela, uno de los principales fundadores de este enfoque, reconoce en la obra de Piaget una de las principales inspiraciones para esta concepción encarnada de la cognición, pues fue él uno de los pioneros en sostener que los procesos cognitivos más complejos y sofisticados, se fundamentaban en las coordinaciones sensorio-motoras recurrentes que se daban en la niñez temprana. Sin embargo, a mi parecer, por el mismo hecho que la obra de Piaget se inspira en los trabajos de Claparède y éste en los de Dewey, así como por la influencia que también tuvieron de los psicólogos de la Gestalt, el enfoque de la cognición corporizada también es heredera de la concepción situada y organísmica que estos autores promovieron en la primera mitad del siglo XX. Cabe destacar, que todas estas influencias no se traducen en un cambio de paradigma en la psicología, ni en las ciencias en general, sino hasta avanzada la segunda mitad del siglo XX, manteniéndose hasta entonces la aspiración de alcanzar un conocimiento certero, objetivo, bien definido y abstracto de la conducta, es decir, la idea de que se puede desarrollar la psicología y el estudio de la cognición, sin considerar la dimensión biológica y social que tiene toda acción humana. En este proceso, fue fundamental la integración de la cibernética y de la teoría biológica del conocimiento, la neurociencia cognitiva, para confrontarnos con el hecho de que “el mundo no es algo que nos haya sido entregado: es algo que emerge a partir de cómo nos movemos, tocamos, respiramos y comemos” (Varela, 1996:14), idea que está a la base de la concepción encarnada o corporizada de la mente. Para Varela, la cognición corresponde a una enacción, término que deriva del inglés “to enact” y que alude al hecho de que la cognición es un proceso recursivo de poner en acto, de hacer emerger, a un organismo en las situaciones específicas que le toca experimentar. Es la forma singular en que este organismo está encarnado lo que determina el mundo particular que éste habita y al cual responde, su determinismo estructural. Desde esta perspectiva, lo fundamental es comprender cómo el organismo que percibe guía sus acciones en las diversas
situaciones que vive cotidianamente, las cuales a su vez, son modificadas por las mismas acciones que éste realiza. Así, el mundo que cuenta es el que emerge del acoplamiento estructural del organismo con su entorno, no siendo posible plantear la existencia de un mundo independiente del sujeto que percibe. La mente, el cuerpo y el mundo están estrechamente relacionados y sus fronteras no están tan claramente delimitadas como hasta hace poco tiempo se creía. Como señala Clark (1997), la idea de una cognición incorpórea, desvinculada de las acciones del organismo, en un medio estable y bien acotado, parece el resultado de una ilusión y de un lujo que la naturaleza no se podía permitir. Una aplicación cotidiana y congruente de esta teoría la plantean Lakoff y Johnson, para quienes el enfoque corporizado de la cognición permite también fundamentar el desarrollo de la mayor parte de nuestros conceptos, incluso de los más abstractos, pues teniendo como base nuestra estructura corporal, los seres humanos somos capaces de proyectar metafóricamente nuestras experiencias a otros dominios o ámbitos, haciéndolos, de este modo, comprensibles o significativos. Un ejemplo, de estas metáforas conceptuales, es la frase “estoy bajoneado” o “estoy por el suelo” para dar cuenta de un estado emocional de tristeza o desgano, pues ambas expresiones aluden claramente a experiencias corporales bastante concretas. Del mismo modo, hacer alusión a “la Reina de la casa”, “le movieron el piso”, “le destrozaron el corazón”, “estar en medio de una guerra”, “me duele tu comentario”, entre otras expresiones metafóricas, permite advertir cómo cotidianamente proyectamos nuestras experiencias corporales para darle sentido a una gran multiplicidad de expresiones lingüísticas. Otro antecedente que sustenta la tesis del enfoque enactivo y que tiene importantes repercusiones en el vivir cotidiano, es el hecho de que la investigación en psicología cognitiva ha llevado a concebir la comprensión del lenguaje como una acción eminentemente corporizada, pues la experiencia lingüística siempre conlleva la activación de un programa motor, una resonancia motora, que emula la actividad a que alude la expresión lingüística (Zwaan y Taylor, 2006). Es decir, al estar expuestos a una oración, ya sea en forma oral o escrita, el organismo activa los patrones de actividad sensorio-motores necesarios para simular la experiencia a la que alude dicha oración, por lo cual la comprensión no es posible concebirla como un proceso abstracto y descorporizado. Estas investigaciones reafirman también algunas ideas que el pragmatismo y la fenomenología habían sostenido tiempo atrás, en cuanto a que toda experiencia involucra siempre a la totalidad del organismo, la comprensión toma al cuerpo por completo, incluyendo la historia de éste, lo cual permite darle continuidad y sentido a la experiencia.
