Aproximación El camino de las artes marciales es difícil porque en él nos encontramos con nuestros límites. Es la calidad de nuestro compromiso lo que lo permite. Esta elección, esta senda, es realmente personal, una especie de iniciación para descubrir la esencia de lo que somos. De hecho, podemos ver el Dōjō como un laboratorio en el cual los experimentos se trasladan a beneficios para nuestras vidas. Por esta razón, aquellos que se comprometen con el Budō desarrollan una capacidad para adaptarse y mejorar difícil de ver en gente normal. Para mí, mi viaje de “aproximación” comenzó una tarde de jueves, en septiembre de 1969, en mitad de un episodio de “El Zorro”. Tenía 10 años, y una ligera tendencia al sobrepeso y la pereza. Mientras veía la televisión, le comenté a mi madre que mi mejor amigo acababa de conseguir el cinturón naranja de Judō. Ella creyó percibir un cierto interés por mi parte, y vio la oportunidad de hacerme mover, de modo que me arrastró lejos del vengador enmascarado, hacia el club de Judō más cercano. Era una habitación ruidosa, y olía a pies y a sudor. Estaba llena de niños con keikogi[21] blanco, corriendo y gesticulando por todas partes, mientras sus padres les observaban con admiración. Me apunté inmediatamente. Sin saberlo, había tomado el primero de los pasos decisivos hacia mi senda vital en las artes marciales. Unos diez años después, conseguí casi a la vez, mi diploma escolar, mi carnet de conducir y mi cinturón negro. Lo siguiente fue un período maravilloso durante el cual, en la escuela de negocios, podía practicar “mi” Judō durante 15 horas a la semana. Preparé diligentemente mi diploma para enseñar Judō de forma paralela a mis estudios en negocios internacionales, ya que quería tener una actividad física como entretenimiento durante mi carrera. En aquella época llevaba mi keikogi conmigo a todas partes. Ahora que lo pienso, yo estaba muy “tatamizado”, muy influenciado por los textos de Jean-Lucien Jazarin, un gran udoka francés, y los de Jigoro Kano, el fundador del Judō. Mis años en un internado católico me habían dado una sensibilidad espiritual, de modo que sentía atracción por las filosofías orientales y el Budismo Zen. Aunque judoka por elección, tuve que renunciar a este deporte durante algunos meses, que pasé en los Estados Unidos por mis estudios, ya que no había club de Judō en la pequeña ciudad californiana donde vivía. Allí descubrí el Jujutsu tradicional y lo practicaba todos los días. Esta experiencia inesperada cambió de forma drástica mi comprensión de los objetivos de las artes marciales y me di cuenta que no había entendido nada hasta ese momento. Mi inconmensurable amor por el Judō fue sustituido por una práctica en profundidad de las tradiciones marciales y guerreras, que ayudó a cristalizar un año después convertirme en cadete del ejército. Oficial estudiante en Coetquidan, gané el premio “todas las categorías” durante los campeonatos de Judō de la escuela militar, y como instructor del cuerpo de marines, apliqué con éxito mis conocimientos marciales de Judō y Jujutsu con mi pelotón.
Mi descubrimiento tardío del Jujutsu condicionó con mi evolución en la elección de artes marciales. Entendía que el combate marcial tradicional necesitaba evolucionar a prácticas deportivas para limitar los riesgos de accidente, pero también que esta dimensión deportiva ya no me atraía. Esa atracción fue sustituida por algo indefinido que había existido de forma subconsciente dentro de mí durante mis años en el tatami. Una actitud, un modo de vida, que hiciese de mente y cuerpo un todo inseparable. El espíritu de las artes marciales, que me había acompañado desde los 10 años. Y que me había inducido el amor por la práctica, estaba siendo sacrificado en el altar de los deportes. Era el momento de volverme a centrar, e ir en la dirección que había inspirado mi vida desde joven. Cuando abandoné mis sueños de artes marciales durante unos meses en beneficio de las ganancias profesionales, me di cuenta, por su ausencia, de lo central que habían sido las artes marciales para mí, y necesarias para mi equilibrio. Sin una actividad física, me volví agresivo e irritable. Por esa razón, tomé la decisión de iniciar otra disciplina que no fuera el judo deportivo, y empecé a buscar un arte auténticamente tradicional, que además de técnicas me enseñara también valores humanos.
¡Ninja! La casualidad -pero, ¿existe la casualidad en este campo?- me llevó hasta la puerta del Budō Taijutsu[22], donde aún sigo hoy en día. Yo no tenía ningún interés en aprender Ninjutsu, sin embargo me vi atraído hacia él. Y me encontraba a los ninjas independientemente de lo que hiciera, viera o leyera. Siendo aún un adolescente, en 1972, leí una revista francesa de artes marciales llamada Budō donde pude ver muchos artículos de Don Draeger sobre el Ninjutsu. También estaba esa película de James Bond (para la que Sensei estuvo a punto de trabajar como asesor técnico) que vi en el año 1975. En verano de 1978, leí la novela Shogun de James Clavel. En agosto de 1980, mientras esperaba unas horas en el aeropuerto de San Francisco a mis colegas del MBA, compré El Ninja de Eric Van Lustbader. De modo que cada dos o tres años, me topaba con los legendarios “ninja”. La última vez fue en 1984 cuando quería aprender katana. Como quería aprender espada, pero no sabía dónde acudir, decidí ir a la tienda de Budō de donde conseguía mis judogi desde hacía 15 años. Estaba hablando con el dueño, cuando me fijé en una etiqueta con “ninja gi” escrito. Me sorprendió mucho ver eso en una tienda de artes marciales seria. Empecé a bromear con el dueño cuando me dijo seriamente que había un club de Ninjutsu en París. Intrigado, le pedí la dirección, para ir dos días más tarde. Llevaba mi judogi blanco y mi cinturón negro, y mi intención era poner a prueba lo que creía que era falso. En retrospectiva, no sé qué es lo que me atrajo allí: el instructor, Sylvain, era de mi edad y el número de técnicas era muy limitado; pero sentí una llamada loca e irracional, y me apunté sin dudarlo al final de aquella primera clase. Durante 12 años me había estado topando con los ninja y ahora, casi de mala gana, me atrevía a entrenar Ninjutsu.
Atreverse Atreverse es un aspecto importante de la vida. Y en las artes marciales, el atrevimiento se convierte en un hábito. Para el practicante de Budō este hábito comienza el día en el que abres la puerta del Dōjō por primera vez. Durante casi 30 años he dado la bienvenida a principiantes en el tatami. A menudo son tímidos y faltos de confianza propia pero vienen porque se sienten atraídos a las artes marciales de alguna forma. Después de unos años de entrenamiento han ganado bastante seguridad gracias a su compromiso con el entrenamiento serio y por el hecho de que se atreven a hacer las cosas, al contrario que la mayoría de la gente que prefiere mantenerse en su zona de confort. Esta no es una cuestión de edad, es el resultado de la seriedad en su práctica. Durante el entrenamiento, continuamente esquivamos los ataques de nuestro compañero y esto modifica gradualmente nuestra percepción del peligro, y como consecuencia, el modo en que percibimos el mundo. Los humanos tememos a lo desconocido. Uno de mis mejores estudiantes, y un buen amigo, me dijo una vez “el entrenamiento transforma situaciones que no son “normales” a primera vista, y las pone otra vez en la “normalidad”. Eso me gusta. El Dōjō es un lugar donde experimentar las cosas a través de un grupo de movimientos codificados que nos dan la oportunidad de “ver” mejor lo que hay en nuestro alrededor. Estas experiencias que tenemos que nos enseñan a aceptar e interactuar con cosas que no entendemos. En 1990, yo era aún un principiante, recuerdo el sentimiento de pánico cada vez que Sensei me pedía que demostrara un movimiento. El entrenamiento ayuda a relativizar nuestros miedos. Mediante demostraciones, competiciones, pruebas de grado, aprendemos a enfrentar nuestros miedos hasta que simplemente desaparecen. Aprendemos a verlos y tomarlos por lo que son: ilusiones, porque el miedo es sólo un conjunto de estímulos. Los síntomas del miedo son varios y los conocemos: aumento de pulsaciones, garganta seca, aumento de adrenalina en la sangre, visión túnel, sensación de cámara lenta. Pero estos síntomas son exactamente los mismos si hubieras ganado la lotería, o la primera vez que te declaraste a quien amas. De hecho, si lo reconoces como lo que son, pasas de ser un actor a ser un observador. Cuando consigues que los aspectos negativos del miedo desaparezcan, y con ellos la sensación de pánico. Con el desarrollo de esta nueva consciencia, el practicante cambia, adquiere confianza propia y comienza a atreverse más a menudo. El entrenamiento nos obliga a ser responsables de nuestras acciones. Como dijo Emerson, “si hacemos aquello que tememos, entonces pondremos fin al miedo”. Esto es exactamente lo que hacemos en el Dōjō al enfrentar múltiples ataques de forma continua. Porque desarrollamos una forma de confianza con la que poder atrevernos. Este camino es similar al seguido por millones de practicantes de todo el mundo. El azar
hace que encuentres el arte marcial que encaja contigo, y tú la sigues sin ser capaz realmente de explicar esta atracción. El arte marcial te transforma en profundidad; aunque tu motivaciones iniciales no fueran muy claras, el resultado es siempre verdadero, ya que va a construir tu personalidad. Es en el Dōjō, y al seguir al hombre que enseña, quienes unos llaman su instructor, guía o Maestro, que esta magia opera en tu inconsciente. El Dōjō es más que una simple habitación para entrenar, es un de desarrollo individual donde el practicante tratará de unificar su cuerpo y mente en algo inseparable.
El Camino El diccionario nos enseña que un Dōjō es un lugar donde estudias el Camino. Pero, ¿a qué Camino se refiere? Cuando uno entra en un Dōjō, normalmente es para aprender a defenderse, para hacerse más fuerte, o para parecerse a los héroes arquetípicos que salen en las películas, mangas o videojuegos. En realidad, este deseo egocéntrico de poder y reconocimiento da paso después de unos pocos años a algo más profundo que transforma al “padawan” en un ser humano más auténtico. El Dōjō, más que una estancia, es un lugar privilegiado que elimina las diferencias entre los individuos y los mezcla sin distinciones sociales. Aquí, el doctor entrena con el obrero, el estudiante, el informático o el policía, y todos son tratados igual independientemente de su estrato social. En el Dōjō, el traje permite a todos los practicantes ser lo que son y no por lo que quieren ser tomados. En el Dōjō el valor de un individuo viene del tiempo de práctica y de sus habilidades personales. Es un lugar ecualizador donde el compromiso de cada uno es premiado con rango y veteranía. Pero la veteranía impone el respeto de los más antiguos por encima del rango. Un estudiante de menor grado pero que ha estado entrenando más tiempo, será escuchado, porque en Budō, es el número de horas entrenadas lo que cuenta, y no el rango. Esto se entiende mejor en la lucha por la supervivencia. En la calle, no es el rango lo que te protege, si no tu habilidad de sobrevivir. Las reglas del Dōjō le dan a todo el mundo la posibilidad de ponerse a prueba, de cometer errores y de aprender de ellos. El Dōjō no es la vida, pero te prepara para la vida. Y esta preparación sucede bajo la mirada de un Sensei, el Maestro que sabrá como dirigirte para que avances más deprisa en cualquier arte marcial que hayas elegido. No es la técnica en sí lo que tiene valor, sino la calidad de la enseñanza con la que se transmite. No hay malas artes marciales, si no malos Maestros. Principalmente, un arte marcial es el encuentro entre un practicante y su Sensei. Para poder avanzar en el camino que elijes, necesitas un guía capaz de compartir su visión no sólo del arte, si no de la vida. No hay que malinterpretar esto. La palabra Sensei significa Maestro, no guía espiritual. En occidente, tenemos una tendencia al culto de personalidad, a la adoración, mientras que en oriente, la palabra no posee connotaciones místicas, y no significa superioridad, si no que denota un simple hecho “sen” (antiguo) “sei” (existencia), es quien te precede en el arte en cuestión. De modo que, si le pido mañana a mi hijo que me enseñe a patinar con el skate, él será mi Sensei, pero sin embargo tendrá que seguir limpiando su habitación. A los occidentales les cuesta entender esto. Usaré los dos términos, “Maestro” y “Sensei” de la misma manera pero sin incluir una connotación de adoración si no simplemente de respeto. Ésta es la causa por la que las artes marciales sólo se pueden aprender a través de la intermediación de un individuo experimentado con un mayor entendimiento de la vida y del conflicto. El Sensei te puede llevar a donde vayas sin que tengas muy clara cuál es tu verdadera meta. Esta guía no es necesariamente placentera ni compasiva con tus límites,
pero aquí es donde se revela la naturaleza de la enseñanza: te permite liberarte de tus hábitos de complacencia y empezar a transformarte de forma profunda. En contacto con esta persona aprendes nuevos valores. El primero de los cuales es obediencia.
