Andr\u00e9s Aldao
Cuentos desde Lej
Ediciones del E2202xu\22i02ul\\io u 2\u2022 0 2 2 1998 1
A Susana, la gran amige am di v i d a . A mis padres, muertos en el exilio mdei g la r a cin i\u00f3 n .
Cuentos desde lejos f eero todos \u201cLos temas de los cuentos son diversdoasn, p de su percepci\u00f3n social, de la ternura, ddeel su mirada l ete s ;s, a sus cari\u00f1o con que ve a su ciudad, a sus cgaeln e lbism ciudad y gente irrecuperables, perdidas en oeld a pasado. S\u00f3lo nuestra memoria las puedeo lrveisd coatar del para compartirlas con las nuevas generaciona el sv eqz u, e t e r on lejanas en el \u00a1qui\u00e9n sabe! las percibir\u00e1 pr\u00f3ximas a su coraz\u00f3n.\u201d
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Algunas palabras sobre el autor
a l g u nC aa s lder\u00f3 \u00abLa vida es sue\u00f1o\u00bb, escribi\u00f3 n t r aos c oy n s e e n c ue veces uno despierta despu\u00e9s de veinte a\u00f1 d y vo l alun que su vida fue vivida de alguna manera, perot a la 01d n o o s \u201c decisi\u00f3n que marcaron y dieron forma a eisdooss \au 2\u00f1 i s m o ln o sde uno m fue conciente; no fueron la voluntad y la decisi\u00f3 d ,i c la io s n ecson que la moldearon. Las circunstancias, el ambiente j o ,gar de econ\u00f3micas, las personas que nos rodearont r,a eb la lu etc\u00e9tera, aparentemente forjaron nuestro senndueeros t rsoin que yo se entere. Cuando entre todas esas realidades objetivmaesr aemnuo s i l in ato y d d ee la fa como una m \u00e1s el exilio, el idioma, el alejammie los amigos, de los escenarios de la adolescenciau, cdh ea slays l amores, es posible, tal vez, entender porqu\u00e9 el autor, 0 f \u00f3 3 s u despert\u00f3 de ese largo sue\u00f1o, cuando r\eut0om y recup encontr\u00f3 dentro suyo una intensa m em oria ddee sl ua ype ar sado, a q u \ ug0in 0a es d de su ciudad perdida y vuelta a recuperar en lasq upe\u00e1 e r s tead les presenta. Dem os gracias al autor por haber oded sepe largo sue\u00f1o, con su memoria intacta y su idioma ileso. n fdeos d ed Los temas de los cuentos son diversos, peroa to su percepci\u00f3n social, de la ternura de su m ircaodna,q udeel cari\u00f1 gd ea nd te ve a su ciudad, a sus gentes, a sus calles; yciu s t\u00f3 ra irrecuperables, perdidas en el abismo del pasadnou. e S lo a s s memoria las puede rescatar del olvido para comc poanrtilrla e r c i b i r \nu 0 0 nuevas generaciones que, tal vez, \u00a1qui\u00e9 sea1bne! las p lejanas en el tiempo pero pr\u00f3ximas a su coraz\u00f3n. u icchaado a l En resumen, Andr\u00e9s Aldao, hombre adel d \ u 0 0m f 1 iota s d de pol\u00edtica desde su temprana adolescencia hal osstaa la 70, en que el exilio y la lucha por la subsistuenncpiaa \ ue0n0 e d s \ u 0 0d f 3 q u e sauctivida totalm ente extra\u00f1o lo \u201cjubilaron\u201d ee sa 0 fe ao t ilo l , g\u00eda pluma, siempre dedicada a la pol\u00edtica y ear ala\ u 0id i e nlu t ozs de los aco tambi\u00e9n, para la creaci\u00f3n literaria. Ai m la i t mundiales, me permito afirmar que su pluma (o saud ocroam, spu se prefiere) es hoy m\u00e1s eficiente dedicada a ccroena srel ravsar y re experiencias vividas y a com partir con los lector urec st \ us0u0 e d ff e r a im aginaci\u00f3n.
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Para concluir, le deseo al lector que disfrute, sufra, se y se desespere junto con los personajes de los cumeontloos,h eco i drá o ccoun hecho yo. Si ello ocurre, creo que Andrés Aldao hpalb m su propósito.
Esther Susana Durman
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Enero, 1998
Una historia como tantas Se paseaba lentamente, Eliseo Sánchezm. aLnaoss e coís a ,n p atrás, el torso erguido. Los ojos, como peradrid s s o añ l aej contemplar las casitas del barrio, los árboole gente que pasaba a su lado. El Eliseo Sánchez ese. Suspiró; se detuvo en Boyacá y la JuaJ nu s tBo .; t ain b a a ta. curioseó por los alrededores y prosiguió la cEasm desanimado: hacía más de un año y medio qbuaej anboa t. ra ie u n lo te s s ,s Alto y flaco, erguido, cabello blanco y paólm r e. dos manazas emergían de las mangas de su Htro imcobta de trabajo, Eliseo no se ocupó de ninguna aotrf au e cr aos del yugo cotidiano. Llevaba treinta años menp r elas a e t a9l 9 a r5o nin elaboradora de cigarrillos. A principios des 1 sofisticadas líneas de producción automáticsasi s, t ecmona s y ob l orsero digital. El robot suplió la tarea de cuarenta t ia c as d oofi : capataces. Operaba a través de un prograsm una leve presión en el tablero de comandt éocsn, i ceol a n l o la s ordenaba “enter”, y a los pocos minutos reccoi rn rtía A er paquetes de cigarrillos embalados, listos parc aa deol . m la semana, llamaron a Eliseo desde la oficina del p . comunicándole que “lamentaban” prescindir edr ve i csui oss s m qoue Lo ponderaron, le agradecieron y le dieron un. Ccho e una gratificación por los treinta años quel ó lea rl aega í ae empresa. Luego lo despacharon a la casoa. t eEnlis cincuenta y pico. Él y sus compañeroas r o cnobl ar indemnización. No se los vió jubilosos: mas bs itei and ao ns gu por un futuro que sabían incierto.
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a sue itñ a Eliseo vivía con Juana, su mujer, en una apec q de la calle Nicasio Oroño, en Caballito. Ao l nporins ce ipi inquietó: visitaba a los tres hijos, veía a t ossus, sne ie s o levantaba un poco más tarde. Después salíar r ear rl aec callecitas del barrio. Como un jubilado. da o “Siempre enterrado en la fábrica -recorbdaój -a ntr dos turnos, haciendo horas extras, años y años sin s e esta tibieza que da el solcito. ¿En qué se r omn e l ofu años, mi Dios?”. Un día cualquiera, pues, deqsuceubsruió vida ya no tenía sentido. Se sintió ultrajado, vencido. No encontrpaabcai óonc.u Quería sentirse nuevamente útil, vivo.b í a Perci i brr ao ns marginación, el rechazo de la sociedad. Los saeho . gLrae consumiendo; como su futuro. Carecía dseo sin e a nr t ase , “depre” se fue adueñando de Eliseo. Casi sicnu d lentamente, comenzó a deslizarse cuesta p oarbaujon tobogán cínico y malandra. a lai ñ ó a Harto de la rutina, que ya detestaba, ensaa sm b .a A s n i nd de su casa bordeando el Policlínico Bancaraio apurarse por Donato Alvarez, cruzó Gaonaó ye n enl atr n n o in b i evie n r plaza Irlanda. Las diez de la mañana de u porteño, fumigado por esa humedad displicente. n c ó Buscó un banco con sol. Mientras se sen taebnad, i e s ools a rreasyos un “Particulares” y replegó los ojos. Los cálid c io e y cen dieron algo de vida y color a su rostro, arrugai d u le os sc or. u El frío le penetraba como un escalpelo p in Pájaros de plumajes coloridos jugaban a lasi deasscoe nn d las copas de los árboles, pero el hombre nhou mteonría para diversiones. Algunos jubilados acarreaban sus cuerposl o s d e lfig senderos de la plaza. Al verlos, Eliseo recorudróa la padre, con esos bigotazos que parecían almid o . Y siempre tiesos, regresando extenuado del frAignogrílfic o p ,a r q e cuíe a la tos aquella, con modulaciones de bajo n e tr n aj provenir de una caverna prehistórica. Un deíar o lo ambulancia, con la máscara de oxígeno sobsrter oe. l Erl o
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n vlo o ca padre nunca más volvió al frigorífico. Lcai ó e angustió. Ahora, Eliseo se preocupaba por sí mismo. s Un mes antes, precisamente el día en qpulei ó cl oum e n nid u nad cincuenta y seis años, Eliseo buscó su oportu d ioól o mi taller de partes para autos. El capataz lo rreá cnib u n ac con lástima grosera, y sin andarse con vueletratsó le gancho, que lo dobló por toda la cuenta: e ru ayn ov -Pero viejito, esto no es para vos: estáse tm a nlta g o el para este laburo. no me vas a decir que tem fa a para morfar -le dijo. -Vamos, viejo, dejá el ptraar ba aljo j ul g c aa te muchachada. dedicate a tus nietitos, andá a f é, una partidita de truco con otros viejos comod vo oms,i noó :al esto ya no es para vos. Metételo en la cabepzaa,s óyae lte cuarto de hora. ¿Me entendiste, viejito? Aundcáa saa , t andá. Eliseo se fue, cabizbajo, silencioso. Ehl,o mtabnr e , i mas e ió l inescrutable, remiso a expresar sentimientoasg, r c de la bronca. El incidente le quitó las pocazsa es sqpueeran o sT doí d a o ss l tenía. Regresó a su casa contrito y taciturno.. u r rq í aue daba la vuelta del perro desentendiéndose doec lo a su alrededor. Comía frugalmente, se desmejoraba. la mujer, comenzó a preocuparse. Eliseo no escucharla. l i sate e os Al día siguiente, luego de tomar algunos, Em rumbeó hacia la plaza Irlanda. En lugar de sperne tfai rrisóe; ver a la purretada jugar un picado. Damiáni n, i teo l, vec saludó con la mano. Luego, ensimismado cavilaciones, prosiguió su camino. Bordeó lal l epglaózaa y h ó e qs uc euc la esquina de Neuquén y Seguí. De pronto alguien lo llamaba: “¡Eliseo!. ¡Eliseo!”. -Eliseo, ¡como te va, compadre!. ¡Tantos años nos vimos! le decía el tipo. im a g Eliseo Sánchez contempló un instante lae n brumosa parada delante de él: luego lo reconoció.
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-¡Roque! Cuánto hace que no te veía: qduese det e fuiste de la fábrica. ¿Y qué es de tu vida, Pelado? -No me va tan mal, Eliseo; tengo moi tpa rlol epri n t ó pere l g mecánico: ¿Y a vos, como te trata la vida?u le antiguo amigo. u ,e . Rm e -Hace un año y medio que no trabajo oq o despidieron: estoy hecho un trapo de pisoo.s iconm sirviera para nada, yo. un mecánico de tantos años. Eliseo y su antiguo compañero rememov ri earj oosn tiempos mientras recorrían la plaza. Elisenot ó les u cs o r aenrd o b cuitas, le habló de las esperanzas que se leo rfu on j u igra r d ao a causa del despido. Se quedaron un rato m an d o i jq o :ue le los pibes, y en el momento de la despedida R d q eu j oí m -¿Querés trabajar en mi taller, Eliseo? A tei e rí m a e yv tarjeta, venite mañana. a las siete: ven r a , aL l a arreglamos “tutti”, no me fallés Eliseo: acorcda ar te 400 ¡Chau! a . Eliseo entró en la casa; Juana no estabac oecni n la ó lla Fue hacia el fondo: allí la vió colgando la rloo pma.i rE con curiosidad. hacía meses que no veía una ae nsolna ris cara de su hombre. -¿Qué te ocurre, flaco mío? Estás medio t ra adroo., agi -Tengo algo para contarte, Juana: aca encontrarme con un viejo compañero de la empresa, Hace diez años que se retiró y hasta hoy noe vr ol olv. ím ae v , ¿ q ofreció trabajo en su taller: se nos dió vuealta lau etab me contás, Juanita? le dijo Eliseo. Se sentía excitado; dió vueltas por toda slau bciaó saa, la terracita, bajó por la escalera, recorrió erla pn ad toioy ent saliendo de la cocina, llamó por teléfono a los hijos. Juana finalizó la faena encaminándose a hcaacsiaa . l r l om Preparó unos mates. Él estaba eufórico;u j ela observaba en silencio, preocupada. sus ojos expr inquietud.
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o rr -Eliseo, quiero decirte algo pero no tee s ,suplfu t oo favor: ese compañero tuyo, Roque, ¿era un tigpoor dailg y medio pelado? le inquirió con prudencia. -Sí, Juana, ¿y qué hay con eso? le replicó ofusc -¿Pero ese hombre no es el que murió daeq uuen aalt corazón? insistió Juana. Empalideció; la ira le cambió los rasgosr od. eSl ursost arrugas se acentuaron: parecían profuneds at sr í a s cruzándole la frente y los pómulos.
-¡Pero qué sabés vos de mis compañveoroc si f!e r ó perdiendo la paciencia. a reasae l Juana prefirió no discutir. Preparó la pm u ja es r lla o almuerzo; comieron en un silencio hostil miemntr examinaba de reojo. Terminaron, y Eliseo salió. El crepúsculo bosquejaba sobre los murl aosc adsea s oe bp ra e nd figuras extrañas, como imágenes iridiscenteso tr e náos; s ne or las paredes descascaradas. Eliseo estaba m quería cenar. Se fué al dormitorio tumbáonbdroesel a s o d in o . cE cama. La casa estaba sumida en un silencio ólm viento invernal, ronco y tozudo, sacudía sin l apsie a ; desválidas persianas. No podía conciliar els esuveeñío v are b alo d elle pequeño, allí, en su Avellaneda natal. El pad la mano, un domingo de tantos, en los que iban a la de Rácing a ver a sus ídolos. d io y De pronto, la figura del “tipo algo gomrdeito pelado” reapareció en su memoria. Eliseo rel ach ía o imagen, revolviéndose angustiado en la camq au ..e r N pensar en Roque. Pero las dudas se burlabaé nl . Dormitaba inquieto. Juana, a su lado, no se movía. Le echó una mirada al reloj: las cinco d i ay. Sme e vistió y se preparó un café en la coLclionvaí.a copiosamente. Mientras esperaba a que amuas icnóe, l ab tarjeta que le dió Roque. 9
Revisó en sus bolsillos, revolvió la casi óa, a sul ab terraza, entró sigilosamente en el dormitorio,n bt ousd coós e los rincones. Nada. Ella lo vió hacer, pero fingió dormi d i ch ha ob :í Eliseo recordó que antes de irse Roquea le c aarsr taa yLa “Lacarra al 400”. Subió al colectivo 113 h o riral b a a Rivadavia. El miedo lo tomó por asalto. pM Ae h ofu r arca ventanilla. La duda le dio un certero golpe. d temía llegar a destino. En la casita de Nicasio Oroño, mientras tanto, que se levantó al rato- se reprochaba: “Tn ao l dveebzí e z él m u án sa , dejarlo salir; tendría que haber hablado con v r aba d ese incluso a riesgo de pelearnos”. La mujer egsuta o . al que Roque había muerto y que a Eliseo le goocur rarría Como para preocuparse. Bajó del colectivo. Una fina llovizna lob aaccao rnicia ó . Su ternura. Se dispuso a iniciar su peregrinbaije Lacarra a paso lento; miró a su izquierda, buscó en la v i ra. fL ua e llu por la que andaba. No vió señales del talle a n a e zl ot transformándose en diluvio; las gruesas gotaasb le rostro pero Eliseo no cedía: seguía buscaneds ot r aa ydi siniestra. Empapado, confundido, se preguntó: “ mierda está tu taller, Roque, dónde, por Dridoes?ó ” eBl o f e rd r eer eL parque Avellaneda y cuando llegó a Gregoario tiró la toalla y decidió regresar: el mundo caom ía d estrujarlo. Le parecía que una picadora de ce asrhnaec le el cerebro o y Volvió al barrio. Descendió del colectiv oa ceán yB n Gaona. No llovía. Escuálidos rayos solaresb sa en cc oo la timidez entre las nubes, aún compactas y oscuras. Caminaba con el pecho hundido, medioa deon.coS rev r c olo s sd c e ha miró los “timbos” embarrados, que pateaban agua marrón terrosa. Como cuando era piblea, r eió n t ee Avellaneda de su niñez. Ya cerca de su casl a f v pintado de blanco y el manzanero en el jardínq. uSiile tran 10
g a v r , ió l e ll Abrió la puerta, entró en la casa. Juanae lo e ngri sonrió con cariño y se quedó esperando. Elismeeoó la silencio mientras abrazaba a su mujer. aFc ui ae h r m ai óse dormitorio, se desvistió, y metiéndose en la dcuam profundamente. Cuando despertó no quiso levantarse. Jeuacneab ól l aro unos mates y le trajo una picada, que apenbaós . sEi lp lo dejó en paz: sin comentarios ni reproches. b s a pl e a Se sentía como el toro en el rodeo:r a e estocada que lo liberase de la angustia, dv ei v i re crucificado en este cosmos alucinante, doenrdae uénl a partícula superflua, relegada. , sel e Volvió a dormirse. Al día siguiente, despmuaést e d ó despidió de Juana con una imprevista caricoia.b eEslla l con ternura dándole unos golpecitos en el hombro. a p r r i o Eliseo salió a su recorrida habitual, com ó yeal ldi s p o ,y á llegar a la plaza se sentó en un banco. El v ieenrto rudo, jugaba con las hojas caídas. Se enroshcaór peel ,eyc le dió una ojeada ausente al “Clarín”. á ns , Algunos chicos pateaban la pelota, entrD ea melilo el vecino. Eliseo lo llamó. -Decime, Damián: ¿vos me viste anteayerc, i enrot oe?s é ? -Claro, don Eliseo. ¿no se acuerda de qusea yl uod lo le dijo el pibe. -Sí, sí, me acuerdo. y decime una cosam: e¿vvoi sst e hablar con alguien? -Yo no lo ví hablando con nadie, don Eliseo. -¿Estás seguro, Damián? p o r e qo u;é ¿ -Más que seguro. no me olvidaría, don E lis me lo pregunta? -Por nada, pibe, andá nomás, seguí jucgoanndtou s amigos. d o rtu a rla an Los pibes aprovechaban las vacaciones to e oaru pelota. Garúa; el viento y la llovizna eran s p a n Eli s sl o d fastidio, una conjuración . Regresó a su casuad; ala la prepearon: ya no estaba seguro de nada. sMu amldaijo
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pata: “Mirá que extraviar la tarjeta: estoy enyetado”, Entró en silencio pero Juana lo escuchó. Almeolrgzuari soon p aór u dn e de mondongo sin cambiar palabras. Se tom vasos de tinto y se fue a dormir. La llovizna rebotaba en la vereda. Las a gr eoctaí asn p n a , ry diáfanas chispas que se desperdigaban y de ec sí aap e n volvían a aparecer y desaparecer, como ut inm d ivteo r a , mágico. Eliseo retomó su rutina luego sdi ee s t la e rd caminando sin rumbo. El gris melancólico edceel r asta iba desvaneciendo; las reticentes penumbrasa bsaonmlba re noche que llegaba. Mientras caminaba, recompuso en m esmu o r i a fragmentos de la infancia. La imagen del padre rea d oa s en aquellas veladas, en las que narraba, as uésl y b u í aen hermanos, relatos sobre los viejos anarcosh a q Na i criool a de luchado por sus sueños libertarios, y el calv o rue urn Sacco y Bartolomeo Vanzetti, condenados a pm te crimen que no habían cometido. Una súbita congoja le oprimió el pecho. Le r t is r i oel escuchar la voz quebrada del padre detallánmdoa le d eos c m i r le e ,: de Nicola y Bartolomeo; y a su hermano, C a o vs e,z o “Ufa, viejo, otra vez el cuento de los dos ttar n lagrimeando”. La garúa no cedía. Eliseo entró en el baaro nda e y G e rb ta o ;d ee ls Añasco. Pidió un café con gotas. El lugar esita mozo se entretenía observando las vueltas del se a ifó é del reloj, colgado detrás del mostrador. e lBec b abstraído. Miró hacia atrás y se sorprendió: geunl oudn eál n e o r o s io: “ bar vió sentado a un joven que le resultó coP n cid éste es Oscar. Oscarcito Valladares”, pensóa daos. oSmebr s s y levantó dirigiéndose al baño; orinó, se enjumaagnóo la regresó a su lugar: Oscar había desaparaemciódo.Ll mozo, y mientras le pagaba le preguntó: -Dígame, mozo, ¿el muchacho que estatba ad oseenn aquella mesa es cliente del bar? 12
-Usted es el único cliente que entró en alah oúltim señor: ¡con este tiempo la gente no sale! le dijo el mo -Me habrá parecido. Déjelo, no tiene importancia. o p da e ñe l ar Eliseo estaba convencido de que su com escuela técnica, Oscar, estuvo sentado en “e¿ l P be ar ro : . aflicción cómo puede ser? Era él, yo lo ví!”, pensó con Salió del bar. Una pareja intercambiabaac oas rreunm un portal, umbrío como la noche. Los colectivos p vacíos y no se veía gente por las calles. AGbaa nodn oa nyó se internó por las calles de Caballito, oscus rt oans a ys . tri q um e e lo Una piña en el plexo solar lo habría afectado nsos lo a cc u iró an,, dos últimos incidentes. “¿Qué fue? ¿alucin pesadilla?”, se preguntó. . Erle i saelid o ad El chirrido de la frenada lo devolvió a la o ruón c quedó anonadado, y el conductor del taxi voo cmife poseído: q une -¡Viejo pelotudo!.¿adónde tenés los ojosr ?í a te d t un haberte dejado chato, como a una milaned sáa.a ¡A casa, viejo hijo de puta! . “ M ii Eliseo retomó su camino perturbado y ddo e: p rim vida no vale un pito: es como si estuviera muerto”, o rsit enhebrando el dolor y los sollozos, mientraasb atrap n una rara e inhóspita ingravidez. Percibía uqnu eacsoeso encastraba en su cuerpo, aprisionándolo. t ot Aullidos de perros profanaban la noche;r aepl ucnon o canino estaba en su apogeo. Eliseo salió doe,l cpo amsm recuperando la realidad. Miró a su alrededomr:a n, il ausn al o ss calles aleladas, el barrio dormía. Sólo él p eyr r lo l , alborotadores daban señales de vida. M irreól o j e n a medianoche. Eliseo apuró el paso; el fríol l o yv i z la acabaron por despabilarlo. Debajo de una columna de alumbrado, cui tyi laa blua zy t e ln to e no terminaba de encenderse, Eliseo vió a anlgv uu ie z ::r en un oscuro gabán La sombra le susurró ncaonv o tie ó ey l “¡Eliseo.Eliseo!” Se aproximó, miró estupepfae cg to
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grito: “¡Viejo, viejo! ¿qué hacés aquí? ¡¡perso essi t ávso o n m muerto!” La figura envuelta en el gabán neigr róoc lo una dulce sonrisa. Él creyó escuchar.: “Es cieprteor,o hl aijo; s as muerte no impide a los padres compartir ladse pl oen hijos, consolarlos, ¿comprendés, Eliseo? Es lo q queda a los difuntos”. Eliseo, demudado, vió como la sombrias i psaeb ad hasta desaparecer. Retornó a su casa;e r aya madrugada. Penetró sigilosamente; Juana lo e inquieta, acostada en la cama. -No podía dormirme, Eliseo. ¿qué te pasó, estuviste? Eliseo no la hizo partícipe de sus visionee ss .ó Lc ao nb a na ternura y le dijo que iba a la cocina a prepabraerbsei d u caliente. v í a, Lo encontró a la mañana sentado en lat o dsailla tibio, con el mentón apoyado sobre el peocshoo .j o Ls o .ir abiertos de Eliseo, como sorprendidos, pareacríaanl g m Tal vez a su padre, o a Roque, el compañaerOos, coa r Valladares, su antiguo condiscípulo. O tal veoz deel rs ou str . Esl i a s e o s querida Juana, que lo acompañó durante tanto ño Sánchez ya no busca trabajo. no lo necesita •
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E l T ío d e l C u e n t o .
Barrio de calles empedradas; casitas de paredes Cboamjaos. para no molestar ¿saben? Antiguos corralones cono vs ee rntid conventillos ”de medianera”, alineados como soldadit plomo; ajados como bomboneras añejas, anticu Escenario de la pobreza de los proles; modernos “” Sqísu iefos trepaban con su cruz y se desmoronaban antes gdaer lle a destino. Como gibas de lodo en la tormenta. Cab n oallito rte , que baja desde Rivadavia hacia Paternal, cortada oapl omr edi Gaona y se intersecciona con la avenida San Martín estatua del Cid Campeador y las “diez esquinaso ”.Barri trabajadores y clase media, serpenteado por arboyled adoquines. Gaona tajeada por los rieles del tranvía F, igu e r .o a Paisandú, Espinosa, Planes, Arengreen, Luis VPiau ljeo ,l , Canalejas, la vieja cancha de Ferro en Avellanedaí n yd eMart Gainza. Caballito al norte, historia antigua.
Se lava la cara despaciosamente. Se mirae s ep ne jeo l, se guiña el ojo y sonríe. El “pibe” Rosenedion asel a sp ondas de su pelo renegrido, aspira el aromau dt ae ylae lvir ”, “ aserrín del taller, le echa una nueva miratdr au c ah ala o m d pe a l. prende un Fontanares y pasa por la oficint irta Recibe el sobre con el jornal de la semana, cpulea nt atay la firma el recibo. -Paco, vamos a tomar un cafecito -le dice a su ami -Vamos, pero invito yo -le contesta Francisco. También Paco recibe el sobre de la semana. D m s ig d o sos , salen de la carpintería en la que trabajan a lo n a toman por Fragata Sarmiento hasta Gaonae. sEq nu ila llito está “El Gato Negro”, bar y billares del barario ded eCab los años treinta y cuarenta. Rosendo y Francisco (Paco para los amigos) se c s d e:n los desde la primaria. En el taller forjaron la amdisota 15
c rní e o . la treintena de la vida, casados; Paco yau n tie Hinchas de Ferro, naturalmente. Entran en el bar, se sientan al lado de la veernc taand ae c las mesas de billar. El viejo reloj, colgraáds o det mostrador de estaño, señala las cinco y media. Una i e ss, á y rab brisa otoñal juega con las hojas caídas deo llo medio pelados, que alfombran la vereda delu nboasr. dAe lg los habituales atorrantes de la vecindad esta ádno streennz frenéticos combates de carambola a tres ban u i s ui r t oco”, “Lecherito” -hijo de un vasco lechero-, Adel eLl “T a s n ch el “Pacho”, los hermanos Toker y otros cuy ass ofa desconocidas. -Don Julio, traiga dos cafés. uno cortado -pide el P -Fíjense como le dan al paño con los tan cou sn.o ss o bestias -vocifera don Julio, uno de los dueños. íe n . Los dos amigos se encogen de hombrs oosn r y Sorben el café mientras comentan problemtar sa bda ej lo . ia l Rosendo es carpintero de muebles, y Pao qf iuc ito lustrador. -El domingo, después del partido, ¿no quer vayamos a comer por ahí? ¿que te parece, Paco? í oa, n loa sl -Vos sí que te das la buena vida, Rosendo.b V sábados morfan en “El Rancho Grande” o en Mlaa y“o2” d: e yo tengo un pibe. Pero para que no me mdiagrar se t ea, ¡vamos! le dijo sonriendo. De una de las mesas de billar llegab a ruu nl l o o zdoe a l ou sn descomunal. el Lecherito le acomoda un taca t aol l ay l e a Toker. Los dos hermanos se le van al husm gresca. El “gaita” los pianta a todos. l nboasr. Se hace un silencio que horada los tímEpa a lú l ann .y enmudece, los parroquianos hacen causa coc m Inspiran el aire en cómodas y silenciosas bocSaónlaodeals. “shshshshsh” de la máquina expreso, arrogante y des l e rra la d ec como una pebeta pintona, se anima a desaófia don Julio. Afuera, las penumbras sep l i e dg easn alevosamente. La brisa otoñal se quita la careta bon
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a s .n y pretende jugar al huracán temerario. Pero aleg afal llta Aunque siga desprendiendo la hojarasca s oaltaodrna a, mustia y quejumbrosa. como un fuelle tristóan pqourel allor mina que se rajó del bulín. “El Gato Negro” recupera los murmulloso, t alad sa sr.is Vuelven a escucharse las toses con variaciólno s fumadores crónicos. Y los “truco. quiero retrnutcóor”e oesste hacen danzar a los porotos del puntaje. Entra un desconocido, se detiene, ojea au ploa sn toe cs l l oe , de las mesas con mirada esquiva. Tiene ccaarbaa d trompa prominente, y los dientes de dinosaurio dan rra n Los orificios de la nariz se abrenc i e y s aia sn candenciosamente; las orejas, medio paradags uyl o tr en la parte superior. Sólo los ojos, medio a, cthi einnaednos n ; rasgos humanos. Lleva un par de días sin ravsius rt ae ruse traje gris claro, vejete y arrugado. ms i gd oo ss . Se dirige pausadamente hacia la mesa dealo y i ”e los carpetea de reojo, se para, y mientras sel “qf uunita les dice con voz monocorde: e r im o u yy -Discúlpenme, caballeros, tengo un problems a tal vez ustedes me pueden ayudar. Rosenadcoo ys e P e a” v l aue hacen los desentendidos. Pero “cara de cabal vllo carga. e i -No les pido una limosna: soy poseedor dl lee tue nd b v r iv lotería premiado pero mi mujer está muy enfe mo ae. nYo t ang n o i Mendoza; tengo que viajar ahora mismo y npol ate puedo esperar. -les aclara. o o s ap bu ee rd -¿Porqué te voy a comprar el billete? ¿Cóm a sm l oie si lo que me decís es cierto? le dice Rosenntdro semblantea. -Tiene mucha razón, caballero, pero deabr o y viaj s i ty o oe n l ec puedo ir a cobrarlo: la lotería está cerradae y a dinero ya -susurra, imperturbable, el hombrqeu idj aed la equina y dientes de dinosaurio. s eolm ó , Paco le murmura quedamente a su amigop:r a“C ganás guita”. Con seductora humildad y parsim
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o toef ry e csee l hombre extrae de su bolsillo el mentado bille a Rosendo. Éste lo toma, lo observa del derlercehvoé sy, de lee el número (24234) y el copete: “Lotería - Nacional d e ljug ordinario - se juega el 23 de abril de 1946”: aedraa la día anterior. o a sn Rosendo, medio intrigado, le propone quej u vn at y i ó en hasta el quiosco para verificar si ese billetet e resaa llm premiado el día anterior. a c El quiosquero revisa el billete con parquedo andf i rym le n o i enn t q o sui a Rosendo que el 24234 salió premiado c pesos. Regresan. A pesar de la fresca brisa, R a o l e suin t aa. transpira, duda. la cabeza le da vueltas cocm Hace sumas y restas. Finalmente, sopesa en s“ Pileo nr ce iol : billete cobro $500, yo le doy a este otario loes c$o 2b 5r 0é qu a n. m a e en el laburo y el resto es mi ganancia. mmv m quedar $250 limpitos!”. e u le n Entran en el bar. Paco mira a Rosendo yh éa sc te b a i le l e tlo e ss, guiño mientras se sienta. Saca el sobre, extr e asllo e l ”o. És los cuenta sin prisa y se los da a “cara de cat b o r sr agradece con sonrisa equina, exhibiendo soursí f i cte dientes de percherón. Y se va trotando lentamente. -Qué tarro que tenés, Rosendo. mirá quper a cr oumn s a ie l e nntra billete premiado por la mitad. –le dice Pacos m del bar. Se abrochan las camperas. Las lucecitaG sa odn ea parpadean alegremente en la noche otoñal. R s s compra “La Crítica” quinta, le echa una ojetai tdu al a ar e lo a .n C p am i mientras Cacho, el canillita, cuenta el vuelnto Gaona hacia Espinosa; los dos amigos t ca on ml oesn incidentes del bar y el gran negocio que hizoo cRo onsleand adquisición del billete. l e fd -¿No te dió pena aprovecharte del pobre in eilcize? Paco mientras se ríe a carcajadas. Llegan hasta la vidriera del espiedo der mloa sn ohse llí p Dagraddi, frente a la iglesia. Paco decidrea r coa m algunas vituallas y ambos amigos se despiden.
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o pol ou Rosendo cruza Gaona. El tranvía 99 pasa ncos m a r ad s ibuj y la luz que fisura el vaho de las ventanillaas r le figuras en la cara. El viento gorgorea trinosl eyp eo l nferío la n un copo carmín en la punta de la nariz. Patsea dde ela t ega y zm seccional 13ª. Una lucecita roja destellae nfu p ri ta ta desaparece en la penumbra: es el cana de laq upeue con sigilo. u js o ld . e A lP lí Dobla en Planes; su casa está un poco ante o z ca in a vive con su mujer, Esthercita. Alquila una pc ie c,on en una de esas casonas antiguas de variaasc iho anbe its , cada una con su cocina y el baño compartidao.h oMr air:a l las siete en punto. Rosendo piensa: “Y ahoray achmaeu, palpito la bronca”. Abre la puerta del bulín, entra haciénd despreocupado y se acerca a Esther para darle un b c ovm Ella está enfadada. se le nota en la trompaa, le ano tad un embudo invertido. b od -¿Adónde te metiste, eh? lo interroga cone cvaoz primero. -Calmate, Negrita, que voy a contarte altge o v aquae i t ae .s poner chocha; y preparate unos ricos amargopsucmon andá, Negra -le dice Rosendo con esa cara de pibe b e ln o El viento se torna húmedo, algo borrascoeslo.c i E navegan nubarrones mal entrazados. Esther y R r alla e l pr salen de la pieza rumbo a la cocina. Mientre apsa e t e rtíe a . de mate, el muchacho le narra la historia del bl oille La mujer lo mira con cara contrariada. Discuten, se arma la tremolina pero Rosoennsdiog u ce aplacarla. Finalmente hacen las paces y luaegc oe n da e l escuchan la radio, hojean el diario, charlaa nn , asel a v s pli pieza, juegan al amor, y luego, satisfechos dyo sc,um duermen como dos cachorros. e n cdi e ol La arrogante sirena de la ambulancia se ms oi l fa pastoral que envuelve a la barriada. Se dihroigsep iat al l
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Durand; cruza Parral, entra en Díaz Vélez cyo nlles gua carga a la sala de guardia. Es cerca de la medianoch e n Algunos vecinos curiosos, que desafían ely vhiea nc to s e caso omiso de la fina garúa que los fastidinat,a ncol am a d lle e lgaad peripecias de lo ocurrido en el barrio y la ambulancia. (Ese viernes Rosendo dejó el trabajo al my evdiiaojdó ía s ui al centro de Buenos Aires. Fue a cobrar eol dperem en r a c ól, ase a billete. Entró en el edificio de la Lotería Naccio una ventanilla y mientras saludaba a los eml eplpeaasdóos el billete a uno de ellos. Al que le vió cara de simpátic En contados minutos el empleado regresóo t rca persona, que encaró a Rosendo diciéndole: -Dígame, señor, ¿dónde compró este billete?. Rosendo le explicó, al que parecía el a ed noc, arl og ocurrido el día anterior en “El gato negro”p. aPdroe,ocl eu interrogó sobre el motivo de la pregunta. -Este billete tiene un número adulteradot :r abb uaej no , pero le hicieron el cuento del tío, señor. uo em c ao s Rosendo comenzó a tiritar. Lagrimones,m c sarcásticas, le humedecían las mejillas dee npoibeS ebu i a dte o ” “npirem sintió estúpido, humillado: ni la plata del bille el salario de la quincena. Regresó a Caballito; entró en la casa, fuen aa plaa rcaoci n te i ern, dporesi no ver a su mujer, pero ella estaba allí. Esth s e h óe” algo, le preguntó: “¿Qué pasó, Rosendo?”. E l “epcib , s nth o serci a llorar y abrazándola le dijo: ”Me jodieron,t a E dejaron sin un mango”. Estaba deprimido; no tenía ganas de comuejre. r Lnao m lo regañó; quería consolarlo pero no sambo í.a Sceó acostaron a dormir. a do o , ebna A las once y pico Rosendo se despertó. Páñlid . lL p a e un frío sudor, sentía una opresión intensa cehno e mujer se levantó atemorizada y le pidió an ounq uveeci c b ia , telefonee a la Asistencia Pública. Lau l a an m uv to alborotando con su sirena letífica, llegó enm bi nre ess. 20
El practicante, mientras lo auscultaba, profeotizp óu:e “d Ee st a l aa d la e ser un ataque cardíaco. tenemos que llevarslo guardia sin perder tiempo, es urgente”. m oyut El hombre de la cara de caballo, fichado aenc ola “Hansen el falsificador”, prueba su suerte con un u yz,l en j oo s m candidato en el bar de Medrano y Díaz Véle t aie nn t otr , a del hospital Durand. En una de sus salas,s m p laa t i t ala , Rosendo recupera la salud, pero en cuanto “pelito pa’ la vieja”•
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Todo ha muerto. ya lo sé
t ei Joaquín Solanas inició su precoz carrerab udj aen d H oa yr , i cuando cursábamos el tercer grado de la ap. rim e nz, g on cuando yo ya atravesé el Rubicón de la adoultte a qita u e le l ons dudas de que Amelia Soto, nuestra maestr felices días de la infancia, fue uno de los imapur laszoósn, o l decisiva, que convirtió a mi compañero edreí a scorr travesuras en un eximio bocetista, en un vatej od. el dibu La rubia Amelia, con esa carita ingenuab l ayn sc uass l e nac i in a ,d extremidades inferiores expuestas con creao tiv despertó la capacidad artística del gordo Jdoai bquujíons: t o bsi ly l o lo s s con las piernas cruzadas; otros, con las rodilla a s b .í aLo juntos, inclinados hacia uno u otro de los slahdo lla s con las piernas de la Soto extendidas, o cd oene u na girando alrededor de un imaginario eje. r t i se ta Todo iba sobre rieles: Amelia exhibía a y l o ll vg i doó bocetaba. Hasta que una mañana cualquierao e rd i ead c a o nal sobre el pupitre su última obra de arte, rubrpic una ardiente dedicatoria. e s t( in Antes de salir al recreo, a la rubia Ameldita ¡ooh, cruel!) se le ocurrió recorrer los pupitres: une ángulo d del gordo, que asomaba debajo del cuaderne or ,t ódseusp curiosidad. t oo l la e El resto es obvio. Cuando volvimos del reScore pidió a Joaquín que se acercara. Y allí, en eal gproaddioo , s delante de toda la purretada, le estampó eur nb ai a syob m i ndaed sonorísima cachetada.Un sismógrafo hubiera teor e s,5 c ºa d l ae l que el bife de nuestra maestrita alcanzó losa 7 Richter.
