VILCAPAZA POR JUAN JOSE VEGA
PRESENTACION La posibilidad de participar en la publicación de este libro me inquietó de sobremanera, dado que trata acerca de un grán héroe, de quien tuve conocimiento de su existencia desde muy niño, a quien supe conocer con aprecio por la identidad vilcapasina que se me ha sabido formar, la inquietud creció en mi mente al saber que el autor que se ocupa de Pedro Vilcapaza es Juan José Vega, un insigne historiador, que se dedicó en vida a revalorar a los caudillos tupacamaristas del siglo XVIII. Este trabajo es consecuencia del estudio que le ha dedicado Juan José Vega a eso hasta entonces anónimos héroes de la gesta tupacamaristas, donde Vilcapaza lleva el papel protagónico, este trabajo es la conclusión de otros dos trabajos que previamente había publicado por intermedio de la Universidad Nacional de Educación y de la Universidad Nacional del Altiplano, así como otros materiales que el autor publicara en diarios y revistas. Todo este material llega a mis manos por intermedio de la tremenda inquietud que al tema y al autor le debe el poeta puneño Omar Aramayo, quien por la amistad con él y despertada mi inquietud al comunicarme que los originales estaba en su poder, de manos del mismo autor a quien le había prometido la posibilidad de su publicación como un libro en conjunto, me inquietaron también cumplir esa promesa, por lo que nos pusimos manos a la obra en esta tarea, lamentablemente en el camino devino lo no deseado, el fallecimiento de Juan José Vega, lamentablemente cierto, sin embargo el ofrecimiento debe ser cumplido. Razones mayores nos la que motivan esta opción: Pedro Vilcapaza es un conocido prócer por muy pocos de los que estamos entre sus admiradores, pero su valentía y decisión por la libertad del yugo colonial, lo hace participar en la gesta revolucionaria iniciada por José Gabriel Condorcanqui Túpac Amaru II, en 1780. Una forma de valorar a los
Investigación recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS
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héroes es haciéndolos que los conozcan, es que fue un héroe jamás vencido, muy a pesar de los 8 caballos que se pusieron para descuartizarlo, sin haber logrado despedazarlo, ni el olvido de la historia oficial, que no valora a los verdaderos protagonistas de la emancipación americana, hecho que ha reclamado por siempre Juan José Vega, desde la «Guerra de los Viracochas». Finalmente la promesa se cumple con esta e sta publicación. La preedición estuvo a mi cargo, la revisión final de las pruebas, estuvo a cargo de Omar Aramayo, ha colaborado no solo en la inquietud, sino en la prensa, Pablo Condori, las fotos que incluimos de Juan José Vega son de la carátula de su primer folleto (Universidad Nacional de Educación), así como pertenecen a la Viuda de J.J. Vega, la foto de en la que está en Azángaro durante la celebración del Bicentenario de la inmolación de Vilcapaza pertenece a Consuelo Nuñez. Agradecimiento final a todos ellos a Omar, por compartir esta realidad de contar finalmente con la publicación de este libro que estará al alcance de las nuevas generaciones, que deben conocer más acerca de tan ínclico Prócer Azangarino en breve ya universal. Lima, junio del 2003 Bruno I. Medina Enríquez
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héroes es haciéndolos que los conozcan, es que fue un héroe jamás vencido, muy a pesar de los 8 caballos que se pusieron para descuartizarlo, sin haber logrado despedazarlo, ni el olvido de la historia oficial, que no valora a los verdaderos protagonistas de la emancipación americana, hecho que ha reclamado por siempre Juan José Vega, desde la «Guerra de los Viracochas». Finalmente la promesa se cumple con esta e sta publicación. La preedición estuvo a mi cargo, la revisión final de las pruebas, estuvo a cargo de Omar Aramayo, ha colaborado no solo en la inquietud, sino en la prensa, Pablo Condori, las fotos que incluimos de Juan José Vega son de la carátula de su primer folleto (Universidad Nacional de Educación), así como pertenecen a la Viuda de J.J. Vega, la foto de en la que está en Azángaro durante la celebración del Bicentenario de la inmolación de Vilcapaza pertenece a Consuelo Nuñez. Agradecimiento final a todos ellos a Omar, por compartir esta realidad de contar finalmente con la publicación de este libro que estará al alcance de las nuevas generaciones, que deben conocer más acerca de tan ínclico Prócer Azangarino en breve ya universal. Lima, junio del 2003 Bruno I. Medina Enríquez
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PROLOGO Como bien se sabe; la insurrección iniciada por José Gabriel Túpac Amaru habría de extenderse por espacio de veinte meses, sobre territorios que pertenecen, ahora, a seis repúblicas americanas. De todas las regiones remecidas por la sublevación en área principal desde la cuzqueña Calca hasta Tucumán- fue Puno la tierra que mantuvo ininterrumpidamente la lucha. a lo largo del tiempo arriba señalado; el Último combate se libró en Amutara contra un cacique tan modesto que la historia desgraciadamente no registró su nombre, el 6 de julio de 1782. Puno fue el escenario constante del alzamiento y puneña la sangre que más corrió. Hora es de reivindicar este honor rindiendo homenaje a quienes lucharon en las más desfavorables circunstancias y sobre todo a aquellos a quienes precisamente se dedican estas páginas, A Vilcapaza sus compañeros de lucha, esto es a quienes, trizadas ,:va las esperanzas de victoria, siguieron en pie de guerra .v gritaron al pie del patíbulo «preferimos morir que ser indultados»; a quienes, quebradas ya las posibilidades del frente unido contra España sólo atinaron a defender con heroísmo su propia raza, pensando, sintiendo .:v peleando como indios, como miembros del sector más oprimido del Perú Pe rú Virreynal. Es en la conmemoración de un Bicentenario. En estas páginas, por eso, no figuran tantísimos puneños que dieron sus vidas en casi dos años de guerra, bajo las banderas del Inca José Gabriel y luego el Inca Diego Cristóbal Túpac Amaru. No están los puneños que murieron combatiendo en esa etapa, ni los que fueron ejecutados, ni los asesinados, ni los desaparecidos en las luchas montoneras.. ni los que, engañados por las autoridades coloniales pactaron la paz en Sicuani. No están acá pese a lo gloriosos de su lucha. Sólo están quienes guerrearon en la última fase, en 1782, quienes tras haber sobrevivido en medio de batallas, matanzas, represiones, siguieron empuñando las banderas de la
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insurrección en el periodo postrero, etapa a la cual Vilcapaza simboliza mejor que nadie. Ese período puesto en primera fila a puneños y cuzqueños que rechazaron el indulto, tregua y paz, rechazaron cualquier entendimiento con el sistema virreynal. Estas páginas debidas al insigne historiador Juan José Vega, quien me concede el honor de prologar este notable ensayo, por ser puneño y talvez, también, por la constancia con que le pedí se ocupase de esta historia olvidada de Puno, tiene el atractivo de reivindicar a varios próceres que se encontraban en injusto olvido, ,especialmente Apaza, Calisaya, Laura y, sobre todo, Andrés Ingaricona, verdadero caudillo puneño cuya acción revolucionaria lo coloca entre los grandes héroes de América.
Lima, 4 de enero de 1982 César Aníbal Vera Pineda
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PRIMERA PARTE
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PEDRO VILCAPAZA Pedro Vilcapaza debió ser de los primeros conspiradores que urdieron la gran rebelión andina de 1780, a juzgar por los cargos que ocupó durante su desenvolvimiento medio y final, así como por el rol protagónico que le cupo desempeñar en varias de las más difíciles circunstancias. Pero no figura Vilcapaza en los momentos iniciales, ni siquiera cuando José Gabriel Túpac Amaru hizo su ingreso triunfal a Azángaro el 13 de diciembre de 1780, ni se le ve actuando en las sangrientas campañas rebeldes contra el corregidor Joaquín Orellana de Puno. Es probable que en esas semanas hubiese estado en el Alto Perú, de Potosí a La Paz, estimulando un coordinado estallido de la sublevación en todas las comarcas altiplánicas; o también actuando entre Juliaca y Azángaro en un plano menor o -caso contrario- tal vez en un nivel extremadamente reservado por la trascendencia que revestía su gestión. Algo después insurgiría a la luz pública y habrían de ser notables sus proezas. El Mariscal Joseph del Valle, el más importante jefe español durante el alzamiento lo calificó de “uno de los caudillos de más nombre, brío y máximas”, quien -acusaron los virreynales- sublevó Azángaro, Carabaya, Larecaja y Omasuyos, actuando sobre dos Virreinatos, “tras haber jurado
solemnemente” ante el Inca Túpac Amaru. Era Vilcapaza -según informes de aquel tiempo- “hombre ladino en lengua española” y personaje de mucho temple y fuerzas; la tradición
oral que recogió Modesto Basadre hace más de un siglo lo señala como de unos 45 años al momento de la insurrección, alto, corpulento, hábil y astuto. Vilcapaza insurge a plenitud en la historia documentada cuando en marzo de 1781 pasó a comandar “los valientes indios de la provincia del Collao”, tal como los calificaron los integrantes del Cabildo del Cuzco y
sublevó la orilla norte del Lago Titicaca. Siguiendo la línea del Inca, quemó los obrajes de Muñani -centros de explotación e injusticia- y pasó
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a saquear las minas de Arapa, con el objeto de obtener recursos; luego taló las comarcas de Huancané y de Vilquechico, marchando luego sobre Apolobamba, Larecaja y Omasuyos. De la represión no escaparon los mineros de Aporoma, Poto y Tipuani, varios de los cuales fueron degollados por sus injusticias. La lucha de Vilcapaza fue particularmente enconada contra los representantes del cacique pro-español Choquehuanca, cuyas haciendas, como Picotani y Puscallani, taló. Sin duda, fue un error del Inca José Gabriel Túpac Amaru dispersar sus fuerzas en varios frentes, pues mientras Vilcapaza combatía en comarcas puneñas, Diego Verdejo se enfrentaba en Cailloma y Condesuyos a las tropas arequipeñas y Felipe Bermúdez con Tomás Parvina a las del Cuzco en Chumbivilcas y Kanas , él mismo resistía al grueso de las huestes virreynales del Mariscal del Valle. No obstante, debemos también pensar que la sublevación se produjo en muchos sitios en forma autónoma, inconexa, por la cual se hacía necesaria vertebrar en un todo el heterogéneo movimiento. La situación era aún mucho más compleja si recordamos que, a mediados de marzo, ya Túpac Catari iniciaba el asedio de la ciudad de la Paz y si meditamos en que innumerables focos de rebelión se abrían en el vasto altiplano collavino, hasta tierras argentinas actuales; en medio de no pocos brotes tupacataristas. Un enorme esfuerzo se realizó el 9 y el 10 de abril para tomar Puno; el ataque fracaso esencialmente, porque los de Acora entregaron a Isidro Mamani, rompiéndose así el anillo de los sitiadores. Los asedios de Sorata y Puno, ubicada la primera ciudad en la Bolivia de hoy, aparecen como una necesidad estratégica de la rebelión, tanto para conducir a las masas puneñas levantiscas, cuanto para contener la excesiva influencia que empezaba a adquirir Túpac Catari; hombre cuyas ideas iban mucho más allá de lo planea do por los dirigentes “incas” del Cuzco.
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PRIMER CERCO DE SORATA Así, mientras el Inca José Gabriel trataba de contener al Mariscal del Valle en la cuenca del río Vilcanota, su sobrino Andrés Mendiguri Escalera (sobrino del Inca y conocido por tanto como Andrés Túpac Amaru y como el “inca mozo”) pasaba al ataque de Sorata, seguido de
Pedro Vilcapaza y de Miguel Bastidas, joven coronel sobrino de Micaela. El cerco se tendió el 1ro de abril de ese año de 1781; fueron unos cuatro o cinco mil los atacantes. Defendía la plaza Manuel Asturizaga, con un ejército pequeño pero aceptablemente equipado, de ochocientos soldados, casi todos criollos y mestizos. Tras furiosos combates en las afueras de la ciudad -en los cuales perecieron unos tres mil rebeldesAndrés Túpac Amaru, el joven jefe rebelde del altiplano, dio la orden de retirada. La causa era grave: acababan de llegar chasquis de a caballo anunciando la derrota y prisión del Inca José Gabriel y de un buen número de sus capitanes. Y los sobrevivientes de las últimas batallas del río Vilcanota habían acordado realizar un esfuerzo para recapturar al Inca y, entre tanto, proponer como jefe al primo –hermano, Diego Cristóbal Túpac Amaru. La operación militar fracasó al contener los virreynales en duras batallas de Langui y Layo a los sublevados y el Inca José Gabriel fue llevado preso al Cuzco. Andrés, Vilcapaza y todos los demás, tras enterarse de las catastróficas consecuencias del desastre del Inca en Sallca -junto a Combapata- no tuvieron más que reconocer como nuevo líder a Diego Cristóbal. Se aprestaron luego a la defensa del Collao, porque el Mariscal del Valle decidió continuar su ofensiva, a fin de romper los cercos de Puno, la Paz y Sorata, para lo cual movilizó unos siete mil soldados, toda la tropa negra de Lima y Callao entre ellos. Urgía a los rebeldes cortar el proyectado avance de Del Valle.
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BATALLA DE QUEQUERANA Para tal finalidad, se hizo necesario contener antes la impetuosa ofensiva virreynal dirigida desde La Paz; tropas comandados por el Coronel Joseph Pinedo, tras reconquistar Sorata la asediada, marchaban sobre Huancané. La historiadora boliviana María Eugenia Siles, en su trabajo sobre Túpac Catari recuerda la derrota que esa vez sufrieron las huestes del Rey en Quequerana, cerca de Moho, a manos de los jefes tupacamarístas “más avezados en la lucha y con mayor disciplina”. Estás huestes rebeldes,
pésimamente equipadas, tropas indígenas casi en su totalidad, se impusieron al ejército paceño, gracias a la conducción de Vilcapaza, que era el coronel rebelde que tenía a su cargo aquella región; derrota de los virreynales que habría de recoger el propio Corregidor de Puno Joaquín de Orellana, quien seguía resistiendo denodadamente en ese abril sangriento de 1781. Pinedo, vencido, se replegó a Sorata, donde mejoró el atrincheramiento de la ciudad, previendo la inminencia de un nuevo ataque a la ciudad. Vilcapaza estuvo entre los que se trasladaron de inmediato al altiplano a fin de organizar la defensa contra el poderoso ejército virreynal. Primero luchó el Jefe Indio Guamán Tapara, pero no pudo contener la arremetida de los victoriosos soldados virreynales en el cerro Gacsili y en Santa Rosa. Allí “mandaba el campo de los rebeldes don Pedro Vilcapaza”, cuenta el
gran cronista anónimo de la guerra tupacamarista y agrega que era “comandante nombrado por el caudillo Diego Cristóbal Túpac Amaru y
que tenía en el ejército todos los indios de las provincias de Azángaro y Carabaya”.
En el comando se hallaba también Tito Atauchi, a quien se conocía con el mote de “Terciopelo”, capitán fogueado desde los primeros días de la
rebelión.
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BATALLA DE CONDORCUYO: 7 DE MAYO DE 1781 El Mariscal Del Valle intimó rendición a los rebeldes; Vilcapaza contestó con altivez que “preferían morir antes que ser indultados”. En medio de
gran vocerío y sones de pututos de guerra, voces Indias estentóreas, anunciaron que marcharían sobre el Cuzco a fin de liberar al “idolatrado Inca”,
a
José
Gabriel
Túpac
Amaru.
El primer encuentro fue ganado por los rebeldes. Veamos cómo informa el Mariscal Del Valle los momentos iniciales de esta enconada lucha: “... Hallé el monte referido coronado de enemigos , con banderas, cajas, clarines y con un rumor ten extraordinario de confusas voces, todas dirigidas a injuriarnos, que parecía ocupada por cien mil hombres. Había también en el llano otro considerable número de rebeldes, que a toda diligencia retiraban sus tiendas, muebles y ganados al monte expresado. Mis batidores los acometieron al galope contraviniendo mis órdenes (y lo hicieron) tan precipitadas y desunidas que ocasionaron cayesen sobre cada uno de ellos más de veinte enemigos, y que dejándose matar los primeros, acabacen los restantes con quince Dragones de la tropa de Lima (negros), sin que hubiese arbitrio para, que la vanguardia que a la sazón se iba aproximando pudiese remediar ente sensibilísimo suceso”.
Prosigue
el
Mariscal
Del
Valle
su
narración
diciendo
que
“cuando nos acercamos a la falda del citado monte, vocearon los indios
auxiliares de Anta y Chincheros a los rebeldes situados en él, que si bajaban a dar obediencia a su Majestad (Carlos III de España) serían perdonados; y éstos (los rebeldes) les respondieron que su objeto era dirigirse
al
Cuzco
a
poner
en
libertad
a
su
Inca”.
“Con estas noticias -prosigue el informe español- determiné atacarlos a
la mañana siguiente, no obstante su ventajosa situación que consideraban
Inexpugnable”.
Del Valle atacó “con cuatro divisiones. La que tenía que dar la vuelta a la espalda del monte, que hacía frente a mi campo (destinada a los enemigos que bajasen perseguidos de los demás), se puso en marcha
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dos horas antes, y las otras se colocaron en los sitios que las previne, hasta el punto de ataque». «Cuando conceptué que estaban todas en la disposición que había proyectado, hice disparar los tiros de cañón, a cuya señal avanzaron a viva fuerza. Los enemigos hicieron una resistencia increíble, favorecidos de unos corralones fortificados desde el año 40 ó 41, que ahora habían puesto en estado de la mayor defensa. Al Teniente Coronel de los Reales Ejércitos don Juan Manuel Campero que los atacó por la izquierda con una columna de mil y quinientos hombres, lo rechazaron tres veces, con un fuego muy vivo de fusil, sosteniéndose obstinadamente en un paso estrecho, por donde precisamente debía subir. Nuestras tropas acreditaron al mayor tesón y brío, y las de los enemigos hicieron acciones de mayor valor, porque hubo indio que atravesado con una lanza, se la sacó del pecho, y siguió con ella a su contrario, cinco o seis pasos hasta que cayó muerto; y otro a quien de un golpe de lanza, se le sacó un ojo, que siguió con tanto empeño al que lo había herido, que si otro soldado no acaba con él, hubiera dado fin de su vida”. “Duró la resistencia como una hora y tres cuartos, hasta que el vigor de
nuestras tropas y también el de los indios auxiliares de Anta y Chincheros que en este día estuvieron muy bizarros, los desalojó, puso en fuga y escarmentó, con la pérdida de más de seiscientos muertos, quedándome muy corto; porque los corralones, piedras y cañadas del referido monte no permitieron contarlos, ni hacer cómputo cierto de los que perecieron. Sus heridos, puedo afirmar también que fueron muchos; porque el crecido fuego que hicimos, casi siempre a la distancia de medio tiro de fusil, y el número de los nuestros, que explica la adjunta relación, justifica que el suyo sería exorbitante. Les quitamos muchos ganados, caballos, mulas y cuantos víveres y efectos tenían acopiados
para
algunos
meses”.
Leamos ahora cómo narró esta cruenta batalla, Don Mateo Pumacahua, el joven Cacique virreynal:
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«Todas las tropas virreynales reunidas marcharon juntas hasta el cerro Condorcuyo “que los insurgentes, bajo el mando de su capitán Pedro Vilcapaza, y el indio Terciopelo, habían fortificado de tiempo atrás, como sitio de la primera importancia. Aquí encontraron pasados a cuchillo trece Dragones de Carabayllo, que iban de batidores de entrada. Sentaron el campo y se tomaron en un Consejo de Guerra que se formó todas las medidas conducentes al ataque de Condorcuyo; y quedó resuelto sé hiciese este por tres partes, señalándose el del medio al General Avilés, con quien subió el exponente, desalojando a los indios de diversas trincheras que tenían en medio del cerro, desde las cuales precipitaban piedras de enorme corpulencia que abrían claros en las tropas de V.M. conforme abandonaban los puestos inferiores se retiraban a la eminencia guarnecida de un muro bien alto. Aquí el General Avilés con espada en mano y lleno de ardor, los exhortaba con un ejemplo a la firmeza de ánimo y constancia queriendo ser el primero en la escalada del muro: Mas viendo el exponente cuanto se aventuraba con esta precipitada deliberación, le representó el peligro, y lo que se perdía con su muerte tal vez inevitable en el asalto; tomando a su cargo la escalada, que la logró, rompiendo después el muro, para que entrasen las tropas formadas. En este punto se reunieron las otras dos columnas que
atacaban
por
diversas
partes”.
El hecho que las tropas insurgentes fuesen cogidas por los virreynales desde tres partes distintas explica aquella frase que resume la derrota: “...la mortandad de los traidores fue tan grande, que por más de dos leguas
no
se
encontraban
sino
cadáveres
de
éstos”.
No obstante la derrota, Vilcapaza logró reorganizar sus huestes a fin de volver a trabar pelea con el enemigo, tratando de ver con más cuidado la barrera de fuego de fusilería con que éste contaba. Entre tanto, los Coroneles de Diego Cristóbal Túpac Amaru, Ramón Ponce, Pedro Vargas, Nicolás Sanca e Ignacio Ingaricona proseguían el sitio de Puno, tratando de tomarlo antes que el Mariscal Del Valle se aproximase más al Lago
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Titijaja; lo mismo procuraba Andrés Huera por el sur, acatando las órdenes de Túpac Catari. Por su lado el Mariscal, con Pumacahua y Avilés, prosiguieron su avance, mientras Diego Cristóbal Túpac Amaru pasaba a Carabaya a traer más gente y Vilcapaza trataba de trazar una nueva línea defensiva, lo cual hizo en Puquinacancari, camino de Puno. Mientras tanto, otras urgencias se presentaban: la situación exigía el reinicio del cerco de Sorata bajo mando cuzqueño; en esos días miles de hombres, de Carabaya esencialmente, se desplazaban con destino a Sorata, bajo el mando del Coronel Diego Quispe, «el Mayor», montonero autónomo, con gran dominio sobre su gente, y de quien se recelaban algunas vinculaciones con el aimara Túpac Catari. EL COMBATE DE PUQUINACANCARI. 19 de Mayo de 1781 Mientras Vilcapaza efectuaba los enlaces correspondientes para la pelea en un triple frente (Puno, Sorata y Azángaro) el Mariscal del Valle avanzó con sus numerosas fuerzas, llevando como vanguardia a las tropas negras. Se percibe la falta de un comando único en esos días. Al parecer Diego Cristóbal prestó excesiva importancia a los asuntos de Carabaya y se presenta una confusa situación. Probablemente Vilcapaza aconsejó un repliegue, con el objeto de concentrar, todas las fuerzas rebeldes en un ataque más sobre la ciudad de Puno -donde resistía el corregidor Joaquín de Orellana -pero su idea de una arremetida así no habría sido aceptada: otros jefes rebeldes, tan anárquicos como valientes, anhelaban enfrentarse otra vez con el Mariscal del Valle y se atrincheraron en el Cerro Puquinacancarí. El choque armado se libró el 19 mayo y fue extremadamente violento, rememorándose escenas de heroísmo como las de Masadá y Sagunto, puesto que muchos de los defensores prefirieron el suicidio a la derrota o a la rendición. Vilcapaza estuvo entre quienes alcanzaron a salvar a los escasos sobrevivientes del combate.
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El propio Mariscal del Valle resumió así este encuentro espartano: «Al pasar por el cerro de Puquinacancarí, que es muy alto y todo peñas, sito en medio de una pampa en el que vimos algunas Indios que por su corto número se despreciaron; pero al pasar la columna de Cotabambas que venía a la retaguardia, avisó de que le habían apedreado desde él, por lo que su Comandante pidió permiso de atacarlos, lo que se ejecutó con un pequeño destacamento y sin embargo de no llegar a 100 los enemigos hicieron una obstinada y bárbara defensa; y viéndose ya sin recurso, algunos se despeñaron voluntariamente, y entre los otros una mujer con un niño a las espaldas. Los pocos que se cogieron vivos se ajusticiaron a una mujer prisionera se tendió voluntariamente sobra un cadáver y viendo que tardaban en matarla, levantó la cabeza y dijo por qué no la mataban», heroísmo que no dejó de comentarse en el Palacio de Lima, ente Agustín de Jáuregui. Los documentos militares precisan que para someter a los que resistían a ultranza «se destinaron ochenta fusileros para que castigasen este atrevimiento, a la verdad no esperado, a la vista de todo el ejército y mandando suspender la marcha retrocedió el mismo General con el regimiento de Caballería del Cuzco para rodear el monte por su falda a impedir escapase ninguno de aquellos atrevidos sediciosos. Pero ellos lejos de intimidarse con la inmediación de las tropas que se dirigían al ataque, se mantuvieron obstinados, sin pensar más que en morir o defender el puesto que ocupaban, con la mayor intrepidez y osadía, favorecidos por unas piedras muy altas que los ponían a cubierto, sin hacer caso de las ofertas del perdón que les hacía un oficial de las tropas de Cotabambas, a quien con furor respondían que antes querían morir que ser insultados». Y luego del encarnizado ataque virreynal, considerando los soldados rebeldes -hombres y mujeres- que era ya imposible escapar de las manos de sus contrarios, eligieron muchos el desesperado partido de despeñarse para hacerse pedazos. «Nada fue bastante - precisan los
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documentos virreynales- para disminuir aquella ferocidad y de este modo murieron todos… despreciaron sus vidas por sostener tan hor rible sedición”. Gabriel de Avilés, entonces un joven Coronel virreynal, escribió: “A vista
mía y de todo el ejercito se despeñaron muchos de ambos sexos con sus hijos, desde el escarpado cerro de Puquinacancari, por no entregarse como
se
les
ofreció”.
Vilcapaza, esa vez, consiguió retirarse a tiempo antes de ser rodeado por el enemigo; y pasó a organizar núcleos combatientes. Tras su triunfo sobre las huestes rebeldes en Puquinacancari, el ejército virreynal del Mariscal Joseph del Valle continuó su progresión sobre la ciudad de Puno, cercada por los tupacamarístas desde mediados de diciembre de 1780. Fue una marcha relativamente lenta, por las privaciones y los fuertes hielos de mayo, que afectaban especialmente a las tropas de negros de Lima y Callao, desafectos a las regiones altiplánicas; con todo, tomaron Calapuja, Juliaca y Buena Vista, puntos mencionados en los diarios militares virreinales. Mientras se libraban escaramuzas contra las fuerzas virreynales por las montoneras de Vilcapaza, Ingaricona, Laura, Calisaya y otros rebeldes, una grave crisis política tendía a estallar en las altas esferas revolucionarias; a raíz de la prisión del Inca José Gabriel Túpac Amaru la división se había acentuado. Por un lado, estaban los llamados “Incas”
del Cuzco, Diego Cristóbal y Andrés, esencialmente, quienes reclamaban la dirección del movimiento; por el otro se hallaba Túpac Cátari el aymara que había insurgido ya a la acción, a través de buen número de caudillos de aldea en las orillas Titijaja. Quechuas y aymaras tuvieron así una confrontación interna, de la cual no estaban ausentes algunos factores sociales, en especial la pugna entre la alta aristocracia incaica y los dirigentes plebeyos, a quienes parecía apoyar una parte de la nobleza menor del altiplano.
