Historia de los intelectuales en América Latina
Dirección general del proyecto: Carlos Altamirano
Director: Carlos Altamirano
I. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo Comité académico: Nora Catelli, Horado Crespo, Arcadio Díaz Quiñones, lean Franco, Javier Garcíadiego,
Editor del volumen: Jorge Myers
Claudia Lomnitz, Sergio Miceli, Jorge Myers Editores: Volumen 1: Jorge Myers Volumen ll: Carlos Altamirano
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conocimiento
Índice
9 Introducción general Carlos Altamirano
Primera edición, 2008
29 Introducción al volumen 1 Losintelectuales latinoamericanos desde la colonia hasta el inicio del siglo xx
© Katz Editores Charlone 216 C1427BXF-Buenos Aires Fernán González, 59 Bajo A
28009 Madrid www.katzeditores.com
cultura Libre © Carlos Altamirano
ISBN Argentina: 978-987-1283-78-1 ISBN España: 978-84-96859-36-4 1. Historia Intelectual. 1. Altamirano, Carlos, dir.
JorgeMyers I. EL LETRADO COLONIAL
53 Gente de saberen los virreinatosde Hispanoamérica (siglos XVI a XVIII) Osear Mazín 79 Hacia un estudio de las élites letradas en el Perú
virreinal: el caso de la Academia Antártica Sonia V. Rose
94 Brasil: literaturae «intelectuales" en el períodocolonial Laura de Mello e Souza
CDD 306.42 11, ÉLITES CULTURALES y PATRIOTISMO CRIOLLO:
El contenido intelectual de esta obra se encuentra protegido por diversas leyes y tratados internacionales que prohíben la reproducción íntegra o extractada, realizada por cualquier procedimiento, que no cuente con la autorización expresa del editor. Diseño de colección: tholón kunst Impreso en la Argentina por Latingráfica S. R. L. Hecho el depósito que marca la ley 11.723.
PRENSA y SOCIEDADES INTELECTUALES
El letrado patriota: los hombresde letras hispanoamericanos en la encrucijada del colapso del imperio españolen América JorgeMyers 145 Redactores, lectores y opinión pública en Venezuela a fines del perlado colonial e inicios de la independencia (1808-1812) Paulette Silva Beauregard lal
168 Losjuristas como intelectuales y el nacimiento de los estados naciones en América Latina
441 Losintelectuales y el poder político: la representación de los científicos en México del porfiriato a la revolución Claudio Lomnitz 465 Maestras, librepensadoras y feministas
Rogelio Pérez Perdomo 184 ':4. la altura de las luces del siglo": el surgimiento de un clima intelectual
en la Argentina (1900-1912)
en la BuenosAiresposrevolucionaria
Dora Barrancos
Klaus Gallo 205
Traductores de la libertad: el americanismo de los primeros republicanos
V. EXILIOS, PEREGRINAJES Y NUEVAS FIGURAS DEL INTELECTUAL
Rafael Rojas 227
Tres etapas de laprensapolítica mexicana del siglo el publicista y los orígenes del intelectual moderno
495 Cronistas, novelistas: la prensaperiódica como espacio XIX;
Elías I. Palti 242
Los hombresde letras hispanoamericanos y el proceso de secularización (1800-1850) Annick Lempérierc
de profesionalización en la Argentina (1880-1910) 513
Alejandra Laera El modernismo y el intelectualcomo artista: Rubén Daría Susana Zanetti
544 Camino a la meca: escritores hispanoamericanos
en París (1900-1920) Beatriz Colombi
111. LA MARCHA DE LAS IDEAS
269
La construcción del relato de losorígenes en Argentina, Brasily Uruguay: las historias nacionales de Yarnhagen, Mitre y Bauzá
290
El erudito coleccionista y los orígenes del americanismo
Fernando J. Devoto Horacio Crespo 312
Intelectuales negros en el Brasildel siglo XIX Maria Alice Rezende de Carvalho
334
"República sin ciudadanos": historia y barbaries en Cesarismo democrático Javier Lasarte Valcárcel IV. ENTRE EL ESTADO Y LA SOCIEDAD CIVIL
363
Tres generaciones y un largo imperio: fosé Bonifácio, Porto-Alegre y Ioaquim Nabuco Lilia Moritz Schwarcz
387 Nuevos espacios de formación y actuación intelectual: prensa,asociaciones, esfera pública (1850-1900) Hilda Sabato 412
El exilio de la intelectualidadargentina: polémicay construcción de la esfera pública chilena (1840-J850) Ana María Stuven
,67 Colaboradores '73 Índice de nombres
Introducción general Carlos Altamirano
Las élites culturales han sido actores importantes de la historia de América
Latina. Procediendo como bisagras entre los centros que obraban como metrópolis culturales y las condiciones y tradiciones locales) ellas desempeñaron un papel decisivo no s6lo en el dominio de las ideas, del arte o de la literatura del subcontinente, es decir, en las actividades y las produc-
ciones reconocidas como culturales, sino también en el dominio de la historia política. Si se piensa en el siglo XIX, no podrían describirse adecuadamente ni el proceso de la independencia, ni el drama de nuestras guerras civiles, ni la construcción de los estados nacionales, sin referencia al
punto de vista de los hombres de saber, a los letrados, idóneos en la cultura escrita y en el arte de discutir y argumentar. Según las circunstancias, juristas y escritores pusieron sus conocimientos y sus competencias literarias al servicio de los combates políticos, tanto en las polémicas como en el curso de las guerras, a la hora de redactar proclamas o de concebir constituciones, actuar de consejeros de quienes ejercían el poder político o ejercerlo en persona. La poesía, con pocas excepciones, fue poesía cívica. El vasto cambio social y económico que posteriormente, en el último tercio del siglo XIX, incorporó a los países latinoamericanos a la órbita de la modernización capitalista, existió antes, como aspiración e imagen idealizada del porvenir, en los escritos de las élites modernizadoras. La marcha hacia el progreso tomó diferentes vías políticas, desde la tórmula del gobierno fuerte a la república oligárquica más o menos liberal, pero todas contaron con su gente de saber y sus publicistas. Había que unificar el Estado y consolidar su dominio sobre el territorio que cada nación hispanoamericana reclamaba como propio, redactar códigos e impulsar la educación pública. Esas tareas no pudieron llevarse adelante sin la cooperación de "competentes", nativos o extranjeros, que pudieran producir y ofrecer conocimientos, sean legales, geográficos, técnicos o estadísticos.
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Tampoco sin quienes pudieran suministrar discursos de legitimación destinados a engendrar la alianza incondicional de los ciudadanos con "su" Estado -cnarrativas de la patria, de la identidad nacional, del pueblo en lucha por la nación en los campos de batalla-. Brasil, cuya independencia no había conocido las rupturas ni las vicisitudes de sus vecinos, se puso institucionalmente a la par del resto de los países latinoamericanos en 1891, al adoptar el modelo de la república y dejar atrás el orden monárquico. En el siglo xx la situación y el papel de las élites culturales varió de un país al otro, según las vicisitudes de la vida política nacional, la complejización creciente de la estructura social y la ampliación de la gama de los productores y los productos culturales. Pero, hablando en términos generales, digamos que desde fines del siglo anterior los indicios de diferenciación entre esfera política y esfera cultural se harían cada vez más evidentes y que la división del trabajo comenzó a desgastar los lazos tradicionales entre los hombres de pluma y la vida política. El desarrollo de la instrucción pública amplió el mercado de lectores y poco a poco comenzó a germinar aquí y allá una industria editorial. Pero la literatura, al menos la literatura de y para el público cultivado, no se transformó por ello en una profesión -seguiría siendo una ocupación que no daba dinero- y los empleos más frecuentes para quienes quisieran vivir de la escritura o del conocimiento disciplinado en estudios formales fueron el periodismo, la diplomacia y la enseñanza. Nuestros países ingresaran can retraso en el mundo moderno y culturalmente continuaron desempeñando el papel de provincias de las grandes metrópolis, sobre todo de las europeas, que funcionaban como focos de creación y prestigio de donde provenían las ideas y los estilos inspiradores. América había llegado tarde al banquete de la civilización europea, según afirmó en 1936 Alfonso Reyes, en una fórmula que se haría célebre porque resumía un sentimiento generalizado en las élites culturales de América Latina. No obstante, aunque lejos de los centros en que se inventaban las doctrinas y se experimentaban las nuevas formas, hemos tenido, corno en otras partes, hombres de letras aplicados a la legitimación del orden e intelectuales críticos del poder, vanguardias artísticas y vanguardias políticas surgidas de las aulas universitarias. El APRA (Alianza Popular Revolucionaria Americana), fundada en México en 1924 por un líder del movimiento estudiantil peruano, Haya de la Torre, es sólo el ejemplo más logrado, pero no el único, de esas vanguardias políticas que estimuló a lo largo de América Latina el movimiento de la Reforma Universitaria. Las revoluciones del siglo xx en América Latina -la de México en 1910 y la de Cuba en 1959- interpelaron a los intelectuales y conmovieron sus modOl.
INTRODUCCiÓN GENERAL
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de pensar y de actuar, pero no sólo en esos países sino a lo largo de todo el subcontinente. No resulta dificil, en suma, identificar Iaíebor de estas figuras.Sin embargo, aunque sabemos bastante de sus ideas, no contamos con una historia de la posición de los hombres de ideas en el espacio social, de sus asociaciones y sus formas de actividad, de las instituciones y los campos de la vida intelectual, de sus debates y de las relaciones entre "poder secular" y"poder espiritual", para hablar como Auguste Comre. Hay excelentes estudios sobre casos nacionales, por cierto, y el Brasil y México son los países que llevan la delantera en este terreno, pero carecemos de una historia general.
la historia de los intelectuales admite más de un abordaje y cada uno de ellos puede contener su parte de verdad, aunque no sea la verdad completa. Por amplia que sea la concepción, difícilmente pueda hacer justicia a todos los hechos dignos de ser considerados y algunos aspectos del tema quedarán en la penumbra. La historia de los intelectuales en América Latina que presentamos aquí no escapa seguramente a tales limitaciones, pero serán sus lectores, no quienes la hemos hecho, los que se hallen en mejor posición para juzgarlas. Quisiera exponer brevemente los razonamientos y los criterios que orientaron la formulación inicial del proyecto del que nació la Historia de los intelectuales en América Latina y me valdré para eso, aquí y allá, de argumentos expuestos ya en otras partes. Desde que la idea echó a andar a comienzos de 2005 tuvo varios momentos de reflexión colectiva y de ajustes. Más adelante voy a referirme a las etapas de ese trabajo que llevó del bosquejo preliminar a su forma actual. Como nada es diáfano y unívoco en el vocabulario relativo a los intelectuales, tal vez sea necesario introducir algunas indicaciones sobre el sentido que le otorgamos a esta noción empleada hasta aquí sin mayor especificación. El término "intelectuales" no evoca multitudes en ningún lugar del mundo -tampoco, por supuesto, en América Latina-. Al igual que en casi todas partes, también en esta región el espacio característico de los intelectuales es la ciudad..aunque su ambiente no sean únicamente las capitales o las grandes ciudades (el esquema de Edward Shils [19811 de "metrópolis" yvprovincias" en la vida intelectual resulta aquí muy pertinente). La condición urbana define igualmente el tipo de cultura en que ellos se forman, una cultura de patrón europeo occidental que, desde la conquista y
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la colonización ibéricas, tiene su sede y sus focos de irradiación en las ciudades (Romero, 1986). Los programas de autonomía cultural respecto de Europa, que desde los años del romanticismo han nacido y renacido, una y otra vez, nunca implicaron la renuncia a la matriz occidental ni a las lenguas recibidas del Viejo Continente. Tampoco cuando los intelectuales y el Estado revalorizaron las culturas indígenas y la de los pueblos de procedencia africana, ni cuando se buscó en esas fuentes los orígenes de una identidad nacional o continental. En fin, la permanencia de aquella matriz puede reconocerse sin esfuerzo en las disciplinas que cultivan las universidades latinoamericanas, en los géneros discursivos con que los escritores ponen en forma el deseo de expresión literaria yen el vocabulario de sus debates ideológicos. A fines del siglo XIX el conjunto de quienes en el continente podían clasificarsebajo la denominación de intelectuales era aún muy reducido. Tomemos el ejemplo que nos ofrece el crítico argentino Roberto Giusti al referirse a la creación del Ateneo, la sociedad intelectual que se fundó a mediados de 1892 para favorecer las actividades literarias y artísticas en Buenos Aires. La reunión promotora se llevó a cabo en la casa del poeta Rafael Obligado y se mezclaron en ella integrantes de al menos dos generaciones, la del ochenta y la de sus sucesores. Fue muy numerosa, observará Giusti (1954: 54): Concurrió tout Buenos Aires, todo o casi todo lo que la ciudad tenía de representativo en el campo de la cultura, escritores, artistas, músicos, aficionados a las letras, personas ilustradas que no desdeñaban, al margen del ejercicio de la actividad profesional o política, el buen libro, el buen teatro o la plática culta e ingeniosa. Ahora bien, la lista de asistentes que registra no alcanza los cincuenta nombres, entre los que no figura el de ninguna mujer. Una pequeña comunidad intelectual masculina en la ciudad que está a punto de convertirse, con la llegada de Rubén Dario, en la "capital del modernismo" para toda la América hispana. Admitamos que la lista de Giusti podía ser selectiva (no incluía sino a los que consideraba prominentes) y que a la casa de Rafael Obligado tal vez no hayan concurrido todos los habitantes posibles de la república porteña de las letras. Los nombres que podrían añadirse, sin embargo, no alterarían básicamente las exiguas dimensiones de esa república. La situación no era demasiado diferente en las otras capitales latinoamericanas. La delgada capa de personas cultivadas de fines del novecientos se ensanchó en la centuria siguiente, junto con el crecimiento demográfico de la
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región, el desarrollo de las ciudades, la extensión del sistema de enseñanza yel afianzamiento de la educación superior, que ampliaron y diversificaron las funciones y las profesiones intelectuales. En la segunda mitad del siglo xx, en particular en los años sesenta y setenta, el aumento de estudiantes y diplomados se volvió masivo. Este crecimiento continuado amplió el universo de donde se reclutan los intelectuales, mejor dicho, de quienes son social y culturalmente percibidos como tales, un reconocimiento que no se extiende por igual a todos los que ejercen funciones y labores intelectuales en la vida social. Para hablar con los términos de Randall Collins (2000): no todos se hallan en el "centro de la atención" ni igualmente próximos a ese centro. Ese interés desigual refleja la estratificacián del campo intelectual, donde la autoridad (o el prestigio, o la reputación) no se halla parejamente distribuida -algunos individuos y algunos grupos alcanzan más atención que otros-. Hay siempre quienes desempeñan posiciones eminentes en la conversación intelectual, los que ocupan el centro. Cuando se hace referencia a la influencia de los intelectuales, cuando se juzga si han tomado el partido correcto o se les reprocha su abstención o su docilidad, se piensa básicamente en esa franja de mayor visibilidad y audiencia, una minoría respecto del entorno mucho más amplio de las profesiones intelectuales. ¿De dónde procede ese reconocimiento? De la opinión de la comunidad intelectual, pero no sólo de.ella. Un estudio de RodericA. Camp (1982) sobre los intelectuales contemporáneos en México nos provee de un ejemplo. Para responder a la pregunta de quiénes son los intelectuales en este país, Camp llevó a cabo una encuesta entre tres grupos: académicos norteamericanos especializados en México, políticos mexicanos e intelectuales mexicanos, y a cada uno de los encuestados les solicitó una lista de las personalidades que consideran destacadas en la vida intelectual mexicana desde 1920 a 1980. De las respuestas obtenidas confeccionó tres listas de acuerdo con los nombres más citados dentro de cada uno de esos grupos. Al analizar los tres conjuntos, Camp hará varias observaciones: que las listas sólo concordaban parcialmente; que era mayor la coincidencia entre los mencionados por los académicos norteamericanos y los intelectuales mexicanos, que los que surgían de las listas de políticos; que éstos apreciaban más a los abogados que a los literatos, y a intelectuales que se consagraban al servicio público que a los independientes, muy valorados, a su vez, por los intelectuales que respondieron a la encuesta; en fin, que en el juicio de los académicos norteamericanos pesaba mucho que los autores hubieran sido traducidos en los Estados Unidos. Sobre la base de los nombres más frecuentemente citados en las tres listas, Camp estableció el cuadro de lo que titula la élite intelectual mexicana entre 1920 y 1980, un
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elenco de 53 figuras que encabezan José Vasconcelos, Octavio Paz, Vicente Lombardo Toledano y Daniel Cosía Villegas. El número de los integrantes de ese vértice podría ser mayor (por ejemplo, si se sumaran todos los nombres citados en las respuestas de los tres grupos encuestados por Camp), pues los límites del espacio central nunca son estrictos ni estables. Podría además ampliarse el foco y prestar atención no sólo al centro sino también a la periferia, o aun registrar sobre todo a los que desconocen o desafían la autoridad del centro. Ciertamente: poner en entredicho las jerarquías culturales instituidas y proclamar una legitimidad alternativa, llamando la atención sobre obras o autores marginales, es una estrategia también practicada por los intelectuales latinoamericanos. De todos modos, siempre se trataría de la rehabilitación de individuos y círculos restringidos. Que el reconocimiento no alcance por igual a toda obra y a toda trayectoria, que los laureles de la historia, como dice Carlos Monsiváis, se distribuyan sólo entre unos cuantos, es lo que habilita el uso de la noción de élite intelectual, que no se emplea para juzgar una orientación ideológica aristocratizante -hay élites populistas y desde la tercera década del siglo xx el populismo es una de las tradiciones intelectuales fuertes en América J atina sin..a para indicar un lugar en el diferenciado espacio de la cultura. Más allá de lo que enseñe sobre la vida cultural mexicana, el estudio de Camp nos hace ver igualmente algunos hechos de.akance más 8.enef'al in primer lugar, que el intelectual no tiene una sola audiencia, un solo público, y que los criterios de los propios intelectuales para juzgar la relevancia de sus pares no son los mismos que rigen para aquellos que, si bien se interesan por las ideas y discuten las definiciones sobre la marcha del mundo que producen los intelectuales, no giran en la órbita de la vida intelectual. En segundo término, que el concepto de intelectual resulta irreductible al de una categoría socioprofesional.pues con esetérmino se agrupa y se identifica a un abigarrado conjunto de personas que poseen conocimientos especializados y aptitudes cultivadas en diferentes ámbitos de expresión simbólica (literatura, humanidades, derecho, artes, ete.), y que proceden de diversas profesiones. A manera de conclusión de estas consideraciones preliminares podemos extraer un perfil de los intelectuales, un esbozo que no vale sino como una primera aproximación a nuestro tema, el de su historia en América Latina. Los intelectuales son personas, por lo general conectadas entre sí en instituciones, círculos, revistas, movimientos, que tienen su arena en el campo de la cultura. Como otras élites culturales, su ocupación distintiva es producir y transmitir mensajes relativos a lo verdadero (si se pre-
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fiere: a lo que ellos creen verdadero), se trate de los valores centrales de la sociedad o del significado de su historia, de la legitimidad o la injusticia del orden político, del mundo natural o de la realidad trascendente, del sentido o del absurdo de la existencia. A diferencia de élites culturales del pasado, sean magos, sacerdotes o escribas, la acción de los intelectuales se asocia con lo que Régis Debray llama grajoestera -es decir, con el dominio que tiene su principio en la existencia de la "imprenta,los libros, la prensa-o Su medio habitual de influencia, sea la que efectivamente tienen o sea a la que aspiran, es la publicación impresa (Debray, 2001: 75). Los intelectuales se dirigen unos a otros, a veces en la forma del.debate, pero el destinatario no es siempre endógeno: también suelen buscar que sus enunciados resuenen más allá del ámbito de la vida intelectual, en la arena política. Más aun, a veces quieren llegar a la sede misma del poder político. Como escribió WolfLepenies (1992: 8): "El intelectual es un viajero, pero de tanto en tanto quiere hacer también de maquinista". En América Latina y hasta avanzado el siglo XIX esa esfera de la cultura intelectual estuvo bajo el poder de los varones, fueran descendientes de familias de fortuna, herederos de un capital cultural o autodidactas "hijos de sus obras", como Sarmiento. Las mujeres no.,partici.Rarían en ella sino marginal mente. Sólo desde entonces, aunque lentamente, y sobre todo desde la segunda mitad del siglo xx, aquella supremacía comenzaría a reducirse. Por lo dicho hasta aquí, casi ni es necesario destacar que en esta visión el intelectual no es una fis.,ura eterna que atraviesa las épocas y las culturas, sino una especie'rnoderna,
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La noción de intelectual tiene una historia, una historia que se desarrolló en diferentes contextos sociales,culturales y políticos, yAmérica Latina fue uno de ellos. Tampoco aquí brotó de golpe, sin progenitores ni tradiciones. El hecho de que no contemos con una historia general de estos grupos en nuestros países no significa que no se haya hablado y escrito sobre ellos, sobre su papel en el pasado y su misión en el presente. Por el contrario, en torno de estas cuestiones se han construido varias genealogías que proporcionaron modelos e imágenes duraderos para la identificación de los intelectuales. Al menos hasta mediados del siglo xx, la concepción del hombre de letras como apóstol secular, educador del pueblo o de"la nación, fue segu-
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ramente el más poderoso de esos modelos que se encarnaban en ejemplos dignos de admirar como de imitar. El prototipo se forjó en la cultura de la ilustración y les proporcionó a nuestros ilustrados una imagen de su papel social. El discurso americanista se entretejió tempranamente con esa representación de los hombres de saber y en el panteón de las personalidades del continente añadió, junto a los héroes de la emancipación -los Libertadores-, a los héroes del pensamiento. A veces, como en este pasaje de Pedro Henríquez Ureña (1952: 25), los héroes de la palabra alcanzaban en ese panteón un lugar más elevado que los hombres de acción: La barbarie tuvo consigo largo tiempo la fuerza de la espada; pero el espíritu la venció, en empeño como de milagro. Por eso hombres magistrales como Sarmiento, como Alberdi, como Bello, corno Hostos, son verdaderos creadores o salvadores de pueblos, a veces más que los libertadores de la independencia. Al hablar de americanismo nos referimos a la empresa intelectual de estudio y erudición destinada a indagar, valorizar y promover la originalidad de América Latina, tal como se la podía descubrir en su literatura y en los legados de su historia cultural. La oda Alocución a laPoesía, de Andrés Bello, aparecida en Londres en 1823, suele ser citada como acta de nacimiento del americanismo, una tradición en que se inscriben los nombres de José María Torres Caicedo en Colombia, el de Juan María Gutiérrez en la Argentina, ya la que el uruguayo José Enrique Rodó va a conferir sentido militante (Ardao, 1996). En el siglo xx, la continuación y el cuidado de esta empresa tuvieron sus grandes nombres en Pedro Henríquez Ureña, Mariano Picón Salas y Alfonso Reyes.La vocación del americanismo no era conservadora. Se lo concebía como parte de una promesa utópica, la "utopía de América", que buscaba en el pasado no sólo valores a salvar del olvido, sino también los elementos que anunciaban su independencia intelectual o preparaban lo que debía ser su originalidad moderna. El agente por excelencia de esa obra era la "inteligencia americana", como llama Rodó -y Reyes despuésal cuerpo ideal de las minorías ilustradas, investidas de la misión de ofrecer luz y guía en un continente vasto, tumultuoso y rudo, inhospitalario para el espíritu. Ellas debían operar la síntesis entre la cultura europea y la realidad natural y cultural de América. La representación del hombre de letras como apóstol y visionario, que honra a su país con sus obras y lo inspira con su pensamiento y su acción cívica, cristalizó muy tempranamente. Se la encuentra ya bajo la pluma de Esteban Echeverría y Juan Bautis1a Alberdi en el Río de la Plata. La
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imagen se convirtió en un paradigma influyente a la hora de evocar a los escritores y los pensadores de América Latina, al menos a los considerados mentores y guías, a los considerados Maestros. El modelo sirvió igualmente corno criterio valorativo para juzgar y eventualmente condenar a quienes no estuvieran o no hubieran estado a la altura de su papel. Fue lo que hizo el escritor e ideólogo aprista Luis Alberto Sánchez, que en los años treinta entabló un proceso a l
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Hay trabajos que enseñaron nuevos modos de enfocar la historia de los intelectuales en América Latina, y no quisiera proseguir con estas consideraciones preliminares sin hacer mención a uno de ellos, el provocativo ensayo de Ángel Rama, La ciudad letrada, que ha dejado una larga estela en los estudios de historia de la literatura latinoamericana de los últimos veinte años. Demos sólo unos pocos ejemplos de esa huella: "Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana" y "La formación del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX", dos largos estudios de Rafael Gutiérrez Girardot (2001); el importante libro de Julio Ramos, Desencuentros de la modernidad en América Latina (1989), que se desarrolla en diálogo y debate con los juicios de Rama; la tesis de Magdalena Chocano Mena, La fortaleza docta. Elite letrada y dominación social en México colonial (siglos XVI-XVII) (2000), que somete a una validación historiográfica la idea central de La ciudad letrada. ¿Cuál es, a nuestro juicio, el mérito de este ensayo, tan elogiado como discutido, Laciudadletrada? Recordemos brevemente la tesis central. Desde la fundación del régimen colonial hasta la mayor parte del siglo XIX, nos dice Rama, las élites letradas formaron parte del sistema de poder. Una pléyade de religiosos, administradores, educadores, profesionales, escritores y múltiples servidores intelectuales, todos esos que manejaban la pluma, estaban estrechamente asociados a las funciones del poder y componían lo que Georg Friederici ha visto como un país modelo de funcionariado y de burocracia (Rama, 1984:33). ¿Cuál ha sido la función de esas élites dentro del sistema de poder? Producir discursos de legitimación del orden social, incluida la definición de la cultura legítima, que no era otra que la de los mismos letrados. Sobre el fondo de esta prolongada continuidad que liga a la gente de saber con la estructura de la dominación social, se despliegan los cambios o discontinuidades en las modalidades de ese papel social y los discursos correspondientes de legitimación: por ejemplo, el cambio del discurso religioso de dominación a los discursos ideológicos modernos. De la empresa de evangelizar se pasa a la de educar: "Aunque el primer verbo fue conjugado por el espíritu religioso yel segundo por el laico, se trataba del mismo esfuerzo de transculturación a partir de la lección europea" (ibid.: 25). La razón de la dilatada conservación de su preeminencia residió en que durante siglos las minorías letradas retuvieron el monopolio de la escri-
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tura en una sociedad analfabeta. La relación básica entre el universo de la cultura escrita y el de la cultura oral, el de las minorías ilustradas y el mundo popular, no cambiará con las revoluciones de independencia, ni después, con la construcción de los estados nacionales ni con "ese segundo gran parto continental que fue la modernización" (ibid.: 146). Rama registra, por cierto, las mutaciones que experimentó la vida social y política de estos países, así como la aparición de nuevas profesiones intelectuales y nuevas formas de vivir de la destreza en la cultura escrita, desde el periodismo a la docencia y la diplomacia. Sin embargo, pese a los cambios, hasta comienzos del siglo xx persistió en las filas de los Intelectuales modernizadores "la tenaz tendencia aristocrática de los letrados" (ibid.: 153). Es decir, la reivindicación del "capital cultural", para emplear el lenguaje de Pierre Bourdieu, corno factor de excelencia social. Sólo poco a poco, en la primera y sobre todo en la segunda década del nuevo siglo comenzaría a hacerse visible un nuevo escenario intelectual, particularmente en la región del Río de la Plata, en concomitancia con la aparición de partidos nacionales de base popular, el desarrollo de una cultura de masas (teatro, literatura de folletín, música popular) yel surgimiento de escritores de origen más plebeyo que los tradicionales. En estos escritores, muchos de ellos autodidactas y sensibles a las doctrinas sociales de la época, percibe Rama el abandono de ese criterio de la superioridad social fundada en la
disparidad cultural. Bastan estas pocas indicaciones para ver la variación que Laciudadletrada introducía en una tradición con la que el propio Rama estaba ligado, la del americanismo.Aunque sus principios ideológicos eran otros, más radicales que los del liberalismo que había animado el pensamiento de los maestros del americanismo,la obra crítica de Rama en relación con la literatura y la cultura latinoamericanas se conecta con esa tradición. Laciudadletrada, sin embargo, introduce un sacudimiento, es decir, algo más que la sola radicalización de aquella empresa (que ya tenía, por otra parte, su ala izquierda). En contra del análisis marxista corriente, que concibe a las élites culturales como representantes, más o menos disimuladas, de clases definidas en términos socioeconómicos, Rama subraya el margen de autonomía de los grupos intelectuales. Esas élites, observa, situándose explícitamente en la huella de Karl Mannheim, no deben ser consideradas como simples mandatarias de otros poderes (instituciones o clases sociales), porque se perdería de vista "su peculiar función de productores, en tanto conciencias que elaboran mensajes, y, sobre todo, su especificidad corno diseñadores de modelos culturales, destinados a la conformación de ideologías públicas" (ibid.: 38). Dicho de otro modo: ellas no sólo secundan a un poder,
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sino que también son dueñas de unpoder. Para el Rama de La ciudad letrada, el monopolio de la escritura representa un poder ~ la mayor y más I?rovocativa novedad de su ensayo radica en la relevancia 9..ue otorga a esta dimensión sociopolítica de la cultura escrita en la interpretación del comportamiento de los letrados latinoamencanos-. ¿Seapartaba así de la tradición americanista? Probablemente Rama sólo pensara que esa tradición no podía ser continuada sin romper con parte de ella, es decir, sin rehacerla. Se le han formulado objeciones a la narrativa de La ciudad letrada. La más frecuente es que el poder descriptivo e interpretativo de la noción de "letrado", entendida corno categoría funcional al sistema de dominación política, se debilita a medida que el análisisse aleja del período de la independencia. Al prolongar su vigencia hasta fines del siglo XIX, Rama le hace perder nitidez y penetración histórica. Es el reparo que formula, por ejemplo, Julio Ramos en Desencuentros de la modernidad en América Latina. De todos modos, corno muestra el propio Ramos, no es necesario suscribir sin reservas la visión de Rama para valorar lo que ella ha enseñado.
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En Hispanoamérica, escribió Tulio Halperin Donghi, el intelectual procede del letrado colonial, es decir, de quien ejercía en el viejo orden las tareas y la representación de la cultura savant. Entre aquel antepasado y el intelectual moderno latinoamericano no hay, sin embargo, una línea continua, sino transiciones, dislocamientcs, metamorfosis: Esa metamorfosis -observa- no la atraviesan tan sólo quienes se sienten apresados en la figura del letrado, encerrada en límites ideológicos y de comportamientos rígidamente definidos; deben afrontarla también quienes ven derrumbarse el contexto histórico que ha sostenido su carrera de letrados, y se adaptan como pueden a uno nuevo, que no siempre entienden del todo (Halperin Donghi, 1987: 55). Las transformaciones conciernen, pues, tanto a la situación de las élites ilustradas, corno a las recontiguraciones del espacio social en que ellas desempeñan un papel y a las representaciones ideológicas de ese I?apel. La hipótesis de Halperin Donghi tiene la virtud de que permite construir en torno de ella una génesis social del intelectual y los jalones de un itinerario.
INTRODUCCIÓN GENERAL
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Digamos que en un momento de ese recorrido se insertó el vocablo "intelectual" como término de definición y de autodefinición. En nuestros países, mejor dicho, en el discurso de sus escritores se registra muy precozmente el empleo del término que en 1898 recibió su gran bautismo político en Francia, con el caso Dreyfus. Se lo encuentra, por ejemplo, bajo la pluma de Rodó, en una carta abierta al escritor venezolano César Zumeta de agosto de 1900 en que anuncia la inminente aparición de Ariel, el ensayo que habría de convertirlo en uno de los Maestros de América: "Es, como se verá, una especie de manifiesto dirigido a la juventud de nuestra América. [... ] Me gustaría que esta obra mía fuera el punto de partida de una campaña de propaganda entre los intelectuales de América" (Stabb, 1969: 61). Se lo halla igualmente en Manuel González Prada y en José Ingenieros, otros dos nombres asociados con el magisterio, entre espiritual y político, dellatinoamericanismo. González Prada dio a leer el r- de Mayo de 1905, en la Federación de Obreros Panaderos del Perú, una conferencia dedicada al tema de "El intelectual y el obrero", consagrada a discurrir sobre las tareas y los deberes del hombre de cultura (González Prada, 1982:191). Probablemente haya sido Ingenieros quien le diera un tratamiento más recurrente a la cuestión del papel de los intelectuales, con variaciones que reflejaban los cambios de su juicio respecto de la marcha del capitalismo, no sólo en la Argentina, sino en escala mundial (Falcón, 1985). Ahora bien, datos como éstos, por cierto, no hablan por sí mismos y deben ser puestos en su contexto e interrogados para ver qué significado debemos atribuirle a su empleo. ¿Laaceptación temprana del término "intelectual" era el índice de un cambio en la situación efectiva de los escritores, un signo de autonomización de las prácticas intelectuales, separadas de otras actividades sociales y ejercidas por personas que eran ya reconocidas por su consagración a esas prácticas? ¿O sólo constituía una ilustración más de que nuestros hombres de letras pensaban -y se percibían a sí mismos- de acuerdo con las nociones de un lenguaje ideológico prestado? ¿O bien, se trataba de una mezcla de las dos cosas? Después de la Primera Guerra Mundial, el uso del término intelectual se hace cada vez más frecuente, sobre todo en los medios culturales de izquierda, y en los aftos veinte ya se,volverá.carricntc. No es posible hablar de intelectuales sin hablar de ideas. ¿No es lo propio de estas figuras el producir y transmitir enunciados sobre el mundo? sin embargo, una historia de los intelectuales no puede reducirse a (ni confundirse con) una historia de ras ideas. Aunque se alimente de ellas, del discurso que la imaginación social de las élites ha puesto en forma, así como
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de las representaciones que éstas han forjado sobre sí mismas, tales elementos no pueden constituir la única materia, menos aun la única fuente de referencias de esa historia. No sólo los textos. sino el ejercicio mismo de pensar y escribir textos en talo cual momento histórico resultan mejor comprendidos si no hacemos abstracción de sus condiciones de existencia. Pero los textos, conviene añadir, no se prestan sino raras veces al conocimiento inmediato, requieren por lo general del esfuerzo de la interpretación. En otras palabras: la historia de los intelectuales no exime de sus tareas a la historia intelectual, que trabaja sobre los "hechos de discurso" bajo la idea de que ellos dan acceso a un desciframiento de la historia que no se obtiene por otros medios. Ese trabajo específico tiene instrumentos propios. En los últimos diez, quince años, se asiste a un renacimiento de la historia política en América Latina, tal como puede apreciarse en la proliferación de estudios sobre ciudadanía, republicanismo, desarrollo del sufragio o surgimiento de una esfera pública en nuestros países. Este resurgimiento ha vuelto a atraer la atención sobre el papel histórico de los grupos ilustrados, lo que no puede sino estimular la investigación sobre los intelectuales. Ahora bien, una historia de los intelectuales latinoamericanos, ¿podría centrarse sólo en el papel político de las élites culturales? Este enfoque, que se apoya en una dimensión básica de la definición social de los intelectuales, probablemente sea hoy el más extendido. Aun los ensayos de sociología de la intelligentsia que se realizaron en nuestros países hacia fines de los años sesenta y comienzos de la década siguiente contribuyeron a reforzar esta óptica, pues esos trabajos tenían como problemática la actitud de los. intelectuales respecto de la modernización (Bonilla, 1967; Marsal, 1971). El hecho es, sin embargo, que los intelectuales no son actores políticos sino en ocasiones. Por cierto, su actividad supone -y se halla en relación con- determinadas configuraciones de la vida social, corno el Estado, el poder religioso y el sistema educativo, las divisiones de clase, las fracturas étnicas y la pluralidad de visiones del mundo. Selos encuentra muchas veces enrolados y divididos en el debate cívico. Pero ellos producen también escenarios propios, de menor escala, espacios creados por grupos y redes de congéneres (sociedades de ideas, movimientos literarios, revistas). Se reúnen allí, en esas microsociedades, para disertar, debatir, demostrar, aunque también para denunciar y rivalizar por controlar el centro de la atención. Estos variados ámbitos o contextos pueden ser estudiados de maneras diferenciadas, pero no hay por qué pensar que esas maneras diferentes sean obligadamente incompatibles o incomunicables entre sí. La reciprocidad de perspectivas diferentes puede ser productiva. Una historia de los intelectuales debería activar la exploración de diversas canteras y alimentarse
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del aporte de varias disciplinas, más o menos próximas. Entre estas disciplinas vecinas, las más obvias son la historia de las ideas, la historia de la literatura... la historia política y la sociología de los intelectuales. Pero hay otros campos de conocimiento menos obvios, aunque no por eso menos importantes, como la historia de la prensa y la historia de la edición. En otras palabras: una historia que tome en cuenta la diversidad de formas que adoptó la acción de los intelectuales a lo largo de dos siglos sólo puede ser fruto de la colaboración de estudiosos de diferentes disciplinas, desde la historia política a la historia de la literatura latinoamericana, pasando por la sociología de la cultura y la historia de las ideas.
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Definir y encauzar estos razonamientos generales en un proyecto de trabajo factible requería de compañeros de viaje, es decir, de colegas que se sintieran atraídos por la idea de una historia de los intelectuales en América Latina. Como nos parecía que la labor cooperativa era necesaria desde el comienzo, es decir, en el planteo inicial de las líneas y los temas en torno de los cuales podría ordenarse la propuesta de una historia de los intelectuales, invitamos a varios estudiosos de diferente formación a integrar un comité académico para elaborar el diseño de una obra que no quisiera ser simplemente una compilación de trabajos. Se constituyó así un comité integrado por Nora Catelli, de la Universidad de Barcelona, Horacio Crespo, de la Universidad Autónoma de Morelos, Arcadio Díaz Quiñones, de la Universidad de Princeton, lean Franco y Claudia Lomnitz, de la Universidad de Columbia, Javier Garcíadiego Dantas, del Colegio de México, Sergio Miceli, de la Universidad de Sao Paulo, Jorge Myers y yo, de la Universidad Nacional de Quilmes. Un subsidio del Rockefeller Archive Center permitió financiar un taller de trabajo del comité, que se reunió en Nueva York durante los dias II y 12 de mayo de 2006. En esa reunión se acordó un recorte temporal, se trazaron las líneas de un temario y se acordó un cronograma de trabajo. La búsqueda de los colaboradores se regiría por ese temario básico. El esquema de desarrollo adoptado tomó como punto de arranque el siglo XIX -en que se verifica, junto con los movimientos de la independencia, el largo pasaje de las minorías letradas tradicionales a las nuevas categorías intelectuales-. Para que se hicienn más evidentes tanto los elementos de herencia como la ruptura con el lItr.do colonial, nos pareció necesario que esta parte fuera precedida por
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una sección consagrada a la gente de saber en la era colonial Todo esto sería el objeto de un primer volumen, dedicado a lo que podríamos denominar las genealogíasdel intelectual en América Latina. En lo relativo al siglo xx, creímos que su estudio no debía extenderse más allá de los años ochenta de la última centuria. No sólo porque fuera necesario un margen para la perspectiva histórica, sino también porque fue hacia fines de esa década cuando comenzó a hacerse evidente que asistíamos a mutaciones de diferentes órdenes, desde políticos a tecnológicos y culturales, que indicaban el fin de una época y el comienzo de otra, también en la vida intelectual. Algunos de esos cambios eran de alcance global, como la disgregación de la Unión Soviética y de los regímenes comunistas en la Europa del Este, desmoronamiento institucional, político e ideológico que puso fin a lo que Eric Hobsbawm llamaría el "siglo xx corto", un siglo que, no sólo a su juicio, había comenzado en 1914, con la Primera Guerra Mundial. El colapso de los estados comunistas alteró el mapa del poder mundial surgido de la Segunda Guerra e infligió un golpe devastador a las fuerzas de la izquierda occidental, al menos al sector de la izquierda que los tenía por estados-guía. En los países de la Europa latina, donde los partidos comunistas eran más que grupos militantes, es decir, donde encarnaban la esperanza de millones de personas, la crisis los llevó a la búsqueda de una nueva identidad (como en Italia) o a la condición de menguadas minorías políticas (como en Francia). América Latina no estuvo en el centro, pero su izquierda tampoco escapó a los efectos sísmicos de ese derrumbe. Salvajemente reprimida y perseguida bajo las dictaduras del Cono Sur, ella debió hacer las cuentas no sólo con el pasado inmediato, sino igualmente con ese vertiginoso cambio de los puntos de referencia. Todos los esfuerzos por designar nuevas ciudadelas avanzadas y nuevos custodios de la autoridad revolucionaria, así sea a escala regional, no han logrado motivar expectativas equiparables a las del pasado. La izquierda intelectual latinoamericana, como es obvio, tampoco podía sustraerse al sacudimiento. Igual alcance general tienen otros hechos, como la mediatización de la vida política y la vida cultural, que desde los años ochenta es un tópico en los análisis de la escena contemporánea en los países occidentales. También en América Latina los intelectuales son habitualmente consultados por los medios de comunicación masiva a propósito de los acontecimientos más diversos, y tanto la idea como la imagen del intelectual mediático se ha instalado igualmente en nuestros países,con el mismo valor crítico con que la noción se generalizó en otras partes. A la rareza de la aparición mediética del intelectual de hace treinta años, se puede contraponer la intervención sobreabundante de la actualidad. Igualo mayor relieve aun debe
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atribuirse al conjunto de fenómenos que se reúnen bajo el término globalización y que alteran, como en todas partes, el paisaje social y político y cultural del subcontinente (Garretón, 2002). La dinámica globalizadora no ha dejado intactas las condiciones del trabajo intelectual y la figura de los intelectuales "en red" se hace cada día más frecuente. Paralelamente a estos signos de la llamada mundialización cultural, resalta el desarrollo de los movimientos de identidades étnicas, uno de los hechos políticos y culturales más notables de las últimas dos décadas en América Latina. Estos movimientos, que tienen sus grupos intelectuales, rechazan el proyecto de la mestización que estaba en el corazón del pensamiento y la acción del indigenismo, pues el mestizaje implicaba la filtración y,finalmente, la disolución de las lenguas y las civilizaciones aborígenes en una cultura nacional de matriz occidental. Las corrientes "indianistas" quieren conservar su lengua y su cultura, disponer de sus tierras y gobernarse de acuerdo con sus tradiciones y sus valores. No creo que sea necesario continuar con este rápido inventario de impresiones sobre fenómenos recientes para que resulte claro por qué, dado que los cambios aún están en curso, nos pareció aconsejable hacer de los años ochenta del siglo xx la década en que se fijaría el límite de la indagación que debía abarcar el proyecto. La parte consagrada al siglo xx corto será el objeto del segundo volumen. Sobre la base de estos recortes temporales, se trató de encontrar, en la medida de lo posible, temas que "cruzaran" las sociedades, las culturas, los marcos políticos nacionales, y permitieran, sin traicionar la particularidad de cada uno de esos espacios, hacer visibles y comprensibles las convergencias y las diferencias entre las comunidades intelectuales, sean del área latinoamericana o ajenas al subcontinente. Obviamente, la preocupación por evitar la sumatoria de casos nacionales o regionales no podía llevar a ignorar la especificidad de algunas experiencias particulares, ya sea las de un país o las de un área regional. En otras palabras: corno se repite tanto en las descripciones como en los análisis de América Latina, cualquiera sea la dimensión que se considere, también en este caso hubo que hacer un balance entre el eje de los elementos comunes y el eje de la diversidad en el espacio regional. Todas estas aclaraciones no están destinadas, por supuesto, a eximirnos de la responsabilidad por las elecciones hechas en el terreno de los temas y por la representatividad acordada a ciertos casos ya ciertas experiencias nacionales. A la hora de pensar en los colaboradores, sólo tuvimos en cuenta tres criterios: la competencia del estudioso al que se invitara a escribir, el cruce de perspectivas disciplinarias diferentes y la mezcla de investigadores de
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más de una generación. No debe esperarse de esta obra, pues, la unidad de una ideología ni de un método. Buscamos, en cambio, favorecer encuentros de trabajo entre quienes contribuyeran a la escritura de la obra, hasta donde fuera posible dados los medios con que contábamos. El objetivo no era homogeneizar sino favorecer la escucha mutua y la conversación intelectual. Con este propósito, el Programa de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes organizó en noviembre de 2006 un coloquio de cuatro días sobre historia de los intelectuales en América Latina. Del coloquio participó una parte de los colaboradores de la obra, quienes tuvieron ocasión de exponer y discutir las primeras hipótesis de sus trabajos. Con el mismo espíritu, Arcadio Díaz Quiñones impulsó la reunión "Towards a New History of Latin American and Caribbean Intellectuals", que se llevó a cabo en la Universidad de Princeton, en abril de 2007, con el apoyo del Program in Latin American Studies, el Department of Spanish and Portuguese Languagesand Cultures, el Department ofHistory, el Davis Center for Historical Studies y el Princeton Institute for International and Regional Studies. Una parte de los colaboradores que no asistieron al coloquio anterior pudieron concurrir a esta reunión, en que se discutieron algunos temas y perspectivas de la historia de los intelectuales. La organización del primer volumen ha estado al cuidado de Jorge Myers y la del segundo a mi cargo. Debo hacer aquí una mención especial a Sergio Miceli, quien coordinó la colaboración de los investigadores brasileños. No puedo dejar de destacar la ayuda que he recibido de todos los miembros del comité académico en la tarea de buscar e incorporar a la obra a estudiosos competentes. Por último, quiero agradecer a las instituciones cuyo apoyo ha hecho posible este emprendimiento: la Universidad Nacional de Quilmes y su Programa de Historia Intelectual, cuyas filas integro desde hace más de una década; la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que ha subsidiado actividades del Programa de Historia Intelectual; el Rockefeller Archive Center, que apoyó el primer encuentro del proyecto que dio origen a esta historia.
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Introducción al volumen I Los intelectuales latinoamericanos desde la colonia hasta el inicio del siglo xx Jorge Myers
Una pregunta central preside este primer volumen de la Historia de los intelectuales en AméricaLatina: ¿en qué consistió ser un "intelectual" en América Latina antes de comienzos del siglo XIX? Ella no sólo recorre todos
los trabajos aquí reunidos, sino que organiza la propia estructura de este tomo. Sólo un análisis que privilegie la relación entre el contexto sociocultural de una época dada y los significados posibles que podían emerger de ese contexto podrá dar nacimiento a una historia coherente, persuasiva, del particular desarrollo de la actividad de los expertos en el manejo de la palabra escrita (o de las técnicas retóricas para el dominio del discurso oral docto) en esta región del planeta. Ese contexto estuvo marcado en su origen por un hecho decisivo: la profunda ruptura cultural efectuada por el sometimiento -mediante una guerra de conquista- a sus invasores europeos de los habitantes autóctonos del continente americano. La historia americana posee raíces profundas que en el caso de las sociedades mesoamericanas y peruanas se remontan a muchos siglos antes del comienzo de la era cristiana: en la medida en que aquellas sociedades cuyos instrumentos de escritura eran relativamente desarrollados -los pueblos maya, los rnixtecas, los zapotecas, los nahuas- han sido estudiadas con profundidad cada vez mayor, la antigüedad profunda de la historia americana no ha podido dejar de tornarse más evidente. El hecho de que la historia de la región que luego de la conquista se convertiria -lenta y contradictoriamente- en "América Latina" no comienza con la llegada de los europeos es hoy un punto de partida ineludible para
cualquier historiador. La particular textura que adquirió aquella ruptura entre el universo cultural habitado por los pueblos indígenas -con sus forlb.. políticas, religiosas, "económicas" propias, con sus lenguas, sus hábib Ysus creencias también propios- y el nuevo universo cultural confor••do por la imposición de formas políticas. religiosas, económicas o
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culturales originadas en la región ibérica de Europa ha sido y sigue siendo materia de controversia: ¿cuánto de cambio radical y cuánto de continuidad y permanencia hubo? Por un lado, las culturas nativas no sólo no desaparecieron con la llegada de los europeos, sino que en ciertas regiones -es el caso de la "lingue geral" hablada por los primeros pobladores portugueses del litoral paulista y carioca, es también el caso del bilingüismo paraguayo y de otras zonas del continente-la cultura indígena supo imponerse (al menos durante las primeras épocas de la colonización) a la de los conquistadores. Por otro lado, aun cuando en gran parte de las tierras de conquista la cultura ibérica se convirtió en hegemónica por decisión de sus nuevos señores -rnilitares, civiles y eclesiásricos-, con sus lenguas y sus prácticas sociales y religiosas, las culturas autóctonas ejercieron una sistemática resistencia a aquella tarea de transformación cultural, y a veces demostraron una asombrosa capacidad de supervivencia bajo condiciones de vida por cierto deplorables. La historia de los intelectuales latinoamericanos no puede prescindir, por ende, ni del legado de las civilizaciones precolombinas ni de la continuada presencia indígena en el seno de las nuevas sociedades surgidas del hecho de la conquista -una presencia que en regiones corno las de Nueva España/México o el Altiplano peruano ha sido contundente hasta el presente-. Sostener, como algunos historiadores tradicionalistas lo han hecho, que la cultura intelectuallatinoamericana existe en una relación de perfecta continuidad con la tradición medieval de los pueblos de la península ibérica resulta hoy una posición, cuando menos, poco convincente. No es, sin embargo, posible reconstruir la historia sistemática de los "intelectuales" -es decir, de los expertos en el manejo de los recursos simbólicos- de aquellas sociedades precolombinas debido al simple (y lamentable) hecho de la insuficiencia del registro escrito que de ellas ha perdurado. Aun en aquellos casos en los que han llegado hasta nosotros ciertas huellas escritas acerca de su historia -los glifos mayas, cuyo desciframiento ha avanzado velozmente en las últimas décadas, o los códices pictográficos de los pueblos de Oaxaca y del valle central de México-, la evidencia que le ofrecen al historiador es demasiado fragmentaria como para permitir otra cosa que una historia eminentemente "especulativa" de sus pensadores y sus poetas. Es ésta la razón por la cual esta Historia de los intelectuales en América Latina se abre con la conquista y la posterior colonización ibérica de las tierras americanas: sin ninguna intención de negar la importancia del legado precolombino ni la ininterrumpida presencia hasta el presente de las culturas indígenas (y de las africanas, transportadas a esta región por el vehículo de la esclavitud), el análisis de las
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prácticas culturales asumidas por los expertos de la palabra durante el régimen colonial se ha concentrado casi exclusivamente en aquéllas desarrolladas por españoles y portugueses. El carácter específico de las funciones intelectuales ejercidas en la primera etapa colonial (1492-1630/1650), así como del tipo específico de expertos encargados de su ejercicio, exige también una rigurosa atención al contexto cultural general de la época y a los recursos simbólicos y los sistemas conceptuales disponibles entonces. Si algunos de los exploradores, los conquistadores y los funcionarios reales de aquellos años poseyeron una cultura letrada relativamente sofisticada -cinspirada durante el siglo XVI en el ideal renacentista de "las armas y las letras': como en el caso paradigmático de Alonso de Ercilla-, los elementos básicos para la conformación de un espacio institucional letrado relativamente complejo (como aquéllos de Portugal y España) tardarían en cristalizar. Es por eso que en aquella primera época se estableció la tradición de perdurable arraigo en las sociedades latinoamericanas consistente en cierto monopolio eclesiástico de las funciones intelectuales. Como muestran los tres trabajos que dan inicio a este volumen, los principales actores intelectuales durante los primeros siglos de dominación colonial fueron miembros del clero: desde Bartolomé de Las Casas, José de Acosta y Antonio Vieira hasta los curas revolucionarios de los primeros años del movimiento de independencia, la cultura letrada colonial -eun cuando experimentó cierta incipiente complejización y secularización en la segunda mitad del siglo XVIII- fue en gran medida consustancial al universo simbólico de las doctrinas del catolicisma. La "conquista espiritual e intelectual" de las poblaciones vencidas a comienzos del siglo XVI recayó exclusivamente sobre las espaldas de los miembros del clero católico, y muy en particular sobre las del sector más propiamente letrado de la Iglesia, conformado por las órdenes religiosas. Dominicanos, franciscanos y, luego de iniciado el siglo XVII, jesuitas asumieron toda una amplia gama de actividades intelectuales relacionadas directamente con la labor que ellos consideraban la única legítima desde el punto de vista católico: el reemplazo de las religiones autóctonas por aquélla -que se pretendía universal- de los conquistadores ibéricos. El estudio protoantropológico de las costumbres, las creencias y los valores de los distintos pueblos indígenas, el aprendizaje de sus lenguas con el fin de confeccionar los primeros diccionarios de las mismas y las primeras traducciones de algunas porciones del acervo bibliográfico doctrinal del cristianismo a tales lenguas, la docencia en aquellos idiomas tan distantes en su ..tructura de las indoeuropeas, fueron sólo algunas de las tareas asumidas por los miembros del clero regular en aquel periodo.