¡Obedece! Cuando has encontrado a tu Maestro, es necesario obedecerle completamente, y esto raramente se entiende en occidente. Sin embargo, ésta es una condición para el desarrollo personal. Las técnicas son sólo una excusa para avanzar en una senda vital. Aprender a obedecer sin discutir es el primer paso en este avance, ya que obedecer evita pensar en exceso o hacer preguntas inútiles. Si tienes confianza en tu guía, ¿porqué perder tiempo en cuestionar su consejo? A priori, sus decisiones son el fruto de su experiencia y de su práctica; por lo tanto no tienen otra meta que permitirte avanzar más rápido. El Sensei sirve de ejemplo. Cuando escalas una montaña, el guía abre el camino para que puedas seguirle, pero eres tú el que tiene que subir, no él. Una expectativa común en estos tiempos es que el estudiante asume que el instructor hará su trabajo. Es como si el guía, después de escalar la montaña, ¡bajase de nuevo a tu altura para llevarte a cuestas para arriba otra vez! El Sensei no tiene obligaciones relativas a resultados, sino una obligación de proveer los medios. Te pone en condiciones de tener éxito. Además, en el Dōjō uno no enseña, si no que muestra lo que se puede hacer. Es una cuestión para el estudiante adaptar esto a su cuerpo y espíritu. Esta obediencia ciega considerada normal por el practicante asiático a veces es difícil de aceptar para la mente occidental. Lo que se escapa a nuestra mentalidad cartesiana es que aceptar una limitación a nuestra libertad de pensamiento y de acción sea paradójicamente la condición que nos permite eventualmente liberarnos. Cuando entras en el Dōjō, uno acepta órdenes que normalmente son inaceptables en la vida diaria. Por esto es necesario encontrar un Sensei en el que puedas tener absoluta confianza. Recuerdo una vez que Masaaki Hatsumi, me dijo aparte que, a partir de aquél día, no debería estudiar con nadie excepto él mismo y su estudiantes directos, excluyendo de esta manera a todos los otros Shihan. Aunque sorprendido anta la prohibición de entrenar con cualquier otro instructor, obedecí sin discutir. En retrospectiva, empecé más tarde a entender que gracias a aceptar esta limitación a mi libertad, fui capaz de avanzar más deprisa. El Shihan al que me asignó tenía un tipo de movimiento que encajaba conmigo mal, y a mí me parecía que el movimiento de otros Shihan[23] me convenía más. Obedecí a mi Maestro sin cuestionarle y me enfrenté a este movimiento que estaba tan lejos de mi inclinación natural. Mi nivel técnico es el resultado de esto. Durante los cuatro años siguientes respeté el deseo de mi Maestro. Como no tenemos kata u otras formas de técnicas rígidas en nuestro sistema, debemos adaptar la técnica a nuestro cuerpo, no al revés. Cada (buen) instructor se mueve diferente porque ha sido capaz de personalizar su conocimiento y su aproximación a las artes marciales a través de su cuerpo. En uno de sus libros, mi Maestro explica que, al contrario que en los deportes de combate donde se da privilegio a la técnica “especial” de cada uno, en Budō es necesario trabajar sobre los puntos débiles de cada uno. En definitiva, es mejor ser aceptable en todas las áreas que bueno en una técnica especial, porque en la lucha real gana el oportunismo y no
las reglas del árbitro. Cuando practicas deportes de contacto o artes marciales tradicionales regularmente, notas una mejora de tus capacidades tanto físicas como mentales. Repetir formas y escenarios de batalla codificados una y otra vez da una agudeza mental que se percibe incluso fuera del Dōjō. Los movimientos del practicante son más precisos, su comunicación más concisa. Éstos son los beneficios de los movimientos básicos y de entender los principios ocultos.
Precisión Bruno Walter, hablando de música, dijo en el siglo XIX que “si te concentras en la precisión alcanzarás la técnica, pero si te centras únicamente en la técnica, jamás conseguirás precisión”. Aprender exclusivamente técnicas es inútil. Cuando te enfrentes a una situación de vida o muerte, sólo la precisión te salvará. Esta precisión mejorará con el tiempo. Un amigo japonés me dijo una vez que lo sorprendente de Hatsumi Sensei es que su eficiencia es visible tanto en el Dōjō como fuera de él. Añadía que “cuando Sensei bebe té, él usa sólo la fuerza necesaria, no más” “¿qué quieres decir?” pregunté “si la copa pesa 100 gramos,” dijo “él sólo aplica 101 gramos de potencia, nada más”. Usar sólo lo que es necesario es lo que marca la diferencia entre un buen profesor y un Maestro. Sin embargo, la importancia de un guía no está limitada a los aspectos técnicos y a la obediencia, pues sus enseñanzas te hacen evolucionar además a un nivel humano. Este viaje a través del arte del movimiento es también un canal hacia la sabiduría, lo cual no es posible sin un Maestro que guíe tus tímidos pasos en el camino de forma que puedas alcanzar tus objetivos en la vida. Como en todos los viajes, la riqueza de los encuentros garantiza el éxito, y es gracias a mi encuentro con el doctor Masaaki Hatsumi que yo fui capaz de convertirme en lo que soy hoy. Un día, mientras me acompañaba a la estación me confió: “nunca olvides que lo que enseñamos aquí no es a matar, sino a vivir”. ¡Menuda meta! A través de estas palabras, uno entiende mejor la analogía existente entre el enfoque de las artes marciales y la religión. El Budō es un Camino verdadero, una escuela cuyo verdadero objetivo permanece oculto (nin) durante mucho tiempo de la mirada del practicante. Con trabajo y esfuerzo, el Budō permite a su practicante convertirse en “un auténtico ser humano”. El Camino se hace evidente porque el entrenamiento es sólo un medio. Y el primer paso en el Camino consiste en encontrar al Sensei que hará posible tu evolución. Ya que un arte marcial es por encima de todo un acto codificado, la relación única que unifica a estudiante y Maestro es lo que hace que todo pueda llegar y desarrollarse. Esta es la condición bajo la cual el Budō que uno practica “diez horas a la semana, donde la vida es veinticuatro al día”, puede realmente convertirse en el medio para trascender nuestra parte animal hacia un desarrollo del ser humano interior. Budō, como mi Sensei dice, es una forma de trascender nuestra parte animal para intentar alcanzar la humana. Más allá de los movimientos que he entrenado, me doy cuenta de que es el aprendizaje del espíritu adecuado lo que más afectó a mi evolución. Por lo tanto, el arte marcial, considerado en su totalidad, es secundario en comparación con la enseñanza de vida que lo respalda y le da sentido. Cuando Masaaki Hatsumi cambió el nombre de su disciplina de “Ninjutsu” a “Budō Taijutsu”, hice lo mismo tras mi regreso a Francia, ¡perdiendo como resultado a la mitad de mis estudiantes durante los siguientes meses! Veo esto como una prueba de que muchos tienen una imagen incorrecta de las artes marciales, específicamente la de que es el poder lo que te permite prevalecer sobre los demás.
Masaaki Hatsumi dice a menudo que él no enseña a sus estudiantes, sino que les enseña a aprender y a darse cuenta de las cosas por sí mismos. Aquí es donde la sabiduría de un verdadero maestro se hace visible. Una vez más, es el estudiante el que aprende, no el Maestro. Para todos los estudiantes de un arte marcial japonés, el viaje a Japón es una especie de viaje iniciático, el peregrinaje de la vida, la culminación o validación de una evolución técnica. Este viaje a menudo es único en la vida de uno, pero resultó ser muy diferente para mí. Desde aquel memorable, helado y húmedo invierno de 1990, he regresado a los distantes suburbios de Tokyo unas dos o tres veces al año para incrementar mi nivel técnico. Por supuesto, la práctica en Japón está dotada de una magia incomparable. La precisión de los gestos, imposibles de reproducir y, sin embargo, de una gran simplicidad, me maravillaron. Pero el mayor shock psicológico que tuve no fue causado por el arte marcial en sí mismo, pues ya me había preparado para ese encuentro, sino por la confrontación con una cultura totalmente desconocida. En toda aventura, el encuentro con una civilización diferente es una fuente de progreso. ¡Con Japón, puedo decir que mi entendimiento del mundo dio un salto gigantesco!
Los japoneses Incluso en sus aspectos más triviales, este país permanece significativamente distinto del mundo occidental. Es otro universo basado en valores, códigos y reglas que no podemos comprender: todo allí es tan diferente que te sobreviene una sensación de permanente extrañeza. ¡Sin duda, es más fácil visitar el planeta Marte que irse a Japón! Japón es un mundo desconocido y lleno de sorpresas, donde no es corriente ver algo que nosotros consideremos normal. Para empezar, los japoneses a menudo mantienen una cara neutral y enigmática. No expresan nada, o por lo menos no parecen hacerlo. Su cara es suave, sus intenciones a menudo ocultas, y esto es por lo que las expresiones faciales que en occidente nos sirven para reforzar una idea o para mostrar un sentimiento, no evocan nada a los japoneses, quienes aparentan estar distantes. Su respeto hacia ti les obliga a no decirte nada que te pueda ofender; te dejan cometer errores y los aceptan, ya que después de todo, tú sólo eres un gaijin, un extranjero sin cultura. Uno de mis amigos europeos vive en Tokyo y se casó con una japonesa. Aunque él habla japonés como un nativo, me dijo que allí siempre será considerado un extranjero. Añadía que es exactamente igual para los japoneses que han vivido durante mucho tiempo fuera del archipiélago -¡casi como si hubiesen sido contaminados por el mundo occidental!- Cuando regresamos por primera vez de una estancia especialmente larga en Japón, no somos del todo conscientes de que nuestra percepción ha cambiado. ¡Pero en cuanto entramos en el avión, encontramos extrañas esas caras hiper-expresivas de los occidentales, con sus grandes narices plantadas en mitad de sus caras! Ir a Japón también significa aceptar estar siempre fuera de equilibrio. Un día, justo después de llegar a Tokyo, fui directamente a saludar a mi Maestro. ¡Viendo mi agotamiento debido al jetlag, me invitó a almorzar en un restaurante donde nos pusieron callos para comer con palillos chinos! Cuando vio mi sorpresa añadió “Esto es bueno para ti; es pura energía para que te recuperes del viaje”. Como tiene un sentido del humor tan fuerte, a día de hoy aún no sé si estaba o no bromeando. En cualquier caso, nunca me gustaron los callos. Para un budōka, ir a Japón es, por lo tanto, la culminación de una vida dedicada a la práctica del movimiento y al estudio de una cultura milenaria. Hoy, la aventura es menos arriesgada que en la época de mis primeras estancias allí. A principios de los 90, Japón era muy diferente; todos los paneles de información estaban escritos en japonés y la actitud de los japoneses era realmente xenófoba. Un día fui a admirar los cerezos en flor al parque Ueno de Tokyo junto con un amigo, cuando me llamó la atención un ruidoso grupo de hombres vestidos de negro. Este parque es conocido por sus arengas políticas. Fascinado por el aparente enfado del tribuno, me acerqué y observé en silencio. Mi amigo se inclinó hacia mí y me susurró en un tono divertido si entendía lo que estaban diciendo. Viendo mi confusión, añadió que el orador pertenecía a un partido extremista que exigía echar de vuelta al mar a todos los extranjeros. No nos quedamos…
Fue allí donde entendí el significado de la palabra “exclusión”. Varias veces me pasó en el tren que, nada más me sentaba, las personas que estaban al lado se levantaban y se volvían a sentar en un sitio un poco más alejado, como si oliese mal. En otra ocasión, un hombre al que le pregunté en japonés por el número de la dársena para Kashiwa me dio efusivamente la espalda y me indicó el número tres con sus dedos, sin emitir un sólo sonido. Incluso otro día, mientras estaba buscando mi sitio en un tren, el japonés al que me dirigí me observó atentamente de la cabeza a los pies, se echó a reír, se dio la vuelta ¡y se fue sin siquiera responderme! Afortunadamente, hoy en día las cosas son mucho más fáciles y los extranjeros son mucho mejor aceptados que hace veinte años. Por otra parte, los paneles de información todavía son un problema. Antes nada estaba escrito con caracteres latinos (rōmanji), y el desconocimiento de los tipos de escritura japonesa (katakana e hiragana) básicamente te impedía encontrar tu camino en el día a día. Hoy, incluso si los japoneses a menudo sólo dominan su propio idioma, uno se encuentra cada vez más jóvenes japoneses que hablan al menos un poco de inglés. No estoy seguro de si prefiero los viejos tiempos, en los que tenías que arriesgarte al tratar de comunicarte. Ahora, en las líneas principales, los nuevos trenes muestran el nombre en rōmanji, hiragana y kanji, con lo que es un poco más fácil. Para explicar esta idea más detalladamente, me gustaría hablar sobre la primera vez que me perdí en una ciudad (algo que ocurre bastante en Japón). Cuando vi a un repartidor cerca le pregunté inocentemente, en japonés, si hablaba inglés. “Sukoshi -un poco-” me contestó, lo que básicamente significa “no”. Los japoneses nunca te dicen “no”, pues es descortés y por lo tanto irrespetuoso. Entonces, en mi rudimentario y vacilante japonés, me arriesgué a preguntarle dónde estaba la estación de trenes. ¡Imaginad la alegría que sentí cuando entendió la pregunta y yo su respuesta y encontré mi camino! A menudo me preguntan si hablo japonés, y yo siempre contesto con una negativa, especificando que lo que yo hablo es “japonés de supervivencia”. Esto significa que sé cómo pedir comida, encontrar un sitio para dormir, comprar y, si me pierdo, pedir orientación para así llegar media hora tarde a mi destino. En general me las apaño sin miedo a cometer errores.
