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Sumergido por los rincones de palacetes que dejaron leyendas históricas, acariciando esas tres ermitas legendarias que poseemos en las riberas del Manzanares, merodeando por las viejas esquinas de sús calles galdosianas, que guardan la flor y nata de nuestra Villa, Ángel J. Olivares recopila las Historias del Antiguo Madrid. Ún cogollo de retazos que Madrid nunca debe ' de perder, para el bien nuestro y de nuestros descendientes. Llevados por su prosa ágil, nos adentráremos por estas callejuelas y recoyëcos de nuestro querido y aptiguo Madrid-
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Ángel J. Olivares Prieto, nace en los barrios del viejo Madrid, el 20 de agosto de 1920. Estudia arquitectura en la Escuela Central de Aparejadores y com parte sus estudios colaborando en divulgaciones y reportajes sobre temas matritenses. Colabora en revistas y periódicos, tales como Villa de Madrid, Madrid castizo y señorial, Espacio vivo y otros. También en los diarios Pueblo y Ya con artículos y reportajes sobre temas matritenses. En su haber cuenta con más de seiscientos artículos escritos a lo largo de los últimos cincuenta años, charlas y conferencias en Centros Culturales y Hermandades sobre las costumbres de Madrid, sus rincones con historia, sus palacetes con leyendas románticás, sus riquezas desaparecidas, etc. Es autor del libro Rincones del Viejo Madrid, publicado en esta misma editorial.
Ilustración de portada: Maqueta de León Gil de Palacio. Museo Municipal de Madrid.
Ángel J. Olivares Prieto
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istorias del A n t ig u o
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© 2001 Ediciones La Librería C/ Mayor, 80 28013 Madrid Teléf.: 91 541 71 70 Fax: 91 548 93 93 e-mail:
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DEDICATORIA
En memoria de mi querida madre, se lo dedico a las tres mujeres que más quiero hoy: a Beatriz, mi esposa, vinculada a ella hace sesenta años, y a mis queridas hijas, Marisa y Paloma, a las que tanto quiero y ellas, a la recíproca, me lo compensan. Con todo mi cariño, a esas cuatro mujeres.
PRÓLOGO
Como continuación a mi libro Rincones del viejo Madrid, y siguiendo la misma dirección me vuelvo a sumergir en esos rincones matritenses, llenos de leyendas y romances, que bien dicen de los valores que lentamente nos vamos olvidando y que están ahí, imperecederos, para que nuestras futuras ge neraciones puedan agradecer estos legados del bien común de todos los madrileños. Con este nuevo libro no pretendo buscar raíces nuevas que nos puedan compensar de las ya perdidas, para revalorizarlas y no queden en el anonimato. Mi intención es relatar parte de lo que sé y parte de lo que ignoro. Porque muchos aspectos del pasado histórico de Ma drid esperan al investigador para que se decida a buscar los legajos donde se esconden múltiples secretos de su biografía. A través de sus capítulos nos podremos recrear en sus pa lacetes, en sus ermitas, en los valores de sus templos, en sus arrabales y «córralas»..., y eso es lo que está ahí, lo que se sa be; pero también es mucho lo que se ignora, costumbres, le yendas, fiestas perdidas... Madrid es como la cadena de una rotativa, donde los esla bones somos los propios madrileños; y cuando uno de los esla bones falla esta cadena queda paralizada sin poder transmi tir ninguna de sus ideas o noticias. Y aquí vuelvo a insistir -perdón por la insistencia- que vayamos transmitiendo a nuestros descendientes nuestra historia e idiosincracia, para que estos valores y raíces matritenses no caigan en el olvido o la ignorancia. 7
Sin alardear de erudito, pero con la suficiente modesta ambición de conocer y recabar retazos matritenses caídos en el olvido e ignorancia, para revalorizarlos, siguiendo la este la, modestamente, de insignes y eminentes escritores matri tenses. Si bien es cierto que para reconocer el valor incalculable que Madrid posee no hay que tener una inteligencia «supe rior», sino saber profundizar en sus legajos aletargados para que éstos nos puedan ayudar en la investigación de los inicios e historia que buscamos. Y, sobre todo, tener un apego y cari ño a Madrid; así de sencillo. Me he sumergido por los rincones de palacetes que dejaron leyendas históricas, he acariciado a esas tres ermitas legen darias que poseemos en los ribazos del Manzanares, he me rodeado por los viejos rincones de sus calles galdosianas, que guardan la flor y nata de nuestro Madrid. Realzo el valor de esos hombres ilustres que con su pluma y su vida supieron le garnos su historial matritense. En fin, un cogollo de retazos que Madrid nunca debe de perder, para el bien nuestro y de nuestros descendientes. Sólo pido a los lectores sepan disculpar los errores que pu diera haber cometido, en la descripción y búsqueda de esas le yendas, mitos, historias... del viejo Madrid.
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LA VILLA DE MADRID DESDE QUE FUE CORTE
aPero a Felipe II se le antojó fijar su Corte en la Villa de Madrid, que lejos de ganar algo con este capricho, en poco tiempo perdió todos los elementos naturales de propia vida. Era la Villa, en el siglo XV, abundante en bosques y a los que cien años de instalada la Corte habían sido talados para levantar espléndidos palacios de la nobleza, y al mismo tiempo para alimentar en calor a la población cortesana que era la que dominaba la Villa...».
adrid, antes de ser Corte, fue un poblachón más bien, fundado por el pueblo árabe, en cuanto a su origen y nombre. Fue una avanzada musulmana de Toledo, después un punto, más de escala que de reposo, para los soldados castellanos, y poste riormente una residencia de paso de los reyes que iban y venían de León a Toledo y desde Bur gos a Sevilla. Los reyes castellanos fueron muy dadivosos en conce der a la Villa pergaminos, otorgando gracias, pero fueron muy codi ciosos en levantar edificios dignos de atención, a excepción de algunos que todavía subsisten o los tenemos en el recuerdo, tales co mo: el Monasterio de San Martín, el de Santo Domingo, el famoso de San Jerónimo, son testimonio de todo lo que entonces alcanzó en ha cer la fe cristiana. Estos reyes tenían predilección por algunas capitales; esto ocu rrió en el caso de Toledo, donde se arrancaba una montaña de pie dra para hacer una capital. Sin embargo, en la Villa de Madrid, pa ra edificar la torre de los Lujanes, el palacio de los Vargas, nos conformábamos con algunos cantos de pedernal de Vallecas y algu nos guijos del río Manzanares, para reforzar los ladrillos de los an teriores inmuebles. Pero a Felipe II se le antojó fijar su Corte en la Villa de Madrid, que lejos de ganar algo con este capricho, en poco tiempo perdió to dos los elementos naturales de propia vida. Era la Villa, en el si glo XV, abundante en bosques y los que a cien años de instalada la Corte habían sido talados para levantar espléndidos palacios de la nobleza, y al mismo tiempo, para alimentar en calor a la población cortesana que era la que dominaba la Villa. El agua era tan abundante que por todas partes había fuentes y «viajes» de agua que tan a flor de tierra estaban que, a mano, en cu bos, se sacaba de los pozos y las arterias. Y el hacha que acabó con los árboles desterró las aguas, hasta tal punto que durante el rei nado de Felipe III, ya había necesidad de mezclar las aguas de los manantiales con la de los pozos.
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La Villa era rica en cereales y vinos, de los que obtenía conside rables cosechas, igualmente era rica en huertas con abundantes y excelentes hortalizas y exquisita fruta. Y después de perder el arbo lado se perdió otro recurso de alimentación, el de la caza. La hume dad constante del suelo sostenida por los bosques, y el sobrante de las aguas fecundaba grandes praderas en los que se criaba abun dante ganado, y la Villa pasó de ser un pueblo productor, al pueblo exclusivamente consumidor. En el siglo xv, la Villa tenía un clima templado «de buenos aires y cielo», cuando las encinas, los pinos, los castaños, los avellanos, los madroños, quebraban los vientos serranos durante el invierno y re frescaban la atmósfera durante el verano. Cortando y talando, des pués de quitar a la Villa su campiña, sus aguas, sus alimentos, se la despojó de sus condiciones sanitarias. Males, que no beneficios, vinieron a la Villa de Madrid en la he rencia de Felipe II; él no comprendía las necesidades de una capital, a la que con una sola señal suya elevaba o hundía una existencia, nada más que le bastaba su aposento o celda, sin ocuparse para na da de la vida civil de sus vasallos. Nunca cuidó de enmendar los defectos de la Villa, ni trazó calles anchas y rectas, sólo aprovechó la inteligencia de Juan de Herrera para levantar el Puente de Segovia, para su cómodo paso hacia la Casa de Campo y El Escorial, no construyó más edificios que el que necesitaba el servicio de sus caballerizas, no levantó nada más que 17 monasterios, todos muy grandes, pero de tosca mampostería, sembrados aquí y allá sin orden ni concierto. El, que no admitía con sejos, siendo la única opinión la suya, huyó siempre de la idea de formar en Madrid una capital, haciéndola solamente como apeade ro. Aquí en Madrid no quiso nada más que construir templos de cas cote, y sin embargo fue a erigir su palacio-sepulcro en las laderas del Guadarrama, en el que empleó cuatrocientos millones de ducados. No muy conforme de haber privado a la Corte de sus ventajas na turales, sin más recompensa que los inconvenientes de haber pobla do una Corte errante, muy aventurera y corrompida. Tuvo una vida de prestado y raquítica, que también se retrata en el lento y artifi cial desarrollo que ha tenido Madrid desde que vino la Corte. Per mitió que a calles y plazas se arrojaran los animales muertos, el es tiércol, las aguas fecales y todas las inmundicias, creando una atmósfera fatal para la salud de todos los madrileños. Madrid no sufrió iguales perjuicios de los sucesores de Felipe II, porque poco le habían dejado de perder. Las riquezas y el poderío de la dinastía austríaca, que alcanzó un poderío colosal, nada hizo
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en la capital más que crear nuevos obstáculos a las reformas que exigía. Felipe II derrochó un tesoro en levantar un monasterio en El Es corial. A Felipe III le dio por el juego de la pelota y de los naipes, que con la reina, todas las noches, se cruzaban hasta cien mil ducados. Felipe IV disipó riquezas de su propio Palacio y de lugares sagrados, que con Olivares y Luis de Haro llegaron a vender las municiones de las plazas. Felipe V gastó otro inmenso caudal en formar unos jardines, remedos de los de Versalles. Y ya, a finales del siglo x v iii, Carlos III comenzó a edificar y realizar buenas mejoras en la Corte. Y estos fueron los beneficios que obtuvo la Villa al trasladarla a Corte, y sumado a los escándalos que se daban continuamente, allí donde debía de cundir el ejemplo. La ostentación que públicamente hizo Villamediana de sus amores con la reina Isabel. El descaro con que Valenzuela pregonó sus relaciones con la reina gobernadora y toda la larga serie de hechos vergonzosos que se sucedieron hasta María Luisa y Godoy. El duque de Lerma arrancó con la corrupción y el cohecho. Se empezaron a dar los empleos públicos a cambio de servicios perso nales, hasta tal punto llegó el pluriempleo que se hizo que nadie co brase más de un salario. Asi dimanaba la codicia y se gobernó el rei no desde Lerma, que se enriqueció con los despojos de los moriscos, y que hizo de la administracción un mercado, del que sólo en dádi vas adquirieron cuarenta y cuatro millones de ducados. El condeduque de Olivares se llevaba un sueldo al año de cuatrocientos cin cuenta ducados, lo bastante para sostener un ejército. Los destinos públicos se obtenían sin consultar si eran aptos pa ra el cometido, porque nadie pensaba servir a la patria, sino en ser virse a sí mismo para sus beneficios. Fueron apareciendo títulos en personas de oscuro origen, que se veían repentinamente entre el cuadro de los grandes. La inmoralidad se extendía en todas las di recciones. Madrid resbasaba los límites de riñas, robos y asesinatos. Se violaban los conventos, se robaba en las iglesias, un individuo que rezaba a la puerta de un templo se veía acometido de asesinos. Cuando a los soldados les mandaban a campaña, desertaban, y se quedaban en la Corte con la única ocupación que el robo y los crí menes, se juntaban con los delincuentes y formaban a la puerta de la capital cuadrillas para asaltar a los caminantes y trajineros, mal tratando o matando, dejándoles desnudos a los que nada de valor traían, talaban las viñas, destruían las huertas, enviaban peticiones con amenazas a los negociantes; en Alcorcón batían a los ministros de la justicia.
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Tres siglos después de haberse establecido la Corte, todavía se continuaban llamando «arrabales» a la desordenada población que se fue extendiendo fuera de la antigua .muralla, por cerros y ba rrancos, sin dejar espacio para ornamentación de plazas y jardines públicos. En el siglo xvin, todavía era la Villa un lugarón puebleri no, en que los reyes y los nobles no habían hecho cosa alguna para embellecerla, en nada se distinguían sus alrededores de las cercaní as de un poblado. Las calles onduladas, estrechas, tortuosas, subían y bajaban por las colinas sin orden ni concierto, sin tener para nada en cuenta la perspectiva, ni el ornato, ni la comodidad del vecindario. El empe drado, cuando en algunas calles surgió, se componía de guijarros con las puntas hacia arriba en la superficie, una estrecha fila de lo sas sin labrar, constituía en algunas calles las peligrosas aceras. En cuanto al alumbrado, se aspiró a algo más que a las lamparillas que alumbraban a las imágenes colocadas en algunas esquinas. Aquí y allá se divisaba algún farolillo que otro en los pisos principales de las pocas casas que los tenían y que obedecían al mandato de los bandos. Las manzanas de las casas eran grupos mostruosos de edificios altos y bajos. En ridiculas fachadas coronadas por canalones que arrojaban ríos de agua sobre los transeúntes cuando la lluvia era densa, con balcones, la mayoría de madera, con enormes rejas sa lientes en la planta baja, que obligaba al transeúnte a caminar por el arroyo, entonces en el centro de las calles. Se abrían portalones que parecían el paso de alguna mazmorra; por ellos, se llegaba a es caleras estrechas, con mucha pendiente y sin luz alguna, que con ducían a miserables habitaciones con pequeñas alcobas sin luz, y que casi siempre recibían su única ventilación ppr el comedor, y con retretes separados por el fogón de la cocina con un tabique sencillo. En esta clase de viviendas, y muchas peores aún, se aglomeraba el vecindario aprisionado por la cerca de Felipe IV. Según un escritor de la época de Fernando VI, «Madrid era la Corte más sucia que se conocía en Europa». Las inmundicias se arrojaban por ventanas y balcones, más tar de se depositaban las basuras en los portales de las casas donde es taba en fermentación desde el domingo al sábado, en que eran obli gados a llevarlas los que venían de los pueblos inmediatos a vender hortaliza y comestibles; por último se adoptaron los carros de lim pieza. Los pozos rebosaban de inmudicias. Las paredes sudaban pringue. Las verduleras esparcían por el suelo los desperdicios de sus mercancías. Los burros de los yeseros emblanquecían las calles
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con su cargamento y los carboneros sembraban sobre el yeso el cis co de sus seras. Los faroleros chorreaban aceite. Los borrachos re gaban las orillas de las calles. Los vecinos interceptaban las calles sentándose a tomar el fresco en el verano, haciendo hogueras para encender los braseros o asar castañas en el invierno. Regando ma cetas, sacudiendo esteras, arrojando por ventanas y balcones pape les y trapos viejos en toda la época del año y a todas las horas. Los picapedreros convertían la vía pública en taller. Los perros, los ga tos y los cerdos, como igualmente las vacas, las cabras, los pavos y las gallinas, se establecían en la calles como si fuera su corral, es tablo o pocilga. Los mercados eran miserables tinglados sucios, cajones y pues tos ambulantes, desprovistos de lo más necesario, sujetos a abastos, tasas y privilegios. La carne, por ejemplo, se pesaba en la plazuela de el Salvador para los hijosdalgo sin «sisa», y en la de San Ginés para los pecheros autorizando la «sisa». A finales del siglo x v i i i , no había coches de alquiler, nada más que las colleras y calesines, has ta que se le concedió a Simón González el privilegio de establecer seis y uno de reserva, que eran los conocidos «simones». Tal es el bosquejo somero del pasado de la Corte en Madrid. Mi intención no ha sido discriminar a los sucesivos reinados por los que se ha atravesado en las distintas épocas, pero sí, reconociendo lo bueno y lo malo, aunque por fatalidad ha predominado más lo ma lo, y que yo, a través de muchas consultas y anotaciones he ido re copilando en esta narración.
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Atalaya musulmana.
¿MADRID, ISLÁMICO?
« Toledo y Madrid eran la presa más codiciada por combatientes árabes que estaban deseosos de hacer la guerra contra el infiel: andaluces y toledanos se encerraban en estas fortalezas para hacer oración premeditada para acciones bélicas».
«Vista de Madrid con el Alcázar», ele A. Wingaerde.
ara mí no admite discusiones que Madrid es una Villa de raíz islámica; de personajes históricos medievales tenemos vagas referencias de crónicas a las cuales hemos de conceder carta de crédito, y ya por sus hechos habremos de presumir que so bre las incursiones de Ramiro II, Abd-al Rah man III incita de inmediato a la guerra, produ ciéndose una importante victoria, destacándose en esta memorable ocasión el qa-d de Madrid, Abu-Umar. La inseguridad de Madrid y su demarcación militar es conse cuencia de los ataques de los cristianos que, a veces, a juego con los falsos gabernadores árabes, produce la reposición de estos manda tarios por expresa volundad del califa cordobés. En el año 930 se nombra gobernador de Madrid a Abd Allah ibn Mohamed ibor Ubayd Allah. En el 937, es renombrado por dos veces más a favor de Ahmad b Abd Allah b Abi Isa y de Mohamed b Ali a la caída del pri mero en una batalla. Todos estos acontecimientos demuestran una reconstrucción de las defensas militares de Madrid por orden de Abd el Rahman III. El Madrid transformado y recimentado por Abd el Rahman III durante los años 932 a 940 parece ser que quedó de ser invadido por las huestes cristianas en la segunda mitad del siglo x y casi todo el siglo XI. En estas condiciones era inevitable que Alfonso VI en 1085 arrastrara la caída de Madrid al intentar la toma de Toledo a conti nuación de la pérdida de líneas militares ubicadas en los ríos He nares, Jarama y Guadarrama. Toledo y Madrid eran la presa más codiciada por combatientes árabes que estaban deseosos de hacer la guerra contra el infiel: an daluces y toledanos se encerraban en estas fortalezas para hacer oración premeditada para acciones bélicas. En el año 1085, Madrid cae, con Toledo, en manos de los cristia nos, sobreviviendo de su pasado islámico el nombre de Almudaina -villa pequeña-, según nos dice un documento mozárabé del año 1152, en el que el Arzobispo de Toledo, don Raimundo, cede un solar
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a Pedro Esteban, ubicado en la Almudaina de Magerito. Este docu mento no dice «medina» -ciudad normal—sino «almudaina» -ciudad pequeña—, término que aparece en los textos árabes de los siglos IX y X. Lo que sí es cierto que en el año 1105, una documentación cris tiana referida a Alfonso VI y al convento toledano de San Servando, dice «in civitatte de Mageriti». Atendiendo a la etimología árabe, te nemos las siguientes voces aplicables a Madrid: «hisn» -fortalezael que como es habitual en las fortalezas islámicas, conlleva una amplia albacara -recinto complementario con murallas-, medina -ciudad normal-, que incluye ese «hisn-albacara» y una mezquita; por último, «almudaina» -ciudad pequeña o ciudadela-. Lo que sí hace falta saber, si ésta última se identificaba con el «hisn-albaca ra», o con la «medina» que se definía como ciudad urbana indepen diente. Almudayna era un término muy entrañable para los madri leños, y que de siglo en siglo pasó hasta nuestros días. Posiblemente la palabra «almudayna» surgió con la ocupación cristiana de la ciu dad al compararla con la ciudad murada diseñada por los propios cristianos desde la Puerta de la Vega, Puerta de Guadalajara hasta la Puerta de Moros. Caso éste que no es fácil comprender ya que en el año 1152, almudayna se vio ya citada, lo que significa que en es te año se hubiera producido ya la ampliación cristiana. Las hipótesis de que Madrid era árabe las fundamento en: Ia.—Un Madrid con dos contornos árabes, el de la «almudadyna», con' sus 9 hectáreas, con la Puerta de la Vega y de Santa María, con su templo incluido, línea que se extendía hasta la Puerta de Moros. 2a.'—Un Madrid árabe, el de la «almudayna», con sus 9 hectáreas, y otro Madrid cristiano hasta la muralla de la Puerta de Moros. 3° - Un Madrid de dos recintos árabes y otro cristiano, la «almu dayna» de las 98 hectáreas, el espacio urbano hasta la calle de Se govia donde se cree hubo una hipotética muralla, frente a la plaza de la iglesia de San Pedro, con su recinto cristiano, desde esa su puesta muralla hasta la muralla de la Puerta de Moros. 4S.- El erudito Elias Torno admite la hipótesis na 1, y cree de la existencia de una tercera muralla árabe que circundaba paralela a la calle Mayor entre la Puerta de la Vega y la de Guadalajara; éste, inclinado en la tesis de González Dávila quien, en el año 1623, dice «una puerta de moros que mira hacia el Mediodía y se derribó cuan do edificaron los palacios del duque de Uceda -hoy Palacio de los Consejos-», y en la Hoja Oficial del Lunes, de 1944, se publicó un ar tículo mencionando que «con motivo de la excavación de unas gale rías de servicios, fueron hallados restos de la muralla de cuatro o cinco metros de espesor frente a la Plaza de la Villa, dentro de la ca-
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lie Mayor y cerca del Gobierno Civil y la Casa Consistorial»; Sáinz de Robles, era igualmente partidario de esta supuesta muralla.
Madrid, barrio del Alcázar, en el plano de Texeira.
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Maqueta de León Gil de Palacio, año 1830. En el centro de la imagen, el Palacio Real; arriba, a la derecha, el Cuartel de San Gil.
LA MAQUETA DE MADRID DEL AÑO 1830
«En la maqueta, rica en color, abundan los tonos rosados y ocres, con algunos tejados de azul pizarra, y el verde ocre del arbolado está perfectamente matizado, empleándose el agua del río Manzanares y del estanque del Retiro de un tono azulado limpio».
Maqueta de Madrid, año 1830, de León Gil de Palacio.
1 Museo Municipal situado en el antiguo Hospicio de Madrid, concretamente en la calle de Fuencarral, alberga en su interior la maqueta más pri mordial de la Villa y Corte, que realizó en dos años, el brigadier coronel del cuerpo de Artillería, don León Gil de Palacio; la referida maqueta la conclu yó el día 12 de noviembre del año 1830. El brigadier coronel de Artillería no es muy conocido en el país, por desgracia. Se trata del personaje que más maquetas ha realiza do en la historia de España, destacando, entre todas, la que realizó en relieve de la Villa de Madrid. De una exactitud pasmosa y un pro lijo trabajo, y que en el día de hoy, es la segunda maqueta de anti güedades en España y una de las más antiguas del mundo. En el año 1826, estando en Valladolid el referido artillero León Gil de Palacio, que permanecía fuera de servicio, comenzó a sus cua renta y ocho años de edad sus actividades como modelista y artista consumado en la realización de maquetas. Hecho que le concedieron protección en la Corte, y en la que Fernando vil dio las órdenes opor tunas y autorizó al director general de Artillería, para que agregase a dicho oficial, con sueldo de capitán, al Museo del Cuerpo de Arti llería, que entonces se denominaba Museo Militar, estando ubicado en el palacio de Buenavista -antiguo Ministerio del Ejército- proce dente del destruido parque de Monteleón. Una real orden del 13 de noviembre de 1828, le encarga la cons trucción del modelo topográfico de Madrid, que comenzó el 29 de no viembre de 1828. Se solicitó permiso a las autoridades eclesiásticas para trabajar los días festivos, y al mismo tiempo al Ayuntamiento, que dio la siguiente orden: «Deseando su Majestad que no haya el menor obstáculo para llevar a cabo el expresado modelo, se ha ser vido resolver que por parte de las autoridades militares, civiles y de la policía de esta Corte, no se le ponga impedimento alguno al refe rido don León Gil de Palacio en las operaciones de medición-, nivela ción, observación y sacar copias de los edificios y sitios, ya reales o ya particulares de esta población y sus afueras».
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El primer paso que dio nuestro artillero, fue formar un equipo de dos oficiales subalternos y obreros necesarios para la ejecución de esta tarea. Lo primero, igualmente, fue familiarizarse con la Villa para realizar sus trabajos cartográficos y topográficos. Incluso rea lizó más de mil anotaciones y un centenar de dibujos para ajustar se a la realidad, no solamente la planta sino los alzados e incluso las cubiertas de los edificios. La idea de León Gil, era la de plasmar un Madrid análogo al descrito por Ramón Mesonero Romanos en su Manual de Madrid. Según Mesonero Romanos la ciudad ascendía a doscientas mil per sonas, que se alojaban en unas ocho mil casas bifurcadas en qui nientas cuarenta manzanas, con diez cuarteles fijados en 1802, y con sesenta y cuatro barrios. En aquella época el número de calles era de cuatrocientas nove na y dos, cuatro plazas y setenta y nueve plazuelas. La Villa conta ba con diecisiete parroquias, setenta conventos entre religiosas y re ligiosos, tres hospicios, un beatario, una casa de niños expósitos, presidio y galera, cuatro cárceles, dieciséis colegios, tres casas de re clusión para mujeres, dos seminarios, nueve academias, cuatro bi bliotecas públicas, dos museos de pintura, uno de Ciencias Natura les y otro militar, plaza de toros, dos teatros, cinco puertas reales, doce portillos, treinta y tres fuentes públicas y más de setecientas particulares; todo ello aparece perfectamente reflejado en la sober bia maqueta que el artífice León Gil realizó. La superficie edificada era de unas mil doscientas hectáreas, con un perímetro muy quebrado de doce mil quinientos metros. Las dimensiones de la maqueta son de 5,20 metros por 3,50 metros, y está dividida en diez bloques irregulares de un estudiado despiece. La maqueta está realizada en maderas nobles y dóciles, fáciles de trabajar, con una pulcredad en el acabado de cuidada policromía en las edificaciones, con algunos elementos de talla, acabados en car tulinas y maderas sobrepuestas, representando sus fachadas con sus detalles y cornisas; todo ello pegado con cola llamada de «cone jo» calentada al «baño maria». Los remates de chapiteles, cúpulas, campanarios, tienen delicados elementos de acabados en metal, de verdadera filigrana de orfebrería. Los solares y zonas libres de edi ficación están tratados con una combinación de arena y tierra, a la que se le ha añadido una argamasa con cola especial. En la maqueta, rica en color, abundan los tonos rosados y ocres, con algunos tejados de azul pizarra, y el verde ocre del arbolado es tá perfectamente matizado, empleándose el agua del río Manzana res y del estanque del Retiro de un tono azulado limpio. Todos los
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accidentes de la topografía de la Villa y Corte, están clarividente mente reflejados en la maqueta, tanto sus cuestas, sus suaves lomas y sus desniveles se aprecian perfectamente. La mayor extensión, comprendiendo un tercio de la maqueta, sin duda es el Retiro que llegaba hasta el Salón del Prado, con el mo nasterio de San Jerónimo y el palacio del Buen Retiro. Las fuentes de la Cibeles y Neptuno, se pueden apreciar perfectamente en la orientación que fueron proyectadas, y no como están situadas ac tualmente. Cabe destacar las dos puertas supervivientes que han llegado hasta nuestros días, la de Alcalá y la de Toledo. El puente de Sego via, que cruza el Manzanares, está representado en sus mínimos de talles, hasta con los lavaderos y la ropa tendida. Contemplando la maqueta, se puede apreciar el enorme descampado que aparece frente al Palacio Real, consecuencia del derribo de edificaciones pa ra dar paso a las plazas de Oriente e Isabel II; entonces el Teatro Re al no estaba proyectado aún. Los edificios más importantes de características acusadas, León Gil los realizó con todo primor, entre ellos cabe destacar el palacio de Buenavista, la Cárcel de Corte -hoy Ministerio de Asuntos Exte riores-, el Hospital General de Atocha. Uno de los edificios más grandes que presenta la maqueta, es el cuartel que se construyó pa ra los guardias del Corps, llamado de Conde-Duque. De gran méri to son las parroquias y conventos, las Descalzas Reales, la Encar nación, las Calatravas, las Salesas, y sobretodo San Francisco el Grande. Igualmente, se puede apreciar el Observatorio Astronómico, la Casa de Fieras del Retiro, el Jardín Botánico con sus lindos pórticos y verjas, que se hermanaba con el Museo de Historia Natural —hoy Museo del Prado-, algunas huertas y jardines de las casas religio sas, como las de Santa Bárbara, Santa Teresa, junto con el colegio de las Salesas Reales. La Plaza Mayor está representada magnífi camente. También aparece en la maqueta la Virgen del Puerto, a la que daba su nombre la ermita que allí estaba. Para vivir imaginativamente el siglo pasado, hay que ir a con templar esta bella maqueta que para orgullo de los madrileños la te nemos en nuestro Museo Municipal de la calle de Funencarral.
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«La Carga de los Mamelucos en la Puerta del Sol», Goya.
EVOCANDO UN DOS DE MAYO MADRILEÑO
<(Hombres y mujeres, ancianos, niños, todo el pueblo de Madrid combatió el 2 de Mayo contra el invasor. Armas blancas, herramientas, garrotes o aceite hirviendo, cualquier cosa era válida para combatir al enemigo)).
Personajes populares en la sublevación del Dos de Mayo.
orría el año 1808. Francia e Inglaterra, las dos superpotencias de la época, se disputaban la hege monía de Europa, que era tanto como decir del mundo. Napoleón Bonaparte, el emperador de los franceses, necesitaba de la industria astillera es pañola para la guerra naval con la Gran Bretaña, dueña de los mares. Asimismo, la expansión co mercial de la economía francesa pasaba por el control de los merca dos españoles en las colonias americanas. La profunda crisis económica por las que atravesaba el país, uni do a los partidos de Fernando, príncipe heredero, y los de Manuel Godoy, primer ministro y favorito de los reyes, facilitó la ocupación pacífica de las tropas francesas de la capital de España. Estando ya prisioneros en Bayona, Fernando VII, Carlos IV y la reina María Luisa de Parma, Napoleón ordenó la partida de los últimos miem bros de la familia real española para Francia, con objeto de dejar va cante el trono de España que ya había ofrecido a su hermano José. Sabedor de esto, el pueblo de Madrid rodeó el Palacio Real en la ma ñana del 2 de Mayo de 1808. Los madrileños, indignados ante el rapto del infante don Francisco, un niño de doce años que no quería abandonar España, precipitó los acontecimientos. Los madrileños se abalanzaron contra los caballos franceses del coche que le iba a con ducir a Francia, tratando de impedirlo por la fuerza. Entonces, los cañones y fusiles franceses abrieron fuego indiscriminadamente contra el indefenso pueblo de Madrid, haciendo una verdadera ma sacre. La reacción popular no se hizo esperar. Había dado comienzo el Dos de Mayo, que pasaría a la historia como ejemplo del heroísmo del pueblo madrileño. El combate en la Puerta del Sol, la defensa de la Puerta de Toledo, la batalla del Parque de Monteleón, son nom bres qüe han ganado la gloria por derecho propio. Hombres y muje res, ancianos, niños, todo el pueblo de Madrid combatió el 2· de Ma yo contra el invasor. Armas blancas, herramientas, garrotes o aceite hirviendo, cualquier cosa era válida para combatir al enemigo.
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Reprimido el alzamiento, merced a la enorme superioridad mili tar del ejército francés, se produjo la más cruenta represión sobre los madrileños. Más de doscientos patriotas fueron fusilados el tres de mayo en distintos puntos de la capital; de diferentes depósitos de prisioneros, eligieron por sorteo a 43 paisanos, que después de ser bárbaramente torturados e injuriados, se les condujo hasta la mon taña del Príncipe Pío, y a las cuatro de la mañana del 3 de mayo de 1808, a la lúgubre luz de un farol anclado en tierra, fueron arcabu ceados por los franceses. Todo el dramatismo y el horror de seme jante escena la plasmó magistralmente Francisco de Goya en su ge nial lienzo Los Fusilamientos de la Moncloa, rebosantes de realismo por haber sido su autor testigo presencial de las ejecuciones, a dis tancia, provisto de un catalejo y acercándose más tarde a los cadá veres para tomar bocetos. Estos héroes serían hacinados, todos revueltos, en una gran ho ya que cavaron sus verdugos, y allí permanecieron insepultos hasta que nueve días después, cuando el terror dio un intervalo, y secre tamente pudieron rescatar los Hermanos de la Congregación de la Buena Dicha los cuerpos y enterrarlos en el pequeño cementerio que era propiedad de los empleados de la posesión de la Florida. De es tos 43 fusilados solamente se conocen los nombres de 19, el resto son anónimos, hijos del pueblo de Madrid. Y de entre ellos hay que des tacar a dos: Francisco Gallego Dávila presbítero que fue el único eje cutado por orden directa de Joaquín Murat, generalísimo de los ejér citos franceses en España y cuñado de Napoleón, y no por sorteo, sino por haber manchado la sotana con sangre francesa, y Rafael Cañedo, uno de los caudillos populares que se enfrentó, navaja en mano, a los jinetes franceses en la Puerta del Sol, hiriendo primero a los caballos para luego matar en el suelo a los que montaban y qui tarles las armas, tal y como inmortalizara Goya en su cuadro La Carga de los Mamelucos. Junto a estos mártires, yacen los héroes del Parque de Artillería: Esteban Santirso y Clara del Rey, la máxima heroína del Dos de Ma yo,que combatió hasta la muerte al lado de Daoíz y Velarde. Extinguida con el correr de los años, la Congregación de la Bue na Dicha, heredó la custodia de este cementerio la Sociedad Filan trópica de Milicianos Nacionales Veteranos de 1839. Cerrado du rante muchos años, después de realizar unas obras de restauración, se abre al pueblo de Madrid este histórico cementerio, rescatando así del olvido un glorioso pasado. Evoquemos pues, con temple y ga rra a este pueblo madrileño que supo demostrar su cariño y amor a la Patria.
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UN MUSEO ROMÁNTICO EN EL CORAZÓN DE MADRID
« Cuando pasemos por la madrileñísima calle de San Mateo hay que detenerse ante el palacio del h ° 13 de la calle, y leer este sencillo rótulo, “MUSEO ROMÁNTICO” . Sí, porque el romanticismo ha existido en todas las épocas y seguirá vivo mientras exista arte, literatura, música y buenas costumbres».
Museo Romántico.
η la década de los años cuarenta recuerdo cuando yo estudiaba arquitectura en la angosta y céntri ca calle de San Mateo, en el ns 5, donde estaba ubicada la Escuela de Aparejadores. Al pasar to das las tardes para compartir mis clases de arqui tectura, siempre me quedaba mirando a un pala cete que ocupaba el na 13. Siempre lóbrego y cerrado a la vista del viandante. Nunca observé el rótulo que exis tía en el mismo, y un buen día me percaté leyendo «Museo Román tico». Nunca había observado muestras de habitabilidad del mismo. Tiempo después me enteré de la gran riqueza que este palacete encerraba, sobre todo en su lenguaje olvidado que llega hasta nues tra generación como una melodía que ya no nos interesa, y que per teneció a nuestro siglo pasado. Fatal desatino. Y es que el Romanti cismo fue una filosofía muy individualista, que negaba el racionalismo de las formas del conocimiento, considerado como la única vía válida de utilizar el cerebro. Oigamos las frases de Rodríguez de Rivas que aludía a una cri sis de los sentimientos humanos: «Por una parte el romanticismo se ha considerado como una cosa pasada, anticuada y época ya periclitada, pero de otra par te, hay una especie de resurrección de un cierto sentimiento ro mántico, al que nadie hacía caso y se consideraba pasado de mo da, se ha revalorizado en una proporción muy considerable, lo cual quiere decir que hay un cambio en la postura sentimental y espiritual de las gentes. Actualmente hay un interés por la épo ca romántica que no había hace cuarenta años porque algo habrá en ella que coincide con ciertas actitudes actuales, aunque nada más sea la rebeldía de las normas establecidas, la libertad de pensamiento y de expresión, tendencias que yo querría ver más vivas en esta parte de la juventud que llaman pasota, tendencia tan negativa que no conduce más que a la muerte».
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Estas frases de Rodríguez de Rivas me hacen meditar en la idea de recopilar datos e hilvanar detalles para realizar un poco de his toria de lo que escondido tiene este Museo Romántico, ubicado en el corazón de Madrid. Edificio neo-clásico de líneas fernandinas, fue edificado en el año 1779 bajo la traza del arquitecto Manuel Martínez Rodríguez, para palacete de los condes de la Puebla del Maestre. Palacio señorial, del que posteriormente fuera creador del Museo Romántico, el mar qués de la Vega Inclán. Don Benigno Inclán y Flaquer, marqués de Vega Inclán, arqueólogo español. Hijo del general Miguel, siguió co mo su progenitor la carrera de las armas, haciendo las campañas de Cuba, pidiendo su retiro como teniente coronel. Años después se de dicó a viajar por el extranjero, para estudiar con afán la riqueza ar queológica de sus museos, y al regresar a España hizo lo propio, dando a conocer, en diversas publicaciones sus bellezas artísticas, con lo que influyó poderosamente en la atracción de turistas. Igual mente fue el creador del Museo del Greco, en Toledo, el ya citado Museo Romántico de Madrid, y la Casa de Cervantes de Valladolid. En este referenciado Museo Romántico están representados la mayoría de los pintores románticos; por el contenido de los mismos no es una exposición de obras de arte ni museo histórico; es la in terpretación de una época que trata de representar en «lo vivo» una casa señorial del siglo xix. Aquí se recoge el estilo de una época ro mántica, que encierra desde la muerte de Fernando VII a la caída de Isabel II. Ortega y Gasset en una conferencia que dio con ocasión de la inauguración de la exposición Tres Salas del Museo Románti co, decía: «No creo que exista placer más denso y elevado que éste de olfatear la vida que fue... No es lo más interesante en ellos que sean buenos cuadros sino que son huellas de una generación, impronta de un estilo de vida. Por eso están al lado de otros cuadros menos valiosos pictóricamente, pero de un gran poder evocador. En suma, el Museo Romántico es un museo de vida». La Sala de Goya es de gran interés. Del gran pintor se ven allí un retrato de la reina María Luisa, otro de Carlos IV, del gran geó grafo Juan B. Muñoz, el «Diamantista», el magnífico San Gregorio y el muy curioso que ha recibido el nombre de Segunda boda del jo robado. Completan el aspecto de época un retrato de Godoy, por Carnicero, otro de Quintana por Ribelles; La unión de Inglaterra y España contra Napoleón, alegoría atribuida a Mengs. Igualmente,
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en este aposento se encuentra un autógrafo de la última carta que escribió el gran Francisco, el de los toros. El Salón de Isabel II, el gabinete del marqués de la Remisa y la Biblioteca responden ya plenamente al título de museo. Vicente y Bernardo López, Alenza, Pérez Villamil, Eugenio Lucas, Valeriano Bécquer, Gutiérrez de la Vega, Carderera, Fernández Cruzado, Juan Rodríguez «el panadero», los Bejaranos, Eduardo Cano, Es quivel que tiene una lectura de Ventura de la Vega en el teatro del Príncipe, Pérez Rubio, etc., son las más importantes firmas de ese periodo de la pintura española, que durante algún tiempo fue moda, y cuyo justo valor se aprecia hoy, que aparecen en estos lienzos. En el cuarto de Larra, donde hay un retrato de Fígaro y cuatro miniaturas que le pertenecieron, hay un escritorio abierto, en el que puede verse el inventario que hizo Hartzenbusch de cuanto había en casa de Larra en el momento de su tragedia. El cuarto de la familia da la sensación de intimidad y de cosa vi vida, que hace tan grato este Museo. El estrado, la mesa familiar, el clave y el primoroso lecho de taracea completan la ilusión hogareña, en él están los retratos de la familia del fundador del Museo: el del teniente general de la Vega Inclán, por Tomás Martín; el de doña Elisa Fláquez y Ceriola, marquesa de la Vega Inclán, de Muñoz Lucena; el de don Jaime Ceriola, por José de Madrazo. El comedor, con sus aparadores y mesas, con nutridos ejemplares de cerámica de Alcora, Sargadelos, Talavera, Puente del Arzobispo y Triana.
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En el zaguán, donde se ve una típica galera, y desde el que se di visa el primoroso patio, hecho jardín, en la escalera hay cartones de tapices por Antonio González Velázquez y José del Castillo. En el vestíbulo se ve un retrato de Isabel II, por Federico de Madrazo, y doce litografías de Madrid y los Sitios, correspondientes a la intere sante colección pintada por Brambilla y grabadas bajo la dirección de José de Madrazo, en su taller de Tívoli. En uno de los pasillos existe un real sitio; el cuarto de aseo de Fernando VII, todo completamente en disposición de recibir visitas y despachar asuntos, según la extendida costumbre de la Corte de Francia. El Salón de baile es el más principal del palacio, su sillería per teneció al ministro Antonio María Fabié y en ellos se sentaron, en típica tertulia romántica, el duque de Sesto, la Avellaneda, Bécquer, Campoamor, Martínez Campos, Cánovas. El piano, el arpa beçqueriana y el pianoforte nos podrían contar el do, re, mi, de las histo rias que sus cuerdas y teclas han presenciado. En el año 1920 ofreció el marqués de la Vega Inclán al Estado la donación que fue base de este Museo, y que ampliada en el año si guiente dio ocasión para que fuera conocido su acervo inicial en una exposición celebrada en el Palacio de Bibliotecas y Museos. En el año 1924 queda instalado el Museo en el antiguo palacio de los con des de la Puebla del Maestre, aumentado por donaciones y depósi tos cuyo número, afortunadamente, iba creciendo, y el pueblo de Madrid contaba con un nuevo hogar y lugar de estudio de un noble deleite. Cuando pasemos por la madrileñísima calle de San Mateo hay que detenerse ante el palacio del nB13 de la calle, y leer este senci llo rótulo, «MUSEO ROMÁNTICO». Sí, porque el romanticismo ha existido en todas las épocas y seguirá vivo mientras exista arte, li teratura, música y buenas costumbres.
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PALACETES DE MADRID
«El primer edificio que tenía Madrid, después del Alcázar, era este vasto y suntuoso palacio levantado sobre el terreno que ocupaba la casa en que vivió don Juan de Austria, por el ambicioso don Cristóbal Gómez de Sandoval, duque de Uceda, privado y ministro de Felipe III, cuando ocurrió la muerte de éste, e hijo del duque de Lerma».
uisiera, en este capítulo, desarrollar los valores palatinos que se están perdiendo. Unos, caídos en el abandono de lo que un día representaron, otros, devorados por las entidades bancarias poseedoras del poder monetario, y, otros, por desgracia, ya de saparecidos. Todos fueron testigos mudos de le yendas, mitos y demás supercherías que se les atribuían. Madrid ha poseído una de las mayores riquezas arqui tectónicas en sus palacios y palacetes, la mayoría de propiedad no biliaria y de potentados bancarios. Citaremos los de más notoriedad, los que en su leyenda -se dicefueron el clarín de arranque de esta modalidad, ya que en París y Alemania se iba extendiendo la moda de habitabilidad de la alta burguesía y de regias personalidades en estos palacios. EL PALACIO DE XIFRÉ
No puedo ocultar mi desagravio al ver el desmantelamiento tan feroz del Palacio de Xifré, que durante el siglo xix y xx fue la fili grana neoárabe que se ha realizado en nuestro país. De líneas con influencia francesa, fue construido entre los años 1862 y 1865, cuyo propietario, don José Xifré Downing, potentado hombre de negocios, hijo a su vez de un rico comerciante indiano ca talán, Xifré Casas, que en realidad fue el emprendedor de la in mensa fortuna. José Xifré pasó la mayor parte de su vida atendiendo sus nego cios desde París, y fue allí donde contrató un arquitecto arqueólogo de los de más fama de Francia, para construir su palacio en el Pa seo del Prado, frente al Museo del Prado. A su vez, contrató una comisión de especialistas investigadores para realizar una expedición a Oriente, a fin de que se reunieran antigüedades árabes, tapices, muebles y otros elementos de .filigra na oriental para su palacio, lo que le costó una inmensa fortuna. Según Fernández de los Ríos:
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«Es una perfecta aunque muy costosa imitación de la arqui tectura árabe en sus mejores tiempos: todos los detalles, desde la verja de cerramiento hasta el alero exterior, y desde la entrada al patio y a las habitaciones en el interior, honran a los artistas que han montado aquella joya, más linda que cómoda: colocada en una de las alturas de la Castellana, luciría otro tanto sin el es condite en que, por desgracia, se halla, frente al Museo del Pra do, haciendo esquina a la calle de Lope de Vega». Es lamentable y triste la demolición que sufrió el palacete, allá por los años cuarenta, el cual también era conocido como del duque del Infantado, por ser éste uno de sus últimos propietarios. Al iniciarse su derribo, don Arturo Ruiz Piña adquirió su facha da que la incorporó a un chalet levantado en Losa de Riofrío, en la provincia de Segovia. Los marqueses de la Deleitosa adquirieron los aleros, varios artesonados de su interior y algunas puertas para in corporarlas a su finca de Salamanca. La bellísima escalera del pa lacio acabó en Chiloeches, en la provincia de Guadalajara; a su vez la embajada de Francia adquirió sus soberbios pisos de madera y que rápidamente salieron para París. El fabuloso patio central, con sus pletóricas columnas de mármol, fue adquirido por don José So to Huerta, el cual lo reedificó en una finca al final de la autopista de Barajas. Igualmente, el marqués de Melgarejo se hizo con otros ar tesonados de gran riqueza. Y ya como colofón, la Dirección General de Arquitectura compró un ventanal de cada tipo para instalarlos en la Escuela de Arqui tectura, donde fugazmente desaparecieron. Triste fin el de estos re tazos de arte y de historia que supieron engrandecer al expoliado palacete de don José Xifré. EL PALACIO DE GAVI RIA
Ubicado en el corazón de Madrid, concretamente en la calle de Arenal, número 9, manzana 387, con una superficie de 17.182 pies, está considerado como una auténtica reliquia abandonada. El referido palacio lo encargó don Manuel de Gaviria y Donza, natural de Sevilla, que en el año 1840 accedería al título de marqués de Casa Gaviria. Anteriormente, en este mismo lugar se encontraba el palacio de los duques de Arcos, luego denominado de Maqueda, y por escritura del 30 de marzo de 1846, Manuel de Gaviria lo adqui rió de Ignacio Juez Sarmiento, en 1.600.000 reales, encargando la construcción de un nuevo palacio a don Aníbal Alvarez Bouquel,
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quien concluyó la obra el año 1851. Para la construcción de éste fue tomado como modelo el palacio Farnesio, de Roma, diseñado por An tonio de Sangallo y terminado por Miguel Angel. Es una obra muy característica de esta nobleza nueva surgida del dinero, si bien Gaviria contaba con una fortuna inicial, ya que poseía tierras en cinco provincias y en el año 1854 ya figuraba con el número siete entre los mayores contribuyentes, teniendo sólo an te sí las fortunas de Osuna, Medinaceli, Frías, Alba, Fernán Núñez, Hijar y Altamira; pero no se contentaba con vivir de las rentas, al contrario, se sintió atraído por la aventura de los negocios. Llegó a ser gran amigo del marqués de Salamanca, como él banquero y bol sista, y con él fundador del Banco de Isabel II, en el año 1844. Fun dó sociedades de crédito y acometió empresas inmobiliarias, incluso llegó a ser empresario de la plaza de toros de Madrid. Al marquesado de Gaviria se uniría, en el año 1951, el título de conde de Buena Esperanza. El palacio de Gaviria -como'ya he referenciado-, se halla ubicado en la burguesa calle de Arenal, exce lencia del Madrid isabelino; interiormente se vistió con excelentes pinturas en todos sus salones abiertos a la calle de Arenal, no pudiendo eludir nombrar el magnífico salón de bailes, con el techo pin tado por Joaquín Espalter, como igualmente el techo de la escalera, delicada arquitectura cuatrocentista, donde aparece el Dios verda dero en este grupo social: Mercurio, como encarnación del comercio. Bajo este recinto se ofrecieron numerosas veladas literarias y musicales, por las que desfilaron artistas como Gayarre y Adelina Patti, y en las que se pudieron escuchar las composiciones de Belli ni, Verdi, Rossini y Donizetti. También el marqués supo adornarlo con pinturas escogidas, en tre las que figuraban un San Antonio y dos cuadros más de Antolínez; de Carducho había un San Isidro y un San Francisco de Paula, un boceto de Goya, del Greco un San Francisco, y otros dos de Tristán y Murillo; dos batallas de Esteban March, de Maelle una Santa Leocadia, de Palomino un San Bernardo, cuatro cabezas de Tiépolo, otra de Blas de Prado y un San Ramón de Escalante. Completamente abandonado al término de nuestra guerra civil, el palacio de Gaviria fue el Centro Asturiano de Madrid, estando sus bajos ocupados por tiendas de decomiso y por la sidrería La Mina. PALACIO DE DON JOSÉ DE SALAMANCA
Antes de describir este romántico palacete veamos la personali dad del que fuera su dueño y mentor en la construcción del mismo.
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Don José de Salamanca Mayol, nacido en Málaga, el 23 de mayo de 1811; hijo de un médico cirujano al servicio de la Armada, José María de Salamanca, y de doña Polonia Maria Mayol. Familia bas tante acomodada, proporcionó los estudios primarios a su hijo José en el Colegio de Santo Tomás de Aquino, en Málaga, y los estudios superiores los cursó en la Universidad de Granada, donde la voca ción de José era la jurisprudencia, consiguiendo una beca en el Re al Colegio de San Bartolomé y Santiago el Mayor, en la capital granadina; esto acontecía en el año 1825. Alcanzó el grado de ba chiller en el año 1829, siendo testigo de los sucesos de Granada, al final del reinado de Fernando VII, que acabaron con las ejecuciones de Mariana Pineda y Torrijos, en el año 1831. En el año 1835, Salamanca contrajo matrimonio con Petronila Livermore Salas, después de haber sido alcalde durante dos años de la localidad de Monóvar, en la provincia de Alicante. Murió en Ma drid, el día 21 de enero de 1883. Salamanca, en el año 1845, había adquirido la casa y huerta del conde de Oñate, marqués de Montealegre, terrenos que a su vez ha bían correspondido a las huertas del convento de los Agustinos Re coletos. Su intención fue comprar para levantar su palacio, encar gando el estudio y su proyecto al arquitecto Narciso Pascual y Colomer, al mismo tiempo que solicita del Ayuntamiento la alinea ción del Paseo de Recoletos. El 5 de febrero del año 1845, el arqui tecto municipal, Juan José Sánchez Pescador, informa sobre el pro yecto: «Respecto a la altura, me parece que no debe fijarse dimen sión alguna, mediante lo espacioso del sitio donde se construye el edificio de que se trata, ya que es de suponer que sea de distinta calidad que lo general de los edificios urbanos». Con ello queda claro que aún no estaba presentado el proyecto de Colomer y, al mismo tiempo, que le otorgaba una libertad de crite rio grande, puesto que era aún «edificio urbano». El palacio se alza sobre una planta rectangular, en la que las fa chadas principal y posterior tiene menos longitud que las laterales. Su alzado consta de dos alturas, planta baja y principal, rematadas con una terraza de balaustrada, donde se añadían una especie de to rreones y un ático posterior. La fachada principal conserva, en líneas generales, su riqueza de un mayor carácter italiano. Dicha fachada se divide en tres paños iguales, y éstos, a su vez, en otras tres partes, sumando en total los nueve huecos. De los tres
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paños el central es el que se le ha dado un tratamiento especial, por motivos de que en su planta se halla el triple arco de acceso al ves tíbulo y la planta noble del salón principal. Su zona principal queda reflejada por la esbeltez de su decoración y por los cambios introdu cidos en la planta alta, donde en lugar de pilastras, como en el res to de la fachada, aparecen aquí medias columnas apeando un rico entablamento, lo que denota líneas a la italiana de clara ascenden cia cuatrocentista en lo ornamental, de columnas exentas en el bal cón medio y pilastras en los laterales. El 16 de febrero de 1876, el referido palacete pasa a ser propie dad del Banco Hipotecario de España, habiendo sufrido constantes reformas en su interior. En la planta principal sólo resta parte del piso entarimado de ricas maderas y varios techos pintados. Atravesando el vestíbulo y en su ángulo de la derecha, se halla la magnífica escalera de arranque único, dividida en dos tiros, a partir del primer y único rellano. La zona más interesante de la escalera es, sin lugar a dudas, la correspondiente a la planta noble, con es belta colección de pinturas en sus techos, formando paños bien mar cados e independientes, donde alternan temas pompeyanos con las pinturas propiamente dichas. Estos son cuatro y ocupan el centro de cada una de las bandas que rodean el tragaluz central del techo. Las estancias de la planta noble que miran al Paseo de Recoletos son un total de cinco piezas. Todas ellas conservan su suelo de ma dera noble, donde se alternan tonalidades claras y oscuras. Al salón principal corresponden tres balcones, entre los cuales interiormen te se encajan dos chimeneas de mármol blanco con figurillas, tallos y hojas en relieve. Sobre el friso circundan las cuatro paredes de es te salón, en el que se ven parejas de geniecillos alados portando li ras, se despliega una rica colección de roleos policromos en los que se insertan una serie de cornucopias con fragmentos de paisajes ro mánticos. Distintos recuadros enmarcan el plafón central que en cierra dos cuadros y un círculo en el centro, del que pende una ara ña fenomenal. En este plafón se repiten roleos multicolores y dos parejas de amorcilos. Todo ello, en conjunto, se apartan un poco de la pintura italiana y reflejan un espíritu más francés. Así, a un lado y a otro del salón central, se sitúan dos estancias con sendas pinturas en sus techos, y una magnífica chimenea en cada una. No son éstas las únicas estancias que llevan pinturas, pues gran parte de las piezas de esta planta noble, si no lo fueron todas, de bieron contar con techos pintados. Del mobiliario, tapices, alfom bras y demás objetos, nos podemos dar una idea del valor decorati-
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vo y económico que representó. Tan sólo las estanterías de su gran biblioteca, de sobria arquitectura, con armarios y un cuerpo que se ha conservado en la sede central del Banco de España. Sabemos que el palacio contó con algunas esculturas notables, entre ellas el mag nífico grupo de Venus y Adonis, que después fue a parar a la colec ción de Fernández de Villavicencio y Crooke, cuyos temas no sólo son coincidentes con el desarrolo mitológico de las pinturas mencio nadas sino que, además, son una afirmación del ambiente italiano y neorrenacentista buscado por Salamanca. No se conoce con exactitud la formación inicial de las colecciones de pintura que acaparó el palacio, posiblemente una de las mejores de nuestro país. También, Salamanca gozó con el asesoramiento en el terreno bibliográfico del talento de Pascual Goyangos; concer niente a la pintura se dejó llevar por los consejos de los Madrazo, y en el año 1859, Salamanca le compró 41 pinturas de la excelente co lección de José Madrazo. Javier Goya, igualmente, le vendió ocho pinturas de su padre al marqués de Salamanca. En fin, sería interminable el mencionar las firmas de pintores cé lebres, en el que Salamanca poseyó sus valores, pero todo esto ha desaparecido. POSESIÓN DE VISTA ALEGRE
Bello y magnífico palacio es el que tenía la posesión de Vista Ale gre, en pleno corazón de los Carabancheles, y que su historia pode mos resumirla como sigue. En el año 1822, era propietario de este terreno Higinio Antonio Llórente, quien se lo vendió a Ignacio Bringas con el propósito de le vantar en él un modesto edificio rodeado de jardines para el recreo público, el cual se inauguró el año 1825. A su vez, éste se lo vendió a Pablo Cabrero, y éste, a su vez, a la reina María Cristina. Poste riormente, Fernando VII compró algunas fanegas más de terrenos, y al hacerse algunos proyectos más para el palacio se paralizaron por la muerte de Fernando VII. En este año de 1833 ya se habían invertido treinta y dos millones de reales. Según Madoz: «Encierra este vasto recinto innumerables árboles de todas las especies, formando calles en todas sus direcciones, laberintos y jardines. Cuatro fuentes, dos de agradable agua y las otras dos secas, una de ellas es magnífica, compuesta de tres cuerpos de piedra-mármol, con hermosas figuras de ninfas, niños, hércules, galápagos, conchas y otros adornos. Hay un canal de siete varas
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de ancho y setecientas de longitud, formando una especie de isla frente al embarcadero: en su nacimiento se encuentra una cas cada y otra al extremo opuesto, en donde se halla la casa del em barcadero, que figura tres puertas a cada lado, siendo sólo ver daderas las del centro, y, por último un hermoso palacio que se está construyendo de nueva planta». Sin lugar a dudas, este edificio era el más importante, llamado también «palacio viejo», que contaba con treinta y seis piezas des critas prolijamente en los inventarios que se hallan en el Archivo General de Palacio. Las piezas de conservación, dormitorios, salo nes, museo de pájaros disecados, un gabinete de Física donde Anto nio Michel tenía recogido hasta el último detalle de esta real pose sión. Entre otros, llama la atención sus centenares de cuadros, muchos de ellos copia del original y otros auténticos, donde nombres como Rafael de Urbino y Murillo, hasta otros de pintores españoles contemporáneos, como Vicente López, al que en 1847 se le devuel ven dos retratos de Fernando VII y María Cristina, ésta con su há bito del Carmen. Siguen pintores más jóvenes, como José de Ma drazo, Bernardo López, Gutiérrez de la Vega, Alenza y Pérez de Villamil, retratos realizados por Goya, así como pinturas de la reina María Cristina que alterna con estampas iluminadas a mano por Fernando VII. Lamentablemente, nada queda hoy día en el referido palacio, hoy convertido en Instituto Nacional de Reeducación de Inválidos. El 12 de febrero de 1859, a los pocos meses de inaugurar el pala cio de Recoletos, el marqués de Salamanca, en arrogante gesto, ad quiere íntegra la posesión de Vista Alegre, que por aquel entonces era de la reina Isabel II y de su hermana la infanta María Luisa Fernanda de Borbón. Y no contento con esta adquisición el marqués de Salamanca encargó a su arquitecto, Narciso Pascual y Colomer, que también lo era de la propia reina, dotar de nueva fachada e in teriores al palacio. El palacio consta de una fachada, en la que se puede distinguir varios ejes coincidiendo con los distintos cuerpos que la componen; un pórtico central de orden dórico, dos alas laterales con tres huecos adintelados, cuyas líneas arquitectónicas coinciden con las del pala cio de Recoletos. A continuación, otros dos cuerpos de menor altura con arcos de medio punto y, finalmente, dos pabellones extremos que vuelven a ganar altura. Analizando su conjunto arquitectónico re sulta algo raro, tanto en lo referente a sus volúmenes como a su de coración. Su orden dórico está más en jónico, bastante más delicado
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y flexible. En los pabellones extremos resaltan pilastras jónicas, que en nada concuerdan con aquél. Del interior del palacio, totalmente transformado con respecto al inicial, más bien permanece la rotonda central que corresponde al pórtico, donde Colomer dejó una buena huella, de una bella estam pa de planta circular. La entrada principal a esta rotonda se realiza a través de una puerta de magníficas hojas de madera tallada y unas puertas con vidrios grabados con las iniciales de Salamanca. Del único salón que se puede hablar con cierta seguridad es el llamado árabe, por su inspiración granadina en su interior, tanto del pavimento como de los paramentos, ventanas, columnas, arcos, etc. Lo que no sé si este salón árabe lo había encargado Isabel u, co mo el que tenía instalado en Aranjuez, o si se debe a una iniciativa del propio Salamanca. De todas formas, el autor pudiera haber sido el arquitecto Rafael Contreras, que por aquellos años estaba traba jando en varias reformas de la Alhambra de Granada. Una excelente colección de antigüedades griegas y romanas fue ron albergadas en esta posesión de Vista Alegre, colección que por suerte no se dispersó, como ocurrió con las de la pintura. Lo que más merece destacar es la colección de vasos griegos, que Salamanca lle gó a reunir en su palacio de Recoletos: casi fueron novecientas cin cuenta piezas, y que el Estado adquirió por doscientas cincuenta mil pesetas, en el año 1874. Los vasos más significativos, cada uno respondía a una tipología distinta: ánforas, cántaros, etc. todos ellos firmados por artistas di versos, de época y técnica diferente. Bronces, espejos y otros muchos objetos de origen romano, componían una de las colecciones priva das más importantes que había en nuestro país. Como colofón, quiero resaltar el valor que ésta albergó, y que, desgraciadamente, le ha ocurrido como al de Xifré. EL PALACIO DE BUENAVISTA
El palacio de Buenavista tiene en su historial, como en sus mul tiples remodelaciones, gracias y desgracias. Hoy ofrece, con su exu berante parque, una perspectiva que, tomada desde el palacio de Comunicaciones, parece una excelente escenografía, que ya se dis tinguía en el plano de Texeira, de 1656. En un lapso de tres siglos tuvo el adosamiento de otras edificaciones que posteriormente fue ron demolidas, como igualmente el primitivo palacete. Sufrió, tam bién, largas obras de reconstrucción, el abandono de las mismas y, sobre todo, los repetidos y devastadores incendios.