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Las huellas rosadas de cuatro (de los cino csod) edel ad maestra quedaron de muestra en su mofletuo d. oE srtoosytr seguro de que en ese embarazoso instante edl egc oi drdi óo hacer un elegante mutis. Desde ese infausetos ó ddíae c dibujar a la Amelia Soto. O, dicho con p,roapiel adsad piernas tersas y blancas que, sin duda, le quitaban el En lugar de bocetarlas mientras la modaebloa ”“, peol s o ld u ut gordo dibujaba de memoria, agregando deta lee s s fr imaginación proficua. Joaquín había iniciaedtoa p ala d oa , gerlav creativa de su carrera. Al día siguiente, todaivaía o e ”: “ gordo me propuso, de sopetón, tomarnos unf rda ínac d “Flaco. -me dijo- ¿Porqué no nos hacemos la rabona? La proposición, elocuente y atractiva, me. Ysendousjo u r aa, hicimos la rabona. El sol nos acompañó veenn tla yéndose a pasear por otras galaxias. Las nurbi eenst, esso,n tenían todo el cielo para ellas. o ssu El gordito y yo estábamos unidos en lasr atrsa, vl e juegos y las confidencias. Expresábamos coenn zvaere gl u s , pin u ncoh cariño que nos ligaba. Éramos buenos coem flaco, yo, y el otro regordete y bien alimJeonataq duoí n, Solanas. Vivíamos en Caballito, en la calle Figueroa. La de los Solana era de estilo antiguo, con enta raa duat o pyar bellos vitrales, vajilla de plata y porcelannatsa , csoirnvie cama y la mar en carroza. Nosotros teníamos nuestra casa pegados a la a d r goo u en un departamento al que se llegaba atravensal n o te ed l io d e h pasillo. En realidad, era un conventillo, m v edcoe. s Y inmigrantes, para laburantes que vivían del afia de la caza y la pesca. e m o s Fuera del gordo, todos los esquenuneso s érra l g quu neo s diplomados en la escuela de la calle, aaun pisamos el palito de la lectura (Carlos de la Púa, W allace, Verne, Salgari, Sexton Blake, y lon gqau)e. Evle o sa:s gordo y yo leíamos todo lo que caía en nmuea sn tr historietas, libros, revistas. Ibamos descubrieinn df aon ct iol n 23
asombro lugares remotos, o nos extasiábam secuencias de un mundo más simple, sin oradse,ncaodnor u n personajes buenos y malos, en el que siem pfraeb atrni Dock Savage, Dick Tracy, el Agente X9. El tiempo nos pasaba entre juegos, lectucrhaos r yí a sfe e lat tales como tocar timbres y salir disparandeoa, r loe p cajón de fruta a algún vendedor ambulante. Fueron tiempos de ingenuidad; Caballitonemrae nusno i g ie ca a bosque encantado, con brujas y hadas; unam aá ld u a e nv con trapecistas y payasos, calles adoquinadaísa sy qtr q ud e en o ios nos desafiaban a bajarle el “trole”, muertes y lir t r arn s o entendíamos. Compinches inocentes, a veces s, otie torpemente crueles, huíamos de la tiranía dj oes loy s vie incomprensión de la gente mayor, atadoe sg l aas yr i srt elo r iso m s costumbres rígidas. Queríamos saber, aprende de la vida. O, como suspiraríamos tiempo deosmpuaérse, l“t d n of s ra esnc cielo por asalto”. Pobres gilunes, nosotros,a e sueños que iban a terminar como crueles pesadillas. Pero estábamos en el día de nuestra rap bu oe ns an: o b aas rrio fuimos a la escuela. Recorrimos las callel cit de contándonos estupideces. Las morisquetas dne yJomaqi suí tim imitaciones nos desternillaban de risa. ú l P oro , o ls v odye transpirados, despeinados, los zapatos cubieprto extenuados, decidimos terminar la aventuréan. Tf eabmo bi acabó con su rabona, reapareciendo jocoso firmamento. mn oto s na Cuando regresábamos, el gordo y yo a e capela y a grito pelado: “Febo asoma/ ya susu mraiyn oasn/ il d o i dso p la el histórico convento”. Esa mañana habíam er clase de música.Y como quien no quiere lal cg oosrad,o e o lco? me dijo entre dientes: “¿Sabés una cosa, Y fla p arg r. ó L a a h perdono a la Soto”.Y el gilún sentimental se i la c e r d Amelita. Rubia, angelical e inolvidable maeest te rrita grado. 24
t ale l, La niñez quedó atrás. Al terminar mlae n e seguimos estudiando en la secundaria. Allím co as lel onsta g q ou r deo eyl bancos durante cinco adolescentes años. Aun o . m C aesni u yo ya no vivíamos en Caballito, nos veíamosd a e lig todos los días nos juntábamos con los antigousose nam bar Gaona, al lado del cine Pellegrini. Descul bp rl iamc oe sr e i r ía del primer cigarrillo; el paño verde noss ehn at c “hombres”; saboreábamos aquellos baloneu sm oes sops acompañados con tostadas de crudo yo . Yqulea ss estruendosas polémicas sobre la guerra, Per marxismo, Codovilla, el origen de la vida yo neils rmeovisi a daons efo n rm histórico. Joaquín, mientras tanto, se había tr un hábil dibujante. Su talento artístico se paebrafece cn ion relación directamente proporcional a susa cei no sn oeñs eróticas. ó u, nh a En esa etapa de su vida el gordo, pora l lfin nueva modelo: Angélica Dubois, la profesora de f c l ausje e r. d Alta, áspera y mandona, la “Dubuá” era unae m e , li Nos mantenía a distancia con aquella minraadqau fe pueden creerme, nos acobardaba. a b adiabl Mas Joaquín era un apostador de cunau: j la pastel y al óleo. Los arrogantes senos deo f elas o rpar recibían una meticulosa dedicación de orfebrb ei o. sLdose la la Dubuá, decididamente eróticos y acicateu e ps at rraas n fantasías, resaltaban en sus obras como dos fram afrodisíacas. o n Antes de terminar los estudios nuestrafsu evrid as tomando rumbos divergentes. Nos ve í a m o s esporádicamente. La relación se desvaneo cmíao , l ac infancia, esa hermosa vivencia del comienzho,a rds ee l aec andar, del aprendizaje. Nos perdimos de vista.
De vez en cuando el gordo resucitabam i s v ela r d l oino pensamientos. era como frotar la lámpara dey A g a a Joaquín plantado delante mío. Con la m iscmi daa dfu 25
desaparecía, se esfumaba como se disipan nuestros nocturnos a la mañana siguiente. i ddaa. Y Pasaron muchos años. En realidad, casi vto laa d e no vivo en Buenos Aires, mi patria chica. E n muni sa u b ió visitas, viajando una mañana cualquiera eno c, osle ctiv un tipo medio pelado, panzón y envejecido. dEe rae suo ns o vendedores de baratijas de la fauna porteña. «Señores pasajeros, tengan ustedes muy buenaoqs udí íal ess. ofrezco este útil artefacto.« «blablablá, blablablá; y por si esto fuera t apmocboi ,é n blablablá. ¡por cinco pesos solamente!» J oéa Pasó a mi lado y giró la cabeza. no dud : qeuraí n l le á llin p i z .i d Solanas, el gordo, mi amigo de la infancia, eel C Callé; pienso que también el gordo me róecyonpoocri alguna razón prefirió seguir de largo. Me dejó caviland m íe Pasaron algunos días y el recuerdo de Jon aoqu n . Yeon abandonaba. Fue entonces cuando interpretés aejle m i a i. in T afa l n quería, necesitaba revivir el pasado, recrearc m r a , so um n vez el gordo que pasó a mi lado fue ubna i desgarro onírico. Incluso, ni sé si era Joaqun íans . SNola e e l z tenía importancia. Capté, angustiado, que laf u eniñ punto de partida, el comienzo de la vida; que yo me e ro m e a partir sin hacer esa última travesía. Era ecgom prot Ea sb t ule v .e de la parca, alejarla, hacerme inexpugn deprimido varios días.
Antes de irme de Buenos Aires volví rar e rrelco os o u lugares en que transcurrió mi infancia. Nadaal , etroad ig u etru se veía distinto, cambiado. Me sentí como suo n q in pasea por extrañas comarcas. Busqué mi a camsai s, amigos; ví el potrero de la esquina hollado por un i o flamante, la casona del gordo despintada, loss dpearmaís j el r e o x , t Figueroa sin aquella fragancia esotérica. Yroa,n e en mi propio barrio. 26
o a r b man i Mientras unas lágrimas boludas se despliz facha, pensé: “Soy el forastero extraviado en el pa u d que rastrea su ayer atesorado en alguangan i tm t e i” “b impenetrable”. Inflado como una pulga debidr oi l l aan m i d om s p , o metáfora, y como inútil responso por loss tie emponchados en un melancólico sudario de rec j ondseer :d pensé para mí: «Ché, viejos compinches, deéje Todo ha muerto. ya lo sé» •
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¿Adónde te fuiste, Pajarito?
n o s n Lo llamábamos “Pajarito”. Me daba penda.o C ua veía jugar, la envidia, el saberse distinto, nlos eproi on.ía a svat Tenía la cara flaca y estirada, con arrugaso edne ljo s ,ac c o m noto mejillas y las sienes. Los ojos celestes, agu he si los hubieran puesto a remojar en lavana dinnaar.i z L E s l pla e d l oos. delgada, todo tabique y un poco de yapa a lo era rubio amarillento y agresivo, que contrc ao sntalbaa blancura de la piel. Todo en “Pajarito” era mdóedbicl eo,y en u nviví crujiente. Igual a la madre, una hija de tanoas eqnue sucucho con Emilio (Pajarito), y la hermana,muany opro.co Nunca vimos al padre y jamás se habló del tema. la c El pie derecho estaba a noventa grados ieó nn raela i cai n e roo le n pierna: una moto le pasó encima y en el Pirhov una “cura” bárbara, pobre Pajarito. Por eso ren r e ba u ns Cuando corría daba la impresión de que soablta S iir pie. Siempre que jugábamos a la pelota anboas. m b e re alguien la tiraba dentro de la casa de alguncaa v crina a, mandábamos a Pajarito a que diera la carao. sLyosl ogs rit o so daelel ja a d insultos eran todos para él. Nosotros, un poc maroma y formados en semicírculo, poníaarma os c circunstancias. La calle Figueroa, en Caballito, teneían c aunnt o s ad especial: en todas las primaveras aparecíand a b neda mariposas multicolores. Diariamente, algunoo t rdoes nos s o la trepaba a los árboles y cortaba ramas.r o N sos t pelábamos, pues sin las hojas el zamarraso era fatal. Estábamos al acecho y ¡¡záz! las bajábdaemousn certero y fulminante golpe. Era uno de nueegsotrsosd eju
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d r eue s e ad “azar” preferidos; todavía no captábamos la c eld n a d solaz. Pajarito nos observaba y a veces algaubiea nu la y le rama pelada. Él las perseguía con la piernnitqau ee, nc l ad casi siempre la pifiaba. Entonces se iba,o oevnilla vergüenza de ser menos. Una mañana, Pajarito nos dijo que queraíal á srub bo irl para cortarnos las ramas.Nos miramos: Osvald P eol u“ceal ” l onso propuso que lo dejáramos. Nos acercamos d ae u ejemplares más frondosos: lo izamos, se toma ór adme aun a r y fue trepando hasta pararse en ella. Coa mceonrzt ó ramas pequeñas y las iba tirando. isa “¡Dale Pajarito, dale!”, lo alentábamos.n rU na l eso pintaba el rostro. No recordaba haberlo visl teog rteany a satisfecho, tan compinche nuestro.
Los que ya teníamos ramas nos fuimos Ubicándonos en lugares estratégicos, esperálba as m e oleadas de mariposas. Hacía calor. y nosm o os lvidda Pajarito. c i aose lh De pronto nos espantó un alarido: corraim árbol y allí, tirado sobre los adoquines, yacoíaa mnui geostr en medio de un charco de sangre. El miedo oyr ed le hl oa rr a rai t d o e caída no le borraron la sonrisa. La última soPna rjis en su primer y postrer vuelo •
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C hé G ao na
L am No me acuerdo: ¿fue ayer? ¿o hace muchpoo ?tie n , cosa es que volví a Gaona, sabés? Las baldeosv ae sí a m se estiraban como alfombras y saludándome j t aunvtis o tse murmuraban: “Chau, Rusito, ¿por dónde and a be a g n años?”. Las vidrieras, asombradas, sonreían uyi ñm e a g n ot cei s o sn el ojo. Y sobre los flamantes carteles de flam aparecían, como cosa de magia, los antigueol es s cdare t antiguos negocios. ¿ Qué te batís, Caballito al norte? r ió la La nueva “raviolería” de Gaona y Pujola vsoelv “zapatería Muñoz”. ¿Y este negocio de comp?u. tnaodol oras podía creer: yo veía el letrero de “Vinerías Lraa ”S, uc po enrio a .os ¡ Qta u é la imagen de la monjita dentro del círculo. P post locura, mi madre! ¡Ché Gaona, qué sorpresa! Pero lo más cómico fué el recibimiento edsei a lad eigl ó e Nuestra Señora de los Buenos Aires. la turut rlai btau t m y o tneo q u una salva, ¡sí! ¡una salva de campanazos! Ye fija creo ni en mi sombra. a a sm a p l aasn Pensá en la que se armó: repiqueteo de c r iio tres de la tarde. ¡Todos los veteranos de mi r v ejo( l obs a sobrevivientes) se vinieron a Gaona! Me abrazab r oq , besaban, reían a carcajadas y algunos lloraubéanr a (¿ no?). Y en eso lo veo venir, igualito como entonces, a l L a l o aquél.:“Ruso, Rusito. ¡ Dale Ferro!” gritaba ecl o Ln alo e l, á ? e l¿ funyi marrón de ala gacha (¿será el mismo sLe ar lo , at ,e R mismo funyi?). “¡Veníte el domingo a la truibs uo n , to extrañamos, ¡tanto tiempo! ¡Van a estar el uFr iito , deol G b raito l l i ts o. aC la el Triángulo Verde, venite!” me dice a los g i c em n norte, pucha digo, si es para no creer. Aehodra
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“Ruso”y se me hacen agua los recuerdos, penrcoa laq ubero me daba en aquellos tiempos. ¿Sabés? ; ” s íR , e l Y luego, el encuentro con Osvaldo “Pelunca oló r ena e ,l que el padre era el encargado del correo en eGn at o u n pasaje Amberes y Paramaribo. “Ché, Pelucac -olen d ig o corcho en la garganta-, ¿dónde andan todos los e rd o a mientras me abrazo con mi amigo de la barura e aFl ig too ”s , , 1200.“Los pibes, los pibes. están todos repRaurstiid o ?o ”s , ,l evi me dice sin alegría. “¿Y adónde están repaertj id E sdte á rno: pregunto con ingenuidad de oveja en el ma“ta s re repartidos por los cementerios. algunos en esl ,doet rFo lo en la Chacarita, y los que viven. yo qué sé, oche és !t aPt ee r y e lo d s ic seguro que al de Recoleta no llegó ninguno”e, , m dos nos cagamos de risa!! El barrio se aquieta. La euforia del reeo ncs euevnatr s apagando, como un fósforo, como la vida.a l dLoass a b media chuecas bostezan resignadas. Me pvaerrecaió algunos árboles hacerme una especie de re.veYrej unrcoia que no me bajé ni un solo vaso de moscato. Peluca y yo íbamos caminando por Ga aop na as ,o lerdo. Las vidrieras, tímidas y coquetas, segáuníad no mgue iñ . ás joven el ojo. Yo me sentía con un pibe, 62 pirulos m n ,g m o Y en lo mejor, en el momento más agrade avbele a despertar. ¡¡Pucha digo, ché Gaon¡¡Q a! ué b r o n c a ! ¿sabés? •
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Cajitas de música
n nn s o í. a u La cosa com enzó de repente. Com o pasar de u O del frío al calor. O de todo a nada. Puess e mae pu chamuyar con la “Nostalgia”. No, no es el nombre de al a l girá o , es mina.es. la nostalgia, no sé com o explicarte. M j oe. rte que te cacha cuando empezás a arrugarte. A vpi oe n Cuando tenés que preparar tus cosas para el últim o p r sa o nconta Pero no quiero irme en aprontes. Lo que te voy a o (¡u algunas viñetas de los tiempos de la superhetefrao: dlin radio a válvulas!). Son pedazos de la vida; soune cvoís, as q s m o tr o p que escuché, que recuerdo, que generaron mi ih elio hacia el Febo Buenos Aires. Son vivencias e im presi que están m etidas m uy adentro. Prendidalso s en sentimientos como una hiedra melancólica. ¿Entendés?
Yo vivía en Caballito.Un largo pasillo con seis “ separados por unas paredes tísicas. Sucuócr hd os s , a d tie o s c disfrazados de viviendas, con el piletón en ei tlo p n .t a H le o sr ; iz piezas, el baño y la cocinita. A cielo abieroto a o como una planicie medio gibosa, agrietada. N o s r r. a U l ón n engrupirte: era un conventillo con medianecra a l fy a ;ay venido a menojsu,bilado, aún con el olor a bosl tfa e l las cucarachas, que compartían nuestras capsaagsa rsin alquiler. Te explico: eran como cajitas de músicad. aEun n ca a n n í s oa nl o .u tocaban una melodía distinta. Pero se oía También los olores y aromas. Allí se mezclaban el a b; an n o e fa l lt con coliflor y el guiso insolente de repollo humo “cantito de sirena” del asado al carbón, y la c saladez de los arenques con cebolla y acea iltupnoars c o f rla a d ía mayor. Gallegos, tanos, judíos y toda 32
internacional, metidos en aquellas latas dn ea s sadredi ladrillo y revoque. b avsanl t a ¿Pero sabés una cosa? En esos tiemposa le l l as s esse cabeza y allí, en el cenit, bien de noche, ela tr f aos deslizaban por la pasarela del cielo exhcibe ineend a u r e u nalq fascinantes. Hoy, para ver las estrellas tenéusi lq helicóptero o treparte a una torre de treinta pisos. l aer l uro n sa ,a Todo era abierto, simple. Los ladridos de p s s d ebr lo an s ca como dice el tango; el trino de los pájaros, la e s j otr so . sL avi parejas y las biabas que recibíamos de nue vida era otra cosa. Más linda, pucha digo.d ¿a Lda? vt eer ia , i estoy macaneando: es nostalgia por los díans f adnec la por el pasado que se fue; por la pérdida dse vni ue ej osstr. o Y ahora, cuando ya somos veteranos de la vidduae, lne olso que no pudimos, no supimos o no alcanzamoi rsl e as . dl oec que tal vez nuestros hijos querrán decirnoos ycauan no d estemos pa’ oirlos. En aquellos tiempos las mismas circcui anss tan ju e s s llevaban a asociar tu vida con la de los dem ásg ;o lo L a eran compartidos. No había “legos” ni “orradse. na do s televisión y el video no existían, no se escucohkambae nn ’w ni transistores. ¿Te das cuenta? Hoy los pibes r ap arreglarse solos, en sus cuatro paredes. Con ulat a cd oo m no necesitan amigos. e s ,s ng o ilu s n En los 30 y los 40 los pibes éramos tirifilo entreteníamos con la pelota de goma, y si mnoos tleans ía chirolas, fabricábamos la de trapo atada con piolín. n gao, , el pienso en aquellos juegos de antaño, la esconr adid e mju e ro el vigi-ladrón, las bolitas, el balero, el tinentqi,u te s c dn e digo: ¡qué inocentes que éramos, madre maía ! o¡U giles!.¡ Ah, eso sí!. ¿Sabés para qué éramos vpivi oolsa ,s , a ss an l pasados de revoluciones? Para jugar cone n la u rl a a n s y “doctor y la enfermera”. Claro, las viejas not re ch i
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minga de dejarlas “toquetearse” con los vaQruoenel sa :s “ á ’ .la p e‘m r o am nenas jueguen a las figuritas, a la rayuela, a con las muñecas solamente”. ¿Sabés qué? a Udneob ey nacer con esa ligereza de manos, conm aenseej o crapuliento de los deditos hurgando en c oessiat as s chiquititas que tienen las nenas; y esas gaasnaqsu eloc l fe os nddeo teníamos de violarlas, como si nos vinieran e“d de la historia”; como un ancestro heredaduoe sdt er o sn abuelitos antropopitecos. a ss Tené paciencia; tengo para contarte más hq isu teorlia h as r acsh de “Las mil y una noches”. Por ejemploá, cla . mañaneras que ocupaban a las matronas des aaqñuoesllo r eo ts o s ,s Las mujeres de Caballito eran inagotablee sc .L e co in voceados de casa a casa, parecían el códigov M rsa el ; t obdaon eal o burbujas que atravesaban el éter y llega q uaeñ barrio. Como globos de muchos colores yo st,am u e l lsa. s volaban y volaban y luego se desinflaban Asoq lito e tv a enta t o sd cajitas de música, resonancia del pasado y recuerdos guardados en el arcón de la vida. v eoz Yo jugaba a menudo en el patiecito. Reucnuaerd que presté atención al parloteo de las cotohr,radso: ñ “a E Rosa, ¿qué va a cocinar hoy?”. Y la doña Ro mientras arrastraba sus pesadas piernas va n ansgo d ega respondió con abulia mañanera: “Hoy no te a avja on zd , o hacer nada, doña Tita, tengo una fiaca”. Y lb q :u e“ aunque todas las chusmas escuchaban, añEasdió a cv ea r, a d eh anoche tuvimos ‘guerra’ con el Juan. ¡Qué le ! ¿om n obr l ees vez en cuando hay que darles el gusto a los h parece?” Al decir esto se rió como una bataraza. S que sus pechos, pródigos y desaforados, debcieu rdoinr s se a convulsivamente. a r El coloquio continuó imperturbable: “¿Só e, deonñte mm o m le. Rosa? la hermana más chica del Cholo estác. om o nla s uTita diría. un poco gordita, ¿usted lo notó?” anuncció vozarrón desafinado de contralto venidma e nao s .
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“¿También usted se dió cuenta? Que me dice mocosa, revolcándose por ahí. Y bueno, cf aulat andloa madre mire lo que pasa.”, aprobó la Rosaa d ra e. gDoecij tanto en tanto, groseras y concupiscentes, mlausj edr oe ss u nv se reían a carcajadas. Sus cabecitas aburriadbaasn lle relevamiento completo del barrio. Una especie de vecinal que renovaban día tras día.. Tiempo d a n m ie n lo , cuando la inocencia se me fue quedando c e empecé a descifrar aquellas imágenes ingesnóupaisc ays ;e n o dr o r edl eca a recordarlas con melancolía, enternecido p aquellas minas. ¡Qué sé yo porqué! e o r an l Las sillas de paja y los banquitos de madaercau, l c n uln a ci redonda ornamentando la puerta de calle, pa rbeaan m , ú el asamblea de la tarde. Era la sesión preparatvoerria sin platitos, los chismes de apuro que se ca ub ca hnicahle pasar. (todavía tengo la escena en mi retina) Por lo general, las mujeres de la casa T(iRt ao,sal a, e bm Chocha, Angela, la Cocó y otras cuyos nosm rees s .s even borraron) eran las principales animadoras det olo . Luego de la cena ya no había localidadest eprat ural i ala ir n Sólo quedaba el “gallinero”. Las rezagadas q utee nía corriéndose hacia el cordón. Desde allí escn umchaalbya in a d veían peor. Además, por la orilla de la cq aulle aado a lo corrían las aguas podridas y malolientes. El i zn uf emr nbid de los mosquitos, y sus picadas letales, dejaban una r malparidas en las piernas y brazos, quea bparon vol ac furiosa rascada de los participantes. n loe, l Los vecinos estaban sentados en semicícrocu a n o d primus, la pava y un par de porongos que peasmab an en mano. Nosotros, que merodeábamos sin shnaco et arnr ,o esperábamos el dichoso momento de rajarnmoasr yu nar u lst e d re i o sa;d picadito.Los chismes iban y venían. Historia v e d n ce i t jo a s de hijos bastardos; de amores prohibidos o “haciendo eso” a espaldas de los padresu ;l a ndae y f mengana que le debían guita al carnicero;n adeq uzeuta
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o e qn u tean ed l siempre se vestía como una atorranta; o com e uc marido de la modista desapareció; o que hah co íaq um no veían a la mujer del vigilante: (“¿Qué habrá p insinuaban maliciosamente). Los hombres, sagy octao dn o algunos vinitos encima, cabeceaban. Los páraprae dc oí asn p n .e LN o sewt la Torre de Pisa a punto de confirmar la leyo d a lie t ea, c más exhaustos roncaban. El calor húmedo, la bnris d íea l a el sudor pringoso, no hacían mella en la enelrg vos ca ñatas. r es s m y u l aje Nosotros aprovechábamos los blablás de la modorra de los hombres para entretenernos con la r lgb or de trapo. Pero no perdíamos una sola paa la pescábamos y lo que no, lo fuimos aprendiend io ov iev no e de la vida. Nunca faltaba la lechuza buchod naab aqul ae a netsad t aoss alarma: ”¡Pero estos chicos! ¿Qué hacen leva horas?” Y el coro de gordas y flacas nos amec no an zlao bsa ¡ And dedazos estropeados de tanto jabón pinche iyn ala: v“ a r ae ts o y la cama, a dormir!” Aterrizábamos en los ca al tr n i tla a dveelci soñábamos con Pedernera y Cherrito, o con cuatro, desnuda, la piel suavecita y blanca l a-cs o ” v sábanas que nuestras viejas lavaban con “aaznudl iyn ala invitándonos a compartir su cueva encantada. Al poco tiempo, también cansadas, lasr a scotor a n a a ls o soí ensobraban en los lechos de matrimonio mie ntr maridos albañiles, carpinteros, peones o sr ao sn tcrea sr , gemir, soñar. La noche les abría sus by raezlol ass , maltrechas, ataviadas con aquellos camisaorna et si e r ib, mofletudas y engrudadas al cuerpo de los durmientes” (que no querían saber nadgau edr rea s r fs e oy. nocturnas), se entregaban en los brazos deMEoro n ,a la , También ellas tenían su pedigrí: que las comc po rc ai s e nc la limpieza, el cuidado de los críos, el lavadhoa dyo pdla la ropa. y el cotorreo ¡Minas guapas, ¡te lo juro!
En todos los inviernos, de marzo a sb er ep,tiel ams tertulias gozaban de unas largas vacaciones.. Con el 36
n iaols e sv.e pisándole los talones se reiniciaban los colocqiu Las cotorras ensayaban el nuevo repertorio, colecci flamantes habladurías. Las campanas de mlaa sd r ecos nd í ao s tocaban a rebato; se refaccionaban las sillase yp oto a punto: las funciones asomaban en levantes .t otopdaor ali la flamante temporada. s ,i Casorios, velorios, bautismos, noviazgocsi,o n tera , iró a gdria o fo , peleas, enojos, mudanzas, abuelos, bebés, b milonga, mishiadura, quiniela: fueron parted adeq ulae vi pasaba y se iba yendo. En ese mundo nací yo, che. p eon q e u t re ó Allí me crié, me embebí de este porteñism s A en mi caracú encandilado de tango y esgunfia . iBr ue es n, o bardo y colifa; casa grande, patria chica. d e ef Cajitas de música tan distantes en el tiemupg oi .o R gringos, taperas ciudadanas de aquel Buenosm eAdiri eo s n d urbe y medio campaña. Aún se las ve por a hío sceaya é o sre o sp ye pedazos; o recicladas por algún arquitectot u ir V u i ñee e t ara s . medio canalla. Pinceladas del Buenos Aires q del Caballito que fue. ¿Ahora me pondt eésn d eer , gurrumín?. •
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La cola.
Tiene un andar pausado; hace rato que camina e y s si e n t e fatigado. Es la primera vez. Se imagina dialogando ac transeúnte ocasional: “Esta es la primera vez, sabe?. ”. Y entiendo nada de estas cosas, que quiere que le a dig imaginario interlocutor, que lo mira estupefacto, le dice Y d¿e q u é intrigado: “Pero cómo, ¿nunca anduvo en estas cosas? vivía, si se puede saber?” ó Julio viene del pasado; de un mundo quel onut rnact a n alz aa como “niño bien”. Los recuerdos se le anpeelm memoria. El barrio de la niñez; infancia de pb ur re rec toen po a ruoen q euned pocos juguetes y muchas ilusiones. Amigos q l o sori el camino; novias sin rostro esfumadas de laa .mY em e h l aer viejos; inmigrantes en ese Buenos Aires coocodlic r iilto lo , década del treinta. Todo se ve tan lejano, ma amrach n d o ce oc n ie como antiguas fotografías sepia que van emp alid los años. o e rd Supo de privaciones; zapatillas con el g d doo q uie e nd saliéndole de la proa; camisas con sabios orsem a al n o sh vencían al tiempo, hasta que los puños treaps at b s b codos. Y los cafés con leche aquellos, que sauce cniol ona antológicos tazones de antaño, como si fusest iebni o slo pezones de la vieja que le daba de mamar.q “u Pe uscohya boludo”. piensa n nceásl i y d ou Ya está por llegar; percibe las palpitacio l erouvo n c envión ácido le trepa por el esófago hastaa rp ardor insoportable en la garganta. Mira hsacliaad otos d. o tas ; s Está caminando por la calle Lavalle. Borde es ae n lo
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o rg e no str u ech erguido, todavía ágil, Julio ha recorrido un la vida. g e Fresca noche de mayo. Se anuda el echap rr po et e y lle sus manos con guantes de cuero. Poca gentvea e n ; Ls ae detiene en Maipú. Quiere fumar pero no le qaurer di lal ons c; ig Julio se recuesta en la ochava. no se anima a pechar. Prosigue la caminata; su destino ya está aa. Vlai s tveist un traje veterano, exhausto, listo para la jubilaci tamangos (como los llamaba el padre) acanpaolar dloa ss ajaduras de la capellada; y las suelas, ps ou be rlea ss , parecían una feta de salame milán. Julio conoció mejores. n dno h Allí los ve; son unos veinte más o menosa. cEi se tá a sdo la cola; tiesos, no conversan; algunos están saepnoyl a luminosas vidrieras de Florida. La gente pasa y los a í con curiosidad. Julio se acerca a paso tardo:t e“r¿mAi qn u la cola?”, pregunta con voz pausada. Unoa dfei lsadel e l dice que sí, y lo mira discretamente. Julio ocuue ps at o syu p u a c c o i ón ntin . no bien se detiene, una pareja se ubica a “Parece que el negocio marcha”, se dice a sí mismo. Contempla a los integrantes de la cola. eGet ondtea sd te a vd e elaan las edades, en especial gente mayor. Por allí s nqou d e e un par de bolivianos que conversan entre sí.l oU n s tac . esperan está vestido como un dandy de lous a ar eño c uda e d l lo o El traje le queda un poco holgado y tiene aalnu o y c la a no un lengue estrafalario. Las ondas del cabes llo n e F lcine, u pinta lo hacen parecido a un antiguo actor d Delbene envejecido. o la a ds. eLa Una tos dodecafónica lo devuelve a la reaclid ha alargado un poco. Julio echa un vistazo: otorossi est ee is g n o s a y br clientes la han engrosado. Algunos llevia c s o t aos paraguas, otros están vestidos con sobretot rdio o b le rases l descoloridas. Todos aguardan; se nota que c u tiempo y la paciencia.Mira la hora en su “loeng ineersd”o, r de los buenos tiempos. ó
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-A la flauta, ya se hizo la una de la mañana media voz. La mujer que está detrás recoge el com Dirigiéndose a su pareja le susurra suavemente: -Estamos aquí desde las doce menos cu¿ an roto.e s cierto, Floreal? -Qué le vamos a hacer, vieja: tenemos qeurea r .esn po tenemos más remedio -le contesta el hombroel amc iorán nd pena. -Ayer a esta hora ya estábamos volviesnad;ot ean cé a paciencia, no faltará mucho, vieja. -Ustedes vienen a menudo?les preguant J u l i o animándose. m so v s -Y sí; no nos queda otra.¿Usted sabe? Noseontrio desde Villa del Parque, así que imagíneseo -nled erel asp mujer. o .en “ Asa l t triv i Julio asiente con la cabeza y se queda p tempi, eh, viejo? Altri tempi. la pucha digCo,u ávniet joo. t ahm tiempo hace que te me fuiste: pero creo ques a oroas e más cerca que nunca, eh?”, musita en silencio. La cola comienza a moverse. Se escuchan murmullos, vuelve la vida, la gente recobrmao ;els eáni ra m r i ou observan tímidas sonrisas. Julio descubre ene es st e de seres que hacen la cola un rasgo común y com son un fragmento de la condición humana, s hermanos. los vencidos, los sin esperanzas. s t áy na s La corriente lo lleva; los primeros de la ecoe la no t an yendo. También el “Florén Delbene” arrugalda op, i c t e .a al n de dandy de cartón, se le va borrando por Floorrid e sn t i rJaulio la Se está acercando; llega por fin y tambié o e l sg aa l mano: el paraguayito del Burger Ranch le aenbtr de plástico, colmada con las sobras del día. aS,el esod na roj las gracias y se pierde entre la gente que tos de aa vpíao rpa i r aía. Florida. Hacía dos días que Julio no cMom r au “longines”: las dos y cuarto. es la primera pvrei mz. e S vez. En Buenos Aires, modelo Menem, 1997. • 40
Crónica del Planeta Tierra
Las tinieblas de la noche se desvaneecen. D resplandores carminosos despuntan en eln the o, riazlol í c n a ta s , gl ó a n donde confluyen, como dos constelaciones i a noche que fenece y el nuevo día. Una silenciosa muchedumbre, indiferea ntel a R a er c coh ra r. e majestuosidad de la aurora, se pone en m cotidianamente callejuelas y sinuosas cortadlao ss suburbios del planeta. No tiene prisa; tadme ps ot icnoo . a ,, ta d e citu Marcha impávida, sin alterarse. Multitud gr rnis s ac u ínoa. ojos apáticos e impasibles, que miran alE v procesión de rostros sin formas definidast e, s caren identidad. El singular gentío no parece tener nocioneems pdo e yti d e lugar. Se desplaza suspendido en una extrañsai ódnim en s tpris a lt,a ausencia. Como si transitara por una auato ingrávida, bocetada en el espacio mediante vlíneas in y figuras geométricas cuneiformes y rarasd, e ful oesra r nead, ald a s ete límites del planeta. Allí donde reinan la oqu tinieblas, la nada. e n s e Y más allá, en la galaxia de la cordura, cla ngl ouid t oam signos y símbolos de la existencia human n , a ssí p oe,l etie l inequívocos que presagian la evanescenciam d espacio y la vida. Las columnas se alargan. Día a día las van engr n iñ ancianos, mujeres y hombres jóvenes. Tamobsiécno n d au r sus piernas rígidas, como estacas, avanzann ca on n us c hp o ie s ,s. peculiar: no flexionan las rodillas, arrastranMlo c a e n rio y , por hambre o agotamiento, pierden el equ ilib 41
vuelven a levantarse: como si se deslizaran npmore nusnaa i y patética pista de patinaje. El silencio mustio, cóncavo, reflecta poa rs t ecol antr m ra estridencia ensordecedora de la muchedumb er cqhuae. El onomatopéyico trram. trram. trram resuena osb r e asfalto como un eco estereofónico, bruetanl,t o ve iol insolente. Algunos transeúntes contemplan a lae gent s m , curiosidad; otros, con pena. O lástima.u t iE l om fantasmal y macabro, boceta un cuadro daec iaó lnucyin delirio. Alguien de la multitud susurra una pre“ ¿gHuna tcai:a dónde vamos? ¿Cuál es nuestro rumbo?” r miru”,r am , “No tenemos metas, hijo. excepto sobreuviv o ss ybl como en un rezo, un anciano de hirsutos caabnecllo una nariz en forma de pico. Una jovencita los ve pasar. Está vestida gcaonnc iea l.e ie n Una gargantilla le acaricia el delicado cuellod, y lot es spen l m de oro parecen causarle un extraño placer.a E ncoazroa del bar y lo sondea con un tono ingenuo que encresp e snt apnro ? -¿Quiénes son estas personas? ¿Contra qutié ¿Están de huelga, qué es lo que quieren? o n meitr,a -Perdóneme, señorita, ¿usted no lee el dianrio . nunca su digitelevisión portátil? inquiere el md oi azdo,o fa sti El sol trepa entre los confines celestes syo sbrdueml o c ím r ceunls oo horizonte. Ahora parece un deslumbrante e in de fuego. Su rojez anaranjada se destaca ecl ocniterlao , tiernamente azulado. l a íra Cómodos vehículos con motor de eneorg s d as s ayve desplazan veloces, silenciosos y seguros porn ila a ald e pa l aus autopistas. Grupos familiares, en la habitu s cfe i nnete s r alienación hebdomedaria, se dirigen a sus pola e s de semana en las zonas verdes, alejadass duer b la superpobladas. El transporte público, los colecópteros, vua es lar u pt aosr l aéreas asignadas a cada línea. No hay muchos pa 42
l a t aes dc eal r Los que viajan observan, en el este, el matiz e promisorio crepúsculo. Y en el oeste, ven a mlan sa scodlu s tó o n , la desesperanza que se mueven con ese t rr iitm monocorde e indolente, que conmueve y angustia. v as r eb s uyle Nuevas muchedumbres grises surgen por lo suburbios metropolitanos. Las piernas a rcto i ls la n enmohecidas, los ojos sin expresión. Los mta sobre las calles y resaltan el silencio. Otrogsa nressutrs ie n asm i ni gastadas suelas contra el empedrado; muchonsa c calzado. De vez en cuando se escuchan llantos de escuálidos. Hambrientos y exhaustos, succionan n l opl estériles de madres agotadas. Los niñoosr a im o u nn i zoasn a imposible; finalmente callan y duermen. Aglg mansamente, ya sin fuerzas para los gemidos que pr el fin. a nl z a Las columnas no se detienen. a veces sa ne la md eo nle t ent conquista de residuos de comida, volcados ein en los recipientes de desperdicios de los a rneesstayur e . ás L o fu s er bares. No hay para todos: rige la ley del tm débiles van cediendo. Se tambalean pesri og u epnro. e cilia i b ere ns Finalmente se desploman. Los que tienen farm ayuda; sobreviven a pesar de todo. Otros, acurrucados, quietos, esperan que la pública los traslade a algún hospital. Los dem i ás ag e ld l oes d ye aguardando resignados que la muerte se apia los libere.