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Dos observaciones importantes se desprenden del cotejo de los tres trabajos que abarcan la era colonial en Nueva España, el Perú y las capitanías y los virreinatos lusoamericanos. Primero, que la exploración histórica del impacto "estructural" de aquella temprana hegemonía clerical dentro de la conformación del poder colonial, es decir, de las huellas de larga duración que pudo haber dejado en la práctica intelectual de los letrados iberoamericanos aun luego de consumada la progresiva separación entre la esfera de lo religioso y la esfera de lo secular, está aún por hacerse. Siguiendo la estela de las inquietudes esbozadas por Ángel Rama en su libro póstumo, La ciudad letrada (algunas de las cuales han sido retomadas y reproblematizadas en la obra más reciente de Magdalena Mena Chocano, La fortaleza docta, mientras que otras ya estaban presentes ~al menos en parte- en obras anteriores, como la de Mariano Picón Salas,De laconquista a la independencia), resulta lícito formular la pregunta histórica acerca de la relación entre el ejercicio del poder y el ejercicio de la autoridad en la práctica de los intelectuales latinoamericanos aun después de consumada la ruptura con las madres patrias ibéricas, ya que el patronato espiritual ejercido por los regulares sobre sus súbditos indígenas consistió más en una relación de poder que en una semejante a la autoridad persuasiva que desde los siglos XVIII y XIX ha tendido a ser considerada la principal herramienta con que cuentan los "intelectuales" para lograr efectos materiales en el mundo social que habitan. Segundo, la lectura de los tres artículos -
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(1630-1750) presenció en Hispanoamérica los primeros intentos serios por formar ámbitos de sociabilidad intelectual y literaria por fuera de un estricto marco eclesiástico -ecademias, cenáculos, grupos de lectura y discusión- y también la aparición de las primeras hojas volantes y los periódicos de la región, aquel doble proceso de expansión de las instituciones culturales relacionadas con las funciones intelectuales, y de "autonomización" frente a los poderes fácticos de la Iglesiay (en medida mucho menor) del Estado, se postergaría en el Brasil hasta un período muy próximo al traslado de la corte a Río de Ianeiro a principios del siglo XIX. Si bien hubo escritores -letrados, poetas, historiadores, iluminados proféticos como el padre Antonio Vieira- antes de la era de los árcades lusoamericanos, no hubo una cultura letrada plasmada en un sistemainstitucionaldurante casi todo elperíodo colonial-hecho que enfatiza Mello e Souza en su artículo-. Ello implica un tercer elemento de desfasaje entre el ritmo de desarrollo de la cultura letrada lusoamericana v el de la América hispana. La cultura del barroco -marcada por una creciente intervención de letrados laicos en la producción artística, literaria e intelectual de la región- cedió paso a la cultura de la ilustración de un modo más temprano y más contundente en la segunda que en la primera de esas regiones. Si el pleno florecimiento de los "gens de lettres"y los"gens de savoir" de la ilustración española recién se daría en el marco -y sobre todo como consecuencia posterior a su implantación- de las llamadas "reformas borbónicas" iniciadas en el reinado de Carlos 111 (1759-1788) y esporádicamente continuadas por su sucesor-Carlos IV (1788-1808)-, los primeros signos de un cambio de clima intelectual profundo se hicieron sentir ya desde mediados del siglo XVIII. En la Nueva España -donde la ilustración hispanoamericana sin duda tuvo su centro, su teatro de mayor auge-, toda una pléyade de escritores -conscientes de la temprana tradición de reflexión científica iniciada por precursores del siglo anterior, como el polímata Carlos Sigüenza y Góngorano sólo elaboraron un discurso ilustrado, sino que lo hicieron circular públicamente a través del vehículo de la prensa periódica local. Escritos y reflexiones de autores como Antonio Alzate, Antonio de León y Gama o Andrés del Río acerca de los nuevos debates científicos -como aquel en torno de la naturaleza del flogisto u oxígeno que enfrentó a Priestley y a Lavoisieren la Europa de las Luces- o acerca de sus propios ensayos en distintas ciencias, contribuyeron a pluralizar la gama de tareas intelectuales que el contexto de la época tornaba disponibles. Coronada por la fundación del Colegio de Minas en la Ciudad de México, la cultura ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII hispanoamericano presenció la fundación de jardines botánicos, zoológicos, observatorios astronómicos y de toda
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una gama de nuevas sociedades "científicas", como las sociedades económicas (también llamadas de "amigos del pais"). La trama de la sociabilidad cultural de la época adquiría una densidad desconocida hasta entonces. Si la Nueva España -la colonia más rica en recursos materiales y simbólicos de todo el imperio- fue el epicentro de la nueva cultura ilustrada, la producción de letrados compenetrados con los ideales de la ilustración ibérica -que, a diferencia de la francesa o la inglesa, buscó conciliar los valores de la fe heredada con aquéllos de la nueva ciencia de la naturaleza y del hombre- proliferó en todas las colonias del vasto imperio. Nacía de este modo, frente al letrado eclesiástico y/o evangelizador de la primera etapa colonial-figura cuyo franco declive terminaría por confirmarse con la expulsión de los jesuitas en 1767-, y frente al letrado barroco del siglo XVII, un nuevo conjunto de posibles ejecutores de las tareas intelectuales asumidas por las sociedades iberoamericanas en vísperas de la crisis definitiva del orden colonial: el del letrado patriota y el del publicista ilustrado (que aunque muchas veces pudieron coincidir en una misma persona, no necesariamente resultaban figuras equivalentes). Prueba de este anisomorfismo de las dos nuevas figuras es el caso de los jesuitas americanos convertidos en letrados patriotas luego de su expulsión de los dominios españoles. Suspendidos entre dos universos intelectuales -el del catolicismo de la contrarreforma y el más reciente de la ciencia moderna y de la ilustración-, aquellos escritores jesuitas -historiadores y apologistas de sus respectivas colonias de origen, como el mexicano Francisco Javier Clavijero o como el abate Juan Malina de Chile- marcaron de algún modo un camino alternativo para el desarrollo de la función intelectual en América Latina. Como bien lo ha señalado Mariano Picón Salas en su clásico estudio de la década de 1940 antes mencionado, ese momento de la historia cultural e intelectual de América Latina -y pese al hecho de que desembocó en un callejón sin salida- no pasó sin dejar alguna huella en la práctica intelectual del continente (más allá de cuán discutible resulte su naturaleza específica). Síntoma de la creciente crisis del orden imperial, tanto en Hispanoamérica cuanto en Lusoamérica la emergencia de un tipo de intelectual no necesariamente enmarcado dentro de los parámetros de legítima actividad que sancionaban las sociedades de Antiguo Régimen -sea por desarrollar un discurso alternativo al emanado desde la metrópoli acerca de los pueblos americanos, sea por insinuar críticas a ciertos aspectos muy acotados del sistema imperante (de un modo sutil y que, como regla general, no confrontaba directamente con el universo doctrinal ni institucional de la Iglesia Católicaj-, tanto el letrado patriota cuanto el escritor ilustrado
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experimentarían un brusco desplazamiento en 10que respecta al lugar que ocupaban en el interior de las sociedades americanas como consecuencia del derrumbe de los imperios español y portugués luego de la invasión napoleónica de 1807-1808. La sección más voluminosa de este volumen está dedicada a examinar en profundidad, y desde distintas perspectivas de análisis, los efectos que, derivados de esa revolución política y social, contribuyeron a modificar el lugar de los escritores públicos y la naturaleza de las funciones intelectuales que ellos fueron llamados a ejercer en un contexto tan distinto. Desde el punto de vista de la construcción social de la actividad intelectual en las sociedades iberoamericanas, un aspecto crucial señalado en varios de los artículos aquí incluidos es el de los grupos sociales más proclives o mejor posicionados para ejercer tareas de "intelectual" dentro del nuevo orden postimperial. Si el clero fue la fuente par excellence de los ejecutantes de las funciones del intelecto en la primera era colonial y aun en la era barroca, si en los años de la ilustración y de la crisis imperial otros grupos sociales -corno los funcionarios de la Corona, los sabios especializados en alguna de las nuevas ciencias, los jesuitas descastados, o los abogados y los juristas- comenzaron a competir con los primeros por ese lugar de primacía, las primeras décadas posteriores al derrumbe español y portugués en las Américas presenciaron una creciente diversificación y modificación en la estructura de reclutamiento de los cuadros «intelectuales" de los nuevos estados. El grupo social conformado por los especialistas en derecho -de creciente presencia en las postrimerías de la colonia, como lo señalan dos artículos centrados en la experiencia caraqueña, el de Rogelio Pérez Perdomo y el de Paulette Silva- pasó a convertirse en uno de los principales sostenes de la función intelectual durante el siglo XIX. En todos los rincones del imperio, figuras como los Egaña, Mariano Moreno, José María Luis Mora -cuya doble condición de sacerdote y abogado sirve de indicio acerca de la complejidad de las transformaciones en curso durante la primera mitad de ese siglo-, José Bonifacio deAndrada e Silva y tantos otros, pasaron a ocupar un lugar central en la agitada discusión política que desencadenó la revolución de independencia, incidiendo en algunos casos de un modo decisivo en la construcción del nuevo orden institucional de repúblicas e imperios. Antiguos funcionarios de la burocracia colonial-Belgrano en el caso del Virreinato del Río de la Plata, Salas en el caso chileno, para dar sólo dos ejemplos- pasaron a desempeñar también, en muchos casos, un rol central en los debates y en las confrontaciones surgidos de la ruptura del orden colonial: el sector "patriota" del antiguo funcionariado colonial se constituyó, junto al tradicIonal sector del clero v del más nuevo de los abogados y iuristas, en otro
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semillero de "intelectuales". Más importante aun para el futuro fue la aparición, también en el contexto agitado de los años de la lucha por la independencia y por la construcción de los estados sucesores de los dos respectivos imperios, de una nueva función social asociada directamente a un nuevo tipo de actor intelectual: el periodista político convertido en publicista crítico y doctrinario. Si muchos de los periodistas activos en la primera mitad del siglo XIX o aun en los años intermedios de ese siglo -cuando la lucha por la construcción de un orden institucional estable culminó en la erección de estados-naciones como México, la Argentina, el Perú y aun (sostendrían algunos historiadores) el Brasil de la mayoría de edad de Pedro II~ llegaron a esa función desde posiciones profesionales sólidamente consolidadas en otros campos -ebogados, comerciantes, funcionarios, "carreristas de la revolución",militares letrados, clérigos-, hubo una tendencia marcada hacia la configuración de un campo autónomo o semiautónomo de la prensa. Por un lado, en las primeras décadas del siglo XIX figuras como José Joaquín Fernández de Lizardi, Carlos María de Bustarnante, Antonio Nariño, Vicente Rocafuerte, Ignacio Núñez o los hermanos Juan y Florencia Varela comenzaron a construir una figura pública cuya principal fuente de legitimidad provenía de su ejercicio tenaz y prolífico de la pluma aplicada a los periódicos políticos. Si casi todos los miembros de esa nueva cohorte de escritores públicos pudo ostentar títulos profesionales en otros campos, fue la actividad periodística la que les franqueó el camino hacia una prominente visibilidad pública: hacia un lugar próximo al de los nuevos "notables" que habían tomado el relevo de los representantes del rey en la administración de las nuevas repúblicas hispanoamericanas. En algunos casos -es el temprano de Ignacio Núñez, el periodista "oficial" del grupo rivadaviano en la Buenos Aires de la década de 1820, es el más tardío de aquel periodista por antonomasia, Domingo Faustino Sarmiento-, fue el propio oficio de periodista el único título auténtico que esos escritores pudieron invocar como fuente de su legitimidad en tanto actores en las discusiones públicas que conmovieron a las sociedades latinoamericanas desamarradas de sus antiguas metrópolis europeas. En ocasiones -yen la primera mitad del siglo XIX, quizás en la mayor parte de las ocasiones-, como en el caso del mexicano Tornel, del ítalo-argentino Pedro de Angelis o de muchos periodistas del imperio en el Brasil, la escritura pudo estar al servicio del orden establecido, pero también, aunque de un modo más complejo y ambivalente de lo que algunas vecesse ha supuesto, comenzó a cristalizar una escritura de crítica y de oposición a los regímenes imperantes. La emergencia de un discurso de oposición a los poderes fácticos -cuyo
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ritmo estuvo regulado por los distintos regímenes de prensa adoptados en distintas épocas y en los distintos estados de la región, en algunos de los cuales se enfatizó la censura oficial, mientras que en otros se enfatizó la relajación de controles externos- marca una clara ruptura con las condiciones socioculturales presentes en la época colonial. No porque no existiera la posibilidad de cierta crítica a las decisiones emanadas de la corte en el Antiguo Régimen iberoamericano -siempre existieron múltiples vías altamente institucionalizadas para someter a cuestionamiento las decisiones del monarca o para recomendar cambios de política-, sino porque esta crítica ahora circulaba públicamente. El nuevo periodismo, por su propia naturaleza, implicaba la existencia de un público y, más aun, de un público indiferenciado. En vez de los escasos funcionarios (y quizás a veces del propio monarca) que habían constituido el único público legítimo para la recepción de discursos críticos durante el Antiguo Régimen, el periodismo político surgido durante las revoluciones de independencia y expandido sin cesar en los años posteriores presuponía la existencia de una masa (cada vez mayor) de lectores cuya opinión era reputada como políticamente importante. La centralidad de esta situación novedosa aparece reflejada en este volumen en el hecho de que los trabajos de Paulette Silva,Elías Palti, Hilda Sabato, Ana María Stuven, Lilia Moritz Schwarcz, Maria Atice Rezende de Carvalho, Alejandra Laera y Susana Zanetti examinan de un modo más o menos directo el fenómeno del periodismo y de la nueva escritura pública, que se convirtió en la tarea "identitaria" -por así describirla- de los actores intelectuales latinoamericanos durante el largo siglo XIX. Más aun, muchos de los artículos que no se centran en cuestiones relacionadas con el ejercicio de la escritura pública aluden a este rasgo tan central de la actividad intelectual decimonónica. Si la transformación de la estructura de los actores sociales que contribuían con sus "cuadros" a la actividad intelectual en los nuevos países de la región fue un rasgo que marcó al siglo XIX latinoamericano -ya que la emergencia de nuevas grupos profesionales, es decir, de nuevos tipos de especialistas en saberes y prácticas poco visibles en la era colonial constituyó una ruptura significativa con el contexto anterior-, las transformaciones societales más amplias que en el transcurso de ese siglo comenzaron a desdibujar y aun a eliminar de manera contundente las instituciones y los sistemas de relación social heredados de la colonia también incidieron de modo decisivo sobre las condiciones de posibilidad para el ejercicio de una función intelectual en América Latina. En sociedades en las que el dominio de la letra escrita era privilegio de unas pequeñísimas minorías, la muy tentativa y lenta expansión del universo de la escolarización
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infantil impulsada en la primera mitad del siglo XIX por los estados-sucesores -a pesar de su tan reducida dimensión en todos los países de la regióndesde la segunda década de ese siglo comenzaba ya a transformar las condiciones de circulación y recepción de los discursos escritos. Si resulta anacrónico y un tanto impreciso hablar, para aquellas épocas tan tempranas, de la existencia de una "esfera pública" tout court, algunos de los elementos correspondientes a esta herramienta heurística comenzaban a cristalizar: la expansión de una prensa periódica que algunas veces escapaba de las amarras de la censura, la consolidación de un pequeño -eunque apasionado- público lector cuyos límites no siempre coincidían con los de las élites gobernantes, la perduración y transformación de espacios de sociabilidad letrada por fuera de los recintos de la Iglesia y del Estado, algunos Incipientes amagos de asociaciones literarias, científicas o de discusión de ideas -casi siempre efímeros y fracasados-, la iniciación de una intensa actividad parlamentaria en algunos de los nuevos estados. Todos estos elementos, en gran medida desarticulados entre sí y con una presencia esporádica y de escasa penetración social en el período anterior a los años 1840 y 1850, señalaban sin embargo un cambio frente a las condiciones socioculturales que habían definido los parámetros de la actividad intelectual en la época colonial. En aquella Sattelzeit de la era previa a las "reformas u organizaciones nacionales",las continuidades podían percibirse con tanta fuerza como las transformaciones -como nos lo recuerda Annick Lernpériere en su artículo, que, entre otras facetas de la vida intelectual en Chile en el siglo XIX, interroga la cuestión de la esfera pública-. Muchas veces -como ha sostenido Carlos Forment en su libro publicado en 2003 sobre la esfera pública en México y en el Perú durante el siglo XIX, Democracy in Latin America 1760-1900- los cambios y las transformaciones se solapaban, presuponiéndose mutuamente: en ciertos contextos nacionales y en ciertas épocas, las prácticas de sociabilidad articuladas en torno de la Iglesia podían convertirse en vehículos de ruptura más eficaces aun que las nuevas formas de sociabilidad laicas que habían comenzado a irradiarse por todo el continente americano a partir de las Reformas Borbónicas. En el marco de ese panorama signado por continuidades subterráneas y por rupturas espectaculares pero a veces poco profundas, el entorno social de las prácticas intelectuales comenzaba sin embargo a modificarse de un modo decisivo. En la segunda mitad del siglo XIX, una versión de la "esfera pública" teorizada por Habermas a partir de las intuiciones de Constant, Tocqueville y Weber (entre otros) comenzó a cobrar sustancia en los principales países de la región: en Brasil, México. Chile, Argentina, Uruguay, Perú y algunos otros. Tanto en México como en la
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Argentina -como lo señalan, con distintos enfoques, Hilda Sabato y Elías Palti- el espacio de la polémica pública y de la experiencia asociativa se expandió por fuera del marco estrictamente estatal, aun cuando la relación entre las nuevas iniciativas surgidas de la sociedad y los nuevos dueños del poder político en América Latina fuera compleja y desde ningún punto de vista unilateral. El espacio para el ejercicio de la "autoridad" del publicista, del escritor público, del sabio¡ experimentó una constante y sólida expansión en la segunda mitad del siglo XIX, si bien sus límites permanecieron indefinidos y esporádicamente sometidos a la voluntad de los regímenes políticos. El incremento del número de periódicos publicados y de su tirada, la complejización de la oferta de géneros que acompañó el crecimiento del público lector, la lenta cristalización de u~ universo editorial articulado en torno de las leyesdel mercado, la multiplicación de espacios de sociabilidad por fuera del Estado y de la Iglesia, el auge constante de un intenso movimiento asociativo, todos estos elementos marcaron un cambio decisivo en el contexto social y cultural en el que debía actuar el escritor pública, el especialista en la función intelectual. Inmediato preludio a esa transformación del contexto en cuyo interior debían desenvolver sus actividades, elromanticismo literario y artístico les había ofrecido a los escritores del siglo XIX un conjunto de imágenes a través de las cuales representar el lugar que ocupaban y las funciones que cumplían en un medio social latinoamericano. A partir de la década de 1830, un conjunto de tópicos discursivos que enfatizaban la "autonomía" del pensador, del poeta, del artista. en relación con las convenciones vigentes en su sociedad, comenzaron a circular y a ser readaptados a las condiciones imperantes en los países de la región. La figura del "intelectual" latinoamericano se complejizó a través de alusiones al poeta nacional, vate de su pueblo, al intérprete de los rasgos culturales más profundos inscritos en la "psique" nacional, al historiador y al profeta de las nuevas naciones. Si para Paul Bénichou el "tiempo de los profetas" correspondió sobre todo a aquella nutrida galería de reformistas sociales salidos a luz durante los convulsionados años 1830 y 1840 en Francia, en América Latina ese oficio "profético" estuvo muy directamente emparentado con una disciplina, un campo de estudios, cuyo endeble nivel de desarrollo en casi todos 10. países de la región preocupaba sobremanera a las élites intelectuales locales: la historia patria, la historia nacional. En el Brasil, en México, en Chile, en la Argentina, en el Uruguay, y en casi todos los demás países de la NIlón, los historiadores ocuparon el lugar de los profetas "utópicos" de Francia y Europa, ya que en países que necesitaban conocer con urgencia la respuesta a aquellas dos preguntas sarmientinas -¿de dónde venimos?
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¿a dónde vamos?- el futuro posible aparecía como una función del conocimiento adecuado del pasado nacional. Aquella historia, militante en el contexto de una política que en todas las nuevas naciones, con mayores y menores niveles de intensidad, demostró ser facciosa, prometía restituir a las élites letradas una clave borrada por la dominación colonial de España y Portugal: una comprensión profunda de la naturaleza de las propias sociedades que permitiera pensar la manera de encaminarlas mejor hacía un destino -meta paradigmáticamente decimonónica- de progreso. En este volumen -y sin agotar las posibles vías de entrada a esta cuestión tan centralFernando Devoto ha cotejado la práctica de un conjunto de historiadores nacionales en el sur del continente sudamericano, mientras que Horacio Crespo ha buscado indagar en las huellas del "americanismo" que también .concitaba a los practicantes de esa disciplina (y a todo un universo de actores sociales afines). Sobre el final del siglo XIX, cuando la consol idación de los grandes rotativos de proyección continental -como La Nación de Buenos Airespermitía a los escritores y a los pensadores del continente imaginar la posibilidad de una profesionalización del oficio de escritor, y cuando la parcialliberalización de muchos regímenes políticos de la región insinuaba la próxima aparición de un sistema político democratizado -un cambio que no cesaría de interpelar de distintos modos a los intelectuales del continente durante casi todo el siglo xx-, las condiciones precarias que habían debido enfrentar los publicistas, los letrados, los escritores públicos durante gran parte del siglo anterior parecían volverse cada vez más remotas. Sin embargo, el desarrollo histórico del oficio intelectual en los países de la región no puede ser adecuadamente analizado si se pasan por alto hechos como los exilios y las migraciones de los escritores o la existencia de grupos subordinados cuyo acceso a la imprenta y a los espacios de discusión pública, aun cuando no totalmente vedado, padecía de importantes limitaciones. En Lusoamérica tanto como en Hispanoamérica la lucha política entablada entre facciones opuestas se vio acompañada por momentos de represión y censura que derivaron en el exilio de individuos y a veces de camadas enteras de letrados y publicistas. El ejercicio de la pluma, al igual que en la Europa continental del siglo XIX, podía poner en peligro la vida y los bienes del escritor; y como en el viejo continente, los desplazamientos de los escritores y de los publicistas políticos les permitieron adquirir una conciencia más clara de la dimensión "europea" de su cultura literaria -como cuando Madame de Stael "descubrió" el romanticismo durante su viaje forzado a las tierras bañadas por el Rin-, muchos publicistas y letrados del siglo XIX latinoamericano -Vicente Rocafuerte,
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Juan María Gutiérrez, Félix Varela, Rubén Darío- adquirieron su primera noción acerca de la dimensión latinoamericana de la experiencia política, social y cultural por la que estaban pasando las distintas regiones del continente en la era postimperial. Fue en ciudades como Santiago de Chile, Valparaíso, Montevideo o Río de Ianeiro donde los escritores argentinos y uruguayos de la generación "romántica" lucharon por sobrevivir, establecieron sus primeras asociaciones más o menos permanentes, publicaron sus obras más célebres y dieron impulso a decenas de periódicos políticos y literarios durante las décadas de 1830 y 1840: al verse obligados a vivir en sociedades distintas de la suya se sintieron impulsados por la fuerza de los hechos a establecer lazos con sus pares chilenos, brasileños o de otros países, y a participar no sólo en los debates referidos a su propia patria sino también en aquéllos referidos a su tierra de refugio. Más aun -observación aguda formulada por Rafael Rojas en su artículo dedicado al exilio cubano e hispanoamericano en Filadelfia durante las décadas de 1820 y 1830-, el exilio era muchas veces la condición necesaria, sine qua non, para poder "visualizar" a América Latina como una unidad -cultural, política, o social y económica-o Es probable que el "amerícanismo" político de un Vicente Rocafuerte nunca hubiera podido adquirir la precisión y la fuerza que destilan sus escritos sin la penosa prueba del exilio. El exilio ampliaba los horizontes intelectuales de los escritores públicos. les permitía formar lazos transnacionales Íntensos y duraderos -como aquéllos forjados entre muchos miembros de la generación argentina de 1837 y de la chilena de 1842-, y en muchas ocasiones los ayudaba, finalmente, a mirar su propia patria, con sus específicos conflictos y dilemas, con nuevos ojos. No es, por ende, retórica la siguiente pregunta: ¿hubiera podido Sarmiento haber escrito su célebre Facundo sin su experiencia previa del exilio chileno? Además de las expulsiones y los exilios impuestos por la convulsionada vida política de los países latinoamericanos, también hubo migraciones espontáneas, decididas libremente por los propios escritores. Los motivos detrás de una decisión por cierto drástica podían ser muy variados -razones económicas, la búsqueda de una ciudad-vitrina a través de la cual potenciar la propia fama, el deseo de viajar y conocer otros horizontes, cuestiones familiares y/o de salud, o el ejercicio de aquella función de Estado que ya a fines del siglo XIX comenzaba a convertirse en la profesión por antonomasia de los intelectuales, la diplomacia-, pero como regla general se reducían a dos: la estrechez económica v/o la estrechez intelectual de la tierra de origen. En el caso de Rubén Daría -cuyos desplazamientos aparecen señalados en el artículo que Susana Zanetti dedica a ese escritor modernista-, su Nicaragua natal le ofrecía un medio demasiado provinciano y
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oscuro para el ejercicio de su indudable talento poético: Santiago, Buenos Aires, Madrid se le antojaron, por ello mismo, destinos cosmopolitas y tan apetecibles como las capitales mundiales (como París) que más tarde incorporaría a su inquieto itinerario. Cada vez más letrados y escritores -sobre todo luego de los importantes avances en la regularidad y la velocidad de los traslados que la carrera del vapor inauguró para tantas ciudades latinoamericanas- escogerían instalarse en las metrópolis culturales que les resultaban más accesibles.Nueva York,Nueva Orleéns, Filadelfia, Londres, Berlín, Roma y Madrid: todas estas ciudades se convirtieron en anfitrionas de importantes colectividades de intelectuales latinoamericanos. Paris.la capital intelectual del mundo enlos últimos años del siglo XIX, durante aquella "Belle époque" de la "haute bourgeoisie" a la que pondría fin la Gran Guerra y sus secuelas, fue de todas ellas la que más intensamente suscitó el deseo de los escritores. Vitrina por excelencia, una temporada de residencia en París se convertía -ya en la década de 1870- en un rito de pasaje por el que debían atravesar todos los escritores e intelectuales dignos de tal apelativo. Más aun, sobre el fin del siglo comenzaron a congregarse en la ciudad-luz importantes comunidades de emigrados provenientes de todos los países de América Latina. En el seno de aquellas comunidades -con sus espacios y sus reglas de sociabilidad, con sus rituales y sus premios, con su peculiar adaptación de los usos de la bohemia, estudiados por Beatriz Colombi en este volumen- escritores peruanos y mexicanos, argentinos y brasileños, tejerían lazos más o menos permanentes con sus pares de otras ciudades y países; y en algunos casos -como el tan citado (y más tardío) de Miguel Ángel Asturias- descubrirían de un modo fulminante la realidad de su propia patria de origen. Hacia el fin del siglo XIX los desplazamientos -forzados o voluntarios~ se habían convertido en una parte .importante del currículo de los intelectuales latinoamericanos; más aun, en una marca de legitimidad. La conformación del espacio de las actividades intelectuales no podía sino registrar la estructuración de las relaciones de poder en la sociedad en general. En sociedades donde la educación de las mujeres había estado limitada casi exclusivamente a las hijas de las familias de la élite colonial, y aun en ese caso con el propósito de dotarlas de un mínimo barniz cultural que las preparara para la vida conyugal, las oportunidades para que aparecieran intelectuales mujeres eran escasas. Los casos de Sor Juana Inés de la Cruz y de un puñado de otras mujeres letradas a lo largo del período colonial ponen de relieve la ausencia casi completa de las mujeres de la función intelectual con anterioridad a la independencia. A lo largo del siglo XIX, esa situación cambiaría muy paulatinamente. Un número creciente
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de muieres, en México. en Chile, en el Perú, comenzaron a presidir "salones" en sus hogares, donde se reunían políticos y letrados para conversar de los temas más candentes del día: en algunos casos, como el de Mariquita Sánchez de Mandeville (en la primera mitad del siglo XIX) o el de Juana Manuela Gorriti en el Perú en la segunda mitad del mismo, las propias anfitrionas eran también "intelectuales". Elespacio de la prensa periódica también les estuvo al principio vedado. En la primera mitad del siglo XIX algunas muieres lograron redactar periódicos efímeros, dirigidos a veces a un público que se pretendía femenino. Esasituación comenzó a modificarse de un modo más tangible en la segunda mitad del siglo, como consecuencia de la expansión de las oportunidades educativas abiertas a las mujeres y elcrecimiento de un público lector femenino que ese cambio trajo aparejado. Proliferaron los "Álbumes de señoritas", las revistas de moda, los periódicos con "lecturas decentes" para las madres de familia y sus hijas. En sociedades en las que el dominio de la escritura seguía siendo un privilegio eminentemente masculino, algunas mujeres lograron destacarse como escritoras de folletines para los diarios de la época y corno traductoras. Hubo, sin embargo, un espacio cultural donde desde un inicio se les adjudicó un lugar destacado a las mujeres: los nuevos sistemas de educación pública provincial y nacional impulsados por Sarmiento en la Argentina y por José Pedro Varela en el Uruguay. En la institución escolar se les abría a las mujeres un campo relativamente amplio de actividades que -en sus niveles superiores, corno los colegios normales que debían formar a las maestras- implicaban un contacto intenso con los productos más complejos de la cultura letrada. Más importante aun, el contacto diario entre los alumnos -riiños y niñas- y las maestras "sarmientinas'' o "varelianas" no pudo sino efectuar una lenta modificación en la representación social tradicional de la relación entre las mujeres y el universo de los saberes doctos. De ese modo, poco a poco la presencia de mujeres periodistas, de mujeres escritoras, de mujeres al frente de revistas y de grupos literarios dejaría de ser vista como una anomalía en las sociedades latinoamericanas. Si en el siglo xx toda una pléyade de mujeres pudieron incidir de un modo decisivo en la vida cultural de sus respectivos países -Rosario Castellanos}Victoria Ocampo, Cecilia Meireles, Clarice Lispector,Gabriela Mistral, v tantas otras- ello se debió en parte a la lenta apertura de la esfera pública en los países latinoamericanos a la participación de las mujeres qua intelectuales en sus debates y actividades, durante el siglo anterior. Otros grupos sociales, además de las mujeres, debieron lidiar con limitaciones muy específicas a su condición de escritores públicos. Si pocos
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fueron los escritores con antepasados indígenas que durante el siglo XIX hicieron de su condición étnica una marca explícita en relación con el desempeño de sus actividades intelectuales, la situación de los descendientes de los africanos fue bien distinta. Inmersos en sociedades donde la esclavitud perduró hasta las últimas décadas del siglo XIX, y donde las restricciones que pesaban sobre los negros libres eran muchas, la condición racial se volvió para muchos escritores negros una cuestión central. Escritores afrocubanos -como el poeta "Plácido", ejecutado por las autoridades coloniales, o José Luis Manzanero, el autor de un bello libro de memorias de la esclavitud- no podían eludir el tema de la identidad racial cuando intervenían en los debates públicos y en la vida literaria de su patria. En países donde la ruptura del vínculo colonial había abierto el camino a la abolición de las diferencias de castas y de la esclavitud (abolición gradual, por cierto), la desigualdad racial también fue tema de discusión: en el Uruguay y en la Argentina, un nutrido grupo de periodistas que se identificaban ante su público como negros editó en los años 1860 y 1870 una serie de periódicos dedicados a combatir la discriminación racial y a abogar por mejores condiciones de vida para un sector de la sociedad que había contribuido con una cuota muy elevada de muertos en las guerras civiles y de independencia. Algunos de estos periodistas"sociales" ingresarían a las filas del anarquismo, que comenzaba a consolidarse como corriente militante a fines de la década de 1870. En el caso del Brasil, la situación específica de los escritores negros tendió a poner de manifiesto la compleja ambigüedad de las relaciones sociales y raciales en aquella monarquía que había logrado la independencia sin necesidad de una revolución. Los tres escritores analizados por Maria Alice Rezende de Carvalho -el periodista abolicionista André Reboucas, el poeta simbolista Ioáo da Cruz e Sousa, y el novelista de comienzos de la era republicana, Lima Barreto- ejemplifican en sus propias vidas las presiones intensas a las que estaban sometidos los intelectuales negros en una sociedad donde el hecho "esclavócrata" había sido tan central. Suspendidos entre posiciones de élite -que ocupaban por sus vínculos familiares, por su educación o por su actuación públicay posiciones de extrema marginalidad -a las que eran relegados por el color de su piel-, la importante producción periodística y literaria de estos escritores se desenvolvió en el contexto de vidas desesperadas, vidas secas, cuyo final no pudo sino ser, ineluctablernente, trágico. Quizás el más patético de los tres finales esbozados en ese artículo es el de Lima Barreto, alcohólico y víctima de una enfermedad mental en sus últimos años de vida. En sociedades cuya aceptación de la legitimidad del escritor negro era tan ambivalente, el suicidio o la locura parecían ser el único destino legítimo
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para intelectuales que provenían de los grupos sociales más marginados de su nación. Hubo, sin embargo, oportunidades además de presiones en el nuevo orden social construido en el Brasil luego de la creación del imperio. En un país donde nunca hubo una ruptura tajante con el orden colonial, sino una transición suave, gradual, hacia formas de gobierno postabsolutistas, guiada por los propios miembros de la élite esclavócrata que allí gobernaba, el espacio para la discusión pública, para el debate político, para la propuesta de reformas y de cambios no cesó de ampliarse a lo largo del siglo XIX. Si la historia de los intelectuales brasileños -tan distinta de aquélla de los hispanoamericanos en la era colonial- tendió a confluir hacia problemáticas y patrones semejantes a los de sus pares hispanoparlantes a lo largo de los siglos XIX y XX, importantes diferencias marcaron el ejercicio de la función intelectual en tierras lusófonas. En primer término, la existencia de una corte, con sus rituales, sus rangos y su pompa, ponía en el centro de la sociedad política y cultural a la figura de un árbitro colocado por encima de los demás ciudadanos. Como lo demuestra el artículo de Lilia Moritz Schwarcz, hasta 1889la figura del emperador -aun aquélla de ese Pedro II cuyas aficiones científicas y cuya inteligencia tanto cautivaron a Sarmiento- fue central para el desenvolvimiento de la vida cultural. Los tres pensadores cuya trayectoria Moritz Schwarcz analiza -Iosé Bonifacio, Porto-Alegre y Ioaquirn Nabuco-, "cuyo pensamiento era euro-. pea pero cuya realidad era brasileña': no pudieron eludir la presencia del hecho monárquico -que legitimaba la continuidad de un orden estamental-, ni tampoco la ubicua presencia de la esclavitud en una sociedad que desde la década de 1850 al menos se pretendía "liberal': A díferencía de la. mayor parte de los países de la América antes española, donde luego del derrumbe del imperio los letrados y los publicistas se hallaron arrojados a una suerte de vacío institucional que les permitió cobrar un protagonismo que de otro modo quizás les hubiera sido escatimado, los intelectuales brasileños -desde los más descollantes, como aquéllos estudiados por Moritz Schwarcz y por Rezende de Carvalho- debieron desenvolver &US actividades en el interior de marcos institucionales más sólidos yestables, y en un universo social donde las normas heredadas del Antiguo Régimen sólo se transformaban de un modo lento y -habrían dicho los defenlOres del "poder moderador"- elegante. Hubo también importantes parecidos de familia entre los intelectuales lusófonos y los hispanohablantes de América, comenzando por el predominio de un tipo específico de intervención pública: el ensayo de discusíén política. En un universo literario donde las obras religiosas -rnísales,
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vidas de santos, manuales de devoción cristiana, etc.- seguían ocupando un espacio muy importante en los anaqueles de las librerías, donde las obras científicas, aunque no del todo ausentes, tendieron a escasear antes de la década de 1870, donde las "bellas letras", aunque obtuvieran mayor resonancia pública que aquellos otros tipos de producción escrita, sólo comenzarían a tener una presencia indisputablemente sólida luego del advenimiento del "modernismo': el género que convocó a casi todos los letrados y publicistas del continente entre 1807 y 1880 fue el ensayo político. Casi siempre puesto en circulación en las páginas de los periódicos, antes de ser reeditado bajo forma de folleto, los poetas, los médicos, los abogados, los curas, todos ellos, si deseaban intervenir en los debates contemporáneos, debieron aplicar su pluma a la discusión política. No sólo los "especialistas" en política -Ios juristas, los políticos "prácticos" que se disputaban bancas parlamentarias y cargos de gobierno, los militares adeptos a la "carrera de la revolución"-, sino cuanto escritor que el pequeño público lector de la época asociaba con géneros más propiamente "literarios" como la poesía, la novela o el relato costumbrista -Fernández de Lizardi, Andrés Bello, José Mármol, BlestGana, Machado de Assis,Justo Sierra, Melchor acampo, Mariano Otero, Guillermo Prieto, Vicente Fidel López. Juana Manuela Gorriri-. se vieron convocados a participar directamente en los debates concretos de su época. Ese ensayo de discusión política -género central en la producción intelectual del siglo XIX- podía abarcar desde obras de carácter claramente periodístico -defensas de la actuación de gobierno del autor o del padre del autor, ataques ad hominem contra los enemigos políticos, libelos satíricos dirigidos contra grupos y partidos, reconstrucciones supuestamente imparciales de la última guerra civil o del último golpe de Estadohasta obras más complejas que a veces se solapaban con el naciente género de la historia patria -las obras de Alamán y Mora, el Facundo de Sarmiento, las obras históricas de Vicuña Mackenna, de Barros Arana, de Mitre y de López. Um estadista do imperio, de Ioaquim Nabuco-. Fue sólo en las últimas décadas del siglo XIX cuando un desplazamiento desde esa posición tan central comenzó a insinuarse: el renovado prestigio de las ciencias naturales y exactas, movilizado por los distintos positivismos que surgieron en el continente, llevó a que las obras de "ciencia social" compitieran por esa centralidad con aquéllas de índole más tradicionalmente política; mientras que la creciente complejización de los universos de lectura impulsados por la emergencia de un mercado editorial más sólido que antes abría espacios a una nutrida literatura de ficción dirigida a un público lector popular, y a otros tipos de intervención en el debate político, aquéllos impulsados por las nuevas militancias revolucionarias.
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CONCLUSIÓN
Para retomar la cuestión de las distintas figuras de intelectual que jalonaron el desarrollo de la "ciudad letrada" latinoamericana desde la colonia hasta comienzos del siglo xx, una importante mutación se produjo en las últimas dos décadas del siglo XIX, que de algún modo marcó el cierre de nuestro corto siglo XIX latinoamericano y el comienzo de nuestro largo siglo xx. En el marco de un espacio social para la práctica intelectual que se ampliaba hasta abarcar sectores más amplios de la sociedad -en México, en el Brasil) en la Argentina y en el resto de los países de la región- surgieron cuatro nuevos arquetipos del intelectual latinoamericano -perfiles de intelectual que a veces coincidían en una misma persona, pero que podían no hacerlo-: el "cícntífíco'; el intelectual militante de la revolución social, el intelectual modernista y el escritor "popular". Apoyándose en el prestigio que la filosofía positivista le había conferido al método científico -un prestigio que la teoría de la selección natural potenció aun más-, los intelectuales especializados en "ciencias de la sociedad" -la sociología de Comte y Spencer, la psiquiatría, la criminología, la medicina laboral, etc.-, pasaron a ocupar un lugar central en el debate público de las sociedades latinoamericanas durante las últimas décadas del siglo XIX. Si su relación con los regímenes políticos que entonces detentaban el poder fue como regla general ambivalente -Claudio Lomnitz nos recuerda en su sutil estudio del discurso en contra de "los científicos" del porfiriato que su relación con el gobernante supremo fue bastante más compleja de lo que la propaganda política emanada de la Revolución permitió entender-e, casi todos los grupos positivistas -en el Chile de la República Parlamentaria, en la Primera República Brasileña, en el México de Porfirio Diaz, en la Venezuela de Juan Vicente Gómez, en la Argentina del "Orden Conservador"- ocuparon espacios próximos a aquéllos habitados por las élites sociales y políticas de sus respectivos estados. Cabe subrayar, sin embargo, no sólo que esa proximidad estuvo siempre marcada por tensiones, sino que las lecturas de sus obras que buscaran reducirlas a meras apologías de los regímenes vigentes -como Javier Lasarte ha demostrado con precisión y rigor en su artículo dedicado a examinar la obra más conocida de Vallenilla Lanz, Cesarismo democrático- acabarían por distorsionar y aplanar su contenido mucho más de lo aconsejable: aunque a veces muy sesg,adas y muy políticamente comprometidas, las obras de los "positivistas de gobierno" nunca dejaron de exhibir un alto grado de complejidad, ni de estar habitadas por matices muy sutiles y apreciaciones ambivalentes de la realidad que buscaban describir. Al mismo tiempo que se consolidaba la figura
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del intelectual como "científico" de la sociedad, emergía en casi todos los países de la región un nuevo tipo de intelectual, cuyo lejano antecedente debería buscarse en los carbonarios y mazzínianos exiliados a la región en las décadas de 1820 y 1830: el intelectual militante de la revolución social. Con la aparición de los primeros núcleos de la "Asociación Internacional de los Trabajadores" en Buenos Aires, en México, en Río, a partir de la década de 1870, cenáculos y pequeños grupos anarquistas y marxistas comenzaron a intervenir en el debate público con periódicos y panfletos. Dirigiéndose explícitamente a los sectores de clase obrera de las sociedades latinoamericanas, los dirigentes de aquellas primeras organizaciones socialistasy de círculos anarquistas -muchas vecesde un origen social no obreroincluyeron tanto a mujeres cuanto a hombres. En el caso de la Argentina -como ha subrayado Dora Barrancos- la militancia anarquista fue otro espacio de gran importancia para la mujer intelectual. Devotos del libro -como ha subrayado Régis Debray en un artículo reciente, "Socialism and Print", publicado en la New Left Review 46, de julio-agosto del 2007-, los miembros de las militancias articuladas en torno de la revolución social, y que en el caso del socialismo marxista pronto comenzarían a contar con partidos políticos propios -el primero de ellos en América Latina, el Partido Socialista de la Argentina, fue fundado por Juan B. Justo en 1896-, estuvieron siempre compenetrados con las tareas- que tradicionalmente se han asociado con el ejercicio de la función intelectual: la publicación de periódicos y libros a favor de su causa, la organización de centros de estudio y de adoctrinamiento, la intervención en los debates públicos nacionales con posiciones precisas ya veces contundentes. Frente a los ambiguos encantos de la ciencia y de la revolución social, el intelectual modernista de Hispanoamérica (que en el caso brasileño correspondería a los simbolistas y parnasianos de las últimas décadas del siglo XIX) invocó el placer de la literatura entendida como un fin en sí misma. Nunca del todo desentendido de la realidad social y política que lo rodeaba -como han sostenido sus impugnadores-, la práctica de la literatura, y sobre todo de la poesía, era representada como una tarea que exigía saberes especializados y el dominio de técnicas que no estaban al alcance de todos. La literatura, en vez de ser un simple pasatiempo -como surge de tantos "álbumes de poesías" de señoritas románticas de México, de la Argentina, del Brasil-, era defendida como una práctica noble y exigente: tan noble y tan exigente que requería cierta autonomía frente a las presiones políticas y sociales diarias que asolaban a las naciones latinoamericanas. (Que ello no implicaba un "apoliticismo" ha sido enfatizado por Susana Zanetti en su artículo sobre Rubén Darto.) Si el "modernista"
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se dirigía de preferencia a élites letradas cuyo refinamiento literario les permitiría captar la perfección estética de su obra, otra figura consagrada a la literatura como vocación profesional también surgía en las últimas décadas del siglo XIX: el escritor de literatura "popular': Si el argentino Eduardo Gutiérrez con su serie de novelas sobre "gauchos malos" -como Juan Moreira- pudo lanzar, gracias a la popularidad de su obra, toda una industria de "pulp fiction" gauchesca, fenómenos semejantes aparecían casi al mismo tiempo en México, en partes del Brasil, en Chile, y en otros países de la región. Al igual que el militante de la revolución social, el escritor de folletines producidos en serie industrial, aunque presente ya en la esfera pública de las naciones latinoamericanas del siglo XIX, era más un indicio de las transformaciones que la industria cultural y los medios masivos de comunicación operarían en el transcurso del siglo xx, que un auténtico representante de la práctica intelectual más típica del siglo XIX: es decir, mientras que antes de 1900 no pudo sino ser una anomalía, luego de esa fecha se convertiría -lenta pero tenazmente- en la norma. Todas estas figuras nuevas, que representaban los modos cada vez más diversos con que se podía encarar la tarea intelectual, y que emergieron en los umbrales del siglo xx, se inscribían sin embargo dentro de una historia previa: una historia de larga duración. Es a la luz de esta historia plurisecular que aparece con gran nitidez la especificidad de la intelligentsia latinoamericana. En muchos aspectos parecida a la intelectualidad francesa -cuyos representantes más destacados operaron, qué duda cabe, como modelos y arquetipos para los escritores latinoamericanos durante gran parte del siglo XIX- el universo social conformado por los escritores y los publicistas latinoamericanos era sin embargo también distinto. Enmarcados en un contexto social, cultural y político muy alejado del francés (o del europeo o norteamericano en general), los intelectuales del continente, aun cuando creían estar imitando un modelo galo o europeo, no podían sino adaptar y transformar en su propio accionar a aquella figura modélica. La relación que mantenían con su sociedad, con los poderes institucionales y fácticos que se desarrollaron en la región desde la conquista hasta la Revolución Mexicana, con sus propios pares, respondía a presiones y exigenciassurgidas del propio medio en que debían actuar, y a cuyas reglas y expectativas debían adaptar su discurso y su acción. Este volumen, sin pretender agotar todos los posibles enfoques y temas que podrían estar presentes en una historia de los intelectuales latinoamericanos, propone, por ende, una serie de momentos, de figuras y de problemas que analizan la historia específica, contextualizada, de los Intelectuales latinoamericanos. Atentos a la especificidad de cada época
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y de cada país, los artículos que lo integran han buscado ofrecer un pano-
rama general de lo que ha sido la identidad y la función de los intelectuales en América Latina durante sus cuatro primeros siglos de historia. Si no todos los países ni tampoco todas las figuras descollantes han hallado albergue en sus páginas, ello se debe al hecho de que ésta es una obra que ha buscado abrir un campo, indicar interrogantes, plantear hipótesis que sirvan para orientar investigaciones futuras. La historia intelectual del continente latinoamericano recién comienza, y este libro es un muestrario de sus primeros frutos. Dar un comienzo no es poco. The Cloisters,
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1 El letrado colonial
Gente de saber en los virreinatos de Hispanoamérica (siglos XVI a XVIII) Óscar Mazín
Los intelectuales no existieron como tales en los virreinatos de la Nueva España y del Perú. A partir del célebre caso Dreyfus (¡894), que diera a la palabra su sentido actual, nuestra noción del intelectual supone la posibilidad de hacer la crítica del Estado-nación de manera independiente. Ahora bien, esta última entidad tampoco se dio en las llamadas Indias occidentales entre los siglos XVI y XVIII. Nuestro enfoque debe, por lo tanto, prescindir de la consideración del origen y la consolidación del Estado en su progreso lento pero inexorable. Recordemos que en aquellos siglos el poder político no constituía una esfera pública distinta de una sociedad formada por cuerpos. Por el contrario, se hallaba siempre disperso y la jurisdicción del rey concurría con las de otras instancias de autoridad. Por lo tanto, es impensable entender la "posición intelectual" de aquel entonces sin una cosmovisión en la que intervenga un conjunto muy amplio de conocimientos, de ideas y creencias. La extrema parcelación del conocimiento prevaleciente en nuestros días tampoco nos sirve para entender a sus exponentes de hace cuatro o cinco siglos. Esa fragmentación minimiza, y aun falsea, un ambiente otrora convencido de la unidad del saber y de la pluralidad de las lenguas y de las "artes" que lo expresaban con orden, razón y concierto. De acuerdo con una tradición ininterrumpida y sin solución de continuidad entre la Penínlula Ibérica y las Indias occidentales, desde muy antiguo se escogió en la primera el modelo ideal de la "escuela de Atenas" y se reclamó para las .egundas su adscripción legítima a "las costumbres de España". Este solo becho es testimonio de movilidad y de contactos muy estrechos a lo largo Ce siglos con el resto de la cuenca mediterránea, es decir con Grecia, con aizancio. incluso con el Oriente y con el norte de África. La imagen de Iquella "escuela" no correspondió a la filosofía, sino al conjunto de las artes tiberales cuyo conocimiento llevaba a una cosmología centrada en el horn-
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bre y su universo. No había, pues, separación de saberes, aunque sí una cierta especialización: un médico era al mismo tiempo gramático y filósofo natural; un jurista habría estudiado filosofía y teología e incluso matemáticas; un matemático conocería la astrología, la música y la filosofía. Pensamiento jurídico, filosófico y científico fueron, pues, las diversas facetas de un mismo saber (Rucquoi, 1998: 246). Nuestro propósito es trazar aquí las líneas maestras de ese saber en la Nueva España y en el Perú, echando una mirada comprensiva a los personajes que lo profesaron de manera sobresaliente. A falta entonces de "intelectuales", nos parece que "gente de saber" es un término justo, pues aun cuando la voz "letrado" designó en los siglos XVI y XVII a aquellos que ejercían las letras, ella acabó aplicandose con prioridad a los juristas abogados. Es preciso añadir que la tradición del saber de origen mediterráneo antes evocada fue indisociable de una profunda convicción docente que hizo de la enseñanza una práctica medular. Convencidos de que "la ignorancia es madre de todos los errores", y por lo tanto de que el saber es un deber, los reyes hispánicos adoptaron las divisas de rex magister y de rex sapiens. La permanencia de las escuelas palatinas y el papel fundamental desempeñado durante siglos por la corte en la vida cultural -recordemos el reinado epónimo de Alfonso X el Sabio, entre 1252 y 1284, o la biblioteca del Escorial de Felipe II, cuyo reinado se extendió de 1556 a 1598- atestiguan que aquéllas no fueron meras invocaciones o un simple deseo piadoso. Soberanos y grupos dirigentes favorecieron el conocimiento y la enseñanza: de las grandes figuras de "hombres doctos" de la Hispania visigótica a las "escuelas" de traductores de los siglos XII y XlII; de la creación de las universidades a las disputas jurídico-teológicas en torno de la justicia de la guerra; de las grandes compilaciones legislativas del siglo XIII a la Recopilación de leyes de Indias; de los cosmógrafos, los humanistas y los letrados de los siglos xv y XVI a los polígrafos y los biblíógrafos del saber americano del siglo XVIII. Reiteremos. Sin solución de continuidad respecto de la Península, las Indias de Castilla fueron un terreno no menos fértil para la expresión de esa honda vocación por el saber y la enseñanza. Díganlo, si no, la controversia sobre la legitimidad de la conquista y la naturaleza de los indios, la avidez de los frailes de conocer la religión y las costumbres de las sociedades autóctonas o la práctica del rey de España de conocer para gobernar, es decir, de "disponer de una información segura y detallada de las cosas de las Indias". Díganlo, en fin, los colegios primitivos y la fundación temprana de universidades en México y Lima (1551-1553); las enseñanzas de los jesuitas expulsas o incluso de los funcionarios de la primera mitad del siglo XIX,
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necesitados del conocimiento de las prácticas jurídicas, administrativas y contables "coloniales". La continuidad de la vocación por el saber y la enseñanza es aun más manifiesta si consideramos que la vida de muchos de sus exponentes en la Nueva España y en el Perú transcurrió en ambas orillas del Atlántico. Sus orígenes, sus travesías de ida y vuelta, sus impresores, sus lenguas, los géneros literarios de que echaron mano, sus redes, en fin, sus conocimientas, son representativos de una civilización inserta en el marco de una entidad geopolítica a escala planetaria, la entonces llamada "monarquía española". En consecuencia, el desempeño de los autores, pero también sus obras, cobran sentido en el contexto de la movilidad, de la circulación, lo cual excluye definitivamente de nuestro enfoque las historias nacionales por resultar, además de anacrónicas, estrechas. En la Península Ibérica los desplazamientos repetidos a lo largo de siglos acostumbraron a las personas a concebir un mundo cuyos horizontes fueron siempre más vastos que los de su terruño. De ahí la importancia esencial de los lazos de parentesco en el desplazamiento de los hombres en dirección a ultramar y de regreso, o bien dentro del Nuevo Mundo. Recordemos la trayectoria de cronistas corno el inca Garcilaso, el dramaturgo Juan Ruiz de Alarcón o juristas corno Antonio de León Pinelo y Juan de Solórzano Pereyra; pero también la de gente que viajó del virreinato septentrional al meridional o a la inversa, como el padre jesuita José de Acosta, el oidor Valdés de Cárcamo, el arquitecto Francisco Becerra, que trabajó en la fábrica de las catedrales de Puebla de los Ángeles y del Cuzco, o bien el barón de van Humboldt. Por otra parte, el modelo familiar, empleado tradicionalmente como metáfora de la relación que unía al rey con sus vasallos, tomó todo su sentido en las sociedades de las Indias. Se pensó y se enseñó a pensar a la familia, tanto la nuclear como la extensa, como un todo solidario representado por el apellido. La presencia en ella de muchos menores acentuó la importancia de la educación básica impartida en casa por padres, abuelos, tías y nodrizas durante los años primeros de la vida. Por lo demás, a falta de un verdadero poder central, en las Indias los hombres se hallaron abandonados a ellos mismos. Por lo tanto, las relaciones con individuos de prestigio y poder fueron casi la única vía de acceso a funciones, cargos y distinciones, y de ahí la importancia de las clientelas y del patrocinio que en su seno hallaron autores, docentes y artistas. La corte de México, por ejemplo, resultó primordial para la obra de sor Juana Inés de la Cruz, quien se benefició del amparo y la protección de la virreina. Pero también resultó decisiva la correspondencia entre grupos animados por el saber en diferentes regiones.
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En una monarquía de escala planetaria, gobernada por escrito y a distancia, es preciso considerar que las ideas, los textos y los objetos circularon rápidamente a través de territorios tan diversos como los Países Bajos, Italia o el Extremo Oriente. En 1556, menos de veinte años después de haberse introducido la imprenta en la capital de la Nueva España, las prensas del colegio jesuita de Goa publicaron su primera obra, las Conclusiones philosophicas. El 12 de julio de 1605, seis meses después de su aparición, 262 ejemplares del Quijote zarparon de los muelles de Sevilla a bordo del Espíritu Santo para llegar a Veracruz tres meses más tarde. Ninguna otra ciudad de las Indias acogió en el siglo XVII a tantos escultores y pintores sevillanos como Lima (Mazfn, 2007). No obstante, los cambios de orientación introducidos al filo del tiempo, las líneas maestras aquí trazadas se hacen eco de un sistema fincado en siete "artes" liberales; tres orientadas al lenguaje y cuatro a la naturaleza. Imbuidos de las estructuras y los supuestos de esa tradición milenaria, traductores, gramáticos, juristas, astrónomos, matemáticos, músicos, cronistas y poetas vertieron el néctar de las civilizaciones autóctonas en los odres del saber antiguo. Y es que los virreinatos americanos no fueron menos tributarios de la vocación del saber y la enseñanza de cuño mediterráneo, que del estímulo ejercido por el Nuevo Mundo y sus indios sobre la imaginación y la creatividad, principal incentivo para el surgimiento de un pensamiento original. El encuentro con otras lenguas y horizontes no era inédito, contaba en la Península Ibérica con un haber de siglos de contactos con el árabe y el hebreo. Así, la necesidad de traducir y de comprender nuevas realidades en las Indias hizo que la gramática, primera de aquellas "artes", desembocara en la "ciencia del bien decir" o retórica, antes que en una dialéctica de índole puramente especulativa asimilada a la lógica. Según veremos, el raciocinio se encaminó más bien a la filosofía natural y a las teologías moral y positiva. Se trata del celebérrimo trivium o cúmulo de disciplinas concebido como útil a las ciencias "civiles", o sea fundamentalmente al derecho, tanto el secular o "civil" como el canónico o eclesiástico heredado por las escuelas de Roma; un saber práctico antes que especulativo que permitió la gobernación de los pueblos en la vida urbana. Análogamente al derecho, la medicina encontró un lugar en esa construcción, ya que el cuerpo humano era la representación del universo, el microcosmos que se integraba al macrocosmos. Este primer conjunto formó parte, pues, de la categoría de las obras didácticas específicas de lo que se conoce como la "tradición gramatical meridional" frente a las corrientes especulativas y teóricas más características de la Europa central y del norte.
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Pero si las materias del trivium debían "hacer al hombre bien razonado", las del quadrivium buscaban "hacer sabio al hombre", ya que por ellas se mostraba"la natura de las cosas" y, aunque estas últimas hubiesen existido antes de que se les diera un nombre, sólo se podía enseñar el quadrivium después del trivium porque "las cosas no se pueden enseñar ni aprender de partida, sino por las voces y por los nombres que han" (Alfonso el Sabio, 1930: 194)· Los saberes que permitían conocer el número y la medida de las cosas eran por lo tanto la aritmética, la música, la geometría y la astrología. Para este otro conjunto, el cosmos era una obra de arte preñada de misterios: enlaces ocultos, tramas invisibles de los fenómenos, relaciones numéricas que explicaban su armonía. Así, la geografía, la náutica, la cronometría, la astronomía y las matemáticas coadyuvaron a determinar y explicar la naturaleza y las dimensiones del Nuevo Mundo. La empresa consistente en construir reinos cristianos semejantes a los de la Península Ibérica fue determinante para que durante siglos prevaleciera en las Indias ese sistema de conocimiento y de enseñanza fincado en las "artes". Como lo muestra el método prescriptivo de los colegios jesuitas conocido como ratio studiorum (su versión definitiva data de 1599), ese sistema incorporó igualmente el conjunto de las "humanidades" (studia humanitatis) mediante el cual disciplinas como la poética, la filosofía moral, la pedagogía, la historia, la geografía. las matemáticas y la física fueron reivindicando cierta autonomía frente a los antiguos trivium y quadrivium. Algo semejante ocurrió en el terreno de las artes mecánicas conforme los artistas plásticos reclamaron un estatuto que diferenciara y enalteciera no sólo sus oficios, sino su enseñanza en "academias" (Iacobs, 2002). Por otra parte, la historia del saber en las Indias no puede desvincularse de su red de ciudades, la más grande de la monarquía española, sólo comparable a la del imperio romano del siglo 11. Para el año 1580 el número de fundaciones urbanas en las Indias llegaba al medio millar. Esa red requirió de unas mismas estructuras jurídicas y de gobierno, es decir de un aparato administrativo que uniera los territorios entre sí (Calvo, 1999).Las disciplinas asociadas al derecho tuvieron, por lo tanto, una importancia radical. Lo mismo se puede decir de aquellas vinculadas a la lengua si pensamos en el afán de cristianización en el seno de sociedades multirraciales producto de las corrientes migratorias, del mestizaje y de la inteBración cultural. Por eso el derecho, la lengua y la religión se identificaron entre sí, y siguieron una misma evolución. La cristianización no supuso en una primera época el aprendizaje del españolo del portugués sino por parte de las élites. Así,las lenguas autóctonas subsistieron, llegaron a escribirse y aun a enseñarse como lenguas de cultura. El sermón, clave de lec-
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tura moral y de buen uso de la lengua, arma persuasiva y disuasiva por excelencia, consagró su celebridad en las Indias. Relatar y conservar los hechos consumados en el Nuevo Mundo e indagar la historia y las costumbres de los indios, previa a su cristianización, hizo de las crónicas y de las descripciones de índole etnográfica una necesidad esencial. Los viajes de descubrimiento y de conquista dieron lugar a la escritura de epopeyas, aunque también, según veremos, fueron numerosos los certámenes poéticos y las obras líricas en que autores diversos reflejaron las tensiones y las aspiraciones de las nuevas generaciones de los criollos, los "españoles de ultramar". Disponer de información segura y detallada sobre las cosas de las Indias propició todo tipo de empresas científicas y tecnológicas, de encuestas y exploraciones durante las cuales geógrafos, astrónomos, botánicos, naturalistas y geólogos elaboraron por todas partes inventarios sistemáticos, según tendremos ocasión de ver de manera concreta en las páginas que siguen. Por otra parte, al ser la implantación del cristianismo el principal contenido del arte en las Indias occidentales, no se pudo prescindir de la enseñanza del sistema de códigos visuales y auditivos desarrollado durante siglos en Europa: la representación de la figura humana, las convenciones para la construcción de espacios mediante la perspectiva, la utilización de la luz, el conocimiento de la técnica y la función del color, las tradiciones gestuales, el canto llano y la polifonía. Las Indias no fueron ajenas a esas otras corrientes científicas modernas atentas a la regularidad y la recurrencia de fenómenos del mundo físico mediante la formulación de leyes. Ellas penetraron en ambos virreinatos al menos desde el primer tercio del siglo XVII. Sin embargo, los discípulos y los seguidores de Copérnico, de Galileo, de Descartes y de Newton descollaron de manera más decisivaa partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Con todo, ninguna de aquellas corrientes logró imponerse a la antigua tradición del saber y la enseñanza de raigambre mediterránea. Explica seguramente ese desfase el arraigo poderoso de dicha tradición en la formación de las sociedades hispanoamericanas, y no un simplista "atraso" de los virreinatos españoles de América respecto de los paradigmas científicos europeos de índole mecanicista. La inmensidad humana y física del Nuevo Mundo presentó un enorme desafío a la empresa de cristianización, poblamiento y gobernación. Tal reto exigió respuestas "sintetizadoras" dotadas de estabilidad y de permanencia con que abarcar la diversidad autóctona y asumir las expresiones hispánicas nuevas tanto en Mesoamérica como en los Andes. Cuando a mediados del siglo XVIII el jesuita Francisco Javier Clavijero (I737-1787) decidió soslayar los nuevos esquemas de clasificación
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propuestos por sabios europeos contemporáneos, como Carlos Linneo, esgrimió que los de tipo tradicional eran "más acomodados a la inteligencia de toda clase de personas" (Trabulse, 1994).
SABER Y LENGUAJE
Lenguas y géneros literarios
Lengua culta heredera de siglos de contactos con diferentes pueblos y religiones, el español entró en su fase de apogeo a partir de la fundación de los reinos de las Indias. En ellos convivió con el portugués y con muy numerosas lenguas autóctonas. 1492, el mismo año del descubrimiento de América, fue el de la aparición de la Gramática de la lengua española, la primera de su género en Europa. Su autor, Elio Antonio de Nebrija (14441522), escribió en su prólogo que la lengua era la compañera del imperio. Pronosticó así su vigorosa expansión y su encuentro con otras lenguas hasta nuestros días. Pero aun si el español y el portugués fueron las lenguas oficiales de los reinos, bien lejos estuvieron de suplantar a las lenguas indias que, según vimos, llegaron a escribirse y a enseñarse en las universidades. La cristianización de los indios, análoga a su hispanización, no supuso en una primera época el aprendizaje del español sino por parte de las élites. En cambio hay que subrayar que la evangelización no se dio sin un esfuerzo de traducción. El núcleo de esa empresa fue la adopción de la lengua latina, lo cual constituyó una revolución técnicay epistemológica. Gracias al latín, el clero procedente de la Península y las élites autóctonas aprendieron a escribir las lenguas del Nuevo Mundo, que hasta entonces no poseían sino una escritura ideográfica. La escritura del náhuatl y de otras lenguas meso americanas en caracteres alfabéticos permitió la redacción en ellas de textos literarios y de documentos numerosos. La situación en la Nueva España fue diferente al Perú por el hecho de que los aztecas o mexicas no habían impuesto el náhuatl, sino admitido y conservado la utilización de lenguas complejas como el maya y sus variantes, así como el zapoteca, el mixteco, el tarasco y el otomí. Los incas, en cambio, privilegiaron el quechua y el aimara en detrimento de lenguas secundarias con tal de consolidar la unidad de su imperio. La Gramática o arte de la lengua general del Perú (Valladolid, 1560), del dominico fray Domingo de Santo Tomás (1499-1570), es el primer compendio de filología y al mismo tiempo el primer diccionario dedicado al estudio del quechua.