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La vida del palacio de Buenavista empieza a verse en el año 1769, cuando es adquirido por el duque de Alba, don Fernando Sil va y Alvarez de Toledo. Según el primitivo proyecto, el palacio de bía tener la entrada principal Norte por las calles Emperatriz y Sa úco, calles desaparecidas hace ya bastantes lustros y que se hallaban entre la calle de Almirante, por donde se construyó la ver ja de hierro, y la zona de la casa donde estaba la escalera principal. Pero, la duquesa de Alba, doña María del Pilar Teresa de Silva, des lumbró con sus lujos a los principales personajes de la corte de Car los III y Carlos IV; en pugna con la reina María Luisa, se propuso realizar este palacio, en una morada correspondiente al rango de su inmensa fortuna. En el año 1782, dirigía los trabajos de esta mag na mansión el arquitecto Arnal. Gran parte de lo que estaba construido fue devorado por dos ho rrorosos incendios, sobre todo en su zona Norte, dificultando la con clusión de la obra, y que la gran duquesa no vio terminada, al mo rir en el año 1802. No teniendo herederos forzosos, la duquesa dejó a varios personajes sus bienes, sobre todo a los tres médicos que la habían asistido en su útima enfermedad, entre ellos el referido pa lacio, y que lo compró el Concejo de la Villa para regalárselo a don Manuel Godoy, el príncipe de la Paz, en el año 1805. Éste no llegó a habitarlo, aunque sí las casas aledañas con vistas a la calle del Bar quillo que por un pasadizo se comunicaba con las habitaciones de su cónyuge, la condesa de Chinchón. El 19 de marzo de 1808 ocurrió el motín de Aranjuez, cayendo Manuel Godoy, y, al enterarse, el pue blo asaltó la casa del caído, el palacio de Buenavista, el cual quedó abandonado durante la dominación de José Bonaparte. En el año 1816, el palacio fue entregado al Ministerio de la Gue rra, el cual lo transformó en un armónico parque, donde la vegeta ción lucía con esplendor, con fáciles accesos por escaleras y rampas, dándole una vistosa perspectiva al edificio. Bajo el dominio militar, el primer destino que tuvo el palacio fue el de Museo, Parque y Talleres de Artillería e Ingenieros. En las su cesivas mudanzas y ampliaciones, cuyo desarrollo sería largo de na frar, se determinó que los primeros inquilinos serían los únicos que tuvieran que buscar otros alojamientos, cuando en este palacio ha bía cabida para cuantos organismos se crearan sucesivamente en el ramo de la Guerra. El palacio propiamente dicho se amplió con un nuevo cuerpo ma yor que el primitivo, dando lugar a la formación de un nuevo-patio. Cubierta la primitiva fachada principal con esta ampliación, se tra zó la que mira a la calle de Alcalá. Posteriormente se elevó una nue-
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va planta. El general Prim fue el impulsor del cierre del segundo patio, pero el propio general no vio la realización del proyecto ya que falleció en dicho palacio a causa de un trágico atentado, el 28 de diciembre de 1870. El palacio era residencia obligada de los ministros de la Guerra, hoy del Ejército; también fue mansión habilitada para el regente del Reino, don Baldomero Espartero, -duque de la Victoria, Prínci pe de Vergara, caballero del Toisón de Oro y Capitán General de los Ejércitos-, Al cesar en la regencia don Baldomero, el palacio no al bergaba aún el Ministerio de la Guerra, las habitaciones quedaron dispuestas para alojar en ellas, el año 1844, al enviado marroquí Fuad Efendi, y en el año 1860 se les hizo un hueco a los embajado res marroquíes, que vinieron a ratificar las paces después de la gue rra de África. Largo historial el de este palacio y de sus inquilinos, entre ellos don Miguel Primo de Rivera, el cual desde un butacón ejerció du rante siete años la dictadura militar. PALACIO DEL DUQUE DE VILLAHERMOSA
Se encuentra ubicado en el extremo de la Carrera de San Jeró nimo, de cara a la Plaza de las Cortes, con vistas al Paseo del Pra do, teniendo como guardián la fuente de Neptuno. Construido en el año 1806 por orden de doña María Pignateli y Gonzaga, duquesa viuda de Villahermosa. Realizó su traza y dirigió sus obras los insignes arquitectos don Antonio López Aguado y don Silvestre Pérez. Su diseño es de traza neoclásica con piedra en si llería de granito. Su escudo ducal de armas está en el frontón, coro nado por su fachada posterior, es decir, por la calle de Zorrilla, y no en su fachada principal de la Carrera de San Jerónimo. El motivo fue que por aquel entonces, ya existía, donde hoy está ubicado el Ho tel Palace, el palacio del duque de Medinaceli, con su fachada prin cipal dando cara al que iba a ser construido por la viuda de Villahermosa, y como quiera que aquél ya ostentaba en su frontis su escudo ducal, fueron motivos polémicos para no encontrarse de cara los blasones de dos escudos de distintas noblezas. Y la duquesa viu da de Villahermosa tuvo que ceder, colocando su blasón nobiliario en la fachada opuesta. De esta joya maravillosa, hoy solamente podemos contemplar sus tres fachadas primitivas, ya que en la década de los años sesen ta de este siglo, la Banca López Quesada adquirió el preciado pa lacio y devoró todas sus riquezas internas, respetando solamente
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su exterior. Poseía salones esplendorosos, de paredes policroma das, chimeneas de blanco mármol con columnas de ágata, jambas y dinteles de filigranas exóticas enmarcadas en colores, arneses y mazmorras de clásico matiz nobiliario; en fin, unas tripas que no debían de haber fenecido. Ocupaba en su patio central, el sitio principal del edificio frente a la derecha, la suntuosa capilla ducal, que comprendía en su altu ra todos los pisos, y rematada por una bellísima cúpula, adornada con suntuosos casetones y varios motivos realizados por el célebre Maella, de quien es igualmente el cuadro del altar, que representa el nacimiento del Hijo de Dios. La marquesa de Esquilache ocupó una parte del palacio, y en el resto del edificio vivieron personas muy destacadas en la vida na cional. Igualmente, en este vasto palacio, el entresuelo constituye la habitación, salón de verano donde vivió el duque de Angulema en el año 1823. El coste del referido palacete ascendió a nueve mil reales. PALACIO DEL DUQUE DE SOTOMAYOR
En la plaza de Castelar, esquina a la calle de los Hermanos Bécquer, el marqués de Puente-Sotomayor construyó su palacete deno minado «La Huerta». Palacete suntuoso y espléndido, enclavado en el altozano de la finca, dando vistas a la calle de Serrano. El referido marqués tenía una bella y romántica hija, llamada Joaquina de Osuna, que se enamoró de don Antonio Cánovas del Castillo, y el idilio se convirtió en boda; como regalo de bodas el marqués de Puente-Sotomayor les donó, a los recién csados, el pa lacete de «La Huerta». El procer don Antonio Cánovas del Castillo, nacido en el año 1828, fue político del partido moderado, elegido diputado por las Cortes Constituyentes en 1854, subsecretario del Gobierno, Gober nador Civil de Cádiz, ministro de la Gobernación en el año 1864, pri mer presidente del Consejo de Ministros de Alfonso XIII, fue uno de los conspiradores para el retorno de la dinastía borbónica; el 8 de agosto de 1897 fue asesinado en el balneario de Santa Agueda (Gui púzcoa), por el anarquista Miguel Angiolillo. «La Huerta», posteriormente fue adquirida por la marquesa de Argüelles, y durante nuestra guerra civil pasó a ser sede de la Em bajada de Cuba. Finalmente los poderosos dólares americanos hi cieron presa del magnífico palacio para convertirlo en la Embajada de los Estados Unidos, y tras la demolición del palacio hicieron el nuevo edificio que no refleja ninguna línea de alta arquitectura.
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PALACIO DEL MARQUÉS DE VILLAMEJOR
En el número 3 del Paseo de la Castellana haciendo esquina con la calle de alcalá Galiano, levanta su palacete el marqués de Villamejor, plasmado exteriormene en ricas líneas arquitectónicas e inte riormente con sustanciosos salones revestidos de filigranas exquisi tas. Al morir el marqués de Villamejor, en el año 1889, es adquirido por el infante don Carlos de Borbón, el cual casó con la princesa do ña Luisa, hermana de Alfonso XIII, y, tras un corto periodo de habi tar el referido palacio, éste pasó a propiedad del Estado, el cual lo convierte en Presidencia del Consejo de Ministros, hasta el año 1977 en que esta Presidencia es trasladada al Palacio de la Moncloa, por mandato del Gobierno Suárez. Caso ocurrido en este palacio, fue el intento de asesinato, en el año 1930, hacia la persona del general Berenguer, que ocupaba la Presidencia del Consejo por aquel año, atentado realizado por el pe riodista Ángel Llizo. ¡Cuántos retazos de la engañosa política espa ñola puede testificar el palacete del Marqués de Villamejor! PALACIO DEL DUQUE DE ANGLADA
En el Paseo de la Castellana, manzana comprendida entre la ca lle de Ortega y Casset, marqués de Villamagna y Serrano, se en contraba la mansión más señorial de esta arteria, propiedad del du que de Anglada, y posteriormente de los marqueses de Larios. Palacio de una gran extensión de terreno dominado por grandes pa seos cubiertos de arbolados, palacete hoy convertido en Hotel Villamagna, complejo comercial El Corte Inglés y, cómo no, por el Banco Hispano Americano. Este bello palacete cuya notabilidad consiste en el patio árabe, primorosa reproducción del de los Leones de la Alhambra. Este pa lacio, antes de haber sido adquirido por el marqués de Larios, estu vo mucho tiempo deshabitado, y fue muy utilizado para distintas ex posiciones de arte. PALACIO DEL DUQUE DE LIRIA
Ubicado en la calle de la Princesa, esquina a Mártires de Alcalá y calle de las Negras, se encuentra el palacio de Liria, rodeado de un hermoso jardín con huerta forestal, estando a la izquierda del Cuar tel de Conde Duque. Hoy el palacio de Liria, de Berwick y de Alba, es una de las principales residencias aristocráticas de Madrid.
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Este bello edificio fue construido en el año 1770 por don Jacobo Stuart Fitz James, duque de Liria; su planta baja consiste en un cuerpo almohadillado de muy poca elevación, falta que no pudo en mendar Ventura Rodríguez cuando tomó a su cargo la dirección de la obra, limitándose a labrar la parte superior con la elegancia y buen gusto de la que era poseedor. La planta de este palacio es un paralelogramo rectangular con trece huevos en cada una de las lí neas mayores, y cinco en las menores, con pilastras dóricas y co lumnas arrimadas del mismo orden, que adornan el cuerpo sa liente del centro, sobre el cual se eleva un gracioso ático en que se ven las armas de la casa y las cifras de los duques fundadores. En él han acumulado los duques de Alba un verdadero e incalcu lable tesoro de armas, tapices, cuadros -entre ellos algunos de Goya-, esculturas, antigüedades realmente sorprendentes y extraordi narias. En este palacio pasó sus últimos años, Eugenia de Montijo, ex emperatriz de los franceses. Destruido el palacio por un incendio durante nuestra guerra civil, en el año 1936, fue reedificado por el último duque y recuperadas gran parte de las piezas de valor sal vadas del incendio. Es uno de los pocos palacios aristocráticos que quedan en Madrid habitado por sus propietarios. PALACIO DEL DUQUE DE UCEDA
El primer edificio que tenía Madrid, después del Alcázar, era es te vasto y suntuoso palacio levantado sobre el terreno que ocupa ba la casa en que vivió don Juan de Austria, por el ambicioso don Cristóbal Gómez de Sandoval, duque de Uceda, privado y ministro de Felipe III, cuando ocurrió la muerte de éste, e hijo del duque de Lerma. Su traza inicial es debido a Francisco de Herrera, siendo este mo numento del estilo clásico la última prueba de su habilidad; pero ha biendo fallecido este eminente artista antes de que empezara las obras, se cree que la dirigió Juan Gómez de Mora a fines del siglo del reinado de Felipe III. Su fachada principal mira al Norte, y consta de tres pisos de ca torce huecos cada uno, coronando los del cuarto bajo frontispicio triangulares y semicirculares los del principal, todos de granito, de cuya materia son también dos portadas que colocadas con la con veniente separación, adornan estas majestuosas fachadas, cons tando cada una de dos columnas dóricas estriadas y aisladas en el primer cuerpo, con triglifos en el cornisamento que hace de repisas, y otras tantas jónicas estriadas y entregadas en el segundo, termi-
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nando con un frontispicio semicircular interrumpido por un gran escudo de armas reales en lugar de los blasones de Sandoval, que años atrás había en el mismo sitio, estaban sostenidos por leones que aún subsisten. Fue palacio-residencia de varios personajes, hasta que lo habitó la reina doña María de Austria, la cual falleció en el mismo, el día 16 de mayo de 1696, a los 61 años de edad, y ocho días después su cadáver fue trasladado a El Escorial. Felipe V compró este palacio en el año 1717, y dispuso que se trasladasen a él los Consejos desde el Alcázar donde estaban. Hoy día, este palacio majestuoso, es sede del Consejo de Estado y Capitanía General de la Primera Región. PALACIO DE LOS MARQUESES DE LINARES
Este palacio de Linares enclavado en lugar excepcional y entra ñable para los madrileños, en la plaza de la Cibeles. Este palacete, sencillamente magnífico en su cortesana y elegante arquitectura, fastuosos sus salones e interiores, que merece conservarse como tes timonio de una época y forma de vida. El palacio de Linares se construyó hacia el año 1870, y se alude al arquitecto Ombrecht, quien dio la traza a la fachada del jardín. En 1878, el marqués de Linares solicita del Ayuntamiento de Ma drid espacio para poder ampliar la verja del chaflán del palacio en tre Alcalá y Recoletos. Según esto, es verosímil pensar que el arqui tecto que firmó los planos de la solicitud, y que no es otro que don Manuel Aníbal Alvarez, tuviera intervención importante en este pa lacio. En este caso, podemos pensar en atribuir este palacio a la tra za del referido Sr. Aníbal Alvarez. En el interior se destaca la gran escalera, que arranca de un ele gante vestíbulo ovalado. Es todo de mármol, con elementos decora tivos y escultóricos debidos a Suñol. Techos de José Marcelo Con treras y de otros pintores de la época adornan los grandes salones donde se despliega todo el lujo de la artesanía en forma de zócalos de maderas ricas, embutidos y marqueterías, tapizados y sedas, ma ravillosos parquets, estucos y curnicopias. Es, sin duda, el mejor conjunto decorativo de su época que conserva Madrid, y el que me jor ejemplifica una forma de vida. Tristes circunstancias familiares tuvo este edificio, cerrado du rante muchos años, y así llegó a la etapa de la República y la gue rra civil. Este palacete de líneas neoclásicas es sobradamente reco nocido por las miradas de todos los madrileños y turistas. Fue
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igualmente residencia del conde de Villapadierna, palacete que nun ca fue habitado por sus propietarios primitivos. En su solar estuvo el Pósito de la Villa, donde se almacenaba el trigo para el abasteci miento del pan de la Villa de Madrid. Luego, a mediados del si glo XIX fue destinado a cuartel de Ingenieros, y tras el derribo del pó sito-cuartel se construyó el palacio de Linares. Durante nuestra guerra civil fue cuartel de milicias, y posteriormente, en su fachada apareció un cartel en el que se leía: «Propiedad de la Federación de Cajas de Ahorros». Según leyendas exteriorizadas por el vulgo, la imaginación po pular urdió un melodrama del palacete misterioso, sobre una boda principesca que nunca cobijó nido matrimonial de sus poseedores. Pero lo cierto y verdad es que él está ahí, inerte, casi avergonzado ante la mirada de la Cibeles, como queriendo decir, dadme la ima gen que merezco, cuidadme, arregladme, componedme el escudo blasónico ante mi ochava, y embellecedme este jardín que tanto des dice ante las miradas de los madrileños y turistas. PALACIO DEL DUQUE DE MEDINACELI
Estaba ubicado en la plaza de las Cortes, con vuelta a la calle de Jesús y Paseo del Prado. Su planta era de un polígono irregular de diecisiete lados, con una superficie de doscientos cuarenta y cinco pies cuadrados, la fachada principal que miraba al Prado se compo nía de dos crujías, en las cuales se hallaban piezas de diferentes for mas, siendo sus pinturas y adornos de bastante mérito, con la ven taja de que, desde el piso principal, a consecuencia del desnivel de terreno, se yeían sus jardines, la huerta y el picadero. Contaba el referido palacete con biblioteca, armería, escuela, ca pilla y sacristía, todo de bastante mérito, con comunicación a las tri bunas de capuchinos de San Antonio del Prado y de Jesús Nazare no (Trinitarios Descalzos), cuyos conventos, que están dentro de dicha casa, son del patrimonio del duque de Medinaceli y Santiesteban. Finalmente, en dicha casa, había cuantas oficinas eran nece sarias, tales como secretaría-archivo, contaduría, tahona, pozo de nieve, caballerizas, reposterías y otros varios. Entre las muchas curiosidades que contenía este palacio, se ha llaba una gran sala de armas, en la cual se conservaban muchas de hierro lisas y labradas, algunas con adornos dorados, y entre ellas ocupaba su respectivo lugar, la armadura que usaba el Gran Capi tán, Gonzalo Fernández de Córdoba, y también la barda de su ca ballo, que está perfectamente trabajada con grabados y adornos.
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Igualmente, se encuentran en dicha armería varios mosquetes de chispa y de mecha, escopetas árabes, armas blanacas, lanzas y alabardas entre las que había una propia del Gran Capitán cons truida el año 1505, siendo muchas las que había de esta clase antes de la invasión francesa en 1808, en cuya época y por mandato del propio Napoleón fueron confiscadas las casas y bienes del duque, perdiéndose entonces gran cantidad de armas. En la sala a la que me he referido, existía igualmente una gran colección de estatuas de mármol de diferentes tamaños, algunos bustos de emperadores y caballeros romanos, y muchos bajo relieves antiguos de mármol fijados a las paredes. La biblioteca que hasta el año 1808 fue pública, constaba de cua tro espaciosas salas que contenían unos quince mil volúmenes entre impresos y manuscritos. También se destacaba una gran colección de pinturas de cobre, maderas y lienzos, de los más célebres artistass nacionales y extranjeros, con sus quinientos cuadros. PALACIO DE PORTUGALETE
Los planos y dirección de esta obra, terminada en 1874, son del arquitecto francés Sr. Ombrecht. El edificio es una caprichosa mez cla de géneros diversos, amalgamados sin obedecer a reglas fijas. La disposición interior corresponde a la idea que hace concebir un as pecto exterior. El salón del piso principal, la galería destinada a mu seo y capilla, están recargadas de adornos. En la planta baja se ha lla la sala de billar, de estilo caprichoso, que recuerda las extrañas combinaciones del chinesco; un tocador y una espaciosa cámara de dormir de gusto moderno; la sala de baños decorada a la manera pompeyana por el pintor italiano Mencini, y el salón de música, la más rica de las estancias del edificio. El género de arquitectura a que el edificio pertenece carece de verdadera originalidad, ofreciendo sus más caracterizadas produc ciones ancho campo a la crítica, si se las juzga con arreglo a las le yes dé la estética del arte. Entre los techos son de notar el que se debe a don Marcelo Con treras; es de estilo renacimiento italiano e inspirado en las logias de Rafael, con cuatro medallones en el centro de los lunetes que repre sentan la Música, la Pintura, la Escultura y la Arquitectura; en los ángulos del cuadrilongo, trofeos musicales; en la gran faja de los artesonados, graciosos adornos con niños; en las claves de los arcos hay octógonos con buenas figuras de la Noche y el Día. La gran me dalla central manifiesta un cielo lleno de luz con bandadas de pája
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ros. El patio es de estilo pompeyano, construido con mármoles y es cayolas, coronado con una techumbre de cristales; en el centro se ha lla la estatua de Narciso, original de don Elias Martín. El palacio tiene alrededor un miserable jardín. PALACIO DE O'REILLY
Palacio ubicado en el corazón de los Austrias, en la madrileñísima calle del Sacramento. Palacio que mandó construir el duque de Uceda, en el año 1725, al arquitecto Pedro Hernández. Sin que lo hubiera disfrutado el referido duque lo cede para con vento de la Orden de Santa María, la cual, formaba la Comunidad Religiosa Recoletas Bernardas del Santísimo Sacramento, haciendo esta Comunidad uso del mismo durante casi un siglo, ya que en 1838 el linajudo Uceda vende el palacio a la familia Lezcano. Hoy, en la actualidad, están las dependencias municipales.
Palacio del marqués de Poriugalete.
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«La Ermita de San Isidro», Goya.
TRES ERMITAS MADRILEÑAS
ffY ahí están estas tres joyas de ermitas que en la actualidad podem os disfrutar los madrileños, no ya de sus fiestas pasadas, sino del recuerdo nostálgico que Madrid nos ha legado y que des de luego no podem os olvidar».
Romería de San Antonio de la Florida», de Pradilla.
adrid goza de tener tres ermitas ribereñas, y las tres, como se suele decir, en activo: la de San Isi dro, la de la Virgen del Puerto y la de San A n tonio de la F lorid a; como queriéndole besar, las tres gozan de la brisa del Manzanares, arropadas en su ribera. San Isidro y San Antonio dando la ca ra hacia él y la Virgen del Puerto dándole la espal da. Sus motivos tendrán. Eso sí, esta última es la más cercana al río y, por lo tanto, aunque de espaldas, disfruta más de su brisa. Según la Real Academia, ermita, es un santuario ubicado en si tio despoblado, y, donde su único morador es el ermitaño o anacore ta. En principio éstas cumplen a medias estas reglas, la única que cumplen es que por aquellos entonces sí que estaban despoblados, pero lo del ermitaño, hoy en la actualidad, sus moradores son los verdaderos párrocos de sus respectivos distritos . Empezaré, como es lógico, por la de nuestro buen patrón San Isi dro. En lo alto de un cerro, en las riberas del Manzanares, había una especie de bosquecillo o vergel, donde San Isidro hizo brotar agua de una roca y que posteriormente se quedó en fuente. La historia de la ermita se compendia en la lápida colocada el 14 de mayo de 1885, por la Archicofradía Sacramental de San Isidro, sobre la puerta de ingreso. La inscripción de la citada lápida, aprobada por la Acade mia de la Historia en sesión del 28 de abril del año anterior, dice así: «La emperatriz doña Isabel, en acción de gracias por haber sa nado su esposo Carlos I y su hijo el príncipe don Felipe, debido al agua de la fuente milagrosa, instauró esta ermita. Año de 1528. Reedificada por el marqués de Valero, fue bendecida en 1725. La Real Archicofradía de San Pedro, San Andrés y San Isidro, dedi có esta memoria. Año de 1885». La ermita consta de una sola nave con cúpula, y está adörnada con tres retablos, conteniendo el intercolumpio del mayor, las efigies de San Isidro y Santa María de la Cabeza. Y el día de su fiesta, la
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pradera rebosaría de romeros a contemplarle, comprar las clásicas cosillas de la romería, el pito de cristal con la flor de papel de trapo, el primer botijo que aliviara calores en el próximo verano, las clási cas rosquillas de la «tía Javiera». En fin, es la ermita, posiblemen te, que más devotos atraiga a ella, sobre todo de labradores y horte lanos de los pueblos aledaños a Madrid, y, como no, de los hijos castizos que aunque nos llamen «isidros» llevamos el apodo con mu cha altivez. La ermita de la Virgen del Puerto, de silueta y estampa velazqueña, ubicada entre un vergel de árboles y como fondo las riberas del Manzanares. Esta finísima obra la mandó construir el marqués de Vadillo —siendo corregidor de la Villa—, a expensas de su peculio particular, no siendo así, ya que según la historia tal donación la hi zo el señor marqués con «ocho sisas» a cargo de la Villa de Madrid, cuya renta era de 12,224 reales anuales. Se dice que esta ermita tu vo una fuente en la que manaba agua de poderes milagrosos, y que bebiendo de ella no había enfermo que no curase, ni mujer enamo rada que no lograse la atención del amado. Está tan metidita en el río que parece que se baña en sus aguas. Y, singularizando sus esti los tengo que decir: es austríaca por sus esbeltos chapiteles que co ronan de pizarra gris sus torres; es borbónica por su planta movida y barroca, pero, sobre todo, es muy madrileña. Es obra del genial Pe dro de Ribera, y quedó inaugurada el año 1818. La advocación de esta Virgen del Puerto, que era la virgen de septiembre, se celebraba en muchos pueblos. En Madrid se le daba el cariñoso nombre de «melonera», por motivo de que cuando se ce lebraba su fiesta en la ermita, se hacían unas demarcaciones para su celebración con filas de melones, con objeto de acoger a los ro meros que no cabían en la pequeña ermita. Y de ahí le viene el nom bre de «melonera». La ermita de San Antonio de la Florida, fue construida en el año 1792 por el arquitecto italiano Fontana, bajo la traza de don Juan de la Villanueva. Los gastos fueron sufragados por la Corona. La ta lla de San Antonio, que sustituyó a la de la vieja ermita desapareci da, es del valenciano José Ginés. El principal baluarte de este mu seo de miniatura es la decoración de la misma realizada por el genial Francisco de Goya. Su obra duró desde junio a diciembre de 1798. Sus pinturas al fresco y al temple, están inspiradas en los mi lagros del santo varón de Padua. Posteriormente, se construyó otra exactamente igual, a la que se trasladó la imagen del Santo y el cul to, para que la primera quedara como museo en miniatura de la gran obra inmortal de Goya.
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Su fiesta se celebra en la noche del 12 al 13 de junio, con olor y sabor de juventud glorificada. Al día siguiente, de madrugada, acu dían las alegres modistillas a visitar a San Antonio y mojar sus de dos en la pila de agua bendita, y ver los alfileres que se les había quedado impregnados en sus yemas digitales, y el número de alfile res que se quedaban impregnados eran el número de novios que el Santo les concedía ese año. La ermita consta de un sólo cuerpo, decorado con dos pilastras dóricas, sentadas sobre un zócalo de granito, con un cornisamento coronado por un frontispicio triangular. Su portada con jambas, ménsulas y frontón de piedra colmenareña. Su interior, formado por un crucero adornado con pilastras corintias y cerrado por una pre ciosa cúpula. En el retablo mayor construido en estuco, se encuentra una hornacina central con la imagen del Santo titular. De su cúpula pen de una hermosa lámpara de bronce con una corona real, de la que se desprenden cadenas y collares de Toisón. Y ahí están estas tres joyas de ermitas que en la actualidad po demos disfrutar los madrileños, no ya de sus fiestas pasadas, sino del recuerdo nostálgico que Ma drid nos ha legado y que desde luego no podemos olvidar. Son ermitas que en su día oyeron el toque del Angelus en la hora indecisa del atardecer cuando las golondrinas acorta ban su último vuelo y se cobi jaban en los aleros de sus cam panarios, que en la angostura del silencio de su soledad, apartadas completamente del tráfago de la ciudad, es cuando más vibraban el eco de sus campanas. Campanas monás ticas, cuyo eco subía al espacio como una oración para la ciu dad. Y ya, qué más voy a decir, solamente que siempre tengáis un recuerdo de estas tres ermi «Alameda en la Virgen tas madrileñas que con tanto del Puerto», de F. Ruiz-Rico. acierto nos simbolizan.
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«Las horas de Madrid», 1857. Casariego.
ALELUYAS DELOS «MADRILES» PERDIDOS
«Se dice que el recordar es un llanto sin lágrimas por eso voy a narrar “ aleluyas” con resabia».
Casa y Torre de los Lujanes.
s recuerdo aquel Madrid tan bueno y hospitalario que sencillo y sin alardes acogía al ser humano. Los años veinte pasados en políticas y engaños con sus «chulonas» manólas y su mantón alfombrado. El Madrid del ¡Agua va! el del «simón» enjamelgado el de tomillos y albahacas con Isidro el hortelano. La Torre de los Lujanes cárcel del rey francés, atisba con su mirada a la torre San Ginés. La Torre de San Pedro el Viejo que antigua mezquita es, escucha las campanadas de la torre de San Andrés. La Torre de la Paloma con los niños a sus pies, cuenta con otra gemela que la de Santa Cruz es.
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Y como torre vital sin lugar a dudas es, la que ampara a tantas torres y que la Catedral es.
En resumen muchas torres tiene Madrid a sus pies, pero el barrio de los Austrias acapara el diez por cien. Lugarejos matritenses donde San Isidro oró, ayudado y con amparo del arado y azadón. Bellos rincones tranquilos de recuerdos y añoranzas, son la calle del Rollo y la plaza de la Paja. La calle del Sacramento con la plaza San Javier evocan aires de encanto de un Madrid que ya no es. Plaza del Conde Miranda testigo de un crimen fue, como autor y con su hija el capitán Sánchez fue. Convento del «Corpus-Christi» vulgo «carbonera» es que a diario al Gran Capitán se dice una misa por él. Gemela a esta otra plaza Conde Barajas se llama, que en uno de sus palacios al general Espartero aclaman.
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Calle de Cuchilleros paraje de Candelas fue, con Ciudad Rodrigo en cabeza y Puerta Cerrada a sus pies. Cava Alta, Cava Baja, Cava de San Miguel, cuántos carros de hortelanos les llegaban por doquier. Cuatro plazas se conjuntan hermanadas a la vez, la de Carros, Humilladero Puerta Moros y San Andrés. Calles que por oficios son llamadas con honores, Latoneros, Tintoreros, Cedaceros y Bordadores. Plaza de las Vistillas quién te ha visto y quién te ve sin tus puestos de melones ni cuestas donde correr. Ya en el siglo pasado los «madriles» cuentan pues con diez distritos o cuarteles que los refiero después. Con el río Manzanares y su puente «segoviana», no hay nada que los iguale por su arte y por su gracia. Oficios que Madrid perdió y que añoro con recuerdo que por su semblante y casta creo que no están muertos.
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Aguadores, lañadores, silleros y ropavejeros, componían un quinteto con el honrado trapero. El castizo «farolero» unido con el barquillero eran hombres de sainete cuyos oficios ya son siete. El «macarra» organillero y su manubrio girando tocado con su «parpusa» a los sones de mazurcas. No olvidemos las floristas que con su gracia discreta conquistaban a los hombres con ramos de violetas. Mujeres de temple duro un poco repajoleras, se enfrentaban con el frío las clásicas castañeras. Vigilantes de la noche oteando su terreno siempre con «chuzo» en ristre era el «difunto» sereno. ¡Lilas de la Casa de Campo! era el pregón mañanero ofreciendo un ramo de ellas por muy poquito dinero. Esa voz tan antañosa que con sus gritos proclama de que por tres «perras» gordas le entregaba una toalla.
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Ese tipo agitanado con temple de mucha pompa recorría barrios bajos con «Perchas para la ropa». El Palacio y Afligidos San Isidro y Avapiés, y el popular del Barquillo son los cinco de los diez. San Martín y Maravillas con la Plaza y San Francisco sin olvidar los Jerónimos se suman a los otros cinco. Evoquemos con modestia los medios de locomoción, en que empleaba el «madriles» con su «mañuela» y «simón». Castizos coches modestos que los «madriles» perdió en verano la «mañuela» y en el invierno el «simón». Transportes de alta alcurnia para personas pudientes, era lo; gran «berlina» con su charol reluciente. Ese primer tranvía que con muías fue tirado, hacía parada en el Norte y en San Vicente encuartado. Y ya que hablo de «encuartes» que era enganchar más muías en la calle la Montera dos parejas eran nulas.
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Bendito tranvía eléctrico que el pasado dio a la Villa haciendo su recorrido desde Pozas a Bombilla. Bellos paseos tranquilos han perdido los «madriles» haciendo desaparecer esas vías de carriles. No me alienta egoísmo y aún menos tentación, que mi Madrid pasado mejor fue en locomoción. Planta muy matritense la hierbabuena fue, que para ser olorosa tenía que ser en Lavapiés. Alcolea se llamaba y su borrico Juanita, vendiendo sus avellanas regalaba un puñadito. Gallinejeras se llaman por vender este manjar, con manguitos, hasta el codo y su blanco delantal. ¡Requesón de Miraflores! en sus puestos pregonaba y a la vez vendía fresas que de Aranjuez llegaban. Asturianos «aguadores» con sus cubas y botijos, suministraban el agua subiendo hasta el piso quinto.
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Esos picaros tunantes sin escrúpulos ni celo vendían sus mencancías llamándose los «teleros». Esos sufridos traperos que tienen oficio digno a las nueve de la mañana dejaban a Madrid limpio. Y ya para terminar con los oficios perdidos no quiero pasar por alto mi nostalgia hacia los mismos. Más madrileña yo creo sin despreciar a su hermana, esta otra incomparable que se llamaba albahaca. Madrid también perdió su jara retama de blanca flor que servía de rescoldo al dar al candeal sabor. Al buen lector que me lea sólo le pido un favor que me juzgue con conciencia si he cometido error. Y ya para terminar con estos tiempos pasados sólo pido mil perdones si he pecado de pesado. Con todo mi corazón esta «aleluya» dedico a vosotros Ignacio y Borja que sois mis nietos queridos.
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Escudo de Carlos I
Escudo de Felipe II
LA CASA DE LOS AUSTRIAS
« Carlos I embarca en la Coruña para optar a la corona de su abuelo, el 20 de mayo de 1520. Unos días más tarde estalla la revuelta de los Comuneros de Castilla, intentando sin éxito que la reina Juana firmara un documento obligando a su hijo a someterse a una Junta de Regentes hasta los 25 años de edad y deshacerse de los consejeros extranjeros».
Felipe III. Grabado de Goya sobre una pintura de Velázquez.
arlos I de España y V de Alemania, nace en Gante, Bélgica, el 24 de febrero de 1500, y llega a España a la edad de diecisiete años. Fue educado en los Países Bajos y, lógicamente, trae a España su séquito de nobles flamencos. En su preparación no habían incluido costumbres y legislación espa ñola, que fue el primer motivo de roce entre la no bleza y todo lo que rodeaba al monarca. La indignación sube de to no entre los españoles, en las Cortes de Valladolid, en 1518, donde le exigen que por lo menos aprenda el español, respete sus leyes y anule de sus cargos a los flamencos. Apenas el monarca jura la Co rona, y al año siguiente muere su abuelo paterno, el emperador Ma ximiliano I. Carlos I tiene sus conflictos, tanto económicos como políticos. Carlos I no acaba de comprender el federalismo español por estar educado en una filosofía autoritaria. La nobleza, a su vez, recela de un rey que ignora su idioma y que la arrincona en favor de unos no bles extranjeros, sin otro interés que el suyo particular. Carlos I embarca en la Coruña para optar a la corona de su abue lo, el 20 de mayo de 1520. Unos días más tarde estalla la revuelta de los Comuneros de Castilla, intentando sin éxito que la reina Jua na firmara un documento obligando a su hijo a someterse a una Junta de Regentes hasta los 25 años de edad y deshacerse de los consejeros extranjeros. Son los últimos coletazos de una nobleza que no acepta verse marginada. La rebelión acaba con la derrota de los Comuneros en Villalar (Valladolid), un año después. Pacificada la Península, ha de encararse con el problema francés, país con pretensiones en el nor te de Italia. La guerra se salda a favor de Carlos I, que captura a Francisco I, en la Batalla de Pavía, en 1525, volviéndole dos años más tarde cuando se alia con el Papado, Venecia, Florencia y Milán. Los ejércitos imperiales desbaratan la Liga, saqueando a Roma, y convierten San Pedro en establo y hacen prisionero al Pontífice. Después, lo que más le preocupa a Carlos I es la Reforma luterana
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con los monásticos medievales de Cluny. Tampoco personalidades tan notables como Francisco de Asís o Domingo de Guzmán en el si glo XIII consiguen algo más que parchear el cáncer que se extiende por el cuerpo jerárquico. Carlos I se siente impotente ante el Cisma, y con el mayor can sancio. Ha logrado detener la piratería norteafricana y turca en el Mediterráneo Occidental. Los levantamientos en favor o en contra de Lutero ha de solucionarlos con un documento que permite la li bertad de cultos hasta la celebración del Concilio. En Bruselas ab dica en su hijo Felipe II, en 1555. Su salud está quebrantada. En 1557 muere en Yuste, después de una subida de ácido úrico. Medio inválido es asistido por una camarilla en la que se encuentra Juan de Herrera, futuro artífice de El Escorial. El reino heredado por Carlos I fue el primero de Europa que su jetó a la nobleza y que se pudo considerar asentado. Felipe II no es consciente de esta situación como tampoco lo fue ron sus sucesores. Hijo del único matrimonio de Carlos I, casado con Isabel de Portugal, se hace cargo de la Corona con el mismo sentido universalista de su padre. Su nacimiento y educación son españoles. Nace en Valladolid, en 1527, pero su juventud discurre entre Espa ña, Inglaterra y los Países Bajos. Casado con María Manuela de Portugal, a los 16 años, en el año 1543, vuelve a hacerlo en 1554, a instancias de su padre, con María Tudor, reina de Inglaterra. Pero el matrimonio tropieza con inconvenientes de los ingleses y la dife rencia de edad de los cónyuges -María es tía suya, hija de Catalina de Aragón-, La personalidad de Felipe II es una incógnita. Físicamente fue menudo, pálido de tez, rubio, de mirada fija y poco dado a las efu siones. Su moral sexual no es la de un puritano. Se le conocen aman tes en Inglaterra, algo normal sabiendo los más de cuarenta años de su tía-esposa. Y su papel guardián de los intereses romanos en un tiempo en que la Reforma crece por doquier. Francia es derrotada en San Quintín, en 1557, para ver más tarde cómo Felipe II interfiere en su política interior con el pretexto de proteger a los católicos de los protestantes, presentando su matrimonio con Isabel de Valois co mo suficiente para aspirar al trono que legalmente le pertenece a Enrique IV de Borbón. Los Países Bajos ven frustrados sus deseos independentistas. Ante las quejas flamencas, Felipe II envía al duque de Alba a repri mir a sangre y fuego toda conciliación. Cuando abandona la gober nación de aquellos territorios su sucesor Luis Requesens se encuen tra en una situación sin salida, agravada por la falta de dinero para
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mantener a los ejércitos, que se entregan al saqueo de ciudades en pago a su salario. Juan de Austria no logra contener el deterioro y Alejandro Farnesio, sustituto del bastardo de Carlos I, tampoco. Inglaterra es el gran rival naval. Muerta María Tudor, católica, sube al trono Isabel Tudor, que se inclina por mantener una políti ca religiosa independiente de Roma, mientras inicia un acoso a las flotas españolas de las Indias. Felipe II tarda años en reaccionar, pe ro cuando lo hace lleva al país al desastre: organiza una armada pa ra invadir la isla que es desbaratada por el mal tiempo, la impericia de sus comandantes y los corsarios al servicio de Isabel, en 1588. Felipe II no fue peor que los otros monarcas europeos, pero su po lítica sienta unos precedentes peligrosos para España. Su sentido universalista de la Corona, le hace apoyar al Pontificado sin parar se a pensar en las repercusiones de su acción. A Felipe le interesa la Iglesia por lo que tiene de ecumenista. Pero no cuenta con los domi nios alemanes para asentar su poder, lo que lleva a España a varias bancarrotas y a un empobrecimiento progresivo, acentuado con sus sucesores. La soberbia felipista ignora la realidad de un país atra sado, sin comercio de importancia y con una actividad mercantil ca si inexistente. Los barcos que llegan del Nuevo Continente a Sicilia ven cómo la riqueza que transportan acaba en Italia o Centroeuropa, mientras la nobleza vive de rentas, y los pocos comerciantes que existen se desvían a la especulación sin ninguna intención de inver tir sus ganancias en manufacturar sus productos: es más fácil com prarlos en Flandes, Italia o Francia que fabricarlos aquí. Felipe II levanta el Monasterio de El Escorial con fondos públi cos, mientras su recién nombrada capital, Madrid, no tiene alcanta rillado. La red de caminos está abandonada, las epidemias rebrotan y la moneda es un objeto reservado para las grandes transacciones comerciales. Cansado y viejo, Felipe II muere el 13 de septiembre de 1598, en El Escorial, luego de una enfermedad larga y penosa. Cuando el Concejo de Madrid ofrece a Felipe III un crédito de 3.500 ducados para la honras fúnebres de su padre, el nuevo rey estima que con 2.000 es suficiente. El escaso interés filial de Felipe III coincide con su ignorancia por la política. Cuando jura el trono traspasa sus responsabilidades al duque de Lerma. Este personaje, verdadero dueño del reino, refleja hasta qué pun to la ceguera de la oligarquía es congénita. El despilfarro económi co de monarca y valido es tan grande que nadie entiende cómo se puede mantener el Estado. El rey, persona sin voluntad, que alter na melancolía y frivolidad, inventa hasta tal punto los gastos sun
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tuarios que el embajador de Venecia estima que la nobleza que le ro dea sólo recibe 1/5 de sus rentas por dedicar el resto a pagar deudas. La corrupción es vergonzosa. La Corona saca a la venta varios tí tulos nobiliarios como manera de recabar fondos. La situación es ab surda. Una cuarta parte de los bienes de la Corona van a parar a prestamistas extranjeros. Políticamente se vive un periodo de cal ma. Las relaciones hispano-francesas se fortalecen con el matrimo nio de la infanta Ana de Austria con Luis XIII y los Países Bajos lo gran un tratado que les acerca a la independencia. Felipe IV es un digno sucesor. Derrochador, sensual y cazador empedernido, delega su gobierno en Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, hombre soberbio y con ambición suficiente para acabar de arruinar a su país. Una de sus primeras acciones es acu sar de malversación al duque de Uceda, sucesor e hijo de Lerma, de gollando a uno de sus íntimos, Rodrigo de Calderón, como escar miento. Exteriormente, España se embarca en unas empresas para las que no tiene fondos. Inglaterra rompe la tregua. El matrimonio del príncipe de Gales con una hermana de Felipe IV fracasa y Cádiz es bombardeada por una escuadra inglesa. Entramos en la Guerra de los Treinta Años en apoyo de Austria y Francia que ocupa el Rosellón, posesión tradi cional española, amén de atacar Italia y Flandes. Portugal se pier de en 1640 y en Cataluña los payeses se levantan, bajo la bandera republicana, con la protección francesa. Las revoluciones interiores proliferan como rechazo al autosectarismo de Olivares. En Euskadi la población se alza por la obliga toriedad del servicio militar; Olivares es relevado del cargo por su sobrino Juan de Haro, pero ya es tarde. La Paz de los Pirineos, en 1659, es una humillación para la Corona española: se renuncia a Luxemburgo, Cerdeña, el Rosellón y otras posesiones a cambio del matrimonio de una hija de Felipe IV con Luis XIV. En 1661 se re conoce sin titubeos la independencia de Flandes, tomando el rey ese mismo año las riendas del poder con la asesoría de los ministros. Empobrecida la Corona hasta el punto de no fiarle ni los comer ciantes madrileños, el rey ve morir a los hijos de su primer matri monio, a excepción de la infanta casada con Luis XIV, mientras ha de nombrar heredero a una criatura deforme habida con su segun da esposa. Curioso final de un hombre cuyo número de hijos natu rales ascendía al centenar. Carlos II es el patético colofón de los Austrias. Raquítico y en fermizo. Sin embargo al no aprender a hablar hasta los nueve años, es jurado heredero, asumiendo la regencia su madre, Mariana de
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Austria, la que delegó el poder en su confesor, el jesuíta Juan Everando. Pero este Everando es tan nefasto como sus predecesores. Su labor se ve jalonada por la ceguera política y la lucha contra un bas tardo de Felipe IV, Juan José de Austria, que logra deponerlo para sustituirlo por Fernando Valenzuela. Durante su mandato el co mercio de títulos y cargos es tan corriente que a nadie sonroja. La desvergüenza se hermana con la superchería. Los visionados y monjas llagadas proliferan por toda la geografía haciendo del país una especie de Corte de los Milagros. Si hay que definir la Es paña negra en toda su crudeza, ésa es la de la regencia de Maria na de Austria. Viudo Carlos II de María Luisa de Orleans, se vuelve a casar con una princesa de segunda categoría, Mariana de Neoburgo, cuyas mejores prendas, según palabras del Papa «basta que sus maridos dejen los calzones en la cama para que se queden embarazadas». Nadie duda de la incapacidad del rey, hidrocéfalo, se sostiene que está hechizado, sometiéndole a exorcismos que casi acaban con su vida. Sus últimos años son los del problema sucesorio. En vista que no puede tener herederos, los busca en familias reales emparenta das con la española, consiguiendo más candidatos de los que se ne cesitan; a punto de morir elige a Felipe de Anjou, nieto de su her mana Teresa y Luis XIV de Borbón, frente a las pretensiones de Leopoldo I de Austria, que opone la figura de su hijo, el archiduque Carlos, nieto de la hermana menor de Carlos II; la guerra que se de sata por la desvencijada España acaba con la instauración de una nueva dinastía en nuestro suelo: la Casa de Borbón.
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Primavera en el parque del Retiro.
APOLOGIA A MADRID
«Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son esta es mi insignia y blasón. Limpio aire de Madrid que mataba a un hombre y no apagaba un candil».
Invierno en el parque del Retiro.
1 mejor pago que se debe hacer a Madrid, es el amor y cariño con que se le debe de tratar. Mientras otras ciudades del mundo deben su fama a su situación privilegiada, a sus grandes ur banistas, a un acontecimiento histórico, etc., esta Villa fue conocida desde finales del siglo XVI en el mundo gracias a unos apologistas geniales que presentaron al Manzanares como un río grandioso, al Prado como un paseo incomparable, y a la calle Mayor como una vía, la más atrayente del Universo. Por todas estas alabanzas recibieron un importante pago de cari ño que la Villa les otorgó. En otras ciudades, las casas natales de los grandes hombres se conservaron como reliquia, y a veces la ciudad entera. Aquí, sin embargo, tuvimos el privilegio de tener en un es pacio reducido las casas de Cervantes, Lope de Vega, Góngora, Quevedo, Tirso de Molina. Es decir, un singular museo literario se dejó desaparecer, hasta que reproducciones tardías con lápidas y esta tuas, gracias al celo de Mesonero Romanos y algunos destacados es critores que patrocinaron sus homenajes, los rescataron del olvido. Por eso, en este caso concreto voy a dedicar mi apología matri tense a su cielo, a su sol, a sus aguas y sobre todo a su clima, que a lo largo de los siglos ha cambiado por completo. Trueba elogia la hermosura del cielo de Madrid: «Siempre se está ponderando la hermosura del cielo de Ma drid, y ciertamente que este cielo es hermoso. Si se viviera en el cielo y no en la tierra, Madrid sería un paraíso: pero como se vi ve en la tierra y no en el cielo, Dios haría un gran favor a los ma drileños embelleciéndoles un poco lo de abajo, aunque fuese afe ándoles un poco lo de arriba». Nítido y clásico, el cielo de Madrid es el mejor fondo para yer la verdad desnuda de la vida, colmándole de una profunda naturalidad para sorber los vientos del cielo madrileño.
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Lo más destacado de este cielo, es su sol, que siempre inspiró grandes elogios. Carrere, así cantó al sol de Madrid:
Sol de los barrios bajos. El Rastro, las Vistillas. Devanan comadrees los vecinos al Sol. Cantan «la Canastera» los corros de chiquillos; un titiritero mueve los hilos de un guiñol. Es a finales del mes de mayo en Madrid un día caluroso, menos para una jovencita dienta de un quiosco, que busca una mesa don de se instala en una silla para recoger los rayos de este sol madrile ño, durante dos horas. Esta señorita está visiblemente tostada. Su traje, sencillo y fresco, tiene un enorme escote y sin mangas, no lle va medias y se dispone la falda a la máxima altura que permiten unas normas ciudadanas para evitar conflictos. Pero esta señorita en el mes de junio está más morena que cualquiera otra recién ve nida en el mes de septiembre a la vuelta del veraneo, en las playas o en la sierra. El sol de Madrid, naturalmente, no es el sol de una playa o el sol del campo. Es un solar insoportable ciudadano, un sol industrial de hormigón y de cemento sin compensaciones de brisas marineras, o sin atenuantes de un pinar, es un sol distinto. López de Hoyos reproduce el dibujo de una divisa en que sus es labones arrancaban fuego a un pedernal:
Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son esta es mi insignia y blasón. El fuego en un principio se consideró elemento tan característico como los referidos anteriormente, ya que el pedernal, abundante en su término, fue empleado en la construcción de sus murallas. Es cierto que dicho material se utilizaba también para enlosar las ca lles, por lo que el paso de coches con ruedas de metal y los caballos herrados provocaban con frecuencia chispas, y que por esta causa era una ciudad fundada sobre fuego, y cercada por el mismo. El agua es el maná primordial y necesario en la vida humana. El agua del Lozoya era tan clásica y madrileña, que iba bien para el co cido, con el que formaba una aleación inimitable que no conseguía ninguna otra, siendo por este motivo que el cocido de Madrid no se podía probar en ninguna otra ciudad. El madrileño, un poco opti mista, creía sobre todas las cosas en el «agua gorda», el agua entra ñable del Madrid prehistórico. Salía aquella agua primitiva de.Ma
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drid de entre arena áspera y roja, y se formaba de la que es corazón acuoso de la Corte y de la que se filtra de las sierras próximas, cu yas circunstancias la hacen sumamente delgada y de excelente cali dad, fecunda y potable, que era tan pura como la destilada con ele mentos vitales como el sulfato cálcico, cloruro magnésico y sódico. ¡Un agua de verdadero recental! Los aires que gozaba Madrid eran limpios, puros y delgados, a los que se atribuían la salud que tenía, aunque había un dicho que decía:
El aire de Madrid es tan sutil, que mata a un hombre y no apaga un candil. Tenía nobleza y sanidad, por la comunicación y vecindad que te nía con las tierras del Norte, y al Poniente con las sierras y puertos de Guadarrama, que templaban y purificaban el ambiente de las ca lles de Madrid. El clima de Madrid tenía variaciones muy bruscas, pero no tanto como el de otras ciudades; el de Madrid resultaba muy sedante. Mesonero Romanos señalaba las causas de sus cambios: «El clima de Madrid, tan celebrado en lo antiguo por su salu bridad, ha padecido notable alteración por la falta de arbolado en sus contornos. El cielo, sin embargo, es puro y sereno casi siem pre; el aire es seco, vivo y penetrante, sobre todo en invierno. Los vientos que reinan con más frecuencia son los del Norte en in vierno; los del Oeste y Sur en la primavera, y este último tam bién en verano, y como esta Villa no está resguardada de la ac ción de los vientos, en especial del Noi’te, que viene atravesando la cordillera de Montes Carpetanos, casi siempre coronados de nieve, adquiere en ellos una frialdad excesiva y llega a la Corte después de haber corrido las siete leguas que aquellos distan sin encontrar obstáculo o modificación alguna, lo cual le hace sobra damente peligroso, en particular a los forasteros». El advenimiento de la primavera solía ir precedida de grandes fríos y nevadas, por lo que sorprendía a los madrileños muy abriga dos. La primavera llega tan hermosa y rozagante como si el tiempo no pasase por ella. Las noches de junio en Madrid son indiscutibles. Recogen toda la paz noble, toda la majestad alucinante, toda la dul cedumbre seráfica de Castilla.
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Cuando el cuco llega, entonces es primavera. Si el cuco no llegó, es que la primavera no comenzó. El estío es la época más calurosa del año, que corresponde al he misferio septentrional, en los meses de junio, julio y agosto.
Por la virgen melonera el verano ya va fuera. El verano en Madrid es desconsolador, bochornoso en el doble sentido de la palabra. Cuando el sol cae sobre la coronada Villa, han desaparecido esos días tristes y lánguidos de los fríos. Trae una ale gría incomparable en los seres humanos y en la naturaleza; mas hay hay que reconocer que cuando la canícula está en su epicentro, el ca lor es insoportable. Las noches traían escenas típicas en los barrios bajos de Madrid. Costumbre inveterada de los vecinos, similar a la que aún se sigue practicando en muchos pueblos de España, era la de salir por las no ches a la calle, sentándose en sillas en la acera ante la fachada de sus casas, para «tomar el fresco». Otros, más arriesgados, incluso sacaban un colchón y en su cabecera el clásico botijo, y así hacían frente a las calurosas noches madrileñas. Decía Mariano Benlliure: «Madrid en verano, a más de otras muchas ventajas, ofrece la de cobrar una inusitada elegancia, por un caso sencillo y paradógica razón de que se ausentan los elegantes a veranear. Si nues tros elegantes, así como salen a veranear, adoptaran también la moda de invernar -y hasta primaverar y otoñar-, Madrid sería, acaso, la población más elegante del mundo». Sólo en otoño está Madrid en su ser. El otoño devuelve a la Villa su equilibrio y a nuestro ánimo el reposo. Madrid en otoño es un lu gar bello y apacible, sobre todo en sus frondas de parques y jardines, donde el cielo velazqueño se confunde en su colorido con la alfombra de hojas, dando al paisaje una envidiable muestra para los pinceles expertos de muchos pintores. Las gentes mencionan el «sol del mem brillo» y se espera la venida puntual de las lluvias otoñales. Es el mes de sementeras nuevas, de rastrojeras infinitas, mes de frutos maduros y de canciones vendimiadoras, de amaneceres entre nebli nas, noches de estrellas pacíficas. Y todo esto es la vida de nuestro otoño en la Villa de Madrid.
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El invierno, es la estación del año que astronómicamente princi pia en el solsticio del mismo nombre y termina en el equinocio de primavera, según un refrán: «El invierno no es pasado mientras abril no ha terminado». Madrid tenía una belleza cautivadora, con su alfombra natural de hojas secas que se iban haciendo a las pisa das de los hombres. Empiezan a aparecer las primeras nieblas densas, las nubes gri ses, negruzcas. Diciembre nos traía el recuerdo inmenso de la Navi dad, que era el encuentro de unos amigos, era el abrazo de los her manos, era el deseo de felicidad que por unos días se conseguía, lo que debiera de ser eterno. Pero no nos pongamos nostálgicos. Y ya para finalizar, quisiera exponer mi fervoroso amor y cariño a todas las buenas cualidades, unas perdidas, otras olvidadas por aquellos que no supieron revalorizar el estado envidiable de la cli matología matritense, que este «lugarón manchego» supo favorecer nos en sus formas naturales.
Estanque de la Casa de Campo, con un típico cielo velazqueño.
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DAR POSADA AL FORASTERO
((La posada es insustituible para la gente de labor, sobre todo para los que viviendo cerca de la Corte hacen el viaje en carro, en borrico o sobre las ancas del caballejo; insustituible porque en la posada se hospedan todos, las personas, los animales y principalmente porque la posada sabe más a pueblo...».
Puente de Vallecas. Merendero.
sí como el catecismo pregona una de las más im portantes obras de misericordia, la de dar posada al peregrino que errante y fatigado de la jornada solicita un asiento al lado del hogar, así también, cuando se celebran ciertas festividades en los pueblos, como romerías o ferias, hay necesidad de practicar otra que, aunque no figura en el catecis mo, no deja de ser importante, y en ciertas ocasiones difícil: la de dar posada al forastero que, alforja al hombro, viene desde su lu gar a divertirse, dando un punto de descanso a sus tareas de la brador. La imaginación madrileña ha bautizado con el nombre de «isi dros» a los que vienen a la Corte por esta época del año a visitar la tradicional romería. Y vienen por estos días, sin duda por la tradición, por la fuerza de la costumbre, porque, a la verdad, bien pocos alicientes se les ofrecen, fuera de los que pueda tener la vida normal de la población respecto a diversiones. Al avecinarse estos días, las empresas de ferrocarriles fijan por todas las esquinas de la Corte, grandes cartelones amarillos, heral dos de los trenes a precios reducidos, con billetes de ida y vuelta, lo cual es mucho asegurar tratándose de ferrocarriles. Lo que no veo la necesidad de que estos carteles se «peguen» en Madrid, donde se deberían colocar es en las afueras, y no en la capital. Antes, hace muchísimos años, la romería de San Isidro iba aso ciada a otros festejos, que daban, como es natural, mayor contin gente de forasteros, que venían de los pueblos inmediatos, despo blándose los caseríos, ante el reclamo de las fiestas, y Madrid se convertía en inmenso campo de setas con los anchos sombreros de la gende de pueblo. Pero todo cambió: nuestros municipios fueron reduciendo la cosa a menores proporciones, no conservando del pintoresco esplendor de las fiestas más que la romería, que sigue por tradición conserván dose vergonzosamente en el campo de San Isidro, por donde más
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vergonzosamente todavía corre el Manzanares, sin saber por qué ojo del puente ocultarse. Puestos eternos de rosquillas, tontas y listas, que hacen a todo, a verbenas y romerías, y que «tiran» un año: botijos de barro tan que bradizo como si fueran hechos de concejales; columpios para la gen te alegre y tío-vivos con seductores letreros de: ¡A Berlín! ¡A Singa pur! ¡AViena! Yo creo que dan mucho mayor encanto a la romería, y sobre todo ambiente, los puestos de churros al vapor y al estilo de Andalucía, pues sin duda el estilo es el churro; los restaurantes donde se pue de pedir de todo... lo que diga que hay el camarero; los vendedores ambulantes, que pregonan a perra grande cabezas de ministros, más baratas que en las revoluciones; tiros de pistola, veinticinco ti ros una cajetilla, que hay que tirarla; puestos de bisutería muy ba rata, algo de quincalla, avellanas y nueces, y ya tienen ustedes la ro mería de San Isidro y todas las demás. Si cosas hay llamadas a desaparecer, creo que han de ser estas fiestas, de las que nada queda, ni a las que es posible enderezar por otros caminos. La vida de las poblaciones modernas lo absorbe todo, y el que quiere divertirse, si la razón es ésta para la mayoría, no es menes ter para pasar un día ir a los pelados cerros, coronados por aquella especie de diadema de la muerte que forman los cercanos cemente rios, testigos muy poco simpáticos para la alegría. De ahí que en la actualidad la pradera sea patrimonio casi ex clusivo de forasteros que, naturalmente, a eso viene a la romería de San Isidro, y a la romería van conducidos por el amigo que se han «echao» en Madrid, que van a buscarlos a la posada todos los días, el mismo que ha bajado a esperarlos a la estación, y el mismo que si el forastero se descuida le hará amigo del «portugués», para llevar se los dineros que traiga en el cinto. Ese es el peligro mayor para el forastero. Preciso es advertirles, a imitación de los anuncios de los periódicos: ¡Hay viles falsificado res!, o lo que es lo mismo: ¡Ojo, mucho ojo con esos amigos que así se os fingen! ¡Desconfiad de las imitaciones! Y ya que del forastero hablo, hablaré también de su albergue más frecuente en Madrid: de las posadas. La posada es insustituible para la gente de labor, sobre todo pa ra los que viviendo cerca de la Corte hacen el viaje en carro, en bo rrico o sobre las ancas del caballejo; insustituible porque en la posa da se hospedan todos, las personas, los animales y principalmente porque la posada sabe más a pueblo y está en mejor relación que
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cualquier otra clase de hospedaje para la gente del campo. Los pa tios grandes, donde se acomodan los carros y las diligencias, las cua dras para el ganado, los corredores largos y espaciosos, con intermi nable fila de cuartos, todos numerados como si fueran guardias de orden público; son tan características las posadas, tienen tan parti cular fisonomía, que difícilmente podrían adquirir otra naturaleza. Además, hay una encantadora independencia: no hay campana que llame a los viajeros a la antipática mesa redonda en horas determi nadas. En la posada come uno cuando quiere, sin contar con los in termedios, en los que el huésped revuelve las alforjas, tira de queso manchego, se abre de navaja, se sienta en un guardacantón del pa tio y se tumba en el arcón de la cebada, y ¡duro que es tarde! acaba con el queso. En la taberna de al lado se echa un «quince» de vino a la espalda, y ya está nuestro hombre en disposición de recorrer Ma drid y hasta de admirar sus monumentos, incluyendo la farola de la Puerta del Sol y los leones de cartón-piedra de Gobernación. Cuando el huésped se descuelga en Madrid con la familia, la co sa varía entonces: ya hay mesa redonda, con espléndida fuente de cabrito asado en el centro, o pollo con tomate o pepitoria de gallina. Un frasco de Valdepeñas a la panzuda bota ameniza los entreactos; después, a dar un pienso a las caballerías, y luego a la calle, todos en fila y muy cogiditos de la mano, como figuras de cotillón. A la no che, vuelta a la posada temprano, salvo alguna vez que van al tea tro a ver la pieza que «echan»; generalmente al Romea, el teatro fa vorito de los forasteros, ignoro porqué, pero la cosa es cierta; y allí ¡qué de risas! ¡qué de palmotear! Hasta las personas que son ajenas a estas expansiones se vuelven airadamente para decir: ¡A callarse! El paleto no vive con desahogo más que en la posada. Sus com pañeros de hospedaje son iguales a él. En cambio, observen ustedes al paleto que va a una casa de huéspedes: en la mesa, no se atreve a comer; la cuchara, el tenedor y el cuchillo, son para él tan difíciles como el hacer juegos malabares, de buena gana aplicaría los cinco mandamientos a todo lo que saliera en los platos, menos las salsas. Los huéspedes, que se consideran seres superiores, le miran despreciativamente. La conversación es de otra índole: allí no se ha bla de muías, ni de sequía, ni de sementera; en la casas de huéspe des se pica más alto, se está en el secreto de todo; hay quien tiene planes acertadísimos para acabar con la guerra; se conoce al cénti mo el dinero que en tal o cual negocio ha tomado un alto funciona rio; allí se sabe de todo, hasta los que no pagan el pupilaje. . Hay otros forasteros más holgados de conducta que no van a las posadas ni a las casas de huéspedes, sino a casa de un amigo o pa
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riente, a título de que se alegra mucho de estar a su lado. Estos son más prácticos. Con una cesta de huevos o un jamón que traen de su pueblo cubren el expediente, y se están a la sopa boba todo el tiem po que duran las fiestas. Empiezan por decir que no quieren causar ningún trastorno, que por la noche dormirán en el pasillo, en un sofá y cuatro sillas, y aca ban por acostarse en la cama del matrimonio, y éste es el que tiene que irse a dormir al pasillo. Estoy por los «isidros» que buscan su refugio en las posadas, allí están más en su centro. Y de lamentar es que algunos «golfos» dedi quen sus malas artes, cínicamente, al cándido provinciano que a Madrid llega con vivos deseos de conocer y admirarlo todo. ¿Quién no recuerda que hace muchísimos años, había en Madrid ciertos individuos que en las posadas y casas de huéspedes, en sus puertas, vendían billetes para poder pasear por las calles de Ma drid? Billetes de sol y sombra, y como es natural el de sol era más barato. Y esto es, a grandes rasgos, de una época del mil ochocientos y pico, el dar posada al forastero.
Navacerrada, camino de Madrid.
TARDE DE TOROS EN LOS UMBRALES DEL SIGLO
momentos después se jugarán la vida ante las astas de un toro para conquistar fama y gloria de esta fiesta brava de arte y hombría: fiesta de raza de héroes, en la que es necesario para triunfar saber bordar con sol, luces y colores con muerte, filigranas de plásticos maravillosos».
afé, copa y puro son los elementos inseparables de una buena tarde de toros. La algarabía de los ca fés en la Puerta del Sol y en el recorrido por la ca lle de Alcalá parece como si hablaran sus vasos y cucharillas, del clamor de los clientes entrantes y salientes, que con incansables discusiones y co mentarios acerca de la fiesta, hacen sus cábalas de la corrida que ha de celebrarse. El mejor sol de Madrid vestido de luces. Seentroncan caireles con luces primaverales llenas de to rrentes de oro y de alegría, metiéndose la sangre de este sol en los fervores de la fiesta brava. En todos bulle alegría y algazara. Las aceras son dos ríos de gen te Alcalá arriba, a los que afluyen, vaciándose, tabernas y cafés. Cascabelea alegre una «mañuela» con cuatro postineras cuajadas de claveles, sobre un tono de mantones que tapizan el asiento y la ca pota descorrida. Más allá, señor y castizo, el aristócrata conducien do desde el pescante alto de su coche, un tronco conducido de jacas inglesas con manguitos en las patas delanteras y guarniciones bla sonadas. Coches, muchos coches luciendo las gracias de sus líneas evocadoras de pasados famosos. Mantillas, mantones, un castizo con patillas y sombrero cordobés, una rapazuela que vende abanicos de cartón con celosías de colores vivos y un chaval que grita: ¡Pipas, al tramuces! ¡Agua fresca! El maestro, enfundado en azul y oro, brilla con fulgores de héroe en su coche particular descubierto que le lle va a la plaza. Su capote de paseo, primores de filigrana, borda en ra so todos los brillos de la fiesta. Una muchedumbre compacta invade las aceras de la calle de Al calá. En la calzada los coches marchan apiñados, lentos, con cam bios de donaires que cambian de unos a otros. Y allá, al fondo, re cortando un perfil mudéjar sobre el azul purísimo de un cielo madrileño en fiesta, la plaza se alza con su arquitectura de ladrillo moruno, española y torera. Arriba, sobre el anillo de su tejado, una bandera española. Abajo, las puertas con arcos, tragando gente y más gente, que se apiñan para entrar.
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Los toreros van llegando al patio de caballos. Sobre «jamelgos» ruinosos, esqueléticos y zurcidos, pasean los picadores, embistiendo, pica en ristre, al imaginario toro que su mente refleja. Un revuelo de amigos impertinentes manosean a los diestros. Y allá en el án gulo de las cuadras tres monosabios, rojo escarlata, aparejan las mulillas de arrastre, lucidas, flamantes y enjaezadas. Del patio de caballos los toreros van pasando a una antesala que comunica con la capilla. La capilla es alegre, chica y clara: una ima gen de la Paloma preside el silencie) de su católica serenidad, y an te ella se van postrando, en súplica emocionada, y uno a uno, todos los hombres vestidos de luces, que momentos después se jugarán la vida ante las astas de un toro para conquistar fama y gloria de esta fiesta brava de arte y hombría: fiesta de raza de héroes, en la que es necesario para triunfar saber bordar con sol, luces y colores con muerte, filigranas de plásticos maravillosos. Sobre el tapiz redondo de la arena bordan las cuadrillas, oro, pla ta, rasos y sol hecho caireles en sus trajes. Gritos, vivas, aplausos, voces en el gentío. Y en los anillos concéntricos de los asientos bri llan las pinceladas de mil colores de la muchedumbre que los llena. Abajo, en la cinta roja de las barreras, gente de rumbo y afición. Y, presidiéndolo todo, el rey Alfonso XIII, con traje gris, rojo clavel en la solapa y una sonrisa ancha, simpática y franca. El público, en pie, le recibe con una ovación cerrada. Saluda con el abanico la in fanta Isabel, moviendo pechugona las blondas de su mantilla. Y, más abajo, en el albero de la suerte tres hombres han realiza do su proeza. Rafael Gómez El Gallo ha realizado una faena de fili grana, todo el arte y toda la gracia solera de su raza quedó allí he cha garabato, salero y pinturería. Joselito, maestro y artista, coge los trastos de matar y va bordando en el cañamazo del ruedo, entre ovaciones delirantes y olés de entusiasmo del público que paladea la emoción de este arte. Y, por fin, el tercero de la terna, Juan Bel monte, un jovenzuelo vestido de luces, de torpe andar, de mandíbu la saliente, de cuerpo encorvado y escuálido, prende en el engaño de' su capa a un toro de treinta arrobas y se lo ciñe al cuerpo como una faja de carne, lo alucina girando en molinetes entre sus cuernos, lo va lamiendo con el revoloteo de su muleta bruja. La gente se pone en pie, electrizada y unánime, un escalofrío de emoción la tiene sus pensa, el «terremoto», como ya se le llama al trianero, sigue teme rario, ciñéndose al toro en plásticas belmontinas de una audacia in sospechada. Un delirio de ovaciones, de vivas, de olés, y el público que, terminada la corrida, se echa al ruedo y los pasean como tres baluartes hombres.
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La revolución del arte de torear está hecha. Y aquí muere esa tarde de toros, única, tan española.
Antigua Plaza de Toros de la carretera de Aragón (1874-1934).
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Antiguo y nuevo Mercado de San Miguel.
