Los saberes expertos y el poder de hacer y deshacer „sociedad‟
Pablo de Marinis Instituto de Investigaciones ―Gino Germani‖, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires – CONICET CONICET (Este trabajo fue publicado en 2009 en una compilación de Gabriel Gatti, Iñaki Martínez de Albéniz y Benjamín Tejerina, que llevó el título Tecnología, cultura experta e identidad en la sociedad del conocimiento, conocimiento , Bilbao, Servicio Editorial de la Universidad del País Vasco; el trabajo está entre las páginas 53 y 96).
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INTRODUCCIÓN 1
La relación de los saberes expertos con la actividad de gobierno ha experimentado a través del tiempo numerosas y significativas variaciones. Que el saber y el poder mantienen entre sí una peculiar relación 2 no constituye un asunto nuevo: ya las más antiguas reflexiones filosóficas abordaron consecuentemente consecuentemente este problema, y lo propio hicieron los precursores del pensamiento político y social moderno. De tal forma, este texto no puede elevar la pretensión de reconstruir ni siquiera someramente la genealogía de estas relaciones entre saber y poder (dicho de otro modo: entre conocimiento y política), sino que aspira, apenas, a describir algunas de sus más recientes y profundas transformaciones, localizándolas en unos determinados ámbitos de acción (algunas políticas educativas y de seguridad urbana), en una época (aproximadamente las últimas dos décadas), y en un lugar (Argentina). 3 La tonalidad del texto comenzará siendo abstracta y general. Así, realizando un recorrido inevitablemente superficial a través del devenir histórico de las racionalidades políticas, se presentarán algunas de las diferentes figuras y personificaciones personificaciones del saber experto que han surgido en muy diversos momentos, durante, aproximadamente, el último siglo y medio. El ejercicio apunta, en definitiva, a comparar viejas personificaciones con otras encarnaciones más actuales del saber
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Fue de inestimable ayuda el comentario crítico que Claudio Suasnábar y Leandro Stagno (ambos de la Universidad de La Plata y de FLACSO – Argentina) realizaron a versiones anteriores de este texto. Gabriel Gatti fue un paciente y meticuloso editor. A todos mi agradecimiento. 2 Una relación de (por decirlo ligeramente) estratégica y mutua implicación 3 No obstante, al tratarse de tendencias globales, muchas de las cuestiones que aquí se planteen pueden pued en tener t ener alguna algun a vigenci vi genciaa en contextos conte xtos diferente dife rentess al refer r eferido. ido. 1
experto y que, hoy por hoy, interactuando conflictivamente con otras, se han tornado dominantes y estratégicas para el ejercicio del poder. Las figuras que se someterán a comparación serán cuatro, y funcionarán aquí de forma bastante similar a los famosos recursos metodológicos que Max Weber denominó ―tipos ideales‖, esto es, como construcciones conceptuales abstractas que
resultan de muy dificultos o (o imposible) hallazgo ―en estado puro‖ en la realidad, aunque bien pueden servir para ordenarla y comprenderla. 4 Una de estas figuras, ya extinguida, es la del “intelectual fundacional”, clásico personaje paradigmático de la era en la que fue dominante la racionalidad política liberal, durante buena parte del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Las otras tres figuras han emergido sucesivamente en distintos momentos históricos, y todas conservan diferentes niveles de vigencia en la actualidad. En primer lugar, va a hablarse aquí del “científico puro”, un individuo que practica actividades reconocidas como ―científicas‖ y que tiene su sede en universidades y otros centros de
investigación. Segundo, el “ingeniero social” o cuadro técnico, una figura que fue característica de la era del Estado de Bienestar de impronta keynesiana y que sigue teniendo actualmente alguna — aunque aunque ciertamente devaluada — vigencia. Y, por último, se analizará el significado de la figura de más reciente aparición, el llamado “analista simbólico”, conocido a menudo también como ―tecnopolítico‖. Es
especialmente este último el que ha comenzado en los últimos tiempos a desempeñar un rol estratégico en la planificación, organización y gestión de los asuntos de gobierno, entrando en conflictivas vinculaciones y a la vez parcialmente desplazando en su importancia a los otros exponentes del saber experto. La comparación entre estos cuatro tipos se hará a través de un conjunto de dimensiones fuertemente interconectadas. Entre ellas, se destacan las racionalidades políticas que invocan y por las que son promovidos, los marcos de referencia o inserciones institucionales que cada uno de ellos tiene, las autopercepciones que poseen acerca de su papel en la sociedad, la relación que mantienen con la arena en la que se toman las decisiones políticas, las concepciones del conocimiento que manejan, los valores según los cuales se orientan, las formaciones y titulaciones de las que disponen, los tipos de textos que escriben y los medios a través t ravés de los cuales los hacen circular, las fuentes de su prestigio y reconocimiento, las concepciones del trabajo en las que se sostienen, etc. En el marco de este ejercicio comparativo el mayor énfasis estará puesto en obtener una descripción de los perfiles que asume en la actualidad el rol de los analistas simbólicos, caracterizando las tareas de ―traducción‖ de poder y autoridad que
ellos desempeñan en distintos ámbitos institucionales, esto es, el diseño,
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Véanse, por ejemplo, los diversos textos de carácter metodológico y epistemológico que se incluyen en Weber (1990) [1922]. 2
experto y que, hoy por hoy, interactuando conflictivamente con otras, se han tornado dominantes y estratégicas para el ejercicio del poder. Las figuras que se someterán a comparación serán cuatro, y funcionarán aquí de forma bastante similar a los famosos recursos metodológicos que Max Weber denominó ―tipos ideales‖, esto es, como construcciones conceptuales abstractas que
resultan de muy dificultos o (o imposible) hallazgo ―en estado puro‖ en la realidad, aunque bien pueden servir para ordenarla y comprenderla. 4 Una de estas figuras, ya extinguida, es la del “intelectual fundacional”, clásico personaje paradigmático de la era en la que fue dominante la racionalidad política liberal, durante buena parte del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX. Las otras tres figuras han emergido sucesivamente en distintos momentos históricos, y todas conservan diferentes niveles de vigencia en la actualidad. En primer lugar, va a hablarse aquí del “científico puro”, un individuo que practica actividades reconocidas como ―científicas‖ y que tiene su sede en universidades y otros centros de
investigación. Segundo, el “ingeniero social” o cuadro técnico, una figura que fue característica de la era del Estado de Bienestar de impronta keynesiana y que sigue teniendo actualmente alguna — aunque aunque ciertamente devaluada — vigencia. Y, por último, se analizará el significado de la figura de más reciente aparición, el llamado “analista simbólico”, conocido a menudo también como ―tecnopolítico‖. Es
especialmente este último el que ha comenzado en los últimos tiempos a desempeñar un rol estratégico en la planificación, organización y gestión de los asuntos de gobierno, entrando en conflictivas vinculaciones y a la vez parcialmente desplazando en su importancia a los otros exponentes del saber experto. La comparación entre estos cuatro tipos se hará a través de un conjunto de dimensiones fuertemente interconectadas. Entre ellas, se destacan las racionalidades políticas que invocan y por las que son promovidos, los marcos de referencia o inserciones institucionales que cada uno de ellos tiene, las autopercepciones que poseen acerca de su papel en la sociedad, la relación que mantienen con la arena en la que se toman las decisiones políticas, las concepciones del conocimiento que manejan, los valores según los cuales se orientan, las formaciones y titulaciones de las que disponen, los tipos de textos que escriben y los medios a través t ravés de los cuales los hacen circular, las fuentes de su prestigio y reconocimiento, las concepciones del trabajo en las que se sostienen, etc. En el marco de este ejercicio comparativo el mayor énfasis estará puesto en obtener una descripción de los perfiles que asume en la actualidad el rol de los analistas simbólicos, caracterizando las tareas de ―traducción‖ de poder y autoridad que
ellos desempeñan en distintos ámbitos institucionales, esto es, el diseño,
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Véanse, por ejemplo, los diversos textos de carácter metodológico y epistemológico que se incluyen en Weber (1990) [1922]. 2
implementación y ―monitoreo‖ de variadas tecnol ogías de gobierno. Todos estos temas
serán abordados en la más extensa primera parte del trabajo. La tarea de los analistas simbólicos podría ser pensada, también, como un importante factor que contribuye al proceso (actualmente en vertiginoso curso) de devaluación-desconversión-desmontaje de la realidad (y del concepto político y científico-social) de ―lo social‖. Así, la segunda parte del trabajo se limitará a indicar, algo más brevemente, algunos caminos a través de los cuales estos procesos puedan ser analizados, ilustrando los desarrollos teóricos (que se realizan en la primera sección de esta segunda parte) con algunos ejemplos tomados de políticas desplegadas en Argentina en los últimos años, en especial, en el campo de las políticas de seguridad y en el de las políticas educativas (en la segunda sección). Las comparaciones ya planteadas en la primera parte del texto se verán así profundizadas: en efecto, ―lo social‖ había sido una figura sociológica y societal que las otras personificaciones del
saber experto (―intelectuales fundacionales‖, ―científicos puros‖ e ―ingenieros sociales‖) habían, respectivamente, fundado, racionalizado y administrado. Los analistas simbólicos, por su parte, realizan una tarea sensiblemente diferente, y participan en la tarea de inventar y gestionar una serie de dispositivos institucionales más o menos novedosos, o bien de redefinir y reformular viejos dispositivos. Al final del texto, se presentarán algunas conclusiones necesariamente breves y fragmentarias, que servirán tanto para cerrar provisoriamente el recorrido realizado como para sugerir algunas probables líneas de investigación hacia el futuro. En lo que sigue, y para concluir esta parte introductoria, se realizarán dos breves aclaraciones conceptuales conceptuales preliminares. En primer lugar, se advierte que los distintos conceptos aquí implicados (―poder‖, ―saber‖, ―gobierno‖, ―racionalidad política‖, ―tecnología de gobierno‖, etc.) no podrán desarrollarse con gran detalle aquí.
Más allá de su evidente polisemia, por tratarse de términos que atraviesan casi enteramente la historia del pensamiento político y social, en este texto estarán directamente vinculados a la obra de Michel Foucault (por ejemplo 1989; 1990; 1991), así como a la reelaboración y apropiación crítica que de ella hicieron, preponderantemente preponderantemente en el mundo académico de habla inglesa, los llamados governmentality studies (por studies (por ejemplo Dean 1999; Rose 1996; 1999). 5 En segundo lugar, se advierte que cada vez que aquí se hable de ―saberes expertos‖, deberán tenerse en cuenta especialmente los saberes acerca de los ―asuntos sociales y políticos‖, aún cuando ellos, por cierto, no agoten lo que pueda ser entendido como ―saber experto‖. En efecto, interesan aquí especialmente los saberes expertos que
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Otros ejemplos de esta perspectiva analítica pueden encontrarse en los diversos ensayos compilados en Barry/Osborne/Rose (1996). En de Marinis (1999) se presenta una sucinta introducción crítica a todos estos conceptos y a sus modos de abordaje por parte de la recepción anglosajona. 3
pueden ingresar, de diversas maneras, en los procesos a través de los cuales se definen, se implementan y se racionalizan las políticas. Así, por ejemplo, cuando aquí se haga referencia a un “intelectual fundacional” deberá pensarse sobre todo en un intelectual ―humanista‖, escritor, publicista, jurista, historiador, filántropo, protocientífico de la sociedad, o bien científico de la naturaleza o médico imbuido de ―inquietudes‖ acerca de cuestiones ―sociales‖ (por ejemplo, epidemiólogo, criminólogo, etc.). Por otro lado,
el “científico puro” será, en este texto, mucho más un sociólogo o antropólogo de sede básicamente universitaria que un físico, un biólogo o un matemático. Por demás, cuando se hable de cuadros técnicos o “ingenieros sociales” deberán los lectores representarse mucho más un individuo (a menudo, también poseedor de una formación y una titulación universitaria) inserto como funcionario de carrera estable en las áreas ―sociales‖ de gobierno (planificación urbana, salud, educación, etc.) que, por ejemplo,
un ingeniero de puentes y caminos. Finalmente, para la categoría de los “analistas simbólicos”, deberán los lectores imaginarse mucho más un pedagogo consultor en cuestiones educativas, un experto en políticas sociales, o un representante de las ―disciplinas‖ de la gestión, el management y la organización, que un ingeniero de sonido o un director de cine.