Año 2011, siglo XXI. Ocurre en todo el orbper;i mene el mundo o en el tercero. En todas las áreasn edteal spela multiplica el número de convictos sin condenú an ,i ccouyy o o ,de e l l si terrible delito es haber nacido en el siglo gXl X robot, la computadora y la telecomunicacióon;e nel esl igl n d t i,r ala que el amor devino en maldición, el odio en vmiretu en fuerza, el soborno en gratificación. 43
n rtid e l Las columnas de menesterosos se han coo neve estiércol marginado de la sociedad de la o. pEuslenl acia masa gris que marcha por los arrabales de la dem informe en su esperanza y uniforme en sus carencias. hace años, la muchedumbre retoma cotidn itae name l ada calvario, su peregrinación al Gólgota de lad sdoecie abundancia, en la que es crucificada sin que sepa por ¿ O ¿Existen? ¿Sueñan acaso? ¿ Perciben aúno re?l a m e l re son figuras de cera, muñecos de escaparats e,e ntíte proscenio cruel y humillante de la existena cn iaa? hEulm t ern ió na : mundo que se autoproclama cuerdo no les p ecsta hace tiempo que dejaron de ser noticia.
Van desplegándose las sombras; una oscuridad envuelve a las muchedumbres. Los espectr desconcentran; buscan refugio en los umbral o c s s d eb viviendas abandonadas o en construcción, e na la s c Hóapyter los subterráneos y estaciones de trenes y coo le is ta quienes se albergan debajo de los puenteosp o asut. Hasta el día siguiente, en que nuevos margina a b lta ar rá n, sumarán a la tétrica procesión. Otros, sin efm go o se on se ) st a la cita.El CCM (Crematorio Central dee r M funciona durante las veinticuatro horas. Cor inm elar ass p sombras de la noche salen a recoger losr ecsadl aásve Cuadrillas de Voluntarios de Rifkin, llamadas homenaje a Jeremy Rifkin, el sociólogo utopista am del siglo pasado, autor de un opúsculo titulaadmo ecnutreios “El fin del trabajo”. En los centros de producción del planeta tierra, sofisticados y sigilosos equipos automáticuosc e np,road r uiv t iarr .y di velocidades siderales, todo lo necesario parsaf v En las fábricas casi no hay trabajadores. unos n du y c técnicos atienden las ordenadoras de c pi óro contabilidad. Algunos científicos se dedicani mae next aprer n e o nio nuevos programas de desarrollo. Diariamente , scac m 44
acoplados descargan en gigantescos depólsaits r ee mercaderías que no se consumen en el merclaa dol i b d to s competencia. Muchedumbres famélicase ,p ó s id abarrotados. s En los “shopping’s”, entre tanto, se exposnt ei cna dsoofi aparatos computerizados y digitales, delicmade onst o as l,i confituras deliciosas o atractivas indumentapraiar as. l oNs o marginados. Ellos no son parte del mundoo. Ecus et ord acaece en el planeta tierra, año 2011, siglo XXI •
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El accidente
Caminaba distraído; más bien preocupadh oa.b íLa on a despedido hacía algunos meses. Se sentía oagproerdlid realidad: la percibía despiadada, intolerante, ensañ n con él. La incertidumbre y el temor al futulraov sa er o le c o como una espina endemoniada, ponzoñosau. j eLra n m cesaba de sermonearlo, de quejarse sin pau enrostrarle el éxito de los amigos y reprocharle sus fr l g Tal vez por eso no vió venir el auto rojo nei e scr iut co hó de la mujer advirtiéndole. El guardabarroo j ó lo arr violencia sobre el pavimento y al caer sintió que la o , p daba contra el cordón. Percibió el dolor, intei ansd oo ,s im burlón. Y luego nada; una dimensión huera, oscura. l ó on l ate Abrió los ojos con un parpadeo indolentem. pC l i j a e, a calle desierta; los árboles configuraban unpar o lín elegante, que iba perdiéndose en la perspdecti a teónt horizonte de su mirada. Entonces recordó el ea. cTcrid a d de incorporarse; una vez en pie sintió laa pe unnzl a t esrtaab cabeza, alrededor de la nuca. Se miró la roapae :n e y solamente un poco de suciedad en el payntal al d oían o ac du a rri campera. Sonrió feliz; estaba vivo, no le hab serio. “Pudo haber sido peor”, pensó. c n i ó ndir ae La calle estaba desierta. Echó a andar c e o o rta . ningún lugar. No conocía la vecindad; tamppoc leb aim Hacía meses que pateaba horas y horas poro slodse bl aarri c ió L a ciudad. Al principio buscaba trabajo, cualquie r no.cu pa
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voz de su mujer, avinagrada y sentenciosa, oa bbsaess iuosn i eenn ts oa s . sentidos; una angustia hosca invadía susm p Luego, el salir a caminar por la ciudad recorriendo re que no conocía le proporcionaba, por momeanctoasl,m ua n desconocida, un sosiego bienhechor. Como m un neas i aa r aa td a ,y in temporal que lo hacía olvidar de la reaglid lacerante. n u i “Es raro -pensó-, me siento tranquilo, ssint i a as ng acosos. No tengo ganas de volver a casa. Npoo; dersi dtoo y de ser el blanco de su agresión. No quiero oo ízraler r eó ln v monocorde y punzante. Cuando ella me regoamñao ev se rc su dedo acusador delante de mis ojos. Noa; tv oo dy aaví seguir andando por estas calles desconocidas”. Ya no sentía dolores; tampoco en la caQbueezraí.a compartir el gozo de haber sido la víctima cdi ed eun nt e ac del que salió indemne. Pero la calle estaba vn aaclíma;a n. i u “Lástima –pensó-, hubiera querido contarlee na easlgt eui a aim l apor pequeño milagro. pero lo mismo da: qué tle n a l ou gente las penas o las dichas de los demás.n oCead suyo y el resto del mundo que reviente”. . o Lo colmaba una beatitud que se esparcía ps ou rs te or d e n l aos, No pensaba en su mujer, ni en la falta de oem ple deudas que lo acosaban y no le daban reposvoa. bOa blsa er d loo ylí tersura de algunas nubes navegando por eml pciie celeste, transparente como un cendal deliceads oi n, t iyó s estremecido por un placer desconocido. El aeirs ec oe, rsae fr percibía su pureza, y un aroma fragante, cor oms oa sdey jazmines, le generaron una sensación agradable. e np ío a Anduvo un rato largo; no estaba cansadoc, otat m sed, o hambre. Hacía mucho tiempo que no addisefruuntab d a a : bienestar así. Se sentía feliz. Esbozó una psol áncriis e o j ors lo ; ssi nvi “Como cuando era pibe, viviendo protegido p las angustias de la vida adulta, sin las malditas d recordó meneando pausadamente la cabeza. 47
Siguió su marcha; se detuvo un rato, pcloónltoesm je r l alrededores. Y de pronto se acordó: “¿Dóndae meustá e juaeb a que me gritó ‘cuidado con el auto’.? ¿Y el q mealn d e i ó ?s”u coche? ¿Porqué no se detuvo para ver quéc em Las respuestas eran burlonas, crueles. Su nmo enl ates admitía. Ese silencio cóncavo que lo escoltaba deí sa drea tho a; c ibs a las ausencias, la soledad espectral de lasq ucae lle e spean recorriendo; el apacible y lejano tañido dea sc;am a dm o c a or murmullo de gemidos que parecía un réque ie b i rr ló capella, le produjeron congoja. Un lagrimón fu tivl oa le sonrisa. Por que sólo entonces comprendió dlad evel ra da historia: estaba muerto. Irremisiblemente muerto •
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El «Profe»: a modo de prefacio. o n ua u c n ió a n Las historias y los personajes que presento a constin n n f ois rm mezcla rara de “Museta y de Mimí”. Los protago taas nco una conjunción de gente que conocí. Con algunonsd anmoso sbri una afectuosa amistad. En definitiva, tomé reasgos d í p us d ,e yi ras chifladuras de otros, sentim ientos y pasiones de to do elaborando los diversos prototipos de gente quen ae pnamreicse , re la relatos. Com o Orlando. Pero Orlando Roig es, sidnu dlua gs a eje de estas historias. : esnole l an Tengo en m ente un parangón absurdo, alevoso et e in s dn ee p medida en que también el “Profe” es un ‘antihérou en ’,t o tie e oP comparación, y también de disenso, con el in lvhidi l ai pbl , snódlo o R Marlowe. Éste actúa en el m ismo escenario que oOi grla que Marlowe está del lado de la ley, pero dea acciue er rt odso principios capaces de situar a esa ley, y a sus reepsr,eesnenl atant picota pública. Sabe que la ley y la moral no vaa nn o d. eP olar m eso opta por la moral, y a la ley que la parta un rayo. n ys, u n s i Orlando y sus amigos no se compadecen con lac ole agentes. Entienden, por su propia y dura experiena cs ial e, yqe use l tienen, como las m onedas, dos caras, dos interpretaciones. Pero Roig y Marlowe tienen normas com unes:r ee ln hsouno trabajo, el odio a los poderosos y al poder que sem ga er sgtean, al l e n cy i a la , de la ley, en nombre de la ley. Rechazan la meni otira v c a í nm i c eon s t.e vengan de donde vinieren. Son, a su m odo, ingenu d e adse Pero puros; de una pureza que en este munadlo l o asdo globalizadas, robotes y m ediática, sólo los ms arygin o ess a , n vencidos pueden entender. Por eso Roig y Marlotwi heé, rlo n lao. Y son en realidad los auténticos héroes de este fin ldoev sa ig ser del próximo, del siglo XXI, tan al alcance de la mira. (*) r esc, oq ru d ie a rro Con respecto a la “mala junta”, y sin justificarlo que Proudhon sostuvo, hace un siglo y m edioq uaetrá“sL,a propiedad es un robo”. Y si no lo creen, fíjense r eejar tít “transnacionales” que recorren el mundo sin e d e ns l a cabeza. Y en aquellos lugares del planeta en queu ed lla sas c r e c elv re alforjas repletas de dólares y chafalonías, ya nuncaac v ue la hierba de la vida. a nnodl o o, En definitiva, las “pequeñas chorrerías” de OMrla o do on s io l o”, s y t “Picapiedras”, Néstor el “mecánico”, “Rabanito”, “T
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maestros y discípulos del arte del choreo y el “loenvannatde”a ,, s cero, comparado con los crímenes, las defraudacsioo nbeosr,n eo l, u g eo l e sde el chantaje, el espionaje, la tortura y todo el catcárlo e sía , s, delitos que com eten los gobernantes, políticos, j upeoclic s an fiscales, funcionarios de alto nivel y los insignificdaandtee sr o m o s que, aún en sus minúsculos predios de poder,e nexaprlim r oeslla pobres habitantes del planeta ¡Unos nacen con y eosttr nacen estrellados! El “Profe” tiene un código de honor: no arraenrcaas cd aert o ile a; ancianas indefensas; no roba el sobre del sueldo nao nvaid a mujeres ni menores; no asalta bancos ni negocioasmbeanjoa z la o a r r olo s sd a e h de un bufoso sembrador de muertes; no le curr s a ss e ym toda la vida a personas inocentes, com o lo hacep nr e la o nen lo s aves negras que, generalmente, actúan en connc iv cia l a ant poderes y los poderosos. Odia la falopa y a loess trd ae fic e d, muerte. Y a los consumidores los consuela con spue pr ioeds a l aar yn ue t ad . e aparta, porque sabe m uy bien que un drogado es c Él sí respeta la vida hum ana: del “no matarás” ht iozola iuc no . cul sin alharacas. Se niega a portar armas y no trabasjai n co os n. ase ¿Qué presidente, qué primer ministro, qué miembro p ose dc e tro , d gobierno, qué jefe de policía o que tira rastreroe, l in i gr? puede exhibir un “prontuario” como el del “Profe”oO lando R s o lita r io , Orlando Roig no es un santo. Es un ladrón de autos, m ilia , trotamundos en las junglas de la noche, que ama a f asu f é ,ca fu m a respeta a sus colegas, le gusta el Gancia blanco, toma e s c ayb i a sus cigarrillos como Humprey Bogart en “Casablanca”, ginebra. Recorre las tinieblas del Gran Buenos Aires pr ”, c o m o con su antológico valiant negro, “el mejor auto del omund gusta repetir. aunque esté “escashato” cada dos por tres.
e o ss c rq i buoe Con respecto a las historias. Así com o los prototdip i ó nco en los cuentos son auténticos, pero fragmentadosn pj uonr cla a rrtm e ad de varios personajes, también las anécdotas fo ne lp folclore del choreo entreverado con una pizcau enñoa pd eeq im aginación. Los lugares, los hechos y los persounnadjeasr iso es c son elaboraciones circunstanciales que dan una bmaspeo ay l etile espacio de mis relatos. Todas esas precisiones stounr a cl eosnjye están a mi servicio, como autor.
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i ó ero No soy yo el que va a juzgar la calidad de m is remlaetovsa; l p e o dm a ro o nq la pena describir calles, momentos, gentes. uC d e 1 9 hibernadas en mi memoria a partir de mi exilio, e no ct7u5b. re Con mi afecto desgarrado por una ausencia impupeesstaa ra. mi a n El amor a Buenos Aires, melancólico y sencilloa ccohmi roo lu o p de cinco guitas, la piantadura congénita e incureanbgle qoure t mi barrio de la infancia, ¡¡arriba Caballito, nomásl a! f , p e in n c inspiración, la breva madre alojada, silenciosa yh ecroam e s cq t uuoir s la a a un rinconcito perdido de la zabeca. O com o una f e durmiendo la siesta en alguna esquinita invisible del “bobo”. Los personajes de los años setenta tienen algunos rasgo , no! de antiguos esquenunes que fueron amigos mi níof as necni ala allá por el treinta y pico, en Figueroa entre Paramaribo y Pai Sin ruborizarme, confieso m is pecados de purrDeitoes, lqo us e ñq ou s ,ell tenga en la gloria amén. Es que para sobrevivir o es na a o n los rantes pobres como nosotros teníamos que pebgi aabrlaez u a n a una m anzana que te hacía señas desde el caru rlit o t ea,myb t o ,uyn chacar el Tit-bis o El Tony cuando el canillita covnutae bl a e r n c eh l irol manotearnos unos caramelos y salir de raje, y buassca ta n a t assí, enrejado de los desaguaderos de las calles. Y aventuritas que también otros narraron. Espero que el lector disfrute con estas historiase. n Neol l ahsay conflictos sicológicos, ni personajes retorcidoa sn s ioo n ems y e h u s o e suntuosas. Hay vida cotidiana. Tramas con gente d cearn a , que le saca la lengua a la sociedad form al y biena et rdaupcaadda en estúpidas moraliñas y prejuicios castrantes. r boo Mis personajes no son como la “teoría gris”, sinoá c ml od eel “ ; ylos la vida”, que es ”verde, eternamente verde”. Pora meoso deseo que el lector comparta conmigo esos sentimientos •
Andrés Aldao; enero 22, 19 (*) Esta mención de Philip Marlowe es una cálida alus sgiór an n ad l e má de todos, al mítico Raymond Chandler, cuya filoso beust rtu ría peenn a b los recovecos y las alcantarillas sucias de las urbesd ,o heunrgeal n trasfondo de honorables ciudadanos, cuyas máscarase tda eb ire lids ap d ocultaban la lujuria y sus instintos de destrucción. C enr n o hfaunedlu mero escritor de “policiales”: fue el patólogo de una sf eorcmieadad de en soledad y crímenes. Sólo que él crucificó la hipocressíar i c d o se ylo poderosos con la ayuda de Marlowe.
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1. El Polara se Convierte en Guanaco s oa bd r e Ojos de águila, penetrantes, casi encars am o la nariz aguileña. Las piernas medio comybaedsaa s; rascadita sobre el “bobo” con los dedos algo cu y ll op s uc como si tocara un trémolo sobre la guitarrhao. E s ínt eors a labios eran compañeros de causa: siempre Aju Orlando Roig , el “Profe”. Capaz de “levana tuatro” eunn a ay cuatro segundos. O en cinco. Su faena era ri mápp iid , l meticulosa. Tenía un golpe de vista nada ceoampúanr:a s elegir la presa, husmear el peligro o brindnaf ri a sn uz ac. o Aunque en esto último, a veces pifió fiero.
Néstor, un mecánico del taller de Barral ca alsí n de ea p el .C 24, le pasó el encargue de un conocido suyo,hui anpta r oílic . El tipo tenía un dodge polara blanco con tecohnoe vg in El auto fue chocado y hecho mierda. Chiapapeq uqeuee rlí í a ca Profe le “consiga” un polara del mismo tipo,r rcoocne rla o pele l en buen estado, para hacerle el cambiazoa n ed m motor original. Orlando aceptó. Luego de recibir el “trabajo”, Orlando viajó esa nn e dA a ve por el camino negro hacia el Dock sud. Entrlól a e l ir e por la Belgrano, a la altura del Fiorito tomóió en na d docke, cruzó la Mitre y antes de la Av. Reonczaó caom escudriñar por las calles aledañas en busca de un polara. n ddaió to Esa tarde le telefoneó a alguien que ule seguro. En el docke había un polara con o : “oU n ne a gr características: dodge blanco con techo vinílic preciosura”, le dijo el informante. Tenía la dirección y la descripción dea . laT o cd aos u rne coincidía, pero la presa no estaba. Orlannddioó p 52
n aiard “Jockey”, retomó hacia la Av. Mitre por eIr tee , ll á s nd pozos. La cruzó, también la Belgrano, y estatcr io óe dl e u a ra . Fiorito. Lentamente caminó hacia la Mitre; n dbaalo ap j o. s Ldoes Entró en un bar; pidió café y una ginebora c o or rb t ios águila, semicerrados. Tomaba el café en s a : c “L e e bien aspirado. El Profe cavilaba meneando zla ab pedí poco al Chiappe ese: ¡qué boludo quee nssoóy!”e n P eso, cabrero. Se dió un trémolo sobre el cuoreel, caapfué ró y la Bols, otra pitada y miró la hora: casi mePdaiag nó oyche. se fue. t rn od Se arrimó al valiant, abrió la puertai,ó pore u o n cchael od re cigarrillo y se dirigió a su puesto de vigía. N bochornoso; el gran Buenos Aires exudaba esr eá csiuddo o, a o t e nrsio ep . l bravucón y maloliente. Enero en el veran Húmedo, pendenciero, agobiante. También Orlando transpiraba y fumaba ssain. Spuasu l a ss ojos escrutaban implacablemente las tiniebla d ont , e, callecitas del Dock sud. De pronto lo vió: rp uutliila como nuevo. el polara ese, esquivo, taimadcoa, t ipv roovyo seductor. n cf ito l o r ,e sc,o En la casa había luces. Adelante el jardin Ao l q l audeota. helechos, plantas y una medianera petisa y c de la puerta enverjada, una placa: “Fulantoa l , rematador”. El auto lo deslumbró más que lag ipe lnatcea. ful La noche fue cerrando sus ojos. las sombh raacsí asne más sombrías. El Profe dejó el valiant a unas c apagó las luces y fue caminando lentamente. n ltij e Barrio de viviendas bajas, jardinesa mpero cuidados que distraían el ocio de los jubilaadvoísa. sTeod veían casitas de dos pisos hechas de chapasa. mPberi éon t n tín a ,b a había llegado el progreso: cementaban el jaard lenv s paredes y ponían un portón como esos quen seen vl ea ía películas. El nuevo docke, los nuevos ricos, los e náoss o modelos de autos. Ahí vivía la clase mediam m acomodada. El docke civilizado, con desaggüreasn eal .
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Hasta allí no llegaban las aguas tumultuosacs hdu eell oR, ia la sudestada con los nocivos olores que angoabial obsa vecinos de allende la Av. Roca. a s Orlando dió una vuelta, contempló el mduendl illo b s a cu l ocsh sombras; miró hacia atrás, a los costados. a E b s le s gemidos de la noche; los apasionados y aa pu ed ni a o fse. eE r la Pr cuchicheos y suspiros de los lechos copulado un veterano del escruche y el espiantet .o s Cien nochecitas levantando autos en las propias dnearl iocses e dueños. Hijo pródigo de madrugadas ocion sa as s d lle j í and yo cuentos de hadas, miserias y crueldades. Ot erla Au i reenso. destejía ilusiones en las noches del grans B Respiraba y tosía con esa flema en sol mayor que p por salir, ¡y no había caso! Prestó atención; silencio lúgubre en la ca rematador. Tal vez dormían, o quizá fornicaban emp de sudores acres y porfiados. El rematador no mientras el polara, estacionado frente a la ce ac sí aa,u pn ar diamante legítimo extraviado en un basural. Miró la hora: casi las dos de la madrEusgtaa dbaa. a dda a fy u epit excitado; el polara lo engualichó. Entre pita construyendo su plan de acción; necesita e nirasb u an “aguantadero” para el dodge. Los nombres g bocho como una perinola descontrolada: i b al ó u deshechando uno a uno. De pronto, una somnraisn ai z h r ie mnete r o: su porte aguileño; un nombre surgió en su pm e gco o ; la como una bruma tramposa que no le daba ufo y l . e a imagen nítida: el “Bizco”. Con aprensiones, pveerrol ofu d e oO Cruzó el puente Pueyrredón y tomó por M ntceas. Bordeando el centro llegó a Iriarte, corAtól c oprot ar desembocando en la Sáenz. Luego cruzó el APlusei nnta e; durante el viaje fue trazando el itinerario paruan olled ge ar a los barrios aledaños de Ramos Mejía. v avo lia s nu t, En una extraviada estación de YPF detu cargó veinte litros de “especial” y desdeb i nuanad eca
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” .l S o iz n óco teléfonos marcó el número de Pedro, alias e “B largo rato; por fin, el Bizco atendió: “Voy apsaar”a, tl eu c anunció Orlando. Resignado, el Bizco aceptó. c ó Las tres de la madrugada; encendió un sJoe c kesyu, d eol r sudor y se fue acercando sigilosamente aa dlaa m Bizco. Pasó de largo; nada a la vista: tann sgóalol l o u o .m Ep l desmemoriado que tocaba a diana. Demasiadr aon te Profe dejó el coche a unas cuadras. v e l ana Recorrió la distancia a pie. Apretó el tim brz ey u t asbcao, “yapa”. El Bizco, sin duda un personaje pinteosre . vestido con una bata de seda púrpura. Le ap bu reiór t ala n í aca us na t Jubilado del “levante” activo, en el fondo de ela e o sm galponcito que a veces le “prestaba” a los vpiei njoc sh c del choreo. Por unos módicos mangos, naturalmente. Al Profe, el bizquete no le gustaba muecnhíoa . eTl l a lóynu d t a e: convencimiento de que Pedro era medio sop » ,eg «Así les garpa la vista gorda que hacen cono csui oss n pensó. Pero estaba acorralado; necesitaba la a bi i bai l i dpaods. cualquier precio, y el Bizco era su únic jas s Charlaron de bueyes perdidos, recordaronv i ela e a vr ea s el fechorías, escabiaron ginebra y cerraron tratoj u p r oral e y de esa semana: Orlando iba a “levantar” el Ppeodla haría de campana. Luego del encuentro con el Bizco, el Proa fev i gfui aer otras dos madrugadas. La misma rutina, noche tras Todo igual, sin cambios. Llegó finalmente el jueves. e e vn e tnaí a s Se aproximaba la medianoche y la torm n e ds o a. f desafiante. Un viento malhumorado silbabi an a d n aepnare Estrellas solitarias e irascibles aparecían y cdí aes el cielo, que fue adquiriendo una negrburrear a cya provocativa. é isztc eol:o Orlando se aproximó a la casa del B esperaba en el zaguán. Los truenos resonabp aent i cai ó rne. s ca an l adso parecían un coro de barítonos y bajos pracetic en un ensayo. El Bizco se ubicó al lado del Pnroo ftea ;b sa e
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y a nervioso, intranquilo: “Lo hago por vos, Oorla ndnoo. y ando en ésta”, le susurró con voz apocada, apenas a o rd e El Profe no le dió ni la hora. Y pensó: «h Fi jlo de puta sos vos». Se fueron acercando ak l Doc n i Relámpagos en cortejo, y tomados del braze or o, nleu d s ie tr az da a . in toque dantesco a la lluvia, que caía con ufu Ambos callaban. Mientras, una procesióno gdaen tae rsr gotas tamborileaban un candombe acompaosbardeo esl o esnu t p r euch techo del valiant. Orlando, imperturbable con t a ?tor los labios, estaba alerta, en tensión. ¿La lluvmiae ,n la No le hacían ni fú ni fá. Fuera del polara, ee l mundo d e no existía. Él era un artista del levante, s seol P icl a choreo, el rey del safari en la selva del asfalto. l l eocyac ea n Charcos de agua nauseabunda en cada b u k ve i a. , L los incontables pozos de las callecitas del adol l c 1 2 desdeñosa, no amainaba. El valiant atravesó plao r M itre de Octubre, cruzó la barrera, y amagando unsosp omr el atro l aru Roca tomó por Lamadrid hasta Ricardo GuEtié ret oz. t azcúi o y n óes tajeaba el corazón del docke; dobló en Igua entre dos camionachos. La oscuridad y el sile n oata l o ná besuqueaban bajo la lluvia. El Profe sonríós; S haría mejor. la , -Cuando me veas pasar con el dodge pmodáérst e to l Pedro. Éste no le contestó limitándose a cao snenetir g iaór ru i ln lo c morro. Orlando se encogió de hombros, prenid y fue en busca del botín. e s s dú e Lo acompañaba un pequeño bolso, cont i l lo escruche y fractura. Sacó del bolso los chanco lmosa ,dsee g los calzó, se abotonó el impermeable, y prennst ar adol a cs o e c v i aia b aa . rr paredes de las casitas buscó refugio. La llu a u b ta a j ano “Mejor así -masculló con el pucho mojado-; lat r y en una noche como ésta”. Dió una vueltal o s alrededores. Quietud de campo santo, ni un alma.
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d ea Orlando se escurrió hasta el polara, sacón oej lo m u e e rc e ib l ió llaves, fue probando: a la tercera intentonaq p pestillo subía saludándolo con un alborozadoo p“tearcd”i .ó N tiempo: abrió la portezuela, arrancó las conexio tablero, empalmó los cables del arranque y eel spooplal óra. r En unos segundos se desplazaba, soberbio,l a s aor si madrugada aguachenta. Enfiló hacia la Mintrpe a n o ln pul antes delante del valiant. El Bizco lo vió, arqguaer óc e el índice y le hizo una seña. El Profe se estaba guisando dentro del as ugtoo .t aLs a de lluvia danzaban sobre el parabrisas y al arer ebcoítaanr p minúsculas perlas de cristal. Su bobo brincaba des u rs qd ue el arrítmico. Una vez más atravesó esos barsrio conocía tan bien. En cada recoveco, la minrat ad.a Naote e a había signos de peligro. Ya estaba cerca; lal i naadrf uen serenándose. Percibió entre la niebla la caB si zac od;el l oe apagó los faros, se introdujo por la senddar edgeu lp hasta la entrada del galpón. ó nlc a Una vez adentro, Pedro cerró el portóne n yd i e bombita: la belleza del polara encandiló al bPl aron fceo: el inmaculado de la chapa, el negro azabacht ee c hdoel vinílico. f uueieante l Llegó la hora de los cambios. Al día sig taller de la línea 24; el polara de Chiappea bloa . eLseper quitó el motor, las gomas y otras chucheríatso ,d co aergn ó , a es l t una camioneta y partió rumbo a Ramos. Ma inetnotr s tta o r ,de fuego letal de la autógena, bajo la diestra bNaétu n g do o, disolvió la carrocería del dodge de ChiappeO. rLl aue cargó los restos esparciéndolos en un basuS ro al ld adt et i . e crla o rnddóo Pero “de todo te olvidas, cabeza de novia”: rO de pronto que no había quitado las chapaaus t odedle n ítc eu r la n i t a li Chiappe. Volvió al basural. Con una rid husmeó entre los desperdicios y tuvo tarro:a cn hd ao puanle rato en el lodo las encontró. Sonriéndose, se . las tomó
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u n ad El Profe trabajó duro. El Bizco, de a rataobsa, le mano. Puso el motor de Chiappe en el dodgey rloobiabda o u sje t óro: armando con cuidado. Parecía un maestro raej lo s al las partes del motor, conectó la batería, elma p l l ea g ta ó raea conexiones eléctricas y atornilló las chapas. L su fin. “También la mishiadura”, pensó alegremente O u éas ddeeslp Era la madrugada del jueves, una seman s s ( nroad choreo. Finalizó algunos detalles, cambió i ola i co ió quería dejar ninguna pista del polara desapaArceacrid ). an . Em l a el volante y con las flamantes llaves lo purscoh e s le polara rugió, de a ratos se atragantaba pf ienraol a z c oel l eB aquietó. Risueño, el Profe fue relajándose i y estrechó la mano. La historia de Orlando y el polara entróú let inm osu capítulo. Comprobó si todo estaba en ordeinó ya svuolv . x casa. La brisa de la madrugada le lamía el hroa su tsrtoo e n dés o tlo e r Antes de zambullirse en la cama, le habló daá N una cita para Chiappe.
Mediodía viscoso, con moscas pela r onn revoloteando ociosas. Chiappe y Orlando sea e coenntr el bar de Rioja e Independencia. Hasta ehsaeb ída ína arreglado todo a través de Néstor. Simpatizeagrou ni d ae.ns d eab t ola d ro “Tipo piola el Chiappe este”, opinó el Profe. H on u sa un poco. A media voz, Orlando le narró daelgus n hazañas. “Total, es amigo de Néstor”, pensó. L e sijo t a bqaue pidieron Gancia blanco. Al rato Orlando le d apurado, que le dé la “mosca” y él le pasaba las llave a r. oS n ab El “cliente” lo invitó a otra vuelta de Gaonrceia a o b a le el aperitivo y Chiappe le preguntó al Profe dsei j n probar el auto para “agarrarle la mano”. -No faltaría más, Chiappe.tomá las llavenst;r yo od ede o a pr u s-loe un cuarto de hora te espero en la puerta depl rb Orlando, mientras bebía el aperitivo despreo e a r rg a ó. la ti papando moscas. Chiappe no regresó: se lo tr 58
Orlando el Profe siguió levantando acuatomsb, i ó motores, rateaba cubiertas de camiones poo r, ppeerdo id nunca más entregó “mercadería” sin antes rveecnibt ior. el De todos modos, como a los quince días i sfui t ea r a v é o s s t ota r: Néstor. El muchacho no supo darle datos deN p conoció al tipo en la casa de los suegros.e Phearbo í as e mudado. El Profe anduvo buscando al polaraz opnoar dla f o ndoes te . Patricios. Como hallar a Juan Pérez en la guía lé a b as.q s uoeñ Durante un tiempo Orlando tuvo pesadilla el polara blanco, con techo vinílico azabacehev ,e nsíea l encima transformado en guanaco. Que le escl ua pc íaar aen c o y después le sacaba la lengua. La humillacióe nj a ib a npar la rabia. Todo inútil. Y perdido •
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2. Historia de “Merceditas”.
re ra Orlando, acostado de espaldas sobrec a tla matrimonial, estaba de vigilia. El pucho enl atrb ei o slos o rila a b a emergía de la boca crispada. Los ojos de ágf u pner s uee las tinieblas; Marta, la mujer, suspiraba en l m dñioo de r oiró e .l l aP acariciándose la bienformada oreja. Él la em prosiguió durmiendo. u aol . i La mollera de Orlando carburaba a unn ru istm , e l e la Morales (el “Correntino”), reducidor y buchy óu nt a d s e Br ecnezd propuso un negocio: necesitaba un camión e M lo más “nuevecito” posible. Era para un oficf ieadl edr ea l la al que le debía algunos “favores”. p asr qdueel El Profe, doctor “honoris causa” en asunto automotor, siempre le piantó a los negocios cs o. nP ecraona andaba en la mala. Le escaseaban los morlacl ooss dyo es n b iróa, e c l a últimos asuntos falló fiero: “levantó” el pmola ta . l motor y el ñato se tomó el espiro sin gaarpg au rile s Quince días después escruchó de un camiógno mseais Dunlop casi nuevas. Cuando venía con las pgoormVaisl l a Diamante, olfateó a un patrullero con los focos ap que viajaba husmeando en busca de rateros al paso. a se yvule o lt Osvaldo viró el rastrojero, dio un par d ió n abandonó en una cortada fulera. Caminó heasctiaac la z an , aal lC í ar del tren, se metió en un taxi y viajó en direcació l eanrtaí na cambió de taxi y le pidió al chofer que lo acVearc Alsina. Bajó a unas cuadras de su ccaasma;i n ó campaneando los bultos, los portales, las se. sEqur ainn a casi las cuatro de la matina. P r os f d e e , Entró en su casa rumiando bronca. Los oljito , e pegados a la nariz, exhibían la fiereza de lasr aapvieñ sa d a Vv i lo l alvi emblema de su ira y frustración. Al día sigueó nte
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ó ” Diamante: ¡¡las cubiertas no estaban!. Algún “l ecog laenga i c lló o . c de mano: “Estoy enyetado, alguien me ojeó”, ofal érrfu Orlando repasó esa noche sus últimos fraA cf uase or sa ., la luna se paseaba frívola y casquivana entre to s , anémicas. El vecindario dormía; un pere rnos a in pulguiento y solitario entretenía a los vecinos c ladridos insolentes. ila El Profe pensaba en el camión. Plegabau pla s s py apretaba los puños. Las visiones lo llevaroa nz a ar eel nl camión que buscaba con otro, mucho más pee q inofensivo, que “levantó” sin que tuviera quaer saerr. ieensg pleno día, sin botones, sin temor a la gayola. n oa Orlando tendría entonces nueve o diez añc oa sm. iIb a la escuela, por la Av.Cobo, cuando vió tirmadi óo nudn eca l o ie juguete al que le faltaban las ruedas trasenrt ar ass. M observaba, canturreó: “La cucaracha/ la cu/ cay ra acn ho a o sn/ puede caminar /porque no tiene/ porque lel a sfadlta i óra s uy si patitas de atrás.”. Lo alzó, se lo puso en la cag rute d íla m camino. Pero ese día no apareció en la escueedlai .o A i l toel retornó a su casa, le pidió a la madre un dcearhre a d rd e el vacío, con una sierrita que sacó del galppón serruchó los dos extremos con esmero. Un pedazo de alambre le sirvió de eje, dobló los extremt uovs o ys yu a camión propio, reparado. Orlando se levantó decidido: “Es horan edres e poa trabajar. ya sé cómo voy a hacer las cosas”, pensó. Miró la hora: las dos y media de la measñcaanl az ;o ,d U nlé a fo vn oo z. entró en la cocina y discó un número en el te gutural balbuceó un “hola” somnoliento y colérico. -Manolo ¿me escuchás? susurró el Profe. Manolo reconoció la voz de su primo, poenroc alal o br cegó. -¿Qué carajo querés, Orlando?.¿qué mdiee rdhao r a es? rugió fuera de sí.