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El avance de Diego Cristóbal al altiplano respondía también a una necesidad perentoria. Contener los desmanes de los capitanes tupacataristas y de uno que otro jefe tupacamarista; sobre todo, resultaba prioritario contener e inclusive aplastar a los líderes que en nombre de Túpac Amaru proyectaban arrasar con todo. PRIMER ATAQUE A PUNO. Por Diego Cristóbal Túpac Amaru - 10 de marzo Diego Cristóbal fue el hombre escogido por el Inca tanto para organizar la sublevación en tierras puneñas como para frenar los intentos expansionistas de Túpac Catari, el nuevo definitivo nombre de Julián Apaza. Para entonces, el joven caudillo habría ya recibido un gran elogio de labios virreynales: «es mucho peor que su (primo) hermano José Gabriel» Una vez en el altiplano Diego Cristóbal organizó la guerra con tal vigor que pudo lanzar el ataque a Puno el día 10 de marzo con Andrés Ingaricona, Ramón Ponce y Pedro Vargas; mientras tanto por el sureste la ciudad empezaba a ser amagada por gruesos contingentes aimaras que al parecer sólo aceptaban órdenes del aludido Túpac Catari. Todos, sin embargo, pelearon con ejemplar coraje, pero no consiguieron doblegar la férrea resistencia del Corregidor Joaquín de Orellana, quien para el efecto hasta había eregido fortines con varios cañones en los arrabales de la ciudad y tenía sólida alianza con el cacique virreynal Anselmo Buztinza, quien lanzó a toda su gente a la primera línea de combate. Puno resistió el aluvión de dieciocho mil patriotas, no sólo a causa de las excepcionales condiciones del defensor de la ciudad, sino gracias a la alianza con un sector nativo; pero fundamentalmente combatieron con desesperación al conocer el sesgo racista y sanguinario que, la lucha había adquirido en zonas altiplánicas. Los quechuas y los aimaras
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anhelaban, además, vengar los recientes desastres de Oruro y Chuquisaca. Así, como los alrededores de la ciudad de Puno se empaparon de sangre. Pero no se la pudo tomar; Diego Cristóbal tuvo que contentarse con estrechar un nuevo anillo sobre la urbe, mientras buscaba con urgencia contactos al otro lado, en el camino de La Paz, con jerarcas aymaras. El avance de los Tupacamaristas sobre Puno habría, sin embargo, de precipitar una consecuencia imprevisible a escasos días: la agudización de las ambiciones del nuevo líder Túpac Catari. Aun cuando no se conoce con certeza los impulsos que lo llevaron a agravar la escisión, es un hecho que había decidido aplicar un proyecto propio, separado del que se trazó el grupo de conjurados de Tungasuca. Aprovechándose de que Diego Cristóbal no logró conquistar Puno y teniendo éste que retornar del Collao a Kanas, a fin de reclutar nuevas levas y concurrir con socorros al Inca, Túpac Catari se lanzó al ataque de la ciudad de La Paz. Así, mientras, en aquel convulsionado mes de marzo, Diego Cristóbal se estrellaba contra los fortines puneños, Túpac Catari se deshacía de Marcelo Calle, que era el principal delegado tupacamarista en las tierras de Sicasica y llegado el caso, el hombre de los Túpac Amaru llamado a cercar La Paz en el momento oportuno, en diálogo con los criollos paceños comprometidos; plan que se maduraba cuidadosamente por la envergadura de la acción. Orellana logró emboscar con su fusilería a un grueso contingente tupacamarista, lo cual desanimó a Ramón Ponce, el que suspendió el ataque y, aun cuando manteniendo el asedio a través de Ingaricona, retornó a Tinta, donde fue censurado por el Inca por su falta de una mayor acometividad. La guerra continuó en todas las tierras puneñas, aumentando la violencia conforme se iban integrando contingentes de aymaras y de uros tupacamaristas en la orilla sur del Lago Titijaja. En un ambiente caldeado por las rivalidades entre tupacamaristas y
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tupacataristas Y entre quechuas y aymaras, las comarcas puneñas fueron escenario de las más enconadas luchas contra los españoles; algunos capitanes patriotas actuaban ya por su cuenta, con gran crueldad. Este período de abril en Puno lo subdividiremos en escalones para apreciarlo con más claridad: las luchas en distintas áreas puneñas, el segundo ataque a la ciudad de Puno, la ofensiva sobre Arequipa y la derrota de las fuerzas virreynales arequipeñas en Lampa. Los finales de marzo y los principios de abril fueron el período más cruentos en la región; con vesanica furia combatieron jefes tupacataristas y algunos capitanes autónomos, como Nicolás Sanca. La floreciente Chucuito, principal ciudad de la región, fue borrada del mapa por los jefes aymaras, al matarse a sus dos mil vecinos criollos, mestizos y pocos españoles, «de tod o sexo y edad”. Pascual Alarapita e lsidro Mamani fueron los responsables principales de la espantosa carnicería; ambos obedecían a Túpac Catari. Niños, ancianos y mujeres que escapaban de las piedras, de las balas y de los incendios fueron arrojados a las aguas del Lago, para que pereciesen ahogados; los «indios leales» resultaron igualmente exterminados. Unos pocos sobrevivientes, mientras huían, alcanzaron a ver la matanza desde lo alto de los cerros que rodean la ciudad. El 3 de abril en pleno combate por Chucuito, fueron quemados vivos los oficiales virreinales Nicolás de Mendiola y José Roselló. No menos violentas fueron las acciones de Juli, donde se llegó a contar setentiún cadáveres también «de todo sexo y edad», en las calles del pueblo arrasado; muchas mujeres y hasta niños fueron sacados de las iglesias, donde se cogían de las imágenes; y no faltaron escenas terribles de sangre humana chupada de heridos y muertos por los fanatizados vencedores, entre ellos muchos uros, seguramente. Los desordenes al parecer se habían iniciado el 22 de marzo en la
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comarca de Carabaya, pero pronto se extendieron a todo el altiplano: sufrieron los excesos Capachica, Acora, Ilave, Coata, Yunguyo y otras más, aparte de las ya nombradas Chucuito, Juli y Pichacani. Era frecuente oír en esos trances que los rebeldes proclamaban “Rey a Katari”, aludiendo sin duda a Túpac Catari, el sanguinario caudillo
aymara que conducía el cerco de La Paz. En Ilave le fue harto clara la proclamación de rey a Túpac Catari lo cual tuvo que causar justificado pesar. Los documentos de la época están llenos de referencias a los excesos en toda la comarca. Un enfrentamiento cerca de Acora, en Manquesqueña acabó en desastre para los virreinales, cuyas tropas nativas principalmente se dispersaban; otro encuentro en las cercanías tuvo resultados parecidos, así como una incursión de Orellana, tratando de restablecer el orden desde Puno. Además en el altiplano la lucha hubo de ser más sangrienta que en ningún otro teatro de operaciones, presentándose casi un ciclo de “todos contra todos». En efecto, si bien el 10 de abril los virreinales
habían quebrado el asedio a la ciudad de Puno, ello no se debió a un éxito militar, sino al caos en la retaguardia rebelde, porque aterrados gran parte de los aymaras, lupacas de Acora con las atrocidades de Isidro Mamani su jefe regional, lo entregaron más allá de Chucuito a las avanzadas del Corregidor Orellana; el suceso provocó recriminaciones y matanzas entre aymaras de la zona, mientras que, no lejos, quechuas y aymaras empezaban a pelear entre sí por razones similares. Entre tanto, arrepentido de cuanto había hecho, también se entregó al Corregidor el cruel Mateo Condori. Pero no obstante el desorden, Diego Cristóbal logró restaurar un mínimo de coordinación y, auxiliado por Mariano Túpac Amaru y Andrés Ingaricona, se volvió a cercar la ciudad, por tierra y agua. Por esos días la situación política rebelde empeoraría en las esferas de la
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dirigencia insurrecional, porque al enterarse Túpac Catari de la prisión del Inca José Gabriel, trató con más fuerza aún de capturar y conducir el movimiento. Para ello el destacado líder contaba con la terca adhesión de sus seguidores y con un extraño carisma, no exento -como vimos- de elementos mágicos. Diego Cristóbal -al igual que su antecesor- no había tenido más remedio que tolerarlo durante ese difícil abril, en la común lucha contra los virreinales; pero tal actitud de concordia no consiguió las metas que le inspiraban. Por el contrario Túpac Catari continuó remitiendo al asedio de Puno, por el lado sur, tropas aymaras de refresco conducidas por jefes que mostraban tanto valor como crueldad e indisciplina, cual el caso de Pascual Alarapita e Isidro Mamani. Numerosos pueblos volvieron a sufrir una violencia inenarrable, lejos de los principios doctrinarios de la rebelión y de los preceptos cristianos que todos los Túpac Amaru enarbolaban. SEGUNDO GRAN ATAQUE A PUNO: del 10 al 12 de abril. Desde Azángaro, Diego Cristóbal organizó el segundo ataque a la ciudad, de Puno. Lanzó contra la ciudad a Andrés Ingarícona y Pedro Vilcapaza, pero mientras éstos avanzaban, él mismo tuvo que replegarse rumbo al norte al recibir noticias del desastre del Inca en Sallca. El ataque se desorganizó el día 13, al confirmarse la prisión del inca, ocurrida en Langui el 6 de abril. Más adelante tendremos ocasión de volver sobre este asunto, con motivo de la llegada de los refuerzos españoles. Mientras se libraban escaramuzas contra las fuerzas virreinales por las montoneras de Laura, Calisaya y otros rebeldes, una grave crisis política tendía a estallar en las altas esferas revolucionarias. Como era de suponerse, a raíz de la prisión del Inca José Gabriel Túpac Amaru la división se había acentuado. Por un lado, estaban los llamados «Incas»
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del Cusco, Diego Cristóbal y Andrés, esencialmente, quienes reclamaban la dirección del movimiento; por el otro se hallaba Túpac Catari el aimara que había vuelto a la acción vigorosamente, secundado otra vez por un buen número de caudillos de aldea. Quechuas y aimaras zanjaban así una confrontación interna, de la cual no estaban ausentes algunos factores sociales, en especial la pugna entre la alta aristocracia incaica y los dirigentes plebeyos a quienes parecía apoyar una parte de la nobleza menor del altiplano. TERCER ATAQUE A PUNO Entre tanto, Diego Cristóbal había tratado de capturar Puno, lanzando sobre la ciudad las tropas comandadas por Andrés Ingaricona y Pedro Vargas, las que no pudieron doblegar la resistencia del tenaz Corregidor Orellana, quien había tenido la prudencia de construir dos nuevos improvisados bastiones, con fosos y trincheras, y se valía además de un artillero corso de suma habilidad, llamado Francisco Vícentello. A principios de mayo Diego Cristóbal había acampado por varios días en Lampa organizando la guerra en los dos frentes inmediatos, el de la ciudad de Puno (a su cargo) y el abierto por la ofensiva del Mariscal. El día 7 había asomado a los cerros lindantes con Puno, «con grande ostentación y estrépito de los (cañones) pedreros que traía para batirla». Eje de la defensa de Puno era el fuerte y dos fortines que dirigía el artillero Vicentelio, con cuatro cañones y 44 artilleros. El ejército de Diego Cristóbal arrolló a los indios virreinales que defendían la urbe, empujándolos más allá del cerro del Azogue hasta llegar a poner en peligro el propio fuerte que cubría a los puneños, pero los referidos cañones contuvieron la acometida Tupacamarista, pese a su «bravura y ferocidad» como informaron los partes militares del Corregidor. Tomados los fortines, el día más sangriento fue el 9 en que Diego Cristóbal atacó por dos lados a la ciudad, llegándose en un momento a combatir en las mismas calles, por el lado de la parroquia de San Juan.
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Estalló el polvorín de Puno pero el episodio no amenguó el ánimo de los defensores. El nutrido fuego de fusilería que sostuvo en persona el Corregidor Orellana impidió en aquel día la captura de Puno; las víctimas fueron numerosas en ambos bandos y el asedio continuó en los días siguientes, desde lejos, porque se consideró oportuno aumentar el hostilizamiento a las huestes del Mariscal Del Valle que habían logrado como vimos- traspasar las defensas rebeldes en diversas batallas. Testigos cercanos de los hechos describieron así la situación: «A quien contemplamos en fuertes fatigas es al Corregidor de Puno, Orellana, pues aunque ha resistido con un valor indecible a más de diez ataques, se cree que al fin se rinda si no es socorrido en tiempo, como lo ha solicitado con las mayores instancias. Se sabe que los días 10, 11 y 12 del corriente le presentaron batalla los indios de Chucuito y Diego Túpac Amaru con más de cuarenta mil indios, tres (cañones) pedreros y como treinta fusiles, en que le mataron más de cien españoles y quedaron heridos como cincuenta y éstos de cuidado, y muchos descalabrados y golpeados de las piedras, en que se vio bien confuso el dicho Orellana que salió herido de una pedrada en la boca, que escapó de milagro y le rompieron una trinchera y se le entraron hasta la dicha villa.» A lo largo de mayo , las guerrillas desgastaron al cuerpo del ejército que cobnducía Del Valle, pero no pudieron impedir su progresión sobre Puno, ciudad que recibió a esas huestes el 25 de mayo, en medio de gran algazara virreinal. A la verdad, tras Puquinacancari, las huestes virreinales continuaron su progresión dificultosamente. Pocos pensaban ya en los planes iniciales de socorrer La Paz; la mayoría de los jefes apenas anhelaba guarecerse en Puno. Puno, la ciudad a la cual se aproximaban las tropas del Mariscal Del Valle, había venido soportando sangriento asedio desde el 10 de marzo, frente a las tropas del mestizo Ramón Ponce y de varios jefes indios. Resultó una guerra muy encarnizada; pueblos y aún ciudades de los
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alrededores desaparecieron casi del todo (como Juli, Pomata, Ilave, Chucuito). Fue el defensor de Puno un criollo, Joaquín de Orellana, quien armó y equipó casi exclusivamente a criollos y mestizos, con acierto de ordenar la construcción de un fortín en los extramuros. disponía de cuatro cañones y de ciento ochenta fusiles y escopetas, pero sus tropas, a fines de junio, se encontraban exhautas, tras cuatro meses y medio de cerco y de combates, puesto que había construido «una pequeña isla de felicidad en medio de un mar de rebelión», tal como tan descriptivamente se definió la situación militar. Mucho alivio hubo allí cuando llegaron versiones confusas en torno a la aproximación de la tropa virreinal y la parcial ruptura del asedio. PUNO: FUGAZ ÉXITO VIRREINAL El cerco de Puno fue levantado por los sitiadores; el Mariscal ordenó entonces a sus avanzadas que tomasen Puno, un Puno destrozado en cincomeses de asedio. Felicitó al Corregidor Joaquín de Orellana por la defensa. Pero de inmediato todos repararon en lo precario de la situación de la ciudad: hambre, enfermedades, carencia de armas suficientes, deseciones, frio intenso y ultitudes, quechuas y aimaras rodeando nuevamente la plaza, unos por el norte otros por el sur. No fueron tranquilizadores los informes recibidos en la ciudad. Allí supieron cómo se habian visto acosados desde el 10 de marzo, fecha en que se inició el segundo cerco; supieron cómo el «leal» cacique virreinal Anselmo Bustinza había sido escudo de la ciudad, con sus indios de Mañazo y otros lugares, pese a las acometidas de sucesivos capitanes como el mestizo Ramón Ponce y los coroneles Pedro Vargas, Andrés Ingaricona, Nicolás Sanca, Pascual Alarapita y otros que, junto o sucesivamente, habían atacado la ciudad, llegando a combatirse en los arrabales; y supieron también cómo -actuando por encargo de Túpac Catari- Andrés Guara había también amagado la ciudad por el Este. Y tan sangriento asedio de quechuas y aymaras proseguía a lo lejos, sólo se
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había perforado en un punto la marea humana que rodeaba la ciudad. En definitiva, lo que predominaba en Puno era hambre, enfermedades, carencia de armas y de municiones suficientes, deserciones, frio intenso, etc. La operación no iba ha ser fácil para el Mariscal, sobre todo considerando que habían desterrado casi todas sus tropas indígenas, con excepción de los Chincheros que comandaba el más disciplinado de todos los jefes virreinales; Pumacahua; además, al trascender la orden de retirada, la situación se agravó, porque desertaron varios caciques puneños hasta ese momento leales y aliados. Viendo segura una derrota en la puna abierta, prefirieron acogerse bajo las banderas de Diego Cristobal. Mayor era aún el riesgo de amotinamiento de los ochocientos fusileros negros de Lima y el Callao, deseosos de emprender cuanto antes la retirada. La retirada virreinal de la ciudad fue el 26 y 27; tras juntarse, partieron todos del campamento de Del Valle, ubicado en las afueras. Grandes burlas hacían a los patriotas desde los cerros, especialmente los indios, mofansode de los vencidos. Eran ocho mil, esos vecinos de Puno -ancianos, mujeres y niños entre ellos- empezaron la odisea hacia el Cusco,a pie casi todos, al amparo de los ochocientos fusileros de Del Valle y los ciento treintiseis de Orellana. LA TOMA DE PUNO POR LOS TUPACAMARISTAS: 28 de mayo Las fuerzas rebeldes ocuparon Puno apenas los rivales evacuaron la ciudad. Esta etapa marca quizá el momento más alto de todo el ciclo tupacamarista, auncuando ya había sido ejecutado el principal jefe, José Gabriel Túpac Amaru. Durante aquel periodo Diego Cristobal desde Azángaro prosiguió la ofensiva en todos los frentes; Vilcapaza habría de ser enviado a la toma de Sorata, cuyo asedio había sido suspendido en tiempo atrás.
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Así fue como a fines de ese mes, Diego Cristobal y sus coroneles vieron desde las alturas de los cerros circundantres la retirada de las tropas virreinales, con rumbo a Sicuani, de donde habían partido orgullosamente un mes antes, tras la victoria sobre el Inca José Gabriel; a ese ejército lo seguía toda la población civil del lugar y, a regañadientes, el propio Corregidor Orellana. Diego Cristobal ocupó de inmediato ese Puno vacio, cuidandose de usar gente segura, del bando tupacamarista. Por su parte el Mariscal Del Valle tuvo que abrirse paso en medio de múltiples escaramuzas contra las montoneras de diversos caudillos como Ticona, Mamani, Calisaya, Laura, Apaza y el temible Ingaricona, que realizaban en valor mientras los fusileros negros abrían brecha para el paso del grueso del triste cortejo en retirada. en toda esta campaña se halló Diego Cristobal tan cerca de la línea de fuego que en una oportunidad casi lo captura una partida virreinal, salvandose apretadamente. La capital de los territorios liberados se reintaló en Azángaro poco después. La deserción de muchos soldados nativos y hasta de un cuerpo íntegro (que, acabó masacrado por los alzados en Ayaviri, días después) condujo a la celebración urgente de un Consejo de Guerra, inspirado por el propio Mariscal Del Valle, el cual arribaría el siguiente acuerdo: «El Ejército que llegó hasta Puno con el piadoso fin de libertar la vida de sus vecinos que ya no tenían modo de subsistir, ni de retirarse por estar sitiado de enemigos, sin esperanza de otro socorro que el nuestro, conseguido el intento se va en la precisión de tomar Cuarteles de Invierno, llevando consigo a su honrado vecindario por las razones siguientes- El ejército sólo consta de ochocientos hombres del cual casi el todo consiste en las tropas de Lima. Estas, acostumbradas al clima dulce de aquella capital, no son capaces de sufrir por más tiempo la aspereza de los hielos que cada día son mayores, cuya incomodidad se hace más insoportable por estar descalzos y hechos pedazos sus
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vestidos: faltos de pan a que por estar acostumbrados les es de mucha molestia su falta, y con las tiendas hechas pedazos». «Siendo pues indispensable tomar cuarteles, no queda más arbitrio que ejecutarlo en Arequipa, La Paz o el Cusco para que reforzado allí el ejército pasada la rigidez de la estación, se puedan continuar las operaciones». Las huestes procedentes de Lima también debieron horrorizarse al escuchar los relatos en torno a la violencia criminal que la guerra habla adquirido por ambos lados, Los sobrevivientes, escasos, narrarían las pavorosas matanzas racistas al sur de Puno. Con todo, el valeroso Orellana insistió en marchar en auxilio de La Paz; luego los reclamos de los puneños virreinales se limitaron a rescatar Chucuito; finalmente sólo demandaron permanecer acantonados en Puno. Todo fue inútil, las órdenes de Del Valle fueron terminantes: la evacuación. Es justo reconocer que al momento de tan grave decisión. Del Valle contaba –en efecto- con sólo mil cincuenta soldados de los cuales doscientos eran de nombre; dos mil de sus integrantes habían sido aniquilados o desertaron durante el penoso avance hacia Puno. Aún más, al llegar a Puno acababa de defeccionar la Compañía de Cotabambas con su teniente José, Cornejo, guiada por el absurdo empeño de alcanzar salvación; la aniquilaron por Ayaviri y nadie sobrevivió para contarlo. Seguramente jefes y tropas virreinales se amedrentaron al oír que el Consejo de Guerra iba a discutir un avance a La Paz como en efecto sucedió ese 25 de mayo de 1781. En todo caso, la decisión de la retirada se justifica por el quebrantamiento de la disciplina en esas soledades. Rumores corrían sobre que el resto de la tropa (con muchos mulatos de Lima y Callao) exigía el retorno al Cuzco, so riesgo de una deserción masiva No fue fácil convencer al tenaz Orellana y su valerosa tropa. Al fin, narraría un jefe militar- ese mismo 26 de mayo todos «emprendimos la
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marcha, con grande lentitud, para seguir el paso de las mujeres y los niños
de
Puno”
Así se llegó a Yanarico; en esa retirada ciertos grupos sin darlo a conocer al Mariscal, optaron por un retroceso buscando el camino de Arequipa. Fueron exterminados. El día 13, siempre hostigados por partidas de rebeldes, se produjeron choques serios en Pocochuma, no lejos de Umachiri. Luego se realizaron escaramuzas más serias en Hulloma o Hullulloma, el 15, al incursionar partidas de caballería. Asimismo, el 17 en Santa Rosa se realizaron encuentros que obligaron a emplazar la artillería y a pedir refuerzos de la infantería. Entre penurias sin fin, los restos del ejército virreinal cruzaron dificultosamente La Raya, alcanzando Sicuani el 23, donde se reintegró la columna de Cuéllar que, un mes atrás, había partido hacia Carabaya. Los jefes de este ejercito virreinal se vanagloriaban de tres victorias, pero la verdad es que apenas desfilaron trescientos de los tres mil soldados que partieron y dejaban Puno en manos de Diego Cristóbal Túpac Amaru, Los sufrimientos de ese ejército acabaron solamente el 4 de Julio; por lo menos para la vanguardia que aquel día hizo su ingreso al Cuzco comandado por el propio Mariscal. No aguardaban buenas noticias; nuevas tropas quechuas rondaban las comarcas de los alrededores del valle del Cuzco y festejaban la debacle del gran ejercito que, aunque vencedor del Inca José Gabriel, retornaba vencido por el nuevo Inca Diego Cristóbal. Sus fuerzas habían ocupado Puno apenas los virreinales evacuaron la ciudad, pero la capital de la revolución continuó en Azángaro. Durante aquellas semanas, Diego Cristóbal prosiguió la ofensiva en todos los frentes; Sorata seria conquistada y en las sierras de Arica, Tarapacá se respaldaron también la insurrección. La casa de Vilcapaza fue esos días el centro de reunión de los jefes
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rebeldes para trazar nuevos planes y también el refugio discreto de la bella mestiza Angelina Sevilla Choquehuanca, compañera del “Inca mozo”, Andrés Mendiguri Túpac Amaru.
SEGUNDO CERCO DE SORATA Con sus montoneras, Vilcapaza se incorporó al segundo asedio de Sorata -a las tres semanas de iniciado- a fines de mayo; así lo habría dispuesto el nuevo Inca Diego Cristóbal, reconocido como tal tras la ejecución del Inca José Gabriel en el Cuzco, el 18 de ese mes de 1781. Calculamos que en días anteriores estuvo tratando de contener a las vanguardias del Mariscal del Valle, que marchaban sobre la ciudad de Puno, a las cuales desgastó de tal modo que los fugaces vencedores tendrían -como vimos- que abandonar esa ciudad a los pocos días de reconquistada. En las afueras de Sorata Vilcapaza se juntó con Andrés Túpac Amaru, a quien debió hallar cargado de rencores por la crudelísima muerte de su tío el Inca, sentimiento de odio que parecían compartir muchos de quienes rodeaban a ese joven General de diecisiete años de edad, a quien su linaje había llevado a tan alto cargo. Asimismo, debió encontrar a Diego Quispe incontrolable. Con la mucha gente fanática que lo seguía desde Carabaya, de Sandia en especial. Cierto número de delincuentes fugados de cárceles y obrajes destruidos, se habían sumado a filas insurrectas. Debió notar que la situación se volvía más incontrolable que nunca. El nuevo cerco había empezado el 4 de ese mes de mayo; anárquicos dirigentes regionales a los cuales no importó la guerra contra el Mariscal del Valle, precipitaron los hechos, rompiendo aún más la precaria unidad reinante. La tarea de Vilcapaza hubo de ser allí la de tratar de consolidar fuerzas y moderar a los que solo buscaban venganza. La parte principal de la defensa la tuvo un ejército de dos mil criollos y mestizos, integrado por sorateños y refugiados de los alrededores,
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inclusive con gente de las distantes Lampa y Azángaro. Fue jefe de estas improvisadas tropas virreynales el Coronel Anastacio Suárez de Varela; y justo es reconocerles que pelearon con denuedo contra los tupacamaristas, soportando hambruna, enfermedades y toda clase de privaciones, sin rendirse. El asedio fue al final tan estrecho que el pueblo sorateño se redujo a “vivir atrincherado en el recinto o centro de la plaza”. “Así nos
mantuvimos -relata uno de los defensores- con el bloqueo de poste a poste, sin que cesase al continuo tesón del fuego de noche ni de día, por espacio
de
tres
meses,
hasta
el
5
de
agosto”.
Resumamos lo principal de aquel cerco. Dos meses se llevaba ya de encuentros sangrientos; ninguna facción parecía dispuesto a ceder. Fue entonces que surgieron intentos de un arreglo, una parte de los sorateños debió ser influido por los mensajes de fraternidad que Andrés “el Inca Mozo” -Jefe del sitio- lanzó a los criollos, siguiendo el mandato oído tantas veces del Inca difunto, de José Gabriel y del nuevo Inca, Diego Cristóbal. Pero las negociaciones acabaron mal, pese a los empeños de Vilcapaza y de otros jefes y caciques. Desde diferentes puntos de vista -y quizás de fuentes documentalesLillian Estelle Fisher y Eulogio Zudaire han contado el episodio que deterioró gravemente el ánimo de los sitiadores, enconado desde entonces las razones expuestas. Parece que hubo tentativas de paz entre los dos bandos; en una de las reuniones, fueron parlamentarios de los de Sorata, Gregorio Santalla y José Pinedo, jefe este último de la defensa de la plaza. Pinedo habría llevado la secreta consigna de asesinar a Andrés y al momento de sacar sus pistolas para victimar al “Inca mozo” fue descubiert o y luego masacrado con toda la comitiva. La guerra arreció más que nunca.
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LA DESTRUCCION DE SORATA Por entonces vino el proyecto de construir una represa con las aguas del río Tipuani, las que una vez contenidas se lanzarían sobre la ciudad cercada. La idea, la trajo un criollo azangarino y Tomás Inga Lipe (“Thomas Inga Lípe, el menor, dirigió la maniob ra del río en compañía de un hombre blando remitido de Azángaro por (Diego) Túpac Amaro, cuyo nombre ignora pero que hablaba castellano y quichua”, según declararía
el secretario de Túpac Catari, Basilio Angulo). Pedro Vilcapaza debió hallarse entre los más activos para el acarreo de materiales y poner orden en esas muchedumbres a las que hubo de transformar de soldados en obreros; terminada la represa, se soltó las aguas con el resultado que se aguardaba. Roto el dique, lanzado el torrente de golpe, rompió las defensas sorateñas y por allí ingresaron las huestes rebeldes. “Ese fue el día lamentable en que dio fin este pirata con el pueblo y sus habitantes”, habría de expresar un informante virreynal, de los pocos
que sobrevivieron el encuentro definitivo. Para entonces el joven Andrés había olvidado ya, los consejos de Angelina Sevilla Choquehuanca, la bella mestiza de Azángaro y si llegaron sus cartas a los campamentos de Sorata, ni las leería. Vivía en el asedio un romance nada menos que con Gregoria Apaza, hermana de Túpac Catari, el aymara sitiador de La Paz, mujer vengativa como éste. Siendo casada, no le importaba lucirse con el joven líder Inca; mujer que además, -como lo anota María Eugenia Siles-, contaba con diez años más que él. Es probable que su inspiración fuese nefasta sobre Andrés, quien en su mocedad no previó todas las responsabilidades que significaban un gobierno regional revolucionario ni una operación militar de esa envergadura. Pero hubo un factor aún más grave en ese muchacho indio, jefe de decenas de miles de insurrectos: quince días atrás habían ahorcado a Pedro Mendigure, su padre, en la plaza del Cuzco; a su madre -activa
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tupacamarista- la sometieron ese día a diversos vejámenes; esto sucedió el 17 de julio, en que también se ahorcó a Ramón Ponce, el antiguo jefe militar de la rebelión en Puno, así como a otros destacados dirigentes indios y mestizos (1). Todas estas ejecuciones, unidas al recuerdo del martirio del Inca, de Micaela Bastidas y de Hipólito Túpac Amaru, atizaron los odios de Andrés, se apoderó un afán de venganza contra quienes nada tenían que ver con esos hechos. Justos sorateños pagaron por pecadores cuzqueños. De nada sirvieron los consejos de maduración que Andrés pudo recibir de gente mayor como Vilcapaza. Barridas las defensas con las aguas del río, irrumpieron las tropas rebeldes, unos veinte mil hombres. Con la tolerancia de Andrés y de varios de los demás dirigentes, se excedieron, sin respeto por los vencidos. Fueron masacrados, destrozados, colgados, sin distinción de sexo ni de edad. Entre las víctimas hubo miles de criollos, con lo cual los vencedores de Sorata rompían los principios ideológicos del Inca difunto, José Gabriel, y las órdenes precisas del nuevo Inca, Diego Cristóbal. Aquel mismo día se produjeron innumerables violaciones de mujeres españolas, criollas y mestizas, a la mayor parte de las cuales mataron después, tal como lo acreditan documentos publicados por Lewin y otros estudiosos. Las Choquehuancas, Indias nobles de Azángaro fueron todas vejadas y colgadas, como “renegadas”. De la matanza sólo salvaron “algunas mujeres blancas”, de seguro al precio de su honra.
Sobre la captura de Sorata Melchor de Paz, el Secretario del Virrey habría de anotar que “se asoló Sorata, pueblo muy rico y de mucha gente; a esta la (pasaron) a cuchillo y (se) robó ricos tesoros”.
¿Cuántos murieron masacrados en Sorata? No lo sabremos nunca. Sir Clement Markham, -viajero por esas comarcas altiplánicas promediando el siglo pasado- tomó cifras sin duda exageradas por la tradición oral
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criolla. La verdad es que perecieron varios miles, quizás ocho mil; y sobrevivieron apenas ochentaisiete personas, por que la orden fue entrar “sin dar cuartel sino a los indios y algunas mujeres blancas” como
lo señaló «la Verdad Desnuda»; y así mientras la enorme mayoría de los indios sorateños se dispersaba, criollos, españoles y mestizos sufrían la masacre, aunque hubo un criollo que salvó sirviendo de secretario. Salvaron también algunos sacerdotes y otros que fingieron serlo: «no dejaron en vida a los criollos pues a todos degollaron y mataron con inhumanidades, sin perdonar aun a los eclesiástico» reza no obstante un Informe colonial, porque hubo también curas despedazados. Pero un documento paralelo aclara que sólo se mató a los clérigos “que resistieron”. De un modo u otro, fue un día de horror, especialmente “por las mujeres que, fueron entregadas en carnes al festival de la indiada”.
Sin duda la cruel muerte dada al Inca y a sus familiares fue uno de los detonantes de la extrema violencia, encendiendo un odio vengativo cruel que cogió a los propios jefes. El Virrey Jáuregui reconocería que tras las ejecuciones “parece que se empeñaron más en las atrocidades»
resumiendo situaciones en un Informe del 16 de diciembre de 1782. Pero así como se perciben en ese día, terribles odios acumulados de dos siglos y medio y la acción de numerosos delincuentes indígenas evadidos al amparo de la revolución, del mismo modo se nota la acción señera de quienes no se mancharan ese día con sangre de inocentes, ni hicieran pagar a los sorateños, mujeres, niños y ancianos inclusive, culpas que les eran ajenas como la ejecución del Inca José Gabriel (2). Y los hechos fueran tales que como “el Azote de Dios” habría de ser
conocido desde entonces el irreflexible muchacho, Andrés Mendigure Túpac Amaru, quien con las atrocidades que permitió cometer causó un daño irreparable a la sublevación, el mayor de los cuales, habría de ser ¡qué duda cabe! que el nuevo Inca, Diego Cristóbal repudiase tales actos y empezase a vacilar sobre si procedía continuar la guerra dentro de
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semejantes métodos. Las dudas que Diego Cristóbal –que lo conducirían meses después a la rendición- empezaron con su disgusto y pesadumbre por las atrocidades de Sorata y para paliarlas no bastaron las excusas a los remordimientos de su joven sobrino, quien argüiría que le fue imposible contener los desmanes. A SANDIA Y AZANGARO Ocupado la ciudad de Sorata -o mejor dicho lo que de ella quedó tras las inundaciones, los incendios, los saqueos y las matanzas- los jefes rebeldes marcharon a cumplir distintos objetivos llevando cada uno su parte del botín de guerra. Andrés “el Inca Mozo”, salió el 18 de agosto, con rumbo a La Paz, donde
la situación se encontraba más tensa que nunca debido a los afanes autonomistas de Túpac Catari, quien había reiniciado el asedioa la Plaza, retiradas las tropas de Brunos Aires que le dieron fugáz respiro. Vilcapaza pasó a Sandia con grandes tesoros, un cajón de diamantes y cuarenticuatro arrobas de oro y plata, entre otras cargas, las cuales quedaron en custodia; asimismo, Martín Vilcapaza, hermano del jefe indio, llevó parte del botín de Sorata a Azángaro. A esta ciudad marcho luego el propio líder, llevándose varias cargas en mulos que contenían parte de la de Sorata y de la de Tipuani. Diego Chuquicallata, vio asimismo que el famoso Coronel Diego Quispe partió llevando seis mulas cargadas de oro y plata, desde el campamento de Andrés Túpac Amaru, el “Inca mozo», el cual se hallaba
instalado
a
tres
cuartos
de
legua
de
la
ciudad
vencida.