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¿Cómo conservar memoria de lo que se esfuma cada día cuando los antepasados no dejaron en los Andes nada comparado a los códices y las pinturas de los indios de la Nueva España? Dos fueron los objetivos del género conocido con el nombre más bien vago de "crónicas": primero relatar y conservar los hechos. Enseguida indagar las costumbres de las poblaciones autóctonas. Durante mucho tiempo, tales escritos fueron el único medio para dar a conocer las Indias al Viejo Mundo. Constituyeron, pues, un primer puente entre ambas orillas del Atlántico. Mediado por las convenciones de la transmisión oral, es decir retóricas, el género evolucionó rápidamente hacia formas más elaboradas, sobre todo la historia puesto que ella fue desde antiguo uno de los temas favoritos de los españoles en la Península Ibérica. Entre sus autores figuran los mismos conquistadores; tanto los grandes jefes como Hernán Cortés (ca. 1485-1547), como los soldados miembros de las expediciones. Al día siguiente de la derrota de Gonzalo Pizarro (1511-1548) en el Perú, el Inca sostuvo una larga entrevista con Pedro Cieza de León (1520-1554), un soldado español apasionado por las cosas antiguas que participó en la fundación de ciudades del Nuevo Reino de Granada como Cartagena y Antioquia (actual Colombia). Cieza viajó después al Cuzco en busca de información para su Crónica del Perú, que empezó a escribir en 1541. Se trata de una especie de recorrido geográfico, etnográfico e histórico que describe las costumbres y el modo de vida de los indios. Su segunda parte rastrea la historia y la genealogía de los soberanos incas y relata la conquista del Perú y las guerras sucesivas entre los conquistadores. Describir las "recitaciones" de los ancianos y los sabios del Cuzco o de México- Tenochtitlán y sus respectivas provincias como "cantares, villancicos y romances" equivalía a atribuir a esos textos el carácter explícito de narraciones históricas. Religiosos como fray Bernardino de Sahagún (ca. 1500-1590) aplicaron encuestas a los indios ancianos de México a efecto de recuperar el conocimiento de todos los aspectos de la civilización prehispénica, de todas las "Cosas de la Nueva España". Desde su travesía sobre el Atlántico, fray Bernardino había emprendido estudios de náhuatl gracias a los príncipes aztecas que Cortés había enviado a España y que regresaban a México en el mismo barco que el franciscano. Durante los casi treinta años que duró esa gigantesca tarea, se habló en torno de ese fraile latín, español, náhuatl, otomí; se desplegaron pencas de agave cubiertas de signos multicolores; los jóvenes indios letrados corrigieron los manuscritos que habían comenzado a elaborarse años atrás. El Códice florentino y la Historia de las cosas de Nueva España son una enciclopedia del mundo prehispánico, Desde fines del siglo XVI hicieron su aparición autores nacidos en las Indias como el célebre mestizo del Cuzco, Garcilaso de la Vega (1539~1616),
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hijo de un conquistador y de una princesa india. Sus Comentarios reales de los Incas (1609) y su Historia del Perú (1617) lo consagran como el gran historiador de los Andes. Los primeros mitifican el pasado prehispánico. Al mismo tiempo, y bajo una mirada providencial ya cristiana, en la segunda el autor exalta la implantación europea. Los jesuitas y Garcilaso construyeron una imagen del imperio incaico antiguo inspirado en el modelo de la Roma clásica, que proporcionó un marco o contexto explicativo a los estudiosos de la cultura, la historia y la política. Subyacía a tal actitud no sólo la continuidad de la tradición mediterránea del saber y la enseñanza, sino el reconocimiento del imperio como una forma distinta y legítima de gobierno para las Indias. Tanto entre los autores peninsulares como entre los de origen americano, la nostalgia del pasado se tiñó de una reflexión sobre la escritura, "maestra de la vida, luz de la verdad" y sobre la perennidad del recuerdo. "Mi pluma, escrihió Cieza, no tiene la soltura ni la belleza de los bachilleres y letrados españoles, pero está impregnada de la verdad" (Bernand y Gruzinski, 1993). Digamos de paso que la distinción entre lo "sabio" y lo "popular" no funciona para gran parte de los siglos de los virreinatos, pues presupone que quienes se adscriben a lo primero han estudiado, mientras que los "populares" no tuvieron nada que ver con la cultura. El estado de la enseñanza y el número de aquellos que tuvieron acceso a ella en los siglos XIX y XX no nos pueden servir de referencia, por mucho que sigamos bajo la influencia de un positivismo que quiere que la cultura haya sido el privilegio de unos cuantos para luego, a lo largo de la historia, haber sido progresivamente arrancada por las "clases populares". Las indagaciones, las idas y venidas del cronista mestizo Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (1578~1650) por las comarcas de la cuenca de México revelan la existencia de verdaderas redes de letrados indios que mantuvieron el recuerdo de las cosas de antaño hasta los albores del siglo XVII. Esos sabios recogían las tradiciones orales, coleccionaban las pinturas o redactaban en españolo en náhuatlla narración "de las grandes cosas acontecidas en estas tierras". A esta memoria fija la acompañó una memoria viviente: a saber, unos anales ya de la época virreina! inscritos en la perspectiva mundial de la monarquía católica. Fueron redactados por indios como el señor chalea Domingo Chimalpahin (r579~166o). El mundo de este autor consta de cuatro partes con una capital mundial, Roma, y un señor universal, el rey de España. Tales textos circularon y los "principados" indios los transcribieron haciendo de ellos una fuente de inspiración para las generaciones por venir. Inspirados a menudo en el romance, forma métrica castellana en verlOS octosílabos, los viajes de descubrimiento y las conquistas suscitaron la
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escritura de epopeyas. Sus autores tuvieron la impresión de ser los continuadores de las tradiciones peninsulares que, como el Poema de Mío Cid, cantaron las glorias de la antigüedad y la "reconquista". La más célebre es La Araucana, de Alonso de Ercilla (1533-1.594), cuya primera parte vio la luz en 1569· Nacida de la resistencia india a la penetración española en Chile, describe minuciosamente los hechos y las gestasde héroes españoles e indios. Esta obra, que ubica al lector en esa frontera del imperio, dio lugar a un subgénero, el de las guerras de Arauco, que contó con numerosos émulos. En tanto género literario, la evolución del sermón corrió pareja en el Perú a la campaña de homogeneización lingüística. La publicación de piezas oratorias se vio nutrida por la de diccionarios y gramáticas. Sus contenidos sirvieron de base no sólo para la transmisión ora] de la cultura cristiana. Los sermones fueron igualmente esenciales para la alfabetización y su dominio se convirtió en un símbolo de prestigio en las ciudades. Las grandes piezas retóricas eran escuchadas en las catedrales y en las grandes parroquias; en palacio, en las iglesias del clero regular y en los claustros universitarios. El período 1550-1700, de esplendor de las letras hispánicas, correspondió a una predicación rica en conceptos que buscó despertar la sensibilidad y la imaginación del auditorio; de la gente sencilla tanto como de los letrados y de los artistas. Gracias a los sermones y pregones, la población iletrada no quedó al margen de la educación. Se hallaba expuesta a la lectura en voz alta, práctica de uso común en los barcos, posadas, plazas, iglesias y traspatios de las casas, lo que ayudaba a asimilar ideas y a transmitirlas. Miguel Sánchez (1.594-1674), Antonio de Alderete (su obra se conoció alrededor de 1650) y Pablo Salceda (16221688) fueron predicadores célebres del siglo XVII que arrobaron a las multitudes en la Nueva España. Juan de Espinosa Medrana (1632-1688), apodado el "Lunarejo"; fue el más grande predicador del Perú. A propósito de la utilización de las lenguas y literaturas griega y latina en la oratoria sagrada, Espinosa gustaba decir: "con las humanidades no probamos nada, aunque explicamos mucho". La evolución del género desembocaría en el discurso cívico del siglo XIX. Fueron numerosos los certámenes poéticos, sobre todo en ocasión de fiestas y ceremonias donde la agudeza y el concepto se ponderaban como los máximos valores de un escrito. Tres poetas peninsulares, dos de los cuales viajaron a las Indias, se hallan entre los principales inspiradores de tales justas: Garcilaso de la Vega (1501-1536, quien no cruzó el Atlántico), Gutierre de Cetina (1520-1557?) y Juan de la Cueva (1550?-1609). Diversos autores reflejaron en sus obras líricas las tensiones y los afanes de las nuevas generaciones criollas. Los hijos de españoles nacidos en América, como
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Bernardo de Balbuena (1562-1627), mostraron desde niños gran facilidad para la composición de versos. Su Grandeza Mexicana (México, 1604) destila el elogio entusiasta jamás dirigido a la capital de la Nueva España. Fue después de 1650, bajo e! signo de! barroco, que la poesía lírica dio en las Indias sus mejores frutos. En ella los temas religiosos se mezclan con el sentimiento amoroso con frecuencia llevado a la hipérbole; el elogio a la retórica participa de los juegos del espíritu y del malabarismo verbal. Juan del Valle Caviedes (1652-1697), calificado a menudo de "Quevedo peruano", fue considerado el mejor escritor satírico de Lima. Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), religiosa de la orden de San Jerónimo llamada el "Fénix mexicano", logró expresar su espíritu profano y su pasión por el saber. Lo hizo desde una celda conventual seguramente de dimensiones generosas, ya que contó con una biblioteca de cinco mil volúmenes además de instrumentos astronómicos y musicales. Su obra es muy variada: numerosos poemas de circunstancia pero también de amor, sobre todo sonetos, y un extenso poema filosófico, Primero sueño, intento de penetrar los arcanos del mundo mediante la intuición poética. Sor Juana escribió igualmente piezas de teatro sacro y profano. Una de las primeras formas dramáticas fueron los autos sacramentales, representaciones de los misterios de la fe adaptados como instrumentos de evangelización en los claustros y en los atrios. El teatro, sin duda el más célebre de los géneros del Siglo de Oro, se halló bastante extendido en las Indias. Era el vehículo que expresaba la actualidad bajo diferentes apariencias imaginadas por la creatividad de los dramaturgos. Sin embargo, los autores prefirieron las representaciones que acompañaban los grandes acontecimientos, sacros o profanos, como el Corpus Christi y aquellas otras funciones concebidas para un público más reducido, los virreyes y su corte en palacio o los religiosos en sus conventos. Las piezas edificantes como La vida y milagros de Santa Rosa del Perú, de Agustín Mareta y Cavana (16181669), alternaron con sainetes populares como La Clementina del peninsular Ramón de la Cruz (1731-1794). El arte dramático fue no sólo representado, sino también muy leído. Incluso se escribieron tratados o "artes" para la elaboración de comedias. Los textos se popularizaron no obstante la censura eclesiástica. Tres son los dramaturgos hispanoamericanos más representativos: el "mexicano" Juan Ruiz de Alarcón (1581-ca. 1639), cuya Verdad sospechosa inspiró el Menteur a Pierre Corneille; la ya mencionada sor Juana Inés de la Cruz, cuyas comedias como Los empeños de una casa suscitaron enérgicas reacciones del arzobispo de México, y Pedro de Peralta y Barnuevo (1669-1747), cortesano peruano fiel a la estética de la comedia mitológica de escenografía compleja.
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El derecho Toda la organización social y política de las Indias se fincó sobre un orden normativo y jurisdiccional sofisticado. El rey de España heredaba una tradición mediterránea que durante siglosvinculó el poder a un saber esencialmente jurídico en el que confluían tanto la potestad espiritual como la temporal. La justicia fue, de hecho, el principal atributo de la realeza. Dictar leyes y hacerlas respetar a dos mil leguas allende los mares constituyó un reto. Los ibéricos en uno y otro lado del Atlántico fueron los únicos en haber confrontado una empresa de tal envergadura. Diversas autoridades hacían las leyes en nombre del rey: las audiencias o los tribunales superiores, el virrey y los obispos reunidos en concilio a convocatoria del soberano, en el nivel local; el Consejo de Indias como instancia suprema de gobierno y de justicia en la corte del monarca. La Facultad de Derecho, con cinco años de duración, estructuraba el pensamiento según las grandes tradiciones culturales del Occidente: Sagradas Escrituras, Padres de la Iglesia, concilios, derecho civil con sus dos grandes núcleos (romano y justinianeo), derecho real, jurisprudencia y sobre todo el derecho eclesiástico o canónico en su apogeo medieval. Tanto en los claustros universitarios como en las bibliotecas, fue el derecho el saber predominante. Desde los primeros tiempos, la legislaciónindiana tuvo una fuerte dimensión judicial y contenciosa en razón de las denuncias relacionadas con las poblaciones autóctonas. La explotación de estas últimas fue denunciada desde 1511 especialmente por los religiosos. Se suscitó así una larga controversia en ambos lados del Atlántico de la que fray Bartolomé de LasCasas (1474-1566) fue la figura sobresaliente. ¿Era legítima la conquista? ¿Con qué
derecho ejercía la Corona su dominio sobre el Nuevo Mundo? ¿Cuáles eran en consecuencia los límites y los fines de la empresa? Durante más de medio siglo, el debate alimentó la elaboración de un derecho específico para las Indias. Merecen mención aparte las Leyes Nuevas de 1542-1543 promulgadas por Carlos Va instancias de LasCasas y de los teólogos tomistas de Salamanca como Francisco de Vitoria (14S3?-1546), que preveían, con la prohibición de la esclavitud de los indios, la supresión progresiva de las encomiendas. Marcados por el peso de su expresión oral, es decir retórica, los textos referentes a la controversia sobre la legitimidad de la conquista surgieron en los claustros de las universidades de México y de Lima, de Salamanca o de Valladolid de Castilla. Ante todo, dichos escritos echaron los cimientos para diferentes proyectos de acción concreta. Los indios, en principio concebidos con la ayuda de nociones instrumentales preestablecidas tales
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como el concepto medieval de guerra justa o el de infidelidad, contribuyeron a modificar esas percepciones hasta el punto de dar origen a las primeras normas del derecho internacional. De manera paralela, aquel debate permitió reafirmar el principio cristiano de la unidad del género humano. La bula Sublimis Deusde 1537, dedicada a los indios del Nuevo Mundo, extendió sus términos a todos los pueblos gentiles que aún quedaban por descubrir. Otros textos jurídicos fueron los cedularios o compilaciones de instrucciones, provisiones y ordenanzas reales dirigidas a todas las provincias del imperio, como la de Vascode Puga (?-1576) para la Nueva España, de 1563, o la Recopilación de lasOrdenanzas de la Audiencia de Santa Fe de Bogotá de 1573. Desde 1570 existió un proyecto para elaborar una gran recopilación de leyes,empresa en la que trabajaron los juristas del Consejo de Indias. Uno de sus autores más activos fue don Juan de Solórzano Pereyra (1575-1655), antiguo oidor de la Audiencia de Lima que llegó a ser consejero del rey. En 1647Solórzano hizo publicar un erudito tratado, la Polítíca indiana, basado en textos suyos anteriores redactados en latín (De Indíarum Jure). Organizada en seis libros, esa obra expone los principales criterios del orden social en las Indias. Comienza por los títulos que justificaron el descubrimiento y la apropiación de los territorios con el fin de cristianizar a los indios; expone enseguida el principio de libertad de estos últimos y en consecuencia los límites impuestos por la legislación a los servicios personales de los naturales y a las diferentes cargas impositivas pagadas por ellos, sin olvidar los privilegios de los que eran beneficiarios. Solórzano reflexionó igualmente sobre el régimen de las encomiendas, su justificación y los problemas de usufructo y sucesión que planteaban. Trató igualmente de los diferentes poderes e instituciones en las Indias: empieza por las de índole eclesiástica, destacando el patronato del rey y la jurisdicción diocesana encabezada por los obispos. El gobierno secular o civil es objeto de la parte quinta de la obra. En ella insiste en los municipios, núcleo político de la nueva sociedad al que según el autor debería estar subordinada la gestión de los virreyes y de las audiencias. La obra se cierra con el tema de la real hacienda o real fisco y las diferentes fuentes de ingreso en las Indias. El proyecto de gran recopilación progresó finalmente entre los decenios de 1610 y 1630. Su publicación en Madrid, sin embargo, debió esperar hasta el año de 1681 bajo el titulo de Recopilación de leyes de losreinos de lasIndias. Lasdisposiciones por entonces vigentes, con menciones sumamente escuetas de sus precedentes, fueron organizadas por libros a la manera de los grandes cuerpos romanos de derecho como el de Teodosio y el de Iusti-
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niano; visigóticos como el Libro de los jueces o bien como las grandes compilaciones castellanas del siglo XIII, sobre todo las SietePartidas (1272) bajo Alfonso X el Sabio. El derecho canónico estuvo principalmente caracterizado por la publicación de los concilios, cuyos contenidos privilegiaron los aspectos disciplinares y de pastoral que requería el régimen de cristiandad de las nuevas sociedades, antes que los de carácter dogmático y especulativo. Los más importantes fueron los terceros concilios de Lima (1583) yde México (1585).
Filosofía y teología La dialéctica, que lleva a la filosofía y a la teología, formó parte de las materias del trivium en el antiguo sistema de las artes liberales. Tanto en las casas yen los colegios de formación de las órdenes religiosas como en las universidades de todas las Indias se enseñaron la lógica, la filosofía natural y la teología. Después de la gramática y la retórica venía la etapa dedicada a la formación filosófica, también conocida con el nombre de "artes", que empezaba por los estudios de lógica seguidos por los de física y metafísica. En lógica se analizaban las operaciones del intelecto, los conceptos universales, las nociones de identidad, de género y de especie. Los textos fundamentales fueron los de Aristóteles, expuestos o resumidos por comentaristas. En física los temas se agrupaban en tres libros: el que trataba de los principios intrínsecos de los cuerpos naturales, de su forma sustancial y de su unión en un todo; el referente a las causas externas de los cuerpos naturales y aquel que estudiaba el movimiento, la acción, el lugar, el vacío y el infinito. De acuerdo con una tradición castellana de origen medieval, muchos profesores y autores insistieron en la filosofía natural como un intento de explicación racional de los fenómenos naturales. En ello eran herederos del saber de Tomás de Aquino y de sus discípulos. En metafísica, conocida como "filosofía ultra natural': se abordaba el ser, sus atributos, el ser posible y el ser concreto, la sustancia y los accidentes, la subsistencia, los seres malos y quiméricos, los orígenes y el fin de las cosas, finalmente el alma. No se consideraba la formación filosófica como una especialidad en sí misma, sino más bien como un ciclo propedéutico que proporcionaba los conceptos clave para las facultades superiores como derecho, teología y medicina. Hasta ahí llegaban los estudios de muchos alumnos, razón por la cual el bachillerato en artes fue la norma. Ahora bien, la filosofía desempeñó en los virreinatos una función ancilar frente a la teología o estudio de la divinidad. Los cursos de esta última reagrupaban dos ramas: la dogmática y la moral. La primera, de carácter
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especulativo, consistía en una reflexión sistemática sobre la revelación cristiana de acuerdo con las diferentes opiniones -todas generalmente de método escolástico~ de las principales escuelas teológicas. Llevada a sus últimas consecuencias, esta rama conducía a la pura contemplación y se apartaba de la filosofía aristotélico-tomista. AlIado de esta teología especulativa, que por momentos llegó a parecer demasiado intrincada, sobre todo a los filósofos naturales, terminó por prevalecer la teología positiva, que insistía en la recopilación y la crítica directa de las fuentes: Sagradas Escrituras, Padres de la Iglesia, el magisterio, es decir, las enseñanzas de los obispos, la historia de la Iglesia, el derecho canónico y la filología. El problema central del pensamiento filosófico y teológico en los virreinatos se situó en el terreno de la conciencia, ahí donde los individuos realizan juicios de tipo moral acerca de lo bueno y lo bello, de lo verdadero y de lo justo. Su formulación principal se hizo eco de una cuestión por entonces relevante en el pensamiento europeo: a saber, que las realidades humanas se interpretaban a partir de la distinción entre naturaleza y gracia divina. Por un lado, el hombre es un ser frágil con una inclinación natural al pecado; por el otro, esta misma naturaleza le otorga el poder divino para encontrar y seguir el camino de la salvación. Entonces, ¿cómo encontrar y justificar una vía intermedia entre el poder pleno de Dios y la libertad humana que permitiera distinguir el bien del mal? El problema contraponía en realidad dos concepciones filosóficas y teológicas: una representada por san Agustín y otra por santo Tomás de Aquino. Dicho de otra manera, el reto filosófico consistió en definir si se podía delinear una tercera vía entre posiciones que habían llegado a parecer irreductibles, pero que arrancaban de dos modelos perfectamente ortodoxos para la fe católica. En esta labor, los centros de enseñanza tanto de la Nueva España como del Perú jugaron un papel determinante, en particular los de los jesuitas y los dominicos. En consecuencia, numerosos teólogos, filósofos, juristas y predicadores enseñaron que había un espacio que Dios había determinado mantener libre a fin de que el hombre pudiera ejercitar su inteligencia. Reconocido ese lugar como lo propio del ser humano, se abrió el problema de los márgenes en los que debía desarrollarse el ejercicio libre de la inteligencia. Ahora bien, al reconocer al menos parcialmente el legado de la escuela clásica de los escépticos, esta doctrina, llamada probabilismo, mantuvo el principio de incertidumbre para apreciar las cosas humanas y de la naturaleza. Ella podía, por lo tanto, atentar contra las interpretaciones más radicales del principio de autoridad. Las repercusiones políticas no se hicieron esperar. Las enseñanzas probabilísticas reforzaban las formas contractuales del poder político here-
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dadas de la Edad Media peninsular. Ellas no habian dejado de insistir, por ejemplo, en que conforme al carácter compuesto, es decir distendido y plural de la monarquía, la Corona debía tomar en cuenta y asumir las circunstancias propias, es decir la individualidad de cada uno de los reinos. Esas enseñanzas, sin embargo, entraron en conflicto con los principios del despotismo ilustrado de los Barbones, incluso les resultaron contrarias. Tales principios presuponen la existencia de un "norte fijo" o marco invariable de referencia que evita tomar caminos o vías de navegación erróneas. Se hallaba fincado en una interpretación rigorista tanto de las Sagradas Escrituras como del derecho, según la cual el probabilismo no invitaba sino al libertinaje y a la relajación de la ley.Preocupados por poner a salvo un modelo filosófico que ante todo garantizara los intereses de la dinastía borbónica, los obispos ilustrados lamentaron los efectos de las enseñanzas probabilistas: poder excesivo de los confesores sobre los súbditos, relajación de los votos monásticos y religiosos, todo tipo de subversión y hasta el regicidio. La relación con la autoridad debía, por lo tanto, ser unívoca y rechazar toda diversidad de interpretaciones resultante del fueron interno de los súbditos (Zermeño, 2001). Como doctrina y escuela de pensamiento, el probabilismo se inscribe en una tradición plurisecular de adaptaciones: las más notables son la realizada por Tomás de Aquino de la filosofia de Aristóteles y la que filósofos naturales castellanos hicieron de este mismo pensador y de autores tales como Avicena y Averroes. Intervenía igualmente en esa cadena la escuela jesuítica desarrollada por Francisco Suárez (1548-1617), de raigambre tomista, sumamente influyente en las Indias entre 1670 y 1723, fecha esta última en que se estableció en la Universidad de México una cátedra de teología suareciana. Algunos jesuitas de la Nueva España, como Antonio Núñez de Miranda (1618-1695) y Pablo Salceda, produjeron libros de texto sobre la scientía media, como también se llamó a las doctrinas probabilistas.
Medicina En los cronistas e historiadores del siglo XVI como Gonzalo Fernández de Oviedo (1478-1557), fray Bernardino de Sahagún o el padre José de Acosta (1540-1600) se hallan descripciones detalladas de prácticas médicas y terapéuticas que suelen echar mano de informantes indios médicos. En el Colegio primitivo de Santa Cruz de Tlatelolco de México (1536) existió ya una cátedra de medicina que dio lugar a la redacción de un primer texto de farmacología, el Herbario de la Cruz Badiano. Éste contiene remedios vegetales, clasifica los síntomas de algunas enfermedades y las agrupa en cua-
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dros clínicos que facilitan la identificación del padecimiento. De hecho la farmacoterapia y la botánica estuvieron vinculadas de manera estrecha. Desde sus inicios, las universidades de México y Lima contaron con facultades de Medicina y cátedras respectivas de Anatomía y Cirugía de donde surgieron tratados de ambas ramas con remedios inspirados en la terapéutica autóctona, como el del doctor Francisco Bravo (publicado en México, 1570). La facultad se centraba en el estudio de los tratados de Hipócrates y de Galeno, así como de los sabios árabes Rhazes y Avicena. Sin embargo, los médicos y los cirujanos fueron escasos en las Indias, razón por la cual los ayuntamientos se vieron precisados a autorizar el ejercicio de la medicina a barberos cuyos conocimientos se fincaban en terapéuticas como sangrías y purgas. Por otra parte, como letrados universitarios los médicos solían participar en el mantenimiento del orden y del buen gobierno. Asistían a los virreyes en asuntos de "policía" que tocaban ciertos aspectos relativos a la salud. Establecido a partir del primer tercio del siglo XVII, el tribunal del "Protomedicato" tuvo por finalidad asesorar a los virreyes, examinar a los aspirantes a ejercer la medicina, la cirugía, la farmacia; vigilar la buena calidad y los precios de los remedios y las drogas que se expendían en las boticas, o establecer cuarentenas en ocasión de las epidemias. Sus miembros escribieron sobre temas como el uso del agua, los alimentos o el peligro de las epidemias, aunque se pronunciaron igualmente en materia de meteorología, sobre eclipses o los cometas y sus respectivas influencias astrológicas en la salud de los hombres. Fueron los médicos el grupo de sabios más asiduo y consistente en los virreinatos. No obstante, pocas veces llegaron a expresar nuevas teorías. La continuidad de los principios aristotélico-galénicos fue manifiesta a pesar de la aceptación de la teoría de la circulación de la sangre, de la anatomía patológica o de la química de la digestión. En consonancia con la orden de fusión de los estudios de medicina con los de cirugía, desde la década de 1760 tuvo lugar la fundación de reales escuelas de esta última disciplina en ambos virreinatos, así como la instalación de una academia pública de medicina con aprobación de la universidad y del Protomedicato (Trabulse, 1994).
SABER Y NATURALEZA
Es en el conjunto del antiguo quadrivium donde se aprecian síntomas tendientes a la especialización, sobre todo a partir del último tercio del siglo XVIII. Ellos se hallan asociados a la penetración de las corrientes científi-
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cas modernas de índole mecanicista y experimental. Sin embargo, tales síntomas no llegaron todavía a impedir que, por ejemplo, un agrimensor pudiera seguir siendo a la vez un hábil matemático "puro" o un astrónomo acucioso. Por otro lado, ciencias como la física no lograron todavía disociarse de los estudios de filosofía. La química se mantuvo vinculada a antiguas disciplinas como la farmacoterapia o la metalurgia. En su acepción más amplia, las comunidades científicas ilustradas, tanto peruana como mexicana, mantuvieron un carácter enciclopédico.
Astronomía y matemáticas Las civilizaciones prehispánicas de América alcanzaron logros en materia de numeración y de cómputos calendáricos. ¿Cómo olvidar el sistema vigesimal maya o los quipus con que se registraban los conocimientos astronómicos? No obstante, es indudable que dicho saber influyó poco en la ciencia europea y en el sistema de paradigmas científicos del siglo XVII (Trabulse, 1994). Las matemáticas especulativas o las aplicadas contaron desde el siglo XVI con estudiosos en ambos virreinatos; de Juan de Porres Osario (su obra se conoció alrededor de 1580) y fray Antonio de la Calancha (1584-1654) a Agustín de la Ratea a fines del siglo XVIII. Como en otros dominios del saber, el perfil pragmático acabó por imponerse. Fue el de los ingenieros y los maquinistas el grupo que imprimió mayor aliento mecanicista a sus escritos. También descollaron como fermento del cambio de una tradición científica a la siguiente. A causa de un interés práctico relacionado principalmente con la minería, apareció uno de los primeros libros científicos publicados en el continente americano. Se trata del Sumario compendioso de lascuentasde plata y oro que en los reinos del Perú
son necesarias a los mercaderes y todogénero de tratantes, conalgunasreglas tocantes a laaritmética (México, 1556). Este tipo de manuales, útiles en operaciones mercantiles, fueron de uso común por su provecho en la conversión de valores, en los cálculos del impuesto del quinto real y para diversas operaciones aritméticas. En su libro Physica Speculatio (México, 1557) e! agustino fray Alonso de la Veracruz (1507-1584), uno de los primeros catedráticos de la Universidad de México, dedicó la última parte a la astronomía. Es el más remoto testimonio de esa ciencia en la Nueva España. En él, Veracruz expuso el sistema del mundo según los cánones del gcocentrisrno ptolemaico. En el Perú, el antes mencionado padre jesuita José de Acosta vislumbró la existencia de una suerte de fuerza inmaterial que, a semejanza del magnetismo celeste, sustentaba a la Tierra en el espacio. Concibió un cosmos finito limitado en
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su parte externa por la esfera de las estrellas fijas cuyo centro era la Tierra. Por su parte, en 1638 e! fraile mercedario fray Diego Rodríguez (1598-1668) determinó la longitud de la ciudad de México (101027' 30" al occidente de París) con mayor precisión que el sabio alemán Alexander van Humboldt en 1803. Los astrónomos elaboraban almanaques y calendarios o bien determinaban las posiciones geográficas de algunos puntos. Destaca la familia Zúñiga y Ontiveros, que en México contó con varias generaciones de impresores, astrónomos y matemáticos. Felipe, de la misma familia, observó en esa capital e! paso de Venus por e! disco de! sol e! 3 de junio de 1769. La náutica, tan estrechamente ligada a la matemática y a la astronomía, produjo obras importantes como la Instrucción náutica, para el uso y regimiento de las naos, su traray su gobierno ... (México, 1587) de Diego Garcla de Palacio (?-1595), quien disertó sobre la esfera, las mareas y sus efectos sobre la navegación. La celeridad con que las llamadas "artes de navegar" fueron traducidas a los idiomas de los rivales de España en el comercio interocéanico pone de manifiesto su importancia. Exponían de manera sucinta los conocimientos meteorológicos indispensables para los marinos. Desde el primer tercio del siglo XVII se dejó sentir una corriente renovadora de los estudios matemáticos y astronómicos, si bien tímidamente. Se debe en parte al ya mencionado fray Diego Rodríguez, con quien lograron difusión y exposición en las aulas las teorías de Copérnico. Tycho Brahe, Kepler y Galileo en astronomía y física; y las de Tartaglia, Cardano y Neper en matemáticas. Fue Rodríguez el primer titular de la cátedra de astrología y matemáticas erigida en la Universidad de México en 1637. Su homólogo en los Andes fue el agustino fray Antonio de la Calancha, cuyas observaciones dieron lugar al conocimiento del cielo austral de la Cruz del Sur. El momento culminante de las controversias obedeció al tema de los cometas y a su presunto carácter maléfico. Mientras que el jesuita Eusebio Francisco Kino (16451711) sostenía postulados de la astrología judiciaria, en su Libraastronómica de 1681, publicada en 1690, el criollo de México Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700) se mostró partidario de Copémico, Kepler y Descartes. La confrontación también se dio a mediados del siglo XVIII en torno de la naturaleza de los rayos y los relámpagos, aun cuando décadas antes el barómetro, el termómetro, la bomba neumática y el microscopio habían tomado carta de naturaleza en las grandes capitales de las Indias. Si bien los jesuitas le contaron entre los principales propagandistas de las nuevas teorías, prevalecieron las reservas y las omisiones. El interés por los fenómenos físicos y la comprobación experimental se puso de manifiesto durante el último tercio del siglo XVIII en los Elementa recentoris philosophiae del oratoriano Benito Díaz de Gamarra y Dávalos (1745-1783) (Trabulse.jccq).
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Música En tanto que saber asimilado al antiguo quadrivium, la música fue unos de los medios privilegiados de la cristianización. La mayor parte de la que se conserva es religiosa y se halla en los archivos de las iglesias catedrales, de las órdenes religiosas o en los fondos de ciertas bibliotecas. En cambio, la música profana parece haber sido transmitida por tradición oral. Los instrumentos españoles como el arpa y la guitarra fueron rápidamente adoptados y dominados por los músicos locales. En el siglo XVII la guitarra fue el instrumento preferido gracias a la posibilidad de llevarla consigo a todas partes. En razón de sus antecedentes africanos, americanos y en menor medida europeos, los instrumentos de percusión también fueron comunes entre la gente mezclada y los negros. En el transcurso del siglo XVI el repertorio musical tuvo por fuente de inspiración las escuelas de Toledo, Segovia, Sevilla y Lisboa. Desde el principio aparecieron en las Indias los primeros repertorios de canto llano o gregoriano, procedentes en general de la catedral de Toledo, hogar de! canto mozárabe. El Nuevo Reino de Granada, la actual Colombia, poseyó muchos libros de cánticos, seis salterios grandes de Toledo y, precediendo a la importante reforma de 1547, seis manuales de Sevilla. Hubo que esperar a la segunda mitad del siglo XVI para que se verificaran dos fenómenos de importancia capital: por un lado, el ordenamiento del culto conforme al rito sevillano y, por otro, la aparición y el desarrollo de escuelas locales de composición de gran riqueza. El3 de julio de 1547, e! papa Pablo IV promulgó una bula que privilegió el rito de la catedral de Sevilla en el ámbito de la polifonía vocal, en particular para el repertorio de la Semana Santa. Esta medida se extendió muy rápidamente a las catedrales de Santa Fe de Bogotá, Puebla de los Ángeles, Lima, El Cuzco y México. Los contactos estrechos de esas catedrales con las de Toledo y Sevilla permitieron la difusión de las obras de los grandes polifonistas españoles. Se dieron, en consecuencia, movimientos e influencias determinantes en la formación de los compositores americanos. Los indios asociaron hábilmente ciertas fiestas locales de los tiempos de su gentilidad con el calendario cristiano. Era un proceder tolerado, pues favorecía la participación de los pueblos autóctonos en las fiestas de la nueva religión. Fue a partir de esa participación en el culto, además de la adopción y la ejecución de los nuevos instrumentos, que la música de origen europeo incorporó algunas prácticas y carices musicales autóctonos y africanos, confiriéndole así un carácter original. Se sabe que desde 1543 el cabildo catedral de México reclutó instrumentistas indios como músicos de su capilla. En el siglo XVI se inventó uno de los artificios sonoros más
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eficaces, el acompañamiento de coros por bajos de cuerdas. La correcta utilización de estos últimos -con encordadura muy gruesa a base de tripa de llama trenzada y arcos amplios y duros que exigen el ataque claro y breve de cada nota- permite una potente difusión del sonido a todos los espacios de las iglesias. Como en los coros de los Andes predominaban las voces sopranos y los niños cantores, y escaseaban las voces graves, recurrir a esos instrumentos de cuerda de gran calibre facilitó la difusión en recintos como las misiones jesuitas de Mojos y Chiquitos. Estudioso de la física en el campo de la acústica, el padre mercedario Francisco de Salamanca (1667-1737) ocupó la cátedra de Artes en e! convento del Cuzco (1687-1690). Allí construyó un órgano portátil de madera de cedro y compuso villancicos muy difundidos en el Perú. Además de músico, fue pintor diestro, poeta, catedrático y predicador de indios y mestizos. En términos artísticos, hubo en el antiguo virreinato del Perú dos polos de atracción en el siglo XVII: en el sur, el de Potosí y Chuquisaca, nombre indio de la actual ciudad de Sucre que se llamó también La Plata; en la zona central, el eje Lima-Cuzco, que fue el más activo. Por razones tan diversas como la alternancia de maestros de capilla, el prestigio de los músicos, la variedad de encargos recibidos o la vitalidad de la emulación entre las grandes ciudades, la obra de los compositores se difundió por todos lados. En los siglos XVII y XVIII sobresalieron Cristóbal de Belsayaga (1575-1633),Juan de Araujo (1646-1712), Roque Ceruti, (?-1760), José de Orejón y Aparicio (1706?-1765) y Tomás de Torrejón y Ve!asco (1671-1733) cuya ejecución de la Púrpura de la Rosa en 1701, en Lima, marcó la primera representación de una ópera en el Nuevo Mundo. En la época en que los colonos de Boston componían rudos "aires fugados", los maestros de capilla de las catedrales de la Nueva España producían una música extraordinariamente refinada, desde Guatemala en el sur hasta las misiones de California en el norte. Pocas metrópolis musicales de las Indias pudieron rivalizar en sofisticación y esplendor con México. A los grandes maestros polifonistas como Hernán Franco (1535-1585) y Juan Gutiérrez de Padilla (1605-1664) se sumaron en e! siglo XVIII Manuel de Zumaya (1690-1755) e Ignacio de Jerusalén. Zumaya fue uno de los primeros músicos del Nuevo Mundo en componer una ópera, Parténope (1711) yuno de los primeros criollos designados como maestro de capilla, primero en México (1715-1738) y luego en Oaxaca (1738-1755). Jerusalén nació en Lecce (Italia) en 1710 y sus contemporáneos lo describen como un "portento musical': En 1746 ya componía para la catedral de México, donde tres años después obtuvo el puesto de maestro de capilla, que conservó hasta su muerte en 1769 (Mazín, 2007).
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Historia natural Las tentativas de dar a las Indias un lugar en el mundo, de revelar sus secretos, remedios y maravillas, desembocaron en tratados de historia natural sólo difícilmente discernibles de la "historia moral", conforme al estilo clásico grecorromano. Se trata de sumarios de los fenómenos más comunes, así como de inventarios de la flora y la fauna. Las plantas del Nuevo Mundo fueron tenidas por más numerosas, más abundantes y más eficaces que las del Viejo. A indios y a eclesiásticos se deben algunas de esas encuestas. El ya mencionado franciscano fray Bernardino de Sahagún dedicó una parte de su Historia general. .. a las plantas y los remedios de las Indias. Ese esfuerzo sólo puede compararse con la expedición encabezada por el médico Francisco Hernándcz (1517-1587), quien parece haber velado por la salud del príncipe heredero, el futuro Felipe 1I (1527-1598). Enviado por este monarca, recorrió la Nueva España entre 1570 y 1577. Sus descripciones y dibujos de zoología, mineralogía y botánica constituyen una suma excepcional que le valió el sobrenombre de "Plinio del Nuevo Mundo". Obras como ésta y la Historianaturaly moralde lasIndias del padre José de Acosta S. J. figuraron entre los informes primeros que se tuvieron en Europa sobre las características y propiedades de las nuevas tierras. El segundo arribó al Perú en 1572. Durante su estancia de unos quince años en las Indias enseñó en la Universidad de San Marcos de Lima e hizo viajes científicos. A diferencia de otros autores, cuyas obras insisten en la descripción, Acosta da una explicación de filiación aristotélico-tomista centrada en las causas y los efectos. Justificó la autonomía de un proyecto científico juzgándolo "útil" para la empresa de la cristianización y el poblamiento. La indagación de carácter filosófico-teológico abordó cuestiones de historia moral como las derivadas del uso y la difusión del chocolate, que hicieran escribir a Antonio de León Pinelo (1590?-166o) un tratado curioso: Cuestión moral, si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico, trátase de otras bebidas, confecciones que se usan en variasprovincias (Madrid, 1636). Una cierta especialización, aunque sobre todo el deseo de clasificar y sistematizar, se advierte en el siglo XVIII. Las Noticias americanas (1772) de Antonio de Ulloa (1716-1795) íncluyen pormenores de flora y fauna de la Nueva España. No obstante, el grueso de sus descripciones atañe a la América meridional. Desde su célebre viaje por ésta, en 1734, Ulloa había señalado la necesidad de investigar la parte septentrional para complemento de la que él y Jorge Juan y Santacilia (1713-1773) realizaran en el virreinato del Perú. Con este fin ideó un cuestionario que abarcaba temas topográficos, físicos,botánicos, zoológicos, geológicos e históricos. Bajo la jefatura de Charles Marie de La Condarnine (1701-1774) se autorizó a ingresar en
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el virreinato del Perú a la primera misión geodésica francesa organizada en 1735 por la Academia de Ciencias de París. Mediría un arco de meridiano en tierras equinocciales. Así, el conocimiento exacto de los diámetros terrestres permitiría confirmar la revolución del planeta sobre su eje, fenómeno estrechamente relacionado con el sistema celeste de Galileo.
Geografía y cartografía "Conocer mejor el espacio para gobernarlo mejor" fue una divisa del rey Felipe 11. Esta inquietud por la eficacia se llevó al extremo cuando la Corona organizó una gran encuesta en todas las Indias a raíz de otra ordenada años antes para Castilla. Entre 1579 y 1586105 funcionarios de todos los territorios tuvieron que responder a un cuestionario de cincuenta preguntas. Más de doscientas respuestas han llegado hasta nosotros. Constituyen un género muy preciado conocido bajo el nombre de "relaciones para la descripción de las Indias" o "Relaciones geográficas". Se refieren a la geografía, al temperamento y la calidad de las ciudades, al número de habitantes y al grado de integración cultural de los indios. Nunca cesó la descripción de los territorios, en particular la que privilegió la circunscripción diocesana como unidad, en razón de que la diócesis llenó el vacío que suscitaban la estrechez del territorio comprendido por las alcaldías mayores y corregimientos, y la jurisdicción sumamente vasta de las reales audiencias. Varias series de "relaciones geográficas" del siglo XVIII, semejantes a las del siglo de la conquista, se han conservado procedentes tanto de la Nueva España como de los virreinatos meridionales. Sólo que estuvieron diseñadas más para fines científicos especializados como el Jardín Botánico o el Gabinete Real de Historia Natural, que para servir a propósitos de gobierno. Desde las primeras décadas del siglo XVI se elaboraron los primeros planos cartográficos del continente americano. Partiendo de Zihuatanejo en 1527, Alvaro de Saavedra y Cerón (?-1529) logró llegar hasta las islas de Guam, Mindanao y las Molucas. Dos brillantes gestas lograron Ruy López de Víllalobos (1500-1544) y Miguel López de Legazpí (1503?-1572). El primero, al llegar a las filipinas, y el segundo al fundar Manila y enviar a fray Andrés de Urdaneta (1508-1568) a regresar del Asia a América. Por los años de 1560 a 1580 se realizaron una serie de otras empresas científicas y de exploraciones. Pedro Sarmiento de Gamboa (1532-1592) exploró el océano Pacífico a partir del Perú. Descubrió las islas Salomón y sobre todo, en 1580,fue el primero en conseguir cruzar el estrecho de Magallanes a contracorriente, empresa cuyo itinerario narró en el Derrotero al estrecho de Ma¡:allanes. Isídro de Antonio y Antillón navegó en 1603 el litoral de la Alta
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California acompañado del matemático y astrónomo jesuita Eusebio Francisco Kino, quien levantó un mapa preciso de California demostrando que no se trataba de una isla. Pero la labor de los astrónomos también logró compilar observaciones de eclipses, movimientos planetarios y posiciones lunares que fijaron con precisión las coordenadas geográficas de muchos puntos en ambos virreinatos. Finalmente, la expedición del barón e ingeniero berlinés Alexander van Humboldt constituye el modelo de los grandes viajes científicos de! siglo XVIII. Acompañado del médico y botánico francés Aimé Bonpland, se embarcó hacia las Indias en 1799. Durante los cinco años que duró el periplo, desde los llanos de Venezuela hasta México, pasando por la cuenca de! Orinoco y la cordillera de los Andes, guió a los sabios el deseo de medir la naturaleza sin olvidar e! estudio de las sociedades de los países que atravesaban. Al describir al hombre americano, rectificó los errores de Buffon sobre la debilidad del indio y su uniformidad racial. Probó además e! origen asiático de los americanos autóctonos.
Minería y metalurgia Los metales preciosos, masivamente exportados, sostuvieron buena parte de la política de la Corona y aseguraron la defensa del imperio. Ningún otro sector muestra de manera tan evidente corno éste el cariz pragmático característico del saber y la enseñanza en las Indias. El impulso a la extracción argentifera provino de un hallazgo científico: la introducción, por Bartolomé de Medina (1530-1580), del procedimiento de amalgamación a base de mercurio llevado a efecto en la Nueva España en 1555-1556, que suplió el método de molienda y fusión. Aparecieron varios tratados sobre explotación minera y beneficio de metales; entre ellos, los de Alonso Barba (1569-1662) y Juan de Oñate (1550?-1626) son los más importantes. El padre Alvaro Alonso Barba, llegado al Alto Perú antes de 1588, instaló su propio laboratorio en una hacienda jesuita próxima a Chuquisaca. En él leía a los naturalistas clásicos y a los alquimistas del Medioevo. Estudiaba la naturaleza de los minerales y en 1609 descubrió el procedimiento de beneficio de la plata por cocimiento. Escribió en el Potosí Arte de los metales en que se enseña el verdadero beneficio de los de oro y plata de azogue (Madrid, 1540). La fundación del real Seminario de Minería en México y Lima, por los años de 1790 y 1792, marca un momento crucial en la historia de la ciencia y la tecnología, ya que cubrió los requerimientos de metalurgia mediante la impartición de química, mineralogía geológica y topografía. Pero, además, la metalurgia dio lugar a la enseñanza de disciplinas tan abstractas
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como e! cálculo diferencial e integral, la geometría analítica y el álgebra, así como la dinámica, la hidrodinámica, la electricidad, la óptica y la astronomía. El Colegio de Minería de México contó con un selecto grupo de científicos como Fausto de Elhuyar (1755-1833), su primer director.Andrés del Rio (1764-1849), Francisco Antonio Bataller (1751-1804) y Luis Lindner (?-1805). Los dos primeros intentaron introducir bombas hidráulicas en diversas minas. En 1802 el barón van Humboldt vio funcionar la que Del Río calculó y construyó para las minas de Morán, en Pachuca, la primera de su especie construida en América.
CONCLUSiÓN
De lo aquí expuesto se desprende que la unidad del conocimiento y la pluralidad de lenguas y géneros que lo expresaron dio lugar, en Iberoamérica, a una república del saber fincada de manera prioritaria en la tradición antigua de las artes liberales y las humanidades. Se trata de una especie de sistema que asumió siempre el conjunto geopolítico y cultural de las Indias, aun si sus autores se referían a una comarca en particular o a uno solo de los virreinatos. También en todo momento sus contenidos combinaron un perfil doble, el conocimiento y la enseñanza. Conscientes de ese conjunto como parte de una misma monarquía, algunos sabios consagraron toda o una parte de su vida a dar cuenta de los logros culturales indianos. Lo hicieron en la forma de grandes acopios bibliográficos. Figuran entre ellos el ya mencionado Antonio de León Pinelo, a quien se debe un Epítome de la biblioteca oriental, y occidental, náutica y geográfica ... (Madrid.Ieac), Juan José de Eguiara y Eguren (1695-1763), quien en reacción a vituperios que denostaban la capacidad de los americanos para el conocimiento hizo publicar en 1755el primer tomo de su Bibliotheca Mexicana. Está finalmente Mariano Beristáin de Souza (1756-1817), que, apoyado en parte en la obra de Eguiara, construyó una Biblioteca Hispanoamericana Septentrional (México, 1816-1821). La historia de la cultura en las Indias de Castilla es impensable sinla circulación de hombres, escritos y objetos por los horizontes transoceánicos de las monarquías ibéricas. Los nacionalismos nos llevaron casi a perder de vista el conjunto y hoy requerimos de trabajos de síntesis que lo restituyan. El carácter práctico y docente, antes que especulativo y teórico, de los contenidos del saber, resultó imprescindible para la empresa plurisecular de poblamiento, gobernación y cristianización de escala continental.
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Un proceso de tal envergadura demandó respuestas sintetizadoras capaces de abarcar la diversidad autóctona y de asumir la aparición de un Nuevo Mundo con un mínimo de estabilidad y permanencia. Creo que en esto último radica una de las claves de relectura de la república de! saber que aquí intentamos esbozar. Marcada por su duración y su acción en profundidad -desde luego superior a la de los posteriores imperios inglés y francés-, Iberoamérica virreinal es acaso la aventura más colosal y original que pueblos del Occidente europeo hayan jamás emprendido en ultramar. Se trata de una herencia que la independencia no pudo borrar.
Hacia un estudio de las élites letradas en el Perú virreinal: el caso de la Academia Antártica Sonia V. Rose
BIBLlOtiRAFÍA
Se ha afirmado a menudo que la historia intelectual del virreinato del Perú aún está por hacerse, aseveración que sigue siendo válida, pues han primado para la región los trabajos de historia institucional, económica y, en menor medida, los de historia política y etnohistoria. Sin embargo, e! campo de la historia intelectual ha comenzado a interesar cada vez más a los estudiosos, y a los trabajos fundadores de la primera mitad de! siglo xx se han sumado otros más recientes. Cabe, sin embargo, preguntarse el porqué del escaso interés que ha despertado la historia intelectual (en comparación al menos con los otros campos ya mencionados). Una razón probablemente se encuentre en la necesidad de trabajar con un corpus de textos de difícil acceso. No me refiero tanto a la falta de ediciones asequibles -que es, por otra parte, acucianre- como a la exigencia de adentrarse en una sociedad (la del antiguo régimen) con códigos, gustos y mentalidad muy lejanos de los nuestros. Como señaló lúcidamente Isaías Lerner (1998: 79), la formación actual de los investigadores no prepara para este tipo de trabajo, y de allí, por ejemplo, que e! corpus de textos en neolatín despierte tan poco entusiasmo en la investigación. Razones más complejas -que no cabe aquí sino mencionar-, subyacentes, explican este desinterés. Una de ellas es el hecho de que el corpus artístico de las sociedades anteriores al romanticismo está alentado por el proyecto
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vida más larga en lo que concierne a la cultura letrada en las Indias. Tal vez esto se deba a que la actividad intelectual indiana fue juzgada -a partir del siglo XIX, cuando comienzan a aparecer los estudios, y durante el siglo xx- como mero espejo o copia de la actividad de la metrópoli o-a partir de los años sesenta del siglo pasado-, corno una producción periférica, de segunda clase, artísticamente mediocre. De allí que gran parte de los estudiosos que se han dedicado a ella se esforzaran por disculpar, justificar o paliar esta dependencia, que permanecía -al igual que el juicio de valor que alentaba el planteamiento- incontestada. Otro aspecto que ha motivado la actitud crítica de los estudiosos ante estos autores -o que los ha puesto ante la necesidad de disculparlos- es la relación de dependencia que tuvieron respecto de la Corona, la nobleza o la Iglesia.Criticar o defender esta situación, sin embargo, es ignorar o pasar por alto el entramado dentro del cual funcionaba la creación artística en las sociedades de antiguo régimen: el artista trabaja por encargo, dentro de un engranaje de mecenazgo secular o eclesiástico en el que busca ingresar. La crítica literaria que se ha ocupado del período de dominio político español ha tenido un acercamiento al fenómeno literario, ya sea exclusivamente estético y dominado por juicios de valor, ya sea estructuralista inmanentista, o bien, últimamente, neohistoricísta. En todos los casos, ello ha influido no sólo en el canon de textos que la crítica literaria ha construido (pues es inevitable que se construya uno), sino en la interpretación y en el juicio sobre los mismos y sobre sus autores. Igualmente, ha llevado a soslayar la relación del poeta con el poder y con la política, tanto en lo que hace a las relaciones de mecenazgo dentro de las cuales lleva a cabo su labor como en su participación en políticas determinadas. Sin embargo, este estado de cosas parece haber comenzado a cambiar con la aparición de ciertos estudios sobre la cultura letrada en Indias. Menciono sólo unos libros representativos. Primero, el de Magdalena Chocano (2000) sobre las élites intelectuales de la Nueva España, que sepamos el primer trabajo englobante sobre los letrados novohispanos que reflexiona sobre "el significado y los usos de la labor intelectual" en un contexto histórico definido. Igualmente consagrado a la Nueva España es el volumen editado por Raquel Chang Rodríguez (2002), que reúne una serie de trabajos sobre la Nueva España. Para el Perú, puede mencionarse la obra de Carlos García Bedoya (2000) y la de José Antonio Rodríguez Garrido (véase, por ejemplo, 2004). Tenemos igualmente noticia de un simposio organizado por Pilar LatasaVassallo y Christian Büschges,dentro del marco del XII Congreso de la Asociación de Historiadores Latinoamericanistas Europeos, que tuvo lugar en Oporto en 1999,"Poder y sociedad: cortes
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virreinales en la América hispánica, siglos XVI, XVll y XVIII". La publicación de las actas estaba anunciada para 2003 pero, que sepamos, las mismas no han visto aún la luz. Dentro del proceso general de translación que caracteriza al período de dominación hispánica de las Indias, es el trasvasamiento de una cultura letrada a los territorios conquistados lo que diferencia a España de otros poderes coloniales -cuyo auge fue posterior- tales como Inglaterra, Francia y los Países Bajos. La cuestión es central, pues es la participación en la cultura letrada la que permitirá a los distintos individuos ingresar a los círculos de poder y formar parte de las élites dominantes -o, al menos, codearse con ellos-o En el caso de las Indias hispanas, los medios institucionales de acceso a esa cultura han sido instalados en territorio americano por la Corona. En efecto, contrariamente al caso de las colonias de América del Norte y del Brasil portugués u holandés, desde mediados del siglo XVI las Indias españolas solicitan y consiguen universidades, colegios e imprenta. Pueden recordarse algunas fechas que dan cuenta de ello: la temprana real cédula de fundación de la Universidad de Santo Domingo, las de instauración, en 1551, de universidades en Lima yen México, la implantación de imprentas en ambas ciudades -1539 para la segunda y 1583 para la primera-. Este estado de cosas les abre a ciertos sectores de la población, prácticamente desde un comienzo, la posibilidad de una educación, la que, a su vez,hace posible su accesoa una serie de cargos dentro de la Iglesia,la administración o la universidad. Y aunque se trata de un ingreso restringido a ciertos grupos, la situación no es, sin embargo, tan clara o esquemática como suele creerse y requeriría más espacio del que es posible dedicarle aquí. La cuestión de la exclusión del mundo indígena de la sociedad letrada es uno de los ejes del libro de Chocano (2000: 35), quien también menciona el problema de la exclusión de las mujeres. Puede afirmarse, entonces, que la situación mencionada permite, e incluso anima, desde muy temprano, la formación de una élite letrada que habrá de gobernar y que será clave en la implementación del sistema político hispánico en el nivel local. Dicha élite funcionará igualmente en el nivel imperial, inicialmente, debido a una movilidad relacionada con el tipo de ocupación que ejerce el individuo (letrado, comerciante, soldado), luego, debido a los cargos que ocuparán sus miembros en distintos reinos americanos, asiáticos o españoles dentro de la administración. La movilidad y la importancia de estos agentes sociales, mediadores o passeurs, ha sido planteada en la serie de coloquios organizados por Serge Gruzinski (cf. Ares y Gruzinski, 1997; Loureiro y Gruzinski, 1999,entre otros).
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Para aprehender el fenómeno de translatio y de actualización del pensamiento europeo en Indias -proceso que constituye la base de la formación de la cultura iberoamericana- es fundamental el estudio de la conformación, la preparación y la actividad de los individuos y los grupos que formarán las élites letradas. Si bien el fenómeno de translatio es reconocido y su existencia afirmada por los estudiosos, carecemos en gran medida de trabajos sobre sus formas y sus modalidades, así como sobre la extracción social, la educación, la mentalidad del grupo que habrá de dominar las instituciones civiles y religiosas, quienes serán los agentes de la translación, es decir de los letrados. "Letrado" en su acepción generalizada de jurista y abogado, pero también en el sentido de "hombre de buenas letras, el que es versado en buenos autores, cuyo estudio llaman por otro nombre letras de humanidad", primer significado anotado por Sebastián de Covarrubias (1995). Nuestro conocimiento también es escaso en lo que respecta a los otros vectores que hicieron posible el proceso de translación: las corporaciones dentro de las cuales funcionaron los letrados -es decir, la universidad, los colegios reales o de las órdenes religiosas, las academias- y sobre los medios de los que dispusieron para difundir sus obras y crear una república de las letras -es decir, la celebración de fiestas y exequias, de justas y certámenes poéticos, la imprenta yel comercio de libros-o Este último aspecto, por otra parte, ha recibido particular atención en los últimos años, luego del impulso que a su estudio dieran Guillermo Lohmann Villena (1944) e lrving Lconard (1949) (ef. Harnpc-Martínez, 1996;Gonzálcz Sánehez, 1999; Guibovich Pérez, 2001). Este artículo se inscribe dentro de un proyecto de mayor aliento, que me ocupa de un tiempo a esta parte, sobre la creación de una república de las letras en el Perú virreina] (véase Rose, 2006, 2005, 2003, 2000, 1999). El trabajo, centrado en los hombres (¿y las mujeres?) de letras que proyectaron la creación de una academia, estudia principalmente la relación de éstos con el poder y su deseo y necesidad de crear un espacio letrado dentro del cual funcionar; como lo veremos más adelante, un espacio "antártico". (Para una biografía detallada de ellos, cf. Rose, en prensa.) Los límites temporales de mi trabajo están dados por las fechas de composición de la primera y la última obra de quienes tuvieron como proyecto la fundación de la academia: 1578 y 1617. Me refiero a El Marañón de Diego de Aguilar y de Córdoba -obra que permaneció inédita hasta el siglo xx y cuya primera redacción data de 1578-, y a la Segunda Parte del parnaso antártico, de Diego Mexía de Fernangil, cuyo manuscrito autógrafo fue firmado en Potosí en 1617. Dos de las cuatro obras de Pedro de Oña
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hombre de Ictras que participó en el proyecto- son de fecha más tardía y pertenecen, en todo sentido, a otra época: su Vasauro (redactado hacia 1635) y ElIgnacio de Cantabria (Madrid, 1636).Se trata igualmente de un período que se justifica históricamente. Su inicio coincide con el gobierno del virrey Francisco de Toledo (1569-1581), es decir, el momento en que, luego de cuatro décadas de anarquía intermitente, el reino es organizado política y económicamente y en el que se establece una estructura dentro de la cual las élites letradas pueden afirmarse y florecer. Su fin, unas cuatro décadas después, coincide con los gobiernos del marqués de Montesclaros (1608-1615) -cuando ya se ha constituido una cultura de cortc-, y de Francisco de Borja. príncipe de Esquilache (1615-1621) -quien la consolida-. Cabe recordar que este período es fundacional en más de un sentido: establecimiento del Tribunal de la Inquisición, llegada de la Compañía de Jesús y fundación de sus colegios, incluyendo el de hijos de caciques a comienzos del siglo XVII, secularización de la Universidad de San Marcos (a la que se dotará de rentas bajo el gobierno de Esquilache), implantación de la imprenta, fundación del Colegio Mayor de San Felipe y San Marcos y del Seminario Conciliar Santo Toribio. En sentido amplio, la delimitación del ámbito está determinada por la zona de actuación de los poetas (en el sentido más amplio del término en la época, es decir, los hombres de letras), las Audiencias de Quito, Lima y Charcas. Sin embargo, el fenómeno letrado es un fenómeno urbano y -sin negar que haya habido otras ciudades con una ingente vida cultural, al menos en un momento dado, como es el caso de Huánuco a fines del siglo XVI, o del Cuzco- es Lima la que, por ser cabeza de reino y concentrar todos los poderes, será el centro de mayor peso. Aun cuando vivieran en otras regiones del reino, es en el espacio letrado limeño donde aspiran a actuar los personajes asociados con el proyecto de la academia. Mi objetivo en el presente trabajo es plantear la cuestión del estudio de las élites letradas en el reino del Perú, y para ello me centraré en el grupo que proyectó la creación de la Academia Antártica.