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-Escuchame, pibe, son las dos y media,o ppeurdo e n l ae vg aa rr llamarte antes por Marta, ¿entendés? daley fr hasta que se fué a apoliyar, ¿me estás escuchando? -Pero sí, guachón, dale. desembuch-á! impaciente el primo. u es. ré s -Oíme bien: me encargaron un “merce¿dqita n a ot lo hacerlo a medias? Hay buena biyuya: ¿que Mtea b ís?, r o noc d a e . Del otro lado de la línea se captó un bub fid Manolo se iba despabilando, pero el bochoa c do eln oc funcaba. ro -Escuchame, Orlando, tengo a la yutaa ,enp ce im e m: onsos estoy pasando una mishiadura de la san puv ta mañana y me batís el dulce, ¿estamos, primo? -Te espero mañana en Boedo y Salcedo.a er n, s eí ,l ab las cinco, ¡chau! La tarde gris, fría y húmeda. Manolo ac po an reucnió s eos e la ra , gamulán flamante, la cara cuadrada, com saludándolo con un eructo afectuoso. Sonríó. n av . en -Vamos para adentro, Orlando, lejos det ala decidió Manolo. f e . el Pr -¿Tan fiera está la cosa, pibe? le preguno tó -Me tienen colo. los de robos y hurtos e sc ee napean r mi casa a cualquier hora de la noche. Sio yn, o meest esperan, me portan y me dan la biaba -le explicó. d o Le pegó un chupón largo a la ginebra, seel p asr só o de la mano por el bigote y esperó. -Alguien necesita un “merceditas’ en baudeon, ensot falopa, ¿me seguís? Ví uno en Av. Riestra, h o s “a ” . lza campanearlo unas cuantas noches y despuésmlo l a .la -Mirá, primo, no me quiero ensartar y voglva eyro a t ae Yo no puedo andar de joda por las nochr oes.e sP . mañana estuve yirando y tengo la papaa n deen j a b podemos hacerla a cualquier hora.Lo más imepsoqrtuaente u e consigas un lugar de aguante por dos días,n o yq a lgu arregle los papeles. 62
e le Orlando frunció la nariz aguileña, volvióg aar seestr bobo, pisó a fondo y le preguntó: -¿Para qué necesitás aguantarlo un par ?de¿ ydeían s la Capital? i d ía o eoscaurr Manolito le contó el plan que se le hab mañana. Orlando no podía creer lo que escuchaba: que el primo andaba rayado. -Flaco: traéme un especial de crudo y “cargado”, che. Y traé otra vuelta de café y ginebra e le v d i satr o le Manolo. Orlando le sonrió: era la manera d bueno al plan del primo. u el -Escuchame: vos ocupate de conseguir l eur n q ta tenga autógena y compresor, dos chapas ayp elol ess .p Haceme caso: es más fácil lo que te bato; emaenjod ra rqu por ahí de yira y piante en la “cheno”. a de on Manolo le dió más detalles, y el Profe qc ua er gdó a n ra de pizpear por el lugar donde estaba el camG ió , yen s ea entre Boedo y Colombres. Se despidieron pn eorl oo M ufanó en contarle la última gracia: l -No sabés lo que me pasó hace unos díaé se. nene tr bar de San Juan y Boedo y me lo veo a Ls eecnhtua gd ao con dos tipos: ¡eran tiras! Me dió el “espaé ro” y raj alegremente. P d ao r a: El Profe se preguntó, mientras se iba y“ ¿en qué coño me contó lo de Lechuga? No manyo nad tiene un raye de san puta!! “. a n c El frío le enrojeció las orejas. De la noalrgiza ble gotas perdidas que absorbía aspirando, maief inntra ab sa ”“ b ,í a nuo n h las cuerdas del pecho. Tarde oscura de jualio e n, t im e ; p alma. Fue a ver al Mercedes: estaba flamao nnte un bombón digno de terminar con incordioc so sdideetéti guita. Eran las siete menos cuarto de la tanrdt ae.r l oLeava esa hora no le gustaba al Profe: no le gustabÉal snaabdíaa. m ín a o a le muy bien que Manolo era un inconciente, qtue e nada. Pero se prometió volver
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Subío al valiant y enfiló hacia ValentínC rAu lsz iónae .l r eentu t evo a f viejo puente; en Remedios de Escalada se d ó inóin c a l. un bar y le telefoneó a Manolo. Converascac y Orlando prometió dar una nueva vuelta por la entonces iban a decidir si levantaban el “merceditas”. v uer aem lap -Mirá, Manolo, el lugar no es malo peroa m hora ¿cachás lo que te bato? s stean -A las siete de la tarde es de nochem, o e invierno, ¿me seguís, primo? vociferó Manolo. -Calmate, Manolo. Ya tengo el “aguante”: h llevarlo después de la siete de la tarde oy asalca arl mañana. Con los papeles no hay problema:n ¿ctol adroo ?e ¿cachás el yeite? Manolo cortó, y Orlando siguió viaje uhacsatas a .s t err r aer na a .v Marta estaba en la cocina con trucha de geue e nd t ee. la Él le sonrió mientras secuestraba una papa ffruita -¿Vos te creés que yo soy gila, no? le za aMmaprót a l. Morocha, en los años treinta de su vida, dea ef isgpuigr aa,d l u Pje r orf e de bien parecida y con picardía natural, la m conocía las actividades y “negocitos” de su marido. -¿De qué me estás hablando, nena? la Orlando, haciéndose el otario. -¿Pero vos te pensás que soy estúpida,n tne oa ?y eAr de madrugada te escuché hablar por teléfon noo.m ye o perdí una sola palabra. ¿Así que yo fregabb aa , ylat vea c hva molestaba? Vos mejor cuidate y sentá cabezam: utu iste o s suerte en los últimos años, Orlando. ¡Y tu pu rniml ooc e sin frenos! El Profe se acercó, le revolvió el ondeadoo nceagbreoll, b rb ie t oa.m le estampó un tierno beso y le dijo que esta an h ¡Se acabó la riña! Cenaron en silencio. Marta lo ob d e la l mientras servía la comida. La angustia le recoocraría b estómago: era una sensación que le volvpíar e sqieume Orlando tenía en preparación algún “trabajo”.
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in a Continuó campaneando los movimientose seqnu la e a la d e i de Garay y Colombres, aunque no desecdhó n or evn buscar algo en la provincia. La noche anteurio ió Gerli, que no estaba mal. “Lo que no me gq uusetól aes cana pasó cuatro veces”, masculló. Manolo lo apretó; finalmente resolvieron h trabajito el viernes, algo después de la seisa yd eml ea di tarde. Orlando fue a ver a su amigo, el chalpaisctaa l lde e Cobo. o ” rr dee l -¿Cómo andás, Jacinto? ¿te acordás delg l“a que hablamos hace unos días?. Bueno, mañraani ag otee lt e a nr ? elc ee camión a ver si me podés hacer el laburo ¿teb ip dijo el Profe. Orlando levantó un poco la vozq. uqe uleo rsía operarios de Jacinto escucharan. No losc í ac.ono ó are despidió del amigo, saludó a los muchacht oo sr n y Valentín Alsina.
Comentario [AZ1]:
e l El viernes a las seis y pico el Profe pusaor cehna m valiant. Marta lo despidió desde la puearta de l Presintió que el marido salía a concretaro ceilo ”“.neY g e a bcaac la como era habitual, una indecente puntada le het zona del ombligo. Orlando arrancó y ella penduleó los como señal de adiós, agónico e intranquilos. i gSneó pyer desapareció dentro la casa. t y Atravesó el puente viajando por la Sáenza .n E l vs auli í t i cya :ra dueño se enchincharon con la garúa invisqibule “No moja pero enchastra”, murmuró ofuscP ardo of e .el Prendió la radio. El locutor informó ques i deel n pt ere m u. e U c ana Lanusse iba a recibir al ministro Mor Roig a p burlona festejó la coincidencia: Roig tambié n e el lriad oel r rg ea ó le e n be de Orlando. Cambió de emisora y Palito Orte los oídos. Apagó: “Mejor es viajar en silencio.”, decidi Ya en Boedo, dobló por Inclán y estacionó cr e l Castro Barros. Se aproximó con prestezag a ral d lu e so,l encuentro. Manolo había dejado su cocheo menb r C cerca de Garay. Juntos, caminaron lentama ec ni atee lh
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e n i s la y s “fato”, cruzaron la calle despreocupados; esra e d eM s media pasaditas. Entraron en la agencia de er c la Benz “Soriano y Cía”; un atento vendedor se les acerc -¿En qué puedo ayudar a los señores? scuosun rvróo z de batata empalagoso. c oió mn o -Nosotros estamos interesados en un c, am n iecm este modelo de Mercedes que tiene en exheib ióons. t ó una empresita de transporte, ¿nos comprene dx ep ?l i cle Orlando. -No lo tome a mal, pero queremos ver al para cerrar trato ya mismo -agregó. El empleado esbozó una sonrisa alsgtoú p ied a , susurrándoles con voz de cantante de boleros: a .ed p io a rdaí -El gerente de la agencia se fué al m aprovechar el fin de semana, ¿saben? Pero no se pre porque yo los voy a atender con la misma riel si dpaodn.sab . reoti adujo el elocuente papanatas con un mohín peos.te Al fulano comenzaron a inundarlo setno tsimien e n ts au regocijo y presunción. ya se veía cobrandcou lla comisión. uo e ds e -De todos modos, señores, hasta el lunee sp n terminar la operación; pero es posible adelantar las n seclu ¿Porqué no lo prueban? Pónganlo en marchc ah,e e motorazo de estos “ursos” -dijo mienr etrí aas convulsivamente: “Ya los tengo agarrados”, pensó. -¿Cómo es posible darles arranque? ¿atci eanseo n d o nafta?- preguntó Orlando haciéndose el ootas rio . sL primos se miraron intercambiando una sutil guiñada. -Es muy simple: el importador los envía desde el con combustible -aseguró el empleado. -Oigame, muchacho, nosotros lo pagama ost a c“taa”c, así que háganos una buena rebaja ¿estamos? o -Quedense tranquilos: les voy a hacer ubná pr breacrio -les prometió el gilún mientras se dirigía an alap aofici preparar el papelerío. o s s, Manolo ascendió al estribo, se sentó, reegsuplóe j lo d oas tomó el volante y giró la llave del arranque Omr liaenntr
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subía a la cabina por el otro lado. El ge imgai tni óte pavorosos estampidos. El vendedor, mienntrt oa,s l otas miraba con indisimulada emoción. y entró epnorl a fin oficina. Manolo metió la primera y el mercedviteassó ae tlra ancho ventanal, haciendo añicos los vidrios oend emuendi estruendo infernal. Seguramente en la cancha Lorenzo también escucharon el estrépito:í a npal ores c fragores que iban a preanunciar el día del juicio final. Manolo sonrió. El Profe lo miraba: la caa rdaa cdueal dr primo era igual a la uno uno de los “picapiec darmasi ó”.n El l l en r e dl e t acortaba distancias y de sopetón se metióa e Jacinto. Las luces exteriores estaban apagadas. El cerró el portón y los dos primos se pusier raobna jaa r .t nn t aad r a ep y i Cambiaron las chapas, lo prepararon para u o lrgla ó nd modificaron los números de chasis y motoor. c O s a del espejo retrovisor un zapato de bebé, pumsoo ncí aalc sobre el tablero y las puertas, quitó la ran da ilo y olreigi conectó una usada. El ‘mionca’, luego diea r lce amb maquillaje, estaba disfrazado y listo para lucsirr su et a es n. la n dnu A la madrugada, salieron sigilosamente. Orla djoo ce ol s ” ap n o Mercedes y Manolo manejó su auto. El “r Pa ic i ed ra d y e y pudo con su genio: pasó delante de la ageGncaia g id go a ndt e el contempló al botón de consigna, parado al la buco del ventanal. A Manolo se le inflaron los carrillos. Orlando llegó a su casa después que dóese pl us notl . Marta dormía. El Profe se duchó, se ensobrsó pyo cao slo ic ió a n minutos roncaba: “El músculo duerme,m bla descansa”. a Se levantó al mediodía. La mesa de la caomcpi nlia y s estaba puesta y a su alrededor estaban sentah di jaa ss la los padres de Marta. La olla con el pulpitod,o parelpaara catalana, despedía un atractivo aroma, pteerso an sentarse Orlando prendió la radio. 67
El informativo había comenzado. Al llegao rdee l ltausrn y e rrdfe u é noticias policiales, el locutor anunció: “En laa ta de asaltada la agencia Mercedes Benz del barrio de b a se Según declaró a la policía el único empleado q ll aue en el lugar, minutos antes del cierre pen nec ti nrac roo individuos armados y amenazándolo con msauss l oar n e t elin s obligaron a encerrarse en la oficina. Loc su e d s xe pusieron en marcha uno de los vehículos e hnibiedl o local, atravesaron el amplio ventanal y desraopnardeeclie lugar a toda velocidad. La policía está invesl taigu ad na dz o e hecho”. La mirada de Marta, dura y agresiva, buosj co ós dloes Orlando. Éste engullía ya el segundo platop odeq lu epul preparó la suegra; su semblante se arrugó csoonn rui snaa a on pícara. Sin mirarla, Orlando le comentó a Ml aarbtao ,c c semillena: -¿Te das cuenta, Martita, qué gente lohcaay qe un e el mundo? ¡Cinco tipos con armas van a rcoabmari ó nu!n ¡Es para no creer! Remató su comentario con una carcajada, atorándose hasta las lágrimas •
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3. Sobre Avernos y muertes.
d ia f b aas. Se sentía agotado; una tenue angustia t ilo Sabía que no debió salir en horas de ela. Pneorcoh necesitaba el vento. Además, la jugarreta qurea mhaa bd íoa t c ia a , gle o para robar un camión nuevo en la propnia ía ensoberbeció. Camino de regreso a su coaspao, d n i a e. pensar en otra cosa. Volvió a esos segundgolso r d cuando atravesó el grueso ventanal de la agencia. e ru z an Terco, apenas si sabía leer y escribir. Poa sfeuía física descomunal: tan descomunal como la inc ci aonqcuiee n a rd lo caracterizaba. Por esa causa lo habían eonguanyop la de veces. c hse e ss Manolo odiaba la noche, la vida nocturncar,u lo y riesgos entre tinieblas. Prefería la tibieza aadcoe gl ea ds or tardes, o las agradables mañanas barrialedso, vceuían pasar en procesión a las amas de casa que i compras, o a las jóvenes chirusas que hacían los ma a disgusto, contoneando sus prometedores st.raPsaerrao n r iu sn aa ellas siempre tenía algún piropo medio bastsoo y socarrona. u cuheoría a Manolo tenía buena liga con su familiam. Q a z ó n Delia, la mujer, y a sus dos hijos. Era de r b ue n yco desprendido con la guita, como casi todose gsauss dceol P roo, f e e , l “profesión”. Tanto Manolo como su prim rechazaban el estigma de que ellos son pars teb adj e lo fondos. “Picapiedras” no olvidaba lo que le comentó n o t os Orlando: “Hay gente que dice que nosotros ce al zv aem q up e asa fácil, y con más facilidad lo piruleamos. Lo eqs ue d u r oro , hacemos la biyuya con rapidez. pero nuestreos la bu difícil y riesgoso: si hocicás, vas en cana o tsa o”s. Lbaosle palabras del “primo Orlando”, su maestro, eran sagra
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Se iba acercando a su casa. Esa nocho ed í alou jn n tlid ró e augurio extraño. Detuvo el dodge en Alberdin ,ye O n úa mrc eó r o el en un bodegón y pidió hablar por teléfono. M m em d iu ojer de su casa. Luego de sonar un rato contestó, la dormida: -¿Dónde estás, “Nolo”? ¡Huy que tarde!!. -Estoy bien, Delia. ¿todo tranquilo por rceagsua?n t óp Manolo. r a tm a re o n -Tuvimos “visita”. pusieron mala cara t y c u he i c olo s s como a una puta barata: no les importó q escucharan las barbaridades que decían. -Voy para allí. en un par de minutos llego. ó -No vengas, “Nolo”.¡por favor! ¡no aparezscuaps!l i c le la mujer. e a .s L sa es i Lo dominó una rara mezcla de ira y recdelo s a rueoss enmarañaron en su mente. Olió el peligro; ap ne tig y contratiempos lo arrastraban a la oscuritde madí a. Ly a o u n ie odiaba. Se veía reflectado en un raro espet ojo, ; c q o bita r e nd u n círculos negros bailoteando sobre la piel, tir o s mármol oscuro; sin saber si estaba vivo. Sacudió la colérico. Alejó los presagios con un bufido de presa a Aceleró; los recuerdos lo confundieron emborol on.cáDned todos modos, estaba algo empavurado por su familia. Manolo vivía en Carhué y Zelada. Dejón aedsotaeclio auto a unas cuadras y siguió a pie. No vió nada sosp c up au t re ort continuó hacia la casa y antes de alcanzara la roperos lo inmovilizaron y lo introdujeronF a el cno nu.n Estaba en el suelo, esposado; los dos tiraso ssea nltoasd lados lo pateaban mientras le daban culatazos en la “La cosa pinta fea hoy”, pensó Manolo. to . Lo empujaron hacia un cuarto: tenía el rmose tfraoc tu Los ojos apenas si se veían por entre los cíorlcáucloe so sv.i Casi no podía caminar. lo arrastraban fajándolo. o g in ó -¿Por dónde anduviste esta noche, Roigt?e r-rlo el tira con jeta salpicada de granos. 70
-Perdió la memoria: dejálo, que despu “tratamiento” la va a recuperar. Además noc sa nvt aa r a l eie algunos tangos, ¿eh, Manolo? lo amenazó ontrt roa,s m daba un par de piñas. Lo arrastraron a otro cuarto. Le venodas roonj o sl s tn r o ca l em hinchados; lo desnudaron, y atándolo sobrea u e a rp lo echaron una jarra de agua y comenzarona n a ic. Manolo rugía, puteaba, se retorcía; los sáduicí aons lsa eg ns tra s faena, imperturbables. Dialogaban entre m ei lelo despellejaban la res. -Che “Gatica”: ¿vas a la cancha, mañlae preguntaron al que manipuleaba los electrodos. a rc . -No puedo, estoy de guardia y nadie me apmuebdie -respondió sin dejar de picanear. “Gatica” erao sumnoá sde l l e eficientes torturadores: las víctimas hablabdaína no e p pase al infierno. d i .o Era tanto el dolor que ya no lo seMnetía e s: inconciente, Manolo navegaba por sombríos “cA asní adle a e ln negro debe ser el infierno; esta vez me emhpaasrtrilla e nbtio r ass, final: vieja, ayudame”, imploró sin mover loms ila les sonreía a los yutones en la jeta. t at Repitieron la pregunta: “¿Dónde ee stue vsis d as noche?”.Lo zarandeaban sin miramientos: “¿Ploi dra c no anduviste por el barrio de Boedo?” La picana le espasmos; se contrajo. La zona genital estabnai z ca ad rab.o t osd, o en Le rastrillaron los electrodos en las encía cuerpo. Manolo aullaba pero no respondía. oUs ntoi r adse l reía histéricamente: el ver torturar a Manvoalob a loa l lle orgasmo. L r orsi De pronto, el cuerpo tuvo una convulsibólne . te “investigadores” lo dejaron; estaba quieto, sin m e s l .o sUn Tampoco respiraba: el “bobo” se le fue a baoradja o , l sádicos puso el dedo en la yogular: “Se nosa pmiaanntó v eary qq uu ee muchachos, este tipo espichó fulero: ahora h hacemos”. 71
Uno de los tiras entró en la oficina derli o coy ml oisa puso al tanto. Deliberaron un rato y el jefe rde idói cstuo :ve u x e pli “Suicidio, el detenido se suicidó”. El canac óle q e había obvios signos de torturas. -Pues se “tiró” del tercer piso en “su” inf tuegnato. de t a .eE n evi dictaminó el comisario dando por terminada sla ntr o u realidad, para el jefe era un asunto de ruté int aa :n t¡Q joder por un chorro de mierda! “Un conocido delincuente con frondonstou a rpi oro, Manuel Roig, argentino de 26 años, en lad e taarydeer intentó huír de sus custodios mientras era otraasulan daad o rd oficina del Departamento de Policía, en el te ceerl apis e t íeansi,d e ol d calle Moreno. Al ser alcanzado por los polic l ario s r saltó por una ventana cayendo al patio inte n sta q u tear dependencias. Al querer prestarle ayuda, coon s uaftris i dm oo ss había fallecido debido a los múltiples traum al golpear contra el piso”. n r te r ecid Escueta, sencilla y con oficio, esta nota aaepa n ea s d 1 e 9l l las noticias policiales de LA RAZON vesperutin de julio de 1971, informó al mundo serio, al que s em n as l aa música “seria”, que suele tomar el té con ’ s ,H qa urero Richmond o ir de compras a Gat y Chavesd o d is o s“c du es l to había un ratero menos en la estadística de lo orden”. s o El martes por la mañana Delia Escaladiag dy el oR hermanos de Manolo retiraron de la morgupeo ,suc ocnuer hematomas y señales negruzcas de la picarni ac a e. lEélct c ia s od , elle oc tira que le hizo firmar a la viuda la entreg insinuó, sin disimulo, que no se le fuera ae od ci rururir p p i,e e d lr aP, ic “investigación”.Esa misma tarde Manuel Roaig lla fué sepultado en el cementerio de Flores.s eEnnc i la n oss h , er ceremonia estuvieron la mujer, los dos hijoms, a lo a ,m d e is nc tr e et la madre y algunos viejos amigos. A distancia parado tras unos frondosos árboles, Orlandóo coobmseorv
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el ataúd desaparecía: Picapiedras iniciabgaa ysoul a perpetua. El Profe se acercó a Delia, la estrechó entre los y le dejó en la mano la parte de Manoloú l tpi moro el i me o s , u “negocio”.Él se sintió apenado por la muertep r d pero no dudaba de que, tarde o temprano, eesel f isnerd íea Manolo. Se encogió de hombros: “De algo hay que e ¿no?”, pensó consolándose. El Profe sabíaM aqnuoel o había muerto en su ley, sin largar ni media parola •
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4. Historias de fuegos y cenizas.
R onid go , Llegó el invierno a Buenos Aires. Orla b au enfundado en una flamante campera de gaim a ito a da om s ,or caminando por Zelarrayán. Sus labios, med o sas apretaban distraídamente un cigarrillo. Lasd ecol p árboles, peladas, apuntaban hacia el cielo croa nm assus . dispuestas en un extraño y asimétrico diseñaor dvai snt ga u Las piernas combadas de Orlando se despl Ne o dfourées. rítmicamente; los ojos escudriñaban los alred casual que alguien definiera su mirada como la a ddr ade s e cu águila.Orlando el Profe cruzó Muñiz y a mita introdujo, como una sombra, en el intelriot ar l l edre e . mecánico. Rogelio, el dueño, lo saludóa meefun stiv c a fo é f re Entraron en la minúscula oficina; el morochcóinó le y el Profe aceptó. Rogelio, cuerpo morrudo, a s s ”“ musculosos y orejas arrepolladas -recuerdo bdiea bla c ile c a t rn i zte en el ring-, tenía la nariz en “ese” y una e ga r atr n ad debajo de una de las cejas. Sus ojos, por con stoes, e círculos pequeños y protuberantes, como dod se ob juoesy injertados por error en la jeta del morocho. -Estás en un buen lugar, “Hormiga Negra” Orlando. a , hgaaryáo.l -No me puedo quejar: desde que salí de la t anngto e b unos siete u ocho añitos, puse este taller ya ste s u clientes. ¿Y vos como andás, Orlando? prec go un ntó vozarrón de chimpancé. -Sigo en la mía, pero me cuido mucho yg epnoerr alol trabajo solo. ¿Te enteraste de lo que le hicMiea rnoonl oa, a hsí .qu no? Lo emparrilló la yuta de robos y hurtos.e sd eó le i c is i doi.o , Después tiraron el cuerpo desde el terceSr u p como siempre. ¡los hijos de puta!
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, poe rtu o y -Pobre. lo leí en el diario. Sé que era proim siempre fue un inconciente -dijo Hormiga. e e ro s Los dos ex-clientes de la penitenciarCíaa s d tomaron el café masticando, entre sorbo ya lpg iutan doas, n cp i aern í ait crocantes bizcochos de grasa. Recuerdos de ela afloraron en la charla; fueron compañeros da ed araunnch o suc dhea lc par de años. De vez en cuando uno de los hm a dperobl taller venía a consultar con Rogelio sobre alegmún trabajo. Pasó un rato y Orlando lo apuró: t a encdeo , -Me mandaste buscar, no? ¿Qué andáss i n Hormiga? si puedo, y me conviene, cacho viaijjeo .. –le d -Mirá, viejo, te propongo un buen negeolcivoe nyt o “taca taca”. Necesito cubiertas de primera para un l o ec 200. pero en muy buen estado, Orlando: a m daiod apa una. Vos me avisás y me las traés a la Pneorcohee .l negocio es sólo con vos: no quiero “perder” otra v explicó Rogelio. o ato p ?r e l tó -Decime una cosa, ¿para quien es este fa el Profe. iln ia r . -Eh, no te preocupés, compadre, es pafra am u quedate tranquilo, Orlando. v o l”v?i ó le a -¿Así que es para alguien de la “familia preguntar Orlando. No le creyó. El Profe lo semblanteó, y luego, un poactoi v do u, bl eit aceptó el “encargo”. Le advirtió, sin embarge ov ,a nqtuaer l ijo un camión sin ayuda es un “yeite” complicoadl eo. dP er que no se preocupe. Retornó por Zelarrayán, se metió enl i aenl t , vay mientras observaba las caprichosas figuras e qt aubea beolc c c o io n n humo del cigarrillo, el Profe repasó sus ersela g losin da e.l A Rogelio. Arrancó y enfiló hacia Valentín lA asunto lo fastidiaba, pero no sabía exactamente qué. o e s med Cruzó el Puente Alsina, siguió por iR Escalada y se detuvo frente a su casa. Maa rtdae vl oa lví panadería y lo alcanzó en la puerta. Lo ebnetsr aó r oyn
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e ñrm a l ud la e juntos. El instinto comenzó a darle a la je s alerta. a yco l eci Era casi mediodía; Orlando se sentó en nla l l a i en t pidió a Marta que le sirviera un Gancia blanr acso.e M se afanaba entre cacerolas y sartenes, el Pmroe fnez ócoa a lsi rabea n elucubrar el plan de trabajo. Esa noche psen o o r rVrid i l la a p busca de la mercadería. Iba a iniciar su rec c ídaí. Caraza, Fiorito, Villa Diamante, Domínico y CSoanroan n r s tóe”e, n pe la zona palmo a palmo.“Es cuestión de sue silencio. Marta lo miró al pasar, se frenó delante duen épl acron de cebollas en la mano, y le dijo intrigada: -Estás muy callado y pensativo. ¿En qusé? aMnidr áá p u s t are que te conozco, Orlando. -y mientras espersab a ela paseó la lengua por los cantos de su bocc ao ,s rdeese disgustos. re s t a da ops El Profe sonrió con candor; los labio parecían una avenida de dos manos y en sus ojos veces insinuaban fugaces rasgos de fiereza-e rst íea audnv extraño fulgor. -¡Ay! Martita, Martita, vos siempre viendo c ió . raras:¡no ando en ningún corno -le aseguró évl si cin cnon a bb ao Ella siguió con sus faenas; pero la cabemzab ele recuerdos desagradables. Pretendió evadirsmei,r anr o n i o u u lo n a, h volver al pasado. El Profe se encaminó al vesi ztíb llamada telefónica, averiguó, anotó en un papeeslpyi d si óe d de su interlocutor. La mujer le anunció qmueu e er lz oal estaba listo. La cocina parecía un salón de bañooss . tuLrocs vapores de las ollas flotaban en el ambiente, fsr iet uorlaías n y aromas de exóticos guisos catalanes. Orlasnednot ósea l n sc lado de Estrellita, su hija mayor. El almueurzr roi ótrsain r u ñpiio d o y ; mayores incidentes. El Profe dejó el plato blim n nat n n t eos si terminó el vaso de Crespi y regresó al valia besar a sus hijas y a Marta. Ésta le recordt aób qa un ea es
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s a d se e sp principio de mes, que debían ir de comprase.n la estaba vaciando. a r geol e dn ec Orlando necesitaba un socio para cumplir e lpin Hormiga Negra. No quería recurrir a ningúcnh ecodm n i ceara v eyz ú hampa. Tuvo muy malas experiencias: la prim que hocicó fue por culpa de un bocón, torvpoi n et an yla y a cram no tó regalado en las malas. Lo encanaron por m ta jo o , ea l un mejor que “Fiore”. Sin apretarlo, tratándolo choim a ñ ió o s tr gilún vendió hasta a la madre. Orlando se ecs om ú n; i c la a en Caseros. Desde entonces trabajaba solo excepción fué el primo. pero la yuta halba ídao ajubi Picapiedras de facto. o n Ese mediodía, antes del almuerzo, el Pbrol ófec h a n ypati Renato “Fideo Fino”. Lo conoció en la cárcez la; r soim l aa se hicieron amigos. Orlando lo llevó a sud araynch relación se mantuvo incluso fuera de lot es s barro Caseros. Sabía que era de fiar. Pero dudabea Fdi ed eqou Fino aceptara darle una mano en cuestiones de Renato era un as en el “toque” de papeles, c e le t osd documentos, dibujos e impresiones “especia ”.o sD modos, quería probar. Se llevó una sorpresaF: i nFoidlee o o l, h q u e b dijo que sí, que estaba dispuesto a ponerle r e om contara con él. Ese mismo día el Profe a yt o Ren s Ia n cdaes L . o encontraron en el café de Triunvirato y avenid o n Orlando le contó la conversación que tuvo aensaa cm añ Rogelio (también Fideo lo conocía) y que e hs au be ílat o r aceptar el encargue. El flamante socio le preguntó: -Y decime, che: ¿vos le tenés confianza a Hormi . -¿Porqué me lo preguntás, compadre? inlqPuriro ifóe e c au El amigo se encogió de hombros y le ace lan ruón q i de ie d r oen le gustó Rogelio. Aunque no sabía porqué.p S s c tsu d a e r cordialmente; Orlando le prometió que días eafnete el trabajito se iba a conectar con él. Y cadmaó upnoor to rumbos distintos.
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Después del almuerzo, Marta se ocupó e dn ea rolrad cocina. Luego se dirigió al dormitorio y se ro eb cr oe sltaó s cama: “Por Dios, no quisiera volver a esas ca oplau se ret na l s aad r , l ap del penal, entregar el paquete en segura id i l lse ry a st,o revisación y el toqueteo de las botonas brur tta r n a li ”, visitar a Orlando en medio de ese banrf ue llo rememoró angustiada. Alejó los recuerdos pero no pudo dordmeirc i dyi ó levantarse. Regresó a la cocina y se preparó; un mate entró la hija, Estrellita. Conversaron sobre tel amas r aass. c escuela y Marta, ya serena, salió a hacer ao lmgup n a . c Soeci Regresó enseguida y encontró al Profe en nla mostró seria, con mala cara. De todos moedgolsó , ealrr mate y le cebó algunos. Pero luego le largó el rollo. a? g Oaty ro al -Decime un poco ¿vos querés volver a la no me aguanto, Orlando. Pensá bien lo que vas a h imploró la mujer. o r ia rm e -Escuchame, piba, yo nací chorro y vmoy u ree chorro; y vos lo sabés muy bien ¿O de qé us é q c o estamos viviendo? ¿Con la ayuda de San nCo a? yeNta sirvo para negocios “limpios”, que al fin adse sco unent sucios y rastreros, mucho peor que las cosaasg oquyeo . h n dá e s qg u rea Esos negocios honorables son una macana m el obelisco, y los comerciantes son ladroner sb adt ae yco a n ” “a e c l hi cuello duro que te “arreglan”las balanzas, c te y or metro, te curran en los vueltos, te encajan fasloe pd aa p l t ócnoim c oo e percal por terciopelo, falda por asado y gofio l arro de la salud eterna. Dejame, Marta, que yo soyy ncoho voy de santo o Jesucristo. ¡Viví en la realidaodñ éys na ol s pedo! Marta se quedó seria, sin animare sgeu i ra l as discusión. Desde antes del casorio ella sabOíar l a qn udeo e s o jo Roig vivía del escruche y el levante. Lo mirós ;al ulo se ablandó, sonriéndole. Dieron vuelta la pági realidad, esa era una función que seí a repet periodicidad. Como la gripe. 78
ó i Orlando viajó con el auto a la estación doe, csaerr vg ic especial, compró cigarrillos y pegó la vuelta ya pr l g ulu r anbaa fu para la ronda nocturna. Ataviada de gala, la en el firmamento mientras un viento morbsoásdoi c oy ne i dsopr s e . v congelaba orejas, narices y dedos de viejitose d i a netl yv Después de medianoche el Profe salió caoln s eoyfe un e y rumbeó hacia el sur, cruzó la Hipólito Yrig s sse ge acercando a Sarandí. En las calles ni un almnat;e la arrebujaban en sus cuchas. Él conocía aal ll e dl aest callejuelas y los recovecos de Avellaneda y Dock Sud. Abrió la ventanilla y con un pañmuep lioó li parabrisas; su mirada escrutaba todos los rsesdqeuilca io noche: el cazador en busca de la presa. un Dodge 20 t o rsae,dsuec La luna en cuarto menguante, sensual y E r anoc solazaba pervirtiendo las virginales sombras hdee. la un juego picaresco que distraía a los escasmosb unloocstá a b sa del suburbio. Mientras tanto, Orlando se desppolar zl a callecitas de Sarandí. y allí lo vió, oculto peonr pu anrte tímido arbolito prematuramente calvo, r á nedsopleo impaciente: el camión y sus gomas. Detuvo el auto a un par de cuadras;i ó poret rnod a g cigarrillo y se encaminó con plácida pachoarrra d ae l llu cita. Relojeó las gomas y se decepcionó: no nercaons ag. ra illo q s u a is Liberó la presa y continuó la cacería. Enq ula penumbra escuchó a un colectivo que parabad ayb ra elaa nu a s l goú nd marcha. Al rato, resonó el taconeo cadenecio e r dqi u ó e e lp penitente solitario; o quizá el de un ebrio rumbo; o tal vez de una minusa que volvíaa ,elxuheaguost de ardientes escarceos amorosos en algún encf uuret ni vtro o. Los pasos se fueron acercando y siguierol anr g do e, evanesciéndose en la noche. Gratuitamente, el viento repartía fríos aO gr lraanned lo. levantó los solapas de su abrigo y pensó en aba cuando al costado de una cortada emergiór ,b iso o, beel ie s r t acsu. camión de sus sueños. Se acercó, acarició b la
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s e cr oom d o ura “suaves como la piel de una piba de quince p ió a sus pechos”, pensó, mientras una sonrisa lo bga r.aDtific una vuelta alrededor del Dodge, observó la vyeci aprobó en silencio. El valiant partió, tan alegre como sou . dL uoes ñ r odf ed.eE despojos de la noche acompañaban la soleda l lP frío gateaba entre sus huesos congeladose . hSaeb í la r ass seolm acabado el paquete de cigarrillos. Buscó en bla destello de algún quiosco que se apiadara de. Nsua dvaic. io o r msa u rlo En Villa Fiorito, un bar solitario parecía plla nombre: el Profe no lo escuchó. Entonces, adivuisn ó costado y alejada, una luz mortecina. Compra ód odsosd eat je u . su marca, se rascó el pecho satisfecho y ócovni atin Llegó a su casa de madrugada, cuando el sol, con desenfundaba sus cálidos rayos aprestándose pa nueva jornada. Orlando ya no vería el amad noer cmeíra: o , herméticamente. Con placidez de pibe queh ahl laabdía por fin, el “chiche” de sus sueños.