En estos días nacerían las leyendas sobra «los tesoros de Vilcapaza”. En
verdad, fueron ascendentes a unos cuatro millones de pesos. Que los guardase se justifica dentro de las usos de la guerra en aquel tiempo puesto que en esas apremiantes circunstancias, de esa riqueza emanó el medio de sostener las exhaustas líneas logísticas de la rebelión. Este período marcó el apogeo de Vilcapaza; por entonces ejerciendo
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gran dominio sobre parte considerable del altiplano, vivía en una residencia colonial que había pertenecido a los opulentos caciques Choquehuanca. Pero no permaneció muchos días en calma. Como siempre, parecía estar en todos lados. En agosto de 1781 Diego Cristóbal Túpac Amaru líder absoluto del movimiento, expidió un decreto en Azángaro ordenando respetar las vidas de las mujeres, niños y sacerdotes, según las versiones que Sir Clement Markham recogió en esa ciudad, de labios del anciano Luis Quiñones; pero fue inútil. Un vendaval racista sacudía el altiplano. Numerosos líderes locales resultaron incontrolables y parecían dispuestos a extirpar a quienes no fuesen indios. No solamente los criollos, sino también los mestizos, los zambos y las mulatos sufrieron tan sanguinaria tendencia, explicable por el odio acumulado a la largo de dos siglos y medio. Pronto surgirían graves tensiones entre los propios indígenas, oponiéndose los quechuas a los aymaras. AL CERCO DE LA PAZ En medio de tales indeciciones fue necesaria continuar la guerra. Como las tendencias autonomistas se acentuaron, Diego Cristóbal Túpac Amaru, dispuso que los vencedores de Sorata pasasen a controlar mejor la situación política en la Paz; y así envió a su sobrino Andrés Túpac Amaru, a Vilcapaza (por unas días) y a otros dirigentes como Tito Atauchi. No sin algunas resistencias se consiguió una vez unificar el movimiento rebelde; Túpac Catari caudillo plebeyo cuya verdadero nombre era Julian Apaza terminó acatando la supremacía de las Incas del Cuzco y la de los emisarios azangarinos. Pero las tensiones siguieron; las matanzas aumentaban; de la ideología inicial de la rebelión (al frente único peruano antiespañol) nada casi quedaba; Túpac Catari siendo bastante radical frente a quienes no eran indios, su aymarismo lo conducía a ratos hasta el extremo de mostrarse
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antiquechua. La sublevación cubría entonces hasta tierras de Salta y Tucumán. Pronto huestes del Río de la Plata pasaron al contraataque. El sangriento cerco de La Paz (murieron unas catorce mil personas) acabó en derrota pues los alzados no consiguieron tomar la ciudad y el 17 de octubre de ese año de 1781, ingresaban las tropas de Buenos Aires, esta vez definitivamente. Mientras tanto se extendía por todas las cordilleras el ofrecimiento del Indulto por parte de las autoridades virreynales, asunto que fue largamente debatido, manifestando muchos rebeldes un criterio totalmente opuesto al de acogerse a la paz que ofrecían los Virreyes de Lima y Río de La Plata. Para entonces, el Inca Diego Cristóbal había recobrado cierto nivel de diálogo con los criollos progresistas del Cuzco, contactos reiniciados a través de uno de sus capellanes de guerra; y aunque tal vez el máximo jefe indio receloso de las tratativas, la verdad es que parece que se hallaba hastiado de tanta muerte y desolación; le repugnaban muchos crímenes impunes cometidos sopretexto de la insurrección. El 17 de octubre inició enlaces epistolares a fin de establecer las condiciones mínimas para un entendimiento; mientras tanto dispuso la suspensión de actividades bélicas, lo cual no fue obedecido por todos sus capitanes. Vilcapaza, fiel a su Inca, si se entregó, tal sucedió el 3 de noviembre según se ha sostenido. En esos días, conducentes el Tratado de Paz en Lampa, que se celebraría el 11 de diciembre, Vilcapaza, dándose cuenta de la real marcha de los acontecimientos, alertó a su rey de lo que sobrevendría. EL INDULTO Diego Cristóbal Túpac Amaru, no obstante se mantuvo partidario del pacto, actitud a la cual se opuso tenazmente Vilcapaza, quien llegó a advertir sobre una posible traición virreynal, como a la postre ocurrió. Se afirma que en tan delicado trance, el azangarino habría sugerido la
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posibilidad de un repliegue a los valles tropicales puneños de San Gabán, por Carabaya, donde el difunto Inca poesía cocales. Carabaya era además comarca rica en coca, peces, frutas y maderas; aún mas, cerca existían lavaderos de oro y las espléndidas minas de plata de Ucuntia. En suma, al amparo de esa ceja de selva se podría subsistir, un tanto al estilo del primer Túpac Amaru en Vilcabamba. “En aquellos lugares -habría expresado Vilcapaza- estaremos seguros de la persecución y de la muerte y nos conservaremos en la aptitud de recobrar nuestras pueblos y vengar la sangre de nuestros hermanos”. “No fiemos -argüía- de dolosas promesas». Pero sus argumentos, sus intuiciones, resultaron Inútiles. “El obstinado General que resistió hasta el final el partido del indulto” –
así lo calificaron sus enemigos - reiteró la conveniencia de replegarse a Carabaya, una vez más, “a cuya puerta se hallaba”, pero fue en vano;
nada más sabemos de esos dolorosas diálogos. También Marcela Castro, heroína, madre de Diego Cristóbal, advirtió a su hijo contra la firma del arreglo de paz, según el cronista indio virreynal Sahuaraucara pero fue en vano. El joven Inca miraba con horror le devastación racista en innumerables comarcas; le repugnaba que se actuase así, pero carecía de posibilidades de restablecer la que podría calificarse de “orden revolucionario”. Lo angustiaban matanzas racistas que no había previsto ni dispuesto. Por otra porte, desde el Cuzco se le ofrecía las más altas condiciones de paz y hasta la supresión de los Corregimientos en las comarcas bajo su mando. Las negociaciones de paz tuvieron su origen en el indulto ofrecido por el Virrey Jáuregui el 11 de septiembre, ampliamente difundido en cartelones. La verdad es que el Virrey había visto imposible acabar la guerra sin destrozar lo que aún quedaba en los comarcas surandinas e influido por las círculos más progresistas de Lima optó por una amnistía que fue mal recibida en las esferas superiores del Cuzco y otros lugares. A mediados de octubre, Diego Cristóbal recibió oficialmente el texto del
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indulto y el 18 aceptó su texto, en principio. Entre tanto, seguía fortaleciendo sus huestas por lo que pudiese ocurrir con su persona, pero todo indica que ya no estaba dispuesto a proseguir en la sublevación. En esos días se percibían en el campamento rebelde las presiones de las diversas tendencias y las marchas y contramarchas respectivas en las conversaciones. El 11 de diciembre el Coronel Ramón de Arias, jefe del ejército de Arequipa, obtuvo -como dijimos- una tregua con Diego Cristóbal, pactada en la ciudad de Lampa; es un momento en que parece que los virreynales, hondamente influidos por los grupos progresistas del Cuzco, aceptaron la idea de suprimir a los Corregidores en las tierras que se hallaban bajo el dominio del Inca; posición- que pudo haber sido del agrado de varios de los jefes rebeldes, Vilcapaza entre ellos. Entre tanto, seguían su marcha sobre Azángaro distintas columnas virreynales; reclamaban los Corregidores contra cualquier infidelidad al Rey de España (así veían la eventual supresión de los Corregimientos en el altiplano); y se apresaba a varios destacados Coroneles rebeldes, de quienes se sabía su ninguna propensión a soluciones pacíficas. El peligro crecía. Los virreynales exigían devolver armas y tierras. EL RETORNO A LA LUCHA “Aquel temerario” de Vilcapaza, como lo calificaban los propios
españoles, volvió entonces a la acción. Debió ser a los pocos días del pacto de Lampa y no poco trabajo le costaría ganar los primeros adeptos para la causa que resurgía; cabe recordar el enorme Influjo que poseía el título de Inca en las cordilleras y también el temor a las crueles represiones virreynales. Fresco estaba el recuerdo del descuartizamiento de varios dirigentes, Túpac Catari entre ellos. Los virreynales aplicaban la táctica de “tierra arrasada” en las
zonas rebeldes. De lejos, y con pena, debió ver las arreglos que culminaran en la Paz de
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Sicuani, suscrita entre Diego Cristóbal Túpac Amaru -recibido, no obstante, con todos los honores de Inca-, y el Mariscal del Valle. Y prosiguió en la lucha, olvidando su juramento en Pucarani. Por tan gallarda actitud postrera, cierto historiador español, tan apasionado como conservador lo ha llamado “el cacique felón”. Violó en efecto un
juramento de fidelidad, pero lo hizo por su pueblo, por su raza, por su patria; fue un héroe que tercamente se negó a la derrota, como allá en España, los de Sagunto y Numancia, empeñados todos, cada uno en su tierra, en la defensa de sus lares hasta le muerte, aun dejando de lado toda esperanza de victoria final. El primer acto de Vilcapaza en esta nueva etapa fue el de oponerse al afianzamiento virreynalicio en Azángaro para lo cual atacó a la comitiva que ocupaba esa plaza. Logró salvarse aquel cortejo oficial apenas por la arrojada intervención del Coronel Fernando Huamán, un tupacamarista indultado que sable en mano cargó con su gente sobre la montonera de Vilcapaza. Pero esta derrota no lo amilanó; decidió Vilcapaza salir a las punas abiertas a proseguir su desigual lid libertaria, por su raza, por su pueblo. Y el bien le había sido imposible pactar una línea homogénea de lucha con otros líderes rebeldes como él (Apaza, Laura, Ingaricona, Surpo, Calisaya, todos ellos autónomos en sus respectivas áreas, anárquicos, indisciplinados), en cambio tenía logrado un suficiente número de enlaces para reiniciar la guerra por su cuenta, al norte del Lago Titicaca especialmente. Quien mejor ha seguido sus proezas en esta etapa de la vida de Vilcapaza fue Melchor de Paz, el Secretario del Virrey; es el quien nos relata en su crónica que por un lado enviaba bandos y proclamas a distintos pueblos y simultáneamente “reclutaba gente por la parte de Putina, con el designio de unirse con
Carlos Apaza, que lo conocen los indios por Puma Catari Inga; del mismo modo practicaba las mismas diligencias por las inmediaciones de
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Mocoraya,
Italaque
y
Huaycho”.
Fue entonces que para vencer a los “infames insurgentes de Vilcapaza”
marchó el Coronel virreynal Fernando del Piélago, con las huestes de Arequipa. Vilcapaza -pese a su trágica inferioridad de armamentohabría de alcanzar una nueva victoria sobre las huestes represivas. COMBATE DE HUAYCHO Cerca de Huaycho, los vírreynales vieron los carros llenos de indios; el intimar rendición el jefe virreynal tuvo por respuesta “insultos con
ignominia al augusto nombre de nuestro Católico Monarca.» Cargaron, entonces los virreynales avanzando con su fusileria hacia «cierta eminencia corta (de) que se habían apoderado los indios, los que escarmentados con la muerte de algunos de sus compañeros se retiraron hasta la cumbre del cerro” desde donde continuaron
amenazando con sus hondas. Pero este triunfo parcial de los virreynales fue anulado por la derrota de la otra ala del ejército porque “habiendo
cargado la multitud en circunstancias de estar bastantemente avanzados en la falda del cerro, fue preciso disponer retirarse del modo posible, porque los corralones piedras y barrancas no permitían verificarlo con orden”
Del Piélago entonces, ante el desbande, no tuvo más camino que ordenar la retirada hacia Moho, con mucha gente malherida por las intensas pedreas; en esas circunstancias fueron rodeados por los de Vilcapaza: “la gritería con que seguían los indios por los cerros, laderas y algunos desfiladeros era insufrible; pero el fruto fue ninguno porque nuestros fusileros hacían fuego sobre ellos con bastante acierto y no permitían
que
se
arrimasen
mucho”,
según los informes militares de esta campaña. (A consecuencia de esta derrota virreynal desertaron algunos contingentes moqueguanos). Eran unos ocho mil los que perseguían a Del Piélago, con Vilcapaza al frente; entre ellos se veía a «doce a catorce fusileros.»
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COMBATE Y CERCO DE MOHO Acosando al enemigo, Vilcapaza decidió dar el golpe final en Moho, donde se habían atrincherado los virreynales de Del Piélago quien, sagazmente, dispuso la artillería, la caballería y sus fusileros a fin de contener las cargas de los hombres de Vilcapaza que -como dijo“bajaron con un aire de confianza de acabar aquella tarde con nosotros”, por tres frentes distintos. Fue recia la batalla, pues los rebelde “se introdujeron con osadía dentro de nuestro mismo campo” y “no paraban ya el juicio sobre las muertes de sus compañeros que veían caer
por
todos
partes”.
Los fusileros virreynales restablecieron el equilibrio parcialmente y luego cargas de caballería. Esta “hacía sus salidas y peleaba con valor.» Pero la
victoria esta vez, solamente fue ganada por los virreynales las gracias a la artillería “al lograr algunas descargas que con el estrago que sufrieron se
adelanto
al
amedrentarlos
de
alguna
manera”.
La lucha siguió ese 30 de marzo (1782) hasta la noche y se restableció al día siguiente, cuando los “obstinados enemigos” volvieron a la carga, para ser recibidos con “el estrago que hicieron algunas descargas de metralla”.
Los de Vilcapaza sufrieron en ese encuentro de Moho más de dos mil muertos “fuera de los heridos qu e debemos conjeturar infinitos según el fuego
vivo
que
se
hizo
aquel
día”.
El esfuerzo de Vilcapaza en esta campaña se aprecia mejor sabiendo que según los propios informes virreynales, los rebeldes apenas contaban con escasas armas de fuego, mientras que ellos contaban con un cañón y
“hasta
ciento
diecisiete
bocas
de
fuego
servibles”.
Habiendo desertado varios de sus contingentes en la emergencia, Vilcapaza optó entonces por retiraran con sus hombres más seguros, mientras otros se rendían al perdón ofrecido por los del Virrey.
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SIGUE LA LUCHA Vilcapaza marchó luego a otras zonas del lago Titijaja a fin de levantar pueblos contra la paz firmada en Sicuani; y consiguió la adhesión de nuevos núcleos combatientes con los cuales volvió a la pelea en los riscos más apartados, atacado en dos frentes y por fuerzas de dos Virreynatos, las de Lima y las de Buenos Aires. El poeta Dante Nava cantó estos momentos de gloria: “Un y
huracán un
de
roquedal
pechos, templado
un de
torrente pétreos
de
brazos,
corazones”.
Pero el desaliento cundía en aquellas regiones a causa de las bárbaras represiones virreynales y a la paz pactada por Diego Cristóbal Túpac Amaru en Sicuani. En esa etapa final de lucha gloriosa, Vilcapaza compartió honores con otros jefes rebeldes como Andrés Ingaricona, Alejandro Calisaya, Melchor Laura, Carlos Apaza y Antonio Surpo, quienes, cada uno en su comarca, hicieron frente a los virreynales en circunstancias dramáticas, mientras a la vez trataban de convencer a Diego Cristóbal Túpac Amaru que rompiera la paz que se le había brindado en Sicuani. Quizá en esos días Vilcapaza proyectaba descender a la ceja de selva, a la de San Gabán o a la de Sandia, para resistir desde allí a las tropas del Virrey; era el proyecto que planteara a Diego Cristóbal en noviembre del año anterior y que deprimido el Inca no quiso asumir. Ya en el verano de 1782, tampoco pudo conseguir la unión con otros jefes de montoneras para operación de tanta envergadura, en región muy distinta; y menos en medio de feroces represiones y en territorio ocupado. Asimismo, ha sido factible acreditar que Vilcapaza también sublevó buena parte de Bolivia actual en febrero y marzo de 1782: “Omasuyos y Laracaja, de que se dirigía a fomentar otros iguales alborotos en la de Carabaya y sus contiguos”. “Con este informe – indica
el Mariscal Joseph del Valle- me puse aceleradamente en marcha el día 30 de marzo último, al frente de una columna respetable”.
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Algo después –siempre según el parte militar de Del Valle- sé logró “dar fin de los caudillos que fomentaban el alzamiento, Carlos Puma Catari, Alejandro Calisaya y de un crecido número de sus inicuos coroneles consiguiendo al mismo tiempo congelar a la afligida ciudad de La Paz que
se
hallaba
sumamente
consternada
y
llena
de
recelo”.
El avance del infatigable Corregidor de Puno, Joaquín de Orellana, iniciado el 31 de marzo desde Puno, contribuyó a romper el cerco de Vilcapaza a las fuerzas de Del Piélago; esta vez los de Vilcapaza se dispersaron abandonando a su caudillo. Ya no eran muchos. El Mariscal dará cuenta de todos estas sucesos y de otros más en el informe que elevó el Virrey de Buenos Aires el 14 de julio de 1782. PASION Y MUERTE Contra Vilcapaza se coligaron las huestes del Mariscal del Valle y las del Corregidor Orellana. Tomó la vanguardia el Coronel Fernando del Piélago. Este último rival de Vilcapaza, resumió así los acontecimientos. “Las derrotas que acaban de experimentar los rebeldes, y la reunión de
nuestras fuerzas, causaron un efecto que no se imaginó, porque los Indios haciendo la estimación que se debía de ella, no queriendo obedecer a Vilcapaza, le abandonaron, de que resultó que los mismos indios se hubiesen apoderado de su persona viéndole sólo en su estancia situada en las inmediaciones de Putina y lo hubiesen pasado preso a Azángaro, en cuya cárcel sabemos se halla con bastantes prisioneros”.
La represión fue crudelísima; se capturó a la mayor parte de los líderes quechuas y aimaras y también a los dirigentes mestizos. En sólo dos meses -registraría Melchor de Paz, el citado secretario del Virrey se ejecutó a “doscientos Coroneles o Comandantes»; y este funcionario anotaba sobre la base de los partes militares de los jefes virreynales del sur, por lo cual la cifra debe ser correcta. Como tantos otros jefes tupacamaristas, Vilcapaza cayó a traición, tal
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cual vimos; y fue un criollo de Lampa quien lo condujo preso. Como se negase confesar el sitio donde enterró sus tesoros, Toribio Vilcapaza, un sobrino devolvió veintiún cofres con riquezas que habrían sido suficientes para organizar la resistencia en Sandia. Enterado de los hechos el Mariscal Del Valle dispuso que le remitieran al cautivo hasta Azángaro escoltado nada menos que por “trescientos jinetes”, porque,
como lo ha recordado un historiador español, el gran caudillo azangarino gozaba de “fama de invencible entre sus incondicionales”.
Lo entregaron maniatado al Mariscal. Una vez en Azángaro varias fueron las versiones que corrieron sobre la forma como se descubrió su guarida. Alguien dijo que Vilcapaza delató su presencia al caérsele unos papeles en la pampa de Sullca (que no ha sido ubicada) o por el cercano cerro de Kimsa-Sullca, por Tapa-tapa. Habría sido un pariente, un tal Julián, quien lo denunció, pero nada de esto es encuentra confirmado. Los virreynales no perdieron tiempo con tan buena presa. Tras un sumarísimo proceso oral lo condenaron al descuartizamiento, sentencia que se cumplió el 8 de abril de aquel año de 1782, según parece al lado de otros importantes prisioneros. Marchó al suplicio con singular estoicismo y con mucho pesar debió ver en el cortejo virreynal a varios de sus antiguos compañeros ahora a favor de España. Según la tradición azangarina, en ese momento postrero Vilcapaza gritó a sus verdugos. “¡Por
este
sol,
aprended
a
morir
como
yo!».
No cuenta la tradición si la pronunció en castellano o si la dijo en quechua, impetrando a todos los suyos: «Llactamasíycuna: cay intiraycu ñoqa hina huañuyta yachaychis». En cualquier forma, a todos los rincones del Collao llegó su invocación y se repitió también en aimara hasta en las lejanas Sorata y La Paz, escenarios de sus glorias. Ese 8 de abril fue atado de pies y manos para el descuartizamiento. Pero los cuatro caballos no consiguieron romperlo. Varias veces, inútilmente,
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espolearon los jinetes. Entonces los verdugos sumaron cuatro bestias más. Dieciséis espuelas se clavaron a la vez, sangrando ancas. Fue en vano. Nuestro indio parecía hecho de piedra. Descoyuntado, seguía vivo. Fue entonces que, exánime ya, los esbirros encargados de matarlo se precipitaron a despedazarlo con hachas y cuchillos, a fin de que la sentencia fuese cumplida en todas sus partes. Fue el momento que Alberto Valcárcel cantó en su Coral a Vilcapaza: «Insurrecto/descubridor de la fuente donde canto la piedra/la vida misma,
que
ya
nació
el
futuro”.
La tierra collavina se tiñó con su sangre, ganando el Perú, América toda, un héroe, un auténtico defensor de su raza. MÁS SOBRE LA TRADICION ORAL. Se sostiene que el cuerpo de Vilcapaza fue dispersado por lugares como Cancari, Macaya, Vilcacunga y Cairahuiri; y que su cabeza se elevó en una lanza en la plaza de Azángaro. Cuando menos esto último perece que fue cierto y existen huellas referenciales desde los mediados de la centuria pasada. Lo más interesante al respecto es que esa cabeza fue robada; y quien tal sostiene es nadie menos que al historiador Modesto Basadre, pariente cercano de don Jorge, quien hace más de un siglo visitó Azángaro y varios de sus rincones. Era común creer que la sustrajeron partidarios del héroe, pero nadie conocía a donde la llevaron. El hacho tal vez contribuyó a fortalecer la leyenda del Incarrí que sobrevive en diversas comarcas de los Andes. Pero al respecto conviene aclarar que le fama de la cabeza perdura hasta nuestros días y que los campesinos de Moro-orco afirman que fue una hermana del prócer quien le guardó y señalan también una gran piedra la que habría sido escogida por el propio Vilcapaza para que la colocasen encima de su sepultura; pedido que habría formulado a los suyos cuando, acosado por las tropas virreynales, casi no le quedaba opción da vida.
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Muchas cosas son las que cuentan los labriegos y pastores quechuas y mestizos agrupados a orillas del riachuelo Tapatapa, desde Oqra aguas arriba; y sus versiones resultan de interés por la circunstancia que existen entre ellos varios Vilcapazas. Fue en pos de sus declaraciones que realizamos un largo viaje desde Puno con un buen conocedor de la región, Máximo Mello Ancusi. El primer objetivo de la visita fue precisar el lugar de nacimiento del prócer. El derrotero la dio antes que nadie el gran -sabio- a historiador Inglés Sir Clement Markham, hace ciento treinta años, en su bello libro "Travels in Perú and India ”, obra en la cual apunto que Vilcapaza vino al mundo en “Tapatapa, dieciocho millas el oriente de la ciudad de Azángaro”. La informaci6n era respetable por venir de quien venia y de
quien recorrió gran parte de los Andes a mula y a pie, inclusive el altiplano; aún más, Markham indicaba que "los descendientes de Vilcapaza aún viven en Tapatapa", con la cual lo información del insigne peruanista cobraba un sabor de incontrastable verosimilitud. En 1961 Lisandro Luna -quién tuvo la gentileza de obsequiarme dedicados sus “Bronces conmemorativos” - me dijo que conocía una versión parecida y tuvo frases encomiásticas en torno a Markham. Hacia 1975 hablé del caso con Samuel Frisancho Pineda, con similar resultado. En 1978 - en Arequipa- Fortunato Turpo me Indicó la ubicación aproximada de Tapatapa,
"más
allá
de
Muñani”.
Finalmente,
fueron más precisos las datos de Pompeyo Aragón, quien en su infancia, allá por 1915, fue amigo y vecino de los Vilcapaza da Tapatapa, tal como lo precisa en su reciente libro. En fin, no contaba con todos los testimonios, para si con los necesarios para confirmar una hipótesis y, de paso, verificar el escenario geográfico fuente imprescindible de información e interpretación. Varias conclusiones se desprenden de este viaje, no por breve menos ilustrativo; y no se trate sólo de noticias sobre la cabeza del héroe o la tumba que deseó. La primera definición resulta, podría afirmarse de
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Perogrullo: es una zona puramente quechua, sin ningún enclave aimara, lo cual se hace inevitable repetir acá porque hemos escuchado numerosas veces la severación de que Vilcapaza fue aimara y hasta de que su nombre fue Huilaca Apaza. No es verdad. La comarca es absolutamente quechua y quechua-hablantes los de esos parajes, incluyendo los varios Vilcapazas que pudimos ubicar, indios y mestizos según casos. Quechua es asimismo todo el conjunto geográfico de la comarca, todos los parajes, que abarcan a San Francisco Javier de Muñani, probable lugar de nacimiento de la madre del prócer. Así mismo, esos Vilcapaza se llaman así (un sola apellido) y no Vilca Apaza ni Huilaca Apaza. Entre ellos ninguno mencionó que al héroe, su antepasado, fuese de extracción aborigen aristocrática; ni tampoco que se hubiese educado en el Colegio de Caciques del Cuzco, como alguien ha pretendido en alguna ocasión, sin acreditar las pruebas documentales pertinentes. De tal suerte que la tradición oral concuerda en la presente oportunidad con las fuentes escritas existentes que, pese a ser abundantes, jamás aluden a esas posibilidades. Que Vilcapaza nació sobre el riachuelo y pampa de Tapatapa, junto a Moro-orco parece indubitable: sus descendientes y los campesinos lugareños tal dicen unánimemente y unánimemente señalan también una enterrada hilera de piedras como cimiento da su casa que -creemostuvo en efecto que ser arrasada conforma a las leyes especiales represivas de los españoles al tiempo de la gran sublevación tupacamarista. Al respecto resulta relevante anotar que varias casas antiguas de zonas vecinas más apartadas están construidas exclusivamente de piedras sin adobes; y al techo es de ichu seco. Moro-orco es una aldea de varias decenas de pobladores, a mucho más de cuatro mil metros de altura. La tradición oral de sus pobladores concede el nombre de Tapatapa a tres sitios muy próximos: uno junto el cerro; donde habrían vivido los padres de Vilcapaza; otra a la vera del riachuelo (también llamado Tapatapa) donde él tuvo su vivienda,
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destruida hace dos siglos; y adentro, en la misma aldea donde -según cuentan- se refugió un tiempo y desde donde habría dirigido algunas operaciones. No más de dos kilómetros separan estos sitios, ubicados todos en Moro-orco, “cerro manchado" en quechua. Lugares próximos son Huilina, Ordiga, Arcopunco, Ocra, Laguna Quesuillani, el bello Lago Quearía, los cerros Vizcachani y San Francisco Javier de Muñani. Por allí transitaría y también por el camino de Azángaro. En el lugar no Pudimos confirmar la versión de Pompeyo Aragon en el sentido que el prócer casó con una tal Rosario que le dio una hija Leonarda, las cuales se perdieron por Cuyo-Cuyo en la vorágine represiva española; pero deben ser datos veraces pues este autor trató de niño o varios de Vilcapazas allá por 1915. Menos probable es la versión dada por otro autor, de que casó con Manuela Capacondori y que tuvo como compadres a Cleto Vilcapaza y a Juan Alarcón; nadie hasta ahora la confirma. Es posible -como se quiere- que naciese hacia 1740 y que estuviese mucho tiempo fuera de su lugar de nacimiento. Eso sí, el mensaje de la geografía deviene claro. Viviendo en tan apartadas soledades, Vilcapaza tuvo que haber sido arriero. De otro modo jamás habría podido conectarse con las corrientes conspirativas de su épocas. En sus trajines debió conocer a otros hombres de igual oficio, entre ellos a los Túpac Amaru, quienes, por otra parte, eran viajeros frecuentes por al Callao, hasta Potosí. Quizá llegó hasta Arequipa, puesto que ciñéndonos a la estadística de Azángaro elaborada por J.D. Choquehuanca hacia 1830, podríamos inducir que traía a las punas coca y ají de las altas selvas carabaínas de San Gaban y del Alto Inambari y aguardientes y chancacas de los valles arequipeños; de Azángaro llevaría ocas, quinua y frazadas, lanas, charqui y chuño, entre otros productos. Seguramente más da una vez llevó lanas del Collao a los obrajes cuzqueños de Quispicanchis, que eran los mayores centros
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textiles de los comarcas sur-andinos. En 81 marco teórico, Vilcapaza representó el sector radical de la sublevación, dentro del territorio actualmente peruano y, hasta donde es dable percibirlo, militó entre los más avanzados representantes de quienes anhelaba transformaciones sociales, aunque desgraciadamente carecemos de documentos firmados, rubricados o dictados por el. Quizá fue iletrado, como la mayor parte de la dirigencia tupacamarista, factor que, en todo caso, no mermo su clara inteligencia. Juzgando sus acciones podemos tipificarlo como representante de un indigenismo combativo que, al final de la gran epopeya andina, tendió a ser opuesto a otros sectores de la surgente peruanidad: criollos, mestizos y negros; derivación postrera que no mengua una extraordinaria capacidad de lucha ni condiciones carismáticas de dirigente. La posteridad no siempre ha sabido ser grata con héroe de tanta prestancia como Vilcapaza. Actualmente solo un distrito y un colegio ostentan su nombre. Así sucede pese a los elogios de J.D. Choquehuanca y a que el Mariscal José de la Mar, Jefe del Estado, alguna vez aludió a Azángaro como "heroico pueblo de Vilcapaza". No obstante, varios historiadores, especialmente regionales se han esforzado en enaltecer sus hazañas. Asimismo, los artistas han recogido el legado del gran adalid; y varios poemas se han inspirado en sus hazañas como los de Dante Nava, Alberto Valcárcel y Francisco Pacoricona. Edgar Valcárcel le ha compuesto una sinfonía con su nombre. En pintura, han tratado de reconstruir su perdida imagen Mariano Fuentes Lira, Teadoro Núñez Rebaza, Moshó Francisco Goyzueta y Francisco Tacora. Pero en general, poco es lo que se ha hecho y el Perú no conoce aún la dimensión soberbia de Vilcapaza ni la de otros héroes puneños tupacamaristas. Por esta causa se acrecienta la importancia del gesto del Consejo Directivo de la Universidad Nacional del Altiplano, en este año del Bicentenario de la inmolación del prócer. Bajo la conducción de su
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Rector, Dr. Julio Bustinza Menendez, al auspiciar este publicación, empieza a cubrir el vacío existente en el "país oficial", con empeño similar el que guía a la comisión Nacional que preside don Atilio Sivirichi. Recoge la Universidad el clamor del departamento y de los grupos más ilustrados del país para que se empiece a difundir la imagen del héroe, tarea magna en la cual estas páginas no constituyen sino un primer paso. Otras obras, mejores y más amplías, habrán seguramente de continuarla.
NOTAS ADICIONALES DEL AUTOR Ha sido tema Polémico de la fecha de la ejecución de Vilcapaza; y lo sigue siendo de hecho, ocurrió en el primer tercio de abril de 1782, pero ningún documento publicado registra el día 3, error que seguramente provino de una falla de transcripción, del maestro Boleslao Lewin, quien no publicó el documento probatorio sino que hizo una mención al paso. Este hierro, si lo es, lo siguieron luego otros historiadores y mucho se lo ha repetido. Pero la documentación publicada es dispar en torno al asunto. Por un lado dos documentos, que habría hallado Francisco Loayza, registran el día 9 de abril y han sido reproducidos por Francisco Pineda y Ramos Zambrano. Por otra parte, existe un documento harto minucioso en torno a las campañas finales del altiplano contra los últimos seguidores de Túpac Amaru y allí se señala el día 8 como el de la ejecución. Este documento está fechado en Azángaro el día 11 del mismo mes y año y se halla incluido en la crónica de Melchor de Paz, el Secretario del Virrey Jaoregui, que fue el de la represión. La crónica fue publicada con extenso prólogo y bajo la cuidadosa vigilancia del polígrafo Luis A. Eguiguren (Lima, 1952). La referencia consta en el tomo II, pág. 214 y s sin duda la mas segura. Eulogio Zudaire que ha revisado miles de documentos en archivos españoles y americanos, da el 8.