LA ACADEMIA COMO EJE DEL ESPACIO LETRADO
La creación de un espacio letrado en el reino del Perú y las prácticas de sociabilidad que lo acompañan no es un proceso aislado. Por el contrario, está en consonancia con dos procesos paralelos que tienen lugar en Europa entre los siglos XIV y XVI: la creación de espacios letrados seculares y el sur-
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gimiento de la figura que, anacrónicamente, podemos llamar el intelectual (cf. Viala, 1985; Chartier.rcvó: 45-80; Strosetzki, 1987; Iouhaud, 2000: Merlin, 1994: Miller, 1998). Dentro de estos procesos, las academias cumplen una función clave. Los estudios que se les han consagrado -en el caso español- datan de hace más de treinta años y se centran en su funcionamiento, enfocándolas dentro del ejercicio de la literatura en sentido estricto o de la actividad poética, y fuera del espacio público al cual pertenecen. A los clásicos estudios de losé Sánehez (1951,1961) Yde Willard F. King (1963: Anejo x), se suman los eruditos trabajos de Aurora Egida para las academias aragonesas (entre otros, 1984: 101-128). Sólo recientemente se ha comenzado a estudiarlas dentro del espacio público, atendiendo a su función socio política dentro de éste y a su relación con las estructuras de poder. Un enfoque interesante en este sentido es el deAnne Cruz (1995: 72), quien se acerca a las academias a través del estudio de sus determinantes históricos y sociopolíticos, con miras a situarlas dentro de un campo cultural más amplio, cuyos límites -aquellos que separan las esferas públicas y privadas- eran constantemente transgredidos, tanto por la relevancia de los puestos políticos que ocupaban sus miembros como por las oportunidades que las reuniones les abrían a sus miembros. Como bien señala Cruz (ibid.: 72 y ss.), el estudio de las academias nos lleva a la cuestión del mayor control que habrán de ejercer los círculos de poder sobre la actividad poética durante el siglo XVll y -agregaría yo- la función de los hombres de letras en la politica del Estado. Iouhaud (2000), por su parte, ha planteado la paradoja que surge de este estado de cosas, pues es a comienzos del siglo XVII -cuando el intelectual ha ganado en independencia y en prestigio- que su dependencia de los círculos de poder seculares y políticos se vuelve más estrecha. Dicho en otras palabras. lo que se plantea es la relación entre el Estado moderno y el arte, el control que aquél ejerce -o intenta ejercer- sobre éste y la función de éste en la política de aquél. Llevando la cuestión al plano de la poesía, Cruz (1995: 72 y s.) sostiene que es necesario dilucidar "de qué manera las academias llegaron a influir y dar forma a la producción poética contemporánea y en qué grado dicho control determinó los límites de su calidad estética al igual que su recepción". Por otra parte, el surgimiento y el auge de las academias se encuentra en estrecha relación con el crecimiento de la burocracia -que se nutre de las redes clientelares de los nobles que residían en la corte- y, si bien dicho incremento es particularmente tangible desde la época de
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Felipe I1I, comenzó bajo Felipe 11 (cf Elliott, 1990: 259-260). El proceso de "institucionalización" de la poesía coincide con el mencionado incremento de los puestos burocráticos, pues esta función exige un grado de erudición y de cortesanía cuya posesión parece garantizar la pertenencia a una academia. Es la academia -en tanto espacio de particulares que forman, por otra parte, una corporación- la que permite, en gran medida, a los individuos que aspiran a cargos ya sea el ingreso a la élite gubernativa (tal el caso de un funcionario), ya sea trabar relación con quienes pertenecen a ésta (tal, generalmente, el caso del hombre de letras, aunque a menudo éste y aquél son la misma persona). Iauralde Pou (1979) señala que "se pretendía en las academias la cualificación literaria por un alto grado de tecnificación profesional. esto es, literaria" (citado en Cruz, 1995: 78). El ejercicio de la letra, pues, se convierte en medio privilegiado de movilidad social. Lo será también en el caso del reino del Perú. La presencia de letrados se remonta al período inmediatamente posterior a la fundación del virreinato (1542), cuando se establecieron ciertas instituciones -Audiencía, Cabildo- para las cuáles ellos eran requeridos en la capital. Sin embargo, no será sino hacia las últimas décadas del siglo XVI que el número de letrados se incrementará y que la élite letrada se consolidará en tanto tal, mientras que su conformación étnica y social se irá volviendo más compleja a medida que transcurre el tiempo. En principio, es posible distinguir dos ámbitos dentro de los cuales se mueven los letrados (aunque éstos no estén tan separados como puede parecer): el eclesiástico y el secular. Predominan en ellos -en la capital del virreinato-Jos peninsulares (ya sea los que residen por un número determinado de años en el reino, ya sea los que permanecen y se arraigan, debido a su ingreso en redes locales, tanto familiares como clientelares), y los criollos. aunque sin duda ingresan también mestizos. A los descendientes de los conquistadores y los primeros pobladores -sean o no encomenderos-, se suman los funcionarios enviados por la Corona, además, por supuesto, de todos aquellos que dictan cátedra en la universidad. El grupo de mecenas potenciales, por su parte, se irá igualmente diversificando pues a las élites gubernativas provenientes de la Península y a los beneméritos y notables locales, se les unirán grupos ascendentes como los mercaderes, que se benefician del comercio creciente no sólo con la Península sino con la Nueva España y las Filipinas, o los mineros y azogueros enriquecidos por la producción minera. (cf. Lockhart, 1982: Schroter y Büsehges [eds.], 2000). Las redes clientelares irán, pues. cambiando su conformación y nucleándose en torno de diferentes personajes, tanto en la esfera secular como en la religiosa. Para el ascenso social de estos grupos, la universidad y sus
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colegios y los colegios de las órdenes serán instrumentales. La academia, corno ya lo hemos sugerido. será una puerta privilegiada de acceso a los círculos de poder, y ello explica que, a fines del siglo XVI, un grupo de hombres de letras se decida a proyectar la creación de una de ellas en la ciudad de Lima. Los motivos de los hombres de letras para desear fundar o pertenecer a una academia son múltiples. Uno de ellos, y no el menor, fue el deseo de integrar esa comunidad erudita universal dentro de la cual se movían los humanistas, y que les daba acceso a redes que hacían posible el establecimiento de amistades con las que se intercambian ideas, libros, objetos. La academia, en efecto, hacía posible al hombre de letras entrar en contacto con otros poetas y hombres de letras, pero también significaba la posibilidad de establecer relación con los notables, que les facilitarían la obtención de cargos burocráticos o puestos políticos de mayor o menor importancia, o que actuarían como mecenas, lo que les permitiría iniciar o continuar una carrera dedicada a las letras. Laacademia fue, pues, un medio al igual que un fin. en tanto que legitimaba la actividad del hombre de letras una vez que éste lograba ingresar a ella (cf. Egida, 1976: 130; Iauralde Pou, 1979: 740, nota 35)· Lo dicho anteriormente puede trasladarse del nivel personal al coleetivo: la existencia de la academia da prestigio a una ciudad o a una región, la legitima y le depara un lugar en el mapa letrado imperial. Las academias españolas proliferan no sólo en la corte sino también fuera de ella, en los grandes centros urbanos: Toledo, Sevilla, Granada y en varias ciudades de Aragón, Cruz (1995: 80-81) reflexiona sobre la relación de estas academias, alejadas geográfica y psicológicamente del centro del poder político, con la corte madrileña, y señala que si bien su creación responde a la necesidad de paliar el aburrimiento de la provincia -así lo declaran algunas-, el deseo de emular y sobrepasar la actividad cultural de la corte es claro en la mayoría de ellas. La situación de alejamiento respecto del centro del poder no puede sino ser una cuestión central en el proyecto de formación de una academia en la ciudad de Lima: si Zaragoza se creía abandonada por la Corona y SeviHase sentia lejana de Madrid, ¿qué podia decirse de la ciudad de Lima y del reino del Perú a fines del siglo XVI? Para entonces, la ciudad cuenta ya con una vida cultural en plena efervescencia y residen en ella, o la visitan de paso, una serie de letrados, artistas y poetas cuya presencia y actividades van creando un espacio dentro del cual funcionan. Lohmann ViIIen a (1990: IX-XIV) nos ha brindado un panorama de la vida cultural de la ciudad durante esta época (cf. también Chang Rodríguez. 1983; Bellini, 1988:
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Yss.). La construcción de dicho espacio comienza, así, nutrida por las exigencias de reconocimiento, legitimación y valoración de las élites de una ciudad que intenta competir intelectualmente con la otra capital virreinal -la ciudad de México- y de una región que había ingresado al imaginario europeo definida por sus riquezas y hasta entonces valorada exclusivamente por la abundancia de sus metales (cf. Colombí-Monguió, 1999: 7591). El proyecto de formación de una academia en la ciudad de Los Reyes surge, pues, de dichas exigencias. 112
EL CASO DE LA ACADEMIA ANTÁRTICA
El nombre mismo de la Academia Antártica denota una doble vertiente: por una parte, la filiación clásica y peninsular, por otra parte, el enraizamiento en un espacio desde el cual se crea. Un espacio que, por lo demás, no existe y que hay que construir: un locus que está en proceso de creación y que comprende un territorio metafórico, unas obras, unos autores, es decir, un parnaso antártico o austral. No en vano el adjetivo (cf. Pirbas, 2000: 191-213; 2004) se repite en los títulos de las obras de sus miembros: La Miscelánea antártica, de Miguel Cabello Balboa, la Primera Partede la Miscelánea austral, de Diego Dávalos y Pigueroa. la PrimeraPartedel parnasoantártico, de Diego Mexía de Fernangil (seguida por una segunda parte que perpetúa el nombre). Emblema y signo a la vez, el proyecto de crear una academia reclama y exige un reconocimiento de la labor intelectual local, a la vez que intenta demostrar que el Nuevo Mundo aporta al Viejo no sólo riquezas materiales, sino también claros ingenios (cf. Rose, 1999). Pero, a esta altura, cabe preguntarse qué sabemos de la existencia de la Academia Antártica. Alberto Tauro del Pino (1948)-el único que le dedicó un libro- acentuó su elusividad ya desde el título: Eíusividad y gloria de la Academia Antártica; Lohmann VilIena (1944: XII), por su parte, la ha calificado de "fantasmal" (d. también Miró Quesada, 1962: 77-136). En efecto, dado que -como ocurre en el caso de muchas otras academias- no existe documentación sobre ella, ya sean actas o correspondencia. no se sabe exactamente quiénes la conformaban, dónde se reunían, qué actividades llevaban a cabo en las supuestas reuniones, ni tampoco es posible determinar cuándo se iniciaron éstas o cuándo concluyeron. Sabemos de la existencia de la Academia gracias a tres fuentes principales: a) el soneto que Gaspar de Villarroel y Coruña dedica, en nombre de la Academia Antártica, a Pedro de üña y que aparece en el paratexto del Arauco domado
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(Lima, Antonio Ricardo, 1596); b) la mención que de ella se hace y el elogio con que se corona, uno a uno, a sus miembros en el "Discurso en loor de la poesía", cuya autora es la Poetisa Anónima y que fue publicado en el paratexto de laya mencionada Primera Parte delparnasoantárticode Mexía de Fernangil (Sevilla, 1608); c) el soneto de Pedro de Oña en nombre de la Academia (en ibid.í, Sin embargo, la inexistencia de datos sobre el funcionamiento puntual de la academia no parece esencial para el acercamiento que he planteado anteriormente, es decir, para el estudio de los aspectos ideológicos y sociopolíticos del proyecto de academia dentro del espacio letrado que, por entonces, se está construyendo. Lo que cuenta es la existencia en el virreinato de un grupo de personas dedicadas al ejercicio de las letras, con intereses comunes, y, como veremos enseguida, con un proyecto común, que entran en relación con otros grupos de letrados, con los virreyes y con altos funcionarios de quienes esperan el mecenazgo; un grupo muy móvil, que circula por el virreinato del Perú, guarda contacto con la Nueva España y sigue activo en el ámbito cultural de la Península. Sobre la base de los ya mencionados elogios que prodiga la Poetisa Anónima, Tauro (1948: 17) estableció una lista de diecinueve miembros, a los cuales añadió el nombre del capitán Pérez Rincón, cuyo soneto aparece al final de la ya mencionada Primera Parte delparnaso antártico de Mexía de Fernangil. Partiendo de esta lista, podemos establecer tres grupos: a) autores de quienes existe al menos una obra conocida: la Poetisa Anónima, Diego de Aguilar y de Córdoba, Miguel Cabello Balboa, Diego Dávalos y Figueroa, Diego de Hojeda, Diego Mexía de Pernangil, Pedro de Oña, a quienes podemos agregar los nombres de Enrique Garcés (más conocido por haber introducido el azogue en el Perú que por sus traducciones) y de Juan de Miramontes y Zuázola, relacionados con la Academia; b) autores de quienes se conoce al menos una composición poética: Cristóbal de Arriaga, Francisco de Pigueroa, Pedro de Montes de Oca, Luis Pérez Ángel, Cristóbal Pérez Rincón, Juan de Portilla y Agüero, Juan de Salcedo Villandrando, Gaspar de Villarroel y Coruña; c) autores que sólo conocemos por referencia: Pedro de Carvajal-se conoce una epístola que le fue dirigida (cf Chang Rodríguez, 1977: 83-92)-, Antonio Falcón (señalado por la Poetisa Anónima como director espiritual de la Academia Antártica), Duarte Fernández, Luis Sedeño, Juan de Gálvez. En cuanto al programa de la Academia Antártica -que podemos reconstruir en sus grandes líneas a través de las obras de los autores-e, su objetivo fue llevar los studia humanitatis al Nuevo Mundo. Si los humanistas intentaron reconstruir el edificio de la sabiduría antigua, que considera-
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ban se hallaba en escombros luego del Medioevo, la Academia Antártica se propuso trasladar el edificio de la cultura grecolatina ya actualizada por el humanismo renacentista e implantarla en una región lejana y percibida como bárbara. En la ya mencionada Primera Parte delparnasoantártico -"El autor a sus amigos't-, Mexía de Fernangil menciona explícitamente la "barbarie" cuando dice estar "barbarizando entre bárbaros" (1608). Sin embargo, el término (cuyos ecos humanísticos son claros) no se refiere los indígenas, sino a los mismos españoles, quienes, según el autor, ya sea por incapacidad o por estar embebidos en actividades pecuniarias, no se ocupan de las letras. Mencionemos sólo dos aspectos centrales del programa: la traducción y la difusión del saber y el cultivo de la historiografía y la construcción de una memoria antártica.
La traducción y la difusión del saber Es bien conocido que uno de los objetivos centrales del humanismo europeo -con miras a "debelar la barbarie"- era exhumar y revivificar los conocimientos que la humanidad había tenido en la época de la Antigüedad grecolatina y que se habrían perdido durante la época medieval. Para lograrlo, había que volver a las fuentes originales, lo que requería la purificación de la lengua latina que había sido corrompida y, además, el desarrollo de una actitud crítica hacia los textos y las traducciones -actitud que llevaría al nacimiento del método filológico-o La búsqueda de versiones depuradas y fidedignas de textos llevó, claro está, a una preocupación nueva por la lengua y por las modalidades de la traducción. Por otra parte, el afán por difundir los conocimientos hizo de la traducción una tarea central -cabe mencionar, aunque sean demasiado conocidos, el proyecto de edición de la Biblia Políglota y el de traducción de Aristóteles que alentó el cardenal Cisneros en la Universidad de Alcalá y que quedaría inconcluso-. Las traducciones de textos clásicos y, posteriormente, italianos, no cesan a lo largo del siglo xvr. Beardsley Ir, (1970: 3-11) cuenta 154 obras de la Antigüedad clásica traducidas para 1617. La traducción, por otra parte, ocupa un lugar de importancia dentro de las obras conocidas de los autores cuyo proyecto fue el de fundar la Academia Antártica, dado que de un corpus de dieciocho obras que han llegado hasta nosotros, cuatro son traducciones y una incluye traducciones de poesías. Las primeras, cronológicamente, son las tres traducidas por Enrique Garcés: Francisco Patricio de Reyno, y de la institvcion del qve ha de Reynar (Luis Sanchez, Madrid, 1591); LosSonetosy Canciones del Poeta Francisco Petrarcha (Madrid, Guillermo Droy, 1591); Los Lvsiadas de Lvys
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de Camoes (Madrid, Guillermo Drouy, 1591). Sigue la obra de Diego Mexia y Fernangil, la Primera Parte del parnaso antártico (Sevilla, Alonso Rodriguez Gamarra, 1608), traducción de las veintiún epístolas de amor, que incluye las escritas por heroínas de la Antigüedad a sus amantes o esposos y las respuestas de tres de ellos, en tercetos, y de la Invectiva contra Ibis. Finalmente, la Primera Parte de la Miscelánea austral r... ]Con la Defensa de Damas (Lima, Antonio Ricardo, 1602), de Diego Dávalos y Figueroa, incluye una serie de traducciones de composiciones poéticas de Vittoria Colonna y de Tansillo, insertadas en los coloquios en verso y en prosa que intercambian dos interlocutores, Delio y Chilena, en su jardín de la ciudad de La Paz, y que versan sobre la poesía, el amor y otros tópicos.
El cultivo de la historiografía y la construcción de una memoria antártica
La filología. y también la historiografía, constituyen las bases sobre las que se fundó el humanismo europeo. La época del Renacimiento marca el desmembramiento de la ecúmene cristiana de la Edad Media y -aunque de modo diferente en los distintos reinos europeos- la gestación de los estados modernos. La preocupación de los humanistas por el pasado histórico no sólo se manifiesta en un cambio profundo en la manera de hacer historia, sino también en el surgimiento de la historia local o nacional -articulada o no con la historia universal-o La historiografía estará al servicio de la política de las ciudades-Estado -Milán, Florencia, Venecia, Népoles, el Vaticano- o de las familias que las rigen y, como consecuencia de ello, se cultivarán las historias dinásticas y las historias locales. La reflexión sobre el pasado o la necesidad de dejar por escrito las hazañas de los contemporáneos está presente en varias obras de los miembros de la Academia Antártica y se plasma en diversos géneros. El género historiográfico es utilizado por Diego de Aguilar y de Córdoba en su ya mencionada obra El Marañón, que trata precisamente de esa zona y narra la expedición de Lope de Aguirre. La miscelánea permite a Cabello Balboa en su Miscelánea antártica tratar largamente la cuestión central del origen del hombre americano y la historia de los incas hasta la llegada de los españoles, y a Dávalos y Figueroa, en su Miscelánea austral, plantearse brevemente ciertos aspectos del pasado indígena. La poesía heroica, por su parte, fue practicada probablemente por Cabello Balboa (en la Volcánea, perdida), por Pedro de Oña en su Araucodomado y por Juan de Miramontes y Zuázola en sus Armas Antárticas,poema que si bien trata la toma de Cajamarca y las guerras civiles se centra en las acciones cuasi contemporáneas de los
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piratas Drake, Oxenham y Cavendish. y aunque la mirada histórica de los integrantes de la Academia Antártica no se plasma en una historia del reino, toca cuestiones centrales para el mismo (el origen del indio americano, la tiranía de Lope de Aguirrc, las guerras del Arauco, los ataques de los piratas) y contribuye así a la construcción de una memoria antártica.
CONCLUSIÓN
En las páginas anteriores he intentado plantear la cuestión del estudio de las elites letradas en el virreinato del Perú, sobre la base de uno de sus ejes -la academia-, y de un caso particular -el de la Academia Antártica-. En lo que respecta a ésta, su estela se difuminó pronto: en 1629, Antonio de León Pinelo menciona en su Epítome a tres de sus miembros; en 1732, Pedro de Peralta y Barnuevo, en su Lima Fundada, cita a uno solo y, en 1737 Barcia, en su edición ampliada del Epítome de Pinelo, recuerda a cinco. El interés de la Academia Antártica es, sin embargo, múltiple: por el valor intrínseco de las obras de sus miembros, por su laborde mediación de la cultura humanista y del italianismo en el virreinato del Perú, y, finalmente, por la función que cumplió en el establecimiento de una cultura de corte virreinal y en la construcción de un pensamiento letrado dentro de aquella sociedad.
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BRASIL· LITERATURA E "INTELECTUALES" EN EL PERíODO COLONIAL
Brasil: literatura e "intelectuales" en el período colonial* Laura de Mello e Souza
PROBLEMATlZACIÓN, CONCEPTO, RECORTE
A diferencia de otras disciplinas que forman parte de las llamadas ciencias humanas (una denominación más abarcadora que "ciencias sociales", pues da cabida a diversos campos del conocimiento dedicados al estudio del hombre, de su cultura, de su acción, etc.), la historia es una disciplina cuya especificidad deriva de su intento por comprender fenómenos relacionados con la vida humana desde una perspectiva espacial y temporal (Braudel, 1969). Más que de la producción de teorías -una tarea imprescindible para muchos de sus parientes, corno los antropólogos, los psicólogos, los sociólogos-, el historiador se interesa por la vida humana en general, pero la sitúa en contextos específicos, con lo cual cuestiona la pertinencia y la viabilidad de aplicar conceptos -por principio, atemporales y generales, pues tienen un carácter eminentemente explicativo- independientemente de la dimensión temporal. Un buen ejemplo de esto es el del concepto de capitalismo, que surgió en la época de apogeo del mundo burgués y fue aplicado, con bastante ligereza, a épocas en las que el carácter de la riqueza no residía en el dinero ni en la necesidad de incrementarlo constantemente, ya sea sobre la base de la circulación de mercancías, o de su producción, o incluso sobre la base de la transformación del propio capital -ese dinero que, según la formulación clásica de Marx, genera más y más dinero- en mercancía privilegiada. No hubo, pues, un capitalismo en Cartago, a pesar de que los cartagineses hayan sido notables comerciantes en la Antigüedad. La perspectiva adoptada en este trabajo es esencialmente histórica y,por tanto. se cuestiona acerca de la legitimidad de definir como intelectuales a ~
Traducido por Ada Solario
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aquellos que, en el pasado colonial del Brasil, tuvieron una actuación y un papel semejantes a los de los hombres que hoy podrían ser designados de ese modo sin problema alguno. En efecto, como en el caso del concepto de capitalismo, el de intelectual fue acuñado en un momento histórico particular, entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo xx. Por cierto, a partir de los escritos del pensador marxista italiano Antonio Gramsci fue posible pensar en un concepto más amplio de intelectual, más referido al quehacer humano y menos tributario de la cultura letrada de las élites (Gramsci, 1979). Y es posible incluso que debido al peso y al prestigio del pensamiento gramsciano, algunos ilustres historiadores no hayan vacilado en dejar de lado los escrúpulos mencionados, considerados tal vez rebuscamientos irrelevantes: así, Iacques Le Goff, uno de los mayores medievalistas franceses, escribió un pequeño e iluminador libro cuyo título fue Los intelectuales de la Edad Media (Le Goff, 1957). No obstante, en las reflexiones que se desarrollan en este artículo se evita usar el concepto de intelectual y se opta por el de letrado. El problema de fondo que se plantea, y que es central para los historiadores, es el del anacronismo: por un lado, los conceptos son históricos y, por lo tanto, específicos, limitados a las épocas en que fueron producidos; por otro lado, son atemporales y, en función de este atributo, deben ser generales para poder explicar. Un problema análogo se plantea cuando se hace referencia al Brasil y al brasileño antes del surgimiento de la nación, que tuvo lugar con la independencia política en 1822. Resulta inexacto hablar de un pasado colonial brasileño pues la colonia (yen rigor, ¿no habría que emplear el plural y decir las colonias?) no era brasileña, sino portuguesa, y sus habitantes no se veían, por lo general, como fundamentalmente distintos de los del Reino, el lugar hacia donde casi siempre deseaban regresar (Souza, 2004: 347-361; Novais, 1997: 13-39). Pero tornar ese camino puede llevar al nominalismo y,en última instancia, al pirronismo (Hazard, 1961), con lo cual se echarían por tierra consensos sin lograr a cambio establecer nuevos parámetros. Con la convicción de que la historia es, como dijo Edward P. Thompson (1981), la disciplina del contexto, se ha optado por encaminar el debate en torno de la designación que resulte más adecuada al período que se analice; esto es, una acepción más laxa para los tres primeros siglos de la colonización portuguesa en América, y una más estricta para el siglo XVIII. Por lo tanto, más allá de las variaciones y de los matices, se ha privilegiado el mundo de la cultura escrita y erudita con el propósito de comprender el papel que esos individuos tuvieron en la sociedad de su tiempo, asi como las relaciones que establecían con ella y entre sí. Para ello fue nece-
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sario hacer elecciones, establecer clivajes y destacar, del conjunto de las producciones literarias, aquellas en las que tales relaciones se manifestaron de manera más evidente.
¿Literatura brasileña? A partir de la independencia del Brasil y la instauración del imperio, en 1822, los letrados del nuevo país se empeñaron en buscar en el pasado los elementos que mostrasen las raíces de una identidad nacional. Tanto los tributarios del pensamiento ilustrado corno los adeptos al romanticismo concebían la historia como progreso y,por ello, en los fenómenos que observaban no podían dejar de ver la culminación o la consecuencia obvia de fenómenos anteriores, con lo cual les conferían una racionalidad y una inteligibilidad que, por lo general, les eran ajenas. En ese sentido, para esos intérpretes la literatura llevada a cabo en suelo americano antes de 1822 contenía los gérmenes de la brasileñidad. o bien, pura y simplemente, era ya brasileña. Los románticos desempeñaron un papel muy importante en la génesis de esa tradición, como puede verse en el caso de Ioaquim Norberto de Sousa Silva y de los varios textos que escribió sobre la literatura brasileña, recientemente compilados en Históría da literaturabrasileira (Silva, [. N., s/f). De Sousa Silva pensaba que" [u 1n pueblo que no tiene una literatura difícilmente llegará a ser una nación", pues la nacionalidad se nutría de las glorias pasadas y "de las tradiciones de sus mayores, cuyos nombres y preciosos trabajos la literatura, como un eco inmortal, repetirá hasta las más remotas generaciones de la tierra" (ibid.: 112). A fines de la década de 1850 y comienzos de la de 1860, defendía la existencia de una literatura brasileña ante aquellos que, como el general Abreu e Lima, sostenían una posición opuesta. Para estos últimos, las manifestaciones literarias realizadas en el Brasil hasta ese momento (el general escribió acerca de este tema en 1835) eran inexpresivas o, cuanto mucho, estaban subordinadas a la literatura portuguesa, ya de por sí bastante limitada (ibid.: 66-67). Por el contrario, para De Sousa Silva la naturaleza física del país, pródiga y grandiosa, era razón suficiente para explicar la necesidad de una literatura, que, por otra parte, ya había existido incluso entre los pueblos indígenas que habitaban el territorio antes de la llegada de los portugueses. Al sostener esta posición, De Sousa Silva también pretendía demostrar que la lengua y la literatura no se hallaban obligatoriamente asociadas, ya que la literatura era más la expresión de un carácter nacional que de una identidad lingüística: podía haber, por tanto, una literatura brasileña en lengua portu-
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guesa. Invocaba los testimonios de cronistas contemporáneos que, como Gabriel Soares de Sousa o el padre jesuita Pemáo Cardim (ibid.; Cardim, 1978), habían registrado cantos y danzas entre los indígenas de los primeros tiempos, y tomaba partido por la capacidad poética de los Tarnoios, influida por la naturaleza "espléndida" y"portentosa" de la situación natural: la bahía de Guanabara (Cardim, 1978: 170). Oliveira Lima -uno de los primeros autores brasileños que se ocuparon específicamente del período colonial-, si bien divergía con De Sousa Silvapues ubicó el nacimiento de la literatura brasileña en la segunda mitad del siglo XVIII, coincidía con éste en lo que respecta a la relevancia de los cuentos y los poemas indígenas, que, junto con las tradiciones africanas, consideraba decisivos para la elaboración de una literatura popular (Lima, 198 4: 79-83). Sin embargo, Oliveira Lima no se detuvo en la cuestión de la existencia de una literatura brasileña en el período colonial. Los presupuestos de De Sousa Silva tuvieron una larga vida en la historia de la literatura brasileña, aun cuando se manifestasen a veces de manera algo subterránea. Alfredo Bossi, por ejemplo, consideró que Antonio Candido estaba equivocado al considerar que sólo fue posible una literatura brasileña a partir de fines del siglo XVIII, cuando ya se había constituido un sistema literario (Cándido, zooób; Bosi, 1980). Según Bosi, Gregório de Matos y el padre Antonio Vieira ya escribían literatura brasileña, pues tanto su sensibilidad como sus modelos y el dialecto en que se comunicaban eran brasileños. En la crítica a Can dido, planteó que eran las academias del siglo XVIII las que habrían proporcionado la materia con que se formó el sistema literario, y condenó esa perspectiva por considerarla eminentemente institucional. Sin embargo, para Candido, la idea de sistema implicaba la dialéctica entre la producción literaria y la sociedad en la que ésta se incluía, entre el producto y el público lector -lo que sólo tuvo lugar a fines del siglo XVIII-, por lo que su concepción trasciende el marco estrictamente institucional. También se encuentran ecos de la posición de De Sousa Silvaen José Aderaldo Castello, un importante investigador del Movimiento Academicista. En A literatura brasileira, el autor no encara una discusión más conceptual -no cuestiona si, de hecho, es posible pensar en una literatura brasileña anterior al siglo XIX- y admite "como nuestro primer documento literario la Carta de Pero Vazde Caminha"; escrita en 1500, en el momento del arribo de la expedición de Cabral a Bahía, pues allí se "anuncia el principio de la interacción de las influencias externas e internas" (Castello, 2004: 51). En uno de los más recientes libros generales sobre la literatura brasileña, su autor, Luís Roncari, torna la precaución, ya de entrada, de recordar que en 1500 los portugueses "llegaron a las tierras que hoy forman el
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Brasil", y no a un país. Y a continuación explica que prefirió que el primer capítulo se titulase "El Brasil en la literatura", y no "La literatura en el Brasil" -como lo había hecho Afránio Coutinho-, porque el Brasil sólo entra "como objeto de la narrativa", de modo tal que la Carta de Caminha discurre sobre la tierra y sus habitantes a los que toma, por tanto, como objeto (Roncari, 1995: 19,26).
¿Intelectuales o letrados? Por lo visto hasta ahora, puede decirse que el objeto-Ia nueva tierra, su realidad específica, la esclavitud, la colonización, la naturaleza tropical, la inmensidad del territorio, la amenidad del clima, etc.- ha bastado para definir como brasileña la literatura practicada en el Brasil desde la llegada de los portugueses. Sin embargo, es necesario apreciar que, tanto como en la relación establecida con el medio, el problema reside en la sensibilidad y en la conciencia de los autores, es decir, de los sujetos. Y éstos no se sentían brasileños, ya que, como observó Roncari, el Brasil no existía: los letrados de entonces, religiosos o seculares, eran Iusoamericanos, lusobrasiieños o, como solían autodenominarse,portugueses de laAmérica (Schwartz, 2003; Souza, 2006). Debían obediencia al rey de Portugal, eran sus vasallos y no pensaban en la independencia: plantear la cuestión de manera diferente es partir del resultado para llegar al origen. Cuando el historiador tiene como objeto de estudio la literatura, es mucho lo que le debe al crítico en lo que respecta al análisis interno de las obras y a la comprensión de los estilos y de las escuelas. Pero, a la vez,puede ayudar a entender los aspectos externos: el medio social en el que la literatura floreció, así como cuestiones relativas a los autores y al contexto histórico. En ese sentido, contaminados en todas partes por sentimientos regionales y por cierto malestar ante la dominación del reino, los habitantes de la América portuguesa pueden considerarse como lusoamericanos, pero sobre todo corno lusobrasileños: la primera denominación parece adecuarse más a la primera mitad del siglo XVIII, pero no obtuvo mayor resonancia; en cambio, la segunda, que se aplica mejor al último cuarto de aquel siglo -cuando se fue configurando en el plano político la idea de un imperiolusobrusíleño-, sí ganó notoriedad (Lyra,1994;Souza, 2006). y lo mismo puede decirse acerca de la literatura que se producía: en lugar de hablar de la literatura brasileña del período colonial, o de la literatura colonial brasileña, es posible referirse a la literatura lusoamericana y,con mayor precisión, a la literatura lusobrasileña, pues la denominación da cuenta, de manera simultánea, de la cronología y de la problemática.
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En el estudio del período colonial también se plantea la dificultad de considerar como intelectuales a aquellos que desarrollaban actividades vinculadas a las letras. Es sabido que el concepto tiene una historia, que se sitúa a fines del siglo XIX y comienzos del xx, más exactamente en el momento del caso Dreyfus en Francia y del surgimiento de la idea del hombre de letras políticamente comprometido (la célebre carta de Émile Zola es de 1898). Con el propósito de no caer en el anacronismo, es preferible por tanto designar como letrados a los "intelectuales" del período en análisis: letrados íusobrasiíeños, hombres de condición secular o eclesiástica; poetas líricos, épicos o satíricos; autores de tratados sobre la tierra, sus accidentes, su fauna, su flora, su población; historiadores de las órdenes religiosas o de la colonización portuguesa; moralistas; genealogistas; y,ya hacia el fin del período, autores de tratados de mineralogía, economía, agricultura. En Portugal, al menos desde la segunda mitad del siglo xv, se llamaba letrados a las personas envueltas en diversas actividades: las de la literatura propiamente dicha -la crónica histórica, la poesía-, pero también las de la jurisprudencia y la administración del reino (Rebelo, 1998; 113-133). Como han demostrado algunos estudios recientes, ellos tuvieron un papel central en la construcción de la monarquía moderna. Ahora bien, este trabajo no se ocupa de ellos, ni tampoco de los que llegaron a América en los dos primeros siglosde la colonización, sino de quienes, bajo el impacto del nuevo medio, produjeron escritos más volcados a los objetos específicos que ya se mencionaron, llevaron sus actividades hacia un espacio cada vez más público y contaron con un círculo cada vez más amplio de lectores; de aquellos que actuaron dentro de un sistema literario, según la concepción de Antonio Candido: hombres, por tanto, del siglo XVIII lusobrasileño.
LITERATURA Y VIDA SOCIAL
Limitacionesinstitucionales y sociales Además de las consideraciones que implican la caracterización y el recorte del sujeto histórico que luego se llamaría "intelectual", es necesario prestar atención a ciertas peculiaridades fundamentales, algunas derivadas de la política colonial portuguesa en América, otras inherentes a la situación periférica del territorio, todas ellas importantes en la configuración de un contexto específico muy distinto del europeo. Por lo tanto, es necesario considerar al sujeto y el contexto en su dimensión temporal y espacial, histórica y geográfica, a fin de lograr una comprensión lo más abarcadora posible del
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objeto en estudio: el "intelectual", o, mejor, el letrado lusobrasileño y las relaciones que estableció con la sociedad a lo largo del siglo XVIII. En virtud de la condición colonial, de la situación periférica, de la política adoptada por el reino y del tipo de sociedad que se fue constituyendo, el universo cultural de la América portuguesa se organizó a pesar de un conjunto de carencias: estuvieron ausentes las universidades, las bibliotecas públicas, la prensa periódica y las editoriales, las cortes y la vida propiamente cortesana, la libertad intelectual -pues la censura de ideas y de libros se mantuvo activa todo el tiempo- y una red urbana uniformemente distribuida, ya que cada región -excepto la de Minas- sólo contaba con una ciudad o villa digna de ese nombre, que en la mayor parte de los casos se situaba en la franja costera. A diferencia de las colonias españolas en América, donde se crearon universidades desde la primera mitad del siglo XVI, en la América portuguesa no hubo instituciones de ese tipo antes del siglo xx. A pesar de que ha sido poco estudiado en profundidad, el tema fue y continúa siendo objeto de controversias e hipótesis diversas; entre ellas, la teoría de que al obligar a las élites a estudiar en Coimbra la Corona buscó moldearlas de acuerdo con los parámetros portugueses, evitando así la circulación de ideas heterodoxas y el desarrollo de un pensamiento crítico, lo cual, en última instancia, podría llevar a la independencia. El papel que deberían haber desempeñado las universidades quedó en parte a cargo de los principales colegios jesuitas del territorio, como el de Bahía -que en más de una ocasión reclamó que se le concediese la equiparación con los estudios universitarios-, y de otras instituciones religiosas de enseñanza, como los conventos de franciscanos, benedictinos y carmelitas, donde, además de la educación básica, se dictaban unos pocos cursos de educación superior (Villalta, 1997: 330-385).Tras la expulsión de los jesuitas en 1759, ganó mayor importancia el Seminario de Olinda, en Pernambuco, donde se destacaron los padres oratorianos (Carvalho, 1960: 76-87; Neves, 1984). De todas maneras, no es posible comparar el impacto social ni la función de esas instituciones con los de las universidades, lo que significó una gran pérdida para el medio cultural de la América portuguesa, que permaneció más limitado, aislado y cerrado sobre sí mismo, en contraste notorio con lo que ocurría en otras regiones americanas, como el Perú, México o Nueva Granada. Lo mismo sucedió con la impresión de libros y con la prensa periódica: el Brasil no contó con ellas hasta 1808,cuando la corte de Braganza se trasladó a Río de Ianeiro, huyendo de la invasión francesa de Portugal, y el príncipe regente, ante la necesidad de hacer públicos los actos del gobierno,
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creó la Imprenta Regia (Moraes, 1993: 17-31). Más allá de ciertos intentos aislados, como el de Antonio Isidoro da Fonseca, en 1747, -que logró realizar en Río de Ianeiro un impreso sobre la entrada del obispo Don Antonio do Desterro en la ciudad-vía Imprenta Regia,creada mediante un edicto el 13de mayo de 1808, fue la primera que existió en el territorio (Monteiro, 1993).Así, todos los habitantes de la América portuguesa que desearan ver sus trabajos en letra impresa tendrían que hacerlo en el Reino, y fue allí donde se imprimieron las principales obras de la literatura lusobrasileña del siglo XVIII, como los sonetos de Cláudio Manuel da Costa o la História da América Portuguesa, de Sebastiáo da Rocha Pitta. Sin embargo, muchos textos manuscritos circularon de mano en mano, y dieron lugar a lecturas compartidas, propiciaron discusiones, alimentaron nuevas ideas o simplemente popularizaron a ciertos autores en una tierra de escasos recursos intelectuales y de numerosos iletrados. Fue así que la Clavis Prophetarum, del padre Antonio Vieira,llegó a fecundar extemporáneos sueños milenaristas en el primer cuarto del siglo XVIlI y en un medio rudo y convulsionado, el de los primeros arrabales yasentamientos urbanos auríferos de la capitanía de Minas Gerais (Rorneiro, 2001). Esto confirma la hipótesis de que se ha otorgado un peso exagerado al papel que los libros impresos tuvieron en las sociedades tradicionales (Bauza Álvarez, 2002). En Bahía, se ha comprobado la existencia de talleres de copistas, por aquel entonces ya ausentes en Europa, lo que representa una supervivencia de raíz medieval que encontró un suelo fértil en una sociedad corno la lusobrasileña, Por último, siempre restaba el subterfugio de hacer circular los propios libros, socializándolos y permitiendo que un número mayor de lectores sacase provecho de un único ejemplar, como se hizo evidente en las inconfidéncias [conjuraciones 1de fines del siglo XVIII (Minas Gerais, 1789; Río de [aneiro, 1794; Salvador de Bahía, 1798),en las que estuvieron presentes la posesión y la circulación de libros y panfletos prohibidos y sediciosos. La circulación de libros socializaba su propiedad y así se buscaba sortear dos importantes obstáculos para la constitución de un público lector y de relaciones dinámicas entre la producción letrada y su consumo: la falta de bibliotecas y la presencia de la censura. En efecto, antes de 1808no hubo bibliotecas públicas en la América portuguesa, y las que de algún modo cumplieron ese papel fueron las bibliotecas de los conventos y los monasterios. Por esta razón, el traslado de la Real Biblioteca, luego de la llegada de la familia real, fue un hecho extraordinario y constituyó un símbolo al mismo tiempo poderoso y ambivalente. Por un lado, confirma la gran relevancia que la dinastía otorgaba a los libros -acumulados a lo largo de los
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siglos por medio de compras y de donaciones-, lo cual ponía de relieve no sólo el interés de los gobernantes por la cultura, sino también el prestigio del que gozaban junto a las demás casas reinantes; por otro lado, manifiesta el carácter exclusivista que el gobierno y las élites atribuían al conocimiento, algo que sin duda dejó una marca indeleble en la historia del Brasil (Schwarcz, 2002). Ante la falta de bibliotecas públicas o de acceso a las de los conventos, las "librerías" -corno se las llamaba por entonces-e, aun cuando casi siempre fueran de pequeño tamaño, se multiplicaban entre los particulares, y algunas de ellas llegaron a contar con una cantidad significativa de títulos, corno la del canónigo Luís Vieira da Silva,en Mariana, Minas Cerais, y la del padre Agostinho Comes, en Salvador, ambas en la segunda mitad del siglo XVIII. Esas"librerías" solían estar ligadas a un uso profesional y, entre las que se conocen, las de mayor tamaño apenas superaban los mil volúmenes (Frieiro, 1981; Villalta, 1997: 330-385; 1999).A pesar de la censura, existente en Portugal desde el siglo XVI y ejercida en todo el imperio por tres instancias, dotadas de reglas y principios propios -la Inquisición, el Ordinário (un tribunal de jueces eclesiásticos) y la Mesa do Desembargo do Pa,o (tribunal superior del reino l-, los libros prohibidos circularon con bastante facilidad entre las élites cultas, que muchas veces solicitaban licencia para poder leer esas obras -Spinoza, Voltaire, Montesquieu.-, y que otras tantas lo hacían a escondidas. A partir de 1768,aún bajo el gobierno del marqués de Pombal, la censura de libros y publicaciones quedó bajo la jurisdicción de un nuevo organismo, la Real Mesa Censoria, pero con don Juan ya establecido en Río de [aneiro, el Desembargo do Pavo volvió a ocuparse del asunto (Neves, 1984). Sin embargo, las brechas encontradas para burlar esa vigilancia no impidieron que la mala fama de la monarquía portuguesa circulase por la Europa culta, que veía al país como retrógrado y oscurantista y hacía uso de los prejuicios habituales entre los pueblos del Norte cuando se refieren a los del Sur. A pesar de que los letrados lusobrasilenos más importantes solicitasen y obtuviesen la autorización para leer obras prohibidas, el hecho de que existieran instituciones destinadas a combatir el libre pensamiento tuvo un peso innegable en la limitación del desarrollo de la sociabilidad letrada y del espíritu crítico, que se mantuvieron estrechos, vacilantes y confinados a círculos restringidos y temerosos de represalias y denuncias. Por último, la transformación de ese universo estrecho y restringido también se enfrentaba a los obstáculos impuestos por las características demográficas de la América portuguesa: una población escasa, discontinua y dispersa; pocas ciudades de cierto porte, y ausencia de algo semejante alas cortes locales, tan comunes en Europa (Novais, 1997). En ese con-
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tinente, el surgimiento en el Medioevo tardío de los letrados estuvo directamente relacionado con la administración y la sociabilidad de las cortes seculares y eclesiásticas, y muchos de ellos eran, en el ámbito del renacímiento del derecho romano, hombres de leyes.La ausencia física del Estado -cuya sede estaba en Lisboa-, así como la inexistencia, debido a las características de la administración del imperio portugués, de cortes virreinales -como las de Lima o México en la América española- o eclesiásticas (durante los dos siglos, en el territorio lusoamericano sólo hubo obispados en Bahía y en Olinda), limitaron considerablemente la acción de los letrados en la América portuguesa. Mientras que España transfirió a sus territorios conquistados instituciones del reino, y los dotó de tribunales locales del Santo Oficio, de universidades y de administradores agraciados con el título de virreyes y que tenían jurisdicción sobre circunscripciones territoriales consideradas como virreinatos, Portugal mantuvo un orden mucho más centralizador. Reos, herejes, estudiantes y decisiones, todo ello quedaba en manos del reino. Sin embargo, aun cuando en rigor no hubo un estilo de vida cortesano en la América portuguesa, es posible verificar momentos y aspectos de una sociabilidad de tipo cortesano en Bahía, antes de 1763,y,desde ese momento, en Río de Ianeiro.Ias dos ciudades que fueron sede del gobierno general y cuyos ocupantes, eventualmente, recibían el título de virreyes -cn realidad, más honorífico que efectivo-o Asimismo, sin dejar de reconocer el inmenso foso existente entre ambos lados del Atlántico, alguna que otra cabeza de capitanía mostró cierta sensibilidad letrada de tipo cortesano, como, por ejemplo, Vila Rica entre 1763 y 1789.
Academias En función de los límites que se han señalado, la sociabilidad letrada y la práctica literaria del siglo XVIII se llevaron a cabo, en gran medida, en los espacios privados y en el ámbito de las academias. Estasinstituciones, comunes en la Europa culta del siglo XVII, se multiplicaron a lo largo del siglo XVIII con la propagación de las Luces. En el territorio lusoamericano, comenzaron a surgir a comienzos del siglo XVIII, aunque a veces no llegaban a durar más que una única o apenas unas pocas sesiones: en 1711, en Río de Ianeiro, la Academia Científica; en los años 1724 y 1725, en Salvador de Bahía, la que fue la primera de las sociedades literarias, la Brasílica dos Esquecidos; también en 1725, pero en Río de Ianeiro, la de los Secretos, que sólo llevó a cabo una reunión; en 1736, de nuevo en Río pero ya durante el gobierno de Gomes Freire de
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Andrade, luego conde de Bobadela, la de los Felizes; en 1752, también bajo el gobierno de Bobadela e incentivada por él, otra academia fluminense: la de los Seletos; en 1754 y en 1759, dos nuevos intentos en Salvador de Bahía: la de los Renascidos y la Brasílica dos Renascidos, respectivamente; por último, otra vez en Río de Janeiro -ya sede del Estado del Brasil y con administradores que, al menos nominalmente, ostentaban el título de virreyes-, la Científica, en 1771, fundada por médicos, reorganizada con el nombre de Sociedad Literaria de Río de Ianeiro en 1786 y que funcionó de manera intermitente hasta 1795 (Castello, 1969, 2004: Candido, 2006b: 107). En su mayoría, esas academias tuvieron una vida efímera y fueron, según Antonio Candido, "una especie de colectividad al mismo tiempo autora y receptora de la subliteratura reinante", típica de un contexto en el que el público lector y consumidor de literatura aún no se había constituido (Candido, 2006b: 77-78). Sus integrantes eran magistrados, clérigos, propietarios de tierras y de minas que en las horas libres se dedicaban a las letras. Por lo tanto, eran instituciones sin especialización alguna, si bien, ya hacia fines del siglo, en la Academia Científica y luego en la Sociedad Literaria figuraron médicos con intereses científicos y técnicos. Además, algunas fueron capaces de crear redes de sociabilidades letradas interregionales, por medio de socios supernumerarios, como ocurrió en la Academia Brasílica dos Renascidos, con lo cual se daba un paso en el sentido de cierta autoconciencia, o, como afirmó Antonio Cándido, se verificaba un "primer remedo de conciencia literaria común" (Candido, 2006 b: 150; Kantor, 2004). También sobresalieron las academias de circunstancia, u ocasionales, organizadas para celebrar nacimientos, casamientos y muertes, reales o principescos; ingresos de prelados, que llegaban a la sede de sus diócesis, o de enviados diplomáticos provenientes de otros reinos; fiestas religiosas en general, entre las que se contaban las organizadas por cofradías y hermandades (Jancsó y Kantor, 2001: 170-195; Lara, 2001: 151-165; Ávila, 1971: 113-125). Esas academias de circunstancia trascendían el ámbito eminentemente privado, más propio de las academias permanentes y temporarias, y se abrían hacia el espacio público, poniendo en escena fiestas y representaciones, empuñando carteles con dísticos, con lo que penetraban en la sociedad más amplia y,al mismo tiempo, neutralizaban, invertían y reforzaban jerarquías consagradas. De ese modo, ejercían una función ritual capaz de quebrar el ritmo más lento de la vida cotidiana. A título de ejemplo, fueron varias las Exequiasque dejaron material literario escrito, como las de don Juan V,en Sao loño del Rei (1750-1751) yen Vila Rica (1751); las de la infanta doña María Francisca Dorotea, en Paracatu (1771). Todas representaron ocasiones de congraciamiento y de refuerzo
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del poder de los reyes, que se encontraban separados de los súbditos por un océano pero necesitaban de esos ritos en la medida en que reforzaban el absolutismo monárquico. Asimismo, teatralizaban la idea bien barroca del rasero: de que todos somos polvo, y al polvo volveremos. Reconociendo el dolor del rey don José J, que también era padre de familia, los versos fúnebres sobre la muerte de la infanta recuerdan ese destino común de los hombres: Que és vivo, e que hás de morrer, É certo, e ninguém o ignora Mas quando há de ser a hora, Nao o podereis saber (Souza, 2001: 170-180).*
Encomios Lospoemas en alabanza de las autoridades no deben verse como mera emulación, sino también como expresiones de un tipo de sociabilidad circunscrita a la pequeña "corte" que gravitaba en torno de gobernadores de capitanías importantes -como Minas Gerais- o de la ciudad que, al menos virtualmente, era la cabeza administrativa de la colonia -como Bahía y Río de Ianeiro-. Parte significativa de la producción de los consagrados áreades Iusobrasileños -sobre todo Cláudio Manuel da Costa, pero también Tomás Antonio Gonzaga y Alvarenga Peixoto- está constituida por ese tipo de poesía, en la que se alababa no sólo la figura del gobernante sino también la de su familia, en un intento por "exaltar" un patrón "familista'' en la acción colonizadora de los portugueses de América (Souza, 1999: 175-199). Por cierto, la alabanza a los reyes y a los poderosos fue una de las expresiones del contexto ilustrado en Portugal y en sus conquistas, e incluso en estas últimas sirvió como una forma de llegar "a la reflexión sobre problemas locales" (Candido, 2006b: 110-111). Pero lo que interesa destacar aquí es el hecho de que la sociabilidad y el encomio se insertaron en un ambiente que, aun cuando fuese muy limitado, tenia ciertos aires del espíritu cortesano consagrado en Europa desde el Renacimiento, y en el que la lisonja y el elogio no tenían el tinte peyorativo que a veces se les atribuyen desde una visión contaminada por concepciones actuales. Los poemas laudatorios o encomiásticos marcaron la sociabilidad de por lo menos una de las villas mineras del siglo XVIIl, Vila Rica. Entre • [Que estás vivo y que has de morir,! es cierto, y nadie lo ignora/ mas cuándo ha de ser la hora,/ no lo podrás saber.)
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1763 Y 1791, Cláudio Manuel da Costa y Alvarenga Peixoto practicaron el género con cierta regularidad. En ese contexto, tuvo lugar un acontecimiento importante, en 1768, cuando Da Costa ofreció una pieza teatral y poemas encomiásticos al Parnaso Obsequioso, academia de circunstancia que también inauguró la Colonia Ultramarina de la Arcadia Romana (Candido, 2006b: uo-n r). En ese momento, el poeta se volcó hacia los problemas sociales, más concretos y palpables que la temática que lo había ocupado hasta entonces, sobre todo en los sonetos -las "dulces fatigas del amor">, e introdujo en la forma laudatoria cierto carácter de resistencia y de crítica (Candido, 2006b: 11O-IU). En particular, en torno de uno de los gobernadores de Minas, don Rodrigo José de Meneses, se constituyó un tipo peculiar de sociabilidad asentada en el encomio pero marcada con un fuerte tono afectivo. Cláudio Manuel da Costa, Gonzaga y Alvarenga Peixoto dedicaron varios poemas a la familia de don Rodrigo, pero ninguno al propio gobernante, lo que se aparta de la mayor parte de la literatura del género. Esta particularidad parece indicar una re!ación más estrecha entre el gobierno y las élites locales: Da Costa había sido secretario de dos gobiernos anteriores y era abogado; Gonzaga era el oidor de Vila Rica, y Alvarenga, luego de haber ejercido el mismo cargo en la Comarca de Rio das Mortes, más al sur, y donde se destacaba la villa de Sao joao del Rei, pasó a dedicarse a la explotación de sus minas y tierras particulares, y fue uno de los grandes propietarios de aquella región (Maxwell, 1977). Más aun, gobernador y élites locales buscaban soluciones comunes para el impasse económico de la capitanía, en la que el oro era cada vez más escaso. Por último, don Rodrigo fue el primero de los gobernadores de Minas en hacerse acompañar por la familia: mujer, dos hijos nacidos en Portugal, un tercero en el viaje hacia la colonia, y ya en Minas fue padre tres veces más. En ese contexto, la sociabilidad literaria que se insinuaba en el palacio del gobernador, los poemas laudatorios y la solidaridad horizontal que englobaba a miembros de las élites y proyectos del gobierno local son caras de una misma moneda.
Genealogías Las genealogías -r-O, como se decía en la época, las nobiliarquias- tuvieron en la América portuguesa un objetivo social y político obvio: el enaltecimiento de las élites regionales. Al hacer público el engrandecimiento de las familias más importantes, exaltando su tradición y sus hazañas, ellas trascendieron el espacio privado. Florecieron en el Nordeste -Pernambuco y Bahía- y en la capítanía de Sao Paulo desde fines del síglo XVII ya lo largo
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de! XVIII, Yexpresaron la tensión entre las fuerzas regionales y los propósitos centralizadores y unitarios de la Corona portuguesa. No es casual, por tanto, que hayan surgido en las capitanías de población más antigua ydonde la función colonizadora estuvo a la par de las acciones armadas, lo que justificó las eventuales aspiraciones de las élites a atribuirse tintes de nobleza a la moda europea, conquistadora y guerrera. Tampoco es casual que en las regiones de población más reciente, como Minas, surgidas ya bajo el signo del comercio, nunca haya habido mayor interés por ese tipo de escritos y que e! tema de la "invención" de sus tradiciones sólo se manifestara en el siglo XIX, cuando la sociedad se hizo rural en mayor escala. Otras regiones, como Río de Ianeiro, a pesar de ser antiguas y belicosas por fuerza de la codicia internacional que, desde el siglo XVI, había logrado establecer asentamientos franceses en la bahía de Guanabara, prestaron poca atención a la justificación escrita de sus glorias. En efecto, no hay nobílíarquias fluminenses que se remonten al período colonial, y las élires de allí pronto se dedicaron a las gestiones comerciales, sobre todo las ilícitas, prefiriendo actividades lucrativas, como el tráfico de esclavos, a los argumentos que fundamentasen una nobleza más que discutible. En el Nordeste, la lucha de los habitantes contra los invasores holandeses sirvió de argumento para la elaboración de los más importantes escritos genealógicos de la América portuguesa. Los colonos fundamentaron sus demandas de un reconocimiento real-mercedes, hábitos religiosos, ventajas pecuniarias, honores-- en el hecho de haber reconquistado el territorio al costo de su "sangre, vida y haciendas". Como el fenómeno ya fue admirablemente estudiado por Evaldo Cabral de Mello, se prefirió considerar aquí el ejemplo de Sao Paulo, que además pone en evidencia los resentimientos de orden político y geopolítico, muy típicos del siglo XVIII, cuando la antigua región azucarera se vio amenazada por el ascenso del centro-sur que produjo la explosión de la actividad mínera (Mello, 1986,1995). En la segunda mitad del siglo XVIIT,dos autores paulistas yuno de Minas Gerais de origen paulista produjeron obras en las que se registra el sentimiento de orgullo que los habitantes de Sao Paulo sentían por sus raíces: Pedro Taques de Almeida Paes Lerne, fray Gaspar da Madre de Deus y Claudia Manuel da Costa, que escribieron la Nobiliarquia Paultstana, la Memória Histórica da Capitania de sao Paulo y el poema Vila Rica, precedido de un Fundamento Histórico (Candido. 196]: 161-191). Sao Paulo y Minas eran regiones con una estructura social menos rígida que la del Nordeste, ya sea por el mestizaje de las élites paulistas, o por la rapidez con que se produjo el poblamiento de Minas, lo que impidió una estratificación social más sedimentada (Souza, 2(06).
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Con el descubrimiento de las Minas, en gran parte promovido por paulistas, los antiguos y arraigados intereses agromercantiles de las zonas azucareras comenzaron a clamar contra el peligro del sur. El contexto pernambucano, en el que Loreto Cauto y Borges da Fonseca construyeron imágenes edificantes sobre los héroes de la Restauración, era sustancialmente distinto del contexto de las capitanías centro-meridionales, donde los paulistas se empeñaron en embellecer las andanzas en los sertones (Castello, 2004: 96-97; Kantor, 2004; Mello, 1986, 1989: 268-269). En efecto, Pernambuco fue muy pronto una región neurálgica en la economía y en la política del imperio portugués de América, abierta a las grandes rutas mercantiles del Atlántico, dotada de una aristocracia consolidada, aportuguesada y, cuando no totalmente blanca, empeñada en serlo; en cambio, Sao Paulo se mantenía, si no excéntrica, más cerrada sobre sí misma y sobre su mestizaje, y allí se habló, hasta el siglo XIX, la lengua general indígena (Russell-Wood, 1999: 100-118). Tras haber perdido la autonomía administrativa por casi dos décadas, los letrados paulistas procuraron recrear el pasado, idealizándolo y configurando ideológicamente aquello que, sobre todo en el siglo xx, pasó a ser el "paulistanismo" En un intento por mostrar virtudes allí donde prácticamente sólo se veían vicios, la literatura de los linajistas paulistas también era, pero no sólo, una respuesta a la mala fama de los aventureros de los sertones, considerados como brutales cazadores de indios y de negros prófugos. Si los pernambucanos eran vasallos reconocidos como especiales -ya en el siglo XVII tuvieron diócesis, obispo, ciudad, y, al expulsar a los holandeses, dieron pruebas inequívocas de fidelidad al rey-, los paulistas eran casi siempre una piedra en el zapato, y el arte de bien gobernar consistía muchas veces en hacer que el Estado metropolitano lograse sacar provecho de esos hombres difíciles. Los primos Pedro Taques y Fray Gaspar pertenecían a las élites bandeirantes, al grupo de los primeros colonizadores de Sao Paulo y de los hombres que se internaron en los sertones expandiendo la frontera portuguesa, como Pernáo Dias Pais. Taques fue un funcionario real en la zona de la frontera, y su historia se confunde con la de los hombres turbulentos que marcaron los primeros tiempos de la ocupación de Mato Grosso y de Goiás. Con el tiempo, se vio decepcionado por no haber obtenido las mercedes y los honores que le habían prometido como pago por sus servicios (Taques, s/f: 10-13). El regionalismo y el orgullo paulista, que ya eran muy acentuados en Taques, crecieron a medida que se arraigó en él el resentimiento por la fortuna y por las mercedes evaporadas, con lo cual también aumentó su ani-
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mosidad hacia la administración metropolitana. Mientras se lamentaba de ver a Sao Paulo subordinada a Río de Ianeiro y juntaba papeles para, algún día, reivindicar en la corte lo que juzgaba ser su derecho, Pedro Taques tuvo que ganarse la vida, y como escribiente de la Intendencia, Comissaria e Guardamoria del distrito del Pilar, vivió en Goias con su mujer -desde entonces afectada por una malaria incurable- y un hijo pequeño. En 1755, realizó el viaje soñado, pero llegó a Lisboa días antes del terremoto y, a causa de la catástrofe, perdió una suma considerable de dinero y todos los documentos con los que pretendía comprobar sus derechos. Pero el mal, corno en el refrán, trajo algún bien: fue entonces que tuvo la oportunidad de conocer y convivir con Diogo Barbosa Machado, Antonio Caetano de Sousa y Monterroyo Mascarenhas, que, sin duda, influyeron sobre sus estudios genealógicos (Taunay, 1953: 28-31). También en la corte obtuvo el cargo remunerado de tesorero mayor de la Bula de la Cruzada en las capitanías de Sao Paulo, Goiás y Mato Grosso, con lo que logró una situación financiera desahogada durante algún tiempo (Taunay, 1953: 30). Pero entonces acaeció una nueva desgracia. Acusado de desviar el dinero recaudado -lo que de hecho hacía, ya que se lo prestaba a sus conocidos, usando los bienes públicos como si fuesen propios-, fue suspendido en sus funciones, se le incautaron sus bienes y una vez más se vio sumido en la mayor pobreza. En ese período difícil, ya muy enfermo a causa de una parálisis casi general, se dedicó con más ahínco a sus obras, buena parte de las cuales -incluida una historia de la guerra de los emboabas-" no llegó hasta nosotros. A ese tiempo desdichado pertenece la Nobiliarchia, forma final del trabajo benedictino de una vida tras documentos esparcidos por varios archivos de América y de Portugal, fuente imprescindible para el estudio de la sociedad paulista del siglo XVIII pero, al mismo tiempo, fruto del resentimiento de un aristócrata decadente en la periferia del imperio portugués. En el marco del delirio grandilocuente característico de los linajistas, que sitúan a todas las familias en el tronco de reyes godos y merovingios, Pedro Taques se muestra más comedido (Taunay,1953: 60). Sin embargo, el empeño por conferir tintes de nobleza a la modesta sociedad de Sao Paulo del siglo XVIII raya en la ficción. En efecto,la valoración de la esclavitud yde los estatutos de la pureza de sangre revela que el linajista provinciano seguía el patrón de la ideología dominante no sólo en Portugal, sino en toda la Penín* Entre 1707 y 1709, tuvo lugar la Guerra de los Emboabas, un conflicto entre los mineros paulistas, por un lado, y los comerciantes portugueses y de otras regiones, por otro, que pugnaban por acceder a las minas de oro de Minas Gerais. Estos últimos recibieron el mote despectivo de emboabas (del tupí, aves con plumas hasta los pies) en alusión a las botas que usaban. [N. de la T.]
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sula Ibérica, y que, en ese aspecto, estaba en perfecta sintonía con los juicios de la monarquía y del imperio. Como todos los hombres de su época, se vio atrapado por las contradicciones ineludibles de una sociedad que se construía sobre la base de la inequidad.Ia explotación, el mestizaje y la exclusión. Condenó las uniones de paulistas insignes con negras, cerró los ojos ante el mestizaje con los indios y siguió adelante con su estima, absurda en aquel contexto, por la sangre pura (ibid.: 206). Fue el antepasado intelectual de toda una élite paulista habituada a invocar antecedentes indígenas cuando los rasgos fisonómicos acusan un mestizaje inocultable. Más allá de los vicios estructurales, la obra de 'laques reflejala difícilcoyuntura de mediados del siglo XVIll y expresa una reacción ante los resentimientos de los plantadores de caña por la pérdida gradual de su preeminencia económica. En efecto, aun cuando formaran parte de una banda de mestizos sanguinarios, rebeldes y alborotadores, los paulistas, así como las minas que descubrían, socavaban la esclavitud de los cañaverales y atraían hacia el Sudeste el centro político de la América portuguesa. El linajista fue el primero en elaborar ideológicamente la respuesta a los ataques activados por el resentimiento de la élite azucarera del Nordeste (Taunay, s/f 48). Taques y también su primo fray Gaspar revelan los rasgos inequívocos del regionalismo, una forma de sentimiento que, anterior al nacional, expresaba por entonces el amor a la tierra y daba indicios de la oposición a la metrópolis. Apoyados en un rigor mayor y en la tradición de la erudición histórica del siglo XVII, éste es el sentido más profundo de la dura crítica que Pedro Taques y fray Gaspar dirigen a Rocha Pitta, el historiador baianense (de Bahía) de la América portuguesa, quien, según "laques, era proclive a escribir "sin la lección de los archivos, y más por vanidad que por celo", siguiendo informaciones de personas apasionadas, "llevado por su fantasía y su eredulidad, sin hacer los exámenes necesarios" y,por ello, incurriendo en crasos errores al tratar aspectos de la historia paulista. Fray Gaspar da Madre de Deus acompañaba el juicio de su pariente: "no se fíen del autor de la América portuguesa, que muchas veces claudicaba al salir fuera de su patria", o sea, de Bahía (ibid.: 34). Desde una perspectiva forzada, si no programática, Taques se jactaba de una nobleza análoga a la de cualquier aristócrata europeo, aferrándose a "nociones de jerarquía social" y al "prestigio de los privilegios de la sangre" (ibid.: 45). Si el sustrato histórico y concreto del que podía echar mano eran las lides predadoras en los sertones de los hombres del Planalto, unas veces exaltadas, otras detractadas por los demás habitantes de la América portuguesa así como por los del reino, los aires de nobleza configuraron en su caso el mito disponible para usos ideológicos.