CONTORNO DEL MADRID MEDIEVAL
«En nuestro siglo, los paradores y mesones tuvieron una gran simpatía entre los escritores costumbristas...».
Torre de San Pedro.
1 relato de este contorno quiero que venga, en par te, a llenar el vacío de la historia madrileña, de có mo fue el Madrid medieval y la trayectoria silen ciosa de un núcleo que hace historia, desde su nacimiento hasta los albores de la capitalidad de Madrid. En Puerta Cerrada existía una puerta de la muralla, que tuvo que ser cerrada por la cantidad de delincuentes que merodeaban junto a ella. Ya López de Hoyos recordó que sobre ella había una piedra labrada con teorías del origen griego sobre los inicios de Madrid. Esta Puerta Cerrada, en su forma antigua, fue derribada en el año 1569. Se llamó la Puerta de la Culebra por una que tenía de pie dra encima. Era muy estrecha y revuelta, en la que se escondían gentes de noche para robar a los que entraban y salían, y a que tam bién había mal paso fuera de ella, en una puertecilla por donde se pasaba a la Cava que era muy honda. Puerta Cerrada es un paraje típico y popular de Madrid, por la que transitan tipos lugareños, que acudían a los mesones de la Ca va Baja. En esta plaza existía una fuente del Bajo Abroñigal, que daba un aspecto señorial del viejo rincón castellano. En esta típica encrucijada, al cabo de los años, permanece ostentando la única cruz que como monumento quedó en Madrid. En su frontal se halla como adorno un arca de agua, obra realizada a mediados del siglo XIX. La Cava Baja no era parte integral de la muralla, cerrándose en el año 1502. Pero pronto se pobló tan densamente, que el contem plarla era un bello espectáculo. En cambio, para los que no se acli mataban a la vida urbana, en esta calle recordaban a los de su pue blo, porque el venir a esta Cava era aproximarse a ellos, y estar al corriente de lo que allí ocurría. En nuestro siglo, los paradores y mesones tuvieron una gran simpatía entre los escritores costumbristas. Además de pasajeros, también llegaban de nuestros pueblos artículos alimenticios que se ponían a la venta en los patios o en las habitaciones de los meso-
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nes, cuando no en los mercados de la Cebada y San Miguel, y ya en el año 1820, se podían leer en los anuncios de la Gaceta y en el Dia rio de Avisos. Pedro de Répide, ante la decadencia de la Cava nos dice: «Desde allí hasta la Puerta de Toledo, se abren, como a lo lar go de la Cava Baja, los paradores, últimos de su especie; pero tan pintorescos y sin variación ninguna ahora de como se hallaban en los días de la católica majestad del rey Nuestro Señor don Carlos IV. Los hay con nombre lleno de poesía, como el parador de la Luna, la posada del Dragón, la del León de Oro; con sensa ción de aldea, como la posada de la Ursula y la de la Gallinería; místicos también, el parador de la Cruz, la posada de la Merced, la de San Pedro, la de San Isidro y la del Angel, y no falta el tí tulo municipe, que parece acompañado de fuero: así la Posada de la Villa. Todos estos templos de la hospitalidad, abren hoy sus zaguanes de igual modo que cuando pasaban sobre sus guijarros la carroza y el carro, la silla de postas y la galera. De los muros del portalón penden múltiples cribas y varios aparejos de cabal gar. Su patio es irregular y tiene sus muros jaharrados. Un alto corredor la bordea, y en su fondo titila una lucecita oleosa. Hoy nada turba la paz de estos mesones madrileños si no es el tráfico de los pueblos vecinos. Ya no los trastorna la maja, ni los alborota el estudiante con sus decires procaces, ni el soldado con sus pesiatales, ni los arrieros con sus cantares, ni estalla en ellos la jácara al entrar una pesada carroza de donde baja una corregidora gorda, que por el servicio del rey pasan a sus dióce sis de corregimiento para mayor lustro de la justicia y de la co rregidora». Singular testimonio fue uno de los actos que, el día 8 de junio de 1921, se le ofreció con cariñoso agasajo a Francisco Grandmontagne, embajador intelectual de España en la Argentina. Se celebró en la posada de San Pedro -posterior Mesón del Segoviano-, posada gobernada por don Santiago González «el segoviano». Siendo los organizadores de la misma, Azorín, Pérez de Ayala, Enrique de Mesa y Jerónimo Villalba. Acto emotivo y fraternal con que las letras, las artes y la política se han hermanado sin distin ción de clases y el pueblo ha querido, con su presencia, perpetuar di cho acto. Las escudillas, las jarras de vino de Méntrida, los candiles y velones, los servidores ataviados a la antigua usanza, predomi nando los trajes castellanos, y la gran esbeltez del traje con que iba
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ataviada una de las comensales, Raquel Meller. Todo daba un gran carácter a la fiesta, ambientada por una simpatía alegre. Podría citar cientos de comensales, entre los que se encontraban, aparte de los organizadores ya citados, Antonio Machado, Manuel Bueno, Conde de Romanones, Francisco Gamba, Juan Visconti, Ra quel Meyer, Miguel Moya, Mariano Benlliure, José Ortega y Gasset, Ramón Gómez de la Serna, Julio Romero de Torres, Mariano Alar con, la Argentinita, Luis Araquistain, doctor Negrín, Eduardo Marquina, Pedro de Répide, Emilio Carrere, doctor Marañón, Juan Ra món Jiménez, Amadeo Vives, Eugenio d'Ors, José María Carretero El Caballero Audaz, Carlos Arniches, Antonio Chacón, Manuel Ale as, y otros tantos que no caen en el olvido y que sería largo de enu merar. ¡Qué bello y grandioso el ver fundidas tantas inteligencias en el patio de un sencillo «mesón» en presencia de su fundador, don San tiago, y de su hija Petra. Una jaculatoria versificada con acento emocionado pronunció Antonio Machado. Hubo adhesiones telegrá ficas de grandes talentos que no pudieron asistir, y que tuvieron presentes en sus mentes el recuerdo del acto, tales como la de don Santiago Ramón y Cajal, en la que decía textualmente: «Achaques de la edad me impiden asistir al banquete castizo ofrendado por ustedes al insigne maestro Granmontagne, a quien admiro y celebro, no sólo el ingenio y cultura insuperable, sino el patriotismo enérgico, sincero y viril en contraste con el pa triotismo muelle, frío e interesado de la mayoría de nuestros po líticos. Deplorando no poder estrechar las manos del fuerte in trépido abanderado de la cultura y del habla española en América, le saluda a ustedes afectuosamente, así como a todos los asistentes al banquete. Firmado Santiago Ramón y Cajal». Otra de las letras de oro, fue don Pío Baroja, que con una gran fi losofía redactó: «Tengo cerca de casa, amigo Azorín, un arroyo que mis vecinos desprecian y ensucian, y que yo limpio siempre que puedo. El contemplar esa vena de agua que viene del monte sin impurezas, me regocija. Lo mismo en la vida espiritual: quisiera ver esas co rrientes de la cultura claras y diáfanas. A todos los que trabajan en purificar esas aguas de los detri tus de nuestra sociedad turbia y plutocrática; a todos los que ha cen en esa obra una religión de prohibidad y sacrificio; a todos ellos, va mi adhesión incondicional. Firmado Pío Baroja».
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La Cava Alta y la Cava Baja, con la de San Miguel, se hallan separadas por la calle de Cuchilleros, calle en recuerdo a los ar tesanos que en ella se ubicaron y en el entorno de Puerta Cerrada. Por este terreno de Cuchilleros venía la muralla desde la Puerta Ce rrada hasta la de Guadalajara, y en las que existían unas torres fuertes de pedernal que se derribaron durante el reinado de los Re yes Católicos. El Arco de Cuchilleros, es un típico rincón madrileño aseme jado a un fondo de acuarela. Por su ciclópea la han cruzado nobles y verdugos, héroes y gallofos, damas que tenían su palacio en la nobi lísima calle del Sacramento. En la calle de Cuchilleros existía y existe desde hace cuatrocien tos años, la antañosa y nostálgica hostería de Botín. En el año 1620 se encendió el horno por primera vez, y hasta la fecha no se ha apa gado. Bajo su rótulo una lápida recuerda no hace mucho: «Galdós re cordó este restaurante en Fortunata y Jacinta. La Cámara de Co mercio e Industria de Madrid. Madrid 25-V-1971». Al traspasar la Escalerilla de Piedra que sube a la Plaza Mayor, se hermana a esta calle de Cuchilleros, la Cava de San Miguel, de muy poca extensión. Esta calle también tenía su servicio de viaje ros, tanto de pueblos comarcales, como de destinos bastante distan ciados; en un número aparecido a comienzos de 1820, en el Diario de Anuncios aparecía éste: «En la Cava de San Miguel, lonja de cho colates y otros géneros, casa nueva, dará razón de una tartana de retorno para Oviedo o cualquiera de otros pueblos del principado, que tiene dos asientos desocupados». El mercado de San Miguel estaba, en principio, al aire libre para la venta de pescado, y, en el año 1835, el Ayuntamiento decidió convertirlo en mercado cubierto, y las obras aparentemente culmi naron en 1841, pero hasta 1915 no fue posible levantar la techum bre. Su zona era de gran animación, pero en su etapa de decadencia se dedicaba a géneros de la caza. A primeras horas de la mañana te nía gran afluencia, donde una abigarrada muchedumbre deambula ba por su sucio recinto. Robustas amas de casa en compañía de sus criados, para evitar la sisa de éstos, acudían en busca de lo necesa rio, y, mientras, los cocineros de las fondas y los palacios paseaban siempre con sus miradas sobre los varios géneros, antes de decidir se a comprar lo mejor y lo más barato. La Plaza del Conde de Miranda, posiblemente, fue una de las más bellas y típicas del antiguo Madrid, donde hace ya bastantes décadas sufrió en su aspecto artístico el derribo del palacio de los Cárdenas, vulgarmente conocido como la Casa de los Salvajes, por
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los dos figurones de piedra que embellecían los costados del balcón principal. De los contados rincones de Madrid, esta plaza es la que guardaba casi totalmente su ancestral prestigio; plaza escondida y silenciosa al margen del bullicio de la calle Mayor, en la zona que antaño se llamaba de Platerías, porque en ella se aposentaban, ca si en su totalidad, el gremio de plateros y orfebres. Tenía este an gosto y apartado recinto un rancio estilo de su pasado, y en ella es taban guardadas, como en una arqueta venerable, unos cuantos recuerdos de la vieja Corte de las Españas. En su frente se alza el Convento de Religiosas Jerónimas del Cor pus Christi, a quien el vulgo, más familiar que devoto, apellida «las Carboneras». Otro de los edificios que componen lo poco que resta de la profanada plaza, y que, probablemente, no tardará mucho espacio en caer hecha escombros a golpes de la piqueta urbanizadora, es el de la Escuela Superior de Guerra, viejo y destartalado caserón, sin vestigio alguno de arte ni otro recuerdo que el macabro y espeluz nante del capitán Sánchez, en los primeros años de este siglo. La calle de la Pasa, para el pueblo de Madrid guardaba una re lación con una de las funciones desempeñadas por un organismo ubicado en la misma, como sentenciaba la frase: «El que no pasa por la calle de la Pasa no se casa». Toma su nombre por las dádivas de unas pasas que juntamente con el panecillo, que dio su nombre del inmediato pasadizo, instituyó el arzobispo don Luis de Borbón. Volvamos al lado opuesto, traspasada la calle de Segovia, a la calle del Nuncio, una de las más calladas y pintorescas de estos contornos. Saliendo a mano izquierda de Puerta Cerrada, zaguán por donde se penetra en el Madrid viejo, está la antañona y pontificia ca lle del Nuncio, calle angosta y retorcida, donde malandrines y cape adores hacían su negocio entrando la noche dado el escaso alumbra do público. No parece que el tiempo haya cambiado mucho desde aquellos lejanos días en que el barroco palacio de la Nunciatura Apostólica fuera propiedad de la familia de los Vargas -cuyos linaju dos antepasados tuvieron por mozo de labranza al Santo Patrón de Madrid, Isidro-, pasando después al patrimonio de don Rodrigo Cal derón, el opulento privado del duque de Lerma, que hubo de pagar con la vida su engreída prepotencia, en el reinado de Felipe III. En el año 1671, en razón a los continuos escándalos que la gente originaba por esta calle del Nuncio, a altas horas de la noche, el Nuncio pidió licencia al Concejo matritense para que la mansión de Su Eminencia que representaba la autoridad del Sumo Pontífice, de cerrar el callejón que había a espaldas del palacio, y así evitar el tra siego de picaros a quienes les gustaba perderse por estos lugares.
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Esta calle también se vanagloria de tener ubicada en ella el pa lacio del marqués de Santiesteban, que sirve de fondo al pretil del mismo nombre. En él se aposentó alguna vez don Alvaro de Luna, favorito de don Juan II, que habiendo sido amo y señor de Castilla fue ajusticiado en la plaza del Ochavo en Valladolid y enterrado de limosna. Los orígenes y la leyenda de la iglesia de San Pedro, ubicada en esta misma calle, nos lo refleja Quintana. «La iglesia parroquial de San Pedro es iglesia consagrada, no se tiene noticias del tiempo en que se consagró, ya por ser tan an tigua como lo muestra su fábrica, ya por el descuido de los que la han tenido a su cargo. Algunos han querido decir que el rey Al fonso XI la fundó en hacimiento de gracias por la victoria de Nuestro Señor le dio cuando ganó de poder por los moros de las Algeciras, y de la que el mismo día alcanzaron en Madrid los mu chachos de los cristianos, los cuales armaron una pelea coñ los hijos de los moros que estaban avecindados en este pueblo en el barrio de la Morería Vieja, con piedras y otros instrumentos pro porcionados con aquella edad, encendiéndose de tal suerte que aunque salieron los infieles a defender a sus hijos, y los católicos a estorbar los suyos, no les hiciesen daño, fue tanto el furor de los rapaces, que sin bastar humana resistencia, a padres y a hijos los hicieron retirar y salir fuera de la Villa, cerrándoles las puertas de ella para que no entrasen». Tengo por probable que esta iglesia, en sus principios, no estuvo en el lugar donde está al presente, sino más arriba, como van desde la puerta que cae enfrente de la Sacristía a la puerta que llaman Ce rrada, a mano derecha casi al medio de la calle. Hay tradición recibida y asentada en personas ancianas de esta Villa que, subiendo antiguamente una campana a la torre de esta iglesia, era tan grande que no cupo por las ventanas de ella, y así fue forzosa volverla a bajar hasta dar traza de lo que se había de ha cer, porque o se había de derribar la torre hasta las ventanas para que estando dentro volverlas a hacer. Y sucedió que, dejándola al pie de la torre, hasta deliberar lo que fuese más conveniente, volviendo a la mañana, la hallaron puesta en el lugar donde había de estar, sin lesión en las ventanas de la torre, ni de la campana. Lo cual se atribuyó a cosa milagrosa y sobrenatural, como lo comprobó el su ceso, porque tenía virtud que tocándola en tiempo de tempestades, al punto cesaban y se desbarataban los nublados, huyendo los espi
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ritus malignos que los conmovían y excitaban, y vez hubo que se oyeron voces en el aire que decían: «Huyamos, tocan las campanas de San Pedro». Era tanta la fe que los labradores de Madrid tenían en ella, que daban en tiempo de agosto muy largas y liberales li mosnas al sacristán de esta iglesia porque tuviese cuidado de tañer nublado en tiempo que las avenidas y tempestades pudiesen hacer daño a los sembradores, y cuando iba a recoger la limosna que le da ban, llevaba pintada en la demanda la campana. Comprueba esta tradición una tabla que hasta ahora ha estado en la sacristía, y al presente está en la misma torre, en donde está pintada una campa na, por lo alto dos ángeles que la están subiendo y debajo de ella las palabras siguientes: «Con mi voz llamo a los cristianos, espanto a los demonios y desparramo los nublados».
Duró esta campana hasta el año 1565, que se quebró y de ella hi cieron dos, el año 1567. El Pretil de Santiesteban era un perfecto escenario de aven turas de antaño. El desnivelado suelo del Pretil y la casa de los Var gas, daban a este contorno un aspecto romántico, con la excelente puerta barroca de su capilla, la torre mudéjar de San Pedro, la so ledad y la escasa luz daban ese impacto decorativo. La calle del Almendro tiene un sentido especial con su encan to y misterio indefinible, era silenciosa y sepulcral. Era calle más fú nebre que un entierro, y más solitaria que la soledad. Se retorcía marcando una revuelta tan brusca que no se veía el principio ni el fin de ella. Hoy sigue siendo recogida y silenciosa. Por esta calle no pasa casi nadie que no sea habitante de la misma. Gran parte de los caseríos eran cocheras de las casas nobles lindan tes a la misma, por su calle mora el espíritu de San Isidro. Enton ces había escudos sobre las puertas, que jamás se abrían, y balcones corroídos por el orín, que daba lugar a su desbaratamiento. Esta calle no tenía comunicación con la Cava Baja, hasta hace muchas décadas en que fue abierta. En una travesía de esta calle te nían la casa los marqueses de Villanueva de la Sagra, que hicieron un oratorio; en ella se hallaba el establo donde San Isidro encerraba la yunta de bueyes con que trabajaba al servicio de los Vargas, y al lado, el pozo de donde sacaba el agua para dar de beber al ganado. Y este es el contorno de ese Madrid medieval que tantos recuer dos evocativos nos refleja en sus rincones y callejuelas.
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Iglesia de San Andrés.
CONTORNO DEL MADRID ANTIGUO
((Baraja nos describe: “Era difícil encontrar un barrio tan sintetizador como aquél de la vida cortesana y aún en la vida nacional, era el barrio más castizo de Madrid, el más antiguo, el más típico, el receptáculo de todo lo viejo, de todo lo jaque, de todo lo abigarrado y pintoresco de la Villa del oso y del madroño”».
Iglesia de Santa María. Grabado del siglo
icen las viejas leyendas que Madrid se remonta al año 1059 antes de Cristo. Se dice que un príncipe griego que vino de Occidente fundó la «Mantua Carpetana». Esta se extendía, en tiempos de los romanos, de Norte a Mediodía, desde Somosierra hasta el campo de Montiel y sierra de Alcaraz. A la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, pa rece que le gustaba mucho Madrid, en honor a sus aguas puras y limpias, y aires que hicieron la curación de su hijo, el príncipe Feli pe -futuro rey Prudente-, de unas calenturas malignas, según cuen tan las crónicas del año de gracia de 1528. Posiblemente, por este motivo, Felipe II trajo más tarde la Corte a Madrid. Adelantaré que mi recorrido evocativo es por la zona más medie val que Madrid tiene el orgullo de poseer dentro del que fuera se gundo recinto amurallado, ya desaparecido. Inicio el recorrido por el lugar que creo más correcto para este itinerario, que es alrededor de la Cuesta de la Vega, lugar donde estuvo su puerta hasta el siglo XVI, en que fue derruida. Sin embar go, desde sus ruinas puede contemplarse un maravilloso paisaje, y del que Avinareta decía cuando iba a una casa próxima a la Puerta de la Vega: «Pasé el postigo, viejo y roto, que era lo único que quedaba de la primitiva Puerta de la Vega del Madrid antiguo y me senté en unas piedras. Estuve contemplando los cerros de la Casa de Campo, las casuchas próximas al río Manzanares, las ropas puestas a secar y la gran Vega, que comenzaba a ponerse verde. El cielo brillaba muy azul, con algunas nubes blancas». La iglesia de Santa María databa, según Quintana, de cuando la predicación del Apóstol Santiago, y aseguró que existió en la épo ca visigótica. Estaba situada frente al palacio de los Consejos y exis tió hasta el año 1868. El 6 de febrero de 1541, se celebró en ella la boda de los duques de Sessa, apadrinada por el príncipe.
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En el año 1597, Madrid sufrió una epidemia de peste; León Pinelo nos lo narra: «No cesaba la peste que había empezado el año antes y para solicitar y conseguir la Divina misericordia que aplacase Dios su ira, esta insigne Villa estando el día de Santiago en la iglesia de Santa María, y juntamente el Cabildo de la Clerencia y los Pre lados de los Conventos, todos postrados delante del Santísimo Sacramento hicieron votos de guardar la fiesta de la gloriosa Santa Ana, y del glorioso San Roque y de hacerles decir cada año sus primeras vísperas y misa cantada con solemnidad, y hacer procesiones generales a las iglesias que se señalasen. Y prome tieron hacer una ermita de la vocación del Señor San Roque, y de procurar de alcanzar de S.S. licencia para que en toda España se rece y celebre de él misa». La devoción del pueblo de Madrid a la Virgen de la Almudena, a través de los siglos, tuvo un impacto reflejo entre los escritores que resumieron la historia del comienzo de la Reconquista hasta llegar la ocupación de la Villa por las tropas cristianas. Aunque transcu rrieron tres siglos, los habitantes de la Villa de Madrid tenían vagas noticias de la existencia de la imagen, que oculta en un cubo en los depósitos de trigo, inspiró una serie de bellas imágenes referentes a la Eucaristía. La imagen consei'vada y aparecida en tiempos de Alfonso VI ten drá que ofrecer impactos más primitivos que las imágenes góticas del siglo XVIII, sobre todo por haber sido tallada por San Nicodemus y traída a Madrid por el apóstol Santiago, según la leyenda. Una copia en piedra de la imagen se colocó en una hornacina en el lugar donde se cree se produjo la aparición del original, y en una versión actual Sampelayo escribe: «En la fachada de la catedral que da a la Cuesta de la Vega, puede verse en una hornacina una imagen de la Virgen de la Al mudena en piedra blanca de Colmenar, de dos metros de altura, instalada allí el 9 de noviembre de 1941, en sustitución de la que había sido destruida durante la guerra civil, por iniciativa de don Mael García Morente. Bajo ella una lápida reza: “Imagen de María Santísima de la Almudena. Ocultada en este sitio el año 712 y descubierta mila grosamente en 1085”».
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En la calle del Arco de Santa María se ofrecía la particulari dad de conservar los restos de una de las dos puertas del primer re cinto amurallado, que con motivo de construirse el segundo recinto se quedó dentro de la Villa. Como vestigios existía una torre que al comienzo del siglo xvil ya estaba demolida, quedando como restos un arco que al estar junto a la iglesia tomó el nombre de Santa Ma ría, de la que Quintana nos dice: «La puerta que estaba al Arco de Santa María, que miraba al Oriente, era una torre caballera, fortísima, de pedernal, cuya for taleza se experimentó en la dificultad que tuvieron muchos ofi ciales para desencasar la cantería de ella cuando por ensanchar aquel paso, se derribó, y debía ser angosta, pues fue necesario su ruina para la comodidad del paso, calidad de las que eran fuer tes, pues con poca gente tenían la necesaria para la defensa. En el mismo sitio hicieron un arco grande que llamaron de la Almu dena por una santa imagen de Nuestra Señora que se venera en la iglesia mayor de este mismo apellido, y de presente el puesto donde estaba retiene el nombre de Arco de Santa María tan so lamente». Siguiendo nuestro camino nos encontraremos con la plaza de San Salvador -luego llamada de la Villa-, Muchos fueron los es pectáculos que se ofrecieron en ella, como el de la quema de libros. En el año 1634, ocurrió con unos libelos contra la Compañía de Je sús, y se ordenó que fuesen destruidos el día de San Pedro y San Pablo, organizando un cortejo con todos los componentes del Tribu nal, seguido de pregoneros, que de vez en cuando leían la sentencia. Con motivo de la entrada de la nueva reina, doña Ana de Austria, López de Hoyos nos i'elata: «Saliendo de la Platería, se da luego en la plaza de San Sal vador, que es el concurso de todos los nobles, donde está todo el colegio de los escribanos del número y donde se bate el cobre de todos los negocios, porque en ella está la Audiencia y Foro Judi cial, con las casas del ilustre Ayuntamiento. En este lugar se pu sieron cuatro colosos, figuras de todo relieve, que tiene cada una de altura veinte pies, levantadas cada una sobre un pedestal de diez pies de proporción dupla. Conviene a saber, cinco por frente y diez de altura, con que suben las figuras treinta y tres pies, estan hechas todas de argamasa, que hasta perpetuidad del orden que los arquitectos llaman Rústica, que es orden aplicada para la
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frecuencia y concurso ordinario que aquí habernos dicho que con curre. Cada pedestal tiene por bajo y alto de todo relieve sus moldu ras, y por la parte superior se levanta una peana sobre que está la figura». Y con respecto a la quema de determinados libros en «Relaciones breves de actos públicos», nos comenta: «Llegaron a la plaza de San Salvador, donde estaba preveni da gran cantidad de leña, y junto a ella esperando toda la justi cia de la Villa, a pie los alguaciles todos, el teniente a caballo. Pú sose en llegado el estandarte de la Santa Inquisición a un lado, rodearon las hogueras los alguaciles, a los cuales cogieron en me dio los familiares y alguaciles de la Santa Inquisición que vení an a caballo. Mandó el alguacil Mayor del Tribunal de Toledo el verdugo bajase la caja, la abriese sacase los papeles y los pusie se en el fuego. Ejecutolo todo puntualmente, levantando en alto a los papeles para que fuese visto de todo, y les pegó fuego, dan do antes el pregón. Pegaron luego fuego a la caja en que habían venido, con notables aclamaciones y aplausos de la innumerable gente que había concurrido a este espectáculo». El atrio de la iglesia de San Salvador fue el lugar donde el Con cejo de la Villa celebraba sus sesiones. En el año 1219 se llamaba Iglesia Parroquial de Santa María Magdalena, la que posterior mente se llamó de San Salvador. Vinculada a esta iglesia estuvo la familia de don Pedro Calderón de la Barca, de cuya rama materna era propietaria padres y hermanos, y el año 1681 recibió sepultura el propio Calderón de la Barca. En 1842 se derribó la iglesia, cuyos restos fueron trasladados a diferentes lugares. León Pinelo nos des cribe su referencia: «Año 1219: La iglesia Parroquial de Santa María Magdalena ya por este tiempo se intitulaba de San Salvador que es la advo cación que hoy conserva. Año 1644: Renovábase la iglesia Parroquial de San Salvador, pero por falta de dinero iba la obra muy despacio. Los Plateros ofrecieron labrar el retablo y acabar el presbiterio y Capilla Ma yor que les costó catorce mil ducados. Renovaron su imagen de San Eloy que tenían en la iglesia de Santiago y con una solem nísima procesión de grande adorno de calles y altares la trasla-
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daron a San Salvador, por los últimos de junio, donde han fun dado su cofradía con importantes obras pías». En el año 1599, fue derribado el pórtico de la iglesia de San Sal vador, para ensanchar la calle al preparar la entrada de la nueva reina, y desapareció la sala en que celebraba sus sesiones el Ayun tamiento, pero la falta de recursos económicos impidió las obras de un nuevo edificio propio, con arreglo a un proyecto de Juan Gómez de Mora, y que en el año 1696 finalizó Teodoro de Ardemans. Te niendo un doble destino, el de Casas Consistoriales y Cárcel de la Villa, cada uno con sus respectivas puertas independientes. Al saberse que Fernando VII decidió aceptar el sistema constitu cional, don Benito Pérez Galdós, nos decía: «Subieron los comisionados, que eran seis, y al poco rato ba jaron con la noticia de que Su Majestad había mandado al mar qués de Miraflores que estableciese el Ayuntamiento del año 14. Palacio quedó a poco libre, y el movimiento del pueblo tomó la dirección de la Casa de la Villa. Los que deseaban mangonear en los primeros momentos y coger para sí los primeros peces del re vuelto río, no tenían tiempo que perder’. Yo fui de los más veloces en invadir las Casas Consistoriales, en ocupar las oficinas, en apoderarme de una resma de papel de oficio, en expedir órdenes menudas a los subalternos. Así es que cuando Miraflores llegó, ya estaba yo allí dictando como un déspota, expidiendo órdenes y preparándolo todo para el gran acto que a realizarse iba. De buena gana me hubiera nombrado alcalde a mí mismo, pe ro yo no era del 14. Con aquella mi presteza febril, tan abonada para las improvisaciones oficinescas, me impuse desde el primer momento, y a los diez minutos de intrusión, ya no podía hacerse nada sin mí. También salí al balcón con otros, teniendo la suerte de enjaretar parrafillos tan bien dichos, tan conmovedores y del caso, que me aplaudieron frenéticamente. Yo fui quien inauguró los abrazos que entusiasmaron a lá generosa muchedumbre. Sin más ni más, abracé al que tenía a mi lado, un liberalote furioso de toda la vida, éste abrazó al vecino, y entre lágrimas y patrió ticos pucheros nos abrazamos todos una y otra vez». Al ser preso Antonio Pérez, secretario de Felipe II, se le trasladó a la casa de Cisneros, fugándose de ella, según nos cuenta León Pinelo: «Su causa se fulminó con tanta atención y era tan grave, que
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aun por el tiempo que vamos -año 1590- no estaba acabada, pe ro temíase el reo que no quedaría con la vida. Y así trató de ha cer fuga de la prisión que era en las casas de don Benito de Cis neros, enfrente de la puerta principal de San Salvador. Correspondían a otra calle de cuyas puertas se estamparon las llaves en cera y se fueron, a hacer en Sigüenza, porque en otra parte no se halló oficial que se atreviese a ello. Y teniéndolas y prevenida la fuga, se salió de la prisión el Martes Santo en la no che. Doña Juana Coello, mujer del secretario, tenía licencia para entrar a dormir con su marido y el Miércoles Santo por la maña na salió diciendo a los guardas que no le despertasen porque ha bía estado malo aquella noche, con que pudo llevar toda la ma ñana más de ventaja a los que sabido el caso le siguieron. Sin que le alcanzasen entró en Aragón y dejando el reinado amotinado pasó a Francia». Dentro de esta plaza de la Villa, se encuentra la Torre de los Lujanes, sede de la Real Sociedad Económica Matritense de Ami
gos del País, creada en el año 1775. También está establecida la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, centros que tuvie ron la vanagloria de acoger a los más ilustres escritores de la épo ca, tales como Nicolás Fernández Moratín, Cánovas del Castillo, Modesto Lafuente, etc. León Pinelo nos narra: «Año 1525: El rey Francisco de Francia fue traído preso. Vino a Madrid, donde entró por Julio y aposentado en las casas de don Fernando de Luxan, que están fronteros de San Salvador, en que hay una torre baja y antigua, y en ella hay tradición que estuvo y que entró por una puerta pequeña que después acá no se ha abierto. Dentro de pocos días fue llevado al Alcázar». Pedro de Répide comenta la falsedad de cuanto se había comen tado sobre la estancia de Francisco I, en estos términos: «Y si suntuosidad y largueza, advirtió Francisco I en su viaje, no le esperaba cosa menor por parte del pueblo español. Y esa ca sa de los Lujanes que pasa a los ojos del vulgo como cárcel de rey de Francia, no fue sino la mansión hospitalaria en que el Conce jo de Madrid dispuso una gran fiesta, donde los placeres de la mesa alternaban con otras voluptuosidades en honor de aquel Príncipe, que no venía a ser recluido en miserable calabozo sino
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a ser hospedado como convenía a su calidad extraordinaria, en las magnificencias del madrileño Alcázar». Ramón Gómez de la Serna se resistía a desechar una leyenda que le inspiraba estas consideraciones: «Al mirar la Torre de los Lujanes, se piensa en la grandeza de Francia, imperecedera e inaccesible, encerrada dentro de su en carnación máxima de aquel recinto estrecho, aunque bien altivo. Así como otros monumentos de Madrid, tiene una significa ción propia y España se levanta en ello, en esta torre lo que se monumentaliza es el fraterno pueblo, por una vez huésped más que cautivo de España. La Plaza de la Villa siempre tendrá su altivez en esa torre, ya sin autoridad, y, sin embargo, más autoritaria que las que puntuagudizan el Ayuntamiento. Pero lo municipal, ¡qué pequeño al lado de lo que resume un delirio o paroxismo histórico!». La Hemeroteca Municipal fue creada en el año 1916 y abier to al público en 1918, ubicada al lado de la Torre de los Lujanes, has ta su traslado al antiguo cuartel de Conde Duque. En el pórtico del edificio de estilo mudéjar se instalaron los se pulcros, que nunca fueron habitados, de Beatriz Galindo y su espo so, el artillero Francisco Rodríguez de Madrid, como igualmente la balaustrada de la escalera principal, procedentes ambas joyas del convento de la Concepción Jerónima. Fue tal el progreso que tomó esta institución, que pronto llegó a comprender más de veinte mil colecciones de periódicos y revistas, bajo la dirección de eficaces hombres como Ricardo Frutos, Varela Hervías y Molina Campuzano, que lograron convertir el pequeño anexo de la Biblioteca Municipal en el centro más importante de Es paña en su género. En el centro de esta Plaza de la Villa se halla ubicada, desde 1891, la estatua en bronce de don Alvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, tallada por Mariano Benlliure. En su pedestal de mármol blanco, unos versos de Lope de Vega con la semblanza del marqués: «El fiero turco, en Lepanto, en la Tercera, el francés, en todo mar, el inglés, tuvieron de verme espanto.
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Rey servido y Patria honrada, dirán mejor quién he sido, por la Cruz de mi apellido y por la Cruz de mi espada». La calle del Sacramento está considerada como una reliquia del Madrid de los Austrias, del que Baroja nos describe :
«Era difícil encontrar un barrio tan sintetizador, como aquél de la vida cortesana y aún en la vida nacional, era el barrio más castizo de Madrid, el más antiguo, el más típico, el receptáculo de todo lo viejo, de todo lo jaque, de todo lo abigarrado y pinto resco de la Villa del oso y del madroño. Representaba, como ningún otro, la vida del país. La Inquisi ción tenía su hogar en la Plaza Mayor y en la de la Cruz Verde, los lugares del auto de la fe en gran escala y en los autillos. Es tos autillos debieron de ser célebres en otra época, y como re cuerdo quedaba en la plaza de la Cruz Verde, al decir de la gen te, una cruz de madera pintada en este color; la Monarquía tenía en el barrio el Palacio Real, la aristocracia, la casa enorme de Osuna. Un ramo importante de la agricultura tenía su asiento en la plaza próxima a la capilla del Obispo. En esta plazoleta los cam pesinos de los alrededores de Madrid habían establecido desde tiempos antiguos un mercado diario de granos y de paja». Después de la alabanza que Baroja realiza de esta calle, sigue con la descripción del interior de una de sus viviendas, sacadas de su obra El aprendiz de conspirador: «Fernando se traslada a casa de la calle del Sacramento, que ha heredado. Las tías, que fueron a ocupar el segundo piso de la casa del se ñor difunto, destinaron para su sobrino dos cuartos grandes, una sala con dos balcones que daban a la calle del Sacramento y una alcoba con dos ventanas a un jardín de la vecindad. La sala, que había estado cerrada durante mucho tiempo, tenía un aspecto marchito que agradaba a Fernando. Era grande y de techo bajo, lo que le hacía parecer de más tamaño; estaba tapizada con pa pel amarillo claro, con dibujos geométricos en las paredes y cu bierta en el techo de papel blanco. Un zócalo de madera de limoncillo corría alrededor del cuarto.
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Los balcones altos y anchos, rasgados en la gruesa pared, no se abrían en toda su altura, sino solamente en la parte de abajo, los cristales era pequeños y sujetos con gruesos listones pintados de blanco. Una sillería vieja de terciopelo amarillo, formada por sillas curvas, y sofá y dos sillones ajados adornan la sala. En las pare des y en los suelos había un amontonamiento de muebles, cua dros, cachivaches, un piano viejo con las teclas amarillentas, dos o tres cornucopias, una consola de mármol que sostenía dos relo jes ennegrecidos de metal dorado, un pupitre de porcelana y una poltrona vieja cubierta de tela dorada con dibujos negros. En esta poltrona pasaba Ossorio las horas muertas, contem plando las rajaduras del techo, que parecían las líneas que pre sentan los ríos en los mapas, y las marcas redondeadas, rojizas, que dejaban las moscas. En las paredes no había sitio libre para poner la punta de un alfiler, estaban llenas de cuadros de apuntes, de fotografías de iglesias, de grabados y de medallas. Había reunido allí los mejo res cuadros de la casa, antes colocados en los sitios más oscuros. La alcoba, cuyas ventanas daban a un jardín de la vecindad, tenía una cama de madera, grande, baja, con cortinas verdes, un armario, y un gran sillón. Abajo, desde las ventanas, se veía un jardín con un estanque redondo en medio, adornado con macetas». Al final de la calle del Sacramento, está el entronque del Pretil de los Consejos, al que Galdós tuvo muchas evocaciones de su as pecto triste y siniestro y, en su mano siniestra se encuentra la calle del Estudio de la Villa. El Estudio de la Villa fue un centro docen te, creado y sustentado por el Ayuntamiento de Madrid, que a lo lar go de cuatrocientos años recogió a los escolares de la Villa de Madrid, dotándoles de unos estudios humanísticos que los preparaba para se guir estudios universitarios. El documento más antiguo que se con serva, es una licencia de Alfonso XI al Consejo para abonar su suel do a un maestro, del año 1346, pero según ciertos indicios ya existía con anterioridad. El maesti’o Juan López de Lloyos, nombrado en 1568, a quien las autoridades municipales encomendaron la partici pación en la dirección. Alumno de este Estudio de la Villa fue Miguel de Cervantes Saavedra, aunque resulta difícil precisar las fechas. Por iniciativa de Mesonero Romanos se colocaron dos lápidas en su fachada, a lo que accedió su propietaria, la condesa de la Vega, y en la que el mismo Mesonero Romanos redactó:
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«Aquí estuvo en el siglo X V I el Estudio público de Humanida des de la Villa de Madrid que regentaba el maestro Juan López de Hoyos, y al que asistía como discípulo Miguel de Cervantes Saavedra. Alos humanistas españoles de la Villa de Madrid». La plazuela de la Cruz Verde solía tener un matiz tenebroso por las actuaciones de la Inquisición; Emilio Carrere nos lo recuerda: «En la calle de Segovia, tan importante tras antaño y ya tan venida a menos, está la plazuela de la Cruz Verde. Es una rinco nada entre escombros. Tiene una vieja fuente adosada al muro del convento de monjas del Sacramento. En el siglo xix, estuvo en Puerta Cerrada, donde en un trueque municipal llevaron la cruz verde que recordaba los «autillos» o quema simbólica de nigro mánticos en efigies de cartón. Esta plazuela tiene, pues, cierta emoción histórica. La fuente estaba adornada con la gracia neo clásica de una Ciana de mármol blanco: el siglo del xvm, como una reviva sonrisa del Renacimiento. No en vano vivió en el nú mero 1 de esta plazuela el arquitecto Ventura Rodríguez —casado con una hija del fontanero de Palacio- que adornó el poblachón madrileño con mármoles graciales y rumor de fontanas. La Dia na ya no existe. La fuente está seca sin el fluir de sus ciento vein ticinco mil litros de «agua gorda» tan grata para los abuelos y tan añorada por los nietos. Ya no vienen con sus cubas'los ciento cua renta y cuatro aguadores que tenían plaza fija en esta fuente. Va leriano Bécquer publicó en la Ilustración Española y Americana un dibujo de esta fuente y sus astures lleno de sabor de época». La calle del Rollo es una de las más curiosas y pintorescas de las calles del Madrid viejo, la que presta singular encanto su angos tura y la sinuosidad de su trazado. El origen de esta calle es muy sencillo y claro, su nombre procede de haber estado en ese lugar el rollo jurisdiccional de la Villa. Ramón Gómez de la Serna, en su Elucidario de Madrid, nos co menta:
«Unos poyos de piedra se oponen al paso de los carros y sal van el paraje intrincado de la ingerencia de la circulación roda da. Un carretero, por eso, con su navaja de rebanar las grandes hogazas para poder aguantar las leguas ha rebanado el saliente del poyo. Entramos en el paraje del jamón, punto estratégico de Madrid en que se puede oler el perfume de sazonada fiera. Hay que pa
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rarse para olerlo en ese escalonado de la calle, un poco más aba jo o un poco más arriba, un poco más a la izquierda, o un poco más a la derecha, según porque el perfume del jamón, como el de las flores, tiene engaños y caprichos de coquetería en la proximi dad del plantel. El caso es que de este andurrial y de estos sótanos, brota un olor a jamón, típico, enjundioso, digo de ensayar lo que de perro pachón tiene el hombre. Los miserables vienen a esta rinconada para alimentarse con el olor, y hasta roncan un poco al olor. Ellos cazan como nadie las vetas del olor y se colocan en postura estática sorbiendo candela de jamón». De la calle del Conde vamos a la plaza de San Javier, que es tá en un recodo de meditación donde se fragua lo más madrileño. Es una típica plazuela de los más pintorescos y curiosos rincones de Madrid, en la que se conserva una vieja posada de ancho zaguán, y el resto de su entorno está formado por unos muros del palacio de Revillagigedo y por la casa que dio nombre a este lugar, que era pro piedad de la Compañía de Jesus, y tenía en su fachada una imagen de San Francisco Javier, el jesuíta apóstol de las Indias. La calle que se da el caso que no tiene ningún portal, era la calle del callejero madrileño más pequeña, la que por su angostura no cir culaban carruajes. Tenía a un lado la fachada de la casa de la calle del Rollo, que daba vuelta hasta la del Duque de Nájera y, al otro la do, en la parte meridional de la Casa de la Villa. En una esquina a esta calle, existía una tabernita, en la que se deleitaba con famosos vinos de Valdepeñas, siendo sus más asiduos parroquianos de diario los funcionarios del cercano Ayuntamiento. Era una calle con una coquetería municipal, diminuta y recoleta, en el Madrid de los Austrias. La pequeña calle de Madrid, tenía no sólo su gracia, sino también su evidente encanto. Era un rincón tranquilo para pasear por las noches, como decía aquel hombre bue no y enamorado del viejo Madrid, Emilio Carrere. Desgraciadamen te, este rincón nostálgico desaparecía por las piquetas municipales que derribaban sin piedad, antiguos palacios y viejos caserones. La calle Madrid tenía unos pocos, muy pocos metros, pero tenía un gran símbolo. Desconozco la sinrazón que se pueda argumentar para hacer desaparecer la calle. ¿Para qué se retocó esta reliquia de calle? Porque Madrid entero no es una ciudad monumental, pero ha bía cosas que aisladamente merecían la pena conservar. Y ya como remate, bajaré hasta la breve calle de San Justo,
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que tenía el palacio Arzobispal, y la iglesia que le da su nombre. Re cuerdo una cerería que estaba frente a ella, a la que acudían devo tos fieles a comprar sus ofrendas. Era una casita pequeña de un pi so, con un alero saliente y dos balcones con los cristales pequeños emplomados, su escaparate estaba lleno de cirios, velas de colores rojas y amarillas adornadas con papel rizado. Me asomo al callejón del Panecillo, del que Ramón Gómez de la Serna de una rápida pincelada decía: «Estaba yo en el callejón tétrico del Panecillo, nido de tordos en la angostura de la noche, soplido de lechuza en la paz de la manzana». Con esta narración del antiguo Madrid, solo deseo a los amables lectores que lo sepan disfrutar.
Puerta del Panecillo. Principios del siglo xx.
LA CUESTA DE LA VEGA
«Forma una gran rampa que suaviza el declive y facilita el tránsito de personas y carruajes y termina en el paseo del Campo del Moro frente al Manzanares y a las arboledas formadas en el real sitio llamado de la Telan.
Muralla de Madrid en la Cuesta de la Vega, junto a la Almudena.
ací frente por frente a la Cuesta de la Vega, por lo que esta famosa Cuesta ha sido testigo de mis correrías de niñez, y, por tanto, he sido espectador I visual en un periodo dilatado de tiempo y testigo de cuanto en sus alrededores acontecía. Para que esta Cuesta no pierda su historia y i s u s recuerdos a los hijos de Madrid, quiero trans cribir algunos antecedentes históricos escritos por plumas expertas. Primeramente, quiero recordar que allá por los años veinte, en el último tramo de la referida Cuesta, según se subía a la calle de Bai lón, existía un muro que era medianero con la iglesia de la Almude na y los jardines del Campo del Moro, y en su frontal estaba la ima gen de Nuestra Señora de la Almudena que al lado izquierdo tenía en su regazo al Niño, y la imagen con un soberbio chichón en la fren te, del que se decía que fue de una pedrada que le dieron los moros antes de ser empedrada en un cubo por los cristianos ante la teme ridad de que fuera maltratada por los ejércitos sarracenos. Si es cierto o no, esto es lo que decía el vulgo en mi niñez. También quiero recordar que esta Cuesta durante los días de pri mavera a invierno, en sus miradores de remate de tramos de cues ta, había unos pretiles que invitaban a perfilar la mirada a los ba jos de Madrid, con su río Manzanares como aduana divisoria. Pero en llegando la noche, esto se convertía en un antro de mujeres sin pudor, que vendían su carne para deleite de los hombres que pasa ban por estos contornos. Igualmente, desde la calle de Segovia esquina a la Ronda del mismo nombre, se podían observar los trozos de murallas que ser vían de unión con los altos de las Vistillas; esto estaba a la vista en el año 1936. Mas veamos lo que dicen eruditos cronistas. Según Fernández de los Ríos en su Guía de Madrid: pjvn Rjñ||Λ || I
«Estaba allí una de las puertas de la Muralla de Madrid que conducía a la Vega; era muy estrecha con cubos y torres, y un
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puente levadizo. Por esta puerta se supone que entró en Madrid como conquistador Alfonso VI. La puerta se construyó algo más tarde más arriba, frente a la casa conocida con el nombre de Benavente. En 1820, fue derribada de nuevo, sustituyéndola con un portillo, que ha llegado a nuestros días y, también ha desapare cido al reformar la bajada de la Cuesta de la Vega. Forma una gran rampa que suaviza el declive y facilita el tránsito de personas y carruajes y termina en el paseo del Cam po del Moro frente al Manzanares y a las arboledas formadas en el real sitio llamado de la Tela. En las mesetas formadas a tre chos a los lados de la cuesta, que sustituyen otros tantos mira dores hay varios jardinillos, que en los buenos días de invierno y primavera son frecuentados por los madrileños, tanto por disfru tar de la temperatura de la estación, como la vista del paisaje que desde allí se descubre, que es uno de los pocos relativamen te bellos de las inmediaciones de Madrid». Pedro de Répide en su libro Las calles de Madrid, nos dice: «Actualmente se ha incluido en la calle Mayor la parte co rrespondiente entre la calle de Bailén y el Pretil de los jardini llos, pero generalmente se considera el comienzo de la Cuesta de la Vega al nivel de la altura del Viaducto. Desde los últimos pretiles hasta el Paseo lato de la Virgen del Puerto se extiende el antiguo campo de la Tela de Justar, donde, en el siglo xvi, estaba la liza de los torneos. Ahora está converti do en un hermoso jardín, a cuya avenida central han dado el nombre de la Infanta María Teresa. Alguna vez este hermoso parque se vio amenazado por un absurdo proyecto de construc ción de barriada, como si no hubiera otros sitios, y sin ir más le jos, al otro lado del final de la calle de Segovia, donde edifican to do lo que se apetezca. Por fortuna, se salió pronto al encuentro de semejante desatino, y se salvó esa hermosa arboleda, entre la que se ha formado un vivero municipal». Estos dos eruditos cronistas, que supieron querer a Madrid, y so bre todo, el arte de dejar plasmados sus escritos imperecederos, co mo éstos sobre esta Cuesta de la Vega, que yo se los transcribo pa ra dar fe de mi agradecimiento a los que tanto nos supieron legar, para poder recordar unos retazos de un Madrid que no se pierde.
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CAVA BAJA MADRILEÑA
«La Cava Baja era una de las calles de M adrid que mejor conservaba el ambiente de los siglos X V I y X V II, donde todavía existen “mesones” de re cios muros, de entramados de madera, de viejas estancias abovedadas, decoración lograda realmente por los años e incluso por ios siglos y, sobre todo, el ambiente de sus patios y corredores que dan acceso a las habitaciones».
na de las calles más pintorescas y curiosas de la Corte es, sin lugar a dudas, la Cava Baja. No so lamente era la representación de la Villa, sino también de los pueblos de la comarca, con sus po sadas y mesones históricos bien conocidos. Según la Geografía madrileña, la Cava Baja era como una «mina» o pasadizo que los árabes emplearon para salir y entrai’, aunque sus puertas estuviesen alzadas. Esta «mina» o pasadizo tenía su salida por debajo de la Puerta de Moros. Por este pasadizo escaparon los árabes y sus familiares, llevándose todo cuanto tenían, cuando Ramiro II arrasó la Villa y, luego, cuan do la conquista definitivamente Alfonso VI. Posteriormente, fue lla mada Cava de San Francisco, por salir en dirección del convento fundado por el seráfico patriarca; la referida «mina» fue cerrada posteriormente porque se convirtió en guarida de truhanes y mal hechores. Por esta Cava y sus mesones han pasado toda la vida trajinantes y trashumantes de España, hasta que las vías de ferrocarril susti tuyeron a los carromatos y las diligencias, pero todavía seguía de punto de parada a los vecinos y labriegos de los pueblos comarcales de la carretera de Extremadura, sin establecer gran distinción en tre las antiguas diligencias de San Martín de Valdeiglesias y de Villaviciosa de Odón. En las posadas de la Cava se trataba de la cotización del trigo y del vino de Méntrida o de Cadalso de los Vidrios, se chalaneaba el precio de las caballerías, para la feria de los jueves que se celebra ba en el mercado del Paseo de los Pontones. Era, a su vez, centro de recaderos y ordinarios, y de allí salían para los pueblos todo lo que en ellos faltaba, proveyéndose sobre todo de la tiendas de la ca lle de Toledo. En una ocasión, de uno de los mesones salió el reca dero hacia el pueblo de Móstoles, el cual llevó la noticia de los des manes de las tropas de Murat en Madrid, dando lugar a que su alcalde, Andrés Torrejón, lanzara el grito de guerra contra las tro pas francesas.
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Bellos recuerdos nos trae esta Cava Baja, que con la marcha de los moros quedó la nostalgia de la morería soterrada, y como último barranco de la Villa que tenía a su lado la Puerta de la Sierpe, la puerta más a trasmano de la ciudad y a la que se dio el nombre de Puerta Cerrada, por ser sitio cerrado en evitación de robos y des manes, puesto que allí se guarecía la peor gente de la Villa, cuya principal gracia era la de quitar la capa al forastero. Esta Cava recoleta era la calle de los mesones y posadas históri cas, de bastante renombre; posada de la Villa, la de San Isidro, el León de Oro, del Dragón, la de San Pedro -posteriormente Mesón del Segoviano-, Esta posada de San Pedro, fundada el año 1740, el año 1898 la tomó en alquiler el segoviano Santiago González, por dos mil reales. Un grato recuerdo testifica el Mesón del Segoviano, el homenaje ofrecido al escritor burgalés Francisco Granmontagne, el 8 de junio del año 1921. Fue un acto muy emotivo, en el que las letras, las ar tes y la política se hermanaron sin distinción de clases ni ideologí as. Bello y grandioso, fue el ver fundidas tantas inteligencias. Po dría citar cientos de comensales, tales como Ramón Gómez de la Serna, Azorín, Pérez de Ayala, Antonio Machado, conde de Romanones, Francisco Gamba, Ortega y Gasset, Julio Romero de Torres, doctor Negrín, Eduardo Marquina, Raquel Meller, doctor Gregorio Marañón, Pedro de Répide, Emilio Carrere, Juan Ramón Jiménez, Amadeo Vives, Carlos Arniches, Eugenio d'Ors y otros más que no pusiendo asistir justificaron su ausencia, como Ramón y Cajal, Pío Baroja y don Ignacio Luca de Tena. El momento álgido de esta Cava Baja eran los domingos, cuando todas las sirvientas de los pueblos comarcales, se reunían en las puertas de las posadas y mesones. Todos los paisanos acudían, y la conversación era de las cosechas y de las vendimias. Lo que más ca racterizó a la Cava Baja, eran los autobuses de los pueblos que sus tituyeron a los carros y a las diligencias. Calle de cobijo artesanal a los latoneros, cordeleros, guarnicioneros, toneleros, boteros y otros muchos artesanos que ellos mismos eran los propios constructores de sus ventas. Igualmente, fue el punto de partida y llegada de los carros de muías y diligencias que llevaban el correo a los pueblos de las pro vincias vecinas de Toledo, Segovia y Guadalajara. Los dueños del servicio eran una dinastía de carreteros que desde el siglo X V II realizaban el trayecto. Se da el caso paradógico, de que estos carreteros podían y no querían sustituir el carro por un camión; como fue el caso de Bautista, el último ordinario de
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Illescas, que pernoctó en el Mesón del Segoviano hasta el año 1964, en que se retiró por su edad. La Cava Baja era una de las calles de Madrid que mejor conser vaba el ambiente de los siglos X V I y X V II, donde todavía existen «me sones» de recios muros, de entramados de madera, de viejas estan cias abovedadas, decoración lograda realmente por los años e incluso por los siglos y, sobre todo, el ambiente de sus patios y co rredores que dan acceso a las habitaciones. Y todo esto es el símbo lo de nuestra Cava Baja madrileña.
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Iglesia de los Jerónimos.
VALORES EXTERNOS DE IGLESIAS Y TEMPLOS
«No quieto herm anar nomenclaturas que resulten demasiado extensas en sus definiciones, pero sí impregnar los valores artísticos que m erece cada templo, ermita o iglesia, en lo que concierne a sus zonas externas, con un somero historial)).
Capilla del Obispo. Grabado de Villamil.
uisiera ensamblar, con pequeña ayuda de tópicos relacionados con sus líneas arquitectónicas, una serie de templos, capillas e iglesias censadas en Madrid, y que merecen ser consideradas. No quie ro hermanar nomenclaturas que resulten dema siado extensas en sus definiciones, pero sí impreg nar los valores artísticos que merece cada templo, ermita o iglesia, en lo que concierne a sus zonas externas, con un so mero historial. Posiblemente, el lector echará en falta unos conventos importan tes de Madrid, como las Descalzas Reales, la Encarnación o San Plá cido, pero por su condición de conventos no los he incluido. Por este motivo, aclaramos al lector que sólo hallará las iglesias, templos o ermitas que presentan un interés, tanto arquitectónico como histó rico, que atesoran gran importancia. SAN PEDRO EL VIEJO En pleno Madrid de los Austrias se encuentra la iglesia de San Pedro el Viejo, ubicada al final de la calle del Nuncio, calle así lla mada por haber estado durante siglos la Nunciatura Apostólica. Junto con San Nicolás de los Servitas, son los templos más antiguos que se conservan en el casco urbano de Madrid. Es un hermoso edificio en el que hay restos de una construcción anterior gótico-mudéjar junto a una fábrica de estilo barroco. Por lo que respecta a la torre nos encontramos ante una hermosa cons trucción de estilo mudéjar, realizada en ladrillo. Este templo du rante algún tiempo permaneció con un revoco de yeso, hasta que a mediados del pasado siglo, merced a la protesta de algunos arqueó los, se dejó la desnudez del ladrillo. Esta torre solamente está alter nada con unas ventanas de herradura apuntadas en sus arcos y en marcadas por un alfiz. Su cuerpo de campanas, con doble aberturas en sus laterales fueron rehechos en el año 1769. Esta iglesia tiene dos fachadas principales: una a los pies del
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templo, de gran sencillez, con dos columnas de orden toscano que enmarcan una reja forjada del siglo XVII. La otra, es la de la calle del Nuncio, realizada en sillería en el año 1794. La puerta conserva los herrajes primitivos. Se dice que Alfonso XI fue su fundador en el año 1345, por la con memoración de la toma de Algeciras por el referido monarca. El templo fue edificado a finales del período gótico. SAN NICOLÁS DE LOS SERVITAS
La iglesia de San Nicolás de los Servitas, ubicada entre las calles del Biombo y la de San Nicolás, conlleva una larga y dilatada des cripción de su fachada y torre. -Pero realicemos solamente una bre ve descripción de las mismas. Se cree que este templo estaba ya fun dado antes del siglo xii. La iglesia de San Nicolás sufrió distintas fases de restauración entre los siglos xvn y xvm, que le han devuelto a la torre su silueta y general aspecto medieval, dejando visto el ladrillo, añadiéndose soportes en las arquerías que desentonaban el estilo islámico de la misma. La reforma de la torre, en realidad se realizó cuando se ins taló el cuerpo de las campanas y el remate del chapitel. El campanario visto por el exterior enseña un arco de medio pun to por cada frente entre pilastras rehundidas, con una altura de cua tro metros. Este cuerpo de campanas sustituyó a otro medieval del siglo x ii , con 12,56 metros de altura. Por ser San Nicolás una de las iglesias más antiguas de Madrid, en el siglo xix amenazó ruina el edificio. Ante esta temeridad su parroquialidad fue trasladada a la de El Salvador. En 1842, nuevamente recobró su parroquialidad, y en 1890 se estableció definitivamente junto con la de El Salvador, con otra feligresía, en la iglesia de la calle de Atocha, en el hospital de Antón Martín -hoy parroquia de El Salvador y San Nicolás-, CAPILLA DEL OBISPO
La capilla del Obispo está ubicada en la plaza de la Paja -anti guamente Marqués de Comillas-, a espaldas de la iglesia de San Andrés. Esta capilla es una de las más bellas obras de arte que se conserva en Madrid, aunque bastante clausurada. A pesar de la ma nera gótica de su arquitectura, su carácter es propiamente del Re nacimiento. El licenciado Francisco de Vargas, en el año 1520, solicitó y ob tuvo del pontífice León X, permiso para labrar la capilla, como al
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bergue mortuorio del Patrón de Madrid, San Isidro, hasta entonces en San Andrés, lugar en que fue enterrado el santo por el siglo x i i . Fue en el año 1544, cuando don Gutierre de Vargas Carvajal, se gundo hijo de don Francisco, y obispo de Plasencia, el cual falleció en el año 1556, decidió rehabilitar la capilla para transformarla en sepulcro funerario para él y sus padres. La transformación consistió en alargar la capilla por la parte de sus pies, y disponer donde de bían colocar los sepulcros de sus padres, y el suyo propio. Por tal mo tivo mandó construir el excelente retablo mayor y sus puertas, jun to a los retablos laterales, hoy perdidos en su mayor parte. Al lado del Evangelio vemos el sepulcro del fundador de ella, y en su epita fio dice: «Aquí está el muy magnífico licenciado Francisco de Vargas. Partió de esta peregrinación con la esperanza católica que debía esperar la resurrección de su carne, y aquí fue depositado, hasta el juicio final. Año MDXXIV».
Al lado de la Epístola se halla el de su esposa, con este epitafio: «Aquí está depositada la muy magnífica señora doña Inés de Carvajal, mujer que fue d el.muy magnífico señor licen ciado Francisco de Vargas. Partió de esta peregrinación con la esperanza católica que debió esperar la resurrección de su cuerpo, que aquí fue depositado hasta el juicio final. Año del Señor MDXVIII».
El más bello mausoleo de la capilla, es un gran nicho de medio punto con el arco artesonado y en el fondo un bajorrelieve que re presenta la Oración del Huerto, y es el que guarda los restos del pre lado que da nombre al templo, con una inscripción que dice: «Aquí yace la buena memoria del ilusti'ísimo y reverendísi mo señor don Gutierre de Vargas Carvajal, obispo que fue de Plasencia, hijo segundo de los señores, el licenciado Fj'ancisco de Vargas, del Consejo de los Reyes Católicos y reina doña Juana, y doña Inés de Carvajal, sus padres. Re edificó y dotó esta capilla a honra y gloria de Dios, con un capellán mayor y doce capellanes. Pasó de esta vida a la eterna el año 1566».
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Su parroquialidad se la conoce de Santa Maria y San Juan de Letrán. Su exterior no tiene fachada a la calle, se accede a él por una escalera de doble subida que está al fondo de la plaza de la Paja. En el remate de la escalera de acceso se halla un patio claustral sostenido por pilastras. En su frontal sólo existe un sencillo escudo de la familia de los Vargas. Desde aquí se accede a la capilla late ralmente, a través de unas magistrales puertas, obra del escultor palentino Francisco de Villalpando. En la parte superior de ellas se puede contemplar un arco de medio punto con medallones en relie ve, representando la expulsión de Adán y Eva del Paraíso Terrenal, mandato del-Ángel. En la zona central de las puertas se desarrolla la escena de la Anunciación, en la parte inferior hay dos escenas de batallas bíblicas. En otro panel se representa a Moisés subido a una montaña. En la parte inferior de las puertas hay decoraciones pro pias del Renacimiento. A través de ellas se accede lateralmente a una capilla, con una visión de magnífico realce del retablo mayor y el sepulcro del obispo s» Carvajal. Es lamentable que esta capilla permanezca cerrada al público, siendo una de las más interesantes del acerbo artístico madrileño. SAN JERÓNIMO EL REAL La iglesia de San Jerónimo el Real está ubicada entre las calles Ruiz de Alarcón, Moreto y Academia. El primer templo de los Jerónimos estaba situado en las cerca nías de la Florida, mandado construir por el rey Enrique IV, des pués de varios festejos con el embajador de Bretaña por estos luga res; y para perpetuar esta fiesta profana, ordenó que en este mismo lugar se alzara un monasterio ocupado por monjes jerónimos, que se llamó Nuestra Señora del Paso, cambiándose posteriormente por el de San Jerónimo el Real. En el año 1464 fue habitado por los re ligiosos moradores, venidos de Guadalupe. En el correr de los años, siendo ya nuevos soberanos los Reyes Católicos, los monjes acudie ron a dar sus quejas por lo malsano y prolijo en calenturas, por la proximidad del río, pidiendo que fueran trasladados a un paraje más cómodo y de salubre vivencia. En el año 1502, con autorización del Papa Alejandro VI, se tras ladaron a su nuevo emplazamiento en un sitio alto y sano al orien te de Madrid, que es donde está en la actualidad. Tal importancia tuvo este nuevo cambio por su belleza y suntuosidad, que fue elegi do para la jura solemnísima de los príncipes de Asturias como here
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deros del reino, siendo la primera la de Felipe II, el 18 de abril de 1528. Otra fue la de Isabel II, el 20 de junio de 1833, y, por último, quiero recordar la del príncipe Felipe de Borbón. Su fábrica de estilo gótico, constituida por una sola nave de cru cero, ábside y coro alto. Se cubre con una bóveda gótica de crucería, siendo estos elementos los que quedan de su fábrica. Tiene cinco ca pillas laterales cerradas por arcos ojivales. Aunque su origen es de estilo gótico, lo que hoy vemos, en su mayor parte, data del siglo XIX. En 1906, se construyó la escalinata que baja a la calle Ruiz de Alar con, para su mayor acceso al templo, con motivo de la boda de Al fonso XIII con doña Victoria Eugenia, celebrada el 31 de mayo de 1906. A la derecha de la iglesia estaban los arcos elegantes del claus tro en ruinas. En los arcos del claustro queda todavía el viejo blasón del convento, conjuntados con la severidad del granito y la nobleza de su traza que le dan una gran belleza. Se dice que uno de los or namentos de la granada abierta que ostenta el edificio, es en me moria de la toma de Granada por los Reyes Católicos. Lo más pre cioso que tuvo en sus mejores tiempos su interior fue la magnífica sillería del coro, regalada en 1627, por Wolfang Guillermo, y que posteriormente fue llevada a la catedral de Murcia. La portada cu bierta por un atrio, está formada por un arco carpanel rematado en su parte superior por un Calvario. A los lados hay sendos escudos de la Casa Real Española. En el centro, en relieve, hay una escena de la Natividad. En sus jambas entronadas por dobletes, hay escultu ras de San Femado y San Francisco de Asís en un lateral, y, en el otro, Santa Isabel de Hungría y San Jerónimo. SAN ISIDRO EL REAL La Colegiata de San Isidro el Real, está ubicada en la calle de To ledo c/v a la de Colegiata. Se dice que en este lugar, en el año 1567, se terminó la construcción de una iglesia dedicada a San Pedro y San Pablo, y el día 25 de enero se dijo la primera misa, asistiendo a ella los reyes don Felipe II y doña Isabel de Valois, los príncipes don Car los y don Juan de Austria y toda la grandeza. En el primer tercio del siglo X V II fue demolida, comenzando la construcción de la actual. El templo fue construido por la Compañía de Jesús, bajo la tra za y dirección del hermano Francisco Bautista, coadjutor de la Com pañía de Jesús. Hermosa es su fachada de la calle de Toledo, que es tá labrada en granito, y consta de un cuerpo con cuatro Columnas hermanadas en el centro con pilastras en sus laterales. En sus la
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dos se alzan dos torres de pequeña altura. En la parte superior de la zona central se puede contemplar una hornacina con las escultu ras en piedra de San Isidro y Santa María de la Cabeza, obra de Pascual de Mena. Su acceso principal consta de una escalinata don de se asienta el pórtico que consta de tres hermosas puertas, más al ta la central que las laterales. Presenta una rica rejería del si glo xvil. Sus torres están rematadas por cúpulas, el cuerpo central está coronado por una balaustrada sin ninguna ornamentación. Magnífico edificio de magnas proporciones, donde se reúnen Co legiata, Templo y Colegio Imperial. La iglesia perteneció a los jesuítas hasta el año 1767, en que fue ron expulsados por Carlos III, hasta el año 1815. Se ordenó que fue ran trasladados a la iglesia mayor el cuerpo de San Isidro, que os tenta en su parroquia de San Andrés, y los restos de Santa María de la Cabeza que se guardaban en el oratorio del Ayuntamiento. Al ser creada la diócesis de Madrid-Alcalá, la iglesia fue elevada a cate dral. En la escalinata de su pórtico, el 18 de abril de 1886, domingo de Resurección, fue asesinado por el cura Galeote el primer obispo de ésta, don Narciso Martínez Izquierdo. En el año 1936, fue asal tada e incendiada, destruyéndose sus riquezas artísticas. SAN ANDRÉS La iglesia de San Andrés está ubicada entre las plazas de los Ca rros, del Humilladero, la calle del Almendro y la Costanilla de San Pedro. Es un bello rincón en lo que fue cementerio parroquial, te niendo, al fondo, la entrada a la parroquia, a un lado la suntuosa ca pilla de San Isidro, y, al otro lado, el palacio de los condes de Pare des, donde se conservan recuerdos del Patrón de la Villa. La iglesia de San Andrés quedó completamente destruida en el incendio provocado el año 1936. Se reconstruyó, y la capilla de San Isidro quedó tabicada, colocándose el altar mayor de la parroquia en la zona antigua de los pies, y así permaneció hasta el año 1990, que se procedió al traslado del altar mayor al centro del nuevo edificio. La fundación de la iglesia de San Andrés es de remota fecha, pues en su camposanto, en el año 1130, recibió sepultura San Isidro el Labrador, que venía a estar situado donde está el altar mayor. Fue capilla de los Reyes Católicos, dando motivo al aumento del es pacio primitivo a costa del viejo cementerio, construyéndose una tri buna al lado de la Epístola, tribuna a la cual accedían los reyes me diante un pasadizo con puerta aparte, desde la casa de los Lasso. La actual iglesia se empezó a construir el año 1657, colocándose la pri
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mera piedra en presencia de Felipe IV y su segunda esposa doña Ma riana de Austria, el patriarca de las Indias don Alonso Pérez de Guzmán, el 12 de abril del mencionado año. Doce años duraron los tra bajos, invirtiéndose 11.960.000 reales. Constaba esta grandiosa iglesia de dos piezas, formando un paralelogramo rectangular una de ellas. Tenía pilastras de mármol con cornisas y bóvedas decora das con magnitud de ornatos, entre los que se destacaban los blaso nes de la Casa de los Austrias y de la Villa de Madrid. La otra pie za es ochavada con catorce columnas exentas y estriadas de mármol negro, con bases y capiteles dorados, que conforman el orden arqui tectónico. Cierra esta pieza una cúpula que consta de cuerpo de lu ces, cascarón y linterna con chapitel, bola y cruz. Dignas de mención son dos inscripciones en el interior de este templo, una en la nave principal: «En este lugar estuvo aquí el primitivo cementerio parro quial de San Andrés, donde fue sepultado el cuerpo del glo rioso San Isidro, Patrón de Madrid, durante cuarenta años, hasta su traslado al presbiterio de la iglesia».