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La toma de Puno por los tupacamaristas: 28 de mayo Las fuerzas rebeldes ocuparon Puno apenas los rivales evacuaron la ciudad. Esta etapa marca quizá el momento más alto de todo el ciclo tupacamarista, aun cuando ya había sido ejecutado el principal jefe, José Gabriel Túpac Amaru. Durante aquel período Diego Cristóbal desde Azángaro prosiguió la ofensiva en todos los frentes; Vilcapaza habría de ser enviado a la toma de Sorata, cuyo asedio había sido suspendido un tiempo atrás. Así fue como fines de ese mes, Diego Cristóbal y sus coroneles vieron desde las alturas de los cerros circundantes la retirada de las tropas virreinales, con rumbo a Sicuani, de donde habían partido orgullosamente un mes antes, tras la victoria sobre el Inca José Gabriel; a ese ejército lo seguía toda la población civil del lugar y, a regañadientas, el propio Corregidor Orellana. Diego Cristóbal ocupó de inmediato ese Puno vacío, cuidándose de usar gente segura, uno del bando tupacatarista. Por su parte el Mariscal Del Valle tuvo que abrirse paso en medio de múltiples escaramuzas contra las montoneras de diversos caudillos como Ticona, Mamani, Calisaya, Laura, Apaza y el temible Ingaricona, que rivalizaban en valor mientras los fusilemos negros abrían brecha para el paso del grueso del triste cortejo en retirada. En toda esta campaña se halló Diego Cristóbal tan cerca de la línea de fuego que en una oportunidad casi lo captura una partida virreinal, salvándose apretadamente.
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SEGUNDA PARTE
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OTROS HEROES PUNEÑOS TUPACAMARISTAS APAZA,Carlos. No sabemos en que momento es plegó a la sublevación, pero de su radicalismo tenemos noticia por su apodo “el maldito” con que los
zahirieron los virreynales estuvo en el primer cerco de Sorata, el lado da Andrés Túpac Amaru, Pedro Vilcapaza y Miguel Bastidas, tal como lo narra la crónica de Melchor de Paz; más tarde tomaría la ciudad, junto a los demás en el segundo asedios tras una lucha de tres meses. Sabemos que destacó en los alzamientos de pueblos de todo el altiplano puneño, tal como lo denuncia el informe del Cabildo del Cuzco de 1784. Vinculado al Inca Diego Cristóbal, combatió a su lado por espacio de varios meses pero no lo siguió en su decisión de acogerse al indulto virreynalicio. Habría de luchar por lo menos hasta mayo de 1782, con montoneras propias, en diversos parajes del Lago Titijaja, como lo revela el citado cronista Paz. Al final se refugió en el cerro Quillina, donde perece que fue asesinado el 14 de junio de ese mismo año, tras sus correrías en Larecaja y Achacachi. La versión oficial que la descerrajaron un balazo de sorpresa, en su refugio; y que luego lo destrozaron, sablazos. Su cabeza fue clavada en una pica en Achacachi, ciudad a la cual intentó cercar. Sus proezas a veces se confunden con las de otros caudillos altiplánicos que adoptaron las nombres de Catari (muchísimos) y de Puma. A veces también Carlos Apaza fue llamado Carlos Catari. Carlos Apaza actuó casi siempre, con su nombre de combate, Carlos Puma Catari; por esta rezón se confunde a veces su vida con la de los varios Catari de este período y con uno que otro montonero que adoptó el mote de Puma.
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APAZA, Dionicio Valentín. Fue uno de los más destacados Coroneles del Inca Diego Criatóbal durante, los períodos más difíciles de la rebelión. Mas tarde lo apoyo en las gestiones de paz, pero recelando de la sinceridad de los virreynales se retractó y volvió a la guerra en noviembre da 1781, quizá conmovido por las crueles ejecuciones de varios líderes contumaces. No sabemos más de este dirigente y lo poco que se conoce a través de la obra del historiador fray Eulogio Zudaire. A través de este Apaza es posible también percibir en la obra de Zudaire las vacilaciones y dudas tremendas del Inca Diego Cristóbal. Hay otro Apaza, Damián, ubicado como agitador y organizador en Carabaya durante al mes de diciembre de 1780. María leticia Cáceres ha estudiado el personaje no lo incluimos en estas páginas porque no nos consta que llegase vivo hasta octubre de 1781. También pudo ocurrir que es retirase de la lucha. CALISAYA, Alejandro, Fueron tres por lo menos los Colisaya participantes en la gran rebelión tupacamarista y no sabemos si eran parientes a deudos. El que más nos interesa ahora, Alejandro, es inició en la lucha combatiendo en el primer asedio a la ciudad de Puno, bajo el mando de caudillos como Andrés Ingaricona, Nicolás Sanca y José Mamani, tal como asegura Sir Clament Markham, ese notable paruanista inglés que recerrió paso a paso gran parte del altiplano hace casi siglo y medio, recogiendo todo tipo de Informaciones nativas y, naturalmente, datos de lo acaecido entre 1780 y 1782. Markham sostiene asimismo que Calisaya, fue oriundo da Carabaya aunque por desgracia no consiguió el sitio de su nacimiento. Resulta altamente probable que Calisaya combatiese contra Pumacahua y el Mariscal del Valle al momento de la ofensiva sobre el Lago Titijaja; y más tarde en la atroz retirada de las deshechas huestes virreynales, acciones bélicas que se desenvolvieron bajo el Incazgo de Diego Criatóbel Túpac Amaru, sucesor en el mando de José Gabriel. Así mismo
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por sus condiciones militares, Calisaya debió concurrir a otras acciones da importancia, como la toma de Sorata el lado de Pedro Vilcapaza y Miguel Bastidas, todos a ordenes de Andrés Túpac Amaru “el inca
mozo", sobrino de Jose Gabriel y de Diego Criatóbel. Por último Calisaya bien pudo haber ido a reforzar el asedio a la ciudad de La Paz y tal deducimos porque en aquella ocasión al Inca Diego Criatóbel buscó también disciplinar al turbulento Túpac Catari, jefe de esa operación y para esta finalidad política quizá nuestra personaje era útil dado que los otros dos Calisaya que conocemos, Tomás y Pascual, -probablemente sus parientes- gozaban de la confianza del gran líder aimara. Todo Inca que Calisaya estuvo entre quienes rechazaron el Indulto del Virrey Agustín de Jauregui y las negociaciones que finalizaron en le tregua de Lampa, debió respaldar a Vilcapaza en su negativa e negociar con los virreynales. Por ello debió estar entre quienes se opusieron decididamente a la firma del Tratado de Paz en cicuani en enero de 1781. Así, proseguiría combatiendo, el melchor de otros jefes puneños valerosos como Melchor Laura, Carlos Catari, Carlos Apaza, Antonio Surpo y Andrés Guargua , formando montoneras aisladas, aunque bajo la orientación general de Vilcapaza. La presencia de Calisaya se ilumina documentalmente en esos meses de posprera resistencia el poder virreinal, cuando tuvo que luchar contra la columna del Mariscal Joseph del Valle, el vencedor de los Túpac Amaru y contra las huestes del temido Corregidor de Puno, Joaquín de Orellana. Es precisamente, a través de un extenso porte Militar de este último que conocemos muchas de las hazañas de esos líderes de la hora final, Calisaya entre ellos. Para esa época, Calisaya habría retornado a ciertas prácticas precristianas, dentro de un original sincretismo religioso. Tal deducimos del informe elevado por el Mariscal Del Valle en la siguiente forma: “...de tránsito por el lugar de Paca, pudo divisar “a un indio" arrimado a
un rancho en ademán de adorar alguna efigie; encaminéme para aquel
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lugar dejando pasar la tropa y averiguando el caso era que una india moza de no mal perecer tenía una piedra con un cierto bosquejo de bulto y algunas ramas nada extraordinarias, de cualquiera otra piedra bruta. Esta se adoraba por los indios de aquella comarca intitulándola santuario. Se la atribuían algunos milagros y tantos cuantos se figuraban los tenían numerados con algunos palos clavados por de fuera. Luego que me presencié concibieran todos ellos que iba a adorar la piedra del milagro, como ellos la llamaban y apartando con brevedad en un tiesto un poco de candela y echándole algún incienso sacaron con mucha veneración la consabida piedra, que la tenían envuelta en algunos paños y con muchas velas. Sorprendióme más la veneración con que la trataban, cuando me explicaron que en aquel lugar es celebraba la Pascua de Pentecostés y que unas cimientos que es iban levantado es fabricaban de orden de Calisaya quien, reconocido e algunos milagros que había recibido de le piedra, quería manifestar su reconocimiento con aquel obsequio religiosa" Este cristianismo insurreccional no la impedía a Calisaya actuar contra los sacerdotes, aun cuando no en la actitud de barbarie que adoptaron otros en el altiplano. Así, conociendo que cierta falla predicaba contra los rebeldes (aun cuando entes había sido capellán de Diego Cristóbal Túpac Amaru) señaló tajantemente que "no debiendo los frailes mezclarse en asuntos puramente civiles, procurasen retirarse a su convento". No menos cortante fue respecto el Mariscal del Valle de quien dijo que "debía transportarse a España”; y en cuento al Virrey Jáuregui que "su
indulto
no
(lo)
había
menester
para
nada"
Para entonces Calisaya libraba una “guerra a muerte” contra todos los
españoles y aun contra los criollos y los iba ejecutando conforme se desplegaba en las punas collavinas; muy probablemente mataba
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también indios y mestizos colaboracionistas. En cierta ocasión "mató a diez”
españoles
juntos.
Replegándose hacia Carabaya, se llevó consigo a buen número de mujeres españolas y mestizas, pues a éstas no mataba. En los alrededores de Sandia instaló sus líneas defensivas, especialmente en Yanahuaya, Poto, Moco- Moco, Paco y Chuma. Para entonces, las huestes virreynales habían recibido refuerzos dirigidos por el veterano Coronel Francisco Laysequilla. Por esos días amagó Moho, cerca de Huencane. Para entonces había declarado la guerra a Diego Cristóbal, a quien amenazó de muerte. Pese a la Captura y descuartizamiento de Vilcapaza, Calisaya en la cordillera del Ananaes resistió auxiliado por el Coronel Felipe Nina, uno de sus lugartenientes; incluso los documentos virreynales aluden a una estratagema de colocar grandes piedras en los cerros que a lo lejos parecian soldados; y asimismo se registra el uso de galgas. Al tomar Ayapata, las fuerzas represivas procedieron a numerosas ejecuciones de prisioneros; lo mismo se hizo después en Conasta, Pilcopata y Yanahuaya. Pero como no se conseguía capturar a los jefes indios, el comando virreynal dispuso que se armase más gente nativa esta vez del lugar, la cual fue puesta a las Ordenes del Coronel pro-virreynal Juan de Dios Ticona, antiguo tupacamarista. La expedición consiguió todo el éxito que se deseaba, porque Calisaya, con la noticia de que tropas se acercaban hacia aquella parte, se replegó hacia la selva, diciendo a la gente que iba a incitar a la lucha a los chunchos de aquellas comarcas, “que están a cargo de los padres
agustinos"; pero unos indios Lecos lo capturaron y lo hicieron ahorcar, temerosos quizá de la represión del ejército del Virrey. Esto debió suceder en los primeros días del mes de junio de 1782. De inmediato, Juan de Dios Ticona pasó a perseguir a Felipe Nina y Andrés
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Guargua, otros coroneles rebeldes, a quienes hizo dar muerte, con lo cual es sofoco casi definitivamente la insurrección en aquellos parajes. En cuanto a Calisaya apenas sabemos que tenía ciertas propiedades en Moco-moco (de donde tal vez fue originario) y que tenía tres hijos en su mujer. CONDORI,Francisca. Parece que fue cacique de Orurillo. Acosado por los virreynales tuvo que combatir en tierras de Carabaya. Su última hazaña fue haber vencido en un lugar que perece se llamo Fara, donde perdieron la vida once españoles. Al final fue capturado, tardíamente, a mediados de 1782. Murió ahorcado; era muy sanguinario. CONDORI,Mateo. Radical jefe de montoneras. Había servido con Andrés Túpac Amaru. Se entregó el Corregidor de Puno, Joaquín de Orellana, en abril de 1782. Ignoramos si fue hermano o deudo de otros Condori de la misma zona y época. CONDORI,Matías. Coronel de José Gabriel y de Diego Cristóbal Túpac Amaru. Sirvió en Chucuito. vaciló al momento del Indulto como casi todos, pero luego se adhirió a quienes proclamaron la continuidad de la lucha. CUTIPA,Pablo. Uno de los últimos héroes en las regiones del Ananea en Carábaya. Fue ahorcado en los mediados de l782. CHAVEZ,Pascual. Fue lugarteniente de Alejandro Calisaya. Sobrevivió a su jefe y continuó la brega en abruptas zonas del Ananea. Acabó ahorcado a mediados de 1782. GUAMANSULCA,Pablo. Cacique de las frígidas comarcas carabaínas de Crucero. Era de noble sangre, descendiente del Inca Túpac Yupanqui. Debió ser de los que se
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formaron en el Colegio de Caciques del Cuzco, a juzgar por su preparación. Le obsequió a Túpac Amaru los Comentarios Reales da Garcilazo. Su rastro se perdió en los finales de 1781. GUARGUA,Andrés. Belicoso jefe rebelde de comarcas azangarinas y carabaínas. Tenía título de "Coronel Cañarei”, lo cual le daba facultad para "matar a palos y ahorcar". Fue de quienes se plegó a Alejandro Calisaya para consolidar la resistencia. Al final cayó preso y fue ahorcado. HUACO TUPA INGA, Lucas. “Cabeza de la rebelión, que se hallaba en la provincia de Chucuito”,
según el secretario de Túpac Catari. Presumimos que siguió en la lucha. HUANCA,Lorenzo. Líder de Huancané, desde que se plegó con gente de esta ciudad en mayo de 1751. No hemos podido confirmar documentalmente esta aseveración leída en una monografía local. INGARICONA,Andrés. Cuando José Gabriel Túpac Amaru cruzó la raya el 4 de diciembre de 1780, penetrando a tierras puneñas, marchaba con la confianza que le otorgaba la acción previa de lugartenientes collavinos muy esforzados. Andrés Ingaricona fue sin duda el principal de todo el grupo de conjurados que hicieron factible la exitosa campaña altiplánica del Inca; otros que colaboraron decididamente fueron Nicolás Sanca, Juan Cahuapase y Digo Verdejo el criollo que actuaba como Capitán General del Inca desde Macari. De todos ellos, solamente Ingaricona llegaría actuar en la etapa final, la de 1782; razón por la cual el figura en estas páginas. Asimismo, lo que la diferencia de las demás líderes de este periodo puneños la alta notariedad que adquirió desde un principio. Se deduce que tuvo que Investigación recopilado por: WILLIAN G. CONDORI BARRIOS
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haber figurado en el estrecho círculo de conspirados que preparó pacientemente la insurreción. Debió gozar de espléndidas condiciones personales para que se lo escogiese para dirigir el movimiento en Puno y alrededores, desde la etapa de la conjura. Resultó “comisionado para reclutar gente" y luego
actuaría desde "la estancia de Chingora, que dista solo dos leguas de Juliaca”. Coordinaba las acciones con el cacique de Juliaca, Juan
Cabuapasa, quien precisamente habría de ser nombrado Justicia Mayor de Azángaro por el Inca, tres semanas más tarde. Con el y con otros confabulados -caciques- pobres y arrieros en su mayoría trazó el plan de tomar la ciudad de Puna, ciudad que habría de ser defendida por el Corregidor Joaquín de Orellana, un criollo notable por sus condiciones bélicas quien sin amedrentarse lanzo una ofensiva con un ejército relativamente pequeño pero muy bien equipado y con sólida disciplina. Esto acaecía en los mediados de noviembre de 1780. Orellana logro ganar un primer, encuentro en Samán, pero en la batalla de Cerro Catacora, Ingaricona y Sanca cobraron el desquite y hasta consiguieron herir el Corregidor de una pedrada en el rostro; corría el 30 del mes citado. Maltrecho, Orellana retrocedió en buen orden hasta Lampa, que Sanca acababa de incendiar parcialmente. Seguido de cerca por los rebeldes siguió retrocediendo hasta balsas de Juliaca por Chingora, donde casi acabó victimado durante un sorpresivo ataque tupacamarista. Fue por esos días que Túpac Amaru avanzó hacia tierras puneñas a fin de consolidar éxitos y culminar la contiendo contra Arellana; este es replegó. Entonces Ingericona debió hallarse entre quienes -todos victoriosos- concurrieron a rendirle homenaje en Lampa y en Azángaro. Fue entonces cuando llegaron a esta última ciudad “unos pliegos" cuzqueños urgentes, instándolo a retornar a Tungasuca (Tinta), capital rebelde. Desconocemos cuál fue el criterio de Ingaricona en torno a la grave decisión del Inca de volver riendas y regresar al norte a fin de
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iniciar el ataque al Cuzco (para lo cual era permanentemente apremiado por la mayoría de sus más altos colaboradores cuzqueños). Tal vez Ingaricona fue de quienes pidieron a Túpac Amaru que no cometiera tal error y que más bien continuase la lucha en Puno, por que aquí las condiciones humanos eran harto favorables, lo cual no ocurría en el Cuzco, donde las alianzas con los criollos se habían resquebrajado y numerosas caciques -Pumacahua entre ellos- concedían un franco apoyo al sistema virreynal. Hubiese sido de uno u otro modo, lo que consta es que, ido el Inca, Ingaricona retornó de inmediato a la lucha contra Orallana, a quien había dejado en precarias posiciones. Luego, procediendo con habilidad, intentó cortarle la retirada destrozando el puente de bolsas del lugar, pero la traición y denuncia del cacique encargado de ejecutar dicha orden el de Caracoto, frustro el proyecto. Entre tanto, viendo la creciente arremetida de los rebeldes, Orellana se atrincheró en posiciones bien escogidas que el mismo calificó de inexpugnables, en Mananchili, donde lucharía protegido por el lago y un río, en retaguardia y flanco el 16 de ese sangriento mes de diciembre. Desde sus posiciones, Orellana batió a las huestes rebeldes, unos cinco mil hombres, dirigidos por ingaricona, Sanca y el cacique de Carabaya, que acababa de incorporarse a la sublevación en medio de algazara general. Fue la victoria virreynal a orillas del río Coata (llamado también de Juliaca) pero consta que Sanca no mostró mucho empeño en librar aquel día el encuentro, decidiendo tal inacción el triunfo del adversario; esta fué por la menos la creencia de Orellana el triunfador. Aprovechando el desconcierto rebelde, Orellana retrocedió a guarecerse en la villa de Puno, el día 19, donde había ordenado construir fosos trincheras y hasta un pequeño castillo. Allí empezaría una desesperada resistencia que llevaría a Antonio de Areche a calificar a Puno como “la
Sagunto da América", recordando el heroísmo con que se batieron antiguos españoles contra las legiones romanas, veinte siglos antes.
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Pero es justiciero recordar que tan denodada defensa debió bastante a la pericia da Francisco Vicentelli, un artillero corse residente por entonces en la ciudad, quien erigió al fuerte con pericia técnica y fundió los cañones necesarios. Sin amedrentarse por las medidas defensivas adoptadas por Orellanas ni con el respaldo que otorgaban mies de "indios fieles al monarca Carlos III", Ingericona y otros caudillos pasaron al ataque de la ciudad y allí los vemos, bajo el mando del mestizo Ramón Ponse en el gran ataque del 11 de marzo de 1781, cuando dieciochomil tupacamaristas se lanzaron al asalto de Puno. Al sureste otros treinta mil rebeldes se aprestaban a iniciar el ataque a la Paz, comandados por Túpac Catari, operación que es inició tres días después. Ingaricona estuvo en primera fila en el violento ataque sobre la ciudad de Puno, pero tuvo que retirarse pronto con el objeto de coordinar, a fines de ese mismo marzo, las acciones destinadas a impedir el avance de las columnas virreynales arequipeñas que comandaba el Coronel Ramón de Arias la cual consiguió solo parcialmente, pues esas tropas llegaron hasta Lampa, donde se capturó a Nicolás Sanca, entregado por algunos de sus propios hombres. Pero Arias no pudo sostenerse en este sitio porque Ingaricona avanzo incontenible desde Juliaca donde se había informado de la toma de Lampa recién el día 30 de marzo; en castigo por lo sucedido con su cofrada Sanca, en Lampa “como dueño
absoluto mató con toda su gente no solamente a los españoles sino también a los caciques e indios que entregaron a Sanca y redujo a su bando a todos los que habían querido seguir nuestro partido”, según
informó el parte militar del Corregidor Orellana, atrincherado En la ciudad da Puno; entre tanto las tropas de Arias retrocedían rumbo a Arequipa hostigadas de lejos por los sublevados. Ingaricona mostró su radicalismo al masacrar a varios españoles criollos virreynales refugiados en la iglesia, para lo cual no vaciló en matar a un sacerdote y herir a otro. No obstante se proclamaba muy cristiano en las propias calles
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lampeñas. Retiradas las tropas coloniales arequipeñas del altiplano, los jefes rebeldes decidieron estrechar más el cerco de Puno para la cuál pasaron al ataque de las tierras de Chucuito; dirigió las operaciones en esta comarca este vez don Ramón Ponse, llevando como lugartenientes a Andrés Ingaricona y a Pedro Vargas; terribles matanzas caracterizaron esta campaña, dada la brava resistencia opuesta por muchos de los del lugar; los excesos fueron tantos en estas semanas que los Túpac Amaru hicieron llegar su preocupación por el carácter cada vez más sanguinario que iba adquiriendo la lucha respecto a criollos, mestizos y aun Indios virreynales. Los abusos fueron cometidos en su mayor parte por los comisionados de Túpac Catari, el caudillo aímara, que deseaba controlar esta provincia, igual que otras del Alto Perú. Entre ellos habían destacado Andrés Guara y Pascual Alarapita, jefes que -si juzgamos los hechos- eran tan enemigos de españoles como de criollos. La prisión del Inca José Gabriel, ocurrida en esta etapa, ahondó diferencias ideológicas, deteriorando la imprescindible unidad de mando. De todos modos, superando divergencias, pronto se aprestaron para organizar un definitivo ataque sobre la ciudad de Puno. Con esta finalidad, se hicieron presentes nuevas tropas cuzqueñas y azangarinas, dirigidas personalmente por Diego Cristóbal Túpac Amaru, el nuevo Inca en vista de la prisión de José Gabriel; y de Hipólito Túpac Amaru, hijo mayor del cautivo. El avance fue el 7 da mayo, pero Orellana contraataco, cercando a Ingaricona en el corra Ilpa. Los sitiados “con la
resolución que inspira una situación desesperada, hicieron sus refuerzos y rompieron de manera que pudo escapar la mayor parte, y entre ellos al malvado Ingaricona, uno de los principales instrumentos de todas estas revoluciones”, según relación de los propios virreynales.
Por esos días firmó un documento que debió convencer a muchos vacilantes: “Mañana llega el Inca. Si no hicie ran lo mandado se verán sacrificados en horcas, cuchillos fuego y sangre, en una noche se
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asolarán los rebeldes". Pero tanto radicalismo verbal escondía en el fondo su indecisión. A los pocos días se decidió. El 8 de diciembre contestó despectivamente el Corregidor Vicente Oré de Lampa, quien lo había instado varías veces para que se entregase: "Indios y criollos bien pueden quedarse en sus pueblos, de lo contrario Vuestras Mercedes se acaban o nosotros. Por fuerza nos han buscado de robar, de los miserables naturales todos sus ganados, casas ... y dicen que vienen a hacer paces. No más a robar, comer la sangre y el alma, piensa Vuestra Merced que hemos negado el Monarca? nosotros estamos defendiendo tantos robos que han hecho con nombre de su Majestad, no más para tragar. Y yo de mi parte digo esto: ya está aquí el Inca,
con
el
pueden
perdonarse
y
no
mas”.
Palabras todas que constituían un programa político nacido en ten precarios circunstancias (“indios y criollos bien pueden quedarse en sus
pueblos", este es no concurrir a demandar el indulto a los jefes españoles). Pero lo más lasivo para los Virreynales era la frase constantemente repetida por Ingaricona: "Ya está aquí el Inca: con el pueden perdonarse y no más” la cual consolidaba la autonomía de Dieg o Cristóbal. Por último, en sus mensajes remarcaba el carácter depredatario (robe, crimen) que caracterizaba a la dominación colonial. La respuesta del Corregidor Oré debió ser igualmente ácida, o sencillamente fue el ataque sobre Ingaricoma. Por su lado Ingaricona, pasando a los hechos, incendió el pueblo de Miraflores en Cabanillas, donde iba a hospederas el ejército virreynal que subía de Arequipa, con la cual abrió hostilidades, rechazando la tregua que ese mismo día 11 de diciembre, es firmaba en la ciudad de Lampa entre los dos bandos. Que lo devolvió a la lucha? Tal vez la ejecución de Túpac Catari; quizá las reflexiones de antiguos compañeros de armas. O sencillamente le disgustó el papel de represor que tenía que desempeñar frente a sus
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antiguos camaradas de lucha. Además, no se había resuelto satisfactoriamente la demanda presentado por Diego Cristóbal y sus lugartenientes a las autoridades españolas pidiendo la supresión de los corregidores en las tierras surandinas y que los campesinos permaneciesen en las tierras tomadas a los hacendados usurpadores. En este período de guerras muy crudas se dejaría sentir con mayor vigor la presión tupacatarista. El peligro de encisión rebelde se acentuó día a día dado que Túpac Catari, desde su campamento ubicado en los altos de la Paz, no mostraba disposición de ánimo para reconocer, y acatar el nueva Inca, Diego Cristóbal Túpac Amaru. La situación en su conjunto era delicada porque desde el norte avanzaba el Mariscal Del Valle con las tropas negras de Lima y Callao y las del Cuzco y otras regiones, gran ejército virreynal que había conseguido vencer a Vilcapaza en sangrientas batallas, de las cuales Condorcuyo había sido la más importante. Del Valle rompió el cerco de Puno en los finales de mayo de 1781, pero tuvo que abandonar la ciudad pocos días, no sin altercados con el Corregidor Orella quien se mostró empeñado en la defensa a como diera lugar, agrios debates en las cuales participó el Coronel Gabriel de Avilés, futuro Virrey del Perú. Al final Del Valle impuso su jerarquía militar y todos evacuaron la plaza, con destino el lejano Sicuani; marcha terrible en la cual Ingaricona fue de quienes más hostilizó mediante guerrillas al ejército virreynal; éste quedaría reducido a una quinta parte de sus efectivos. Las jefes que lo condujeron jamás es libraron del oprobio de la derrota. Las semanas que siguieron marcaron el punto mas alto de la insurrección tupacamarista; bajo lo conducción general de Diego Cristóbal Túpac Amaru, los rebeldes controlaron un enorme territorio que se extendía desde Kanas y Kanchis hasta Charcas, salvo escasos puntos adversos.
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Los excesos racistas de numerosas lugartenientes del nueve Inca hombre de no tanta autoridad como su difunto primo hermane José Gobriel- melleron el movimiento destrozando la imprescindible unidad entre tódos los nacidas en suelo andino: indios, criollos, mestizos En octubre se conocieron las ofertas de paz y de indulto remitida por las Virreyes de Lima y da Buenos Aires. Hastiado de matanzas, el Inca Diego Cristóbal buscaba la paz, al amparo de los ofrecimientos de algunos criollos cuzqueños en el sentido que mantendría el virtual dominio del Callao, su rango aristocrático sobre los Indios y que habrían de ser suprimidos los Corregimientos en estas vastas áreas andinas. Siempre respetuoso de su Inca, Ingaricona lo ayudó. Pero al avanzar las negociaciones, -al igual que otros Coroneles rebeldes- debió reparar en que la promesa de eliminar los Corregimientos quedaría en palabras, como otros ofrecimientos de respeto a formas de vida de la colectividad india surandina. Por lealtad, Ingaricona aceptó servir a su inca un tiempo más, pero elartandolo de los riesgos que se corrían. Paralelamente dispuso el fortalecimiento de su autoridad, como un contrapeso al avance de los tres ejércitos virreynales que convergían lentamente sobre Azángaro, tomada ya La Paz. Por último, se negó a licenciar sus tropas. Ingaricona sostenía, asimismo, que el indulto solo podría ser otorgado por el Inca. El 4 de diciembre aún se hallaba en campaña en pro de Diego Cristóbal, tratando de consolidar su decaída autoridad. Eso si, debió retornar a la acción con su conocida ferocidad. Por eso llama la atención el silencio que se abre sobre su persona algo después. Quizá fue asesinado por sicarios de los Corregidores. Tal vez cayó en alguna celada y fue una de los varios prisioneros importantes que guardaba en su poder el Coronel Ramón de Aries, de las huestes Arequipeñas y por los cuales intercedió inútilmente Diego Cristóbal Túpac Amaru, virtual cautivo de los virreynales desde el 27 de enero de 1782. En todo caso, si fue así, tendría asidero la hipótesis que fue
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ahorcado o descuartizado en Azángaro el 3 de abril, al lado de Vilcapaza y otros dirigentes más Sobre tan destacado caudillo podemos también decir que, pese a su coraje, y aun a su crueldad, parece haber sido de finos rasgos. Dijeron sus enemigos que era "un Indio con cara de palla y de edad como de veintiocho a treinta años, vestido de Paño de segunda, galones de oro, sombrero de castor blanca, buena mula y mejor jaez ... jefe
principal”.
Se afirma que en los últimos tiempos ejercía como cacique de Quelloquello, pero carecemos de certeza y además son muchos los lugares de este nombre en las tierras surandinas; asimismo, no sabemos desde cuando había poseído el cargo, o si nació con El. De cualquier modo, la posteridad ha sido muy ingrata con él. Unía coraje sin par con extraordinarias calidades de táctico y estratega intuitivo. Basta recordar que ganó varios encuentros. Puno le debe un reconocimiento, al igual que a los demás héroes altiplánicos de la gesta de 1780- 1782. Al lado de Diego Cristóbal Túpac Amaru promovió reformas sociales; al lado de Vilcapaza y otros caudillos de fines de 1781, organizó la resistencia final. Innovó en armamento ofensivo y en el defensivo fue el único -que se sepa- en dotar a sus tropas de corazas. Fue el propio Corregidor de Puno, el Coronel Joaquín de Orellana quien anotó en su Diario que tras las batallas contra Ingaricona tenía que proveer a sus soldados de nuevas "lanzas para suplir el defecto de las que se rompieron o se torcieron al herir a los Indios que traían sus cuerpos como forrados de pieles duras y gruesas para resistir a estas armas". LAURA, Melchor. A juzgar por la verticalidad de sus respuestas a los verdugos debió ser de los primeros en lanzarse a la lucha cuando José Gabriel Túpac Amaru invadió el Altiplano a principios de Diciembre de 1780. Su nombre figura ligado a las campañas de Puno, Pomata, y Chucuito y durante el interrogatorio judicial declaró que “el amor que profesaba a Túpac Amaru y su deseo por que fuese dueño de estas provincias no le
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dejaron libertad para rendirse y valerse del perdón que se le concedía”...”aspirando sólo a conquistar la provincia de Chucuito para Amaru”.