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Por más portugueses y fieles al trono que se sintiesen Pedro Taques y otros hombres de su tiempo, la visión que tenían de su vida cotidiana y de la sociedad en las regiones donde vivían sonaba, desde una perspectiva estrictamente metropolitana, incoherente, extravagante e incluso ridícula. Aun cuando tuviesen elementos comunes, que a la distancia se tornan más claros para el historiador -incluso algunos historiadores pueden ver al conjunto de los linajistas como expresiones de una incipiente conciencia brasileña-, cada una de esas perspectivas resultaba ajena para la otra: la de Pedro Taques para Rocha Pitta, y viceversa. Era difícil, por entonces, separar vicios y virtudes. Los casos de Sao Paulo y de Minas fueron algo diferentes. Para bien o para mal, Sao Paulo contagió a Minas. Sin embargo, en Minas el sentido de exaltación fue distinto pues la región apenas llegaba a tener un siglo de existencia: Cláudio Manuel da Costa tuvo que inventar una tradición, y para ello acopló la nueva y poco sedimentada capitanía a la historia más antigua de Sao Paulo. Las hazañas de los bandeirantes y la antigüedad del poblamiento paulista sirvieron de antídoto para el rápido y tormentoso proceso de ocupación del territorio de Minas. Al juzgar de manera positiva a los paulistas, se soterraban las descalificaciones que desde un comienzo habían incidido sobre los habitantes de Minas. De esta manera se levantaban las bases del orgullo paulista, que fue la fuente inspiradora en la construcción de toda una historiografía. El regionalismo ufano fue la respuesta ideológica a la generalización de las descalificaciones o, por lo menos, a las ambigüedades. Como buena ideología, pulió las contradicciones inherentes al papel histórico de los paulistas y puso de relieve, separándolas, las virtudes que hasta entonces siempre se habían mostrado junto a los vicios.
LITERATURA Y CONCIENCIA DE LA ESPECIFICIDAD
Durante las guerras contra los holandeses (1642-1654), que fueron decisivas para su expulsión de las tierras del Nordeste, comenzó a aflorar entre los habitantes de la colonia, si bien de manera intermitente, algo semejante a una conciencia de la diferencia o de la especificidad de la condición colonial (Mello, 1986; Schwartz, 2003: 217-271). En los dos primeros siglos de la colonización, el territorio tuvo dos denominaciones que se alternaron según el contexto: Terra de Santa Cruz y Brasil (Souza, 2002: 61-86). Si bien terminó por imponerse la segunda, surgida en el ámbito del comercio de
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larga distancia del siglo XVI, hubo un interregno en el que los letrados pertenecientes a las academias de Bahía del siglo XVIII fortalecieron, incluso por medio de recursos historiográficos, la idea de que el territorio constituía una América portuguesa (Kantor, 2004). Aún no se ha estudiado la relación entre los diferentes nombres del territorio y el porqué acerca del uso de cada uno de ellos, ni cómo surgió paulatinamente el sentimiento de pertenecer a una esfera específica,distinta de la europea y que, en ellímite,podría tornarse incompatible con ella.Sinembargo, es posible afirmar que la conciencia de esa especificidad creció a lo largo del siglo XVIlI, y que ello también tuvo sus manifestaciones literarias. En relación con esta cuestión, resulta necesario retomar una de las ideas centrales que Antonio Candido plantea en Formariioda literatura brasileira: en la segunda mitad del siglo XVIII, el arcadismo constituyó un momento privilegiado porque proporcionó el espacio en el que los hombres de letras pudieron expresar, en un contexto nuevo y específico, la tensión entre primitivismo y civilización (Candido, 2006b: 41-73). Poetas como Cláudio Manuel da Costa y Tomás Antonio Conzaga. nacidos ---como el primeroo residentes -como el segundo- en la capitanía de Minas Gerais, tradujeron esa tensión a buena parte de su obra. Cláudio Manuel da Costa fue particularmente sensible a la naturaleza montañosa de su tierra natal, y vivió dividido entre el deseo de ser europeo y un sentimiento más profundo que lo ataba a Minas. En los versos siguientes es posible ver tanto esa sensibilidad hacia el paisaje corno su personalidad fraccionada. En el primer caso:
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Como también mostró Antonio Candido, el arcadismo, marcado por el mito de la edad de oro, hizo que en la colonia el "interés por la armonía o la desarmonía de la naturaleza" se sumase -o diese lugar- al "interés por la armonía o la desarmonía del universo social" (Candido, 2006b: 67). Hijo de padre "brasileño", pero nacido en el Reino, Tomás Antonio Gonzaga se mostró más sensible respecto del tejido social que del medio físico de la región minera. Crítico de la sociedad de arribistas que en muy breve tiempo se había formado en la región -las minas fueron descubiertas en 1694 y, en el último cuarto del siglo XVIII, este estado ya contaba con casi 380.000 habitantes-, Gonzaga opuso en un poema el cálculo mezquino del avaro y la actividad aleatoria, aventurera, de la minería, a las faenas del espíritu, sugiriendo que éstas no podrían florecer en aquel suelo:
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Beije pois torpe avarento As arcas de barras cheias; Eu nao beijo os vis tesauros ... (Gonzaga, s/f: 34-3S).>t Pero fue en las Cartaschilenas -cuya autoría se ha establecido con bastante seguridad- donde Tomás Antonio Gonzaga profundizó la crítica a la sociedad minera de su época, a pesar de que los estudiosos de hoy destaquen de ellas su carácter conservador (Furtado, 1997), el que de hecho existe, como puede percibirse en sus consideraciones sobre el supervisor de las obras de la prisión que se construyó en Vila Rica en la década de 1780: Preza-se de fidalgo, e nao se lembra, Que seu pai foi um pobre, que vivia De cobrar dos contratos os dinheiros, De que ficou devendo grandes somas, Sinal de que ele foi um bom velhaco (Gonzaga, '995: 98)."
Destes penhascos fez a natureza O berco cm que nasci! oh quem cuidara, Que entre penhas tao duras se criara Urna alma terna, um peito sem dureza! (Costa, 1903: 151).* y en el segundo:
Torno a ver-vos, ó montes; o destino Aqui me torna a por nestes oiteiros; Onde um tempo os gabóes deixei grosseiros Pelo Traje da Corte rico, e fino (Costa, '903: 133)."
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[¡De estos peñascos hizo la naturaleza/la cuna en que nací! [Oh, quién cuidara, que entre rocas tan duras se criara/ un alma tierna, un pecho sin durezal] ** [Vuelvo a veros, oh montes; el destino/ me trae de regreso a estos oteros;! donde un tiempo los gabanes dejé groseros/ por el traje de la Corte rico y fino.]
Pero Gonzaga también fue capaz de indignarse con el sufrimiento de los desfavorecidos, como manifestó en su retrato de los presos: Passam, prezado amigo, de quinhentos Os presos, que se ajuntam na cadeia.
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[Bese, pues, el torpe avaro! las arcas de lingotes llenas;/ no beso yo viles tesoros ... ] [Se precia de hidalgo, y no recuerda! que su padre fue un pobre, que vivía! de cobrar de los contratos los dineros.z que quedó debiendo grandes sumas.z señal de que fuera un buen bellaco.]
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Uns dormem encolhidos sobre aterra, Mal cobertos dos trapos, que molharam De dia no trabalho: os outros ficam Ainda mal sentados, e descansam As pesadas cabecas sobre os bracos Em cima dos joclhos encruzados (Gonzaga. 1995: 103).* Nacido en Río de laneiro, Inácio José de Alvarenga Peixoto, otro poeta arcade, pasó parte de su vida en Minas, y fue, como Da Costa y Gonzaga, incriminado en la Inconfidencia mineira (1789). A pesar de que su arte no alcanzó el nivel de los otros dos compañeros, uno de sus poemas posee grandes cualidades: el Canto Genetíiaco, ya mencionado por su carácter encomiástico. pero cuya mayor importancia radica en que revela una comprensión rigurosa de los mecanismos de la explotación colonial, traspasando, en este sentido, los límites del reformismo ilustrado. Alvarenga ve la relación entre el centro y la periferia del sistema en términos complementarios: las bellas obras de la cultura europea -"corintios palacios", "dóricos templos", "jónicos altares"> se realizan gracias a los lenhos duros, filhos desses sertóes feios e escures r... [. ** y el respeto que Europa rendía tanto a la monarquía portuguesa como a su poderío económico se debe sobre todo a las colonias, en particular a Minas, "tierra bárbara, pero bendecida", que hombres de razas diversas se esfuerzan para hacerlas rendir:
Eles mudam aos rios as eorrentes, rasgam as scrras, tendo sempre armados da pesada alavanca e duro malho os fortes bracos feitos ao trabalho (Lapa, 1960: 33-38).H*
[Pasan, preciado amigo, de a quinientos/ los presos, que se juntan en la circcl.z Unos duermen encogidos en la ttcrra.z mal cubiertos con los trapos, que mojaran/ de día en el trabajo; los otros,! todavía mal sentados, descansan/ las pesadas cabezas en los brazos/ sobre sus rodillas cruzadas.] [leños duros,! hijos de esos sertones feos y oscuros ... ] ¡Ellos cambian de los ríos las corrientes,/ rasgan las sierras, y tienen siempre armados/ con la pesada palanca y el duro mazo/los fuertes brazos hechos al trabajo.]
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Durante el siglo XVIII, la literatura fue un vehículo importante para la expresión de la conciencia de que los habitantes de América se iban tornando sustancialmente diferentes de los del reino, quienes vivían en la metrópolis de un imperio del que se consideraban sus señores y,por ello, mejores que todos los demás súbditos. Entre 1789 y 1798,en el contexto de las revoluciones burguesas que sacudieron a tantos pueblos a ambos lados del Atlántico, en la América portuguesa se produjeron tres movimientos, considerados entonces como Inconfidencias, en los que el sentimiento de la particularidad americana -en este caso, un sentimiento regionalizado que se expresó en Minas Gerais (1789), en Río de [aneiro (1794) yen Bahía (1798)- ganó cuerpo en los escritos, en las discusiones y, en grados variables, en la rebeldía de varios letrados importantes. Si bien no se va a evaluar aquí la radicalidad de esos movimientos, hay que señalar que, a la luz de los estudios más recientes, parecería cada vez más evidente que entre aquellos hombres eran pocos -si es que hubo alguno- los que pensaban verdaderamente en la ruptura con Portugal. Más bien, pretendían una participación mayor y más efectiva en los cuadros de la administración americana, así como en la representación -según el modelo norteamericano- en los organismos que dirigían el imperio desde Lisboa. Entre 1789 y 1808,pensaron, con certeza, que el Brasil debería ser el gran socio de Portugal en la constitución de un imperio lusobrasileño. En 1808, la llegada de la corte provocó grandes cambios. Las naves que traían a la familia real también trajeron los cofres que contenían la mayor parte de la documentación burocrática esencial para el gobierno del imperio, las máquinas para la puesta en marcha de la Imprenta Regia, los libros que dieron origen a la Biblioteca Nacional, que aún hoy continúa existiendo. Los Braganza no trajeron consigo los cursos de enseñanza superior, que sólo fueron creados en el siglo XIX, pero, en cuanto al resto, estaban dados todos los elementos para que el espacio público se ampliase y surgiese un nuevo tipo de "intelectual", como el periodista Hipólito José da Costa, que pasó buena parte de su vida escribiendo desde Londres pero contó con el apoyo de sectores de la monarquía: un intelectual más activo, más comprometido, más radical. Pero si bien fue mucho lo que cambió, no cambió todo, y ello ni siquiera hubiese sido posible. Los hombres de letras aún permanecieron por más de un siglo aferrados al orden, a las convenciones, a las élites de las que todos habían salido. Estas breves consideraciones sobre el letrado lusoamericano, o lusobrasilcño de los tiempos coloniales también pretenden constituir un aporte para profundizar, en una claveeminentemente histórica, la reflexión acerca
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del complejo papel del intelectual en la sociedad brasileña. Parte de lo que hoy somos, con nuestras cualidades y con nuestros muchos defectos, viene, al parecer, de muy lejos.
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11 Élites culturales y patriotismo criollo: prensa y sociedades intelectuales
El letrado patriota: los hombres de letras hispanoamericanos en la encrucijada del colapso del imperio español en América Jorge Myers
DEFINICIONES HISTÓRICAS: PATRIOTAS y LETRADOS
Entre la década de 1780 -cuando la independencia norteamericana, primero, y la Revolución Francesa, luego. conmovieron los cimientos del antiguo régimen europeo y transatlántico- y la de 1820, cuando el derrumbe definitivo de esa monarquía en suelo americano transformó súbitamente el entorno institucional y político en cuyo interior ellos debían actuar, los escritores públicos hispanoamericanos, hasta ese momento enmarcados dentro de las instituciones culturales y académicas del imperio español, y constituidos en un estamento colocado al servicio de la monarquía y de sus representantes en América, experimentaron una transformación profunda en su situación y en sus atributos. Esa transformación dio origen a una categoría particular de escritor público: el letrado patriota. Obligados a pronunciarse acerca del futuro rumbo de sus respectivas tierras de origen -es decir, de sus patrias- como consecuencia de la profunda crisis generada en la monarquía española por la invasión napoleónica y la doble revolución que siguió en su estela -la de los constitucionalistas de Cádiz y la de las insurgencias autonomistas y republicanas en suelo americano-e, los letrados se vieron arrojados hacia una situación inédita que los obligó a asumir la compleja tarea de actuar con cierta autonomía (relativa y sujeta a distintas intervenciones represivas) frente a los poderes públicos y a convertirse en artífices -más aun que en voceros- de las nuevas identidades regionales que comenzaban a surgir de las ruinas del imperio caído. El proceso mediante el cual surgió esta nueva figura de escritor público fue sumamente complejo y atravesó al menos tres etapas: la de los primeros defensores de las cualidades positivas de los americanos frente a la crítica o el desprecio peninsular -entre los cuales descollaron como grupo los jesuitas expulsados del continente americano-, la de los llamados "precursores",
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quienes en el contexto ambivalente y de incierto porvenir que se abrió con los comienzos de la crisis del antiguo régimen defendieron primero la igualdad de los derechos de los súbditos hispanoamericanos del rey frente a los de sus súbditos peninsulares, para luego convertirse en los primeros voceros -aislados y de escaso impacto político- de una posible renegociación del pacto de dominación colonial-cuyas alternativas iban desde una mayor participación en las decisiones imperiales hasta la independencia plena-, hasta desembocar finalmente en la novedosa figura de los letrados al servicio del nuevo régimen, cuyo estatuto en relación con los nuevos poderes se habría visto sustancialmente modificado en el sentido de una mayor autonomía de maniobra (sin que los complejos lazos de subordinación a los mismos hubieran sido enteramente desatados). El elemento común a los tres momentos de este proceso fue la constitución del escritor letrado en un "intelectual" cuya tarea se definía primordialmente por su calidad de "vocero" de lo que percibía como los intereses de su patria natal. Si se examina cuidadosamente la trayectoria de una selección representativa de estos "patriotas letrados", una conclusión que emerge con gran fuerza es que fue el cambiante contexto político y sociocultural -con sus amenazas, sus presiones y también sus oportunidades- el que determinó su transformación en patriotas) y no el marco ideológico específico con el que ellos pudieron haberse identificado de antemano. Esta observación no implica que las opciones ideológicas les hayan sido indiferentes ni que lo hayan sido en relación con las consecuencias de su accionar -ellas sin duda ejercieron un papel central-, sino que su condición de "patriotas" surgió independientemente de aquellas opciones. Más bien, esas opciones surgieron como parte de la necesidad de negociar su posicionamiento en el interior de un panorama marcado por cambios vertiginosos y de resultados inciertos. Cada uno de estos escritores, con los mayores o menores recursos culturales que pudo haber obtenido de su formación bajo la colonia, debió definir su identidad ideológica en el marco de un universo sociocultural y político cuyos contornos se habían vuelto de pronto imprevisibles y ambiguos. Algunos, como los jesuitas que escribieron las primeras historias reivindicativas del pasado americano -precolombino y/o colonial-, por ejemplo el novohispano Francisco Javier Clavijero (1731-1787, exiliado en Italia en 1767), o el abate chileno luan Malina (1740-1829), articularon una descripción y la defensa de sus patrias de origen utilizando exclusivamente las herramientas intelectuales que les ofrecía la herencia intelectual católica -marcada en el caso de los jesuitas por una fuerte inflexión filosófica neoescolástica o suarista, y por una tradición de estudios históricos y filológicos moldeada en los cánones de la temprana moderni-
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dad-o Otros. de aquella primera generación pero cuya obra fue elaborada en un período algo posterior, como el también jesuita Juan Pablo Viscardo y Gnzmán (1748-1798) -pernano de origen y autor de la célebre Carta a los hispanoamericanos publicada por el venezolano Francisco de Miranda (1750-1816) por primera vez -en francés- en 1799, lo hicieron empleando un lenguaje y un sistema de referencias intelectuales que hundían sus raíces en la ilustración, razón por la cual David Brading lo ha apodado "un patriota criollo y un philosophe". Entre los llamados "precursores", muchos de los cuales comenzaron su carrera pública corno parte de la segunda carnada de letrados patriotas antes mencionada y la concluyeron entre los iniciadores de la tercera, primó un clima de ideas fuertemente marcado por la ilustración y por los debates desencadenados por la Revolución Francesa y sus repercusiones europeas: sin embargo, también entre este grupo aparecen figuras como el mexicano Fray Servando Teresa de Mier (1763-1827), cuya formación académica inicial no se diferenció demasiado de la que pudo haber recibido cnalqnier letrado del "Siglo de Oro" o del barroco maduro hispanoamericano. En el caso de este último letrado, su primer contacto sistemático con el cuerpo de ideas emanadas de la ilustración dieciochesca recién tuvo lugar durante su exilio en Filadelfia en la década de 1820, cuando ya hacía muchos años que se había convertido en uno de los principales defensores letrados de la insurgencia mexicana e hispanoamericana. Finalmente, si las opciones por una u otra filiación ideológica.se volvieron más complejas luego de 181011812, mientras que la relación entre los propósitos perseguidos a priori por los letrados, los escritores públicos, y su preferencia por uno u otro sistema doctrinario -un republicanismo de raíz rousseauniana o un liberalismo inspirado en las doctrinas de Benjamin Constant, una consustanciación con la tradición constitucionalista de Cádiz o con el federalismo de raigambre norteamericana- se volvía más directa, más estrecha, no por ello dejaron de estar en gran medida determinadas -opciones y relaciones- por su posición específica en el marco del nuevo sistema de alianzas y de enfrentamientos a que la revolución había dado lugar. Si bien hubo algunos letrados -corno regla general una minoría, integrada en muchos casos por aquellos, como Mariano Moreno (1778isu), que quedaron excluidos de un rol público en un momento temprano de la revolución- que se mantuvieron "fieles" a los principios que inicialmente habían sostenido, la tendencia más general fue hacia cierto pragmatismo, cierta labilidad doctrinaria. Los cambios bruscos de posición ideológica, el eclecticismo conceptual, la ambivalencia discursiva, fueron la marca dominante aun entre los miembros de la tercera camada de patriotas letrados. Trayectorias como las de Simón Bolívar (1783-1830),
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Andrés Bello (1781-1865), Vicente Rocafuerte (1783-1847), el padre Félix Varela (1788-1853), o (para tomar el ejemplo de un intelectual cuya trayec-
toria corresponde al cierre del ciclo más que a su inicio) el padre JoséMaría Luis Mora (1794-1850) estuvieron marcadas por constantes virajes ideológico-políticos en función de su relación concreta -en términos de su posicionamiento en elinterior de un campo de fuerzas en pugna- con la cambiante realidad política y en función también de la interpretación que ellos hacían de la misma. Cabe subrayar además que si no todos los publicistas que contribuyeron a redefinir la función intelectual del escritor público mediante su identificación con un ideal "patrio" fueron ilustrados ni emplearon herramientas intelectuales que hoy asociamos con una tradición "moderna" de discusión, tampoco todos los intelectuales hispanoamericanos ilustrados pueden ser considerados ni "precursores" ni "letrados patriotas", como con frecuencia ha ocurrido, sobre todo en la historiografía previa a los años ochenta. Un hombre político, un funcionario, fuertemente identificado con las ideas de la ilustración, como luan Pablo de Olavide (1725-1803),
aristócrata peruano al servicio del rey, difícilmente puede ser considerado un publicista "patriota", y ello a pesar de su ruptura con la monarquía y su alineamiento con la Revolución Francesa luego de haber sido condenado por la Inquisición española como hereje. Aunque el elenco de "patriotas letrados" es vasto -por sólo mencionar algunos autores, además de los ya referidos, están, entre otros, el venezolano Simón Rodríguez (1771-1854), el argentino Manuel Belgrano (17701820), el chileno Juan de Egaña (1768-1836), el peruano/argentino Bernardino Monteagudo (1785-1825), el "oriental" Dámaso de Larrañaga (1771-1848,
consejero durante un tiempo del caudillo José Gervasio de Artigas), el altoperuano Vicente Pazos "Kanki'' (1779-¿1851?), el colombiano Francisco de Paula Santander (1792-1840), los centroamericanos José Cecilia del Valle (1776-1834) y Antonio José Irisarri (1786-1868), o los mexicanos Andrés Quintana Róo (1787-1851), Manuel Crescencio Rejón (1799-1849), Lorenzo de Zavala (1788-1836), Carlos María de Bustamante (1774-1848), entre muchí-
simos otros-, este trabajo se organiza alrededor de un reducido número de figuras, todas ellas emblemáticas de las distintas trayectorias posibles que pudo haber seguido la carrera de un "letrado" entre 1780 y 1820: Fray Servando Teresa de Mier, Vicente Rocafuerte, Mariano Moreno, y el "precursor" neogranadino, Antonio Nariño (1760-1823). Han quedado excluídos de esta exposición los "letrados patriotas" de la primera etapa por el hecho de que la problemática que suscitan implicaría la necesidad de un trabajo más largo y complejo de lo que las dimensiones de este libro per-
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mitirían. También han sido excluidos de este texto los tres principales "patriotas letrados" de Venezuela -Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Andrés Bello- en función de consideraciones semejantes: la complejidad de su trayectoria política e intelectual haría demasiado extenso y complejo un texto que aspira a la síntesis expositiva -y ésta es también la razón por la que no aparecen otras importantes figuras rioplatenses, mexicanas o chilenas-o Cada uno de los tres patriotas venezolanos ostenta una carrera tan amplia y de significados y repercusiones tan complejos que ofrecerles menos que un libro sería una injusticia póstuma.
UN PRECURSOR: ANTONIO NARIÑO y LA CAMBIANTE DEFINTCIÓN DE LA IDENTIDAD DE LOS ESPAÑOLES AMERICANOS
Nacido en el seno de una familia de los sectores menos pudientes de la élite de Nueva Granada, Antonio Nariño hizo una carrera meteórica en la burocracia colonial de aquel virreinato: en 1789, a los 29 años, fue nombrado tesorero real del virreinato por el virrey Ezpeleta (1789-1797), un funcionario vinculado al sector "ilustrado', y con quien en un primer momento Nariño mantuvo una estrecha relación. Casi al mismo tiempo se le encomendó el lucrativo puesto de director del estanco de quinina. Simultáneamente con sus tareas de funcionario público participó activamente en la incipiente transformación de los espacios de sociabilidad intelectual. En un momento en que los ámbitos de sociabilidad más tradicionales, como la universidad y las academias, comenzaban a perder algo de la centralidad que habían ostentado en épocas anteriores, Nariño ejerció un rol directo en la creación de "tertulias ilustradas", es decir, centros de reunión ubicados en casas particulares de miembros de la élite letrada donde se discutía la producción intelectual europea e hispanoamericana, y sobre todo aquélla vinculada con el movimiento de la ilustración. La "tertulia del Casino", por ejemplo, fundada en su casa en 1789, revistió un carácter público. Otras tertulias públicas, como aquélla denominada por los contemporáneos la "tertulia Eutropélica"; en cuyas reuniones participó el célebre botánico José Celestino Mutis, llegaron a editar periódicos: uno de los primeros periódicos neogranadinos, el Papel Periódico, una publicación de difusión del pensamiento ilustrado, pasó a ser editado por esa tertulia a partir de su número 86 (1793). Junto a las tertulias abiertas al público
letrado en general, comenzaron a surgir en esa misma época -a veces en relación con la expansión del movimiento masónico, a veces como centros
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de conspiración inspirados en las propuestas de las revoluciones norteamericana y francesa- tertulias o asociaciones clandestinas, como la "tertulia del Santuario", formada por el círculo áulico de la tertulia del Casino. Miembros de ambas tertulias -Ia pública y la secreta- habrían fundado en algún momento entre 1789 y 1793 una agrupación con fuertes tintes masónicos, "el Arcano Sublime de la Filantropía". En sus reuniones, además de Nariño y otros ilustrados neogranadinos, estuvo presente un francés que más tarde sería acusado de conspirar contra el régimen establecido, Luis de Rieux. Fue en el contexto de esta emergencia de nuevos patrones de sociabilidad intelectual que Nariño tomó la decisión de publicar en 1793 una traducción al español de Losderechos del hombre y del ciudadano promulgados por la Asamblea Nacional Francesa, una iniciativa que marcaría el futuro rumbo del hasta entonces relativamente exitoso burócrata colonial. Según ciertas versiones en que se amparó la posterior acusación al funcionario, se habrían publicado 400 ejemplares. Según versiones favorables a la defensa de Nariño, se habrían destruido todos los ejemplares excepto uno antes de entrar en circulación, o sólo se habría llegado a imprimir un ejemplar antes de que las autoridades decidieran intervenir. Nariño fue inmediatamente colocado bajo prisión preventiva mientras avanzaba su proceso, con lo que comenzó un peregrinaje por distintas prisiones y confinamientos, marca común en la trayectoria vital de gran parte de los "letrados patriotas" activos en los años de la crisis y del derrumbe del imperio español. Recién en 1795 pudo presentar su defensa, un alegato redactado por él, y que constituye el primer escrito político importante del futuro presidente de Cundinamarca. Más importante que el gesto -hasta el presente muy debatido en cuanto a su intencionalidad última- de publicar un texto que, aunque mal visto por las autoridades españolas, ya había conocido traducciones públicas previas en periódicos de la Península, fue la argumentación desarrollada en su defensa. Allí emerge con toda claridad que la condición identitaria que Nariño reconocía como propia era la de súbdito del monarca español y por ende de ciudadano del imperio. Acerca de su publicación, objeto del proceso a que fuera sometido, alegó lo siguiente (Nariño, 1946: 40):
res un] papel que nada contiene, que ya no esté impreso y publicado en esta corte, donde se han impreso y publicado otros infinitamente peores, y todos corren libremente por el espacio inmenso de la monarquía. Vuestra Alteza se dignará comparar, juzgar y decidir si a la vista de los papeles que corren en la Nación, será un delito la publicación delos Dereehasdel hombre. Y si yo, por haberlo sólo querido publicar, hab" mere·
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ciclo la dilatada prisión que ha cerca de once meses que estoy padeciendo, y los infinitos daños que he sufrido en mis intereses, en mi familia, en mi salud, mi honor, cuando los autores y redactores de semejantes escritos se hallan libres de tantas calamidades que a mí me afligen, quizá con aceptación y fortuna por haberlos publicado. Uno es el piadoso Monarca que a todos nos gobierna; unos mismos somos todos sus vasallos; unas son sus justas leyes; ellas no distinguen el premio ni el castigo a los que nacen a los cuatro grados y medio de latitud, de los que nacen en los cuarenta: abrazan toda la extensión de la monarquía, y su influencia benéfica debe comprender igualmente a toda la Nación l...]. Es decir que en 1795, antes que considerarse a sí mismo un precursor de la independencia -a diferencia de otros autores, corno Miranda o Viscardo, que por esos mismos años ya comenzaban a enunciar públicamente esa posibilidad-, se veía como un defensor de la igualdad de los derechos de los súbditos españoles de ambos lados del Atlántico. La"nación" a que pertenecía era la "nación española", es decir el imperio. El otro argumento de cierta densidad que contenía ese escrito, de menor importancia desde la perspectiva que aquí se desea explorar, aunque sin duda un indicio claro del punto de partida de su periplo ideológico de los años posteriores, fue su afirmación de que no había nada que la Declaración contuviera que no estuviera ya consagrado por la "benéfica" tradición legal y constitucional española. Sobre la base de este enunciado, si otro hubiera sido su destino concreto podría haber desembocado a110s más tarde en una posición próxima a la de los constitucionalistas de las Cortes de Cádiz, Sin embargo, considerando sin fundamento los argumentos que el reo esgrimiera en su defensa, fue hallado culpable por el tribunal que lo juzgaba de sedición, traición y rebeldía contra el gobierno y sentenciado a la confiscación de todos sus bienes, a un exilio perpetuo de Nueva Granada ya prisión perpetua en un presidio del Viejo Mundo. Su abogado defensor, Ricaurte, también fue condenado, por supuesta complicidad con su defendido, a diez años de prisión, durante cuyo transcurso falleció. Trasladado en 1796 a España, donde debía purgar su pena en el presidio de Cádiz -entonces considerado uno de los más arduos-, Nariño logró escapar del buque que lo conducía al llegar éste a puerto, y se dirigió a Madrid, donde peticionó directamente al monarca -Carlos IV (1788-1808)- para que le permitiera ser juzgado por el propio Consejo de Indias. Godoy, el favorito del rey, desaconsejó tal medida por imprudente. Desahuciado de toda esperanza en España, huyó a la Francia republicana, y llegó a París en julio de 1796. Permaneció en Prancia hasta mediados de 1797, con via-
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jes intermitentes a Gran Bretaña. En París mantuvo contactos con un miembro importante del Directorio, Tallien, a través de la amante de éste, Teresa Cabarrús, aristócrata española. Regresó de incógnito a Nueva Granada a mediados de 1797 con la intención de fomentar una rebelión -convertido por la fuerza de su propia circunstancia en "precursor" de la independencia-, pero al poco tiempo perdió toda esperanza de éxito -claro indicio del aislamiento social de los "precursores" en los años anteriores al colapso de 1808- y se vio obligado a entregarse a las autoridades el 19 de julio de ese mismo año. En prisión en Nueva Granada desde 1797 hasta 1803, fue puesto en libertad condicional por razones de salud durante ese último año. Entre 1803 y 1807 libró una batalla judicial para lograr que al menos una parte de sus bienes confiscados le fueran restituidos. Sin embargo, en 1809 fue arrestado nuevamente por estar implicado en la creación en agosto de ese año de la Junta de Quito. Condenado a muerte, permaneció en prisión bajo condiciones extremas hasta mayo de 1810. Puesto en libertad una vez más por motivo de su salud (aunque en este caso también pesara la in~ertidumbre creciente acerca de la situación política del virreinato), se declaró partidario abierto de la creación de la Junta de Gobierno en Santa Fe de Bogotá el 20 de julio de 1810. Durante sus años en prisión había producido varios escritos con propuestas concretas de reformas económicas y políticas (sólo publicados más tarde), y ahora se unió a la emergente falange de periodistas políticos que proliferaron al amparo de una mayor libertad de prensa. A partir de 1810 comenzaba la etapa más activa de su vida como letrado y como político. Dedicado a recuperar su salud y sus bienes entre diciembre de 1810 y julio de 1811, fundó entonces La Bagatela, un semanario que duró 38 números, hasta su cierre en abril de 1812. De tendencia antifederalista, utilizó su periódico para colocarse a la cabeza de la oposición al primer presidente de Cundinamarca, Jorge Tadeo Lozano. A partir de su primer número, La Bagatela insistió en la necesidad de una inmediata declaración de la independencia, prédica que contribuyó a la realización efectiva de la declaración de independencia del 20 de julio de 1813, cuando ya el propio Nariño era presidente de Cundinamarca -una de las soberanías políticas que emergieron del colapso del Virreinato de Nueva Granada (otras fueron, del lado patriota, las Provincias Unidas, la efímera República de Cartagena y la igualmente efimera de Tunja, mientras que del lado realista otro conjunto importante de provincias se mantuvo leal al virrey, entre ellas Pasto y Panamá)-. En un clima de lucha política crecientemente facciosa y marcada por las tensiones generadas por la emergencia de la guerra entre «patriotas" y "leales", por un lado, y entre los propios "patriotas",
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por otro lado, su periódico defendió la creación de un fuerte poder central emanado de un sufragio masculino lo más amplio posible -sostuvo que uno de los propósitos de la revolución había sido que hasta los artesanos y los zapateros pudieran votar como ciudadanos- y apoyado en una amplia libertad de prensa. Otros periódicos que también contribuyeron a crear el nuevo espacio sistémico de debate público y de lucha de ideas entre los letrados fueron el Diario Político, también centralista y editado en Bogotá, cuyos directores fueron Joaquín Camacho y Francisco José de Caldas -otra figura descollante entre la élite ilustrada de los últimos años del virreinato- (46 números aparecieron entre el 27 de agosto de 1810 y el 10 de febrero de 1811), y el periódico ElArgos, de tendencia federalista y editado en Cartagena. Como resultado de su prédica periodística, el 19 de septiembre de 1811 Antonio Nariño se convirtió en el segundo presidente de Cundinarnarca, puesto que ocupó hasta 1814. En 1812 recibió poderes dictatoriales otorgados por la Legislatura para hacer frente a la amenaza simultánea de los secesionistas de la Confederación de Tunja y de los realistas que aún controlaban importantes zonas del territorio neogranadino. En 1813, se convirtió en general en jefe del ejército de Cundinamarca, a cuya cabeza marchó contra los realistas. Luego de una larga y desastrosa campaña militar, el ahora general Nariño debió rendirse, Yvolvió a prisión el 14 de mayo de 1814. Luego de una serie de prisiones en las Américas fue trasladado a la prisión de Cádiz, donde permaneció entre 1816 y 1820, cuando el gobierno liberal establecido como consecuencia del pronunciamiento de Riego lo puso en libertad. Retornado a su patria -aureolado por su fama de "precursor" y "fundador" de la patria neogranadina- fue nombrado por Simón Bolívar, quien veía en él a un político poco peligroso como rival pero de gran prestigio, vicepresidente en ejercicio de la presidencia de Nueva Granada entre 1821 y 1823. Es decir, ante la ausencia de Bolívar. entonces en campaña, se convirtió en el primer mandatario en ejercicio y en un freno para las ambiciones políticas de un enemigo del Libertador, Francisco de Paula Santander. En ese carácter, inauguró el Congreso de Cúcuta, que en 1821 redactó y promulgó la constitución de la Gran Colombia. En 1823. como consecuencia de una lucha facciosa cuyo sentido ya no atinaba a comprender plenamente, debió hacer frente a graves acusaciones acerca de su gestión, que lo llevaron nuevamente a un juicio, en el que fue absuelto, lo que le permitió asumir el cargo de senador nacional. A fines de ese año falleció.
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DE FRAILE HEREJE A DEFENSOR DE LA INDEPENDENCIA AMERICANA: FRAY SERVANDO TERESA DE MIER
Si el entorno ideológico de! que había surgido Nariño estuvo marcado casi enteramente por la circulación de las ideas de la ilustración y de los revolucionarios franceses, otro fue e! origen intelectual de uno de los principales letrados patriotas mexicanos, Fray Servando Teresa de Mier. Nacido en Monterrey, ciudad de provincia de! Virreinato de Nueva España -una marca que se repetiría en e! caso de gran parte de los líderes insurgentes-. procedía -como ha enfatizado Christopher Domínguez Michael (2O(4) en su excelente biografía de este prócer- de un linaje emparentado con la élite más encumbrada de su ciudad. Su padre, pariente lejano de una familia del mismo apellido perteneciente a la nobleza española, realizó una exitosa carrera burocrática en la propia provincia natal del futuro Fray Servando, mientras que su madre, según el hijo escritor -quien por cierto no era ajeno al arte de la fabulación-, habría sido una descendiente directa de! rey azteca, Cuauhtémoe. A los 16 años se trasladó a la ciudad de México, y allí, en 1779, ingresó en la Orden Dominicana, donde recibió una educación católica tradicional. En 1792, luego de completados sus estudios y de haber entablado relaciones estrechas con algunos círculos de la élite eclesiástica y civil, se le concedió la licencia para predicar. Consecuencia de su vertiginoso ascenso social y profesional, hasta formar parte de los sectores eclesiásticos más próximos al virrey y al arzobispo, pronunció en 1794 ante éstos y todas las corporaciones eclesiásticas y civiles el célebre Sermón que, al igual que el gesto ilustrado de Nariño, marcaría el comienzo de sus desgracias personales. Allí, enfrentado a la ortodoxia reinante en la iglesia mexicana, y apoyándose por una parte en una extraña mélange de fuentes donde aparecían desde escritos apócrifos de Santo Tomás, apóstol de la India, hasta textos de Athanasius Kircher, y por otra parte en la interpretación de toda aquella tradición heterodoxa que había sido elaborada por un oscuro personaje -Iosé Ignacio Borunda, una suerte de Menocchio mexicano de clase media-, sostuvo que el propio Santo Tomás habría sido el introductor del culto a la Virgen de Guadalupe en México -una virgen de tez oscura que pocos años después de la conquista había permitido una fusión sincrética entre el culto indígena a la diosa Tonantzín y e! católico a la Virgen María-. La reacción de las autoridades fue contundente. Se le suspendió la licencia para predicar y fue sometido a un proceso eclesiástico. Pocos meses después, en 1795, fue condenado a pena de prisión, primero en México y luego en el presidio de San Juan de UJú•. De .UI fue transportado a Cádiz, donde luego de un breve periodo de libertad con-
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dicional fue otra vez reducido a prisión, esta vez en la también notoria cárcel de Las Caldas. Permaneció preso hasta 1800. Luego de años sin que se dictara una sentencia clara en su contra, fue puesto en libertad como consecuencia de una recomendación de la Real Academia de la Historia, que consideró que si bien sus argumentos podían ser erróneos no podían ser desechados a priori, ni considerados motivo de prisión. Sin embargo, mientras se le preparaba un nuevo juicio, huyó del convento en la ciudad de Burgos donde en el ínterin había sido confinado, para pasar a residir, al igual que Nariño algunos años antes, en la Francia napoleónica, donde permaneció entre 1800 y 1802. Según su propio relato ~que muchas veces es tan poco confiable que roza lo novelesco- habría sostenido allí una disputa teológica en un templo judío, cuyo éxito fue tan fulminante que una bella, joven y muy rica mujer de aquella colectividad le habría propuesto matrimonio: desenlace que por respeto a sus votos habría rechazado terminantemente. En París conoció a Simón Rodríguez, el antiguo maestro de Bolívar, y juntos abrieron una academia para enseñar español. Su primer contacto directo con la cultura europea moderna se produjo entonces: hasta esa fecha había habitado un universo cultural conformado enteramente por las creencias y las enseñanzas del catolicismo. Para obtener recursos, tradujo el Atala de Chateaubriand, y a partir de ese momento comenzó una serie de viajes, uno de cuyos resultados fue su transformación en un letrado defensor de la independencia de los americanos. Para resumir, estuvo en 1802-1803 en Italia, donde fue secularizado. No se conoce bien el motivo de su regreso ese año a España, donde fue inmediatamente arrestado y pasó en la cárcel los años 1803-1804. Puesto en libertad, permaneció en España entre 1804 y 1805. Finalmente, en la etapa final de ese tenso interludio entre su vida de fraile y su nueva carrera de letrado patriota, entre 1805 y 1808 pasó a residir en Lisboa. Su vida propiamente política comenzó entre 180S y 1811, cuando en calidad de capellán militar decidió unirse a la guerrilla catalana que luchaba contra el invasor francés. Fue en ese contexto que, esta vez por brevísimo tiempo, fue apresado por los franceses (1809). En 1811, crecientemente identificado con la causa de la insurgencia mexicana y cada vez más enemistado con la actitud española ante el movimiento de creación de juntas en las colonias americanas, decidió trasladarse a Inglaterra, donde residió hasta 1814, y donde participó en una polémica con el liberal español José Blanco White acerca de la política seguida por los liberales españoles en relación con las Américas. Durante su temporada inglesa, terminó de redactar su primera obra de gran envergadura. publicada en 1813: la Historia de
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la revolución de Nueva España. En aquel texto -su segunda intervención pública como letrado defensor de la independencia arnericana-, luego de aludir a la grave crisis por la que atravesaba la lucha americana, procedió a defenderla con distintos argumentos, entre los cuales elmás enfático -que retomaba y actualizaba la posición de un autor muy admirado por él, Bartolomé de Las Casas- fue su señalamiento de la falta de títulos legítimos de la monarquía española a la posesión de sus territorios de América. Enfatizando que los rebeldes eran los descendientes de los indígenas despojados de sus derechos soberanos a partir de la conquista, invocó el clásico argumento humanista según el cual la conquista no genera derechos de parte del conquistador ni obligación política de parte de los conquistados. En 1814, convertido ya en una figura pública entre los emigrados hispanoamericanos, pasó brevemente a París, para luego retornar a Londres. Durante aquellos años llegó a aceptar, aunque sólo por muy breve tiempo, los argumentos del abate de Pradt en favor de la monarquía constitucional como mejor forma de gobierno para los nuevos estados americanos, y además se declaró -posición consecuente con la anterior- admiradar del sistema constitucional británico. Sin embargo, a partir de su residencia (entre 1816 y 1817) en los Estados Unidos, se convirtió lentamente -no sin reparos y con cierta vacilaciónen un republicano fervoroso. Junto con Francisco Javier Mina, uno de los líderes militares de la insurgencia mexicana (que a partir de 1816 había ingresado en una etapa de progresiva derrota), organizó y participó en una expedición militar contra el virreinato, cuyo fracaso lo precipitó una vez más hacia elinterior de una celda carcelaria. Su confinamiento duraría esta vez más de cuatro años: de 1817 a 1821. Trasladado a La Habana ese último año, pudo huir a Filadelfia,donde pasó a formar parte de la nutrida comunidad de exiliados hispanoamericanos (que en otro capítulo de esta obra estudia Rafael Rojas) que allí había fijado su residencia. Entregado a una febril carrera como publicista -en favor de la república en principio, aceptando el imperio por pragmatismo si resultaba el único modo de concretar la independencia de México- finalmente regresó en libertad a México como consecuencia del Plan de Iguala, que hizo de ese país un Estado independiente y de su autor, el general Agustín de Iturbide, emperador del mismo. En su Memoria Político-Instructiva, publicada en Filadelfia en 1821, había resumido sus argumentos en contra de la monarquía -basándose más en la iniquidad moral de los reyes bíblicos y su condena divina que en argumentos más recientes y laicos (aunque éstos, por cierto, no estaban del todo ausentes)-. Más aun, es en ese texto en el que había definido la identidad americana con la frase contundente: "todas nuestras madres
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fueron indias", A diferencia del primer Nariño, para el Mier tardío la brecha que separaba a la "nación española" de la "nación americana" era contundentemente clara e irreparable. Más por pragmatismo político que por sus principios, aceptó en 1822 reconciliarse con el régimen imperial, y se convirtió en diputado al Congreso Constituyente Mexicano. Descubierto por los agentes del emperador en plena actividad conspirativa contra éste -ya que su republicanismo no había cesado de radicalizarse luego del retorno a su patria natal-, padeció entre 1822 y 1823 su última prisión. Como consecuencia de la caída del efímero Agustín 1,pasó de la cárcel al segundo Congreso Constituyente, en calidad de diputado por Nuevo León (1823-1824).Alejadode la vida poli-
tica activa a partir de esa fecha, fue nombrado -tardía compensación por el acontecimiento que había dado inicio a su accidentada vida de perseguido político- "historiógrafo de la República mexicana" A diferencia de Nariño nunca se casó, ni quedó en sus numerosos escritos ningún indicio de atracción alguna que haya sentido por alguna mujer. En 1827, convertido en un "prócer" del nuevo régimen republicano y con un aposento permanente en el propio Palacio Presidencial -que le había sido concedido como un premio por sus esfuerzos propagandísticos en pro de la independencia y de la república- falleció en 1827·
DE ARISTÓCRATA ILUSTRADO Y DIPUTADO DE CÁDIZ A PATRIOTA HISPANOAMERICANO Y GOBERNANTE ECUATORIANO: VICENTE ROCA FUERTE
Vicente Rocafuerte nació en 1783 en el seno de uno de los clanes aristocráticos más poderosos de su ciudad natal, Guayaquil. Su padre, español de origen, había llegado a esa provincia en calidad de capitán del ejército real, donde se casó con María Josefa Tecla Rodríguez de Bejerano y Lavayén, hija de un capitán español y de una criolla emparentada con las familias aristocráticas de la región. El hermano de su madre llegó a ser elgobernador colonial de la provincia. La familia de Rocafuerte poseía haciendas productoras de caña de azúcar, tabaco y algodón y destilerías de aguardiente, y además de estar involucrada en varias empresas comerciales, era dueña de una empresa naviera. Según su propio relato, Rocafuerte se formó en un ambiente rodeado de esclavos, sirvientes y clientes familiares: una educación que, al parecer, sentía que lo preparaba para el mando. En 1793, gracias al apoyo financiero de un tío ingresó al Colegio de Nobles Ameri-
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canos en la ciudad de Granada, en España. De allí, a principios de 1800, pasó al College de Saint-Germain-en-Laye, fundado por Napoleón para la educación de la nueva nobleza imperial, donde fue condiscípulo de [éróme Bonaparte, hermano del emperador, y de otros miembros de la nueva élite imperial francesa. Durante su residencia en París, conoció además a Simón Bolívar,de quien fue un amigo de juventud. En 1805, la derrota española en la batalla de Trafalgar dejó a su familia sin medios para enviarle el dinero que financiaba sus estudios y su estadía en Europa, razón por la cual debió regresar a su Ecuador natal en 1807. Durante el curso de sus estudios, había recusado la carrera militar, para concentrarse en cambio en los estudios filosóficos, literarios y de lenguas clásicas y modernas. Heredero de la hacienda paterna "El Naranjito" se mantuvo al margen del movimiento insurgente que creó la Junta de Quito en 1809. Aunque le ofreció refugio a uno de los líderes de la misma luego de su supresión, toda su actividad de aquellos años indica que siguió formando parte del sector de la oligarquía criolla leal a las autoridades de Sevilla, primero, y de Cádiz, luego. Dedicado a sus empresas entre 1811 y 1812, viajó a Europa en ese último año por placer, y durante su estadía en España, en 1813, fue nombrado diputado por la provincia de Guayaquil en las Cortes de Cádiz (en gran medida porque el Cabildo de Guayaquil consideró que ese nombramiento suponía un importante ahorro de recursos del Estado). Sin embargo, como su itinerario lo había llevado a visitar Inglaterra -donde financió la publicación del Discurso sobre lasmitas deAmérica de otro patriota letrado americano, José Joaquín Olmedo (1780-1847), que había sido pronunciado ante esas mismas Cortes-, Suecia, Noruega, Finlandia, y finalmente Rusia, hasta 1814 no se enteró de su designación. Se integró a las Cortes -ya trasladadas a Madrid, como consecuencia de la restauración del rey Fernando VII.....: en abril de 1814 y cesó en sus funciones un mes después, como consecuencia de la restauración del régimen absolutista. Identificado, aparentemente, con el ideal liberal de la Constitución de 1812, rechazó la invitación a una audiencia con el rey,y eligió en cambio proferir el gesto simbólico de visitar a los diputados presos. Enterado de que se había emitido una orden para su captura, huyó a Francia: como aún no podía volver ni a España ni a Guayaquil decidió, tranquilamente, continuar su gira por Europa. Viajó extensamente por el sur de Francia, pasó seis meses en Roma, donde por influencia de sus contactos familiares el aún poco doctrinario liberal aceptó recibir la Orden Papal de la Espuela de Oro, lo que lo convirtió en el primer hispanoamericano del siglo XIX que alcanzó tan alto honor. Nápoles era su albergue turístico cuando se enteró de que su gesto "contestatario" había sido per-
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donado y que podría regresar, sin temor a represalias, a Guayaquil. Aprovechó su viaje de regreso para conocer La Habana y Panamá y en 1817 arribó a su ciudad natal. Entre ese año y 1819 se dedicó exclusivamente a la administración de sus negocios particulares, que prosperaron. Cuando se acercaba el ejército de Bolívar a la Audiencia de Quito, abandonó una vez más su patria, en esta ocasión para no volver hasta 1833. Como en el caso de episodios anteriores, existen múltiples evidencias que apuntalan la hipótesis de que aun en momento tan tardío de la lucha por la independencia permanecía leal a la Corona española y -liberal muy moderado- prefería un régimen monárquico a uno republicano. Fue recién a partir del estallido del segundo levantamiento liberal en España, esta vez en contra del propio Rey Deseado, cuando comenzó la verdadera carrera política de Rocafuerte. Residente en Cuba en ese rnomento, se relacionó con una sociedad secreta de patriotas cubanos. A partir de entonces sus tomas de posición se volverían más contundentes, y con el tiempo fue deslizándose hacia posiciones cada vez más reñidas con el liberalismo gaditano que había constituido su marco político-ideológico original. La fuerza de las cambiantes circunstancias políticas y las presiones a las que ellas lo sometieron lo obligaron a desplegar sus -amplios~ recursos culturales, puestos al servicio de la propaganda revolucionaria. En Cuba, regida ahora según los términos de la Constitución de 1812, que restablecía la libertad de prensa, Rocafuerte emergió por primera vez como un escritor público y participó intensamente en el debate político que se inició entonces. Su posición en el interior de ese campo de discusión era la de un defensor acendrado del régimen constitucional vigente y la de un enemigo igualmente acérrimo de la independencia. Según Rocafuerte, la lucha en Cuba no debía plantearse entre españoles y americanos, sino entre los defensores del orden constitucional y los defensores del absolutismo. Como consecuencia de su actuación pública, las sociedades secretas de La Habana, en comunicación con sus pares de Caracas, propusieron a Vicente Rocafuerte cuando Bolívar solicitó a sus aliados políticos en Caracas y en La Habana que buscaran a una persona idónea para entablar una negociación diplomática con el nuevo gobierno español, con la intención de obtener un reconocimiento a la independencia de la Gran Colombia y un pronto fin de la guerra. En esa decisión tuvo un peso fundamental su simultánea amistad con Bolívar, por un lado, y con muchos de los diputados españoles a las nuevas cortes, por otro lado. A mediados de 1820 publicó en la prensa española diversos artículos urgiendo un pronto acuerdo: como consecuencia de la indiferencia o de la hostilidad de los diputados liberales y convencido de que -fruto de la lucha facciosa intensa que presen-
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ciara en la capital imperial- el régimen liberal duraría poco, habría abandonado antes de finalizado el año toda esperanza de lograr su cometido. Desde ese momento se convirtió en un defensor sistemático de la independencia de América y en un enemigo de la continuidad del vínculo colonial con España. Luego de su regreso a Cuba en 1821, jamás volvería a pisar suelo español. Tras una breve estadía en la Gran Colombia motivada más por sus intereses económicos que por sus ideas políticas, aceptó el encargo que le ofreciera un grupo de mexicanos, opuestos a la creación de! régimen imperial en su país, de hacer campaña en la prensa extranjera en contra de la monarquía y a favor de la república. El contacto con los Estados Unidos -estuvo en las ciudades de Baltimore y de Filadelfia,donde estableció lazos con los exiliados hispanoamericanos allí residentes- obró sobre su ideario de un modo tan fulminante como en el caso de Mier: el republicanismo doctrinario definiría desde entonces su pensamiento político (etapa de su vida activa que RafaelRojasanaliza extensamente en su artículo incluido en este volumen). En Filadelfia publicó la primera obra de reflexión política que revestía cierta envergadura -Ensayo político: El sistema colombiano, popular, electivo y representativo, es el que más conviene a la América índependiente-, tratado en defensa del sistema republicano. Sostenía allí que la república hispanoamericana debía inspirarse en los principios norteamericanos sin por ello perder de vista su propio contexto. Además de sus referencias norteamericanas, ese texto traslucía cierto conocimiento de las obras de Montesquieu, Rousseau y Pilangieri, entre otros. Es en esa obra donde también aparece explicitada de un modo contundente la posición acerca de la identidad política de las nuevas soberanías que definió la idiosincrasia de su propio patriotismo letrado: "la patria es América': Como enfatizó Jaime Rodríguez O. (1975) en su importante estudio sobre este letrado y político, el rasgo distintivo del patriotismo de Rocafuerte fue su exaltado hispanoamericanismo. En sus escritos, quizá de un modo más claro aun que en la obra de Bolívar -la cual debió responder de un modo más intensamente directo a los zigzagueas y las contorsiones de su propia actuación como político y como militar-, aparecía enunciada la noción de una única patria hispanoamericana. En 1823 abandonó los Estados Unidos para dirigirse a Maracaibo, en Venezuela, con la intención de obtener apoyo gran colombiano para los partidarios de la independencia de Cuba -gestión que pronto fracasó-o De regreso ese mismo año a México, donde se naturalizó como ciudadano, aceptó en 1824 el nombramiento como encargado de negocios -el más alto cargo en ese momento- de la Legación Mexicana en Londres. En funciones diplomáticas hasta 1829, negoció el tratado de reconocimiento de la
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independencia de México por parte de Gran Bretaña y la concesión de un préstamo. Allí mantuvo vínculos con Bernardino Rivadavia, con Andrés Bello,con e!liberal gaditano exiliado José Canga Argüellesy con otros españoles e hispanoamericanos que entonces se encontraban en Londres. Además de sus actividades diplomáticas, prosiguió allí su carrera de publicista, entregando a la imprenta londinense numerosas obras en defensa de la independencia, del sistema republicano y del hispanoamericanismo. En 1830 regresó a México, país donde permanecería hasta 1833. Aliado al sector más liberal de la élite política mexicana, publicó en 1831 un Ensayo sobre la tolerancia religiosa que generó una importante polémica, y participó en una discusión pública muy áspera con el entonces ya "conservador" Lucas Alamán, político, periodista y futuro historiador de su país. Cabe señalar que al margen de su actividad como escritor político, Rocafuerte no descuidó sus negocios empresariales: en 1831 construyó uno de los primeros edificios de la capital mexicana iluminados a gas, que contaba además con un restaurante que se puso de moda. A partir de 1832, en medio de una intensa lucha facciosa, Rocafuerte comenzó a transitar por una serie de condenas a prisión intermitentes, que lo decidieron a regresar en 1833 a su patria natal. Allífue nombrado de inmediato diputado al Congreso Nacional. Como consecuencia de su apoyo a una rebelión militar en contra del primer presidente ecuatoriano, el general Juan José Flores, se convirtió al poco tiempo en gobernador rebelde. Luego de numerosas peripecias -entre las cuales aparecen breves temporadas de exilio, prisiones y aun acuerdos efímeros con el gobierno de Plores-, Rocafuerte se convirtió en el principallíder de la oposición a ese caudillo. En 1835 alcanzó la magistratura suprema de su república natal, al ser nombrado el segundo presidente constitucional (1835-1839). Alejado de la presidencia, fue ungido con el cargo de gobernador (esta vez constitucional) de su provincia natal (1839-1843). Durante el transcurso de ese mandato, se casó por primera vez (1842), con Baltasara Calderón, mujer bella (según su retrato) de 36 años, proveniente de la aristocracia de Guayaquil y su sobrina en tercer grado. Diputado al Congreso Constituyente de 1843, su enemistad con Flores provocó un exilio de dos años en Lima, donde utilizó su pluma contra el gobernante ecuatoriano. Durante sus últimos años, luego de la caída de Flores en 1845 y su muerte en 1847, ocupó diversos cargos diplomáticos y la presidencia del Senado.