Resulta coherente con este entendimiento, incidiendo en la sustentabilidad del mismo, el hecho de que si indagamos en la historia de muchos de los términos y conceptos que utilizamos cotidianamente, el devenir del lenguaje verbal, la etimología de las palabras, nos encontramos que sus raíces suelen aludir a la estructura de nuestras experiencias corporales y al carácter concreto de nuestro operar en el mundo. Así, la epistemología corporizada sobre la que versa este texto, pareciera ser la más congruente con el concepto mismo de epistemología en tanto teoría del conocimiento. Este término nos llega del griego episteme y está conformado por el prefijo epi-, que alude a la acción de estar sobre algo, por encima de, y el verbo histamai, que nos remonta al protoindoeuropeo con la raíz * steh-, que en inglés (to stand) sobrevive con su significado original, “estar de pie”, hallándose presente también, con una forma similar, en las diversas lenguas que derivan de los pueblos indoeuropeos, incluyendo el sánscrito con el verbo tisthati y en alemán con el verbo stehen, ambos con el mismo significado. Resulta interesante advertir, en este mismo sentido, que en el idioma persa, el sufijo – stan se traduce como “tierra de” o “país de”, es decir, el lugar donde originalmente uno se ha parado. La deriva que tuvo este verbo en latín también es significativa, pues dio lugar al verbo stare, que en español devino en el verbo estar, pues estamos donde nos paramos. Si a la indagación anterior, agregamos el término griego logos, que se suele traducir como palabra, habla o discurso, advertimos que deriva de la raíz indoeuropea * leg-, cuyo significado original era coger, tomar, asir, en el sentido de juntar con cuidado, por lo que puede inicialmente haber estado vinculado al acto de cosechar. En latín, esta raíz la encontramos en el verbo legere, de donde deriva en español el verbo leer, que alude a recoger o juntar los signos o palabras. La misma raíz se halla también en el concepto inteligencia, inter-legere, que menta sobre la acción de tomar entre lo que hay, en el sentido de recoger lo que es apto o apropiado. De este modo, la conducta inteligente, que se ha vinculado tradicionalmente con la capacidad de abstracción, tiene su origen en la habilidad de tomar lo que es adecuado, que es, quizás, la acción más concreta y básica para que un organismo pueda sobrevivir. Ha sido, entonces, la recursión de la acción que hemos podido tomar, distinguir, a través del lenguaje, lo que ha permitido el desarrollo de la abstracción, cuyo fundamento, olvidado con el paso de los años, es siempre concreto y encarnado. Al integrar todos estos antecedentes, es posible plantear que el término epistemología hace referencia a “hablar desde donde estamos parados” o “sobre lo que se puede hablar” o “hablar acerca de lo que tengo al frente”, de lo cual soy testigo, de lo que he experimentado porque he estado allí. Así entendido, este concepto alude a la idea de que el fundamento de todo discurso se halla en la experiencia de estar en un lugar determinado, situación que sólo es
posible en la medida que se tiene un cuerpo que es capaz de reaccionar a las perturbaciones del entorno, siendo estas vivencias corporales lo único de lo cual puedo dar cuenta. Más aún, en estricto rigor, sólo podemos referirnos explícitamente a algunas de esas experiencias, que son aquellas de las que somos o podemos ser reflexivamente conscientes, proceso que también depende de nuestra estructura corporal, específicamente, de los procesos recursivos que se dan entre las áreas sensoriales y motoras del encéfalo, los cuales hacen posible la emergencia de un sujeto o agente cognitivo (Varela, 1996; Damasio, 1999). Nuestro desarrollo filogenético, nos ha llevado a convertirnos en mamíferos vulnerables y dependientes de otros organismos de nuestra especie, por lo cual nuestra sobrevivencia requiere que nos paremos o estemos junto a otros seres humanos, especialmente en los primeros años de nuestras vidas. Para distinguir esta condición de sobrevivencia, se hace necesario que a la raíz protoindoeuropea *steh- se le agregue el prefijo griego syn-, que tiene el sentido de juntar o reunir, además del sufijo –ma, que al utilizarse con lexemas verbales indica el resultado de la acción, de todo lo cual deviene el concepto de sistema, que originalmente aludiría a lo que resulta de estar reunidos o parados junto a otros, por lo que conformar sistemas se vuelve una necesidad fundamentada en nuestra corporalidad. Sin