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PRIMERA PARTE: UN ENSAYO DE COMPARACIÓN ENTRE DISTINTOS “S ERVIDORES DEL P RÍNCIPE”
En primer término, se intenta en este texto realizar una comparación entre diferentes personificaciones del conocimiento experto. De las cuatro categorías ya mencionadas, dos son las que podrían prestarse a una más sencilla identificación. Se trata del ―ingeniero social‖ y del ―científico puro‖, figuras cuya sola mención permite
evocar alguna imagen más o menos definida: funcionarios de Estado poseedores de un saber técnico especializado, ubicados en lugares de cierta jerarquía en el escalafón, los primeros; agentes con formación académica insertos en el sistema científico y universitario, los segundos. Las otras dos categorías (el ―intelectual fundacional‖ y el ―analista simbólico‖) requieren de algunos comentarios adicionales, antes de avanzar
con mayor detalle en las comparaciones prometidas entre las cuatro personificaciones, donde se harán más explícitos sus respectivos perfiles. La figura del ―intelectual fundacional‖ está sin duda emparentada con las nociones convencionales del intelectual, surgidas entre los siglos XIX y XX: ―aquellos
individuos que reclaman como fundamento de legitimidad para sus intervenciones públicas una forma de pensamiento crítico, independiente de los poderes, y sustentada
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en el uso de la razón‖ (Neiburg y Plotkin 2004, 15). 6 En
otras palabras, y agregando
otros matices a la definición anterior, se trataba de p ersonas que ―consideraban como su responsabilidad moral y su derecho colectivo intervenir directamente en el sistema político mediante su influencia sobre las mentes de la nación y la configuración de las acciones de sus dirigentes políticos‖ (Bauman 1997, 9). Se habla aquí, en suma, de unas personificaciones portadoras de un tipo de conocimiento generalista que, quizás, no merezcan propiamente el nombre de ―saber experto‖. En efecto, en el debate científico social actual suele entenderse por saber experto la especialización o concentración en un tema, campo problemático, área o incluso subárea disciplinaria. Por el contrario, estos intelectuales pudieron condensar prácticamente el conjunto de los saberes (más o menos) eruditos disponibles en su época. Si bien la irrupción de estas figuras se produjo hace mucho tiempo, se hablará aquí en particular de las que surgieron desde el siglo XIX y tuvieron plena vigencia durante las primeras décadas del siglo XX. Se trata de esos ejemplares que retrospectivamente despiertan nuestra curiosidad y a veces incluso también nuestra admiración, porque (todavía) podían desplazarse con gran soltura (a veces también, irreverencia) por el arte y la literatura, la economía política, la historia universal, la geopolítica, la ―cuestión social‖, la jurisprudencia, la demografía, la estadística social y
los más recientes logros de las ciencias de la naturaleza, y combinaban su actividad propiamente intelectual centrada en la publicación de libros y artículos y en el dictado de clases y conferencias, con diversas formas de la actividad política, la que ejercían a veces de manera directa (ocupando cargos de relevancia en el Estado y otras instituciones) y otras más indirecta (realizando tareas propias de un ―Consejero del Príncipe‖ más o menos externo a
las arenas decisionales).
Por su parte, el más reciente concepto del ―analista simbólico‖ fue acuñado por el estadounidense Robert Reich, en uno de esos típicos textos ―de interés general‖, preocupados por la situación imperante ―en el mundo global actual‖, que a veces logran
devenir best-sellers y que en las librerías suelen localizarse en los estantes de ―novedades‖ antes que en los correspondientes a alguna disciplina o tema en particular.
Publicado en 1991, traducido a una veintena de idiomas, este trabajo llevó el título de El Trabajo de las Naciones (1993), en clara resonancia con el famoso La Riqueza de las Naciones de Adam Smith. Su autor es una figura polifacética, situado propiamente en un espacio liminal entre la actividad académica y la consultoría política, él mismo un excelente exponente del ―analista simbólico‖, vinculado al ala liberal del Partido
Demócrata y ministro de Trabajo durante el primer gobierno de Bill Clinton. Crítico de las taxonomías convencionales utilizadas por las oficinas de censos que, según su opinión, no estarían a la altura de las transformaciones más recientes de la 6
Luego se explorará con mayor detalle el significado de esta supuesta ―independencia‖ respecto de los poderes fácticos. 5
economía mundial, en general, y del mercado de trabajo, en particular, Reich propone una nueva clasificación de las categorías laborales u ocupacionales. Así, identifica tres categorías principales: los ―servicios rutinarios de producción‖, los ―servicios en persona‖ y los ―servicios simbólico-analíticos‖.7
En su conjunto, entre las tres categorías cubren más de tres de cada cuatro puestos laborales en Estados Unidos. Por fuera de ellas sólo quedarían los trabajadores rurales, los mineros y los empleados
públicos, todos ellos, según Reich, localizados ―al amparo de la competencia‖ (1993,
183). Con su figura del analista simbólico Reich hace referencia a un tipo de actividad profesional que comienza a volverse preponderante desde, por lo menos, la década del ‗70. El mayor impulso para su surgimiento lo habrían suministrado los
cambios que trajeron aparejadas la revolución tecnológica y la globalización de los mercados financieros. Entre estas actividades de ―servicios analítico-simbólicos‖ destaca el autor un conjunto de tareas relacionadas con la identificación, solución y arbitraje de problemas mediante la manipulación de símbolos de diverso tipo (datos, palabras, representaciones orales y visuales). Esta categoría de analistas simbólicos es extremadamente heterogénea, y abarca desde ingenieros de sistemas, biotecnólogos, ejecutivos de relaciones públicas y publicidad, especialistas en desarrollo urbano, brokers inmobiliarios, consultores de management , de finanzas, de impuestos y de seguros, especialistas en organización y recursos humanos, planificadores estratégicos, asesores de imagen, headhunters, expertos en cuestiones de seguridad, consultores de medios de comunicación, etc. No se evaluará aquí la eficacia descriptiva de esta categoría de los analistas simbólicos. La extrema heterogeneidad de actividades que caen dentro de ella conspira sin duda contra su univocidad y precisión, lo cual, sin duda, también podría ser dicho respecto de las demás categorías que se utilizarán en este trabajo. Sin embargo, para los fines que se persiguen aquí resultará ciertamente de utilidad su consideración, puesto que permitirá realzar algunas de las características más importantes que asume el saber experto en la actualidad, en su articulación con prácticas de poder y gobierno. Como ya se dijo, el alcance y significado de cada una de estas cuatro categorías (―intelectual fundacional‖, ―ingeniero social‖, ―científico puro‖ y ―analista simbólico‖) deberá
quedar más claro a medida que avance el desarrollo argumentativo de este texto, en particular, cuando los prometidos ejercicios comparativos (que se inician en lo que sigue) ya se hayan realizado. 8
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En lo que sigue de este trabajo se desarrollará con mayor detalle la tercera de sus categorías, la del ―analista simbólico‖. Para conocer en qué consisten las otras dos, véan se directamente los desarrollos de Reich (1993, 177ss). 8
Para la caracterización de los perfiles del ―analista simbólico‖ se ha encontrado inspiración en
numerosos trabajos, entre los que se destacan los de Aronson (2001a y b), Brunner (1993a; 1993b), Tenti Fanfani (1994), Camou (1997), Centeno/Silva (1998). 6
2.1 Raci onalidades pol í ti cas
El primer aspecto que se someterá a comparación es de gran amplitud, puesto que remite al tipo de racionalidad política que cada uno de estos expertos promueve, y por la que en su momento fueron (o actualmente son) promovidos. Así, el ―intelectua l fundacional‖ fue, por lo general, 9 un portavoz de la racionalidad política del liberalismo, embarcado en la tarea de fundar nuevas instituciones, o bien de reformar viejas instituciones para ponerlas en sintonía con los avances de los procesos de modernización política, económica y cultural de los Estados y las sociedades. Este tipo de intelectual concebía su tarea como un ciclópeo emprendimiento en favor del ―progreso‖ y contra el ―atraso‖, ocupando el lugar de este ―atraso‖ un heterogéneo
ensamble de fuerzas sociales: las viejas clases dominantes no burguesas, los poderes estamentales, las organizaciones religiosas, los particularismos locales y regionales, o, más ampliamente, en términos culturales, el ―oscurantismo‖ y la ―ignorancia‖.
Por su parte, el ingeniero social es un impulsor y a la vez el hijo dilecto de las racionalidades políticas del keynesianismo, también llamadas de ―Estado de Bienestar‖ (o, a veces, también denominado ―Estado Providencia‖). Se trata de un funcionario de
un Estado que no sólo se hallaba ya plenamente consolidado como unidad política (ese proceso ya se había consumado durante la época de la vigencia de la racionalidad política liberal), sino que también había pasado a asumir un activo papel de promoción de la ―ciudadanía social‖, un constructo que sus predecesores liberales (preocupados por los peligros intrínsecos al ―gobernar demasiado‖) aún no habían previsto ni prete ndido.
El analista simbólico, por su parte, actúa, y más aún, su existencia quizás sólo sea pensable bajo las condiciones de una racionalidad política neoliberal. Justamente esta racionalidad política es la que viene imprimiéndole su tonalidad a los procesos de ―desconversión de lo social‖. En esta tarea, tal como se profundizará en la segunda parte
de este trabajo, el analista simbólico desempeña un rol preponderante. Finalmente, el ―científico puro‖, a su vez, ha tenido y tiene sus campos de
actuación bajo el imperio o vigencia de las racionalidades políticas más diversas, debido a lo cual el campo de incumbencias y el sentido de su actividad han debido experimentar cambios significativos en el contenido y alcances de su trabajo a través del tiempo.10
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Vale la pena insistir, una vez más, que se trata aquí meramente de ―tipos ideales‖, y como tales simplemente nos indican qué dimensiones observar en la realidad, pero no son ni pretenden ser ―la realidad‖. Por eso, a la hora de pensar en nombres y apellidos reales como ejemplos de analista
simbólico, intelectual fundacional, ingeniero social o científico, muchos podrán caer simultáneamente dentro de varias de las categorías propuestas. 10 A primera vista, puede resultar ciertamente superficial este pequeño acápite acerca de los tipos de saberes expertos y su vinculación con las racionalidades políticas. Por el momento, sólo puede decirse esto. Su significado más amplio se comprenderá mejor más abajo. 7
2.2 I nser cion es insti tucion ales, sistemas de lealtades y autoper cepcion es
Los marcos de referencia de las respectivas actuaciones de estas diferentes personificaciones del saber experto suministran otro importante punto de comparación, sobre todo por lo que ellos pueden ilustrar acerca de las diversas lealtades y obligaciones que sobre tal base se construyen. En primer lugar, puede decirse que los intelectuales fundacionales fueron intelectuales del (y para el) Estado-Nación, poniendo su tarea fundamentalmente al servicio de la construcción y la consolidación de la unidad política básica de la modernidad. Asimismo, pretendieron erigirse (y, a veces, tuvieron éxito en ello) en portavoces del ―conjunto de la sociedad‖ o, al menos, de su principales ―fuerzas vivas‖.
De tal forma, cumplieron un papel descollante en la elaboración de mitos de origen, historias nacionales y relatos identitarios fundamentales. Algunos de ellos fueron ―intelectuales independientes‖, es decir, una suerte de freischwebende Intelligenz mannheimiana, aunque otros también desempeñaron directamente roles institucionales de peso, de gran compromiso en el organigrama formal de la conducción política de los Estados. Por su parte, los cuadros técnicos o ingenieros sociales combinan su condición de (más o menos leales) funcionarios estatales con la de promotores y sostenedores fundamentales de ―lo social‖, pesado edificio que sólo se sostiene (o, mejor dicho, pudo sostenerse) gracias a su tarea. La constitución de lo ―social‖, o, dicho de otro modo, de la matriz de lo ―social -estatal‖, requirió la erección de un ―pesado‖
andamiaje de organización burocrática y regulación biopolítica de las poblaciones. 11 En el diseño y primera puesta en marcha de estos dispositivos ya habían participado los ―intelectuales fundacionales‖ desempeñando un rol fundamental, pero la continuidad,
expansión y consolidación de los mismos le correspondió preponderantemente, años o décadas después, a los ―ingenieros sociales‖.
En contraste con estos funcionarios de base estatal, los científicos con sede en universidades y centros de investigación están caracterizados actualmente por una modalidad de inserción algo más diferenciada. 12 A un nivel inferior, tiene gran peso para ellos la pertenencia institucional, de ineludible mención a la hora de firmar papers y de participar en eventos científicos, donde es de rigor agregar a la información sobre el título académico la referencia acerca de la inserción institucional (cátedra,
11
Acerca de lo pesado y lo liviano, lo sólido y lo líquido, el hardware y el software como indicadores eficaces de la tonalidad dominante de los órdenes sociales hay numerosas sugerencias en Bauman (2002). Por otra parte, la biopolítica se ha convertido en un tema relevante del debate de los últimos años en las ciencias sociales y humanas. Entre todas las versiones disponibles - por cierto, bastante diferentes - aquí se prioriza la de Foucault (por ejemplo 1987; 1996; 2000). 12 Se advierte que en este párrafo se está hablando de la actividad científica en la actualidad. Acerca de los cambios que esta actividad experimentó en el último siglo no podrá decirse mucho aquí. 8
departamento, facultad, universidad, etc.); a niveles superiores, los científicos están por lo general incluidos en sistemas nacionales y/o en redes internacionales o globales de producción y difusión del conocimiento, cada una con sus específicos requisitos de ingreso, condiciones de permanencia y mecanismos de evaluación. En estos diferentes niveles se pone en juego un complejo sistema de lealtades, en el que entran desde las más pedestres componendas microfísicas locales hasta las más serias disputas por las pertenencias o los límites disciplinarios, o, más vaga y ampliamente, el ―compromiso con la verdad científica‖.