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DE PROTEGIDO DEL OBISPO DE CHARCAS A TRIBUNO DE LA REVOLUCiÓN: MARIANO MORENO
Los principales datos de los que disponemos acerca de la vida de Mariano Moreno, el primer secretario de la Primera Junta de Gobierno de Buenos Aires y primer editor del periódico oficial del nuevo régimen, La Gaceta, provienen de la biografía publicada en Londres en 1812 por su propio hermano, Manuel Moreno. Como fue el caso de numerosos letrados comprometidos con la causa patriótica en Hispanoamérica, Moreno era hijo de padre español y madre criolla: Manuel Moreno Argumosa, español de origen, y Ana María Valle, hija de un importante funcionario criollo, el tesorero de las Cajas Reales en Buenos Aires. El padre, según su hijo, provenía de una familia de la ciudad de Santander, "de pobres recursos", "que subsistía de su labranza", razón por la cuál emigró a Buenos Aires en 1766. Allí, mediante sus contactos santanderinos, obtuvo en 1767el nombramiento de "escribiente" en un buque comercial, que lamentablemente naufragó en Tierra del Fuego. Luego de meses corno náufrago, pudo ser rescatado, y juró nunca más pisar un barco, promesa que habría cumplido. Obtuvo un empleo subalterno en las Cajas Reales y se casó con la hija de su superior. El primogénito de una familia de catorce hijos fue Mariano Moreno, nacido en 1778. De recursos modestos, el entorno familiar de Moreno se caracterizó por la gravedad de sus hábitos y por su respeto al estudio y a las tradiciones establecidas. Eljoven sobresalió como estudiante de primeras letras, y logró atraer desde temprana edad una mirada favorable sobre su persona por parte de los curas más ilustrados de la ciudad. Los padres. muy católicos, deseaban que su hijo siguiera la carrera eclesiástica y su frecuentación de los curas locales dio impulso a esa esperanza. Por ello, cuando el obispo San Alberto de Charcas visitó Buenos Aires, los protectores eclesiásticos locales de Moreno lograron que éste asistiera a su examen final (público y oral) en el Real Colegio de San Carlos -colegio secundario considerado entonces la máxima instancia educativa en la ciudad-o Como consecuencia, el obispo ofreció a la familia de Moreno convertirse en su protector, y financiarle los estudios en la distante ciudad universitaria de Chuquisaca, a la que se trasladó en 1799.Interrumpido el viaje por una grave enfermedad -a juzgar por los síntomas que describe Manuel Moreno, quizá se tratara del mal de Chagas-, pudo comenzar sus estudios universitarios recién en 1800, cerca de cumplir los 21 años de edad. Recibió alojamiento gratuito en la casa de un amigo del obispo, el canónigo Terrazas, y por consejo de éstos -que habían advertido la falta de vocación de Mariano Moreno- emprendió un doble curso de estudios, en teo-
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logía y en derecho (sin informarles a los padres acerca de esta última carrera). Moreno obtuvo primero el título de doctor en teología, y luego se incorporó a la Academia para el estudio del derecho, donde obtuvo el grado de bachiller pero no de doctor (pues el costo que esto implicaba era demasiado elevado). La noticia de esta decisión provocó, según su primer biógrafo, días de duelo en el hogar paterno, que se intensificaron cuando llegó la noticia de que el hijo destinado a la sotana se había casado con la hija de una viuda residente en aquella ciudad altoperuana. Rasgo de época, la esposa de Moreno tenía entonces tan sólo 14 años. Los primeros escritos de Moreno fueron redactados en el contexto de su profesión de abogado. En ellos se perfilaba ya la marca de sus lecturas ilustradas (llevadas a cabo en la biblioteca privada del obispo San Alberto, del canónigo Terrazas y en las de los conventos de la ciudad), entre las cuales, además de referencias a L'Encyclopédie, aparecían otras a obras de Voltaire, Montesquieu, Filangieri y Rousseau. Al igual que Narino y Rocafuerte -y ello a pesar de la diferencia en su respectivo origen social y en el contexto académico en el cual se formaron-,la impronta ilustrada fue decisiva en el pensamiento de Moreno. En 1802 redactó una disertación jurídica dirigida al rey, "Sobre el servicio personal de los indios en general y sobre el particular de yanaconas y mitaxios", en cuyas páginas pedía la abolición de los servicios forzados. En relación con el yanaconazgo, declaraba: "Nada debe estar más distante de un buen ciudadano que la criminal holgazanería; pero nada debe estar más lejos de un hombre libre que la coacción y fuerza a unos servicios involuntarios y privados". Su conclusión -en el latín de rigor en tales escritos- era que la introducción de ese tipo de servicio había sido lícita en su origen, pero que mudados los tiempos ahora se hacía necesaria su abolición. Llegaba a la misma conclusión en lo que se refiere a la legitimidad de la mita. Aunque tal escrito no le valió una persecución tan severa como la que padecieran Nariño o Mier algunos años antes, el ataque frontal contra uno de los principales privilegios de los mineros de Potosí, al que se sumaron una serie de conflictos con los jueces de su jurisdicción, creó un clima hostil en torno suyo, razón por la cual en 1805 decidió regresar a Buenos Aires. Los próximos seis años, de cambios vertiginosos en el imperio y en el Virreinato de Buenos Aires, lo convertirían en uno de los primeros ideólogos empeñados en definir el sentido de la "Revolución de Mayo" de 1810. Moreno -Ietrado en ambos sentidos de la palabra- se mantuvo en gran medida al margen de los acontecimientos provocados por las dos invasiones inglesas y por el derrocamiento de un virrey y el nombramiento de otro francés -aunque redactó un testimonio inconcluso acerca de las inva-
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siones que traslucía su lealtad al imperio español-o Fue sólo en 1809,Iuego de la entrada en Buenos Aires del último virrey, Baltasar Hidalgo de Cisneros, considerado por muchos un adepto al ideario de la ilustración, cuando Moreno se convirtió en un escritor público, como consecuencia de su célebre alegato en defensa del gremio de los hacendados y en contra de las pretensiones monopolistas del Consulado de Cádiz: una defensa que -cnmarcada por cierto en el contexto de la grave crisis imperial y la interrupción de las comunicaciones permanentes con España- incidió sobre la decisión del virrey de autorizar temporalmente y como medida de urgencia el libre comercio. Ese texto, armado sobre la base de fuentes ideológicas eclécticas, como fue el caso de casi todos los escritos de Moreno, defendía -citando a Adam Srnith, a Filangieri y a Iovellanos, entre otros- el derecho natural al libre comercio, por un lado, y los efectos benéficos del mismo -tanto para España cuanto para el Río de la Plata-, por otro. Redactado en septiembre de 1809,ese escrito le confirió un lugar de gran visibilidad pública en el preciso momento en que se intensificaba la actividad conspirativa en Buenos Aires, como consecuencia del derrumbe cada vez más definitivo del gobierno provisorio con sede en Sevilla. Durante 1810 participa en muchas de las reuniones de los distintos grupos que buscaban definir el rumbo futuro del virreinato, cuyo supremo mandatario perdía día tras día una nueva porción de su legitimidad. Fue así como, luego de haber participado de manera destacada en los preparativos para las "jornadas de Mayo" de 1810, fue nombrado secretario de la Primera Junta de Gobierno, y.más importante aun desde la perspectiva de su rol como escritor público, director y principal redactor del periódico oficial del nuevo gobierno, La Gaceta de Buenos Aires. En síntesis, Moreno interpretó los hechos de Mayo como una revolución -en el sentido moderno que comenzaba a adquirir ese términoque ponía fin al antiguo régimen (Halperín Donghi. 1961; Goldman, 1992). Debía imperar a partir de entonces la libertad de imprenta, debían desaparecer los rangos de nobleza y las distinciones entre las castas raciales, debían suprimirse los honores al primer magistrado del Estado, pues éste era simplemente un ciudadano más en un pueblo de ciudadanos iguales entre sí. Más aun, en su fundamental artículo sobre la "Misión del Congreso" sostenía que el rey cautivo, Fernando VII, nunca aceptaría gobernar bajo un sistema constitucional, por lo cual las provincias del Río de la Plata debían adoptar una constitución propia, y, aunque no lo decía explícitamente, sugería que debían buscar la independencia. Finalmente, en el artículo donde proponía la publicación de una traducción al castellano del Contrato social de Rousseau, que debía servir como un manual
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de ciudadanía, expresaba a la vez sus convicciones ilustradas y su razonado escepticismo acerca del posible desenlace del movimiento iniciado unos meses antes: Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones sucederán a las antiguas y después de vacilar algún tiempo entre mil incertidumbres, será tal vez nuestra suerte mudar de tiranos, sin destruir la tiranía. Progresivamente enfrentado con el presidente de la Junta, fue separado de ella en diciembre de 1810, y,nombrado ministro ante las cortes de Inglaterra y Brasil, se le encomendó una negociación con esas dos potencias en procura de su apoyo al nuevo régimen rioplatense. Para ello, partió de Buenos Aires en 1811 y en abril de ese año murió camino a su destino londinense.
CONCLUSIONES
El propósito de los perfiles biográfico-intelectuales presentados en las páginas anteriores ha sido precisar con mayor nitidez los rasgos específicos de la figura de lo que aquí hemos denominado el "letrado patriota", figura decisiva en el proceso de conformación de una nueva relación de poder entre la élite letrada y el poder político en Hispanoamérica: una nueva relación que incidiría de un modo decisivo en la futura evolución de la figura del "intelectual" en la región. De los casos examinados se desprenden las siguientes conclusiones: primero, que el rasgo principal que definió a este tipo de escritor público fue su voluntad -esumida corno regla general de un modo reticente y sólo luego de una constatación (a veces en carne propia) de la creciente crisis del orden imperial español- de convertirse en representante de la patria a la que pertenecía. Segundo, en tanto se arrogaba el derecho de representar por escrito a la patria de su pertenencia, asumía también la tarea de definir cuál era la naturaleza de esa patria. Lasalternativas eran muchas, como lo demuestran las trayectorias intelectuales esbozadas: desde una identificación profunda con la monarquía imperial como patria de todos sus ciudadanos, hasta una defensa acérrima de la ciudad y la microrregión por ella gobernada como la patria que debería convertirse en el nuevo sujeto de soberanía. Por otra parte, si los escri-
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tares públicos que adquirieron protagonismo durante los años transcurridos entre 1780 y la década de 1820 pudieron concebir que este rolles incumbía legítimamente, ello se debió precisamente a la crisis y al progresivo derrumbe de los encuadres institucionales que hasta ese momento habían servido como marco de "contención" de la actividad intelectual: es decir, del sistema general de poder que había definido un complejo entramado de espacios de sociabilidad, jerarquías y vínculos de mando y subordinación aceptados hasta ese momento como legítimos. En el contexto de esa crisis de legitimidad y de la creciente incertidumbre acerca de la diferencia entre un curso de acción lícito y otro ilícito, los escritores públicos pasaron ~de manera ardua y de ningún modo lineal, ya que ese resultado fue la consecuencia enteramente imprevista del proceso histórico general en que debió desenvolverse la intervención individual de cada uno de ellos- de ser los agentes y aliados del poder público -agentes muchas veces insumisos y aliados casi siempre incómodos- a ser actores dotados de cierto grado de autonomía propia. Durante aquel período bisagra, cuando el orden antiguo se derrumbaba y los perfiles del orden nuevo aún estaban por definirse, los escritores públicos pudieron convertirse en competidores por derecho propio con quienes tradicionalmente habían sido los encargados del poder en el mundo español-el monarca, sus ministros, los funcionarios de las burocracias civil,eclesiástica y militar-o Durante un período relativamente acotado, el capital simbólico de los especialistas en el empleo del discurso escrito se convirtió -en algunas regiones al menos, y con variaciones significativas de un momento a otro en cada región- en un capital político real, al menos en el plano de la lucha por definir los contornos del nuevo orden que tan trabajosamente comenzaba a emerger. Ese momento del "letrado patriota" no perduró, pero dejó una marca profunda en la representación que de sí mismos construyeron los escritores públicos, los publicistas, los "intelectuales" de Hispanoamérica. En la década de 1830, los hombres y las (escasas) mujeres de letras de las camadas "románticas" comenzaban ya a sentirse subordinados nuevamente ~y a veces de un modo que les parecía más brutal que bajo el antiguo régimen- a los nuevos poderes fácticos que habían consolidado (aunque más no fuera por breve temporada) su dominio en el interior de las nuevas soberanías hispanoamericanas. Sin embargo, el imaginario del letrado agente de su propio destino y del destino de su patria forjado en los años anteriores siguió ejerciendo una poderosa influencia sobre su modo de concebir el legítimo desempeño de la función intelectual.
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La introducción de la imprenta en Venezuelasuele vincularse con los complejos y contradictorios procesos que llevaron a la declaración de la independencia a principios del siglo XIX. La imagen emblemática de esa asociación es la famosa y fallida expedición a Coro realizada en 1806 por Francisco de Miranda (1750-1816). En efecto, una de las naves llevaba a bordo una imprenta que le había servido al "Precursor" para la reproducción de sus proclamas, un arma de muy amplio alcance que, desde fines del siglo XVIII, no dejará de intervenir de manera decisiva en los procesos políticos en el hoy territorio venezolano. Otras capitales coloniales habían tenido imprenta mucho antes de los movimientos independentistas. En la Capitanía General de Venezuela, sin embargo, la introducción de la imprenta, de una manera legal y a una escala considerable, está efectivamente ligada a las luchas que tuvieron lugar como consecuencia de la invasión napoleónica y su repercusión en tierras americanas. Sin embargo, sobre este punto parece indispensable matizar. Por una parte, en estas descripciones no se suele considerar el hecho de que había otras maneras de circulación de la información. Y me refiero no sólo a las formas orales, sino también a otros modos de reproducción de los escritos distintos de la imprenta. Por ejemplo, las cartas, muchas veces privadas, eran un espacio común para la difusión de noticias y la transcripción de documentos, fragmentos de libros e, incluso, de otras cartas que también transcribían pasajes de otros textos (con lo que se creaba una red de circulación difícil de calibrar en la actualidad). La copia manuscrita de varios ejemplares de un mismo texto también servía para estos fines (a veces se trataba de traducciones de obras no necesariamente prohibidas). El otro matiz se refiere al hecho de que la primera imprenta oficial, la que publica en 1808 la Gaceta de Caracas (considerada el primer impreso periódico venezolano), no puede asociarse en el momento de su
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aparición con la causa en favor de la independencia. Por el contrario, la Gaceta de Caracas surge como un esfuerzo desesperado de las autoridades coloniales por contar (con) una versión oficial de la delicada y confusa situación que se vivía en la península, cuando no sólo había que vigilar posibles movimientos contra la Corona (como la expedición de Miranda), sino encauzar la interpretación de los hechos para mantener unidos a los súbditos por lazos de fidelidad al rey. Como puede seguirse en el trabajo de Pedro Crases (1981), el redactor de esta primera época de la Gaceta de Caracas fue Andrés Bello (1781-1865), quien se mantuvo en esta función hasta su partida a Londres en la misión que emprendió junto a Bolívar en junio de 1810. De hecho, publica en los primeros meses de ese mismo año y en el mismo taller el Calendario Manual y Guía Universal de Forasteros en Venezuela para el año de 1810 (considerado el primer libro publicado en Venezuela) y, junto con Francisco Isnardi, proyecta la edición de una revista, El Lucero. (Hay muy pocos datos sobre la vida de Isnardi, se sabe que nació en Piamonte y llegó al oriente venezolano a fines del siglo XVIII; su participación en el gobierno de la Primera República produjo su detención en 1812 y su muerte en Ceuta.) A partir de estas consideraciones, creo necesario detenerme en el oficio de redactor que ejercieron Bello y los letrados que lo sucedieron en los primeros años de la Gaceta de Caracas (1808-1812). Sin embargo. quiero aclarar que no me interesaré por las "obras" que éstos produjeron como "autores", sino por la muy compleja red de intercambios de diversos tipos que plantea la labor que realizaron como redactores, aspecto que nos permitirá comprender su función como letrados más allá de las reductoras imágenes que han prevalecido en los estudios sobre el siglo XIX hispanoamericano. Supongo indispensable una indagación de este tipo pues en los estudios sobre el intelectual del siglo XIX se descuida con frecuencia una etapa que juzgo decisiva: la de la introducción de la imprenta a una escala considerable en territorios americanos. que no en vano es casi simultánea en muchos casos a los movimientos independentistas, también asociados, como se sabe, a una intensa circulación de escritos (hasta la creación de los virreinatos de Nueva Granada y del Río de la Plata, en el siglo XVIII, en la América hispánica había imprentas sólo en Perú y en Nueva España; sin embargo. en las primeras décadas del siglo XIX comienzan a abrirse talleres de impresión en distintas ciudades y se registra un incremento del número de impresos en los lugares en los que ya las había, como Buenos Aires). De qué modo estos hechos modificaron la función y e! trabajo del letrado en un momento de cambio y de fundación de un nuevo sistema político. son aspectos que aguardan por estudios detenidos.
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Al menos tres problemas difíciles aparecen cuando se intenta realizar un trabajo de este tipo. El primero se refiere a la escasez de investigaciones sobre la circulación de impresos a fines del período colonial que den cuenta de las vías de penetración y de difusión de las ideas y que no se limiten a un país particular (por lo demás, las áreas de influencia y de intercambio durante la colonia no son las mismas que se crearon después de la independencia). El segundo se relaciona con la caracterización del intelectual del siglo XIX que ha construido la crítica, pues, como ha señalado Javier Lasarte (2003: 48) sobre el "siglo XIX estrecho", si "algo predomina en las representaciones académicas sobre la post independencia es la figuración de! letrado de! XIX como un sujeto uniforme, rápidamente tipificado". La concepción que ha prevalecido es aquella que, inspirada por los estudios de Rama (1984), supone muy pocos cambios entre la colonia y el período inmediatamente posterior, lo que lleva a pensar en un letrado aislado en una amurallada "ciudad escrituraría" al servicio de! nuevo poder y, sobre todo, desligado de la ciudad "real" y oral. Por último, se encuentra la frecuente interpretación lineal y maniquea de los sucesos previos a los movimientos independentistas, que se suelen tener como antecedentes necesariamente vinculados a éstos, a partir de una división que entiende a la metrópolis como siempre tradicional, al margen de las nuevas ideas liberales, y a los americanos desde muy temprano independentistas y deslastrados de las concepciones tradicionales y coloniales (Guerra, 1994).
LA CIRCULACIÓN DE IMPRESOS A FINES DEL PERíODO COLONIAL
A pesar del interés que en los últimos años han despertado las historias de la lectura y del libro. son pocas las investigaciones recientes que se detienen en los modos de circulación de las ideas y los muchos contactos que efectivamente hubo entre las colonias españolas y otros territorios a fines del período colonial e inicios de la independencia. En el caso de Venezuela, contamos con algunos estudios, como los de Pedro Grases, Ildefonso Leal, Elías Pino Iturrieta y Elena Plaza, que muestran muchas diferencias con respecto al cuadro que presenta Subercaseaux (2000), por ejemplo, para el caso de Chile, entre las que se destaca la presencia en la Capitanía de Venezuela de un grupo importante de personas que poseían y leían impresos, no pocos de ellos prohibidos por la Inquisición, y no sólo dentro de la élite (Leal, 1998; Plaza, 1989,1990). Tal vez la situación geográfica de esta capitanía, así como su posición marginal dentro del sistema colonial
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sirvan para explicar la diferencia. En efecto, los estudios sobre la lectura y la circulación de impresos suelen presentar las zonas marginales de la Corona española como territorios especialmente vulnerables para la penetración de libros prohibidos y el comercio ilícito de impresos, sin contar con que, como indica F. López (2003: 346), a "Cédiz llegaban y se vendían, para España y América, casi todas las obras prohibidas por la Inquisición, y esto no era un secreto para nadie". De hecho, se sabe que los ingleses iniciaron a fines del siglo XVIII una campaña en favor de la independencia -no hay olvidar el apoyo que dieron a Miranda-, arremetida en la que participó muy activamente el gobernador de la isla de Trinidad y que levantó sospechas e investigaciones por parte del Santo Oficio de la Inquisición. Como destaca Pino Iturrieta (1991: 31): "Al decir del propio Capitán General, ya para las postrimerias del XVIII la Provincia estaba inundada por 'multitud de gacetas, diarios y suplementos' repletos de absurdas proposiciones, muy emparentadas con las ideas 'diabólicas' que desde París pregonaban los revolucionarios". Al parecer, ya para 1789 el mal estaba hecho, como lo deja ver el siguiente fragmento del edicto que publicó el Tribunal de la Inquisición: Sabed, que teniendo noticia de haberse esparcido, y divulgado, en estos Reynos varios Libros, Tratados y Papeles,que [... ] parecian formar como un codigo teorico-practico de independencia l...] hemos hallado, que todos l...] manifiestan ser producciones de una nueva raza de Filósofos (en Plaza, 1989: 331; en ésta y las siguientes citas mantengo la ortografía y la puntuación de la transcripción consultada). Elena Plaza muestra, además, las numerosas dificultades que tuvo la Inquisición en esta capitanía, vinculadas no sólo con su ubicación geográfica, sino también con algunos obstáculos insalvables.como el hecho de que el importante puerto de La Guaira ofrecía muchos peligros para la navegación y el desembarque y,por lo tanto, las labores de vigilancia y revisión de los buques no podía realizarse según lo estipulado. Más aun, Plaza (1989: 350) cita un documento en el que el vicario de La Guaira confiesa su fracaso al revisar los buques, debido a "los peligros de! embarque, desembarque i abordages en tan mal muelle i mala mar". Por esta razón, añade, en las inspecciones "solo saldrá a la luz un ramillete o libro de devoción, quedando así frustrado tanto trabajo". De hecho, las autoridades intentaron controlar incluso la llegada de algunos objetos que "pasan por de moda" en los que habia imágenes a favor de la Revolución Francesa, como cajas de rapé y tabaco, relojes o brazaletes (Plaza, 1990: 341).Aparte de otros sucesos que involucran la
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circulación de papeles a fines del siglo XVIII, en 1806las autoridades inquisitoriales inician en Caracas una averiguación pues han tenido "noticia que muchas personas de ambos sexos de esta ciudad retenian, y leian libros prohibidos", como señala el propio comisario, pero los resultados al parecer fueron infructuosos dado el"'desorden' que reinaba en Caracas" (Plaza,1989: 350-351). Entre los libros prohibidos listados en esta pesquisa, se encuentran obras de Rousseau,Voltairey Condillac, y muy especialmente obras literarias (como la Julia, la Eloisa o el Eusebio). El examen realizado por Plaza (ibid.: 350)le permite llegar a esta conclusión: "La lectura de libros prohibidos parece haber sido una ocupación muy frecuente en Caracas". Asimismo, el trabajo emprendido por Ildefonso Leal con testamentos y listas de pasajeros que se embarcaron en Sevilla con rumbo a las Indias indica que desde muy temprano llegaron al territorio hoy venezolano muchos libros, prohibidos o no, y que éstos pasaron por la vía del préstamo a muy distintas manos, no siempre de la élite. Leal (1979: 19) señala, incluso, que son "pocos, escasos, los testamentos donde no figure aunque sea una ligera mención de un libro, bien se trate de un cartulario, un silabario, un breviario, un catecismo o cualquier manual de rezo".A partir de estos documentos, Leal afirma que hubo un intenso intercambio de libros en el período colonial que contradice la visión habitual según la cual las leyesy las reglamentaciones impidieron la circulación de impresos en América. Según Leal,la ficción, prohibida expresamente por las leyes de Indias, pasó casi libremente a la Venezuela colonial, razón por la cual El Quijote "figura como uno de los libros más vendidos en Venezuela en el año 1682" (ibid.: 59). Sin embargo, son los libros religiosos los que destacan en estas listas, especialmente aquellos dedicados a las vidas de santos (ibid.: 4 2 ) . Estos estudios permiten llegar a varias conclusiones. La primera es que desde las últimas décadas del siglo XVIII circularon en Venezuela diversos tipos de impresos relacionados de muy distintas maneras con las ideas ilustradas y/o independentistas. La difusión de estas ideas parece concentrarse en las élites, pero movimientos como el motín de José Leonardo Chirinos (1795) y la Conspiración de Gual y España (1797) revelan que también habían circulado en otros sectores, como el de los pardos, los negros libres y los esclavos. Por otra parte, la tenencia de impresos no indica necesariamente el contacto con nuevos ideales. Como se desprende del trabajo de Leal, hubo una importante circulación de impresos pero en su mayoría religiosos. En este sentido, hay que agregar que se trata de textos asociados a formas de lectura que favorecen la memorización para su empleo en rituales religiosos. Leal llama la atención sobre e! hecho de que esta biblioteca religiosa (eI70% de los textos inventariados) se compone de libros que
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tuvieron muchas generaciones de lectores, como es el caso del Catecismo de Ripalda, editado por primera vez en 1616 y que aún se leía profusamente a lo largo del siglo XIX. Quizá lo más importante que haya que subrayar sobre esta literatura religiosa sea tanto su "lectura intensiva': que lleva a la memorización, como su permanencia dentro de la cultura por períodos de muy larga duración, tal vez como efecto de ese tipo de lectura, asociada a ritos y prácticas cotidianas. Con esto no quiero desestimar la importancia de la difusión de libros prohibidos, sino recordar la presencia y el peso de los textos religiosos que también circularon abundantemente en el territorio hoy venezolano y que se relacionan con modos de pensar y de sentir muy arraigados en la sociedad de ese entonces y que serán decisivos en los debates que veremos más adelante. Por otra parte, no debe pensarse que los libros que ofrecían ideas novedosas eran necesariamente perseguidos por las autoridades coloniales, pues como apunta Simón Rodríguez (1771-1854) en 1794, "[ cjada día se dan obras a la prensa por hombres hábíles sobre los descubrimientos que sucesivamente se hacen en la Agricultura y Artes, y éstos circulan en todo el Reino para inteligencia de los que las profesan" (1979: 375).De hecho, esa división que coloca el conocimiento de las nuevas ideas siempre en el bando de los patriotas y los revolucionarios tampoco se apega a la realidad, pues una institución tradicional como la Universidad de Caracas jugó un papel importante en la difusión de las ideas modernas. Bello,por ejemplo, tuvo en esta institución por profesor a Rafael Escalona Arguinzonis, quien difundió "las ideas filosóficas de autores innovadores", conocidos gracias a "su profesor Baltasar de los Reyes Manero, quien había iniciado a partir de 1778, en la universidad caraqueña, la enseñanza de la filosofía racionalista de Locke, Condillac, Newton, Spinoza, entre otras pensadores" (Cunill Grau, 2006: 21); entre los pocos datos que brinda Cunill Grau sobre Escalona Arguinzonis se menciona que tuvo a su cargo la cátedra de filosofía en la Real y Pontificia Universidad de Caracas. La universidad permite, así, comprender la heterogeneidad, las diferentes mezclas y las apropiaciones de textos que caracterizan el período.
LA APERTURA DE LA IMPRENTA
Puede conjeturarse que el aviso que publica la Gaceta de Caracas en su primera entrega, titulado significativamente "Apertura de la imprenta", salió de la pluma de Bello, el redactor de esa publicación en ese entonces. Las primeras líneas señalan con claridad el interés de las autoridades colonia-
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les y los elogios que deben recibir por haber logrado una imprenta para Caracas: "Se debe al espontáneo interés del gobierno ya la concurrencia de otras autoridades el logro de un establecimiento que por muchos años ha envidiado Caracas a otras poblaciones de menos consideración" (Gaceta de Caracas, 24 de octubre de 1808, p. 1). El gobierno complace así los "justos deseos" de los caraqueños, quienes necesitaban una imprenta desde hacía mucho tiempo. La prensa pretende apuntar a una doble función: por un lado, atender necesidades colectivas, como la "instrucción pública" y la recreación (ambas asociadas en un mismo proyecto: ilustrar); ypor otro, satisfacer algunas demandas privadas. La primera aparece en el aviso del modo siguiente: "La utilidad de un establecimiento de esta clase, en una ciudad como Caracas, no puede dejar de ser obvia a cualquiera de sus ilustrados habitantes, no sólo bajo los puntos de vista que ofrecen la Agricultura y el Comercio, sino también la Política y las Letras" (ibid.). Por este motivo pide a "todos los Sujetos y Señoras que por sus luces e inclinación se hallan en estado de contribuir a la instrucción pública y a la inocente recreación que proporciona la literatura amena, ocurran con sus producciones en Prosa o Verso, a la oficina de la Imprenta" (ibid.). Llama la atención que el aviso incluya como posibles autores a las mujeres; de hecho, supone que entre las personas ilustradas e interesadas en las letras hay mujeres, pero recordemos que aparecen también en las listas de los poseedores de libros, prohibidos o no. Sobresale la diferencia que hace entre las materias, entre las cuales distingue la "literatura amena': relacionada con la "instrucción" y la "recreación". Ilustrar y recrear son así dos objetivos centrales, incluso por encima de la religión que, significativamente, no aparece entre los temas para los posibles libros que propone el aviso. El mercado que se vislumbra es el siguiente: Se imprimirá cuanto se pida: Libros de uso común en las Aulas de la universidad, escuelas, conventos e Iglesias; estados, circulares, hojas de servicios y demás que se ofrezca en los tribunales y oficinas públicas; esquelas de convite, papeleras y todo cuanto sea necesario a los caballeros particulares (ibid.). Aparte de los "Sujetos y Señoras" que quieran imprimir sus trabajos, se encuentra, entonces, un público potencial que echaba en falta la imprenta: los establecimientos de educación, la Iglesia, las oficinas públicas y la élite que hace convites y necesita papelería. Los impresores muestran así la gama de intereses que pretendían cubrir y que, con seguridad, no surgieron repentinamente con la instalación de la prensa en Caracas.
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Las condiciones en las que serán tratados esos temas -creferidos a las "Ciencias y Artes", y no a la religión- aparecen claramente en el aviso: Al mismo tiempo que se solicita la asistencia de todas las personas instruidas en las Ciencias y Artes, se da al Público la seguridad de que nada saldrá de la Prensa sin la previa inspección de las personas que al intento comisione el Gobierno, y que, por consiguiente, en nada de cuanto se publique se hallará la menor cosa ofensiva a la Santa Religión Católica, a las Leyes que gobiernan el país, a las buenas costumbres, ni que pueda turbar el reposo o dañar la reputación de ningún individuo de la sociedad, a quien los propietarios de la Prensa tienen en el día el honor de pertenecer (ibid.). La pertenencia al grupo de los propietarios es presentada corno garantía de que no habrá excesos y de que nada debe temerse, por tanto, de la nueva imprenta (aunque en otro plano, podría decirse que lo mismo hará la Junta pocos años después cuando decida quiénes serán los electores para seleccionar a los diputados del primer Congreso de Venezuela). En este sentido, también es un aval la censura previa que establece el gobierno. El primer impreso que se publica, La Gaceta de Caracas, muestra con claridad que se cumplía meticulosamente con estos requisitos (aunque pronto alterará su perfil): sus páginas están dedicadas a copiar documentos, cartas, noticias de otros periódicos que muestran la condena "general" a Napoleón.así como el valor y el patriotismo de los españoles que rechazan al invasor. Se trata, entonces, de una recopilación de fragmentos tornados de distintas fuentes, pero todas encaminadas a lograr una posición unánime frente a los acontecimientos (no debe pensarse que este deseo de unanimidad desaparece con la colonia, pues incluso en Simón Rodríguez [1990: 17] puede encontrarse una visión unanimista de la opinión pública, como por ejemplo cuando dice "Hasta el ente de la razón de la democracia, tiene que unificarse y decir: La voz delpueblo... y no lasvoces"). A esto se agregan algunas noticias locales: precios de los principales productos, llegada de buques a los puertos; yasuntos particulares: avisos de ventas de muebles e inmuebles o sobre la fuga de esclavos, pero también sobre la venta de libros o el anuncio de un maestro que ofrece sus servicios para la enseñanza de las primeras letras. La Gaceta de Caracas se propone publicar por entregas una "relación" de lo acontecido en España a partir de la invasión napoleónica, presentando así una versión oficial de los hechos, elaborada a partir de los papeles oficiales, con el fin de crear una opinión favorable a las autoridades coloniales. Dice el redactor que" [p locos habrá sin duda que no hayan leido la mayor
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parte de ellos; pero serán muchos los que deseen poseer una colección tan interesante; y no hay un medio tan cómodo, para satisfacer sus deseos, corno el de presentarla por partes en la gaceta" (Gaceta de Caracas, 24 de octubre de 1808, pp. 1 Y2). Se trata, entonces, de la reproducción de textos yaconocidos por los lectores, pero que merecen coleccionarse y guardarse. Sirven, así, para reforzar la posición oficial y construir con cada entrega un relato que permita poner algún orden en la historia que se está viviendo.
LECTORES, REDACTORES Y OPINiÓN PÚBLICA
Estos avisos que acabamos de citar muestran una situación muy compleja con relación a la circulación de los escritos en el momento en que se establece oficialmente la imprenta en Venezuela. Por una parte, tenemos la existencia de posibles "autores", hombres y mujeres, que podrían estar interesados en publicar sus textos para un público potencial que la imprenta no tiene dudas en convocar también. Por otro lado, la existencia de una red de escritos que se conocen, se leen o se escuchan y seguramente se intercambian de muy diversos modos (orales y escritos), compuesta seguramente por libros, pero sobre todo por periódicos, hojas y cartas que llegan del exterior a través de los buques (y de cuyo movimiento se informa en la propia gaceta), o producidos en el mismo territorio. El trabajo del redactor se relaciona precisamente con esta red tanto escrita como oral -muchas veces se intenta salir al paso de los rumores que circulan en Caracas- y su tarea se enuncia de la siguiente manera: Comprenderá este papel cuanto merezca a la noticia del público, resumiendo lo mejor y más interesante de los papeles públicos nacionales y extranjeros, y de las cartas o papeles particulares; y se procurará que las noticias que se inserten tengan el grado posible de autenticidad o de probabilidad (ibid.).
Aunque predominarán las noticias políticas ligadas a los acontecimientos que ocurren en España, la Gaceta de Caracas se propone también dar otro tipo de información, como es el caso de "los descubrimientos relativos a la agricultura y a la industria de estas provincias" (ibid.). Estos otros intereses, así como el énfasis dado a los asuntos políticos, son muestras del proceso de laicización y diversificación de la lectura que se da de un modo cada vez más acusado en el mundo hispánico a partir del siglo XVIII. De
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hecho, el periódico mismo nos coloca de plano en un tipo de impreso "moderno", que favorece la llamada lectura extensiva, que va de un texto a otro. Y es aun más interesante que el trabajo del redactor en este caso se relacione directamente con este tipo de lectura, pues, como señalé con anterioridad, es el encargado de recopilar, clasificar, escoger, resumir y poner orden en los materiales que recibe para formar con ellos un nuevo texto. Es él mismo un lector "moderno", que toma de varias fuentes, Saca de aquí y de allá, traduce de varias lenguas, calibra el crédito que se le pueda dar a una información según las fuentes o los intereses en juego, para construir un nuevo discurso. Y a pesar de que al introducir una imprenta se buscaba unanimidad, el periódico, así sea una gaceta oficial, puede implicar la presencia de varias voces. Incluso, podernos pensar que el periódico puede borrar las fronteras entre autor y lector, al aceptar las colaboraciones, las cartas y los avisos enviados por los lectores. Inaugura, sin duda, un nuevo espacio en el que se convoca a participar a los lectores (el aviso de apertura de la imprenta no deja dudas en este sentido). Esto quiere decir que se convierte en un terreno en el que se apela a un público cada vez más amplio, pensado como un grupo anónimo y potencialmente en expansión, y no como un grupo cerrado y limitado. Aunque no debe exagerarse, pues los índices de analfabetismo eran efectivamente enormes, no está de más insistir también en que el periódico busca la ampliación del público en la medida en que su éxito económico, el poder salir con regularidad, depende de las suscripciones y las ventas. No se puede olvidar que la suscripción es un contrato en el que el lector se siente con derecho a exigir y en cierto modo lo coloca en una situación en la que puede participar, generalmente a través de cartas al redactor, cuando siente sus derechos vulnerados (hay avisos de este tipo en la Gaceta de Caracas). Algunos ejemplos pueden servir para explicar mejor lo que indico. En la entrega del 5 de mayo de 1809, encontramos un extracto de las noticias más importantes publicadas en los periódicos europeos, realizado por un "colaborador". Al principio se presentan las noticias tomadas de las gacetas del gobierno metropolitano C'copiaremos para satisfacer la curiosidad pública los extractos de las gacetas del gobierno hasta el 21 de Noviembre, formados por una persona inteligente, que las ha tenido a la vista en la isla de Puerto Rico, y se ha servido favorecernos con ellos" [Gaceta de Caracas, 5 de mayo de 1809, p. 3]); pero luego se refiere a las que aparecen en otros periódicos europeos. La situación de guerra hace que no se puedan tener por ciertas todas lasnoticias publicadas,razón por la cual el colaborador señala: "Los papeles Holandeses, escritos, como se sabe, bajo la férula de Bonaparte, insisten esparciendo la noticia de la paz entre Francia y Aus-
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tria; pero los periódicos Ingleses ofrecen conjeturas bastante fundadas y probables para despreciar la aserción de los primeros" (ibid., p. 4)· Es una verdadera guerra de información en la que se echa mano de cualquier táctica para desenmascarar al enemigo. La importancia de la prensa para la guerra -de la prensa como parte de la guerra misma o de la prensa como arma de guerra- puede seguirse en la relevancia que se le da a las cartas que se interceptan y se publican con el fin de mostrar que en otros periódicos se dan noticias inexactas: "Por una carta interceptada se sabe que es falso cuanto se ha dicho acerca de la venida de Bernadote a la Península con refuerzos" (ibid.). Así, una forma manuscrita y privada sirve para desenmascarar a la prensa, revelación que se hace a través de la imprenta. Aunque el periódico reclame mayor credibilidad, parece incorporarse al circuito del rumor en una sociedad en la que este último debe haber tenido un papel muy importante, y en un momento en el que con seguridad los rumores proliferaron y tuvieron un rol destacado en la formación de opiniones. Vemos, así, cómo la circulación de periódicos se inserta dentro de una compleja red que incluye formas orales y escritas, privadas y públicas, con autoría y anónimas, oficiales y clandestinas. También es necesario examinar la importancia que reviste la fuente de la información en un momento en que una noticia podía cambiar significativamente el curso de los acontecimientos, pues promueve el distanciamiento de la palabra impresa (quién enuncia, en qué circunstancias y con qué objetivos). De hecho, el periódico alienta una actitud crítica y distanciada que, seguramente, no estaba entre las motivaciones que llevaron a las autoridades coloniales a introducir una imprenta en Caracas. En otras palabras: al valerse de la imprenta y publicar un periódico para controlar la interpretación de los hechos, se estaba introduciendo también un caballo de Troya, pues la lectura de periódicos, así sea de un mismo periódico, produce semejante distanciamiento en la medida en que el lector puede comprobar cómo cambia el carácter de una noticia al pasar el tiempo (Briggs y Burkc. 2002: 87); Ymás aun si se vive en una situación de guerra, cuando la palabra impresa forma parte del arsenal para combatir al enemigo. La prensa introduce así una situación en la que se hace imposible no entenderla corno parte de la guerra, como indica el colaborador en el fragmento antes citado, a pesar de que intente imponerse a los medios tradicionales de comunicación (rumores o pasquines). De hecho, lo que se produce de una manera inmediata es una mezcla de estos medios, razón por la cual encontramos con mucha frecuencia en la Gaceta de Caracas cartas "privadas" o respuestas a rumores que se publican para mantener informados a los lectores. Pero de este modo se amplía, sin duda, el número de los que
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pueden acceder a esa información -la lectura de gacetas en voz alta para un público no alfabetizado era una práctica común-o La gaceta publicaba, por ejemplo, informaciones orales de los viajeros que llegaban al Puerto de La Guaira, como la siguiente: "o. Mariano Campins que vino de pasajero en la misma lancha, añadía decirse en Barcelona que el ejército de Iosef había sido batido el 15 de Octubre". E inmediatamente se agrega: "El silencio del Sr. Gobernador de la Trinidad, del de Cumaná y del Comandante de Barcelona no permiten todavía dar ascenso a esta noticia" (Gaceta de Caracas, 23 de diciembre de 1808, p. 4). De este modo tenemos la publicación de un rumor, pero, al mismo tiempo, el distanciamiento con respecto a lo que se indica, así sea debido a que se espera una confirmación oficial. Es esta situación en la que ya la prensa -y no me refiero sólo a la Gaceta de Caracas, sino a los otros impresos que seguramente llegaban en cada vez mayor abundancia y que precisamente ésta trataba de controlar ofreciendo una versión oficial- había creado un espacio para el intercambio. el distanciamiento y la discusión, lo que permitió la acogida de los periódicos liberales españoles, con lo que, según F. X. Guerra (1994), se produce la "mutación ideológica" y la aparición de voces abiertamente distintas por medio de la prensa. Éste es el caso de la publicación en febrero de 1810 (antes de los sucesos de abril, conviene destacarlo) de un resumen del prospecto de El voto de la nación española, periódico de tendencia liberal y que F. X. Guerra menciona entre los impresos españoles vinculados a "la mutación ideológica" que favoreció la causa de la independencia. El resumen del prospecto aparece con el significativo título "Literatura patriótica", y señala que en una gaceta anterior: Dijimos que los periódicos procuraban fijar en España la opinión pública de un modo conveniente, y creemos por lo mismo oportuno dar idea de uno de estos papeles que ha llegado a nuestras manos, con el fin de demostrar que ninguna clase de servicio es ajeno del patriotismo (Gaceta de Caracas, 16 de febrero de 1810, p. 3). Como queda claro, ya se habla aquí de "opinión pública"y del trabajo que se dan los periódicos para fijarla. en este caso con conocimiento de causa, pues Bello no hacía otra cosa como redactor de la gaceta. Poco después, la Gaceta de Caracas (27 de abril de 1810, p. 1) abre con estas palabras: "Cuando las sociedades adquieren la libertad civil que las constituye en tales es cuando la opinión pública recobra su imperio". El redactor se escuda en el hecho de que son los periódicos españoles los que intentan fijar la opinión pública para entregar un resumen de un periódico de ten-
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dencia liberal (no podré detenerme en las discusiones sobre este concepto; para el período que trabajo, conviene revisar el libro de Guerra) Lempériere et al. [19981). De este modo, muestra claramente en qué consistía su labor, lo que podría tenerse como un guiño, aunque seguramente no lo haya sido, en la medida en que parte del reconocimiento de su propio trabajo para fijar la opinión pública. Un periódico liberal español era acogido, entonces, nada menos que por el órgano oficial del gobierno colonial, como el encargado de fijar la "opinión pública" en Caracas (se continúa la entrega en la edición del ie de marzo, precisamente con un artículo titulado "La libertad de la Prensa es la base principal de la instrucción pública"). Algunos meses después, en octubre de 1810, esto es, cuando Bello ya se encontraba en Londres, aparece en la gaceta una carta que merece especial atención. Me refiero a la "Carta del Protoescritor de Anónimos", dirigida al redactor del periódico. Comienza así:
Carta del Protoescritor de Anónimos Señor Redactor: La nueva Aurora que apareció en el horizonte de Venezuela desde el 19 de abril de este año, ha causado en mí tal furor y flujo de ensuciar papel y dirigir circulares a todas partes, que ha llegado el caso de variar mi forma natural de letra [... ]. Me falta tiempo para multiplicar las copias de tantas cartas y papeletas que me dirigen los amigos, y de los manifiestos y proclamas que yo trabajo con el fin de sembrar la cizaña en todo el territorio de Venezuela (Gaceta de Caracas, 9 de octubre de 1810, p. 2). Después de mostrar las posibilidades de circulación de sus escritos que abren los sucesos de otras regiones americanas, señala la necesidad que tiene de acceder a los beneficios que brinda la imprenta: Me es insoportable el gasto de escritorio; yo debo abstenerme de escribientes para evitar el descubrimiento [... J. He creído, pues, oportuno acudir a V. para que tenga la bondad de ahorrarme tanto trabajo por medio de su periódico. Olvide V. las injurias con que le hayan lastimado mis manuscritos (ibid., pp. 2-3). El periódico también permite el anonimato, pero además la carta adopta a veces un tono tan jocoso y ambiguo que no permite una interpretación clara: ¿se trata de una estrategia para conseguir más lectores? ¿Es la carta una invención que busca la protección de quien la escribe? Sin duda, pero ¿quién escribe?: ¿el redactor de la gaceta? Podría ser: la estrategia del dis-
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fraz fue común entre los escritores de! siglo XIX, lo que incluye el uso de seudónimos y la invención de supuestos lectores que envían cartas a la redacción. Sin embargo, e! "protoescritor de anónimos" pide al redactor que olvide las ofensas que le había hecho en su periódico manuscrito. Estas preguntas, entonces, no tienen respuestas precisas. En cualquier caso, la aparición de una voz disonante, claramente distinta (incluso, en el supuesto de que sea la del mismo redactor que se desdobla en esta carta), merece una revisión. Es la posibilidad de mostrar otras perspectivas con relación a los acontecimientos lo que justamente reivindica:
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Podría tratarse, entonces, de la expansión, gracias a la imprenta, de una comunidad de lectores que se comunicaban a través de cartas, pero también de la utilización de un género -el epistolar- que se mantiene, tal vez como estrategia retórica que se refuncionaliza, a pesar de que ha cambiado e! medio. Sería, así, otra muestra de las diversas mezclas que se dan entre sistemas de circulación diferentes, que se cruzan, conviven y se mantienen en tensión durante largos períodos. También de la apropiación que hace la imprenta de los sistemas anteriores, lo que permite la ampliación de una comunidad de lectores que comparten textos, así sea de manera desigual.
Son tan notorias las utilidades de este nuevo periódico, que parece superfluo referirlas. Por su defecto ha carecido el público de la satisfacción de haber visto entre otros papeles importantes, la carta de la Marquesa de Carballo [... ], la papeleta de la batalla de Ronquillo [... ] y otras que se ha circulado por Caracas, Valencia y Puerto Cabello. Se hubiera visto impreso el famoso Treno [... ] que escribí por centuplicado a costa de una resma de papel, menos diez cuadernillos, y circulé a Barinas y demás lugares dignos de semejante pieza, en cuya composición desplegué y apuré todos los resortes de la elocuencia (ibid., p. 3). La censura, como es de suponer, había limitado la circulación de escritos contrarios al gobierno colonial, por lo que se necesitaron estrategias como ésta para burlarla. Propone, cuando ya las circunstancias permiten pensar en salir de la circulación manuscrita -aunque no del anonimato-, abrir una suscripción aparte para otra serie de la gaceta que saldría con sus producciones y las que recibe de sus "corresponsales". Como muestra de lo que podría ofrecer, presenta un "Capítulo de Cartas escritas desde Cádiz por un Europeo vecino de Caracas a una persona de su amistad y confianza" (ibid.). La carta se refiere a la situación en España y se detiene al final en los conflictos, incluso en los rumores, que han surgido contra e! reconocimiento de la Regencia como depositaria de la soberanía. Dice:"Solo Puerto Rico ha reconocido hasta hoy la Regencia" (ibid., p. 4). El anonimato permite así la aparición de una voz abiertamente a favor de la independencia y la libertad y,lo que es más importante, que reivindica la rebeldía: Yoescribo verdades desnudas. Tal es la de ser peligroso que los pueblos apetezcan su libertad, e independencia; esto es, que aborrezcan la tiranía y el despotismo, atribuyendo a este principio la ruina de los espíritus rebeldes, la caída de los hombres sabios, y el trastorno de los más poderosos imperios (ibid., p. 3).
EL REDACTOR Y LA "PROPIEDAD LITERARIA"
Lo primero que debe señalarse sobre la "autoría" en la Gaceta de Caracas es que el papel del redactor es anónimo. Ahora bien, en el anonimato hay una dimensión con textual, relacionada con el entorno cultural e histórico, que reclama atención, pues es posible que el nombre del redactor fuese del dominio público y por eso mismo innecesario o redundante colocarlo en el periódico, lo que no quiere decir, por supuesto, que no sea importante considerar si el nombre aparece o no en el escrito. El redactor, cuando firma, siempre emplea esa fórmula: "El Redactor". El trabajo de producir los textos, o, mejor, de escogerlos, resumirlos, traducirlos, compendiarlos, en fin, el proceso de composición y producción de cada una de las entregas a partir de muy diversos materiales estaba a su cargo. Una disputa por la propiedad de la Gaceta de Caracas, que se produjo en 1812entre Francisco Isnardí y Jaime Lamb -crespectivamente, el redactor de la gaceta y el propietario de la imprenta para ese entonces-, permitirá comprender mejor este problema (se conoce muy poco sobre la vida de Lamb. Se sabe que llegó a La Guaira junto con el impresor M. Gallagher en 1808). El asunto interesa porque se trata de una disputa legal por los derechos de propiedad intelectual que, para el caso de un periódico que resumía o tomaba de otros periódicos buena parte del material que publicaba, no resulta fácil de establecer, pero sobre todo porque el trabajo de redactor se podía confundir con el de impresor. El hecho, asimismo, es revelador de las polémicas que abrieron tanto el nuevo sistema de gobierno como los nuevos ideales asumidos por sus impulsores (no está de más subrayar sobre este asunto que las polémicas sobre los derechos de autor suelen tenerse como un indicador del proceso de profcsionalización de los escritores).
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La disputa comienza por un reclamo hecho por Isnardi debido a que Lamb se niega a pagarle sus honorarios como redactor del periódico. Lamb, a su vez, reclama sus derechos como propietario de la gaceta: "Los dueños solos tienen el derecho y privilegio de emplear un Editor, si el caso lo requiere; el cual es sola y justamente considerado como los demás empleados de la Imprenta, y puede ser despedido o detenido, según se juzga necesario" (Grases, 1981: 191). Grases aclara que Lamb, quien no hablaba español, emplea la palabra "editor" en el sentido que tiene en inglés (cercano a "redactor" en español). La palabra "redactor", también importante en esta pesquisa, aparece por primera vez en el diccionario de la Real Academia en 1817 -lo que no deja de ser significativo- con la siguiente definición: "El que redacta" (Real Academia Española, 1817: 738). "Redactar" es definida en el mismo diccionario del siguiente modo: "Poner por orden y por escrito autos, providencias, noticias, avisos &. Redigere" (ibid.). De modo que Bello e Isnardi "redactaban" la gaceta, esto es, "ponían orden" a los muchos textos que, como hemos visto a lo largo de este trabajo, recibían y escogían -hasta podría decirse que hacían digest-, mientras que Lamb imprimía el producto final de ese trabajo. La controversia, además, muestra con claridad que el oficio de redactor debía ser remunerado, tanto en el período colonial como después. Las autoridades se inclinan a favor de Isnardi, a quien se le concede la propiedad de la gaceta, pero Lamb invoca los principios liberales que se irán adoptando a partir del 19 de abril de 1810 para que se revise esa decisión y se queja de que el"Gobierno transfiera la propiedad del dueño a la persona Empleada por él" (Grases, 1981: 192). Más adelante agrega: "El derecho de propiedad es la base de la Libertad, y se respeta religiosamente entre todas las naciones civilizadas" (ibid.). Estos argumentos no estaban lejos de los ideales republicanos, pero los problemas no sólo se relacionaban con la propiedad intelectual de la gaceta sino también con el hecho de que ésta era para ese momento el periódico oficial de la nueva república, razón por la cual pasaba por un proceso de revisión y de censura. Es por este motivo que Lamb finaliza su exposición con estas palabras: Que se les permite continuar sin molestación en su derecho de propiedad [... J; que si ellos están obligados a pagar un Editor, que a lo menos tengan el derecho de escogerlo; que si no se les concede lo que piden, que tengan la libertad de imprimir su Gaceta como antes, sin la interposición del Gobierno, bajo las reglas y reglamentos de "La Libertad de la imprenta" (ibid.: 193).
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"La Libertad de la imprenta" a la que se refiere Lamb fue un decreto que apareció poco después del s de julio de 18n-prontitud que revela la importancia que le daban los independentistas a este asunto- en el que se abolía la reglamentación colonial sobre esta materia (apareció en la Gaceta de Caracas del 6 de agosto de ese mismo año). Lamb reclama un derecho que le da, precisamente, el nuevo sistema político, pero que, como aclara Isnardi en el informe que elabora sobre las peticiones del primero, no procede para el caso del periódico "oficial" del nuevo gobierno: El Impresor quiere valerse de los principios de los demás países libres donde cada uno hace la Gaceta que quiere [... ]; pero no estamos en caso porque el Gobierno naciente de Venezuela debe crear, dirigir y sostener la opinión pública dentro y fuera del país con un periódico bajo su dirección, y redactado por persona de su entera confianza. Sielgobierno quisiera usar de estos principios del Impresor, bien pronto lo arruinaría porque privada su Gaceta de los documentos oficiales,discursos, proclamas, providencias y noticias extranjeras que solo el Gobierno recibe y de la ventaja de ser tomada por los jueces, párrocos y empleados, tal vez no existiría la tal Gaceta, y el Gobierno haría la suya que sería sin duda la más acredilada (ibid.: 194). Aparecen así los límites que tenía la libertad de imprenta en la Primera República: las exigencias y las restricciones que en esta materia hace el gobierno al disponer de buena parte de las noticias -tanto porque las recibe como porque es un productor "natural" de información) aun más en ese período de inestabilidad política-, de los recursos económicos y de los potenciales lectores o compradores (los empleados del gobierno). Isnardi señala también las condiciones en que fue contratado Lamb bajo el régimen anterior: tenía el monopolio de la imprenta en Caracas bajo un contrato que, a pesar de no responder a los intereses del nuevo gobierno, éste respetó hasta la fecha de su vencimiento. Lamb pretende, entonces, mantener la situación ventajosa que le había dado la administración colonial: Bajoestos principios, quiere elImpresor tener derecho a escogerel Redactor a su arbitrio para que se someta el Gobierno a la elección de un Impresor en materia tan importante l...] fundado en el abuso con que el Gobierno antiguo lo fundó, sometiendo al que tiene el trabajo mental y la responsabilidad al que sólo hace lo mecánico o material de la obra, por cuyo trabajo el Impresor que embolsa sin duda 6000 pesos anuales por la Gaceta quiere tener a su salario al Redactor de Gobierno,
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que hace, trabaja y acredita el papel con la mezquina recompensa de 600 pesos anuales mál pagados (ibid., p. 194). La pretendida injusticia económica salta a la vista en esta acusación: el redactor, quien hace el trabajo "mental" y acredita la publicación, sólo percibe un pequeño porcentaje de lo que gana el que realiza el trabajo "mecánico" (el hecho de que acredite la publicación hace pensar que su nombre era conocido entre los lectores y oyentes, a pesar de que no aparezca en las páginas del periódico). En efecto, Isnardi distingue claramente entre un trabajo mental y uno mecánico -división que traza el límite entre redactor e impresor-o El abuso en que se sostenía el contrato anterior descansa en una inversión: el que hace el trabajo mecánico quiere someter al que hace el trabajo mental. Es justamente esta diferencia la que permite distinguir entre la propiedad inteIectual-de la "edición literaria", en palabras de Isnardi- y la propiedad de la imprenta: "Queda en mi concepto demostrado que si el Impresor fue propietario indebidamente de la Edición literaria de la Gaceta hasta el io de abril de 1810 l...] nada tiene ya que reclamar sino el derecho de imprimir la Gaceta" (ibid., P.195). De este modo, el desconocimiento de la propiedad intelectual a favor de los intereses del impresor forma parte de los abusos cometidos por el régimen colonial. Finaliza Isnardi señalando que el gobierno quiere proteger a los "Artistas" (en el sentido que tenía en la época, esto es, artesanos) extranjeros, razón por la cual él se someterá a la decisión que tome, aunque no deja de advertir que a Lamb le corresponde sólo su derecho "como Artista, y no como Editor, ni Redactor, que no puede ser quien no sabe más que imprimir" (ibid.). La resolución de este conflicto estuvo en manos de Juan Germán Roscio (1769-1821), quien coincide con Isnardi con relación a la propiedad intelectual de la gaceta, distinta a la propiedad de la imprenta. Los cambios políticos acarreaban también transformaciones en el régimen de propiedad de los escritos, entre las cuales quiero destacar el reconocimiento de la autoría "literaria", en oposición a los privilegios que fundaron el negocio de la imprenta en el período colonial.
LA LIBERTAD DE CULTOS Y LA LIBERTAD DE PRENSA
El 19 de febrero de rsu la Gaceta de Caracas publica el artículo "Tolerancia de cultos", del irlandés William Burke (entre los pocos datos biográficos que he podido encontrar sobre este autor, destaca el hecho de que se tras-
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ladó a Caracas después del 19 de abril con cartas de recomendación firmadas por Miranda), trabajo que desata la que puede considerarse la primera gran polémica en el periodismo venezolano. Se trataba, evidentemente, de un asunto espinoso que las nuevas autoridades no se atrevieron a plantear abiertamente, pero que Burkc, escudándose en su procedencia irlandesa y su religión católica, puso sobre el tapete. El gobierno, previendo una reacción adversa, invita a la "impugnación pública del escrito por quien lo creyese necesario" (Pino, 1991: 135). Las reacciones de los sectores católicos más tradicionales no se hicieron esperar. En pocos meses aparecieron varias respuestas, especialmente la Apología dela intolerancia religiosa... y La intolerancia político-religiosa vindicada... , cuyos títulos mismos no dejan dudas sobre la dirección a la que apuntaron los tiros. El primero fue la respuesta de los franciscanos de la ciudad de Valencia y el segundo fue un encargo que hizo el Claustro de la Universidad de Caracas al presbítero Juan Nepomuceno Quintana (en los estudios sobre esta polémica aparecen muy pocos datos sobre Quintana. Se sabe que en 1797 obtuvo el título de maestro en Teología y en 1801 el de doctor en Teología en la Real y Pontificia Universidad de Caracas [Felice Cardot, 1959: 761). Ahora bien, más que referirme a los argumentos que se esgrimieron en esta polémica, me interesa destacar la mezcla de ideas tradicionales y referencias modernas que se dan en estas respuestas. La comunidad franciscana, por ejemplo, abunda en citas bíblicas y de autoridades de la Iglesia para refutar a Burke, pero también echa mano de Rousseau, Montesquieu y la Enciclopedia: No ha mucho tiempo que salió a la luz su Contrato Social, piedra angular del patriotismo y humanismo modernos. [Pues en ella tienen los quejosos de la intolerancia una sentencia o decisión política, que debería taparles la boca para siempre! [... ]. Este crimen de insociable contra las leyes lo explica en otras partes sobre unas palabras de Montesquieu [... [. Cualquiera que haya conocido y practicado los dogmas de la religión del país donde nació, y después se porte como no creyéndolos, tiene, por sentencia del mismo Rousseau, pena de muerte [... 1también en el grande tesoro de impiedad, a titulo de Enciclopedia, se receta pena capital (les faire périr), si no hay otro remedio de reprimirlos (Burke. 1959: 224 y 225)· Losargumentos tomados de Rousseau apoyan ciertamente a quienes defienden la intolerancia. Además, al calor de la polémica, emplear las más caras armas del enemigo parece la mejor manera de desarmarlo. No otra cosa hace Roscio, desde el otro bando, con El Patriotismo de Nirgua, y abusode los reyes, folleto que, a pesar de no hacer referencia a Burke, se inserta
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dentro de la polémica. Su objetivo principal es mostrar que la república no es un gobierno contrario a la religión católica, para lo cual acude a muchas referencias tornadas de los textos religiosos. Destaca que los reyes se han valido de los sacerdotes para "engañar a los pueblos" y hacerles "creer que su autoridad venía inmediatamente de los cielos" (Burke, 1959: 389). El texto parece una versión republicana de las historias sagradas, un verdadero catecismo republicano: "Viene al mundo el Mesías prometido, no con la idea de fundar monarquías, sino una república de salud eterna" (ibid.) Y"La doctrina de Jesucristo era una declaración de los derechos del hombre y de los pueblos" (ibid.: 394). A pesar de que el empleo de las armas del contrario parece una acertada estrategia retórica, quiero destacar que la polémica permite constatar la existencia de una plataforma común compuesta por textos que se comparten de muy diversas maneras (Rousseau es "piedra angular del patriotismo y humanismo moderno" según nada menos que los franciscanos), lo que produce diversas mezclas, en un momento en el que el prestigio de los textos religiosos se mantiene en pie y, al mismo tiempo, las ideas modernas e ilustradas han conquistado mucho terreno. Esta polémica deja ver el esfuerzo realizado por los diferentes sectores para movilizar a la opinión pública a través de la imprenta, con lo que se acepta un espacio común para la discusión. En este sentido, quiero resaltar la paradoja que implica esta aceptación por parte de los sectores opuestos a la libertad de cultos, pues al atender el llamado del gobierno republicano a defender sus ideas a través de la prensa (ocasión que aprovechan para cuestionar la libertad de cultos y pedir que se impida la circulación del artículo de Burke), se ven reducidos al mismo terreno del contrario. Se trata de una paradoja inherente al nuevo espacio de confrontación que crean la prensa y las medidas democráticas impulsadas por el nuevo gobierno con relación a la libertad de imprenta, puesto que la prensa es un arma que se puede emplear para promover ideales contrarios, como la intolerancia y la censura, pero al mismo tiempo lleva las disidencias al terreno de la confrontación pública de ideas, permitiendo así la pluralidad de opiniones. Entre los sectores más conservadores, la existencia de opiniones divergentes es percibida como un verdadero cisma que pone en jaque los dogmas. No de otra manera el obispo de Caracas, Narciso CoIl y Pratt (17541822), interpreta los acontecimientos que tienen lugar en octubre de 1810, cuando la Junta sofoca una contrarrevolución urdida en Caracas. Aunque en sus Memoriales... Coll y Pratt relata todas las estrategias que empicó para combatir a la Junta (incluso, pagó la impresión de la refutación a Burke hecha por los franciscanos), no pierde ocasión para criticar también la
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actuación de los realistas, como es el caso de esta conjura, pues para él justificó la aparición de opiniones confrontadas entre americanos y europeos: "Hasta entonces las innovaciones tenían alguna semejanza con las acaecidas en las instalaciones de las Juntas de diferentes provincias de la Península" (Coll y Pratt, 1960: 140). Pero la contrarrevolución abrió la división, esto es,"las opiniones públicamente discordantes entre aquellos habitantes nacidos en uno u otro mundo" (ibid.: 139). Las consecuencias de esta pluralidad tienen que haber sido entendidas de un modo particularmente negativo por el obispo, dado que se consideraba corno un pastor cuya función era "formar en su rebaño una sola opinión religiosa, que favorezca las costumbres, y una sola opinión política y civil que sostenga la dependencia en el Estado" (ibid.: 123). Es más: al igual que el "Protoescritor de anónimos", el obispo actúa corno el "redactor" de otra red clandestina que se mostrará más poderosa que la de los independentistas al final de la Primera República. A ello se refiere cuando señala que, a espaldas de la Junta, envía cartas a los curas para que combatan a Burke desde el púlpito, el confesionario y las conversaciones doctrinarias, pues la «tolerancia de los cultos era el medio poderoso que el Irlandés empleaba para que atrayendo la población, la fuerza, el comercio y las artes, mantuviesen la independencia" (ibid.: 154). Incluso, idea un guión casi teatral para que él y un cura de su confianza Jo interpreten en la Catedral (manda a imprimir el texto), de tal modo que se impugnen las ideas de Burke sin siquiera mencionarlo y burlar así la cercada vigilancia de la Junta (ibid.: 156). Coll y Pratt emplea el mismo procedimiento clandestino cuando teme por las posibles consecuencias del alzamiento de los esclavos en Barlovento en 1812. En efecto, si bien había logrado a través de sus cartas, leídas por otro cura de confianza a las "esclavitudes", que los esclavos se inclinasen a favor de los realistas -y no de Miranda, que les había ofrecido liberarlos como una medida desesperada para salvar la república-, no había conseguido que algunos negros y pardos renunciasen a la aspiración de libertad como recompensa por los servicios prestados. El estandarte de la virgen del Carmen que llevaban las tropas de Monteverde parece que obró milagros al decir de Coll y Pratt, así como el terremoto del jueves santo de 1812, que permitió a la iglesia "confirmar" que Dios estaba de su parte y no de los republicanos, como había querido Roscio.En efecto, para el obispo el sismo dejó "confirmadas en nuestros días las profecías siempre vigentes reveladas por Dios a los hombres sobre las antiguas ciudades impías y orgullosas: Babilonia, Jerusalén y la Torre de Babel" (ibid.: 56). A pesar de que para una perspectiva actual resulta fuera de Jugar hacer mención de estas intervenciones "divinas", se sabe que muchos compartieron esta inter-
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pretación de la "palabra" de Dios por algunas medidas desesperadas que toma el gobierno para combatirla. El peso de la tradición hacía que los debates interpretativos no se mantuvieran en el plano "terrenal" de las ideas expresadas en los periódicos, Al igual que los redactores de la gaceta, Coll y Pratt no podía mantenerse en una atrincherada "ciudad escrituraria", y lidia también con diferentes modos de circulación de las ideas, pero su acción se dirige, a diferencia del "Protoescritor de anónimos", a mantener la tradición e imponer la unanimidad, y no a promover la disidencia, la rebeldía o el distanciamiento. No podemos subestimar el peso que tuvo la palabra del obispo (por más que en sus escritos exagere su poder) dentro de la pluralidad de opiniones, ni extrañar que la balanza se haya movido a favor de la virgen del Carmen y los mensajes divinos explicados por los "legítimos" intérpretes. Los árboles de la libertad y las alegorías de Venezuela erigidos por los patriotas a propósito de la instalación del primer congreso (C. Leal,1998) mostraron su debilidad, al igual que el espacio abierto por la prensa, ante la "llama de nuestra Madre Patria" que se encendió "en este pueblo aterrado por dichos temblores y no menos devoto de la Santísima Virgen" (Coll y Pratt, 1960: 57). No estaba tan desencaminado el obispo cuando calificó esta primera república de "imaginaria" (ibid.: 67)-recordemos que Bolívar la tildó de "aérea"-, pero en el sentido de que descansaba sobre un imaginario que no contaba con la fuerza que tenía el de la tradición religiosa en ambos bandos. Sin embargo, ya el"cisma" creado por la introducción de la pluralidad de opiniones no tenía marcha atrás, ni la quema de libros sirvió para evitar la propagación de la "peste", Por muy imaginaria que haya sido la república, el obispo teme por el curso de los acontecimientos y entre las medidas que toma después del triunfo de Monteverdc se encuentra la de remover a muchos eclesiásticos"de sus Curatos, porque podrían alterar la tranquilidad pública en sus Pueblos con sus opiniones de Independencia a lo Criollo" (ibid.: 75).Ya la pluralidad de opiniones no estaba sólo en los impresos de los redactores republicanos y los dardos del púlpito no apuntaban siempre al mismo objetivo.