embargo, para ser coherentes con el carácter dinámico del vivir, hay que enfatizar el hecho que estar junto a otros no supone estar detenido o, literalmente, parado junto a quienes nos rodean, excepto de manera provisional, pues sobrevivir requiere cambio, movimiento, cierto grado de inestabilidad, en una búsqueda constante del equilibrio, del ajuste que hace posible la homeostasis, concepto que también tiene como raíz al protoindoeuropeo * steh-. Se hace necesario buscar la manera, el modo, de desplazarnos o movernos junto a otros, es ésta también una condición para poder sobrevivir, acción que se distingue en los pueblos indoeuropeos con la raíz *sent-, que alude al acto de ir, dirigirse hacia algún lugar, a la cual, posteriormente, se le agrega el prefijo latino cum-, que refiere a la idea de ejercer la acción junto o en unión con otros, dando origen al término consenso. La búsqueda del consenso, desde esta perspectiva, deja de ser una mera opción y se convierte así también en una necesidad para la sobrevivencia de la especie. Se podría señalar, por tanto, que la evolución nos impele al consenso, el que a su vez nos transforma, de manera gradual, sistemática e inconsciente, en organismos viables. Resulta fundamental destacar, que si bien el consenso, el hecho de movernos junto a otros, puede constituir una necesidad evolutiva, nada determina a priori la dirección que debe tomar dicho movimiento, el sentido específico del desplazamiento. Los caminos viables no están diseñados con anterioridad a la acción del organismo, por lo cual existen múltiples posibilidades que emergen con cada movimiento, las que a su vez presentan, al mismo tiempo,
ciertas restricciones que están dadas por la estructura que cada organismo tiene en un momento determinado. Así, es el propio organismo el que define los movimientos que le resultan viables, debiendo también considerar, necesariamente en sus decisiones, lo que es viable para el sistema del cual forma parte, pues no hacerlo sería una torpeza evolutiva, un error de lectura, un acto poco inteligente. En nuestra filogénesis, lo que en un principio iba recursivamente definiendo el camino, por dónde transitábamos, el sentido del consenso, eran los receptores olfativos, extendiéndose más tarde a los demás receptores del organismo, de allí, probablemente, que el término sentido se aplique tanto para referirse a una dirección, una orientación espacial, como a los órganos que van definiendo el rumbo particular del desplazamiento, extendiéndose también hacia las experiencias conscientes que dichas estructuras generan en el organismo, los sentimientos. De esta manera, el sentido particular que adopta nuestro desarrollo evolutivo, tanto a nivel individual, social e histórico, nunca es necesario ni óptimo, pues no contamos con un mapa antes de recorrer el territorio, sino sólo viable y depende, en última instancia, como señala Maturana (1999), del deseo de movernos en esa dirección, porque tenemos la sensación, fundada en sensaciones previas, que es o será un sentido viable. A diferencia de la concepción filosófica que ha imperado en occidente, según la cual podemos pararnos en un mundo sólido y estable, independiente de los organismos que lo habitan y experimentan, la creencia y adopción de una realidad objetiva; la perspectiva corporizada de la cognición asume la imposibilidad de renunciar al hecho de tener un cuerpo cuya estructura, en constante proceso de cambio, al interactuar con el entorno en el que dicho cuerpo está situado, hace emerger el mundo que ese organismo experimenta. Son las reacciones del organismo las que dan forma al mundo que éste vive, las que determinan dónde éste se para, las que definen dónde es viable que éste esté. Dar cuenta del mundo que experimentamos supone, necesariamente desde esta mirada, revelar dónde nos paramos, dónde estamos al momento de distinguir, pues sólo desde allí le podemos dar sentido al mundo que procuramos consensuar. Lo que resuena en el organismo, las reacciones sensorio-motoras que en él se producen con cada interacción, constituyen el único fundamento del mundo que recursivamente enactuamos y lo único de lo cual podemos legítimamente hablar. Asumir que el mundo, las cosas y los otros seres humanos, no están allá afuera, de un modo trascendente, sino que forman parte de nuestro propio organismo al momento de enactuarlo, supone adoptar una epistemología corporizada, sistémica y consensuadamente orientada, de la cual debemos comenzar a hacernos responsables.