Finalmente, para el caso de los analistas simbólicos, el marco de actuación o el campo de inserción institucional resulta complejo y diversificado, mucho más aún que para los científicos e ingenieros sociales. Por un lado, pueden estar insertos en organismos y dependencias estatales como funcionarios contratados de forma temporal, es decir, una figura de inserción ocupacional muy diferente a la de los funcionarios de carrera o escalafón o plantilla permanente. En ese tipo de inserciones, deben interactuar codo a codo con los ingenieros sociales, casi siempre de manera conflictiva. Los analistas simbólicos también suelen participar de espacios académicos o semiacadémicos de producción y difusión del conocimiento, oscilando así entre las universidades y los think tanks.13 En estos ámbitos entran en contacto, también con no pocas fricciones, con los científicos convencionales. Pero mucho más directamente que los individuos de las otras categorías, que de algún modo tienen su sede exclusiva o bien en el Estado o en la universidad, los analistas simbólicos participan de un mercado globalizado del conocimiento, y es justamente por eso que sus ámbitos de inserción se han multiplicado en los últimos años. Así, suelen estar también insertos, por ejemplo, en organismos internacionales de todo tipo (financieros, humanitarios, vinculados al sistema de las Naciones Unidas, etc.), ONG, empresas privadas, conglomerados de medios de comunicación, etc. Por demás, los analistas simbólicos ya no están comprometidos con tareas propias de la invención de los dispositivos institucionales correspondientes a la era de ―lo social-estatal‖ (como sus predecesores remotos, los ―intelectuales fundacionales‖), ni con la promoción y sostenimiento de los mismos
(como los ingenieros sociales), sino con su reconfiguración-desmontaje-disolución, o, dicho más crudamente, con la gestión de su agonía. 14 Resulta obvio que sobre la base de tal diversidad de anclajes institucionales de los analistas simbólicos se erija un muy complejo sistema de lealtades. Por ejemplo, el consultor surgido de un think tank e inserto luego en alguna función en el organigrama formal del Estado suele establecer tensas relaciones con otras 13
Sobre la relación entre think tanks y el mundo de las decisiones políticas véase Smith (1994). Sobre el mundo de los think tanks en Argentina véase Thompson (1994). 14
El término ―agonía‖ de las instituciones se ha tomado de Deleuze (1995b). Lewkowicz (2004) apunta a lo mismo, pero su palabra clave es ―desfondamiento del Estado‖. Se trata, en amb os casos,
de afirmaciones de peso, que deberían ser procesadas en análisis empíricos más detallados. 9
personificaciones del saber experto. Esto se relaciona con los intereses no siempre coincidentes de la institución de origen y los propios del campo de su (provisoria) inserción. De hecho, cada vez que esta tensión se resuelve en una u otra dirección es de hecho percibida como traición por la otra parte. El mundo de la política institucional estatal y el mundo de las consultorías conforman a menudo ámbitos animados por lógicas de actuación, principios y valores bien diferentes. Y allí cabalgan los analistas simbólicos, en última instancia, quizás, más que nada leales a sí mismos (ni al aparato burocrático, ni a cierto partido político, ni a la sociedad, ni a ciertos grupos sociales). 15 De la mano de esta diversidad de inserciones institucionales y lealtades, consecuentemente varían las autopercepciones de cada uno de ellos. El primero de nuestros personajes, el intelectual fundacional, se percibía a sí mismo sobre todo como ciudadano, miembro activo y fundador de una Nación o de una República, o de sus instituciones fundamentales. A esa condición de ciudadano de una nación, el ingeniero social le agrega, por un lado, la de promotor activo de lazos so lidarios de ―sociedad‖ (cuando la racionalidad keynesiana dominaba la gubernamentalidad estatal) y, por el otro, su conciencia de elemento insustituible y leal de una organización, de engranaje de una maquinaria. A su vez, es habitual que los científicos enfaticen su condición de pertenencia a una determinada comunidad científica, la que funciona a muy diferentes niveles, implicando en cada caso formas asociativas diferentes, de base tanto subdisciplinaria o disciplinaria como nacional o internacional, etc. Por su parte, los analistas simbólicos suelen percibirse a sí mismos como ―nodos de una red‖ en la que se articulan poderes fácticos, información y capital social. La contraparte ética de su actuación no es, pues, ―la Nación‖ o ―la sociedad‖, ni
tampoco tienen el mayor peso las líneas directrices del organigrama funcional del Estado, ni resultan de la mayor relevancia los mecanismos de aprobación-reprobación de unos colegas-pares miembros de la misma comunidad. En este caso, entonces, como se verá luego co n mayor detalle, el ―otro‖ con el que el analista simbólico entra en contacto es sobre todo un genérico y diversificado mercado de potenciales consumidores de sus servicios profesionales. 2.3 Relación con la “arena de las decisiones políticas”
Otra importante dimensión que se puede someter a comparación entre estas cuatro personificaciones del saber experto es la que tiene que ver con su posicionamiento respecto de la ―arena‖ de las decisiones políticas y, vinculado a ello, su
15
La posición que aquí se defiende difiere de ciertas imágenes convencionales de los analistas simbólicos, que suelen ser percibidos siempre y necesariamen te como ―agentes‖ o ―representantes‖ de algo o de alguien, cuando habría suficiente evidencia de que sus lealtades son cambiantes y pueden perfectamente ponerse al servicio de proyectos políticos sensiblemente diferentes en el lapso de muy pocos años. 10
actuación en el marco de un esquem a de acción ―medios-fines‖, o bien ―problemassoluciones‖. Tal como ya se dijo, el intelectual fundacional fue a menudo un ―intelectual independiente‖, politizado y crítico, preocupado por los ―destinos de la Nación‖, un enérgico identificador de ―problemas‖ y a menudo, también, un suministrador de las
a menudo hacía creer a los demás), desde su reconocido lugar de privilegio, podía vislumbrar. Obviamente, de las más intensas ilusiones a las más profundas frustraciones había un pequeño paso, el cual se daba cuando sus sabios consejos no eran escuchados por el Príncipe. 16 ―Legislando‖ sobre acciones y opiniones ajenas, 17 esclareciendo a los gobernantes para que definan programáticamente las metas políticas,18 esforzándose por persuadirlos para que asuman ―soluciones‖ que sólo él (al menos, eso es lo que él creía y
y entiendan qué es lo que ―verdaderamente‖ debe ser concebido y entendido como
problemático, los intelectuales fundacionales se localizaron en un lugar relativamente (aunque sólo relativamente) distanciado de la arena de las decisiones políticas. Sin embargo, a menudo, el nivel de compromiso político alcanzado por estos intelectuales también implicó el abandono de esa posición ―distanciada‖ de los poderes fácticos, y la
asunción de otro tipo de responsabilidades en la ejecución directa de políticas y en la fundación o conducción de instituciones. Por su parte, el técnico de la burocracia estatal, como engranaje de un aparato, se encuentra indudablemente involucrado hasta la médula en la arena donde se toman las decisiones políticas. Pero tiene muy claro que ellas no son estrictamente de su incumbencia, y en tal sentido acepta sin resignación y sin sensación alguna de impotencia (como era el caso en los intelectuales) el trazado de una tajante división de r esponsabilidades entre ―los que deciden‖ y ―los que ejecutan‖. En tal sentido, su tarea está claramente delimitada, y sobre la base de su saber técnico, se relaciona meramente con la elaboración y balance de los medios más eficientes para lograr metas que no son ni deberían ser establecidas por ellos mismos. 19
16
Lo cual sucedía bastante a menudo, puesto que el Príncipe muy bien podía escuchar a otros, o a nadie. Max Weber fue personalmente, en gran parte de su vida pública, un buen ejemplo de ello, lo cual puede leerse muy claramente en el tono entre irónico y desesperado que a menudo asumieron sus escritos políticos (1988) [1921]. 17
En el sentido que le da Bauman al ―legislador‖, aquella figura cuyo papel ―consiste en hacer
afirmaciones de autoridad que arbitran en controversias de opiniones y escogen las que, tras haber sido seleccionadas, pasan a ser correctas y vinculantes‖ (1997, 13). 18
Porque, en un sentido estricto, de acuerdo a este esquema correspondería a los políticos el establecimiento de las metas, y no a los científicos. De todos modos, estos últimos pueden también colaborar en tal establecimiento. Hay referencias a este viejo problema en Weber (1990) [1922]. 19 Así también lo vio prematuramente Merton (1945, 409): ―el político señala las metas - los fines, los objetivos- y los técnicos, a base de conocimiento especializado, indican diferentes medios para llegar a estos fines‖. Pero no todo resulta siempre tan armónico. Otra vez, los precursores escritos políticos de Weber ilustran muy bien acerca de los peligros de la ―superposición de incumbencias‖ entre burócratas y políticos. Véase, a modo de ejemplo, ―Parlament und Regierung im neugeordneten
11
A su vez, el ―científico puro‖ de base universitaria puede (o no) tener registro
de la inmensa politicidad de su tarea y de los efectos propiamente políticos que ésta puede producir. Pero, en líneas generales, no es ése su fuerte, ni tampoco es prioritariamente evaluado y reconocido por lo que pueda llegar a hacer en tanto sujeto político. De tal forma, su distanciamiento formal de la arena de la política es en cierto modo aproblemático, y cada vez que la politicidad de su accionar se hace evidente, se tolera que ella se realice sólo en nombre de los compromisos personales o ciudadanos del científico, pero nunca poniendo en juego el compromiso (intrínseco al campo de la ciencia) con el elevado valor de l a ―búsqueda de la verdad‖. En todo esto, resulta obvio que se están introduciendo numerosos esquematismos. El fuerte debate que se dio en los últimos años entre académicos estadounidenses alrededor de la “public sociology” es casi ridículo visto desde América Latina, donde las ciencias sociales han seguido, acompañado (y sufrido) los más intensos avatares institucionales. Por demás, todo lo dicho en los párrafos anteriores no tiene el mismo alcance en las ciencias naturales y en las sociales; 20 y aún dentro de las últimas, las posiciones pueden ser bien diferentes, y de hecho han podido serlo históricamente: desde la marxiana tesis XI sobre Feuerbach (en la que se realiza una fuerte apuesta por la instrumentalidad de la ciencia, poniéndola al servicio de un proyecto emancipatorio), pasando por la intención durkheimiana de construir una objetiva y rigurosa ―ciencia de la moral‖, hasta las (por lo general, leídas de manera bastante inocente) propuestas weberianas de la ―neutralidad valorativa‖. Para concluir esta sección, el caso de los analistas simbólicos reviste comparativamente muchas más ambivalencias que las ya mencionadas y presentes en las otras personificaciones del saber experto. Dada la multiplicidad de ámbitos de inserción que estos analistas tienen, realizan constantes desplazamientos entre posiciones de ―exterioridad‖ y de ―interioridad‖ en relación con la arena de las decisiones políticas, la cual, a su vez, de manera creciente, tiende a no coincidir exactamente con el espacio formal de las instituciones estatales. En efecto, una de las notas distintivas de la época actual es el hecho de que el Estado haya dejado de ser la única o principal fuente de gubernamentalidad. Así, se viene manifestando en las últimas décadas una intensa redistribución de las funciones que tradicionalmente había desempeñado el Estado, teniendo así lugar un complejo proceso de reasignación de atribuciones e incumbencias entre el Estado y otros actores (ya sea tanto privados, como semipúblicos, y de las llamadas ―organizaciones de la sociedad civil‖). Todo esto
sucede en el marco del clivaje estructural del esquema básico de agregación y Deutschland‖, en (1988) [1921] (306 -443), donde Weber deplora tanto la impotencia política de la burguesía alemana como el carácter expansivo y entrometido de la bur ocracia en el trazado de las líneas directrices de la acción política. 20 Si es que, a contrapelo de la más reciente sociología de la ciencia, se quiere seguir sosteniendo esta decimonónica inconmensurabilidad entre ambas.
12
articulación de actores sociales y políticos que la filosofía y la sociología políticas vienen construyendo desde hace unos tres siglos: Estado vs. Sociedad Civil. Es a este fenómeno contemporáneo al que ciertas perspectivas inspiradas en Foucault suelen referirse con el concepto de ―pluralización de modos de gobierno‖. Otras líneas teóricas, por su parte, se refieren más bien a un proceso de ―desdiferenciación‖ de campos,
sistemas, lógicas, etc. 21 De tal forma, a menudo, el ―consultor independiente‖ se restringe al diseño
técnico de políticas o realiza asesorías puntuales acerca de políticas que otros diseñan y ejecutan, pero otras veces ese mismo consultor independiente desempeña directamente, de manera simultánea, tareas de implementación o evaluación de estas mismas políticas, diseñadas por él y por los equipos que integra. A esta complejidad debe agregarse otra, y que tiene que ver con un contexto situacional como el contemporáneo, donde el trazado de los límites entre lo público y lo privado se vuelve cada vez más dificultoso. En tal sentido, en el marco de semejante ―desdiferenciación‖ y de ―pluralización de modos de gobierno‖, resulta extre madamente
difícil establecer con
claridad en qué consiste, de qué procesos y organizaciones consta la ―arena de las decisiones políticas‖, y cuál es el papel preciso que en ella le cabe a los saberes
expertos. Un análisis cuidadoso de la actuación específica de los analistas simbólicos en las arenas decisionales debería tomar estas nuevas complejidades en consideración, y estar atento a la especificidad de las lógicas que imperan tanto en el mundo de la producción de conocimientos como en el del proceso de elaboración de políticas. Así, no puede presuponerse de antemano la inconmensurabilidad de ambos campos, pero tampoco su absoluta identidad, puesto que de lo contrario no podrían comprenderse ni las convergencias ni tampoco los cortocircuitos que efectivamente se producen. 22 Adoptando estas precauciones de método, muchas imágenes convencionales de las relaciones entre conocimiento y política necesariamente se caerían. Tal es el caso de aquellas tradicionales visiones funcionalistas que operaban sobre la base de una estricta y tajante distinción entre establecer metas (como tarea eminentemente política) y arbitrar medios (como tarea intrínsecamente técnica). Por el contrario, no es infrecuente observar la actuación de unos analistas simbólicos comprometidos
21
Ambos conceptos requerirían un desarrollo más profundo, y aquí apenas podrán ser mencionados.