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lOS JURISTAS COMO INTElECTUALES
Los juristas como intelectuales y el nacimiento de los estados naciones en América Latina Rogelio Pérez Perdomo
En las sociedades del presente vemos a las personas con formación jurídica fundamentalmente como profesionales, es decir, como personas que tienen determinadas destrezas que les permiten realizar actividades considerablemente especializadas, como elaborar contratos o litigar en los tribunales de justicia. Pueden ser considerados trabajadores intelectuales en el sentido de que su trabajo no es manual, pero difícilmente los llamaríamos intelectuales por el hecho de tener una formación universitaria en derecho. Por lo general, estimamos que las escuelas de derecho proveen una formación considerablemente estrecha y técnica, que no acredita para entrar en la categoría de intelectual, como tampoco un médico radiólogo lo es. Entre los juristas, reservaríamos la categoría de intelectual, o, tal vez, más apropiadamente, la de académico o scholar, a aquellas personas que piensan sobre el derecho y escriben sobre él, que generalmente se desempeñan como profesores universitarios y que frecuentemente también escriben ensayos o artículos de opinión sobre temas considerablemente generales. A comienzos del siglo XIX la situación en América Latina era distinta. El derecho también se estudiaba en las universidades, pero los graduados no eran concebidos como profesionales o como técnicos. Por el contrario, eran los letrados por excelencia. En las universidades, los estudios de grado eran en teología, medicina y derecho. Los estudios de derecho y teología se conectaban a través del derecho canónico y eran los principalesen las universidades. La decadencia de los estudios en teología y en derecho canónico, y el surgimiento de la ingeniería como carrera universitaria, son parte de la transformación que se produjo en el siglo XIX. Este trabajo se propone explicar las transformaciones de los estudios jurídicos y el lugar de sus graduados en su relación con el surgimiento de los estados nacionales en América Latina. Por ahora es importante destacar que los graduados en derecho se mantuvieron como letrados durante buena
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parte del siglo XIX, pero se acentuó el carácter político, o de ciencias políticas, en su formación. A comienzos del siglo XIX, los bachilleres, los licenciados o los doctores en derecho podían obtener el título adicional de abogado, otorgado por un tribunal mediante el cumplimiento de determinados requisitos, pero su ocupación principal no era el litigio en los tribunales ni la negociación y la redacción de contratos. Para ello,tanto en la sociedad colonial como en las décadas posteriores a la independencia existían procuradores, escribanos y tinterillos. Esta situación se mantuvo durante todo el período en estudio. La formación de los estados nacionales en América Latina fue un proceso lento. Puede afirmarse que antes de la independencia, especialmente en las décadas finalesdel período colonial,había una cierta conciencia nacional, y que la independencia impulsó el proceso. Sin embargo, sería un error considerar que el Estado nacional quedó construido cuando se publicó la primera constitución nacional. Como todo proceso histórico, éste fue mucho más lento. Las autoridades nacionales tardaron en tomar el control del territorio nacional, y lo que podríamos llamar la construcción ideológica, es decir, el surgimiento de una conciencia nacional y de ciudadanía se demoró aun más. Los procesos pueden haber tenido velocidades distintas. A los efectos de este trabajo, podemos considerar que la construcción de los estados nacionales es particularmente intensa en siglo XI~. Durante este siglo,los graduados en derecho podían calificar como intelectuales en el sentido de que se los consideraba en posesión de un saber superior que es general, o poco especializado, y que tenían habilidades como la de hablar y escribir bien. Nuestro interés es explicar cómo adquirían esas habilidades y conocimientos y la relación de los juristas con la política y, en particular, con la tarea de construcción de la nación. Entre los juristas, prestaremos especial atención a aquellas personas reconocidas por tener en grado sumo el conocimiento y las destrezas que aporta el estudio del derecho -como aquellos que escribieron libros de derecho y política o se desempeñaron como profesores en las universidades-o En la primera parte del trabajo analizaremos la formación jurídica durante la colonia y su relación con el proceso de independencia. En la segunda, los cambios que aportó la independencia a la educación jurídica y el papel político de los abogados en la construcción de los nuevos estados nacionales. Por último, destacaremos en particular a aquellos juristas que formaban la cima intelectual del grupo y caracterizaremos el conocimiento que producían o difundían. Las dos primeras partes del trabajo se apoyan en Pérez Perdomo (2004, 2006a). La tercera parte recoge resultados preliminares de una investigación en curso.
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LA FORMACIÓN JURÍDICA EN LA COLONIA Y LA CRISIS DE LA INDEPENDENCIA
El análisis del currículo formal de los estudios jurídicos en las décadas finales del régimen colonial contiene muchos elementos de sorpresa para las personas familiarizadas con los estudios universitarios en la América Latina de hoy.Curiosamente, comparte ciertos rasgos con la educación jurídica de los Estados Unidos. El derecho era un estudio mayor, que hoy llamaríamos de grado o de posgrado. Para comenzar los estudios jurídicos, se requería de los estudiantes el título de bachiller en filosofía, que era el primer título universitario. Estos estudios consistían en latín, gramática, retórica y matemáticas. Básicamente, los estudios jurídicos consistían en derecho romano y derecho canónico (Pérez Pcrdomo, 2006a, 1981). Conforme a la tradición que venía de la Edad Media, el estudio consistía en entender y manejar ciertos libros fundamentales. El derecho romano se suponía contenido en la gran obra de lustiniano, el Corpus Iuris Civílis. Dentro de ese corpus, había dos obras fundamentales, el Digesto y las Instituciones. El Digesto era la compilación ordenada de las opiniones de los llamados jurisconsultos clásicos, es decir, de los grandes juristas de la Roma de la época de Augusto y de los tres siglos posteriores. que en el siglo VI [ustiniano (o su ministro Triboniano) habían considerado las más relevantes. Las Instituciones era un libro mucho más breve, concebido especialmente para la enseñanza y con el cual se comenzaban los estudios jurídicos. Nótese que el derecho estudiado en las universidades no era el formalmente vigente. Los reyes de la época se cuidaban de ordenar la aplicación de sus propias compilaciones legislativas y no daban ningún lugar al derecho romano, pero éste era el derecho estudiado en las universidades. El derecho canónico se suponía contenido fundamentalmente en la compilación de cánones o reglas realizada por Graciano en el siglo XII, llamada el Decreto. Por supuesto, había obras posteriores generalmente ordenadas o autorizadas por los papas. El derecho canónico era algo más parecído a un derecho vigente y concernía fundamentalmente a la organización de la Iglesia y lo que hoy llamamos el derecho de familia y de sucesiones. Las monarquías española y portuguesa siguieron políticas educativas distintas. Los reyes españoles establecieron universidades y estudios jurídicos en América desde el mismo siglo XVI. En cambio, los reyes de Portugal no aceptaron crear universidades en el Brasil, razón por la cual los brasileños que querían estudiar derecho debían hacerlo en Coimbra. Unas cuatrocientas personas lo hicieron antes de la independencia, mientras que los graduados en la América española superaban largamente el millar. Esas
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diferencias en la política educativa no son relevantes para el contenido y los métodos educativos, pues ellos eran fundamentalmente similares en Coimbra y en las universidades de la América española. Durante el siglo XVIII, la educación jurídica sufrió grandes modificaciones. Las Instituciones se convirtió en un libro mucho más importante, mientras que el Digesto, concomitantemente, perdió importancia. La razón seguramente residió en la difusión de las ideas del racionalismo. Las Instituciones de Justiniano era un libro sucinto bastante bien organizado, en buena parte porque estaba destinado a la enseñanza introductoria. En el siglo XVII, Vinnius hizo una edición con comentarios que incorpora mucho del esfuerzo sistematizador de la jurisprudencia humanista, y en el siglo XVIlI Hcinneccius, un conocido representante de la llamada Escuela del derecho natural y de gentes, incorporó nuevos comentarios que acentuaban la racionalidad del derecho. El Digesto, más casuista y menos organizado, perdió prestigio e importancia. Ambos -Ias Instituciones y el Digestoestaban escritos en latín y se estudiaban en latín. La segunda novedad importante a fines del siglo XVIII fue la incorporación del estudio del llamado derecho real o derecho patrio, sobre todo gracias a la obra de Juan de Salas (Ilustraciones de Derecho Español), que seguía el plan de las Instituciones y citaba las compilaciones, especialmente Las siete partidas, obra jurídica del siglo XIII que tomaba mucho de las reglas del derecho romano. Más importante que el contenido de lo que se estudiaba era cómo se estudiaba. En primer lugar, se lo hacía en latín, el lenguaje culto por excelencia. En una sociedad largamente analfabeta, quienes estudiaban derecho no sólo sabían leer y escribir, sino que podían hacerlo en latín. En segundo lugar, el método educativo o escolástico utilizaba intensamente las disputas, por lo cual los estudiantes se entrenaban para la discusión. El entrenamiento jurídico era un entrenamiento para la distinción de conceptos y para argumentar de manera persuasiva. Los juristas eran hombres de lecturas y de libros. Entre sus lecturas figuraban también los libros prohibidos, aunque, como personas conscientes de los peligros de los enfrentamientos directos con la Inquisición o con las autoridades eclesiásticas, hicieron gala de discreción. El origen social de estos hombres (las mujeres estaban excluidas de los estudios jurídicos y tenían prohibido el ejercicio de la abogacía) era muy elevado: por lo general, se trataba de familias criollas acomodadas. Para ingresar a la universidad se requería un certificado de pureza de sangre y ser cristiano viejo, con lo cual se excluía a las personas de origen indígena, africano, moro o judío. En la práctica, un número de mestizos pudo
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ingresar, fundamentalmente porque la definición racial dependía de determinadas reglas legales y no necesariamente del color de la piel. Los estudios universitarios y el título de abogado podían elevar la posición social, lo que le permitía al graduado posicionarse mejor para un buen matrimonio que incrementaría su fortuna personal. En resumen, se trataba de hombres de los estratos elevados de la sociedad colonial y que por su educación adquirían un nivel cultural superior. Sin embargo, las reglas de la dinastía borbónica excluían a estos hombres bien educados del ejercicio de los cargos públicos en sus países de origen. Los "hijos del país", por ejemplo, no podían ser oidores en las audiencias ni desempeñar ningún otro alto cargo político. En la práctica, las reglas, y sobre todo las redes informales dentro de la corte española, operaban a favor de los peninsulares. Cuando la monarquía española se vio sacudida por la invasión napoleónica y las altas autoridades del Consejo de Indias prestaron obediencia a José Bonaparte, el movimiento autonomista y luego independentista cobró gran fuerza. Varios trabajos han destacado el importante lugar que tuvieron los juristas en el proceso de independencia. En el pasado, se había visto que los líderes de la independencia fueron criollos y que las ideas de la ilustración (Grocio, Heineccius, Locke, Monstesquieu, Mably, Filangieri, Rousseau) habían sido muy influyentes. Sin embargo, las ideas no se mueven por sí mismas, hay personas que son sus portadoras. Entre los criollos, fueron ciertamente los más educados quienes tomaron el liderazgo. Es así que un número elevado entre los líderes civiles de la independencia eran graduados en derecho. Por ejemplo, en el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 en Buenos Aires, los 22 abogados presentes votaron por la expulsión del virrey y ninguno por su continuación. Fue el de los abogados el grupo más decidido en favor de la independencia (Levene, 1959: 11-12). De los 35miembros que integraban la Junta de Gobierno de Bogotá, establecida el 27 de junio de 1810, 14 eran abogados (Uribe Uran, 2000: 47). En México, el liderazgo del proceso de independencia contó con 12 abogados, el tercer grupo ocupacional después del de los eclesiásticos y los militares (Domínguez. 1980). En Venezuela, 14 de los 42 firmantes del acta de la independencia del 5 de julio de 1811 eran abogados (López Bohórquez, 1984: 148-149). Como estos números no incluyen a los juristas que no eran abogados, es bueno tener en cuenta que aunque frecuentemente los eclesiásticos tenían formación en derecho, no podían ser abogados, y es por eso que muchos de quienes aparecen en la numerosa lista de los eclesiásticos también eran juristas. Estas observaciones no pretenden señalar que todos los juristas abrazaron la causa de la independencia. Como en todo grupo social, hubo
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una variedad de posiciones: hubo juristas que permanecieron leales a la monarquía, otros con cambios importantes de bandería, incluyendo aalgunos claramente oportunistas, y hubo un número importante que mantuvo su lealtad al movimiento independentista a costa de persecuciones o incluso de la vida. No es el juicio moral individual lo que interesa ahora. El hecho es que entre los líderes civiles importantes -como miembros de congresos constituyentes y redactores de proclamas, actas y constituciones- estaban los juristas. Estos señalamientos no son de poca importancia. En la independencia de la América española con frecuencia se destacan los aspectos militares, los intereses económicos en juego y la coyuntura política e internacional. Se señala también las ideas de libertad, de soberanía popular y los derechos del hombre como causa de la independencia. A nuestro juicio, el aspecto ideológico no se ha destacado en toda su dimensión. Lo que se puso entonces en juego fue un cambio de legitimidad. La monarquía española era un régimen teocrático. La legitimidad del poder político residía en el orden divino. La Iglesia católica tenía un papel fundamental, ya sea como aparato ideológico o también como parte del aparato represivo (Pérez Perdomo, 2006b). La independencia no sólo significó la separación respecto de España sino la búsqueda de un nuevo tipo de legitimidad, jurídico-democrática. De allí la enorme importancia de la instrumentación jurídica de la independencia, de los congresos, las constituciones y las leyes que acompañaron el proceso. Esto es lo que confiere importancia a los juristas en el proceso de la independencia. Fueron los grandes ideólogos del nuevo régimen y también los organizadores de los nuevos estados. Citaremos un solo ejemplo del papel de los juristas como ideólogos: Juan Germán Roscio (1763-1821). Jurista distinguido, profesor de derecho romano en la Universidad de Caracas a fines del siglo XV1I1 y comienzos del XIX, llegó a obtener altas posiciones, incluyendo la de fiscal de la Audiencia, cargo generalmente reservado para peninsulares. En 1810, cuando en Caracas se desconoció la autoridad del Consejo de Regencia, Roscio actuó primero como diputado del pueblo en el Cabildo de Caracas, y luego, cuando se constituyó la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, corno secretario de la Junta, un cargo con enorme poder. Es ésta la Junta que designó a Bolívar como parte de la misión a Londres en busca del reconocimiento de Inglaterra para la causa independentista o autonomista. En esa época, Roscio no se carteaba con Bolívar sino con Andrés Bello, jefe de la misión. En los años posteriores, Roscio sufrió prisiones, huidas y exilios, y produjo la obra capital de critica a la legitimidad teocrática de la monarquía española -El triunfo de la libertad sobre el despotismo (1817)-.
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En 1819 Y1821 fue un miembro prominente de los congresos constituyentes de Angostura (1821) y Cúcuta (1821). Por supuesto, Roscio reconoció el liderazgo de Bolívar, pero se contó entre los líderes parlamentarios que lograron eliminar del proyecto bolivariano de Angostura los aspectos más conservadores y autoritarios (como el senado vitalicio y el poder moral). Es claro que no estamos hablando de un personaje secundario en el proceso de la independencia. El papel de los juristas en la independencia es tan importante que, certeramente, Carvalho (1980) les atribuye la creación de distintos estados en la América española y sólo uno en la portuguesa. En la primera había un número de universidades con estudios jurídicos, generalmente ubicadas en las sedes de las audiencias -importantes centros gubernativos durante el período colonial-, lo que tuvo como consecuencia que las elites regionales tuvieran escasa comunicación entre sí. Es decir que los abogados del Perú se formaban en Lima -y cuando se creó la nueva república fueron ellos los llamados a hacerlo y a constituirse en sus cuadros-, los abogados de Venezuela se formaban en Caracas y los de Chile en Santiago, de manera tal que el mapa de los nuevos estados corresponde a las jurisdicciones de las audiencias con escuelas de derecho. Bolívar trata de crear Colombia con las actuales repúblicas de Colombia, Ecuador y Venezuela, pero como había audiencias y estudios jurídicos en Bogotá, Quito y Caracas, la ilusión ilustrada de Bolívar fenece (Castro Leiva, 1985). No había estudios jurídicos en la Audiencia de Guadalajara y no se forma un Estado independiente. En el Brasil, la élite política estaba constituida por brasileños formados en Coimbra. Era una élite cohcsionada. con muchos vínculos entre sí. Cuando nació el imperio no hubo dificultad en mantener unido a un país que por su tamaño y su diversidad geográfica habría podido dar lugar a varios estados. No se trata de algo mecánico. En la Argentina, la audiencia estaba en Buenos Aires y los estudios jurídicos en Córdoba. En el territorio de la Audiencia de Guatemala, donde también estaba la Universidad de San Carlos de Guatemala, se formó la Confederación Centroamericana, pero pronto se dividió en cuatro estados nacionales.
CAMBIOS EN LA EDUCACiÓN JURíDICA y EN EL PAPEL DE LOS JURISTAS
Dada la importancia de los juristas en el período de la independencia y la concepción de los nuevos estados, el papel de los abogados y de la educación jurídica pasó a ser un tema de enorme interés en la discusión pública.
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Una vez percibido el carácter polémico del tema, los juristas y los actores políticos principales fueron llamados a tomar importantes decisiones en la materia. Nos proponemos aquí destacar cuál fue la discusión y las razones de que el tema fuera considerado tan polémico. Al plantearse la cuestión de la construcción de estados nacionales sobre las ruinas de una monarquía teocrática, uno de los temas centrales fue el de la formación del personal de los nuevos estados o, dicho de otra manera, el de la formación de la élite política. Los estudios jurídicos fueron considerados la escuela para formar esa élite. La discusión más clara se produjo en el Brasil, pues carecía de universidades y de estudios jurídicos como consecuencia de la política expresa de la monarquía de concentrar la educación universitaria en Coimbra. Cuando se optó por la independencia, fue claro que Coimbra no podía continuar siendo el lugar de formación de la élite política brasileña. Por esa razón se resolvió crear escuelas de derecho y, dado el tamaño del país, se decidió muy pronto que las escuelas deberían estar situadas en Sao Paulo yen Recife,ciudades muy importantes del Sur y del Nordeste. Obviamente, fue una decisión pensada, pues lo esperable era la elección de Río de Ianeiro. capital del nuevo imperio. La decisión de crear las escuelas de derecho y sobre todo de confeccionar su plan de estudios se convirtió en un tema de la mayor importancia. En 1823, el congreso que tuvo como tarea la redacción de la primera Constitución brasileña también se encargó de discutir el plan de estudios del derecho y de determinar cuáles serían los textos que usarían profesores y estudiantes. Era un tema de enorme importancia, pues estaba claro que una educación basada en los derechos romano y canónico era insuficiente. Pero entonces, ¿qué debía enseñarse y cuáles serían los textos de enseñanza? La formación de la élite política no era un tema a ser dejado a autoridades universitarias y a profesores. Era algo de la mayor importancia política y generó debates apasionados (Bastos, 2000). No se trataba de un problema sencillo. La educación jurídica debía ser modernizada, pero ¿eran apropiadas las obras hasta ese momento consideradas subversivas y heréticas? Éste es el planteamiento del vizconde de Cairú: ¿Puede un gobierno tolerar que en sus salones de clase se enseñe, por ejemplo, las doctrinas del Contrato Social del filósofo de Ginebra, o El Sistema de las Naciones o la Filosofía Natural de escritores ateos que corromperían la juventud que son la esperanza de la nación para que sean sus legisladores, maestros y magistrados en la Iglesia y el Estado? (citado por Bastos, 2000; 30-31).
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En definitiva, lo que resultó de la discusión es que conforme al primer plan de estudios brasileño (1827) se incluyó derecho natural, derecho internacional, derecho civil nacional, derecho criminal nacional, derecho comercial, derecho público eclesiástico, derecho público, constitución imperial y procedimiento teórico y práctico (Bastos, 2000; Pérez Perdomo, 2006a: 71). Como se ve, estamos lejos de una enseñanza que sólo contemplara el derecho romano y el derecho canónico. En ]826 se estableció en Colombia un plan de estudios que incluyó legislación universal, derecho constitucional, ciencia administrativa y estadística, derecho civil romano y nacional, economía política y estadísticas colombianas, y derecho internacional. En México, en ]834, las asignaturas fueron derecho natural, derecho público, principios de legislación, derecho romano, derecho civil, derecho criminal, derecho canónico y"academia", una denominación para el derecho nacional y práctico (Mendieta y Núñez, ]956). Como puede apreciarse, las distintas reformas del plan de estudios se realizaron siguiendo la misma tendencia, aunque es probable que en esa época no hubiera mucha comunicación entre los países de América Latina. Los libros de texto adoptados fueron aproximadamente los mismos en toda América Latina, pues se trataba de los autores modernos portadores de la nueva ciencia. Para legislación universal, inicialmente se adoptó Principiosde legislación universal, de Iererny Bentham; para derecho constitucional, el Curso de derecho político, de Benjamin Constant; para economía política, la obra de Jean-Baptiste Say;para derecho español y nacional.Iuan de Sala; para derecho canónico, Berardi y Murillo. Muy pronto, asignaturas y textos se convirtieron en temas polémicos. Bentham, en particular, fue satanizado y prohibido en varios países. La asignatura, que cambió de nombre y de texto, está en el origen de lo que hoy se denomina introducción al derecho. Las asignaturas derecho constitucional y economía política fueron consideradas subversivas por los conservadores más radicales, pero defendidas por los liberales y por conservadores moderados como Andrés Bello (Pérez Perdomo, 2006a). En definitiva, estas asignaturas lograron sobrevivir y los de Constant y Say se convirtieron en textos utilizados por largos años para derecho constitucional y economía política. Estas nuevas asignaturas y estos nuevos textos eran necesarios porque el propósito de los estudios jurídicos era la formación de los funcionarios para los nuevos estados. Adviértase que los estudios jurídicos no estaban repletos de temas y de obras estrictamente jurídicos, como en la actualidad, sino que se quiso la formación amplia que se requería para aquellas personas que formarían las huestes del Estado, como lo indica el mismo titulo
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de la excelente obra de Gaitán Bohórquez (2002). Pero los mismos propósitos fueron cuestionados por las implicaciones que tenía el esfuerzo de formar una élite política. Básicamente, la crítica apuntaba en dos direcciones cercanas: en primer lugar, la idea de que cuando las personas formadas para desempeñarse como funcionarios de Estado no encontraran colocación en éste, para mejorar su situación personal se convertirían en factores de «revoluciones". En segundo lugar, las universidades producirían personas llenas de verbosidad, ociosidad y demagogia y no ciudadanos realmente útiles. Por ello, según los críticos, las escuelas técnicas debían tener la prioridad en la formación de los jóvenes (Pérez Perdomo, 2006a: 79). Quienes dirigieron los estudios jurídicos a la formación de la élite política no se equivocaron. En la práctica, las escuelas de derecho fueron los centros de formación de quienes luego se desempeñarían como funcionarios del Estado y, en segundo lugar, no fueron realmente abogados en el sentido ocupacional sino mucho más tarde, en el siglo XIX y en el xx. Barman y Barman (1976) estudiaron la élite política del Brasil imperial. Según las épocas, entre el 47 Yel 83 por ciento de los ministros del gabinete ejecutivo tenían formación jurídica. En lo que respecta a los senadores, las cifras variaban del 52 al 81 por dento. Los militares figuran en segundo lugar, pero muy distantes respecto de los abogados. Carvalho (1980) distingue entre abogados y jueces (en realidad "desembargadores" o jueces superiores) en la ocupación previa a formar parte del Senado o de los gabinetes ministeriales. Aunque era posible pasar de la ocupación de abogado al ejercicio de los altos cargos del Estado, la carrera más ortodoxa incluía la judicatura como un momento intermedio. Lo que resulta claro es que el ejercicio de la ocupación de abogado no era una actividad demasiado lucrativa y más bien se era abogado en las etapas de receso en el ejercicio de cargos públicos (Coelho, 1999; Pérez Perdomo, 2006a: 92). En esas etapas, estos hombrespúblicos no pasaban enteramente a la actividad privada, sino que dedicaban tiempo al periodismo y a otras formas de actividad política. En el México del siglo XIX el atractivo de la abogacía no residía en el ingreso conforme a una Vindicación de la abogacía, de Rodríguez de San Miguel, pero el ejercicio de cargos públicos ofrecía una alternativa conveniente. Camp (1996),que estudió a la élite política, mostró fehacientemente que los estudios jurídicos, aún en el siglo xx, especialmente en la Universidad Nacional Autónoma de México, eran la puerta más obvia. Por ejemplo, en 1905 el 81 por ciento de los integrantes del gabinete de Porfirio Díaz eran abogados. Moreno (1979) estudió a los abogados activos en el siglo XIXY concluye que relatar la historia de los abogados en México es
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en gran medida relatar la historia de la nación, en virtud del papel prominente que tuvieron en la vida pública. Historias muy similares pueden contarse para Colombia (Uribe Uran, 2000; Gaitán Bohórquez, 2002), Chile (Serrano, 1994; de la Maza, 2001), Costa Rica (Arias Sanchez, 1976),Argentina (Bagú, 1961; Imaz, 1964), Venezuela (Pérez Perdomo, 1981; 2006a). El hecho de que las personas con formación jurídica integraron la élite política de América Latina desde la independencia hasta la segunda mitad del siglo xx no parece sujeto a discusión. El punto es saber por qué. Una respuesta obvia es que los estudios universitarios proveían una formación que la sociedad apreciaba y que era considerada valiosa para la participación en política. La teología y el derecho canónico perdieron importancia porque la organización política dejó de ser teocrática y la Iglesia católica perdió poder en el siglo XIX. El derecho pasó a ser la disciplina política por excelencia y el derecho político (luego llamado derecho constitucional), una disciplina nueva, pasó a tener un lugar central. El derecho romano y el canónico perdieron importancia frente al estudio de las distintas ramas del derecho nacional. Esto sigue siendo válido para las sociedades del presente: una formación en derecho puede ser útil para la participación política y, de hecho, muchos políticos del presente la tienen. Pero la comparación con el presente nos indica que tal vez la formación en economía, en gerencia, en políticas públicas, puede ser tan apreciada, si no más, para el desempeño político. Por supuesto, las universidades no ofrecían esa formación en el siglo XIX Ylo más cercano a un grado en ciencias sociales, incluyendo la economía, era el derecho. El derecho no era un campo demasiado especializado. Los libros de derecho político o constitucional se dirigían al público en general y no sólo a los estudiantes de derecho. Una persona educada tenía una educación jurídica y de hecho hubo juristas importantes que no estudiaron derecho en ninguna universidad. El caso más notorio es el de Andrés Bello (1781-1865), uno de los juristas más distinguidos del período que analizamos a pesar de que nunca obtuvo ningún título universitario en derecho. Su trabajo como redactor principal del Código Civil de Chile, con enorme influencia en los demás países de América Latina, ya sería una credencial suficiente, pero no puede olvidarse que también escribió una obra didáctica muy influyente en derecho internacional público y una en derecho romano, que fue una adaptación de Heineccius. Bello no fue sólo un jurista. Su Gramática de la lengua castellana es un hito en la historia de la gramática y además se aprecia su obra sobre literatura y lingüística.
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El caso de Bello no es único. Una buena formación general debía incluir el derecho. Pero en general los autores de obras jurídicas que no se habían graduado antes en derecho fueron la excepción. La universidad o escuela de derecho tenía la importante función de reunir a las personas interesadas en derecho y en las demás ciencias sociales de la época. La clave tal vez no sea la enseñanza misma, sino la reunión de un grupo de personas que leían los libros pertinentes y discutían los temas que preocupaban en el momento. Por ello los estudiantes y los graduados en derecho hacían también periodismo, literatura, historia y participaban en reuniones políticas yen sociedades secretas (Venancio Filho, 1977: 136; Adorno, 1988; Bravo Lira, 1998: 644). Las biografias de los abogados de la época generalmente destacan que hablaban muy bien o que escribían para el público. Eran, pues, letrados, hombres públicos, intelectuales.
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Cuando señalamos que los juristas eran letrados o intelectuales hacemos una afirmación muy general. Seguramente los hubo anónimos, sin mayor interés por la política o por la literatura y sin nada que hoy permita recordarlos. Lo que afirmamos como hipótesis es que casi todos los intelectuales tenían formación jurídica, generalmente un grado en derecho. Probar tal hipótesis requeriría hacer un listado de los intelectuales e investigar cuál era su formación intelectual, algo que está fuera de nuestro alcance realizar en este momento. Pero existen algunos estudios que pueden ser útiles para fundar la hipótesis. Por ejemplo, Stockhausen (1982) estudió a los periodistas venezolanos del siglo XIX y confirmó que la presencia de los abogados en esa actividad fue muy importante. Lo notable de la significativa presencia de los juristas en el rango de los intelectuales y los políticos al que nos hemos referido es que el número de juristas no era grande. En Colombia de 1839eran 331; en Venezuela de 1840, 120; en el Brasil de 1850, 1.383; en Chile de 1854, 282; en la Argentina de 1869,439. En cifras relativas, esto representaba aproximadamente entre 10 y 20 por 100.000 habitantes, lo que indica que un buen porcentaje de ellos hacían periodismo, política, literatura. Si de la cima de los juristas observamos a aquellos que tuvieron una carrera especialmente distinguida, podemos evaluar la calidad de su contribución politica. Ya hemos mencionado dos excelentes ejemplos, Juan Germán Roscio y Andrés Bello.Otras figuras de primera magnitud son los argentinos
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Juan Bautista Alberdi (1810-1884) y Domingo Faustino Sarmiento (18n1888). Alberdi se opuso a la dictadura de Rosas, lo que lo llevó al exilio en e! Uruguay, y luego a Chile. En 1852 publicó Bases y puntos de partida para La organización poLítica deArgentina con un proyecto que se configuró corno la influencia fundamental en la Constitución argentina de 1853.Fue un jurista y diplomático de gran prestigio cuyas obras completas, que ocupan muchos volúmenes, conciernen a las ciencias sociales y a la política en general. Sarmiento no tuvo una educación jurídica formal y su obra generalmente está clasificada dentro del área de la política, las ciencias sociales y la educación, pero sus Comentarios a La Constitución de la Confederación Argentina (18S3) tuvieron un enorme impacto y se convirtió en uno de los clásicos del derecho constitucional argentino. A ella respondió Alberdi polémicamente con sus Estudios de La Constitución argentina de 1853 (18S3), obra de rico análisis sociojurídico. Sarmiento tuvo una destacada actuación pública que lo llevó a ocupar la presidencia de la república. Las grandes obras políticas del siglo XIX, escritas fundamentalmente por juristas o por intelectuales que tenían una buena formación jurídica y prestaban atención al derecho, pueden considerarse obras de derecho constitucional-o de derecho político, para usar la denominación de la época-o No debe pensarse que son obras académicas o de investigación en el sentido que hoy les damos a estos términos, sino que están dirigidas a un público no especializado con la intención de tener un impacto político. También hubo obras más dirigidas a la enseñanza universitaria, cuya misión era adaptar las obras canónicas europeas a las necesidades de los nuevos estados de América Latina y al carácter católico de las nuevas naciones. Un buen ejemplo de obra didáctica es el derecho internacional público (Principios dederechodegentes, 1832) de Andrés Bello.Si bien su intención fue hacer una adaptación de Heineccius, logra más que eso y la obra se convierte ella misma en canon para la enseñanza del derecho internacional público en varios países de América Latina. Entre las obras dirigidas al gran público la variedad es considerable: desde los catecismos políticos, que se proponían la enseñanza más elemental, hasta obras que hoy nos sorprenden por su vigor y por la profundidad y la claridad de sus planteamientos. Entre ellas está e! Manual político delvenezolano (1839), de Francisco Javier Yanes(1777-1842), jurista muy importante -uno de los iniciadores de la historia de Venezuela como disciplina- que tuvo una destacada carrera política. El hecho es que estas grandes obras jurídico-políticas latinoamericanas del siglo XIX pueden considerarse constitutivas de nuestra tradición republicana liberal, lo cual es perfectamente consistente con la misma tradición de! derecho constitucional (Botana, 1984).Si bien e! derecho cons-
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titucional se ocupa específicamente de la distribución del poder dentro del Estado y de los derechos de los ciudadanos, ello no implica que todos los juristas hayan sido republicanos liberales. Los hubo que tuvieron reservas respecto a la vía que tornaban los nuevos estados y,en algunos casos, puede que esto los haya llevado a guardar un silencio prudente. Felipe Fermín Paúl (I774-1843) es un buen ejemplo por su gran importancia política y académica. Doctorado tanto en teología corno en derecho canónico, enseñaba latín en la Universidad de Caracas y le correspondió ser el primer profesor de economía política después de la independencia. Fue uno de los firmantes del acta de la independencia y de la primera constitución. Luego cambió de bando y fue asesor de! general Morillo, jefe de! ejército expedicionario español. En 1820 fue diputado a las cortes españolas. Después de la independencia regresó a Venezuela, se reincorporó a la Universidad de Caracas y fue su rector durante el período 1823-1825. Bolívar lo designó su abogado para que atendiera sus intereses personales. Hacia el fin de su vida, en 1837, fue ministro de Interior y Justicia. Paúl fue pues un jurista académico muy distinguido, pero claramente era un conservador muy vinculado a la Iglesia católica. Aunque su conservatismo lo llevó a tornar partido por la monarquía española, se adaptó a la nueva situación del país. Lo notable es que no haya dejado obra escrita, con excepción de un discurso en honor del obispo Méndez en 1828. El ejemplo de Paúl muestra no sólo que había juristas que no eran republicanos liberales, sino que el prestigio como jurista y como académico no se fundaba necesariamente en la escritura. El profesor no tenía necesariamente que escribir artículos o tratados, pues realmente se esperaba de él que explicara la obra en la que estaba contenida la verdad. Con el paso del siglo XIX puede apreciarse que algunos juristas hacen explícitas sus reservas respecto de la tradición republicana liberal. El pensamiento positivista europeo fue de ayuda en el replanteamiento de los temas juridicos. El chileno Valentín Lete!ier (1852-1919) fue profesor de derecho y rector de la Universidad de Chile, donde inició cambios educativos muy importantes. También fue parlamentario y uno de los fundadores e ideólogos del Partido Radical, cuya tendencia hoy llamaríamos socialdemócrata. Entre sus obras jurídicas están Génesis del Estado y de sus institucionesfundamentales (I917) y Génesis del derecho y de Las institucionesciviles fundamentales; estudiode la socioLogía jurídica (1919), que ya en su título muestran las nuevas influencias y la ambición de repensar el derecho y e! Estado. Otros juristas que repensaron la política y la historia valiéndose de la aproximación positivista fueron partidarios de la dictadura. Fue el caso
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de Emilio Rabasa (1856-1930), quien colaboró con Porfirio Díaz y luego, cuando éste ya no estaba en el poder, justificó su dictadura en una obra fundamental, La Constitución y la dictadura (1912). Aunque más tarde se opuso a los revolucionarios mexicanos, su gran prestigio como constitucionalista lo llevó a tener una influencia importante en la Constitución mexicana de 1917. También fue autor de cuatro novelas. Un caso similar es el de José Gil Fortoul (1861-1943), historiador, literato, autor, entre muchos otros libros, de un tratado de esgrima, de una conocidísima Historia constitucional de Venezuela y de una Filosofía constitucional (1890), que lidia con la tensión entre la constitución y las realidades políticas en Venezuela. Posteriormente, fue uno de los más importantes colaboradores de Juan Vicente Gómez, bajo quien fue presidente del Congreso, ministro y presidente encargado de la república. El apoyo que estos grandes juristas constitucionalistas dieron a dictadores plantea una disonancia cognitiva importante. Las constituciones son fundamentalmente instrumentos de distribución y limitación del poder político. Que los juristas hayan asumido colaborar con dictaduras y hasta justificarlas plantea un problema de investigación de la mayor importancia. No es la tarea de este trabajo dilucidarlo. La conjetura con la que concluimos es que a comienzos del siglo XIX los juristas se tomaron en serio su tarea de guardianes de la legalidad y se propusieron construir los estados conforme al modelo de cuño político liberal, si bien en países como México y Venezuela, donde el Estado se implantó sobre una base no liberalo autoritaria, el positivismo dio instrumentos para repensar la relación entre política y derecho. No fue necesariamente así para todos los autores: otros juristas positivistas se opusieron a las dictaduras en esos mismos países. La recuperación del drama intelectual de los grandes juristas de la época es una tarea que aún está por hacerse. Tal vez porque en América Latina ésta sigue siendo una herida abierta: el Estado de derecho todavía encuentra dificultades para realizarse. Es difícil considerar sin pasión la vivencia de nuestros antepasados.
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"A la altura de las luces del siglo": el surgimiento de un clima intelectual en la Buenos Aires posrevolucionaria Klaus Gallo
La actuación de Bernardino Rivadavia (1780-1845) como ministro de Gobierno de Buenos Aires entre 1821 y 1824 es especialmente recordada por las variadas reformas que su gobierno promulgó en las esferas política, económica, social y cultural de esa ciudad. Su proyecto reformista dio lugar al surgimiento de un denominado "grupo rivadaviano", integrado por políticos, publicistas y profesores universitarios cercanos al ministro, cuyo principal propósito era dar coherencia a las mencionadas reformas a partir de la difusión de algunas de las ideas centrales de ciertos pensadores europeos. Consideraban que este objetivo era primordial para lograr afianzar un orden republicano estable luego de los avatares políticos sufridos en el Río de la Plata durante la década anterior. Por tal motivo, tanto la actuación de los diputados del llamado "Partido del Orden" -que, funcionales a los intereses del gobierno, operaban en la nueva Legislatura de Buenos Aires-, como las notas y los artículos de publicistas rivadavianos aparecidos en diarios "oficialistas", como El Centinela y El Argos, y las enseñanzas impartidas por algunos profesores leales al gobierno en la recientemente creada Universidad de Buenos Aires fueron los principales medios de difusión del ideario político-cultural del grupo rivadaviano. El objetivo de este trabajo es poner de manifiesto la manera en que fueron irradiándose los postulados de algunas de las corrientes filosóficas europeas ligadas a la tradición iluminista del siglo XVIII, consideradas funcionales a las reformas y que contribuyeron a generar un clima de debate político-académico de mayor altura que el prevaleciente durante la década anterior en el ámbito porteño. Uno de los propósitos del "Partido del Orden" fue promover una armoniosa convivencia en el seno de la nueva Legislatura porteña con el fin de establecer el "antagonismo de opiniones', y así erradicar los traumáticos faccionalismos propiciados en el antiguo Cabildo, que habían derivado en innumerables actos de violencia política. Este objc-
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tivo estaba en sintonía con el intento de los publicistas rivadavianos de promover una nueva "cultura literaria" (Myers, 1998: 31-48) a partir de la introducción de la Ley de Prensa sancionada por el gobierno, que permitiría la emergencia de un mayor número de diarios considerados indispensables a la hora de anunciar las nuevas reformas y otras medidas significativas sancionadas por el gobierno, así como la difusión de las nuevas ideas ligadas a corrientes europeas, como el sensualismo, el utilitarismo y la ldéologie, que serían el sustento teórico de algunas de las reformas. El otro ámbito en el que también debían difundirse los principios ligados a estas corrientes era la Universidad de Buenos Aires, donde buena parte de los profesores aliados con el gobierno tenían el firme propósito de impartir este tipo de enseñanzas con el fin de relegar la difusión de la teología en el nuevo centro de altos estudios de la ciudad. Corno se ha sugerido más arriba, en buena medida el promotor de estas innovaciones en el ámbito político-cultural de Buenos Aires fue Rivadavia, a quien sus viajes por España, Francia y Gran Bretaña durante 18141820 le habían permitido acceder a ciertos círculos académicos y culturales, especialmente en Londres y en París, que lo llevaron a "aggiornarse" de las corrientes filosóficas en boga en los más elevados ámbitos educacionales de esos países y a establecer contactos directos con algunos de los principales referentes de estas corrientes, como certifican sus encuentros personales con pensadores de la talla de Ieremy Bentham (1748-18J2), James Mili (1773-1836), Destutt de Tracy (1754-1836) y Dominique de Pradt (17591837), también conocidos por sus escritos políticos, caracterizados, en general, por sus fuertes críticas al "establishment" político de sus respectivos países. El análisis de la relación epistolar que mantuvo Rivadavia con algunos de los mencionados permite observar en qué medida estos hombres procuraron inculcarle la creencia de que el Río de la Plata, más allá de las vicisitudes políticas experimentadas allí durante la primera década de convivencia independiente,era una región en la que estaban dadas las condiciones para promover la expansión de ideales político-filosóficos que permitirían ir configurando el por ellos tan ansiado modelo de la "república ilustrada': A su regreso a Buenos Aires para incorporarse al nuevo gobierno, Rivadavia parecía convencido de la necesidad de impulsar reformas que estuvieran en consonancia con los principios sostenidos por estos pensadores, para ser aplicadas en los ámbitos político, social y cultural de la ciudad con el fin de plasmar aquel ideal. Si se considera el énfasis con el que se procuraba dar definitivamente por tierra con cualquier vestigio del legado colonial aún presente en algunas instituciones politicas y culturales rioplatenses, puede
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afirmarse que el impulso reformista suponía, de alguna manera, la puesta en marcha de un ideario regeneracionista. El efecto suscitado en Buenos Aires por estas reformas dio lugar a un "debate" en torno de los objetivos regeneracionistas impulsados por el gobierno, lo que se vislumbra especialmente en aquellos que se desarrolIaron en la Legislatura y en los principales diarios como consecuencia de la controvertida reforma de la Iglesia, en 1821, y también en las disputas entre algunos profesores y la máxima autoridad de la Universidad de Buenos Aires en torno del contenido de los nuevos cursos que comenzaron a dictarse, discusiones todas que permiten apreciar el surgimiento de fuertes clivajes entre las esferas clerical y secular durante el efímero período de 1821-1827, comúnmente llamado "la feliz experiencia". Sin embargo, es importante destacar que durante los años previos a la instalación del gobierno de Buenos Aires se percibía ya un clima de fricción cada vez más apreciable entre ambas esferas, especialmente a partir de la creación del Colegio de la Unión del Sud, en 1819, y del dictado de un curso de filosofía por Juan Crisóstomo Lafinur (1797- 1824). Al promover en su curso los principales lineamientos teóricos del sensualismo y de la Tdéologie, este joven profesor proveniente de la provincia de San Luis fue quien en buena medida desató un clima de "debate intelectual" que se potenciaría con las reformas impulsadas por el "Partido del Orden" y la creación de la Universidad de Buenos Aires en la década siguiente. Más allá del hecho de que durante el transcurso de "la feliz experiencia" no se asistiría aún al desarrollo de áreas científicas, fue en la década de 1820 cuando se establecieron los cimientos que casi diez años después permitieron propiciar la emergencia de una "intelectualidad" criolla.
"LA FINURA DEL SIGLO DIEZ Y NUEVE": DIFUSIÓN DE LA FILOSOFÍA EN BUENOS AIRES
La ausencia de un clima de debate universitario en Buenos Aires, más allá de que la fundación de su Universidad ya había sido aprobada por el Directorio de Juan Martín de Pueyrredón (1777-1850), ponía de relieve las limitaciones del panorama académico porteño en aquellos tiempos. Impulsada por Bernardino Rivadavia, la fundación de la Universidad de Buenos Aires un año después se debió esencialmente a la necesidad de paliar este déficit. Paradójicamente, para aquel entonces Lafinur ya no formaba parte de la nueva institución universitaria.
EL CLIMA INTELECTUAL EN lA BUENOS AIRES POSREVOLUCIONARIA
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Como es sabido, los únicos centros universitarios existentes en el Río de la Plata antes de 1820 eran los de Chuquisaca y Córdoba. Esta última ciudad, en la que Lafinur había comenzado a cursar sus estudios poco tiempo después de declarada la Revolución del 25 de Mayo, atravesaba en aquellos tiempos un momento de inflexión, debido a los planes de reforma introducidos por el deán Gregario Funcs (1749-1829), que permitieron advertir, por ejemplo, de qué manera la enseñanza de la filosofía iba a estar cada vez más marcada por la incorporación de nociones vinculadas con las ciencias modernas, lo que motivaría una progresiva declinación en la enseñanza de la teología. fue en este particular ámbito que Lafinur conoció al poeta Juan Cruz Varela (1794~1839) y a Salvador María del Carril (1799-1833), futuro gobernador de San Juan, quienes durante la década de 1820 se vincularon muy estrechamente con los gobiernos de Rivadavia. El clima de reforma universitaria en Córdoba, sumado al proceso revolucionario iniciado en el Río de la Plata en 1810, contribuyó sin duda a que los estudiantes del exiguo ámbito universitario rioplatense de esos años tomaran contacto con diversos autores de las corrientes filosóficas europeas. A pesar de ello, Lafinur -según Delfina varela Domingucz de Ghioldisería expulsado de esa universidad en 1814 "por sus costumbres liberales" (Lafinur, 1938: 46), acontecimiento que la mencionada autora vincula implícitamente con la salida de Funes -quien para aquel entonces se había convertido ya en un referente de la política revolucionaria en Buenos Airesde la Universidad de Córdoba y el consecuente deterioro en la calidad de los estudios (Varela Dominguez de Ghioldi, 1938: 96). Pocos años después, Lafinur llegó a Buenos Aires, donde gracias a su amistad con Juan Cruz Varela tornó contacto con personajes vinculados a los círculos literarios y teatrales porteños, como el poeta Esteban de Luca (1786~1824) yel actor Ambrosio Morante (1772~1837) y formó parte de la Sociedad para el Fomento del Buen Gusto en el Teatro integrada por el propio De Luca, Camilo Henriquez (1769~1825), Valentin Gómez (1774~ 1833) YManuel Moreno (1790-1857), entre otros. A comienzos de 1819, Lafinur ganó el concurso para dictar el curso de filosofía en el Colegio de la Unión del Sud, lo que lo obligó a postergar sus actividades periodísticas y teatrales. Como refleja el siguiente testimonio de Juan María Gutiérrez (1809~1878), Lafinur intentó promover un audaz giro en las modalidades de enseñanza dentro del ámbito educativo porteño: Lafinur no se proponía en su curso formar filósofos meditativos ni psicólogos que pasasen la vida leyendo. como faquires de la ciencia, los fenómenos íntimos del yo. Quería formar ciudadanos de acción, por-
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que sentía la necesidad de levantar diques al torrente de los extravíos sociales que presenciaba y de preparar obreros para la reconstrucción moral que exigía la Colonia emancipada (Gutiérrez, 1998: 99). Aunque apreciaban los esfuerzos de Lafinur por ampliar el arco de conocimientos a impartir en sus cursos de filosofía, algunos de sus colegas académicos también dejaban entrever que ello no necesariamente debía ir en detrimento de las enseñanzas religiosas. En este sentido, Cosme Argerich (1784-1846) -profesor y fundador de la Escuelade Medicina de Buenos Aires-le haría saber a través de un artículo publicado en un diario de la época: Estoy bien persuadido, que los sentimientos y principios del Sr. Catedrático Lafinur, a quien aprecio infinito por su literatura y buen gusto, son los mismos que yo sigo, y que nada de lo que llevo insinuando le puede tocar ni remotamente; pero, si es permitido a un hombre de honor y alguna edad proponerse a sí mismo por modelo, podría hacerle presente, que enseñando a mis discípulos la fisiología, ya ha once años, en la discusión del análisis del entendimiento les expliqué estas mismas opiniones perfeccionadas con la continua lectura de Cabanis yde Destutt Tracy, pero proponiéndolas siempre con el correctivo insinuado de prescribir exactamente los límites hasta donde puede llegar la filosofía, debiendo esperar de la ciencia sagrada los restantes conocimientos (El Americano, 1 de octubre de 1819). Por otro lado, su amigo Juan Cruz Varela consideraba un ejercicio algo fútil la persistencia con la que Lafinur buscaba imponer algunos principios filosóficos en las aulas, como quedaría reflejado en una poesía dedicada a él (cf. Korn, 1983:162):
Oh Lafinur, tú pierdes Sensiblemente el tiempo Revolviendo los libros De autores mil diversos, Yen pos de inútil ciencia Afanoso corriendo. Porque, dime, querido, ¿Qué te importa en efecto, Que el hombre sólo piense A fuer del sentimiento, O que piense, movido De principio diverso?
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Gutiérrez (1998: 98) ha señalado que "antes de él [Lafinur] los profesores de Filosofía vestían sotana: él con el traje de simple particular y de hombre de mundo, secularizó el aula primero y enseguida los fundamentos de la enseñanza". En el transcurso de 1820, los cambios de usos y costumbres introducidos por Lafinur en aquella casa de estudios generaron una fuerte tensión en el ámbito académico eclesiástico, que coincidió con el clima cada vez más álgido de tensión política que se vivía en ese momento en el amplio contexto territorial rioplatense, pero sobre todo en Buenos Aires. La situación de creciente ebullición político-social se puso especialmente de manifiesto en esa ciudad en el transcurso del mes de agosto, momento en el que la llamada "anarquía del año 20" entró en una etapa de definiciones. Fue precisamente durante ese mes cuando se llevó a cabo el evento organizado por Lafinur que registra Gutiérrez (1998: 99-100) en el siguiente relato:
El 31 de Agosto de 1820 se convocó al público de Buenos Aires a asistir a una función literaria en el templo de San Ignacio. Allí se llevó a cabo un examen de oratoria entre los más destacados estudiantes del curso de filosofía del Colegío de la Unión del Sud dictado por Juan Crísóstomo Lafinur. El acto fue cerrado por un discurso pronunciado por el mismo Lafinur quien "improvisó una refutación a la famosa tesis sostenida ante la Academia de Dijon por Juan J. Rousseau, en el cual pretendió demostrar este filósofo que las ciencias han corrompido al hombre y empeorado sus costumbres". Durante las semanas previas a la mencionada función literaria, se palpaba un clima de tensión, que quedaría reflejado en la publicación de textos en los que algunos clérigos de renombre pusieron de manifiesto su indignación por el modo en que en sus clases de filosofía Lafinur abusaba de un espíritu que consideraban extremadamente laicista y proenciclopedista, con el agravante de que en sus llamadas "funciones" el mencionado profesor trasladaba sus enseñanzas a una dimensión de la esfera pública mucho más amplia. Las críticas a Lafinur, publicadas sobre todo en diarios y en panfletos editados por el controvertido cura Francisco de Paula Castañeda (1776-1832), se caracterizaban por sus ingeniosas e irónicas diatribas, especialmente dirigidas contra ciertos miembros de la élite político-intelectual porteña que simpatizaban con ese tipo de orientación filosófica. Ya en mayo de ese año, en su Despertador Teofilantrópico Misticopolitico, Castañeda había dedicado a Lafinur un sarcástico poema (cf. Lafinur, 1938: 178):
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La finura del siglo diez y nueve Es la finura del mejor quivcve: Diga yo novedades Aunque pronuncie mil barbaridades: Dale que dale La pura novedad es la que vale: Dele que dele Dios, si hubiere remedio, lo revele: Dile que dile Si le crece la lana que se trasquile; Correrá bien la vola Con maíz morocho, y con zapallo angola: y en caso de que no corra Mezclen el piquillín con mazamorra: A dios señores El dianche somos ya los escritores. El siglo diez y nueve Al cumplir los veinte años mucho hiede: Hiede como guanaco Porque el que no es filósofo, es chacuaco; Por no ser teocrático Se ha vuelto macarrónico y maniático; Los padres aborrece Por quedarse en sus quince, y en sus trece, y aunque ya peine canas Se muere por voleras y tiranas; Que salga con la suya Pero yo no le enbidio su aleluya. Por otro lado, a principios del mes de agosto Castañeda manifestó de manera más explícita su enorme fastidio por lo que consideraba una excesiva influencia de las enseñanzas de filósofos franceses e ingleses, en detrimento de los tradicionales valores hispanos (en Desengañador Gauchi-Politico, 4 de agosto de 1820): Hágase una hoguera en medio de la plaza, y entre en ella Voltaire con sus setenta tomos, que para nada los necesitarnos; después que siga chamuscándose Juan Santiago en compañía de Volney, de Payne, del citador, y cuantos libros embrollones han transformado vuestro juicio. Refórmese Buenos Ayres sacrificando los días de fiesta, convirtiendo los cafés
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en escuelas, y las baraias en cartillas y catones, que si seriamente tratamos de nuestro remedio seguramente quedaremos remediados en todo el decurso de la década venidera. De no hacerlo así no queda más recurso que el del hijo pródigo; sí señores, la España, de quien nos han separado no la rebelión ni la perfidia, sino las circunstancias, y la deserción escandalosa de sus reyes; la España de quien jamás hemos estado tan quejosos como de nosotros mismos; la España y su regazo será el único asilo donde podremos acogernos cuando por nuestra inmoralidad el hijo persiga al padre con un puñal, las hijas a la madre y cuando un huésped no esté seguro de otro huésped a causa de ser todos ladrones. El mismo grado de fastidio era perceptible en el Cancelario de Estudios del Colegio de la Unión del Sud, el arcedeán Andrés Florencia Ramírez (17811827), quien pocos días antes de llevarse a cabo el concurso literario en San Ignacio envió una nota de queja al gobierno por lo que consideraba una inaceptable conducta y una falta de respeto hacia su persona por parte de Lafinur, cuando éste reaccionó a la amenaza de Ramírez de denunciarlo por haber tocado el piano y cantado en su cuarto en horas de clase, y por ende haber dejado abandonados a sus estudiantes en el aula (en Lafinur, 1938: 184-185): En vez de disculparse [Lafinur] con la moderación debida, me replicó lleno de elación que el voto público le haría justicia; que su reputación estaba mejor parada que la mía, y que con el sufragio de los alumnos, y de los hombres de bien me desmentiría, si pensaba desairarlo o envolverlo en aquella nota: que mirase lo que hacía, que mejor estaría volverle sus estudiantes, y evitar con él todo rompimiento en un tiempo en que ya había caducado la aristocracia cimpluxo de los pulsillos. Yo di al desprecio con no poca mortificación la pedantería de su parlado, y procuré despedirlo, diciéndole, que el era quien le estaría mejor no ser atrevido, y enseñar a sus discípulos máximas de moralidad, y respeto a nuestra religión: que era un escándalo, que no los hubiera presentado una sola vez a comunión de regla en los dos años de curso que llevaba: que si los presentaba, me daría por satisfecho; y quedaría todo tranzado. Aquí soltó una carcajada: lamentó la pobreza de mi moralidad, y tratándome de fanático, visionario, se mandó a mudar dejándome con la palabra. La anécdota refleja hasta qué punto a Lafinur no parecían hacerle mella los enfáticos reclamos que en contra de su comportamiento manifestaba la auto-
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ridad de ese establecimiento educativo. Por el contrario, el hecho de que ese hombre proviniera del ámbito eclesiástico parecía incentivar aun más su actitud de marcada irreverencia y desprecio hacia su autoridad. La fuerte convicción en los fundamentos filosóficos que difundía entre sus alumnos y el sistemático rechazo por cualquier enseñanza vinculada con la teología hacían de Lafinur un símbolo en el seno de una sociedad en la que, como la porteña de aquel entonces, se harían sentir cada vezmás las quejas de algunos clérigos contra las actitudes irrespetuosas de un creciente número de jóvenes provenientes de los sectores más cultivados de la élite porteña. Con frecuencia Lafinur ha sido vinculado a corrientes del pensamiento francés surgidas de su tradición enciclopedista, e incluso se ha sostenido que él fue el introductor en el Río de la Plata de la ldeologie, cuyos principales referentes eran Destutt de Tracy, Pierre Cabanis (1757-1808), Pierre Daunou (1761-1840) yVolney (1757-1820), entre otros. Esta asociación un tanto esquemática se debe en parte a afirmaciones vertidas en trabajos como los de Varela Dominguez de Ghioldi (1938: 95-100), quien ha expresado, por ejemplo, que "con lecturas de Destutt de Tracy y Cabanis, planeó [Lafinur 1las exposiciones de su cátedra. A una acentuada información filosófica sobre Descartes, Locke y Condillac agrega una personalísima agitación ética que no pasó inadvertida entre las generaciones de jóvenes que lo tuvieron como maestro". Y luego agrega que "a Lafinur se le debe el primer empeño por abandonar la expresión escolástica. El vino a romper [... ] una trama filosófica asentada sobre bases religiosas" (ibid.). Unas décadas antes, en su estudio sobre los orígenes de la enseñanza superior en Buenos Aires, también Gutiérrez había subrayado la utilización por parte de Lafinur de algunos conceptos de la Idéologie. Poco tiempo después del fin del dramático período conocido como la "anarquía del año 20", Lafinur se vio forzado a abandonar Buenos Aires, en buena medida debido a su permanente confrontación con las autoridades educativas provenientes del clero porteño. Resulta casi paradójico que mientras el profesor "puntano" se alejaba de la capital hacia la región de Cuyo, Rivadavia llegaba a Buenos Aires, para incorporarse al nuevo gobierno creado en esa ciudad como consecuencia de la estructura confederada que se había dispuesto para el Rio de la Plata. El nuevo ministro retornaba después de casi cinco años de estadía en Europa, donde, más allá del fracaso de la misión diplomática que se le encomendara, había establecido contactos con algunos referentes de corrientes filosóficas francesas, como la Idéologie. cuyos principios, como ya hemos dicho, durante esos mismos años eran difundidos por Lafinur en el principal centro de educación porteña.