Túpac
Fue de quienes siguieron en la lucha cuando la prisión del Inca José Gabriel y por eso figura como “Indio de Azangaro, comisionado de Diego Cristóbal”
desde
mediados
de
1781.
No parece haber sido de los jefes rebeldes sanguinarios, sí en cambio militó entre los radicales. Por eso cuando Diego Cristóbal Túpac Amaru abrió negociaciones con los Virreynales, el se opuso a esa línea, tratando de mantener la insurrección a plenitud y en lo posible la alsiza con los pocos criollos que aún seguían militando. En tal sentido habría escrito cierta vez una carta al Obispo de La Paz, que fechó en Quiabaya el 12 de setiembre
de
1781,
firmando,
“Gobernador
Inca”.
Ligado estrechamente a Diego Cristóbal Túpac Amaru, “fue comisionado después del indulto” por este Inca. Pero duró poco en su función pues se
lanzó
a
la
rebelión
contra
los
virreynales
de
Chucuito.
Con el título de “Gobernador Inca” procedió luego a reclutar y organizar
nuevas fuerzas a orillas del Lago Titijaja, procediendo sin duda por su cuenta. Rechazó la tregua pactada en Lampa el 11 de diciembre de 1781. Una de la razones que movieron a Diego Cristóbal Túpac Amaru a negociar la paz con los virreynales fue la concurrencia de tres ejércitos cobre los núcleos rebeldes del Altiplano Puneño, los últimos que aún quedaban en pie. Uno de esos tres contingentes era de Arequipa; a estas tropas las mandaba el Coronel Ramón de Aries, quien ganaría a Melchor Laura la sangrienta batalla de Juli en las vísperas de la paz de Sicuani. Este encuentro se libró el 20 de enero de 1781. Escribió el jefe vencedor que desde el día anterior “indios de varios pueblos mandados por
Melchor Luara y otras cabezas principales de su partido se presentaron en número crecido sobre el alto del cerro domina esta población en la que esta una cruz y en ella tenían colocada una bandera colorada. Con
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gritería y algazara, estuvieron toda la tarde deciendonos vituperios”.
Arias dispuso el 20 un ataque sorpresivo en dos columnas, tomando consigo la mayor compañías de fucileros, 6 de caballerías y 150 “i ndios fieles”; a las 3 de la madrugada exactamente – debía haber buena lunadispuso el ataque, tras haberse aproximado el silencia. Los rebeldes, sorprendidos empezaron a gritar y tirar piedras. Mande hacerles fuego conforme iban entrando las compañías de fucileros y viendo sobre sí un garnizo de vales empezaron a retroceder tirando piedras, no obstante los muchos muertos y heridos que dejaban atrás”, tras algunos choques
con la caballería rebelde, la victoria virreynal fue lograda plenamente. Luego, tras violentas refriegas con la caballería rebelde, la victoria virreynal fue lograda a plenitud. Satisfecho el jefe virreynal pondría en su informe: “me aseguran que
mataron a Melchor Laura. Lo cierto de esto el tiempo lo acreditará. Aquí se trajo su mula con toda su guarnición chapeada de plata; se recogieron muchos
papeles”.
Pero Laura no había muerto; logró retirarse. En su repliegue alcanzó a revisar como la otra columna destrozada a los aquellos de los suyos que se hallaban en la puna abierta, retirándose , “en los que hicieron tal carnicería
que
es
admiración”.
Al parecer todavía Laura intentó resistir con indios de la parte del Lago Titijaja, junto a Juli, pero fueron aplastados. Tuvo entonces que marcharse a fin de reorganizar sus mermadas huestes. Se cree que llegó hasta las cercanías de La Paz en pos de nuevos contingentes, pero si ocurrió así, retorno rápido a su zona de acción donde fue denunciado por indios de Pomata el 4 de febrero de aquel año de 1782. se hallaba allí reclutando nueva gente. Se a dicho que ejecutado el 3 de abril en Azangaro, esto es, al lado de Pedro Vialcapaza. Era Laura, para entonces, jefe indiscutido de todo el sudeste del lago Titijaja.
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MAMANI,Pascual. Lugarteniente de Vilcapaza y Calisaya. Peleo en Carabaya hasta mediados de 1782. todo indica que acabó ahorcado. Varios fueron los Mamani que actuaron en la gran rebelión andina. NINA,Felipe. Uno de los lugartenientes de Alejandro Calisaya; cayo preso a poco de ser vencido aquel. Fue ejecutado. Breves datos constan en el anexo documental de Boleslao Lewin. Fue cogido en tierras de Larecaja de la actual Bolivia. PALERO,Felipe. Jefe de montoneras que actuó en el Altiplano al lado de Carlos Apaza; ambos atacaron a Chacachi, “con gran partida de secuaces”. Luchó hasta
mediados de 1782, según los documento publicados por Boleslao lewin. Lo extraño de su apellido nos hace pensar que tal vez exista un error en la transcripción paleografica. PUMA CATARI, Carlos. Llamado también Puma Catari Inga, es Carlos Apaza. También cabe no confundido con Julian Puma Catari, nombre con el cual firmo documentos algunas veces el famoso Túpac Catari, quien murió poco antes del inicio del periodo que es materia estas páginas. QUISPE, Diego, “El Mayor”. Caudillo indio de Sandia, con larga trayectoria. Aquí lo mencionamos solo porque al momento de la rendición en el santuario de las peñas escribió a Inga Lipe para que no se entregara a los españoles. Peleo hasta febrero de 1782. luego se rindió al Mariscal del Valle y a Diego Cristóbal.
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QUISPE,Silverio. Se ha dicho que uno de los lugartenientes de Pedro Vilcapaza y que peleó en Asillo, pero estas afirmaciones no nos constan documentalmente. SURPO,Antonio. Destacado líder rebelde altiplánico, de probable origen azangarino. Estuvo en lucha hasta el mes de junio de 1782, guerreando contra el corregidor de Puno Don Joaquín de Orellana y contra Sebastián de Seguro la, cuyas huestes rodearon le Lago Titijaja a fin de aplastar los últimos brotes de la sublevación tupacamarista. Fue una gran conmoción su victoria sobre las tropas del Coronel Fernando del Piélago, en un momento en que se lo suponía derrotado; en verdad contuvo a esas huestes virreynales y logró consolidar un nuevo frente temporal de lucha de montoneras. En realidad, consolidaba su fama puesto que de el se decía que era “uno de los mas sangrientos coroneles de las tropas rebeldes”, comentando su triunfo en
Moco- Moco sobre “los pacificadores” de La Paz y el Cuzco, así como su campaña contra Del Piélago. Fue cogido por sorpresa, gracias a unas mujeres que alteradamente lo ataron a fin de entregarlo. De su activa participación en el movimiento desde el tiempo inicial de la conjura hablan las varias cartas de los Túpac Amaru que guardaba consigo. Surpo era “bien formado, de un espíritu
despojado y el mas racional que he conocido entre todos los caudillos de la rebelión”, al decir de su encarnizado opositor, Orellana. Como todos
los caudillos de esta hora final, debió ser ahorcado de inmediato y quizás descuartizado. En algunos documentos, este líder puneño figura como Surco. Un heroe popular
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TERCERA PARTE
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EL TUERTO OBAYA Pedro Obaya fue uno de los próceres de las luchas precursoras por la Independencia del Perú y de América; sin embargo, es un desconocido en la Historia oficial de nuestra patria. Nació en lampa, Puno. Era mestizo y seguramente arriero, a juzgar por sus costumbres y conocimientos. Y si consideramos la confianza que le fue mostrada por los Tupac Amaru en marzo y abril de 1781, Obaya (a quien le decían “el tuerto”, por faltarl e un ojo) debió ser de los conspiradores iniciales al lado del “Inca” José Gabriel en los días de
Tungasuca. El alto grado de confianza a que aludimos es el que permitió que se le encargara la debelación de la peligrosa escisión dispuesta en el Alto Perú por el líder aimara Túpac Catari; fue el propio José Gabriel TupacAmaru quien encomendó la delicada misión. Obaya se llamaba a sí mismo “soldado de Tupac Amaru”. Como esa lealtad sólo se adquiere en la
lucha, estimamos muy probable la presencia de Obaya desde el inicio de los acontecimientos en el altiplano, en los principios de diciembre de 1780. La doble rebelión de Túpac Catari Obaya pasó a un primerísimo plano a raíz del doble levantamiento de Túpac Catari: contra España y, en la práctica, contra los Túpac Amaru, porque a estos les restaba cuantiosas fuerzas bélicas y arrebataba un control general de la situación. Lo cual se explica, en parte, porque era plebeyo y pertenecía a la nación aimara, que mantenía divergencias con los quechuas. Agréguese que simpatizaba tal vez con la sanguinaria secta de los cataris y estará todo dicho. Túpac Catari (cuyo verdadero nombre era Julian Apaza) había además iniciado el ataque a la ciudad de La Paz aplicando medidas muy violentas. Confundía venganza con justicia. Lo más grave era el racismo desde abajo que parecía practicar. Constituía un delito tener el rostro blanco, o negro y los mestizos eran vistos con recelo.
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Así las cosas, hacía peligrar todo el alzamiento. Por estas razones a los sublevados cuzqueños se les hizo urgente sofrenar a Túpac Catari, porque el radicalismo que mostraba ponía en peligro la unidad del movimiento. Su oposición a criollos y hasta mestizos y negros, a los cuales mataba muy frecuentemente, rompía los principios ideológicos de la sublevación. No obstante, era seguido de muchísima gente, indígena casi toda. Para contener a tan revoltoso lugarteniente fue enviado Obaya desde Azángaro, con órdenes concretas, que amparaba su reconocido coraje. Entre tanto, el Inca hacía frente con dificultad a los diecisiete mil soldados del Mariscal Joseph del Valle, en Vilcanota, librando varios encuentros. Al marchar por la orilla sur del Lago Titijaja, Obaya debió reparar en la hecatombe desatada por los seguidores de Túpac Catari. Llegó a La Paz en los primeros días de abril. Consciente más que nunca en el ascendiente del apellido Túpac Amaru, se fingió mañosamente, su sobrino, con lo cual pudo evitar que se desatara la violencia contra su persona, porque era grande el ascendente del líder aimara sobre las masas que lo seguían, integradas por gente de su propia colectividad collavina, sin quechuas casi. Los dos caudillos: Obaya y TúpacCatari, se entrevistaron a solas y no debió serle fácil a Obaya marginar al belicoso caudillo que, por si mismo, se había autonominado Virrey en nombre del Inca, sin ningún derecho. Mientras negociaba con Túpac Catari, Obaya remitía cartas a destacados paceños, criollos pero patriotas. Lo hizo con la firma de Túpac Amaru, y presionó con éxito para que túpac Catari hiciese lo propio. Los destinatarios de las misivas de los dos dirigentes eran criollos de influencia y, seguramente, se tenia la mira de que la significación de esas cartas –que marcaban un viraje en el sesgo racista que se había venido dando al alzamiento en el altiplano- llegase a los antiguos conjurados tupacamaristas de La Paz, que no debían ser de escaso número a
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quienes convenía rescatar para la causa patriota. Las misivas lograron el fruto de una entrevista entre dirigentes de los dos grandes bandos; sublevados y virreinales. En ella, Obaya actuó ya como jefe máximo de las fuerzas sitiadoras de la Paz ausente Túpac Catari. Las condiciones fueron claras: 1) el reconocimiento del inca Túpac Amaru como rey 2) la entrega de los cuatro corregidores virreinales; 3) la entrega de los hacendados y aduaneros; 4) la entrega de las armas de fuego; 5) la destrucción de los atrincheramientos. La negociación fracasó. Varias versiones han quedado del bravo Obaya en ese momento, con su poncho terciado y un hablar altanero, pues trataba de “tu” aún a los altos dignatarios coloniales. Los combates por la ciudad se reanudaron luego con más furia. Entre tanto, Obaya desarrollaba con el destituido TúpacCatari una doble actitud de firmeza y de inevitables festines estilo indígena. Se lucia tocando el charango. Al fin, Túpac catari optó por retirarse del todo del asedio, lo cual otorgó a nuestro personaje más libertad de acción. Se libraron entonces los más furiosos choques por La Paz. Jamás se habían peleado con tanta rabia, pero la resistencia virreinal era igualmente valerosa y se amparaba en una neta superioridad en armamento, fusiles y cañones marcadamente. Convencido de la inutilidad de un ataque frontal. Obaya ideo una estratagema a fin de obtener que los paceños saliesen de sus trincheras y fortines. Falsificó una carta anunciando la llegada de refuerzos virreinales rioplatenses del sur. Poco después visitó a todos los que pudo con uniformes de los coloniales y les puso banderas españolas al frente. Este engañoso socorro apareció por las alturas de La Paz, en medio de la alegría de los paceños coloniales que creían ver a sus libertadores. Una falla organizativa permitió, sin embargo, que la treta patriota se descubriese al último momento. Pero creyendo Obaya que vacilaban los sitiados en abrirles paso, todavía quiso animarlos con un combate falso,
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tan reñido como aparente, que dispuso entre los disfrazados virreinales y otras fuerzas patriotas, en el cual menudearon disparos, cargas y fingidos heridos y muertos. Esto sucedía el 27 de abril La Captura Fue entonces cuando Obaya en un alarde de valor, se acercó demasiado a las trincheras virreinales, retándolo a la pelea, tropezando su caballo, rodo por el suelo. Conducido Obaya preso a la ciudad de La Paz Túpac Catari recuperó su posición en el ejército, sitiador, que era básicamente de su nación. Por su lado, el cautivo Obaya, viendo frustrada toda opción de restaurar la precaria alianza antiespañola entre indios y criollos, se dedicó a confundir al enemigo mediante diversas declaraciones, unas veces reales y otras fraguadas, sembrando la incertidumbre en esa gente cercada, que pasaba por una gravísima hambruna y que no veía solución a la guerra. Para esto contó Obaya con la circunstancia que varios criollos de nivel estaban de un modo u otro comprometidos con la sublevación, desde la época de la conjura (cuando se proyectó el frente indio-criollo). Apellidos destacados de La paz salieron entonces a relucir con tan hábiles intrigas, agudizando las nunca apagadas rivalidades entre españoles y criollos. Pero era demasiado tarde; de todos modos de las sospechas no escaparon el importante Juez Tadeo Ruiz de Medina, ni el coronel Ignacio Flores, quien se acercaba con refuerzos rioplatenses, orureños y cochabambinos, dispuesto ya a romper el asedio visto el viraje social y racial de la situación. Como es conocido, los virreinales paceños tuvieron un respiro cuando Flores ingresó a la ciudad tras romper el cerco con sus huestes, pero este intervalo duró poco, pues se vio obligado a retirarse por el apremiante de su situación militar, agobiado como se hallaba por el hambre y las deserciones. Contramarcha que le valió, no pocas criticas,
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entre ellas las del propio Corregidor Sebastián de Segurota. Ejecución de pedro Obaya Antes de replegarse a oruro Flores ahorcó a Obaya el 4 de agosto del mismo año de 1781 A su lado fueron ejecutados otros prisioneros, como Bonifacio Chuquimamani, mestizo que había sido el principal secretario de Túpac Catari. También Bartola sisa, mujer de Túpac Catari. El ataque a la ciudad de La Paz se reanudaría de inmediato, primero bajo Tupac Catari y sus aimaras y luego bajo el comando general cuzqueño de andrés Túpac Amaru, sobrino del Inca José Gabriel y de Faustino Tito Atauchi, quienes tuvieron que destituir al empecinado Túpac Catari, nuevamente, a fin de tratar de ajustar el movimiento a las pautas ideológicas de los conjurados de Tungasuca. Sobre aquel gran peruano que fue Obaya, hijo de la tierra puneña, se han emitido varias opiniones. Rescatamos la de quien fue, en la practica, su obligado rival, Túpac Catari.- Dijo éste que “el tuerto Pedro Obaya era hombre muy caviloso y apreciado de valor” y quien “dio la idea de las
invasiones nocturnas a la ciudad (de La Paz) y el combate fingido entre los mismos alzados. Reunió así Obaya las dos prendas esenciales de todo verdadero jefe militar: coraje e inteligencia. Pero estos factores no bastaron para enderezar la revolución en La Paz ni en muchos lugares de los Andes que había ido adquiriendo características de guerra de razas, sin que los esfuerzos que había realizado Túpac Amaru para evitarlo hubiesen dado mayores resultados.. Fin de la Obra de Juan José Vega. Que es una recopilación de sus trabajos editados previamente por la Universidad Nacional de Educación como la Universidad Nacional del Altiplano, a los que se suman algunos articulos adicionales que fueran publicados en el Diario "Expreso" y en la Edición Nº 1 de la Revista de la A.C. Brisas del Titicaca Gracias por su atención y su interés por Pedro Vilcapasa Atte. Bruno Medina Enriquez
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PEDRO VILCAPAZA ALARCON Escribe: Severo Castillo Figueroa A quien el escritor Azángarino Luna, lo calificara de «PUMA INDOMABLE». Como justo homenaje al gran Puma Indomable de Lizandro Luna, de cuyo sacrificio hoy 08 de abril de 1,992 se cumple exactamente 120 años, voy a tener bien esbozar por lo menos lo más verídico que en los 7 años que he permanecido, en la dirección del Centro Educativo de aquella Comunidad, he podido recopilar datos más o menos sobre las proezas de aquel héroe legendario, sobre quien muchos escritores de renombre y muchos aficionados han escrito cosas, algunas ciertas y algunas antojadizas pero otra cosa es oír las palabras vertida por sus descendientes que han sido transmitidas de generación en generación, con esto quiero decir que para escribir sobre el gran Vilcapaza no me baso en Bibliografía aspira, si no en datos recopilados en mi estadía en la Comunidad Mororcco, cuna del héroe que ha dado, tanto renombre a nuestra querida tierra. A 43 kilómetros de la capital de la ciudad de Azángaro se encuentra la Comunidad Mororcco (Cerro sin Cabeza), esto es por la vía carrozable; pero por herradura es unos 38 kilómetros; pero en la época de lluvias tiene que viajarse por la vía carrozable. La parcialidad de Mororcco, hoy Comunidad esta conformada por 3 sectores, muy separadas unas de atrás por lo que fueron fundos; así el primer sector nominado «CHOJNATIRA», más o menos de unas 20 hectáreas, está ubicado en una pendiente con pequeñas depresiones o quebradas que lo aprovechan los moradores para elaborar sus tierras, y los pozos para alimentar el poco ganado que poseen ya que en dicho sector no hay pampas; y limita: Por el Norte, Este y Sur, con la que fue
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Hacienda Arco Punco; y por el Oeste, con la que fue la Hacienda Ccocha Uma, o en partes reitegrantes de la SAIS SOLLOCOTA este sector esta conformado apenas de ocho familias, la mayor parte de apellidos Vilcapaza. Sector CAPILLANI-CAPILLANI fue el segundo sector pero mejor es ya no hacer referencia de ello, ya que en 1,954 al regreso de la ciudad de Azángaro después de haber ido a desfilar por fíestas Patrias y al retornar encontramos las que fueron casas, destruidas y tractoreadas y los restos de las techumbres umbreantes y que ello lo había hecho uno de los dueños de las Hacienda aledañas y desde entonces ya formaba parte reintegrante de la hacienda Ordiga pero haré una referencia ya que los pocos moradores de Apellido Chambi Vilcapaza debieron ser descendientes del Puma Indomable ya que llevaran por Apellido Chambi Vilcapaza. SECTOR LA MARIA Este sector es el más importante ya que en el lugar WATTA PATA naciera el Puma Indomable y pienso que en las pampas que lo circulan pasaría su niñez Pedro Vilcapaza. El sector La María Limita: Por el Norte y Oeste, con la que fuera la Hacienda Arco Punco; Por el Sur, con la que fue la Hacienda Ordiga; y Por el Este, con la hacienda Tumuyo que todavía no ha sido afectado por la Reforma Agraria. Este Sector es el más grande de buena calidad de pastos y con más moradores, caso todos de apellido Vilcapaza. El riachuelo Asillo Mayo que nace de los Nevados de Ackosirí pasa muy cerca al local Escolar y sus aguas riegan las pampas que rodean y más abajo al juntarse con el río Checayani, para formar el río Santa Ana que es uno de los principales tributarios del río Azángaro. Ya se ha dicho que casi cerca al escolar y a la orilla opuesta está el lugar Watta Patta donde estaba ubicado la casa en que naciera Vilcapaza y
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más hacia la pampa esta el lugar Tapa que erróneamente lo indican como el lugar la casa del Puma sin tener en mente que el lugar Tapa Tapa es de abundante pasto semejante a un nido de aves de donde proviene el nombre Tapa Tapa asimismo mas abajo del local Escolar y a orillas siempre del Asillo Mayo ésta las piedras rectangulares que conformaban la Checca, cuando Vilcapaza en el Plenilunio Vilcapaza hacia hacer su matanza de ovejas y Alpacas viejas; y en la Checa cocinaban los chicharrones para extraer el cebo. En la parte baja Vilcapaza vivía en tiempo de lluvias; pero en la sequía se trasladaba a su caserío de raya pata que quedaba ya en la parte alta o sea en la cordillera. En este lugar existen canchones grandes y pequeños hechos de piedras donde pernoctaban el ganado y sus acémilas así mismo permanecen los galpones hechos de piedras y que en los rincones de las partes externas e internas han hecho los buscadores de tapados grandes excavaciones a manera de galería, mas no sé si hayan encontrado, lo cierto es que en partes cercanas se encuentran en botellas rotas y residuos de coca. INVESTIGACION PERSONAL En el mes de abril de 1,953 me constituí C.E. 8,532 de Mororcco donde permanecí hasta principios de 1,960, una mañana recibí la visita inesperada de un robusto Anciano encorvado por el peso de los años más o menos de 80 años de edad, piel bronceada, frente amplia y prominente, rostro surcado de arrugas llevaba puesto un poncho descolorido apoyado en un lustroso palote a manera de bastón; lo hice pasar a mi habitación invitándole asiento y después de acomodarse en el asiento extrajo de adentro de su poncho una taleguita a colores que contenía papas, que lo recibí con satisfacción cuando me fue entregando y acto seguido me dijo llamarse Mariano Vilcapaza Becerra inmediatamente al oír el apellido «Vilcapaza” pensé que era
descendiente del Puma Indomable y tomo más interés y al preguntarle
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me respondió que verdaderamente Pedro Vilcapaza era su abuelo y entonces con más interés le pregunte de muchos pasajes que había leído en la obra escrita por Lizandro Luna, a lo que me respondió que de muchos pasajes ya no recordaba, por el tiempo transcurrido pero que se acordaba de algunos que su abuelo paterno le contaba cuando era niño y estaban juntos al cuida do del ganado en la “ASTARANA” de la Cordillera; pero en vista que ya comenzaban a llegar los alumnos me interese en preguntarle donde vivía; a lo que fue fácil de localizar; y le prometí visitarlo una de las tardes para que con más calma y tranquilidad me contara todo lo que recordaba y sabia acerca de la vida y hechos de su pariente Pedro Vilcapaza, y antes que retornara a su vivienda le entregue su taleguita con un poco de azúcar en retribución al obsequio de que fui objeto y con mucho interés le ofrecí visitarlo para que siguiera contándome a lo que me contestó que gustoso lo haría y que me esperaba la visita así que un día por la tarde de sábado impaciente por la curiosidad que me aguijoneaba el saber a ciencia cierta sobre los pasajes que había leído en la obra de Lizandro Luna que me puse en camino hacia su domicilio, llevándole algunos obsequios y después de algunos minutos llegue ala casa de don Mariano, quien al salir de su patio me hizo pasar a una de sus habitaciones y antes de sentarme en el asiento que me invito le entregue los pequeños obsequios que le había llevado lo que recibió con ansiedad y me dio gracias mil, con fricción comenzó a chacchar las hojas dé coca y al compás de ello comenzó a contarme sacando de su chuspa descolorida un pedazo de lejía para sazonar su picchu y comenzó a contarme. Díjome que Pedro Vilcapaza era hijo primogénito de Cleto Vilcapaza, natural de Mororcco y de Juana Alarcón, natural de Puscallani, hoy SAIS Sollocota y que los padres eran personas bien acomodadas, con bastante tierras y harto ganado y que sus padres lo mandaron a estudiar a la ciudad del Cusco; pero que más aptitudes tenía para el Comercio y es así que en un negociado tuvo conocimiento con José
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Gabriel Condorcanqui y que por sus ideologías Revolucionarias llegaron a congeniar íntimamente. EL YANA RUMI Le pregunte del caballo de Vilcapaza; el Legendario Yana Rumi a lo que me respondió que eran dos los caballos de Vilcapaza el Yana Rumi y el Pasto Runtu, que el primero era de color negro chillo y que el segundo era color del huevo del pato y que ambos eran briosos y veloces y que estaban muy amardinados los dos y que muchas veces Vilcapaza viajaba a la ciudad del Cusco en dos días y una noche, cambiando de caballo cuando notaba que el otro estaba cansado y que en el trayecto que el uno le seguía al otro a manera de cría y que en el Cusco posiblemente después de hablar con Túpac Amaru retornaba para amanecer en Mororcco y cuando hacia Ulular su Pututo se congregaban los moradores y adictos al domicilio de Vilcapaza quien les anoticiaba del resultado de su viaje y de los acuerdo tomados con Túpac Amaru. Don Mariano me hablo de Torre Ccacca, de Rayo Pata y de Quinsa Sullca que fuera el waterlu del Puma Indomable. Como me hablaba con énfasis de esos interesantes lugares y estaba yo en la posibilidad de conocer personalmente, promocioné ir hasta la laguna de Putislaka juntamente con el alumnado, y es así que determine una fecha propicia lo cual fue de la alegría de los alumnos; y por fin llegada la fecha y estando listos para la marcha, emprendimos el trayecto bordeando las orillas de Asillo Mayo y para no ir yo solo invité anteladamente a mi primo José Perez Burela quien se hizo presente a tempranas horas de la fecha Durante el trayecto pasarnos cerca del caserío de la hacienda de Arco Puncu. El que a primera vista me pareció atrayente por la capilla que ostentaba sus numerosos ambientes, canchones bien cercados y bastantes árboles o manera de adorno; en este punto tomamos el camino a seguir y después de breves momentos llegamos a Torre Ccacca del que hablara don Mariano Vilcapaza, a los pies de este peñón
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solitario de unos veinte metros de alto y aproximadamente unos catorce de perímetro ‘ hicimos un alto para contemplarlo es un peñón
de forma cilíndrica semejando a una torre de donde proviene posiblemente el nombre de Torre Ccacca en sí; El peñón presenta salidas y entradas, muchas de ellos tapiadas por mano humana y donde el musgo ha crecido dificultando observarlo bien y según las versiones de don Mariano Vilcapaza allí están ocultas parte de las armas del Puna Indomable; después de algunos minutos proseguimos marcha al compás del bullicio y travesuras de los alumnos, mientras yo, y mi primo comentábamos sobre la veracidad de las armas ocultas y si alguna vez serán descubiertas por lo menos intentadas. Proseguimos caminando y después de 20 minutos; uno de los alumnos señalando una ladera dijo estamos cerca a Raya Pata; y como íbamos acercándonos más y más, divisamos a los pies de unos acantilados rocosos ruinas de lo que fuera un caserón y al estar a la dirección, desviamos a la derecha de una ladera hasta llegar a los galpones ruinosos de un caserón hecho de grandes pedrones tanto los canchones donde pernoctaba el ganado como los galpones, y entre ellos había un canchón mucho más grande y dicen que era donde pernoctaba el ganado equino del Puma Indomable también observamos los galpones tanto en su parte interior y exterior presentaban excavacioness a manera de galerías y según diceres fueron hechas los buscadores de tapados y así mismo en los alrededores había restos de botellas rotas y restos de hojas de coca masticadas más no sé si lograrían sacar; no falto un alumno crecido quien dijo que como el administrador de la Hacienda Arco Puncu, en repetidas ocasiones realizó excavaciones más no sabia si sacaría o no el codiciado tapado.
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PUTISLAKA Mucho se ha comentado sobre esta laguna y hasta han dicho que quedaba en una ladera, pero para confirmar la verdad remontamos de Raya Pata subiendo una pendiente y chocamos con una planicie de unos 2,000 m. de perímetro que estaba ubicada entre las haciendas que fueron Sollocota y Malquini; en el centro de la planicie está la laguna Artificial y llamada Putislaka que presentaba aguas verdosas y ello tenía una circunferencia de unos 70 m. por unos 35 m. de diámetro, a simple vista se divisaba otra circunferencia y más adentro, otra a manera de peldaños de una escalera, lo que hace presumir que tales peldaños hechos de piedra, eran para subir y bajar con facilidad al fondo de dicha laguna: además en el contorno de dicha lagunita hay profundos drenajes que había hecho poner don Isidro Velasco Choquehuanca, tratando de desaguar lo que no consiguió como era más del medio día se ordenó al alumnado, no sin antes darles una somera explicación sobre la importancia de esta laguna, donde se dice está oculto el tesoro de Vilcapaza. Los alumnos se acomodaron en grupos entre las excavaciones que hacía al borde de la lagunita; y yo juntamente con mi menor hijo y con mi primo José Pérez Burela, nos acomodamos en una pequeña hoyada para comer nuestro fiambre o almuerzo frío como un loco, se puso a dar saltos remangándose la parte trasera del saco y pronunciaba a todo pulmón: Quechua Simipi Siq... tán Ccanhuán Pichacuni; y en castellano, «Me limpio el cu ... » Maytaj nina Paraiqui, nina Chicchiqui, ello causó gran risa y alboroto entre los alumnos y en mí mismo y comenzamos a comer, después de breves momentos nos alistamos para el retorno, haciendo cada grupo mil comentarios y por fin iniciamos el retorno y a medida que avanzábamos, parecíame ver imaginariamente al Puma Indomable montado en su brioso Pato Runtu, haciendo restallar su waraca y ulular su Pututu correteando presuroso por las ríspidas cumbres del Raya Pata, anunciando Rebelión contra los opresores de su
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raza. En 1957, dos personajes, un señor Echenique y otro Sosa con atingencia del Gobierno, según dijeron, trataron de desaguar dicha laguna y para ello trabajaron día y noche alternadamente con varios obreros; pero en los 15 días, más les fue imposible desahogar y parece que el peso del de tapado y los padrones que allí han empujado los pastores han profundizado más el cauce de la laguna y a esto se ha sumado el deshielo de los nevados de Pinquilluni que han filtrado sus aguas subterráneas. Los presuntos buscadores del tesoro abandonaron posiblemente a falta de recursos económicos, ya que ellos habían pensado encontrar cuanto antes el ansiado tesoro. Cuando era aún chibolo, un buen día se hizo presente en el pueblito de San José, un gringo juntamente con sus tres perros lobos y como había tenido amistad con mi señor padre, le hicimos pasar, donde a manera de descansar se pusieron a conversar y por la noche se le asignó una habitación con su respectiva cama para que allí descansara; al preguntársela a mi señor padre dijo que el tal gringo era un señor llamado VON-DAR-HEN cuyo gringo le había dicho tener derroteros del tesoro oculto en la laguna de Putislaka. El tal míster y sus perros descansaron para el día siguiente amanecer el gringo fumando su pipa y sus perros comiendo el pan que les había dado, pasado ello el gringo salió a la plaza y allí estaba conversando con una y otra persona posiblemente preguntando la ruta a seguir para llegar a Putislaka y posiblemente acogería muchos datos ya que el camino de herradura de San José a Sandia pasa por Putislaka, y es así que después del desayuno que el gringo y sus perros se pusieron en marcha hacia su destino. Al mes, más o menos, llegó otra vez el tal gringo, quien posiblemente obsesionado por encontrar el tesoro, casi automáticamente pronunciaba una y otra vez la palabra Putislaka, de los tres viajes que hizo no sé porqué vía regresaría a Azángaro.