Frente a su famoso pariente (la ―diferenciación‖), que en la sociología académica ha hecho una larga carrera desde Emile Durkheim en adelante, el concepto de ―desdiferenciación‖ no tiene aún el lugar
de peso que merecería. Hay apenas algunas incidentales indicaciones en Ulrich Beck, en Scott Lash y en algunos sociólogos que trabajan en las sendas teóricas abiertas por autores tan distintos como Norbert Elias y Niklas Luhmann. Por otro lado, el co ncepto de ―pluralización de modos de gobierno‖ ha sido abundantemente elaborado por autores anglosajones de la perspectiva de los governmentality studies, por ejemplo Dean (1999); Rose (1996; 1999) y los mencionados en la nota 5. 22 Sobre este tipo de premisas se funda el interesante modelo teórico que desarrolla Wittrock (1999). Galeano (2004; 2005) realiza una interesante apropiación del mismo, y lo hace ―funcionar‖ en el
análisis de políticas de seguridad en la Argentina de los últimos años. 13
simultáneamente con la elaboración de medios y el establecimiento de metas, esto es, con la insidiosa construcción de problemas ―frente a los que debe hacerse algo‖ y a la
vez con la generación (y venta del servicio de la elaboración) de las posibles soluciones a los mismos. 2.4 Concepciones del conocimiento
Otro importante aspecto para la comparación entre estas diferentes categorías de saber experto lo constituyen las concepciones del conocimiento que ellas promueven y las opciones valorativas que a ellas van asociadas. En primer lugar, tanto entre los ―intelectuales fundacionales‖ como entre los ―científicos puros‖ predomina ron y predominan concepciones del conocimiento como representación, idea o símbolo, es decir, una noción del conocimiento en la que se realza el valor intrínseco del mismo, independientemente de sus eventuales aplicaciones. Esto no quita que también pueda estar presente una fuerte impronta de instrumentalidad de los saberes, en el sentido de que no se conoce estrictamente ―porque sí‖, sino que siempre se ―conoce para algo‖
distinto al mero conocer, como es fundar, comprender, reformar, transformar, criticar, etc. Pero lo cierto es que estos conocimientos, por lo general, fueron y son considerados valiosos por sí mismos, y no sólo por lo que pudiera llegar a hacerse eventualmente con ellos. Es decir, los valores de la ―verdad‖ y la ―razón‖ se encuentran entre los más altos
de la escala valorativa de intelectuales y científicos. Sin embargo, hay algunas diferencias importantes entre ellos: mientras en los primeros dominaba el optimismo por las instituciones que iban a crear o reformar (instituciones que, para ellos, estaban llamadas a perdurar), en los segundos suele estar presente el escepticismo propio de la actividad científica, que parte de admitir resignadamente la provisionalidad de todo conocimiento, que asume que nuestros saberes de hoy están irremediablemente destinados a ser superados por otros saberes en un futuro indefinido. 23 En el caso del cuadro técnico, el conocimiento es un conocimiento riguroso del expediente, 24 del proceso, es decir, un conocimiento concebido y construido como insumo de la administración burocrática, como acompañante y soporte necesario del poder. En un plano valorativo, entonces, ya no se trata en primera instancia de la verdad y de la razón, sino de la eficacia y de la eficiencia en el cumplimiento de las órdenes establecidas. Más en concreto, en las experiencias de gobierno que estuvieron regidas por racionalidades políticas keynesianas, la eficacia y la eficiencia no aparecieron aisladas, sino puestas al servicio de valores aún más ―elevados‖ que ellas, tales como la
23
También en esto Max Weber fue precursor, cuando afirmó que, para quien quiera dedicarse a la ciencia, la superación de sus propios conocimientos no sólo es su destino, sino también su propósito (1991, 16). 24 El principio del ―atenerse al expediente‖ ya había sido con siderado por Max Weber (1984) como uno de los atributos infaltables del tipo ideal del funcionario burocrático. 14
―justicia social‖, la ―solidaridad‖ o la ―unidad nacional‖. En suma: no hay aquí ni
escepticismo cientificista ni optimismo fundacional, sino más bien sobriedad, ajuste a las prescripciones normativas y a los procedimientos establecidos en el organigrama formal. Esta apelación al conocimiento útil, eficaz y eficiente resulta especialmente ponderada entre los analistas simbólicos, para quienes el conocimiento es preponderantemente una ―destreza‖, un know how, un ―conocimiento para‖, el cual aparece entonces potenciado mucho más desde sus aspectos prácticos que desde su valor puramente representacional o asociado a la ―verdad‖ (o a su ―desinteresada‖
búsqueda). De cualquier forma, los analistas simbólicos no pueden ser creadores de conocimiento siempre ―original‖ y ―novedoso‖, 25 sino apenas (lo que no es poco) responsables de la aplicación o combinación de conocimientos a partir de definiciones que ellos mismos (o quienes los contratan) realizan acerca de lo que es problemático en el mundo sobre el cual se impone intervenir. Así, al igual que los cuadros técnicos, están fuertemente comprometidos con una utilización práctica del conocimiento. Pero lo que para aquéllos se remite explícitamente a la ejecución de órdenes normativamente prescriptas y bajadas a través de las líneas de la jerarquía funcional, o a la aplicación más o menos rutinaria de los saberes que se han demostrado eficaces en la práctica de gobierno, los analistas simbólicos están embarcados en un reciclaje permanente de saberes y competencias, en una espiral de innovación y en una alteración constante de las fronteras entre lo que debe ser entendido como problemático y lo que no debe serlo. Sin embargo, la ―innovación permanente‖ resulta en los hechos imposible. De tal manera, como estrategia de distinción frente a otras personificaciones del saber experto, a menudo la tarea del analista simbólico consiste apenas en simular eficazmente la novedad, por ejemplo a través de la prolífica invención de neologismos y jergas híperespecializadas, en la renominación de viejos fenómenos como si fueran nuevos, etc. En suma, si los científicos puros se instalan claramente en lo que en perspectivas convencionales de epistemología y metodología de las ciencias suele denominarse como ―contexto de descubrimiento‖, la práctica de los analistas simbólicos
reduce al máximo la distancia (llegando incluso a la desdiferenciación de las fronteras) entre el ―contexto de descubrimiento‖ y el más tecnológico ―contexto de aplicación‖, desinteresándose casi totalmente por el ―contexto de justificación‖. En tal sentido, ellos
mismos (o, mejor dicho, su tarea) constituyen una interfaz entre la creación y la aplicación del conocimiento, asumiendo sin ambages el carácter provisorio del mismo,
25
Por el contrario, justamente la originalidad, la producción de nuevos conocimientos, es lo que legítimamente puede esperarse del científico, o es justamente una de las cuestiones que más se apreciaba de la ―alta‖ y ―noble‖ tarea de los ―intelectuales fundacionales‖.
15
pero partiendo a la vez de una cierta confianza en la maleabilidad del mundo y en la penetrabilidad del mismo ante las operaciones del saber-poder. Dicho todo esto acerca de sus concepciones del conocimiento, no resulta extraño que los analistas simbólicos desprecien profundamente a las otras personificaciones del saber experto. En efecto, para los analistas simbólicos, los científicos resultan por lo general ―impotentes‖ para transformar una r ealidad a la que, en el mejor de los casos, sólo aspiran a conocer. 26 Por otra parte, desde su perspectiva, los ingenieros sociales suelen ser muy ―poco creativos‖, puesto que la inscripción en las
líneas burocráticas de autoridad les coarta cualquier capacidad de inventiva que pudieran eventualmente tener. Por su parte, los científicos replican, y sostienen que la posicionalidad y el eficientismo que impera en la concepción del conocimiento de los analistas simbólicos los hace particularmente proclives a cambiar de topics y de intereses como quien cambia de vestimentas, acorde a los requerimientos que de sus servicios se hacen en el mercado. Por su parte, los ingenieros sociales los acusan de ―irreverentes‖, de desconocer las lógicas de procedimiento y las r eglas de jerarquía que imperan en el mundo de la administración pública. No es casual que sobre la base de este tipo de valoraciones cruzadas se edifiquen relaciones poco armoniosas entre los analistas simbólicos y otras personificaciones del saber experto en todos los espacios donde les toca interactuar (en dependencias gubernamentales, en universidades, en centros de investigación, etc.). 2.5 F orm aciones, tit ul aciones, discipl inas y textu ali dades
Estas diferentes personificaciones del saber experto varían también en lo que hace a las formaciones y titulaciones que tienen, a las disciplinas en las que se inscriben (o no), a los tipos de textos que producen y a los medios que usan para difundirlos. En primer lugar, se hará referencia a los ―intelectuales fundacionales‖, a quienes les fue otorgado a menudo el mote de ―humanistas‖, o ―librepensadores‖,
menciones cuasi honoríficas adquiridas sobre la base del reconocimiento a un esfuerzo autodidacta, en un momento en el que el sistema universitario no estaba aún del todo consolidado.27 Pese a que algunos de ellos poseían títulos universitarios (en medicina, en jurisprudencia, etc.), en realidad su prestigio radicaba mucho más en los libros y 26
Tiene indudablemente gracia Brunner (1997, 4), cuando en su defensa del análisis simbólico arremete contra toda forma de sociolog ía, acusándola de poseer un lenguaje que ha ―dejado de hablar‖. Y prosigue: ―Ni sus grandes categorías sistemáticas, ni sus pequeños conceptos de interpretación de la vida cotidiana,
parecen sostenerse en pie frente al doble embate del Banco Mundial y la novela contemporánea. Aquel describe y analiza más fehacientemente los sistemas y proporciona además manuales para actuar sobre ellos. Y ésta representa más ricamente que la sociología los elementos de la vida interior y colectiva‖. 27
Al menos, para disciplinas como la sociología, la etnología, la pedagogía, etc., cuya consolidación institucional recién se dio – y de manera fragmentaria – entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Sobre la historia de la consolidación institucional de la sociología puede verse Berthelot (2003). 16
ensayos que escribían, en sus contribuciones para la prensa escrita, o en la publicación de resultados de ―estudios sobre la realidad‖ que ponían a disposición de (o que les eran
encargados por) los gobiernos. Los científicos, por su parte, siguen todavía realizando su actividad sobre la base de una formación académica, y con una (en mayor o menor medida) fuerte inscripción disciplinaria. 28 Así, pese a ciertos desarrollos actualmente en curso, orientados a dotar de una ―orientación por problemas‖ a las prácticas de docencia e
investigación universitarias, para los científicos sigue teniendo algún peso la exigencia de mantenerse dentro de ciertos cánones disciplinares. Esto se vincula indudablemente con el sostenimiento de las estructuras corporativas existentes desde hace mucho tiempo (cátedras, facultades, departamentos, etc.) sobre la base de las cuales siguen funcionando muchas universidades. En cuanto al tipo de textualidad que producen, el texto por excelencia de los científicos ha sido y es el libro, a lo cual se agregó en décadas más recientes el paper . Hasta hace pocos años, el formato físico de los textos era el predominante, acumulable en estantes de bibliotecas y anaqueles de librerías. Más recientemente, han adquirido importancia los formatos virtuales para la producción, acumulación y distribución de textos científicos. Los ―ingenieros sociales‖, a su vez, pueden disponer de un título universitario, pero su tarea eminentemente ―técnica‖ los dispensa de la presión que
supone estar o no estar dentro de los cánones de una inscripción disciplinaria estricta. 29 La producción textual de estos cuadros técnicos es mucho menos conocida públicamente que las de los científicos e intelectuales, o incluso no es conocida en absoluto más que para otros funcionarios, o para los dirigentes políticos. Suele consistir básicamente en informes y memorandos de circulación interna, que muchas veces ni siquiera llevan la firma de sus autores, y que se apilan en archivos que quizás no vuelvan a consultarse jamás. Finalmente, los analistas simbólicos, por lo general disponen de una formación universitaria convencional y poseen títulos de grado de los más diversos. En algunos casos, se trata de carreras cuya inscripción en el mundo académico se encuentra ciertamente establecida desde hace décadas (por ejemplo, licenciaturas en sociología, economía, derecho, pedagogía, historia, letras, etc.). Pero más recientemente se ha disparado una variada oferta de estudios de grado que parecieran estar cortados al talle de las necesidades de formación de un analista simbólico. En tal sentido, suelen ser estudios much o menos ―disciplinarios‖ y mucho más ―problemáticos‖, mucho menos 28
Más recientemente, se volvió más frecuente la práctica de la llamada ―multidisciplina‖. Cf.