Primer Encuentro y Primeros Errores En las librarías, uno encuentra muchas guías ofreciendo las mejores maneras de visitar Japón, con listas de cosas para hacer y no hacer, y sobrecargando al lector con información supuestamente vital. Con los años, me he ido dando cuenta que esos libros son más bien inútiles, y la realidad de Japón es totalmente diferente, ya que la práctica suele diferir de la teoría. Uno de mis estudiantes dijo una vez, que para nosotros los occidentales, Japón es el país del error permanente, y comparto su opinión completamente. Independientemente de los esfuerzos, de la calidad de los preparativos del viaje, y de tu consideración en el lugar, siempre te vas equivocar. De hecho, todo esto es muy positivo y formativo ya que, cuando aceptas que vas a cometer errores, el viaje a Japón te recompensará enormemente. Nuestra sociedad nos hace sentir culpables constantemente, y desde jóvenes se nos enseña a temer cometer errores. En Japón, el derecho a estar equivocados nos libera. Cuando aceptamos la posibilidad de los errores, perdemos el miedo de hacerlo mal y actuamos. Pasa lo mismo con el movimiento. Lo que importa no es el conocimiento para reproducir la secuencia de pasos que se nos presenta, si no ser capaces de aprender de los errores que cometes en el proceso. Cuando aprendemos, cometemos grandes errores. Y a través de la práctica, van decreciendo hasta que se convierten en insignificantes o, al menos, no tan penalizantes. Lo mismo que en la vida. En el tatami, el error es fácil de ver ya que generalmente se transmite a través del dolor. En la vida las cosas son menos evidentes. Ésta es la razón por la que el trabajo sobre el movimiento físico debe llevar al trabajo sobre la actitud mental correcta. Pero lo más importante, obviamente es la capacidad de aprender de los errores y hacer lo que sea por corregirlos. Una vez más: esto es Shikin Haramitsu Daikōmyō. De todo lo que hacemos, siempre se destila una lección. Aprende a aprender de tus errores. El reconocimiento de nuestra libertad para cometer errores desarrolla nuestra capacidad para sobrevivir. En el pasado, cada Daimyō tenía un maestro de armas a su servicio que entrenaba las tropas. Mientras ganara las batallas contra los Daimyō vecinos, mantenía su empleo. Cuando perdía, moría; así de simple. Esta relación con la inminencia de la vida y la muerte es de lo que en esencia carecen los deportes de contacto, ya que la derrota en la competición no es más que temporal. Siempre puedes ganar otro combate si te equipas con los medios y tienes suerte. En batalla, el tema de la suerte es único. En definitiva, o te mantienes vivo o mueres. Uno hace elecciones y las acepta mientras paga el precio. La vida y el entrenamiento para la batalla se parecen mucho, y se pueden retroalimentar. En ambos casos uno nace solo y continúa de esa manera. Todas nuestras acciones y elecciones resultan de nuestra capacidad de interactuar con el entorno. Ya que es raro que un plan permanezca sin modificación, en la lucha por la supervivencia uno tiene que adaptarse constantemente para no ser sorprendido. Esto es Zanshin [24] o
consciencia. En batalla, la esencia del entrenamiento del Dōjō no es lo que se aprende si no el resultado de la práctica constante. La práctica marcial debe permitir al estudiante desarrollar nuevos reflejos, que son tanto condicionados como capaces de adaptarse a circunstancias imprevistas tanto en la vida diaria como en el tatami. Esta habilidad para adaptarse sólo se consigue practicando. La estrategia se piensa antes del combate, y la táctica es la adaptación de la práctica. En batalla, el clima, el terreno, las “fuerzas presentes”, las armas usadas, la oportunidad y la suerte se deben integrar. Cuanto antes aprendamos a reconocer e integrar estos elementos, antes seremos capaces de sobrevivir.
Competencia El Heiho Hakugisho, o manual japonés de estrategia, habla de cinco áreas de competencia. Todas las estrategias de lucha dependen de estos 5 pilares. El primero, o Ten no Ri, es el uso de los ciclos de la naturaleza y del clima. Más concretamente, es el entendimiento de cómo las variaciones del clima afectan al entorno del conflicto. Las condiciones climáticas afectan la manera que tiene la gente de una región de vestir. Por lo tanto, las artes marciales han evolucionado dependiendo del tipo de ropa que usaba la gente. Por ejemplo, sistemas de lucha con saltos y ataques aéreos se han desarrollado generalmente en países con climas cálidos donde uno usa ropajes ligeros. Por otra parte, sistemas que utilizan una base más fuerte y que usan agarres y controles se han desarrollado en países más fríos, donde la ropa es más gruesa y más pesada. Okinawa, tropical como el sur de China, desarrolló estilos de Karatedō (recordad que “Kara” significaba originalmente “chino”; el Karatedō era una forma de boxeo chino). Por el contrario, en Japón, todos los métodos de lucha estaban basados en agarrar al oponente ya que los guerreros llevaban armaduras. En el Dōjō, comúnmente llevamos una camiseta. Cuando llevamos chaqueta, a menudo está por encima del cinturón. Un día pregunté a mi maestro sobre esto, y me respondió sonriente que normalmente no levas el cinturón por encima de una chaqueta de vestir. Por lo tanto, la expresión del movimiento depende de las condiciones climatológicas prevalentes. Cuando llueve, se evitan las patadas altas y el combate aéreo, que en realidad no es más que sentido común. De noche, la percepción de la distancia varía. Si el sol nos da en los ojos, cambiamos de posición, etc. Entender el clima nos provee de capacidades operacionales adicionales. El segundo elemento, Chi no Ri, o el uso del terreno, es algo que todo el mundo usa sin darse cuenta. Cuando el suelo resbala, uno asegura la postura. En la práctica marcial, donde el equilibrio es vital, no aplicamos una técnica porque la conocemos, sino porque el entorno y las condiciones del terreno la propician. El Dōjō tiene un suelo perfecto y plano; cuando salimos del Dōjō, todo cambia. El Budō debe de ser estudiado en exteriores para que podamos modificar nuestros movimientos basándonos en el terreno. Si el suelo es desigual, hay quie repartir el peso de forma diferente; si la tierra es seca, es polvorienta e inestable. Recuerdo un día soleado de verano durante un seminario de espada, tuve que atacar a mi Sensei. Incluso antes de que tomara mi decisión de atacar, Sensei bajó suavemente el arma hacia el suelo y extendió sus brazos. La punta del arma descansaba sobre el suelo polvoriento y en el momento que lancé mi corte descendente a la postura abierta que me ofrecía, propulsó un poco de tierra a mis ojos, lo que detuvo mi ataque inmediatamente. “Esto es lucha real, aprended a usar la naturaleza como ventaja”, dijo sonriente mientras yo intentaba recuperar la vista. Entender el terreno te da ventaja inmediata si eres capaz de integrarlo con tu equilibrio y movimiento. El Jin no Ri toma en consideración la dimensión humana, las “fuerzas presentes”. De nuevo, esto no es nada extraordinario, porque, desde la niñez, hemos aprendido a medir
los riesgos dependiendo de la sociedad donde vivamos. El auténtico Budō debe considerar el enfrentamiento contra múltiples atacantes. En los deportes de contacto, no hay más que un oponente, pero en una pelea real, suele haber varios. Uno de mis estudiantes fue una vez atacado de noche. Eran cinco agresores, pero se consiguió librar dejando que le encajonaran. Se puede pensar que esto es un error estratégico. Por el contrario, como tenía la espalda contra dos muros, los oponentes sólo podían atacarle de frente, y estaban restringidos por el espacio, ya que todos querían atacar simultáneamente. Ésta es una muestra perfecta del uso de los tres campos estratégicos que acabamos de presentar. El tiempo- en este caso la noche, el terreno-aquí los muros, y el entendimiento de las “fuerzas presentes”-aquí los cinco agresores. Uno puede llegar a pensar que le hubiera ido peor si los enemigos hubieran sido sólo dos. Entender las fuerzas presentes es crucial en una situación real. Como dice mi Sensei: “Demasiadas artes marciales están interesadas sólo en la lucha individual ¡esto es vergonzoso! Si aprendéis la fluidez del movimiento que os muestro, seréis capaces de defenderos de varios oponentes, y a veces será más fácil incluso que vencer a uno sólo”. El cuarto elemento, Heiki no Ri, tiene que ver con las armas y el poder. Cuando te enfrentas a un arma de fuego, es más inteligente colaborar, ya que el coste de pelear puede ser demasiado alto. Entender el riesgo al que nos enfrentamos es parte del riesgo, pero es incluso más necesario cuando hay armas implicadas. No importa en este caso que nosotros estemos armados o no. Tu elección de colaborar o de reaccionar depende de tu habilidad de analizar los riesgos. En un conflicto, siempre les digo a mis estudiantes que tienen que tenar muy clara la respuesta a la pregunta: “¿estoy preparado para pagar por las consecuencias de mis acciones?”. Si te enfrentas a un arma cuando estás con tu pareja o un niño, no puedes correr el riesgo que proviene de intentar desarmar al agresor, incluso si dominas la técnica requerida. Imagina que tienes éxito y desarmas al atacante, pero el arma se dispara y el ser amado es herido y queda incapacitado de por vida. ¿Valió la pena? No. Entender las armas y su peligro potencial es esencial para elegir la estrategia victoriosa. Pero de todos estos campos de estrategia, el más importante es el último, Joyo no Ri, que implica el timing y el azar. Para sobrevivir a una pelea, es necesario tener suerte, moverte en armonía con la situación con la que te enfrentas, y sobre todo, elegir el timing correcto. Joyo no Ri es el último pilar de la estrategia, pero afecta a todos los otros. Incluso si consideras correctamente el tiempo, el terreno, las personas y las armas, morirás si no estás en sintonía con la situación. Un día le comenté a mi Maestro que no me gustaría ser alguien que le atacara en la noche. Su respuesta me sorprendió: “Si gano, ¡será porque tendré suerte!” Además, él suele repetir que, en combate, no es importante ganar, si no, sobre todo, no perder. Nosotros estamos muy lejos del concepto de las artes marciales físicas.