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EL TESORO DE VILCAPAZA El escritor boliviano Zacarías Monge dice que Vilcapaza y Julián Túpac Catar¡, después del sitio e incendio del pueblo de Sorata saquearon gran cantidad de oro y plata en joyas y efectivo y que fueron llevados y ocultos en los subterráneos de la ciudad de Azángaro y que posteriormente dichas riquezas por desconfianza o por estar cerca a él fueron llevadas en una cantidad de llamas por Pedro Vilcapaza, Andrés Túpac Amaru y el padre Eustaquio Carabedo, que era capellán de los alzados; esto hace presumir que Vilcapaza ya tenía lista la laguna Putislaka. Además, Vilcapaza había ocultado como tapados, en distintas partes cerca de sus viviendas, así en el lugar llamado propiamente La María, hay piedras planas v grandes a manera de batanes y que en los alrededores de uno de los batanes Hipólito Masco vio arder por repetidas veces en las noches un nubelunio y, el tal Masco dio ha saber en Azángaro al boticario Apolinario Espinosa; quien se interés¿> bastante prometiéndole ir a fines del mes de julio, y es así que en el último día del mes de julio, se hizo presente don Apolinario Espinosa acampanado del tal Masco y de otro personaje que resultó ser el Kamili a quien había contratado don Apolinano, La noche del 1° de agosto, después de hacer su “PAGASCCA A LA TIERRA”, y demás ritos, se pusieron manos a la obra, el trabajo fue algo
duro por la tierra seca y el peso de la piedra; pero después de haber palanqueado la piedra a un lado y centímetros dieron con una piedra plana y debajo de ella estaba el tinajón con el contenido del tapado que consistía en plata en forma cuadrada y algunos objetos de oro plata. A la mañana siguiente, el 2 le agosto, don Apolinar, El Kamili y Masco estuvieron de retorno a Azángaro, al llegar a su domicilio don Apolinar y sus acompañantes y penetrar a su dormitorio, lo primero que hizo es mostrar a su señora la parte que le había respetado del tapado; ella lo miró con ansiedad y admiración v al poco tiempo dejó de existir y
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también en Mororcco, Hipólito Masco dejaba de existir, ello atribuía el mal pago a la Pachamama y también debe ser cierto que el gas de antimonio que contenía el tapado es un gran tóxico y según lo que afirman otros, que la persona que saque un tapado debe abandonar su domicilio, irse a vivir a otra parte y talvez, sabiendo eso, don Apolinar y su familia se fueron de Azángaro al pueblo de Huancané. A fines del año 1958, llegó al local del centro educativo a cobijarse de la granizada, el Dr. Hernando Macedo Ruiz y sus empleados, quien dijo haber ido a Putislaka y que allí había entrado a la lagunita en su bote de jebe y que había tratado de medir la profundidad: pero que no logró su cometido; sin embargo, dijo llevar a unos gusanos acuáticos que había logrado sacar y pasada la tormenta prosiguieron camino hacia su fundo. LUGAR DONDE NACIO PEDRO VILCAPAZA Según las aseveraciones escritas y monografiadas en Azángaro, dice que el autor lo hace aparecer como que si Vilcapaza había nacido en el lugar Tapa Tapa; pero dicho lugar es una moya de abundantes pastos que queda en la dirección del local escolar. El nombre de Tapa Tapa es similar a un nido clase; pero sí en el lugar Wuata Pata como dijera anteriormente. El 8 de abril de 1982, con motivo del bicentenario en la plaza de Armas de Azángaro con la presencia del alcalde de Lima, Sr. Orrego y otras oportunidades que tomaron la palabra exaltando las bondades e intenciones del Mártir Azangarino y de su trayectoria emancipadora. También tomaron la palabra muchos exalumnos de cuando era director en Mororcco, todos ellos confirmaron que Vilcapaza había nacido en el lugar Tapa Tapa y que ninguno de ellos hizo alusión a Wata Pata; yo mismo jamás a mis educandos les he referido el lugar preciso donde naciera Pedro Vilcapaza ya que no pensaba que al correr de al correr de los años iba a tomar proporciones de alto valor para que las generaciones posteriores sepan la verdad del mártir azangarino que muy merecidamente uno de los centros educativos de
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la localidad y uno de los que fueron su distrito lleven su nombre. LA MUERTE DE VILCAPASA A mi interlocutor Mariano Vilcapaza le pregunté acerca de la muerte de su pariente, y a ello me respondió como casi todos consignaban o sea que el general español que le dio batalla en Quinsa Sullca, alturas del distrito de Muñani, y allí fue vencido, Y su sobrino Julián Vilcapaza lo entregó al verdugo. Vilcapaza trató de huir pero al resbalar, cayó su sombrero y dentro del sombrero estaba la carta delatora en la que el cura de Azángaro le comunicaba cielos acontecimientos por parte de los realistas, ello confirmó su identidad, fue tomado preso, llevado a la ciudad de Azángaro donde le hicieron llegar a la casa del Cacique Mango. El día 08 de abril, después que en la noche lo torturaron y martirizaron para que delatara a los demás revoltosos, cosa que no lo hizo, fue llevado a la Plaza de Armas que antes era Plaza San Bernardo, allí primeramente fue amarrado a las cinchas de cuatro caballos que al ser aguijoneados corrieron en direcciones distintas como para arrancarles los miembros, pero los músculos Hercúleos del héroe no cederían, por lo que tuvieron que doblar el número de caballos; pero tampoco pudieron ser arrancados, por lo que tuvieron que recurrir al filo del cuchillo. Durante su Martirio, Vilcapaza no cesaba de gritar: «LLACTA MASIYCUNA CHACAY INTI RAICU, NOCCA JINA WAÑUYTA YACHA CAYCHIS», que traducido al castellano dice: «AZANGARINO POR AQUEL SOL, APRENDED A MORIR COMO YO». Los miembros de Vilcapaza fueron mandados a distintos poblados para que sean exhibidos y sirvieran de escarmiento para los revoltosos venideros. La cabeza de Vilcapaza dicen que fue puesta en una pica frente a la Iglesia, de donde desapareció misteriosamente y dicen que fue robada por los moradores de Mororco quienes, lo llevaron a su caserío de Raya Pata donde fue velado por tres días y tres noches y que después fue enterrado cerca a
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la laguna Putislaka, como fiel guardián del tesoro que había escondido y que es uno de los motivos en que no puedan encontrar dicho Tesoro. A don Mariano Vilcapaza le pregunté que si no sabías más sobre la laguna de Putislaka, a lo que me contestó que cuando era niño y al mandato de sus padres que eran pastores de la hacienda Arco Puncu y en vista de que sus caballos habían desaparecido, se puso a buscar temeroso de que fueran a hacer daño a los pastos de la hacienda y en su búsqueda transmontó hacia Putislaka, y según dice pasó rezando de miedo pero no vio nada, ni ruido alguno, según él, son decires de la gente que todo ha sido inventado como la historia del “Nina Wasayoc
toro, o de la Mujer Encantada, y otras historias.
EL SINO DEL REBELDE Escribe: Bruno Medina Enríquez
8 de abril de 1782, en Azángaro el sol despuntaba en la madrugada, la noche había sido fría pero de muy intensa actividad, en la casa de los Choquehuanca que ocupaba, el Mariscal del Valle no había conciliado el sueño desde hace dos días en que se había capturado al indio rebelde, ese que se hacia conocer como “Vilcapaza”, no respondía al intenso
interrogatorio y tortura a que se le había sometido, pues era necesario hacerlo hablar a como de lugar, en vista que las ordenes de los superiores eran que tenía que restituirse todo el oro y la plata que este indio había “robado” en sus incursiones a los obrajes, a las minas, y
dicen que gran cantidad de bultos en más de 2,000 llamas, había traído desde Sorata, para esconderla en algún lugar que el indio se resistía en rebelar. El triunfo los había favorecido, los Corregidores de Azángaro Lorenzo de Satta y Subiría y de Puno Joaquín de Orrellana era los principales instigadores para que a Vilcapaza se le “haga hablar”. Satta y Subiría
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seguramente para complacer a sus compadres los Choquehuanca; Orellana un año atrás había lamentado mucho haberse visto obligado a huir de Puno, refugiado bajo las ordenes del Mariscal del Valle, quien había salido del Cusco en expe dición punitiva de “pacificación” para acabar con los focos rebeldes en el Altiplano al mando de 3000 efectivos, pero por la resistencia de las huestes rebeldes, llegó a Puno con apenas un poco más de mil efectivos, la gran mayoría acostumbrados al clima costeño, que amenazaban con desertar. Orellana seguramente recordaba estos hechos y para él, había llegado la hora de la venganza. En realidad qué había pasado un año atrás. Corrían los primeros meses de 1781, cuando las huestes revolucionarias comandadas por el caudillo Pedro Vilcapaza y Diego Cristóbal Túpac Amaru, pusieron sitio a la Villa de Puno, para reducir ese bastión español y luego atacar La Paz; la tradición cuenta que entonces la población de Puno sacó en procesión a la Virgen de la Candelaria y que los rebeldes creyeron que habían llegado refuerzos y asustados se retiraron, hecho que fue considerado como un milagro de la Virgen. Pero no fue así, los rebeldes ya habían tenido noticias de la expedición punitiva del Mariscal Del Valle, que llegaba casi diezmada por cruentos combates con los rebeldes en Condorcuyo, y Puquina-K’amk’ari, y finalmente se refugiaba en Puno, pueblo que aun controlaba el Corregidor Orellana; el retiro y levantamiento del sitio de Puno, solo fue un repliegue táctico de los rebeldes, a fin de tener a todos los españoles en un lugar fácil de ser sitiado como es Puno, por sus condiciones geográficas. Aunque la tradición popular continúa desde entonces y dice que los rebeldes fueron derrotados en Puno gracias al milagro de la Virgen Candelaria, es necesario restablecer la verdad, que es una verdad histórica. Estos fueron los hechos. El primer ataque a Puno por parte de los rebeldes se realiza el 10 de marzo de 1781 por parte de Diego Cristóbal Túpac Amaru, con Andrés Ingaricona, Ramón Ponce y Pedro Vargas, 18
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mil rebeldes no consiguieron doblegar la resistencia del Corregidor Joaquín de Orellana, por el sur de Puno el asedio era de los seguidores de Túpac Catari, quien por sus ambiciones de líder de la Revolución, actuaba independientemente al lineamiento de Túpac Amaru, sus acciones eran más sangrientas, mandaba a matar a mujeres, ancianos y niños no solo españoles, sino también a criollos e indios que estuviesen a su favor, como lo hizo con muchos españoles que pretendieron huir de Puno hacia La Paz; provocando con esas acciones el temor de Diego Cristóbal a las posibles represalias de los españoles. Diego Cristóbal regresó hacia el Cusco para reclutar nuevas fuerzas e ir en ayuda del Inca Túpac Amaru II, Ramón Ponce uno de sus generales, levanta el sitio a Puno mientras que las huestes Túpac Catari continuaban asolando el sur del Alto Perú y mantenían bloqueada la comunicación de Puno con La Paz. Un segundo sitio a Puno es organizado desde Azángaro, se realiza entre el 10 y 12 de abril, esta vez con las huestes comandadas por Andrés Ingaricona y Pedro Vilcapaza, sin embargo el asedio a Puno se desorganizó el día 13, al conocerse del apresamiento de Túpac Amaru II sucedido el 6 de abril, lo que motivó división entre los rebeldes quechuas y aymaras. Pero había que continuar la lucha desterrar a los españoles del Collao e ir en rescate del Inca José Gabriel, así el tercer sitio a Puno se inicia el 7 de mayo, esta vez más de 40 mil rebeldes, que aparecen por el cerro Azoguini, el día 9 es el más sangriento, se combate en las calles, cerca del templo de San Juan, estalla el polvorín, el asalto a la ciudad continua con gran intensidad los siguientes días 10, 11 y 12 de mayo, mataron a más de 100 españoles, Orellana recibió una pedrada en la boca y los rebeldes finalmente ingresan en la Villa de Puno, mientras que los demás pueblos "habían desaparecido del mapa", Puno y La Paz eran los últimos refugios de los españoles, y en este caso tuvieron que salir de Puno derrotados, dirigiéndose al Cuzco o Arequipa.
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La retirada final de los españoles se realiza el 26 y 27 de mayo, 8,000 vecinos partieron a pie rumbo a Sicuani. El 28 de mayo las fuerzas rebeldes toman por asalto Puno luego que los españoles al mando del Mariscal del Valle se retiran en pleno invierno, protegidos por sus 800 descalzos fusileros de Lima y los 133 efectivos de Orellana, ese ejercito vencido y reducido llega a la ciudad del Cusco el 4 de julio de 1781, después de 39 días de penosa marcha. La lucha continuaría, Azángaro como centro de la rebelión, es declarada como la nueva Capital del Tawantinsuyo. las incursiones de los rebeldes para extirpar los últimos rezagos de españoles y sus áulicos caciques colaboracionistas en la tierra liberada se intensificaron. El 11 de septiembre el Virrey Jauregui ofrece el indulto a los rebeldes, el 18 del mismo mes es aceptado por Diego Cristóbal, quien firma un armisticio en Lampa el 11 de diciembre, Vilcapaza se opone y continúa la lucha hasta abril de 1782. Los españoles gracias al amnisticio, recién pudieron regresar a la villa de Puno y en general al Altiplano. Pero hay cruel del destino, el Virrey Jáuregui que había ofrecido el indulto como única salida para acabar con la guerra, recibe la aceptación del joven Inca Diego Cristóbal, que la suscribe ante el Coronel Ramón de Arias en Lampa, quien le confirma el ofrecimiento del Virrey de suprimir los corregimientos tan odiosos. El indulto no fue aceptado por Vilcapaza, ya que nunca creyó en la falsedad de los realistas, estaba visto, habían matado cruelmente a José Gabriel y a toda su familia, que más se podía esperar de los “sunccasapas chapetones”, así se lo advirtió a Diego Cristóbal, cuando este confirmó
la suscripción de la paz con el Mariscal del Valle, en Sicuani. Esta fue la recomendación que Vilcapaza le hizo a Diego Cristóbal: “si por cobardía no quieres seguir la guerra, el mejor partido que debemos tomar es que, con el ejercito y con todos nuestros bienes y familias emigremos a los fértiles valles de San Gabán”… ante la negat iva de Diego Cristóbal de aceptar su propuesta, le increpa tajantemente con estas palabras
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finales “si no admites este partido, es preciso librar nuestros destinos a
la decisión de la Guerra y no fiar en las dolorosas promesas de los españoles que no tratan de otra cosas que apaciguarnos para imponernos un yugo más doble, y condenarnos a la escecración y a la ignominia; una muerte gloriosa en los combates acabe primero con todos nosotros, antes de volvernos a someter a un gobierno que tanto nos oprime" . Finalmente la traición se hizo efectiva, tiempo después Diego Cristóbal sería capturado y ejecutado por los españoles, acusado de auspiciar el rebrote de la rebelión, que a pesar de haber firmado la paz, ha “traicionado su compromiso”. Es que Vilcapaza habí a retornado a la lucha en defensa de su pueblo, atacando en primer lugar al grupo de españoles que ocupaban la plaza de Azángaro, siendo repelido por estos, pese a ello entabló nuevamente los contactos con los líderes rebeldes para reiniciar la lucha, hecho que logra satisfactoriamente. Pero había que acabar con el último foco de rebelión comandado por Vilcapaza, para eso llegó de Arequipa una división a cargo del coronel Fernando de Piélago, a fines de marzo entabla feroces combates con las huestes de Vilcapaza en Huaycho y en Moho, Vilcapaza resiste a pesar de sufrir la muerte de miles de sus hermanos, toma la táctica de recorrer diversos pueblos buscando la adhesión contra la paz firmada en Sicuani, y tiende un cerco contra la huestes del Coronel de Piélago, pero ahí que las tropas del corregidor Joaquín de Orellana rompen el cerco. Orellana el corajudo Corregidor de Puno, había regresado junto a las fuerzas del Mariscal del Valle, con mayores refuerzos y así comienza la represión contra los rezagos rebeldes que son perseguidos por las huestes españolas; gran cantidad de experimentados soldados realistas, mejor armados y muchas municiones fueron necesarias para doblegar el coraje de los rebeldes. Estaba en el pensamiento de Vilcapaza la propuesta que le hizo a Diego Cristóbal; armar la resistencia desde los valles selváticos de San Gabán,
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esa era su última opción, mientras cunde el desbande, algunos se entregan ante las fuerzas represivas acogiéndose a la paz firmada por Diego Cristóbal, pero igual, en los últimos días habían sido ejecutados los principales capitanes de Vilcapasa, la represión fue bárbara y atroz, no fueron respetados los pedidos de acogerse al perdón. En esas circunstancia Vilcapaza es capturado cerca del cerro Kimsa Sullka, como dicen los informes y partes de guerra de entonces, por la traición de un pariente suyo, Vilcapaza es llevado maniatado a Azángaro ante el Mariscal del Valle, hecho reportado por el Coronel Fernando de Piélago en un informe que decía lo siguiente: “Las derrotas que acaban de experimentar los rebeldes, y la reunión de nuestras fuerzas, causaron un efecto que no se imaginó, porque los Indios haciendo la estimación que se debía de ella, no queriendo obedecer a Vilcapaza, le abandonaron, de que resultó que los mismos indios se hubiesen apoderado de su persona viéndole sólo en su estancia situada en las inmediaciones de Putina y lo hubiesen pasado preso a Azángaro, en cuya
cárcel
sabemos
se
halla
con
bastantes
prisioneros”.
.
Sometido Vilcapaza a un proceso judicial submarinismo, con la intención de que declarara donde había escondido el oro y la plata, hecho a lo que se niega, entonces es sentenciado a la pena de muerte mediante el suplicio del potro, calificado entonces como el más cruel, a fin de que sirva de ejemplo a quienes pretendan rebelarse contra la soberanía del Rey. Esa mañana soleada del 8 de abril, Vilcapaza fue sacado de su prisión en la casa de los Mango a la Plaza Mayor; le hicieron presenciar la ejecución en la picota de sus más cercanos colaboradores, mientras rememoraba los momentos más sublimes de sus triunfos en Sorata, en Puno, así como las acciones heroicas de sus hermanos en las grandes jornadas de Condorcuyo, Pukina K’amk’ari, Inampo. Pero ay cruel el destino, “si pues, el chapetón lo único que qu ería era que le dijera donde están escondidos el oro y la plata”. No podía someterse a la
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ignominia de pedir perdón frente a la traición y la mentira que representaba el español. Fue conducido al centro de la plaza, atados sus brazos y piernas a cuatro caballos, ante la orden de picar las espuelas en las ancas de los caballos, se escuchó un sonoro grito de libertar, que estremeció a sus hermanos como a sus verdugos que contemplaban la escena:
“Llaqtamasiykuna,
kay
inti
rayku,
ñoqa
hina wañuyta
yachaychis”. “Azangarinos por este Sol que nos alumbra aprended a Morir
como
yo”.
El grito se escuchó en toda la plaza, error, gran error de los realistas; ¡No le habían cortado la lengua! como era costumbre hacerlo entonces a un sentenciado a muerte. La sentencia se cumple. No pudo ser descuartizado por cuatro caballos, su resistencia es de acero, se agregan cuatro más, ocho caballos no fueron suficientes, no pudieron dar con la fortaleza del héroe, entonces a cuchillo limpio y a machetazo alzado es descuartizado, luego sus miembros exhibidos a las afueras de Azángaro en los cuatro puntos cardinales; al sur en K’ank’ari, camino a Puno, donde otrora se sembrara
de gloria la dignidad humana; al este en Macaya, camino al antiguo pueblo de sus ancestros; al norte en Vilcacunca para que escarmienten los rebeldes que aun huirán a las selvas de San Gabán y al oeste en Cairahuiri, en la cuesta que era el camino real que comunicaba a Azángaro con la “civilización”; su cabeza fue colocada en lo alto de un
palo frente al templo de Azángaro, para el mayor escarmiento de los indios. Su pueblo fue redimido con su muerte, la cabeza del rebelde al día siguiente desaparece, rescatada por su hermanos; dice la tradición que fue llevada a ser enterrada en el mismo lugar donde se enterraron los tesoros de los rescates, en la laguna de Putislaka, muy cerca de su Moro Orcco querido, donde viera la luz de la vida, donde ahora podía ver entre las tinieblas de la muerte, la luminosidad que brinda la libertad; la gloria de su heroísmo y la satisfacción del deber cumplido en honor a su
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pueblo. Sigamos su ejemplo: ¡Nunca estar sometido al poder ignominioso!. “Con su muerte heroica honra a su raza esclavizada. La redime del
oprobio. Su martirio es una glorificación porque ha muerto de la muerte de cuatro siglos con el dolor que consumió el indio en su cruenta esclavitud. Se hunde sereno y firme en su gran noche iluminada, encendiendo llamaradas de admiración. El gran rebelde cayó inmolado. Pero su recuerdo siguió ardiendo como una tea. Siguió ardiendo alimentada por su rebeldía inmortal. Pasó a la historia. La tierra guardó su voz sanguinolenta, el eco de sus cóleras quemantes, el palpitar de ese motor poderoso que fue su corazón de bronce: el temple magnífico de su voluntad indomeñable. Entró a la mansión serena de la Historia….”
En vano pues esos días de abril, Joseph Del Valle se había esforzado por sacar de los labios de Vilcapaza el destino de los tesoros, menos un suspiro siquiera para pedir clemencia esperando el perdón, sus palabras se las llevó a la tumba; en la hora postrera sus labios solo esputaron un grito rojo de coraje, empapado en sangre rebelde que estremeció a la tiranía y el oprobio, más pudo su coraje de Puma Indomable que la traición, que no es un valor que los incas cultivaran. Más pudo el derecho a la libertar, la muerte gloriosa acabó primero con él, antes que verse sometido a un gobierno que tanto los oprimió. Ese fue su sino. Gloria a su recuerdo y vivas en su memoria a 225 años de su inmolación.
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PÓRTICO Lizandro Luna la Vega Editado en Arequipa La personalidad de un pueblo se mide por su pasado histórico o, en otros términos. Por su grandeza pretérita. Se mide también por su contribución a las grandes causas de la Libertad y la Justicia. Y paralelamente por sus hombres representativos. Tradición e historia son en los pueblos lo que la biografía en los hombres: un exponente de selección.
.
Desde su tradición heroica hasta sus leyendas románticas Azángaro tiene contornos apasionantes y figuras cimeras que se destacan como hitos megoliticos en el panorama de su historia. Algunas tienen perfiles de cumbre. Otros alcanzan estatura. ya en las letras, las armas o la política. No las enumeraremos porque no es este el sitio apropiado para hacerlo.
Eso
pertenece
él
lo
monografía.
Más lejos de los lejos, "Aswan karu" en el idioma vernáculo, Azángaro es el roquedal enhiesto donde nace aquel Puma Indomable que sacude lo conciencia de su pueblo y lega un ejemplo másculo de altivez, virilidad y patriotismo en la épica gesta libertaria de 178O. Es también el risco bravío donde nace aquel Cóndor andino del pensamiento que, en un vuelo audaz, salta del anónimo a la fama con su magnífica arenga al Libertador
al
píe
del
histórico
peñón
de
Pukará.
El Congreso peruano, por ley de 18 de Abril de 1828, le concede a Azángaro el honroso título de Heroico Pueblo de Vilca Apaza. Este mulo es blasón. Hace justicia a este pueblo. Le reconoce su magnífico aporte al movimiento social de mayor envergadura que tuvo la Emancipación Americana de 1789. Pero este aporte no esta debidamente mencionado por la historia. Es casi desconocida la participación sobresaliente de este pueblo en aquella gesta libertaria que tuvo en esta tierra bravía su epílogo sangriento. Aún no se conoce la actuación. trayectoria y martirio del indio Rebelde que se llamó Pedro Vilma Alaza. Estas páginas aspiran
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llenar ese vacío. Son un bosquejo rápido y sintético de la figura señera y la trayectoria meteórica de este caudillo. Son una exaltación. Pero hemos cuidado de hace sus relieves iluminándolos con los proyectores de la verdad histórica. Si la historia de un pueblo es la biografía de sus grandes hombres, según Carlyle, no creemos que Vilca Apaza por el hecho de ser un caudillo indio, no merezca la exaltación de la historia. Junto a las figuras próceres Túpac Amaru, de Pumakawa, Túpac Catari, en las luchas por la Libertad; junto a las figuras excelsas de Juan Medrano, "El Lunajero» Gracilazo de la Vega y José Domingo Choquehuanca, en el campo de las letras y el pensamiento, este caudillo forma parte de la constelación de Indios Inmortales que ya tiene un sitial de honor en la historia. Este ensayo primigenio, y como tal seguramente imperfecto no cumpliría su misión si fuera una mera narración sustancial del hecho histórico que es su tema. No estaría a la altura de este tiempo explosivo, en que se juega el destino del mundo, si no hubiéramos puesto en sus páginas la sinceridad y el calor de nuestra verdad. Y es que creemos que al imponerse una misión como ésta. Es un deber ineludible seguir el imperativo consejo de Nietzsche "Di tu palabra y rómpete". Lo hemos seguido. Hemos puesto nuestra palabra verdad y rotundidad de proyectil. No importa la polvareda que ella levante al hacer blanco en algunas viejas
armazones
feudales
que
aún
subsisten
Arcaicos rezagos de la Colonia. No importa que de aldea la muerda. Esa crítica está ahíta de imbecilidad y suficiencia presuntuosa. Su mordedura no hace que su veneno es como el del sapo. Hemos cumplido nuestra misión. No escribimos con agua bendita. Nos esforzamos por hacerlo con tinta de ideas másculas y con vitaminas de pensamiento moderno. La hora es de definición. El momento es de prueba, de lucha. de beligerancia. En el crepúsculo de una Guerra de dimensiones cósmicas que asola el mundo. En es la. Hora de génesis, grávida de esperanzas, cuando de los
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escombros humeantes de los pueblos desvastados por la vorágine sangrienta más grande de todos los tiempos, ya se vislumbra la aurora de un Mundo Nuevo de Libertad y Justicia. Hemos querido erigir la figura de un Caudillo. La parte crítica de este ensayo constituye los cimientos de nuestra obra. forma el plinto del monumento de granito que hemos erigido a Vilca Apaza. el Caudillo de Azángaro en la revolución de 1780. Seguramente esta obra no es perfecta. Está en bruto. La hemos tallado en roca. De este, mismo material fue la contextura espiritual de este rebelde que, con Túpac Amaru. Fueron los precursores de la Emancipación de América. Y como tales merecen la inmortalidad del granito porque, como nuestros libertadores de 1821, éstos también lucharon
por
legamos
Patria
y
Libertad.
Pasando bajo este Pórtico, y a cuatro capítulos de distancia, se alza, sobre su pedestal de siglos. el monolito de Vilca Apaza a través de la vigorosa, interpretación que hemos hecho del Caudillo. Estamos en la entrada. Adelante, lector.