Aronson (2003). 29 En ciertos países, como los latinoamericanos, caracterizados por la escasa jerarquización y organicidad de sus administraciones públicas, es relativamente infrecuente la presencia de graduados universitarios entre sus cuadros. Esto vale especialmente para las posiciones de los cuadros inferiores, aunque no tanto para las de los cuadros medios y superiores de la pirámide jerárquica. 17
―academicistas‖ y mucho más ―profesionalistas‖ (tal es el caso de los licenciados en
relaciones internacionales, en relaciones laborales, en relaciones públicas, en seguridad pública, analistas de gestión y organización de instituciones, etc.). Pero no se trata aquí sólo de nuevas ofertas académicas. En ciertos casos, se producen profundas reorganizaciones curriculares de viejos planes de estudio, a los fines de producir graduados que se amolden mejor a los flexibles atributos del analista simbólico. 30 Un buen ejemplo, en este caso, es el de algunas licenciaturas en trabajo social, que durante décadas funcionaron eminentemente como escuelas de formación de cuadros para las áreas sociales del gobierno, y más recientemente están embarcadas en un proceso de redefinición de sus perfiles. En suma, tal como se acaba de ejemplificar, son de gran importancia las discusiones que están teniendo lugar actualmente en el seno de las instituciones de educación superior y en los organismos estatales de ciencia respecto de lo que llaman el ―perfil‖ de los egresados universitarios. No son sólo las universidades las que se están
planteando actualmente si no deberían más bien orientarse a la formación de analistas simbólicos, sino que muchos académicos de base universitaria y de formación tradicional están adoptando ellos mismos cada vez más características que son propias de los analistas simbólicos. Las razones para que esto suceda son variadas: por un lado, porque es justamente ése el perfil que mayor demanda está teniendo en el mercado de trabajo público y privado: por otro lado, porque hay muy poco espacio disponible para la inserción ocupacional universitaria convencional, o bien porque ella resulta menos atractiva que otras ocupaciones, dadas sus remuneraciones por lo general bajas y su prestigio social ciertamente devaluado. Por eso, en especial para los graduados universitarios de formación convencional, la también variadísima oferta de estudios de posgrado (por lo general en la forma de especializaciones, capacitaciones breves y maestrías, y, en menor medida, doctorados) les ofrece la chance de ―reciclarse‖ convenientemente según los nuevos lineamientos que no parecen ser modas pasajeras, sino que quizás estén definiendo los marcos que en un futuro próximo adoptará la relación entre el saber y el poder, o entre el conocimiento y la política. 31 Pero no se trata aquí sólo de títulos y credenciales. De los analistas simbólicos es especialmente apreciado su ―saber práctico‖, situado, que puede
acreditarse a través de experiencias efectivamente realizadas en prácticas de gobierno. Por eso, además de los textos que también publican, el Curriculum Vitae de un analista
30
un experto weberiano, Wolfgang Schluchter hace referencia expresamente a estos procesos, tomando el caso de las universidades alemanas y el Sin hablar expresamente de ―analistas simbólicos‖,
impacto que en ellas viene causando el ―Proceso de Bologna‖. Allí vaticina Schluchter la posible
desaparición de la sociología de la oferta de las carreras universitarias. Véase el reportaje que le hace de Marinis (2008a, 185s). 31 Pese a la enorme importancia de todos estos temas, aquí, lamentablemente, sólo podrán ser mencionados. Véase, por ejemplo, Brunner (1999). También Aronson (2001a). 18
simbólico suele estar lleno de descripciones de car gos y de ―proyectos‖ realizados, lo cual contrasta frente a la relativa simpleza del de un científico, por lo general resumible en los estudios cursados, los textos publicados, las investigaciones realizadas y los cursos dictados. En el abordaje de estos ―proyectos‖ los analistas simbólicos despliegan una visión eminentemente pragmática de tipo ―transdisciplinaria‖, y evidencian poco o
ningún respeto por las convencionales divisiones del trabajo científico. Sobre todo, despliegan una orientación ―por problemas‖, problemas que a su vez ellos mismos
elaboran y construyen, aún cuando a menudo pretendan hacerlos aparecer como si fueran solamente ―demandas de la sociedad‖ ante las que ellos simplemente toman posición y aportan ―soluciones‖.32
Lugar privilegiado para el relato de sus propias posiciones son los libros y los artículos en revistas especializadas, compartiendo en ello cartel con los científicos. Aún cuando estos textos puedan estar llenos de jergas y de neologismos inventados por ellos, tienen la pretensión de llegar además a otro público muy distinto que el que conforman sus propios pares. Así, son muchas veces las elites políticas y dirigenciales las destinatarias directas de sus textos. 33 Además de libros y artículos, el analista simbólico que actúa como consultor inserto en un think tank u organismo internacional, redacta solo o en ―equipos de trabajo‖ unos textos que suelen llevar el rótulo de ―documentos de trabajo‖, ―recomendaciones‖ o ―propuestas de políticas‖, ―análisis prospectivos de
escenarios‖, etc. Mucho más aún que en el caso de los científicos, es habitual la difusión de estos textos a través de las llamadas ―nuevas tecnologías de la información y la comunicación‖.34 2.6 F uentes de pr esti gio y r econocimi ento
Al tema precedentemente tratado (la cuestión de las formaciones, titulaciones, pertenencias disciplinarias, tipos de textos, etc.) se asocia la cuestión de las fuentes de prestigio y reconocimiento del valor de los saberes que cada una de estas personificaciones del saber experto tiene. En el caso de los intelectuales clásicos, el reconocimiento acerca de sus saberes venía dado por el respeto y la admiración que les profesaba la vasta ―opinión
32
Es obvio que existen realmente ―demandas de la sociedad‖, pero la construcción de esas demandas
está fuertemente influenciada por el tipo de tarea que realizan quienes se dedican a producir y racionalizar saberes (los científicos, pero también los políticos y los analistas simbólicos). 33 En esto, es significativa la diferencia con los científicos, que en líneas generales escriben para un público que consiste, esencialmente, en sus colegas, y más en concreto, sólo en aquellos colegas que trabajan en la misma línea disciplinaria o subdisciplinaria que ellos. 34 La mayor parte de la producción de los analistas simbólicos (excepto, por supuesto, aquellos textos de carácter confidencial que ni ellos ni sus ocasionales mandantes desean dar a conocer) suele ser difundida a través de Internet, en las páginas de las instituciones (dependencias estatales, pero sobre todo think tanks) en las que están activos. 19
pública‖ nacional y, a menudo, internacional. El propio hecho de escuchar su consejo,
solicitar su opinión o encargarle un informe ya era toda una muestra de reconocimiento. Por su parte, los ―científicos puros‖ son reconocidos fundamentalmente a
través de las credenciales que el propio sistema académico suministra (ascensos en las estructuras jerárquicas de las instituciones universitarias, becas, subsidios, premios, distinciones, etc.), así como por el reconocimiento que realizan los pares de la respectiva comunidad científica, medible, por ejemplo, a través de ―indicadores de impacto‖ de citas. Como puede verse, se trata de un reconocimiento ―interno‖, que tiene
lugar al interior del propio sistema científico, sin necesariamente encontrar mayores repercusiones en otros sistemas. Por su parte, a los cuadros técnicos se les reconoce (por ejemplo, a través de ascensos en la pirámide jerárquica a los que se asocian aumentos en las remuneraciones) la lealtad demostrada al aparato burocrático y el desempeño eficaz de las tareas prescriptas. También se trata, en este caso, de un reconocimiento ―interno‖, realizado en el seno del propio Estado, es decir, un reconocimiento no validado por otras instancias, ni tampoco por la opinión pública, que suele desconocer casi totalmente los procedimientos que imperan allí adentro. A diferencia de estos reconocimientos realiz ados ―al interior‖ de determinados sistemas (el sistema científico, o el aparato estatal), el trabajo de los analistas simbólicos se somete a una diversidad de fuentes de reconocimiento y de marcos de evaluación de sus saberes. Así, uno de los indicadores del reconocimiento y prestigio alcanzado por algún analista simbólico en particular es el valor de mercado que sus servicios pueden llegar a alcanzar. Otro indicador es la densidad de las redes de capital social que ellos puedan llegar a tejer, y que les puede garantizar (o no) la continuidad de su ―empleabilidad‖. A diferencia de los ―cuadros técnicos‖ (que en el
mejor de los casos entran en contacto directo con sus jefes políticos), o de los científicos (que casi exclusivamente entran en relaciones con otros científicos y con agencias de evaluación u organismos específicos de ciencia), estos nómades analistas simbólicos, que oscilan entre el ―adentro‖ y el ―afuera‖ del Estado, la consultoría independiente o la
incorporación a un think tank o la inscripción en organismos internacionales, ONG, empresa privada, etc., están sometidos consecuentemente a una enorme diversificación del ―control de calidad‖ de sus saberes. 2.7 Concepciones del tr abajo
Otro aspecto que se presta a las comparaciones cruzadas es el que se relaciona con las concepciones del ―trabajo‖ que están presentes en cada una de estas
personificaciones del saber experto. Para los viejos intelectuales, en resumidas cuentas, el trabajo con y para el conocimiento era sencillamente una elevada vocación, una respuesta a un llamado interior o exterior, puesta esencialmente al servicio de una tarea 20
noble y justa en sí misma, fundacional y transformadora. A menudo Honoratioren, miembros de clases acomodadas, y por ende relativamente libres de apremios materiales, rara vez debían inscribirse en modalidades asalariadas de trabajo y aún cuando muchos de ellos no gozaran de efectiva independencia respecto de los poderes fácticos, solían percibir su tarea como elevada por encima de los ―pequeños‖ y nimios
enfrentamientos por intereses materiales. En la figura del científico de sede universitaria, por su parte, ya puede empezar a vislumbrarse la presencia de un concepto de trabajo entendido como ―carrera‖.35 La condición de científico como trabajador asalariado y estable marca una diferencia importante respecto del tipo anterior. En efecto, paradigmáticamente (aún con diferencias importantes según países y posiciones dentro de los respectivos sistemas universitarios), los científicos suelen tener una sede fija y principal de actividades, y se inscriben en un escalafón de funcionarios estables, con perspectivas formales de ascenso y remuneraciones salariales moduladas según jerarquía y años de antigüedad. 36 De todos modos, esta descripción no agota la diversidad de posiciones actualmente disponibles. En efecto, en los últimos años se han vuelto recurrentes en el mundo universitario las inserciones precarias (a tiempo parcial, con contratos a plazo definido), perfilándose quizás la conformación de una situación fuertemente diferencial: por un lado, un vasto proletariado universitario flexibilizado (a cargo de la mayor parte de las tareas docentes) y por otro, unas reducidas elites a cargo de las tareas de investigación, con inserciones estables y con buena parte de los atribu tos de ―carrera‖ que se mencionaban más arriba. En especial entre los científicos de inserción estable el ―compromiso institucional‖ es un elemento de gran importancia. Ahora bien, este compromiso es aún
más intenso en el caso de los cuadros técnicos del Estado. También entre ellos domina una concepción del trabajo como ―carrera‖ lineal, y se da la inscripción del trabajador
en un escalafón jerárquico más o menos rígido, pese a los esfuerzos recientes de las llamadas ―disciplinas de la organización‖ por int roducir en la administración pública las pautas de flexibilidad que se han vuelto dominantes en las organizaciones privadas. Al igual que en el caso de los científicos, existen escalas salariales moduladas según jerarquía y antigüedad, pero en el caso de los cuadros técnicos se vislumbra (en mayor o en menor medida) una fuerte incidencia de las representaciones sindicales en la discusión y establecimiento de todas estas cuestiones. Así, más aún que en los científicos, predomina en su trabajo la concepción d e ―trabajo de por vida‖, estabilidad, continuidad, etc., todo lo cual se vuelve más extraño aún en un contexto como el actual,
35
Sobre el concepto d e ―carrera‖ y sus transformaciones más recientes hay valiosas sugerencias de análisis en Sennett (2000). Véase también Bauman (2000). 36 Pero eso no es todo: la analogía entre los trabajadores industriales (alienados de sus medios de producción) y los trabajadores del conocimiento (alienados de sus medios de investigación) fue formulada pioneramente por Max Weber, en una de sus conferencias pronunciadas en Munich en 1918, conocida como ―Wissenschaft als Beruf‖. Véase Weber (1991).
