La Calamitosa Claisa
Dios mío, el hombre es un mentiroso compulsivo, un sátiro serial, un adicto al sexo. — Ah! — exclamó lady Havard pareciendo aliviada, agregando después : — Cuando los vi saliendo, pensé… — Calma, mi amor. — Prudhomme la tomó en sus brazos. — Sabes que no hay más nadie que vos para mí. Te amo, Alice, y te amaré hasta mi muerte. — Es verdad, Henry? — ella suspiró al ser besada a lo largo del cuello. — Es que estoy tan celosa últimamente. — No hay razón alguna para que sientas celos , mi querida. Clarissa estrechó más los ojos y se estiró un poco al darse cuenta que Prudhomme había dado un paso atrás. Santo Dios! El hombre acababa de desnudar los pechos de lady Havard allí mismo en el jardín, Clarissa concluyó azorada al percibir el movimiento de las manchas y el ruido de los besos. Lady Havard jadeó, después tomó en sus manos la cabeza con peluca de Prudhomme, llevándola contra su pecho. — Y respecto a esa muchacha? — Clarissa? — La voz de Prudhomme sonó llena de desprecio al pronunciar el nombre. — Es apenas una criatura. Qué puede saber ella de una pasión como la nuestra? — Entonces es amor lo que sientes por mí? — ella insistió. — Claro! — él la tranquilizó. Sus bultos se juntaron nuevamente, y pudo oírse la afirmación de él: — De noche sueño con vos, que vos y yo no necesitamos más encuentros furtivos, y despierto pronunciando tu nombre en mis labios. Qué manera de soñar la de este hombre, pensó Clarissa, y cómo encontrará tiempo para engañar a dos damas y hacerme la corte a mí? — Oh, Henry — lady Havard no se contuvo —, Ya pensaste como sería si pudiésemos abrazarnos así todas las noches? — Ni me hables de eso — concordó Prudhomme, en un tono apasionado. —A la mierda con tu marido por tener tan buena salud. Clarissa precisó controlarse para no soltar una exclamación al oír el diálogo remanido. — Ahora déjame aprovechar estos pocos momentos en que te tengo. — Prudhomme, se arrodilló súbitamente, desapareciendo bajo la falda de lady Havard. Sin poder ver completamente en detalles, pero dándose cuenta por la posición de los bultos de lo que había sucedido, Clarissa comenzó preguntar, casi sin pensar: — Qué diablos le está haciendo él… Mowbray le tapó la boca con la mano e inmediatamente la empujó con delicadeza, conduciéndola entre los arbustos, para que cruzasen el pequeño bosque. Agarrándose al brazo de él para no perder el equilibrio, Clarissa se volvió para mirar una vez más los bultos de Prudhomme y lady Havard. Cómo desearía tener los anteojos en ese momento ! Aunque no tuviese idea de lo que él estaba haciendo debajo de la falda de ella, los gemidos que la mujer emitía eran muy sugestivos.
CAPITULO 5