Se despertó al mediodía. Una llovizna dpi óavol ata tónica del día. Marta le pidió que la lleve hasta la Av. al otro lado del Puente Alsina. Después de r d ea o . yA F l i almorzaron. Orlando les telefoneó a Hormig primero le pidió que esté preparado para hee sao nl aoc d e r“ím a ”e. rc siguiente, que seguramente le iba a llevar a la i c as r as v i e Con Renato arregló para esa noche: irían jurni fto la presa seguía en la zona. “Si todo está ent a ol rvdeezn, e a l r P rru o nf t eó me decida a levantar el Dodge hoy mismo”, b mientras tremoló su pecho. o asi d m o sat Una idea le carburaba en la cabeza: “¿Y s io pájaros de un tiro?”. El Profe pensó que el dneegl aoc o d gomas daba para más: “¿Qué iba a pasar ecsotn eel lr camión?” Se puso en campaña para cuoinr seg aguantadero seguro. Pensó en la palabrao ’ ‘syegs uer sonrió con humor. Él sabía que el mundo da elt e hn aí amp sus leyes y su honor, pero también conocía alad eesl co os ri 80
u ía n d oel buchones al servicio de la yuta. Orlando asmum y d del delito como un proscenio donde el riesugeoñ oera d oli señor. O como una apuesta en la que se jugbaebrat a la la vida. Esa tarde la consagró a la búsqueda de un “al r lu e el assac para el Dodge. Después del levante tendríaa q m sa s“r ” : ef gomas para Rogelio, y luego dedicarse ao rla e nst odso,cu alterar los números de la patente, cambiarlem lo filetearlo de tanga, meterle ruedas “cozí cozéár”s eyl ovaend i o raly in un reducidor (lo que era un riesgo), o llevtaerrlo venderlo ‘de apuro’. Recorrió el espinel del “aguante”. Unos “ocu otros cerrados por “fuerza mayor”(léase: clausura a jg e tu ast orden judicial); desestimó algunos porque nóo lle de los dueños. Se acordó una vez más delP eBdizr co o. a .os P eM r oejí Estaba muy alejado, allí en el fondo de Ram e s d tó r o .por nada de lo que vió lo satisfizo; finalmente aPpo Le telefoneó desde el vestíbulo: -¿Como andás, Pedrito? Sí. soy Oyrol a, n d o . a alñ a a Escuchame, necesito tu galpón para hoy noa m noche. ¡sí, sí! hoy o el jueves a medianocdhe. ¿Me : para vos está bien? ‘tamos’, Pedro, chau, no os s. ¡vs eí !m luego o mañana. Chau. ”, Se tremoleó el bobo. “Las cosas marcl hpaenl o a te , p opinó, mientras la tos le sacudió el esquealec tioe .n Im esperó la noche. Iba a ir con Fideo a buscar la revan los últimos tiempos las cosas, por hache o opos re lbee, n daban. e r Más tarde pensaba confirmar los datos,a rasseegd u a b a n cio e ln que ese era el predio habitual en el que e sta g ap r aarla l Dodge, recorrer la vecindad y estudiar la rul eta fondo de Ramos Mejía atravesando Tapialebs,l a Ld aa yTa n te San Justo. Detestaba riesgos inútiles, aunqunec ei era co de que el peligro era inseparable de su profesión.
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La llovizna y las solitarias aparicionens fde eb o u n d s erla esclerótico y acomplejado aburrieron la tard e.o O entretuvo en el galpón del fondo. Revisón óy sou rsde a z vú ea ss herramientas de “trabajo”. En un aro agregó ygal ln de contacto, preparó cables con los extremonst a dd eossp, u t ra a rbaa d r alambres con diversas dobleces (el “anzuelo”e)s p los seguros de las puertas. i ó alr a ta A las once de la noche tocaron el timbrae.b rM puerta y Renato entró en la casa. Se conocsíavni sdi tea sla en Caseros. Cambiaron algunas frases de corf tueesía y hacia la cocina. l Pen r otó fe -Estás más flaco que nunca, Fideo -le coem i sí? te ¿ eV ni mientras se abrazaban. -¿Como llegaste aqn u auto? -Tengo un “Isard” que se desarma solo: pero v i a j a explicó Renato. Los dos ex-presos se rierona jaa dcaasr.c o e , lo Tomaron el café preparado por Marta. Luegoi r l d ses rv dejó solos. o Orlando le dió detalles precisos del asunnator r óy l le de la noche anterior. Cerca de medianoche l f e .del Pr compinches partieron hacia Sarandí en el auoto -Quería decirte algo: yo te llamé a vos pmare adqé us e una mano: ahora no tengo en quien confiarS, éFlqauceo. c o la n b l a no te gusta el choreo y vos no vas a largar tsus ur o pluma.¿no es así? Yo estaba seguro de quea rnr oa baags viaje, ¡te lo juro! le dijo Orlando. -Escuchame bien, Profe: cuando yo llegCuaés ear o s b es l ld óe nl p era un “frilo” de veinte años. Todos los goraila seis me hubieran comido crudo. La mayorícah oerrraons n a con pedigrí -le dijo Renato. Me diste una s im conocerme: sólo sabías que me agarraron pnorg isl es ri n u carpeta; me llevaste a tu ranchada. Vos sayboésn oqluae e í voy con el afano, pero no olvido a los amigodse. j aAm m n g: o y “retocar” cheques, darle la biaba a una coédt eula viveza únicamente para el lápiz. 82
l an -Fideo, yo levanto autos, soy chorro, perdoo ne on a a ;t ote pesada. Yo laburo en la oscuridad, sólo de nloocbhe pa’ que estés tranquilo: ¡conmigo nada de fierros! me a yc oarz ”a . Llegaron a las proximidades del “feudo d c n í aa u p n ar Bajaron del auto. La una y media; la lloveiz l a sd transparente tapiz de cenizas que alguien eseps adrecía nubes. No los molestaba; los dos amigos aandpaabs ao n lento, el Profe con sus piernas combadas de cowr e ic película, y su amigo Fideo, que de reflaco yp aliv aínao, flotar sobre un fangal imaginario. d ooredli -Allí está. nos espera -susurró el Profee nm faso. Se fueron acercando mientras relojeaban la vec i n d a d . m id i g ió o al Los ojos taladraron la oscuridad. Orlando lea p e o que campaneara mientras él trabajaba sobdreg e e. l LD explicó qué hacer en caso de toparse cona av lagl lua n o ss daeled policial y como llegar a la casa del Bizco, ena ñlo Ramos Mejía. Se abrieron.Orlando se perdió en la a m convirtiéndose en una sombra más. Se arrcim ó i óanl , e n zy ó c ao trepó al peldaño de la puerta, sacó el manmojo tantear con las ganzúas, una por una. no paCsóo nnal ada. p o er r idoer pequeña y delgada barreta presionó sobre es lu b n u de i jñ a a y re del vidrio, insertó el “anzuelo” por la peq maniobró; en unos segundos escuchó el “tacg”u, r eo l ssee a qve us in liberó y el Profe abrió la puerta, probó las lla . tea n l , l uaecgeoler intentona el motor gimió de placer. Orlandoó lo u l, l metió el cambio y el Dodge 200, como un pauvcoi óres a pinta por las calles sureñas del gran BuenoOs r lAa inred so . hacía buena letra, paraba en los semáforosn ,d oy sceua cruzaba con algún coche patrullero, ponía cao rf ea r ddee ch i d oco pn od ru camión que iba a cargar al puerto. El valianc t, . n Renato, parecía el pato Donald persiguiendk oe sat e Fi nra La caravana dejó atrás el sur. Luego de taTjea abrl a Ld aa se fueron acercando al recóndito refugio del BPiez dc roo, e levantador jubilado y reducidor en actividad.
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d es, No perdieron tiempo; trabajaron con dosu ngoato m ent t iaesr oyn cada lado. Sacaron las cubiertas con las lla debajo los caballetes. Empezaron por laesr ads e; lal ent ro n aflojaron media rosca a todas las tuercas. Aml irnaato te. r ó ro l a, s ca Orlando le pidió prestada la camioneta a Pr ged v aar a a gomas y cerró la lona. Al otro día se lasl e ib l Hormiga Negra; pensaba manguearle las ruaesdap sa rvaiej ponerlas en el Dodge robado en Sarandí. v ea r c Fideo le prometió que al día siguiente ib ao nvol los documentos retocados. El Profe cambió la num del motor y el chasis; Renato retocó los nd úeml aers os s s chapas y pintó dobles filetes en las puertas. gCo omna la viejas que Rogelio pensaba tirar, Orlando mibi na a ar etel r ’ e n uc maquillaje del Dodge. Tenía la intención di rel o ‘r ed Chacabuco o Junín. t e , am s ee Mañana gris, opaca. La neblina, sarcánstic e lg burlaba de los conductores que apenas siu ída instin n a . frente de sus autos. Eran las ocho y picom da eñ a la B ió zn c od .e Orlando y Renato acabaron su faena en el gal lp o o s ss eam El valiant viajaba hacia Valentín Alsina: losi g d s o p q ruoepu veían exhaustos pero jubilosos. El Profe le s durmiera en su casa. Renato agarró viaje e pteordo o d u j os . de di modos iba a tener que ir a buscar los elemebnto Orlando habló por teléfono con Hormigai s óy qleu eav esa noche le entregaba el pedido. Y que rsdee adceul e “taca taca”. Saborearon algunos mates y o sber a er onsn . Debían terminar ese día. Sin falta. o s A las dos de la tarde ya estaban dando. Fvui deelta e e i s la c osn s fue a buscar sus cosas; regresó alrededor d toda la documentación. Salieron de pique hacia io a y R l eog Mejía. En un bar, Orlando llamó por teléfoenlo confirmó que le llevaba la mercadería.. Denjót ceel rvc aalia i g iy e rsoen di de la casa de Pedro, entraron en la camionerta
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a la Capital. Renato estaba con Orlando peóroa sn et e bs a: j el Profe no quería que Hormiga los viera juntos. t ro ó Viajaron sin contratiempos y Orland en Zelarrayán; en unos minutos arribó al taller:c heól nml oo ro estaba esperando. Cerró el portón y seó aa celrac v ilsdóo ly a s re camioneta; se saludaron. Rogelio liberó el to s fa e ,c hsoa cubiertas. Su cara exhibió una amplia sontri is como un chimpancé empachado con bananas. -Te portaste, Orlando: son gomas de primd ei rj oa e -nle estado de trance. -¿Que esperabas, viejo? -le retrucó r oefle . P Escuchame: vos dijiste que las gomas viejal ass necesitás. ¿Me las pasás, Rogelio? i ó o e fl -Si me ayudás a cambiarlas, son tuyasr e -cle amigo. En menos de media hora los dosp i nccohme s cambiaron las ruedas, Orlando cargó las sgaesntaldaa o ss ym ea ln camioneta, recibió el toco, se estrecharon la a c Profe pasó a buscar a Fideo. Partieron nuevah m einatel a i zn c od , el provincia. Los dos amigos, con la colaboracBió montaron las gomas en el Dodge en un santOiar lma é nn d .o o a le dió a Pedro su parte y una vez más la cs ae rap vu as n en movimiento. Empezaba el último acto de la obra. c a snat. a s Orlando le pidió a Fideo que le lleve el vualia Él enderezó hacia la ruta 7 con la intencl eióg na rdea l Chacabuco a la madrugada. Allí lo espera “comprador”. i o y glle En Luján el Profe se comunicó con Enzao t tD i e s la d confirmó que llegaba al cruce de Chacabucoo sad la mañana. El hombre estaba en el negocio de ycvoemn pt ra a n e de terrenos, pero hacía negocitos medio rav re oz s e d cuando. Esa era la razón por la cual Oralaj anbdao avi c e og n olc o iso Chacabuco. Perdía tiempo y precio, pero el n reducidores de “oficio” era un fato riesgoso:o scae sr ia tnod s o buchones. En Cucha Cucha lo paró la camins terróa:l om
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l o só documentos, hizo un par de chistes, coanvid u nuo muchachos con cigarrillos y les pasó, sin da isl gim los , billetes para la “cañita”. c oro r on la o s -Todo en regla, señor, ¡buen viaje! recita botones. a l d e la En pocos minutos llegó a la entrada dpei tla “C Maíz”. Enzo ya estaba allí y Orlando lo siguió con el n tal rao Al rato arribó a un pequeño depósito; se n seen e sog e li oficina y fueron derecho al negocio. El Enaztot i D b a r l aetr s uc parlaba y guiñaba el ojo sin pausa; y el Profea le guiñadas hasta que se avivó de que el tipuon tet inc ía nervioso. ¡¡por un tris no se largó a reír! Al i le rroantoy sa o phói”z, o se Dogliatti inspeccionó el camión, levantó el “cla “.b L roag arrancar: “Acelerá. hacé los cambios. a ver eu l ee. m volvió colifato. Después lo manejó. Cuandaor ornegl rees propuso una miseria. u n, llo p o r có o Orlando se rechifló. Enzo subió la oferta l hasta que cerraron trato. Se dieron un apretaónno sd. eE m Tano intentó meterle un cheque. ¡Para qué! -Decime, Enzo, ¿qué corno te pasa? En estos e n t o ey el no hay chirimbolos: la cosa es tome y traiga:v d am agarrate el camión, -le dijo furioso. -¡Y que lo disfrute n gq ou . e Y t -No te sulfures, Orlando; tomá, es todo elo decime, che, ¿como te volvés pa’ Buenos ¿AVira es s?a esperar el primer micro? -No te aflijas, Tano, un amigo me viene a buscar Orlando. Se desearon buena suerte y el Profe emppeaztóe aar r o s, : por las calles aledañas. Fue probando las pc uu ea rtta cinco, seis autos, y todas cerradas. No tenmíai e“nhtea rsr”a y la iba de “descuidista”. La noche era bien for escs uc ra a. y g ó sa Vió un Falcon azul, pasó, pegó el manotólna r y e chillar una alarma vocinglera. No se alotenrtói n. u óC o a lpe caminando con sus piernas combadas, el cigag ra rdillo labio y la mirada de rapiña oteando hacia lop su nctuoastro uc n e4rc 0ó 4 a cardinales. Transpiraba a pesar del frío. Se a
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n c. oyn s t re ó e “bien frappé”, presionó el botón de la puerta sentado al volante, cortó los cables. En segundos el comenzó a viajar por la carretera de salida de Cha rumbo a la Capital. Los de la caminera lo rroen coy nl oo cie saludaron alegremente.¡Viva la pepa! a l Flor de “paco” tenía encima. Las nieblaGs ednee rla e ressepr de en l d Paz le hicieron aminorar la marcha. Debía d d u e ñ auto cuanto antes: no quería riesgos. Segural m en teo e ya había hecho la denuncia. Lo abandonó es nu rua nl dbe a ó e Villa Lugano, tomó un taxi hasta Puente Alss icnean yd i d a . Em n aeñlan en la Av. Sáenz. Miró la hora: las ocho de la primer bar que vió abierto se dispuso a haeblar por t Sonó varias veces hasta que Marta atendió.v opzore lla Profe se avivó: ¡hubo batida! Antes de ir a la casa, d de un “trabajo”, a veces telefoneaba. Eso lo salvó. t ole m; ó l Se ubicó en una mesa, pidió un café do ob a s ceon lentamente. Estaba serio, pero la plata le huaci l íla sq el bolsillo. Llamó a la casa de Fideo. h oucchoan -¿Hola, hola?. ¿quién es? -preguntó el cm voz de cobija tibiecita. Orlando reconoció la voz de Renato,s e qg uueí a preguntando, ya con ira, quien lo despertó. -¿Podés hablar, pibe? Soy yo, Orlando.é s¿Sqaube corno pasó en mi casa? -¡Qué suerte que no fuiste a tu casa, Orlando! , e d oó s r da llegué a la esquina de tu saca ví un quilombgoo d Falcon de la yuta, tipos gritando. Yo me esceurarní tpe osrqu de ir para allí me encontré con una mina. eqsu teodv oí , lo l a lle u to no sé nada más. Decime dónde estás que te voy e charlamos: ¡Qué tarro, che! o rlo ef A media mañana Renato se encontró cone .eNl P s a .s aportó ningún dato nuevo; Orlando telefonu eóc a a Marta atendió, ya más tranquila, y le narró nsut eciqnutaeme fu c e o ra alrededor de la una llegó la policía buscándsoilo mo a ó Al Capone. Entraron, investigaron en enl ygallp
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n , add o s ro interrogaron unas cuantas veces. Finalmente eja tipos para esperarlo. Marta le dijo que se ohahba ícaína id f i jp ó ra s is, una media hora. Ella salió a hacer algunas sceom . s andaban merodeando pero no los vió. Tampoacuot oas lo o r c uansoas p Orlando le anunció que no iba a ir a la e d pe i dmi á ó s, días y que le mandaría guita con la suegra. l A que empaquete todas las cosas de la casa das de oi bqaune a mudar: “Esa vivienda -le explicó- está queaml laí dnao y nos podemos quedar. Marta, escuchame otrao cvoosya:a y a o hacer algunas diligencias y averiguaciones. dCe uc ai dnd hacer la mudanza te voy a avisar con tiemapc oé; lvo os s h paquetes. que los muebles los compramoo ss . nEureav d ieó d hora, ¿no te parece? agregó con una carcajaedsap. iS y prometió llamarla a diario. El Profe y Renato tomaron por la Avz. hSaásetna Zelarrayán. El Profe dobló por ésta y pasóa lpl eorr deel t Hormiga. Estaba cerrado. Miró la hora: las noonct ue.v oYa dudas. n fce aliz rg ó -Éste me batió, Renato. Seguro que el ein q u las gomas para un reducidor. Y el reducidoérs, d ese pu las recibió, le mandó la yuta para no pagarleu rya lrempav sentenció el Profe. n idc oo .n Orlando le entregó a Fideo una parte dvee lo u nr o a s Resolvió borrarse por unos días; pensaba va isl gita amigos para averiguar qué pasó con Hormiga. n oms -Escuchame, pibe: vos borrate por un tie peo tye ocurra comentar con nadie, pero con nadie,d uqvuies t ean en este fato. ¡Cuidate, pibe! s n Durante una semana el Profe salió de cir. cTuolad coió los días hablaba con Marta y sus hijas. También telef al taller de Rogelio.Como a los diez díasi g, a Horm persona atendió el teléfono; Orlando lo soryprneondl eió dió tiempo a nada. -Me la hiciste, buena, buchón.¿Así que ahs oorar t isv oa de la yuta? le dijo el Profe.
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-Escuchame, Orlando: ¡no sabés las que Epl atsi pé!o c adnió a ! dL ea que compró las gomas es de Quilmes. me jo l a se Ezpeleta se me vino al humo apenas el tipoc so en fu r oe n cubiertas. Estaba todo arreglado: me fajarsoanc, a m todo el vento y encima les tuve que garpalrl o un naad ami c oe,d ¡ ito e: fl para que no me abran causa. no tuve más rea m lo juro! -Callate, buchón: me diste el manyamienmtoe . fYuoí r ass do de tu taller antes de las diez de la noche ys ah ola llegaron a mi casa. Te creía más hombre. sboass uurnaa, s t ,a bqaue Hormiga. Y ahora por tu culpa mi expediene te tapado en algún armario lleno de polvo,n ter estál o se s s mye primeros! ¡No querías que trabaje con sovcoio P r ogf reitó . engrupiste con un reducidor! ¡Andá, infeliz! le el e cneerr r q a u r -Orlando, oíme, estoy arruinado. voy a te u eg tu u ita v e q y vender el taller. Estoy endeudado y con la que pagarles me dejaron sin resto, hermanmoe. Cp roeré favor, Orlando, me arruinaron la vida, estoy termi lloriqueaba Hormiga. i oor i e z ó Cortó la comunicación. El rostro de Orlae nr d xt c o n ounntró la fría cólera que lo invadía. Esa noche se e nc viejo compinche de la ranchada de Caserodsi.ó Luen api gauchada muy especial. Durante las dos semanas siguientes el eProocfeu p só l ó s. de resolver y ordenar todos los asuntos penA dl qieuni te un departamento en Almagro; un abogado l e o r, o recomendaron le confirmó que tenía abiertnot u ea l r ip pero aún sin pedido de captura. Luego de aseqguueras ruse u sart casa no tenía vigilancia, arregló el trasladoa dye sM dos hijas a la vivienda de unos parientes. Al día siguiente, un camión cargó lose smmueá bl . esenciales y los paquetes con enseres y roaplaa deoms b t e ,ple lo m Orlando no le dió la dirección al camionero:e sn im l vuir aaj n e te mandó a una esquina del barrio de Almagro.e D 89
l u ggaór se aseguró de que nadie los seguía. Cuandaol lle convenido, Orlando le dió los datos y terminaron la m l i z , als e f La familia, como en los cuentos con e fin a r a qgureeg reencontró en la nueva vivienda. Se podría s er ym “Marta y Orlando se casaron, tuvieron hijoo ss o h sanos y fueron muy felices.” La cuestión e el lso que estaban casados, tenían dos hijas -realmente hermo dv o su modo eran felices. Aunque el Profe siguaien rtaa nle vehículos, gambeteándole a las sombras y a la yuta. g is n a p s , Al mes de los hechos narrados en esá ta l l e rr e d le t Orlando Roig envió a un compinche a visaita i c om . Hormiga Negra so-pretexto de hacer un aerrc eágn lo o e g eq l iu oe De esa visita el Profe llegó a la conclusiónR d a sas e n era un confidente de la policía, que las lágri dim vert l o et aquella conversación telefónica fueron une sa ain u ,d aessa dse d Sandrini. Aquel recelo de la primera charla a h bó an n Fideo Fino acerca de la fidelidad del meors ot c e u cn o nica ar ls justificadas. El Profe, entonces, volvió a com antiguo compañero de la ranchada de Caserdosi ó yq ulee pi “proceda”.
Los vecinos de Zelarrayán y Doblas se adreosnpee rnt o o y o mitad de la noche: el penetrante olor, y uns chuurm g er l id oe compacto, advirtieron al vecindario que del Rtaolle o Vidal habían quedado unas pocas cenizas:o ¿sCuópm a a n oN Orlando Roig, el Profe, que el taller de Hoergmrig tenía seguro? •
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5. Mandrake en el asfalto
r odio p Andaba medio esgunfiado. Él odiaba el ete una época brava, y Orlando sabía olfatear el peligro. b a it j ió t oa s ”“tra el asunto que tuvo con Hormiga Negra se lim muy fáciles, de rutina. La yuta boleteabao syin l oas sc n toi s g u oa s confidentes trabajaban horas extras. D b n a l du í on compinches del Profe fueron boleteados e e ebraid l aos d cerca de Tapiales: “Dos maleantes muertos h decía el titular de “Crónica”- fueron halladosl a cs evrícaas de s e te u dne aj del tren. La policía informó que se tratabau d cuentas entre gente del hampa.”. La historiap rdee. Lsoiesm n uan botones los cosían con las metralletas, lose tir ban basural y después aparecía la versión oficial. El “Brujo” López Rega les había dado a slogsa ct ial lno a libre. Comenzó entonces una orgía de sGanr ugrp eo.s r o yn, lin a ici parapoliciales, organizados al margen de la a le d eg caza de “zurdos ” y chorros. Con respectoe n at e la p oin r a avería, los que no pagaban “rescate” eran edxto es rm e ru los “vengadores justicieros” (la Triple A y poi ttro os sd g asesinos de la federal o la provincial). o pu oid r a l ad Eran los tiempos en que el viejo Perón, liq arterioesclerosis, ponía la cara, y el cabo Lóa pmezo vRí aeg los hilos de la represión, mientras la “pavoa tla” tne ancí iaon r arig n iln oa s l. el tupé de plagiar, pobre turra, a la EvitaE o “adelantados” del proceso. m o Orlando había ganado sus buenos mangeosl úcl ot in negocio. Y a pesar de los riesgos, debía pone campaña. Los morlacos no echaban cría. e lie Una tarde de junio del 74, fresca e inocennt rtea ,s m o n viejo Perón se iba muriendo, el Profe decidrióc a caebla sebo y el aburrimiento. Hacía poco que sem uhdaabdíao .
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Los aires de Almagro no le gustaron y se afi ra d Mataderos, en Alberdi y Oliden, en una casita caond eent . auto, jardincito adelante y un fondo que daafbu ae nat e L “Hay que cubrirse el espiro”, pensó el mPireonfet r, a s revoleaba los ojos y calculaba las ventajan se rdeu n tae “salida de emergencia”. El valiant de Orlando había tenido un cehrooq. uLea fi h u cdoe yP , ic carrocería quedó más arrugada que el fuelle naturalmente, el Profe se ocupó de encontramr éus nd se ia i eo std r oele sin color negro. Lo halló, le puso el motor salvad e d l a incluso le cambió las partes mecánicas desteproior ra uso. a e2 la 4 . lí Decidió ir a visitar a Néstor, el mecánicnoe d o se Desde el asunto del polara las relacionesa menb tr quedaron un poco tensas. Pero Orlando sabía e a muchacho no tuvo la culpa y a las pocansa ssesm v enzt eyn de amigaron. Néstor le ajustó el motor del valia r ao i rp cuando le “encargaba” boludeces. Coam puchereando. e slg t ríealn la s Salió de su casa mientras en el cielo fu a n fisgonas. Las copas peladas de los árbolesmspe i acbolu f rs ía al compás del viento nocturno. La noche zsóe e b, o desagradable. Tomó hacia el sur y entró poura nS. aEnn J a rp r ir l laors c . ig Alberti se detuvo un par de minutos para com Y entonces lo vió. -Rabanito, ¡me cacho en dié! Mirá dónedneg ote a v encontrar, hermano! le dijo el Profe f o ru on Pedro Perico Bonetti (a “Rabanito”) parfeócsía de madera con dos piernas lungas, y los brao zos com de piragua. La cara era un triángulo ahuevadvoé, rct iocne el n to rd e ad en la cabeza. La cabellera, una jungla roja aacoe m d s o lc e ru e z l á rulitos ensortijados, y algunas canas solitarnia bocho. Su andar se asemejaba a un muñeco de ta dbea cuya cabeza marcaba el compás. Como sti u la D’Arienzo le señalara el ritmo: movimientos pciodrotos sy, rá 92
Comentario [AZ2]: s
n feeó y la m secos de todo el cuerpo. Se sonrió, miró al Pero cabeza. -A vos te mandó Dios, Orlando, ¿como sq aube íat se e ssi ty o n andaba buscando? Tengo un yeite de varios pe ac lo un chofer. mita y mita, colo, mita y mita! le dijo en un u p Fueron a tomar un café, y mientras el Prol afeb ates m a bobo Perico le explicó el negocio. Su vozm e ed ria roncoroni, como un trombón desafinado quc ee s as eve atascaba. Un caso clavado para el foniatra. -El dato viene de adentro, te lo bato sengut irroi f.i l oU que trabaja en la aduana anda con la hermanj ear mdeu mi o a db e la es “descuidista” en los ratos libres ¿manyásn?d H a nm d euy pavadas me contó detalles del fato. Una carg gr a de cigarrillos importados. por lo menos cinco us ednetal a pal a a r cao n reventa. Tengo todo planeado. El camioneroa j v vi un acompañante: van a Córdoba por la hrou.taL oosc podemos apretar entre Venado Tuerto y Lt aa . CE asrelo fá a cb i l .aj tramo de la ruta es una papa, Orlandoo: tr Además, tengo el comprador con vento en la mano. Orlando no se impresionó. Los ojos de ar avep i ñdae perforaron a Perico; el colorado sintió qeuset a bloa n punzando con un estoque de punta fina. Ens too rj onsó lo contempló a los clientes del bar. s o c do en -Dame más detalles, Perico. ¿Qué me baetís v a; netn e el “apretarlo”? Yo hace mucho que trabajo limlpe io m :o no uso chumbo, ¿entendés? Si hocico mala msuáex rite o loe t t ee b me como un garrón. Si pirás o vas pesad c on si siempre fué así pero hoy te buscan y te revnieansta le dijo el Profe d e -Escuchame, Flaco, ¿como podés hacerb uurno la n o ds o ,, “pirata” sin pesada? No hay manera. BatiOmrel a v o . Rabani como salís de la seca sin arriesgar –le retruct ó a f ée ,l la Se quedaron en silencio. El Profe sorbcía mirada ausente y el bocho carburando con rea ld ao cr eale fondo. Puso cara de gil, miró a Perico con us na am suoynri peculiar y se acodó discretamente. Desde una mesa
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se escucharon risotadas: parecían el escape t rdaec tuo nr diesel. c oam -Yo tengo la precisa: hay que hacer m gioa, a r ób n ato, v Mandrake: nada de fierros. Creeme lo que te dijo Orlando mientras arrugaba la frente bya ac so pn ira fruición el humo de su cigarrillo. El Profe se apoyó en la mesa y le chamuyt oó eunn l ra a oreja. El Perico lo miró de costeleta; primernod si doorpyre escéptico. Luego, pareció cautivado. n a prolo c ou . -¿Pido otra vuelta, Flaco? Dejame mastic no sé si es la precisa pero vale la pena tomaernlat a en cu aseguró Rábano. -Mirá Perico, yo iba hacia Barracas pora ur gnu “e e”n. c n a m aa l Ando corto y necesito biyuya: te doy hañsata mediodía. Dejame tu teléfono y yo te llammo,o s¿?esl tea propuso Orlando. s -No puedo, me dieron el “manyamiento”o ya alno d saltos: dame el tuyo o nos encontramos dorna dse. Tqeuie a nd funciona el carburador, Orlando -le dijo conz c u ae pi admiración. -Fenómeno, ni una palabra más ¿te qb ui eendae n Boedo y Independencia a las doce? le sugirió. n ta c , usee Quedaron de acuerdo. Orlando pagó la estrecharon las manos y salieron. El Profep aa gr aarrs óu e lb casa. Era tarde; seguramente Néstor ya nao eensta taller. Se veía serio; tal vez un poco preocupandeog. o Ec li o prometía vento pero a Orlando no le atraía aelmaasnaolto armada. “Perico es de ley pero le gusta la pesada: de que se va a venir con el fierro”, pensó. El neelgsooccioi o y n on d lo inquietaron: era como meter la cabeza eno u peolíg tiro. Recordó la primera vez que anduvo en la joda. T e n í a i ó via a us n ub diez y siete pirulos cuando una noche de llu r a c doen taxi dispuesto a probar. El tachero era un vcieajo 94
marmota. Le pidió que lo llevara hasta Murygui Echandía, en Mataderos. Durante el viaje b er le hnoom e tío u o ir s ores paraba de blablear y Orlando, a pesar del p fr que hacía esa noche, tenía calor. En el bolsl aillo . S e l are 2 campera apretaba medio nervioso la Beretta2 c alib había comprado a un feza puro espamerntuon ops o e t in ó do la mangos. Cuando el taxi llegó a destino, Omrla a , q mano en el bolsillo, tragó saliva y la nuez dne tla guare ga in parecía un ascensor sin chaveta subiendo n yd o bsaja l pausa, lo atragantó: no podía preguntarle ecr ua áne to r o fra del P importe. De pronto tomó coraje; la mirada fie e ieg clavó como una cimitarra en la cara del l v jor i t óy e rp aav “¡Dame la guita o te quemo!” El tachero no usreó e: m : le habló bastante mayorcito. Sin perder la compostura n o p mer eo -Tranquilo, pibe, te voy a dar la guita o apuntés. estás muy nervioso: tomá, agarrá plae rgo unita me boletiés. no te vale la pena, sos muy apr iabev oys p sería una desgracia; también para tus viejos.o T, rpai nb qe u; il el trompa no va a creer que me fanaron pei sroa ñao sm tengo que trabajar de noche, no quiero perl der el ¿entendés? Tomá, cachá la guita y andate. -¿Para qué mierda me contás tu historia?q u¿eA mmei importa si sos el trompa o peón? Bajá del mcoact he el á, , to a . garg an tomatelá! le gritó Orlando con un gargajo en tla v o v ear r a a -Tomá la plata, pibe, dejame unas chirola s lp l vd i eijo jo mi casa, y rajá del choreo, haceme caso -e le taxista mientras bajaba del tacho. r i t! ó l -No quiero tu plata, ¡metétela en el e cug lo nn t e el Orlando, y poniendo la primera con la palanv co al a e a bmaó.c oE nst salió disparando. La mirada fiera se le esfu n oq bronca, recordó Orlando, pero esa noche apureené dl ió n a estaba hecho para el “aprete con el fierro”: aésl enrou ib asesino. ó Mataderos estaba quieta. Una nube comepacderr irta l el paso a la luna y algún aullido extraviaduom ebnr í ala
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sordidez de la noche puso la nota jovial. r aEnl c oi olo, r n aó r p i z od persistente y seboso del matadero se le filtr r ela ave de rapiña. Entró en su casa acompañadl o por e s c tóuitiv de la calle. Marta, la mujer, con su perspicaacipae in al vuelo que el marido barruntaba “algo”. -¿Las chicas duermen, Marta? Si tenés raalgpoi cpa ar me tomo un Gancia, ¿me acompañas? le dijo. Cortó un salamín, algunos cachos deo l opnrov acercó un par de vasos. Las “figazitas” emsteadbi oan gomosas. Con el cigarrillo en la boca Orlaanndcoi ó eescl vermú, echó soda y le alcanzó el vaso a Marl otam. Éi rsóta fijamente; luego de pegarle un sorbo y agarrfaertsaed ue na salame lo encaró: ro, -¿En qué andás, Orlando? ¿Preparandot ounr afa no? Estás demasiado amable para mi gusto. e l -Otra vez con lo mismo; mirá que yam ohs abdla asunto muchas veces -le recordó él. R o ilo g Con el producto de su último trabs ajo compraron la casita. Por primera vez la guits ap ni aon st eó le o n csausa en pavadas. Pero Orlando no podía mantener cla flamante trabajo de tachero. El taxi era e xetlo ,prlea t c eda l o dsa o no cobertura de honorabilidad, su diploma de ciu s hp i ja ar s a, su de la ley. E incluso, la explicación que tenía los vecinos y la cana. o rea e yv Pero el vento es volátil, como el tinnera.p S m ie ex np t lric a só hay que reponerlo. Eso es lo que Orlando le iba masticando la picada con fruición. e rSo en fu a , y s iM n dormitorio, y echados sobre la cama, el Paror tfe proponérselo, culminaron la noche en un abn rs au za ol yse tempestuoso. Como para festejar la tormenp taas,ó qduee largo. v en r tti dc oo Salió a la mañana temprano. Con el van lia en taxi se dedicó a levantar algunos pasajeú rlot ism. oEl j aór d l ae viaje lo dejó en Barracas; y se broncó: ¡¡Se oblvaid b ató nb i ta o l; R banderita! Miró la hora y enfiló para San Caris
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lo estaba esperando. Estacionó sobre Indeipaeny dseenc p and encaminó hacia el bar. Lo vió sentado en elt afo doo, m p a yolí por una columna. La cabeza parecía una anto rci cha n to ovd e il sus ojos, en estado de alerta, observaban ele m im bar. Se saludaron y fueron derecho al grano. o nf l p o ju on . -Tu idea es buena, Orlando, pero tiene tu i mrlo o : hay que “aguantar” el camión después de lemvaánxta e l en media hora tiene que desaparecer de slao p rl óuta trombón de Rabanito. -Si vos estás de acuerdo con mi prop,ost eicn igóno también la precisa para después del apretee .n ePmeroos t S i nca er sg ea. que saber qué día y a qué hora sale con la dato estamos jodidos -le dijo Orlando. -Te lo bato ya mismo: el próximo lunesm pa oñra nlaa s a ln e oc saca la carga de la aduana y a las nueve dh ee la a n daa v r a para Córdoba. Alrededor de las dos de la maatin l l íer ea nrl por Venado Tuerto. Nosotros tenemos que o easp la zona y pegar el manotazo ¿Qué te parece? ie p no e -Antes de Venado Tuerto no va a parar. c To atm t a vo adónde. Yo te digo lo que vamos a hacer. -Bz ahjóa sla n a d oa . sYin a tie convertirla en un susurro inaudible. Perico ib no preguntó más. El Profe le sugirió a Perico que viajara hasta Tuerto en colectivo. d e -Escuchame, Perico. Vos tomate el ómn ibul sa s cuatro de la tarde: vas a llegar a las diez. Pero no te en el bar de la parada. Después de la Esso ohnadya uenna f o ovrofa y r:a y la que comen los camioneros. Sentate a m llegar con el tacho entre diez y diez y media, ¿estamo a rya u td ae -Entendeme, Orlando: si topamos una barlre g a re r ól n me manyan y pierdo. Prefiero comerme esperándote en el boliche, y no hocicar eno l ala. Sgí a, y l “d mejor nos encontramos allá. Además, el quee m e adt ioó” l e ar e quiere venir en yunta conmigo: ¿ a vos que te p preguntó Perico. 97
-Por lo que me batiste del tipo, no me D ge uc si ltea. cualquier cosa pero no me lo traigás. ¡Borrávlior t! i óle eal d Profe. Completaron los detalles y se despidieroen l hl uansteas e é ps id a la noche. Por las dudas, le dió el tubo de lN toi ór y que le confirme el lunes a las tres de la tabrdr iee.r oSne. a t aa. Orlando retornó a Mataderos. La mesa ya peusetas b Besó a sus dos hijas, le dió una palmadaa es ne r oel atr Marta y se sentó sonriente. La comida transsi cn u v u í ae l incidentes. Pero la morocha lo junaba cada eves ze rq algún plato. Él se se puso a charlar con las hijas. l gnoesa -Escuchame, nena -le dijo a Marta-: els alu N oañ man e a. trabajar de tarde y no vuelvo a casa hasta la m esperés y no te hagás ningún problema. l i co ó le . Ella lo miró con inquietud y desazón. Perreop n o nete Era la mujer de un ladrón de autos. Ya antesr sde ec m Orlando Marta sabía que él era un soco de an vteordíao. s E o se sus años de matrimonio ella no desconocían edl eorl ig a nva d ro. ingresos. Hizo un mutis elegante y se puso Oar lla o in. aEdne la l se fue a yugar un par de horas arriba del tax z A a l sric naa . y Once estacionó frente al boliche de Catam e le Encargó un café, y le pidió al gaita con scaaprao d n o teléfono. Se comunicó con un compadrtea f e scai n (compañero de Caseros) retirado de la pn r, ofyesl oió u e í” l ,a p chamuyó un rato. Parece que el loco le dió oer lq “s s s jeta angulosa del Profe se agrietó jubilosal,a byi o lo delgados y finos bocetaron una sonrisa nadRa ecshpiri rlóe. rrac , o profundamente, con indudable alivio. Tomó en l bcoafé j o s . en l chasqueó los labios y salió a la calle con uno sbroillo d ainlg ao El fin de semana pasó tranquilino. El dt oo m ó n familia Roig se fue a comer parrillada a g u n dbeode v ild categoría en San Telmo. Una siesta intermminoab ea y culminó el ajetreo dominical.
