Los diarios del autor durante el proceso de desintoxicación de la adicción al opio que sufrió durante un tiempo, desde la muerte de su compañero Raymond Radiguet en 1923 hasta el final de sus días. Durante sus convalecencias en el sanatorio, Cocteau nunca dejó de escribir y dibujar, y sus particulares interpretaciones y críticas dieron lugar a este extraño y genial testimonio. «Escribir es, para mí, lo mismo que dibujar: anudar las líneas de tal suerte que se transformen en escritura, o desanudarlas de tal suerte que la escritura devenga dibujo». A los comentarios sobre la literatura que nutren el libro se añaden críticas de cine, poesía, arte… Y todo ello bajo la punzante presencia del opio. «Todo lo que uno hace en la vida, y lo mismo en el amor, se hace a bordo del tren expreso que rueda hacia la muerte. Fumar opio es abandonar el tren en marcha; es ocuparse en otra cosa que no es la vida ni la muerte». De este modo Jean Cocteau se adentra en la gran tradición de los poetas visionarios: de Quincey, Baudelaire y, sobre todo, Rimbaud.
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Los diarios del autor durante el proceso de desintoxicación de la adicción al opio que sufrió durante un tiempo, desde la muerte de su compañero Raymond Radiguet en 1923 hasta el final de sus días. Durante sus convalecencias en el sanatorio, Cocteau nunca dejó de escribir y dibujar, y sus particulares interpretaciones y críticas dieron lugar a este extraño y genial testimonio. «Escribir es, para mí, lo mismo que dibujar: anudar las líneas de tal suerte que se transformen en escritura, o desanudarlas de tal suerte que la escritura devenga dibujo». A los comentarios sobre la literatura que nutren el libro se añaden críticas de cine, poesía, arte… Y todo ello bajo la punzante presencia del opio. «Todo lo que uno hace en la vida, y lo mismo en el amor, se hace a bordo del tren expreso que rueda hacia la muerte. Fumar opio es abandonar el tren en marcha; es ocuparse en otra cosa que no es la vida ni la muerte». De este modo Jean Cocteau se adentra en la gran tradición de los poetas visionarios: de Quincey, Baudelaire y, sobre todo, Rimbaud.
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