El fundamento corporizado del carácter sistémico y consensuado del vivir, se puede advertir también con los desarrollos de la neurociencia, específicamente con las investigaciones acerca del circuito de las neuronas espejo, cuya evolución habría hecho posible el desarrollo del lenguaje y de los principales aprendizajes implícitos necesarios para el desarrollo de la vida humana (Rizzolatti, G., Craighero, L., 2004). La actividad de estas neuronas, da cuenta de la existencia de un proceso, inconsciente y sutil, que conecta y coordina el sistema nervioso de cada individuo con el de aquellos que lo rodean, conformando un sistema que se puede distinguir como una red neuronal extracorpórea, una genuina “wi-fi neurológica” como la denomina Daniel Goleman (2006). Este circuito, que sería el fundamento de la denominada teoría de la mente, de las habilidades sociales, del desarrollo de la empatía y la compasión, haría posible la emergencia virtual de un otro en el propio organismo, lo cual desdibuja la clásica distinción adentro-afuera o interno-externo, en el ámbito de las interacciones sociales. Esta conceptualización nos retrotrae a las ideas de Gregory Bateson (1972) acerca de la necesidad de reestructurar nuestra forma de pensar acerca de nosotros mismos y de los demás. La noción clásica de individuo, de una mente individual capaz de abstraerse de su entorno, pierden sentido, dando lugar a un enfoque ecológico de la mente, entendiendo a ésta como un sistema cibernético, que constituiría la unidad de evolución fundamental. Esta mirada, como señala Bateson, expande la mente hacia el exterior, haciendo de la mente individual un subsistema de una mente más amplia, que puede asemejarse a Dios, al Tao o a una ecología planetaria de carácter místico, que nos permite, de un modo fractal, advertir la totalidad del universo en una gota de rocío.
CONCLUSIONES. En 1978, en el marco de las Conferencias de Lindisfarne, donde participaba Gregory Bateson, Francisco Varela expuso sus reflexiones acerca del golpe de estado chileno y la crisis social y política del cual éste emergió y que contribuyó, ciertamente, a profundizar. En su relato, Varela explicita la relevancia que, a su juicio, tiene la epistemología, reafirmando el rol fundamental que Bateson le había asignado a ésta. “La epistemología crea el tipo de mundo en que vivimos y los valores que profesamos. No reconocer que construimos este mundo desde una epistemología es más peligroso que cualquier debate encendido entre filosofías opuestas” (Varela, 1979:59-60). Explicitar y examinar críticamente dónde nos paramos a hacer distinciones es una recomendación que ya estaba, de alguna manera, hace más de dos mil años en los planteamientos de los sofistas griegos, pese a lo cual, fueron necesarios miles de años para que, nuevamente, la reflexión epistemológica tomara fuerza gracias a los empiristas británicos, quienes influyeron significativamente en el desarrollo de las ideas de Kant y, a través de éste, en el devenir de la filosofía alemana, que a su vez, ha sido una importante fuente de inspiración para el desarrollo de la filosofía y psicología europea y estadounidense hasta nuestros días. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, a lo largo de toda la historia de la cultura occidental, se ha intentado sistemáticamente, aunque no siempre de manera explícita, acallar las voces que invitan a mirar dónde estamos parados y a fundamentar desde allí nuestros procesos cognitivos y nuestro actuar en el mundo. Los sofistas fueron considerados rebeldes y sus ideas deslegitimadas por no ser coherentes con la tradición de la época. Una suerte similar siguió Sócrates, quien pagó con su vida su afán de invitar a la reflexión a los ciudadanos griegos. Las monarquías europeas y la curia vaticana, se aliaron durante miles de años para no perder el poder político, económico y religioso que ostentaron por siglos, gracias a la cultivada ignorancia, ceguera y sordera, que cuidadosamente promovieron, siendo el oscurantismo, el absolutismo y la Inquisición una manifestación de ello. No es casualidad que la reflexión epistemológica llevara al desarrollo de la Revolución Francesa, al término de las monarquías tradicionales y a un nuevo cuestionamiento de la Iglesia Católica Romana que llevó a promover la libertad religiosa y el desarrollo de una educación laica. Si el fundamento del vivir humano ya no podía estar en la religión, quizás sí podría hallarse en la ciencia, convirtiéndose ésta en el nuevo referente para justificar las prácticas políticas, económicas y sociales hacia mediados del siglo XIX. En el ámbito de la biología, las ideas de Charles Darwin acerca de la evolución generaron una crisis paradigmática fundamental,