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e u n os A las seis de la tarde del lunes el valianot,d lu str negro betún, compadreaba por la Panamerl icpaansaa.r A a a t ilz adbra am Talar del Pacheco prendió la radio; Jorge Vid e e s e P l eugl “Vieja Recova” y los fueyes y violines id bordoneaban un fondo sentimental. Los ojosa, daogsaze an p u e .v A e la la oscuridad y alertas, no perdían ningún destan lle dejó atrás Pergamino y metió “pata”. Cerca de a Tuerto desaceleró. conocía a los bribonesp odlei c í la t r e tel s o se santafesina. Ya tenía el rollito con los bnille a see la s s dedos. Cuando lo paró la caminera y luegof r d a Eh sa ss ot,a l consabidas Orlando le pasó el “paco” y siguió s ta ya fuera de Venado. A unos ciento cincuentae m etb raos la fonda. Dejo el auto a un costado, lejos dmei olos ca Entró fichando a los comensales. Vió a Reanbaunnito C o n so e .l costado, atacando un bife de chorizo bien ju go gorro de lana encasquetado sobre el bocehcoí a puanr caníbal disfrazado de Caperucita Roja.
Comentario [AZ3]: .
d n litro Encargó una milanesa medio caballo, u l e . dPi e j oric “de la casa” y se puso a conversar con el soocio que el camión salió a horario, según el cham o r .o pelafustán. A las once y media pagaron y sne hhu imcie Fueron hasta el valiant; sentados en la oscurpidi taa dr o sn e un atado. A la una recorrieron las calles de TVu ee nr taod. o a iro o,n c Finalmente entraron en la estación de searrvgic r uite p o d , e especial. Orlando le hizo revisar el agua y agce luego pagó y le dió la propina, más jugosa qquuee esl ebife t ó , e le l v engulló Perico. Estacionó en un lugar discaren to “capó” y se puso a revisar las bujías. Cuandl ao tcaepraró del motor vieron pasar el ford con la caba idnaa dceerr n l “Transportes Serranos”. Se pusieron a tiro. cPaemroi ó e v c i eia n lt o no paró en la casa de comida; la noche era egl la y que venía de la sierra siseaba sin misericordia: el marcaba la una y media clavada. Atravesaron el límite de las dos provincias. Des e odsi r y i g is ó un rato el camión pasó un cruce de camin
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hacia una YPF, entró, dejó el vehículo en laa pt raárste, yde ee gg a ó dn o ap los dos camioneros desaparecieron en el bod la estación de servicio. El Profe paró a un ceosl atarduot a d z r y le explicó a Perico cómo llegar al aguo a, ndtai ede d er kilómetros antes de La Carlota. Eso por sdi í sa en p vista. -Esto es un regalo del cielo, Rabanito: yo pens é q u e a h moora s e este gilastrón iba a parar en Venado. Peros ta p o osd etie más cerca. menos joda en la ruta. Así tenmem t a .a amurarlo antes de que los choferes batan el al asuy nuto e lva bnute lto Vos acercame al fondín y después que le veníte atrás mío. Chau, colorado. r o ar zda;r p Lo dejó en la ruta. Orlando se acercó alo F n st uanl . había unos cuantos peso pesados estacionat udo Se subió al estribo, con el anzuelo destraból l oel ypes esti o bq ó ue le p sentó al volante. La primera ganzúa maestrra n d o ha uc n ie trajo buena suerte. Puso la primera y salió e n dru i óta rodeo por detrás de la fonda. Al entrar enp rla ó ” “ todas las luces y enfiló para el aguantaderoa rqrue eg lle a e el santafesino. La carga olía a tabaco y el an reotmr aab p b m r eoleol s por la ventanita. Con la zurda se dió un toré cuore: el yeite en camino. e ro ic o Miró por el retrovisor: el valiant conduPcid por venía a unos cien metros. Pero un Falcon set ólee nine sl er z ó ”c aom espejo un par de veces. La “luz roja de aleenrta n d e e centellear en su cabeza. Vió una curva m uy gnra c o u ay n te o n subida. Le “guiño” un par de veces a Peric da o cia entró en la curva apagó las luces, cruzó la reultal a h r on, a ad contrario, atravesó la banquina y se metióe nbtie unos doscientos metros del camino, amparadl ao oscuridad y un pequeño bosquecito que le areb sa g. uEanrd un tris vió llegar al valiant. n y e e s ite -Escuchame, Rabanito: una de dos, o éuste r manyado, o es una puta y jodida casualidau da .l qDu ei e c modo, nosotros metemos el mionca más aadqeunítrnoo;
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hay tierra laburada o cría de animales. Nosotr t e ó d eb volvemos con el valiant. Esto se nos compu lic batió el Profe. o , -¿Es por el Falcón ese que venía detrán so ?mYío también lo juné: los cornudos se acercaban y d l o tso parecía que se iban a barajas. Yo ya estacboan lis e elr e lo fierros, Orlando, te dije que uno no puede qsuab espera. n re l ass Metidos en la cintura del pantalón sí oa b al culatas de dos revólveres bastantes macizor so .f e Enl oP exteriorizó ningún gesto, pero sus ojos irradiaban secas, frías y hostiles. La exhibición no le gu. sYtóa sneada lo iba a recordar. El incidente con el Falcon les enmaraeñgóo ceilo .n u e d a ij Perico propuso seguir adelante pero el Proofeq le esa hora la yuta ya estaba alertada, que tenían que otra solución y olvidarse de ese vehículo. Pdeeroj a sb ia lo n a m da eñ abandonado perdían el negocio, porque a ala seguro lo encontraba la yuta. Tenían un paars dpea rhaor hallar la solución. o sos, -Yo sé lo podemos hacer: perdidos por pvearmdid e sle mjo a .Le a jugarnos -dijo Orlando-. Estamos cerca ded A Vamos para allí, subite al auto. no discutas, ¡dale! C n a ra l o tL aa . Llegaron a la ruta y tomaron en direcció Al rato entraron en Alejo Ledesma; negaror sr o nneusb . la tapaban la luna y un chaparrón amistoso les mteanndoió a nnd Lceoynl En una loma pegada al caserío, vieron u y e b afr j óase la lona armada. El Profe le cuchicheó un pars d e rla del valiant. Mientras Perico tomaba el volanndteo , sO acercó al camión, dió una vuelta y comproebsót aqbuae vacío. Tenía chapa de Santa Fé aunque esta s e Córdoba. Encontró la puerta abierta; sonrióh osaytis fec e s lo y s c puso a trabajar. Levantó la tapa del motor, aubnlió m n o te t o .r E uno vez dentro del Leyland puenteó la corl rie e n estaba frío y no arrancaba; pero al destrab aro ed le fr m ueid n zaó c mano el camión se deslizó loma abajo y enseo g 101
a roncar. Miró la hora: las dos y media. “Sóaloh po ar sa ó, un todavía podemos salvar el yeite”, pensó. Al divisar el final de la curva, que ya oerad e cloam a aca ls a tig familia, Orlando dobló hacia adentro. La lluavbia lona: como virtuosos bailarines zapateandao l a umnb om v ab l ira t,l Divisó el bosquecillo y a duras penas colum ón a que venía esquivando charcos. Con la barreta forzó las puertas traserFaosr dd: eel l e ga a r tr l aas Profe aculató los dos camiones y empezaron l a r ib tm carga. El frío les pasmó las manos aunque sEud ano . del trabajo era enloquecedor Los dos paraeccíai nnt aun transportadora pasada de revoluciones. m í, -Tenemos que jugarnos, colorado: vos seega uim e a ra a r ee ns pegado y sin perderme de vista. La yuta nosp v s aors La Carlota, pero nosotros los vamos a joder.a Vp aam j aem Venado Tuerto y Pergamino de costeleta, y alu goo s b r b qu uc eo hacia Rojas, Salto: tenemos que llegar a Chpaoca allá estamos arreglados, tengo un amigo.o Ym eaj o lr podemos vender el muerto -le dijo Orlando. No perdieron tiempo. Perico no entendía n reconocía los lugares por los que pasaban L pe ey rl ao n ed l ié a n; t engullía las distancias. Antes de Rojas cargóa mnbaft Perico llenó el tanque del valiant. A las cincl eog ya rpo inco l a Chacabuco. Hubo tramos en los que el caamb iaó.n Avl ol rato de traspasar las cajas, la lluvia amainós. eEg lu cí aielo encapotado, pero no volvió a llover. Dejó el camión en las afueras, junto aE on truonsa. e l éf estación de la Shell pidió la guía. Encontroó n eo l dte e fd u iejo r a qu Enzo Dogliatti. El hombre lo puteó. luego le para la oficina del galpón que usaba comtoo . d“eSpi nósi mucho aspaviento, con discreción”, le dijo el Enzo. dn e Llegaron en un rato. Dejaron el valiantp aar u , q la u e b éol ca manzanas. El Profe le advirtió que no abriera iba a hacer el negocio según se dieran lasD co og sl iaast.t i llegó con cara mufada. 102
a -Buenos días, muchachos. Che, Orlando,e vvoass m hacer agarrar un síncope. ¡A la cinco de la matina! que sos exagerado. ¿Qué miércoles de atpeunríoa ,s ? Bueno, desembuchá, ¿qué tenés? inquirió el tano. s :ar uan -Escuchame, Enzo, tengo una papa listav o p camión cargado con cajas de fasos importadeonsd. oTel a v mercadería y el camión te lo dejo por chauqcuheasn opor r airt está “preparado” ¿qué te batís? Tenés quee da eh co id mismo; lo vamos a ver ahora, y si tu oferta es cerramos trato: te quedás con la mercaderíal a yn del Ley propuso Orlando en un discurso de corrido. s u El tano Enzo se relamió en silenció mienñtra ab sa g ui e sot a lo b as ojo a repetición. Perico pensó que el tip jodiendo: casi se rechifla. -¿Y quien es el coso éste? preguntó señaal Rabanito, mientras iba a buscar la cafetera syv aa lsgousno ó te e.l que hacía mucho tiempo que no veían deteS rigr vei n café y se quedó esperando. -Me extraña, Enzo: ¿cómo se te puede oceuvrro iyr aqu venir con un gilún? Éste fue mi compañero addea reannch Caseros, un punto de muñeca, de los bueneoxs.t r amñ ea , Enzo. -lo untó Orlando. p a sdto ay , yla -Quiero ir a ver la mercadería: si vale te si no llevatelá -le dijo Enzo. i . oEgl Los tres se acomodaron en el rastrojero ldi aet tD “comerciante” dió una vuelta larga antes dhea vc iiaa jaerl jen óa y lugar. Bajó con una linterna, corrió la olo m e i rsópu cargamento caminando alrededor del Leylanéds. D o o s sy s el camión. Era casi nuevo. Se aproximó a loo sc id les hizo una oferta. Orlando lo contempló mcoi rna dsau helada y penetrante, diciéndole con ira no disimulada: ? -Pero vos querés culearnos, ¿nos ves jetial u ndees g v ol scul Nosotros hacemos todo el laburo, arriesgamoosy e o .á nos querés arreglar con chirolas? No camsb,iát sa nm Subí la oferta o nos piramos.
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s tl acbie a lo Volvieron a la oficina. Ya era de día, peroe e encapotado y una bruma remolona jugueteasbcaa el lne sla r aen tla e sb, de Chacabuco. Los tempraneros, con prisau d bostezaban el madrugón. La oficina de Enzc oí a puanrae heladera SIAM sintonizada en “extrafrío”. jid a d pyrol Dogliatti dibujó una cifra en el anotador, i c on e ed s iajo esmero. Los dos socios se miraron y el Profqeu le proposición no incluía el camión. El tano mnoi l a sn eó ; a l ú m ro subió un poco más su oferta y les batió quee e sel t i e a precio. Agarraron viaje. Les dijo que iba aa bguusictaa r: l “Orlando no me acepta cheques”, le comenitcóo ac oPner una sonrisa. Y el guiño. Salieron de Chacabuco después de lao s d oe chl a r o ss , mañana. Las bocas ufanas como buzones; r oys tlo cenizas pero radiantes, expresaban el alivaio f adeen al cumplida a pesar de los contratiempos. Perico se acomodó en el asiento, la cabeza ah ga icriaad la ventanilla. Los primeros esbozos del d ní auevo esfumaban entre los pliegues cerrados de la uneiecbalaí a, q cortante sobre el asfalto. Cuando el Profe aalcvaenrzól a s ru barrera de la cana ya fué demasiado tardem. aLal o b jodió bien debute.. Cuando les pidieron que se identifiquenn,i t oRal ebsa p t uta rad s ey ca dió el documento original. La yuta tenía la lis en el acto le dieron el manyamiento. “El Periicvoi veeszea: n e tuvo para engrupir a los botones con une ndt oo cud m prestado”, pensó más tarde. Menos mal quee en lt ePrrroófe la artillería en los fondos del depósito dye dEe nzl ao s trala bn a do revisión del auto no saltó nada. Pero tambiéne O l uile s os;a in l prontuariado. Los llevaron a San Andrés de cG c ó ar a tla valiant. Un abogado malandra que le pusos a M a t usil n a r .c Profe en quince días, cerrándole el prontuaarrio Ducho y relacionado el leguleyo ese. a Le dieron la libertad desde la delegaciónn .dMe aLrut já y el abogado lo estaban esperando. En el auto del a m ei t u e ny tr viajaron hasta San Andrés de Giles. Después ád
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e nsc p i aesrte el papelerío que iba y volvía, le devolvieronn la y las llaves del valiant. o vdeers sa dd e Orlando y Perico tenían el “espiche” con a r o lo n a lle antes de salir de Chacabuco. A Pedro Bonevtti a Buenos Aires. Se comió un garrón más largoa vqeunei dla Rivadavia. Pero el Profe le puso el mismo av, eq uneegl era alivió el prontuario y lo sacó limpio como ael s aa ñr od, ea p que estaba pegado a una causa bien gorda. Marta y Orlando llegaron a Mataderousé s ded sepl y mediodía. El Profe metió el valiant dentrcoa sdae, la e aatio l o ,s pe aunque estaba lloviendo corrió el toldo dels p alaridos de Marta y las chicas. Se tiró debajoy ldu eelgaouto a ed earr l aib de cortar el alambre que la sujetaba, sacó d u eñ junta del caño de escape una bolsa de papaedl o eqsta le dió el tano Enzo. e l rPio r o fy e Llamó a la mujer, entraron en el dormito abrió la bolsa: un imponente paco deslumbroór oac hlaa .m b rcaia zn ó aa, a Aunque no quiso, se rió como una gila provin a b n ir su hombre, y luego se largó a hipar. Orland o a lac om . el a una sonrisa relajada. Le aclaró que la mitadmeirgao d El robo de la carga de los fasos se coennviru tnió enigma, en “ser o no ser”; “estar o no estara”s. oAs sloe s f los tragó la tierra. Los tiras investigaban tdoadtoo ss , los , todas las pistas. Pero los importados se habmíaa nd oesofu como lo contó Orlando con su risa contagioh si cai e“rSo en humo. como un truco de magia hecho por Mandrake”
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6. El que roba a un ladrón.
Hay veces en que uno encuentra la buer tnea a sul ae vuelta de la esquina. O es lo que cree. Desupnuél asr gdoe j an, a tiempo de andar a la pesca, sin recibir unab a br aue Orlando Roig, sonriente pero con las antend aa ss , psaera topó con un viejo compinche del barrio. Cahroartroit,o y b medio “deme cinco de verdurita”, invitó al mPraor feu na to o yfaci cafecito. Según le batió el ñato, tenía un nelgo on cgio p a or ra t a tr r a rendidor, pero le faltaba un “cuatro ruedasn”s p la mercadería. -Escuchame, pibe, muy “facilongo” no dep bo er q sueer, m . e Yu n si te hace falta un mionca es algo bien serio daeci u yn at?a cosa, ¿porqué me lo proponés a mí si te debjai y ta le dijo Orlando. e nY , r -Te digo, viejo: en el camino a Turdera pi og ro yla d e fá l abri cruzás las vías y agarrás a la derecha: hay cuana r e io . san puta. En los fondos tiran las sobras de yalcuomb in No hay vigilancia y podés cargar un camión: t r ode e rlía. comprador y te garpa cuando le bajás la mepreca problema es que no tengo “rapiflet”, ¿entencdoéms?o es si querés bailar y te falta una gamba! -le dijo el tipo. El Profe le prometió pensarlo: “En un dpíaars dt ee contesto”, le dijo. Pero Orlando no era otaerioi ;b anoa s enganchar con un raterito de morondanga,o pernimu enriz choreo de carpeta. El vecino (Luis Cacciatoren oemrab reel t o”) m s óe l y en el barrio lo conocían por “Cinco ‘e Gaosfio i s t ae. nE cuando manyó que el Profe había terminadov la trl e tipo era más flaco que un alambre. Caminaba dobl mientras los brazos parecían péndulos espaantuannado b o os s manga de langostas. Los pantalones erant u d sostenidos por tiradores deshilachados y suci 106
“chomba”, de enorme que era, se mecía como una enroscada en su mástil. Orlando fue caminando hacia el valianpt.r e Sqieume andaba por su viejo barrio visitaba a loasd rce os myp s ao.e L r aa b finalmente caía en el bar de Cachimayo y Croi b caliente y la cara del Profe parecía una c y chorreándole gruesas gotas de un sudor prin maloliente. Tenía que emparchar la goma o deen aluaxili gomería de Troncoso, en Garay y Catamarcg aa.r Ee lr alu muy frecuentada por los frailes noctámbulos. Los taxistas y camioneros sabían que c eh le bdoeli “Tronco” funcionaba día y noche. El dueñs oi e mcapsr ie O rclió a nnd d oe laburaba hasta las dos de la mañana. La rela con Troncoso tenía una faceta “comercial”. Nvoi rpp aerr ao vi o m e r oa: al menos para pucherear. Esa vez fue de cglie nte n n r etr í aasy s “A cuenta de la casa”, le dijo el Tronco, mo ie sacaba la lengua por el hueco oval de su bocn at essin. die Sin saber como, le brotó el nombre “Lecohmugo au”.n C ” ueic n idealdo vértigo imprevisto. Su primo Manolo, el “s Departamento de Policía, se lo había mencOior lna an ddoo. lo conocía, pero debido a sus “especialidaedr eesn ”t e ds if tenían poco trato, aunque estuvieron una tea mj upnotroasd tiz ó en Caseros. Elvio Leguchoni (algún bastardb oa ulo re “Lechuga” cocteleándole el apellido), era o ubni e ntip parecido, con ojos verdes que llamaban la ,atyenu cn iaón voz que parecía una escofina limando un e vsidi fróion . d Fumaba sin “recreos” y le daba al escabisoc o s. inE l a negocio de Elvio era la “compra y reventa” udi ee r ctui paolq de materiales y deshechos industriales. Orblaí andqou esa ib n a. Y vivía por Castro Barros, pero no tenía la diraecl oció a ubicar: tiempo al tiempo. Es que el negocl eio disgustaba. m ne e n lt om Enfiló hacia Mataderos. Entró en su casao e en que Marta, la mujer, preparaba la mesaa cpe anraa. l
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o no scuu s pa Luego del intercambio de arrumacos, los Rorig lugares y atacaron los vermichelis a la maonntemcaá ,s c parmesano que pasta. e it,i ó le e l Orlando preparó una “sangría” con Cremsp Ee l ch aie l olo r. jugo de un limón y una cascada de cubos d apretaba y el ventilador sólo espantaba a loso smc oa sr qa uit rotas que andaban por el techo. Los más sádi a r prendían a las piernas y las dos hijas empa ezc ah ri ol l n n o como pollitas histéricas. Marta encendió upne rBo ud a sirvió de mucho. El Profe, haciéndose el eogsóo, u an l pretexto y salió de la casa. Al rato estaboa pvioarjalna d Hipólito Yrigoyen en dirección a Turdera. e ráan Mucha gente de vacaciones en febrero. s iEt ol tr c tso rceosnd fluido, y los semáforos les hacían guiños a ulo que pasaban en rojo. Cruzó las vías del tren y enseguida atomó h s rde ec e la derecha. Vió a lo lejos los rectángulos fosfo nte s .a Ncoia fábrica. Estacionó el valiant y fue caminanedlol o h m ceute rn o sta pudo acercarse: esparcidos a unos ciento cin de la edificación estaban los desperdicioa sj .o Extr n nf otrro m zao e linternita y alumbró; se acuclilló y recogió u de ele. Era aluminio y por los alrededoresu ahlaq bu íiae r c s z cantidad de lomas de aluminio. Se internó unmoest rdo ie e du un j oo; y le llamaron la atención unos caños. Levandtó m ito e d si de ans que era cobre. Vió pilas y pilas de esos cañ h om r a ás de treinta a cuarenta centímetros. No nece. sAitó e l eatu venía la consulta con Elbio el Lechuga. Se m iót oen mientras un alegre trémolo sobre la zurdad óleq ru ee cor u oclv a isó a .a s hacía ya un par de minutos que no fumaba. V Marta lo estaba esperando medio dormidoa.c hEe sal a n leona no estaba para convites sensuales. e p l Calentó el café, prendió otro faso antesa gdaer a u e u anterior, mientras contemplaba las caprichor sa as sq fig bocetaban las volutas. Era la medianoche. “Ten levantar un mionca volcador con grúa part ar e acrabl aes
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s u a b are meresunda”, filosofaba Orlando. Ese paso n o l tle muy complicado. Tomaba el café, pitabad, ayb asel a rd o rascadita revoleando los dedos sobre el coqsutai edo iz. o n o cé í al La venta era su problema. Los malandrinesc q ue se dedicaban al desarme. Pensó en Lechuga. Se acostó al lado de Marta. La cabelleraa doe scl aur mujer contrastaba con la blanca almohadbar.i s aLlae provocaba un manso placer. Una frescura reepnavroalnv te e áirgau también al Profe. Contempló a su mujer. La m dial a d o ,o bravía se fue enterneciendo. Parecía un gf eantos i vin disponiéndose a cortejar a una puma heml ibgrrao s pa e, la n d z o: extraviada en la jungla. Su ternura fue muyO rfu ga no era hombre de mimos. e y no ac l h Se durmió. Una pesadilla le arrasó la despertarse no quiso rememorarla. “Que nqou ejosdea, raje”, murmuró pegando un manotazo. Se lee vmapnte óz óy a telefonear. Recurrió a sus compinches tratando ednee r obl at u eblr ta as s dirección de Lechuga. La morocha oyó pas la desde el lecho. Le bastó para captar: Orlando com una nueva ronda. a rs a -Qué bien que te levantaste, Marta. tenga ol i rqpue chamuyar con alguien -le dijo. -¿Es para buscar trabajo, Orlando? ¡Ah, me bárbaro! le insinuó Marta con sorna. s coon eB Lechuga vivía en Castro Barros, entre o D a dcaione Yrigoyen. Inquilinato típico, cuatro o cinco hsa,bcita una con su cocina. Elvio ocupaba la última,u cj eorny lae l m pibe. Lechuga estaba “regalado”; el fondo de sus ojos a dso. C estaba estriado por una maraña de venitasa rrgoja n tsa c de espaldas, avejentado, era carne de gayolau. aAr e lo pirulos se había pasado unos quince en canca.o nVilva ía n ,h concubina y un pibe que bordeaba los traercl ae.t á C entrador y medio artista, era capaz de vendd ea rz ound epe bronce como oro dieciocho quilates. Vivíaa p da er l a l
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elucubrando los negocios más inverosímiles si e, mqpuree i b uí e a urn tenían algún viso de ser posibles. Hasta q ec adelanto y se hacían humo, él y el negocio, opmure as pr g b i la u n eas de guita fácil. Generalmente, emperifolla s codiciosos y avaros, cuya ambición inescrupl oulo i r .a sLo ds e t tumbaba en las redes tejidas por Lechuga e ésso q p lu óe l “defraudaciones” lo tenían remanyado. Despu a e , L los “ahorros” a un oficial inspector de la jefaa tuP rlaa td recibió unas palizas de órdago. r a c yo Hacía un par de años que se dedicaba map la t i c os s y . pl reventa de residuos industriales, metales, teáxstile Tenía reducidores, medio en ley y medio ddeol . oEtrsoa la era la razón por la cual el Profe decidió recurrir a Lech Lo esperó en la puerta de calle. Fueron ehl ag sr atan oB o n c o y entraron en un bar. No paraba de hablar. r E mp ezn a e e l café y Bols: el Profe no tuvo más remediog uqi rulee s tren. Le explicó el yeite a Lechuga y le ptroedgounl to ó d fi e jo n do e le concerniente al mercado de la reventa.. El Pro donde venía el fato, aunque Lechuga intentó son datos. r ora”m -No tengo problema en venderte la “faetu , ep tenés que dar la cuarta parte. Y otra cosu aé:s ddeesp rata cargar el camión yo se lo llevo al compradoró:l oel ttip os conmigo, Orlando -le dijo. b a rte -¡¡Qué carajo pasa, Lechuga! ¿Tengo pqr oue algo? le dijo el Profe mirándolo fiero y resentido. r a csoe -Pero entendeme, viejo, ¡no soy yo! El mqup e cubre, ¿cachás lo que te bato? Una nueva ronda de ginebra atemperói mloo ss áy n g ae sLeech finalmente arreglaron los detalles. Los ojosu d veían como círculos rojos y en el centro dos pe aceitunas verdes. De tanto en tanto lo auhon ga abt oas au escabrosa y enfisemática, mientras el rostror sp eu reamb p O s r l aonjo ds o. y unas lágrimas solitarias le bajaban de lo prometió tenerlo al tanto de las novedadeós hya ceina fil 110
, ls a scal Turdera. Quería conocer el terreno de día, vel ers la viviendas y los “rajes” posibles.
Llegó a Turdera en un rato. Siguió a pien daocseercaá a e bs a los fondos de la empresa. Un tractor grcúaar g d e s o, residuos. Mientras se ataba los cordones dec alos si n m el Profe vichaba la actividad de la grúv ae .h í cEul l o desapareció dentro de la fábrica y al rato rteetrorrennóo al volcando la carga. Orlando supuso que a lcg ou nn a a cec e irdlió a h periodicidad venían a llevarse la chatarra. D n ín a teq.T u e e operación esa misma noche o a la siguie levantar un camión grúa. Había visto uno por Lugano. A veces pensaba en su familia. Marta, que lo mientras estuvo en Caseros; Estrellita, que p ao nrdlao bs a n a, c doce años; la beba, de dos. Se sintió intraonnquuilo angustia rara, inusual. Prendió un cigarrillo ays csóe eennfr a ras. e ¿ lo suyo. Quería acabar con el sebo, pero duAdl az b con mercadería para reventa era una bouleu nc ai ó ns? o n n apl r .o Efe n si Estaba “encariñado” con su trabajo: él era u o l dta e lle el “gremio”, los que lo conocían valorabann t e ra . Profe. Sabían que no había vehículo que n se eg ale r enj a Muchos recordaban sus hazañas, que chamud yeaoba a oreja los muñecas bravas del oficio. “De recuerdos y pálpitos no se vive ni sef amr fourlflaó ”, e n Orlando. Terminó el paquete de cigarrillos een net lo m om c h e de que llegaba a su casa. Era cerca de la una;l sc ao lió t oo caminando lentamente. Se lo veía fastidiadao,p cu on m o n in a di de estallar. Las venas de las sienes en tensióc na rle Marta que era conveniente no preguntamr enni t acr o. Almorzó en silencio; mandó a la hija a comparat ardleo sdos de cigarrillos y se fue al tallercito montado oend eel l afond casa. a iqóune g Revisó la ristra de ganzúas y llaves. El cr aú m había junado era un Volvo; no tenía llaves aas prp oepr oiad a coerq u ya se iba a arreglar.. “Estoy ‘cabre’: debe seerh p mucho que no ando en un choreo de esoasr. a Yq upé 111
e s eg ” ,ofi carajo me lo tuve que encontrar al “Cincoo” ‘e r and qo u.é P pensó. “Seguí en la tuya, arreglate solo, Orala a n ieard carajo te metés en fatos que no sabés coma ov m terminar: Lechuga, Cinco e’ gofio, reducide orneos qu S am l ip ó o! baten ni medio, ¡rajá, abrite que estás a” . tie dispuesto a cancelar todo. a n t eoss y Entró en la cocina. La mujer le cebóm u cambiaron algunas palabras. n r té a s r ? co le -A vos te pasa algo, Orlando, ¿no me que dijo Marta con mucha prudencia. -Tengo algo en vista pero no me gusta. , Nv oo y séa carburarlo -le dijo el Profe Se quedó en la casa hasta la medianocchael.o rEll o a o j o sp oe s envainaba con un sudor espeso; eran cogm coágulos de alquitrán. Se duchó de raje y crounmbe el ó e g sa rde a l valiant hacia Lugano. Iba por Cosquín; anl te Tabaré advirtió el Volvo. La grúa, proyectadtar a ps ol urz el fantasmal que le daba la luna, parecía lad etoru rneta c ato , tanque de guerra en una espectral imaggerná f ifo cincelada en blancos y negros puros, definidos y acab No había gente. El silencio parecía una conspirativa. Las tinieblas se hallaban trepb ar edalsa sso paredes, difuminadas como sombras chinest acac si o. n Eó s pb uó e rla t a ss más adelante y se fue acercando al urso. Pro con suavidad y destreza: nada. Estaban ceornradu an sa c hermeticidad enfermiza. Iba a tener que levPaantr aa rulon. “ corno”, pensó con rabia. Tenía que avisarle a Lechuga: lo iba rai r eascl ua r e a noche siguiente. Se tremoleó el cuore. rEr li l l ocilg pistoneaba entre los labios y la cólera fue cen di ciei óndl ao. I e s m. pC l óo retirada caminando con sus piernas comban dt a al Volvo con ternura: fue como una terapia “al paso”. al mionca, se olvidó de la chatarra, de Lecdheugi nad y mais. e sp ; in sc eh Hizo varias llamadas a los viejos com interesó por el precio de metales y quiso soanboecrí asni c
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algún fierrero de ley. A la postre se conveqnuceió l ade r ocis n a o. cotización de Elvio “Lechuga” estaba en la Ppere le gustó un pito eso de darle la mercadería. is a t es.i El bocho del Profe carburaba en “primerda”e .s C o nunuic nó De pronto se le ocurrió una salida. Se cocm antiguo compinche, Antonio, el “Cabezóonn”.i o , Ao nt también Tonio, era un tipo sin muchas luo cel esa lpey r firme, en las buenas o las otras. g n ó nbo qd u e e Se encontraron en Boedo y México, en u o a s r c ad te o sm se caía de jovato. Tonio se emparvó con un p bien fríos. Orlando le explicó el yeite y le habló de Lec -Mirá Orlando, este Elvio está regaladcou: i dtea nd éo ó Tao n iir oti , porque oí chamuyos de algunas hocicadas -le dv s e mdié en mientras se empalmaba el tercer moscato dreo la gusto. i n itu -Yo te bato la justa: te venís conmigo. voGso cr don ? aM y después hacés el laburo, ¿te parece bien, nC bei rzáó que confío en vos -le aseguró el Profe. a g A la mañana siguiente arregló con Elviaor ey l llu hora. Se iban a encontrar a unas cuadrasa sdae dlae c Lechuga. Orlando lo iba a ir a buscar con un taxi. o s s. -Vos me dejás el camión después que carg¿ ay mv o como te arreglás para volver? n eejá l -No te hagás problema, Lechuga: vos ms ee d camino, en un feca donde yo te pueda espv eo rs ary . eal vento. Vos seguís, descargás, y venís a busccoanrme el q u e mionca. Yo lo espiro y vos te vas en tacho. lo myisomo -le dijo Orlando con cara inescrutable. e n Levantar el Volvo fue para el Profe comoa dc al ars u de digitación para boy-scout’s violinistas. Éle es rpae cuine a de Nicoló Paganini, y el camión un “Stradd ievarl aius s” rutas. El pedazo de Lechuga lo contemplaba i cr aocni óand,m l to ar s v du ee entre el plisado de sus ojos, replegados p ginebras y anisados.