En el pavimento una sencilla lápida recuerda el primitivo sepul cro del Santo, con la siguiente inscripción: «SANTIISIDORI, AGRICOLAE MATRITENSIS CORPUS INCORRUPTUM HIC PERMANSIT, QUOADUSQUE UT FILEDIBUSESSETVERERA EXHUMATUN FUIT». Aunque no corresponde a la iglesia, pero que merece expresa atención, es el palacio de los condes de Paredes, muy vinculados al historial del templo ya que encerraba parte de la vida de nuestro Patrón Isidro. En él está el pozo cuyas aguas hizo subir milagrosa mente San Isidro para salvar a su hijo que había caído en él. En el mismo palacio había una capilla que en su entrada tenía una lá p i da con la siguiente inscripción: «Es tradición antigua que San Isidt'o vivió y murió en este aposento donde se construyó la capilla, y reedificaron los señoi'es de esta casa en el año 1608, y en el de 1663 se colo có la sagrada efigie que existe a la devoción de don Vicente Ramírez, y últimamente se ha vuelto a edificar a expensas de los señores condes de Paredes, conforme está, en el año 1783» .
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También los dueños conservaban un trozo del sudario en que es tuvo envuelto el cuerpo del Santo, con la inscripción siguiente: «Debajo de este pie está la auténtica de esta reliquia, y per tenece a los excelentísimos señores marqueses de Montealegre, condes de Paredes. Año 1790». EL SACRAMENTO
La iglesia del Sacramento está en la confluencia de la misma ca lle, con la de Mayor. Pasó a ser, de capilla de un convento de las monjas Bernardas, a ser la iglesia de la sede vicarial castrense de la 1- Región Militar. Esta iglesia es una hermosa construcción con tendencia barroca madrileña. Su fachada esta formada por ladrillo y en su frontal de piedra. En su parte inferior se encuentra la puerta dividida en tres tramos, el primero con arco rebajado. El primer cuerpo de la facha da consta de dos vanos a los lados, y en el del centro hay un relieve de San Benito, fundador de la Orden, y San Bernardo ,reformista de los benedictinos, ambos adorando al Santísimo Sacramento, obra de Gregorio Ferro. Esbeltas jambas circundan las ventanas. Todo ello rematado por un coronamiento con jarrones en sus laterales. El con junto de esta fachada tiene un matiz de inspiración herreriana. Su cúpula con basamento ochavado se remata por un tambor sin venta nas con pechinas en sus lados. La fundación de este convento de las Bernardas fue de don Cristóbal Gómez de Sandoval, duque de Uce da, iniciándose sus obras en el año 1671, bajo la dirección del arqui tecto Bartolomé Hurtado, siendo su coste de 21.000 ducados. Se aca bó de construir en el año 1744, siendo colocado el Santísimo el día 13 de septiembre del referido año; para ello, el duque de Uceda trajo las primeras religiosas del monasterio de Santa Ana de Valladolid. El duque de Uceda también poseía el palacio de los Consejos, el mejor edificio que tuvo Madrid después del Alcázar; frente a este pa lacio es donde estuvo el arco de Santa María y la iglesia de este mis mo nombre. El convento de las Bernardas del Sacramento era un convento de ley, de los que habían de perdurar en nuestra Villa. SAN FRANCISCO EL GRANDE La iglesia de San Francisco el Grande está ubicada en la plaza del mismo nombre, cerca del descampado de las Vistillas y contiguo
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al cuartel de Prisiones Militares, esquina a la calle del Rosario. Se gún una tradición, se asegura que cuando vino a España San Fran cisco de Asís realizando el camino de Santiago, confundió el camino y llegó a Madrid, en el año 1214. Al llegar por estos contornos, sus moradores le ofrecieron, como limosna, un sitio fuera de los muros, sobre el río, donde el santo, con ramas y adobe, al lado de un huer to y una fuente, levantó una sencilla y pobre cabaña. Después, sus discípulos, ayudados por las limosnas de los fieles, labraron el pri mitivo convento, llamándosele de Jesús y María, y en su iglesia se construyeron suntuosas tumbas de linajudas familias, como los Var gas, los Luzones, los Cárdenas, que fundaron en ella sus capillas. Esta iglesia, tras sufrir humedades y fríos, los religiosos decidie ron demolerla, trasladando el Santísimo a la comunidad de la capi lla de la Orden Tercera, el 31 de agosto de 1760. Tras el derribo de las naves, capillas y todo el claustro principal, se colocó la primera piedra el 8 de noviembre de 1761. Para su construcción presentó su proyecto don Ventura Rodríguez, proyecto que quedó desestimado. Realizando posteriormente la dirección tres arquitectos. El primero fue fray Francisco Cabezas, lego de la Comunidad. En el año 1770, le sucedió don Antonio Pío, y, por último, en el año 1778, se hizo car go de las obras Francisco Sabatini. Fue inaugurado el 6 de diciem bre de 1784. San Francisco el Grande es un magno y maravilloso edificio, que tiene como centro una gran cúpula rematada por linterna y sosteni da por un tambor de treinta y tres metros de diámetro. Es fiel re flejo de la de San Pedro del Vaticano. Toda esta cúpula se sostiene sobre una gran cornisa la cual tiene como base de apoyo los muros pareados por pilastras. Todo el conjunto de la fachada tiene forma convexa, la cual se halla repartida en dos cuerpos muy definidos. El sistema de cerramiento está protegido por una esbelta rejería en toda su longitud, con unas escalinatas que dan acceso al atrio por tres hermosas puertas de rica cerrajería de balaustres torneados. El cuerpo inferior está sostenido por enormes columnas de estilo dórico con sus respectivos basamentos, distribuidos por tres sober bias puertas rematadas con arcos de medio punto en cerrajería de balaustres torneados Una vez en el atrio nos encontramos con una estancia majestuosa, con siete puertas de alta nobleza. Las tres puertas centrales son las más monumentales, rematada la central por la figura del Cristo Crucificado, y a sus pies la Fe y la Esperan za; en las dos laterales están Dimas y Gestas, ladrones del Calvario custodiados por soldados romanos. En las cuatro laterales sus tablerajes son de motivos religiosos. En sus ventanas o parteluces es
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tán las figuras de San Buenaventura, San Francisco de Asís, Santo Tomás de Aquino y San Basilio. El tableraje de todas ellas es de no gal americano, tallado con motivos renacentistas españoles; el dise ñador del conjunto fue Antonio Varela, su talla la esculpió Agustín Mustieles. Los ricos herrajes son obra de José Callejo, bajo diseño de Justo Notario. El segundo cuerpo de la fachada está formado por columnas ado sadas de orden jónico, enmarcando tres grandes ventanales adinte lados. El central está rematado por un frontón triangular, repre sentando en su centro el santo Sepulcro. En los plintos superiores de las columnas hay seis escultúras esculpidas en piedra, represen tando a San Agustín, San Francisco de Asís, Santiago el Mayor, San Antonio de Padua, Santo Tomás de Aquino y San Buenaventura. SAN CAYETANO La iglesia de San Cayetano está ubicada en la calle de Emba jadores c/v a la del Oso, calle angosta en este punto donde el tran seúnte no puede contemplar la majestuosidad de su fachada. Fue fundada por la Orden de los Teatinos en el siglo x v i i i , aun que la orden fue fundada en el siglo xvi por Cayetano de Thiene y Juan Pedro Caraffa, concretamente el 14 de septiembre de 1524. La iglesia fue construida bajo la dirección y traza de José de Churri guera y continuada por Pedro de Ribera, los cuales implantaron unas características del estilo barroco madrileño; la fachada fue muy desdeñada por los neoclasicistas de aquel siglo, y, posterior mente considerada en toda la importancia que tiene. Su fachada se compone de ocho pilastras de granito asentadas sobre pedestales del mismo material, rematadas por capiteles co rintios compuestos. En el intercolumpio central hay tres accesos con arcos de medio punto coronados por hornacinas, las que cobijan las imágenes de la Virgen, San Cayetano y San Andrés Avelino, labra das en piedra caliza por Pedro Alonso de los Ríos, con la traza de Juan de Villanueva. La fachada está rematada por un cornisamento sobre el que se destacan en sus laterales dos torres de pequeña altura. El atrio de acceso al templo es de planta de cruz griega con un amplio crucero. Todas sus riquezas interiores desaparecieron por el incendio provo cado en el año 1936; sus esculturas, sus cuadros, y sus retablos, de saparecieron. Acabado el conflicto de la guerra civil, gracias al ar quitecto Fernando Chueca Goitia, se evitó su total desprendimiento y se pudo salvar su fachada.
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SAN GINÉS La iglesia de San Ginés está ubicada en la calle del Arenal, en ple no corazón de Madrid. Su valor histórico es bastante complejo debi do a sus muchas configuraciones basamentales. Su advocación co rresponde a San Ginés de Arlés, martirizado en Madrid en tiempos de Juliano el Apóstata. Lo que sí es real que esta iglesia fue mozára be, igual que su hermana cercana de San Martín. Después la reedi ficaron los monarcas de Castilla colocando en su fachada las armas reales. Un capellán de don Pedro I tuvo que solicitar limosnas para rehacer el templo del robo que hicieron en él moros y judíos. Don Pe dro I infligió un ejemplar castigo a los autores del robo, mandándo les precipitar por el abismo de la Zarza, del cual salió entonces el fa moso lagarto de San Ginés. Fue en el año 1483, cuando un caballero madrileño, don Gómez Guillén, compró y dotó la capilla mayor. Gómez Guillén era un no ble de San Ginés. En el año 1642, esta iglesia sufrió unas ruinas que dieron motivo a su demolición. Otro caballero, Diego de Juan, le vantó un nuevo edificio que le costó sesenta mil ducados. El 25 de julio de 1645, se inauguró la nueva iglesia, bella, capaz y fuerte, ba jo la traza del arquitecto don Juan Ruiz. El 16 de agosto de 1824, es te templo sufrió un violento incendio, en el que se perdieron valiosí simas reliquias y cuadros. En la revolución de septiembre de 1868 se pensó en derribar este templo, para en su solar dejar una plaza para jardines, pero al final esta idea fue desechada. El 2 de febrero de 1872 esta parroquia fue reformada. Su entrada principal la tiene por la calle de Arenal, tras un pa tio cercado por una bella cerrajería. En este mismo lugar estuvo su cementerio parroquial. Al fondo un atrio porticado con tres arcos de medio punto. Una lápida en su frontal recuerda que el 26 de septiembre de 1580 fue bautizado don Francisco de Quevedo, y que Lope de Vega se casó el 10 de mayo de 1638 y Tomás Luis de Vitorio falleció el 27 de agosto de 1611. En su segundo cuerpo se abren ventanas recer cadas con molduras, y en el tercer cuerpo se halla una hornacina de ladrillo con frontis y pilastras acanaladas, con la escultura de Sañ Ginés. Este último cuerpo está rematado por una esbelta torre con campanario enrejado y con chapitel en su torre y pararrayos, en el cual la cruz hace las veces de aguja y de conductor las aristas. Este fenómeno fue observado por primera vez por un monje de San Mar tín, a principios del siglo XIX.
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ERMITA DE LA VIRGEN DEL PUERTO
La ermita de la Virgen del Puerto está ubicada en el paseo bajo de la Virgen, al que se le llamó en el siglo XVIII Paseo Nuevo de la Corte, incluido en el Soto del parque de palacio. Ya en el siglo XIX era un concurrido paseo dominguero, muy frecuentado por criadas y sol dados, e igualmente era frecuentado por artistas del pincel para el dibujo de la pintura y el aguafuerte. Su fundador, don Francisco Antonio Salcedo y Aguirre, del Con sejo y Cámara de Indias y Corregidor de la Villa, marqués de Vadi11o. Antes, don Manuel Naranjo, escribano de número, solicitó el 8 de marzo de 1725, escritura de fundación con el título de Nuestra Señora del Puerto, que era patrona del municipio de Plasencia, lo calidad de origen del marqués de Vadillo. El autor de esta maravi llosa reliquia fue don Pedro de Ribera, autor que fue también del cuartel de Conde Duque y del Puente de Toledo. Construida en la época borbónica, tiene un estilo barroco de estética madrileña, con una sencilla fachada que se encuentra rematada por dos torres, aparte de la central retranqueada que es más altiva y elegante. Las dos torres laterales están formadas por tres cuerpos, siendo el su perior el destinado al campanario, rematado por esbeltos chapiteles. En su parte inferior se encuentra su puerta adintelada y ribeteada por sencillas molduras. En cada torre se encuentra un ojo de buey, como ventanas; en todo su contorno se ubican unos lindos balconci llos. El edificio está sostenido por sendas pilastras sobre las que co rre una cornisa sustentada por ménsulas. En el año 1729, falleció el marqués de Vadillo, viniendo a repo sar sus restos en la referida ermita. En el año 1780, el arquitecto don Juan Durán realizó unas reformas. A principios del siglo XX se sustituyeron las pizarras de la cúpula por planchas de cinc. En 1936, fue asaltada y saqueada, perdiendo sus antiguos retablos y re liquias de gran valor. Se reconstruyó y se restauró en 1945. Poste riormente, se volvió a restaurar, realizándose lo mejor, que revalorizó su fachada, la eliminación de todos sus revocos, dejando a la vista el ladrillo y toda su sillería. Su fiesta se celebra el 9 de septiembre conociéndosela como la «melonera», mes donde hacía acto de presencia esta sabrosa fruta. En la celebración de su fiesta se colocaban en todo su alrededor ten deretes de melones y sandías, que después de la misa mayor y de su procesión, los asistentes se deleitaban saboreando estos suculentos productos. En la actualidad, esta ermita está considerada como igle sia parroquial.
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ERMITA DE SAN ISIDRO Esta ermita se encuentra al final del Paseo del 15 de Mayo, en la confluencia con el Paseo de la Ermita del Santo, zona que en tiem pos estaba constituida por casitas humildes de una planta y vento rrillos muy pintorescos; en uno de ellos había un famoso cartel que decía: «Soy de Astorga, vine a Madrid, perdí el billete y me quedé aquí».
La ermita primitiva fue erigida por la emperatriz Isabel, esposa de Carlos V, en el año 1528, en acción de gracias al santo por haber curado la salud al que fuera Felipe II, al beber el agua de la fuente donde Isidro hizo brotar el agua milagrosa. Se da la circunstancia que en esta ermita, la condesa de Olivares, en febrero de 1637, dio uña fiesta que compuso, según relación de la época, de la música del almirante de Castilla. La actual ermita la construyó don Baltasar de Zúñiga, marqués de Valero, en el año 1724, a costa de sus expensas. Es una sencilla ermita de fachada muy simple; en su zona inferior se forma un atrio con arco rebajado en el centro, sobre base de estilo toscano, en sus ángulos laterales cuatro ventanas con esbeltas rejas. El tejado del atrio es de pizarra a tres aguas, y sobre éste se encuentra el cam panario que consta de un cuerpo con hornacina central que aloja la escultura de San Isidro, y en sus laterales dos huecos diáfanos de medio punto, donse se alojan las campanas, todo ello rematado por un frontis triangular. Lo que más destaca es su cúpula, no muy be lla, pero armoniosa. Sobre pechinas se eleva un casquete semiesférico, ochavado en su exterior, rematado por una linterna que ilumi na el interior, siendo toda su cubierta de pizarra. El día de su romería es el 15 de mayo, donde se colocan puestos de alfareros con sus cántaros y botijos, sus puestos de pitos de barro y de cristal adornados por una flor de papel rizado, con las clásicas rosquillas de la «tía Javiera», oriunda de Fuenlabrada. En ambos lados de la ermita se encuentran los cementerios de San Isidro y de San Justo. Aledaño a la ermita está la fuente de esa agua milagrosa que Isidro hizo brotar con su aijada para saciar la sed de su amo, Iván de Vargas. Una décima, grabada en uña lápida nos dice:
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«¡Oh, aijada tan divina como el milagro lo enseña! Pues sacas agua de peña milagrosa y cristalina; el labio al raudal se inclina y bebe de su dulzura pues San Isidro asegura que si con fe la bebieras y calenturas trujieres, volverás sin calenturas». ERMITA DE SAN ANTONIO DE LA FLORIDA
La ermita de San Antonio de la Florida está ubicada al final del paseo del mismo nombre en su confluencia con la Avenida de Valla dolid, aunque en verdad son dos ermitas las que existen en este mis mo lugar; según se miran, la de la derecha es la que conserva los fa mosos frescos de don Francisco de Goya, la cual se conserva como museo. Y la de la izquierda es la que se conserva al culto. La ermita de San Antonio de la Florida fue inaugurada en el año 1720 y destruida en 1768. Al hacer la ampliación en el año 1792, el arquitecto Fontana realizó el nuevo proyecto de la que conocemos, y terminada en 1798. Su fachada consta de un sólo cuerpo con dos pilastras de estilo dórico sobre un zócalo de granito, coronando su cornisamento por un frontispicio triangular. En el centro de la portada, sus jambas, mén sulas y frontón, están en piedra de Colmenar. El interior forma un crucero embellecido por pilastras corintias y cerrado con una pre ciosa cúpula de seis metros de diámetro, con linterna, donde Goya pudo desarrollar uno de sus más populares frescos, que le dieron ce lebridad en el decoro de la cúpula y bóveda, representando la predi cación de San Antonio, con su figura de ángeles mancebos, cuyos rostros son considerados como retratos de damas principales de la Corte de Carlos IV. Los motivos de la réplica de la segunda ermita, fue debido a que cuando la ermita la elevaron a parroquia, fue tal la aglomeración de fieles que los humos de los cirios e inciensos fueron deteriorando los frescos de Goya; entonces se acordó ceder ésta para Museo de Goya, y la réplica para el culto de la parroquia. En el año 1919, se inhumaron en esta ermita los restos de Fran cisco de Goya. Bajo la cúpula, una losa de granito cubre el cuerpo del artista, que en letras de bronce dice:
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«GOYA/NACIÓ EN FUENDETODOS 31 DE MARZO DE 1746 / MURIÓ EN BURDEOS EL 16 DE ABRIL DE 1828» La celebración de su fiesta se inicia el 12 de junio, en la madru gada, para amanecer el día 13 en la ermita. Este paseo de la Flori da era un marco incomparable de bandadas de chavalas en busca de la gracia del Santo para que las concedieran novio, y, lo que era más, iban provistas de buenas dosis de alegría y gozo para festejar a San Antonio en su verbena. «La primera verbena que Dios envía es la de San Antonio de la Florida». SANTA CRUZ
Se encuentra situada esta iglesia en la calle de Atocha, esquina a la de Santo Tomás. La construcción de este templo tiene un dila tado historial por el sitio donde fue erigido. En su lugar estaba el convento de Santo Tomás de religiosos dominicos. En el año 1626, tomó el Patronato del convento el conde-duque de Olivares, y en el 1635 se puso la primera piedra para una nueva iglesia, que se in cendió en el año 1652, no salvándose ni el convento ni la iglesia. Mal augurio perseguía a este templo, porque una vez reedificado, en el año 1726, se desplomó el altar mayor sepultando a más de ochenta personas, y, en 1756, otro incendio. En 1876, otro enorme incendio devoró completamente el templo. En 1889, se empezó a construir el nuevo templo, cuya dirección la llevó don Francisco de Cubas y González Montes -marqués de Cubas-, pero en 1896 se suspendieron por falta de recursos econó micos, continuándose en 1899, con la ayuda de suscripción popular, siendo su coste un millón y medio de pesetas. El templo es del estilo neogótico, con materiales de ladrillo y pie dra blanca de Colmenar. Su entrada presenta un gran arco apunta lado, coronado por un frontón triangular en el que remata una cruz. En su zona central un relieve con la Apoteosis de la Cruz, obra de Aniceto Marinas. El cuerpo superior sobre su entrada se halla con un gran rosetón, y sobre él un gran reloj. La torre, de sesenta me tros de altura, en su cuerpo superior de las campanas conlleva un voladizo con parapeto que da el aspecto de una fortaleza. En los la
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terales se destacan dos entrecalles, separadas por un contrafuerte en los que se abren unas ventanas apuntaladas. VIRGEN DE LA ALMUDENA
La advocación mariana de esta virgen es la más antigua de todas las madrileñas, ya que Madrid no era aún Madrid, y ya la Virgen se hallaba dentro del primer cogollo urbano. Ubicada entre el inicio de la Cuesta de la Vega, calle de Bailón y plaza de Armería. El origen de su nombre fue muy discutido por nuestros antepa sados. Nos aseguraban que la denominación proviene de cuando se estaba buscando un local decoroso para la imagen, fue colocada, pro visionalmente, en un pósito o alhóndiga, almudin o almudaina, de donde tomó el nombre de la Virgen, o de que el cubo o torreón don de permaneció oculta durante la Reconquista estaba próximo al de pósito de granos. Don Jaime Oliver Asín dice en su obra. Historia del nombre de Madrid: «el término almudena proviene del vocablo ára be almudaina, que significa ciudad pequeña». Por tanto, la mezqui ta allí situada era la mezquita de la ciudadela, es decir, de la almu daina, y, al cristianizarse el templo, colocaron la Virgen aparecida. El suceso de la milagrosa aparición fue fundamental para la histo ria de Madrid, como lo fue su reconquista por el rey Alfonso VI, en el año 1085. La tradición expresa que el origen de esta imagen se debe a San tiago el Mayor, que fue quien la trajo; pero se confirma más a la rea lidad, de la venida del apóstol San Pablo. La imagen fue tallada por José Nicodemus y pintada por San Lucas. Conviene que se haga constar al respecto que no se trata del evangelista, el mencionado San Pablo, sino un excelente médico, y por lo que se refiere a Lucas, era un artista muy célebre, que vivió en Oriente. ¿La imagen actual es la primitiva Virgen? Este punto origina una profunda confusión. Vera Tassis afirma que don Diego de Salazar, cura de la Almudena en 1652, reinando Felipe VI, «consintió que se cortase parte de la talla por la espalda», siempre con la opo sición de los feligreses. El cura recogió toda la madera que cepilla ron, la cual la puso en una caja bajo llave, pero queriendo después repartir las astillas entre los muchos que deseaban guardailas a modo de reliquia, abrió de nuevo la caja y la encontró vacía. De for ma que, al no estar serrada la imagen actual, tenemos que afirmar que no es la primitiva. El 4 de abril de 1883, se colocó la primera piedra, siendo el em piece de la obra por la cripta, bajo la dirección de don Francisco de
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Cubas y González, marqués de Cubas, inspirada en los modelos gó ticos españoles del siglo XV. En 1889, fallece el marqués de Cubas, sucediéndole Miguel de Olavarría, falleciendo éste en 1904 y poste riormente le sucedió Enrique María Repullés y Vargas, concluyendo esta cripta el 31 de Mayo de 1911, abriéndose al culto, y al morir Re pullés, en 1922, le sucedió en las obras don Juan de Moya. Su fachada consta de un cuerpo central sustentado por columnas dóricas que sostienen una galería, muy distinta en estilo a la cripta, ya que el estilo gótico de ésta se vio cambiado por un estilo que ar monizaba más con el Palacio Real. En sus laterales va rematada por dos torres con chapiteles matritenses, siendo ésta su fachada prin cipal. La fachada de la cripta, por la Cuesta de la Vega, consta de tres entradas, con arcos de medio punto y remates góticos, aunque los arcos tienen semejanza de románicos, así como las pilastras que tienen influencia islámica. Después de estos datos, se obsei'vará que es bastante complejo en cuanto a los estilos que se le han querido imponer, adaptándose al dicho de que «siempre fue una sinfonía inacabada». Se proyectaba que fuera toda ella de un estilo neogótico afrance sado y de unas dimensiones extraordinarias, setenta y cuatro me tros de longitud de la nave central, setenta y seis metros del cruce ro, doce metros de anchura de la nave mayor, torres laterales de setenta y ocho metros de altura, pero todo cambió en el pasar de los años. La Vix’gen es patrona de Madrid desde el año 1646. Recibió la pri mera medalla de oro de la Villa en 1945, canónicamente fue corona da en 1948, y declarada Patrona Principal de la Diócesis en 1976. Gracias al empeño y al apoyo del rey Alfonso XII y su esposa Ma ría de las Mercedes aprobaron la idea de hacerla Catedral al culto. Para ello, cedieron un solar frente a Palacio, junto a la Cuesta de la Vega. La temprana muerte de la soberana, hizo que su esposo pen sase qUe la futura catedral sería el mausoleo digno para su esposa. Para ello se realizó uno que no fue habitado por la reina, ya que se la trasladó al Panteón de Infantes de El Escorial. El 8 de noviembre de 2000, los restos de la reina María de las Mercedes han sido tras ladados a la Catedral de la Almudena. Y llegó nuestra guerra civil, interrumpiéndose el culto. Junto a la empezada catedral, se instalaron unas baterías de fuego, y la cripta se habilitó como cuartel. Se quemaron confesionarios y ban cos, pero, ¿y la imagen? Esto es lo que se preguntaban los fieles ma drileños, que acudieron presurosos al lugar después de acabada la contienda. Y allí estaba tapiada, sin haber sufrido ningún daño, y a
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sus pies estaba colocado un cartel que decía: «¡Respetadla!». Era un rotundo rótulo anónimo. SAN PEDRO EL REAL, VULGO LA PALOMA Ubicada en el corazón castizo de la calle de la Paloma. Es curio so comprobar como los términos de virgen y paloma están asociados con anterioridad a la aparición del famoso cuadro de la Virgen que sí hizo la «patrona» postiza de Madrid. El erudito madrileño Pedro de Répide, en su libro Las calles de Madrid, se refiere de esta forma: «Aquí estaban unos corrales de las monjas de San Juan de la Penitencia, de Alcalá de Henares, y en ellos se crió la paloma que iba sobre la imagen de la Virgen de las Maravillas, cuando la lle varon al convento de la calle de la Palma. Salió aquella ave de la torrecilla del horno y no volvió, con lo que habiendo oído contar los que allí habitaban, el suceso de la paloma que volaba sobre la imagen, fueron al convento y reconocieron que era la misma. Desde entonces fueron llamados aquellos corrales los de la palo ma, y de ahí quedó el nombre de la calle». En cuanto a su historia, independientemente de sus valores ex ternos en cuanto a sus líneas arquitectónicas, su intérprete princi pal fue doña Andrea Isabel Tintero, natural de Madrid y residente en la calle de la Paloma, casada con don Diego Charco; mui’ió el 12 de octubre de 1813, sin saber firmar, siendo enterrada en la Sacra mental de San Isidro en contra de su voluntad, ya que quería haber sido enterrada en el templo donde se veneraba la imagen que con tanto afán cuidó. Todo tuvo su origen en un corralón que existía en la calle de la Paloma, solar que había sido alquilado por monjas de Santa Juana, para matadero de reses, estando al frente del matadero un encar gado honrado y trabajador, pero de pocas luces. Cierto día al salir al patio a recoger unos leños para alimentar el fuego, entre los monto nes de leña encontró un cuadro todo sucio y ajado, entonces separó el lienzo del cuadro y se quedó con la estampa que era de la Virgen de la Soledad, entregándosela a unos chavales que por allí estaban jugando; entre uno de ellos estaba un sobrino de Isabel Tintero, y el chaval a sabiendas que a su tía le gustaban mucho las cosas de igle sia, rápidamente se lo llevó causándola una gran alegría que la obli gó a premiar con unas monedas al chaval que se llamaba Juan An tonio Salcedo.
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Isabel limpió el lienzo, lo enmarcó y lo colocó en el portal de su casa, en la misma calle de la Paloma, entre unos jarros de flores de trapo y una lamparilla en su centro. Pronto corrió de boca en boca por los rincones del barrio, la fama milagrosa de la Virgen, y más de un noble entregó un espléndido do nativo que permitió a alquilar un cuarto bajo para venerar a la Vir gen. Se dice que Fernando VII, todavía príncipe, obtuvo la curación de una dolencia que padecía: el escorbuto. Cada día era más espec tacular la presencia de fieles; entonces, Isabel Tintero, mujer muy decidida creyó necesario construir una capilla en todo su orden. Para ello, y tras muchas vicisitudes, se adquirió el solar donde el lienzo fue hallado. Se hizo cargo de su construcción don Francisco Moreno, discípulo de Ventura Rodríguez, y el domingo 9 de octubre de 1796 se trasladó la imagen al nuevo templo. Se designó a Isabel Tintero como sacristana y cuidadora de la Virgen. En el año 1891, se trasladó a esta iglesia la de San Pedro el Re al, que es en la actualidad como se la denomina, pero el pueblo op tó por llamarla iglesia de la Paloma. Su fachada es de un estilo neomudéjar madrileño, construida en ladrillo y sillería de piedra blanca. Consta de un cuerpo central y dos torres gemelas en sus laterles. El central tiene en su parte infe rior el atrio, con tres arcos de medio punto formando verja cerrada, sostenido por columnas de tipo compuesto. En el primer cuerpo hay grandes ventanas de tipo gótico, terminando con un ojo de buey en su parte superior. Las torres están divididas en cuatro cuerpos ver ticalmente, el superior es el de las campanas, en el inferior dos ven tanas ojivales, en el segundo todo está decorado con ladrillos, en el tercero hay un conjunto ornamental de ventanas ciegas inspiradas en el mudéjar y, el último, que es el de las campanas, tiene arcos en herradura con lóbulos de decoración geométrica de ladrillo. Todo re matado con tejadillos a cuatro aguas. Y todo, esto unido a un pequeño plano de situación, es lo que he podido desarrollar de los valores artísticos en templos, ermitas e iglesias -valores siempre exteriores-, que se pueden contemplar en nuestra ciudad.
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Grabado de la Puerta de la Vega, en 1839.
Grabado de la Puerta de Guadalajara, principios del siglo XVII.
PERDIDAS DEL MADRID ANTIGUO
«Por eso, cuando un valor se pierde, posteriormente vienen las lamentaciones ya irremediables del grave error que hemos cometido al no defender la riqueza que este valor encerraba».
niciaré la cuestión con un preámbulo, tal vez un poco filosófico, por tan sensibles pérdidas de nues tras joyas matritenses. El Madrid antiguo no tiene una corresponden cia histórica. Antiguo es, en verdad, todo lo que ha existido en tiempos atrás. Pero, desgraciadamen te, todo lo vemos como algo frío, lóbrego, triste y sepulcral, sobre todo en las noches, como si el ruido de las maderas que crujen en los tejados que se desmoronan, de las paredes que se agrietan, parecen como lamentos de héroes memorables, que ya can sados de vivir, se sepultan con sus casas para que sirvan de cimien tos a las construcciones posteriores. Lo peor de todo esto, es que los escombros de la antigüedad, al reducirse a polvo, se llevan con los edificios arruinados la memoria de la grandeza de la Villa y sólo nos dejan una tradición, a veces fan tástica, que se conserva de padres a hijos y que pueden ser verdad, como igualmente puede ser una fábula. Por eso, cuando un valor se pierde, posteriormente vienen las la mentaciones ya irremediables del grave error que hemos cometido al no defender la riqueza que este valor encerraba. Y éste es el caso de los que voy a referenciar. Quisiera que estas líneas llegasen a convertirse en un motivo de meditación y recuerdo, sobre todo en secuelas que quedaron sin ci catrizar y que están ahí como reprochándonos del abandono en la que las hemos dejado. Unos, completamente demolidos por la pi queta que dio muerte alevosa a sus muros transformándoles en ado quines, otros, aparentemente mutilados, ya que han sido enclaus trados, y por tal motivo invisibles, otros en actitud de parecer lamentarse del silencio en que se les tiene. Posiblemente me exceda, sin lugar a dudas, de los atributos que el antiguo Madrid ha perdido y que, al fin y al cabo, son pérdidas de nuestra historia matritense. Empezando por la Puerta de San Vicente, reconstruida en 1992,Veamos cuál es su historia y cómo la hicieron desaparecer.
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Puerta mandada construir por Carlos III a su artista Sabatini, dándole órdenes para que realizara una puerta monumental y que fuera digna de zaguán de la capital de España. El proyecto consis tió en un arco de granito y piedra caliza de Colmenar, adornado por dos columnas de orden dórico y dos puertas laterales que afeaban más que embellecían, rematadas por un frontis coronado por una inscripción latina: «CAROLUS III APORTA VIA APORTA ESTRUCTA COMODITATE AC ORNAMENTO PUBLICO CONSULTUM VOLUIT AÑO MDCCLXXV» Puerta que guardaba dos hechos históricos: uno, que el 17 de marzo de 1813 pasó por ella, mustio y cabizbajo, José I, en la mis ma forma que Boabdill en Granada. La otra, fue, que por ella salió para volverla a traspasar el general Diego de León, con las ansias de la muerte. Dicha puerta fue derribada en los últimos años de la pasada centuria. Los restos de la misma, se encuentran en los al macenes de la Villa ¡De verdadera pena! Otro caso muy distinto, puesto que no ha sido asesinada, pero sí enclaustrada, es nuestra joya que abarca todos los estilos que en cierra nuestro país: la Capilla del Obispo. Enclavada en el pala cio de Híjar, en el mismo corazón de la plaza de la Paja, plaza que aúna muchos recuerdos del Madrid de ayer. La construcción de la Capilla fue idea de don Francisco de Vargas, consejero de los Reyes Católicos y de Carlos I. Esta Capilla del Obispo fue igualmente eri gida para albergar el cuerpo de nuestro patrón San Isidro, en la que estuvo pocos años. La Capilla en sí, de un clásico gótico mati'itense, llamada de Santa María y de San Juan de Letrán. Es una verdade ra pena que los hijos de Madrid, y, sobre todo, aquellos amantes del arte, no puedan ver esta joya enclaustrada hace más de cuarenta años, y además completamente sorda ante las grandes exclamacio nes que podía oír a tantos seres humanos al poderla contemplar. Pe ro ella, está ahí, y, repito, enclaustrada, sin ningún motivo determi nado. Lo más grandioso que Madrid tiene oculto, son los retazos de las murallas. Murallas que se encuentran completamente ocultas an te la mirada de contemplación de los muchos amantes del Madrid medieval. En un garaje de la calle de la Escalinata, en el número 9, en el fondo del mismo, se puede contemplar un cubo de lienzo de muralla enclavado en la manzana comprendida entre la referida ca lle, la de Mesón de Paños, Costanilla de Santiago y Espejo. Otro ca
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so es la cámara subterránea en la Cuesta de la Vega. Cámara des cubierta en el año 1985, de tres metros de altura, nueve de largo y cinco de ancho. Su construcción está dividida por dos hileras en el sentido de su longitud, y cubierta cada una de las naves así forma das, por una bóveda de arista rebajada, realizadas, como todo el re vestimiento, de ladrillo con una perfecta mano de obra. Dos pilares embutidos dan refuerzo a la cámara a lados de levante y poniente, y, los pilares centrales están realizados con granito y sostienen un cubo de ladrillo antes de cargar en el arranque de la bóveda. Cáma ra subterránea que nos legaron los árabes y que fue enterrada al re gularizar la pendiente de la Cuesta de la Vega. Pero ahí están, en terradas y con muy poca información de su existencia. Otra víctima, por cierto, muy reciente y alevosamente destroza da por la piqueta municipal, es el Mesón del Segoviano. Mesón repleto de centurias históricas, principal encanto del Madrid anti guo, ya que anteriormente fue la posada de San Pedro, fundada en el año 1740. Mesón de recios muros con entramado de madera, con sus estancias abovedadas, su decoración realmente lograda por los años, y, sobre todo, el ambiente de sus patios y corredores. Era un rincón que guardaba la flor de la leyenda y que al final ha caído por la piqueta municipal, sin pensar en los resquicios de conservación para perpetuar su pasado. ¡De pena! Otro inmueble indefenso, que albergó al arquitecto Jerónimo Churriguera, es la «casa del pastor». Ubicada en la calle de Sego via n9 21, junto al zaguán de la Cuesta de los Ciegos. Casa que os tentaba el blasón esculpido del escudo de Madrid, realizado hace cuatro siglos. Escudo que presenció reuniones de nuestros buenos hombres para defender y regir a nuestra Villa, denominados el «Concejo de la Villa». Casalurión que contaba, como ya he referenciado, con más de cuatro siglos de existencia, con sus recios muros, sus sótanos abovedados, con una vieja estirpe del barrio de los Austrias. Su propietario era un buen clérigo llamado José. Mas, he aquí que el padre José un día cayó en las garras de la muerte que le ha bía agazapado su alma, y como su hacienda no era cosa de poco, se dispuso a distribuirla equitativamente entre asilos y hospitales. En tre las muchas heredades que legó, una fue el inmueble de la calle de Segovia ns 21, en la que testificó: «Es mi voluntad expresa y fir me que esta casa la herede la primera persona que en el amanecer de mi muerte pase por la Puerta de la Vega». La primera persona que entraba en Madrid por la referida Puerta, era un pastor gober nando su ganado. Y con este caprichoso legado el pueblo de Madrid la empezó a llamar la «Casa del Pastor».
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Como colofón a estas pérdidas sensibles de nuestro Madrid, sólo me resta decir que tratándose de casas viejas, fueron las únicas que nos dieron fama y alcurnia en los pasados tiempos y que, desgracia damente, van pereciendo.
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EVOCANDO MADRID
((Ese Madrid del organillo de manubrio, símbolo de los primeros años de este siglo, al que nuestros abuelos y padres supieron acompañarle hasta los umbrales de su muerte».
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Antiguo Café de Levante, 1953, ya desaparecido.
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uede ser un día cualquiera, en los inicios del año 1900. En ese Madrid, Corte de los milagros, seño rón y castizo, alegre, confiado y banal. De verbe nas y romerías, del chulo con bimba, pañuelo al cuello y pantalón abotinado. De chulas con mantoncillos corto de flecos y faldas de percal «planchao», pimpantes, graciosas y desgarradas, giran do a izquierda en los bailes populares con un pañuelo en la cabeza y falda corta hasta los tobillos. El Madrid de los puestos de aguadu chos de Recoletos y el Prado, con agua, azucarillos y aguardiente. Ese Madrid con sus noches de la «cuarta del Apolo», con sus sai netes en un acto, que eran pétalo y flor de la chulapería, el roman ce antiguo al paso de alguna pareja de enamorados que en su cami nar van tejiendo un idilio amoroso. Ese Madrid de los barrios bajos, de comadreo en aceras con boti jo y desgarro. Ese Madrid de los barrios altos con el mismo coma dreo, servido sólo o con leche en las terrazas de los cafés. La noche madrileña alcanza esa hora trémula y solemne, de la media noche, en que gravita más sobre la tierra todo el poderío de lo infinito. El reloj de la Puerta del Sol va marcando su tic-tac, latiendo el pulso de la vida madrileña. Nace el Café de Levante, que es, sin duda, el paraíso de artistas más famosos y de elevado prestigio en la vida matritense. Estaba si tuado en la madrileña calle del Arenal. Café que tuvo la vanagloria de recibir en sus noches, nada más y nada menos que a Pío Baroja, Amadeo Vives, Valle-Inclán, Mateo Inurria, Zuloaga, Villaespesa, hermanos Machado, Romero de Torres, Pedro de Répide, Victorio Macho, Amadeo Ñervo y tantos y tantos artistas que con su pluma, pincel y espátula dieron glorias de conquistas en la inspiración y en la técnica a toda una generación de escritores y artistas. Ese Madrid del aula de Pombo, café enclavado en el corazón de la calle de Carretas, donde el día señalado de mayor ajetréo era la noche de los sábados, desde las diez hasta las dos de la madrugada en que cerraba. Su decano, Ramón Gómez de la Serna, tuvo como
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pioneros seguidores en la tertulia a: Tomás Borrás, Sanz y Díaz, Vázquez y Díaz, Espladiú, y muchos más en el campo de la pintura. Y en el de la literatura: Ortega y Gasset, Azorín, Gerardo Diego, Emilio Carrere, Díaz-Cañabate, González Ruano, Marqueríe y otros más, que bien se podía fundir un crisol rico en letras con tantas in teligencias. Ese Madrid de cenas en barrios altos con champán francés que invitaba a besos y caricias de mujer en el clásico Café de Fornos, en la calle de Alcalá esquina a Virgen de los Peligros, bajo sus techos pintados por Emilio Sala, donde susurraban sus bohemias noches, Dicenta, Unamuno y Benavente, personajes del noventa y ocho. En barrios bajos, simones y mañuelas, olor a churros y albahaca en las verbenas de la Paloma y San Cayetano, con sus tiovivos y organillo de manubrio, acompañados de chotis y mazurcas en su cilindro cla veteado. Ese Madrid de la Plaza Mayor y sus calles adyacentes, donde ac tuaba con verdadero éxito el «Escuadrón del Aguarrás», formado por dependientes de comercio, escribanos de oficinas, obreros de diver sos oficios. Le seguía el «Escuadrón de la Colonia», formado por «ni ños bien», pero que daban somantas de lo lindo. Y, por último, el «Es cuadrón del Aguardiente», cuya demarcación estaba en los barrios bajos, verdadero conglomerado del majo, del estudiante y del alba ñil. Este «escuadrón» era el verdadero del pueblo, y al frente y como comandante el duque de Sesto. Ese Madrid de las Gradas de San Felipe, que servía de escenario a las mentiras que con gracia y donaire se masticaban en su corro de chismorreos, comentarios, sucesos, que para acapararlos bien los transformaban en copla y refrán para el romancero popular, agudi zados por la picaresca madrileña impregnada de bondad. Ese Madrid del organillo de manubrio, símbolo de los primeros años de este siglo, al que nuestros abuelos y padres supieron acom pañarle hasta los umbrales de su muerte. Triste sino el del piano de manubrio, fiel compañero de las acacias con sus pomposos farolillos a la «veneciana» unidos con la clásica cadeneta de colores vivaces, rozándose a su vez este conjunto con los «galdosianos» balcones re pletos de hirbabuena y albahaca, que estos sí que emanaban olor y efluvios matritenses. Ese Madrid, con su paseo de la Castellana ya caído en el olvido de las fiestas carnavalescas, al paso de sus esbeltas carrozas y de sus variados disfraces, donde tan reñidas luchas protagonizaban el rey Baco con el gran Momo. Escenario que fue también de esa ma ñanitas entre semana, donde elegantes señoritas y atildados pollos
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se entremezclaban con las niñeras y amas de cría robustas, tocadas con sus moños protegidos por cofias repletas de cabezudos alfileres. ¡Y cómo te están dejando, paseo de la Castellana! Sin un palacete o quinta donde se pueda entonar la nostalgia, que en el recuerdo tu vieron sus tranquilos paseantes, y hoy agobiado por la más impura contaminación. Era, en fin, un paseo llano y tranquilo, sin prisas de congestión, en el que nuestra reina Isabel II bebió a «morro» de esa fuente de la Castellana.
Pintura del techo del Café de Fornos.
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El mercado de Nochebuena en la plaza de Santa Cruz,.
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La mona de Reyes, de Ortego.
LA NOCHEBUENA BEL POBRE
((La Nochebuena no tiene distinción de clases, el Mesías ha venido para salvar lo mismo al pobre que al rico, aunque más Mea hacia los primeros ya que Él dio muestras de su pobre nacimiento».
Escena navideña en la Plaza Mayor.
1 llegar la Nochebuena, todos los años mismo, me emociono sin poderlo remediar. Es la conmemoración del Hijo de Dios, que vino al mun do pobremente en un portal de la ciudad de Belén, arropado por el calor de una vaca y un buey, y pol las buenas ofrendas que gentilmente le ofrecían, pobres y humildes pastores acompañados de cánti cos y villancicos, pues era la alegría de recibir la buena dicha del na cimiento del Mesías. Más pobremente no pudo venir al mundo. Kh una fiesta que tiene mucho de significativo, alegrías por una parte, tristezas por otra, y, sobre todo, recuerdos igualmente alegres y tristes. Narración que quiero hacer comprender al que me lea. Concretamente, en mi caso, cuando era un chaval de los ocho a los quince años, allá por los años veinte, todo era jolgorio y alegría, veías por delante a tus seres queridos, padres, hermanos y demás familia allegada. A medida que los años iban transcurriendo, esa Nochebuena se iba poniendo triste por la falta ya de seres queridos que se fueron; miras hacia adelante, y ya no ves a tus padres, han desaparecido los hermanos y otros seres allegados y queridos, que anteriormente te hacían las gracias esa noche feliz. Repito, mirando hacia atrás ya no ves a tus seres queridos, pero lanzo la vista hacia adelante y ves a nuevos seres queridos, esposa, hijos y nietos, que para estos últimos es cuando empieza a hacerles feliz esta noche. La Nochebuena no tiene distinción de clases, el Mesías ha veni do para salvar lo mismo al pobre que al rico, aunque más bien ha cia los primeros ya que El dio muestras de su pobre nacimiento. Voy a narrar, brevemente, en su desarrollo la Nochebuena del po bre, o más bien de una casa humilde, en nuestro Madrid. La mañana del día de Nochebuena, los chavales del barrio cogían de sus madres, tapaderas, cacerolas, y otros, con panderetras y zam bombas, para pedir el aguinaldo en las casas próximas a la barriada. Lo mismo lo hacían chavales que chavalas, eso sí, todos unidos; lle vaban una cesta o capacho para portar todos el «cascajo» que recibí-
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an como aguinaldo: nueces, castañas, higos, avellanas y demás fru tos secos -por lo general el «cascajo» lo llevaba un chaval-, y, sin em bargo, una de las chavalas portaba una faldriquera para depositar todas las monedas que recibían, pues no solamente el aguinaldo se componía de «cascajo», sino también de «perras», que posteriormen te se repartían sin ninguna clase de polémicas ni de engaños. Esta era la misión de los chavales en este día feliz. La labor de los padres. De momento, la señora Emilia, días an tes había comprado todas las vituallas típicas de esta noche, el be sugo, la lombarda, las granadas, porque el cordero lo traía su mari do, el señor Julián, de un pueblecito cercano a Madrid -que por cierto lo pagaba a 3,20 pts el kilo-, Y empieza el día con todo el trabajo en la preparación de la cena. Se saca la cazuela de barro que durante todo el año ha estado guardada en la alacena, se coloca el cordero en canal, lo adereza con sal, unto de manteca, ajos, cebolla y unas patatitas menudas en to do su alrededor, cubriéndole con un paño blanco para llevarlo a la tahona más cercana para su asado, que costaba 0,75 pts por asarlo, entregándole el panadero una chapita numerada, la cual estaba du plicada, una que te entregaba y otra con la que pinchaba al cordero, para que no pudiera haber algún engaño. Todos los corderos llega ban por la noche a casa sin el rabo, el cual era comido por el oficial de pala y sus ayudantes, pues era una tradición muy típica en Ma drid que los corderos volvieran a casa sin el rabo, y el cliente tan contento. Otra labor de la señora Emilia era empezar a preparar el besugo asado, esta labor en la propia casa. A limpiar la lombarda para su cocimiento. A desgranar las granadas para rociarlas de vino tinto y azúcar. A partir en trozos el turrón y fruta escarchada, colocándolo todo en una bandeja con un papel de seda. A preparar una buena en salada de escabeche, aceitunas negras con trozos de cebolletas, adornándola con pimientos rojos, rociándolo todo con aceite, vinagre y sal. Y ya casi la cena estaba preparada; claro está, ese día no se comía casi nada, pues casi no daba tiempo a ello. El señor Julián también tenía su labor. Primero, si el año ante rior se había roto el pandero o la zambomba, tenía que ir a la plaza de Santa Cruz a comprar una de las dos piezas, que por regla gene ral era el pandero. Después bajaba a la bodeguilla de la que era pa rroquiano, con su garrafa de media arroba para llenarla de vino tin to de Valdepeñas, pues tenía que haber «líquido» hasta Nochevieja. Bello día el de este matrimonio feliz, hogar que lo componían el matrimonio y cuatro «chaveas».
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La noche empieza a hacer acto de presencia. La señora Emilia ayudada por sus cuatro chavales, empieza a preparar la mesa con el clásico mantel de día de fiesta, igualmente vasos y cubiertos que no hacen acto de presencia nada más que en fiestas, algún santo, la verbena del barrio, el día del patrón del pueblo, San Isidro, o algu na fiestecilla inesperada que se presentaba. Por su parte el señor Julián, a las nueve de la noche bajaba a por el cordero -porque esta labor era del hombre-, con un roquete de te la para apoyar la cazuela en la cabeza, pero antes de entrar en la ta hona, se paraba en la bodeguilla a tomar unos «chatos» con vecinos y amigos, para empezar a celebrar la Nochebuena. Antes de empezar la cena, todos, muy cristianamente, se santi guaban y con:
«Padre nuestro que estás en los cielos...». Empieza la suculenta cena de Nochebuena; todo eran risas, bro mas, algarabía, y, sobre todo, al terminar la cena, cada vecino se pa saba de una vivienda a otra para felicitar la noche. Ya con el turrón y las copitas de anís escarchado, venían los villancicos.
«Nochebuena, Nochebuena cuanto tardas en venir para ver a los borrachos de la taberna salir. De la taberna salir, de la taberna entrar Nochebuena tu te irás y no volverás más...». Cuánta emoción y cuánto entusiasmo en la Nochebuena del po bre, sin apartarse mi mente de los seres queridos ya desaparecidos, a trueque de la alegría de mi esposa, hijas y nietos. ¡Nochebuena del pobre, cuánta alegría has dado a esta humilde familia!
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«Alegoría de la Villa de Madrid», Goya.
AÑOS INOLVIDABLES DE MABRID
«El año 1083, fu e gran año para M ager it porqu e, en busca, de Toledo, Alfonso VI tropezó con Magerit, lo conquistó y decidió añadirlo a la lista grande de sus ganancias».
«Carlos ill en Traje de Cazador», Goya.
1 año 932, es como una escena iluminada para ilustrar un bélico romance fronterizo. A la derecha sobre una empinada peana de pedernal, casi inac cesible, se levanta un alcázar morisco. Al otro lado del río, un bosque prieto y heráldico. Y sobre el bosque el Alcázar y el poblado, un cielo azul delga dísimo, tirante, que deja la impresión de que se rasgará al tacto como una seda templada a escala musical. En la plataforma del Alcázar, asomados por adarves y saeteras, vemos unos musulmanes que disparan dardos, azconas, cutellos, piedras y líquidos humeantes. Los musulmanes llevan turbantes blancos, bombachos rojos y petos acorazados. Abajo, por las calles del poblado, sobre caballos plumeando crines y colas, medio cente nar de guerreros cristianos, quienes mandoblean espadas, sesgan lanzas y juegos tarjas. Los hierros lesivos tiñean sangre. Los cascos de los caballos golpean cabezas y pechos de moros yacentes sobre los borrones de su propia roja tinta. A las ventanas altas de las casas asómanse, con expresiones despavoridas mujeres y niños dejados de la mano de Alá. Las figuras de moros y cristianos son tan altas co mo las casas, tan altas como los árboles cuyas froñdas son puños ce rrados y verdes. Los caballos ocupan con sus ancas macizas las cal zadas de canto y polvo, y sacuden los esquinazos de los pares y los impares... cuando los haya. Los cristianos van cubiertos de hierro, sudor y polvo. El rey leonés don Ramiro II, ha entrado a saco en Magerit. ¿Cuál es la figura de don Ramiro? Don Ramiro entró en Magerit al frente de sus mesnadas, contemplando Magerit desde un altozano. El sabe que su vida es preciosa para la genealogía y para su reino, muy pár vulo aún. ¿Y Magerit es ese pueblecito alapado a la peana del Alcá zar, torre perdida en un ajedrez emiral? De momento, cuando Ra miro II se aleje de Magerit, a Magerit le faltarán hombres muertos, doncellas raptadas, rebaños copiosos. Pero Magerit habrá entrado con paso seguro en la Historia. Magerit habrá dejado de ser una simple mención geográfica.
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El año 1083, fue gran año para Magerit porque, en busca de To ledo, Alfonso VI tropezó con Magerit, lo conquistó y decidió añadir lo a la lista grande de sus ganancias. Y, más aún, porque el 9 de no viembre, cerca de la Al-mudena, se derrumbó un cubo chato de la muralla apaisada y apareció en uno de sus huecos la intacta imagen de Nuestra Señora que cristianos furtivos emparedaran muchos años antes, para librarla de profanaciones musulmanas. ¡Celestial Patrona y monarca cristiano en un mismo año! El año 1085, a Magerit le ha nacido uno de sus más preclaros hi jos, o el que más. El labrador Isidro en tierra labrantía y de labran tines. Pero... sí, sí. Que pasen los años y ya nos dirán Juan Diáco no, en prosa, y Lope en verso, quién fue el labrador Isidro. Labrador capaz de arar en la Vía Láctea, para sembrar y cosechar luceros, de encaramarse en el madrileño cielo, de penetrar en su seda, sin ras garla ni mancharla, y de arrojar desde él un patronato riquísimo en virtudes del alma. ¿Era este Isidro el Santo Patrono que Magerit es peraba, que le convenía? Y Magerit se siente plenamente, alegre mente, rutinariamente «isidril». ¡Y a mucha honra! En el año 1202, Magerit era aún «históricamente débil» para pensar en tomar méritos por epopeyas. Pero Magerit prefirió el de recho. Difícilmente puede, no ya indicarse, ni aún suponerse, el mo tivo que tuvo don Alfonso «El de las Navas» para otorgar a la Villa aquel a modo de carisma don de Dios. Así se realizan los prodigios. Sin embargo, no han faltado los aguafiestas, quienes valiéndose de una afirmación del propio fuero matritense, han propalado que no hubo merced alfonsina, sino audacia del Concejo cateto dándose unas leyes a las que el monarca se limitó a poner el «visto bueno». Pero... ¿Tanto habrá conseguido Magerit con aquel Cuerpo Jurídico, heterogéneo en sus orígenes y de su redacción bilingüe, descom puesto ya al latín, bárbaro aún el romance? Al parecer, sí. Para enipezar, el texto iba encabezado por un echar hacia atrás su cabeza Magerit, cuyo contenido era sencillo y modesto; referencias justas y ceñidas al tono del lugarón y a las necesidades de los indígenas. Lé ase un ejemplo: «El que tenga viñas en las aldeas y dijera al señor del perro: “Pon un bozal a tu perro para que no me dañe las viñas...”, y el señor no se lo quisiera poner, si después se cogiera en la viña al perro, y se probase con dos testigos, su amo debe pagar cinco só lidos: la mitad al que sorprendió al perro en las viñas y la mitad a los fiadores, sin que tengan que hacer juramento».
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En el año 1301, en Magerit, por primera vez, dentro de su amu rallado recinto, se reunieron las Cortes de Reino. ¿Quiénes concu rrieron a estas Cortes? El rey don Fernando IV, la reina madre do ña María de Molina, los infantes, el arzobispo de Toledo y otros prelados, los maestres de Santiago y Calatrava, los procuradores de las ciudades, y entre éstos los de la Villa de Madrid, que tenían voz y voto. ¿Dónde se reunieron estas Cortes? Pudo ser en el casón si tuado donde está hoy el monasterio de las Descalzas Reales. Pudo ser en la lonja o en el atrio de la parroquia de San Salvador. Pudo ser en la iglesia de San Martín. ¡Cualquiera lo sabe! ¿Para qué se reunieron? Posiblemente para declarar la guerra al rey de Granada. Mas, donde fuera y para qué, lo cierto es que las Cortes se celebra ron por primera vez en Madrid. Y esto es lo que cuenta para mérito de la futura capital de España. En el año 1346, don Alfonso XI concede a Madrid «dos primeros premios», y no sólo por méritos de aplicación, sino también por mé ritos de comportamiento. Como el Concejo madrileño se rigiera has ta entonces por estados de nobles y pecheros, los cuales ponían go bernador, a quien llamaban «señor de Madrid», don Alfonso XI otorgó, en este mismo año, una cédula que fue el origen del Ayunta miento de Madrid. En dicho real documento se eligió a los doce pri meros regidores y se les asignó autoridad y se les señaló obligacio nes: «Porque ffallamos que es nuestro servicio que aya en la Villa de Madrid homes buenos dende que ayan poder para ver los ffechos de la Villa e otrossy para ffacer y ordenar todas las cosas quel Concejo ffaria y ordenaría estando Ayubtado, porque en los Concejos vienen ornes a poner discordia e estorbo en las cosas que deben ffacer e ordenar por nuestro aservicio por común de la dicha Villa e de asu término. Et por esto tenemos por bien de ffiar todos los ffechos del Concejo destos que aqui serán dichos...[y si guen los doce nombres]. Et que estos con los alcalldes e alguazil de la Villa e un escriuano que con ellos se ayunte do es loacostumbrado de ffacer Concejo de dicha Villa, dos dias cada semana, que serán el uno el lunes e el otro el viernes, que vean los ffechos del Concejo de dicha Villa, e que acuerden todas aquellas cosas que entendieran que es más nuestro sseruicio e pro e guarda de la dicha Villa e de todos los pobladores della e de ssu término». Igualmente, don Alfonso XI dio licencia a la Villa para el esta blecimiento de una «Escuela de Gramática» y pensión de su profe sor.
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En el año 1454. ¿Nació o no nació, el 22 de abril, doña Isabel la Católica? Comprendo que Madrigal de las Altas Torres se agarre con uñas y dientes a la efemérides, porque de éstas entran pocas en un kilo para los rincones hispanos. Por mi parte, de madrileño nato y neto y como por acá que no es un rincón, sino ombligo, tenemos per sonalidades para tomar y dar, de muy buena gana cedería la efemé rides a ese pueblo abulense de nombre que no hay quien mejore. Y después de todo esto narrado, me rindo ante ésta, creyendo por mi parte que la referida Isabel la Católica nació un 22 de abril de 1451 en Madrigal de las Altas Torres. En el año 1462, nace en Madrid la infanta doña Juana, hija del rey don Juan II y de su segunda mujer, doña Juana de Portugal. A esta infeliz criatura y una señora excelente, apodada por las malas lenguas, la Beltraneja, por suponerla fruto ilegítimo habido por la reina con don Beltrán de la Cueva, favorito del rey, le llovieron los achaques y calamidades, de las cuales no fue la peor -a l menos para España- que la privara de reinar su tía Isabel; a doña Juana la ma lograron unos matrimonios prometedores. Padeció soledades y tris tezas. Y terminó enclaustrada sin vocación en un monasterio de Coimbra. Y ustedes se preguntarán, ¿qué importancia tiene para Madrid el nacimiento en su Alcázar de tan infeliz y anodina criatu ra? Pues sí la tuvo, fue la primera criatura de sangre real, nacida madrileña. Y esto de que Madrid iniciara a cultivar la realeza era signo evidente de su preparación para empresas más ambiciosas. Y en el año 1474 aunque nacieran reyes y príncipes, también lo fue que en su tierra empezaran a morirse. Y Enrique IV dio ejem plo, falleciendo en este año, y dejó bien mandado de que fuera ente rrado en el madrileño monasterio de San Francisco. En el año 1562, el 25 de noviembre le nace a Madrid el primer hijo universal: ¡Lope! ¿Precisa esta efemérides explicación o comen tario? Pues ahí queda, escueta: ¡le nació Lope! El día 14 de abril de 1578 le nace a Madrid su primer hijo mo narca: don Felique III. Que como rey no fue para que Madrid pre suma. Pero don Felipe III fue una bellísima persona. Buen hijo. Buen esposo. Buen padre. Y poseyó algunas de las virtudes -o de los fallos— según se examinen o se enjuicien, de Madrid. Melancólico, generoso para los demás. Honesto. Modesto. Piadoso hasta quedar en pío. Indeciso. Prefiriendo siempre el «dejar hacer» al hacer. Con más encogimientos de hombros, imperceptibles, que palidísimas sonrisas... ¡que fueron tantas! En el año 1605, de las prensas de un modesto librero, Juan de la Cuesta, con taller y tienda en la calle de Atocha, conforme se ba
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ja a mano izquierda, sale a difundirse por el mundo y la inmortali dad el Quijote, el libro humano más divino, como para jugarle la con trapartida al libro divino más humano: La Biblia. En el año 1621 empieza a reinar don Felipe IV. Que no fue buen rey, ni buena persona. ¿Que por qué tiene importancia el año 1621? Porque Felipe IV... que tan buena «prensa» tuvo, retórica, poética y gráfica, enseñó a Madrid a divertirse. Hasta 1621, Madrid fue bas tante aburrido y se aburrió bastante, ¿cómo negarlo? En su gran contorno sólo se representaron fiestas reales y ceremonias religio sas. Y como Madrid fue - y es- de por sí melancólico y escéptico, fá cil resulta comprender su propensión secular al tedio. Pero don Fe lipe IV le enseñó a divertirse, a espantar soledades, a curarse del bostezo. Para conseguir este general divertimiento, estimuló los mentideros, popularizó los bailes, escenificó en alamedas y sotos, multiplicó las verbenas y romerías, abrió teatros y protegió a las comediantas y comediantes -m ás a las primeras que a los segundos-, convirtió las solemnidades religiosas en autos sacramentales ungi dos por la poesía conceptuosa y culturana, fue empresa fuerte de fiestas de toros y cañas, rompió la cerca de Madrid para que a Ma drid le nacieran los caminos del mundo, dio a las ceremonias diplo máticas un «aire bailable». No fue poco, no, lo que don Felipe IV en señó a Madrid. En el año 1759 comienza el reinado de don Carlos III, neoclási co, madrileño, buenísima persona y excepcional monarca. Si don Fe lipe IV enseñó a Madrid a divertirse, don Carlos le enseñó a ser mo numental, a convertirse en digna capital de España. Hasta 1759, Madrid no fue sino un lugarón destartalado, con algunos conventos bellos y escasos palacios suntuosos. Pero lugarón sucio y malolien te, oscurísimo y peligroso de noche, con calles de polvos y lodos, tan refractario a la higiene como a la estética urbana. La voluntad y el talento de don Carlos III, y su gran amor a su nativa tierra, convir tiéronse en varita mágica para transformar los cochambrosos esce narios matritenses en un álbum de sorpresas iluminadas. Don Car los III creó establecimientos de instrucción y beneficencia, de industria y comercio: fundó academias y museos, Colegios y cáte dras públicas; estableció el Gabinete de Historia Natural, el Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico, la Sociedad de Amigos del País, el Real Seminario de Nobles, las Escuelas Pías y gratuitas de instrucción primaria; organizó las diputaciones de Caridad, fundó el Banco Nacional de San Carlos y las opulentas Compañías de los Cinco Gremios, de Filipinas y otros; mejoró los Pósitos, los hospita les y hospicios, y protegió las artes, las ciencias y el trabajo. Don
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Carlos III empedró y limpió las calles y las proveyó de faroles; creó el honrado Cuerpo de vigilantes nocturnos -los serenos-; organizó el sistema de abastos Y en colaboración decidida y decisiva, con ad mirables arquitectos, levantó monumentos de belleza inmarchita ble: el Museo del Prado, el palacio de la Aduana, las Puertas de Al calá y de San Vicente, la Casa de Correos, las Reales Caballerizas, San Francisco el Grande, las Reales Fábricas de Tapices y Porcela na del Buen Retiro, el Hospital General, la Platería de Martínez, la Imprenta Nacional, las fuentes de Cibeles, Neptuno, Apolo, Alca chofa, de la Fama. Don Carlos III ordenó, amplió y embelleció los famosos paseos del Prado de San Jerónimo y de las Delicias. No creo que pueda disputársele a don Carlos III el rango de «el mejor rey y alcalde». La verdad es que desde 1561 hasta 1808, Madrid no se había hecho acreedor de la capitalidad de España. Se había limitado a re cibir y acreditar la visita de reyes, gobiernos, nobles y concejos. Pe ro sólo esto resultaba insuficiente para una capital de Nación. Era indispensable que Madrid gritara «¡Aquí estoy yo! ¡Ese soy yo!». Es decir, que pusiera de su parte algo sensacional y acreditativo de merecer con justicia el rango y la misión que le habían confiado: que explicara su lección de cátedra. Y fue precisamente el 2 de M ayo de 1808 cuando Madrid se decidió a lanzar esos gritos para, a continuación, acreditarlos con el hecho sensacional, con la lección magistral difícilmente superable. Algo que sólo la capitalidad pue de y debe llevar a cabo. Sí, fue en Mayo en 1808, en Madrid, y an te su Alcázar. Fue cuestión de un grito salido de las entrañas. Fue cuestión, ante un oprobio extranjero, que Madrid reaccionó con gesto asombrosamente afortunado. ¿Duda alguien que desde aque lla lección Madrid se agarra más a la emoción recordatoria por su desbordante jovialidad, en su mano a mano contra la muerte? No se hurgaba a la inmortalidad con frases hechas, ni con fatalismos rimados para la poesía épica, ni con trémulos religiosos de misere re sonoro entre piedras y vidrieras góticas. Se arañaba en el es pasmo infinito con coplas desgarradas, con jolgorios de navajazos y apaleamientos: se ganaba la cátedra de la capitalidad a fuerza de derrochar carácter, de desperdiciada naturalidad. Y este fue el Madrid de 1808. En el año 1936 a Madrid se le plantearon dos dilemas: ser o no ser, caer o levantarse. Para desarrollarlos -con ecuaciones de san gre y angustia- tardará dos años largos... Mucho tiempo parece. Pe ro los dilemas con solución para siempre no son precisamente gra nos de anís.