Budō La práctica constante no se concentra en otra cosa que en proveer al estudiante con una consciencia incrementada del momento. En nuestras sociedades modernas, la ley regula y limita nuestras acciones por el bien común. Practicar artes de combate no es de interés excepto para darnos el coraje para no tener que responder a una agresión. Estos aspectos estratégicos esenciales, sin embargo, no se encuentran en muchas de las artes marciales modernas. La sala donde practicamos impone un clima (calor, electricidad), un terreno (tatami o suelo), unas “fuerzas presentes” (un único oponente del mismo peso y la misma edad), y las armas (o ninguna o las mismas). Lo único que se puede aprender aquí es a dominar aspectos biomecánicos e intentar conseguir el movimiento perfecto. El resultado es que la mayoría de los practicantes no tienen ni idea de lo que es la lucha por la supervivencia. En Budō no perseguimos medallas ni campeonatos, ni movimientos hermosos, sino que practicamos para desarrollarnos, seguir vivos y con buena salud. En tiempos de paz, la función principal de un ejército es aprender del conocimiento de la guerra para mantener la paz… Cada práctica de artes marciales, deportiva o no, persigue una meta diferente, pero todas ellas han desarrollado una aproximación pedagógica específica. En Bujinkan, esa aproximación integra completamente los cinco aspectos de la estrategia que hemos descrito más arriba. Así, practicamos tanto en interiores como en exteriores. Contra uno o múltiples oponentes, y usamos técnicas sin armas, así como con todas las armas japonesas y practicamos la adaptación al entorno. Como no hay kata, existen cientos de waza, que son técnicas que se pueden adaptar al cuerpo de cada uno y a la situación. Esta diversidad genera una situación de mezcla en la que la creatividad puede ser expresada, pero sin presiones. En el Dōjō, este tipo de práctica para aprender la fluidez entre técnicas es más efectiva que la práctica tradicional que consiste en ejecutar un movimiento concreto sin tener en cuenta la totalidad de los parámetros del conflicto en cuestión. Ningún movimiento existe por sí mismo. No es más que una combinación de un principio de acción con otro que ofrece la mejor respuesta a una agresión. Gracias a esta aproximación adaptativa y flexible, la velocidad de progresión es mucho más alta y el practicante comienza a encontrar la conexión entre movimientos que ni siquiera ha aprendido aún. Así es como empiezas a aprender Budō real. La habilidad para adaptarse lleva al practicante gradualmente a la excelencia. Hoy en día esta búsqueda de la excelencia debe ser puesta a prueba en el día a día ya que el auténtico arte marcial ya no se centra en el combate. El Budō emerge como un acto creativo que nos lleva toda una vida y nos permite aproximarnos a una perfección ilusoria e inalcanzable. Su practicante sabe que la perfección tiene una cualidad divina y no pretenderá volverse perfecto en sus movimientos, sino trabajar por ello constantemente. Entonces, el instinto individual por la supervivencia, originalmente controlado por el atavismo y los reflejos innatos, capacita el acceso a otra dimensión, conectada con la “habilidad de grupo” en la que el individuo se
funde lo más posible pero sin perder su identidad. Las fuerzas especiales entienden este concepto y desarrollan una coherencia grupal que les ayuda en sus misiones. A un nivel individual, nuestros reflejos pueden poner en peligro nuestra supervivencia. Por eso desde el principio, la práctica marcial (especialmente en el área militar) intentó suprimir nuestro instinto de supervivencia, cosa que puede ser más problemática que beneficiosa. Nuestros reflejos innatos tienen la única meta de preservar el binomio corazón/cerebro y no el cuerpo entero. Si un puñetazo va contra la cabeza, el brazo se mueve de forma natural para interceptar el golpe y así proteger el cerebro. Pero el mismo tipo de reflejo sucede contra un ataque de espada en lugar de un palo, con el resultado de que perdemos el brazo aunque conservemos el cerebro. Normalmente, el cuerpo no está programado para preservar su integridad. Si quedas atrapado en una ventisca, el frío te anestesia y te adormece. Para evitar la muerte por pérdida de temperatura, el cuerpo retira la conservación del calor de las extremidades una por una, los dedos, las orejas, luego brazos y piernas, para ahorrar el calor que queda, para poder sobrevivir. El cerebro está en “standby” y la muerte llega suavemente. Podemos citar muchos ejemplos similares. Aceptando el punto de vista oriental de que cuerpo y mente son una unidad, está claro que el cuerpo humano hace lo posible para sobrevivir, incluso si eso significa pérdida de integridad física. Las artes marciales tienen la meta de revivir las acciones apropiadas que nos ayudan a resolver una situación arriesgada mientras mantenemos la capacidad de quedarnos y luchar o de huir. Recientemente ataqué a uno de mis estudiantes sin previo aviso y se tiró al suelo sin intentar detener el ataque y ganó distancia rodando. Había entendido que las auténticas artes marciales enseñan a sobrevivir mientras nos mantenemos operacionales. Si el Budō ha perdido su vocación histórica por la confrontación militar, ¿por qué practicamos varias veces por semana técnicas inútiles en el día a día? Si la meta de las artes marciales hoy en día no es la efectividad en la batalla, entonces ¿cuál es? Su meta principal es hacernos humanos y representar valores que el mundo moderno ha olvidado: el “sabor” del esfuerzo, la perseverancia, la resistencia, aceptar el dolor y enfrentarnos a nuestros miedos internos. A través de aceptar retos conscientemente, el principiante en artes marciales desarrolla una voluntad insuperable, un sentido del honor, fidelidad a sus principios y su talentos, y una cierta tolerancia. La biomecánica es la fuerza impulsora del desarrollo de la mente, para que pasemos naturalmente del movimiento a la “esencia del movimiento”. Estas dos evoluciones a un nivel físico y psicológico son progresivas y sigue una senda de seis pasos.
¿Godai o Rokudai? En Japón el entendimiento del mundo se basa en los cinco elementos del Godai[25]; ChiTierra, Sui-Agua, Ka-Fuego, Fu-Aire y Ku-Vacío. Éstos son los mismos elementos que Aristóteles definió en su día, sólo que los asiáticos añadieron un quinto, “vacío”. Carl G. Jung postula que esta noción de vacío, de no hacer, no pensar, no actuar, es lo que distingue la forma de pensar japonesa de la nuestra. Como se dice en el zen, es la vacuidad lo que da importancia al cuenco. Sin su vacuidad, el contenedor no puede contener nada. Todas las cosas de este mundo están compuestas de estos cinco elementos. Es lo que llamamos realidad. La interacción del Godai es lo que genera el sexto elemento, que es más espiritual y se llama Shiki, consciencia. De esta manera, la práctica marcial contribuye con la consciencia, y el movimiento meramente mecánico se purifica y trasciende para convertirse en “concepto de movimiento”, la consciencia del ser. El principiante sigue la conexión de los seis elementos y, sin ser necesariamente consciente de ello, pasa de Tai Nagare, el movimiento técnico a Tamashii Nagare, o “movimiento del espíritu”. A través de un largo y costoso proceso de aprendizaje, la materia se transforma en espíritu.
Los Tres Pasos del Aprendizaje Para los japoneses, la capacidad de aprendizaje sigue tres pasos: físico, mental, y la integración mente-cuerpo. Se llaman Taihen, Kuden y Shinden, y sea lo que sea que practique el estudiante, debe seguir estos tres pasos. Durante la fase física de aprendizaje, el practicante repite las mismas series de movimiento una y otra vez hasta que el cuerpo los memoriza, en ausencia del espíritu. Estas repeticiones le parecerán inútiles, pero sin embargo, es a través de esta fase de aprendizaje físico que se asienta la calidad de las bases. En este nivel, sólo se implica físicamente el cuerpo. Tiene que ver con la mecánica, mucho con los reflejos, y hay que “nutrirse” de la experiencia y los errores para que los movimientos se vuelvan efectivos e inocuos para el practicante. Poco tiempo después de empezar a practicar Bujinkan, uno de mis compañeros de trabajo que posiblemente quería poner a prueba mis reflejos, me atacó por sorpresa. Se me encaramó en la espalda sin previo aviso, y mi cuerpo reaccionó de forma natural, echándose al suelo de forma fluida. Sin agarres, mi colega se estampó contra el suelo. En aquella época, yo practicaba mucho, e incluso si no entendía las cosas, mi cuerpo empezó a adquirir una reactividad natural. La siguiente es la fase de desarrollo de la experiencia (Kūden), donde el practicante experimentado pone a prueba los movimientos que ha aprendido duramente, donde se comenten errores, se corrigen y se progresa. Se intenta ir añadiendo significado a todo. En una clase, estaba explicando a mis estudiantes, qué postura adoptar cuando se está desarmado frente a una espada. En esta postura, el brazo atrasado se dobla hacia arriba como si estuviésemos con un teléfono. Cuando el ataque vino, mi cuerpo esquivó el golpe, pero mi codo recibió un golpe a plena potencia. Fue un Kūden doloroso. Desde ese día, mi codo apunta atrás y hacia el suelo; el error doloroso ha sido incorporado. ¡Shikin Haramitsu Daikōmyō! Aunque el practicante puede aprender por si mismo en esta fase, a menudo será corregido por el Sensei. Es en este momento que la relación estudiante/Maestro se crea, toma forma y se desarrolla. Habiendo integrado la forma (Taihen) y la experiencia (Kūden), uno pasa a la unificación de cuerpo y mente (Shinden). La forma inicial empieza a incorporarse a la vida diaria. La palabra “Shin” tiene un significado triple en japonés, “corazón”, “espíritu” y “divinidad”. El término “den” significa “palacio” o “transmisión”. El estado de Shinden se alcanza cuando el movimiento se integra hasta el punto de que la acción física no se piensa, se expresa sola y se vuelve natural. Las tres fases son consecutivas y repetitivas y se asemejan al aprendizaje de montar en bicicleta. Incluso si no has montado en bicicleta desde hace 10 años, lo recuperarás enseguida. La habilidad de montar en bicicleta se adquiere a una edad muy temprana, al nivel Taihen/cuerpo (tus rodillas recuerdan). Caída tras caída, el nivel de
Kūden/experiencia ha aumentado mientras tus errores han decrecido. Finalmente, montar en bicicleta se vuelve tan natural (Shinden) para ti, como respirar, caminar o pensar. Pero si decides aprender a usar una bicicleta de montaña, tendrás que pasar por esos tres estadios de aprendizaje una vez más. Tu Shinden que te permite montar en bicicleta te conducirá a un nuevo Taihen, el de conducir una bicicleta de montaña. Te volverás a caer, y experimentarás el mismo avance otra vez, hasta que finalmente adquieras la habilidad. Simbólicamente, puedes imaginar las tres fases como una espiral cilíndrica hacia arriba. Mirando desde arriba, ves el desarrollo del cuerpo/espíritu/naturaleza como un círculo dividido en tres segmentos. Pero si miras de lado, la espiral va hacia arriba. Con cada progresión del conocimiento, avanzas de una espiral a la siguiente y pasas por nuevas fases de Taihen, Kūden y Shinden. Nada se puede adquirir realmente sólo pensando; es a través del esfuerzo y la repetición que se progresa. Este proceso triple de aprendizaje se puede encontrar en cada uno de los Godai. Todos ellos contienen estas espirales sucesivas. Durante el entrenamiento, el practicante pasa por cada uno de estos cinco elementos. El tiempo necesario para pasar de una espiral/elemento a otro depende del individuo. No se pueden fijar unas reglas, ya que cada ser humano entiende las cosas a su propio ritmo. Y aquí no estamos tratando con el deporte donde la edad, el tamaño o la musculatura son importantes; unos practicantes progresan más deprisa, y otros más lentos.