EL MOMENTO HISTORICO Tres siglos de opresión, con su influencia letal. Pensaban como tres montañas de plomo sobre el cadáver del imperio. Bajo aquel peso enorme habían ido desapareciendo las obras admirables del lnkario logradas en largos siglos de paciente labor. La conquista fue como un cataclis¬mo para aquella organización. Destruyó la sociedad indí¬gena y su economía. Trajo por tierra el maravilloso y armónico sistema Comunista de gobierno. Pueblos íntegros fueron diezmados. Desaparecieron sus magníficas obras de irrigación, Sus acueductos. Sus caminos espléndidos, sus edificios seculares. De todo esto quedaron ruinas. El capital humano también iba disminuyendo. De once millones de habitantes, con que contaba el Imperio antes de la conquista, se habían reducido a menos de cinco en aquellas fatídicas tres centurias. Pavorosa proporción. Marchando a aquel ritmo la despoblación sería
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total. Este hecho, da la medida de la obra destructora de la Conquista debido al bárbaro sistema de gobierno impuesto a los pueblos sojuzgados. Del Imperio floreciente de ayer solo quedaban vestigios y escombros. Reinaba entre ellos un silencio de necrópolis. El dolor la angustia, cerraban sus férreas tenazas en torno a la sufrida raza. Pero esta soportaba en silencio su martirio. Parecía de bronce, Resistió estoicamente. Ni uno quejo. Ni un alarido de protesto. Sus reacciones violentas habían sido ahogadas en sangre desde la rebelión de Manco II en 1535. El Perú estaba sumido en una inmovilidad cataléptica. en un ¬letargo mortal. El régimen colonial parecía. haberse impuesto definitivamente. En rápido bosquejo enfocamos lo situación. Los indios marchaban en rebaño a ser devorados entre las fauces voraces de lo mita, los obrajes. Los cañaverales. las encomiendas. Eran estos centros de bárbara e inhumana explotación. Verdaderos infiernos dantescos. Ahí entraban los indios por millones, en racimos humanos impresionantes, la mayoría no volvió a salir. Quedaban sus cenizos. Huesos calcina¬dos, sangre y lágrimas, eran el combustible de aquellas ho¬gueras gigantescas. Es que el hombre había perdido su con¬dición de persona. Estaba convertido en animal de sufri¬miento. Había descendido al plano de lo bestia de carga. Estaba en la misma categoría del perro o del gato ante el criterio despótico del amo. El que nada tenia pagaba con su persona el delito de vivir. El que era yanacona de nacimiento se consideraba como siervo. De hecho perteneció al dueño de la tierra donde había visto lo luz. Y era irredimible. Si era hijo de la comunidad. el mal era mucho peor; llevaba desde antes de nacer la marco infamante del esclavo. El casado no estaba seguro de su compañera de infortunio. Estaba a merced de lo violencia, de la extorsión brutal erigidas en ley Carne de esclavitud, para esta sufrida raza no había más ley que la voluntad despótica del amo ni más juez que el látigo del capataz, Era paria en su propia tierra. Nada le
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pertenecía. Potosí, Huamanga, Huancavelica., grandes centros mineros, abrían sus socavones insaciables que iban tragándose rebaños íntegros de infelices parias enganchados en el trágico horror de las mitas. En cambio de estas hecatombes silenciosas salían ríos de plata y metales nobles para enriquecer a la coro¬na de España y la Corte con su enfatuada nobleza decadente. sus corregidores sanguinarios. sus caciques pulpos. El Perú estaba convertido en un feudo inmenso. Los obrajes, verdaderos martillos pilones de la raza, devolvían el sudor, las lágrimas y la sangre de los indios, convertidos en pesos de oro. los cañaverales. Los cocales de las tierras calientes, cooperaban a la obra exterminadora de hombres con sus fiebres mortíferas y sus enfermedades incurables. Hasta el habitante de la puna y la cordillera llegaba el aire envenenado de aquella es¬clavitud colectiva. Si era pastor. los descuentos inicuos por ganado "muerto o extraviado; el hambre, las privaciones, lo mantenían atado por toda su vida como una bestia a la noria. Destino cruel. A lo postre el paria tenía que rendir su tributo a la tierra. "De Potosí salían diariamente quintales de plata rumbo él los bergantines. camino de España. En sus minas trabajaban miles de indios "mitayos" bajo el látigo del capataz. No importa que la muerte los trague a cado minuto. Por eso mismo el español ha establecido la "mita", servicio obligatorio y gratuito. Más tarde se elevará una voz en favor de los indios: lo del Padre Las Casas. pero ya han muerto cuatro millones en la ruda faena. Potosí ha enriquecido a la Corona, sus fiestas fueron tan suntuosas que quedan en el recuerdo de los cronistas. Por el mundo corre lo fama de su po¬derío y todavía hasta hoy la leyenda repite con asombro: ¡tan rico como un Potosí"! (1) Trisíen Maref. La Tragedia del Altiplano.) En nombre de la Religión, la Ley, en nombre del poder omnipotente de la fuerza, estas injusticias seculares llegaron al colmo. Este fue el repartimiento forzoso de los corregido¬res. Constituía éste en repartir
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por medio de la fuerza objetos y mercaderías inservibles, como barajas. chuchearías. objetos averiados. entre los indios, para que fuesen pagados religiosamente con sus tierras o bienes, con su trabajo y el de sus familiares. En Acora un corregidor impuso a un indio rico, por la suma de cien pesos un naipe, era un Rey de bastos. como objeto valiosísimo. El indio. en su ignorancia. legó a su muerte a la iglesia de su pueblo el famoso naipe, da testimonio de este hecho el escritor Basadre que llegó a conocer este naipe y a la persona que lo poseía. Ten inicua explotación iba a enriquecer, en progresión geométrica, las arcas de les famosos corregidores, especie de gamonales políticos de estos tiempos, que gobernaban sin más ley que su despótico voluntad y desenfrenada ambición. Este funcionario colonial ero para el indio un verdadero azote y según un historiador, nada había para el indio más y más odioso que este señor, prácticamente dueño absoluto de esta provincia.» Estos extremos a que había llegado lo injusticia y la extorsión arrancó un ¡ay! de dolor a la raza oprimida. Pero esa queja se perdió en el silencio. La acalló la carcajada cínica de los tiranos. las compadrerías de los áulicos. el favoritismo de los poderosos La Corte, opiotizada por sus vicios, mareada por la algarabía y la adulación de sus lacayos y bufones, era sorda y muda ante el clamor de la raza sojuzgada. El, eterno papeleo de los informes la marcha lenta y desesperante en la tramitación de los expedientes. Constituían ridículos e irónicos paliativos ante males tan tremendos que iban minando con su cáncer implacable el corroído organismo de le colonia. Entre tanto la orgía de sangre seguía alimentando sus eras dantescas. Sobre aquel panorama de pesadilla, sobre aquel cuadro de alucinación. allá en lo alto del Koricancha no flameaba corno en otros tiempos la bandera secular de los Emperadores. Se había arriado silenciosamente en su mástil. Un negro crespón funerario habíalo reemplazado al Inti, el dulce Dios del Inkario, ya no alumbraba como antes con sus rayos
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esplendentes. Reflejaba ahora una luz lívida y espectral sobre ese panorama de cementerio en que aviase convertido aquel imperio floreciente que se derrumbó como un castillo de naipes ante el golpe traidor de un puñado de aventureros españoles la tarde trágica de Cajamarca. TUPAC AMARU En las postrimerías de un siglo de oscurantismo y esclavitud resuene, esta voz de apóstol social predicando la reivindicación de su raza explotada y envilecida. Adelantándose a la Revolución francesa que proclamó los derechos del Hombre, enarbola la bandera de la Justicia Social aboliendo los tributos. la mita. los repartos forzosos y todas las for¬mas de la esclavitud. Sus proclamas rebeldes inspiradas en los postulados, de la Justicia Social. avien15n. como vorágine tempestuosa, por todos los ámbitos de América la roja semilla de la rebelión. Esta geminó magnífica. Se extendió como un incendio. El poderío español se inflamó. El e¬jército indio que no tiene más armas que su coraje y odio al explorador se estrella contra los ejércitos españoles perfectamente armados y disciplinados. Pero es como el oleaje. de un mar empobrecido que estrelló contra las rocas. En aquella vorágine de destrucción paulatina de un pueblo a que había legado el sistema colonial sobrevino un fenómeno sociológico: la reacción de las masas explotadas. Lenta pero segura y progresivo lo rebelión se iba gestando en el Sar. Esta parte del Virreynato era un volcán que amenazaba erupcionar. Corría 1780. Como un movimiento sísmico que viniese de focos lejanos la insurrección comenzó, él manifestarse en diferentes puntos del extenso Virreynato. De pronto un estremeciendo sacudió las vértebras de los Andes. Había estallado Ia tempestad. Era un formidable sacudimiento social que estremeció a América. El poderío español se tambaleó como un árbol sacudido por el vendaval y surge la figura revolucionaria de José Gabriel
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Condorcanqui. En sus rudas manos sostiene la roja enseña de la rebelión. Fiel a su apellido simbólico viene a cumplir un mandato de sus ancestros los lnkas. Viene a libertar 5 su raza. Personifica la liberación. Condorcanqui significa "eres Cóndor". Este nombre es casi como un lema de batalla, Desciende del linaje inkaico de los Túpac Amaru. Es su legítimo sucesor en prosapia, derechos y real estirpe. Túpac Amaru significa serpiente de fuego. Este nombre de batalla explica la costumbre tradicional de los Inkas de designar a los conductores de pueblos y a los guerreros con nombres de animales salvajes que infunden terror. Amaru es el nombre de la serpiente totémica muy conocida en el inkario. Túpac Amaru es. pues el Cóndor andino que, enarbolando los postulados de una Justicia social sobre la bese de la liberación de su raza, enciende la chispa revolucionaria. Desde diez atrás la prepara pacientemente. El 4 de Noviembre de 1870 estalla la rebelión. Crece como un alud, Arrolla como una avalancha. Su trayectoria es meteórica y fulminante. Engendrado por el odio racial, producto de un fenómeno social. este movimiento carece de la luz serena de una dirección inteligente que encauce la gran fuerza destructora que tiene en potencia. Es fuerza ciega desatada. Por eso en su misma violencia se anida el fracaso. Como un fenómeno sísmico siembra la destrucción y la muerte; pero no canaliza su ímpetu avasallador y potencia destructora. No puede destruir rápidamente su objetivo y deja que la reacción tome cuerpo y la venza. Este movimiento revolucionario de las masas indígenas es un desencadenamiento de odios y venganza comprimidos violentamente durante tres siglos de opresión y violencia. Rata la resistencia de la raza desbordarse por todo el Alto Perú y el Altiplano. Abarcando una extensión de más de trescientas leguas llegando hasta el Tucumán. En la Argentina. Fuerza ciega desatada desencadena una vorágine de horrores y sangre que deshonra la causa libertaria que la había originado. Las huestes sedientas de sangre y venganza lleguen a extremos
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increíbles. Son un vendaval que arrasa todo ti su paso. Cargan cuantiosos botines. He aquí algunas escenas de sangre. En Caracoto la sangre de los españoles y mestizos muertos en el choque con los indios, llegó hasta la altura de los tobillos de los degolladores. En Tapacari la crueldad de estos fue hasta el sadismo. No reparó en sexo ni edad y hasta obligó a los padres a victimar a sus propios hijos. En Palca una india de la hueste revolucionaria, enarbolando mía hostia consagrada, recorrió las calles gritando: «miren el engaño de estos pícaros; esta torta la hizo el sacristán con la harina que yo traje del valle y quieren hacernos creer que en ella está Dios sacramentado." (1) Estos detalles revelan los extremos o que llegaron les indios en su sed de venganza y de odio. No respetan ni lo más sagrado. Ni los símbolos de la religión que les impuso Ia conquista. Estos extremos. Como es lógico, exaltaron a las castas en contra de la revolución. A su paso por los corregimientos. tras las huestes victoriosas, iba creciendo lenta pero segura una sorda resistencia. Como una marea surgía la contrarrevolución. Sus efectos no lardaron en dejarse sentir. La revolución de Túpac Amaru es el sacudimiento socia más grane de América Lo descrie le historia en todos sus detalles. No es lo índole de este trabajo ocuparnos de ella. Nuestro objetivo es historiar la repercusión que lleva esta revolución en el Kollao. Particularmente en Azángaro. Los hechos de armas que se realizaron después del desastre de Tinta, son más importantes que los anteriores. El foco ígneo del movimiento se desplaza al Kollao abarcando una parte considerable del Perú y el Altiplano boliviano. Aquello tiene su epílogo aquel grandioso movimiento con ejecución de los caudillos que sucedieron al ínclito Túpac Amaru. Desaparecida el alma del movimiento éste comienza a declinar, la falta una dirección inteligente. Los errores imperdonables de la campaña culminan en la caída del Caudillo. Traicionado, por sus mismos jefes es apresado en el pueblo de Langui. La Quinta Columna, antigua como el mundo y que actuó en todo las guerras, le tiende una
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trampa artera. Túpac Amaru paga con su sangre generosa y lo de sus hijos y familiares, el ansia sublime de Libertad y Justicia. Su martirio refinado y cruel solo puede tener paralelo en el martirologio de los primeros cristianos bajo el Imperio Romano. Soporta con estoicismo espartano su terrorífica ejecución despreciando a sus inhumanos verdugos. Su inkarial altivez y presencia de ánimo admirables las mantiene hasta el postrer suspiro. Aureolado por su heroísmo y martirio inenarrable la figura de este indio Subli¬me crece a medida que pasan los siglos como el símbolo de las aspiraciones y ansias de Libertad de la América indígena de todos los tiempos. En torno a la figura señera del Gran Caudillo hirvieron la calumnia y el odio del español tratando de mancharlo con su inmundicia. Pero esto no podrá empañar nunca su gloria inmarcesible. Túpac Amaru es el Máximo héroe indígena. El símbolo de la libertad del Perú indio. El precursor del más grande movimiento social peruano. AZANGARO FEUDAL En el centro del vasto y enigmático Kollasuyo. Azángaro fue en la colonia la tierra donde el feudalismo había echado profundas raíces. Varios factores influyen en este fenómeno. Entre estos sus riquezas naturales y las inmejorables condiciones de su suelo para las dos grandes formas de la riqueza la agricultura y la ganadería. Como sucedió en lodo el Perú. el feudalismo fuese infiltrando mediante el lento proceso de absorción de la comunidad por el latifundio y la pequeña propiedad. De aquí arranca la explotación feudal sobre los dos factores de la producción: la tierra y el Indio. Esta explotación y la servidumbre del indio llegaron a extremos que ocasionaron lo rebelión de éste. De ahí arranca el viejo problema del indio. En 1780 Azángaro es un océano empobrecido de masas indias que rumian en silencio sus cóleras impotentes sus do¬lores y angustias. bajo la férula brutal de los explotadores hispanos-mestizos. Como islotes
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sobre aquel mar turbulento, caciques de rancio abolengo inkaico, leales vasallos y servidores del Rey. explotan sus respectivos rebaños. Dueños de extensas tierras, amos y señores absolutos del capital humano que vive en ellas, cifraban todo su orgullo en ostentar sendos títulos nobiliarios, distinciones honoríficas, como Escudos de Armas. y hasta marquesados, que les otorgaba el Virrey en recompensa él su fidelidad y adhesión a los Monarcas Católicos de España. El corregimiento de Azángaro tenía cuarenta y seis caciques dueños de la tierra y el capital humano. En una superficie de dos mil novecientos cinco kilómetros que aproximadamente tiene esta provincia, el latifundismo había absorbido más de las dos terceras partes. Esto da una medida del feudalismo en la región. Sobre aquel extenso y rico feudo el Corre¬gidor, funcionario español representativo y símbolo del gobierno colonial era el mandón brutal y absoluto sin más ley que su arbitraria y omnímoda voluntad. Los tributos por cabeza, los obrajes. las mitas, los repartos forzosos, pesaban sobre las espaldas de aquella masa sufrido y paciente que soportaba en silencio las crueldades y exacciones de aquel bárbaro sistema de Gobierno. La sublevación sorprendió a Azángaro en pleno apogeo del feudalismo. En las masas germinaba ya la rebelión en forma progresiva. Parcialidades y latifundios eran almácigos donde ideas subversivas estaban agitando las conciencias dormidas. Por otro Iado la fuerza del caciquismo terrateniente extremaba sus medidas de precaución tratando. de contrarrestar el sacudimiento social que ya se sentía venir. Se aproximaba la gesta redentora como una Némesis de sangre. El cacique y el cura eran los directores de la vida provinciana en aquella época. Constituían dos fuerzas retardatarias y representativas de la colonia con sus taras de pereza de inacción y de servidumbre. El cacique simboliza la opresión. la fuerza. El cura es el colaborador el aliado que predica la obediencia y la sumisión al señor feudal embrutecien¬do a las masas con el opio de la religión. Dos grupos sociales y antagónicos se
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perfilan en aquella lucha: los explotadores y los explotados, En los primeros están los casiques Y. terratenientes que luchan por mantener su posición social y económica a toda costa aliándose con las fuerzas del rea¬lismo. Los segundos, la gran mayoría del Perú, iban a lo lucha por liberarse de la esclavitud, por reivindicar sus derechos hollados por el caciquismo. En Iodos sus luchas el indio siempre ha perseguido la tierra, el patrimonio de sus mayores: en una palabra, la conquista agraria. La génesis de este movimiento insurgente fue, pues, netamente económica cesada. Fue el primer intento formal del indio en América para reivindicar 5US propios intereses por sí mismo sin la intervención ni la ayuda de blancos ni mestizos. Fue el movimiento social de mayor envergadura y que ocupa el primer plano entre los sucesos revolucionarios de América. He ahí su mérito singular. A Azángaro tocóle ser el teatro del epílogo de esta formidable insurrección. Consecuencia de ello fue que quedó aquí la roja semilla de las reivindicaciones sociales del indio y que más farde se tradujo en esas explosiones de rebeldía que siempre fueron rubricadas con sangre. Quedó también un foco ígneo de rebeldías como se comprobará más adelante. En aquellos días precursores de la insurrección Azángaro es un feudo inmenso sometido al Gobierno Colonial formado por caciques, mandones y terratenientes que constituían una fuerza apreciable para la causa realista. Estaba formado por cuatro grandes parcialidades donde estaban los principales cacicazgos. Eran los siguientes: al Norte "Choqqemorocco controlada entre otros por los caciques Musu Mallco. Al Sur Choqqe-Chambi, que abarcaba toda la parte central o sea propiamente el mismo Azángaro. Aquí mandaba el famoso casique Choquehuanca que, fiel a su apellido. fue el primero en chocar con las huestes rebeldes de Túpac Amaru y Vilca Apaza. Al Este Yacchata en cuya comprensión está la parcialidad de Moroorcco donde nació el indomable Vilca Apaza que dio honra y gloria a esta tierra. Y finalmente
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Jurinsaya al Oeste. Aquí mandaban los caciques Manko Turpo y Carcahusto, de abolengo inkaico. cuyos an¬cestros, según la tradición, construyeron el templo de Azángaro y tuvieron grandes preeminencias y títulos honoríficos con¬cedidos por el Virrey por su fidelidad a lo corona de España. Ninguno de los caciques de Azángaro tuvo el gesto viril de salir en defensa de la causa libertario que era la cau¬sa de su raza y de su tierra. Todos lo traicionaron. A la hora de la prueba estuvieron con el realismo, le prestaron todo el contingente de su fuerza económica de sus personas y lucharon por él. Este hecho histórico prueba la profunda raigambre que llegó a tener el feudalismo en esta provincia Si Vilca Apaza hubiera contado con le adhesión de todos los caciques y su ayuda económica ocaso habría cambiado el destino histórico de la gran insurrección y tal vez se habría adelantado la fecha de la independencia del Perú en trentiocho años. Azángaro contribuía a les milos y trabajos forzados con un número de hombres proporcional a su población. De esta contribución no volvía sino la tercera parte. El resto se quedaba dentro los socavones mineros o en los obrajes. Lo plata que salía de este rico corregimiento; como lo de todo el Virreynato, estaba acuñado con la sangre, el esfuerzo y el sacrificio de millares de parias. En cavernas interminables marchaban a la capital del Virreynato las riquezas de todo el Pe¬rú para sostener el lujo, el fausto y las orgías de la Corte. “Desde Potosí iba o Lima el oro para los placeres del Virrey y sus áulicos.
Puno, Cuzco, Junín, Huancavelica, se desangraban para que los magnates de Lima sostuvieran su fauto; las aristocracias de penúltima hora agotaban los pla¬ceres en los brazos de la morisma berrendo, carne de escla¬vitud y de espasmo. “Hasta treinta mil habitantes ll egó Limo en los días de su apogeo colonial. Treinta mil habitantes y dos mil literas nobiliarias cruzaban, sus calles, El resto del pueblo componíanse de pecheras. de frailes y de
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aventureros poco menos que mendigos. Todo era sensualidad, lo mismo la llegada del Vi¬rrey que la consagración del arzobispo; el logro del título universitario que la especulación del auto de fe. fiestas de to¬rería, acompañado de fuegos de artificio rodeaban el pueblo mientras la nobleza vivía en medio de sus adulterios fastuosos y de sus grandes orgías seminales. Los virreyes daban el ejemplo. Virrey hubo que fue muerto mientras saltaba las vallas del cercado ajeno. El crimen repujado de galantería, y viceversa. Poro una criolla, un Virrey hizo construir paseos maravillosos y lo Corte rodeó a la manceba con sus adulaciones y su boato. Un zambo limeño ha contado en lengua casi española, lo podredumbre de aquella época. "Entre frailes y charlatanes partieronse el dominio de la inteligencia en la capital del Perú. Entre romeras y aristocráticas habianse ya dividido la fortuna de todo el virreynato Lima enorgullecíase entonces con más de cuatro mil cortesanos, diez mil frailes otras tantas monjas y sus dos mil carrozas heráldicas." Estos párrafos de crítica histórica, la mas certera y cáustica que se ha escrito hasta hoy día sobre la Colonia. son del libro polémico “Lima
contra Chile, Perú y Bolivia" del escritor indoamericano Federico More. Los hemos trascrito por ser la expresión más exenta y elocuente de la podredumbre de aquella época. La roja simiente aventada por el aluvión revolucionario de 1780 sobre estas tierras germinó rápidamente. Los sones épicos del pululo revolucionario del caudillo de Tinta vinieron él despertar a las masas explotados de su letargo de siglos. Las sacudieron como si las hubiese tocado una corriente eléctrica.
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Azángaro, Foco ígneo de Rebeldías Si es verdad que en Azángaro el feudalismo y fa das las formas de la opresión arraigaron profundamente en el coloniaje y lo República, también es cierto que, por reacción natural esta tierra fue siempre un almacigo de rebeldías abonado con el rojo limo de la Libertad. En contraposición al feudalismo de les clases explotadoras. en las minas esclavizadas de este pueblo germinó siempre el ansia sublime de la Liber¬tad. Ello le honra. Lo salva del oprobio. Si es cierto que tuvo caciques liberticidas que deshonraron a su raza por la traición de sus hermanos y su cobarde sumisión a España, también es cierto que esto tierra dio caudillos dignos de la inmortalidad del bronce porque lucharon por libertar a su pueblo. Vilca Apaza es símbolo de virilidad, altivez y Patriotismo que honra o su reza. Su solo nombre es argu¬mento incontrastable contra los que creen que el indio por su cobardía nació solo para la servidumbre y de que de él no son los gestos rebeldes. Este caudillo redime a su raza y a su pueblo. Héroe y mártir, su atlética figura se yergue en la gesta revolucionaria de 1780 con perfiles de cumbre. Por eso lo exaltamos. Por eso lo exhumamos del olvido injusto en que lo tuvo le historie. Estas páginas de exaltación y de justicia son la reivindicación de un héroe indio en él que se enfrentó con el pecho desnudo al poder español. Que luchó por la libertad del Perú y legó a su pueblo un ejemplo másculo y una página de honra y de gloria. Antes que Vilca Apaza otro caudillo de Azángaro se levantó en armas contra el yugo español. En 1744 Juan Santos Atawalpa encendió la revolución en la montaña. Aquella explosión revolucionaria duró trece años. Los guerrilleros montañeses hicieron prodigios de valor batiendo y aniquilando a los españoles con sus mismas armas, esta revolución montañesa tuvo también su repercusión en la sierra. Los indios de Azángaro fueron los primeros en secundar el movimiento encabezado por Atawalpa, el Rebelde montañés, descendiente del lnka victimado por los españoles. Entre los caudillos de Azángaro se destacó Andrés
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Ignacio Cacma Condori cuya actuación fue sobresaliente. Este indio rebelde consiguió que diez y siete provincias se conspiraran para el alzamiento. Su trayectoria fue breve. Terminó en el suplicio. Hecho prisionero, con ochentiuno de sus capitanes y lugartenientes, el 22 de Mayo de 1747, fue ejecutado por el General español Alfonso Santa de Ortega que ahogó en sangre aquella sublevación, Juan Santos Atawalpa y Andrés Ignacio Cacma Condori fueron los héroes de ese movimiento precursor al de Túpac Amaru. Con aquél hecho de armas el nombre de Azángaro queda inscrito en los anales de las gestas rebeldes. El historiador Francisco A. Loayza, en su libro "Juan Santos el Invencible", dice: "Conviene hacer aquí una afirmación y es la siguiente: Los autóctonos peruanos, a los dos años de la caído del lncario de los Inkas, se sublevaron contra los conquistadores Intermitentemente, hasta el advenimiento de la República. Cuando no era la resistencia pasiva, era la lucha armada, sin tener en cuenta la superioridad y eficiencia de las armas españolas. El autóctono peruano nunca fue un cobarde, como interesadamente afirman malévolos zurcidores de la Historia. Unos años antes de la insurrección de Juan Santos Atahualpa, Andrés Condori, en Azángaro, preparaba un levantamiento general que fracasó, según lo asegura el autor de esta carta. Y así como Andrés, otros y otros surgían de tiempo en tiempo desde la caída del Imperio, los caudillos libertadores de la raza." Debemos a este escritor el conocimiento del caudillo Andrés Cacma Condori, precursor de Vilca Apaza en la lucha por la Libertad. Francisco A. Loayza, el viejo panfletario, cuya pluma acerada fue siempre un ariete formidable esgrimido contra todas las tiranías, es también un campeón de los libertades públicas, un luchador de altos y nobles ideales humanos y un historiador de recia envergadura. El ha descubierto en el Archivo general de Indias de Sevilla treinta mil páginas de historia inédita nacional. Y este rico filón de historia le ha servido para exhumar del olvido a los caudillos indígenas que desafiaron virilmente el poderío
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de la tiranía española que eran escondidos por la historia. Es así como venimos a saber que hubo, un Juan Santos Atawallpa, caudillo de la Montaña, y un Cacma Condori que lucharon por libertar al Perú y fueron los precursores en las gestas libertarias. los dos últimos libres de este escritor, "Juan Santos el Invencible" y 'Cuarenta años de Cautiverio" éste último las Memorias de Juan Bautista Túpac Amaru hermano del Caudillo, son un aporte valioso él la bibliografía nacional y a la historia patria, y una labor digna de alabanza. El espíritu de rebeldía, la altivez y virilidad del indio de Azángaro quedaron confirmados en forma inobjetable en lo famosa revolución de Túpac Amaru. Los hechos de armas de este movimiento, que tuvieron como escenario el Kollao, Alto Perú, fueron superiores a las acciones libradas en el Cuzco. Propiamente la revolución de Túpac Amaru. Los hechos de armas de este movimiento, que tuvieron su epicentro en Azángaro. Aquí se desarrolló y aquí tuvo su epílogo. De ahí por qué fue este pueblo durante tres años la capital del Imperio cuya restauración proclamó aquí Diego Cristóbal Túpac Amaru, sucesor del gran Insurrecto que hizo tambalear los Virreynatos de Lima y Buenos Aires. Los reveses de la suerte, los fracasos sangrientos que sufrió el indio en todos los intentos de rebelión y en sus lu¬chas desiguales por la libertad, como la que sufrió en la gran revolución de Túpac Amaru podría creerse que hubieran determinado el aplanamiento de la raza y le hubieran servi¬do de escarmiento para el futuro. Nada de eso. Los fracasos no lo amilanaron. Al contrario. Cada fracaso engendró nuevas rebeldías. Estimuló mayores ímpetus libertarios, Como el ave fénix de la leyendo, el espíritu de rebeldía del indio y su tenacidad ancestral renacían de sus propias cenizas después de cada hecatombe. Vilca Apaza es un ejemplo formidable. Ese espíritu combativo esa tenacidad de montaña fueron la herencia que legó a su raza este caudillo. Remarcamos este hecho. En la sublevación de Túpac Amaru murieron cien mil indios. ¿Quedaron abatidos por esta pérdida y claudicaron de sus ideales de libertad?
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Nunca. El espí¬ritu de rebeldía de lo raza se fortificó más bien con esta tre¬menda lección sangrienta y renovó su promesa de seguir luchando contra sus opresores. Ya antes de ésta revolución más de seis mil indios de la provincia de Chucuito emigraron a la montaña por huir de las persecuciones. según el padre Lizárraga ¿Qué prueba esto? indudablemente rebeldía. Prefirieron el destierro a la esclavitud y la opresión. La transición del Coloniaje a lo República no amenguó tampoco ni proscribió eso rebeldía que anima al indio desde que fue despojado por los conquistadores; desde que éstos destruyeron el Imperio inkaico reemplazando el régimen del comunismo agrario y su sencillo panteísmo ritual por los regí¬menes del latifundismo esclavizante y del despotismo católico romano en especial religioso. Esto he sido fácil constatarlo a través de los múltiples intentos de rebelión y las expresiones del indio durante la República. Como ésta no alteró la base andina de la economía que sigue siendo agraria como no proscribió el latifundismo. el indio ha seguido manteniendo siempre latente su rebeldía y pugnacidad por la conquista de sus libertades. La obro del gamonalismo en la sierra ha esti¬mulado más bien ese sentimiento de rebeldía con las corrientes represiones con que ahogó las explosiones de la raza au¬tóctona cansada de sufrir. Los levantamientos subversivos de llave y Pomata en Chucuito; de San José, Samán Caminaca y Llallahua, en Azángaro; los de Huancho y Chuchito, en Huancané, que pudieron servir de escarmiento y de amarga experiencia, no tuvieron el resultado que se esperaba. El espí¬ritu pugnaz de rebeldía indígena solo ha sido comprimida por obra de la violencia. No ha desaparecido. Mantiene latente la dinamita de sus ansias de libertad. En lo sierra del Perú desgraciadamente subsisten todavía. Intactas muchas formas y costumbres de la Colonia con su arcaísmo decadente y su conservadorismo retrógrado. El casique colonial solo ha cambiado de etiqueta y de indumen¬taria. Subsiste en el señor feudal de hoy que es
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el gamonal. El colono es el mismo de antaño. No ha cambiado nada. El mitayo está disfrazado en el pongo, acaso el símbolo más dolorosa de la servidumbre colonial. El sentimiento feudal e indígena está latente todavía en el aspecto religioso. El cura es el símbolo más elocuente del feudalismo de ayer. Sigue explo¬tando a sus rebaños con la tiranía de sus tarifas en su gran tienda que es la iglesia. Aquí los precios están en escala progresiva. El feligrés está sujeto a ellos y tiene que pagar desde su ingreso a la existencia hasta su viaje definitivo al otro mundo. El que mejor paga está más cerca del cielo. Le encomienda espiritual del pastor de almas es todavía el legado más rico de aquella época de oscurantismo y opresión. El feudo de antaño está acrecentado en los grandes latifundios de hoy qué hasta hace poco, fueron creciendo a costo del ayllu, esa fuerza germinal de los pueblos del inkario. El latifundio indudablemente es la mejor herencia de lo corona. Esta herencia es lo génesis del problema primario y vital del Perú: el problema de le tierra. Mientras subsiste no desaparecerá ese espíritu pugnaz de rebeldía del indio que mantiene latente sus reivindicaciones y ansias de liberación. Un caso original que vale la pena historiar confirma esta tesis, o sea que el feudalismo y la opresión engendraron siempre rebeldía. Hace dos décadas, la herencia de rebeldía que legó Vilca Apaza en su suelo nativo, dio en Azángaro un fruto imprevisto y extraño que se presta a la observación y al estudio. Es el caso de Ezequiel Urviola Vamos a discriminarlo. Urviola fue compañero nuestro de aula en la escuela primero y en el colegio después, allá por 1907. En el aula Urviola fue un temperamento tranquilo y eutrapélico, Un muchacho aplicado y machacón. No llamábamos Copérnico. Nada hacia sospechar que en él germinaba un socialista peligroso ni lo que después llegó a ser. No sabemos cómo, si por inspiraciones de la herencia del atavismo; si por la inocencia telú¬rica o el ancestralismo inevitable. Urviola transformóse en un tipo de alucinado y visionario estilo bolchevique de novela rusa.