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Dispararon hacia Turdera. Orlando viajar bcaa lpl eos l ep r aara segundonas, sin lustre, porque lo importanéte a .e l eludir toda posibilidad de toparse con barraercaasn d z as r d Entró en la Hipólito Yrigoyen, pocas cuadraesc ar nu te las vías del tren. El calor los asaba, como ad uo nb ei esnpie o rl o á sc adobado. Orlando y Elvio sudaban, y el iod lo impregnó. Pasaron las vías medio chuecas ayr opnene en tr la oscuridad pantanosa de la noche. Corno tneml opsla d elge ventanales de la fábrica. Parecían rectángulons t re es fu un planeta inmóvil y lejano. Algunos vecinos, sentados en las puertas de sus se apantallaban con diarios viejos y cs artone t oe. l asa seguramente, empleaban para avivar el fuegdo i d s o o -Escuchame, Lechuga, no tenemos tiemppo i eyn n o e r arl volver más tarde o mañana: tenemos queo ahhac mismo. Acercate a esa gente y chamuyáteloe ss : qdueecil nosotros venimos a cargar los deshechos mpoarñqaunea o u , i hay una inspección de limpieza. Vendelese rcuf aatlq d iuje ode Elvio, y yo mientras tanto cargo todo lo quee p ol -l Profe en un susurro maratónico. Lechuga fue a embadurnar a los vecinos r úaas dla e l g cháchara. Orlando lo veía gesticular mientr ó ua n lc Volvo cargaba los metales. Alguien, inclusaon,z le r o f ee vaso con algo: “¿Grapa o agua?”, se pregl unPtó mientras el guinche no descansaba. to o . m L e Terminó su faena. Lechuga llegaba en eseen m e l r on narró al Profe como envolvió a los gilunes, y. pP aorrtie S oan retrovisor vio seguirlos al Simca Gordini del C breizó ón. satisfecho. Estaba convencido de que todeog úibn a l os planeado. -Te espero en este bar, Elvio: traé la momsciao nyc ael -le dijo Orlando, con mirada dura y sombpraías .ó Le el volante a Lechuga en José María Moreno y Cobo. l Luego, fue caminando hacia Cachimayoó ye nene tr d e s l atre viejo bodegón del barrio. Eran exactamentes la 114
n n matina. Una brisa repentina dispersó el airt ee . cDaolie r ana c og nine Cosme, el viejo trompa del boliche, le sirviób u hielo y le trajo una jarrita con agua heladcah. a Lda e can bochas, desierta, roncaba suavemente. Un parroquianos veteranos fumaba en silencioa ,n teo nl a t a l gur um n u a sró canícula decidió no dar tregua. Orlando le m f ol n te o ylé palabras al dueño. Sus ojos señalaron e enseguida regresó a la mesa. Alrededor de las cuatro se escuchó berle tim o sill teléfono, uno de esos antiguos aparatos cona h, ol irs qt u para el museo. o s m -Orlando, es para vos, un tal Tonio. -le dijo doe n. C Tomó el tubo, escuchó en silencio y asmeine tníat r, a s los ojos aguileños se le iban ajustando igual aqguael uuz n. tr Colgó, pagó su cuenta y se fue. v il ó ra a tl Un taxi oportuno lo dejó en Belgrano.o A Simca de Antuña. Fue a su encuentro y le dijole qpuoer d a sm r l Castro Barros. Frente a la casa de Lechuga e taubj ae n e g y el pibe, con dos pedazos de baúles. Un frr aedsca ob l a e n ml e a n quebraba la pesadez. El auto se detuvo disctre eta vereda de enfrente y el Cabezón se escurrió en un l ovi El Profe se ovilló cuanto pudo relojeando pors oerl yreetr a u t oenf u er espejo de la puerta. Después de un b acercándose el Volvo. Se detuvo un momento, y sin l u ueje g ro Lechuga cambió algunas palabras con lay m n l. siguió viaje. Orlando esperó a Tonio y siguciea rmoni ó a Lechuga lo estacionó pasando Venezuela. Eam l i ó ch d a e ,l s caminar hacia Don Bosco. Tonio, como una afle u g , e yc coche, rodeó con su largo brazo el cuelloh d ea L t o .dS empezó a apretarlo con fuerza. Orlando baujó eli n a C oorm apuro. Miró a Lechuga con frialdad de m guo e. dándole la extremaunción. Elvio temblequemabeaó ; esne los pantalones y ronroneaba con la gargantaa ap po rr eetal d v i om l eetd a io y abrazo “pico de loro” del Cabezón. Ya estaba l . nce fina sollozaba. Parecía una hiena en estado de tra
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-¿Se iban de paseo, Lechuga? ¿Te olviddeasqteu e a ? tenías un encuentro conmigo? ¿Y qué pasó bcioy nu y la ¿La perdiste en el camino?.Ahora dame el dváemnteol,o . n o t o.¡E ! le Sos una rata de albañal, un curda mal pare id l v dijo el Profe mientras le daba un cachetazo de lujo. s apceazró El cabezón le aflojó la presión. Lechuga aem o lo manojos de billetes de los cuatro bolsillos deE ll lo mrpaa. l st ginebra volteaba y sus gemidos no generaroi mn a lad elá a n Profe. Éste guardó los billetes mientras le ghuaci ñíao u n b dó o . yOerla l Tonio, que con un par de trompadas lo tum Cabezón se fueron mientras el Volvo quaeddoó evnar Castro Barros. -Me da lo mismo dejarlo aquí o abaondeonnaerll obelisco -le dijo Orlando a su amigo. -Es un flojo este Lechuga, Orlando. Tiennee laf o cf aa:r e rsotim lo a está podrido y regalado. Te juro que daba p lá fajé sin asco, ¿no te dije yo que la muchacmheandtaa ?co dijo Tonio. a j apra sr ea -El hijo de puta este tenía todo preparadr o a s la , s con la mujer: ella y el pibe estaban amuradosv acloi jn esperándolo. Seguro que cerró la sapie con yca n :e e candado. Conozco a esta clase de bosta de gs acyaorla podrida -le aseguró Orlando. Le dió a Tonio la parte que iba a recibir L advirtiéndole que no se hiciera ver por unos edínaos sye qu diera carpeta con los amigos. u e h air ya -Olvidate del fato, escuchá lo que te baqto .M muchos buchones en el gremio. Chau, Cabez portaste! le aseguró el Profe. A las dos semanas Orlando fue de vissuitav iae j o barrio. Era un mediodía agradable. Sentado iec nh el bol o p daeñ don Cosme, saboreaba un Gancia blanco aca od m o maníes y aceitunas, cuando apareció como aunC ián nc im : ‘e Gofio, que con una sonrisa enigmática le df eijo al Pro 116
-Che Orlando, te hiciste humo. No volve í pao rveerl t barrio. Y.: ¿pensaste en el negocito que te propuse? n o o . l oN -Mirá, pibe, no es para mí. Es muy joo d, id q uy e o; puedo hacer. Buscate a alguien más piola qy ue ? DG aol fio e , tengas mucha suerte. ¿Tomás algo, Cinco ‘e que invito yo. ¿que te pedís? le ofreció Orlando in e a ncdao Se quedó un rato paveando y luego sem fu por Cobo. Los tiras lo rodearon, lo enchufaraoun t oeny el a mas o rd a e . salieron de raje. Eran de la “Camorra” de LZom Alguien les buchoneó los datos del Profe. “Este L borracho perdido me dio el manyamiento”, fue er oloq uperim a b “ l eHo pensó Orlando. Ahora tenía que funcar conno rla u n ta Sociedad”. “Mejor que agarre el lápiz, apfile la y os empiece a apuntarme en el bocho las psregyunlta ”, apretes. Así voy a avivarme de donde vimenaen o la masculló Orlando. Aún tuvo tiempo de peensvaar:n “aM u io v osceó e : q empavurar antes de que empiece la biaba.”. N enseguida comenzaron el trabajo de ablande. El Profe era un tipo muy duro. Demasiadpoa rdaure ol s eian gusto de los botones. Largó un par de hechooss yliv hizo cargo de las gomas del Dodge 200. Ndoe dq uude ó l eu Hormiga Negra lo pegó a esa causa. Pero c , gl e e hablaron de un “Mercedes” robado en unaia a surgieron nuevos nombres o circunstanciaisa, s pdroe pl mundo del hampa. Orlando iba a descubrnirt e, dl ausra peripecias del proceso y su vida en comúvni e jcoosn c h ode compinches, las causas de su caída. No le smiruvió por que estuvo engayolado largo tiempo. e lu Marta le puso el hombro durante esos aañnodso. C Profe fue liberado, cada uno agarró para su lado: M o ror í asn las hijas y él por la suya. De vez en cuacnd e rumores sobre Orlando: que estuvo de visita en Cha que fue visto en Córdoba (sin el mítico valianqtu ne esgero), e ee l s dedicaba a negocios de compra venta. Lo ciqeurto
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e lb “levantador” de mirada aguileña, las piernaadsa sc,om pucho colgado de los labios y los trémolos bsoobboreh ael desaparecido, aunque todos los veteranosf i c di oell o o n tni c a o recuerdan como a uno de los más grandeust,é u . in profesor del levante, ojo clínico, prolijo e infaf ileibr rleo ,s s De una clase que desapareció del mapa •
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La cuenta impaga s Es muy duro escribir acerca de crímenee s.l aY d consecuencias de esos crímenes. Sobre todo si n n te r . eci hechos ocurrieron en un período histórico eta Cuando la impunidad, aún, se regocija coo nr deel dol l os s. D los otros. De los reprimidos y los muee rto z idsete pa desaparecidos, que no han merecido la tr o e lallad una tumba, y sus familiares, que no han h simple consuelo de una memoria con nyomb apellido. Las condenas morales no sirven. Son una gratifica d a una especie de condecoración de hojalatao ,l ain t e rp con disimulo y aprovechando la abulia que a v desarma la vigilia del sector contestaetarl aio d sociedad. Escribir sobre ese período, pues, no me f resultó Hay mucho luto, muchas tragedias, muchr taess .mue Millares de víctimas padecen, aún, la coebalro sdía d o nen l aes s asesinos que los desaparecieron. Los crím cuenta pendiente, el capítulo no terminado, la d impaga. Por eso los familiares, los pi rsot atas gon e n sobrevivientes, los amigos y la sociedad, n o npiued n ro ss u ig ue deben “cerrar la causa”. Los asesinos p vida, paseándose entre los recovecos de nlat i nAa rge d e ucho posproceso. Las molestias son mínimas ys m los ejecutores permanecen en las tinieblas anonimato. Acariciando cabecitas de criat sonriendo a los vecinos; haciendo comprlaoss en supermercados; almorzando los fines de semana toda la familia. Una existencia pastoral, y idíli conmovedora. Las manos perjuras, salpicadas sangre y horror, reciben el tratamiento de cost manicuras. Y el mundo sigue andando.
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La visión de mis relatos es antitriunfalista, personajes de carne y miedo, imbuídos ds em oh,eroí llanto, delirio y tragedia, arrojados irrespeonntseablem ta a r i ay, soli a la aventura de una muerte atroz, anónim o víctimas del funesto plan de represióno dpiso er ñad a np m o r edid la inteligencia militar y ejecutado en gra los infiltrados de los servicios vestidoosp acjoe n r activista. Cada uno de estos relatos ha sido para mgí aurnr odes a muy profundo. Como “La Huída”, que recre experiencia personal; el joven militantea ddree “M Orga”, que deambula entre el miedo físicoo,r eal tem la muerte, y el sentimiento de culpa que le gener los compañeros caídos; el pequeño botija our(u“ Yguay entonces vinieron esos hombres”), víctimar odrele hor Ls a de inocente de toda inocencia; los dos vie“jo g i oartirol sospecha”, lastimados por los fariseos delo m sacralizado, porque el hijo (“.un pendejo de 17 a no pudo soportar los tormentos que le infligieron victimarios; el cinismo oportunista de ese profesor se montó en la gratuidad trepadora del escal social, pisoteando a los centenares de col perseguidos, exiliados o muertos, e incapaz brindarle a su mujer “Tan sólo una flor”.e nYt efinalm está Euzkadi Baztarrica, el Vasco hurañ“oE l de Ajuste”, que perdió a su hermano y renea góf e de l militarista, que tiene desaparecida an o ev si aa adolescente con la cual pateaba piednrital as e antológica plaza Irlanda de Caballito, quae u an front y nta destierro que los años han convertido en r ivoolu desgarrador al mismo tiempo, porquev i dsau transitaba en los páramos de la nostalgiaa ppo arrtid un navajazo que le hurtó tantas mañanas y no extrañado de su mundo cotidiano; arroe jado d cultura a las fauces de la adversidad. Fingía aclimatación que le curtía el epitelio, peroa nut ne lacer 120
e rn s desgarro penetraba en su profunda soledaud,s e más íntimo, desgajado de los amigos, la ymlúoss ica aromas de su ciudad,. Y de la poesía y eo lmpoolicr a . mi sabor de una urbe que ya no sería jamás sm la s ipnia; Que sentía como suya, desoladoramente py ro embargo extraña, inmisericorde y lejana. Ese V o s s, mue gladiador solitario que pretendió redimir ar t lo a los torturados, a los hijos sin padres, a slos si npadre hijos, a las abuelas y abuelos que han perdido a nietos, no importa si su ajuste solitario o e, ss i válid e u trasciende o no. Porque esas balaes lq n s t od “atravesaron” la vida a uno de los asesinoos,u e u r e. Po símbolo y genera un comprensible bienersqta asesinos como esos no merecen disfrutar las tibi de la vida cotidiana. Los relatos no buscan adhesiones o aplaussos: tan i vte i compartir un momento de dolor con la gev n qu e s ia ncerlo la tragedia latinoamericana. Pero quise h máscaras ni falsedades. Rescatando a lamsa sv,ícti n saro pero sin dejar de condenar a aquellos que npee n el acto revolucionario como una misión r ido e y deli muerte, o denunciar a los Firmenich ya rsd ui a gu a e , Vi pretoriana, primos hermanos y compinched se ld l a to Massera, Suárez Mason, Menéndez, Busdsai y o ss carroña militar que ha sobrevivido gracl ia a políticos, que han querido cerrar, sin honra, el nef a c t o s al período que comenzó con López Rega (gra cia e if a e u to senil y final del Viejo). Sé muy bien que dm s citar no es atractivo ni triunfalista, ni va a cl oa n simpatías de los delirantes, o los que deasnene flund c ec r oampla dedo fácil de la crítica tóxica. No procuro nadie. Odio las medias tintas. En esta s éi npoca s ,rin y cipi principios puedo asegurar que éstos, los o p una conducta limpia, son mis únicos bienes. alcanzan y sobran • 89 Andrés Aldao••• ju • nio 10, 19
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LA HUÍDA
Jadea. acurrucado en ese insólito palobmeal ra,r dAo , absorto, observa despuntar los techos de Alemr raagzraos.T, techos de chapa acanalada, algunos oxidy ado ot sr o s embadurnados de alquitrán. Por allí asoma, co v a iro i o sde obelisco en el desierto santiagueño, un edific pisos. P o rfe uliz n . Abelardo jadea. el sol lo entibia; se siente tris se escurrió de la patota. Jadea. Abelardo rememora -entre imágenes tru ocurrido esa tarde. De pronto hace una puanucsea,e lfr H ro entrecejo, se esfuerza por coordinar sus rec“ u¿ e dyos: ocurrió?”, se pregunta. Se queda preocupado; el lugar coincide, pero el el tiempo, giran como un trompo y le generí ao ne nunl a vac n a pyre mente. La angustia se anuda en su estómagos ,i olo lo inquieta. s . Abelardo aleja el cuando; continúa con esxuiso nree fl Algunas palomas, mientras tanto, ronronean manteni e flu a prudente distancia. De pronto, influído porv i olos sd e su imaginación, Abelardo, sin saber porquéd,a reu cn ua er d ota , , película del lejano oeste en la cual el protahgeorni is i t taer i oy, s yace rodeado por la aridez del paisaje agro el s q u mientras la cámara enfoca a unos pájaroso ssin ieestr revolotean al acecho de un festín que presienten cerc a Ahora vuelven sus cavilaciones. “Allí ep sattáo tla rememora- cuatro o cinco tipos con metralletas”.
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Él los ve: no vacila. Llega al patiecito ds ea sy u s ce a u e p s iede desliza hacia la vivienda de abajo. El vecinoq le vaya. que no lo comprometa. Abelardo atre al vliaersgao a de pasillo, sale, y sin pensarlo corre y corre, jada e, al l eyg ja , s lo f s re a la esquina, dobla y escucha el chirrido dn eo slo r oss a gritos de la patota, y los disparos. esos megnosrae je de sombra y muerte. e laa,y Abelardo se convierte en pájaro, Corre, j avdue salta sobre los techos de Almagro hastnat r aernceol g u la s tiaa , palomar. Allí llega, jadea, transpira. Pese n a Abelardo sonríe y se dice sin voz: “Jodí a loes phuijos d ¡cómo los jodí!”.
Estaba tirado sobre la vereda, en la ochava. Pe l are arroyuelos de un matiz púrpura triste le colo o s terz del camisa. La barbita blancuzca resaltaba la par lid ie lo , los ojos abiertos parecían contemplar fíjaeml ecnte bordado con nubes grises de duelo y cenizas. Una sonrisa, apenas esbozada, le dabea ar o set rso a raescta ía fatigado una extraña sensación de vida. p h jadear. Instantes previos, Abelardo había comaen e l rn 1o º. F recorrer el largo itinerario de su exilio sin ureeto de noviembre, año 1974, día de todos los muertos •
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Madre Orga
s e Le cuesta recordar porqué se encuentrean aellí, a a. portal oscuro, mirando inquieto hacia la esqulin d a aad sombra deslizándose con cautela, sigilosamoesnate las protuberancias rugosas de los ladrilloms u rdoe, l envejecidos por tantas inclemencias. La nocn ho el i,e sn ot am g noo u dne s y pringosa, esparce un suspenso extraño. Coim pregunta titilante que aguarda algo que dr er ibr ,e uon cu suceso imprevisto que dé respuesta a la incógnita. a dc e allm a El auto, raudo, rasante, hace pedazos la noche. Como una exhalación imprevista se detie violencia calculada a un paso de la sombrea.s Lt iop so str saltan del vehículo con eficiente ferocidad ym bsiunl ops r,eá con saña, acribillan la figura negruzca que ccae revol en su sangre, como un cuerpo que libera rsauñsa senyt luego se transforma en una masa compacta de desec Los disparos secos, sucesivos, siegan cont rsu ue nesd o la pastoral calma nocturna. Uno de ellos se al acec rocsaa a derrumbada y quieta y con la punta del baotteín le p costillas. Parece disfrutar con esa última profana e v hombre muerto, mientras la patota sonríe saStis fea cnh. a. l l ere s la El auto se extravía entre la bruma opaca ques ccaub silenciosas. Una pausa tristona parece deteznmere nfut ega L a v la noción de tiempo, el sentido acrisolado i ddae. la esquina vuelve a sumirse en su monotoníuab udreb i os , taciturno y aburrido. Parapetado en el umbral sombrío, el eni id o a espectador tirita. Tiene una curiosa sensaccióane:c lo no le es ajeno. Como la proyección refractagdoa qduee al ocurrió. O de algo que va a ocurrir.
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Se incorporó con violencia mientras la transpir empapaba el rostro sin afeitar. Las ojeras, aviesas y o no se compadecían de su juventud. Reconstruyó el o a l “Truculento y tan vívido”, pensó, mientras sea pmaasan b por la mejilla. La preocupación le inundó los pensamiene toi ns. Fu ya no pudo remontarse a otra cosa y la figusroamdber ala convertida en un guiñapo sin vida retornóu n cz oann t ep nitidez. Se estremeció. u e e niíraa q l Con gesto exasperado se lavó la cara. T empleo pero esa pesadilla le arrasó el humor. Salió r oss pa y alcanzó a treparse al colectivo. Contemplós aaj elo o e d earscuan buscando una figura que encajara en el mold visión. Rastreó las causas que generaron ese st aune n s t e, s r .e cercano a la memoria de sus noches pretécri ieta te r Percibió el miedo. Como una realidad suyaam, eennte a se propia y profunda. Reprodujo entonces enn tseu l m escenas que supuso ver desde ese umbral ou nníri eicno, s s imagen tras imagen. Como un rompecabezavsi,d roi o lo n upn esparcidos de un espejo roto, que lograba reerceom on p as r o d s todo homogéneo, hasta que el eco de i slo a b l em s fragmentaba nuevamente la imagen en e rin nu partículas salpicadas de sangre. e m Casi se pasó. Bajó apurado y llegó a la otfiic inpao a n cm o nira para firmar la entrada. Los otros empleadosr olo l o rqaur i ocs curiosidad. Él no tenía ánimos para enhoeb estúpidos acerca del tiempo o el fútbol. Se abroquel escritorio e inició su labor cotidiana. Se px uasmo i naa re bocetos de tapas para libros próximos a apau remceenr.t eS r ra i o dqeu b e a navegaba. Retrocedió tercamente a la esquin e u sy ao l ts e s vio en su sueño, a los ladrillos rugosos r c e i picaneaban al hombre convertido en sombrar .a dSau sm o l, extraviaba en algún punto infinito que crue zsapbaac ie v oc .o más allá de este universo que se le antojó cn rful iec lt i y 125
La tarea devino en una sensación fastido imosoa, c o aani estuviera sentado en un cepo que lo manteanítaa dm la silla. n e a ja n d oo tau Alguien le dijo que en receptoría habían d para él. Se sobresaltó pero fue a recogerla: «Estate a la hora convenida; hoy tens éo sl o edl e trombón. Traélo. Pepi», leyó en silencio. n o Fue al lavatorio, rompió la nota y la quem ó deonr oe.l i e la Lo invadió la angustia; como un rubor insolet inñte qsue a lgtu ea r» y mejillas y no pide permiso. Pensó en el «YoWru d u om u p n lie a en el Negro. «Cayeron con honor y valentían c tarea revolucionaria», recuerda haber leído en el bol la Orga. Lacónico y conciso, pero desajustánl adooster a de p lá es, verdad, más triste, menos heroica, muchsoi m m insulsa y terrible. Él sabía que esos cumpas, y otros que no volvi e o sn es cayeron en acciones cuestionadas por irarebslp improvisadas. Los rumores, que fisurabarne s ulan t ap s sy du hermeticidad de la Orga, se filtraron por cdaonsaole anclaron en su ánimo, ya percudido. Al pensar en el compartimento se ofuo smcoó. sci alguien le hubiese restallado un látigo en lose ror ídos. C u ses ojos y sintió que un sudor helado descenddeía s d sienes y la frente; lo percibió como hilos deq useans ge re iban coagulando. Pretextó una indisposición y aban c adre. Ha oficina. En un teléfono público habló con la m de tres meses que no la veía: desde queen aqlgu ue i conocía cayó en una inexplicable emboscada. ó
Se tumbó sobre la cama sin probar bocbado. Sa no era inapetencia. porque el temor lo venía jaq incluyéndolo en un desalmado juego, en el qtue los es al martirio languidecían estrellándose contra el m e r , etp oa ta miedo físico, ante el temor a una muerte ir ral ,bl s list definitiva. También a él le llegó la narrativaa td reiul no fa boletines, las odas huecas y reiteradas pondlea r 126
r i ass heroicidad de los combatientes, artífices v di cet o la o stim d e populares: «La Orga ya es parte de los set n iel n pueblo», le recordaban sin darle resuello. Descreía. angustiándose, agonizando con esa implacable sensa culpa que lo mortificaba, que le usurpaba esapl eascidoes vit sus sentimientos. tio o n cues Se confesó el miedo a la muerte. Y lueg que sentía: «¿Porqué esta caída en el derrotismo p burgués?». Sollozó sin pudor en la soledad dr et o sgu r ci su, a e o que de pronto se le antojó una celda, un q fuéereltr farfullaba maliciosamente un final no invQocuae d rechazaba, porque aún no había conocido lai z cdare al afel existencia. Porque amaba lo que no le fue datda or . disfru Vivía desplazándose en un laberinto lóbmreegroo, s toe de las celadas que lo acechaban y que, sin duda, segregarlo de esta vida a la que f se er r a baa desesperadamente. Se percibía abyecto cuanadb oa dd ue d e jie l a nt la Orga. Era como andar sobre el reversoe cdru felonía: «¿Qué me pasa?», interrogó acoongaojad conciencia. Luego se durmió. Al despertar se sintió más tranquilo. Asummiieód so u o om s u isna como una sensación natural. Creyó haber d d d ante r l a er aprensiones, convenciéndose de que lo impoarta batalla contra los enemigos. e n Se preparó huevos fritos. Los comiós i l e nc io , taciturno. El diario dispuesto para la lectuarbaa eesnper iea nrto rn a s. vano; el calor y algunos mosquitos lo encoleMriz se duchaba escuchó las sirenas que aturdínatno nyc ees a id recordó que más tarde debía participar en uandad ae cltiv s Orga «Que es como nuestra madre», penosó o ct roam veces. Pero le desafinaba. Finalmente decidqióu ecrseeer había reanimado. lu m Quitó un zócalo de la cocinita y extrajo la Pa. rLaabel o jboa s .lo Ls a acarició con áspera ternura mientras entorna visión de aquel sueño volvió a embestirlo.
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«Pum, pum, pum!». Los estampidos que le n escuchar, lacónicos, terminantes, lo devolviev riod na .aU la par de lágrimas le birlaron la fe mientras fantase héroes de su infancia, a los prototipos de ec i esnut e r s eegrbios adolescencia que le habían forjado mitos s, ob a c l e los cuales la vida, en esencia, era la aventunrad etrn at s z a sd e ej de los humanos y había que vivirla a imageann y em Búfalo Bill, Robin Hood, Sandokan, Scarfacei sot oJe. sucr Llegó la medianoche. Se vistió, recogió el pequeñ a b ó a s l oi sllev e introdujo la pistola y tres cargadores. Verific documentos, le echó una mirada de simpautíaar t oal y c c stab salió. Tomó el colectivo que lo llevaría al lugaavr.a E como él. La memoria lo condujo al mensaje que reci ds o d mañana y entonces recordó la rúbrica: «Habíaidmio no poner nombres de guerra en las notaas.i n inc ii a ll ¿porqué carajo lo hicieron?» No quiso pensar. ó
m lu e n n ta t e ri El colectivo penetró en el suburbio. Inavo giró la cabeza y contempló la ciudad que dt rejaba a suspiro fue como el gorjeo tristón de un pár ajav rioa d eo xt que ya no podía retornar al nido. Llegó a destino y de n id a sin apresurarse. Abandonó las luces daev e la i v li s rato d internándose en las penunbras del barrio. A c ae. S larga pared de ladrillo que daba a los fondosr i d lae fáb detuvo, miró la hora y esperó oculto detrácsa mdei un m nba r a , Cuando llegó el momento caminó comos o u
«deslizándose con cautela, sigilosamente adosado
a
la s
e j eenv c id o s protuberancias rugosas de los ladrillos del muro, por tantas inclemencias. La noche, somnolientar i nyg po s a , r e gp u n ta esparce un suspenso extraño. Como un signo de titilante que espera algo que debe ocurrir, un imprevisto que dé respuesta a la incógnita».
Caminaba absorto en sus visiones; a distr u tcaol s e ,s , b displicente. La frenada y la luz de los rfo in feroces, pasmaron su última brizna de vida. aLr oo nusltim 128
asco mientras él cerraba los ojos aferrándose a su descartado de una realidad que ya no le pertenecía •
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La
sospecha
a dte o n , clie Silenciosa y fácil, con un vaivén malin on o a.u nC ao remonta la sospecha y se le clava en el amlm travesía infernal en un trance de delirio. A veces la cáustica y arrogante, como una sonrisa crisb puar dl oan ay que maltrata su orgullo; o la bravuconada pd oe sturnera compadrito que se queda sin resto y mata por matar. a ss. p Nro El viejo tiene la certeza pero le faltan bla ue sabe todo pero intuye. Si es lo que piensa,a dlav aveard adquirir para él dimensión de tragedia. Ese u a dya t moribundo es como un tajo de malevo que nr eogle t ae secciona sin piedad el ensueño de toda su vciduae. s L asumirla; considerarla siquiera… La maldicea yl e dj aersl ea a, pero las dudas, como una bala certera, dan net nr o edl ece su vejez.
Los dos viejos retoman la ceremonia mañe al ny eu ry ao d verde, el rito matero cuya espuma rebosanten st oej aleesl a elixir de sus vidas ya cuesta abajo. Hablainj o dceol n h medias palabras; como guardando un secretoe scpuiyn aa ss los desgarra. a -Qué raro que está nuestro hijo, viejon i m-sa e l a mujer. -Si, lo noto hosco, preocupado, pero no le hagsá c a s o . g m o ris j e to a s El silencio les bate palmas, y algún pájaroo a o ua una extraña melodía mientras revolotea b scand pareja. Prefieren matear sin palabras inútiles, creyi zeándq ou equ al no hablar la imagen de la sospecha se va a desv Que el silencio les va a ir borrando la angustia, en un y desusado gesto de alcurnia. 130
Se contemplan buscando una respuesta que r as dla e h atreven a insinuar. La imagen del hijo, quoen e los dos viejos, se les boceta ahora sesgada y e g Recelan del futuro porque ellos no estarán t p are ar l op.ro Aunque ignoran de qué, porqué… re od j oe, -La gente es mala, sabés? Me miran murmuran… e -No seas así, mujer, a vos te parece… o¿sQaus és c te ocurren? - La cosa empezó desde aquellos días, viejo, que salió: no nos engañemos… jo -No empezó nada, carajo! Terminala, qsut reo nhui e s no ha hecho nada malo… nada, ¿me oíste ebniee nm? o T que estar orgullosos de él. e r r oe.l Ofuscado, colérico, sale a la calle cpon «¿Quiénes son los que hablan?» -piensa caorng u ar am son los mismos que decían: “Y. algo habrán hecho!”. l a ie capos, los jefes? Viven tranquilos fuera del npt raaíss m muchachada se juega el pellejo, y los que ca . »ob Ere l c crucificados. Cómo le digo esto a la viejai t, a p pichicho lo tironea y el viejo empieza a caminar. Alguien pasa por enfrente y se para miarac ni ados uh i t ae vla e c lado. Él gira la cabeza: sobre la pared blancaas d las letras en negro, atronadoras, insultantes: ¡¡aquí delator al servicio de los milicos! «Hijos de pusta t r,e rra o s . l ag mi pobre hijo, un pendejo de diecisiete añousa, nntoó a d a, r ee ncu tortura pero nadie cayó en cana por su culpear.” el desvencijo de un sollozo amargo. El viejror u sme b da e; como un roble batido por un ciclón. O la sospecha • v iv e
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u n
Y Entonces Entraron Esos Hosmbre
Siempre me acuerdo de mi mamá se preocupa o rd b a i ep nol alcanzarme el tazón de leche ponerme el gvua a fpuie ez ra a de arregladito porque decía mi mamá que la lim muestra la limpieza de adentro y la verdad qs ue yo no bien que quería decir mi mamá con eso peroo dsei cella l tenía que ser muy importante y mi papá tam escuchaba a ella porque mi mamá es la que nos a nita y nosotros lo que teníamos que hacer y mi heCreml i a mi hermano Juan y mi papá siempre le hs acc íaasmo o porque mi mamá sabía de todo y se ocupaubeas tdr ea s n necesidades y de la comida y de la ropau eys tdr eo s n juegos y si salíamos a pasear también mamá nos dec p e a p es vestirnos y no te pongas esa corbata Atiliom(iqu m am n ii th a e ¿saben?) porque no combina con el traje y r a no la dejaba ponerse el vestido con encaje que le r abuela Sara que es la mamá de mi mamá epnl eea l ñcousm e or d iq jo de Celita y cuando un día le pegué al Betom p ue o le i ol "uruguayo muerto de hambre" fue mi mac m ág a porque la maestra la mandó llamar y mr eo n pusie n ite e l nci penitencia y también mi mamá me puso en apeen rincón y no me dejó ver la tele me acuerdoc hqiul le me l a n dse ab me dijo che botija sos un peleador y al ratito m ui e e dijo “ta ta” andá nomás y yo pensé que buensamzaa q y esa noche se lo contó a papá que se puso ea driej oíra y l e soembr mamá pero dejalo al botija que aprenda a se ery h domingo papá me llevó a la cancha de Atlanta pero es la camiseta de Peñarol ya lo sé hijo permo ons o e en sta jo á Montevideo y me compró maníes y esa nochneo smdaim hoy comemos como si estuviéramos en And8esy yn olas 1 í
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preparó «chivitos» y después nos mandó a mdaomrmir u e nunca estaba cuando volvíamos de la espcoureq la trabajaba en lo de la señora Silvia y mi herma u nát a p b rae calentaba la comida y todos los días mag m l ¿comieron todo? ¿estaba rico el arrocito? y emr de o aecu día ese que volvimos y mamá estaba aeny cl eas i j oá fn u o í s preguntamos porqué no fue a trabajar y mad m pero algo pasó en la casa de la señora Silvia porque llena de policías y yo me asusté y volví para casa a nir o te y m vengan a comer y esa noche nos fuimos a dop rr m s syus ata papá y mamá hablaron en voz baja parecíadno a m cuerdo los ojos de mamá los vi llorosos y no me a le s s m y u entonces entraron esos hombres y rompieroenb lo le pegaron a mi papá y a mi mamá que gritap bo ar qnu o se «socorro, suéltenme por Dios!» la tirarono ay l l sa uel l o srar pateaban y yo y mis hermanitos nos pusimoys sae llo p aáp y i …a ymi llevaron y no los vimos nunca más a mi mam después nos vino a buscar la abuela Sara ye dna omso qs u con ella y yo ahora estoy aquí solo separamdoi s hermanitos y de mi abuela que a veces mae vvi isei nt aer e l ib a re con Juancito que tiene unos bigotes como de yhCom con los labios pintados y tacos de señorita ellos e grandes y yo no sé porqué me quedé chiquitnoo y… esllos nn t rcaers o n siempre me acuerdo de mi mamá… y eneto esos hombres…•
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Tan Solo Una Flor
e n Se restregó los ojos. Como ojos restreg adou sn a oscuridad burlona y obscena. Entonces la vliaó. confluencia del ángulo recto de las dos paresdo eys,l aesl pi tinieblas. Marta -de ella se trataba- parecía una figura y difusa, de tres dimensiones. Comprendióe sqtuaeb alo contemplando.
-Otra vez, Marta. ¿qué es lo que te trae aquí? t as da venir en mitad de la noche, mirarme desndoev eenso n rn i td uo a lu grados, perturbar mi descanso, como cumplie s concertado? La ceremonia de la despedidah eyma o la a nvae zbuen vivido. Es inútil. Enterremos el pasado de u dijo el hombre. a a l s qa ud e -No tengo nada mejor que hacer. Y eseo p vos te referís con tanta levedad es una hismtoria de treinta años. ¡Qué te parece! ¿no te dicen nada tres dé ¿Te das cuenta de que te brindé mis mejormeis aamñoosr, d iq s tueé y mi ternura, que viví para vos, por vos? ¿Ymveos a cambio? replicó la mujer. -Pero porqué sos tan rencorosa; en unaa npoars eej c ris e c ou hacen cuentas. Entendeme, no hay nada patri ra, d que todo lo hicimos por mutuo acuerdo –adujo él. -Sí, claro, «mutuo acuerdo». Al comienzo dedicabas al “sacerdocio” de la enseñanza, ma ntuo ss , aalu la vida de relación con tus colegas, a los scoenngreel so s ble y país y el exterior. ¿Y los hijos, los mparo preocupaciones de la vida cotidiana? ¿Y yqou?e Ltoe l oeb qa u jo e pareció insulso, incompatible con tus títulos,e d d ¿
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suponías tu nivel, me lo dejaste a maí mientr mariposeabas, hacías carrera, te «realizabasu »n . cSa or sa rota –le dijo elevando la voz una décima. s -Yo creo que esta conversación está deume ás st .r aN relaciones deben de ser sosegadas, sin nervios ni rep ¿Comprendés lo que te digo? P rim -¿Ahora querés reposo, calma, tranquilid ade ?r o d e a , hacete un examen profundo: analizá los acttuosv id recordá la pérdida de nuestro hijo mientrasc ivp oasb apsarti en un “Seminario para una cultura nacions at ila nya ”c. ri Eduardito agonizaba y vos estabas de jaranr a. ¿Que te deje tranquilo? ¡Olvidate! En todos esos años a m a ,d la e adorno, el relleno de una fotografía de fam ilia casa, la muchacha, cocinera, enfermera ya dpolar anch objetó con voz cascada. El hombre puso las palmas de sus manoos ddeebl aaj e lv ao cabeza. Desde una casa vecina se escuchabza dla Callas en un solo de «La Traviata». La mujers eo rmabur na a r t od. el ingrávida que se mecía tenuemente en ese ánc guua lo s ioe, r a -No puedo remediarlo, Marta. Si la qhuuib m tuya, pagar mi inmadurez, reparar nuestra historial,a la y la de nuestros hijos, volver el tiempo hacp iear oatersás. r o .eA inútil: no se puede confrontar el pasado cuon l sfut u e m rte e estamos vos y yo. Y por favor, deja de coluq m pia a a y, crispa los nervios –argumentó él con voz esqlcur iv algo rastrera. m e -«Volver el tiempo hacia atrás». ¿De mqpuéo tie c vacía, estás hablando? Lo tuyo es una lamentación a or y estéril. Me pedís enterrar el pasado. ¿vos vceren ét su rp que un pasado se entierra simplemente por peti r e nib d lie d ,a ap principio? Esa maldita formación tuya, inflex o lsai n t ic vo o, como un sofisma, en la que todo es negro op b o negativo, sin matices. –le recordó.