Los cinco Elementos Todo empieza con Chi, la Tierra. Este es el poder nutritivo, la matriz de todas las cosas, lo que lo soporta todo. En este nivel, el practicante que se enfrenta a su falta de experiencia está evolucionando sólo a través de la mera repetición de movimientos básicos que él no entiende. Esto le permitirá construir un cuerpo que es el Utsuwa[26]/contenedor para el espíritu, el cual se hará más grande y fuerte. Esta fase de la práctica requiere varios años, y la mayoría de los practicantes abandonan en este temprano nivel. Sin embargo, te das cuenta rápidamente que el único objetivo aquí es crear la base, los fundamentos físicos sobre los cuales construirás después una estructura indestructible. En esta fase es secundario el entender lo que estás haciendo, ya que de todos modos, no tienes los medios para entender. El único medidor de la progresión es tu cuerpo y su estado de extenuación o dolor, la práctica es dura y desanima a muchos principiantes. Cuando, después de 17 años de Judō, empecé a practicar un sistema marcial más completo incluyendo ataques de puño, patadas y armas, recuerdo sentirme totalmente perdido. Tuve que volver a aprender todo desde un nuevo punto de partida. Más que adquirir nuevos conocimientos, el punto aquí es entrar en un nuevo paradigma. Eso te lleva a cuestionarte todo en lo que habías creído durante muchos años. De como de bien adquieras este primer elemento es lo que definirá tu duración en la práctica. Si el principiante entiende el objetivo de este enfoque mecánico, el practicará toda su vida; si no, sólo se quedará por un mes. Los movimientos fundamentales, incluso si difieren de un arte marcial a otro, tienen el mismo objetivo, y es formar el cuerpo del principiante, después su mente, y con las vicisitudes de la práctica, al mismo tiempo revelar su potencial. Cuando el puro estudio físico del elemento Tierra es conseguido, el practicante entra en el siguiente elemento, el cual es Sui, Agua. Agua es, por naturaleza, el símbolo de la fluidez. Ahora, el movimiento tan laboriosamente aprendido tiene que hacerse vivo y debe ser pulido hasta que pierde todos sus bordes afilados. La mayoría de los practicantes abandonan en este momento, porque no entienden para qué son buenos estos movimientos. El momento en el que trabajas en el elemento Agua es un tiempo lleno de dudas sobre lo que profundamente pensabas que era correcto. Es ciertamente comprensible que al final de esta fase de Agua el practicante haya ganado la seguridad de haber adquirido un conocimiento incompleto de su técnica. Al pulir sus movimientos, él, entonces, simplificará aún más y más, y entender que ha conseguido una mejora sólo le muestra su inicial falta de entendimiento, que no había sido visible hasta entonces. Él también entenderá que esta es sólo la primera de una serie de descubrimientos. Exactamente en este momento algunos se preguntan a sí mismos porque deberían continuar, ya que parece que no hay final a la vista. Por lo tanto podríamos decir que muchos aspirantes “se ahogan” en el camino cuando se encuentran con el elemento Agua. Aquellos que sobreviven a él adquieren un movimiento hermoso y natural. Ahora es momento de darles fuerza y realismo. Este es el momento en el que el practicante entra en Ka, el Fuego. El trabajo está lejos de estar terminado, pero el practicante está en el camino correcto. El Fuego simboliza la fuerza y la explosividad. Por lo tanto, este es el momento donde la
potencia entra en juego. La Tierra ha formado el cuerpo. El Agua ha endurecido la mente. Fuego llenara los contenedores vacíos, o sea las técnicas, con vida. Tengamos en cuenta que este es un proceso natural de maduración, el cual es independiente de la fuerza de voluntad. A veces ocurre que le doy al estudiante un rango adicional cuando me doy cuenta de que su nivel de entendimiento crece de repente, incluso si su antigüedad no lo ustifica. Ka es una fase importante ya que permite al practicante crear su Yo y aprender de sus puntos fuertes y débiles. El conocimiento se transmite por sí mismo a través del dolor, y yo critico a veces la actitud de aquellos que tienden a evitarlo para dar una buena impresión. Un día en Japón, entrené con diferentes compañeros de alto grado quienes habían criticado mi estilo de entrenamiento, que les parecía demasiado violento. “Entrena más suave, estaré aquí por un mes y no quiero terminar lesionado”, “Espera, quiero romper el movimiento para entenderlo mejor”, “No me hagas daño, no puedo concentrarme en el movimiento”, y otras frases como esas. Después de la segunda clase, molesto agarré mi bici y fui a ver a Sensei que me preguntó: “¿Tu no les hiciste daño, y tampoco les impediste entrenar, verdad?” Después de responderle que no, añadió: “Pues diles de mi parte que esto no es un curso de baile, sino la práctica del Budō”. Compartir el dolor es lo que te hace sobrevivir la fase de Fuego. Resistiendo y causando dolor, cuerpo y mente aprenden sus límites e incrementa nuestra habilidad para sobrevivir. Como en el ascetismo religioso, el dolor controlado y aceptado libera el cuerpo de sus limitaciones primitivas en función de alcanzar un nivel elevado de consciencia. Sin intención de promover el masoquismo, el dolor puede resultar en sí mismo un muy buen maestro, siempre y cuando no se convierta en pánico, lo que inhibe la verdadera evolución. Después viene Fū, el Viento, que nos lleva a un mundo de nuevas sensaciones. La técnica ha dado pie a un movimiento que comienza a liberarse del manual y se vuelve rico en sensaciones. El pensamiento consciente interviene cada vez menos, y las reacciones del cuerpo son más fluidas y menos bruscas. Una cierta belleza brilla a través de los movimientos, y cuando la acción se vuelve etérea y más adaptada al problema impuesto por el atacante, ahí es cuando la belleza se convierte en real y no en una pretensión. Con el Viento, todo parece más simple, como si Fū disipara la complejidad. Recuerdo que durante mis primeros viajes a Japón, era constantemente cautivado por la habilidad de Sensei de leer los movimientos y reacciones de su oponente. Me llevo muchos años entender que él simplemente seguía las pistas inconscientes que el cuerpo de su oponente le daba, como las ramas de un árbol que siguen el movimiento del viento. “Tienes que saber doblarte cuando hay viento, y no doblarte cuando no hay viento”, como podemos leer en el manual Ten Chi Jin. Viento nos enseña a escuchar a los otros y adaptarnos a ellos en una forma más delicada y natural. Con Kū, Vacío, el verdadero trabajo puede finalmente comenzar. Hasta ahora, el movimiento estaba basado en pulir la forma, pero poquito a poquito, el espíritu se fue liberando a si mismo del pensamiento, y la verdad comenzó a mostrarse. Aquí es donde los valores humanos y la filosofía se imponen a sí mismos sobre el practicante. No importa si él quiere o no o incluso sin pensar en ello, los siguientes valores se muestran por sí mismos en su actitud y su vocabulario: esfuerzo, disciplina, honestidad, perseverancia, superación personal, ética, moral, excelencia, coraje y sentido de la
responsabilidad. Estos valores enriquecen gradualmente su movimiento y lo hacen más eficiente. Poco a poco, este vacío formal le da acceso a una forma de intuición, ligada al entendimiento, a la comprensión de la vida. A esto es a lo que mi Sensei se refería al decirme un día: “Quiero preservar la humanidad en nuestras tradiciones. Por eso es que enseño vida”. Esta enseñanza de vida que uno adquiere al pasar por las diferentes fases del Godai, nos permiten acercarnos a Shiki, consciencia. En este nivel, el estudiante ha abandonado los elementos materiales; sus movimientos se han liberado a sí mismos de la forma inicial y se han vuelto vivos. La parte animal da paso a la parte humana. Pero este cambio de materia a vida, realizada a través de la mediación de un Maestro, no habría pasado sin el trabajo sincero del practicante. Como hemos visto, es el estudiante el que hace su camino, no es el Sensei quien lo lleva sobre su espalda. Ahora posee la fuerza mental que lo anima en todas sus acciones y que el mismo no creía, a priori, que fuera capaz de tener, cuando comenzó su entrenamiento. La clave para esta metamorfosis se encuentra en la palabra “sinceridad”. El practicante sincero se mueve hacia la realización de su ser. Una vez cruzado el umbral de la sinceridad, es mediante el esfuerzo y la superación propia que nuestros valores aparecen. Estos no son los medios, sino el resultado de la práctica y la conexión con los cinco elementos. Sin una consciencia creciente, el principiante se pierde en una búsqueda estéril, llena de ilusiones y su movimiento se queda en un nivel trivial, la mayor “trampa” de las artes marciales. Lo que importa en el viaje no es la llegada, el destino, la meta, sino los obstáculos que superas y también tus encuentros por el camino, como decía Saint-Exupéry. Gracias a estos encuentros y estos obstáculos podemos esperar convertirnos en Bujin [27], “verdaderos seres humanos”.
Bujinkan En japonés, las palabras pueden tener varios significados. Para entender el punto de vista oriental, tenemos que entender como los japoneses adaptaron el sistema de escritura chino cuando los primeros embajadores fueron enviados al Reino Medio por los emperadores budistas del siglo VIII. Originalmente, el lenguaje japonés no era escrito, y el primer préstamo de China fue, por decirlo de alguna manera, su sistema de escritura, para copiar los textos sagrados. Enseguida, los monjes que transcribían incluyeron un silabario pata precisar las pronunciaciones de las palabras. Y así, crearon el katakana, que se usa hoy en día para las palabras extranjeras, y el hiragana, que, entre otras cosas, se usa para las terminaciones de los verbos. El silabario los usan los niños japoneses para aprender a leer los ideogramas (kanji). Hay miles de símbolos, pero el japonés medio sólo conoce parte de ellos. Originalmente, la “palabra” es un dibujo o pictograma que se usa para representar el objeto correspondiente, de la misma manera que la letra “A” de nuestro alfabeto originalmente simbolizaba la cabeza de un buey. El nombre Bujinkan está compuesto por 3 ideogramas. El primero, Bu se entiende comúnmente por el concepto “Guerra”, y representa una guardia estilizada con una lanza. Su significado es, por lo tanto, más bien algo así como “el que mantiene la paz”. En latín tenemos el dicho “si vis pacem para bellum”. Si quieres mantener la paz, debes de estar listo para luchar para proteger este concepto. Jin, por otra parte, se refiere a una entidad superior, a la consciencia y al espíritu divino. Kan denota el lugar, la casa. Bujinkan es por tanto el lugar donde los seres humanos de consciencia superior se encuentran y cuyas acciones previenen la guerra. Así, la fase de incremento de consciencia es uno de los últimos pasos en la senda del practicante. Para permitir que la consciencia se manifieste en el movimiento, debes de ir más allá de los reflejos adquiridos e integrarlos en una matriz más compleja. A menudo se nos explica que el movimiento debe ser olvidado. Esto presupone haber aprendido el movimiento previamente, dado que para olvidar algo, hay que haberlo aprendido. Durante un seminario en los EE.UU, Sensei me dijo que me había dado todo lo que necesitaba, y que mi trabajo futuro consistiría sólo en deshacerme de los malos movimientos. Cuando la consciencia anima tus acciones, todo movimiento superfluo disminuye tu eficiencia y la calidad de tu respuesta al estímulo que representa el ataque. El trabajo de “pulimentado” es, por tanto, vital para la supervivencia. Para no morir en combate, la acción y el movimiento no pueden coexistir. No sólo tienes que controlar al oponente, sino todo lo que te sucede alrededor. Controlar todo es lo que realmente cuenta en una lucha por la supervivencia, ya que implica todo lo animado y lo inanimado, sea humano, animal, planta u otra cosa. Los cinco pilares de la estrategia, que hemos definido previamente, relacionados con el paso a través de los cinco elementos, nos permiten alcanzar el nivel de consciencia. La
consciencia es la fuerza impulsora del movimiento natural que nos guía en nuestra senda, y el combate es el instrumento a través del cual comprendemos esa senda. La senda controla todo lo que hacemos, todo lo que pensamos, y todo lo que entendemos. La meta del auténtico practicante es ser plenamente consciente de lo que es necesario hacer y de lo que no hay que hacer. Puedes considerar esa senda como la vida. La senda de la vida que hemos elegido también intenta integrar todos los parámetros de los que somos conscientes. Transformándonos en mejores seres humanos, tenemos más posibilidades de llevar una vida satisfactoria. Toshitsugu Takamatsu, el Maestro de mi Maestro, a menudo hablaba de su arte marcial como Budō no Kokoro [28], el Budō del corazón. El Budō trasciende nuestras propias limitaciones para despertar la auténtica identidad oculta en lo más profundo de nuestro ser y abrir nuestro corazón.