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El 28 de marzo de 1939, Madrid desangrado y roto, presenta la solución exacta de sus dos dilemas. Y estas soluciones dicen: ser y levantarse. Mientras le llega la sangre nueva le sostendrá el nervio. Mientras el ser se le reafirma, actuará su voluntad... de ser.
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Miguel de Cervantes,
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Verbena en Atocha. Años 20. (Por San Juan y San Pedro).
LAS VERBENAS MADRILEÑAS
« Y n o será m adrileño quien no lleve en sa persona a la Santa y m orena Virgen de la Palom a».
Verbena madrileña en los años
erbena, puede ser, etimológicamente, una planta verbenácea medicinal y muy sagrada por los cel tas, o puede ser una fiesta de placeres y alegrías, que cada barrio de Madrid dedica a su patrón o patrona en el día de su onomástica.
«La primera verbena que Dios nos envía es la de San Antonio de la Florida». Por tal motivo, aquí excluyo la de San Isidro, por ser ésta una ro mería, la única en Madrid que hoy se conserva, ya que desapare cieron las tradicionales de la «Cara de Dios» o la de «Santiago el Verde». Pero vamos a la verbena de placeres y alegrías, esa verbena que languidece de día y despierta por la noche, como el pájaro nocturno que cuando la sombra cae, él se levanta para participar en la alegría y el placer de la verbena. Las verbenas que literalmente los madrileños podemos disfrutar son: el 13 de junio, San Antonio; el 24 de junio, San Juan; el 16 de julio, el Carmen; el 7 de agosto, San Cayetano; el 11 de agosto, San Lorenzo; el 15 de agosto, día primordial de su patrona «postiza», la Paloma; y el 8 de septiembre la arraigada a nuestros barrios bajos, Nuestra Señora de la Virgen del Puerto, vulgo «la melonera». Ya que en todas ellas existen cosas tradicionales, propias de las vei’benas, voy a resumirlas, en principio, para no repetirlas en cada una de ellas. Como son los «tiosvivos», «la noria», «el tiro al blanco», «el guy-toma», «las barcas», «el tubo de la risa»; éstos en cuanto a artilugios recreativos. En cuanto a los deleites de degustación puedo citar los clásicos puestos de «churros», los de horchata, agua de ce bada y limonada; así como los de gorras y pitos. Vamos por la «primera que Dios nos envía», San Antonio de la Florida. La campana de la ermita suena con regocijado volteo a las modistillas de Madrid, y las incita, impacientes, para que vayan a «coger la verbena», camino abajo de la carretera de Castilla. Madrid
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no oye su campana, pero la adivina, y, en el acto, todos los que en su pecho guardan su tradición, van juntos a la Puerta de San Vicente y a las inmediaciones de la Estación del Norte. A este santo, por su onomástica, nunca se le concedió una salida por su barrio, a huro near las calles céntricas del mismo. El Paseo de la Florida, en la ma drugada del 12 al 13, se hacía pequeño para albergar tantas modis tillas que acudían al santo a pedirle novio. Después, en la ribera del Manzanares, había que disfrutar de todos los carromatos de atrac ciones, ayudados por unos «churritos», acompañados de unas copitas de anís. Y así era esta verbena «que Dios nos envía». El 24 de junio se celebraba una verbena dedicada a San Juan. Verbena que se ha perdido, como otras muchas. Inicialmente se ce lebraba en el Soto de las Migas Calientes, en las riberas del Man zanares, y, posteriormente, se trasladó al Prado Viejo de Madrid y aquí es donde se revistió de aristocracia, desde el palacio de Villahermosa hasta el del duque de Sesto -hoy Banco de España-, poste riormente fue desplazada hasta la estación de Atocha. Era verbena de más seda y percal; al trasladarse al Prado Viejo, había más carrozas y sillas de mano, palios de tisú bordados en se da, con barras de pino doradas. Aquí acudía la gente de alto copete, donde escuderos y criados de la Corte, iban ataviados a su semejan za. Ausentes de esta verbena eran los «manolos», los «chisperos» y los «majos», no por ningún motivo, sino simplemente porque ellos te nían sus castizas verbenas. Con ocasión de la festividad de San Juan, el conde-duque de Oli vares organizó una gran fiesta en el año 1631, teniendo por escena rio los jardines del palacio del duque de Maqueda y de los condes del Carpió y Monterrey, cuyos terrenos comprendían entre lo que hoy es Cibeles y Neptuno. La fiesta resultó tan brillante que, posiblemen te, fue la causa del traslado de la verbena desde los ribazos del Man zanares hasta el marco espléndido de este Salón del Prado. También fue una fiesta de amores la vei’bena de San Juan; posi blemente en su principio fue romería, pero no me atrevo a justifi carlo.
«¡A coger el trébole, el trébole, el trébole. Λ coger el trébole, la noche de San Juan». Por eso cuando se celebraba entre el puente Verde y el de Sego via, se iniciaba con un estruendo de cohetes y estaba iluminada de múltiples hogueras, cuyo fuego se mantenía durante toda la noche por los amantes.
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«Que no se apague tu hoguera en la noche de San Juan, mira que si se te apaga tu amante te olvidará». En la noche del 16 de julio, festividad de Nuestra Señora del Carmen hay luna llena; la verbena con la que el barrio de Cham berí festeja a su patrona. Su fiesta se celebraba en el Paseo de la Ha bana -hoy Eloy Gonzalo-, y poco a poco fue trasladándose al final de la calle de Alvarez de Castro, frente a los jardinillos del Canal de Isabel II. Es de día. Grandes lonas cubren los diversos aparatos ver beneros, la montaña rusa, el tiro al blanco, las rifas, el guy-toma, to do parece dormido, en espera del anochecer, donde la verbena resu cita. En el barrio de Chamberí, ya se caracterizaba en las tabernas más típicas del barrio, la clásica limonada que era obsequiada por los respectivos industriales del gremio. Verbena a la que se acerca ban los «chisperos» y los «majos» de Barquillo y Maravillas, que sus barrios eran aledaños de Chamberí. La verbena del Carmen, era de las pocas verbenas que se llena ban de gallardetes y de cadenetas de papeles rosas, amarillos, azu les y rojos, cadenetas como si hubieran sido fabricadas por todos los niños del barrio. Verbena entre casas y calles anchas despejadas, ca lles casi desconocidas para los que no viven en el barrio. La verbe na se muere cuando en el oriente asoman las claras del día. El final de la noche de luna llena saluda a las primeras luces del amanecer, para dejar descansar a la verbena del Carmen. Dos verbenas unificadas en una sola; San Cayetano y San Lo renzo, sus onomásticas, respectivamente, el 7 y el 10 de agosto. Tardes agosteñas dentro de la primera quincena del mes. Tarde ca nicular de calor y bochorno. El campo de acción de éstas está en el corazón de Cabestreros y Lavapiés. Todo es jolgorio y alegría entre chicos y grandes. Las dos sacan en procesión a sus respectivos san tos, dentro de una espectacular alegría, con momentos de silencio, durante el itinerario de las mismas. A San Cayetano le sacaban en su paseo por la calle de Embajadores, Ribera de Curtidores, Plaza de Cascorro, para volver a adentrarse en la calle de Embajadores y hacer su entrada en el templo. El itinerario de San Lorenzo era de menos recorrido; salía de su templo ubicado en la calle del Olivar, esquina a la del Doctor’ Piga, desembocaba en la calle de Argumosa hasta la plaza de Lavapiés, para volver a entrar por la calle de la Fe, frente a su templo. En am-
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bos recorridos, las calles estaban abigarradas de mujeres del barrio, con una mescolanza de crios y hombres, sin distinción de edades. A su paso, los balcones y ventanas con tiestos y macetas representati vas, con rosales, claveles, albahaca, hierbabuena, rociando su olor a los respectivos santos con sus plantas propias de los «madriles», traspasando su fragancia a estos cogollos barriobajeros. Los patios de vecindad engalanaban sus corredores, con cadene tas y farolillos, no faltando, en ningún caso, el barreño rebosante de «limoná», que todos los vecinos aportaban económicamente a «esco te» para que todos sus invitados -que nadie era forastero- degusta sen este delicioso líquido, realizado con vino, frutas y azúcar, con su barra de hielo machacada en trozos. Todo era alegría y buen humor. Igualmente, en cada patio o puerta de calle nunca faltaba el «piano de manubrio», vulgo «organillo». En la calle de Argumosa se preparaba la «kermesse», común a las dos verbenas. En su recinto se plantaba un tabladillo de madera pa ra los músicos, independientemente un mostrador con botellas y re frescos, unas cuantas sillas y unas mesas. En un rincón del lado opuesto colocaban el obligado «organillo», para alternar el «chotis» y la «mazurca», que estos pasos no se podían realizar si no era a los acordes de un «organillo». Este alegraba con sus notas a las cadene tas y farolillos, y, sobre todo, a las acacias que si no oían sus notas se ponían mustias y lacias, cosas de cariño nostálgico. Se podía observar en esta «kermés» la presencia de madres «chulaponas» cerca de sus «chavalas», que al oír el «chotis» lloraban un poco sin lágrimas, pero sí con sus palabras que se iban estacionan do en sus respectivas gargantas, recordando sus felices días de ju ventud, porque el recordar, es volver a vivir’. Dicen que todo se borra en la vida al pasar los años, tanto para el bien como para el mal, pero siempre queda un recuerdo evocador, y esto es lo que pasa con las verbenas de San Cayetano y San Lo renzo, tan arraigadas al corazón popular de Madrid. Y ya como epílogo y traca final las dos verbenas más populares y queridas de todos los madrileños, la Paloma, el 15 de agosto, y
Nuestra Señora del Puerto, la «melonera». La Virgen de Nuestra Señora de la Soledad, vulgo «la Paloma», hasta ahora atesora todos los privilegios principales; ser del pueblo porque él la quiere y por estar ubicada en el cogollo más madrileño; y ser palatina porque ante ella se postraron a príncipes de la última dinastía borbónica. ¡Ahí queda eso! A la Virgen de la Paloma le sobran cartas credenciales para con siderarse patrona «postiza» de Madrid. Está saturada de milagros y
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beneplácitos al pueblo. Escuchó las llamadas piadosas de clemencia a egregias personalidades de sangre real, y se las concedió. Pero siempre fue sumisa a sus responsabilidades benefactor as. Todos los años por su fiesta, se remoza lozana y pispante, sin darle ninguna importancia, nada más que la de ser la virgen más querida de los hi jos de Madrid, que la piropean, y hacen llegar hacia ella la mesco lanza de un arrullo exteriorizado de los hijos de su Madrid, con su semblante arrabalero, con mantoncillos cortos de flecos, y faldas de percal «planchás», siempre graciosas y bonitas y, como no, acompa ñadas de su «piano de manubrio», lanzando ecos a los balcones galdosianos, como para decirlas cantando «donde vas con mantón de Manila...». La ruta que concierne a la Paloma no puede ser más barriobajera; calle de la Paloma, Calatrava, Carrera de San Francisco, Puer ta de Moros, plaza de la Cebada, calle de Toledo, para entrar nue vamente por la de Calatrava y bajar por la de la Paloma, para entroncarse con su atrio residencial. Siempre escoltada por ese Cuerpo de Bomberos, el cual presume de tenerla por patrona.
«Y no será madrileño quien no lleve en su persona a la Santa y morena Virgen de la Paloma». Nuestra Señora de la Virgen del Puerto, ubicada en su ermita ro deada de un vergel de árboles, en cuyo fondo se encuentran los ri bazos del Manzanares. La advocación de esta virgen, que también se la llama la Virgen de Septiembre, y en el caso de Madrid, con el nombre cariñoso de «la melonera», debido a que cuando se celebra ba su fiesta en la ermita, se hacían unas demarcaciones para su ce lebración, con filas de melones, con objeto de acoger a los romeros que no cabían en la ermita. Aquí, en Madrid, no era una verbena muy arraigada al pueblo, posiblemente por ser el recuelo de todas las anteriores y, por consi guiente, el pueblo ya estaba muy cansado. En la década de años treinta, sus fiestas se celebraban en las zo nas aledañas a la ermita; Ronda de Segovia hasta el paseo de Im perial, calle de Manzanares, Mazarredo, Juan Duque, Moreno Nie to, Linneo y por la zona del puente de Segovia. En las calles y zonas antedichas no faltaban sus cadenetas, su «organillo», ni su «limoná», y, sobre todo, lo que no faltaba era esa alegría que brotaba de todas las criaturas de estos barrios de la «humedad».
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«La casa de las siete chimeneas
CALLE OE ¡VÁLGAME DIOS!
uCalle de San M a rcos, de Madrid. Rincón olvidado que oyó las ju gueton as cam pam ías del Convento de M ercedarias Calzadas de San Fernando, que tenía su som bría entrada al final del callejón sin salida en que terminaba la calle de San M arcos».
«Muerte del Conde de Villamediana», de Manuel Castellano.
a noche era oscura como boca de fiera encelada. Una copiosa nevada dejaba tendido su manto de armiño, para que sobre él pasasen los lindos guardapiés de las damas que iban descendiendo de las lujosas carretelas que asistían a las nocturnas fies tas. Alguna juguetona calesa, en la que discreta mente oculta, acomodábase encopetada señora, de jaba su duro martilleo corretón, ante el siniestro callejón, en el que habíase avecindado gallofero templo de grosero amor. Casa de mis terioso vivir, donde el escándalo tenía una lujosa hospedería, en la que vestidos de aristocrático tisú y bordadas casacas danzaban en fiestas y saraos, con no muy pudorosa ni arrebatada alegría. Calle de San Marcos, de Madrid. Rincón olvidado que oyó las ju guetonas campanitas del Convento de Mercedarias Calzadas de San Fernando, que tenía su sombría entrada al final del callejón sin sa lida en que terminaba la calle de San Marcos. Años que otro siglo colocaron en aquellos lugares, amplio salón de espectáculos, en el que festejaron nuestros abuelos, y más abajo de la entrada que era del Convento de Mercedarias, existe hoy un feo y antiestético pasadizo que con nombre de belleza arquitectóni ca muestra las lacras de un extraño abandono. En aquel estrecho callejón, apéndice romántico en el cruce de la calle de la Libertad, se alzaba un caserón de señorial rango, aunque venido a menos, como un ser humano caído en la desgracia de las circunstancias. Sus vecindades no eran ciertamente propicias al jol gorio cortesano, donde se vestían externamente las profanas fiestas de la tenebrosa mansión, pues que a más del amplio Convento que ya he citado, no estaban muy apartadas otras santas casas, en las que el misticismo de la vida contemplativa recogía oraciones y ejer cicios espirituales. Y dícese de aquella vieja casona, que habíala vi sitado, más de una vez, con paleta y pinceles el gran don Francisco de Goya y Lucientes, y más tarde cuéntase que su discípulo,’ el ma logrado Leonardo de Alenza, impregnó con sus fantásticos óleos los blanquísismos yesos de sus ya caducadas paredes.
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Habían dado en orfebresco reloj, primo carnal de los que orna mentan el Palacio del Real Sitio de Aranjuez, las diez de aquella no che, negra en sus luces, blanca en su alfombra y tétrica en su am biente. Noche de presentimiento y nostalgia. Abriéronse de par en par las puertas del viejo caserón. Salieron tres enmascarados. Disfraces medievales de juglares, con sus rostros cubiertos de Pierrot, Arle quín, Aristóteles, fueron los fantasmas corpóreos, todos ellos con an tifaces de raso negro. Pero el diablo andaba suelto, mandóles que echasen a la entrada del callejón, la pesada carga fría y yerta que sacaban arrastrando. También abrióse, momentáneamente, el úni co balcón enverjado del caserón, sobre el que apareció la figura fina y esbelta de una Colombina. Un grito de dolor y espanto sonó con eco de escalofrío en la noche helada y fatídica. Cerróse el balcón después de relampaguear en las tinieblas de la noche la luz oscilante de un velón de bruñido metal, y el ruido seco de un cuerpo que cae entre la gente con sus angustiosos ayes de do lor, suena al unísono con el cortante sonido que produce la nieve al recibir el inanimado cuerpo de aquel enmascarado, de cuya pechera blanca de almidonado jubón del siglo X V III mana un hilillo de sangre como condecoración postuma. Sus labios balbucean el nombre de una mujer, nombre que se pierde en el silencio, y tras las ráfagas de viento glacial el nombre de un caballero, mezclado entre los sollozos que salen de la misteriosa casa. Vuelven los tres enmascarados al punto de partida. Ciérrase tras ellos, entre medrados golpes de llaves y cerrojos, la puerta de la que fue hidalga casa. El silencio se hace sepulcral. Sólo allá en la leja nía se oye la voz vibrante de un ¡Alerta! que parte de un no muy le jano cuartel y la tenebrosa petición de la Ronda del Pecado Mortal, que anuncia el tintineo de una lúgubre campanilla. Al fondo de la calle de San Marcos, se atisba sombría comitiva, que de vez en cuan do destapa los ojos de sus linternas sordas para descubrir con sus rayos presuntos pecados de amor. Se va acercando la ronda, la voz se hace más clara, pero también más cavernosa, más lúgubre, más escalofriante. La campanilla suena una vez más, y enseguida, el ál gido airecillo que barre la nieve salpicándola contra rostros, tras la voz sentenciosa: «Para hacer bien y decir misas, por la conversión de los que están en Pecado Mortal». Caen a su paso algunas monedas. Abrense algunos balcones y ventanas, que se cierran presurosos después de arrojar por ellos las
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limosnas. Y quienes, aún despiertos, oyen la llegada de la Ronda, se ocultan apresuradamente temblando. «El Pecado Mortal», que vie ne «El Pecado Mortal». Cruza la calle del Soldado -hoy Barbieri-.Ya entre el cruce siguiente, se oye una saeta:
«Cuantos sin temor de Dios en torpezas anochecen ■y en el infierno amanecen». De un portal inmediato sale una joven, amedrentada y despavo rida; sin reparar en nada, tira unas monedas y grita «¡Eh, eh, Peca do Mortal, tome usted esos cuartos!». Uno de los Hermanos de la Co fradía dirige su linterna hacia ella. La muchacha desaparece pero queda al descubierto, por el fugaz rayo de luz, el exánime cuerpo del enmascarado de la blanca pechera almidonada del siglo x v i i i , festo neada ya con el hilillo de sangre congelada que aún brota de su co razón. Y mientras otro de los Hermanos acude al vecino cuartel, en demanda de auxilio para el desgraciado que acababan de encontrar, un tercer Hermano lanza al espacio helado de la noche la terrorífi ca saeta:
«Si esta noche te llamara a juicio Dios irritado ¿A dónde irías, malvado?» Saeta que entra como anónima y terrible acusación en el ya si niestro caserón de vieja estirpe y rancio abolengo. Un encapuchado descuelga y apaga el farolillo que alumbró durante la noche la ima gen de la Virgen de las Angustias que sustenta una hornacina. La imagen quedó sin luz. Al alba van esfumándose las tenebrosas siluetas callejeras de la noche. En trueque, por la apartada calleja, figuras velazqueñas y goyescas, envueltas en ricas pieles y elegantes capas, que, bajo am plios cubreaguas, se van escondiendo con sus disfraces de las curio sas miradas de transeúntes madrugadores. Y dicen que no fue de las últimas en salir del fatídico baile carnavalesco, tapando su rostro más que lo hiciesen a la entrada, aquella encopetada dama, a quien llevóla horas antes juguetona calesa de duro martilleo corretón. La voluptuosidad de Terpsicore, se hizo aquella noche engendro de Caín, en complicidad manifiesta con la cobardía de Momo y la ayuda de Baco. Una daga florentina de forma, que se hizo homicida frente a Puerta Cerrada, cayóse junto a la esquina del romántico ca
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llejón. Iba tinta en sangre, y alguien que no era desconocido en el cortesano mentidero de las Gradas de San Felipe el Real, reveló el secreto de aquella horrible noche, con los primeros rayos de un sol de primavera y pequeños adoradores de la diosa Minerva, fueron los primeros que haciendo de juguete la nieve, dieron pública del suce so a la vecindad de maritornes y chismosas, que estaban ávidas de saber algo nuevo, novelesco y macabro; «los chicos han encontrado entre la nieve un reguero de sangre», «creo que esta noche han ma tado a un...», «a mí me han dicho que era...», «venga, venga a mi ca sa que hace un frío que pela», «vamos allá señá Celes, pero un po quito nada más que tengo mucho que hacer». Las mismas, las mismas de siempre, las alegres comadres viejas brujas del candilejo, que en nuestra niñez hemos creído ver vestidas de negro, destilando su rapiñezca nariz y montadas en destrozadas escobas, bajar por las chimeneas de nuestras casas, para amedren tar y llevar a los niños que son malos. Todo el barrio supo a poco lo ocurrido. Comentarios se hicieron para todos los gustos. Y esas viejas brujas que, desdentadas, pare cen alimentarse con engaños y mentiras -porque ambas cosas no se mascan-, tenían la misma cantinela de falso sentimiento. «Válgame Dios», «Válgame Dios». ¿Sería acaso el origen de la calle que así se llama hoy? Porque ha ce dieciséis lustros la calle de Válgame Dios era el trozo de la de Gravina, comprendido entre las calles de Pelayo y Barquillo. Pero sí fue comidilla obligada y origen de grescas malsonantes y pendenciosas, la babellesca casa que dando luces a la Real del Bar quillo, era conocida en el chispero barrio por la de Tócame Roque, en razón a que Orates debió de llamarse Roque. Mas la verdad fue indagada. Víctima de sus malos pasos, cayó bajo el parricida puñal vengador de una honra ultrajada, cierto per sonaje de alta condición y alcurnia. Fue agresora la que huyendo consiguió una impunidad obligada fuera de la Corte del «Deseado». Culpable, la que por delito de amor, enajenó su razón para siempre. Y escenario del drama el romántico callejón, de un Madrid que tam bién dejó de existir.
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COSTUMBRES MATRITENSES
«Estas son las fiestas y costumbres que el p u eb lo efe M adrid disfrutó, unas desaparecidas y otras que p erviven aún en el recuerdo de los “madriles”».
«El Entierro de la sardina», Goya.
as costumbres matritenses, en su mayoría, han ido desapareciendo paulatinamente, dejando en su es tela una serie de noltalgias y recuerdos imperece deros. Ciertas fiestas del pueblo madrileño que en otros tiempos fueron ruidosas, unas han desapare cido y otras están aún vivas en el pueblo de Ma drid. La «espera de los Reyes Magos», «las vueltas de San Antón», el Carnaval, las fiestas cívicas del Dos de Mayo, la procesión del Cor pus y, por último, sus romerías y verbenas, que con las fiestas de Madrid en el último día del año y principio del siguiente, son fiestas que, por desgracia, van cayendo en el olvido. En este capítulo quie ro aportar mi granito de arena para que el pueblo conozca las cos tumbres, su fisonomía y su carácter. «Las vueltas de San Antón», se celebra el día 17 de enero, en tre las calles de Hortaleza y Fuencarral, y allí se podía ver al labra dor de los pueblos inmediatos con sus parejas de muías, repletas de monos y campanillas y entre aquellas pobres bestias se podían ver a las clásicas «burras de leche», al borrico del yesero y a los buchecilios de las verduleras. Los animales coman de un lado para otro brincando, posible mente de alegría al acercarse a la santa reja donde el fraile escola pio, revestido de estola y sobrepelliz, bendecía la cebada y los «pa necillos del Santo». Allí, igualmente, se veía al matarife de la plaza de toros, al chulo de los caballos, al cabrero, y algunos otros tratan tes de bestias de mayor cuantía, todos en traje de fiesta, cabalgan do sobre jacas vistosas engalanadas, y llevando a la grupa, cada cual, a la madre, a la hermana o a la mujer, todas chorreando ala mares de plata con flecos de seda y broches de abalorios. Allí era dig no de ver a la maja saltar del jaco para besar la mano del fraile que bendecía la cebada. Los «Panecillos de San Antón» se anunciaban en el Diario de Avi sos de Madrid-, veamos algunos anuncios del 16 de enero de 1830: «En la confitería de la calle de Fuencarral, frente a la casa de As-
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trearena, encuentra un abundante surtido de los acreditados pane cillos de mostacho al estilo de Barcelona, titulados de San Antonio Abad, también los hay de mazapán, limón, fresa, rosa, frutas y abri llantados». San Antonio Abad, nacido bajo el imperio de Decio, en una aldea de Egipto, el año 250 de Jesucristo, se retiró al desierto y fundó la orden de los Cenobitas. Todo es una pura invención lo de los anima les, siempre representado por un animal a su vera, animal que era el ratón emblemático del país en que había nacido, y este animal, postex’iormente, se convierte en opulento cerdo, y que, según Ramón Gómez de la Serna: «Convertido en protector de los animales por la querencia po pular se estableció la costumbre de mantener el cerdo del Conce jo, tanto en Madrid como en los pueblos de alrededor».
Convenía no dejar caer en el olvido una fiesta en que el hombre se hermanaba al frente de sus animales, colocándole palmas en su frente con muchos cascabeles y cencerros. La espera de los «Reyes Magos». Era una noche de alegrías y anhelos, tanto para los niños como para los mayores. Larga noche de espera, en que las criaturas soñaban con sus Reyes Magos, por tadores de juguetes y alegrías procedentes de Oriente, con su corte de pajes y camellos, y que para ellos no había obstáculos de rejas forjadas ni puertas cerradas. Y no solamente era el sueño de los pe queños, sino de sus propios padres, que siempre ayudaban en sue ños a los hijos, y que erarí los que hacían comprender esta ilusión que tan larga espera era anhelada por los niños. Ya vienen los Reyes Magos por la calle de Alcalá. Dame la, escalera larga, que los vamos a esperar. Noche infantil en que los niños esperaban la llegada de los reyes que con su «magia» penetraban en los hogares de ricos y pobres, aunque, egoístamente, los primeros gozaban de mayor privilegio en relación con los segundos. Aunque los reyes no tenían más preferencias, ya que su amor y cariño lo repartían por todos iguales. Veamos lo que Rubén Darío opinaba:
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Yo soy Gaspar. Aquí traigo el incienso. Vengo a decir: la vida es pura y bella. ¡Existe Dios! El amor es inmenso. ¡Todo lo sé por la divina estrella! Yo soy Melchor: mi mirra aroma todo. ¡Existe Dios! El es la luz del día. ¡La blanca flor tiene sus pies de lodo y en el placer la melancolía! Soy Baltasar: Tt'aigo el oro. Aseguro que existe Dios El es grande y fuerte. Todo lo sé por el lucero puro que brilla en la diadema de la muerte. Gaspar, Melchor y Baltasar venían y vienen por el camino natu ral de Oriente. Entraban por la Puerta de Alcalá y en los días de nuestra infancia distante, su comitiva de elefantes y dromedarios iban apresuradamente, sin detenerse en ningún punto, hasta los grandes almacenes para proveerse de lindos regalos creados por un ingenio levantino, el aro de cascabeles, el equipo de chacó y chiste ra de húsar para fingirse capitanes, el «puzzle» geográfico, la escopetilla con detonadores y los brillantes soldaditos de plomo. Los escaparates de los grandes almacenes tiraban como un imán de los chiquillos, y éstos de sus padres. Con frecuencia un niño po bre se acercaba con los ojos abiertos por la ilusión y con la sonrisa en sus labios ante estos almacenes, pero él sabía que su mensaje de petición no sería atendido porque creía que sus favorecedores no po dían hacer frente económicamente a los deseos de sus pequeños.
Era una noche de Reyes cuando el frío atormentaba apareció la Cibeles con una capa embozada. Era una noche de ensueños para esas criaturas angélicas que du rante doce meses esperaban anhelantes a los Reyes Magos. Qué ilu sión, qué esperanza, qué alegría denotaban sus caras, ante la igno rancia de la realidad. Para los padres también era una noche de gozo ante la alegría de sus hijos, pero, desgraciadamente hoy todo eso ha dado un cambio. Los niños van con sus padres a los almace nes donde ellos mismos eligen sus regalos muy distintos a los de an taño. Se ha cambiado el clásico caballito de cartón, los inolvidables
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soldaditos de plomo, el juego tan infantil del «tragabolos» por el tra je de luchador, las pistolas, los «come-cocos» que tanto embrutecen la mente infantil; los regalos no los reciben ya en la noche de Re yes, sino que se anticipan al día de Navidad. Es una pena, pero es la realidad de la fiesta de la Epifanía. El episodio histórico del Dos de Mayo de 1808 con que se abrió la Guerra de la Independencia es, sin duda, el suceso más impor tante del siglo X IX español, y el que de algún modo señaló el paso de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea. Para conmemorar la gesta y el sacrificio del heroico pueblo de Madrid, la Regencia y la Junta del Gobierno que se había refugiado en Cádiz, aprobaron que el Dos de Mayo de 1810 se celebrase una fiesta en memoria del alzamiento madrileño y en homenaje a sus héroes. La fiesta, que había sido dispuesta sólo para aquel año, cau só tal efecto patriótico que se pensó en hacer de ella una fiesta na cional perpetua. Para ello, el diputado en las Cortes, don José Aznares, igualmente abogado del Ilustre Colegio de Madrid presentó un proyecto de ley el día 2 de Mayo de 1811, para la creación del día de la Independencia, que se celebraría, cada año, el 2 de Mayo. Pero esa ley se cumplió a medias. El Ayuntamiento se vio nece sitado de pagar las pensiones a las víctimas que tenían derecho. El traslado de las víctimas a la Real Iglesia de San Isidro no se llevó a efecto. En los Jerónimos se roseó con una tapia y verja sencilla el lu gar donde estaban enterrados los cadáveres de los fusilados en el Prado. Pero como el tiempo hace que todo se olvide, pasadas tres ge neraciones, la gente dejó de visitar el camposanto. A principios del siglo X X se celebró una Exposición Internacional en el Campo Gran de, y el pequeño recinto del camposanto, sin sacar los huesos o ce nizas de aquellos héroes, fue asfaltado para convertirlo en una pis ta de patinaje. De pena. En realidad, el único recuerdo que tenemos de aquellos hombres y mujeres, es el de unos pocos nombres que se pusieron a las calles edificadas alrededor de lo que fuera el Parque de Artillería de Monteleón; así, los nombres de Daoíz, Velarde, Ruiz, y el de la heroína de Madrid, aquella mujer patriótica y valiente que se llamó Manue la Malasaña. Por los años veinte del presente siglo he podido presenciar el Dos de Mayo; grupos de milicianos, la mayoría inválidos - y no de la gue rra de la Independencia- que celebraban la gesta heroica de sus an tepasados, pidiendo, con rondallas de música, para ayuda de algu nas reliquias que todavía nos quedaban, tales como el cementerio de la Florida.
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Ti'es jueves hay en el año que relumbran más que el Sol, Corpus Christi, Jueves Santo y el día de la Asunción. Primitivamente, la iglesia celebraba la institución de la Eucaris tía el 25 de marzo, por creer que Jesús celebró la Cena Sacramental con sus discípulos. Esta Eucaristía coincidía con el aniversario de la Encarnación, anunciada a María por el Arcángel San Gabriel; igual mente coincidía con la muerte de Adán. En el año 1208, una monja de la orden agustina, llamada Julia na, del convento de Lieja (Bélgica), tuvo una extraña visión. Monja muy devota del Santísimo Sacramento, un día estando adorándole, observó que la luna se obscureció en su gran parte. Creyó que era una trampa endemoniada para distraerla de la plegaria y pidió a Je sús fervorosamente que la ayudara. Jesús le reveló que la luna era el símbolo del año litúrgico y que la zona oscura de la luna signifi caba la falta de una fiesta en el día del Corpus Christi. En el año 1246, el obispo de Lieja implantó en la diócesis la nueva festividad, fijando para ella la fecha del jueves siguiente a la octava de Pente costés. Pero Santo Tomás escribió unos textos para la misa de ese día, en los que se indicaba que el Jueves Santo era el día de triste za por la inminente muerte del Salvador, y no era adecuada para la alegre fiesta de la Eucaristía. Fue una festividad de la que siempre Madrid se enorgullecía. Ya en 1482 se celebraba la procesión y, según cuentan eruditos cronis tas, era presidida por la reina Isabel la Católica. Su mayor esplen dor lo alcanzó en los siglos XVII y xvili. Era una fiesta de gran gala, y a su procesión asistían personalidades de todos los rangos, sin dis tinción de clases, representaciones militares y civiles, cofradías y hermandades, así como todas las comunidades de los conventos y parroquias, portando sus cruces y ciriales. Después de la procesión se veían, especialmente por el Prado y Recoletos, militares con uniformes de gala, caballeros de chaqué, académicos con frac y, en fin, una sociedad lucida, que tras la proce sión acudían a tomar refrescos en los establecimientos de más tono. Madrid no sólo celebraba la festividad con la prestigiosa proce sión, sino que también la realzaba con diversos actos: corridas de to ros, certámenes literarios, recepciones oficiales, y, sobre todo, repre sentando en plazas e iglesias los autos sacramentales, c.on sus barrocos montajes, en los que tanto brilló el genio de don Pedro Cal derón de la Barca.
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A partir de 1572, lo protagonizó una bella custodia de plata, eje cutada por el platero de la reina, don Francisco Alvarez, encargada por el Ayuntamiento de Madrid, donde sigue conservándose en la ac tualidad. El pueblo de Madrid siempre fue amigo de fiestas y alegrías, de numerosos festejos religiosos y profanos, y la mayoría de las veces unas y otras juntas. Veamos, pues, cómo se celebraban estas fiestas pasadas. En el mes de enero, tras la Nochevieja pasada, en que los ve cinos celebraban la salida y la entrada del año nuevo con opíparas comidas tradicionales con abundantes libaciones del «tintorro» de Arganda y el aguardiente de Chinchón, acompañados de dulces ca seros, que la mayoría de las veces se compraban en conventos cer canos, se comían las doce uvas de la suerte con sidra «achampaña da». Posteriormente, en el año 1860, se instaló un reloj en la Puerta del Sol, donado por don Ramón Losada, natural de León, pero su vi da la había pasado en Londres. Entonces la mayoría de los madrile ños se trasladaban a la Puerta del Sol para ver bajar la bola de co bre, en los umbrales del año que empezaba. Después vendrían los Reyes Magos y las fiestas de San Antón, ya descritas anteriormente. Y ya empezamos con febrero. El día 3 se celebraba la romería del «Cristo y los tres santos», celebrándose en la ermita de San Blas, en el cerro del Altozano, que estaba entre el cementerio de los Jerónimos y las tapias de Atocha. Muy cerca de la ermita estaba el manantial de Santa Polonia con su agua salutífera y milagrosa. Se celebraba una misa en la que acudían los maceros del Ayuntamien to en honor del Santo Ángel, que era su patrono. Los madrileños be bían el agua del manantial milagroso, y alternando sus virtudes me dicinales devoraban torreznos y tortillas con la compañía de la bota de vino. Cuando se derribó esta ermita se acabó la romería, y las imágenes del Cristo del Calvario, San Blas, Santa Polonia y el San to Angel, fueron trasladadas a la cercana iglesia de los Jerónimos. Después vendría el Carnaval. Y ya venía marzo, que era la obligada visita a «la cara de Dios», el retrato auténtico de la cara de Cristo en un paño de la Verónica, que se veneraba en la capillita de la plaza de los Afligidos, al lado del palacio de Liria y del Cuartel de la Guardia de Corps. «La cara de Dios», tiempos atrás estuvo en la calle de la Princesa. A continuación venía el mes de abril, con su Semana Santa, ce lebrándose la salida de procesiones y los santos oficios, que ante riormente describo en el Jueves Santo.
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El día 25 se celebraba la rom ería de San Marcos, situada en las afueras de la Puerta de Fuencarral, donde hoy se encuentra la glorieta de San Bernardo. A esta romería, el pueblo la dio por lla marla la del «trapillo», debido a que la gente iba cubierta de andra jos, con un premeditado propósito de alardear en su indiferencia. También asistían linajudos señores, ricamente ataviados, para con templar, con regusto cruel, el desfile de esta gente, desarrapada y ebria en toda su fuerza, lo cual daba origen a las burlas de los se ñores, al principio recibidas sin importancia por los desarrapados, pero llegaba el momento en que éstos sacaban incluso a relucir sus navajas, y la mayoría de los señores se subían a sus carrozas ini ciando una prudente retirada; los desarrapados festejaban con júbi lo su momentáneo triunfo. Y entramos en el mes de mayo, mes de las flores. El día uno se abría con la festividad de Santiago el Menor y San Felipe, llamán dosela de Santiago el Verde. Pero, ¿por qué el Verde? Por coincidir con el estallido de la primavera. Esta romería tenía como escenario el Sotillo, que era una alameda situada en la margen izquierda del río Manzanares, donde se unía la primitiva Puerta de Toledo con el Portillo de Embajadores. La romería de Santiago el Verde, era, pues, el gran festejo madrileño en los tiempos de los Austrias. Se bailaba hasta el agotamiento, se comía copiosamente y se bebía has ta la saturación. Góngora advertía en su famosa letrilla:
«No vayas, Gil, al Sotillo, que yo sé quien novio al Sotillo fue y volvió hecho novillo». Por causas diversas, a partir del siglo xviii, la romería de San tiago el Verde fue cayendo en una decadencia de la que no se repon dría jamás. Pero, eso sí, quedó crónica costumbrista y su estampa llena de colorido. El día 3, era la fiesta de la Santa Cruz, y se ponían las cruces de mayo en los patios de la vecindad. En las calles y plazoletas se erigían altarcillos, y los crios y crías del barrio pedían «una limosnita para la Cruz de Mayo». Y lo curioso es que llevaban una talegui lla de tela blanca para las limosnas, y, además, un cepillo para que a los que daban limosnas les cepillaban los hombros y las espaldas. Con todo lo recaudado se compraban flores y alguna lucecita para el altarcillo y con lo que sobraba compraban vituallas para la merien da. Al terminar, todos tan contentos, y a esperar al año siguiente.
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El día 15, es la fiesta de nuestro Santo Patron, San Isidro, que bien merece un relato aparte. Después venía el mes de junio, con su Corpus Christi, descrita anteriormente, y a continuación San Antonio y San Juan. El día 13 de junio, era la verbena de San Antonio de la Flori da. Se celebra en la zona popular de Madrid, la «Bombi», al final del Paseo de la Florida. Dicho paseo se hacía pequeño para tanta ju ventud, que afluían en bandadas de todos los rincones de Madrid, con impetuosa alegría de cánticos y risas, acompañados por la gas tronomía de unos churros y unas copitas de Chinchón. Caso paradógico era que antes de entrar al Santo las mocitas no se le ocurrie ra a ningún chaval agradarlas con piropos y frases castizas, siendo todo inútil, hasta que no hubiera vista previa con San Antonio. El Santo se venera en la ermita construida en el año 1792, dirigiendo las obras el arquitecto italiano Fontana, bajo la traza de don Juan de Villanueva, ornamentada con frescos de Goya, y, posteriormente esta ermita pasó a ser Museo. Esta era la primera verbena que Dios nos envía, donde acudían al Santo, en la madrugada del día 13, las modistillas para implorar al Santo la concesión de novio. Hoy día, todo esto se ha perdido, allá las modistillas con sus motivos. Ya en los inicios del mes de julio se vislumbran las verbenas del Carmen, el día 16, y Santiago, el 25 del mismo mes. La primera empezó celebrándose en la calle de Alcalá, frente a la iglesia de San José y, posteriormente, fue trasladada al barrio de Chamberí y Vallecas. En el Bamo de Chamberí se celebraba en el paseo de la Ha bana -hoy Eloy Gonzalo-, y en sus alrededores. Al final de la calle Álvarez de Castro se situaban los carromatos que servían de domi cilio a los feriantes. Pero esta verbena desapareció de este castizo cogollo del barrio de Chamberí. Y ya estamos en el mes tórrido de agosto, con su canícula de ca lor en máximo grado. Los madrileños celebran sus tres verbenas más arraigadas al pueblo de Madrid. San Cayetano, San Loren zo y la Paloma. Aunque San Cayetano celebra sus fiestas el día 5 y 6, San Lorenzo los días 9 y 10 y la Paloma el día 15, todas ellas se funden en una misma, ya que en general la alegría duraba toda la primera quincena y parte de la segunda. La primera se concentra en el cogollo del Rastro hasta el Portillo de Embajadores, la segunda en todo el barrio de la judería, Lavapiés, el Campillo de la Manuela, las calles de la Fe, Argumosa y Ave María. La de la Paloma, su epicentro era Calatrava, Toledo, Plaza de la Cebada y Puerta de Toledo. Ningún patio de vecindad y pla
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zuela de estas calles dejaban de saborear el sonido del moribundo organillo, que, al fin y al cabo, era música de la «fetén». Se derro chan las cadenetas de papel y farolillos a la veneciana. Los indus triales de bebidas procedían los días anteriores al adorno del esta blecimiento y aledaños de la calle; en fin, que en estas tres verbenas se tiraba la casa por la ventana, y todos tan contentos. El mes de septiembre, tenía tres fiestas: la primera el día 8, en honor a la Virgen del Puerto, Virgen muy arraigada a Madrid, llamándola el pueblo «la melonera». Se celebraba en el Soto de la Virgen y en el cerrillo de las Vistillas. Después vendría la fiesta de San Mateo, que era una de las ferias más antiguas de España, fe ria concedida a Madrid por el rey Juan II, padre de Isabel la Cató lica, en el arranque del siglo XV. Empezó celebrándose en la calle de Alcalá por ser ésta «cañada real». Posteriormente, fue trasladada a la Cuesta de Moyano y Paseo de Atocha; en ella se vendían puntas de ganado, piaras de cochinos, pero toda esta venta fue perdiéndo se hasta convertirse en mercadillo de baratijas, pitos, gorros de car tón, y demás chucherías. A continuación venía la feria de San Mi guel, en los últimos días de septiembre, que se celebraba en el mismo sitio. En octubre, ni fiestas ni verbenas. Únicamente, el día 15, la fies ta de Santa Teresa, que se celebraba por los alrededores del Con vento de las Teresas. El mes de noviembre nos traía dos fiestas, una religiosa y otra cívica. El día uno, festividad de todos los Santos, en la que te níamos una obligada visita a nuestros cementerios, en recuerdo de todos nuestros antepasados; y, la otra, el día 15, día de San Euge nio. Aunque los montes de el Pai'do estaban cerrados al público por considerarse Sitio Real, el día de San Eugenio, por un antiguo pri vilegio, las cancelas de Puerta de Hierro se abrían para que el pue blo cogiera las bellotas que le venía en gana, y ya que no era ver bena ni fiesta, sino romería, donde el pueblo se desplazaba en calesas o en zapatillas, provistos de chorizos, escabeches y tortillas, acompañado de botas de vino de Arganda. Se comía, se bebía y se bailaba debajo de las encinas. Recordemos el cuplé de el Relicario:
Un día de San Eugenio yendo hacia el Pardo lo conocí, era el torero de más tronío y el más castizo de «to» Madrid.
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Y con la romería de San Eugenio se cerraba el ciclo de las fiestas madrileñas. Porque llegando diciembre, las Navidades eran fies tas estrictamente familiares, de las que, a grandes rasgos, ya he co mentado en el capítulo de «La Nochebuena del pobre». Y éstas son las fiestas y costumbres que el pueblo de Madrid dis frutó, unas desaparecidas y otras que perviven aún en el recuerdo de los «madriles».
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Caballistas en el día de San Antón*
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PINCELADAS MADRILEÑAS
((La Puerta del Sol tuvo, junto a la iglesia del Buen Suceso, una fuente bastante notable hasta prin cipios del siglo xvm , M ego sustituida p o r la de Pedro de Ribera, llamada de la “Mariblanea
C alle de Madrid, con p er so n a jes típ icos. Mediados d el siglo X V II.
a plaza que hoy constituye el centro de Madrid, con el kilómetro cero de las vías de comunicación de la Península, fue, en el siglo xv, fortaleza du rante la lucha de las Comunidades de Castilla. So bre una puerta de la muralla aparecía pintado un sol, de donde proviene, seguramente, su denomi nación de PUERTA DEL SOL. El aspecto urbanístico que ahora tiene comenzó a tomar forma con la construcción de la casa de Correos. Entre 1750 y 1760, se de rribaron las dos manzanas de casas existentes en el solar, y se fina lizaron las obras en el año 1769, según planos de Jaime Marquet. Con la ley de desamortización de Mendizábal, en 1876, se plani fica la ciudad en armonía con unos principios económicos, demo liendo para ello gran cantidad de conventos. Esta ley afecta a la an terior configuración de la Puerta del Sol, ya que en 1838 se derriba la iglesia de San Felipe el Real, emplazada en la calle Mayor, entre Esparteros y Correos, y se construyen las llamadas «Casas del Cor dero». Asimismo, serán víctimas de la piqueta el convento y la igle sia de la Victoria, situados entre la Carrera de San Jerónimo y las calles de Carretas y Espoz y Mina. En este espacio serán proyecta dos los edificios de viviendas de los números 3, 5, y 6, obra de*Ayegui, París y Peironnet, construidos entre 1854 y 1862, y anterior mente a la aprobación de la reforma definitiva, por lo que no siguen las normas constructivas del resto de los edificios. Tras la primera etapa desamortizadora se crea la necesidad de reconstruir y ensanchar el espacio urbano. Mesonero Romanos pro pondrá un proyecto de reforma y el Ayuntamiento, en 1848, realiza las infraestructuras principales, pavimentándolas con cuñas de gra nito e instalando una red de alcantarillado, amén de ensanchar las aceras. Después de un concurso de remodelación, en 1853, que no se llevó a cabo, se encarga a Peironnet, tres años más tarde, un pro yecto definitivo que no se concluye por los sucesos de julio de.,1856. El Ministerio de Fomento toma parte en la remodelación y enco mienda ésta a los arquitectos del Canal, del Valle, Morer y Rivera.
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Un año después, el Consejo Administrador de los fondos del proyec to nombra a Lucio del Valle como director. La Puerta del Sol tuvo junto a la iglesia del Buen Suceso, una fuente bastante notable hasta principios del siglo xvm, luego susti tuida por la de Pedro de Ribera, llamada de la «Mariblanca». En 1838, fue trasladada a la plaza de las Descalzas Reales, siendo des pués emplazada en el Retiro y almacenada en los depósitos de la Vi lla, hasta 1969, en que pasó a ocupar un lugar en el Paseo de Reco letos. Una farola de bronce dorada, para el alumbrado de gas, se colo có en el centro urbanístico en el año 1848, cuando se terminaron las obras de infraestructura. Después se colocó una fuente con un gran pilón central y dos semicirculares adosados, que se inauguró el día 29 de junio de 1860; conducía las aguas del Canal y poseía un sur tidor central que alcanzaba una altura de 30 metros. En octubre de 1919, se inaugura la primera línea del Metropoli tano y se coloca en el lugar de la fuente un templete para acceso de viajeros. Aun lado del templete había dos accesos subterráneos a los «urinarios», que vinieron a sustituir a los que existían en la plaza, en la confluencia de la calle del Carmen y Montera. La Puerta del Sol, núcleo central de Madrid, fue también el pun to de confluencia de las líneas de tranvías, desde que en 1876 se confirmara por Real Orden la concesión de la primera línea a don José Domínguez Trillo. Los tranvías, en un principio de tracción ani mal y con cortinillas a los lados, fueron sustituidos en los últimos años del siglo por los de tracción eléctrica de cable aéreo.
La TORRE DE LOS LUJANES es una de las escasas cons trucciones que conserva Madrid de finales del siglo XV. Perteneció a los Lujanes del Arrabal —y después a los condes de Castroponce- de quienes era la casa y la torre que se alza en la plaza de la Villa, an tiguamente llamada de San Salvador. Junto con las demás cons trucciones que forman ésta: Casa de la Villa, Casa de Cisneros y un edificio romántico que perteneció a los condes de Oñate, constituye uno de los conjuntos más típicos y mejor conservados de Madrid. La torre era, como vemos en los grabados antiguos, de ladrillo y mani postería, sistema de construcción típico en el Madrid de la época. A lo largo de su historia ha sufrido numerosas restauraciones y cam bios. En tiempos de Fernando VII estuvo en ella el telégrafo óptico, que ponía en comunicación el Ministerio de Gobernación con Pala cio. Posteriormente se le añadieron unas almenas de cartón. Con to do, este edificio conserva la traza medieval que le aporta su torre,
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junto con la portada gótica que da a la plaza, con el blasón de los Lujanes a ambos lados y una puerta lateral con herrajes interesantes y arco de herradura apuntado que recae a la calle del Codo y que in dica la confluencia mudéjar aún imperante. El interior no contiene nada importante y fue transformado totalmente en el año 1880, siendo actualmente sede de dos organismos: la Real Sociedad Ma tritense de Amigos del País y la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Se dice que en la torre estuvo prisionero Francisco I, des pués de la batalla de Pavía, aunque documentalmente parece que fue en el Alcázar Real, situado en el lugar del actual Palacio. En el centro de la plaza de la Villa se erigió, por un acuerdo municipal en 1888, una estatua en bronce de don Alvaro de Bazán, gran almi rante y general de Felipe II, inaugurada en 1891, obra de Mariano Benlliure y Aniceto Marinas en su juventud. La CRUZ DE PUERTA CERRADA, según nos cuenta Fernán dez de los Ríos, era de piedra de Colmenar, y se adornaba con un an cho festón de flores. Se alzaba sobre el registro de uno de los «via jes» de agua de la Villa, siendo de forma sencilla y elegante. La cruz actual es una réplica de la que podríamos ver y que, los vecinos de Puerta Cerrada recuerdan, fue derribada en la guerra, perdiendo el festón que la abrazaba. El nombre de Puerta Cerrada procede de la puerta que limitaba Madrid por este lado, y que estuvo cerrada por mucho tiempo porque allí se sucedían robos y asaltos, hasta que, «poblándose de la otra parte, se tornó a abrir para la comunicación del arrabal y de la Villa», en palabras de Quintana. En el año 1569, fue derribada la puerta, y en este mismo año López de Hoyos nos di ce que anteriormente se la conocía bajo el nombre de la Culebra, «por tener este dragón labrado bien hondo». Sin embargo, el nombre de Puerta Cerrada ya aparece en las actas municipales de 1485, por lo que debemos de deducir que su nombre proviene de muy antiguo. A comienzos del siglo xvil el Ayuntamiento decidió construir cuatro fuentes de gran tamaño, eligiendo la plaza de Puerta Cerrada para una de ellas. Esta fue construida en el año 1618 por el toscano Ru tilio Gaci. Se utilizaron jaspes y alabastros, además de escudos del rey y de la Villa, en bronce sobredorado y rematada con una imagen de Diana. En 1847, para cuatro caños en uso, de los dieciséis primi tivos, había ciento cuarenta y cuatro aguadores autorizados, perso nas que se dedicaban a llevar y vender el agua. A mediados del si glo pasado, la fuente, en ruinas, es sustituida por un «caño de vecindad», siendo fiel testigo Mesonero Romanos. La zona de Puer ta Cerrada es, probablemente, una de las menos transformadas a lo
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largo de cuatro siglos. El comercio tradicional hunde sus raíces en el siglo XVI, cuando el Concejo construyó fuera de la muralla casastiendas para herreros y cerrajeros, instalados antes en las plazas de Santa Cruz y Mayor. A la entrada de la calle de la Arganzuela se encuentra la fuente llamada de La FUENTECILLA, construida en el año 1816, aunque ya en este mismo lugar existió una fuente -según Jerónimo de la Quintana—, en el año 1616. «El conde de Montezuma, que fue corre gidor de Madrid de 1814 a 1816, la mandó quitar». Otras noticias nos dicen que la actual fuente, conocida en su origen como fuente de la Abundancia, estaba situada con anterioridad en la Plaza de la Ce bada, aunque sin decoración escultórica, y que Alonso Cano habría sido su diseñador. La Fuentecilla consta de un pilón en el que desaguan tres caños que soporta un basamento de granito, en cuyo saliente anterior descansan un oso con cadenas y un grifo, aludiendo a los blasones antiguos de la Villa, y la sierpe que había sobre el dintel de Puer ta Cerrada. Encima se encuentra una lápida cuya inscripción ha desaparecido, dedicada por el Ayuntamiento de Madrid a Fernan do VII. A ambos lados están el escudo de la Villa y un dragón. La fuente tiene un zócalo en sus cuatro lados y, sobre él, un entabla mento de siete estrellas, que remata en su parte más alta con un león que se apoya en dos esferas, que simbolizan los dos hemisfe rios. Este león procede de una estatua de San Norberto que rema taba el convento de los premostratenses, destruido por los france ses. La Fuentecilla tuvo once aguadores y, según los cronistas, su dotación era de «once reales del “viaje” bajo del Abroñigal». Los «viajes» de agua fueron los primitivos conductores de abasteci miento de agua a Madrid desde el siglo XVii, estando en uso hasta el año 1858, en que se inauguró el Canal de Isabel II. La continuidad en el tiempo de los establecimientos tradiciona les, en la esquina de la calle de Toledo, frente a la fuente, quedan re flejados en la tahona y en la farmacia existentes en la actualidad. La prolongación de la calle de Bailén hasta San Francisco el Grande, con miras a unir dos tramos de Madrid sobre la hondonada de la calle de Segovia, surge ya como una idea de vanguardia, a me diados del siglo xvil, en la persona de Juan Bautista Sachetti, quien presenta a Felipe V su proyecto de unión de los barrios que queda ban al otro lado de la ciudad, proyecto que tiene como punto de par tida la reforma y el ensanche de la plaza de Armas de Palacio. En la época de José Bonaparte, Silvestre Pérez plantea un nuevo proyec-
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to. Posteriormente, la idea reaparece entre los proyectos del gober nador de Madrid, marqués de la Vega de Armijo y corregidor Duque de Sesto, pero habrá que esperar al 31 de enero de 1872, fecha en la que se colocó la primera pieza de hierro del madrileñísimo VIA DUCTO. El 13 de octubre del año 1874, se inaugura el primitivo viaducto, dando paso a la comitiva que trasladaba los restos de Cal derón de la Barca desde la iglesia de San Francisco el Grande al ce menterio de la Sacramental de San Nicolás. De este modo quedaba unida la zona del Palacio Real con las Vistillas, salvando la gran va guada de la calle de Segovia. El día 4 de abril de 1876 se inauguró el gas de alumbrado, colocándose sobre él diez farolas iguales a las que había en la Puerta del Sol. El actual viaducto se inicia en el año 1934, inaugurándose el 28 de marzo de 1942. La CUESTA DE LA VEGA toma su nombre de la puerta que en la primera muralla conducía a la Vega. Se dice que sobre ella entró, como conquistador de Madrid, Alfonso VI. Ya en el mapa de F. de Wit de 1635, aparece el espacio correspondiente a la parte llana del va lle del Manzanares, y en él se señalan siete campos de forma regu lar y parcelas que ^stán separadas por arbolado. La Puerta de la Ve ga era la única que interrumpía la muralla en tiempos. En 1708 se construye una nueva puerta que fue derribada en 1820 y, a su vez, sustituida por un portillo que desapareció en el siglo pasado debido a las reformas de la Cuesta. Ésta terminaba en lo que hoy es el pa seo del Campo del Moro, frente al Manzanares, y el Campo de la Te la, escenario en la Edad Media de justas y torneos, convertido en 1971 en el actual Parque de Atenas. La Cuesta de la Vega tenía en una de sus rampas la entrada al cuartel de la Escolta Real, que en tiempos de Isabel II se destinó pa ra cuerpo de guardia de la caballería al servicio de Palacio que for maba la escolta de la reina. La imagen de la Virgen de la Almudena, que, según la tradición, fue escondida en un cubo de la muralla por los cristianos ante la do minación árabe, permanece en la Cuesta de la Vega, si bien ha cam biado su emplazamiento. Posiblemente, ésta se asentaba sobre una iglesia visigótica, aunque no hay testimonio de ello. La imagen que se venera en la actualidad es, probablemente, del siglo XVI. En cuan to a la muralla árabe, ha sufrido daños irreparables, como la cons trucción del edificio de la calle de Bailén n9 12, cuya fachada poste-' rior da a la Cuesta de la Vega. El 28 de noviembre de 1968, el Ayuntamiento aprobó un plan especial —Murallas de Madrid.Cues ta de la Vega-, más de protección que de ordenación.
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Madrid se había extendido en la Edad Media, a partir del Alcá zar en dirección de los arrabales de San Martín y Santa Cruz, reba sando las murallas en la época de Juan II por la parte de la Puerta de Guadalajara, donde extramuros se fue formando la plaza del Arrabal. Con casas pobres, soportales y pilares de madera, forman do una composición irregular, con una fuerte pendiente hacia la ca lle de Toledo, albergando a comerciantes de origen y religión he braica. En el año 1532, la denominación de PLAZA MAYOR aparece en un documento. Los primeros trazados de la plaza son de Juan de Herrera, que interviene como arquitecto de Felipe II para informar sobre el modo de trazarla y construirla. En 1590, se inició la Casa de la Panadería, obra de Diego Sillero. En 1591 se exige que todos los edificios de la Plaza Mayor, calle Ma yor, Toledo y Atocha, cambien los pilares de madera por otros de pie dra, con sus bases y capiteles del mismo material. En 1617, Juan Gómez de Mora, arquitecto real, recibe el encargo de trazar la Pla za Mayor, para lo cual tuvo que tener en cuenta la Casa de la Pa nadería, de Sillero. La plaza ha sufrido diversos cambios de nombre, según la ideolo gía política dominante. En 1812, se llamó Plaza de la Constitución, al promulgarse la Constitución de Cádiz. En 1814, al regresar Fer nando VII pasa a llamarse Plaza Real. En 1820, se restablece el nombre de Plaza de la Constitución, pero en 1823, al triunfar las ideas absolutistas, vuelve a llamarse Real. En 1833, recupera el nombre de Constitucional, y en 1873, al proclamarse la primera Re pública recibe el nombre de Plaza de la República, y dos meses más tarde se le añade el adjetivo de Federal. El 3 de enero de 1874 vuel ve a denominarse Plaza de la Constitución, nombre que sobrevive hasta la recuperación del antiguo nombre de Plaza Mayor. En el año 1619, una vez finalizadas las obras de la referida pla za, se concedieron los portales al comercio, que iban distribuidos por gremios. Los pañeros se situaron entre las calles de Ciudad Rodrigo y la de Toledo, desde ésta hasta la de Gerona los de cáñamos y se das, desde la de Gerona hasta la de la Sal, los quincalleros, y final desde la calle de la Sal a Ciudad Rodrigo, los comerciantes de sedas e hilos, a excepción de la Casa de la Panadería. Los ALTOS DE AMANIEL reciben su nombre por estar ubica dos en la dehesa de Amaniel. El puente-acueducto de Amaniel es uno de los muchos puentes del Canal de Isabel II que trae las aguas del río Lozoya hasta Madrid; es el más cercano a la ciudad, con una longitud de 124 metros, estando formado de arcos de medio punto.
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En terrenos de esta dehesa acampaba, en ocasiones, el ejército para celebrar alguna efeméride. En mayo de 1860, O'Donnell recibió al ejército de África y, en marzo de 1876, se realizó una acampada pre sidida por Alfonso XII para conmemorar el fin de la tercera guerra carlista. Entre la calle de Almansa y lo que era el puente, existían los vi veros y huertas de Amaniel, alternados con una serie de merende ros. Por regla general, los madrileños de condición humilde acudían a este lugar desde la última década del siglo pasado, atraídos por los merenderos y bailes que allí se organizaban. La ALAMEDA DE OSUNA, es más bien una villa de recreo, qu e se conocía con el nombre de «El Capricho», situada en las afueras de la ciudad, constituyendo uno de los pocos ejemplos que quedan de las que existieron en los alrededores de Madrid, a finales del si glo X V III y parte del X IX . Sus fundadores fueron los marqueses de Osuna, que adquirieron los terrenos, construyendo un palacio y un amplio jardín. Es un jardín de tipo inglés con una vegetación distri buida de forma irregular, con amplios y sinuosos paseos con lagos, rías y estanques. Se reformó entre 1834 y 1844 en que la finca la adquirió Pedro de Alcántara Téllez-Girón, nieto de los fundadores. Este nuevo pro pietario modifica la fachada del palacio y manda construir la Exe dra de la plaza de los Emperadores, en memoria de su abuela, cuyo busto presidía el conjunto. Está formado por un ábside de orden jó nico rodeado de leones, jarrones y bustos de emperadores que dan nombre a la plaza. En la época de don Pedro de Alcántara se reali za el fuerte, que originalmente tenía una batería de cañones, muni ciones, fosos y soldados de madera y de cartón. Con estas pinceladas de recuerdos, me siento más vinculado al Madrid de ayer. En resumen, todo esto constituye unos retazos de temas madrileños que, reunidos, pueden ser de utilidad a los mu chos que se interesan por nuestra Villa, por sus gentes, su historia y sus artes.
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Iglesia de San Francisco el Grande,
Eh MADRID . QUE NUNCA MUERE
»Madrid castillo famoso que al rey moro alivia el miedo, abre fiestas en su coso, p o r ser el nata I glorioso de Alimerón de Toledo».