21
signado por grandes incertidumbres en el mercado laboral y por un crecimiento incontrolable de los niveles de desempleo, subempleo y diversas formas de la precariedad. Frente al panorama que aún domina entre algunos científicos y cuadros técnicos estatales (signado por la estabilidad, el compromiso con una única y determinada institución, el asentamiento territorial y las relaciones salariales), contrasta significativamente el trabajo de los analistas simbólicos. Caracteriza a esta categoría de expertos su trayectoria ocupacional inestable, errática, temporal, flexible, desterritorializada, no comprometida a largo plazo con nada ni con nadie, con remuneraciones variables (de ningún modo mensurables al estilo fordista de acuerdo con el tiempo insumido en la realización de una tarea específica), con inserciones simultáneas en diversas instituciones, etc. Así, períodos de sobreocupación pueden muy bien alternarse con periodos de subocupación o directamente de desempleo; momentos en los que reciben cuantiosos ingresos con otros en los que no los reciben; la inserción (por ejemplo en el propio Estado) puede darse a tiempo parcial, desarrollando simultáneamente la actividad privada de consultoría, o la docencia a nivel superior, o alguna otra actividad. En suma, este ejercicio comparativo ha pretendido mostrar puntos de contacto y diferencias entre cuatro categorías del conocimiento experto. Una de ellas, la de los ―intelectuales fundacionales‖, se encuentra directamente ya extinguida. No existen ya (y
quizás ya no puedan existir, más que como excéntricas curiosidades) intelectuales de este tipo. Pero las otras tres (los científicos, los cuadros técnicos funcionarios del Estado y los analistas simbólicos) continúan vigentes, siendo la última de éstas la que empieza a volverse dominante y a imponerle la ―tonalidad‖ a las otras. Esto se postula no sólo en
el sentido de que ya no son los ingenieros sociales los únicos que actúan en el seno del Estado, ni son los científicos los únicos que actúan en la universidad. En ambos casos, estos coexisten codo a codo con los analistas simbólicos. Pero, a partir de esta coexistencia, hay otras razones en juego que describen la creciente influencia de estos últimos: allí donde intervienen, la presencia de los analistas simbólicos impone ciertas modalidades de actuación que a veces entran en fricción y en otros casos sobrepasan y tienden a desdibujar o descaracterizar las de las demás personificaciones del saber experto. Se sostiene aquí, en resumidas cuentas, que lo que está en juego es un efecto de reordenamientos profundos en el estatuto de la producción del conocimiento, así como en sus articulaciones con cuestiones de poder y gobierno. Un tema de peso, pues, que no resultaría de ninguna manera operacionalizable planteado del modo tan esquemático y general en que se lo ha hecho aquí, sino que requeriría de la realización de investigaciones empíricas detalladas, acotadas espacial (en ciertos ámbitos institucionales) y temporalmente (en un periodo de tiempo reducido). Las siguientes
22
páginas, hasta el final del trabajo, pretenden apenas suministrar alguna orientación conceptual para esa tarea.
3
S EGUNDA PARTE : L OS ANALISTAS SIMBÓLICOS Y LA “DESCONVERSIÓN DE LO SOCIAL ” 3.1 De la “invención de lo social” a su “desconversión”
Hasta aquí, se han reconstruido comparativamente los rasgos principales de cuatro distintas personificaciones del saber experto. Para este trabajo, interesa en especial profundizar acerca del importante papel que la más reciente de ellas, la de los ―analistas simbólicos‖, viene desempeñando en un proceso que actualmente está en curso, y que podría recibir el nombre de ―desconversión de lo social‖ (de Ma rinis
2005a). En lo que sigue, se verá en qué sentidos puede sostenerse esto, pero antes convendrá realizar un breve rodeo histórico, considerando en ello el papel que jugaron las otras formas del saber experto que fueron abordadas más arriba. En efecto, ―lo social‖, como dominio de reflexión teórica y de actuación
práctica para individuos y colectivos, fue históricamente concebido a lo largo del siglo XIX tanto por científicos de la sociedad como por una plétora de expertos y de hombres prácticos, interventores eficaces, todos ellos, sobre el vasto y heterogéneo campo de la ―cuestión social‖. Nota distintiva de este concepto de ―lo social‖ (y del concepto de ―sociedad‖, que a él estaba asociado) fue un registro básico de una totalidad
orgánicamente concebida, un todo constituido por partes integradas, necesariamente interrelacionadas entre sí, un conjunto de relaciones de interdependencia, un entramado de relaciones entre individuos real o potencialmente semejantes en lo que se refiere a sus competencias para participar de la vida colectiva, una configuración estructurada alrededor de una matriz básica de moralidad y que disponía de una noción demarcatoria fuerte (vinculante, legítima) de la normalidad y la normatividad (y consecuentemente, también, de una específica delimitación de las desviaciones y las patologías). Los personajes que en la primera parte del texto fueron designados como ―intelectuales fundacionales‖ desempeñaron un papel destacado en el proceso de ―la invención de lo social‖,37 ya sea tanto en el plano de la racionalización teórica (vinculada de manera más indirecta con las prácticas de gobierno) como en el de la activa invención práctica de una serie de instituciones fundamentales del orden socio-
37
El concepto de la ―invención de lo social‖ procede de Donzelot (
2007). 23
moral y político moderno: la institucionalidad democrático-liberal con partidos políticos y sindicatos de masas, el servicio militar obligatorio, los sistemas de escolarización pública, el trabajo asalariado, las políticas sociales de Estado y los sistemas de seguro social, los aparatos punitivos y de normalización de la desviación, la familia nuclear, etc. Así, en los discursos de estos intelectuales abundaron las taxonomías poblacionales, las caracterizaciones de lo ―problemático‖, las programáticas identificaciones de los
cursos de acción a adoptar, todo esto en lenguajes cargados de disyuntivas, de encrucijadas, de desafíos acerca de los cursos correctos e incorrectos para la acción política (―normal‖ y ―patológico‖, ―salud‖ y ―degeneración‖, ―civilización‖ y ―barbarie‖, ―progreso‖ y ―atraso‖), procurando establecer higiénicas demarcaciones (por ejemplo, entre ―clases laboriosas‖ y ―clases peligrosas‖) y sentando las bases de un
pensamiento político y social acerca de los grandes temas del siglo XIX y comienzos del XX (la ―ciudadanía‖, las ―masas‖, la ―raza‖, la ―nación‖, etc).
Si, otra vez esquemáticamente, se avanza algunas décadas en este relato que pretende realzar la inmanente politicidad de los saberes expertos, y se pasa a la consideración de los momentos en los cuales las racionalidades keynesianas de gobierno pasaron a ser las dominantes, asistimos ya a instituciones de ―lo social‖ plenamente cristalizadas y consolidadas. La tarea de los ―ingenieros sociales‖ fue fundamental para
todo este proceso. El correlato de su actuación, la contraparte de sus intervenciones realizadas desde el seno del Estado, pasó a ser entonces el ―ciudadano social‖: un
individuo normalizado, adulto, de sexo masculino, inserto plenamente en el mercado de trabajo, jefe de familia nuclear, etc. La tarea del ―ingeniero social‖ consistió en el
registro y racionalización minuciosa de las inscripciones de los individuos en todos y cada uno de estos dispositivos institucionales, todo ello sobre el telón de fondo de unos ―derechos de ciudadanía‖, fundados en la figura de una ―sociedad nacional‖ integrada
orgánica y solidariamente. 38 Se decía más arriba que todo este poderoso edificio de ―lo social‖ se viene
desplomando, desconvirtiendo, descongelando, desvaneciendo, desde hace poco más de tres décadas. Este proceso puede desagregarse conceptualmente en tres dimensiones fundamentales,
mutuamente
implicadas:
el
―adelgazamiento
del
Estado‖,
―reinvención de la comunidad‖ y la promoción de unas ―tecnologías del yo activo‖.
la
39
38
Admítanse los numerosos esquematismos presentes desde el comienzo de esta sección. Tanto la
―invención de lo social‖ como su consolidación bajo racionalidades keynesianas han sido procesos
históricos de enorme complejidad, sujetos a variaciones espaciales y temporales significativas. Téngase en cuenta que aquí (y también en lo que sigue, en lo referente a una etapa posterior, orientada por racionalidades neoliberales y caracterizada como ―desconversión de lo social‖) se
pretende simplemente proponer una caracterización sociológica de tendencias de conjunto, y no exponer un detallado relato histórico. 39 Todos estos temas se encuentran desarrollados con mayor profundidad en de Marinis (2005a), en especial en los ―comentarios‖ 11, 12 y 13. No se abundará aquí en referencias bibliográficas, para las que simplemente se remite a aquel texto. 24
En primer lugar, por ―adelgazamiento del Estado‖ debe enten derse un clivaje
estructural en la forma que asume la articulación de actores sociales y políticos. Quiere con ello hacerse referencia a la redefinición y delegación de funciones, tareas, incumbencias y atribuciones entre el Estado Nacional y otros actores sociales y políticos. La ―economización‖ que el Estado realiza de sus propios medios de gobierno
es el punto nodal de esta nueva forma de articulación, en la cual se complejiza el entramado de relaciones entre lo público y lo privado. De tal forma, organismos estatales, subestatales y supraestatales, ONG, organismos internacionales financieros o humanitarios, agencias de consultoría, think tanks, conglomerados de medios de comunicación, lobbies, partidos políticos, organizaciones sociales y comunitarias de diverso tipo (empresariales, sindicales, profesionales, vecinales, de base étnica o de género, etc.) pasan a constituir una densa red en cuyo marco se planifican, diseñan, ejecutan y evalúan políticas, planes y programas de gobierno. Esquemáticamente: el Estado
―economiza‖,
―racionaliza‖,
―optimiza‖
cada
vez
más
sus
energías,
aprovechándose, sirviéndose de y apelando a la energía de los gobernados mismos, para gobernarlos más eficazmente. ―Economización‖ no significa entonces simplemente ―retirada‖, ―retroceso‖ o ―desaparición‖ del Estado, no implica necesariamente ―menos Estado‖, sino la emergencia de ―otro Estado‖, autonomizado relativamente de otras numerosas entidades de gobierno, con las que sin embargo permanece vinculado a través de una compleja cadena de relaciones, responsabilizaciones, “empowerment” y “disempowermnent”. La segunda dimensión de la ―desconversión de lo social‖ se relaciona con lo que podría llamarse la ―reinvención de la comunidad‖, un proceso que tiene lugar a
través de un doble jue go: por un lado, ―desde arriba‖, las iniciativas de este Estado ―adelgazado‖ apelan a las comunidades como objeto de gobierno, estimulan un ―prudencialismo‖40 comunitario (no social), convocan al activismo y la ―participación‖,
llaman a la asunción de crecientes responsabilidades, y lo hacen abandonando un lenguaje ―social‖, dirigiéndose directamente a las comunidades; por otro lado, en esta
operatoria de reactivación de la comunidad hay otra vertiente que procede justamente ―desde abajo‖. Son individuos, son agrupamientos, son familias, son ―tribus‖ las que
construyen sus identidades y organizan sus opciones vitales manifestando un renovado énfasis sobre los contextos micro-morales de la experiencia, en desmedro de los ahora cada vez más percibidos como distantes, abstractos y vacíos conceptos de ciudadanía social, o de pertenencia nacional, o de clase social. Asistimos, así, a un doble movimiento: el Estado apela a las comunidades, se dirige a ellas y de algún modo promueve su constitución y su participación en tareas de gobierno, y, por el otro lado, las comunidades se (auto)activan, para conformar sus perfiles identitarios, para
40
Sobre las nuevas formas que asume el ―prudencialismo‖ véase O´Malley (1996).