Yin-yang Cuando comparo lo que practico hoy en día con lo que practicaba antes, me sorprendo de la diferencia en la aproximación pedagógica. En los deportes de contacto, el énfasis es en el aspecto yang de la práctica, donde la potencia, la velocidad, y la fuerza física tienen preponderancia. En el Budō, por el contrario, es el yin el que tiene preponderancia, para que el practicante pueda desarrollar un movimiento que le corresponde, y no una forma estereotipada para buscar uniformidad. De hecho, en lugar de la repetición de movimientos, con o sin compañero, el Budō favorece el entendimiento de la esencia contenida en el movimiento en lugar de la repetición estéril que se hace en los deportes, porque da al practicante la posibilidad de adaptar su movimiento instantáneamente. En Budō en lugar de proveer al practicante una forma que debe integrar paso a paso, debemos sentir el corazón del principio que trabajamos, y expresarlo a través de nuestro cuerpo. Es como la comparación entre oler un perfume en el aire y oler la flor que produce el propio olor ella misma. Incluso aunque esta aproximación metodológica pueda parecer más lenta que la anterior, tiene más ventajas, ya que, una vez adquirida, es completamente adaptable. Cada parámetro exterior se considera de forma natural y se integra en el movimiento sin necesidad de deliberación. Hablando con el Sensei sobre los principios más elevados del movimiento, me lo resumió de la siguiente manera: “No seas demasiado serio ni te concentres en exceso. Si te concentras en exceso, te tensas. Si te tensas, piensas. Si piensas, siempre serás demasiado lento”. Hay que buscar el equilibrio en todas las cosas. Esto es el in-yo japonés, más conocido por su traducción china yin-yang. Si la técnica es yang, la adaptabilidad es yin, y con la interacción de ambas, llegamos a la consciencia. En la lucha por la supervivencia, es la consciencia la que nos da la capacidad de controlar el Kūkan, el espacio entre adversarios. Los movimientos no sólo tienen que llenar el vacío, si no incluir todo el espacio alrededor del oponente. Por lo tanto, controlar todo significa controlar el espacio. En occidente, a menudo queremos entender antes de aprender, pero como mi Maestro dice, “lo importante es cuando no entiendes”. A través de la práctica se vuelve evidente que el movimiento natural no puede ser entendido, si no adquirido. Y el movimiento es el resultado de la adquisición, no el medio para ésta. Por eso dos practicantes idénticos, tendrán siempre dos movimientos diferentes. A propósito, el problema de la uniformidad es lo que destruyó las artes marciales originales y las transformó en deportes de contacto, dado que es imposible evaluar objetivamente el valor de un movimiento que sólo percibimos en su superficie. El jurado examinador de las federaciones oficiales sólo juzga la forma del movimiento, porque no puede cuantificar el espíritu del movimiento. Si miramos una caja no sabremos necesariamente lo que contiene. Por lo tanto, exámenes de la forma debilitan día tras día a los practicantes creando un empobrecimiento técnico que rebaja el nivel. El espíritu del
movimiento da paso gradualmente a un movimiento sin espíritu. El Budō se ha ido transformando en deporte, y es normal, o al menos comprensible, pero siempre nos parecerá una pena que las cualidades iniciales de la excelencia que los samuráis alababan no han sido capaces de sobrevivir a la evolución de nuestra sociedad hacia el individualismo y el materialismo. Para volver al “no pensamiento” y al estilo didáctico informal del yin puro, lo que es natural sí no se puede enseñar ya que está presente ya en nosotros. Sólo se puede liberar. Es necesario ser capaz de expresar algo muy difícil, ya que la pedagogía occidental, ni toca este aspecto ni nos prepara para él. Ésta es la razón por la que las artes marciales asiáticas, cuando se les aísla de sus raíces orientales, degeneran a una aproximación deportiva. Mi intención no es denostar a aquellos que derivan beneficios de ver el arte marcial sólo desde un punto de vista deportivo o intelectual, pero es un tipo de práctica que a mí no me atrae, incluso viniendo yo mismo originalmente de esa dirección.
Dominando el caos En una de las pocas clases donde sólo estábamos unos pocos, Sensei nos explicó: “Os enseño cosas que no pueden ser enseñadas. La gente que viene a mis clases no debería pensar que les voy a enseñar algo. Esa es la idea del principiante, y aquí no estamos en prescolar. Lo que os muestro no puede ser aprendido o enseñado, tiene que ser estudiado por cada uno por su cuenta. No estoy enseñando a principiantes, estoy enseñando a profesionales.” El éxito en las artes marciales está fuertemente conectado con el tríptico de Dōjō, método de combate y Maestro. Sin Dōjō, no hay Camino. Sin método de combate, no hay verdad. Y sin Maestro, no hay transmisión. Muchas técnicas de combate valiosas han desaparecido porque sus Maestros murieron en combate, puedes estar seguro. Es lo que pasó en Francia con la desaparición del Savate (boxeo francés), cuyos maestros murieron casi todos durante la Primera Guerra Mundial. A pesar de todos los esfuerzos, los estudiantes que sobrevivieron nunca fueron capaces de restaurar la grandeza pasada de un arte tan excepcional. Estudiando la historia de las artes marciales, el practicante tiene la oportunidad de encontrar su forma original. El conocimiento del pasado nos prepara para el futuro y nos enseña a vivir el presente de una forma diferente. Llevar una armadura me permite comprender la manera correcta de llevar a cabo el movimiento. Esto no me restringe de realizar el mismo movimiento de forma diferente, pero siempre hay una manera económica de hacerlo, impuesta por el peso de la armadura. En el momento en que uno se quita la armadura, el movimiento adquiere una nueva vitalidad a medida que las restricciones de la ropa desaparecen. Cuando enseño técnicas de Close Combat en el ejército, siempre me sorprendo de la simplicidad con la que estas antiguas técnicas se adaptan a los requisitos de hoy en día. E incluso aunque el rifle automático haya reemplazado a la espada, las bases del combate sin armas son aún las mismas. Tras un entrenamiento de combate en Saint-Cyr (Academia militar de oficiales franceses), el NC e instructor de defensa personal con el que impartí, me preguntó estupefacto al final del entrenamiento si usaba a menudo el FAMAS (equivalente francés del M16). ¡No he tocado un rifle automático en 20 años! Lo que es auténtico existe para siempre. El combate por la supervivencia del ayer, hoy y mañana consiste en hacer lo que hay que hacer de una forma natural, libre de todo pensamiento. Se puede comparar con el concepto del Shintō llamado nakaima[29], la “en medio del ahora” que unifica pasado y futuro en un “ahora” que está permanentemente en movimiento. La adaptación pertenece al presente. El tiempo no existe porque la verdad es atemporal. Los japoneses llaman al Jissen[30] “combate real”, pero en otra lectura, Jissen significa “vida real”. Vida auténtica y combate auténtico son idénticos, pues tanto vivir como luchar significan sobre todo adaptarse y dar significado al caos que nos rodea. Cuando aceptamos el caos y lo usamos en nuestro beneficio, nuestras habilidades para adaptarnos se vuelven puramente intuitivas. Los movimientos intuitivos y naturales te
permiten liberarte de la lenta y habitual lógica y beneficiarte del permanente cambio de todas las cosas. En Japón, entendí que el Budō ofrece los medios ideales para usar el caos en tu propio beneficio si dejas de intentar controlar las cosas y simplemente intentas adaptarte a las condiciones cambiantes de la realidad que estés confrontando. Por consiguiente, tienes que dejar que las cosas ocurran para que tu mente tenga en cuenta el caos y lo pueda utilizar en tu propio beneficio, creando incluso más confusión para el adversario y canalizando el caos que nace en todo combate para dirigirlo hacia el enemigo. Esto requiere una visión global de combate, que es la capacidad de reagrupar en una fracción de segundo todos los elementos potencialmente estratégicos recurriendo a todos nuestros sentidos, y rechazando todo decreto teórico para vivir plenamente la riqueza del momento. Cuando no haces nada más que seguir aquello que el caos te ofrece, es más seguro adaptarte que tomar decisiones. El periodo de tiempo del ataque es corto, y la adaptación natural sin pensar puede lidiar con ello. En este preciso instante tu intuición (de la palabra latina “intuitus”: mirada) nace y guía tus movimientos. Descartes dice que “no hay más forma para el hombre de alcanzar la verdad que mediante la intuición obvia y la conclusión necesaria”. ¡Esto podría ser una definición del Budō! De acuerdo a los neurocientíficos, la intuición es una función que nace en el hemisferio derecho del cerebro. Como en el caso de la “propiocepción”, el cerebro trabaja con información de la que no somos necesariamente conscientes. Esta “inconsciencia” nos da información en un segundo plano y el cuerpo reacciona, pero sin usar los reflejos, que no es más que el método de supervivencia del hemisferio izquierdo. La única manera es leer las acciones de una forma natural para contraatacar al adversario, no porque sepas qué es lo que va hacer, sino porque lo intuyes. Cuando ves al Shihan moverse de forma natural y permanecer siempre bien posicionado, tienes la impresión de que, definitivamente, sabían hacia dónde se iba a dirigir el atacante y qué pretendía hacer. Pero una vez que aceptas que la intuición está alimentando nuestras acciones y unifica nuestros dos hemisferios, sus reacciones parecen normales. En el combate y en la vida, nos son impuestas las condiciones exteriores, y si somos capaces de observar una situación y ajustar rápidamente nuestras acciones, será la adaptación intuitiva perfeccionada a lo largo de los años lo que nos permitirá alcanzar la maestría. Esta eficiencia simplificada es el resultado de “limpiar” los movimientos a través de la repetición. Cuanto más hagamos estas formas básicas, más concisas y precisas serán. Esto es exactamente lo que Musashi[31] quiere decir cuando escribe “no hagas nada inútil”. Porque al mismo tiempo que tu pericia se desarrolla, creas movimientos parasitarios. Y has de deshacerte de ellos para alcanzar la verdadera esencia. En 1997, durante un seminario en Nueva Jersey, un amigo y yo nos encontrábamos en la habitación del Sensei tras un día de entrenamiento. Lo que nos dijo aquella noche está aún presente en mi mente. “Os he dado todo lo que necesitáis. Ahora vuestro entrenamiento consistirá en deshaceros de todos vuestros movimientos parasitarios y de todo aquello que es inútil”. Con varios años de entrenamiento, todo practicante desarrolla una serie de malos hábitos inherentes a la búsqueda de la pureza de los movimientos. Volverse conciso depende, por
lo tanto, de este proceso de limpieza. Esta fase de práctica es la que más requiere, pues exige orden y un profundo conocimiento de qué es lo correcto. De nuevo, este conocimiento biomecánico de los movimientos tiene un profundo impacto en nuestras vidas diarias, e influye a todas nuestras acciones fuera del Dōjō. Con este trabajo físico, el practicante de Budō se vuelve más eficiente y directo en lo que sea que esté haciendo, pero también en su relación con los demás.