Primer Viaducto sobre la calle de Segovia, construido en 1874,
na mañana cualquiera, puede ser la del 6 de mar zo de 1973, a los 889 años de la conquista de ΜΛGERIT por el rey Alfonso VI, en su invasión vic toriosa hacia Toledo. Este enamorado del Madrid de antaño se enfrenta con el aire «marceño» del cercano Guadarrama, para girar un recorrido a su barrio histórico-morisco, enclavado en la zona Sur y Norte del viejo Madrid, donde en la actualidad siguen en pie ca lles y plazuelas que se han tonificado con los siglos. Para ello, utilizo el medio de transporte de la Empresa Munici pal, con el número 60, cuyo itinerario parcial es el del Portillo de Embajadores-Plaza de la Cebada, pasando por la Puerta de Toledo, Carrera de San Francisco, y con su final de itinerario en la Plaza de la Cebada en su confluencia con la calle de Toledo. Y aquí es donde empiezo el nostálgico y recreativo itinerario del Madrid picaresco y hospitalario, del que tan ardientes deseos quie ren disfrutar los que le visitan. Empiezo por situarme en las plazas del Humilladero y de San Andrés, con sus confluentes calles de la Cava Baja y Alta, con sus gemelas del Almendro y Costanilla de San Pedro, pasando por el casón de gañanes del hacendoso Iván de Vargas, amo del buen santo Isidro, donde se conserva el pozo en que el referido santo realizó el milagro en la salvación de su propio hijo Juan. Me causaría un pesar no entrar en el templo de San Andrés, donde este buen cristiano recibió sus aguas bautismales, ofreciendo al santo una plegai'ia y oración. Rememorando un poco de historia, dicha iglesia data de cuando el buen Isidro era mozo de labranza al servicio del rico Iván de Var gas. Aunque el primitivo templo se construyó allá por el siglo X II, quedando pocos restos del mismo, siendo su restauración por el rei nado de los Reyes Católicos y posteriormente durante el reinado de Felipe IV, siendo por estas fechas cuando desaparecen los primeros vestigios del antiguo templo. Habiendo sido aposento del piadoso Santo, Isidro, hasta que el Obispo de Plasencia al construir la Capi lla del Obispo en la Plaza de la Paja, dio cavidad para el enterra
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miento del devoto servidor de los Vargas, que aún no era Santo, pues como es sabido fue canonizado el 19 de junio de 1622, siendo morada de los restos del buen Santo, durante veintiséis años, que por indisposición de los dos capellanes de San Andrés y de la referi da Capilla, volvieron los restos del mismo al sitio que antes ocupa ra, separándose por tal motivo las dos capillas. Más de diez años tardaron en la restauración de la iglesia de San Andrés, siendo el valor de la referida restauración la cuantiosa cifra de once millones de reales, costeada por los virreyes de México y Pe rú, cosa insólita para los donantes, ya que el pueblo de Madrid por esas fechas sufría una miseria espantosa. Saliendo de la referida iglesia desemboco en la plaza de los Ca rros, la cual tuvo una época llamada de Julio Romero de Torres, vol viendo en la actualidad a su antiguo nombre de plaza de los Carros, hermanada con su hermana Puerta de Moros. Girando hacia mi de recha me adentro por la Costanilla de San Andrés, costado lateral del templo del mismo nombre, dejando a mi izquierda la popular ca lle de los Mancebos y desembocando a la tranquila y silenciosa Pla
za de la Paja. La historia de esta plaza, a grandes rasgos voy a describirla. En tiempos llamada del Marqués de Comillas, pero el corregidor en fun ciones por esas fechas, tuvo el buen y justo acierto de volverla a im poner su antiguo nombre, siendo una verdadera pena que esté tan olvidada de los muchos que la desconocen. El fundador de la misma, don Gutierre de Vargas Carvajal, obis po de Palencia, aportó verdadera cantidad de grano, entre ellos tri go, cebada y centeno, donde se subastaba la paja de los mismos pa ra la construcción de la joya clásica-gótica de la diminuta Capilla del Obispo, llamándose de Santa María y de San Juan de Letrán. Me recreo paseando por las calles que desembocan en esta plaza, Príncipe de Anglona, Alfonso VI -antes llamada del Aguardiente-, muy pequeña para tan gran rey. En su esquina está el Colegio Mu nicipal de San Ildefonso, morada de niños que supieron llevar tantas fortunas con sus angelicales cantos de números de la Lotería Nacional, donde allá por el siglo xv estuvo enclavado el palacio de don Beltrán de la Cueva, inseparable de Enrique IV, como igual mente la de Gómez de Clavijo, uno de los pioneros enterrados en San Francisco el Grande. Siguiendo mi itinerario, bajo por la Costanilla de San Andrés, y ya casi tropezándome con la calle de Segovia, giro a mi izquierda por la calle del Toro que con sus empinadas escalinatas es antesala del barrio m orisco, donde me doy de cara con la plazuela del Alami-
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lio, desembocadura de la Morería y plaza del mismo nombre, con su calle de Granados pina y recortada, de ensueños morunos, desde donde se vislumbra la calle de Bailén, no sin antes subir por la ca lle de los Mancebos, doblando por la calle de la Redondilla desem boco en la de Don Pedro, obligándome la internada en la calle de Ye seros, frente al Colegio de Peñalver. Voy evocando recuerdos de mi niñez, adentrándome en las Vis tillas, lugar de mis correrías infantiles. Me interno por la calle de San Buenaventura donde está ubicado el Seminario Conciliar y el Colegio de la Venerable Orden Tercera. Que por cierto, la zona tra sera del seminario daba al frente de mi casa en la Ronda de Sego via, y desde los pasillos de ésta veíamos a los seminaristas salir a la hora del recreo, y les decíamos «curita échame una perita», porque los jardines estaban repletos de árboles frutales, y nos lanzaban in mensidad de peras, jugoso fruto que allí se cosechaba. Ya al filo del mediodía me doy de cara con la iglesia de San Francisco, majestuoso templo, y el Colegio de las Carmelitas, éste haciendo cuña con la travesía de las Vistillas. En su frente la desa parecida calle de los Santos -hoy prolongación de la calle de Calatrava-, y por mi mente recuerdo la calle de la Ventosa, calle desa parecida en un 80% en los años cincuenta, para dar paso a la Avenida que une San Francisco con la Puerta de Toledo. Y como ya sobrepasa el relevo gastronómico de mi organismo, re trocedo mis pasos andados para ir en busca del «coci madrileño» vul go «piri», no sin antes, ir pensando en el final de esta zona Sur, pa ra concluir mañana la zona Norte de este barrio, que se place y enorgullece llamarse madrileño y medieval, y creo más, manolesco y chulón. Transcurrida la jornada referida, paso a deleitarme por la zona Norte, calle Mayor, Santiago, plaza de Herradores, Cuchilleros, San Millán, Pretil de los Consejos, Cuesta de la Vega, Viaducto, Jardines del Campo del Moro, Virgen del Puerto, Bombilla, Puente de Sego via y Ribera del Manzanai'es. Como continuación a mi recorrido por la zona Sur del amuralla do recinto, de este Madrid medieval, marco mi ruta con salida en la Puerta del Sol, no sin antes narrar pequeños legajos de los nom bres de las calles y plazas de este recorrido. Esta Puerta del Sol debe su nombre a que en tiempos de los co muneros de Carlos I, se edificó un hospital de la Corte, en el cual se hizo un foso bajo un castillete para guardar armas y lanzas en de fensa de bandoleros y forajidos, y sobre su puerta principal se dibu jó un Sol, en su parte oriente que, después, para dar ensanche a su
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coyuntura fue derruido, quedando en su ensanche lo que hoy es la Puerta del Sol. Sigo por la calle Mayor, pasando por donde en tiempos estuvo la Puerta de Guadalajara, en el mismo entronque de la calle de Ciu dad Rodrigo, que fue uno de los cierres de Madrid ya desaparecido en el siglo XVI. Dejando atrás pasadizos y callejones con accesos a la Plaza Mayor, rozándome con las plazas de San Miguel y Herrado res, donde en la primera estuvo la iglesia del mismo nombre en la que fue bautizado Lope de Vega, siendo derribada por los franceses y en su solar se edificó el mercado actual de San Miguel. La segun da plaza debe su nombre a que en tiempos fue zona y lugar donse se herraban las caballerías de la Villa. Dejo tras de mí, oblicuamente, la calle de Santiago, y me adentro en la plaza de la Villa -antes llamada del Salvador- casi rozando con la zona Sur del viejo recin to. En dicha plaza estaba el casalurión romántico de los Señores de Luján, cuya torre tiene reminiscencias de los últimos vestigios ára bes, desde donde Fernando de Moreti compuso sus famosas estrofillas: «Madrid castillo famoso que al rey moro alivia el miedo, abre fiestas en su coso, por ser el natal glorioso de Alimerón de Toledo».
Y donde en la misma torre de los Lujanes, pagó su encierro y hos pedaje, Francisco I, humillado ante el monarca Carlos I, que, según el vulgo, dice que le hacía salir por una puerta más pequeña que es tatura tenía Francisco I, y éste lo hacía de espaldas para no tener que doblegar la cabeza frente a nuestro monarca, teniendo esta to rre carcelaria la leyenda del gran duque de Rivas: «Y cautivo el rey de Francia, vino a Madrid y habitó la Torre de los Lujanes con Rodrigo de Alarcón. Y en la plaza de la Villa aún dora esta torre el Sol, coronada de recuerdos que el tiempo no borra, no».
Siguiendo por la calle Mayor llego al lugar donde tuvo el atenta do nuestro último monarca de la dinastía borbónica, el día 30 de ma
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yo de 1906, cuando regresaba de sus nupcias matrimoniales con do ña Victoria Eugenia de Battenberg, desde el templo de los Jeróni mos. Frente al ns 84 de la referida calle y desde un balcón, el anar quista Mateo Morral lanzó un ramo de flores en el que iba la bomba regicida, teniendo como escenario el palacio del duque de Uceda, hoy convertido en Capitanía General. Traspaso el Viaducto por su zona Norte, dándome de cara con la Cuesta de la Vega -antes llamada de Santa Ana-, teniendo ésta en su lateral derecho el templo inacabado de la patrona de Madrid, Nuestra Señora de la Almudena, que fue iniciada por suscripción pública por el marqués de Cubas. Siguiendo sus bajadas agudas y retorcidas donde se perfilan los jardines del Campo del Moro y el Campo de la Tela, este último en tiempo fue guarida de mujeres de mala reputación, y, a veces, rincones amorosos de nuestros antepa sados. Desemboco en los jardinillos que en tiempo fueron viveros de la Villa, y hoy placenteros jardines de recreo y tranquilidad de los vecinos de la calle de Segovia, Mazarredo, Juan Duque, Manzana res y Linneo, avecindadas en el entorno de la Virgen del Puerto, siendo el fundador de esta ermita el entonces corregidor Marqués de Vadillo, según diseño y traza de Pedro de Ribera, allá por los años 1723, y hoy considerada esta obra como Monumento Nacional y aco gida al amparo de las Bellas Artes. Deleitándome con este paseo traspaso uno de los grandes puen tes, el de Segovia, obra de Juan de Herrera en tiempos de Felipe II, puente que, en los años sesenta de este siglo, fue cuidadosamente desmantelado, planificando sus piedras para darle más ensanche por causa del enorme tráfico que en Madrid estaba proliferando. Siguiendo el curso del simpático río Manzanares, hacia la zona Sur, llego hasta lo que en tiempos fue pradera de algarabía y diver sión de los asistentes a la primera romería que Dios nos envía, la de nuestro Santo Patrón San Isidro, y que posteriormente fue escena rio de estampas desagradables, producto de nuestra guerra civil, que no quiero recordar y aún menos reflejar en este relato, para no en turbiar el recuerdo ameno de este paseo, el cual, lo finalizo girando a mi diestra para dar vistas al Paseo de los Pontones e infiltrarme en la Puerta de Toledo, obra conmemorativa al triunfo de Fernan do VII, aunque más cierto es que se construyó para asiento y me moria de José I al trono de España, siendo la vulgaridad discordan te de «tejes» y «manejes» de la desfachatez patriótica fernandina. Lo que es más cierto para este madrileño, es que fue mandada construir por José Bonaparte, y terminada allá por el año 1830 por Fema do VII, siendo caso curioso la inscripción en latín que decía:
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«A Fernando VII el Deseado, padre de la patria restituida a sus pueblos y exterminada a la usurpación francesa, el Ayun tamiento de Madrid consagra este monumento en fidelidad de triunfo y de alegría: m d c c c x x v i i ». Pero las revoluciones de 1854 y 1868, borraron todo el epígrafe, no dejando nada más que la fecha de su terminación, siendo res taurada la inscripción en los últimos años, quedando literalmente como la descrita. Caso curioso de citar, es el enterramiento, bajo la primera piedra de Colmenar, de un arca de plomo en donde el pro pio José Bonaparte encerró medallas de su efigie, unidas con la Constitución de Bayona, y, posteriormente, otra con la Constitución de Cádiz, desenterrando la anterior, ante el triunfo de Fernan do VII, imponiendo el Ayuntamiento de Madrid un legajo del DIA RIO DE MADRID Y GUÍA PARA FORASTEROS. Y ya como colofón, haciendo un giro a mi diestra enfilo la R on da de Toledo para adentrarme en lo que en tiempos atrás fuera el castizo Portillo de Embajadores, con su anillo barriobajero que lo circunda. Por tanto, sólo pido que este paseo nostálgico sirva para que mu chos madrileños que no saben o no quieren saber de estos retazos de un Madrid que nunca muere reflexionen y que repitan este mismo paseo, como yo lo he hecho.
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GESTOS Y FRASES BE MADRID
«Los dichos y las palabras del lenguaje madrileño, son espontáneas y agudas, com o el chascarrillo. Siem pre nacen con oportunidad, y éstos se propagan rápidamente p o r toda la zona, de los madriles. Algunos dichos desaparecen con las circunstancias que los provocaron, otros, aún perduran a través del tiempo».
El Café Suizo, de Madrid.
o quiero intentar que esto se trate de una investi gación técnica, erudita, y aún menos, literaria, si no parte de la forma de hablar de nuestros paisa nos, y la figura con que la gente del pueblo expone sus dichos. Los dichos y las palabras del lenguaje madrileño, son espontáneas y agudas, como el chascarrillo. Siempre nacen con oportunidad, y éstos se propagan rápidamente por toda la zona de los «madriles». Algunos dichos desaparecen con las circunstancias que los provocaron, otros, aún perduran a través del tiempo. Recordemos «¡Julián que tiés madre!». «¡Que te crees tú eso!». «¡Anda y que te ondulen!». «¡Apagao!».
También existieron algunos modismos patentados en Madrid, por ejemplo: «A dos velas». «Sueño de tahona». «Chupar del bo te», y como estos modismos existían palabras análogas que sería larguísimo de enumerarlas: Andoval, pitorreo, pañosa, cene que, gabrieles, bimba. Cuyos significativos eran: Andoval, cha val poseído de creencia y novato; pitorreo, acción que denota que se están riendo en sus propias narices; pañosa, capa del hombre; ceneque, un panecillo; gabrieles, garbanzos del clásico cocido de Madrid; bimba, sombrero o chistera. Madrid tuvo muchas frases harto conocidas, y bastante oportu nas: «Para cuatro días que hemos de vivir, aprovechemos el tiempo lo mejor que se pueda, pues ya nos sobrará lu ego con siete palmos de tierra».
Madrid, a todo el mundo acoge, vengan de donde vengan, pobres y ricos, listos o tontos, vagos y trabajadores; como dijo Calderón, de boca de uno de sus personajes: Es Madrid patria de todos, pues en su mundo pequeño son hijos de igual cariño naturales y extranjeros.
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También fueron muchos los dichos vulgares, tales como: «Dios, olla y Madrid». «Aire madrileño, aire sutil, mata a una per sona y no apaga un candil».
La gente del pueblo dicta sus sentencias: «El que no pasa por la calle de la Pasa, no se casa». «En Madrid no hay dinero más que en la calle de Toledo».
Y frases tan conocidas: «Irse a las Vistillas». «Eso no me lo dice usted en los Cua tro Caminos». «Vaya usted a burlarse de la diosa Cibeles». «Más vieja que la Cuesta de la Vega». «Es usted más señora que la diosa Cibeles, que nunca se apea del auto». «Tienes una galvana que te vas a quedar cuajao». «No me asuste que estoy de purga». «Miá tú si es bruto, que pa estornudar se afloja la hebilla del cinturón». «Esto va a terminar a farola zos, como el rosario de la Aurora».
Muchas frases oportunas, en conversaciones de café y familia, también tuvieron su «zumba»; ejemplos como: Dos hombres sostienen una conversación en la puerta de una ta berna: «Tú sólo te has soplao un frasco». «Yo sólo no, me han ayudado tres copas de cazalla». «Haces mal en beber». «¡Qui ta hombre! Lo que hago mal es en andar después de haber bebido».
Otro diálogo entre dos borrachos: «No quisiera más que ir a un país donde no hubiera nada más que agua». «¿Pa qué? ¿Pa quitarte del vino?». «No pa po ner una taberna y hacerme rico».
Diálogo en un corredor de barrios bajos: «Anda, anda a acostarte, que estarás rendío de sueño». «Pero si es que me da miedo meterme en el catre». «¿Por qué?». «Porque no me dejan en paz las chinches. Con decirte que me acuesto a oscuras pa que no me sientan».
En un Juzgado Municipal, una mujer presenta una denuncia de malos tratos que recibe del marido, el Juez le pregunta: «¿Qué pretexto toma para castigar a usted?». «Señor -con testa la denunciante- no toma pretexto, lo que toma es una va ra de fresno de la tienda del Botijo».
Entre la vida de la cárcel y la del delincuente, se mezcla el caló y el lenguaje de los delincuentes. Entre los presos: burra, es la ven tana de la celda; astilla, lo que corresponde al reparto de lo robado; brava, la palanqueta; grilla, llave para forzar las cerraduras; asaña, la cartera. Se denomina gitana a la libreta de la cárcel, por su color moreno, y cangrejo, al cerrojo, por su movimiento hacia atrás.
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Son muchos los autores que han recogido, copiosa y eruditamen te, los modismos castellanos, y, sobre todo, lo natural de la gente en el lenguaje madrileño. Unos más curiosos, otros vulgares, unos en tresacados de la memoria, otros tomados del decir de la gente, y, so bre todo, repito, de la «zumba» madrileña. Destacaremos: Cuando una persona trata de convencernos de una cosa que no creemos, se le dice: «¡No me vengas con romances!» Cuando una persona es desaprensiva, y nada le importa, le diremos que «es unviva la Virgen». Cuando una persona no domina lo que se empeña en demostrar, le decimos que «se anda por las ramas». Del mismo modo cuando una persona tiene miedo de que alguien descubra sus intenciones, le decimos «anda con pies de plomo». A la persona que acostumbra a meterse en todo, sin que a él se dirija la conver sación «¿Y a usté quién le da vela en el entierro». La Academia omite muchas de esta frases, por eso voy a recopi lar aquí unas cuantas más. Cuando uno hace lo que le conviene, es que «sabe dónde le aprieta el zapato». Ausentarse sin decir nada es «despedirse a la francesa». De una persona que viene a menos o pierde la salud, se dice que
«anda de capa caída». Lograr una cosa muy difícil es «caer una breva». A buscar la ocasión de satisfacer ciertos gustos, se le llama «oler cocinas». Andar despacio es «ir pisando huevos». Decir un desatino es «atar una m osca p or el rabo». Culpar a otro es «echarle el muerto». Exceder a otro en saber o ejecutar una cosa es «dar tres en ra ya». Obligarle a uno es «ponerle las peras al cuarto». Quien participa en un negocio sucio, «tiene parte en el ajo». Quien habla en claro, «habla en plata». Quien dice lo mismo que ha oído es «un reloj de repetición». De quien en amores se conduce mal, se dice que «anda en ma los pasos». Apartarse del asunto principal de la conversación es «salirse fuera del tiesto». Desentenderse de algo, es «hacerse el sueco». Marcharse sin pagar, es «irse de rositas». Engañar con habilidad a la gente, es «tener buena muleta». Abandonar una cosa habitual o una afición, es «cortarse la co leta». Una mujer que corresponde a las miradas de un hombre, se dice que «toma varas». 235
Salir a la defensa de una persona, es «estar al quite». Una persona que se enfada porque le salen mal las cosas, es que «ha pisado mala hierba».
La gente del pueblo, a finales del siglo xix, sigue usando los apo dos, los dichos, los modismos y frases figuradas con ingenio, que de rrocharon los manolos, los majos y los chisperos. De una cosa que no interesa, dicen que «no tiene chichas ni limoná». Cuando una persona no quiere que se le olvide algo, suele decir: «¡A ver si me quedo con la copla!». A los billetes de banco los llaman «papiros». A la novia la solían decir «la jamba». A los cigarros puros «toñas». También abundaban los dichos «A mí, con seltz». «Baja el bordón, que te escurres». «Mire usté p a otro edificio, que éste está alquilao». Igualmente, a finales del mismo siglo, merced a las novelas so ciológicas y del hampa, nos ofrecen una variedad de ambiente pica resco, que algunas son unos verdaderos cuadros de la realidad. Los autores de estas novelas sitúan a los personajes en tabernas, merenderos, paradores, y en los mismos albergues de los suburbios cuyos parajes podré mencionar: la Manigua, la China, las Inju rias, la Chopera, las Cambroneras, casa del Cabrero, la Ti naja, el Barrio de los Hojalateros y la posada del tío Rilo.
Los encargados de mover la llave en los pianos de manubrio, los que amenizaban y alegraban nuestras calles, también tenían sus apodos característicos: el Dibujo, el Contreras, el Chino, el Cla veles, el Carbonero, el Mela, el Niño Bonito, el Mostaza, el Se rrano. De igual modo, los organillos tenían también apodo: el Lagarti jo, el Moro, el Sonoro, el Viejales, el Garibaldo, el Órgano.
Sería interesante resumir el significado de ciertos modismos y frases, incomprensibles muchos de ellos para la mayoría de la gen te; expongo los siguientes: Andar a caza de grillos: Perder el tiempo en procurar cosas que, pareciendo fácil de alcanzar, se va de entre las manos, y nunca se cumple nuestro deseo. Andarse a la flor del berro: Darse al vicio y a la ociosidad, en treteniéndose en una parte, como hace el ganado cuando está bien pacido y harto, que llegando al berro corta de él tan solamente la florecilla. Dar tres en raya: Conceder a alguno grandes ventajas para eje cutar una cosa. Exceder mucho a otro en saber y destreza. Dame pan y llámame tonto: Da a entender la persona que lo aplica, que se preocupa más de que se le regale que se le elogie.
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Vaya bendito de Dios: Damos a entender que no nos apena la ida de una persona, antes, al contrario, nos alegraríamos de que no volviera. Hay tela cortada: Se indica que el negocio o materia de que se trata ofrece dilaciones y dificultades, o con que se censura la prolija cualidad de una persona. También significa que la materia que se está tratando o va a ser tratada, es de suyo muy amplia, y puede in vertirse en ella mucho tiempo, sin que, por otra parte, ofrezca dila ciones o dificultades. Al buen callar llaman Sancho: Recomienda la prudente mo deración en el hablar. Se entiende que al que calla basta llamarle por su nombre: si mucho calla, llamarle por el sobrenombre. Irse de rositas: Se dice de la persona que no contribuye con la parte que le corresponde a los gastos hechos en común, o que no ha sido reprendida como debió serlo. La señorita del pan pringado: Se dice de ésta que metió la mano en el guisado, y se aplica a la mujer que se esfuerza en reve lar cultura y educación, de que carece. Ser como el capitán araña: Dícese de la persona que alienta a otra y anima a otras para acometer una empresa o emprender un trabajo, prometiendo tener la dirección, y, sin embargo, se retrae de intervenir en la empresa o trabajo, comparándola con el capitán Araña, que embarcaba a las gentes y él se quedaba en tierra. Pelillos a la mar: Modo que tienen los muchachos de afirmar que no faltarán a lo que han tratado y convenido, lo cual hacen sa cando un pelo y soplándolo. Cantar la cuarenta: Decir con resolución y desenfado lo que se piensa. Ver los toros desde la barrera: Contemplar o ver una cosa sin correr el peligro a que se exponen los que en ella intervienen. Gramática parda: Habilidad que naturalmente y sin estudio tienen algunos para manejarse. No hay tu tía: Se da a entender a uno que no debe tener espe ranza de conseguir lo que desea o de evitar lo que teme. Y con este punto final de «No hay tu tía», pido perdón al lector por este laberinto de gestos y frases de Madrid, porque seguramen te le habrá puesto la cabeza como un molino que muele, del cual di ce un cantar: «No me vengas con belenes, que me pones la cabeza como molino que muele».
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Monte de piedad y Caja de Ahorros, de J. Cebrián
MONTE DE PIEDAD Y CAJA DE AHORROS DE MADRID
((Sean ustedes testigos de que este real de plata que tengo en la mano, y voy a depositar en la cajita, ha de ser el principio y fundamento de un Monte de Piedad, que ha de servir para sufragio de las ánimas y socorro de los vivos».
Convento de las Descalzas Reales, fachada principal, 1900.
1 Monte de Piedad y la Caja de Ahorr celentes entidades benefactoras, bien merecen ha cerlas un estudio un tanto detallado, profundizan do en dos facetas principales: la una, el paraje donde fue ubicada la referida institución, en el co gollo de un arrabal, y, la otra, su vida y personali dad a través de sus interminables años de existen cia. En principio, vamos, pues, a su ubicación. Vieja historia encierra el paraje donde se ubicó el Monte de Pie dad y la Caja de Ahorros. Era el antiguo arrabal de San Martín, con su iglesia-parroquia extramuro de la muralla cristiana. Todo ello en una panorámica del siglo x v i l La iglesia fue derribada por los fran ceses. Ya en el plano de Texeira, aparecía esta zona como calle de San Martín y que por ser muy estrecha se la denominaba Postigo. El Convento de las Descalzas era monasterio y posesión real, en el que doña Berenguela de Castilla, con su hijo, que luego sería Fer nando III el Santo, se refugiaron en él. Frente al pórtico de la iglesia, estaba la casa de Muriel, a la que Juan de Herrera imprimió su sello arquitectónico. Los murallones del Convento de las Descalzas, daban a esta zona un carácter som brío. En la casa de Alonso Gutiérrez, fue donde en principio se ubicó el Monte de Piedad y la Caja de Ahorros, y caso curioso era que te nía un pasadizo que se comunicaba con el convento. Aledaño a ésta, tenían sus posesiones, igualmente, el marqués de Mejorada, el du que de Lerma, y, posteriormente, levantaría una casa el marqués de Villena. Todo ello reflejaba un bello ideal de la dinastía austríaca. La composición de su conjunto lo constituían dos inmensos con ventos, dos pequeñas iglesias, un caserón para capellanes, y otros tantos que hacían las veces de palacio; en una palabra, que bajo las tejas de esta zona, solamente se albergaban frailes, monjas, ecle siásticos de la alta nobleza y lacayos de éstos. En la casa que primitivamente sirvió de Monte de Piedad, Car los V dejó a la emperatriz y a su hijo Felipe, para irse a las jornadas
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de Túnez. En ella también habitó Felipe III y su esposa, en el año 1602, en una visita que hicieron desde la Corte de Valladolid, y tan admirados quedaron de este paraje que fue cuando el duque de Lerma compró por 100.000 ducados todas las casas de la manzana que estaban aledañas a las Descalzas, para construir un palacio de apo sento para el rey. Datos curiosos de mencionar serían que en esta plaza estuvo la fuente de la Mariblanca, al ser traída de la Puerta del Sol. De la fachada del Monte de Piedad, antiguamente pendían exce lentes tapices de Rubens, en las fiestas del Corpus. Al ser desmontada posteriormente la fuente de la Mariblanca, en su lugar se alzó la estatua de Francisco Piquer, obra de Alcoverro, en bronce con pedestal de mármol, en la que se veía un relieve del venerable capellán en el acto de depositar el famoso real de plata, en un cepillo para las ánimas. En un lateral aparecen grabadas las palabras del capellán Piquer: «Sean ustedes testigos de que este real de plata que tengo en la mano, y voy a depositar en la cajita, ha de ser el principio y fundamento de un Monte de Piedad, que ha de servir para su fragio de las ánimas y socorro de los vivos». Y todo esto es el fiel retrato de los Austrias en el siglo X V II. Pero conozcamos la vida y personalidad de esta institución benefactora, del Monte de Piedad y Caja de Ahorros. En los primeros años del siglo XVIII, el Monte de Piedad se insti tuyó por iniciativa del sacerdote don Francisco Piquer. El uno de mayo de 1724, se abrieron al público las oficinas, con el principal ob jeto de hacer préstamos a las clases necesitadas sobre alhajas, ropas y otros objetos, al módico interés del 6% anual. En el año 1838, por iniciativa del marqués viudo de Pontejos, se creó la Caja de Ahorros, en la que dieron principio sus operaciones el día 17 de febrero de 1839; fusionándose en 1879, empezándose a regir por los Estatutos aprobados el 17 de julio de 1873. Las ofici nas se establecieron en la plaza de San Martín frente a las Descal zas Reales, teniendo dos sucursales, una en la calle del Pez núme ros 1 y 3, y la otra en la plaza de San Millán número 11. Los empeños y desempeños se realizaban todos los días, sin incluir do mingos y días de fiesta, de nueve de la mañana a tres de la tarde. El Monte de Piedad era depositario de todo lo útil y de lo inútil, de los recuerdos queridos y de las prendas a las que no se tenía mu cho aprecio.
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La desgracia, el dolor, los reveses de la fortuna, igual que el vicio y la indolencia llevaban a él su contingente. ¿Quién sería capaz de contar los suspiros y lágrimas que ha costado el deshacerse de ellos? Prenda suele haber en el Monte que ha tenido quince o veinte reno vaciones, habiéndose pagado de intereses tanto como ella valía. El desarrollo de las dos instituciones hacía que cada vez se que daran más pequeñas, sobre todo para los almacenes del Monte. El solar del derribado convento de San Martín con 19.508 pies cuadra dos, fue adquirido por 936.260 reales y las obras de construcción costaron 2.452.222 reales. La obras comenzaron el 12 de junio de 1870. Las líneas arquitectónicas del edificio carecían de un carácter de terminado. Sobre un zócalo de granito con ventanas a los sótanos, existe un piso bajo y un entresuelo, coronado por una imposta. So bre ella el piso principal y el ático, coronando todo el edificio una crestería de piedra. En su vestíbulo se hallan los bustos, en mármol de Carrara, de Francisco Piquer y el marqués de Pontejos, ambas obras de Elias Martín. En el techo hay tres figuras en un medallón, que represen tan la unidad de dichas instituciones. En el centro, una matrona apoya el brazo izquierdo sobre la alcancía o vasija para guardar di nero, en que una joven deposita varias monedas; con la mano iz quierda sostiene el peso en que figura haber regulado las joyas que ha traído a empeñar otra joven, la cual recibe a su vez el valor del empeño. En el medallón está inscrita la leyenda: «Mutuamente se protegen». El salón central es cuadrado con chaflanes en sus ángulos, salón que se utiliza para las operaciones relacionadas con el servicio del público que va a empeñar, desempeñar o renovar los préstamos y también para las de la Caja de Ahorros que sólo funciona tres horas todos los domingos del año. El coste total de este edificio, al 30 de ju nio de 1875, ascendió a 4.233.890 reales. En el nuevo edificio de la Caja de Ahorros se colocó la vieja por tada barroca que estuvo en el edificio antiguo, portada que desapa reció a mediados del siglo XIX. Y entre los años 1963 y 1973, al sei· ampliado el inmueble, se volvió a colocar la sugestiva portada chu rrigueresca, con elementos geométricos, medallón enrejado, con ventanal y hornacina, dándole un aire de tabernáculo como si fuera una pieza de museo. En la plaza de las Descalzas, en nuestras décadas, hubo unas es tampas muy típicas, que eran la presencia de los «mozos de cuerda», en la contratación de mudanzas de muebles, al igual que existía un
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«punto» de carros para las referidas mudanzas. Igualmente, entre los dos edificios del Monte y de la Caja, existía un quiosco, que era el mejor surtido en la popular «agua de cebada» y horchata valen ciana, que ningún otro podía competir con él. Y éste es el resumen somero de lo que fueron y son estas dos ins tituciones, que un capellán y un marqués iniciaron sus altos valores.
Monumento al marqués viudo de Pontejos, en la plaza de las Descalzas Reales.
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HONRA PAMA EL PANTEÓN DE HOMBRES ILUSTRES
uEra una m agnífica tarde de prim avera de un cielo puro y an so l espléndido que parecían proteger esta magna ceremonia que jamás había presenciado la capital de España. Madrid entero y centenares de forasteros llegados de otras provincias, se asociaban a esta fiesta cívica a lo largo de cinco kilómetros de carrera, que en terrazas y balcones de su recorrido se engalanaron de banderas y colgaduras».
Tumba de Mateo Sagasta, obra de Mariano Benlliure, en el Panteón de Hombres
Ilustres.
s una pena el anonimato por el que atraviesa el Panteón de Hombres Ilustres. Lugar de reposo de hombres que han muerto asesinados en cumpli miento de sagrados deberes con la Patria, y hom bres que lucharon con su pluma y oratoria para la buena honra de España. Creo un merecimiento más profundo del que se les ha realizado y, sobre to do, que salgan del olvido en que nuestros hijos del pueblo les tienen. Por decreto del 21 de mayo de 1869, se dispuso cumplir la ley de Cortes del año 1837, nombrando una Comisión encargada de inau gurar el Panteón Nacional, en la iglesia de San Francisco el Gran de. Comisión que se encargó de buscar los restos que habían sido in humados hacía cincuenta años. Se indagó en los restos de Luis Vives, que reposaban en la cate dral de San Donato, en Brujas, Bélgica, y se encontró que al demo ler la catedral en 1796, no fueron trasladadas las cenizas del hom bre querido y admirado. También se buscaron los restos de Antonio Pérez, secretario de Felipe II, que fue enterrado en París, en el con vento de los Celestinos, y resultó que el convento había sido derri bado, ocupado hoy por un cuartel de Artillería. Por fin, tras investigaciones y minuciosas pesquisas, se logró ha llar, en el convento de las Trinitarias, la tumba de Cervantes; en la iglesia de San Sebastián, el sepulcro de Lope de Vega; en la iglesia de San Nicolás, el de Juan de Herrera; en el terreno de la antigua parroquia de San Juan, los restos de Velázquez; en el edificio de la casa del Ayuntamiento, los de Jorge Juan; pero de todas estas inda gaciones, no se obtuvo más que la triste certidumbre de que todos ellos estaban definitivamente perdidos. Se hizo examinar por personas competentes el Panteón de la ca tedral de Sevilla, en la que se creía esteban los restos de Alonso Ca no, y se llevó el desengaño de que en la catedral de Sevilla se per dieron los restos del pintor que formó la escuela sevillana. Se promovió el reconocimiento del archivo del convento de la Merced, en Soria, donde se creían que estaban los restos de Gabriel
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Téllez (Tirso de Molina), y después de practicadas inútiles excava ciones se tuvo que renunciar al hallazgo de los restos del autor. La Comisión no cesó en su empeño para recobrar nuevas cenizas de hombres ilustres. También trabajó para puntualizar el paradero de las cenizas de Pelayo, el Cid, Guzmán el Bueno, Murillo, Jovellanos, Campomanes, Floridabianca, Goya y otros, encontrando que los restos de los hombres célebres más cuidadosamente conservados, eran los que generalmente se hallaban en edificios civiles, tales como los del Cid en la capilla de la casa del Ayuntamiento de Burgos. Terminados los trabajos de investigación y cumplir el plazo de los 50 años estipulados, respetando la voluntad de las familias o corpo raciones que pusieron obstáculos al traslado de sus deudos, en junio de 1869, se lanza una proclama: «Las Cortes Constituyentes declararon dignos de ocupar un lugar en el Panteón Nacional que se mandó establecer por ley del 6 de noviembre de 1837, los restos de los siguientes hombres: Juan de Mena, el Gran Capitán, Garcilaso de la Vega, Am brosio de Morales, Alonso de Ercilla, Lanuza, Quevedo, Calderón de la Barca, Marqués de la Ensenada, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva, y el almirante Gravina».
Entonces se procedió a realizar las formalidades de exhumacio nes y traslados al depósito que se estableció en la iglesia de Atocha. El acontecimiento de inauguración se señaló para el 20 de junio de 1869. A las 5 de la tarde una sección de Artillería disparó cien caño nazos desde el paseo de las Delicias, anunciando que se ponía en marcha la comitiva, presidida por un escuadrón de la Guardia Civil, seguido por los acogidos en el Hospicio, los colegios de San Ildefon so, Asunción y Escolapios, precedidos por timbales, clarines y las ca rrozas respectivas, con un total de doce, que luego enumeraré sus le mas y símbolos. Era una magnífica tarde de primavera de un cielo puro y un sol espléndido que parecían proteger esta magna ceremonia que jamás había presenciado la capital de España. Madrid entero y centenares de forasteros llegados de otras provincias, se asociaban a esta fiesta cívica a lo largo de cinco kilómetros de carrera, que en terrazas y balcones de su recorrido se engalanaron de banderas y colgaduras. Al pasar los restos de Ventura Rodríguez por las fuentes del Pra do, estas soltaban los juegos de agua que él ideó. Igual que los de Vi llanueva al pasar por el Museo, alumnos de Arquitectura arrojaban
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compsiciones poéticas dedicadas al autor del edificio. Al pasar las ca rrozas de Gonzalo de Córdoba y de Gravina, las tropas que cubrían la carrera y al acorde de la marcha militar, éstas presentaban sus ar mas. Al llegar a la Puerta del Sol las carrozas de Queve do, Calderón, Lanuza, Juan de Mena, y Garcilaso de la Vega, las fuentes elevaron sus aguas a gran altura y desde los balcones arrojaban ramilletes de rosas y claveles, cubriendo los féretros de los referidos hijos predi lectos. Al entrar en la Plaza de la Constitución, cuatrocientas voces entonaban cánticos de himnos a la Patria. Eran cerca de las 8 de la tarde cuando una batería emplazada en el Campillo de Gilimón, anunciaba con cien cañonazos la llegada de la Comitiva al Panteón Nacional, cuya fachada estaba adornada de colgaduras nacionales y alegóricas, leyendo en un medallón situado en su puerta central: «ESPAÑA A SUS PRECLAROS HIJOS». Los restos de los doce primeros moradores de hombres ilustres, fueron colocados de la manera más decorosa que se pudo, en la pri mera capilla del templo entrando a la derecha, ya que los sucesores del Ministerio de Fomento no estaban de acuerdo con sus anteceso res de las Cortes de 1837, y así, de esta manera, estuvieron las ce nizas en el mismo lugar, en un estado de olvido y abandono. La comitiva de carrozas para el traslado de los restos, desde el depósito de la Basílica de Atocha al Panteón Nacional de San Fran cisco el Grande, fue en la fecha del 20 de junio de 1869. Las referidas caiTozas eran distintas en su decoración, pero to das idénticas en cuanto a su remate superior, que consistía en un globo azul con estrellas de oro sobre nubes de plata, todo ello pren dido con un crespón negro. Fue una marcha triunfal, bastante vanagloriada y reconocida en el extranjero por el amor y cariño que demostraron a nuestros hom bres ilustres el pueblo español, y que vamos a referential’ por orden en que iba la comitiva. Primeramente abría carrera el «Carro Triunfal de España», tira do por cuatro caballos percherones con guarnición y penachos con los colores nacionales, seguida de Heraldos y música militar. Is. Carroza de Gravina. Con corona naval. Tirada por cuatro yeguas con guarniciones y penachos verdes y blancos. Por lemas: Gi braltar, Argel, Santo Domingo, Tolón, Rosas, Trafalgar, y una leyen da de Napoleón I que decía: «Los españoles se han batido como leo nes. Gravina es todo genio y decisión en el combate». Como trofeos portaba: la bandera insignia de Gravina, en el navio «Principé», la espada, bastón y sombrero que usó en Trafalgar. La Comitiva que llevaba era una sección de marinos e infantes de la Marina, jefes y
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oficiales de la Armada, una Comisión de Diputados de Cádiz y el Al mirantazgo en pleno. 2s. Carroza de Juan de Villanueva. Con corona de olivo. Ti rada por cuatro yeguas con guarniciones y penachos con los colores nacionales. Por lemas: Teatro Español, Columnata del Ayuntamien to, Pórticos del Jardín Botánico, Observatorio Astronómico y el Mu seo de Pintura. Como trofeos portaba: un plano original, compás y regla que usaba Villanueva. La Comitiva que llevaba eran los ope rarios de la Villa con uniformes y herramientas, el Cuerpo de Bom beros, igualmente uniformados, una Comisión del Excelentísimo Ayuntamiento y alumnos de la Escuela Superior de Arquitectura. 3S. Carroza de Ventura Rodríguez. Con corona de olivo. Tira da por cuatro caballos alazanes con guarniciones y penachos encar nados y blancos. Por lemas: Oratorio de Caballero de Gracia, Fuen tes del Prado, iglesia de San Marcos, los palacios de Altamira y Liria, palacete de Boadilla y la Capilla del Pilar. Con una leyenda de Jovellanos que decía: «Vendrá un tiempo en que la posteridad buscará entre el polvo sus diseños, ansiosa de realizarlos, y le ven gará de una vez de las injusticias de sus contemporáneos». Como trofeos portaba: un plano original del mismo Ventura Rodríguez. La Comitiva que llevaba eran los guardas de fontanería, Maestros de Obras, Cuerpo Central de Arquitectos, Comisión del Ayuntamiento de Ciempozuelos, Academia de Bellas Artes en pleno vestidos de eti queta. 4S. Carroza del Marqués de la Ensenada. Con corona de mir to. Tirada por cuatro yeguas con guarniciones y penachos de color morado y blanco. Por lemas: Secretario de Estado, Guerra, Marina, Indias y Hacienda, Gobernador del Consejo, Lugarteniente del Al mirantazgo, Concordatos de 1754, y una leyenda de Carlos III: «Fue sacrificado por haberse opuesto a la ruta de su amo y de esta Mo narquía». Como trofeos portaba: un modelo de navio de los cons truidos en tiempos del Marqués de la Ensenada. La Comitiva que llevaba era una sección de marinería e infantería de la Armada, Co misión de Medina del Campo, Almirantes, jefes y oficiales de la Ma rina, Diputación de Valladolid, Ujieres, Consejo de Estado en pleno vestido de etiqueta y banda de música militar. 5®. Carroza de Calderón de la Barca. Con corona de laurel. Tirada por cuatro briosas yeguas con guarniciones y penachos azul
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y blanco. Por lemas: La vida es sueño, El Alcalde de Zalamea, A se creto agravio..., Casa con dos puertas, La dama duende, y una le yenda del mismo Calderón: «Acudamos a lo eterno. Que es la fama vividora donde ni duermen los nichos ni las grandezas reposan».
Como trofeos portaba: La mejor edición de las obras de Calderón impresa en el extranjero. La Comitiva que llevaba: Escosura, Pres bíteros naturales de Madrid, Claustro de profesores de la Escuela Nacional de Música, Artistas y escritores dramáticos, Comisión en pleno del Ayuntamiento de Madrid. 6S. Carroza de Quevedo. Con corona de laurel. Tirada por cua tro yeguas, con guarniciones encarnadas y amarillas, con penachos de color grosella. Por lemas: Sueños morales, Política de Dios y go bierno de Cristo, La Fortunata con seso, El Epíteto español, Marco Bruto, El sueño de las calaveras, Libro de todas las cosas, Alguacil Alguacilado. Como trofeos portaba: Obras de Quevedo. En la Comi tiva iba don Eulogio Florentino Sanz, autor del drama «Don Fran cisco de Quevedo», Prensa de Madrid y periódicos con los correspon sales extranjeros, Academia de Ciencias Morales y Políticas, Ayuntamiento de Madrid precedido de maceros. 7S. Carroza de Lanuza. Con corona de laurel. Tirada por cua tro caballos con guarniciones y penachos con los colores nacionales. Con el siguiente lema del propio Lanuza: « A nos, que valemos tan to como vos...», y la leyenda «El Justicia de Aragón no pudo ser pe ro si no con las Cortes con el Rey». La Comitiva iba precedida por co misiones de los círculos políticos, industriales, artísticos y mercantiles establecidos en Madrid, Comisión de la Diputación y Ayuntamiento de Zaragoza, Diputados por Aragón, Diputación de Madrid en pleno vestidos de etiqueta y banda de música militar. 8a. Carroza de Alonso de Ercilla. Con corona de laurel. Tira da por cuatro briosos caballos con bandas coloradas y amarillas, con penachos grosella y blanco. Por lemas: Millaraque, Arauco, con le yenda del propio Ercilla: «Y las honras consisten, no en tenerlas. Si no sólo en merecerlas». Como trofeos portaba los cogidos en Arauco, el poema La Araucana. La Comitiva iba precedida por dos caballos
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de respeto, uno con caparazones de azul y plata y otro de carmesí y oro, Milicianos nacionales veteranos, Comisión del Ayuntamiento de Ocaña, Diputación de las Provincias Vascongadas, Academia Espa ñola en pleno, vestida de etiqueta. 9a. Carroza de Ambrosio de Morales. Con corona de olivo. Ti rada por cuatro caballos castaños, con guarniciones coloradas y amarillas, con penachos de color castaño. Por lemas: Crónica de Es paña, y Antigüedades de España, y una leyenda del propio Morales: «Me dispuse de veras a escribir la Historia por socorrer esta necesi dad de mi nación y volver por la honra y autoridad de España». Como trofeos portaba: Sus obras morales. La Comitiva iba precedida por escolares de la Facultad de Dere cho de la Universidad de Madrid, Cuerpo de Archivos y Bibliotecas, Claustro de la Facultad de Derecho, Comisión de la Diputación y Ayuntamiento de Córdoba, Diputados del mismo y Academia de la Historia en pleno, vestidos de etiqueta.
10a. Carroza de Garcilaso de la Vega. Con corona de hiedra y rosas. Tirada por cuatro excelentes caballos castaños, con guarni ciones y penachos de azul y blanco. Por lemas: Viena, Túnez, Embajada de Roma, Frejus y una le yenda del propio carcilaso: «Tomando, ora la espada, ora la pluma». Trofeos: Espada y armadura de Garcilaso. La Comitiva iba precedida por dos caballos de respeto, uno con caparazones verde y oro, y el otro de morado y plata; Ateneo, Comi sión del Ayuntamiento de Toledo, seguido de la Diputación de To ledo. 11a. Carroza de Gonzalo de Córdoba. Con corona de laurel. Tirada por cuatro caballos negros, con guarniciones blanco y oro, con penachos blancos. Por lemas: Granada, Regio, Santa Agata, Finmar, Nuro Catana, Bañeza, Ostia, Diana, Cefalonia, Canosa, Garellano, Gaeta y Nápoles, con 200 banderas y dos pendones reales. Y la leyenda del mis mo: «Mas quiero buscar la muerte dando tres pasos adelante, que vi vir un siglo dando sólo uno atrás». Trofeos: Espada y armadura del Gran Capitán. Comitiva formada por dos caballos de respeto, uno con guarni ción y caparazón coral y oro, y el otro de amarillo y plata. El gene ral don Fernando Fernández de Córdoba, Director de Infantería, Cuerpo de Inválidos y Administracción Militar, Dirección de Infan
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tería, Oficiales del Ejército y voluntarios, Brigadieres y generales, Comisión del Ayuntamiento de Moratilla, Diputación Provincial de Granada, Tribunal Supremo de Guerra, y banda de música militar. 12s. Carroza de Juan de Mena. Con corona de olivo. Tirada por cuatro caballos castaños, con guarniciones de encamado y oro, y penachos blancos. Por lema: una leyenda del propio Mena: «La flaca barquilla de mis pensamientos, veyendo mudanza de tiempos oscuros, cansada ya toma los puertos seguros, Ca teme mudanza de los elementos»
Trofeos: Poesía de Juan de Mena. Comitiva precedida por escritores, poetas líricos españoles, Co misión del Ayuntamiento de Torrelaguna, y la Diputación Provincial de Madrid. Todas estas carrozas iban seguidas por el Carro de la Fama, con las banderas de todas las naciones de Europa. Tirado por cuatro ye guas con guarniciones a la antigua, encarnadas y oro, con penachos encarnados y blancos. Arquitectos que investigaron los enterramientos en Madrid, No tarios para dar fe de las actas, Comisión encargada de inaugurar el Panteón, Maceros de la Corte, Cortes Constituyentes, Cuerpo Di plomático extranjero, Consejo de Ministros, dos compañías del Ejér cito, una sección de Artillería, un escuadrón de voluntarios, termi nando con otro de Coraceros. A la vista del abandono en que se encontraba este Panteón Na cional, la reina María Cristina convocó un concurso para la cons trucción de un nuevo Panteón de Hombres Ilustres, aledaño a la ba sílica de Atocha. Meritoriamente fue concedida su traza al insigne arquitecto don Fernando Arbós, en el año 1871, autor que también fue de la Necrópolis de la Almudena y de la iglesia de San Manuel y San Benito, en la calle de Alcalá. Su obra no fue realizada total mente, ya que sólo fueron construidas las tres naves del Panteón, con su cúpula de estilo toscano. Después de lo ya referenciado con relación al Panteón Nacional de San Francisco el Grande, no pudieron ser llevados, por no cum plir los cincuenta años previstos para tal fin, y se quedaron en la Ba sílica de Atocha, Prim, Palafox, Ríos Rosas, Castaños y Gutiérrez de la Concha, marqués del Duero.
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En el año 1901, estos cinco hombres ilustres fueron trasladados desde la Basílica de Atocha al actual Panteón de Hombres Ilustres, donde posteriormente se reunieron los de Dato, Canalejas, Cánovas del Castillo, Sagasta, Calatrava, Martínez de la Rosa, Olózaga, Mendizábal, Muñoz Torrero y Argüelles; en total quince hombres di seminados en diez mausoleos, ya que seis de ellos fueron enterrados en fosa común. Bellas joyas escultóricas alberga este Panteón. Una de las más suntuosas de todas -bajo mi criterio-, es la de Cánovas del Castillo, asesinado en el Balneario de Santa Agueda, el 9 de agosto de 1897 ; obra de Querol, en el que las figuras representan la patria, la histo ria y el arte, obra adosada en un muro a modo de retablo. La de Sa gasta, muerto en el año 1903, obra de Benlliure, en mármol blanco. La de Eduardo Dato, asesinado el día 8 de marzo de 1921, obra igualmente de Benlliure, con una arrogante figura de mujer enluta da con una cruz en alto. La de Canalejas, asesinado el día 12 de no viembre de 1912, ostenta una representativa obra escultórica de Benlliure, en mármol blanco. En otros varios panteones también se plasmaron los cinceles de los no menos afamados escultores Plácido, Zuloaga, Mélida, Estany y Aparici. El referido Panteón, en vez de irse enriqueciendo con valores de hombres ilustres, a la recíproca, se va empobreciendo al ir desapa reciendo del mismo los allí enterrados, Palafox, Prim y Castaños, militares que ofrendaron sus vidas por la patria, reclamados por Za ragoza, Reus y Bailén, respectivamente. Resumiendo: en la actualidad quedan descansando en sus res pectivos mausoleos: Canalejas, Sagasta, Dato, Cánovas del Castillo, Ríos Rosas y Marqués del Duero. La única representación que hace acto de presencia, dos veces al año, es el Ilustre Colegio de Abogados para rendir homenaje a Ca nalejas y a Dato, por haber sido estos hombres decanos del Ilustre Colegio. Como madrileño, invito desde estas líneas a todos mis paisanos, desconocederos de este Panteón, hagan una visita en recuerdo a es tos hombres que en él descansan, y a la vez se recreen de estas obras escultóricas de valor incalculable. Y al Patrimonio Nacional, en co laboración con los Padres Dominicos, sólo les pido que se interesen y velen por este Panteón, que lentamente camina a su desaparición.
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FORTALEZA MUSULMANA DE MADRID
((El emir de Córdoba, Mohamed I, percibe pronto la capacidad estratégica del pequeño pueblo situado junto al Manzanares, y construye en el año 856 urna de esa s atalayas en la colina de la margen izquierda de este río. Se trata de la fundación de Madrid».
Puerta de la Alcazaba.
a bella y noble ciudad de Madrid está atravesando el umbral del siglo xxi, y todavía sigue buscando los entresijos de su historia, siempre versada por las fantasías de leyendas, más que de realidades. Mitológicamente, los primeros cronistas de la Villa atribuían a sucesos míticos y fabulosos su fundación. El licenciado Jerónimo de la Quintana, clérigo plesbítero, notario del Santo Oficio de la Inquisición y rector del Hospital de la Latina, atribuía al príncipe griego Ocno Bianor la fundación de Madrid. Jerónimo de la Quintana, igualmente en su li bro A la muy antigua, noble y coronada Villa de Madrid, Historia de la Antigüedad, Nobleza y Grandeza, recoge la leyenda de acuerdo con la cual Ocno Bianor, despojado de la corona de su padre, después de un largo viaje, llegó a las costas ibéricas y, andando, descubrió las orillas del Manzanares, donde se asentó y fundó la ciudad a la que le dio el nombre de Matuta, en memoria de su madre. Esta leyenda proviene de la Eneida de Virgilio, posteriormente rectificada por Dante en la Divina Comedia, en la que se atribuye el nombre de Montova a la ciudad italiana de Mantua, situada a ori llas del Nincio y de la que tomaría su nombre nuestra Villa. De acuerdo con esta teoría, Mantua más tarde, sería más antigua in cluso que la propia Roma y su nacimiento se situaría en torno al año setecientos ochenta y nueve antes de Cristo. El erudito cronista y gran madrileño don Ramón Mesonero Ro manos afianza la posibilidad de que el adjetivo Carpetana se le an tepusiera con objeto de no confundirla con la Mantua italiana. Otros colegas suyos dicen que su término exacto era Carpetana, dado que, etimológicamente, carpetana se deriva de «carpeto», que en latín significa «carro». Por su parte, Jerónimo de la Quintana apunta que hay quien interpreta que «de las siete estrellas que en campo azul tiene el es cudo de Madrid en las armas, que dice significa las siete que en castellano llamaremos constelación del “carro”». Fray Francisco Benavides y Antonio de Nebrija insisten en que Madrid fue por
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aquellos entonces uno de los mejores lugares que siempre se cono cieron entre los pueblos carpetanos, razón ésta por la que se lla maba Carpetana Mantua, es decir, cabero o metrópoli de los pue blos carpetanos. No faltan tampoco los expertos que mantienen la idea de que el nombre de Madrid proviene del antiguo Majoritium que utilizaban los romanos para señalar que había «hecho mayor», es decir, que ha bían agrandado la Villa. En el fondo, todas estas teorías no son sino simples conjeturas que posteriores estudios han cuestionado por falta de rigor históri co. Lo que es indudable, es que las excavaciones arqueológicas lle vadas a cabo por el ingeniero Casiano del Prado y Valle, en 1862, en el yacimiento de San Isidro, y las que posteriormente permitieron al geólogo Alejandro Guinea descubrir el de las Carolinas, aportan al go de luz sobre el período prehistórico de las primeras tribus que po blaron las tierras situadas entre el río Manzanares y el Jarama. Las márgenes del río fueron el escenario en el que los primitivos hombres buscaban en la caza el sustento diario, enfrentados a un clima muy variable. Los abundantes restos de osamentas de anima les y, posteriormente, el hallazgo de piezas elaboradas manualmen te, como las hachas pulidas, las sepulturas o las cerámicas, ponen de manifiesto que en el neolítico y en la Edad de Bronce y de Hierro estos territorios estaban ocupados. Las zonas ribereñas del Manzanares soportaron, muchos años más tarde, la invasión de las legiones romanas. Lápidas, mosaicos, cerámicas y bronces, recuperadas recientemente en diversas exca vaciones son testigos mudos, huellas de una cultura romana en es tas tierras, que el paso del tiempo no ha conseguido eliminar. En re alidad, dicen los historiadores, existió un «balbuceante Madrid romanizado» que, conocido con el nombre de «Mantua Carpetana», apenas si tuvo relevancia durante el período de la Hispania romana y el posterior reino visigodo de Toledo. Pero la verdadera historia de Madrid comienza con la invasión de la Península por los musulmanes, en el año 711. Sólo entonces, la que luego pasaría a ser capital del reino de Castilla, va tomando conciencia de su propia personalidad histórica. Las montañas cán tabras y asturianas resisten al invasor, pero el resto de la Penínsu la cae bajo el dominio moro. Madrid no será la excepción. Los cristianos refugiados en las abruptas montañas del Norte, inician más tarde la Reconquista de sus tierras que tardarán varios siglos en hacerse realidad. Los musulmanes tratan de defender su Corte de Toledo y para ello dan especial relieve a la construcción de
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atalayas y torres fortificadas en lugares estratégicos. El emir de Córdoba, Mohamed I, percibe pronto la capacidad estratégica del pe queño pueblo situado junto al Manzanares, y construye en el año 856 una de esas atalayas en la colina de la margen izquierda de es te río. Se trata de la fundación de Madrid. A su alrededor crece el núcleo de población en el que conviven pa cíficamente árabes y mozárabes. A finales del siglo, este mismo emir, ordena la construcción de una gran muralla de cal y canto, re forzada por torreones que rodean el castillo y el conjunto de la po blación. Con todo lo antedicho, hemos de reconocer que la fundación de Madrid se debe situar en la época de la dominación musulmana de la Península. Ya historiadores musulmanes del siglo xiv, como Ibn Jaldún, hace referencias en sus escritos al proceso de formación de la Villa que se vio favorecido, sobre todo, por las especiales condi ciones geográficas gracias al río Manzanares, o en su defecto, a las numerosas fuentes que había en la zona; la abundancia de pasto y tierras de labor, de bosques y montes que proporcionaban madera y pasto para el ganado, son sólo algunos aspectos positivos que reunía este lugarón. Además, sus privilegiadas condiciones para la defensa del terri- torio musulmán frente a los ataques cristianos, como prueba el he cho de que años atrás se construyera una atalaya, determinaron sin lugar a dudas la decisión del emir cordobés Muhammed I, hijo de Abderramán II, de fundar la villa como tal, en una fecha que pudie ra situarse entre los años 866 y 873. Los criterios militares del emir reconocieron que el lugar no po día ser más propicio en Madrid, por ser un territorio fronterizo que señalaba el límite entre la España musulmana y la cristiana para levantar fortalezas o ciudadelas; situada sobi'e un escarpado cerro defendido por las vaguadas del arroyo de San Pedro al Sur, la actual cuesta de San Vicente al Norte y del Campo del Moro al Oeste. Des de este punto se podía controlar los alrededores de la ciudad de To ledo, en aquella época Corte musulmana, y dominar la sierra del Guadarrama, muralla natural que separaban los reinos castellanos de los consolidados de Al-Andalus. La muralla se elevó con sólidos bloques de pedernal, con torres albarranas que se alternaban en toda su longitud. El pedernal es un mineral que reluce con el sol y que incluso puede producir fuego, lo que junto a la gran riqueza de aguas en el suelo de Madrid, dio lu gar a la leyenda que dice: «Sobre agua fui edificada, mis muros de fuego son».
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Tenía tres puertas de acceso: Arco de Santa María, de la Sagra y de la Vega. Del crecimiento del Madrid árabe entre los siglos IX al XI no te nemos muchos datos, pero basándonos en la evolución de otras ciu dades musulmanas y con los numerosos restos topográficos y etimo lógicos que todavía se conservan, podemos reconstruir la Villa. La «Almudaina», palabra que procede del árabe, es decir fortaleza mi litar, ocupaba una superficie cercana a las nueve hectáreas, siete de las cuales estaban edificadas. Interiormente, se podían distinguir dos zonas muy diferentes; por un lado la «alcazaba» o castillo pro piamente dicho, al Norte, en el solar que hoy ocupa el Palacio Real y que anteriormente fue Alcázar, que los reyes de Austria constru yeron sobre los restos de la fortaleza medieval. En la referida «alca zaba» residían los gobernadores de la ciudad, nombrados por el emir de Córdoba. Estaba dotado de una pequeña mezquita en la que los fieles practicaban sus ritos y oraciones. Por otra parte, la «ciudadela», al Sur, que ocupaba el resto del recinto amurallado. Acorde con la tesis de Montero, ambos espacios estaban separa dos por un terreno muy abrupto, llamado el Campo del Rey. La «ciudadela» respondía a las construcciones urbanísticas musulmanas: callejuelas estrechas y retorcidas. Disponía de dos vías centrales que se cruzaban frente a la mezquita y el resto frente a las puertas de la muralla con el constante movimiento de las personas que en traban y salían de la «ciudadela». En la «Almudaina» residían los elementos del gobierno y de la administracción. Se estimaba que la población encerraba dos o tres mil habitantes que se dedicaban a trabajos relacionados con la vida militar, carpintería, guarniciones, herrerías, caballerizas y otros ofi cios complementarios. La Medina, como enclave militar, necesitaba aprovisionamiento constante de alimentos, esto fue lo que determinó, en buena medi da, el surgimiento de arrabales, que según los árabes quería decir barrio popular extramuros, en torno al cinturón amurallado de la «almudena». Según los expertos, daban en llamar «medina», es de cir, ciudad, que, aunque estaba relacionada con la almudena con trapone al carácter militar de ésta, su carácter civil. Hoy no resulta imposible determinar la extensión de estos arrabales, aunque se acepte la idea de que la Medina abarcaba todo lo que luego circun való la nueva muralla, en el siglo XII. La existencia de un asentamiento premusulmán, después su transformación como fortaleza y, más tarde, en ciudad musulmana, ha quedado probado desde el punto de vista histórico. Y sin embar-
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go quedan dudas a la hora de determinar con fijeza en qué momen to y cómo surge el término de Madrid. El conocido Menéndez Pidal, defendía el origen céltico del térmi no. Basándose en la hipotética reconstrucción de Mageterito, cuyo primer elemento sería el adjetivo Mago, Mageto, que quiere decir grande, y uniéndolo a la que podríamos suponer el sustantivo célti co «ritu», es decir, vado o puente, creó la palabra Mageterito que sig nificaría lo mismo que Vodoluengo de Navarra y Aragón, o bien «puente grande». Como comprenderéis, las tesis son muchas, pero lo más lógico es aceptar la del historiador Jaime Oliver Asín, quien defiende que «matrice», fue el nombre originario de la Villa. Los árabes, por su parte denominaban «Magara» a este territorio. El topónimo hace alusión también a la abundancia de aguas. De acuerdo con la teoría de Asín, entre ambas palabras se produjo un «maridaje» que derivó en Mayrit. Este nuevo nombre estaría compuesto por el término árabe «Mayre» y el sufijo «it» que equivale a «lugar». La tesis se ve confirmada por la presencia en el subsuelo de estas tierras de varios arroyos que se conocen popularmente con el nombre de «viajes de agua» de Madrid. La villa mantiene de esta manera dos topónimos con idéntico sig nificado durante todo el periodo de la dominación musulmana, aun que finalmente prevalecerá el latino visigodo y mozárabe, es decir el cristiano: Madrit. Y hasta aquí, esta historia de la fortaleza musulmana de Madrid.
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Típica «córrala» madrileña.
LAS «COMEALAS» DE MADRID
((Las casas con córrala se dice a las que tienen una pieza de tránsito, con galerías que corren alrededor de un patio en algunas casas, al cual tienen balcones y ventanas, si son corredores cerrados, o una balaustrada continua de piedra, hierro o madera, sostenidas entre planta y planta por pilares de madera en la mayoría de los casos».