25
recrearlos a través de diversidad de prácticas y articular sus demandas a autoridades de diverso tipo.41 Finalmente, la tercera dim ensión implicada en la ―desconversión de lo social‖ es la que se relaciona con importantes modificaciones en el estatuto del sujeto, a su vez interrelacionadas con las otras dos mencionadas más arriba (esto es, tanto las que describen el reacomodamiento de las funciones estatales como las que apuntan a la reactivación de la comunidad como objeto de gobierno). En este nivel se ponen en contacto las tecnologías de gobierno sobre los otros con las ―tecnologías del yo‖ (Foucault 1990). En resumidas cuentas, el individuo de ―lo social desconvertido‖ está localizado en un sinnúmero de nuevas encrucijadas, o de viejas encrucijadas que fueron significativamente alteradas. Así, puede actuar como ―beneficiario‖ de programas estatales focalizados; como ―vecino‖ o ―miembro‖ de comunidades o ―escenas‖
particulares que se movilizan para la promoción y defensa de su propia territorialidad simbólica y material; como elemento involucrado en un denso entramado de poderes fácticos y saberes expertos; como ―cliente‖ de las cada vez más diversificadas ofertas del mercado, etc. Pero rara vez aparece en escena el ―ciudadano social‖ como forma de
subjetivación, y si lo hace, termina resultando en una retórica hueca, vacía, tomada muy poco en serio por las autoridades que, a su vez, tampoco se permiten prescindir del todo del uso de un vocabulario ―social‖, porque él sigue movilizando, aún de una manera
ritualizada y banalizada, los imaginarios políticos contemporáneos. Todo este proceso implica un fuerte ―reformateo‖ de las cualidades , de los atributos, de las ambiciones y de los límites de la acción de estos individuos, al menos respecto de las formas a las que se habían acostumbrado a vivir durante las décadas en las que las racionalidades políticas keynesianas fueron las dominantes. Es decir, lo que se promueve es la emergencia de un tipo subjetivo que esté en condiciones de asumir las tareas de su autorregulación, que sea ―activo‖, ―responsable‖, ―participativo‖, ―dinámico‖, ― fit ‖, una suerte de entrepreneur de su propia moralidad. Consideradas estas tres dimensiones de la ―desconversión de lo social‖, se
explorará en lo que sigue en el papel específico que en ellas les cabe a los analistas simbólicos.42 Para ello, se retomarán algunas de las coordenadas de análisis que se La sugerencia acerca de la centralidad de la “comunidad” en los procesos actualmente en curso de “desconversión de lo social” se ha tomado, mayormente, de los governmentality studies de inspiración foucaultiana. Sin embargo, por una serie de razones sobre las que no se puede ahondar aquí, también se ha revelado necesario ir más allá de ellos. En efecto, el temaproblema de la comunidad tiene una larga tradición en las ciencias sociales, en particular en la sociología. Desde la redacción de la primera versión de este trabajo hasta ahora, se ha puesto el mayor énfasis investigativo en la recuperación del pensamiento de los clásicos de la sociología acerca de la comunidad. Véase, por ejemplo, de Marinis (2007a y b); (2008b y c). 41
42
El papel que les cupo a los ―científicos puros‖ en la ―invención de lo social‖, así como el que les cabe actualmente en su ―desconversión‖, reviste tantas complejidades y ha sido históricamente tan
cambiante que no podrá ser abordado directamente en este trabajo más que a través de algunas observaciones incidentales. 26
utilizaron en la primera parte de este texto para comparar las distintas personificaciones del saber experto. Se ilustrarán estos desarrollos teóricos con algunos ejemplos tomados de políticas desplegadas en Argentina en los últimos años, en especial, políticas de seguridad y políticas educativas. 43 3.2 Los analistas simbólicos: el saber experto de la “desconversión de lo
social” (a la luz de ejemplos de políticas educativas y de seguridad urbana)
Con interesantes analogías y diferencias respecto de las sociedades del capitalismo avanzado, las sociedades latinoamericanas (entre ellas, la sociedad argentina) experimentaron a partir de los años ‗70 y ‗80 una ―crisis de gobierno‖. 44 Por crisis de gobierno se entiende aquí la crisis de una forma de articulación de la vida colectiva en su conjunto, y no sólo la de una cierta modalidad de la administración estatal. En suma, se trata de una época en la cual se verifican fuertes cortocircuitos entre las tecnologías de gobierno que se implementan y las racionalidades políticas que se invocan. Así, mientras emergen retóricas (real o pretendidamente) novedosas y se trazan nuevas líneas para el establecimiento de responsabilidades, por cierto también se producen reactivaciones de viejas cosmovisiones. Prácticas de largo arraigo se mantienen, o bien se reformulan sus alcances y efectos. Además, surgen prácticas enteramente nuevas. De todo esto, resulta un complejo ensamblaje de ideas, actores sociales y modalidades de la práctica social donde lo nuevo y lo viejo se dan la mano, por lo cual resulta a menudo extremadamente dificultoso distinguir entre ―lo verdaderamente nuevo‖ y el ―más de lo mismo‖. La ―solución‖ de esta crisis de gobierno pasó, entre otras cuestiones, por la
redefinición del lugar del Estado en el entramado de relaciones con otros actores sociales y políticos, tal como ya se comentó en la primera sección de esta segunda parte.45 Ello abrió paso a diversidad de situaciones: un nuevo significado para antiguas tareas que en lo esencial el Estado sigue conservando; antiguas tareas que abandona o que pasa a compartir con otros actores; finalmente, tareas enteramente nuevas que asume. En (por lo menos) los últimos 30 años, en países como Argentina, el Estado se
43
Hay desarrollos más completos sobre estos temas en de Marinis (2003) y (2005b), sobre las primeras, y en de Marinis-Graizer (2004), sobre las segundas. Algunos de estos hallazgos podrían extenderse a otro tipo de políticas (por ejemplo de previsión social, de ―combate a la pobreza‖, de
salud, etc.), pero se advierte que en los textos citados se enfocó solamente sobre las especificidades de estos dos respectivos campos. 44
Sobre el concepto de ―crisis de gobierno‖ véase Foucault (1994).
45
Debería quedar claro que en este contexto no se está entendiendo como ―solución‖ de una crisis de gobierno a la superación de problemas estructurales de largo arraigo (pobreza y desigualdad, concentración económica, desempleo y precariedad, etc.), sino que se refiere simplemente a un ―reacomodamiento‖ de las relaciones entre los elementos de la serie [individuo] - [comunidadsociedad] - [Estado] – [mercado]. 27
apartó de algunas de sus tradicionales funciones, aunque siga desempeñando un rol fundamental como centro decisional, como usina fundamental de gubernamentalidad. 46 Así, y en lo que se refiere en concreto a la vasta programática social, es decir, a la generación de todo tipo de políticas, se empieza a vislumbrar una pluralización de los actores intervinientes, de las responsabilidades e incumbencias que se les atribuyen y, de la mano de esto, una modificación de los atributos que se supone deben tener tanto los ejecutores como los destinatarios de estas políticas. Los campos de las políticas educativas y de seguridad, aún siendo tan disímiles a primera vista, revelan una serie de rasgos compartidos. En efecto, se trata de políticas comprometidas con dos ámbitos fácilmente diferenciables en el análisis, aunque estén evidentemente interconectados: la reproducción simbólica, en un caso, y el mantenimiento del orden, en el otro. En ambos se expresan las recientes mutaciones del rol del Estado Nacional, según las cuales este último ha dejado de ser el actor monopólico en la producción d e políticas; la ―eficacia‖ y la ―eficiencia‖ han desplazado a otros valores en lo más alto de las escalas axiológicas según las cuales se juzgan y se evalúan las políticas; los analistas simbólicos adquieren preponderancia en los procesos de diseño, ejecución y evaluación de políticas, desplazando a (o entrando en fricciones con) otras personificaciones del saber experto; se refuerza el carácter focalizado y particularista de las intervenciones sociales, lo que contrasta con las tendencias universalistas presentes en momentos históricos anteriores; se impulsa la activa ―participación‖ de los gobernados en las tareas de su propio gobierno, para lo cual hace
falta apuntalar un tipo subjetivo que esté en consonancia con ello. Precisamente, en todos estos aspectos aparecen vinculadas de manera estrecha las tres dimensiones (estatal, social/comunitaria, subjetiva) de la ―desconversión de lo social‖ que se habían
presentado al comienzo de esta parte del trabajo. En lo que sigue se volverán a considerar todas estas cuestiones, poniendo el foco en la actuación de los analistas simbólicos. En efecto, aún conservando su centralidad, el Estado ha dejado de ser actor monopólico en la producción de políticas, lo cual quiere decir que en ámbitos tan disímiles como las polít icas educativas o las de seguridad, las ―arenas decisionales‖ se han vuelto ciertamente ―movedizas‖, puesto que involucran un gran número de actores
que entran en conflictivas relaciones entre sí, animados a menudo por lógicas de actuación bien diferentes. Esto es especialmente relevante para comprender el significado de las fricciones que se manifiestan entre las distintas personificaciones del saber experto.
46
Así lo sostiene Garland (1997, 75), que enfatiza el hecho de que, aún manteniéndose su papel como nodal point de las prácticas de gobierno, el Estado ha dejado de ser la única fuente de actividad gubernamental. 28
Los años que van entre la década del ‘80 y la del ‘90 parecen ser claves en este proceso de ―reformateo‖ de incumbencias y de alteración del mix de funciones estatales. Participando de esta tendencia que quizás asuma rasgos globales, también en muchos países latinoamericanos se han dado importantes procesos de ―reforma del Estado‖, y las provincias y l os
municipios se embarcaron en la generación de políticas propias, o han adaptado diferencialmente los lineamientos de las políticas de nivel nacional, jugando en ello un papel de peso los respectivos elencos gubernamentales. Esta redistribución de incumbencias también incluyó actores no estatales, y precisamente allí entró en juego la llamada ―sociedad civil‖ (a veces definida también como la ―comunidad‖). Así, tanto en el campo de la seguridad como en el de la
educación, numerosas iniciativas tendieron a apelar a la participación comunitaria. Para el caso de las primeras, los últimos años fueron testigos del surgimiento de numerosos comités, asambleas o foros de ―prevención del delito‖, de carácter vecinal o barrial. En
estos ámbitos, policías locales, aut oridades locales, ―fuerzas vivas‖ y simples ―vecinos‖ se entrelazan, interactúan, definen prioridades, establecen lineamientos, proponen políticas, reúnen recursos materiales y humanos, etc. Otras estrategias, por su parte, han venido de la mano de la intervención de agentes del mercado. Tal es el caso, por ejemplo, de las agencias de seguridad privada, cuya presencia e importancia creció exponencialmente en los últimos años. En el caso específico de las políticas educativas, se viene procurando combatir (con suerte diversa) el tradicional centralismo y la rigidez organizacional del sistema educativo, así como ―abrir‖ la tradicional clausura de la escuela a las ―demandas de la comunidad‖, y articular el curriculum oficial nacional con estos mismos
requerimientos y necesidades, procurando asimismo replantear sobre bases diferentes a las previamente vigentes la vinculación de la escuela y sus contenidos con el mundo del trabajo. Si bien numerosos discursos críticos venían denunciando ya desde los años ‘80
el centralismo, la burocratización y la obsolescencia curricular en el sistema educativo, recién en los años ‗90 tuvieron lugar reformas que modificaron sustantivamente su
estructura. En esto, como ya se dijo, debe hablarse de nuevas articulaciones público/privado. ―Lo privado‖, en este contexto, puede ser tanto la ―comunidad‖, o ―los vecinos‖ o ―las familias‖, como los agentes de mercado. Los límites entre ―las energías positivas y creativas de la sociedad civil‖ y los meros negocios de empresarios privados
permanecen ciertamente borrosos, y a menudo se superponen en complejos de acción e intervención cuyos componentes no se pueden elucidar con claridad. En un contexto de privatización o de desocialización creciente del riesgo, los campos específicos de la seguridad y de la educación no son ajenos a esta tendencia de conjunto que como tal abarca todos los ámbitos de la práctica social. Al tiempo que se manifiestan fuertes tendencias desocializadoras en la prevención de riesgos, el mercado ha sido revalorizado como una fuente válida de soluciones. Obviamente, el recurso a las ofertas 29
del mercado sólo resulta factible para aquellos grupos sociales que están en condiciones de solventar esas inversiones, tanto más onerosas cuanta mayor ―calidad‖ de
prestaciones se pretenda recibir. Este nuevo reparto de incumbencias entre Estados Nacionales, provinciales, municipales, ―comunidades‖ y agentes de mercado, no quedaría enteramente retr atado si
no se considerara asimismo el creciente papel que organismos internacionales de todo tipo (desde los bancos Mundial e Interamericano de Desarrollo hasta los entes vinculados al sistema de las Naciones Unidas) han venido jugando en la formulación de las políticas, ya sea en el plano crudamente ―material‖ del sostén financiero de las
políticas como desde el plano más indirecto e ―ideológico‖ de las ―recomendaciones‖ acerca de los ―correctos‖ rumbos de acción que deberían adoptarse.
Tampoco debe soslayarse el reformulado papel de las universidades. Para el caso de la educación, las universidades comenzaron en los últimos años a involucrarse de manera sistemática en diferentes tareas vinculadas al diseño y a la implementación de las reformas educativas (―reconversión‖ y capacitación docente, organización de ―ciclos de complementación curricular‖, etc.), así como a la elaboración de estudios
diagnósticos. En el caso de las cuestiones vinculadas a la seguridad, además de la realización de numerosos estudios e investigaciones encargados por diversas instancias de gobierno, han surgido recientemente nuevas ofertas académicas de licenciaturas, especializaciones y maestrías de dificultosa inscripción disciplinaria, tales como ―seguridad ciudadana‖ o ―seguridad pública‖, en las cuales, por ejemplo, los agentes de
las diversas policías reciben formación de grado o posgrado fuera de sus tradicionalmente cerrados y excluyentes institutos de formación, y entrando como nunca antes en contacto con alumnos y profesores civiles. Es también de gran importancia el papel que han jugado en las políticas recientes algunos think tanks, ONG y fundaciones, que aportaron sus propios cuadros tecnopolíticos tanto para la realización ―desde afuera‖ de ―recomendaciones de políticas‖ como para integrarse directamente en las agencias gubernamentales. Y otro
agente que merece mencionarse (especialmente para el campo educativo) son las empresas editoriales de libros de texto y otros materiales escolares, que llegaron incluso a influir de manera directa en la definición de los nuevos contenidos curriculares oficiales. Puede ahora resumirse este extenso y heterogéneo inventario de actores intervinientes en los procesos de reforma, diseño, implementación y evaluación de políticas: funcionarios públicos de nivel nacional, provincial, municipal; la ―sociedad civil‖ (o bien la ―comunidad‖, o los ―vecinos‖), los agentes de mercado (desde las
agencias de seguridad privada hasta las escuelas privadas y las empresas editoriales), las universidades, think tanks, ONG y fundaciones, organismos internacionales, etc. Sólo
30
restaría resumir diciendo que los tradicionales diagramas de gobierno 47 de ―lo social‖, vigentes durante varias décadas, con centralidad estatal-nacional (ministerios y secretarías de educación-escuelas públicas, en un caso; fuerzas de seguridad, poder judicial y del servicio penitenciario, en el otro), han estallado, se han diversificado, se han pluralizado, tanto ―por arriba‖ como ―por abajo‖.