Intuición Por lo tanto, el Budō no está limitado a un sistema de técnicas de lucha, sino que nos ofrece un medio para acercarnos a la verdad poniéndonos en una situación similar a la de guerra. La técnica sólo es valiosa si enseña a reconocer una situación y a responder a la misma de la forma más efectiva. A mi Maestro le gusta repetir que si aplicas una técnica de un determinado Ryūha, o de un estilo de lucha, estás muerto. Incluso si es perfecta, la técnica activa la parte izquierda del cerebro, cuando la intuición está localizada en la parte derecha. Esta intuición de las cosas nos permite saber siempre qué hacer, y los beneficios de las artes marciales comienzan a extenderse hacia nuestras vidas diarias. Como pasa con el sexto sentido, no es algo que se adquiera, sino algo innato de lo que te haces consciente lentamente tras varias décadas. Este desarrollo de la intuición supone dar algún paso atrás, y te puede causar momentos de duda. El descubrimiento de uno mismo es doloroso, pues el abrigo educacional que cubre las habilidades naturales humanas se vuelve harapiento cuando la intuición se convierte en una realidad. Como con el agua turbia, debes darle algo de tiempo para que se aposente. Para comprender qué es lo que se entiende por “intuición” volvamos a Descartes, quien escribe “Por intuitius, no entiendo la fluctuante certeza de los sentidos o el juicio erróneo de una imaginación que malamente comprende; sino el concepto de una mente pura y atenta tan calmada y diferenciada que no deja ninguna duda sobre lo que comprendemos”. La intuición es la verdadera fuerza que guía nuestra adaptación y crea la posibilidad de unir las dos partes de nuestro cerebro. Esta simbiosis es lo que Durkheim llama “individualización”. Cuando te vuelves “uno”, “no hay sorpresas”, como Toshitsugu Takamatsu señala. Esto es porque “el sentido de la individualización es ser y volverse auténtico”. ¿Cuántas personas “auténticas” conoces en tu entorno? La individualización de nuestro auténtico yo, nos permite unificar las tres personas que somos: somos la persona que queremos aparentar ser, la que otros perciben y la que realmente somos. Exactamente esto se aplica al movimiento. Una vez que la acción y la intuición se unen, nuestro movimiento encuentra de forma natural el molde más apropiado para la situación en la que nos encontremos. En este proceso no hay involucrados ningún pensamiento ni una mente analítica; es un flujo natural. Lo que buscamos en las artes marciales es unificar el “ser existencial”, es decir, el que vive en el mundo, y el ser esencial, es decir, aquel en el que potencialmente nos podemos convertir y el que intentamos revelar aquí. Sólo podemos lograr esta difícil tarea de unificar el Omote y el Ura de nuestro ser, cuando uno entiende y comprende los poderes y las complejidades de la mente humana. Cuando la inconsciencia toma el control, el tiempo de reacción se acelera y una cierta calma te imbuye, permitiéndote ver las cosas que pasan a tu alrededor en cámara lenta. El pulido continúo de los movimientos repetidos crea una nueva realidad. Este pulido a
través de la práctica es un eco de lo que Durkheim define como el proceso de convertirse en un ser auténtico: “El hombre debe liberarse de las fuerzas primarias que encierran de nuevo al polluelo en el huevo”. Estas fuerzas primarias son el deseo de ser amado, apreciado y de estar protegido. Aquí uno puede ver una similitud con la pirámide de Maslow. Para progresar en el Camino, es necesario decidir un día que uno no puede ser apreciado por todo el mundo. La individualización es la decisión que tomamos de vivir por nosotros mismos, y nunca más por la apariencia de nuestra personalidad a ojos de otros. Esto nos lo permite el Dōjō, pues no se trata de ser más fuerte que el otro, sino de adaptarse de forma natural a las condiciones que el oponente crea con sus intenciones particulares, y que tú no puedes aceptar. En Jissen (combate real), como en Jissen (vida real), lo único que importa es la vida, y todos los medios para conservarla están ustificados. Cuando únicamente te concentras en tu yo auténtico, el desarrollo de la intuición te vuelve más capaz de moverte correctamente.
La Unidad en la Nada Cuando estás en sincronía con tu entorno y eres capaz de moverte espontáneamente, tus decisiones son las siguientes y la felicidad está a tu alcance, porque cuando se es honesto con uno mismo es cuando al fin se alcanza la felicidad. En cuanto te vuelves “uno”, puedes alcanzar el “cero” y puedes moverte libremente en el espacio, el “Kūkan”. Para ello, es necesario no interferir en el flujo de las cosas, ni tampoco inmiscuirse en la secuencia natural de los eventos. Como Sensei dice: “yo no enseño técnicas, sino principios. Muchos altos grados te pueden enseñar técnicas; Pero yo, en concreto, enseño el “cero”.” Y es este estado de “cero” lo que se corresponde cuando en el Tao se refiere al decir: “No hagas nada, para que nada quede sin hacer”. Más allá de la precisión del movimiento, más allá de la perfección técnica, y más allá del aspecto biomecánico, hay una realidad dual que se impone: la de la acción y la inacción. Cuando el movimiento se libera del pensamiento para ser solo una respuesta mecánica adaptada a la situación en la que te encuentras, uno se vuelve capaz de “hacer sin hacer”. Y esto no es una excusa para la pereza. Porque al “no hacer nada” dejamos que las cosas se desenvuelvan de tal manera que podemos seguir el flujo de los eventos. A veces nos sentimos tentados a forzar las cosas cuando los resultados no alcanzan nuestras teóricas expectativas, en lugar de dejar que los nudos se deshagan solos. Es la constante lucha entre teoría y práctica que heredamos de nuestra cultura greco-romana. En occidente, pensamos antes de actuar, y nuestra existencia, y por lo tanto nuestras decisiones provienen de un proceso lógico y estructurado; y todo lo que no cabe en esa caja lo introducimos a la fuerza. Pero si entendemos “no hacer nada”, es difícil de aceptar la segunda parte de la sentencia, la de “no dejar nada sin hacer”. Porque, debido a nuestra manera de penar lineal, las dos partes de la sentencia parecer excluirse mutuamente. Pero este no es el caso, y pasa lo mismo con el movimiento en las artes marciales: el auténtico movimiento no es acción, sino simple reacción. No se incluye en la lógica mecánica directa, como si fuera fruto de un condicionamiento Pauloviano, sino que aparece de forma espontánea entre todas las posibilidades. El ataque y la defensa se entrelazan de una manera tan natural que ningún proceso de pensamiento “contamina” tus acciones. Es a través de no pensar lo que se supone que tienes que hacer, que la acción correcta surge y se impone a través de tu cuerpo. Llegados a este punto, podríamos preguntarnos cuál es la necesidad de la práctica, ya que, si el movimiento tiene que desarrollarse de forma natural, ¿por qué tenemos que pasarnos horas aprendiendo a reaccionar correctamente? ¿Cómo podemos entender que tenemos que aprender a actuar sin pensar, mientras pensamos que un movimiento natural tiene que salir de un proceso innatural? Ésta es definitivamente una de las paradojas en el trabajo del practicante de artes marciales. Pero esta paradoja no es más que una ilusión, ya que, en realidad, nos trae de nuevo al ciclo de Taihen, Kūden, y Shinden que nos lleva
gradualmente a Shizen, el movimiento natural. A través de un trabajo repetitivo, el movimiento inicialmente exterior, se internaliza y se vuelve “nuestro”. En el momento en que la alquimia de la transformación toma efecto en el practicante, la fórmula de “no hagas nada para que nada quede sin hacer” queda inmediatamente clara. El movimiento está en sincronía con el flujo de las cosas y nada es creado que no exista ya. Así que nada queda sin hacer. El Budō, que une cuerpo y mente de una manera sutil, es un poderoso medio para convertirnos en lo que potencialmente podemos llegar a ser. Las artes marciales son la quintaesencia de unas técnicas originalmente concebidas para destruir a un oponente. El auténtico Budō prevé el desarrollo propio de la persona. A través del dominio del cuerpo y de la mente, la repetición permanente de movimientos genera una dinámica que permite una evolución personal que nos capacita para dirigir nuestra vida de la forma apropiada. Quien consigue esto, experimenta la auténtica felicidad. La práctica constante y los esfuerzos repetidos al final valen la pena. Un día, cuando estaba cenando con unos estudiantes, apareció mi Maestro y nos invitó a unas copas. Al declinar nosotros la oferta explicando que pronto asistiríamos a clase con uno de sus ayudantes, insistió, pidió para nosotros y añadió: “Es aceptable perderse una clase, ¡pero no aprovechar un momento de felicidad es un error que no se puede aceptar!”.
Shikin Haramitsu Daikōmyō Gambatte kudasai! Paris, Bangalore, Tokyo, Budapest, escrito entre dos sesiones de entrenamiento, Marzo del 2009.
Dai Shihan Arnaud Cousergue y Shihan Elias Canal Gonzalez
[1] 忍術 忍術 /ninjyutsu/Ninjutsu (arte de combate del Ninja); habilidades del Ninja: cautela, sigilo y técnicas de combate. Ninjutsu 忍 ( ( 術 ?) a veces usado a la par que el termino moderno Ninpô 忍 法 ?) es el arte marcial, estrategia, y tácticas de la guerra no-convencional y de la guerra de guerrilla así como del arte del espionaje supuestamente practicado por el Shinobi (comúnmente conocido fuera de Japón como ninja). El Ninjutsu era más un arte de trucos, que un arte marcial. El Ninjutsu era una disciplina separada en algunas escuelas Japonesas tradicionales junto con Shurikenjutsu, Kenjutsu, Sôjutsu, Bôjutsu, grappling de batalla Kumi Uchi (una antigua forma de Jujutsu) y otros. Mientras que hay varios estilos de Ninjutsu moderno, el linaje histórico de estos estilos es discutible. Algunas escuelas o maestros aseguran ser los únicos herederos legítimos de su arte, pero el Ninjutsu no está centralizado como algunas artes marciales modernas como el Judô o el Karate. Togakure Ryû afirma ser la más antigua forma de Ninjutsu de que se tiene constancia, habiendo sobrevivido más de 1500 años. Más en: wikipedia/Ninjutsu
[2]免許 /menkyo/ licencia; permiso; autorización; certificado 皆伝 /kaiden/ iniciación en un arte o disciplina.
Menkyo Kaiden ( 免許 皆伝 ?), ( めん きょかいでん ) es un término Japonés que significa “certificado de total transmisión”. Es el certificado usado por las escuelas, Koryû, señalando que el estudiante lo ha aprendido todo y ha pasado todos los aspectos de su entrenamiento dentro del Koryû. En el sistema Menkyo de licencias, el Menkyo Kaiden es el más alto nivel que existe. El progreso con el que se obtiene la licencia no está determinado por los años de aprendizaje, sino por como de bien uno domine la disciplina. Sin embargo, el paso del Menkyo al Kaiden normalmente requiere de al menos treinta años de experiencia. El poseedor del Menkyo Kaiden es a veces, pero no siempre, el sucesor de facto del Sôke del Koryû. Más en: wikipedia/Menkyo
[3]柔道 /jyuudou/ Judô Judô ( 柔 道 , Judô) es un popular arte marcial Japonés y uno de los deportes Olímpicos. Fue creado por Kano Jigoro en 1882 en Japón. El Judô hace énfasis en el entrenamiento de cuerpo y espíritu, más que solamente ganar combates. La traducción literal de Judo es “el camino apacible”, describiendo fielmente este arte marcial donde la técnica toma prioridad sobre la fuerza bruta. Las tres categorías básicas de las técnicas practicadas en Judô son proyecciones, agarres y golpeo, y el arte de caer es también un componente importante de este deporte. En la práctica de combates y competición, sólo se permite el uso de una serie de técnicas aprobadas que excluye golpes para evitar lesiones. Los golpes solo se usan al ejecutar una secuencia pre-establecida de movimientos (kata). El Judo como lo conocemos hoy nació cuando Kano Jigoro fundo su primera escuela en un pequeño templo de Tokyo. Llamó a aquella escuela Kodokan, la cual aún existe y es la mejor y más valorada institución en Japón para el aprendizaje de Judo. http:// www.japan- guide.com/ e/ e2084. html
[4] Buyû (Juego de palabras Bujinkan) 武勇 /buyuu/ valentía; habilidad/destreza marcial; coraje 友人 /yuujin/ amigo
[5] Honbu 本部 / honbu/ centro de operaciones; oficina central/principal [6] Shihan ( 師範 ? ) es un término japonés usado normalmente en artes marciales Japonesas como un título honorifico para un instructor experto/antiguo/veterano.