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De aquí pasó él la acción y de ésta a la beligerancia. Volvióse socialista acérrimo. soñaba con la redención del indio, con la vuelta del imperio, con el Tahuantinsuyo. Después de terminar su instrucción medía, ingresó a lo universidad. No pudo terminar. Los estudios superiores requerían mayor sacrificio económico. No podía afrontarlo. Su pobreza y acaso los ideales rebeldes y anarquistas lo empujaron a la acción. Abandonó el aula. Desde ese momento su vida no fue sino una odisea dolorosa que solo terminó con la muerte. Combatió sin descanso. No tuvo tregua. En los agros, parcialidades y haciendas iba sembrando la roja simiente de sus ideas no solo socialistas sino anarcosocialistas. Predicando la rebelión a las masas. Hízose mensajero de los ayllus y marchó a Lima en 1923. En aquel año el problema del indio hacía crisis y en las masas indígenas de todo el departamento terminaba una sorda conspiración. Hubieron varias masacres. toda la sierra era un volcán que amenazaba explosionar de un momento a otro. Urviola era el agitador, el altoparlante de las ideas revolucionarias Su actividad era incansable, Lo transformó. Cambió su indumentaria de misti por el traje humilde del indio. los zapatos por las hojotas. el sombrero de paño por el chullo y el sombrero ovejón. No le faltaba ni lo pelota de coca en los carrillos. Su metamorfosis fue total. Es con este aspecto como un día presentóse en el Palacio de Gobierno con otros mensajeros del departamento de Puno. Cuentan que para impresionar al Presidente Leguia, que habíales concedido audiencia a los delegados indígenas. Urviola entró a Palacio con su facha teatral de indígena del Cuzco haciendo genuflexiones exageradas, poniéndose de hinojos de trecho en trecho, hasta llegar delante del mandatario y besarle las manos humildemente. Sorprendido éste interrogóle que para qué hacía todo eso. Urviola le contestó tranquilamente que así era la costumbre en la sierra y que así les obligaban él hacer los tiránicos gamonales, fue un golpe de gran efecto que seguramente impresionó a este gobernante que llegó él prestar tanto apoyo a la causa del indio. En aquel año el Comité Pro derechos
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Indígena Tahuantinsuyo, qué llegó a funcionar cono una institución oficial tuvo en Urviola su más fanático propagandista y su más eficaz colaborador. Urviola encabezaba memoriales. Redactaba volantes incendiarios. Encabezaba comisiones de delegados indios en sus quejas. Era en suma el alma del movimiento reivindicacionísta indígena. «Las cadenas de la esclavitud, que para siempre debían haberse roto a los pies de Patria. en las pampas de Junín y Ayacucho, han sido sacrificios inútiles y un mito. Hoy la gran medida de nuestra paciencia se ha llenado; nos encontramos desesperados y en vano en esta vez podrían defraudar nuestras supremas esperanzas de Justicia. Paz y Libertad," decía en un volante explosivo dirigido a los aborígenes de la Nación. Firmaban los delegados de todas las provincias ó nom¬bre de sus hermanos de toda la República. Unido encabezaba las firmas. Era el líder del movimiento. Así trabajó más de una década hasta caer al ser, abatido por la lucha y devorado por el mal que estaba minando su organismo. Evoquémoslo. Su Figura estrafalaria suscitaba curiosidad. Tenia perfiles de un afiche extraño y grotesco. Jorobado, Miope. Contrahecho. Su deformidad física. su andar, sus ademanes. dabanle credo prestancia que atraía las masas como un imán. Revivía en él aquel Cuasimodo que inmortalizara la novela de Dumas, Hermético. astuto. Tenía de la piedra y del zorro, pero en el fondo ero un espíritu zahorí de agudas aristas. Tenacidad y rebeldías paralelas. Socarrón, irónico. Tenía esa ironía amarga y punzante, del indio, ironía que corta y flagela como el viento helado de sus cordilleras. Es evidente que su defecto físico restóle fuerza y bríos. La columna vertebral tronchada, sino lo imposibilitó para una acción eficaz, quitóle en cambio ímpetu combativo. Pero le dió personalidad. Le sirvió para impresionar. Los indios lo mi¬raban con supersticioso respeto. Le obedecían ciegamente. Cuando iba con dios en demanda de justicia y los encabezaba en su odisea, Urviola, más que un dirigente, parecía la mascota de los grupos autóctonos. Era el illa. Desde
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la infancia se manifestó su rebeldía. Cuentan que ella debióle la rotura del espinazo a causa de una caída de cabello en Muñani, su pueblo natal. En su convivencia con el indio llegó a dominar a maravilla el arte sutil de la simulación la duplicidad y el disimulo. Sabía agacharse cuando llegaba el caso; pero también sabía erguirse como un amauta cuando actuaba en su medio, entre las masas. Enemigo acérrimo del gamonalismo combatiólo con todas sus armas y en todos los terrenos. Hubieron motivos. Urviola experimentó en carne propia las laceraciones del gamonalismo omnipotente y las injusticias de los detentadores de tierras. Esto lo sublevó. No quiso recurrir a la justicia. De aquí arranco su campaña tenaz en favor del indio y por esto abrazó con ciega fe el apostolado de los redentores y entró decidido a engrosar las masas de los parias con el santo odio a los tiránicos opresores de la raza. Antes de partir de Azángaro a cumplir su misión, una noche hizo su profesión de fé. Tomó posesión del pueblo de Vilca Apaza entrando o media noche a la pila de agua y allí juró seguir las huellas del Gran Rebelde hasta conseguir su objetivo. Lo cumplió fielmente. Desde aquel momento su vida no fue sino una peregrinación constante, una batalla que termina una odisea breve. Tan breve que no le dio tiempo para culminar su obro. La actividad febril, el fuego de los ideales rebeldes y los bacilos de Koch, lo consumieron rápidamente. Murió en plena beligerancia. Murió casi indigente, en un hospital de Lima. Para José Carlos Mariátegui, Urviola personificó el tipo revolucionario del indio peruano. Ia chispa de un incendio por venir.» El tipo del «nuevo indio». En el prólogo del libro “Tempestad en los Andes” de Luís
E Valcárcel, el gran escri¬tor polémico hizo este recuerdo del agitador azangarino, que en sus andanzas llegó hasta la mesa de trabajo del insigne escritor y creador del socialismo en el Perú, Dice Mariátegui: «El nuevo indio no es un ser mítico. abstracto, al cual preste existencia solo la fé del profeta. Lo sentimos viviente, real activo. en las estancias
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finales de esta película serrana a que el como el propio autor defina a su libro. Lo que distingue al «nuevo indio" no es la instrucción sino el espíritu. El "nuevo indio" espero. Tiene una meta. He ahí su secreto y su fuerza. Todo lo demás existe en él por añadidura. Así lo he conocido yo también en más de un mensajero de la raza venida o Lima. Recuerdo el imprevisto e impresionante tipo de agitador que encontré hace cuatro años en el indio puneño Ezequiel Urviola. Este encuentro fue lo más fuerte sorpresa que me reservó el Perú a mi regreso de Europa. Urviola representaba lo primera chispa de un incendio por venir. Era el indio revolucionario. el indio socialista Tuberculoso. jorobado. sucumbió al cabo de dos años de trabajo infatigable. Hoy no importa ya que Urviola no exista. Basta que haya existido. Como dice Valcarcel hoy la sierra está preñada de espartacos. Propiamente Urviola no fue indio puro. Tenía mezcla de sangre hispana. Los Urviola de Azángaro y Muñani de donde era natural nuestro biografiado descendieron de españoles. El Capitán de fragata español Don Miguel de Urviola fue el antecesor de éstos. Ezequiel Urviola se hizo indio como ya dijimos, empujado por un sino inexorable. Obedeció el man¬dato otávico de lo sangre indígena de sus ancestros por la línea materna. Abrazó la causa del indio tan ahincadamente que rayó en el fanatismo. Por eso luchó hasta matarse. Constituyó el tipo del indio beligerante, del indio evolucionado con "una filiación y una fé” Así lo
ubicó el gran polemista por que descubrió en él un tipo de indio nuevo, consciente de su destino. Si Urviola no muere tal vez habría sido otro Juan Bustamante y como éste habría terminado en el Tabor de los redentores. Habría llegado lejos en ese rojo camino de su socialismo exaltado. Pero sembró. Cumplió su misión histórica. Fue fiel al mandato telúrico y a la herencia del Gran insurrecto.
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EL PUMA INDOMABLE A veinte kilómetros de Azángaro y al noroeste esta la parcialidad de Moroorcco sobre lo columna vertebral de los Andes que atraviesa la región del Norte al Sur, se alza como atalaya granítico, un cerro alto erizado de picachos. Es el Moroorcco, eEn el horizonte se destaca desde lejos sobre Ias cumbres como un vigía gigantesco que otease sobre un ocea¬no de montañas. En aquellos riscos bravíos donde braman las tempestades crepita el rayo y rugen los huracanes; en aquellas punas intérminas estadios de la vícuña y el suri y altos aeródromos del viento donde cóndores imperiales tra¬zan las Parábolas de su vuelo impertérrito; en esos pajonales rumorosos y pañolerías de basalto donde ruge el puma y silban las vizcachas; ahí, en ese escenario cósmico donde ger¬mina la fuerza y el alma exulta e xulta frente a esa naturaleza sonora y poderosa de los Andes, vio la primera luz Pedro Vilma Apaza. Nació predestinado, Nació con el don del mando y la facultad organizadora de los Caudillos. Entre los brazos ciclópeos y los bíceps de piedra de sus montañas nativas se deslizo su infancia arisca. Indómito y gerrero creció en ese magnifico escenario en medio de una salvaje libertad. Creció Iibre, voluntarioso y bohemio como el viento de sus punas; inhiesto y tenaz como sus picachos. En el trapecio formirabIe de las cumbres se forjó su espíritu rebelde con todas las tenacidades discretas de la raza, La piedra le dio su dureza, la montaña su tenacidad granítica y los mallcus que miran al sin pestañear, su altivez y su soberbia. Estrenó sus músculos de bronce en ese gimnasio formidable de la fortaleza andina donde el indio adquiere esa contextura de gra¬nito que le permite desarrollar records que solo podrían batir paradójicos espormanes autóctonos. Ya hecho hombre bajó de sus roquedos bruñidos de sol y de intemperie, bruñida de tempestades y relámpagos, agresiva y rampante como un puma, en su salvaje fiereza. Bajó en una hora grave en que las voces roncas de los pututos guerreros atronaban el cielo llamando a los indios al combate y que los auquis a uquis líderes me¬ditaban graves y solemnes
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porque se jugaba la libertad de su tierra. El hijo del Moroorcco escuchó el llamado telúrico oyó la voz ancestral del lar nativo y obedeció. Silencioso y resuelto eligió su camino, el único que su honor y el de su tierra le señalaban el áspero camino de la rebelión. Estaba inves¬tido de la virtud enérgico del Apu para dirigir la santa cruzada libertaria. Y él dijimos que estaba predestinado para dirigir aquella gesta rebelde como lo fue Manco Kapaj para fundar el gran Tahuantisuyo. Este fue el caudillo Vilca Apaza. Se le conocía también por Willaca Apaza. Hasta el nombre explica su beligerancia. Descendía de los Willca cuyos ancestros fueron probablemente los primeros habitantes de aquel ayllu. Por la línea materna tenía sangre y espíritu e spíritu aymaras. Magnífica herencia. Por esta línea su estirpe se remontaba hasta los inkas collaguas de le rebelde Chucuito. Vilca Apaza fulgió a la vida seguramente en uno de las peñolerías que coronan un cerro cativo. Era hombre-puma. Su nombre es de por sí una profesión de fé. Lo dice su sim¬bolismo guerrero. Parece que pertenecía a una estirpe noble de indios rebeldes, de abolengo incaico, que nunca se inclinaron ante los tiránicos amos españoles. Mantuvieron tenaz¬mente su verticalidad. Vivieron en constante son de protesta, naturalmente fueron los mejores puntales y los más porfiados agitadores de la sublevación de 1780. El nombre Vilca Apaza es sinónimo de caudillo y rebelde. Veamos su etimologío. Vilca Apaza es el nombre españolizado de Willaca o wilIca apuasa. Wilca está formado de las raices aymaras wila y laca. Willa es sangre y laca boca. Significaría, pues, boca sangrienta o fauces con sangre. Algo de fiera. De animal de presa. Apaza está formada por los vocablos apu y wasa. Apu es jefe, cabeza de ayllu o Cau¬dillo; wúasa es detrás o espalda. Apaza significaría pues, el que tiene presencia o estatura de caudillo. Señala este nom¬bre seguramente una posición social o una prestancia gue¬rrera. Subrayamos este hecho; el más destacado caudillo alto peruano de la
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revolución fué Julian Apaza, más conocido por su nombre de batalla Tupac Catari. Su actuación, sus hechos de armas, como el memorable sitio de La Paz el 13 de Mar¬zo de 1781, tal vez opacan a las acciones guerreras de nuestro biografiado. Julían Apaza actuó en Alto Perú paralelamente Vilca Apaza en Azángaro. Corrió la misma suerte. Sufrió la misma clase de ejecución; el tormento del potro. Su biografía es breve pero fulgurante En su mocedad fue peón en un in¬genio de minas; pero más antes había pasado hasta por Sacris¬fán. Este caudillo fué el genio de la violencia. Apasionado, vehemente, tenaz, fue el más feroz de los caudillos altoperuanos. Su rebeldía y su audacia eran extraordinarias. Quedaron demostradas en el sitio de Sorata en que para tomar la plaza provocó una terrible inundación donde perecieron muchos de los, sitiados. Su egolatría era paralela a su audacia. En sus campañas llevaba consigo un serrallo de mujeres y se haCÍa rendir homenajes casi divinos, fiel a su nombre de batalla, pues Catari significa reptil venenoso, su ferocidad de tigre quedó gráficamente demostrada en sus hazañas sangrientas que confirmaron su fama de guerrero terrible. La campaña del Alto Perú, acaso la más sangrienta y espectacular, está llena de episodios donde la figura de este caudillo rebelde se destaca por sus hazañas que se caracterizaron por una vio¬lencia llevada al extremo. Lo secundaron sus hermanos Dá¬maso y Tomás Catari que siguieron el ejemplo del famoso caudillo. Los Apaza fueron, pues, rebeldes auténticos, guerreros de raza. Hombres de piedra que pusieron los primeros cimientos de le Libertad en América. Héroes en suma. De los breñales de Moroorcco bajó este Puma Indoma¬ble allá por los años 1750 cuando ya la roja semilla de la rebelión aventada por Tupac Amaru estaba germinando. Vilca Apaza traía por todo blasón nobiliario su coraje indo¬mable, su fenocidad y arrojo salvajes. Por lema la liberación de su raza; por misión eI exterminio del explotador español o mestizo, era en suma el pionero de un anhelo ancestral, la reivindicación de la tierra a sus legítimos dueños. Venía, pues, a cumplir un mandato
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telúrico. Paralelo a Túpac Amaru en la gloria y en la obra, émulo de Tupac Catari en la tenacidad y el valor. Vilca Apaza fué el brazo ciclópeo de aquél Indio Sublime que fué José Grabriel Condorcanqui. Verdadero precursor de la Emancipación Americana que tuvo el sueño grandioso de libertar al Perú, figura señera y desconocida de la gesta épica de 1780. Vilca Apaza más que un representativo de su raza es un instrumento de castigo que surge de pronto en el escenario de la lucha como lanzado por un fenómeno telúrico. Encarna un momento histórico. Simbolizó la protesta de un pueblo esclavizado. Es el látigo implacable y vengador que cae sobre las espaldas de los tiránicos amos hasta humillarlos. Es un producto racial desconcertante. Personificación de las virtudes legendarias del kolla es la voluntad explosivo del in¬dio cansado de sufrir. Es la rebeldía hecho hombre. Su vida es una ráfaga. Un huracán demoledor. Pasó como un ciclón por poblados, minas y haciendas dejando un tendal de chapetones y traidores o la causa libertaria, su paso vandálico es fecundo en resultados. Siembra vientos. Cosecha tempestades. Recoge botines fantásticos Dirige y organiza sus huestes como un hábil estratega. Las masas lo miran con respeto casi religioso, En su espíritu roqueño es¬tán reproducidos todos los accidentes topográficos de su sue¬lo. Ásperas cumbres y abismos. Pampas intérminas, punas hoscas y yermos, Nieves perpetuas, Todo esta plasma su personalidad vigorosa. Por eso su estatuto histórico se yergue con estupendas perfiles emulando los altos picos del Ande. Lo nimba la aureola del héroe y del mártir. De guerrero y del conductor de pueblos. Vilca Apaza fue en suma el "aswan¬kari" de su pueblo. Podría talvez dar la clave de la etimología de Azángaro que algunos creen viene de aquellos vocablos; "aswan" y "kari" que quiere decir el pueblo del más hombre. El pueblo viril. En la hecatombe de 1783 la figura de éste Indio inmenso se levanta aureolada por su heroísmo y su martirio. Surge bruñida por el brillo
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épico de sus hazañas guerreras que llegan hasta lo inverosímil. En sus correrías de gato montes Vilca Apaza llega hasta los lindes de la leyenda. Su coraje in¬domable, su tenacidad de montaña, la tremenda lección viril que da al odiado explotador español y a los casiques traidores a su raza, lo acercan a la novela. Es casi un personaje de leyenda. No en vano, según ella, Azángaro se asienta sobre galerías subterráneas donde duerme un tesoro fabuloso que forjó la tenacidad de este guerrero indio que durante tres años mantiene su fiera beligerancia y erige SU pueblo en la capital de aquel extinto Tahuantinsuyo que el gran Tupac Amaru tuvo el sueño de restaurar. ¡El Puma Indomable! Si miramos la trayectoria de Vilca Apaza sus hechos de armas, su inmolación heroica, veremos que no le queda holgado este nombre de batalla con que lo designamos. Vamos a justificarlo. Los rasgos de la personalidad de este jefe indio tan audaz y valiente son los del hombre de huera. Del guerrero instintivo, su espíritu combativo le viene de raza. Su rebeldía su tenacidad roque¬ra, son herencia de la Sangre aymara de sus ancestros. Tiene del puma el fiero instinto salvaje para acogotar la presa. Lo zarpa rampante. La astucia felino. Del Kuntur mallcu, rey de las cumbres, tiene el ímpetu oscencional, la visión poderosa. Veámoslo en 1780. Esta en la plenitud de la vida. Cuaren¬taicinco años explosivos. Talla gigantesca. Cuerpo macizo, bien conformado. Parece armado en piedra. Músculos ágiles y elás¬ticos, Ojos de puma, Mirada zahorí, penetrante, Arde en las pupilas un fulgor extraño, Habilidad y rebeldía innatas, Te¬nacidad de roce, Rápido y expeditivo como un corregidor de su época, Estratégico como un desfiladero, El continente enér¬gico, el ademán resuelto imponen respeto, La suma de estas cualidades dan al acero de su voluntad un temple extraordi¬nario. Tal el Hombre. En sus años mozos estudia en el Cuzco. Asimila ávida¬mente conocimientos. Tiene inteligencia natural que le permite ver más allá del horizonte nativo. Desde su infancia habiasele grabado en el espíritu el
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espectáculo doloroso de su raza martirizada, embrutecida hasta el nivel de la bestia, Espectáculo conmovedor, Realidad sangrante. El calvario de su raza surge él la luz siniestra de tres años de opresión incruen¬ta, contemplándolo en todo su horror Vilca Apaza siente surgir de su fondo anímico un ansia infinita de venganza, un anhelo incontenible de lanzarse ciego él romper las cadenas seculares de aquella esclavitud, pero antes hace una profesión de fé. Medita profundamente. Ante las ruinas ciclopeas del Sajsaywamán imperial, donde parecen vagar las sombras heroicas de los Emperadores legendarios, formuló un jura¬mento solemne: liberar a su pueblo del yugo español. Silen¬ciosa, solemne, rotunda es aquella promesa hecho ante los manes tutelares de los lnkas. Con ese íntimo e imperioso manda o de su espíritu como escudo, con ese solemne jura¬mento como acicate sale del Cuzco, lleva empuñada la sim¬bólica tea de la rebelión. En su frente luce la estrella de los conductores de pueblos. El Puma indomable que hay en élafila la zarpa poderosa. Por aquellos años en que se gesta la sublevación co¬noció en el Cuzco al Gran Insurrescto. Comprendiéronse rápidamente. lmanes magnéticos atrajeronlos mutuamente, Espíritus afines ambos erán pioneros del gran sismo social en gestación, Desde aquel momento un común destino unidos en la magna obra redentora. Túpac Amaru, que era un electroi¬mán en eso de atraer masas y un artífice en el arte de co¬nocer a los hombres, descubrió que en el caudillo azangarino había madero de guerreros. Pero de los mejores. Con esa in¬tuición penetrante, con esa visión telescópica de los conduc¬tores de pueblos, lo designó colaborador y jefe en la obra común y colocó sobre los recios hombros del rebelde la misión de levantar el Kollao donde ya germinaba la roja si¬miente la insurección. ¡En qué magnífica forma habría de cumplirla Vilca Apaza!
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EL CHOQUE El cacique histórico de Azángaro, el de mayor posición social económica era don Diego Choquehuanca. Realista acérrimo, ostentaba el título de “Capitán de las Milicias del Perú, Cacique bien y distinguido”, título que
podía transmitir a sus descendientes. Una prueba de la feudalidad de aquella época. En aquel año de 1780 Don Diego era Coronel del Regimiento de naturales de Azángaro y su hijo don José Choquehuanca ejercía el cargo de Justicia Mayor. El 26 de Noviembre de este año, cuando ya todo el corregimiento se había levantado en armas, marchó con su regimiento a Ayaviri y de aquí pasó a Lampa donde debía celebrarse una Junta de guerra. Acompañaba a su tropa como capellán el presbítero don Gregorio Choquehuanca hijo del Coronel, realista fanático, antes de aquella marcha don Gregorio había hecho un valioso donativo el ejército realista consistente en cuatrocientos carneros y cien castellanos de orto, una fortuna en aquel tiempo. Dirigió personalmente la construcción de atrincheramientos que se hicieron en Ayaviri para contener a los rebeldes; ayudó a conseguir que la gente de Lampa y Carabaya para engrosar el ejercito realista y fue en suma un auxiliar poderoso de la causa realista poniendo su influencia y prepotencia social económica al servicio de ella. Como se ve, Azángaro era bastión formidable de resistencia no precisamente por sus efectivos ni por sus defensas, sino porque os caciques más ricos eran fanáticos realistas y prestaban con sus bienes, su prestigio y sus personas poderosas ayuda a la causa del Rey, puestos contra sus hermanos de raza todos los caciques de este pueblo eran considerados por la masa indígena como traidores a su propia causa. Naturalmente eran odiados. La fidelidad de Choquehanca al Rey resultaba, pues, una ironía sangriento una verdadera traición a la santa causa libertaria, a la causa de su estirpe y de su suelo. Este hecho histórico tiene su paralelo en Pumakawa aunque éste a la postre volvió por sus fueros peleando por la libertad de su pueblo. En la famosa
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retirada de Tupac Ama¬ru hacia el Kollao en diciembre de 1870 cuyo error tal vez fue la causa de su derrota por el ejército realista, la traición de Choquehuanca fue ejemplarmente castigado por el Gran Insurrecto quien hizo arrasar la casa de este Casique y de los contrarios a la causa del indio. Azángaro fué vísitado por Tupac Amaru el 13 de Diciembre de aquel año, El caudillo “montaba un brioso caballo con rica montura
bordada, armado de pistolas y espada. Vestía traje de terciopelo azul rica¬mente bordado de oro y llevaba sombrero de tres picos, se cubría con un unkju o manto en forma de sobrepelliz, sujeto al cuello por una cadena de oro de la que pendía una gran imagen del Sol hecha en oro”.
Desde aquí volvió al Cuzco al tener noticia de los preparativos bélicos para sofocar la insurrección. Sobre el gran Kollasuyo, donde ya la rebelión ardía. un ejército de veinte mil indios SI" puso en marcho rumbo 01 Sur. Comandábalo Diego Tupac Amaru, hermano del caudillo y Pedro Vilca Apaza. En el trayecto este ejército fue creciendo como un alud de nieve. Propiamente no podía llamársele ejército, Todo lo contrarío, Era una avalancha humana in¬contenible. Algo así como una fuerza telúrica que llevara en su seno la potencia de un explosivo y la fuerza avasalladora de un torrente. Pero este Amazonas desbordado que iba anegando todo a su paso carecía de los elementos básicos que construyen un ejército. Carecía de armas y de organi¬zación; no tenía disciplina ni dirección técnica. De lo contra¬rio la sublevación habría triunfado en el Perú. Sobre aquella úlcera feudal teñida de rojo realismo que era Azángaro cayeron como un alud Ias huestes rebeldes de Vílca Apaza. El choque fue bruto! Todo el corregimiento tembló como sacudido por un sismo. Hubo un desbande de Casiques y chapetones. Un sálvese quien pueda frenético. Los que vieron venir la tempestad de lejos huyeron antes que llegara. La ira de los atacantes crepitó explosionando sobre los bienes y latifundios de los casiques ya que no pudo co¬gerlos a ellos "La familia Choquehuanca que era la más rica del corregimiento fue el bloqueo
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propicio de aquel odio racial desencadenado. Once haciendas del cacique fueron arrasadas por todos los habitantes. Un cuantioso botín cayó en poder de los rebeldes, Ganados, muebles, plata, oro alhajas, deslumbraron a a las huestes sedientas de sangre y venganza. El escritor Modesto Basadre qué fue Subprefecto de Azángaro en 1852 recogió importantes documentos del vecino de este pueblo don Juan Ignacio Evia sobre la sublevación de Vilca Apaza. Por su valor documental, su veracidad y el he¬cho de que el autor vivió en Azángaro, la descripción que hace de aquellos hechos históricos, aunque incompleta, ligera e inconexa, dan a ese trabajó un valor incontrastable por lo que creemos necesario su trascripción. Dice Basadre: "El Casi¬que Choqueguanca de Azángaro. además de su ardiente amor al Rey de España. tenía motivos especiales de odio contra los Túpac Amaru. Los Choqueguanca eran los Capuletos y los Túpac Amaru los Montesco de esas apartadas regiones. En 1850 era vecino de Azángaro el respetable anciano don Juan Ignacio Evia nacido en Arequipa, pero vecino de Azángaro desde 1875 don de vivió al lado de su tío el cura Escobedo. Del Sr. Evia he recibido muchos de los datos que he publi¬cado y publicaré en estos apuntes Choqueguanca no podía confundirse con la preponderancia que sobre sus blasones pretendía obtener la familia Tupac Amaru y al saber la jura a favor de Gabriel Tupác Amaru o se eI Emperador José I armo a su gente se puso en relación con los chapetones de Asillo Putina, Huancané y Moho y trató de resistir a las fuerzas sublevadas. Vanos fueron los esfuerzos de Choque¬guanca, Vilca Apaza arrolló toda oposición; los de¬moledor huyeron a Arequipa las haciendas de Puscallani y Picotani de Choqueguanca fueron saqueadas y confiscadas. Las huestes amotinadas de Vilca Apaza quemaron los obrajes de Muñani, saquearon los minerales de Arapa y Betanzos, talan Huancané, Vilquechuco y Moho, degollaron a los propietarios de los lavaderos de oro de Poto y como un torrente devastador se arrojaron sobre los pueblos de Apolobamba, Larecaja y Omasuyos. Los inmensos
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lavaderos de oro de Tipuani, provincia de Larecaja (Bolivia), los riquísimos veneros y placeres e Aporoma, Caballo Muerto etc. De Carabaya fueron invadidos; degollados los propietarios españoles o hijos de estos, saqueadas todas las propiedades, quemados todos los edificios y
derrumbados
los
caminos”.
La patenticidad de esta descripción da una idea de la magnitud de aquel ciclón devastador que actuó sobre Azángaro el centro vital del realismo. Sus resultados catastróficos se tradujeron en un riquísimo y cuantioso botín cuyo monto no se ha podido valorizar. De ella arranca aquella leyenda que ubica a Azangaro como el sitio donde permanece oculto bajo la tierra un milunianochesco tesoro. La ola de la insurgencia arrasó todo el Kollao. Túpac Catari puso sitio a La Paz. Sorata, que estaba habitada por familias ricas de españoles, fue totalmente destruida. Aquí hasta las mujeres pagaron su tributo a las iras rebeldes. Los horrores de la invasión tiñeron de rojo campos y pueblos poniendo sobre ellos su nota escalofriante y espectacular. Sobre otro cacique de Azángaro don Tomás Mango Turpo, Inka, noble de la parcialidad de Jurinsaya, cayó también la furia devastadora. El caique ostentaba en su casa de Azángaro, blasón que lo acreditaba como un fiel y leal Vasallo del monarca Católico. El blasón fue acicate, atrajo como un imán la furia de los rebeldes. La casa fue incendiada y saqueada. Sus haciendas taladas y saqueadas sus ganados y enseres. Pero con su familia se ensañó el odio y la venganza en forma sangrienta. Un domingo de Cuasimodo la mujer del cacique Doña Rosa Velazco y sus hijas Doña Juan Agueda y doña Juan Mango fueron ejecutadas en forma salvaje dentro de la misma iglesia después de una misa. Sus cadáveres, después de ser degollados, fueron exhibidos des¬nudos en la plaza, en el rollo o sea la picota de los ajusticiados dando un espectáculo macabro, era un escarmiento a los traidores. Al ver que se acercaba la tempestad el cacique Mango Turpo huyó al Alto Perú. Su familia y bienes pagaron muy caro su fidelidad y vasallaje a la causa realista. Desde muchos años
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atrás Mango Turpo ejercía el cargo de Ayudante Mayor de las Milicias de esta provincia. Al empezar la sublevación fue designado nuevamente con el mismo cargo por el Corregidor de Azángaro don Lorenzo Satta y Zubiría En un documento antiguo fechado en Lampa el 15 de Sefiembre de 1782 que hemos visto original, este cacique solicita se le reciba una información jurídica sobre los sucesos de la revolución y manifiesta lo siguiente: Este documento original existe en poder de sus descendientes. "2 Item. Juren y declaren si apenas estuvieron transitables los cominos pasamos inmediatamente a incorporarme con mi sobrino al ejército que a la sazón se hallaba en la villa de Puno mandada por su Corregidor Don Joaquín de Orellana con cuya tropas nos hallamos; yo sin embargo de mi avan¬zada edad, en las dos más expuestas campañas que en aquel entonces se ofrecieron, hasta que precisado de los necesida¬des de aquel Campo tUVo por conveniente nuestro Sr Corre¬gidor concederme una verbal licencia para mi retiro a lo ciu¬dad de Arequipe atendiendo a los continuos trabajos de mi familia y miserable estado en que quedara si por desgracia acertaba a aparecer en alguna de sus salidas. 3. Item. Juren y declaren si es cierto que el rebelde Tupac Amaru tuvO siempre su mayor tedio y encono contra toda mi distinguida familia, y que si en justificación de esto se halló en auto en poder de los rebeldes indios en el asalto dado por nuestro Señor Corregidor en el lugsr de la Pescadería del pueblo de Samán cuyo contenido se dírigio solo a mandar expresamente a todos los Infieles que con el mayor esfuerzo se procurase la aprehensión o muerte de toda mi familia pasando inmediatamente al embargo y secuestro de sus bienes o cuyas perjudiciales diligencias y perniciosos deseos le movió al rebelde la experiencia de la acreditada fidelidad, amor y celo que siempre había observado profeso y profesó todo mi linaje a nuestro Católico Monarca como heredado distintivo de su condición y estado, como el ser que mi hijo se halla de actual Alférez
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en
esta
Provincia."
"6 lten. Si es cierto que de innumerable tiempo gozaba mi casa y familia de la recomendable distinción de Cadena Real y Escudo de Armas en la puerta como distintivo de fieles y leales vasallos concedidos por nuestros Católicos Mo¬narcas y que así mismo no bastó esta preferencia para con¬tener el furor de los rebeldes sino que antes bien atropellando todas estas inmundicias la rompieron e hicieron victima de sus iras este distinguido blazón y demás bienes de nuestras casas"
Entre los documentos a que hacemos referencia hay una carta interesante del famoso Visitador don José Antonio de Areche dirigido el Casique don Tomás Mango Turpo, la Carta se conserva original. La trascribimos textualmente. «Carta del señor Visitador General de todo el Reyno de Indias Joseph Antonio Areche desde Lima. La carta que Uds me escriben a nombre de los Españoles de lo provincia de Azángaro que se hallan acuartelados en ese ciudad y destacamentos inmediatos representando las fatales resultas que temen si Se condesciende con las aleves ideas propuestas por el iniquo rebelde Diego Condorcanqui o Tupac Amaro sobre impedir que los actuales corregidores de Azángaro, Lampa, Carabaya sigan en el excercicio de unos empleos. Me Ilenó de compasión y ternura pues confieso que por lo lealtad y amar con que Uds. han sostenido lo justo con él se han he¬cho dignos de lograr muy diversa suerte de la que tristemente han sufrido: Y por que él cerco del regreso de dichos Corre¬gidores a sus Provincias no puedo dar dictamen pues pende lo determinación del Ntro del Exmo, Señor Virrey conclui con asegurar a Ud,. que no teman que sus purificadas provi¬dencias les traigan JS reales que recelo en sino cuantos alivios y consuelos sean posibles y Yo lo deseo. A los Que. a Uds. M. A. Joseph Antonio de Areche. Lima i 5 de Enero de 1782. Sr. Don Thomas Mango Turpo y Don. Pedro Mango. Cuzco"-
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