En lo que interesa especialmente para los fines de este trabajo, la figura cuya aparición es recurrente en todos los ámbitos de acción mencionados es el ―analista simbólico‖, una personificación del saber experto que ha tenido comparativamente un
mayor desarrollo en el campo educativo (de la mano de lo que se suele llamar ―pedagogos consultores‖)48 que en el de las políticas de seguridad, aunque no deja de tener creciente relevancia para este último. Es tan volátil y contradictoria esta figura que suele bifurcarse en sí misma, resultando incluso difícil identificarlos exclusivamente en su condición de analistas simbólicos, algo que para el caso de los ―ingenieros sociales‖ o los ―científicos puros‖ de dedicación exclusiva a su tarea todavía resultaba posible. En
efecto, de la mano de los más vastos procesos de flexibilización del mercado de trabajo, que alcanzan a todas las categorías ocupacionales, el pluriempleo resulta la situación más habitual entre los analistas simbólicos. De tal forma, no es en absoluto inusual que una misma persona se desempeñe, por ejemplo, como docente universitario en algunos de los diversos ciclos de complementaci ón curricular para la ―reconversión‖ docente o en alguna de las numerosas ofertas de posgrado que han visto la luz en los últimos años, y a la vez como miembro de un equipo de investigación de un proyecto educativo de un think tank , como consultor de un programa de un organismo internacional, como asesor en un tema específico para una empresa editorial, una escuela o un sindicato docente y, por último, pero no por ello menos importante, como personal contratado de forma temporaria en una dependencia educativa gubernamental, ocupando incluso en ello posiciones de jerarquía.49 A diferencia del campo de las políticas educativas, la inserción de los ―analistas simbólicos‖ ha sido comparativamente mucho menor en el campo específico
de las políticas de seguridad. 50 Sin embargo, como ya se dijo, estas nuevas personificaciones profesionales también vienen aquí ganando terreno. Esto sucede de diversas maneras, bastante similares a las que se acaban de considerar para el campo educativo. Por una parte, se manifiesta una incorporación directa de los analistas
47
El concepto de ―diagrama‖ remite a un mapa de las relaciones de fuerza en un espacio y tiempo
determinados. Este concepto fue acuñado por Deleuze (1995a), apoyándose en la obra de Foucault. 48 Véase, por ejemplo: Braslavsky y Cosse (1996); Narodowski (1997); Popkewitz (1994). 49 De tanta jerarquía, que llegan incluso a cargos ministeriales a nivel nacional. Los últimos dos ministros de educación argentinos han sido conocidos sociólogos, de vasta trayectoria en el mundo de las universidades, las fundaciones, los centros de investigación y los organismos internacionales. 50 Las posibles razones de este desarrollo comparativamente menor se apuntan en de Marinis (2005b). 31
simbólicos en diferentes ámbitos de actividad gubernamental, como por ejemplo en los niveles ministeriales, nacionales y provinciales. Además de estas personas que llegan a adquirir gran resonancia pública, muchos otros realizan tareas menos conocidas aunque también importantes, por ejemplo, el rediseño organizacional de instituciones (como las instituciones penitenciarias o policiales), la estandarización de procedimientos de evaluación de programas, la elaboración y actualización de indicadores estadísticos y bases de datos, la producción de informes ―de diagnóstico‖, el diseño, ejecución y
supervisión o auditoría de programas puntuales y específicos, etc. Por otra parte, se da la — para analistas simbólicos habitual — inserción profesional en las agencias de consultoría o think tanks, desde donde suelen proponer sus ―recomendaciones de políticas‖. Resulta significativo que en los últimos años diversos think tanks, centros de investigación y agencias de financiamiento de proyectos hayan agregado a sus intereses habituales, relacionados con temas bien diferentes a éstos, cuestiones vinculadas a la ―cuestión criminal‖, la ―seguridad urbana‖, la ―violencia‖, etc.
El papel de los analistas simbólicos no sólo se restringe a niveles nacionales de actuación. También han desempeñado un papel fundamental en la exportación e importación de diversas tecnologías de gobierno de poblaciones. Esto vale del mismo modo para los dos ámbitos que interesan para este trabajo: la seguridad y la educación. Sin ánimo de agotar una problemática compleja, puede decirse que en la base tanto de las importantes reformas del sistema educativo realizadas en los años ‘90 en Argentina
como en la implementación de variadas tecnologías de gobierno del delito (desde la prevención situacional con participación comunitaria hasta los más represivos dispositivos de law and order ) hay numerosas experiencias extranjeras, en cuya importación, adaptación y reciclaje a los usos y las instituciones locales los analistas simbólicos jugaron un papel de peso. Justamente a todo esto se hacía referencia más arriba en este trabajo, cuando se hablaba de las inserciones profesionales múltiples de los analistas simbólicos que, como ha podido verse tanto en la seguridad como la educación, abarcan el ámbito del Estado, los organismos internacionales, las fundaciones, las universidades y las empresas privadas.
4
C ONCLUSIONES ( E INDICACIONES PARA CONTINUAR INVESTIGANDO) En conclusión, la ―desconversión de lo social‖ encuentra en los ana listas
simbólicos sus más importantes agentes. En efecto, mucho más que los científicos (muchos de los cuales intentan adaptarse a unas lógicas que no comprenden del todo bien, y que marchan a contramano de varias de sus más tradicionales prácticas) y que 32
los ingenieros sociales (igualmente desorientados en el marco de una transformación de enorme magnitud del significado y el papel del Estado), el tipo de operatividad desplegada por los analistas simbólicos parece marchar en buena sintonía con las tres dimensiones de la ―desconversión de lo social‖ que se indicaron antes.
Sin estar solos en ello, los analistas simbólicos parecen contarse entre los más entusiastas impulsores del rediseño organizacional y de la redefinición de los ámbitos de incumbencia de la práctica estatal, en dirección hacia una ―pluralización de modos de gobierno‖. La introducción de mecanismos propios de la ―gestión‖, el formato del ―proyecto‖ y del ―programa‖, la cultura de la evaluación y el ―monitoreo‖ permanente, etc., cuentan entre
las herramientas
que más habitualmente impulsan.
Asimismo, y de la mano de lo anterior, la práctica de los analistas simbólicos tiende a diseñar programáticas puntuales, focalizadas, específicas, recortadas, que promueven mucho más las formas particularist as de la vida ―comunitaria‖ que las formas universalistas de la ―ciudadanía social‖. No se trata ya tanto de garantizar ostensiblemente ―derechos ciudadanos‖ como de recortar alteridades
cada vez más específicas y convertirlas — sobre la base de ciertos requerimientos programáticos que difieren obviamente en cada caso — en ―beneficiarios‖ de un programa específico de gobierno.
Finalmente, los analistas simbólicos son entusiastas inventores de categorías que terminan ―cobrando vida‖ en la forma de señales de i dentidad de las personas y las comunidades, categorías que pueden ser habitadas, activamente adoptadas (o resistidas) a través de complejos procesos de identificación en los que surgen nuevas normatividades y cursos ―adecuados‖ de acción que tienden a
diferenciarse (en su formato y en sus alcances subjetivos) de los viejos moldes de la vida colectiva percibida en un sentido convencionalmente ―social‖. Existen numerosos ejemplos de las tres dimensiones de la ―desconversión de lo social‖ reflejadas en los dos ámbitos
de políticas (educativas y de seguridad) que se han considerado en este trabajo. Se apuntarán en lo que sigue sólo algunos.
La ―pluralización de modos de gobierno‖ implica una cierta pérdida (aunque no
un retiro total) de la centralidad del actor estatal en la generación de políticas, y una diversificación y complejización de las arenas decisionales. El analista simbólico participa de todas ellas, tanto actuando desde ―adentro‖ del Estado (por ejemplo, como consultor contratado) como desde ―afuera‖
de él (un organismo internacional, un think tank , una universidad, una ONG o una empresa privada). El resultado es una plétora de políticas que tienen a menudo en el Estado a sus ejecutores directos, pero también a numerosos otros actores como contrapartes, evaluadores, cogestores, etc. Un ejemplo de esto lo suministran los programas de seguridad urbana en los que la policía local se 33
articula con determinadas ―fuerzas vivas‖ del vecindario o la localidad en el
diseño, implementación y evaluación de los mismos. Otro ejemplo podría ser el de la implementación de la reforma educativa en niveles inferiores al estatalnacional. Si bien la decisión política de introducir reformas importantes procedió ―desde arriba‖, es decir, de las autoridades educativas nacionales, las formas de su implementación mostraron significativas diferencias según las jurisdicciones, y en todas ellas el inventario de actores intervinientes fue variado y heterogéneo.
El retroceso de una perspectiva de gobierno desde un ― social
point of view‖ da lugar o es paralelo a la reinvención de la comunidad como objeto de gobierno. En línea con lo anterior, son específicas, recortadas, limitadas ―comunidades activas‖ (y no ―la sociedad‖ en su conjunto) las que demandan al Estado por su
seguridad o por su educación. El Estado, por otro lado, ya no se dirige directamente al ciudadano genérico, ni le promete una garantía de sus derechos ciudadanos (que, en tanto ―ciudadano social‖, le serían inherentes), sino que tiende a apelar cada vez más a ―comunidades activas‖, que saben cuáles son sus
intereses y también saben darlos a conocer. 51 Así, tiene lugar, por ejemplo, el financiamiento estatal y la ―asistencia técnica‖ sólo para aquellos proyectos que hayan estado ―bien formulados‖, lo cual va perfectamente en
consonancia con un Estado que se ha vuelto frugal en sus prestaciones y economiza sus medios de gobierno en nombre de la eficacia y la eficiencia. A lo largo de los años ‗90
en los campos educativo y de la seguridad surgieron numerosos programas con este formato.
Finalmente, no es cualquier tipo subjetivo el que está en condiciones de asumir estas nuevas tareas de gobernarse a sí mismo, o de colaborar activamente en el gobierno que otros hacen de él. Así, no es por casualidad que recientemente hayan surgido (obviamente, promovidas por los analistas simbólicos) figuras del tipo ―director de escuela emprendedor‖, ―vecino alerta‖, ―beneficiario del programa X‖, etc. Estas y otras categorías de rotulación de tipos subjetivos
inauguran nuevas pautas de actuación, nuevas normatividades, nuevas mentalidades y nuevas sensibilidades. Lo cierto es que estas representaciones terminan siendo habitables, en el sentido de invenciones que sirven para constituir un mundo de sujetos que, por un lado, a menudo, se resisten activamente o se niegan pasivamente a los rótulos propuestos, 52 pero por el otro
51
No es de menor importancia, en términos de desigualdades sociales, mencionar que no todas las comunidades se encuentran en las mismas condiciones (en términos de capital social, trayectoria, saberes acumulados, etc.) de articular estas demandas. 52 Esto es especialmente notable en el mundo de la educación, un mundo donde la simulación y el eufemismo alcanzan proporciones risibles (v.g. el director de escuela que simula entrepreneurship y no deja de ser el funcionario burocrático que siempre fue; quienes tienen que evaluar su actuación lo saben muy bien, pero a su vez prosiguen hacia arriba las cadenas de simulaciones y del ―como si‖).
34
lado también hacen ingentes esfuerzos por ingresar en el cono de luz de las taxonomías programáticas vigentes, mostrando que están ―haciendo las cosas bien‖ u ocultando deliberadamente que están ―haciendo las cosas mal‖,
justamente en un contexto en el cual se han alterado significativamente los parámetros de lo que debe entenderse por normatividad. 53 Como se sostuvo desde el comienzo de este trabajo, puede concluirse que estamos asistiendo a una profunda redefinición de las relaciones entre saber y poder, entre conocimiento y políticas. Así como lo social en su momento pudo ser ―inventado‖, también ahora está asistiendo a su sostenida ―desconversión‖. El papel de los saberes
expertos en ambos casos, fue y es fundamental. Pero, más allá de estas pocas certezas, resulta por el momento imposible anticipar si los analistas simbólicos darán definitivamente por tierra con las otras categorías del conocimiento experto con las que interactúan conflictivamente en cada ámbito donde les toca encontrarse. Para poder elucidar esto, sería necesaria la realización de estudios empíricos acotados, para los cuales el presente trabajo pretendió aportar alguna orientación conceptual.
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Independientemente de que esto pueda conducir (o no) a una modificación real y sustantiva del formato de las prácticas. En efecto, más allá de toda la retórica en favor de la participación de la ―comunidad educativa‖ en la escuela, las autoridades educativas nacionales y provinciales siguen
conservando enormes resortes de poder. Así, la histórica matriz centralista del sistema educativo se sigue mayormente sosteniendo. 35
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