que gracias a la particular lectura que hizo Herbert Spencer de éstas, derivaron en una cuestionable e interesada aplicación de esta supuesta teoría científica en el ámbito político y económico, conocida como darwinismo social, que el mismo Darwin no tardó en rechazar. El ideal de progreso que conllevaba la evolución, el carácter teleológico que Spencer le asignó a la teoría de Darwin, hizo posible que algunos le dieran una connotación positiva y científica al individualismo, al liberalismo económico, a la eugenesia, al racismo, al colonialismo, a la explotación indiscriminada de los recursos naturales y a la despreocupación por los más pobres, los enfermos y los ancianos, dado que éstos no eran funcionales a los supuestos propósitos de la naturaleza. Los efectos de estas singulares lecturas perduran hasta la actualidad. Rehuir de la reflexión epistemológica ha tenido, al menos, a mi parecer,, dos importantes consecuencias para el desarrollo de la psicología, de las ciencias y de la cultura occidental, en general. La primera, el buscar afanosamente un fundamento para sostener la idea de que es posible plantear la existencia de un conocimiento certero y de validez universal, lo que Maturana y Varela distinguieron como el supuesto de la objetividad sin paréntesis. La creencia en el conocimiento objetivo lleva a deslegitimar la diversidad, a imponer ciertos valores y formas de vivir, al dogmatismo, al fanatismo religioso y político y, con ellos, más temprano que tarde, a la violencia en sus múltiples manifestaciones. La segunda, el individualismo exacerbado, la falta de una mirada sistémica, la ilusión de la historia personal, la creencia de que se puede distinguir con claridad la experiencia individual y social, de que nos podemos desconectar de los otros sin tener mayores consecuencias. El educado temor a la reflexión epistemológica, el no tomar en cuenta dónde estamos parados al momento de hacer distinciones, de percibir, de actuar, nos ha permitido no asumir la responsabilidad que supone todo acto cognitivo y las acciones que éste conlleva. Es aparentemente grato, más simpático, en ciertas ocasiones, asumir ante la vida una perspectiva newtoniana de causalidad lineal. Así, el mundo, la naturaleza, Dios, la sociedad, son la causa de cuanto nos sucede, somos simples efectos, organismos que ingenuamente sólo intentamos sobrevivir o que, en otras ocasiones, luchamos por imponer la razón y la verdad. Creo que no hay nada más peligroso que las personas que se creen seres privilegiados por tener acceso a la verdad objetiva, en especial, si cuentan con los recursos económicos o políticos para imponerles su verdad a los otros. Por lo mismo, creo que no hay nada más peligroso que seguir evitando la reflexión epistemológica, pues como decía Bateson, los errores epistemológicos se pagan muy caros. El calentamiento global, las guerras, las crisis económicas, políticas, religiosas y sociales son los costos que a diario asumimos a nivel global. La violencia, la delincuencia, la pobreza, la crisis educacional, los conflictos familiares, la
drogadicción, el alcoholismo, los trastornos de salud mental, entre otros, son los efectos a un nivel más local, reconociendo, obviamente, la relación de codependencia que hay entre estos niveles. Asumir nuestra condición de organismos autopoiéticos, nuestro determinismo estructural, nuestra experiencia corporizada, nuestra necesidad de operar consensuadamente con quienes nos rodean, el carácter complejo del vivir, la relevancia de la epistemología en nuestro operar cotidiano, son condiciones necesarias, al parecer, para la sobrevivencia de nuestra especie y de nuestro entorno, tal como hasta hoy lo experimentamos.
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