[7] Ninpô 忍法 /ninpou/ artes del ninja. [8]武術 /bujyutsu/ bujutsu/ Las artes marciales; Wushu; artes militares [9]明治 /meiji/ Meiji era (8-09-1868-30-07-1912) En 1967/68, la era Tokugawa llego a su final con la Restauración Meiji. El emperador Meiji fue desplazado de Kyoto a Tokyo, ciudad que se convertiría en la nueva capital; el poder imperial había sido restaurado. El poder político real fue transferido de Tokugawa Bakufu a las manos de un pequeño grupo de nobles y antiguos samurai. Al igual que otras naciones subyugadas de Asia, los japoneses fueron forzados a firmar acuerdos desiguales con los poderes de Occidente. Dichos tratados otorgaban a los Occidentales ventajas económicas y legales en Japón. Para recobrar independencia de los europeos y americanos y para establecerse en sí misma como una nación respetada en el mundo, el Japón de la época Meiji se centró en cerrar la brecha a los poderes de Occidente económica y militarmente. Se realizaron reformas drásticas en prácticamente todas las áreas. El nuevo gobierno procuraría convertir Japón en un estado democrático con igualdad entre toda su gente. La separación entre clases sociales del Japón Tokugawa fueron gradualmente deshechas. Como resultado, los samurai fueron los grandes perdedores de esa reforma social ya que perderían todos sus privilegios. Las reformas también incluyeron el establecimiento de derechos humanos tales como la libertad religiosa en 1873. Con el fin de estabilizar el nuevo gobierno, los antiguos señores feudales (Daimyô) tuvieron que entregar todos sus territorios al emperador. Esto se consiguió en 1870 y lo siguió la reestructuración del país en prefecturas. El sistema educativo fue reformado tomando como imagen el sistema Francés y Alemán. Con estas reformas se introdujo la educación obligatoria. Después de haber pasado una o dos décadas en una intensa occidentalización, tuvo lugar un resurgimiento del sentimiento conservador y nacionalista: principios del Confucionismo y del Shinto, entre ellos el e l culto al emperador, fueron enfatizados y enseñados en las instituciones escolares. La puesta al día en el sector militar fue, por su puesto, una gran prioridad para Japón, en una era marcada por el imperialismo Europeo y Alemán. Se introdujo el servicio militar obligatorio, se establecieron un nuevo ejército modelado a imagen de la fuerza Prusiana, y una nueva marina de guerra a imagen de la Británica. Para transformar la economía agraria del Japón de Tokugawa en una economía industrializada, muchos estudiantes Japoneses fueron enviados más allá del océano para formarse en Occidente en estudios de ciencia y lenguaje, a la vez que expertos del extranjero enseñaban en Japón. La red de transportes y comunicaciones fue mejorada gracias a grandes inversiones del estado. El gobierno apoyó directamente la proliferación de empresas e industrias, especialmente los poderosos negocios familiares llamados zaibatsu. Estos grandes gastos llevaron a una crisis financiera a mediados de 1880, a la cual sigue la reforma del sistema de moneda y la implantación del Banco de Japón. La industria textil creció enormemente y se mantuvo como el mayor sector de industria de Japón hasta la Segunda Guerra Mundial. Las condiciones de trabajo en aquellas primeras factorías eran muy malas, pero el desarrollo de movimientos socialistas y liberales fueron rápidamente suprimidos por la elite dominante. En el sector político, Japón redactó su primera constitución al estilo Europeo en 1889. Se estableció un parlamento, el Diet, que mantenía la soberanía del emperador, que se mantuvo como líder del ejército, la marina, y los poderes ejecutivo y legislativo. Sin embargo, la elite dominante, se mantuvo al control del verdadero poder, y el astuto e inteligente emperador consintió la mayoría de sus acciones. Los Partidos Políticos aun no obtuvieron un poder significativo dado la falta de unidad entre sus miembros. Los conflictos de intereses entre China y Japón en Korea desembocaron en la guerra Chino-Japonesa entre 1894-95. Japón derrotó a China, obtuvo el territorio de Taiwan, pero fue obligado por Rusia, Francia y Alemania a devolver otros territorios. La llamada Triple Intervención causó que el ejército y la marina Japonesas intensificaran su proceso de rearme. Nuevos conflictos de intereses en Korea y Manchuria llevaron a la guerra Ruso-Japonesa en 1904-05. La Armada Japonesa también venció en esta guerra, ganando nuevos territorios y finalmente algo de respeto internacional. Japón
extendió su influencia en Korea, la cual se anexó completamente en 1910. Los éxitos en la guerra causaron que el sentimiento nacional aumentara aún más en Japón, y otras Naciones Asiáticas comenzaron también a desarrollar cierta auto-confianza. En 1912 murió el emperador Meiji, y la era de una elite dominante de viejos hombres de estado (genro) estaba por terminar.
[10]武芸 /bugei/ Artes Marciales [11] marcial/arte-ciencia militar [12]現代 /gendai/hoy en día; era moderna; tiempos modernos; tiempo presente [13]大名 /daimyou/ Daimyô (Señor Feudal del Japón); daimio 将軍 /shougun/ general; shogun [14]
[15] Oda Nobunaga obtuvo el control sobre la provincia de Owari (cerca de la actual Nagoya) en 1559. Al igual que otros Daimyô, fue impulsor de la unificación de Japón. Situado estratégicamente, tuvo éxito en capturar la capital en 1568. Después de establecerse en Kyoto, Nobunaga continuó eliminando a sus enemigos. Entre ellos estaban algunas sectas Budistas militantes, especialmente la secta Ikko (la secta de la tierra pura) que se había implantado poderosamente en varias provincias. Nobunaga destruyo el monasterio de Enryakuji cerca de Kyoto en 1571. Su lucha contra la secta Ikko siguió hasta 1580. Nobunaga tuvo mejor suerte en lo que respecta a sus más peligrosos rivales en el este: Takeda Shingen y Uesugi Kenshin. Ambos murieron antes de poder enfrentarse a Nobunaga. Después de la muerte de Shingen, Nobunaga derrotó al clan Takeda en la batalla de Nagashino (1575), mediante el uso de tácticas de guerra moderna. En 1582 el general Akechi asesina a Nobunaga y captura el castillo de Azuchi. Toyotomi Hideyoshi, general que luchaba para Nobunaga, reaccionó rápidamente, derrotando a Akechi y haciéndose con el control. Hideyoshi siguió la tarea eliminando los rivales restantes. Subyugo las provincias del Norte y Shikoku en 1583, y Kyushu en 1587. Tras derrotar a la familia Hojo en Odawara 1590, Japón fue finalmente reunificado. Con el fin de tomar control absoluto sobre el país, Hideyoshi destruyo varios castillos que habían sido construidos durante el periodo de guerras feudales. En 1588 confisco las armas de todos los granjeros e instituciones religiosas en la “Caza de Espadas”. Prohibió a los samurai estar activos como granjeros y los forzó a vivir en ciudades-castillo. Una clara distinción de clases sociales aumentaría el control del gobierno sobre la gente. Además, en 1583 comenzó una inspección de las tierras, y un censo en 1590. Ese mismo año, el castillo de Osaka, principal bastión de Hideyoshi, fue terminado. Tras unificar el país, Hideyoshi intento conseguir su sueño megalomaniaco de conquistar China. En 1592 su ejército invade Corea y captura Seul en unas semanas; sin embargo, fueron obligados a retirarse al año siguiente por fuerzas chinas y coreanas. Obstinadamente, Hideyoshi no se rindió hasta la evacuación final de Corea en 1598, el mismo año de su muerte. Tokugawa Ieyasu, quien había sido un inteligente compañero de Hideyoshi y Nobunaga, le sucedió como el hombre más poderoso de Japón. http://www.japanhttp://www.japan- guide.com/e/e2123.html
[16] 戦国時代 /sengokujidai/ Periodo de Guerras Feudales (en la historia Japonesa, entre 1467-1568) La era Sengoku ( 戦国 時代 Sengoku jidai?, c. 1467 - c. 1573) es un periodo en la historia Japonesa marcado por una
convulsión social, intrigas políticas y un casi constante conflicto militar -como su de otro modo sin relación colega Chino - también es conocido como periodo de los estados en guerra. Llegó a su fin cuando todos los poderes políticos fueron unificados bajo el Shogunato Tokugawa. Durante este periodo, aunque el Emperador de Japón era oficialmente el jefe de su nación y cada señor le juraba lealtad, fue mayormente una figura marginalizada, ceremonial y religiosa que delegaba el poder al Shogun, un noble que equivaldría a grandes rasgos con un General Mayor del Estado. En los años precedentes a esta era, el Shogunato había ido perdiendo gradualmente su influencia y control sobre los Daimyô (señores feudales). Aunque el Shogunato Ashikaga había mantenido la estructura del Shogunato Kamakura, instituyendo un gobierno militar, basado en los mismos derechos y obligaciones socio-económicas que habían sido establecidas por los Hôjô con el código Jôei (1232) que habían fallado en conseguir la lealtad de varios Daimyô, especialmente aquellos Daimyô cuyas tierras estaban lejos de la capital, Kyoto. Muchos de estos señores comenzaron a luchar descontroladamente contra otros Feudos, para conseguir el control sobre nuevas tierras e influencia sobre el Shogunato. Los intercambios económicos con China crecían, y la economía se desarrolló, por lo que el uso del dinero se extendió y surgieron mercados y ciudades comerciales. Esto, combinado con los desarrollos en agricultura y comercio a pequeña escala, generó un deseo de mayor autonomía local en todos los niveles de la jerarquía social. Al comienzo del siglo XV, el sufrimiento causado por terremotos y hambrunas sirvió de gatillo para el levantamiento armado de los granjeros, exprimidos por las deudas y los impuestos. La guerra Ônin (1467-1477) fue un conflicto que arraigó por la angustia económica y provocado por la disputa en la sucesión del Shogunato, es generalmente citado como el comienzo de la era Sengoku. El “Ejercito del Este” de la Familia Hosokawa y sus aliados, estaba enfrentado al “Ejercito del Oeste” de los Yamana. La lucha duro casi 11 años, en Kyoto y sus alrededores, lo que dejo a la ciudad casi destruida. El conflicto en Kyoto después se expandió otras provincias. Este periodo culmino con una serie de tres Señores de la Guerra, Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi, y Tokugawa Ieyasu, quienes gradualmente unificaron Japón. Tras la victoria final de Tokugawa Ieyasu en el asalto de Osaka en 1615, Japón se establecería en una paz de varios siglos bajo el Shogunato Tokugawa, entrando en una era llamada “Sakoku”. http://en.m.wiki pedia.org/wiki/Sengoku_period
[17]道場 /doujyou/ Dôjô (salón usado para el entrenamiento marcial) /manda (lugar de practica Budista o meditación, el lugar bajo el árbol de bodhi donde Buda consiguió la iluminación)
[18] Takuan Sôhô ( 沢庵
宗彭 ?, 24 de Diciembre 1573 - 27 de Enero 1645) fue una figura principal en la escuela Rinzai de Budismo Zen. Takuan Sôhô nació en una familia de granjeros en el pueblo de Izushi, en la provincia de Tajima (la actual prefectura de Hyôgo). Con 8 años, en 1581, Takuan comenzó sus estudios religiosos; dos años después entro en un Monasterio Budista. A la edad de 14, en 1587, Takuan empezo a estudiar la escuela Rinzai de Budismo Zen bajo la tutela de su Sensei Shun-oku Soen.
A los 36 años en 1608, Takuan fue nombrado abad del Templo Daitoku-ji en Kyoto. Su nombramiento como abad fue corto debido a un largo periodo de viajes. Durante sus viajes, Takuan recolecto fondos para la renovación del Templo de Daitoku-ji y otros Templos Zen. En 1629, fue desterrado al norte de Japón por el Shogunato de Tokugawa Hidetada, debido a las protestas de Takuan por la interferencia policita en los nombramientos de cargos en los Templos Budistas. En 1632, hubo una amnistía general tras la muerte de Tokugawa Hidetada, finalizando así el periodo de aislamiento. Tras esto, Takuan fue invitado por Tokugawa Iemitsu, a convertirse en el primer abad del templo Tokai-ji en Edo, construido específicamente por la familia Tokugawa.
[19]先生 /Sensei/Maestro; profesor; doctor/ con nombres de maestros, etc. de forma honorifica. [20]畳 /tatami/ estera de tatami; recubrimiento Japonés del suelo hecho de paja. [21]稽古着 /keikogi/ ropa de entrenamiento (judo, kendo, etc.); traje para la practica