Córrala en el barrio de Lavapiés.
ice el Diccionario General de Madrid: «La cons trucción en altura fue una imposición muy tem prana, que tuvo su primer ejemplo notorio en las casas de la Plaza Mayor. El hecho de disponer de viviendas -humildes y de extensión muy reduci da-, a lo largo de los corredores y frente a un pa tio en el que se desarrolla gran parte del trabajo doméstico y los juegos infantiles, propicias este tipo de casas a una convivencia familiar y un estilo de vida propio, que ha perdurado hasta hace bien poco. La córrala de hoy, en la actualidad, es esce nario de fiestas y representaciones populares». Las casas con córrala se dice a las que tienen una pieza de trán sito, con galerías que corren alrededor de un patio en algunas casas, al cual tienen balcones y ventanas, si son corredores cerrados, o una balaustrada continua de piedra, hierro o madera, sostenidas entre planta y planta por pilares de madera en la mayoría de los casos. La gran «córrala» por antonomasia en los «madriles», está situa da en la calle Mesón de Paredes, entre las de Tribulete y Sombrere te, y que fue declarada hace años como Monumento Nacional. Las «córralas», antiguamente, se estimaban escenarios propios de los corrales de comedias. En Madrid, podemos citar varios ubica dos en las calles del Príncipe y de Antón Martín, como la «Córrala de la Pacheca», en la calle del Príncipe, y el de los Caños del Peral, donde posteriormente se levantaría el Teatro Real. José María de Mena puntualiza sobre este tema: «La disposición de estos coliseos o teatros, era en cierto modo, la de los patios de vecindad, un patio con acceso a través de un zaguán techado. La escena estaba al fondo. Los laterales eran dos crujías de tres pisos con barandillas, y lo mismo sobre el za guán o portal de acceso». Pero lo más representativo de las mismas, era al llegar las ver benas de los respectivos barrios que a cada uno le afectaba. Estas
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«córralas» se revestían de gracia y salero y, sobre todo, el casticismo que derramaban por todos sus corredores. Los diferentes vecinos de cada corredor se desbordaban comprando pliegos de papel de seda de vivos colores. Los pliegos se iban haciendo tiras, y a construir ca denetas. Después, estas cadenetas había que ir colocándolas desde las balaustradas hasta los pilares de los distintos corredores, acom pañadas por vistosos farolillos, que éstos se compraban ya construi dos. Después de esta faena había que fregar bien un barreño de cinc, para aderezar la limonada con sus repectivos ingredientes, trozos de melocotón, rodajas de limón, algún que otro trozo de plátano, azú car, y rociarlo todo con un buen vino de Valdepeñas. Pero para celebrar la fiesta falta el mayor intérprete de la mis ma, el «piano de manubrio», y éste sí que se alquilaba en comunidad a «escote», claro está, entre todos los vecinos. Este se colocaba en un ángulo del patio para que sus ecos de «chotis» y «mazurcas» resona sen en todos sus rincones. Y la fiesta empieza. Nadie era extraño en la córrala, a todo el que iba se le invitaba a un vaso de limonada o a realizar unos cuantos giros de baile. La fiesta duraba hasta altas horas de la madrugada y todos tan contentos, sin ningún altercado de riñas y enfados, y, sobre todo, pensando en realizar la fiesta del año que viene, con el gozo inefa ble de la fiesta de la «córrala». Que Dios lo quiera.
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CASAS DE PERSONAJES HISTÓRICOS
«Algunas han sido demolidas para construir modernos edificios de apartamentos, otras aún siguen en pie y albergan hoy familias modestas de buena posición, pero que ninguno piensa que en su casa vivieron personajes históricos célebres, hace cien o doscientos años)).
Casa-museo de Lope de Vega, en la calle de Cervantes.
Casa que fue propiedad de D. Francisco de Quevedo, en la calle del mismo nombre.
as viviendas de los personajes históricos suelen co rrer una serie ingrata de cambios. Uno de los más bellos pensamientos es el de creer que allí habitó un escritor genial, un temerario poeta o un dra maturgo excepcional. Ni siquiera esos pensamien tos han conseguido preservar muchas de las casas en que se ubicaron hombres célebres en Madrid: algunas han sido demolidas para construir modernos edificios de apartamentos, otras aún siguen en pie que albergan hoy familias modestas de buena posición, pero que ninguno piensa que en su ca sa vivieron personajes históricos célebres, hace cien o doscientos años. La única casa que ha sido transformada en museo, es la que per teneció a Lope de Vega, en la calle de Cervantes. Tiene un peque ño jardín con el pozo de piedra, el oratorio sembrado de reliquias, el estudio lleno de libros y cuadros, y en el dormitorio donde duerme desde hace siglos, la cama verde en la que murió el autor de Fuenteovejuna. Muebles y cuadros de la época, cuartos en penumbra. El ambiente está recreado con perfección. Cuando Lope volvía a su casa al declinar el sol, a-" veces se en contraba con una encantadora vecina, la hija de Cervantes, a quien las malas lenguas atribuían una mala vida nocturna. Cervantes tenía su casa unos metros más arriba, en la misma calle llamada «de Francos», pero, el portal daba a la calle León. Cervantes ocupa ba una humilde buhardilla. La casa fue destruida en el año mil novecientos veintitantos, y en su lugar construyeron un edificio de varias plantas. Entonces se comentaba cómo Cervantes y Lope de Vega podían concentrarse en sus escritos, cuando a pocos metros de sus vivien das, en la torre de la esquina formada por las calles de Quevedo y la de Lope de Vega, vivía un matrimonio permanentemente enzarzado en discusiones que escandalizaban a los vecinos. Era el señor Que vedo y su esposa quienes habitaban esa vivienda. Ahora hay allí un edificio de unos doscientos años que ostenta una placa.
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En la calle Mayor número 61, una viejísima puerta de madera ha resistido la plaga del tiempo y la especulación inmobiliaria e inclu so los balazos de nuestra guerra civil. Esa es la puerta que abría a diario el gran Calderón de la Barca para entrar a su casa. Un an gosto edificio de cuatro plantas, con un balcón en cada planta que aún se conservan. En el segundo piso vive, en la actualidad, una se ñora que leyó la vida de Calderón, y manifiesta: «La casa está igualita a la época en que vivía Calderón... La misma puerta... la misma escalera... las mismas habitaciones. Yo lo sé porque he visto algunas ilustraciones. Lo que ha cambiado es que ahora somos cuatro familias, una por planta, las cuatro que habitamos en la casa. A Calderón le debía de sobrar mucho espacio aquí». El gran escritor Mesonero Romanos, que conservó para las ge neraciones venideras el Madrid de su época, no pudo conservar su casa de la plaza Vázquez de Mella número 6, que fue demolida pa ra una inmobiliaria que levantó luego, en el solar, un moderno edi ficio de apartamentos. Contemporáneo de Mesonero Romanos fue don Ramón de Campoamor que tenía su residencia en la calle de Recoletos número 17, en la primera planta, donde hoy vive el casero del edificio, el cual me enseña la chimenea en la que Campoamor calentaba sus pies. El poeta Espronceda vivía en un piso, en la esquina de la calle de los Madrazo y Jovellanos, donde hoy se encuentran fluorescentes oficinas llenas de modernidad. Don José Zorrilla, autor de la obra Don Juan Tenorio, vivía en la calle de Santa Teresa número 2, donde se encuentra en el día de hoy una placa que recuerda su hogar. Vivía en el piso 5e izquierda, y hoy es vivienda particular de una familia. Otro poeta, Gustavo Adolfo Bécquer, tenía su viviendá en la calle de Claudio Coello número 25. Ninguno de sus moradores ac tuales sabe exactamente el piso en que el poeta vivía. Poeta también, y romántica, fue doña Rosalía de Castro, que vino a vivir a la calle de la Ballesta número 13, calle a la que, en la era moderna, otras mujeres menos románticas buscaban una im prudente fama. En la calle de Alfonso XII número 94, está la casa que don San tiago Ramón y Cajal mandó construir con parte del dinero que le otorgó el Premio Nobel. En la fachada aparece la fecha de su cons trucción, el año 1912, y están labradas en piedra las iniciales de R.C.
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El hijo menor del notable científico, don Luis Ramón y Cajal Fañañas, vive con su hija y su yerno en el tercer piso. Arriba, don de el investigador tenía su laboratorio, vive un pintor. En la prime ra planta tiene su vivienda una sobrina de don Luis, Paula Ramón y Cajal Fañañas. El segundo piso donde don Santiago tenía sus ha bitaciones, pertenece a un nieto del científico. En la misma calle de Alfonso XII, número 4, hay una planta que recuerda el lugar donde vivió don José Ortega y Gasset. Sus ha bitaciones en los bajos del edificio están vacías. El dueño, un conde de señas imprecisas, proyecta reformar la casa del filósofo para que sirva de ubicación a algunas oficinas. En la calle de Velázquez número 76 vivían los hermanos Serafín y Joaquín Álvarez Quintero. Doña Rosario Ariño Gallardo, que está de portera en un inmueble de la calle Ortega y Gasset, dice ser la doncella de los hermanos Quintero, y con sus ochenta años me re cibe. Prestó sus servicios durante cinco años largos, no lo recuerda muy bien, lo que sí recuerda, es lo siguiente: «Tenían un gran servicio, con una doncella para los dos her manos y otra para las mujeres; había una costurera y una coci nera, y estaba además el botones, Florentino, que luego fue chó fer. Yo recuerdo al señorito Joaquín, con su capa y su sombrero, cuando llegaba en el tranvía na 32 que subía por la calle de Ve lázquez. Eran muy peligrosos. Cuando murió el señorito Serafín, en la guerra, su hermano colocó en la tapa del cajón un gran cru cifijo de plata. Decía que así lo quería él. Siempre fueron muy unidos, por eso cuando murió el señorito Serafín, el señorito Jo aquín anduvo en adelante con la señal de la muerte en sus ojos. Vivían en el segundo piso». En la calle de Veneras número 4, segundo izquierda, está la casa de huéspedes Carballedo, donde vivió el poeta nicaragüense Rubén Darío.
En la calle de Bailén número 15, frente a los jardines de Sabati ni, vivió el poeta Amado Ñervo. En la calle de Padilla número 38, vivió hasta su exilio el escritor Juan Ramón Jiménez. Hoy habita en la casa un ingeniero agró nomo que rememora vagos recuerdos. «Yo era un niño cuando nos vinimos a vivir aquí, arriba de la casa de Juan Ramón Jiménez, y oía a mis padres comentar que la casa de abajo estaba cerrada y no había gente allí... Parece que
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luego vendieron los muebles, por fin, y se marcharon. Mis padres entonces aprovecharon para comprar la casa, que tenía calefac ción y era más calentita que la nuestra. La verdad es que yo no recuerdo que aquí había vivido el escritor, hasta que colocaron la placa en la fachada». En la calle de General Oráa número 9 vivió don Ram ón del Va lle Inclán, casa que la alquiló al marqués de Lozoya. Se asegura que estuvo muy poco tiempo en la casa, y era un gran caballero, que pagaba puntualmente. Hoy son oficinas de la RENFE. En el número 2 de la calle del Conde vivió sus últimos años el es critor catalán don Eugenio d'Ors. Allí tenía su estudio y su tertu lia de amigos y de discípulos. Hoy el edificio tiene unas oficinas mu nicipales. Hay tres casas de corta historia, pero que las habitaron tres in signes hombres. Don Jacinto Benavente en la calle de Atocha nú mero 26. Azorín, en la calle de Zorrilla número 25. Eduardo Marquina, en la calle del Barquillo número 7. En el antiguo celador de la calle Ruiz de Alarcón número 12, Pío Baroja vivió en la cuarta planta. El edificio ha sido demolido hace unos años. Don Benito Pérez Galdós, el creador de Fortunata y Jacinta, vivió en la calle Hilarión Eslava. Casa demolida en la que también estaba ubicado el colegio Miguel de Cervantes, que también desa pareció. Mariano José de Larra, vivió donde se suicidó, en la calle de Santa Clara número 3, contaba veinticinco años el gran poeta. Y éstas son a grandes rasgos, las casas de personajes históricos madrileños.
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RECORRIDO POR EL BARRIO BE LOS AUSTRIÂS Y DE LOS BORRONES
((... esos rincones tortuosos y placenteros de los principales edificios que nacieron durante la época que finaliza en el año 1700, al expirar el últim o rey de la dinastía de los Rustrías y advenimiento del primer rey Borbón».
La plazuela de la Paja.
o sin antes pensar en los riesgos me lanzo a reme morar en mi recorrido unos rincones sobre la his toria del viejo Madrid, centrándolo en el cogollo de los Austrias y de los Borbones. Aunque madrileño enamorado de mi villa chica, intentaré con el re cuerdo matizar el donaire y requiebro de unos rin cones olvidados, y que son jirones que nunca mue ran. Vamos a vivir por unos instantes esas joyas imperecederas de leyendas y tradiciones que nuestros antepasados nos legaron para bien de esta Villa y Corte. No pretendo demostrar nuevos aspectos de rincones recién en contrados, ni que nadie piense que es obra de imaginación mía; sí, en cambio, pretendo que el lector que me lea pueda palpar y admi rar esos rincones tortuosos y placenteros de los principales edificios que nacieron durante la época que finaliza en el año 1700, al expi rar el último rey de la dinastía de los Austrias y advenimiento del primer rey Borbón. Me reprocharía no empezar por la plaza de Puerta Cerrada, circundada por las calles de Latoneros, Cuchilleros, Gómez de Mo ra, Pasa, San Justo, Segovia, Nuncio, Cava Baja y Tintoreros, en las que siguen latiendo el casticismo madrileño. Según el cronista Ló pez de Hoyos, existió en tiempos una puerta en la muralla del viejo recinto de la Villa, y hubo de ser cerrada debido a la proliferación de ladrones y salteadores que por aquel tiempo existieron; siendo de rribada allá por el año 1569. En su centro, sigue actualmente en clavada una cruz de piedra, como figura decorativa sobre un regis tro de agua, que se instaló en el siglo XIX. Enfocando nuestro recorrido por plazas, nos trasladamos a la de Conde Miranda, plaza de reflexión y tranquilidad, rincón del vie jo Madrid. En ella se encuentra el convento de religiosas Jerónimas del Corpus Christi, más vulgarmente conocido como las «Carbone ras», por encontrarse, tiempo atrás, la imagen de la Virgen ep un chiscón de carbón, por el fraile José de Canalejas. La fundación de este convento, del siglo XVII, se debe a doña Beatriz Ramírez de
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Mendoza, condesa de Castellán. Diariamente se ofrece una misa por las almas del Gran Capitán, Gonzalo de Córdoba y su esposa. Igual mente, se halla enclavada en esta plaza el viejo caserón que, en tiempos, fue Escuela Superior de Guerra, en la que el espeluznante capitán Sánchez, junto con su hija María Luisa, provocaron el des cuartizamiento del Sr. García Jalón, en el año 1913. En la actuali dad es una fábrica de confecciones. La hermana gemela de la anterior es la plaza del Conde Ba rajas, en recuerdo del condado de dicha dinastía, circundada por la calle de la Pasa, sede de la curia eclesiástica matritense. En ella ra dicó el palacio de los Cárdenas y de los Zapatas, que albergó al ge neral don Baldomero Espartero, victorioso triunfador de la revolu ción de 1854. Igualmente, tuvo allí su sede la Comisaría del Tribunal de Cruzadas, siendo su comisario el famoso Varela, derro chador de los fondos de dicha administracción. Retrocediendo nuestros pasos volvemos a Puerta Cerrada, za guán de la antoñana y pontificial calle del Nuncio, vía tortuosa y retorcida, muy adecuada para hacer su negocio los malandrines y capeadores, gran plaga de aquellos tiempos de capa y espada. El pa lacio barroco de la Nunciatura Apostólica fue propiedad de la opu lenta familia de los Vargas, cuyos linajudos antepasados tuvieron por mozo de labranza al Patrón de Madrid, San Isidro; pasando des pués al patrimonio de don Rodrigo Calderón, el opulento primado del duque de Lerma, que hubo de pagar con la vida su fabulosa pre ponderancia lograda en el reinado de Felipe III. El antiquísimo pa lacio del duque de Santisteban, que sirve de fondo al pretil del mis mo nombre, es la otra dinastía nobiliaria que da prestancia a esta angosta vía. Acaso en ella aposentóse alguna vez, el abandonado de la suerte, don Alvaro de Luna, favorito de don Juan II, qúe habien do sido amo y señor de Castilla, fue ajusticiado en Valladolid y en terrado de limosnas. Vamos a requebrar por el Pretil de Santisteban, en su meta fi nal de la calle del Nuncio, para darnos de cara con la bellísima to rre, de estilo mudéjar, de la iglesia de San Pedro el Viejo. Este templo es, sin duda, el más antiguo de cuantos goza la devoción ma tritense. Se yergue con toda la lozanía como diciendo «Aquí tenéis la única mezquita que podéis admirar los madrileños». Su interior es de una sencillez provinciana que invita al más amplio recogimiento de fe y devoción. Aquí yacen, en el lado del Evangelio, y en capilla propia, la nobilísima familia de los Lujanes. Se cuenta que sus cam panas abrigaban una inocente superstición, ya que por el eco de las mismas hacían desaparecer los nublados; superchería que hacía
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mantener a los crédulos campesinos, mediante unos donativos al sa cristán que hacía voltear las campanas, originándose, por tales ecos, la desaparición de las nubes malignas. Vamos a volver sobre nuestros pasos para adentrarnos en la ca lle de Cuchilleros y, concretamente, en la Hostería de Botín, que en el año 1620 encendió su horno para el dorado cochinillo, durante el reinado de Felipe IV; muchas veces honró con su presencia don Francisco de Quevedo, de quien se recuerda la siguiente anécdota: Queriéndole invitar el Sr. Botín con un vino nuevo que acababa de recibir, le dijo: «¡Por cierto, que es lo mejor que bebí en mi vida que, según es de cristianos, pudiera tomarse como enjuagatorio antes de comulgar!» «¿Queréis decir, con eso, que este vino está bautizado?», replicó, algo mosqueado, el hostelero, a lo respondió don Francisco: «Y aún confirmado por el mismo patriarca de las Indias». Lo que pido como madrileño es, que el oloroso vaho de sus riquí simos asados y bien sazonadas pepitorias, siga perfumando el am biente de esta calle. Como zaguán de la antiquísima Villa matritense, en la margen de la Plaza Mayor, que en los lejanos tiempos de don Juan II, lla móse del Arrabal, está la Escalerilla de Piedra —que los madrileños dieron por llamar Arco de Cuchilleros-, que, todavía hoy conser va el prestigio de su remota mocedad. En lo alto de la pétrea escali nata, está lo que fue taberna de el «Púlpito», hermana de aquella otra que, en la vecina calle Imperial, sirvió de guarida al humani tario bandolero e hijo de Madrid, Luis Candelas. Los resbaladizos peldaños del referido Arco de Cuchilleros hollados por tan diversas plantas, están purificados literalmente por los personajes más re presentativos de la fauna «galdosiana». Traspasamos la calle de Segovia y nos situamos en la madrileñísima plaza de la Paja, ayer plaza del Marqués de Comillas. El re ferido nombre de plaza de la Paja se debe a don Gutierre de Carva jal, obispo de Plasencia, que aportó a las Capellanías gran cantidad de trigo, otros tantos de centeno, y no menos de cebada; siendo su bastada la correspondiente «paja» de los granos, para la construc ción de la joya clásica, gótico-matritense, la Capilla del Obispo, parroquia llamada de Santa María y San Juan de Letrán, descono cida por la mayoría de los madrileños. Don Francisco Herrera de Quevedo, como escribano, fue quien testimonió la fundación de di cha capilla, el 17 de mayo de 1550. En la actualidad se encuentran los sepulcros de don Francisco de Vargas y doña Inés de Carvajal. El primitivo templo se construyó en el siglo XII, quedando pocos restos del mismo, se restauró en el reinado de los Reyes Católicos y, poste
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riormente, en el de Felipe IV, siendo por entonces cuando desapare cen los primeros vestigios del antiguo templo. Hasta el siglo pasado la referida iglesia fue panteón del piadoso Isidro. Vamos a subir la reducida Costanilla de San Andrés para en contrarnos, a la diestra, la calle de los Mancebos, y de cara, la pla za de los Carros, Puerta de Moros, Humilladero y San Andrés. En esta última, se remontan los tiempos en que San Isidro estuvo de mozo de labranza con el hacendoso Iván de Vargas, hasta la muerte del santo, ocurrida un 30 de noviembre de 1172. En la actualidad, la referida morada, palacio de los condes de Paredes, ya no es un solar, es el Museo de San Isidro, que conserva en su intei’ior el pozo -res taurado- y la capilla de San Isidro, donde murió. De este pozo sacó sano y salvo a su hijo, siendo uno de los milagros del santo que, con gran entereza, se arrodilló, oró, y el agua manó hasta el mismo bro cal, flotando sobre ella con vida su hijo. Doce años se tardó en la res tauración de la referida iglesia, ordenada por Felipe IV y terminada por su hijo Carlos II. Su valor fue de once millones novecientos se senta y seis mil reales, costeados por los virreyes de México y Perú. Una vez terminadas las obras de restauración fue trasladado, el 15 de mayo de 1669, el cuerpo incorrupto de San Isidro, desde la ca pilla del Obispo al centro de la ancha nave, donde reposaron hasta el año 1765, fecha en la que fue llevado a la Iglesia del Colegio Im perial, en la calle de Toledo. Como estamos a mano, nos adentraremos en la madrileña y re coleta Cava Baja; como cantara en sus estrofas nuestro erudito cro nista y símbolo del pueblo madrileño, don Emilio Carrere: «Mesones de la Cava. Los carros trajineros con las varas en alto. Fritanga en la cocina; ropa tendida al sol y canciones de arriero, y algún rústico clásico de alforjas y anguarinas».
Como antesala de esta calle está Puerta Cerrada, y como desem bocadura, la plaza del Humilladero. Entre plaza y plaza, se extien de esta calle llena de posadas y mesones; en el 12, la del «León de Oro»; en el 14, la del «Dragón»; en el 32, la de la «Merced» -hoy de saparecida-, estando todas ellas actualmente, en posesión de hos pedaje. Y en el número 30, estaba el Mesón del Segoviano -antes posada de San Pedro-, fundada en 1740. Triste signo el de esta calle que, antaño, era un torbellino de ca rros, diligencias, llegadas de coches que hacían su recorrido como lí neas a pueblos cercanos, dando lugar a citas de sirvientas y solda
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dos para saludar a sus paisanos que venían a la Villa. Nos acerca mos al número 30, donde estaba enclavado el Mesón del Segoviano, que, era más madrileño que segoviano. Se nos presenta con sus por tones abiertos de par en par; en uno de ellos, y con caracteres casi ilegibles, podemos leer estas estrofas anónimas: «¡Oh Mesón del Segoviano! cuán gratos recuerdos guardas en el patio de tu casa alegre y soleada. Solían hacer pai'adas las antiguas diligencias por dos troncos arrastrados de jacas y yeguas tordas con cascabeles de plata. El cochecillo ligero de la gente adinerada. Las caravanas alegres y los carros de labranza ».
Este Mesón fue revalorizado por turistas, por sus recios muros, sus entramados de madera, sus viejas estancias abovedadas, la de coración lograda por los años y, sobre todo, el ambiente de sus patios y corredores que daban acceso a las habitaciones. El «Mesón del Se goviano» debería haber tenido una continuidad, un ente vivo que conservara su personalidad. Fue derribado en 1990. Aprovechando el itinerario, vamos a doblar por la calle del A l m endro, pues merece la pena admirar una verdadera reliquia de siglos. En el año 1967, al demolerse una casa en la calle del Almen dro número 17, fue descubierto, en un testero, un amplio trecho de muralla, aproximadamente de 15 metros de larga, 5 metros de al tura, y un espesor aproximado de 2 metros. Después de años de abandono, hoy, este solar de la muralla es un jardín y está protegi do por una verja desde la cual se puede ver la muralla. Volvamos nuestros pasos hacia la calle de Segovia, para contem plar, posiblemente, la última fuente que queda en el barrio viejo de nuestros «madriles»: La Fuente de la Cruz Verde. Tiene cinco ca ños centrales y uno en cada lateral. Construida con basamento de piedra de Colmenar, continuando con pilares de piedra caliza, todo ello adosado al muro que sirve de barrera a las huertas del Sacra mento. En el enclave central se pueden observar restos de orificios que, en su día, habían sido los retenedores de las letras de la ins
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cripción, dando datos y fechas historiales de la misma. La referida fuente estuvo enclavada en la plaza de Puerta Cerrada, hasta el año 1850 en que fue trasladada al punto de referencia. La fuente de la Cruz Verde, se me representa como una esbelta y legendaria figura, arraigada de símbolos de leyendas y mitos que pudieran contrastar con las andanzas por estos contornos del célebre bandido madrileño Luis Candelas y, en otros casos, la presencia de grupos de salteado res enmarcados de capa y trabuco que desembocanban en esta pla za a través de la calle de la Villa, dándose la circunstancia de que, por esta época, allí había enclavada una cruz de madera pintada en verde, que fue testigo presencial del último ajusticiado, por Auto de Fe, en nombre de la religión. Plaza del mismo nombre es donde se halla la referida fuente, a la cual le cupo el honor de albergar, en su esquina con la calle de Se govia, al insigne arquitecto Ventura Rodríguez, el que tantas glorias arquitectónicas dio a Madrid. Igualmente, tuvo el mismo honor al designar, el maestro López de Hoyos, la instalación de su academia en el número 2 de la calle de la Villa, caserón con una placa en su fachada donde puede leerse: «A LAS HUMANIDADES DE LA VILLA DE MADRID» Aquí estuvo en el siglo X V I El estudio público de humanidades de la Villa de Madrid. Que regentaba el maestro Juan López de Hoyos y al que asistió como discípulo Miguel de Cervantes Saavedra.
Desde esta plaza cruzamos la calle de Segovia, para embrujarnos en un Madrid insólito, un tanto desconocido para la inmensa mayo ría de sus hijos; porque hemos de convenir que el principal encanto del Madrid antiguo es su ambiente, el embrujo de sus calles, plazo letas y rinconadas, de esas escalinatas de piedra que subimos por la calle del Toro, para saturarnos del Barrio de la Morería, con su plaza del Alamillo, su calle del Granado, pintorescas callejuelas que nos hacen evocar nostalgias pasadas, pero que perviven como una flor de leyenda, de ensueños morunos. Subiremos por la calle de la Morería para desembocar en la ca lle Bailén, pasando por el extremo del Viaducto, y llegar a San Francisco el Grande, impresionante monumento del siglo xvil que dirigió Sabatini. Su interior, enriquecido con mármoles y bron ces, fue decorado durante el reinado de Alfonso XII. Son notables
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las estatuas de los doce Apóstoles, obras modernas de Luñol y Benlliure. Su principio como convento se debe al mismo San Francisco que, andando por España en el año 1215, encontró este lugar muy apa cible para demostrar con su pobreza el propósito de penitencia; jun to a una fuente y unos álamos que le sirvieron para construir una ermita, cerca de la calle del Rosario, a base de ramas de árboles y barro. Aquí, San Francisco empezó a predicar su penitencia con dul ce doctrina. La devoción de los madrileños cada vez era más gran de, proliferada con ayudas y limosnas, que seguían engrandeciendo la pequeña ermita en posesión de convento, hasta su derribo en 1760. Cuando fue demolida contaba con veinticinco capillas y cua renta altares, todo ello diseminado por el convento. El actual templo está inspirado, en su conjunto, en San Pedro del Vaticano. El 8 de noviembre de 1761, se colocó la primera piedra, por el cardenal de Toledo; dándose que, dentro del hueco de la pie dra, se depositó un escrito con el nombre del Papa, del Rey, y de cua renta miembros importantes de la Orden que intervenían en esta santa obra. Igualmente, se introdujeron varias monedas, una ima gen de la Virgen de la Aurora y una «Guía del Forastero» de este año. La duración de su construcción fue de veinticinco años, bajo la dirección del lego Francisco Cabezas; posteriormente, el rey Car los III encargó la dirección a Sabatini, para su ornamentación inte rior; aunque, también, hubo un proyecto de Ventura Rodríguez y Vi llanueva que fueron eliminados en el concurso. Su cúpula de treinta y tres metros de diámetro en forma de me dia naranja fue el punto final de la coronación. Los impresionantes frescos interiores fueron pintados por Bayeu, padre político de Goya y los pinceles del propio Goya; González Velázquez y Maella influ yeron para concentrar un verdadero museo del siglo xviii. Este ma ravilloso templo, de planta circular, tiene seis capillas laterales cu biertas por cúpulas apoyadas en pilastras de estilo dórico y un amplio pórtico, siempre inspirado en la idea del Santo Sepulcro de Jerusalén. El 8 de diciembre de 1784 se da posesión de la iglesia y del convento a los franciscanos, no como propietarios, sino como de positarios para la custodia de alhajas, imágenes y altares; ya que el nuevo edificio, como todo su valor interior, es propiedad de la Obra Pía, por haber aportado ésta todos sus caudales. Se ofició una misa con la asistencia del Rey y toda la Corte. En 1771, Carlos III, en una Real Orden, la crea como sede de la Orden. A principios del siglo XIX, con la invasión de las tropas francesas, que culmina con la destrucción de toda su riqueza interior, José Bo-
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ñaparte tiene la descabellada idea de convertir la iglesia en Salón de Corte. El 16 de julio de 1834, se manifiestan, públicamente, los primeros síntomas de una epidemia de cólera, extendiéndose rápi damente por todo Madrid, siendo acusados los religiosos de San Francisco de envenenar las aguas de las fuentes públicas. Al día si guiente, el pueblo, sin más información, se dirigió contra el conven to, y hallaron la muerte inmolados por las masas, más de ochenta religiosos. Sin venir al tema, pero como anécdota curiosa de esta epidemia, cabe decir que en las afueras de Madrid, el propietario de un artilugio de caballitos de madera, de los que por las fiestas se instalaban para regocijo y jolgorio de los pequeños, fue, en las «ur gencias» médicas de la epidemia, declarado «muerto», pero luego, no se sabe si, ya en el trance de enterrarlo o cuando se percataron de que estaba vivo y corrióse la voz de su «resurrección», lo que el gra cejo madrileño aprovechó para bautizar sus caballitos como «los ca ballitos del tío vivo». Poco después se implanta la ley de supresión de las órdenes reli giosas, decreto dado por el ministro Mendizábal, con lo cual se ex pulsa a los hermanos franciscanos. Por tal motivo el templo fue des tinado a Cuartel de Infantería y lo único que se respetó de la Obra Pía, fue el cuarto de Jerusalén. A partir de entonces estuvo en el más completo abandono. En 1837, las Cortes Constituyentes acuer dan convertirlo en Panteón Nacional. El 20 de junio de 1869, son trasladados los restos, desde la Basílica de Atocha, de Garcilaso de la Vega, el Gran Capitán, Juan de Mena, Quevedo, Calderón de la Barca, Marqués de la Ensenada, Ventura Rodríguez, Juan de Villanueva, Ambrosio de Morales, Alonso de Ercilla, Lanuza y Gravina, doce hombres que tantas glorias aportaron a España. Todas las ce nizas, independientemente de sus arcas, fueron depositadas en una capilla donde permanecieron cierto tiempo en el olvido, y luego de vueltos cada uno a sus lugares originarios. Quizás estoy dilatando mi desarrollo en la imagen de esta joya neoclásica española. Pero bien lo merece. Como igualmente el bajo pórtico, con sus portones de filigranas tallas inspiradas en el gótico de Agustín Mustiales, seguido de ideas renacentistas de Antonio Va rela. Para deleitarnos de una viva visión admiremos su fachada, donde sobre una balaustrada, descansan seis estatuas de piedra re presentando a San Agustín, San Antonio, Santiago, San Buenaven tura, Santo Tomás de Aquino y San Francisco. Me extendería de masiado si hiciese una recopilación de toda su riqueza interior, tanto en pinturas, mármoles y bronces. El 2 de febrero de 1963, el
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Papa Juan XXIII, elevó esta iglesia a la categoría de Basílica, debi do a su historial y riqueza artística. Pero volvamos atrás para seguir buscando rincones que invitan a la contemplación. Nada más y nada menos que a la Plaza de la Villa, botoncito singular por su reducido tamaño, pero rica por los edificios que la entornan y, sobre todo, porque ha sido la directriz municipal gobernando a los «madriles» desde su origen. Si hay en Madi’id una plaza importante, esa es la plaza de la Vi lla; con su Torre de los Lujanes, la Casa de Cisneros, la Casa Con sistorial y la Hemeroteca Municipal; en esta última, es donde he be bido el licor de la sabiduría en temas madrileños. Esta plaza la preside, desde su pedestal, don Alvaro de Bazán, velando siempre con sus armas la Casa de la Villa, sede desde su construcción del Ayuntamiento, y que, antiguamente, además también fuera cárcel. Hermanada a ésta sobre la difunta calle de Madrid, está la Casa de Cisneros que debe su nombre a su constructor, sobrino del famoso Cardenal. Esta casa fue albergue del general Narváez y en ella na ció el conde de Romanones, siendo en la actualidad propiedad del Ayuntamiento de Madrid. Frente a la Casa Consistorial, se alza el edificio de estilo mudéjar de la antigua Hemeroteca Municipal, principio de la callecita del Cordón que tiene su remate en la calle del Sacramento. En el za guán de entrada se encontraban los sepulcros de Beatriz Galindo La Latina y de su esposo Francisco Rodríguez el Artillero, sepulcros de líneas platerescas que hizo cincelar la propia Beatriz Galindo. En la actualidad se hallan a la entrada de la antigua capilla del Museo Municipal. El edificio lleva varios años cerrado al público, por lo que no po demos disfrutar con la mirada la bella balaustrada en su entrada principal, balaustrada de estilo gótico, labrada por el moro Hazan, y con su lienzo lateral, en magistral color, sobre la Apocalipsis, de Abrial, genial pintor canario. La referida Hemeroteca se fundó en 1916, bajo el mandato del al calde duque de Almodóvar del Valle. Su primer director, don Ricar do Fuentes, fue gran impulsor de la Hemeroteca. En la misma de pendencia se encontraba, tal como lo dejó, el despacho de Mesonero Romanos, actualmente situado en el Museo Municipal. Hermanada a esta Hemeroteca, se mantiene viva y lozana la To rre de los Lujanes, que ayuda a formar uno de los rincones que re cuerdan la infancia de la cortesana Villa. Por aquel entonces, esta referida torre contaba con dos siglos largos de existencia, y pertene cía a la linajuda familia de los Lujanes. Se ennobleció aún más des-
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de que en 1525 viniera a tener por huésped a Francisco I, rey de Francia, tras la batalla de Pavía. En la actualidad se encuentran ubicadas en la referida casa: la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, desde el 17 de junio de 1775; y la Real Sociedad Econó mica Matritense de Amigos del País, desde 1857. Una especie de espejo retrovisor nos obliga a volver la vista ha cia una joya de sabor escurialense, llamada: Casa de la Villa. La Casa de la Villa tardó varios siglos en albergar al Ayunta miento de Madrid, ya que, en sus comienzos históricos, las reunio nes de regidores municipales, que entonces eran los hombres bue nos de Madrid, se convocaban al toque de la campana de la parroquia de El Salvador y se realizaban en su pórtico, que era el solar situado en la calle Mayor esquina a la de señores de Luzón; antes de ser Plaza de la Villa, fue la de San Salvador. El 3 de abril de 1620, se iniciaron las obras bajo la traza del ar quitecto Juan Gómez de Mora, terminándose el año 1696 por el ar quitecto Teodoro de Ardemans, por fallecimiento de Gómez Mora. Al inaugurarse tenía dos distintos cometidos, como Casa Consistorial y como Cárcel de la Villa, motivo por el que tiene dos portones princi pales. Su interior encierra obras valiosas, pero, no me voy a extender en su definición completa. Su escalera principal se adorna con dos grandes tapices laterales, joyas del siglo xvil, tejidos en seda y lana, fabricados en Bruselas, de Reydams. En el desembarque de la esca lera se encuentra la galería superior, adornada con dos magistrales esculturas, obras del escultor Miguel Blay, una de ellas titulada Mu jer con flores, y la otra Nagade, que representa un desnudo con una paloma. La Secretaría está formada por dos piezas, unidas entre sí por un arco con apoyos de columnas, los techos están decorados con moti vos heráldicos del escudo de Madrid. En una dependencia se en cuentra el retrato de Carlos III, obra de Mengs, y el de «Isabel II, ni ña», de Vicente López. Para mí, el punto de mayor interés, es el conocido Salón de Go ya, con un techo de espejo pintado al fresco en el siglo xvil, por los artistas Ledesma y Villodo. La grandiosidad de este salón es la re presentada por don Francisco de Goya, con la obra denominada Ale goría de la Villa de Madrid; quince mil reales cobró Goya por esta obra. La cúpula de la estancia central sostiene las figuras de las penichas, representando La Fe, Pureza, Obediencia y Castidad. Pode mos observar, igualmente, una talla de Mariano Benlliure, en ma dera, representando «El Sagrado Corazón». La gran majestuosidad
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es la «Custodia de la Villa», excelente orfebrería realizada en 1565, por Francisco Alvarez. Su historial se debe a que Madrid no tenía sede Episcopal y, por tanto, carecía de Catedral, no teniendo custo dia representativa que figurara en la procesión del Corpus. El Salón de Sesiones está cubierto por un techo que pintó Anto nio Acisclo Palomino, en 1962. El Patio de Cristales, que perdió la razón de su nombre al cambiar su pavimento. Se pensó, en 1892, ha cer un salón del patio de la casa, cubriéndole con un patio, de cris tales, hoy cambiado por material más permanente. En fin, que para detallar todas las riquezas que esta Casa encierra se tendría que editar un libro aparte, pues quedan muchos valores sin reseñar. Vuelvo mis pasos bajando por la calle M adrid -hoy desapareci da-, hacia la calle del Sacramento, calle que une Puerta Cerrada con la iglesia de Santa María, dividida en dos tramos; primero la ca lle de San Justo hasta la plaza del Cordón, y desde ésta hasta su fi nal, Sacramento. Posiblemente, sea la calle del viejo Madrid más llana y recta hasta su límite con el Arco de Santa María, puerta de la primera muralla musulmana que defendía la Ciudadela del Alcá zar, derribada en 1515. Esta vía se inicia con la calle de San Justo, que en su mano de recha está el viejo caserón de portada barroca, residencia del Arzo bispado Madrid-Alcalá, medianera al Pasadizo del Panecillo y her manada con la iglesia Pontificial de San Miguel. El referido casalurión conserva en su interior valiosas joyas de arte. Igualmen te, se puede admirar un vaciado de la escultura de Alfonso X el Sa bio, secundada por el cuadro más importante depositado por la Aca demia de la Historia en el Palacio Arzobispal, denominado La multiplicación de los panes y los peces, de Herrera el Viejo. En una de las estancias estaba la reliquia que produce una emo tividad por el arte de esta joya: el Arcón que guardó durante siglos el cuerpo de nuestro Patrón San Isidro. Arca de madera recubierta de cuero y relieves de estucos, con filigranas góticas de zarcillos en yeso, de finales del siglo xm. En el frontal del referido arcón, borra da su pintura, se puede aún distinguir la escena del milagro de los bueyes, arando y guiados por ángeles, mientras Isidro se entrega a la oración; igualmente, se puede observar un poco ilegible las esce nas de la multiplicación de los granos de trigo, después de haberlos dado a los pajarillos. Actualmente, el arca de San Isidro se halla en la Catedral de la Almudena. La Capilla del referido Palacio fue construida bajo la dirección del Marqués de Cubas y Olavarría, siendo su inauguración el 7 de febrero de 1895. Representa un retablo del siglo xvi, de Juan de Bor-
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goña, con sus tablas representativas de la Magdalena, la Anun ciación, la Visitación, la Adoración de los pastores, la Adoración de los Reyes, San Juan Bautista, la Resurrección de Lázaro, San Lo renzo, la Oración del Huerto, la Verónica, el Descendimiento, Santa Catalina, la Resurrección y San Cristobalón. En su altar se puede admirar un Cristo en marfil, de Alonso Cano. Como línea divisoria a la calle está el Pasadizo del Panecillo y la Basílica Pontificia de San Miguel, que anteriormente estu vo dedicada a San Justo. Parroquia que figuró en cuarto lugar en el Fuero otorgado a Madrid por Alfonso V III, en 1160. Su fachada esbeltece las esculturas con los Santos Justo y Pastor, de Carisana. A un lado y a otro, hornacinas representando a la Caridad, y la For taleza, en su parte superior, y en la inferior, la Fe y la Esperanza, obras igualmente de Carisana y Michel. Remata dicha fachada, so bre su frontón curvo, dos ángeles arrodillados sosteniendo la Cruz. Su construcción fue iniciada por el Arzobispo de Larisa, y gober nador del Arzobispado, al colocar la primera piedra del templo, un 20 de septiembre de 1739, en representación del Cardenal infante Luis Jaime de Borbón. El proyecto fue obra del arquitecto Santiago Bonavia, bajo cuya dirección se hizo la bóveda, basamento superior de la iglesia, las pilastras, las seis capillas y la fachada principal en piedra berroqueña con entrepaños de ladrillo. En 1743 se encargó de la continuación de las obras, Virgilio Rabaglio, que concluyó la fa chada principal sin las esculturas, los capiteles de las pilastras y los seis arcos de las capillas. En 1750, el arquitecto Andrés de Rusca re mata las obras de la capilla mayor, sacristía y oficinas del referido templo. En la Capilla Mayor -parece ser que se pensó decorarla con un retablo de Ventura Rodríguez-, está enmarcado, con un cuadro fe nomenal, representando la Batalla de San Miguel y los ángeles re beldes, de Ferrant, y sobre él dos ángeles de escultura, obra de Pe dro Hermoso, y encima el Padre Eterno, un medallón, obra de los González-Velázquez, autores de la pintura del casquete de la bóve da. A ambos lados del cuadro central, podemos admirar dos meda llones en relieve de Jesús y María en bustos, sostenidos por ángeles, que realizó el propio Pedro Hermoso. En 1891, la parroquia de San Justo quedó establecida en el viejo monasterio de las Maravillas, en la calle de la Palma, y la iglesia perteneció durante algún tiempo a la Parroquia de Santa María. Por haberse derribado en el año 1885 la iglesia y hospital de los Ita lianos, que desde el siglo xvi tenía la colonia italiana en Madrid, en la Carrera de San Jerónimo, se cedió el templo a la Nunciatura
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Apostólica, y en 1892, se entregó a los cuidados de los redentoristas. En el año 1930, el Nuncio Tedeschini la elevó a basílica menor y, re cientemente, con el Nuncio Antoniutti pasó a ser regida por el Opus Dei, realizando en ella diversas innovaciones decorativas. Sigamos por la calle del Sacramento hasta su límite con lo que fue el Arco de Santa María, donde estuvo ubicada la primera puer ta del primer recinto amurallado madrileño, puerta derribada en 1572, con ocasión de la entrada de la reina doña Ana de Austria. La referida calle, posiblemente la única que iba por terreno llano, po seía en principio apenas un caserío sin importancia. Ya en el si glo xvil, los señores del Consejo de su Majestad decidieron el ensan che de la misma, debido a que solía pasar la procesión del Santísimo Sacramento. La relación de propiedades de las casas afectadas, da idea del carácter principal de esta vía de los Austrias. Mayorazgo de los Prados y Mármol, del secretario del Ayuntamiento Santiago Fer nández, del doctor Diego Méndez, del marqués de Cañete, de Don Pedro Juárez. La Villa de Madrid adquirió por 12.840 ducados al marqués de la Hinojosa, las casas del mayorazgo de don Pedro de Mendoza, donde solían vivir los presidentes del Consejo de Castilla. Entre las calles de Puñonrostro, Doctor Letamendi y Cordón, se encuentra la plaza del Cordón, que lo recibió de la casa que con es te atributo franciscano perteneció a los Puñonrostro. En la actual calle del Doctor Letamendi, está la casa del mayorazgo de los Var gas, de los que fue criado nuestro Pati’ón San Isidro. El referido casalurión estuvo a punto de desaparecer, en el año 1855, sin llevarse a cabo dicho desatino. En la actualidad la casa de Iván de Vargas se halla abandonada y semiderruida. Se puede contemplar en su puer ta principal un rótulo que recuerda su viejo origen. A la derecha, esquina a la calle del Cordón, podemos contemplar las líneas renacentistas de la Casa de Cisneros, sobrino del Carde nal, con su imagen plasmada en su arco de medio punto con su be llo balcón. Doblando a nuestra mano izquierda, bajamos por la ca lle del Cordón, dándonos de cara con la recoleta plazuela de San Javier, «un recodo de meditación en que se fragua lo muy madrile ño, en que el destino se guarece y se recuesta, en que el genio de la raza se come una sardina entre dos pedazos de pan», palabras de Ramón Gómez de la Serna. En ella existía un mesón del mismo nombre, que se dice fue alojamiento del aposentador de Felipe II, y que tuvo relación con las hazañas de Luis Candelas. Volviendo mis pasos hacia el límite de la calle del Sacramento, nos dábamos de cara con la más bella construcción barroca madri leña del siglo xvil, el Monasterio e Iglesia de las Religiosas Ber-
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nardas del Santísimo Sacramento. Su fundador, el duque de Uceda, que en el año 1616, hizo traer a las primeras religiosas del monasterio de Santa Ana, de Valladolid. En el referido monasterio tomó el hábito de Santiago, con gran esplendor, don Francisco de Quevedo, en el año 1618, siendo su padrino el propio duque de Uce da; su construcción se debía al arquitecto Gómez de Mora. El con vento del Sacramento fue derribado en 1972. La iglesia actual se encomendó a tres arquitectos: el jesuíta her mano Bautista, a Manuel del Olmo y a Bartolomé Hurtado. En 1617 se inician las obras, firmando la escritura la abadesa, sor Mariana de la Cruz, el arquitecto don Manuel Hurtado y el administrador de la casa de Uceda. Tras una serie de pleitos del arquitecto Hurtado y la administracción del convento por motivos de sus honorarios, éste abandona la obra, y se hace cargo el arquitecto Andrés Esteban, que la concluyó colocando en su altar mayor el Santísimo, en el año 1744. La iglesia, de planta de cruz latina con nave central de tres tra mos, cubierta por bóveda de medio cañón con lunetos. En los late rales de su nave principal, existen hornacinas separadas por pilas tras que rodean la iglesia, coronadas por capiteles de orden mixto. Los triglifos amensulados que van sobre el entablado aparejados, aparecen en grupos de cuatro en el anillo de la cúpula. La fachada está caracterizada con predominios de elementos herrerianos, muy propio en monumentos religiosos madrileños del si glo XVI: dividida en tres cuerpos y tres calles, con tres arcos en su cuerpo bajo, el central rebajado y los laterales de medio punto. En su segunda planta dos plantas enmarcadas por robustas molduras y, en su centro, un relieve de San Bernardo y San Benito. Tres hue cos de ventanas rematan en su planta tercera, coronados por capi teles con jarrones espadañados. En el desarrollo de este recorrido, me he visto un poco apenado por la desaparición del monasterio que fue derribado sin piedad ar tística, en 1972, siendo sustituido por un edificio de viviendas. El templo conserva todavía pinturas al fresco de los hermanos González-Velázquez: santos de la orden de San Benito y Santos Benito y Bernardo, con Santa Umberina y Santa Escolástica en las pechinas; en el tambor, Sansón, el Salvador, San Juan Bautista y un paisaje. En el altar mayor, un retablo neoclásico de Gregorio Ferro, con San Benito y San Bernardo adorando al Santísimo Sacramento. A esta comunidad bernarda del monasterio se unieron las de la misma Orden del Convento de Pinto y la de Vallecas. Con ocasión del derribo de la más antigua parroquia madrileña, llamada de San-
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ta María, en el año 1868, pasaron a este templo las imágenes de la Virgen de la Almudena y la de la Flor de Lis, que en ella se venera ban, y con ella se estableció la Parroquia matriz de Madrid. En la actualidad se hallan en la Catedral de la Almudena. Entre la iglesia y lo que es hoy Capitanía General -antes Pala cio de los Consejos, y en su origen palacio de los duques de Uceda-, nos encontramos con el Pretil de los Consejos, por el cual descen demos a la calle de la Villa. Descansamos unos momentos para reflexionar, aunque sólo sea para recordar lo que Madrid ganó sin pretenderlo, pero con méritos insuperables e irrebatibles, de capital abnegada y paciente que de jó de ser Villa, para convertirse en ciudad de los brazos abiertos, co mo diría Antonio Machado, «Madrid rompeolas de todas las Españas». Madrid, se lia dicho, es una síntesis o un crisol en el que todo que llega se funde. Que es de los madrileños de opción, como de los de nacimiento. Que nadie es extraño ni forastero en Madrid. Pero sigamos adelante para conocer más de cerca un Madrid ibe ro, celta o romano, con su primer recinto amurallado. A mediados del siglo IX se quiso convertir una aldea visigótica en una plaza fuer te y poderosa, por mandato de Muhammad I. El pequeño Magerit de entonces era una pequeña villa musulmana con dos recintos, uno en torno al Castillo como ciudadela y otro pegado a él, buscando pro tección, que descendía por las soleadas laderas hasta la vaguada de la calle de Segovia. Después de la reconquista definitiva de Madrid por Alfonso VI, la mezquita que existía se convertiría en una iglesia dedicada a la Virgen, recibiendo ésta el nombre de Virgen de la Almudena. Posi blemente, al principio, se colocaría una imagen de la Virgen a la que la tradición piadosa, para exaltar la devoción de sus fieles, dio un origen milagroso. Como la mezquita -luego iglesia- se hallaba in mediata a la muralla del recinto de la Alcazaba, muralla que en al guno de sus lienzos todavía subsiste y puede verse, la leyenda su puso que aquella imagen se encontró al derribarse un lienzo de muralla, donde había sido escondida por los cristianos al verse sor prendidos por la invasión musulmana. El 10 de septiembre de 1879, y por una Real Orden, se remitió para su estudio al alcalde presidente y al Ministerio de Hacienda, el plano de la Iglesia de Nuestra Señora de la Almudena, plano que había trazado el marqués de Cubas. Una Real Orden fechada el 27 de agosto de 1880 aprueba el proyecto. El cuatro de abril de 1883, en presencia de don Alfonso XII y de la real familia, se coloca la primera piedra. Parecía que iba a cum
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plirse un viejo sueño de Madrid, respondiendo a un templo digno de su grandeza y a la veneración que inspiraba la Virgen de la Almudena. Para ello el marqués de Cubas amplió su proyecto dándole una máxima consideración ya que de iglesia parroquial se converti ría en templo-catedral. El marqués de Cubas estudia dos proyectos: el primero está con traza de arquitectura gótica del siglo XV español y presenta como cu riosidad el gran mausoleo de la reina Mercedes, situado en el brazo de poniente del crucero. La reina, que había sido una gran impulso ra de esta magna obra, fue el motivo de que Alfonso XII quiso ente rrarla allí al no poder ocupar un puesto en el Panteón de los Reyes en El Escorial, por no haber tenido descendencia reinante. Dicho mausoleo a la reina Mercedes es sumamente romántico. El segundo proyecto ampliado, es el que siguió y se sigue. Las obras empezaron por la cripta. En 1899, muere el marqués de Cu bas, sucediéndole en esta impresionante obra su colaborador, arqui tecto Olavarría. Este último murió en 1904 y le sucedió don Enrique María Repullés y Vargas. El 31 de mayo de 1911, se abrió al culto la gran cripta definitivamente terminada. Repullés murió en 1922, su cediéndole en sus funciones el maestro mayor de Palacio, don Juan Moya. Durante la guerra 1936-1939, las obras quedaron completamen te paralizadas, y sólo fueron reanudadas, pero con escasos recursos, una vez terminada la guerra. Aquí, se empezó un cambio de impre siones entre determinadas personalidades técnicas que preocupaba por razones estéticas, ya que el marqués de Cubas en 1883, proyec tó la gran iglesia cuando estaba en auge el gótico ecléctico, que se consideraba el estilo cristiano por excelencia. Pero, en 1940, el mar qués de Lozoya, entonces director general de Bellas Artes, promue ve un concurso para dar una nueva solución arquitectónica a la ca tedral de la Almudena. Concurso que fue otorgado a los arquitectos don Carlos Sidro y don Fernando Chueca. Proyecto que había sido galardonado con el Premio Nacional de Arquitectura. Don José Mo reno Torres, alcalde en funciones, llamó a los referidos arquitectos y les encargó que empezaran los planos definitivos, para iniciar la pri mera fase de la realización del proyecto. Las obras empezaron por el cuerpo del claustro, o sea el más cer cano a la calle Bailén, y éstas fueron terminadas en el año 1955, siendo alcalde el conde de Mayalde. Hubo un cambio de deliberacio nes acerca de dónde convendría más seguir, decidiéndose avanzar en las obras del templo, para tratar en el plazo más breve posible verlo terminado. Por fin, la Catedral se inauguró en el año 1992.
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Vamos a volver por la calle Mayor, adentrarnos por los sopor tales de la calle de Ciudad Rodrigo, donde en tiempos estuvo la Puerta de Guadalajara, cruzamos la Plaza Mayor para desembo car en la calle de Gerona y situarnos en la Plaza de la Provincia, donde se alza lo que siglos atrás fue Cárcel de Corte. Bello rincón olvidado y de los más representativos de la Corte de los Austrias en su segunda época, es esta plaza llamada de la Pro vincia, que a manera de telón de fondo encumbra el remozado Mi nisterio de Asuntos Exteriores, venerable palacio que en su lejana infancia fue Cárcel de Corte, más tarde Audiencia, y cuando ya es tábamos en la penosa agonía de perder las pocas colonias que nos quedaban en América, Ministerio de Ultramar. Su primer período, desde 1629 a 1786, fue Felipe IV el que man dó labrar este vasto y bello edificio cuya construcción comenzó en 1629, finalizando en 1643, aunque ya se habilitó cierta zona en el año 1634, debido, quizá, a la proliferación de gente de calidad que se descamaba por los tortuosos caminos del delito, o por atajos de la intriga cortesana, para chapotear en las revueltas aguas de la po lítica. Sin duda, fue propósito del galante monarca, hacer a sus corte sanos delincuentes una gran residencia amena y confortable, prue ba de ello la inscripción que en una de sus puertas laterales hizo grabar la siguiente leyenda: «Reinando la Majestad de Felipe IV, año 1634, con acuerdo del Consejo se fabricó esta Cárcel de Corte para comodidad y se guridad de los presos». Y era cierto, pues los infelices que allí tenían un forzoso hospe daje hasta dar con sus míseros cuerpos en los bancos de las galeras o en las manos del verdugo, éstos sufrían lo indecible por la codicia del alcaide y de los carceleros, que les hacían pagar a peso de oro la manutención y la estancia en los horribles calabozos, siendo cómplece el Estado, que consentía estos desmanes. Su traza se debe al conde Crecenti, aunque también se le atribu ye por parte de algunos historiadores, al arquitecto Juan Gómez de Mora. Consta de dos plantas, en sus laterales dos bellos torreones con chapitel y cruz. Su fachada principal consta de dos líneas ar quitectónicas, la baja con seis columnas de granito de estilo dórico; y una zona alta rematada con un escudo de armas de España, coro nado por un ángel. Este conjunto se le atribuye a Antonio de Herre ra Barbueno.
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En su interior existe una magnífica escalera de piedra en un so lo tramo, la que conduce al piso superior, teniendo por laterales, dos galerías con arcos de medio punto con columnas dóricas y toscanas de una esplendorosa visual. En tiempos del omnímodo poder del Conde Duque de Olivares condenaba a prisión y a muerte a cuantos miraba como enemigos, que ocupaban la parte superior. La zona baja de los sótanos la ócupaban las salas de tormento, con el fin de que los gritos y lamentos de los que tenían el infortunio de entrar en tratos con el verdugo, no llegasen al exterior. Hasta mediados del siglo X IX tuvo por vecinos inmediatos el con vento de Santo Tomás y la iglesia de Santa Cruz, teniendo ésta un reloj por el que se regían los escribanos, y una torre que por su ele vada altura era llamada la Atalaya de la Corte. Ésta tenía el privi legio de albergar en sus dependencias a la congregación de la Paz y la Caridad, que acompañaba en sus últimas horas a los reos de muerte, hasta dejarlos en la paz de la tierra: si habían sido degolla dos, se les enterraba bajo la bóveda de dicha iglesia; los condenados a garrote vil recibían sepultura en la iglesia de San Miguel, y los ahorcados, en la iglesia de San Ginés. Las terribles sentencias eran fulminadas en la vecina Audiencia por los caballeros de toga y vara y expendían su horror por toda la Villa. Y, cuando al pie de la torre de Santa Cruz eran expuestos los cadáveres de los ajusticiados, y los restos de criminales y ladrones que encerrados en jaulas de hierro habían realizado las encrucija das y los caminos, no faltaba la mirada contemplativa de las gentes que interrumpían la circulación. Como colofón histórico recordemos que de 1834 a 1877, se deno mina Palacio de la Audiencia, cesando por estas fechas los alcaldes de Corte, creándose la primera Audiencia de Madrid. En 1850, se supiimió el título de Cárcel de Corte. De 1877 a 1899, se le denomi nó como Ministerio de Ultramar; por esta época se instalaron en sus patios las estatuas de Cristobal Colón y la de Juan Sebastián Elcano, posteriormente las referidas estatuas desaparecieron, pero deja ron patente sus nombres en los dos mencionados patios, llamándo se el de Colón al de la derecha, y de el Elcano al de la izquierda. En 1901 fue designado como Ministerio de Asuntos Exteriores, en cuyas puertas laterales se grabaron las siguientes inscripciones, hoy desaparecidas. A la derecha: «Reinando la Majestad Católica de Felipe IV, se construyó este edificio año de M D CXXXVI»; a la izquierda: «Reinando la Majestad Católica de Alfonso XIII, bajo la regencia de su augus-
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ta madre, se trasladó a este edificio el Ministerio de Estado, año MCM l». A partir de 1930, se llevaron a cabo un amplio plan de reformas, aumentos, cambios y mejoras de este soberbio edificio que para Cár cel de Corte fue construido en el siglo xvil. Tras este largo caminar sobre retazos históricos, retornaremos hacia nuestro punto de partida, en Puerta Cerrada, para hacer un alto en casa «Paco», donde repostaremos con unos trozos de jamón y unos «chatos» de Valdepeñas. Y sin más, basta con este recorrido por el viejo Madrid, satura dos todos de viejas reliquias que, desgraciadamente, muchos madri leños deconocen y que en estas líneas he querido plasmar para que ellos las digieran y sepan comprender las riquezas de los barrios de los Austrias y de los Borbones.
Patio del Palacio de Santa Cruz.
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Venta-casa de comidas, en el camino de Alcalá, año 1860.
MERENDEROS DE LAS VENTAS DEL ESPÍRITU SANTO
((Lo ameno de estos merenderos, aparte de la merienda, eran los bailes que al compás del organillo se organizaban en los mismos, pulsado el manubrio por un experto artista en el arte de interpretar las piezas y que los ((puntos» de baile dominaban, tales como el Canario, el Bacho, Lucio el de Cabestreros, Mamerto el Cerrajas, todos estos con sus compañeras de “punto ”, la Herrerita, la Filete, Concha la Tacones».
«Corrida en Las Ventas». Óleo de Gutiérrez Solana.
asta hace pocos años al arroyo Abroñigal lo sal vaba por las Ventas un puente que se denominaba Calero. A ambos lados de este arroyo estaban ubicados casi todos los merenderos de las Ventas del Espíritu Santo. Estos merenderos fueron fa mosos en la picaresca madrileña. Recuerdo algu nos de ellos, tales como La Rioja, los Andaluces, la Paquita, entre los muchos que allí existían. Desgraciadamente, ya no queda ninguno. Las Ventas era uno de los extremos de Madrid; concretamente, en este punto del arroyo Abro ñigal se acababa el término municipal madrileño. El merendero, como bien dice el diccionario de la Real Academia, es un sitio para merendar o que sirven meriendas. En ellos no se servían tes ni «cubatas», sino tortillas de escabeche, caracoles en su salsa, callos a la madrileña, y, sobre todo, unas exquisitas ensaladas con lechugas cultivadas en el mismo arroyo, sin faltar, claro está, la frasca de vino de Arganda. Existía un abrevadero donde bebían las muías de los volquetes que para el transporte existían en Madrid, y que se encerraban por estos contornos. Por regla general, las muías llevaban un collar del que pendían unos cencerrillos. Estos cence rril los, entre tortilla y trago de vino, se oían en estos merenderos. Lo ameno de estos merenderos, aparte de la merienda, eran, los bailes que al compás del organillo se organizaban en los mismos, pulsado el manubrio por un experto artista en el arte de interpretar las piezas y que los «puntos» de baile dominaban, tales como el Ca nario, el Bacho, Lucio el de Cabestreros, Mamerto el Cerrajas, todos estos con sus compañeras de «punto», la Herrerita, la Filete, Concha la Tacones. Para estos «puntos» había un día de moda, los lunes, porque los domingos iba toda la plebe al baile. Todos tenían su pa reja. Nunca bebían casi alcohol, pedían una botella de «chapurrea do», que era un poco de vino en la botella y el resto de limón, cuyo importe era de 0,75 pesetas. Gente muy seria y poco amiga de jol gorios. Por eso, los lunes era el día de la aristocracia del «chotis» a izquierdas.
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El verlos bailar era algo de una belleza perfecta. La pareja de «puntos» nunca hablaba bailando. Reconcentrados en el «chotis», en la «mazurca», o en la «habanera», era como una tarántula que les picaba. Las «ninfas» bailadoras, no eran guapas, eran finitas y esbeltas, eso sí, muy bien calzadas, con faldas amplias y largas, con blusas de colores vivos, «repeinás», con peinetas de falsos brillan tes. Su papel consistía en dejarse llevar, seguir al «punto» de baile —arte sumamente difícil-, porque en el baile es donde únicamente «manda» el hombre sobre la mujer y ésta se deja llevar, a compás, ajustada al ritmo de los pasos del hombre. Como bien se sabe, a pocos centenares de metros se encuentra el cementerio del Este, en la carretera de Yicálvaro, donde a diario se celebraban entierros bien nutrido de acompañantes, que una vez fi nalizado el sepelio, muchos de ellos se quedaban en las Ventas del Espíritu Santo para alegrar las penas que poco antes demostraban ante la familia del finado, y aquí venía la gran chuletada con sus buenos tragos de tinto de Arganda. Otros asistentes a estos merenderos, eran los buenos aficionados al arte de Cúchares, que asistían a las grandes corridas de toros que se celebraban a pocos metros del arroyo Abroñigal, en la gran Plaza de Toros de Las Ventas, plaza inaugurada el primero de Octubre de 1934 con la actuación de los diestros Juan Belmonte, Marcial Lalanda y Joaquín Rodríguez Cagancho. Pues bien, esos núcleos de ami gos que asistían a las corridas, después de un par de horas de «olés», al finalizar el festejo se trasladaban a celebrarlo en algún merende ro de los muchos que se encontraban en esta zona. Como es de ri tual, les preparaban una buena fuente de chuletas asadas a la bra sa, acompañada de una buena ensalada de aceitunas negras, escabeche, pimientos morrones y cebolletas, todo ello con su corres pondiente aliño, claro está, y con dos o tres frascas de tinto. Y ésta sí que era la mejor faena de toda la tarde en la que ellos mismos ha bían participado. Todo esto, en muchos casos, era a cambio de una buena ración de «morros» que sus respectivas parientas les tenían preparado en casa cuando estos comensales hacían acto de presen cia en la misma, y, posiblemente, con razón, por no participar ellas en las francachelas que sus maridos organizaban. En favor de esos «puntos» de baile, de esos sufridos asistentes al último adiós del amigo y a esos buenos aficionados al arte de los to ros, lanzo un profundo suspiro por la desaparición de estos clásicos merenderos de las Ventas del Espíritu Santo, que tanto populariza ron a los hijos de Madrid.
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LAS BUHARDILLAS MADRILEÑAS
« Las buhardillas no son tristes, de ninguna manera, habítela quien la habite y desnuda de adornos, es siempre alegre. Tienen esa alegría de lo primitivo, de lo sencillo y humilde, sobre todo exteriorm en te que es donde se encuentra toda su majeza de altanería, sus buhardas parecen ojos abiertos ante las mañanas y anocheceres madrileños».
Vista de la Plaza Mayor.
egún el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, buhardilla es: «Ventana que se levanta por encima del tejado de una casa, con su caba llete cubierto de tejas o pizarras, y sirve par dar luz a los desvanes o para salir por ella a los te jados». Las sucesivas generaciones de arquitectos han ido rompiendo, sin pausa ni excepción, las líneas arquitectónicas de los tejados madrileños con sus buhardas de remate en sus tejas simétricas, que parecían como un pentagrama con sus líneas paralelas entre sí, y que se rompían en su línea longi tudinal al entroncarse con los aleros. ¡Qué esbeltez y gallardía com ponían estas buhardillas asentadas en la teja curva, con su albahaca o hierbabuena, plantas que tanto dicen de la vida matritense! Las buhardillas se me antojan como el alma de los tejados que les da un motivo ornamental y primoroso, donde gatos, pájaros y jaramagos se hermanan en convivencia. Los gatos, animales solitarios que parecen obligados a vivir con solteronas, se escapan a los teja dos para vivir sus empresas de amor cuando la luna llena platea la noche. Allí maúllan su desesperación amorosa. Los gorriones andan a saltitos buscando miguitas de pan que el humano vecino de la buhardilla le pone a diario. El jaramago o barbecho que parece pro liférai’ en las juntas arcillosas de las tejas, parece asomarse curio samente a la calle en su balconada que forma el alero. Hay buhardillas en Madrid a las que han adosado tabladillo de madera y una balaustrada de listones, todo ello realizado con trozos de cajones viejos, y a su vez decorados con tiestos de plantas oloro sas que parecen querer hermanarse con las estrellas en las noches madrileñas. Las buhardillas no son tristes, de ninguna manera, ha bítela quien la habite y desnuda de adornos, es siempre alegre. Tie nen esa alegría de lo primitivo, de lo sencillo y humilde, sobre todo exteriormente que es donde se encuentra toda su majeza de altane ría, sus buhardas parecen ojos abiertos ante las mañanas y anoche ceres madrileños.