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-Desde cuando vos podés juzgar mi nivn eol,r mma iss. tra Pienso que estás metiéndote donde no depboérs.o Y parte, nunca me insinuaste una crítica ase í,d o dr aeme ol inmerecida. o m n ilia lo s , -Es que no tuviste sensibilidad con la cfa s ,bs s oi lu n hijos, conmigo: siempre recitando verdadest a a e dejar lugar a la controversia, reprimiendo losn tso esndtim ie todos, como si se tratara de un pecado, cumal una que trituraba las relaciones y el afecto. Un tipo de hiel -Es una opinión, Marta: hice lo quep ohr iceel bienestar de todos. No merezco reproches –arguyó. a s Una trifulca de gatos hambrientos estallló cercanías. Parecía una riña de bebés parloetneaunndo extraño lenguaje. Se hizo un cortante sileo nmcoio.l aC pausa de un lacónico combate. -Renuncié a mi carrera, a mis posibilidoandtei ns -c y n ella-, por ayudarte. Me lo pediste con unag ve onzt i lta s t ela . r” Y, d zalamera: “Hasta que me nombren profesor itjiitu e ”e . n yo te creí. Luego fue para “afirmarte”, haceormteb r“d a l ” ,te ele l c Nunca me viniste a dar cuentas; vos eras etlu “in hombre de mundo, el “profesor” titular de lad ecál otsedra mil demonios. –le dijo irritada. te c a -Había que mantener la casa, pagarp o la h,i costear los estudios de los hijos, ¿no te parece? v ie ds aa s ;t eo -¿Y yo? Nunca más mencionaste tu prol m que también yo tenía derechos, que había oesytufduiad o n ra l atu s ra una alumna que terminó la licenciatura de clite notas más altas, que mi monografía fue puybli mencionada en “El escarabajo de oro” r e c–oler d ó angustiada. n ncd ao s a -Nunca reclamaste nada. Pensé que eseta eras feliz, que no te interesaba hacer una ¿cYartruesra. estudios? ¿Querés saber la verdad? Yo creí q estudiabas para complacer a tus viejos –insinuó él. -Sos un degenerado. No sé lo que sme pa g ulo e s s tuviste mucha suerte. Me sometí vegetando pbl ai ejo 136
de tu gloria, me comprimí hasta reducirnme a u absoluto: cuanto más celebrada tu imagena l pmerson p ra od t eas t ó anodina la mía, hasta que acabé margin dolorida -Siempre estabas ocupada: que los chicos, reunión de padres, qué sé yo. Yo tenía una dvéidmai caac,a o c s ia . r con sus deberes y compromisos y no podía raene ul ln Se arrancó un pelo solitario de la nariz, seo rr easj acóy la e tneaub naa observó a una mosca zumbona que revolo a ca í o suerte de danza mórbida. Luego clavó la mirvad e.n el n tn a o b ac. -Lo que vos decís es abyecto: yo para voos e ní.t a In b a vs Incluso, creo que te avergonzabas de m pretextos para no salir conmigo, ni inmiscuirvmi dea edne tu id u a ef s u tera relación. Ni una atención, ninguna gentileza.v N o s: e l ons to una ficción. Quiero darte un ejemplo, uno sódlo años de nuestra vida en común jamás, me ,oíjsa mbien s aabl. N tuviste un gesto de cariño que no fuera foo rm cuánto me hubiese conmovido, por lo menozs, huanbae vr e recibido tan sólo una flor. No, no lo podés saber Marta. -Te consta que debí asumir responsabiliddae s . L a situación en el país era muy seria y decidí ghoacp ea rr aal p a p í se , ro salvar lo que se podía. El hogar era importae nl te en ese momento, era mucho más relevante. arrepiento. –le aseguró. -Voy a decirte algo: cuando me enteré “comprensión” sobre lo que estaba ocurriendo en el actitud cómplice, las delaciones incriminandn ot i gau otus s a l oss v cín o c nu colegas, cuando me sugeriste que cortara lo mis amigos intelectuales, me repugnaste. dLe ueu gno e m uo n sa f tiempo me enteré de que el hijo que adoputa criatura robada a su madre. Al principio lo yinmtue íae ;s ho fácil entender la razón por la cual no te causó pena la de ese chico. 137
-Te estás desollando, abriéndote viejaass hpearrida nada. No entiendo el porqué -dijo él. -Dejá de hacerte el estúpido. Cuando dsuej o preol s sq u golpe militar te acomodaste, despreciaste elo vealor e s lo , s nos identificó al comienzo de nuestras vidas cyu asiln . es hora de recordártelo, jamás hubiésemos spida or euj ana c ob mra o ro Vos y tus amigos.¡me dieron lástima y ascon! O posesos, al margen del mundo racional y de en sdporeacl i resto de los humanos. a en -El mundo evolucionó y también mis Yid aos. a r tto idm o a . r podía vivir más en ese clima de brutalidad sp in r eía n aq r ule a f Tal vez no medí las consecuencias pero hab r qe u la í a oan violencia de los violentos. Tuve que elegir ena tr s s el orden. Aposté por el orden que podían impmoinl iec ro lo o z él para construir un futuro con bienestar. –mucromn uvró fétida, ausente. t uoss -Llamarte cínico es hacerte un elogio.y V amigotes fueron cómplices de una infamias, i sdt ee muan e eb ra ar n ba aberrante en el que el crimen, la mentira yr ila ¿ Etu l r valores supremos: ¿Así que te inquietaba oe?l fu futuro de quién? ¡Pero por favor! ¡Dejate de joder! d aad seunavi Las palabras de Marta resonaron con ácid i br, l e im , el silencio de la noche. Él se limitaba a escpuacsha . L sutid e g ioosa como recibiendo una reprimenda repetida y fa se hizo un silencio viscoso. La imagen a rdt ea M desvaneció y el rincón quedó en penumbras. El hombre acostado encendió la minúscula luz y p mirada por las paredes umbrías del cQuau retor í.a cerciorarse de que la imagen se había esfuommado ov .i óN n d b o u l as.c la cabeza pero sus ojos desorbitados girabáan Vió el retrato de Marta contemplándolo fijamt aepnte. Se rqz uar: cara con las palmas de las manos y pareció “sPoollo me habrá hablado con ese tono: si nunca sef aqruf ueljól ”, a beu e en la gélida soledad de las cuatro paredes. “L dní aun a l .a Ell vida, jamás le faltó algo. Y nuestro hijo, pobareecrito 138
encargada de llevarlo al médico y ahora mea rb ei lsi zpaonas r era f um e a mí de su muerte. De todos modos, su verdadde una subersiva: ¡Vaya a saber qué hubiera sido de futuro! ¡No la puedo entender!”. Finalmente se enc hombros. r Al día siguiente pasó por la florería del bmarprio y co a jazmín de pétalos color marfil. Era uneax t rflo r n ió b uesl ó ym aterciopelada y con una suave fragancia. Tom bajó cerca del lugar en el que estaba Marta. Camin n r in sendero mientras la cara del hombre no exp esg au bnaa emoción. Marchó un largo trecho hasta que reco lugar. p ioe du rn aa Creyó percibir una angustia de años, com áspera que le picaneaba suavemente c o ra e z l d e tu s umb Aproximándose paso a paso, se arrodilló antea la mujer y mientras algunas lágrimas de compromiso como granizo sobre el cemento frío y gris dreol, sd eepj ulc caer tan sólo una flor. Como para dejarla conforme. se marchó silbando una canción de moda • é
ó
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El Ajuste e ss” , Adir e (Fragmento del “Diario de Viaje a Bueno Euzkadi Baztarrica)
(viernes 16 de enero) l a an zo u .l Salí de la estafeta con el sobre en la Em desaliñado del cielo de Madrid y algunas desprolijamente despatarradas se proyectaron e nm d ai . vi vecindario de Fuencarral, que es donde tenvgio e trra Me encaminé hacia ella sin prisa, aunque msea bin igó Lx a pare b sro í . título de qué Pelusa me mandó una carta e e la au leyéndola con atención. Me mantuve impansqibu le l a tac lectura me transportó a un pasado que manttouveen in vigilia de la memoria. Un pasado cuyas cmuuecnhtao ss pagaron con horror, tinieblas y muerte. r rl ja a d Decidí viajar a la Argentina, con la firmeazap ofo ira y el dolor de una herida aún abierta. rEd lo rmece ue a v essiet tumbó el equilibrio; y la bronca, encerrada ebal ljo en el cofre del ayer, comenzó a trastabillaqr u he asl ata e o l jaánd percibí frente a mí, intacta, desafiándome,o m“m dd ei oreja”. Esa ira, rencorosa y sólida comof i cuino e muchos pisos -uno por cada año perdido, qd ue itamdi o o d moe n existencia- presentó «la cuenta». Había llega etl om de cobrarla. (domingo 18 de enero) Llevo veinte años viviendo en España. Trata olvidar, intentando recordar. Rehaciendo mie vx iidl iaa ddoe. c oennteal rm No es fácil. No quise volver en 1983: temí eenfr pasado. Partido por los navajazos que me ht aurn ttaa rson r a i, mañanas y noches, extrañado de mi mundcou lyt u m soporté la adversidad del destierro. Paremzcaíat a daoc,li dichoso. Pero se trataba de una apariencia: ees sg aurnr od 140
muy profundo vivir desgajado de los amigos, la mú poesía, los recuerdos y la policromía cocolichera de la u Aires, mi ciudad cuna. Que jamás será la mnisqmuae. A u n asi perciba mía, sé que es un espejismo, uónna, ilu jugarreta melancólica para bobos. (miércoles 28 de enero) d a c El Aeropuerto de Barajas parecía una paoslamrea la de gente que iba y venía. Desde que resolví viajar a Aires la nostalgia untó mis pensamientos.o Pqeurios en recordar. Antes de pasar la puerta de embarque haebl lééf opnoor t n a ,Ar con Emilia, mi amiga. Le expliqué que viajabg ae nat i la g e n te l que debía hacer allí algo importante. Final elm hora. Unos minutos antes de medianoche el avión d r a Cerré los ojos y me entretuve con mis fantag si níaés:s eim i t aar r al a v un buen ciudadano que regresaba al terruñoi s p c l;u ju s og ar familia y a los viejos compinches del vecindai rnio un partidito de bochas, algún truco ruidoseor, airl oas v q a uc eh ró í an, “verdolagas” de Ferro. Con mi aspecto bon aparecer como un argentino que fue a hacemrse la A f a od o tr r , iu España y ahora retornaba a la patria conm arrogante y generoso. Dos décadas atrás ehc ahbo íae l h camino inverso y nunca volví. En tanto pa eregseañsab B one estupideces me quedé dormido. Mientras ta toi n, gel cruzaba el Atlántico. (jueves 29 de enero, por la mañana) p ol. E m le Pasé Migraciones con el pasaporte espatñi o observó con una fijeza turbia: “Le debe exu terasñoayr q m uaslc ea ta nacido en la Argentina”, pensé. Luego fuí a b r .la te n No reconocí Ezeiza. También la gente me lla mcói la a su forma de hablar, la vestimenta y algunbosi o s red se al t í is antiguo “chantismo” porteño. Me ubiqué en uy np ra er m hacia Buenos Aires. 141
jueves 29 de enero, por la tarde) l l ein g a un éd Dejé la maleta en el cuarto del hotel. Coam hasta Maipú y Corrientes. En el antiguo boliche de “ tomé un café con una ginebra. ¡Cuántos añoiso, s p! oErn D e sch las cartas que cruzaba con antiguos complin i on eerla e explicaba que el único sistema para sobrevivixri l e u o i tm a ro r ala congelar el “cuore” y dejar los sentimientos,g c del tango, “colgados en el ropero”. p rs é co No pude resistir la tentación: en el primerc oqmuio g rboac un atado de Particulares. Aspirar el humo do enl eta m e fue como haber regresado al barrio, a las eq suqeuin as esperaron en vano, a las veredas y los recuerdos repl u eun en un sueño remoto, en la visión terca de d uo nq m a ag l o in s é sabía perdido. Me conmoví tanto que im fantasmas y duendes del viejo barrio diciéa nl doome “¿Dónde estabas, che pibe? ¡Cuánto que tardmasa tneo, her (viernes 30 de enero, por la mañana) e g Hoy a la mañana me desperté descansad o,o yd elu a ruep olla r ducharme me fui a tomar un café. Teníam q p i n cy h e teléfono a “Pelusa”, mi viejo amigo de Cabamllito co u s e qu en las luchas de los años 60 y 70. Él escribieól alaq e motivó mi retorno. Lo encontré en la casao yd e lueg lógica sorpresa quedamos en vernos. No hubo efusi el encuentro; ningún gesto, ni una sola md ue esa tlrgao especial. Sólo en la mirada expresamos el hoc nt odoq uaefe nos unía. Fuimos caminando por Maipú yb oelni c huen o berta e lle tomamos Cinzano con una picada. Le inquisrís d y c lo que me escribió. Seguimos caminando pa ob ru cCo ha a casi llegando a San Juan Pelusa me señaló cui on yedlifi i l ai n c i a chapa de la entrada: Segural * Agencia deg V Privada. Me dio todos los datos que le pedí. Hastlaú el t a n s éd e o l detalle. Luego nos relajamos y evocamos t a cd pasado. Antes de despedirnos le pedí que seq ubeorn roe, me busque, que en el momento propicio le ibb ai r .aN eosscri 142
l n y m abrazamos: el Flaco me dejó en la palmae u paep entregó el paquete. m na vez Lo ví alejarse: fue como perder el pasado u r cr hla a a pesar de la angustia, me sonreí al contemmpala peculiar de este querido amigo al que el mviep nu tj oa bea P a l asz a como a una pelusa; “igual que a las hojas caaíd de l Irlanda”, encorvado y más ligero que la ligereza.
(Viernes 30 de enero, por la noche) Recorrí la zona céntrica. Indudablemente,dlah acbiuí ada n unei d cambiado. Del Buenos Aires que conocí ya anboa q n ado us r ,b e cenizas. Todo restaurado, recuerdos decapita u n e er s “trucha”, como suelen decir las nuevas a cgi oen porteñas. u ,n to b am ñé o Regresé al hotel. Luego cené en un fondín s ec y me fui a dormir. No podía conciliar el sueeñror .é El no tr ojos. Un sopor apacible, como una bruma delicada, q muro raído que venía protegiéndome. Entonnceu se nlac i are cayó de bruces y la evocación de Estela irrumpi memoria. Como los remolinos bastardos de un proxeneta, que violaron la paz en la que haidbiídao d s e acorazarme. La imagen de Estela, bocetadam da es , lá gri clavó en mis pupilas. ó
(sábado 31 de enero, luego de la siesta) a e nr te No pude alejarla de mi mente. Es extrañdou, r p o r e ag muchos años debí hibernar mis sentimientroess. a R Buenos Aires fue como volver a ella, a los re coloquiales e íntimos. Estela, la novia angelical n t iass fa adolescencia, que cada noche anegaba m n n mientras cerraba los ojos, saboreándola, rdeococrorie tierna minuiciosidad sus blancas orejas, lam endaira iz e f repingada, el mentón disfuminado en esa cuarnvaa qduiá l l oa,do lo unía a la mandíbula, hasta cobijarse en el cdueelic 143
suave, apacible y tibio. La percibí a mi lac do om:o ersai a d tib e hubiese recobrado, en ese fugaz instantee, z la i aquella novia inolvidable, rastreando la terssuurpai edl e s a quinceañera, hurgando nuevamente con temolr evnirlgoin misterios que mis sueños no podían revelar, los haciendo escalas apacibles y tiernas en las teclas s e ie t e el de su pubis. Y ella, resistiéndose, se debatía deenltr de sus sentidos y el miedo a un peligro quec no cono e le la perturbaba. Hasta que se rindió abrazác no dn om frenesí de quien muerde por primera nvefzr u tuo a desconocido. Fundidos en el éxtasis efímerpor idmee rla vez, habíamos sellado entonces la quimera dper i maqeur el amor de barrio, ajenos al anticuado plafondd emloorsal p oer éin mayores. Las lágrimas me trajeron paz. pecroo r m o s p ie con furia y astillé los recuerdos martillanddao d siln l ao. nudillos de mis manos. Luego me quedé dCoromn id n dp orem rabia latiéndome en las sienes y el odio im gni a sangre. (domingo 1° de febrero, por la mañana) u a Las medialunas de grasa y el café con leict h e,l deel r n dd oo e c l u verter ese líquido oscuro y fragante (sobre a to m o p lc ao rn ute n mozo me farfulló: “Avíseme señor”), fue com en cuadro de Antonio Berni allí, en ese barq uceuadlu Buenos Aires convertido de pronto en el mul sa euor bdee a lb, l oel porteña, la patria tanguera de Troilo y Garre dt e d ee uanrroj mistongo de Discépolo y Manzi. La memoriaó m manotazo al espacio ausente. A los recuerdos l aa fueron, a ese blanco insoportable en el qub ei t a cn oh nada y el vacío, la amnesia del exilio lye j a un ní aa inanimada. Desplegué el “Clarín”, le eché una ojeadr aa t oy lao l cerré molesto. Me dediqué a la ceremomnoiaj a rdel a l a plid medialuna y engullirla. Otra liturgia porteñaa. cA um tarde anduve por Lavalle, Corrientes, Maipú. Me ta e b a re caminar por una ciudad fantasma; la gentseu lm 144
d n i la la p extraña, forastera, como si estuviese dentro edsea u que me deshilachaba dejándome desnudo.
(lunes 2 de febrero, cerca del mediodía) a em n aele l t Tenía que empezar a moverme. Recogí la o l cal hotel y viajé hacia Caballito. Llegué a la caslae dP eu jla l ryta m c e a nc y apreté el timbre. La mujer entreabrió la peue observó con curiosidad: “¿Usted es laa señor m ?u”r,é m Ibizarreta, no? ¿Mi cara no te dice nada, utría largándome a reír. La viejita se quedó meiráunndoos m segundos y luego se sobresaltó: “Dios mío, qCu oepr ei dtoe , ¡esa voz inconfudible! ¿Cuándo llegasteu.? e nP o ol ro Dios, q puedo creer”, me dijo mi tía Sofía mientras me a desbordada por un llanto previsible. Entré en la casa. Nos carteamos durana te los c oi n la edl o ausencia y ahora la tenía allí, sentada a m o soso jy o ses vestido negro, los cabellos plateados recogid l o iñ s ez de mirada tierna. Como en aquellos años de, elan n que la tía reemplazó a mi madre muerta. La tía Sofía expresaba, en la cara angulosnae gyr olos s ojos metidos detrás de sus ojeras esfumadal os,r ey l l ado pérdida de las dos únicas personas que purdeo n asmua vida, mi hermano Fermín, asesinado, y yo enr reol .destie (martes 3 de febrero, de tarde) Fui andando por Pampa y antes de la Libaesrétapdoorr p el edificio en el cual vivía el tipo. Los lenrtoess mose cu n p protegían del sol y de los curiosos. Mis ojos anr ot a sbea a E tlecnic e ilóon. de la entrada, pero nada especial atrajo mi a r o un a se encapotó y un chaparrón colérico pasó com n ee q s aue El calor volvió por sus fueros. Me convencí e d zona me era casi imposible hacer el trabajo. mDeo dtoosdos E a l me quedé. Cerca de las nueve ví salir rue nj aa. p n ísa q contoneo del tipo me alertó. Encajaba en losu edtaeto e rnda mbia y se amoldaba a los indicios que aún gua l eet a R memoria. Viajé detrás de ellos. En la zone ac o d 145
g s ray b é la entraron en un restorán. Estudié sus faccios ne ovillándolas en mi retina. Habían pasado ve.inL tuee gaoños regresé a la casa de mi tía.
(miércoles 4 de febrero, de mañana) l A media mañana entré en el edificio deb uCc ho aaca 1100 vestido con un ambo de sarga, corbatoa c ao n tol an camisa celeste y unos lentes de porte. Parecmíab rue nd he o a d epu negocios respetable. En el primer piso divise ér t la “Segural”. Una empleada me abrió. Le recordqéu e y o había telefoneado pidiendo una entrevista coe nn tee l dgeer la empresa. n oe l El tipo salió de su oficina, se aproximó dáa nmdoa m z ovre ae ls y se presentó: “Alejandro Alaniz”. Percibí unc ole sentir el contacto de esa mano en mi piel. “Emilio P s e a rh aizo un placer conocerlo”, le dije con tono pulcrop.aM su oficina. El tipo repasaba mis rasgos ncuocni o sma i atención mientras yo le pedía asesoramientoa pt aarr eaa un e inén de vigilancia. Le fuí haciendo el gran verso, ed novl oolv la red que fuí tejiendo con paciencia. Él ojun gau bnaa c a ló c o n s u lapicera; la dejó sobre el escritorio y me hab Me explicó que sin ver el depósito para el q cuuearlí ayo p o ía contratar los servicios de la empresa, éel n od m o bdr,e veelr asesorar: “Yo le propongo ir al lugar con usste r lreé uhnaac terreno los riesgos -me aclaró-, entonces poe d r l ele . proposición”. Asentí con la cabeza. Promef toí n e te Mientras, el corazón comenzó a dar vueltas de carner
(jueves 5 de febrero, al mediodía) m oádso cy Me hospedé en la casa de mi tía. Era m ó mucho más seguro. Le pedí que el “besugo c aa ” laq uveas había preparado para el mediodía lo dejáramaosc epnaar. a l n a “Voy a traer el vino y un postre como los que tev ogsu:sta no te enojás, ¿eh tía?”, le dije. Ella no protestó. 146
Llegué a la zona industrial de San Martnínd osilga us ie sugerencias de Pelusa. Dí vueltas durante uant ob. uEenn r a caílp o ó una gomería pregunté si no sabían de algún nv g para alquilar: no sabían. Continué la búsquepdrao nyt ode observé un taller abandonado en un paraje que co apropiado, incluso en pleno día. Dí algunas evsuteu ldtai és, el movimiento de las calles aledañas y la soled r o an l v lugar.Decidí que era ideal. Ahora iba a trataer ndcee c l veíc tipo de que nos encontráramos en horas dele ra. tVaord a la casa de la tía Sofía y en el camino combportée lul ana de vino blanco, un arrollado de coco y s aolgt ruansa d en r vituallas. En una florería de Gaona hice prepaamraor u violetas y al llegar a la casa de la calle Pujol abracé a le obsequié las flores. Pese a todo, me sentía feliz. (viernes 6 de febrero, de mañana) La voz de “Alaniz” me sonó empalagosa eyr aadma aan e pnu osse través del teléfono. Decididamente falsa. Le qpuro encontráramos en la estación San Martín: a dl les viajaríamos al lugar en uno de los autos. El tipo a a te ta d r dee .l arreglamos para el próximo lunes a las sie q v u iz e o Sentí un inmenso alivio. En ese momento purda er a roa la tarea estaba adelantando. Que el fin se baapr, op xeim yo aún la percibía como una imagen movidaad, af,ras ci ntur nitidez. Entré en la casa de mi tía en silencio. “Ya volveremos a ver, querida Sofía”, pensé cont apr ee na ad .a A en la cocina, ella no me escuchó caminaar c pa os ra . l c n i é le q ua e nun Cuando la ví, con la mayor ternura y aflicció d op . re el martes próximo partía de regreso. Ella lo sheanbt íia e s é s Se acercó a mí y me estrechó entre sus . bBra zo conmovido la cara de suaves arrugas de easnaa atna cni dulce, la entrañabla tía Sofía, que es todo lo que qu mi familia vasca. (domingo 8 de febrero, al atardecer) 147
r o Este fin de semana procuré ordenar mis midpelae st,a c r tiecarl todos los detalles de mi trabajo, descansar ye pdaed a de mi tiempo a esa mujer excepcional que, se engt eur, ay m l e no vería nunca más. Leí los diarios del dompinu gs oe , am día con los vericuetos de la política y la cultura. Ayer o r mía p sr.é recorrí las casas de música y algunas libCre n » o vy e l« a La libros que me interesaban, como «Santa Evita d e ec de Perón», «El presidente que no fue», y «Dt uet eS”en d r ie d n , yM Norberto Bobbio; compactos CD que no haallé A s algunos obsequios para los amigos que tengp oa ñean. E l eero mi amiga Emilia le llevo un abrigo de cueroq. u ee sp e n agrade. Todos estos preparativos, naturalmnen te,u ntie o d. eDuen punto clave: que mi tarea culmine con éxito n tr rato voy a ir al cine a ver una película que me recome d íoa. e O le “Tocando el viento”. Mañana ha de ser egl id nunca más.
(lunes 9 de febrero, por la tarde) v odso «Me voy, tía. pero vuelvo a la noche y mec oqn ue i r .s de hasta la hora de viajar a Ezeiza», le anuncié saanlte Llegué a la estación San Martín minustosd e alnate s e urnaom s o siete. Al rato apareció el Alaniz ese. Delib momentos y decidimos viajar en su auto. Me r aasd perorata sobre la vigilancia armada, la seyguortid e . pautas que yo no escuchaba. Estaba atento yL ealheircta dar algunas vueltas para relajarme y final elmf eu ní te indicando como llegar al lugar.Lo observabeas peen j oe.l t uevja e ba Oía la respiración ramplona del tipo que my an una sensación reprimida, una especieb r adme i d o agazapado que aguardaba el momento de libyer r aesseintaelg estallar; como una granada rabiosa que d . o hombre sentado a mi lado en mil partículas yden apdoalv Percibí en mi frente gotas de suhdeolra d a s deshenebrándose con crispante lentitud. Sabía mirada tenía esa frialdad acerada que parecede o s s eclosión. No me impacienté: quería disfrutmari n eu st o 148
uno a uno, como la voracidad que está pos re sy asceiar . posterga deliberadamente en un acto de o vs oi dlua pdtu Esbocé una sonrisa mientras el tipo jadeaboa.j o ss miopes se habían replegado y todo él se tenbsióe npdeorc, i acaso, una acechanza imprecisa, amorfa, qutee arbeva oalo su lado embozada, tenue e implacable. v in s te c o sy a . No había un alma. Sólo la brisa calie Cuando detuvo el auto y bajó, me miró comnu eucnaa c i,n p co o r qu impredecible. Fue la imagen postrera de Alaeniz balas de mi pistola le atravesaron la vida. El tri op so trs oe del tiñó de púrpura, los ojos y la lengua giraeroenl se oj ebr n o imaginario de una muerte real, simple y aEbnsoulu tas . n g lo segundos culminó la ceremonia. Limpié los e lu asres y e que pude haber dejado huellas, observé lodso raelrs ed finalmente, conduciendo el auto de Alaniz,g í mae l adiri estación San Martín dejándolo estacionadao ceanl l eun lateral. o su Llegué a la casa de la tía, cenamos y e nd oa sm q n ét ae x ni . hablando hasta el amanecer. Luego me maruch Llegué a Ezeiza a las siete y al rato abordé e.l Boeing. (martes 10 de febrero, a bordo de un aA vi ri France) a . Desplegué el periódico que me dió la azEan fatl a primera página leí una noticia que me llamó la atenció «En la zona fabril del partido de Sat n Mar d e o a oe sr encontrado ayer el cadáver de un hombre. D acl u d oe du e ltim primeros informes de la policía, el muerto a fu varios balazos. En el lugar del hecho no snei nhg alló elemento que permita orientar la investigación. El v del muerto fue hallado cerca de la estación San Ma ferrocarril Mitre. El (o los) posibles autorecsh odes le he llevaron el teléfono móvil y las llaves, eamoétnr a sd a lervoesz pertenencias y documentos. Los días ventid arrojen alguna luz sobre este enmarañado suD coebsloé »e. l diario y cerré los ojos. 149
(viernes santo, 10 de abril, por la nochmei ceans a madrileña) Han pasado dos meses desde que ocurrieron los n nd narrados en este diario. Es indudable que u ae rb ae zó n ar i explicar y justificar las causas de ese juico ioe nsuum descampado de San Martín. No quiero entrad re beant eun n oss a q sue esi moral: el condenado a muerte fue uno de lo a e entre 1973 y 1983 formó parte de los escsuadderoln muerte. Por supuesto, en este caso particularm toutvi ve oun personal y doloroso que nunca va a cicatrizarse. 2 a “Fue una tarde, como fueron otras tarderst ,e sel2 m de septiembre del año 1977”, recordmé. o s Íba a n g encontrarnos en aquel bar de dos entraduasé . cLo le Estela, mi mano sobre el hombro de la muvcehsat icdhaa con la blusa blanca, los vaqueros cortoc sa, b eel ll o , r flameando entre la brisa húmeda, y los pgecu hi doos s e y id como un reto juguetón que desafiaba el dreisoesoo v sensual de los caminantes. Sentados alrededaorm de es aun s py estaban mi hermano Fermín, otros dos coom añeelr t eel d a í nuevo tipo que habían incorporado al grupo.a LEes p que entrara al bar mientras yo iba a buscasr a a. NPoeslu besamos en un rapto de no saber cómo, cuáqnudéo., Lpaor do o a ví entrar, y mientras se iba alejando me senttír acpoam en un pozo sin aire. Me angustió enormemente. Me encaminé hacia las sombras y a las dr oa ss vciuaad i a os e l Pelusa, que me estaba esperando. Nos dirh iagcim bar comentando pavadas. Ahí fue cuando emsocsucl ho as aullidos, los disparos, las corridas, el miedo y la c ofu n ndi alborotando la maldita esquina. Pelusa y yod, ocson los curiosos, nos fuimos yendo. Impotentes, vimo baleaban a Fermín, capturaban a Esteala o tyr o s e stedgr ea compañeros, luego desaparecidos. Entre losn tin c u yfig o s ur la patota advertimos, pese a la confusióna, la e e lentes resguardaban unos ojos miopes, torvol se syq curu
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nunca podríamos olvidar. Pegado al tipo veesret í aa dl s u e em to e do nuevo “cumpa” que mandó la “orga”. Sentí q desmoronaba. “Fue una tarde, como fueron otras tard Una tragedia más entre tantas otras queo noceun rrl iaer década sangrienta. Nunca me resigné a la dme umerite u eve nn oes hermano, la de Estela y la de muchos otrosq jó conocí y que cayeron en celadas semejantes. a n ne as l íy perdoné a los irresponsables que, con fbre exitista, reclutaban a tiras enviados a perofor rgaar yla delatar a la gente. c ugcol,i l ld a e s Solitario, descreído de la dirección, prófu l n eita x i l i od en la clandestinidad, me perdí en la inceóg u rl oel ca prometiéndome volver algún día. Volver y ceprí rt a
Euzkadi Baztarrica * Madrid, Viernes 1S0and teo, abril de 1998 Post Scriptum: Paseando con Ana por los tci au e saty eo barrios madrileños, en esos inestables días dd ee m c o n a 1998, una tarde me topé en el vecindario der rFa ul e nc un viejo y querido amigo: Euzkadi Baztarrico a.d eLul aeg o rio r i,m r oesc alegría y atento a su conmovedor soliloqu ia . m L a juntos la larga marcha por los pasillos deo rla em a d so s ih n eri triste memoria de una década que nos ha dedja cerrar. El Vasco me prometió su “Diario de viaje a g e ó le a nstr Aires”. Antes de que regresáramos, Euzkadi em e ls notas pidiéndome que escribiera un relatoq, usei e l e .í material me parecía adecuado e interesante atentamente y lo asumí como un deber. ,Reesn pel oté g óe. posible, los hechos de acuerdo a la versión eqnut er e m En aquel diálogo que tuvimos en Madrid, esl eVñ aasl có o algo que no olvidé: “¿Porqué a más de cina cñuo es ndtae l o z sg terminada la segunda guerra buscan, atrapaann ya ju c hs i « s »us ? t ex nazis, a los colaboracionistas franceses, aalo e e r ans, ¿Qué diferencia hay entre Hitler, Eichman, yPaf ip como Astiz, el tigre Acosta, Videla o Masserau ?j e” qYuoead 151
n ely p la Alfonsín y Menem les tiraron la cuerda ód e rd d e jm ó aministía. Entonces me dijo esa frase eque pensando: “¿Y quién determinó qué justicia debe ju condenarlos y ajusticiarlos? ¿Nosotros mqouseda s margen? Fuimos los torturados, los muel orto a ds re desaparecidos. los hijos que se quedaron sin uss yp ic a ia y los padres que perdieron a sus hijos. ¿De quéj u és ttic é eia t i,c q a ,u me hablan, de cuáles escrúpulos? ¿Qué justic e sd ta á n qué escrúpulos tuvieron esos asesinos quea to ví r ast,o d se entre nosotros? ”. Contemplé esos ojos cansaado o retid l o s os tristes, testigos de los actos de barbarie cop m militares, rufianes de la patria. Luego anz oa sm oas br conmovidos. Como dos sobrevivientes que no. olvidan
por la copia, Andrés Aldao * junio 5, 1998
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ACERCA DEL AUTOR Abi Ben Shlomo (Abel Korilchik), nacido en A no d d r ées Aires en 1929, publicó, con el seudónim l í ta i cd a Aldao, numerosos artículos sobre la repaolid n argentina de los años sesenta y setenta (dreocsoepila gran parte en su libro “Argentina: a c dt oer í af agropecuaria a neodependencia industriall”o )s, cuales el seudónimo respondía a una dnaedcedsei salvaguardar su seguridad personal. iss meo Por motivos sentimentales, mantuvom e s nombre en esta aventura literaria de useuns t o“C desde lejos”, casi todos escritos en Israp ea l,í s sdue c a adopción desde octubre de 1975, en losv uqe ul e l eesrsdoen recuerdos de la infancia y experienciasa p su ciudad, Buenos Aires, y la gente, a quienes dejó de amar a pesar del largo exilio. Es miembro de la Asociación Israelí doer eEssce rnit Lengua Castellana (AIELC), en la quem pdeeñsae actualmente el cargo de Secretario General.
El E d i t o r
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Breve compendio de palabras del lunfardo, el “vesre” y la jerga “m n aalr”gi c aedr e r í a Aguantadero: Resguardo del delincuente o m robada. Apoliyar: Dormir Batir: Delatar/ Decir Biaba: Paliza Biyuya: Dinero Bobo: Corazón Bocho: Cabeza/ Tipo capaz Boleta; Boletear: Condenado a morir, muerto/ Matar Botón: Policía/ Alcahuete Bufoso: Arma corta Buchón: Delator Catrera: Cama Colifa; Colo: Apócope de “colifato”/ Loco. Currar: Robar, robar con engaño Chacar (o achacar): Robar Chamuyar: Hablar con intención Cheno: Noch e Chirusa: Joven pizpireta Choreo; Chorro: Robo/ Ladrón Chumbo: Revólver Escabio: Beber bebidas alcohólicas Emparrillar: Torturar detenidos con la piacana eléctric Empavurar: At emoriza r Engualichar: Embruj ar Escruche: Robo en propiedades o vehículos, etc. Esgunfia fi : Estado de fastidio, abandono, desgano Esparo: Seña sutil hecha por un malvivienate o t r o , advirtiéndole
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la presencia de un policía Espichar: Morir Espiro; Espiante: Escape Esquenún: Vago Enyetado: Que tiene “yeta” (mala suerte) Falopa: Mercadería de mala calidad/ Droga Fato: Un asunto Feza: Individuo pesado que quiere pasarse dl i es t o , o inadvertido Funyi: Sombrero de hombre Garrón: Cárcel (“comerse” un garrón) Garpar: Pagar Gil, Gilunes: Tonto/ Bobos (o “hacerse el gil”) Gayola: Pres idio Jermu: Mujer Jeta: Ca ra Jovato: Viejo/ Envejecido (personas) Levantar: Hurto de vehículos Manyar; Manyamiento: Señalarle alguien a la policía Mionca: Camión Mishiadura: Miseria Mollera: Sesos Morlacos: Dinero Ortiva: Alcahuete Pelandruna: Vaga, pícara/ Pobretona Pifiar: Errar Pirar: Es ca par Posta: Dato seguro, verdadero (saber de posta) Ranchada: Presos que comparten los paoqmue i dtaes de c y demás elementos de convivencia Rante: atorrante o lo relacionado con él Raye: Obsesión o manía Relojear: Co nt emplar Soco: El t ipo Taca taca: Dinero contante 155
Tira: Pesquisa Tirifilo: Petimetre Trompa: Pat rón Tortillera: Lesb ian a Trucha: Cara Vento: Dine ro Yeite: As un to Yirar: Dar vueltas (Por extensión, mujer,es“ y d vida i re o ” la , puta) Yuta: Policía Zabeca: Cabeza
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