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A primera vista se nos antoja que de la parte exterior de una buhardilla no se puede hacer nada para embellecerla y acondicio narla. Pues sí que se puede embellecer. ¿Quién no ha visto o sigue viendo las buhardillas -sobre todo en barrios bajos-, con una deco ración arraigada, dando luz y alegría a las mismas, con su orna mentación de tiestos y macetas abigarradas de campanillas, capu chinas, albahaca, sándalo o hierbabuena?; y cómo no, todavía tienen cavidad para colgar la jaula del jilguero y en su base el clásico boti jo que recoge a través de sus poros el frescor de las noches agos teñas. Aunque algunas comparaciones, para mí, son odiosas, un tejado formado por teja curva sin buhardillas es como un campo árido sin ninguna señal de vegetación. Por otra parte, basta considerar el de seo vehemente que anhelan nuestros bohemios, poetas e incluso pintores de arte por una castiza buhardilla en los barrios que le dan su privilegio. Caso paradógico y amor a las buhardillas. Buhardillas perdidas e invisibles por los evocadores rincones ma tritenses, en sus calles estrechitas y retorcidas, se nos antoja ver en la calle del Amparo, Lavapiés, Olivar, Jesús y María, etc. Un buen punto de vigía para descubrir estas bellas imágenes es nuestro Via ducto, enfilando la calle de Segovia, hasta la Cruz Verde y el cogollo del barrio de la Morería, en las que aún perviven éstas. Buhardillas madrileñas. ¡Cuántos personajes te envidiaron! Galdós supo plasmar tu imagen en sus escritos al no poderte atesorar. Ramón Gómez de la Serna se aposentó en un torreón en la calle de Velázquez. Pedro de Répide optó por una vivienda sencilla, en la única casa de vecindad, en el paseo de la Castellana esquina a Or tega y Gasset. En fin, ansias soñadoras de hombres que vivieron con la ilusión de habitar una buhardilla madrileña. Buhardillas madrileñas, desde estas líneas os dedico un recuer do envidioso al no poder morar en vuestros tabucos para asomarme con alegría a las buhardas (ventanas) a contemplar las noches ma drileñas. Gracias por servir de morada al humilde trabajador, y al genial artista, y sobre todo que os sigan cotizando en la bolsa de las inmobiliarias.
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LOS «ARRABALES» DE MADRID
«La expansion de estos núcleos tienen lugar m ed iad os del siglo xv. Anteriormente, cada “arrabal” era autónomo, hasta esta época».
Arrabal de San Ginéu, en el piano de Texeira. 1656.
Iglesia de San Millón, derribada en el año 1869.
os «arrabales» eran frecuentes en la formación de núcleos cristianos y mozárabes del Madrid medie val en que la población aumentaba hasta casi ha cerse insoportable su habitabilidad, debido a su amurallado, y parte de éstos se veían obligados a habitar en el exterior de las mencionadas mura llas. La expansión de estos núcleos tienen lugar a mediados del si glo XV. Anteriormente, cada «arrabal» era autónomo, hasta esta épo ca. No siempre la palabra «arrabal» guardaba idéntica interpreta ción: en Córdoba, Granada y Toledo se les denominaba «rabad» y, sin embargo, en Salamanca se les denominaba «castrum». Sus situacio nes eran completamente interiores. Generalmente, en los «arrabales» había igualmente su distinción de clases, dentro del mismo «arrabal»; unos que vivían opulenta mente y otros que tenían sus necesidades. Entre los diversos «arra bales» con que contaba Madrid realicemos una síntesis de tres de ellos: San Millán, San Ginés, San Martín. El «arrabal» de San Millán, estaba situado entre Antón Mar tín y la plaza de la Cebada; en esta última se abría un «portillo» en su cerca que unía con la Puerta de Moros. En su centro había una ermita dedicada a San Millán, ermita muy antigua. En vista del au mento del vecindario, en el año 1591, el párroco de San Justo apro vechó una salida del viático para depositar al Santísimo en un sa grario que en secreto se había realizado, convirtiéndola así en un anexo de la parroquia de San Justo. Posteriormente, se levantó una nueva iglesia en lugar de la ermita, y que en el año 1720, tras un pavoroso incendio, la convirtió en cenizas, levantándose una nueva que se erigió como parroquia independiente, en el año 1806. Derri bada ésta en el año 1869 se trasladó a la de San Cayetano y en su solar se levantó la plaza y calle de San Millán. Al irse poblando sus alrededores surgió en su parte delantera la
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calle de Toledo y en su parte trasera la de Duque de Alba y Magda lena, que enlazaba con Antón Martín. El «arrabal» de San Ginés durante la Edad Media estaba si tuado en un extremo pendiente respecto al barranco y cursos de agua que acababan en un arroyo que se dirigía hacia el Alcázar y que llegando a la plaza de Isabel II se bifurcaba en dos ramales, de jando en su centro un grandioso arenal, que fue el que dio nombre a la calle. La calle de las Fuentes recuerda a las muchas allí existentes, donde sus aguas iban a parar a la famosa de los Caños del Peral, lla mada también de Balnadú. Felipe II ordenó una serie de transfor maciones, tirar la puerta y torre de Balnadú, realizado en 1567, y se nivelaron los terrenos y diversos muros de contención, con lo que se dio origen a nuevas calles y plazas. El origen del «arrabal» fue la iglesia parroquial de San Ginés, que ya existía en la época árabe siendo mozárabe fuera de la mura lla. Era mozárabe como la de San Martín. El «arrabal» de San Martín, tuvo su origen en el convento del mismo nombre, que era de los más antiguos de Madrid y correspon día a la Orden de San Benito. Según fray Antonio de Yepes fue con vento mozárabe, privilegio que le concedió Alfonso VII confirmado de otro que le había dado Alfonso VI, en favor del abad de Santo Do mingo y del prior de San Martín de esta Villa. En el año 1164, el rey Alfonso VII hace merced al prior de San Martín para que se pueda poblar el barrio de vasallos sujetos al prior de dicho convento y no sirvan a otro señor, según antigua cos tumbre. Igualmente, a los moradores que habitaban en este «arra bal» se les prohibía edificar casa dentro del territorio y término de la iglesia de San Martín, y si se querían trasladar a otra parte te nían que presentarse ante el prior de San Martín y explicar los mo tivos de irse del término. Dos reyes, Alfonso VI y VII influyeron muchísimo para que de es te convento fuera suyo todo lo que tenía la parroquia. «Arrabal» que contaba con ciento cinco calles, dos mil trescientas casas y dieciocho mil habitantes. Posteriormente este «arrabal» fue acumulando grandes riquezas de edificios y calles que en la actualidad podemos contemplar, tales como: el Monte de Piedad, Monasterio de las Descalzas Reales, Ba rrio y plaza de las Descalzas, calles de la Misericordia y Capellanes, monasterio de Santo Domingo el Real, Plaza y cuesta de Santo Do mingo, Costanilla de los Ángeles, etc.
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CUATRO ESTADISTAS ASESINADOS
«M adrid era el centro donde gravitaban todas las asonadas y revueltas políticas, pero no para segar la vida de unos hombres que por su posición política o estatal defendían unos ideales en pro de la causa qu e ellos representaban».
Atentado contra Prim en la antigua calle del Turco.
adrid era el centro donde gravitaban todas las aso nadas y revueltas políticas, pero no para segar la vida de unos hombres que por su posición política o estatal defendían unos ideales en pro de la causa que ellos representaban. Y este es el caso de cuatro grandes estadistas, verdaderos bastiones de la na ción: Juan Prim Prats, Antonio Cánovas del Casti llo, José Canalejas Méndez y Eduardo Dato e Iradier. Cuatro estadistas que representaron la presidencia del Consejo de Ministros y que Madrid ha sabido representarles en su nomen clatura callejera. Don Juan Prim Prats, nacido en Reus el día 6 de diciembre de 1814, murió a consecuencia de un atentado en la calle del Turco de Madrid, el 28 de diciembre de 1870. Hijo del teniente coronel Juan Prim, abrazó la carrera militar hasta su generalato. Su carrera mi litar comenzó a los 19 años, en el batallón de Tiradores de Isabel II, desde 1833 hasta 1840. Se distinguió por su valor en la primera gue rra civil de 1843 y 1858. Afiliado al partido progresista, intervinien do en hechos políticos, para arrojar del poder al regente Espartero. Fue diputado a Cortes, perseguido y procesado. Expatriado desem peñó distintas comisiones fuera de España. En la guerra de Africa de 1859 a 1860, mandó a los voluntarios catalanes, alcanzando la batalla de Castillejos. Tomó el mando del ejército expedicionario a México, donde se acreditó como un hábil di plomático, recibiendo en premio a sus hechos militares los títulos de conde de Reus y marqués de Castillejos, con grandeza de España. En su historial, la calle de Prim debe su denominación a u n acuerdo municipal del 28 de mayo de 1895. Anteriormente se llamó de Saúco, calle que en el siglo X V II era un callejón sin salida, y e n e l X V III terminaba en la calle de Conde de Xiquena, prolongándola e n 1852 hasta su final en el paseo de Recoletos. Hasta esta calle de Prim daba el jardín y fachada septentrional del palacio de Buenavista, en el que vivió el general los últimos años de su vida y donde falleció en cama a consecuencia del atentado.
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Don Antonio Cánovas del Castillo, nació en Coin, provincia de Málaga, el 8 de febrero de 1828, muriendo asesinado en el bal neario de Santa Águeda -Guipúzcoa-, el 8 de agosto de 1897, por el anarquista Miguel Angiolillo. Estudió Jurisprudencia en Madrid y se consagró al periodismo con sus artículos en La Patria, observándole el general O’Donnell, su valor como escritor. Pronto reconoció que su directriz era la polí tica, a la que se dedicó de lleno. En el año 1854, fue elegido diputa do para las Cortes Constituyentes. Fue presidente del Consejo de Ministros de Alfonso XIII, gobernador civil de Cádiz, en 1864 fue nombrado ministro de la Gobernación para regir los destinos de la nación. En conspiración con el general Arsenio Martínez Campos, el 30 de diciembre de 1874, el uno desde Alcolea y el otro desde Sagunto, proclamaron al príncipe Alfonso como rey de España, restablecien do la Restauración. Fue el verdadero ponente de la Constitución de 1876, y fue el que rigió la política durante la regencia de María Cris tina. Cánovas fue un político literato, tenía talento y cultura sobrada para escribir su novela de realce La campana de Huesca, publican do obras como El Solitario y su tiempo, e Historia de la decadencia de la Casa de Austria. Fue académico y presidente del Ateneo. Era tal su afición por la literatura que prefería estar rodeado de hombres de letras a la compañía de profe sionales de la política. Se casó con la bella y románti ca aristócrata, Joaquina de Osu na, hija de los marqueses de Puente-Sotomayor, donándoles el día de su boda el palacio de «La Huer ta». Bello palacio enclavado en el altozano de la calle Hermanos Bécquer con la de Serrano -hoy embajada de Estados Unidos-, « M il iBj La plaza que lleva su nombre en Madrid, es la que el pueblo si gue llamando de Neptuno, por es tar emparejada con la de Apolo y Cibeles. La plaza refleja un pano rama bello y suntuoso, por domi nar perspectivas como la del Mu Cánovas del Castillo. seo del Prado, la iglesia de los
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Jerónimos, el Obelisco de la Lealtad y el palacio de la Bolsa; frente a este último se enmarca la fachada occidental del Hotel Ritz. Tiem pos atrás, esta plaza de Neptuno, fue testigo de aventuras amorosas acontecidas en el Salón del Prado. En la esquina con la Carrera de San Jerónimo, está el palacio de Villahermosa, severo palacio que hoy encierra una fabulosa pinacoteca, y en la otra esquina el Palace Hotel, edificado en el solar del palacio de Medinaceli. Don Eduardo Dato e Iradier, nació en la Coruña en el año 1856, muriendo asesinado en la plaza de la Independencia, de Ma drid, el día 8 de marzo de 1921, siendo presidente del Consejo de Mi nistros. Sus asesinos fueron los anarquistas Matheu, Nicolau y Casanella. Los dos primeros fueron detenidos y condenados a muerte, que no se llegó a realizar. El tercero huyó a Rusia. Fue excelente estadista, jefe del partido conservador, diputado, ministro y presidente del Consejo de Ministros en distintas épocas. En 1907 fue elegido regidor de la municipalidad de Madrid. Fue un gran defensor de los obreros y autor del reglamento del trabajo de mujeres y ni ños. Fundó la Escuela de Criminología de Madrid. A los 19 años ya era doctor en Derecho Civil y Canónico. Luchó por establecer el descanso dominical, hasta que lo logró. Fue un guerrero infatiga ble, combatiendo en todos sus frentes la corrupción. Como alcalde, no se sintió cómodo para los que le rodeaban, debido a que desde el primer momento redujo los gastos que estaban aprobados para nue vos edificios, y desviar su dinero para otros fines que repercutieran más en los ciudadanos. Hoy, en la actualidad, en el callejero de Madrid, se encuentra en el antiguo Paseo del Cisne, calle que va desde la plaza de Chamberí hasta la Castellana. Anteriormente, su nombre lo llevó el tercer tramo de la Gran Vía madrileña, que iba desde la plaza del Callao hasta la plaza de España. Este Paseo del Cisne, que regenta hoy la personalidad de Eduardo Dato, José Canalejas.
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era un bello paseo tranquilo, presidido por la escultura de un cisne en la confluencia del mismo paseo con la Castellana. Don José Canalejas Méndez, nació en el año 1854, muriendo asesinado en la Puerta del Sol de Madrid, concretamente en el es caparate de la librería San Martín, el día 12 de noviembre de 1912, por el anarquista Pardiñas, recién venido de Burdeos, el cual se sui cidó seguidamente. A Canalejas le cupo la vanagloria de ser un excelente estadista, y, a su vez, un florecido literato. En el año 1881, fue elegido por unanimidad diputado a Cortes. En 1883 copó la subsecretaría de la Presidencia. En 1888 se le nom bró ministro de Fomento, ejerciendo en sus funciones obras muy la boriosas. En el año 1894, asumió la magistratura del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio, y ya en 1910 se le confía la pre sidencia del Consejo de Ministros. Fue un abogado muy locuaz en su oratoria y, a su vez, parla mentario sereno y temible por su habilidad y lógica en sus discur sos. La plaza que representa a este estadista, es la que el vulgo la lla ma «las cuatro calles»; enclavada en el corazón de Madrid, coinciden las cuatro calles: Carrera de San Jerónimo, Sevilla, Príncipe y Cruz, calles de gran comercio y tráfico. Al inicio del año 1900, abre sus puertas el Banco Hispano Americano, construido con piedra caliza y bellas líneas en su traza. En su otra esquina, en un bello y suntuo so edificio se hallaba la redacción y oficinas del periódico La Tri buna.
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LA SANTA HERMANDAD DEL REFUGIO
«La Sabor benefactora de este centro, consistía, en
visitar y socorrer a convalecientes, prestar socorro y facilitarles medicinas a enfermos agudos, recoger por las noches a pobres que se les facilitaba cama,, cena, desayuno y comida.,, »,
La Inclusa. Sala del Torno.
n la confluenda de la calle de la Puebla con la Corredera de San Pablo, se ubica el estableci miento benéfico de la Real y Santa Herman dad del Refugio, la que era conocida popular mente por la «Ronda de Pan y Huevo», hoy conocida como la iglesia de San Antonio de los Alemanes. Igualmente, a esta Ronda se la llama ba de la «bien mirada», porque todos sabían que un día cualquiera podía serles útiles. Sus orígenes los tuvo en la se de del albergue de San Lorenzo, junto a la Puerta de Toledo, con cretamente en la esquina de la calle de los Cojos, establecimiento en el cual se formaban hileras de mendigos y vagabundos. Tiene sus orígenes desde el año 1615, en que el padre Bernardi no Antequera, de la Compañía de Jesús, y don Pedro Lasso de la Vega, con Juan Jerónimo Serra, tuvieron la buena idea de repartir entre los pobres más necesitados, las limosnas que ellos mismos re cogían. En principio, estas limosnas eran muy escasas, pero pronto y dada su cincunstancia benéfica, las personalidades de la Corte se suscribieron con donativos respetables para esa noble empresa. El día 25 de enero de 1618 y en la propia casa del padre Antequera, se celebró una junta para el nombramiento de los cargos de la misma, indispensables para su buena administracción. Fueron tantas las aportaciones que se les hicieron que muy pronto alquilaron casas cómodas para el albergue y hospedaje de los pobres que recogían por la noche. No contentos todavía, los componentes de la Santa Hermandad de Refugio, y ansiosos de generalizar el mayor bien, decidieron es tablecer un colegio para recoger criaturas huérfanas y desampara das que vagaban por las calles, y la idea se convirtió en realidad al llevar a cabo tan filantrópica idea. En 1701, el rey Felipe V, tuvo a bien conceder definitivamente a este patronato, la iglesia, el colegio y el Hospital de San Antonio de los Alemanes -antes Portugueses-. El origen de este hospital se debe al rey Felipe III que lo donó para los enfermos portugueses, y la reina madre doña María Ana de Aus
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tria, para enfermos y peregrinos alemanes, según una real cédula que data del 22 de agosto de 1689. La labor benefactora de este centro, consistía en visitar y soco rrer a convalecientes, prestar socorro y facilitarles medicinas a en fermos agudos, recoger por las noches a pobres que se les facilitaba cama, cena, desayuno y comida, conducir en camillas y sillas a en fermos para llevarlos al Hospital General, asistir a los incendios pa ra salvar víctimas, recoger a las criaturas abandonadas en portales e ingresarlas en la Inclusa. Esta Hermandad podía con holgura subvencionar todos los gas tos, gracias a las rentas procedentes de varias fincas urbanas y tí tulos de la deuda del Estado que les dejaron bienhechores, y cuyos bienes formaban su patrimonio particular que administraban con entera independencia, únicamente el gobierno de S.M. como esta blecimiento de beneficencia. La reina Isabel II, fue protectora y per tenecía a la Hermandad toda la familia de la Real Casa, costumbre que se siguió desde el reinado de Felipe IV. El conjunto de este edificio está realizado en sillería y ladrillo, la entrada del Hospital la preside una imagen de San Antonio de Pa dua, realizada en piedra caliza por el célebre Manuel Pereira, em potrada en un nicho de frontón circular. La iglesia es de planta elíp tica cerrada con un cascarón de la misma figura. La adornan siete retablos con tribunas de celosía dorada, con bellos frescos de Jordán que cubren los muros y cúpula. El retablo mayor, fue labrado a mi tad del siglo XVIII, bajo la dirección de Miguel Hernández, está for mado por un solo cuerpo con dos columnas corintias en el frente de un nicho de planta circular, cuyo centro preside la efigie del santo titular. Este retablo y su mesa altar se hallan dentro de un arco de medio punto en cuya clave están las armas realizadas por Francis co Gutiérrez, como igualmente los niños con festones sobre el corni samento del descrito retablo, todo ello en un buen pulimentado már mol. Los siete retablos simétricos están decorados de ricas pinturas. Sobre los frontis de los arcos de medio punto de madera imitando a mármol, hay retratos de príncipes y princesas de la casa de Austria. Lo más notable de esta iglesia es la pintura al fresco con que la adornó Lucas Jordán, en todos los paños verticales, ya que la cúpu la la pintaron Juan Carreño y Francisco Rizi, que posteriormente fue retocada por Jordán, en sus detrimentos sufridos. En los zócalos se pueden admirar santos y reyes de España, Francia, Alemania y Hungría. Por aquellos tiempos no se podía encontrar iglesia alguna, que en pinturas al fresco pudieran competir con las descritas en es ta iglesia.
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Pero volviendo al estudio de su labor principal, revaloricemos los esfuerzos realizados por los componentes de esta Santa Hermandad que por las noches, con un farol iban como los traperos de gancho, rebuscando entre los fermentos de la noche la desilusión y la sor presa, sumandos del «suceso».
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Silla de posta ligera. Grabado de mediados del siglo XIX.
RETAZOS DEL MADRID PASADO
((Madrid tiene tres virtudes las tres con fiel lealtad, corazón, agradecimiento y orgullo de hospitalidad».
Monumento a Eloy Gonzalo «Cascorro», en el popular Rastro.
uisiera armonizar unos retazos de valores en cuan to a personajes y rincones del Madrid pasado. Pa ra identificarlos los encabezaré con una serie de ri mas, no muy bien cantadas, ya que mi intención 110 es poetizar, sino darle el sabor a la prosa en los ca sos que lo requieran. Unos, fueron personajes que dieron su tributo a Madrid por su popularidad y por su carácter de ser conocidos por los madrileños. Otros, son inmuebles que dicen mucho de Madrid, en cuanto a mitos y leyendas que se han hecho imperecederas, ya que todos de jaron su historia. Otros, son calles y plazas, que en su día fueron principales intérpretes de la vida matritense. En una palabra, con todo esto, lo que quiero realizar es un com pendio del que emanen añoranzas de recuerdos que no se deben ale targar por el bien de la historia de Madrid. Y para todo ello, el cla rín de arranque es la siguiente rima: Madrid tiene tres virtudes las tres con fiel lealtad, corazón, agradecimiento y orgullo de hospitalidad. Plaza de viejos linajes ahora, antes y después, y su Capilla del Obispo la Plaza de la Paja es.
Remanso obligado a la contemplación es esta Plaza de la Paja -antes llamada del Marqués de Comillas-, ubicada junto a la pri mitiva cabecera de la iglesia de San Andrés, donde en los siglos X V I y X V II se encontraban las casas de Antonio de Luxán, caballero de Santiago, y la de Iván de Vargas, en la que estaba de siervo el buen Isidro, casa de carácter renacentista. Esta casa-palacio de los Var
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gas tiene un gran interés histórico, habiendo sido erigida sobre la residencia de Ruy González Clavijo, embajador de Castilla en la Corte del Gran Tamerlán, en tiempos de Enrique III. En el siglo xvi fue completamente rehecha por don Francisco de Vargas el Viejo, para su mayor mayorazgo de San Vicente del Barco, pasando luego a los duques de Híjar. El palacio de los Lasso de Castilla, lo inició don Pedro de Castilla, biznieto del rey don Pedro, que se avecindó en Madrid en 1494, ca sándose con doña Catalina Lasso, hija del Señor de Mondéjar; la ter minación la realizó don Pedro Lasso de Castilla, y posteriormente pasó a los duques del Infantado. En este palacio residieron por tem poradas los Reyes Católicos, igualmente fue residencia del Cardenal Cisneros, el que en una Junta de Grandes le exigieron que mostrara los poderes que tenía para regir el reino, y éste ordenando disparos de artillería, abriendo los balcones y mostrando el ejército y la arti llería situados en la plaza, dijo: «Con estos poderes que el rey me dio, gobierno y gobernaré a España hasta que el príncipe venga». La plaza tiene además la vanagloria de tener ubicado en ella la Capilla del Obispo, una de las joyas más importantes, escondida y secuestrada que tiene el pueblo de Madrid. Obra verdaderamente excepcional, que según indicaba Ponz, en el siglo xvm, «se puede re petir entre lo bueno y magnífico de la edad en que se fundó». Con sus dos puertas de estilo renacentista a la entrada del tem plo. La externa, a la plaza de la Paja, que era la primitiva del tem plo, obra de Francisco Giralte, colaborador de Berruguete y uno de los mejores maestros, donde se refleja la Anunciación, medallones de las cabezas de San Pedro y San Pablo, y los escudos de Gutierre de Carvajal. En uno de los ángulos de la fachada, está el escudo de los Vargas y Carvajales con la siguiente leyenda: «Esta Capilla es de Nuestra Señora y de San Juan de Letrán». Cayendo en el desconocimiento, es una verdadera pena que para los hijos de Madrid, la mayoría, y sobre todo los amantes del arte, pase inadvertida esta joya pequeñita, pero con mucha esencia rena centista. La plaza de la Paja, debe su nombre, a que el obispo fun dador de dicha Capilla don Gutierre de Vargas Carvajal, obispo de Plasencia, aportó a las Capellanías una gran cantidad de trigo, tres millones de arrobas de centeno, y dos de cebada, siendo subastada la correspondiente paja, por doce Capellanes y el Capellán de la pla za de la Capilla. Don Francisco Herrera de Quesada, testimonió la Capilla el 17 de mayo de 1550. #
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«Soldado humilde y sencillo al que Madrid puso apodo, dando su vida por él Eloy Gonzalo «Cascorro».
Me place, como madrileño, narrar un poco de historia de los he chos acontecidos e interpretados por algún paisano, que se hizo le gendario, pero ya casi en el olvido, como es el caso de Eloy Gonzalo «Cascorro». Eloy Gonzalo, que vio su primera luz en el año 1870, era un sol dado sencillo e inclusero, tocándole ir a defender nuestras posicio nes en Cuba, en la guerra del 98, en la cual se hizo legendario por su hazaña en el pueblo cubano de Cascorro. Estando al frente de unas avanzadillas de la Compañía en que servía, había en su frente un foco de insurrectos cubanos que lu chaban por la independencia de su tierra, defendiendo la posición, de la cual no podían desalojarlos los soldados españoles en la que lu chaba el soldado madrileño. Este, con arrojo y gallardía, se ofreció a sus superiores para acercarse a la posición enemiga, con una lata de gasolina y prenderla fuego. Así lo hizo, con tal suerte en la hazaña que logró desalojarlos y aceptar combate con los españoles, saliendo éstos victoriosos de este arriesgado acto. Como justa compensación, en el mes de mayo de 1902, el rey Al fonso XIII, inaugura una estatua, obra del escultor Marinas, en la cabecera del Rastro, que en tiempos se llamó de San Dámaso, al gran soldado Eloy Gonzalo, que hoy en nuestros días podemos ad mirar, llamando desde entonces a la referida plaza, la de «Cascorro» Madrid se volcó de alegría en una plaza llena de coplas y saine tes, era un Madrid desgarrado de majeza, hacia su paisano sencillo y valiente, haciendo eco de un recuerdo que nueve años atrás se inauguró la Verbena de la Paloma, y cinco de la Revoltosa, sirvien do este recuerdo para que las chulaponas de estos contornos y con fines de Madrid, con su garbo y salero, se tocaban con sus mantones de Manila, rozándose con sus reyes y la guardia de Alabarderos, és tos con rígida altivez en sus esplendorosos uniformes. Actualmente, el nombre de este insigne soldado, lo lleva una ca lle en el corazón chamberilero, que une la glorieta de Quevedo con la del pintor Sorolla, y quedando por tal motivo un marchamo de su hazaña en un barrio bajo de chulapos, y otro, en el barrio chambe rilero de arrogantes chisperos. Testigo presencial durante noventa y seis años es esta estatua del sencillo y valiente Eloy Gonzalo, a la vista de tantas compras,
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cambios, ventas y chantajes, de pequeñas menudencias de relojes, sortijas, y de cuantos enseres de ropavejeros, que el vulgo ha tenido la insensatez de denominarles gentes de mal vivir y estafadores, cuando es todo lo contrario, a mi parecer. Sobre este valiente personaje, sólo pido que este símbolo de la es tatua, siga viendo todos estos negocios domingueros, tan arraigados en este Madrid, para que este soldado y su pueblo, no olviden el he roísmo popular que desdeña la muerte propia, si ello sirve para la causa de la Patria, que tal honor recuerda a este madrileño. * * * Escudo del rancio Madrid con realeza de blasón, en plena calle Segovia en la Casa d el Pastor.
Remontándome al año 1974, lo que fue la Casa del Pastor, esta ba convertido en un asqueroso solar, lleno de inmundicias e infecta do de ratas. Lo más denigrante es que desde este rincón todavía pre sidía el escudo renacentista, blasón de la Villa, labrado en un lienzo de piedra, escudo que representaba hace más de tres siglos las Se siones del Consejo de la Villa. Su ubicación se encuentra en el nú mero 21 de la calle de Segovia, lo que en tiempos fue zaguán de la Cuesta de los Ciegos. En el referido solar, se encontraba el inmue ble que el vulgo dio por llamar la Casa del Pastor. Inmueble que tu vo el privilegio de albergar en él al arquitecto Jerónimo de Churri guera. En marzo de 1976, la piqueta municipal remató los restos del muro. Pero, por suerte, el lienzo de piedra con el escudo matritense se salvó. El vulgo matritense dio por llamarla la Casa del Pastor, y sus ra zones tenía. Hace más de tres siglos era propietario y habitaba en ella, un buen ministro del Señor, cuyo patronímico era José. Desde Puerta Cerrada hasta el Puente de Segovia, nadie tuvo frases en contra del caritativo clérigo, que ilustraba con piadosos consejos en favor de los menesterosos y desheredados de la fortuna, ayudándo les igualmente en lo posible con dádivas y limosnas. Después de de cir su misa en la iglesia de San Andrés, gustaba dar una vuelta por los entornos de la Virgen del Puerto. Una noche fue solicitado para asistir a un moribundo apestado, y al abandonar éste la vida le de jó su mismo mal al buen clérigo. En el preciso momento que el pia doso José cayó en el lecho, comprendió que la muerte se había apo-
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derado de su alma, y como su hacienda era bastante importante dis puso distribuirla entre asilos y hospitales. Pero al ir terminando de redactar el testamento, al escribano le sorpi'endió que no hiciera di ligencia de la casa en que habitaba. -Es de todo punto indispensable que designe quién ha de ser el futuro dueño de esta casa -repuso el escribano. Y pareciendo consultar con su propia conciencia, pidió pluma y papel, y, después de trazar unos rasgos, mandó que el pliego fuese cerrado, y que no se abriera hasta que Dios dispusiera de él. Y tras esto, como despidiéndose de este mundo, expiró. Acto seguido fue abierto el pliego, en el que textualmente el es cribano leyó: «Es mi voluntad expresa y firme que esta casa la he rede la primera persona que al amanecer de mi muerte pase por la Puerta de La Vega». La primera persona que entraba en Madrid por la referida puer ta era un pastor gobernando su ganado. Muy ceremoniosos el escri bano y los albaceas le comunicaron la voluntad postrera del difunto clérigo. El buen pastor se resistía a creerlo, pensando que todo pu diera ser una chanza o burla de sus trasnochadores. Hicieron en trega de la finca, que desde ese mismo momento el vulgo la dio por llamar la «Casa del Pastor» He desarrollado a grandes rasgos la historia de la referida «casa» para dar origen a la trascendencia del blasón esculpido en piedra de granito, y el que tantas sesiones presenció de nuestros hombres bue nos del «Concejo de la Villa». En la actualidad, la empresa que construyó el actual inmueble, ha sabido respetar el escudo y adosarlo a un lateral de su fachada, para que los transeúntes que paseen por el Viaducto puedan con templar unas vistas panorámicas que son merecedoras de este es cudo y bello rincón del Madrid de los Austrias.
El rey Felipe segundo hombre metido en quimeras, construyó la Casa de las S iete Chimeneas.
Sufro con dolor cuando nuestras pequeñas reminiscencias de tra za y talla de valor, tienen que ser sometidas al poderío y a la tutela del dominio bancai'io. Siempre el poderoso dinero. Pongo por ejem plo, nuestros palacetes del madrileñísimo paseo de la Castellana, tan devorados por los garfios bancarios. Da pena tener que exte
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riorizar estos pensamientos, cuando tenemos una Dirección de Be llas Artes y un Patrimonio Histórico-Artístico que amparan nues tras riquezas matritenses. El edificio de la Casa de las Siete Chimeneas, realizado en fili grana de ladrillo rojo, se dice que lo mandó construir Felipe II como mansión para sus relaciones amorosas con una bella doncella de la Corte que servía a la reina Isabel de Valois, ya que la referida don cella puso al rojo vivo el corazón del egregio soberano. Cansado el rey de su amante y buscando el olvido de ésta, la casó con el capitán Zapata que por aquel entonces servía a las órdenes del duque de Al ba en las históricas batallas de Flandes. La boda se celebró en la madrileñísima iglesia de San Martín. Pero llega el momento en que el «bravo y manso» Zapata marcha a los campos de batalla en los Países Bajos, donde encuentra valerosa muerte a los pocos días de su boda. Entonces, se dice, que don Felipe volvió a sus andadas amo rosas con la doncella, y cual no sería la sorpresa, cuando una her mosa mañana, la infeliz doncella, apareció asesinada en su lecho. Tras largas pesquisas y profundas búsquedas, no se llegó a dar con el asesino. Transcurren las fechas y los días y el pueblo empieza a olvidar el misterioso crimen. Y aquí es donde empieza el símbolo histórico imputado a la «Casa de las Siete Chimeneas». Según versiones de eruditos cronistas, una noche apareció por entre las siete chimeneas, la figura de una esbelta mujer que cami naba en zig-zag, cubierto su cuerpo con una capa de seda negra que traslucía sus carnes, portando en sus manos un velón en forma de antorcha con destellos de claras llamaradas, y así varios días con secutivos, a la hora del toque de ánimas, con un caminar pausado, que de vez en cuando se arrodillaba y santiguaba, siempre con la mirada en dirección del Alcázar, escenas que el propio pueblo veía con terror. Posteriormente, la casa la adquirió un tal Juan de Ledesma, se cretario de Antonio Pérez, y éste se la manvendió a un hidalgo del Perú, llamado Juan Arias Maldonado, haciéndole caer el referido Juan Ledesma en la miseria más espantosa motivada por las rela ciones amorosas con la mujer de Maldonado. En el siglo xvn, sirvió de mansión real al príncipe de Gales que vino a casarse con María Teresa, hermana de Felipe IV, y al final el referido príncipe, se quedó compuesto y sin novia. Quisiera que esta narración sirviera para el recuerdo de muchos madrileños, para que no olviden el casalurión que al final de la ca lle de las Infantas, da vistas al Barquillo, llamada la «Casa de las Siete Chimeneas».
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El último auto de fe penalizado con muerte, al pie de una fuente se dio en la Plaza de la Cruz Verde.
Arrancando del Pretil de los Consejos, unido a su hermana calle de la Villa, forman una especie de línea sinuosa. En el número dos de la calle de la Villa, existe un caserón con una placa en su fachada. En la confluencia de las dos calles se encuentra Capitanía Gene ral, casalurión palaciego de los duques de Osuna, ayer Escuela Su perior de Guerra. Y bajando por esta calle me encuentro con la antañosa plaza de la Cruz Verde. Plaza con su fuente adosada a su muro frontal. Plaza que siem pre simbolizó una leyenda macabra atribuida a la Inquisición. Tri bunal que castigaba los delitos contra la fe. Recuerdo esta plaza durante mi niñez ya que era paso obligado para ir a la escuela en la calle de Segovia número 8. Entonces, pa ra mí, la fuente de la Cruz Verde se me representaba como una es belta y legendaria figura, arraigada en símbolos y mitos, que bien pudieran contactar con las andanzas por estos contornos del céle bre bandido madrileño Luis Candelas y en otros casos, la presencia de grupos salteadores enmarcados de capa y trabuco, que desem bocaban en esta plaza a través de las dos calles referidas, dándose la circunstancia que por esta época lo que había enclavado en este lugar era una gran cruz de madera pintada en color verde que fue testigo presencial del último ajusticiado en auto de fe, en nombre de la religión. El aspecto actual que presenta esta fuente, no puede ser más triste, por el deplorable descuido en que se encuentra. Fuente con cinco caños frontales y uno en cada lateral, construida con basa mento de piedra de Colmenar, continuando con pilastras de piedra caliza, todo ello adosado al muro que sirve de barrera con las huer tas del Sacramento. En el enclave central de la fuente quedan res tos de los orificios que en su día habían sido los retenedores de las letras inscritas con fechas y datos históricos de la misma. Pero, hoy, todo ha desaparecido. La referida fuente estuvo enclavada en la plaza de Puerta Ce rrada hasta el año 1850, en que fue trasladada al punto de referen cia, y desde esta fecha, no se ha favorecido en absoluto su fisonomía. Qué pena que una fuente como ésta, posiblemente la última su perviviente de este barrio artístico-histórico, no sea galardonada con un retoque y lavado, para que pueda hablar a todos los visitan
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tes, incluso a los hijos de Madrid, para que podamos decir que toda vía nos queda una representación histórica de una fuente que ha quedado muda y muerta por el silencio, que a través de los años nos han dejado nuestros corregidores. Con la narración de esta fuente voy cayendo en la tristeza, por la desaparición, posiblemente, de la última fuente que nos queda en los barrios viejos de los «madriles». * * * Abrazaba las farolas fotógrafo de gran estela madrileño cien por cien Alfonso Sánchez Pórtela.
Alfonso Sánchez Pórtela nació en el castizo barrio de la «more ría», concretamente en la calle de los Mancebos, el día 16 de no viembre de 1902. Perteneciente a una familia de fotógrafos muy unida a la historia de nuestro Madrid. Muchas son las obras y sus autores que han recordado el ambiente urbano del Madrid del pri mer tercio de siglo, plasmando en sus creaciones la realidad y el ti pismo con que se nos identifica a los madrileños, y parte de éstos son la saga de los ALFONSOS. Ante la inquieta cámara de Alfonso desfilaron los hombres más ilustres de su época. Alfonso hizo sus primeras «fotos» para el diario madrileño El Heraldo de Madrid, contando diecisiete años. Un cier to día retrató a Unamuno durmiendo la siesta.«Yo vi que la compo sición iba a ser sensacional dentro de la cama, con aquellas barbas blancas confundidas con el embozo de la sábana». Otro día sorprendió a Valle-Inclán en una tumbona durmiendo, con las medias suelas de los zapatos rotos, y lo primero que hizo Al fonso fue meter la cámara en los rotos de la suela. «Cuando vea es ta fotografía -pensé-, me come» «Pues, no, lo celebró y me dijo: ¡Hombre, habrá usted visto que los escritores españoles no tenemos ni para medias suelas!». Alfonso, madrileño nato, decía: «sólo veranearé cuando se mar che de vacaciones la Cibeles». Comenzó su carrera recogiendo tipos y personajes de aquel Madrid de casi 800.000 almas, en el año 1920. Era el Madrid del «simón», coche alquiler tirado por un «ja melgo» que hacía las delicias de su cámara cuando el cochero se pa raba en alguna «tasca» y le daba al «jamelgo» una torrija y un cha to de vino o cuando le encasquetaba el sombrero de paja con sus orejeras.
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También era el Madrid de las «chuletas de huerta». Eran unas patatas asadas en una especie de locomotora, que nos metíamos en el bolsillo en el invierno y nos servían de brasero, y luego, partidas por la mitad, con un poquito de sal, nos sabían a gloria. Ríanse us tedes de las hamburguesas. Con dieciocho años era el corresponsal de guerra más joven, siem pre acompañado en sus viajes por los silbidos de las balas y el tronar de los obuses, pero con la cámara en ristre nunca tenía miedo. Fue en su segundo viaje a la guerra de Africa -ya había estado en el año 1921, un año antes, cubriendo la campaña del desastre de Annual-, cuando Abd-el Krin le regaló su gumia. «Yo intentaba retratar a Abd-el Krin, pero ni mis razonamientos ni mi insisten cia daban resultado. Me di por vencido pensando que la informa ción gráfica que había realizado por el campo de prisioneros no ser viría para nada, porque la gente no creería que había estado allí. Ya en la última visita que le realicé permanecimos cinco minutos callados los dos y, cuando se disponía a marchar, de repente, me di jo, “retráteme”». Con lo que Alfonso consiguió, primero el retrato y después la pro pia gumia que le regaló Abd-el Krin, en agosto de 1922, en plena guerra con Marruecos, donde Alfonso alcanzó su consagración como reportero gráfico. El decía de sus verbenas que «eran los pilares de su tipismo ma drileño», pues primero era la romería de San Isidro, y después la aristocrática verbena del Carmen, y como remate la de su Paloma, que era la virgen del pueblo. También decía «que si las farolas de Madrid hablaran, todas le darían los buenos días, porque a todas ellas “me he subido”». Y así, este madrileño, que con Velazco Zazo fundara, en el año 1928, la Sociedad Madrileña de Amigos de la Capa, de la que Alfon so era su presidente. Llevando una vida reposada en su estudio de la Gran Vía, la muerte le sorprendió al castizo madrileño, que tan tos recuerdos gráficos nos dejó, Alfonso Sánchez Pórtela. * * * Hija de Isabel segunda madrileña neta y nata, hermana, de Alfonso doce la infanta Isabel «La Chata».
El día 19 de diciembre de 1851, nacía en Madrid la princesa Ma ría Isabel Francisca, hija de la reina Isabel II y de Francisco de Asís.
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Malos vientos corrían para la monarquía española, como conse cuencia de la revolución francesa y el catastrófico reinado de su abuelo Fernando VII. El país estaba dividido en facciones y se habí an perdido para España las colonias americanas. La pequeña princesa de Asturias, doña María Isabel Francisca de Asís, cuando contaba tres años, en lugar de mostrar predileccio nes en sus juegos de muñecas y juguetes propios, tal vez influida por el ambiente inquieto de la Corte y la presencia frecuente de los ge nerales, sólo quería jugar con soldaditos de plomo, con espadas, ca rabinas y pistolas. Al producirse la sublevación de Vicálvaro, oyó que el director ge neral de Caballería don Diego Dulce, juraba a Blaser, ministro de la Guei’ra, que siempre permanecería leal, por lo cual fue enviado a parlamentar con los sublevados, uniéndose a ellos. Esta desleal traidora conducta indignó a los soberanos y a los ministros, que comentaron en presencia de la princesita, la cual, indignada a su vez contra los que hacían llorar a su madre, tomó sus armas de juguete, pretendiendo usarlos contra los primeros ge nerales que acertó a ver, gritando con una energía impropia de su edad: «¡Traidores, yo os enseñaré a mantener vuestro juramento de fidelidad!». La princesa de Asturias, crecía robusta y alegre. Sin abandonar sus aficiones «bélicas», más bien incrementándolas por el estudio de la Historia, aprendía piano y cuantos conocimientos convenían a su egregia cuna. Todo hacía presumir que María Isabel Francisca, debería ceñir en sus sienes la Corona de sus mayores, hasta que nació su herma no Alfonso. Desde aquel momento, ella se convertía en infanta como sus hermanas menores, perdiendo el título de princesa de Asturias, que correspondía al nuevo heredero del trono. Tan fausto acontecimiento quebraba en mil pedazos las ilusiones que abrigó la infanta Isabel desde su más tierna edad. Una reacción muy humana habría sido sentirse subestimada, dando cabida en su corazón al rencor y a la envidia más o menos manifiestas, pero lejos de ello, con gran espíritu de amor y sacrificio, entregó su corazón, desde los primeros días, al que debía de ser su rey, sin manifestar nunca su contrariedad, si alguna vez llegó a sentirla. Pasaron los años. La soberana padeció una intensa crisis y pre tendió abdicar, pero los monarcas se deben a su patria, y tal abdi cación en la caótica situación por la que atravesaba España, com batida por los carlistas y los republicanos, conduciría irremediablemente a una catástrofe nacional; por lo cual, tras efec-
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tuar numerosas consultas, acabó por ceder a los continuos asaltos del presidente del Consejo de Ministros y firmar un reconocimien to con el rey de Italia. En contra de la decisión de la infanta, Isabel II, la casó con el conde de Girgenti, hermano menor de Francisco II. Pero al año si guiente, la infanta se quedó viuda, en el año 1871, sin tener suce sión, no volviendo a contraer matrimonio, y fijando su residencia de finitiva en su palacio de la calle de Quintana. Llega el 14 de Abril de 1931, las elecciones municipales daban la mayoría a los candidatos republicanos; Alfonso XIII temió que aque llo ensangrentase a España en una guerra fratricida, abandonó Ma drid en automóvil camino de Cartagena, y embarcar hacia Marsella. -M i puesto está con el rey, y deseo reunirme con él inmedia tamente-, dijo con un gesto de energía, la más abnegada servidora de la monarquía. Sin embargo, su estado de salud no aconsejaba que hiciera un via je tan pesado, pues la noticia acabó por afectarla, agravando su do lencia. Pero el viaje lo llegó a realizar sin contratiempos hasta la fron tera de Hendaya, y desde aquí a París, donde la trasladaron a la Pensión Saint Michel, donde la infanta doña Eulalia, olvidando las pequeñas rencillas que tuvo con su hemana por incompatibilidad de caracteres, la recibió cariñosamente. Para la infanta Isabel su único deseo consistía de ver al rey antes de morir, y tuvo esa satisfacción. A la madrugada siguiente de ver a Alfonso XIII, empeoró de manera alarmante, y pese a todos los cuidados, el 23 de abril de 1931, expiró. Y esta es la vida somera de una infanta que pudo ser reina, pero que ella deseó más estar al lado de su pueblo, con la asistencia a las corridas de toros, a las verbenas y romerías, y, sobre todo, a sus obras de caridad benefactora de los hijos del pueblo de Madrid. Y ya, como colofón a este relato, recuerdo las palabras de un obis po argentino. «¡Si Dios ha negado a vuestra alteza las dulzuras y las inquietudes de la maternidad, bendito sea, porque la ha dejado ser madre de todos los hijos de España!». * * * Cosas que se recuerdan con gran cariño y amor, es la chulapa «mañuela» y el castizo «simón». Bella estampa matritense era la que componía armoniosamente el cochero y su «mañuela» o «simón». Encaramado él en lo alto del
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pescante, tocado con su «parpusa» chulesca, «safo» blanco al cuello y su ajustada «chupa» de diminutos cuadros blancos y negros, con so lapa corta ribeteada en negro, iba latanero el cochero, en la diestra las riendas, y en la comisura de sus labios, la tan encendida colilla en sus últimas chupadas. Bajo el asiento y en escondida cajonera, la bota de vino con su hinchada panza de un fino Valdepeñas para saciar la sed en uno de sus puntos de alquiler. El «jamelgo», lento y cansino, cuando su recorrido era de vacío, pero en cuanto un parroquiano subía a él, entonces empezaba un rá pido galopar. Inteligente animal. En invierno, siempre arropados sus lomos con una manta grisácea, ante los rigores del frío, y lle gando el verano ésta desaparecía, y era tocado con un sombrero de paja con dos orificios formando orejeras para guarecerse de los ra yos solares. ¡Qué distintas eran estas clásicas «mañuelas» una tarde de toros, con alegre cascabeleo en su camino hacia la plaza! Con cuatro pos tineras cuajadas de claveles, sobre un trono de mantón que tapiza el asiento y la capota descorrida. Más allá, señor y castizo, el aris tócrata conduciendo desde el pescante alto de su coche, un tronco lu cido de jacas jerezanas con manguitos en sus patas delanteras y guarniciones blasonadas. Pero más alegría producía el ver ese trío tan castizo de los «madriles», y tan inolvidables: «jamelgo», «simón» y cochero.
Nos adentramos por distintas calles tranquilas y serenas, donde en tiempos de los Austrias, vagaron una serie de fantasmas que las hacían misteriosas, las cuales voy a recordarlas con estos romances versificados: La calle del Sacram ento perfila en la madrugada un ejército de sombras que vigilan las murallas. Orgullosos centinelas gente de capa y espada caballeros inmortales de apostura legendaria. Corazón de la leyenda es el Madrid de los Austrias
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campanarios silenciosos y dormidas espadañas. En la noche de los tiempos la sirena está varada y el eco trae los acordes sutiles de la nostalgia. Silva el viento de la historia melancólicas baladas el conde de Puñonrostro viene a ver al de Miranda. Y por la calle del Codo llega el conde de Barajas que acude a escuchar la misa del templo de las Descalzas. En cada esquina un palacio con la frente blasonada en cada plaza un convento, y en cada cruce un fantasma. Procesión de pecadores con la figura embozada que el buen marqués de Esquiladle nunca llegó a destaparla. Sombi'as acechan en las calles solitarias cualquier encuentro es posible en estas encrucijadas. Fuerte sombra desciende por la calle de la Pasa mas ya se marchó el vicario que tan mal la maridaba. Está el fantasma del Nuncio asomado a su ventana y en su capilla el Obispo de la plaza de la Paja.
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El caminante recuerda contemplando la atalaya de la iglesia de San Pedro con su medieval estampa. Que en otro tiempo gozara en su templo justa fama los piadosos exorcismos de un beato de la Italia. Del venerable Andreini requiere la migromancia ver si con un conjuro cesa por arte de magia. La fantasmal comitiva que a su paso le acompaña porque ha llegado la hora de retirarse a su cama. * * * Desde la Plaza de la Paja aprovechamos para bajar por la Cos tanilla de San Andrés, cruzar la calle de Segovia para subir por las escalerillas de la Travesía del Conde y situarnos en una plazuela, posiblemente, la más pequeña que tenga la Villa, pero con una so lera de tranquilidad y ensueño que invita al visitante su contem plación, es la plazuela de San Javier. Poco historial tiene la misma, pero es digna de hacerla nomen clatura por su ambiente tranquilo y sereno. De casas y portales, nada, solamente en su frontal, hay una ca sa que parece ser que perteneció a la Compañía de Jesús, pero más bien parece un mesón típico cervantino, y como tal fue convertido en posada con un ancho zaguán, el resto de su ámbito está formado por los muros del palacio de Revillagigedo. San Francisco Javier, fue jesuíta apóstol de Indias y evangeliza do!’ del Japón. Murió cerca de Cantón, en China, el año 1552. Sito en la plazuela de San Javier, aprovechamos para subir por la calle del Conde a la Plaza de la Villa y encaminarnos a la pla zuela del Biombo. Plazuela ubicada en lo que fue colina primitiva de San Nicolás de los Servitas, donde se encuentra su iglesia, con su torre mudéjar, una de las más antiguas que se conservan en Madrid. A esta plazuela se llega por callejuelas que bien pueden hablar de
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sus remotos tiempos, tranquilas, serenas, sin tráfico rodado, en fin, un compacto cogollo que invita a su merodeo. Calles de Luzón, de San Nicolás, Vergara, Lepanto, forman el núcleo de este antiguo Ma drid, cuando era poco más que una ciudadela adosada al «castillo fa moso». En esta plazuela estuvo instalada la administracción del Calen dario zaragozano, cuyo prestigio era el de dar el pronóstico del tiem po que había de hacer durante su año. El origen de su nombre tiene dos versiones; la una, es la exis tencia de cierto biombo forrado de terciopelo oscuro, que ponían las monjas del convento de Santa Clara a la entrada de la iglesia, en el que se colocaba la hermana limosnera para repartir las sobras de la comida a los necesitados del barrio. Otra de las versiones es que de bido a sus quebrantos en zig-zag que hacían todas sus callejuelas, formaban esta figura parecida a un «biombo chino». * * * Uno de los rincones más agradables que tuvo Madrid, posible mente fueron las «Vistillas» -h o y Plaza de Gabriel Miró-. Pa raje ubicado en la colina que fue principal asiento del núcleo urba no del Magerit cristiano-árabe, al cual le llamaban Campillo de las Vistillas de San Francisco. Su centro de ocio y tranquilidad son los miradores que otean el río Manzanares, Palacio Real, y la vasta posesión de la Casa de Campo. Miradores formados por antepechos y asientos rebosantes de luz, verde y flores, elementos necesarios para tan bella con templación. Gabriel Miró fue un gran prosista alicantino, nacido en Orihuela, el año 1879. Miró era un escritor impresionista, con un lirismo inimitable. Entre sus obras publicadas destacan, Figuras de la Pa sión, Las cerezas del cementerio y sus tomos de memorias titulados Años y legua. Allí tuvieron sus estudios el escultor Victorio Macho, que trazó el monumento a Galdós. En su estudio le sucedió el gran pintor Igna cio Zuloaga. Aquel «Campillo de las Vistillas» fue durante muchos años centro de correrías de los chicos de la barriada, entre los que se encontraba el que esto narra. Hoy es un lugar de sol y buena bri sa de la sierra madrileña. Después de meditar sobre los rincones referenciados, me viene a la memoria el gran cronista madrileño Diego San José, sobre su li bro Estampas nuevas del viejo Madrid, en el que hace las siguientes declaraciones:
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«Desde aquí y para adelante te digo, porque no te llames a en gaño, que tratándose de cosas viejas, nada nuevo puedo ofrecer te, ni aportarte nuevas investigaciones. Si eres madrileñista de, corazón, de todo tendrás noticias por los maestros de la crónica matritense, y cuyas huellas hemos seguido todos los que nos hon ramos llamándonos sus discípulos, sin seguir la aprovechada tác tica del escobero cuento, y si no lo eres y por primera vez das en huronear por estos evocadores rincones, aprenderás por lo me nos, a sentir cariño por este Madrid, tan hidalgo, tan acogedor, tan abierto a cuantos vienen a él y tan calumniado por los que no le conocen, pero cuando tratan de cerca a los que en su suelo na cieron, y se hacen a sus usos y costumbres que ¡ay! ya no son los mismos que diéronle fama y alcurnia en los pasados tiempos, acaban por comprender que es muy verdadero el conocido adagio que dice “de Madrid al cielo y un agujerito para verlo”». Por tal motivo, aconsejo a todo hijo de Madrid a asomarse por es tos rincones con ánimo de conocerlos más a fondo y descubrir algo no nuevo que antes ignoraba. Detenerse en alguna plazuela por la que antes pasó deprisa, huronear por sus iglesias y templos para descubrir los muchos tesoros que encierran, sobre todo el clásico es tilo barroco-madrileño, o bien, repasar el Madrid descrito por erudi tos cronistas que escogieron esta ciudad para sus relatos. « %% Hay cosas que no se olvidan en toda su vieja raíz todas ellas ya perdidas el «canalillo» de Madrid.
¡Qué hijo de Madrid no ha conocido y vivido las estampas en los aledaños de este «canalillo», en sus típicas meriendas, los domingos por la tarde! Lo bonito del «canalillo» eran sus márgenes, orlados por blancos álamos que transformaban los caminos que lo bordean en paraje romántico. Los novios elegían los altos del Hipódromo o de Amaniel, para sus paseos al borde del agua en los atardeceres pro picios. El atardecer tenía un inconveniente, que eran los mosquitos, cosa que los enamorados no lo notaban. La verdad es que la tarde de los domingos sus márgenes se po nían imposibles de transitar, por la muchas familias que acudían a merendar y después, en el agua pura y cristalina, se dedicaban a la var sus cacharros, lo que era un cuadro no muy grato en aseo. Acam-
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paban sin ningún control, dejando todo como un estercolero. Allá ellos con su falta de educación cívica. Recuerdo a Antonio Díaz Cañabate, que en su libro Madrid y los madriles, decía: «Los días de moda del canalillo eran los de entre semana, porque en estos días estaba desierto. Sólo los caballitos del diablo, esas bellas libélulas, cuyas larvas son acuáticas, revolotea ban por el canalillo con sus giros caprichosos y rápidos. Y cuando ya entrada la noche se regresaba hacia Madrid, los novios iban tonifi cados por la fuerza poética que del canallillo se desprendía. El cre cimiento de la capital acabó con él. Estando trazando la actual ave nida de Reina Victoria, este lo cruzaba por el lado de la edificación de la Cruz Roja, hasta que un día desapareció enterrado por mon tones de arena».
Acueducto de Amaniel. Fotografía de Clifford.
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Y ya con estos relatos de arraigo y mucho valor diciendo de su Madrid que le quieren con amor. Unos hablan de rincones otros de viejas leyendas, de costumbres ya perdidas que en las mentes se recuerda Personajes con historia nos legaron con cariño su amor por estos madriles que yo recuerdo desde niño. Y ya como colofón el recuerdo me entristece del olvido en que se encuentran los valores matritenses.
Templete de las Vistillas.
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EL«COGOLLO» DE LA CALLE DEL SACRAMENTO
((En el barrio de los Austrias calle sin rem ordim iento con casonas y palacios es la calle Sacramento».
Convento de las religiosas Bernardas del Sacramento.
alle señorial y severa, pionera del prestigio tradi cional del viejo Madrid, en tiempos se llamó de Santa María y de San Justo y Pastor. De noche es digna de ver esta calle. Farolas de luz verdosa la alumbran misteriosamente, los gatos se deslizan li bremente entre las sombras y todo se llena de anti guos pasos que resuenan como las botas de espue las del caballero Echenique, sobre el viejo empedrado. A la derecha de su comienzo, está la fachada posterior de la casa de Cisneros con su hermoso balcón y su puerta. El balcón es una de las curiosidades más artísticas del viejo Madrid, se dice que la obra primordial y elegante fue plasmada por Berruguete, que por aque llas fechas colaboró con Giralte en la realización de las esculturas de la Capilla del Obispo. En la otra esquina estuvo la «Casa de la Cruz» -hoy desaparecida-, la cual tenía en su tejado una cruz de madera, señal de una marca inquisitorial. El convento de las Religiosas Bernardas del Sacramento, se ha lla ubicado en el número 7 de la referida calle, fundado por don Cris tóbal Gómez de Sandoval, duque de Uceda, el cual trajo las prime ras religiosas del convento de Santa Ana de Valladolid, con licencia de doña Ana de Austria, abadesa de las Huelgas de Burgos, reali zando su entrada en este convento el 21 de junio de 1615. El templo se acabó de construir en 1744. Se compone de una sola nave, muy digna con sus cruceros, presbiterios en media naranja, atrio y lonja. Su traza se debe a Andrés de Esteban, y sus pinturas en pechinas y bóvedas a Luis Velázquez. Su retablo mayor se compone de dos co lumnas corintias y un cuadro que representa a San Bernardo y San Benito. El número 1 era el palacio de Revillagigedo, el cual fue vendido al Ayuntamiento a finales del año 1969, convirtiéndolo en oficinas municipales. El número 4 daba su esquina a la calle del Rollo, y en ella, estaba la Asociación de Artistas y Escritores. Los números 4 y 6 desaparecieron por haberlos derruido el Ayuntamiento para hacer el aparcamiento que hay actualmente. En el número 4 estaba la fa
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mosa «casa del milagro», casita de dos plantas y dos balcones, im pregnada de una leyenda romántica y atractiva. El númeo 6 daba esquina a la calle del Duque de Nájera, donde existía un sotanillo taberna, llamada «casa Ramón», típica por su caldo y huevos cocidos. En ella se reunían escritores y artistas con una tertulia literaria, en el año 1947, llamada el «club de los noc támbulos». En contra a lo que muchos creen, que la calle del Sacramento em pieza en Puerta Cerrada, no es así, ya que su primer trozo es la ca lle de San Justo, calle muy corta que empieza en Puerta Cerrada y desemboca en la de Sacramento, la cual tiene dos edificios en cada lado; en el lado de los pares está el palacio del Arzobispado y, a con tinuación, sólo separados por el callejón del Panecillo -donde los an tiguos Obispos distribuían pan a los pobres-, está la iglesia de San Miguel Arcángel. Esta iglesia es pontificia, y parece ser que es de muy antigua fundación. Estaba dedicada a los santos niños Justo y Pastor -de ahí el nombre de la calle-, dos hispanos de siete y nueve años, que acudían a la escuela de Alcalá de Henares, y que fueron martirizados bajo Daciano, el 6 de agosto del año 307 de nuestra Era, bajo la dominación romana, por no abjurar del cristianismo. En el lado de los impares, sólo se encuentra la casa de Iván de Vargas, casa donde sirvió el Santo Isidro, y una casa de nueva planta edifi cada en el solar donde estuvo el antiguo palacio de Aguilera, de los condes de la Oliva. La calle del Rollo, en el plano de Teixeira, estaba como la de los Arcos, y en el de Espinosa con el nombre actual. Dice la tradición que se llamó del Rollo, por un rollo de piedra que había en la calle y que quería indicar que Madrid, antes de Corte fue Villa. Otros dicen que por la configuración de la calle que va desde la de Madrid -p e queña calle a espaldas del Ayuntamiento-, que iba de Rollo a Duque de Nájera, que hoy no existe por haber convertido el Ayuntamiento en plaza lo que antes eran dos casas. También se dice, que pudo ser por haberse encontrado en esa calle a un niño envuelto en una es tera, en el siglo xvii. Otra de las calles que sale a Sacramento, entre ésta y San Justo, es la de Puñonrostro, que va desde esa esquina a la plaza del Con de de Miranda, a espaldas de la Iglesia de San Miguel. En esta ca lle tuvo su finca de recreo Fernando del Pulgar, cronista de los Re yes Católicos, que después pasó al conde de Puñonrostro, que edificó ahí su palacio, y de ahí viene su nombre. Seguramente que el duque de Nájera tendría su palacio donde ahora es el Gobierno Civil, y por eso el nombre de su corta calle, que va de Mayor a Sacramento.
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La calle del Sacramento, probablemente la primera y tal vez la única del viejo Madrid que iba por terreno llano y tenía alguna ex tensión, a principios poseía apenas un caserío sin importancia, y to do su auge lo adquirió en el siglo xv. Calle que terminaba en el Ar co de Santa María, primitiva puerta del primer recinto amurallado madrileño, que pronto perdió su carácter defensivo, y por acuerdo municipal fue derribada en 1515, que según Cambronera fue en 1569, y según Mesonero Romanos en 1572, con ocasión de la entra da de la reina doña Ana de Austria. A principios del siglo xvil, los Señores del Consejo de su Majes tad, decidieron el ensanche de la calle desde Santa María a San Jus to, por pasar la procesión del Santísimo Sacramento y que bajaba a las que labró el duque de Uceda al Estudio de la Villa. Años de pri vanza del duque y ensanche debido, probablemente, a su influencia, ya que se hace relación con la fundación del convento de las Ber nardas. En el acuerdo, se hace mención de la intención de mejorar la calle. La relación de inquilinos de las casas afectadas da idea del carácter principal de la vía. Desde la plaza de Puerta Cerrada hasta el palacio del duque de Uceda, se sucedieron las grandes edificaciones, palacios y severas iglesias. Y a lo largo de los siglos, en contraste con el número de me sones, posadas y tabernas de Puerta Cerrada, las Cavas y calle Se govia, que son como sus límites, sólo hallamos referencia a la lla mada casa de posadas de Diego de Herrera, junto a la iglesia de San Justo, en 1599, y que en 1683 vendió a Domingo Rodríguez. Por el contrario, se multiplican en ella los apellidos de la mayor nobleza madrileña; en la calle que va a Santa María, tuvieron sus casas de mayorazgo los Zapatas, los Coalla, los Vargas, vivieron los condes de la Calzada, de Medellin, de Miranda de Anta, el marqués de la Fuente, de Casarrubios, de Amarantes, de la Puebla, de Astíllanos, de Puñonrostro, etc. Hoy, de aquel Madrid viejo, donde la tradición y la conseja hicie ron muy bien su nido, sólo quedan huellas de esta calle, vía procer de los pasados tiempos que se llama del Sacramento.
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Librería General
ÍNDICE Prólogo...................................................................................
7
La Villa de Madrid desde que fue C orte..........................
9
¿Madrid, islámico? ..............................................................
17
La maqueta de Madrid del año 1830................................
23
Evocando un Dos de Mayo madrileño..............................
29
Un museo romántico en el corazón de M adrid................
33
Palacetes de M adrid............................................................
39
Tres ermitas madrileñas ...................................................
59
Aleluyas de los «madriles» perdidos ................................
65
La Casa de los A ustrias.....................................................
75
Apología a Madrid ..............................................................
83
Dar posada al forastero .....................................................
91
Tarde de toros en los umbrales del siglo.... .....................
97
Contorno del Madrid Medieval .........................................
103
Contorno del Madrid antiguo.............................................
113
La Cuesta de la V eg a ..........................................................
127
Cava Baja m adrileña..........................................................
131
Valores externos de iglesias y templos ..................... .......
137
Pérdidas del Madrid antiguo.......................................... .
159
Evocando Madrid ................................................................
165
347
La Nochebuena del pobre...................................................
171
Años inolvidables de M adrid.............................................
177
Las verbenas madrileñas....................................................
187
Calle de ¡Válgame D ios!......................................................
195
Costumbres matritenses ....................................................
201
Pinceladas m adrileñas........................................................
213
El Madrid que nunca muere .............................................
223
Gestos y frases de Madrid ..................................................
231
Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Madrid ..............
239
Honra para el Panteón de Hombres Ilustres ..................
245
Fortaleza musulmana de Madrid .....................................
255
Las «Córralas» de Madrid ..................................................
263
Casas de personajes históricos...........................................
267
Recorrido por el barrio de los Austrias y los Borbones ..
273
Merenderos de las Ventas del Espíritu Santo ................
295
Las buhardillas madrileñas...............................................
299
Los «Arrabales» de Madrid ................................................
303
Cuatro estadistas asesinados.............................................
307
La Santa Hermandad del Refugio......... ...........................
313
Retazos del Madrid pasado ...............................................
319
El «cogollo» de la calle del Sacramento............................
339
Bibliografía........................................... ...............................
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