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UTILITARISMO E IDÉOI.OGIE, NUEVOS REFERENTES PARA LA CONFIGURACiÓN DE UNA "REPÚBLICA nUSTRADA"
Durante sus años de desventuras diplomáticas en Europa, Rivadavia pudo establecer relaciones personales con algunos destacados referentes de la intelectualidad parisina y londinense. En la capital francesa, ciudad en la que residió durante la mayor parte de su misión en Europa, trabó amistad con intelectuales franceses de la talla de De Pradt y Destutt de Tracy, mientras que en la ciudad de Londres, que visitó en tres ocasiones, hizo lo propio con Bentham y James Mili, cuyo Principies of politiealeconorny él mismo tradujo- más tarde. Los contactos establecidos en Europa adquirieron visible importancia en Buenos Aires a partir de 1821, una vez puesto en marcha el itinerario reformista del Partido del Orden. Más allá de las enseñanzas impartidas por Lafinur, la creciente presencia de la ldéologie y del utilitarismo en el Río de la Plata en los años posteriores se debió en gran medida a los contactos personales establecidos por Rivadavia. La posterior adopción de ciertas pautas ligadas a estas dos corrientes filosóficas, tanto en el ámbito político como en el de la Universidad de Buenos Aires,es significativa, pues permite apreciar en qué medida algunos miembros de la clase política y de la incipiente "intelectualidad porteña" parecían inclinarse en favor de principios más deudores del concepto de "utilidad" que de aquellas nociones teóricas vinculadas con las ideas rousseaunianas y con los principios basados en los derechos naturales, que habían tenido un lugar destacado en la cultura política rioplatense durante la década independentista. El término "utilitarismo" se vincula con aquella tradición de teoría ética que establece, directa o indirectamente, la validez del conjunto de nuestras acciones y decisiones según el grado de bienestar que proporcionen a los individuos que se ven afectados por ellas. La filosofía de Bentham plantea esencialmente dos postulados: uno de carácter fáctico y otro de carácter normativo. El primero establece que los individuos persiguen su propio bienestar; el segundo, usualmente relacionado con el principio de utilidad, determina que las acciones humanas deben ser juzgadas según el grado de daño o placer que proporcionan a la comunidad. Bentham define el daño como "toda sensación que un hombre preferiría no sentir" y el placer como "toda sensación que un hombre preferiría sentir". El principio utilitario o del mayor bienestar de la mayoría está específicamente destinado a los legisladores, a quienes Bentham considera responsables de la administración de la sociedad. Las personas deben perseguir su propia felicidad siempre y cuando esta búsqueda no afecte a otras
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personas y al bien común. Para posibilitar la concreción de ese objetivo, sostiene Bentham, los medios más idóneos que el legislador tiene a su alcance son los premios y los castigos. Rivadavia conoció a Bentham por mediación de Antonio Alvarcz [onte (1784~1820), agente chileno radicado hacia un tiempo en Londres (Willifcrd, 1980: 20). Por aquel entonces, Bentham se hallaba sumamente interesado en la situación de las antiguas colonias españolas en América. Había trabado amistad con numerosos diplomáticos y comerciantes sudamericanos e incluso había escrito acerca de lo impracticable y perjudicial que resultaría para España mantener las colonias americanas que aún poseía, y, lo que sería para él más incomprensible aun, que intentara recuperar aquellas que ya se habían emancipado. Por otro lado, textos de Bentham como el Tratado de legislación, publicado en 1802, y las Tácticas de lasAsambleasLegislativas, de 1817 -en sus versiones francesas, traducidas del inglés y editadas por elpublicista ginebrino Etienne Dumont (1759-1829)-, habían sido divulgados ya en algunos círculos políticos y literarios de Sudamérica, razón por la cual es probable que para aquel entonces más de un publicista o político rioplatense hubiese entrado en contacto con alguno de esos trabajos. Ciertamente, por esos años el filósofo inglés disfrutaha de un importante prestigio en América Latina, a tal punto que en 1824 el afamado escritor inglés WilIiam Hazlitt (1778-1830) sostenía irónicamente que a Bcntham se lo conocía más en las minas de México y de Chile que en la propia Gran Bretaña (Dinwiddy, '992: 294). Ya en ese entonces Bentham abogaba con insistencia en favor del sistema republicano de gobierno, que debía consistir de una estructura unicameral democráticamente elegida, en detrimento de sistemas monárquicos o aristocráticos que, en su opinión, atentaban contra los intereses de las mayorías. Este afianzamiento de su postura republicana lo acercará cada vez más al grupo de radicals más atemperados, como Francis Place (1771-1854), afamado viajero y ensayista inglés, pionero del movimiento cartista, por aquellos años uno de los principales referentes de los círculos frecuentados por miembros de la intelectualidad radical inglesa. Era precisamente la librería del subsuelo de una sastrería de su propiedad, ubicada en Charing Cross Road, cercana a la zona de Westminster, el lugar de reunión de algunos de los más renombrados reformistas ingleses durante los años de estadía de Rivadavia en Londres. Sin embargo, los escritos de Bentham también eran objeto de un sinfín de críticas provenientes de ciertos círculos whig, e incluso de los radica/s. Entre éstos, algunos eran más extremistas, como WilIiam Cobbett (17631835), que despreciaba las ideas utilitaristas, y en el Pub/ir Register de 1818
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sostuvo que los escritos de su principal mentor eran "puzzling, tedious and beyond mortal endurance", en una clara alusión al estilo por demás denso y confuso que según no pocos predominaba en los escritos de Bentham (Dinwiddy, 1992: 8I). Por otro lado, importantes referentes whig como Samuel Romilly (1757~1818) le reprochaban a Bentham su republicanismo apenas encubierto, que se traslucía en sus ataques al gobierno inglés, mientras que James Mackintosh (1765~1832), el célebre historiador y politico de esa facción, publicaba una fuerte crítica del proyecto de reforma parlamentaria de Bentham en un número de la Edinburgh Review publicado en 1818 (cf. Dinwiddy.rcsz: 124-125; Fontana, 1985: 150). En ese artículo, anticipándose a los resquemores que años más tarde aquejarían a Iohn Stuart Mili (1806~1873) y a Alexis de Tocqueville (1805~1859), Mackintosh alertaba sobre el hecho de que la instauración del sufragio universal impulsada por Bentham podía generar una tiranía de la mayoría (cf. Dinwiddy, 1982: 125). Otros colaboradores de la Edinburgh Review -que gradualmente se transformó en elprincipal órgano de difusión de las ideas whigy de las sostenidas por los liberales- tampoco tuvieron reparos en catalogar a James Mili como un "jacobino", ni en atacar a Bentham por sus ideas que -sostenían- carecían de sentido común (cf. Fontana, 1985: 92-93). Esta mirada crítica dirigida a los principales referentes del utilitarismo fue compartida por algunos de los asiduos concurrentes a aquel bastión de la "inteligencia whig" denominado Holland House. A diferencia de Bentham, el anfitrión de esta célebre casa de debate político y literario -lord Holland (1773-1840)- no era proclive a invitar a su salón a agentes sudamericanos, pero sí a liberales españoles exiliados en Londres, como José María Blanco Wbite (1775~1841), editor del diario El Español, que seguía muy de cerca la evolución de la política en los países sudamericanos y que en la capital inglesa se había vinculado con varios agentes diplomáticos y con hombres de letras sudamericanos, como fue el caso de Andrés Bello (1781-1865). Sin embargo, el venezolano sólo tuvo contactos muy superficiales con Holland House. No hay evidencias de posibles contactos en Londres entre Rivadavia y Bello, ni tampoco entre Rivadavia y Blanco White, y es muy probable que dada la escasa propensión de la Holland House a recibir a agentes sudamericanos, el rioplatense no haya tenido oportunidad de frecuentar ese círculo. En el plano académico, a fines de la década de 1820 Bentham se vio involucrado en la creación de la Universidad de Londres, pues fue uno de los principales accionistas ligados a este emprendimiento. También tuvo alguna participación en la creación del University College de esa nueva universidad, aunque no fue su fundador, como comúnmente se cree. Por otra parte,
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era notorio el desdén de Bentham por los dos más jerarquizados establecimientos académicos de Inglaterra -Oxford y Cambridge-o En una carta dirigida a Simón Bolívar (1783-1830) en agosto de 1825, Bentham los definió como "two great nuisances" que eran "storehouses and nurseries ofpolitical corruption", poniendo de relieve su rechazo por cualquier tipo de institución educativa de carácter elitista (Fuller, 1998: 5-7). No cabe duda de que el contacto, por vía directa o indirecta, de Rivadavia con círculos político-intelectuales durante su estadía en Londres fue clave para su posterior intento de promover un entorno cultural semejante en Buenos Aires poco tiempo después de su retorno. La aparición en Londres de journals -como Edinburgh Review, Quarterly Review o Westminster Review- era un fenómeno novedoso en la esfera cultural británica de entonces. Esasrevistas de carácter académico-literario publicaban fundamentalmente reviews escritos por autores anónimos -aunque, como ya hemos dicho, generalmente muy prestigiosos- acerca de textos correspondientes a los géneros literario, político, filosófico, relatos de viajes, etcétera. Ya para la década de 1820 era posible consultar algunos de estos journals en las asociaciones de residentes británicos en Buenos Aires, y aunque aún no había allí versiones locales, la "crítica" como género asomaría de manera cada vez más visible en El Argos, La Abeja, El Centinela, entre otros diarios editados por conspicuos miembros del círculo rivadaviano. En sintonía con la aparición de la incipiente esfera universitaria en Buenos Aires, el objetivo de estos publicistas fue promover un clima de debate cultural más elevado, semejante al que presenció Rivadavia en Londres y en París, ciudad en la que también residió durante bastante tiempo. En los primeros cinco años de la Restauración borbónica en Francia, iniciada en 1814, Rivadavia tuvo oportunidad de observar cómo se configuraba el nuevo escenario político. Eran los inicios del gran débat, que tendría a Prancois Guizot (1787-1874) como una de las figuras políticas más destacadas del doctrinarismo liberal, facción que en la nueva Asamblea ejercía una fuerte oposición al gobierno. Asimismo, en su calidad de profesor de historia en la ancienne Sorbonne, Guizot también fue un encumbrado referente del estimulante clima académico que se vivía entonces en París, donde se asistía al avance del socialismo utópico ya la emergencia de la "fisiología social" propiciados por Saint-Simon (1760-1825). El epistolario que mantuvo Rivadavia con importantes personalidades de la esfera político-intelectual de ese país nos permite apreciar su acercamiento a referentes del republicanismo, como el marqués de Lafayette (1757-1834), De Pradt, Traey y Pierre Daunou, entre otros. Como ya se ha mencionado, fue con Tracy con quien el rioplatense mantuvo el con-
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tacto más estrecho en Francia. Probablemente fue en su afamado Salan donde Rivadavia tomó contacto con destacadas figurasde la intelectualidad parisina, y donde se fue nutriendo de primera mano de los principios esenciales de la Idéalogie, que había surgido como corriente de opinión política en la década de 1790, durante el período del Directorio, en el entorno literario de Madame Helvétius (1722-1800), Condorcet (17431794)YMirabeau (1749-1791), yque desde aquel momento contó con Traey como uno de sus principales referentes. Durante los años de la Restauración, los miembros de este grupo se dedicaron a elaborar teorías que desafiaban la retórica política dominante. Dada la histórica relación entre la monarquía y el privilegio en Francia, veían con gran resquemor el restablecimiento del principio monárquico hereditario, motivo por el cual buscaron reafirmar su republicanismo, así como los medios más eficaces para impulsar una variante política más radical que pudiera conciliarse a su vez con las nociones de "utilidad" y de "bienestar general". Más allá de su fuerte afinidad con la tradición revolucionaria francesa, Traey y otros eminentes idéologues, como Pierre Cabanis y Daunou, pretendían establecer un quiebre con esa retórica y promover en cambio un ideal republicano más moderado. En definitiva, la mencionada corriente filosófica francesa, con muy marcadas reminiscencias del utilitarismo inglés, favorecia la idea de promover el bienestar y la utilidad bajo un sistema republicano, y sustentaba sus principios teóricos en un fuerte rechazo a la tradición de los derechos naturales, sobre la base de que los derechos son consecuencia de sistemas de leyes confeccionados por los hombres, y no de leyes preexistentes de la naturaleza. Como sostiene Cheryl Welch, en su muy sugerente estudio sobre la Idéologie, el objetivo de Traey y de su principal aliado intelectual-Cabanis- era desarrollar un método útil para el estudio de las ciencias sociales, una metaciencia: "la théorie des théories". Al igual que los utilitaristas ingleses, los idéologues intentaron proyectar la filosofía del sensualismo y de la asociación de ideas del siglo XVIll con el fin de crear una ciencia del hombre. Por lo tanto, procuraban seguir el ejemplo de los físicos de la ciencia del lnstitut national-ereado en reemplazo de las academias por la Convención Nacional en 1795, durante los años de agitadas turbulencias políticas y sociales en Francia-, quienes prestaban particular atención al detalle y a la investigación empírica, tendiente a cumplir con el objetivo de esta nueva institución académica: unir la amplia gama del conocimiento humano, una encyclopédie viviente. Allí, Tracy y Cabanis dictaron clases y elaboraron sus teorías acerca de las sensaciones y las ideas, y también fue alli donde, con el fin de evitar las connotaciones un tanto limitadas de pala-
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bras como "fisiología" y "metafísica", Tracy sugirió el neologismo idéologie para designar a la ciencia derivada del análisis de las sensaciones y las ideas (Welch, 1984: 33-36). En materia política, y en clara sintonía con los lineamientos del utilitarismo de Bentham, los idéologues hicieron particular hincapié en la necesidad de ampliar los niveles de libertad de expresión, que según ellos debía ser el ingrediente esencial de un gobierno democrático yel vehículo apropiado para la consolidación del ideal de la "república ilustrada" (ibid.: 107-116), que se plasmaría bajo la guía conductora de un Estado que también debía fomentar el progreso y la difusión de las artes y la ciencia. El impacto que sobre Rivadavia tuvieron los principios del utilitarismo y de la Idéologie se percibió con nitidez poco tiempo después de su regreso a Buenos Aires, cuando, integrante ya del nuevo gobierno porteño, puso en marcha una vasta agenda de reformas. Según Welch (ibid.: 2), tal como ocurría con las teorías de Jeremy Bentham y de James MilI en Inglaterra, las perspectivas políticas y sociales contenidas en los escritos de Tracy y de Daunou fueron adoptadas y adaptadas por diversos grupos de seguidores para diseñar una argumentación racional en favor de la democracia. Una afirmación parecida hace Varela Dominguez de Ghioldi (1938: 47-64) cuando dice que esta escuela politica hacía de la ciencia un instrumento de la democracia, concepto que fue especialmente tomado en cuenta por los reformistas y los publicistas rivadavianos durante la década de 1820.
LE MOMENT RIVADAVIA. BUENOS AIRES Y LA "FELIZ EXPERIENCIA"
Con la incorporación de Rivadavia como ministro de Gobierno de Buenos Aires -cargo que desempeñó durante el período 1821-1824- se puso en marcha un intenso programa de reformas que abarcó las esferas política, eclesiástica, militar y cultural. Entre otros objetivos, aquéllas apuntaban a ampliar el marco de participación política (a través de la implementación del sufragio universal masculino) y de la opinión pública (a partir de la introducción de una ley de libertad de expresión), además de acotar las funciones de la Iglesia y del Ejército y ampliar la dimensión de las actividades culturales en la ciudad -en este caso, a partir de la creación de la nueva universidad y del impulso de ciertas actividades artísticas y culturales, como se evidencia en la creación de la Asociación Literaria, la Escuela de Dibujo y de Arquitectos y también por las innovaciones introducidas en el teatro-.
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Tras los objetivos de esta inocultable tendencia reformista del gobierno se apreciaba el ferviente deseo de muchos de sus miembros -especialmente de aquellos civiles y clérigos asociados al círculo rivadaviano, como [ulián Segundo de Agüero (1776-1851), Valentin Gómez, Manuel Garcia (17841848), Juan Cruz Varela, Ignacio Núñez (1792-1846) y Juan Fernández de Agüero (1772-1840), entre otros- de erradicar todo vestigio de remanentes hispánicos de las instituciones, de las prácticas culturales y de la dimensión estético-urbana de la ciudad. El objetivo regeneracionista de este grupo podía apreciarse, por ejemplo, en medidas tales como la supresión del Cabildo, la prohibición de las corridas de toros y la emergencia de ciertas innovaciones urbanísticas. De todas las reformas impulsadas por el gobierno de Buenos Aires probablemente sea la eclesiástica la que generó más debates y polémicas. El espíritu de esta reforma cuadraba plenamente con el latiguillo de raigambre neoclásica, al que hacían alusión frecuente algunos de los más conspicuos integrantes del entorno rivadaviano, que exhortaba a "estar a la altura de las luces del siglo", y en el que estaba implícita la firme voluntad de este grupo de constreñir a la Iglesia a sus funciones específicas. Esto quedaría reflejado en ciertas restricciones impuestas a la Iglesia católica por el gobierno de Buenos Aires, como la supresión de casi todas las órdenes religiosas, la Ley de Reforma del Clero de noviembre de 1822, que entre otras cosas establecía la abolición de los tributos eclesiásticos, y, dos años más tarde, la introducción de una ley que garantizaba la libertad de cultos. La reforma eclesiástica dio lugar a innumerables discusiones, tanto en el seno de la Legislatura porteña, donde los clérigos del entorno rivadaviano como Agüero y Gómez se "trenzaban" con acérrimos opositores a la medida -es el caso del obispo provisor Mariano Medrana (1766-1851)como en las confrontaciones "mediáticas" que enfrentaron a publicistas "rivadavianos", como Ignacio Núñez y Juan Cruz Varela, con el padre Castañeda, panfletista y enconado enemigo del gobierno. Este último denunciaba en los siguientes términos el modo en que, a su criterio, el Partido del Orden se proponía "impregnar" en la sociedad porteña valores y enseñanzas asociados con la ilustración europea en lugar de los tradicionales valores hispanos y clericales: A fuerza de golpes desengañémosnos, y confesemos que carecíamos de sabios antes de la revolución, y que en el discurso de ella solo hemos logrado proveernos de sabios al revés, o más bien diré, de sabios monos de los extranjeros, esto es de sabios que nos quieren hacer andar a la francesa, a la inglesa, y a la diabla, solo porque fueron baúles, y vinie-
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ron baúles de Francia, o de Inglaterra: desengañémosnos, y confesemos lo que dijo Beresfor cuando conquistó esta plaza, a saber, que la ilustración de Sud-América estaba en el clero: y yo añado que en el clero está también la prudencia, y el concepto público que los patriotas jamás tuvieron, y que aún cuando lo hubiesen tenido antes de la revolución, seguramente lo hubieran perdido en los diez años de ir y venir, hacer y deshacer, caer y levantar, robar, e intrigar (Weinberg, 2001: 219-220). La defensa de los valores asociados a la reforma eclesiástica obligó a "los rivadavíanos" a elaborar una serie de argumentaciones, tomadas en gran medida de los textos de diversos filósofos europeos, con el doble fin de difundir estos ideales entre un público más amplio a través de los diarios, y de responder a la necesidad de contar con las "herramientas teóricas" que les permitieran enfrentar los duros embates provenientes de los sectores opositores. Es a la construcción de esta suerte de discurso oficialista por parte de los publicistas cercanos al gobierno a lo que Myers (1998: 31-48) llama «cultura literaria" del núcleo rivadaviano. Aunque centrado en un tópico específico -la reforma de la Iglesia-, el debate que se generó en torno de este asunto trajo aparejada la difusión cada vez mayor, tanto en los diarios como en los panfletos, de teorías abstractas y principios filosóficos estrechamente vinculados con el "debate intelectual" europeo. En este sentido, tanto diarios como panfletos de alguna manera cumplían el rol de los journalsingleses dentro del espacio de debate político-teórico en Buenos Aires y, pese a que sin duda su nivel era apreciablemente inferior, contribuyeron sin embargo a poner en conocimiento de un público cada vez mayor las distintas corrientes de pensamiento y las diversas escuelas de interpretación filosófica entonces en boga en Europa. A Castañeda le preocupaba especialmente cómo estas ideas, contenidas en los "libros con pasta dorada", circulaban entre jóvenes de "botas lustrosas") algunos de los cuales ya se habían incorporado al nuevo ámbito de educación superior porteña. Eran aquellos irreverentes jóvenes quienes desplegaban una serie de actitudes que también atraían la atención de algunos viajeros ingleses, como se lee en Un Inglés, donde se las define como "completamente voltairianas', en alusión al clima de creciente secularización que el autor percibía en la ciudad durante esos años. En su Historia de la Universidad de BuenosAires Tulio Halperin Donghi definió a la recientemente creada institución como "imprecisamente dibujada", pese a lo cual concluye que su fundación fue "una de las piezas maestras de la reconstrucción del Estado que comienza precisamente en 1820", debido al hecho de quc la nueva universidad venía a suplir el "hueco
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inmenso" generado por la desintegración de algunas instituciones de la vieja estructura colonial, claves para la difusión de la enseñanza, tales como el Cabildo y el Consulado de Comercio. A su vez, la laicización de la vida pública, reforzada por la reforma eclesiástica y por el hecho de que el Estado de Buenos Aires se hacía cargo de un cada vez más variado conjunto de actividades sociales, restringía considerablemente la influencia de la Iglesia sobre la educación (Halperin Donghi, 2002: 27-31). Más allá del hecho de que durante sus primeros años de vida la estructura de la universidad fue bastante escuálida -sobre todo debido al escaso número de alumnos que ingresaban a ella-, la creación de cátedras como Derecho Civil y Filosofía traería aparejada la inclusión de distintas variantes del pensamiento utilitarista en su plan de estudios. Pedro Somellera (1774-1854), profesor del primero de los citados cursos, basaba sus clases en un texto de su autoría titulado Principios de derecho civil-practicamente una réplica del Traité de législation de Bentham-. Asimismo, el texto del curso dictado por Fernández de Agüero -Principios de ideología, elemental,abstractiva y oratoria- se fundamentaba en las premisas básicas establecidas por el sensualismo y la Idéologie, inspiradas en las ideas de Condillac y Tracy, entre otros. El diario oficialista El Argos celebró la creación de la cátedra de Filosofía afirmando que dicho curso permitiría a los jóvenes estudiantes desprenderse "de aquella multitud de principios ominosos, que nos había consignado el fanatismo de los tiempos de las tinieblas y a los que se nos creía vulgarmente obligados a prestar ascenso como verdades emanadas del cielo y dictadas por la sana razón" (Romero, 1976: 223-224). Sin embargo, es importante aclarar, como ya lo han hecho numerosos autores, que la emergencia de la nueva universidad no dio lugar a un inmediato surgimiento de corrientes de pensamiento original autóctono o de nuevas escuelas científicas locales. Es claro que, al igual que la difusión de ideas y de debates acerca del entorno político-intelectual europeo promovida por algunos editores y publicistas en diarios y panfletos porteños, también los cursos dictados en la nueva universidad se nutrían de una serie de aseveraciones teóricas tornadas de pensadores foráneos (Chiaramonte, '997: 179-183). De todas maneras, el curso de Filosofía, cuyo dictado comenzó en 1822, enseguida generó toda suerte de controversias. El rector de la Universidad, el también clérigo Antonio Sáenz (1782-1862) -según el cual las enseñanzas impartidas por Fernández de Agüero se correspondían con «las doctrinas impías y contrarias a la Religión Santa del estado que enseña"- decidió separarlo de su cátedra (cf. Fernández de Agüero, 1940: 28-29; Gutiérrez, 1998: 103).Sin embargo, ella le fue restituida poco después por el gobierno
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bonaerense, seguramente debido a su cercanía con el círculo rivadaviano, como evidencia el hecho de que en 1823, cuando fue elegido diputado, Fernández de Agüero se plegó a dicha facción en la Legislatura porteña. Latrascendencia que tuvo este asunto en la incipiente "opinión pública" porteña se vería reflejada en los comentarios de ElArgos (4 de agosto de 1824):
tes de tan gloriosas esperanzas. La ilustración y la firmeza han distinguido vuestros pasos en la brillante carrera del 22. La ilustración y la firmeza deben ser nuestra divisa en el 23. Habéis colocado ya las primeras piedras del suntuoso edificio social: que el año 23 vea el complemento (El Argos, 1 de enero de 1823).
El rector ha usado de una autoridad que no le compete, y á la verdad que nosotros lo que esperábamos era si el gobierno lo consentía definitivamente para ocuparnos de ello, y no de las doctrinas, cuyo examen, aprobación o desaprobación en la universidad sabemos que nada importa cuando es tan cierto que cada literato en Buenos Aires tiene en sus estantes erigida una cátedra de la misma o peor naturaleza. Respecto de las doctrinas repetimos, lo único que hemos admirado es, que aún se insista en este tiempo en adoptar el medio de proscribirlo para sostener intacta la religión de Jesucristo, sin considerar que esa intolerancia infernal ha sido su mayor azote. Por lo demás en medio de la satisfacción con que advertimos la nueva posición que el gobierno ha ocupado en este negocio, nos lisonjea la esperanza de que continuará dando pruebas prácticas de que sabe que él está allí para mandar y no para obedecer, sino a la ley.
El sentimiento de estar siendo "gobernados por filósofos" que el periódico se propuso transmitir reflejaba de algún modo el ferviente deseo de la clase letrada porteña y de los círculos rivadavianos de que, efectivamente, en la Buenos Aires de la"feliz experiencia" se asistiera a un clima de expansión cultural impulsado por el Estado y por el nuevo gobierno. Y aunque tal expectativa no tardaría demasiados años en desvanecerse, lo cierto es que esa suerte de "clima intelectual" que emergió en la ciudad durante esa década -más allá de los avatares políticos que el Río de la Plata experimentó durante las décadas siguientes- significó, de alguna manera, el inicio de una tradición académico-intelectual en la Argentina.
Este episodio puso claramente de manifiesto las tensiones existentes en el incipiente ámbito académico porteño, debido a la introducción de cursos cuyos contenidos eran considerados por las autoridades de la universidad vinculadas con el clero como excesivamente nocivos y contradictorios con las orientaciones más tradicionales de la enseñanza. Tal como había ocurrido unos años antes con las clases de filosofía impartidas por Lafinur en el Colegio de la Unión del Sud, denotaban un profundo grado de malestar y desconfianza entre aquellos miembros del clero porteño más cercanos allegado hispánico y muy críticos de las ideas y las enseñanzas provenientes de las nuevas vertientes filosóficas llegadas fundamentalmente de Gran Bretaña y Francia. En su primer número de 1823, ElArgosfelicitaba al gobierno de Buenos Aires por su desempeño durante el año anterior, que con las numerosas reformas sancionadas le había permitido imponer los valores de la ilustración europea, y lo alentaba a seguir por el mismo camino: [Epoca venturosa! en que empezó a cumplirse la máxima del célebre Platón: los pueblos son felices cuando gobiernan los filósofos, o filosofan los que gobiernan. Ciudadanos, no defraudemos á nuestros dcscendien-
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Traductores de la libertad: el americanismo de los primeros republicanos Rafael Rojas
El destino de América era seguir la tendencia democrática del siglo y ser republicana; nos importaba uniformar el sistema gubernativo en todo el continente, para formar entre todas las nuevas naciones independientes una comunidad de principios, de intereses, de paz, de orden, de economía y de prosperidad. Vicente Rocaluerte, 1843 La historia de los intelectuales en Hispanoamérica, región poscolonial por excelencia, no sería concebible sin una reconstrucción de los desplazamientos migratorios y políticos, de los viajes y los exilios de las élites letr~das. (Un estudio similar, aunque en sentido inverso, sobre las representaciones del mundo hispánico en la historia intelectual de los Estados Unidos se encuentra en Iván laksic, 2007: 15-27.) Desde sus orígenes, a principios del siglo XIX, el movimiento independentista del continente estuvo encabezado por intelectuales (Francisco de Miranda [1750-1816], Simón Bolívar [1783-1830], Mariano Moreno [1778-1811], Bernardo O'Higgins [1778-1842], José Maria Morelos [1765-1815]) que, provenientes del clero, el ejército o la jurisprudencia, defendieron la separación de la metrópoli para conformar nuevas soberanías nacionales sobre la base del gobierno representativo. La independencia, además de una guerra, era una revolución intelectual, un asunto de ideas y de lenguajes políticos: era preciso abandonar el modo antiguo de pensar la comunidad para organizarla republicanamente (Palti, 2007: 245-258). Corno se observa en los casos de Miranda, Bolívar y O'Higgins. el viaje, la traducción y el contacto directo con las monarquías parlamentarias de Europa, además de la lectura de clásicos de la ilustración, fueron experiencias formativas.
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En las páginas que siguen, intentaremos reconstruir un momento singular de los primeros exilios hispanoamericanos: la colonia de intelectuales y políticos, conformada en Filadelfia, durante la tercera década del siglo XIX. Los años en que el mexicano Fray Servando Teresa de Micr (1765-1827), el peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre (1773-1841), el ecuatoriano Vicente Rocafuerte (1783-1847) y el cubano Félix Varela (1787-1853) coinciden en Filadelfia son, también, los de la campaña del Perú, la transición del imperio de Iturbide a la República Federal en México, la posibilidad de una invasión separatista a Cuba y Puerto Rico y la formulación de la Doctrina Monroe, en los Estados Unidos. Se trata, pues, del momento en que se decide la propagación regional de la forma republicana de gobierno, exceptuando las Antillas y el Brasil,y se produce un discurso de la arncricanidad, hasta entonces inédito, y que a partir de 1830 será rebasado por los nacionalismos hispanoamericanos y lasestrategias hegemónicas de las nuevas potencias atlánticas (véanse Granados y Marichal, 2004: 11-38; Sepúlveda. 2()QS: 59-62). Elpapel de aquellos intelectuales en la difusión del americanismo republicano fue decisivo. Desde Filadelfia, Rocafuerte, Mier, Vidaurre y Varela escribieron textos en favor de la idea republicana y comentaron o tradujeron documentos básicos de esa tradición, como los textos de Thomas Paine, la Declaración de Independencia de las Trece Colonias, la Constitución de los Estados Unidos, el Manual depráctica parlamentaria de Thomas Iefferson o los discursos de [ohn Quincy Adams.los folletos, los libros y las publicaciones editados por aquellos intelectuales se embarcaron rumbo a las más importantes capitales de Hispanoamérica, concitando rechazos, desatando polémicas y provocando adhesiones. De aquella pedagogía republicana, que propagó nuevas prácticas y nuevos discursos políticos en la región, emergieron las primeras estrategias de construcción del Estado nacional y los primeros intentos de constitución de una ciudadanía moderna (véase, por ejemplo, la difusión del discurso republicano-americanista en la Argentina, en Myers, 2002: 277-285).
LA AMERICANlDAD BOLIVARIANA
Entre 1810 Y1830, es decir, durante las dos décadas que abarcan las guerras de independencia y el establecimiento de las nuevas repúblicas en América Latina, las modernas identidades nacionales de la región aún no estaban plenamente configuradas. A mediados del siglo XIX, países como la Argentina, el Uruguay y el Paraguay surgieron de l. fragmentación del
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Virreinato del Río de la Plata. El Perú, Colombia y México preservaron en buena medida el territorio primordial de sus antiguos virreinatos -Perú, Nueva Granada y Nueva España-, aunque algunas jurisdicciones subordinadas a los mismos, como Centroamérica, Panamá y Quito, dieran lugar a nuevas entidades políticas. Chile, Venezuela y Guatemala nacieron de vicjas capitanías generales y un país como Bolivia fue resultado, como ha visto Robert Harvey (2002: 523-530), de la reorganización administrativa y jurídica del Alto Perú virreinal (véanse también, Kaplan, 1969: 199-229; Halperin Donghi, 1978: 184-223; Lynch, 1989: 9-43 y 336-350; Bethell, 1991: vol. VI, 42-104; Rodriguez O., 1996: 256-282; Chevalier, 1999: 550-55 8). La creación de identidades políticas nacionales en América Latina durante la primera mitad del siglo XIX fue un proceso sumamente complejo que, en efecto, demandó de las nuevas élites un esfuerzo de ingeniería simbólica para "imaginar" e, incluso, "inventar" las nuevas naciones (Anderson, 1983: 47-64; O'Gorman, 1958: 134-136). Algunos historiadores -como Anthony Pagden (1990: 133-153), Francois-Xavier Guerra (1999: 4368) YAntonio Annino (1994: 229-253), entre otros- han insistido en que la independencia produjo un vacío en el imaginario borbónico de la soberanía imperial que intentaron llenar las viejas identidades regionales y locales de los pueblos, las ciudades y las provincias. La fuerza de una o varias ciudades en un territorio ex virreinal determinó, en buena medida, el tránsito hacia regímenes unitarios, como en Colombia y Venezuela, o federalistas, como en la Argentina y México, que asumieron el pacto republicano más como una distribución de competencias políticas y administrativas entre el centro y la periferia que como un contrato entre el ciudadano y la nación o entre el individuo y el Estado. Las naciones latinoamericanas, tal y como se conocen desde mediados del siglo XIX, eran, por tanto, entidades simbólicas inexistentes en los años previos y posteriores a la independencia. Los proyectos de integración política promovidos por estadistas, como Simón Bolívar y Lucas Alamán (1792-1853), y por instituciones continentales, como los Congresos de Panamá (1826) y de Tacubaya (T827), se inspiraron, por un lado, en esta ausencia de soberanías nacionales y, por otro lado, en la localización de enemigos (Fernando VII y la Santa Alianza) y de aliados (Gran Bretaña y los Estados Unidos) comunes. Aquellos proyectos de unión fracasaron, sin embargo, porque apelaban a una institucionalidad federal, ajena a Hispanoamérica, como reconoció Bolívar, y a un sentimiento de pertenencia continental también inexistente. Las voces "América" y "americanos" fueron usadas por los primeros políticos de Hispanoamérica con singular polisemia. En México, por ejemplo,
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los insurgentes Miguel Hidalgo (1753-1811), Ignacio López Rayón (1773-1832) y José María Morelos se referían a la "nación americana", a la "independencia y libertad de América" o a la "ciudadanía de la América Septentrional" como localizaciones históricas de un sujeto ambiguo: el "americano" (Tena Ramírez, 1964: 21, 23, 29 Y31). Unas veces, el significado del gentilicio sólo incluía a los criollos de la Nueva España y sus regiones aledañas, es decir, a los nacidos en ese inmenso territorio que la Constitución de Cádiz llamaba América Septentrional: "Nueva España con la Nueva Galicia y Península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo y la isla de Puerto Rico [... ]" (ibid.: 61). Otras veces, se extendía a todos los españoles residentes en la parte más orgánica de esa América, esto es, a los peninsulares y a los criollos de la Nueva España, Nueva Galicia, provincias internas de Oriente y Occidente y Yucatán, La noción de lo americano, contrapuesta a lo europeo, remitía, en una zona del discurso separatista, a una entidad simbólica mayor, que comprendía toda Hispanoamérica, desde la Patagonia hasta Nuevo México. Esta implicación es notable, sobre todo, en el imaginario plenamente republicano del separatismo que compartieron caudillos como José María Morelos y Simón Bolívar. En los Sentimientos de la nación (1813) de Morelos se establecíaque "la América es libre e independiente de España y de otra nación, gobierno o monarquía", a diferencia del Acta solemnede la declaración de independencia, de ese mismo año, que hablaba de la "América Septentrional" o de la Constitución de Apatzingan, del año siguiente, en la cual ya aparecía el nombre más específico de ''América Mexicana" (ibid.: 29-32). En el caso de Marcias, esa tendencia a referirse a la ''América'', sin adjetivos, coincidía con el nativismo antiespañol-"que los empleos los obtengan sólo los arnericanos"-, motivado, en parte, por un recelo ante posibles amenazas a la seguridad de la nueva república -"que no se admitan extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir, y libres de toda sospecha"- (ibid.: 30). La americanidad de Bolívar, en cambio, se perfiló en la Contestación de un americano meridional a un caballero de esta isla (1815) yen el Discurso ante el Congreso de Angostura (1819) como un concepto de identidad que englobaba a toda la región latinoamericana, esto es, Hispanoamérica más Brasil, Haití, Jamaica o cualquier otra pequeña nación del Caribe francés, holandés y británico. Aunque en el Discurso Bolívar se dirigía a un público integrado por "ciudadanos de Venezuela") su mensaje intentaba presentar la constitución de la república venezolana como un paso previo a la integración confederal de aquella América. De ahí que al eshozar la posible "unión" justificara la misma con el argumento de que América Latina era
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una región culturalmente discernible dentro de Occidente y, como recomendaba Montesquieu en el libro XIX del Espíritu de las leyes, una nación en estado de naturaleza que debía ser constituida políticamente de acuerdo con sus tradiciones y costumbres. Dice Bolívar (1999: 124): Tengamos presente que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del norte, que más bien es un compuesto de África y de América, que una emanación de Europa, pues que hasta España misma deja de ser Europa por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter. Es imposible asignar con propiedad a qué familia humana pertenecemos. La ambigüedad de la civilización latinoamericana, según Bolívar, provenía de ese tejido cultural heterogéneo que la identificaba. Esta certidumbre bolivariana de que América Latina era un sujeto cultural en busca de una morfología política ya se había plasmado cuatro años antes en la Contestación de un americano meridional o Carta deJamaica. Sólo que aquí la idea de institucionalizar políticamente la comunidad latinoamericana aparecía como un imposible o una utopía, debido a la constatación, tal vez demasiado exhaustiva, de las diferencias entre los miembros virtuales de ese nuevo organismo histórico. La"América Meridional" de Bolívar, que abarcaba desde Panamá hasta el Perú, así como la "América del Sur" de San Martín o la "Septentrional" de Iturbide, eran fragmentos geográficos de un todo político americano más que entidades culturales contrapuestas a un otro (los Estados Unidos) o entre sí. Pero si se leen con cuidado algunos pasajes de aquel texto se tiene la impresión de que Bolívar (ibid.: 88) usaba una retórica utopista con el fin de tantear históricamente la posibilidad de la integración: Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo Nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes estados que hayan de formarse; mas no es posible, porque climas remotos, situaciones diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes, dividen a la América. ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras tres partes del mundo.
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Es curioso, sin embargo, que Bolívar vislumbre un parlamento latinoamericano con "representantes de repúblicas, reinos e imperios". Esto significa que en su proyecto de integración no quedarían excluidos los gobiernos monárquicos que se formaran en el continente. En ese mismo texto, Bolívar (1999:84) recomendaba, en contra de la opción monárquica defendida por el publicista francés Dominique de Pradt en su obra Descolonies et la révolution actuelle d'Amérique (1817), la creación de un conjunto de repúblicas unitarias, ya que, a su juicio, no eran aconsejables ni el "sistema federal", por "ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos políticos muy superiores", ni la "monarquía mixta de aristocracia y democracia': El primero, naturalmente, remitía al modelo norteamericano y, el segundo, al británico. Aunque Bolívar sugería un tipo de república centralista que sintetizara lo mejor de ambas formas de gobierno, es evidente que su visión de los nuevos estados nacionales era flexible y que, tal vez, con el Brasil de don Juan en mente, no descartaba la alianza confederal de monarquías y repúblicas. Bolívar puso a prueba esta flexibilidad en octubre de 1821 al enterarse de la entrada triunfal del Ejército Trigarante en la ciudad de México, tras la firma de los Tratados de Córdoba por el virrey de la Nueva España, Juan O'Donojú, y el general Agustín de Iturbide. Entonces, Bolívar se apresuró a felicitar a Iturbide por la "independencia del pueblo mejicano" y a reconocer el "Gobierno Supremo del Imperio Mexicano",acreditando como ministro extraordinario y plenipotenciario de Colombia en México al veracruzano Miguel Santa María, quien propondría un "tratado definitivo que asegure la libertad e independencia de ambos países y les restituya a la faz del mundo la importancia política a que son acreedores por su población y riquezas" (Valle, 1993: 29 Y32-33). Sin embargo, mientras propiciaba estos primeros contactos diplomáticos, Bolívar (ibid.: 31)transmitía a San Martín su preocupación ante la posibilidad de que Fernando VII aceptara el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba y se trasladara a México, con el fin de encabezar el nuevo imperio: Este nuevo orden de cosas me hace creer, con fundamento, que si el gabinete español acepta el tratado hecho en México entre los generales Iturbide y O'Donojú, y se traslada allí Fernando VII u otro príncipe europeo, se tendrán iguales pretensiones sobre todos los demás gobiernos libres de América, deseando terminar sus diferencias con ellos, bajo los mismos principios que en México. Trasladados al Nuevo Mundo estos príncipes europeos, y sostenidos por los reyes del antiguo, podrán causar alteraciones muy sensibles en los intereses y en el sistema adop-
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tado por los gobiernos de América. Así es que yo creo que ahora más que nunca es indispensable terminar la expulsión de los españoles de todo el continente, estrecharnos y garantirnos mutuamente, para arrostrar los nuevos enemigos y los nuevos medios que pueden emplear. En carta al general Carlos Soublette, Bolívar (1999:35) reiteraba sus temores ante la instauración de un gobierno monárquico en México: "el trono de México tendrá constantemente pretensiones sobre su limítrofe Colombia, cuyo sistema debe alarmarlo': Y agregaba: "son innumerables los medios y recursos de un gobierno fuerte y enérgico, como el monárquico, para atacar a un vecino que no lo es tanto". Aun así, Bolívar persistió en su defensa del régimen republicano centralista para Sudamérica y, a la vez, intentó promover una alianza diplomática con el imperio de Iturbide, Para ello designó al político veracruzano, Miguel Santa María, un republicano convencido, como ministro plenipotenciario de Colombia. Santa María fue recibido por el secretario de Relaciones Exteriores del imperio, José Manuel Herrera, en marzo de 1822, y durante los dos primeros meses de su gestión intentó promover una diplomacia cuidadosa, capaz de sobreponerse a las diferencias de ambos países en cuanto a la forma de gobierno y de avanzar en un proyecto de "liga de paz y perpetua amistad entre la República de Colombia y el Imperio de México" (ibid.: 38). En sus primeras comunicaciones al secretario Herrera, Santa María insistía en presentar la alianza entre Colombia y México como un paso decisivo hacia la creación de "un nuevo orden de relaciones que necesariamente debe subsistir en lo sucesivo, entre países antes incomunicados por el régimen de un sistema colonial" (ibid.: 39). A pesar de que el mayor temor de Bolívar residía en que el régimen monárquico establecido favoreciera la instalación de un príncipe borbónico en México, la coronación de Iturbide, en mayo de 1822, enturbió estos primeros acercamientos diplomáticos. Ya en septiembre de ese año, el secretario Herrera se quejaba, ante su homólogo colombiano Pedro Gual, de la actitud de Santa María, quien rechazó la investidura imperial de Irurbide, "mostró absoluta denegación en presentarse a ciertos actos de pura urbanidad"y, sobre todo, estuvo implicado en la conspiración republicana del verano, que culminó con la disolución del Congreso (ibid.: 45; véanse también Arma, 1991: 112-114; Ávila Rueda, 2001: 196-203). En una nota diplomática, el secretario general de Gobierno de Colombia, Sr. J.G. Pérez, lamentó que Santa María se hubiera "complicado en los papeles públicos en negocios ajenos a su misión y aun ajenos al espíritu de justicia que rige al Gobierno de Colombia" y anunciaba su repatriación a Colombia (Valle, 1993: 47). Sin embargo, el gobierno colombiano no llegó
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a verificar el regreso del diplomático, ya que en diciembre de 1822 Santa María se unió al Plan de Veracruz, encabezado por Antonio López de Santa Anna (1794-1876), que proclamó la forma republicana de gobierno, en contra de Iturbide, y unos meses después, tras la caída del imperio, fue reinstalado corno ministro plenipotenciario de Colombia en México. La historiografía no ha esclarecido aún cuán ajustada a las directrices diplomáticas de Colombia fue aquella actuación francamente opositora de Santa María durante el imperio de Iturbide. Lo cierto es que al instalarse el triunvirato provisional de Mariano Michelena, Miguel Domínguez y Vicente Guerrero, en julio de 1823, Bolívar se apresuró a felicitar a los mexicanos por el"triunfo de las leyes contra los hombres, de la república contra el emperador": El pueblo mexicano se ha cubierto de gloria en la lucha desesperada que sostuvo contra la España en doce años de sangreyde suplicios. Elgalardón de estos heroicos servicios era la libertad absoluta, bajo las leyes inexorables de una sabia república, y así la ha obtenido con gloria de toda la América independiente que veía manchado su suelo con las tablas de un trouo de usurpación (en Valle,1993: 49). A partir de 1823 las relaciones diplomáticas entre Colombia y México se afianzaron sobre esta identidad republicana, que era asumida por Bolívar como un principio de defensa geopolítico frente a España y la Santa Alianza. En el artículo segundo del Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua entre México y Colombia, firmado en octubre de aquel año por Miguel Santa María y Lucas Alamán, ambos países suscribieron un "pacto perpetuo de alianza íntima y amistad firme y constante para su defensa común, obligándose a socorrerse mutuamente y a rechazar en común todo ataque o invasión que pueda de alguna manera amenazar la seguridad de su independencia y libertad" (ibid.: 51). Y en los últimos artículos, ambas naciones anunciaban su propósito de extender dicho pacto a los "demás estados de la América antes española" y a convocar a una Asamblea General de Estados Americanos, con representantes plenipotenciarios de cada país, que debería reunirse, primero, en el istmo de Panamá y, luego, en México, «por su posición central entre los Estados del Norte y del Mediodía de esta América antes española" (ibid.: 54). Aunque en el texto de aquel Tratado, los firmantes se cuidaban de referirse a México como nación y no como república, ya que en ese momento aún no se había aprobado la nueva constitución federal, es evidente que el pacto con Colombia reforzaba la idea de una americanidad republicana. Desde un inicio, sin embargo, esa identidad quedó circunscrita a la "Amé-
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rica antes española", es decir, a Hispanoamérica. En nombre de ese republicanismo hispanoamericano, Bolívar, a través de Santa María, solicitó al gobierno de Guadalupe Victoria auxilios pecuniarios para la campaña del Perú, en 1824, y el Congreso federal de México, a petición de Fray Servando Teresade Mier, concedió al Libertador la ciudadanía honoraria, ya que "por sus tratados de íntima alianza entre todas las Repúblicas de América, es y merece serlo ciudadano de todas" (ibid.: 58-60). En diciembre de 1824, semanas antes de la victoria de Ayacucho, desde su condición de Dictador Supremo del Perú, Bolívar redactó una invitación formal al Congreso de Panamá dirigida a los gobiernos de las repúblicas de Colombia, México, Río de la Plata, Chile y Guatemala.Alli hablaba de un "sistema de garantías que, en paz y guerra, sea el escudo de nuestro destino", el cual debía "consolidar el poder de este gran cuerpo político" por medio del "ejercicio de una autoridad sublime (una asamblea de plenipotenciarios, nombrados por cada una de nuestras repúblicas) que dirija la política de nuestros gobiernos" (ibid.: 63). ¿Qué significaba ese "cuerpo político" en términos geográficos y administrativos? La respuesta de Bolívar era ambigua: una asamblea de los gobiernos confederados del "mundo de Colón" (ibid.: 64).
FILADELFIA Y LA RADICALIZACIÓN REPUBLICANA
En la historia intelectual y política de Hispanoamérica es discernible un primer momento republicano, entre 1814 y 1830, que arranca con la restauración del absolutismo borbónico y el fracaso del liberalismo gaditano y culmina con el nacimiento de las soberanías nacionales y la frustración del proyecto bolivariano. En aquellos años, la consumación de la independencia en casi todos los países de la región se dio acompañada por intentos constitucionales de inspiración republicana que convergían en cuatro principios básicos: la soberanía popular, el gobierno representativo, la electividad de la primera magistratura y los derechos ciudadanos. En la Constitución venezolana de 1819, en las de las Provincias Unidas argentinas de 1819,1825 Y1826, en las chilenas de 1822, 1823 Y1828, en la peruana de 1823 yen la mexicana de 1824 se establecía claramente que el tipo de régimen adoptado era republicano. Además de una concepción republicana de los derechos y deberes de la ciudadanía, plasmada en los títulos primero, segundo y tercero del texto de Angostura, aquellas constituciones tenían un perfil antimonárquico,
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que se manifestaba en la afirmación de que las nuevas naciones, independizadas de España, "no eran patrimonio de una familia o persona". En el discurso de presentación de la Constitución de 1828, el vicepresidente chileno Francisco Antonio Pinto expresaba la naturaleza perfectible de aquel texto constitucional con un argumento típicamente republicano, que tenía como fuente DeIespíritude lasleyes de Montesquieu (1987: 7-25; véase también Manin, 2002: 13-56): "los congresos futuros darán sin duda códigos análogos a las instituciones políticas de nuestro país. Veremos entonces desaparecer esa monstruosa disparidad que se observa entre las necesidades de una República y las leyes anticuadas de una Monarquía". Un componente fundamental del imaginario republicano fue la visión entusiasta de los Estados Unidos, en tanto nueva nación americana, surgida a partir de un pacto republicano y federal. La conocida frase de Lorenzo de Zavala, Manuel de Viya y Cosío y Epigmenio de la Piedra en el mensaje del Congreso General Constituyente a los "habitantes de la federación", que sirvió de preámbulo a la Constitución federal de 1824, en el sentido de que la representación mexicana "felizmente tuvo un pueblo dócil a la voz del deber, y un modelo que imitar en la República floreciente de nuestros vecinos del Norte", no fue una declaración aislada en el contexto hispanoamericano (Tena Ramírez, 1964: 163). Más adelante, los congresistas mexicanos incorporaban esa admiración por los Estados Unidos a una clara defensa de la homologación del gobierno republicano en el continente americano, "con exclusión de todo régimen real": Un pacto implícito y eternamente obligatorio liga a los pueblos de la América independiente para no permitir en su seno otra forma de gobierno, cuya tendencia a propagarse es para él irresistible y para aquéllos peligrosa. El Nuevo Mundo en sus instituciones ofrece un orden desconocido y nuevo, como él mismo, en la historia de los sucesos grandes que alteran la marcha ordinaria de las cosas; y como la caída de los Césares afirmó en Europa el gobierno monárquico, después de las sangrientas revoluciones políticas y peligrosas que le precedieron, así en el continente de Colón debía necesariamente dominar al fin el democrático, resucitado con mejoría de las repúblicas antiguas, a fuerza de las inspiraciones vivificadoras de los genios modernos (ibid.: 165). Esta idea monroísta fue compartida por la mayoría de los intelectuales y los políticos de la primera generación hispanoamericana. En sus memorias-Un americanolibre (1843)-, escritas para defenderse de los ataques de la prensa quiteña, favorable al dictador Juan José Flores, el ecuatoriano
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Vicente Rocafuerte narró la biografía intelectual de aquella generación, en la que figuran el mexicano Fray Servando Teresa de Mier, el peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre, el venezolano Andrés Bello (1781-1865) y los cubanos Félix Varela y José María Heredia (1803-1839). Se trata, como describe Rocafuerte (1947: 30-41), de un grupo de intelectuales y politicos del primer tercio del siglo XIX hispanoamericano que sigue un itinerario similar: autonomismo criollo, liberalismo gaditano, separatismo, masonería, republicanismo. Letrados que empiezan leyendo a Suárez y Vitoria, a Grocio y Filangieri y terminan leyendo a Montesquieu y Rousseau, a Paine ya los federalistas norteamericanos. El propio Rocafuerte, como es sabido, no sólo jugó un papel decisivo en la caída de Iturbide y en la transición a la república federal en México por sus fuertes vínculos con conspiradores republicanos como Miguel Santa María, Miguel Ramos Arizpe y Lallave, sino por su intensa obra de difusión ideológica del republicanismo, la cual consistió, por una parte, en traducciones de la Historia de la independencia de Norte América del abate Raynal, del Espíritu de las leyes de Montesquieu, del Contrato social de Rousseau, de la Declaración de Independencia de 1776, de la Constitución de los Estados Unidos de 1787, de discursos de Washington, Iefferson y John Quincy Adams y, por la otra, en la escritura de varios ensayos en defensa de esa forma de gobierno, como Ideas necesarias a todo pueblo que quiere ser libre (1821), Bosquejo ligerísimo de la revolución de México, desde el grita de Iguala hasta la proclamación imperial (1822) y El sistemacolombiano, popular, electivo y representativo eselque más conviene a la América independiente (l823) (ibid.: 32-36). Para Rocafuerte, "la gran cuestión de América bajo su verdadero punto de vista" era la homologación política continental bajo la forma republicana de gobierno. Laindependencia hispanoamericana era, ni más ni menos, la oportunidad histórica de abandonar el "axioma del divino origen de la soberanía de los reyes" y constituir nuevos estados nacionales de acuerdo con "los principios más extensos de las teorías del liberalismo, descubiertas, explicadas y desarrolladas por Montesquieu, Mably, Filangieri, Constant, Franklin y Madison" (Rocafuerte, 1821;1822; 1962: 15; véase también Rodríguez O., 1980: 10-32). Esta idea de la construcción de una nueva comunidad republicana en Hispanoamérica supeditaba las identidades nacionales a la identidad americana continental y, a la vez, afirmaba a los Estados Unidos como modelo ideológico e institucional de los nuevos estados. Dicha condición modélica o paradigmática hacía de los Estados Unidos una entidad histórica ambivalente: cercana y distante, propia y ajena. De ahi que Rocafuerte terminara su genealogía del liberalismo con dos repu-
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blicanos norteamericanos, Franklin y Madison, y más adelante reseñara con estas palabras su exilio en Washington durante el imperio de Iturbide: No soy, ni pretendo ser un literato, soy un simple patriota lleno de entusiasmo por la libertad, la gloria y prosperidad de América, mi patria. Por no presenciar la tiranía que va a oprimir a la deliciosa ciudad de México, he abandonado las risueñas vistas del precioso valle de Tenochtitlán por las márgenes del Potomac, en cuyas cercanías está el sagrado sepulcro del héroe de los siglos, el grande, el inmortal Washington. Venid aquí ¡oh valientes mexicanos', a consultar sus venerandas cenizas y a su aspecto volveréis a templar vuestras almas. Este es el oráculo verdadero de la virtud y la libertad (Roeafuerte, 1962: 17). En un texto menos conocido, Ensayo sobre tolerancia religiosa, Rocafuerte desarrolló aun más esta visión entusiasta de los Estados Unidos que compartieron los primeros republicanos de Hispanoamérica. Allí el liberal ecuatoriano establecía una distinción entre el "viejo" y el "nuevo" mundo, entre Europa y América, a partir de la contraposición de dos historias de la libertad. En una curiosa inversión de los tópicos antiamericanos de la ilustración y el romanticismo europeos, Rocafuerte pensaba que la diferencia entre ambos mundos, a cada lado del Atlántico, era física y moral. Mientras la historia cultural europea había producido, desde el Renacimiento y la Reforma, la idea de que "la libertad de conciencia" conducía a la "libertad política", en América se había producido la secuencia contraria: "hemos establecido la libertad política, la que envuelve en sus consecuencias la tolerancia religiosa, y así por diversos caminos que los europeos llegaremos al mismo resultado de civilización" (ibid.: 159). La libertad religiosa, que en México y en otras nuevas repúblicas hispanoamericanas se veía, a su juicio, limitada por el legado de la Constitución de Cédiz, no era, según Rocafuerte, una consecuencia del avance del saber o de la falibilidad de la fe. Su aproximación al tema dificilmente podria asimilarse a Kant, Locke o Voltaire, sino que provenía directamente de los republicanos y los federalistas norteamericanos: "toda religión dominante es opresora", pensaba Rocafuerte, cuando obstruye el funcionamiento de otras esferas de la civilización, como la industrial, la política o la artística (ibid.: 162-168). De ahi que la libertad religiosa debería agregarse a las libertades "política" y'tmercantil" corno uno de "los tres elementos de la moderna civilización, que forman la base de la columna que sostiene al Genio de la gloria nacional, bajo cuyos auspicios gozan los pueblos de paz, virtud, industria, comercio y prosperidad" (ibid.: 161).
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Ese "genio de la gloria nacional", según Rocafuerte, sólo se había manifestado plenamente en los Estados Unidos, y las nuevas naciones hispanoamericanas debían ser fundadas a partir de la misma articulación de libertades religiosas, políticas y económicas. Casi todos los republicanos de la América hispana que pasaron temporadas en Nueva York, Washington o Filadelfia durante la primera década poscolonial, llegaron a ideas similares a las de Rocafuerte, aun cuando algunos de ellos, como Mier y Varela, fueran sacerdotes católicos. La experiencia migratoria en esas ciudades de los Estados Unidos, en un momento en que todavía se escuchaban los ecos de la epopeya fundadora, a fines del siglo XVIII, y de la última guerra contra Gran Bretaña, en 1812, además de las amistades políticas y los vínculos masónicos con funcionarios norteamericanos y diplomáticos hispanoamericanos, afianzaron el republicanismo de aquellos intelectuales. Aunque muchos de ellos vivieron la mayor parte del tiempo en Nueva York, la ciudad donde publicaron y conspiraron fue, sobre todo, Filadelfia. Este puerto, que fuera la primera capital de la nueva federación, todavía en las primeras décadas del siglo XIX era el más importante de la costa nordeste de los Estados Unidos. Con una población de más 60.000 habitantes, Filadelfia había sido el centro legislativo de la revolución de las trece colonias durante casi dos décadas, y la ciudad principal de Pennsylvania, el estado con más representantes ante la Unión. Allí se habían reunido el primero (1774) yel segundo (1775) Congreso Continental, se habían debatido y firmado la Declaración de Independencia (1776), los Artículos de la Confederación (1777),la Constitución de 1787y se había experimentado un típico proceso de ilustración, con nuevas formas de sociabilidad y una esfera pública impresa, conformada por folletos, libros, periódicos y revistas (Remer, 1996: 23-45; véase también Weigley, 1982: 312-330). Filadelfia fue la ciudad donde Benjamin Franklin editó la Pennsylvania Gazette y el Poor Richard's Almanack, dos de las publicaciones precursoras de la ilustración americana, y donde a fines del siglo XVII! fue fundada la Franklin Society, una fraternidad masónica de impresores que aún existía en la década de 1820 (Constitution of the Franklin Society, 1792: 1-15; Fohlen, 2000: 277-290). En las citadas memorias -Un americanolibre-, Rocafuerte contó la llegada a Filadelfia de los republicanos de su generación. Hasta 1822, su biografía era muy parecida a las de Mier, Varela y Vidaurre: juntista en 1808, diputado ante las Cortes de Cádiz por la provincia de Guayaquil, peregrinación por Europa tras la restauración del absolutismo en España, iniciación en la masonería. exilio bolivariano en Filadelfia y Nueva York (Rocafuerte, 1947: 19-31). Pero la instalación en aquellas ciudades norteamericanas había sido fraguada en La Habana, un año antes, donde coincidieron, por
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lo menos, tres de ellos, Mier, Vareta y Heredia, y donde, a través del poeta argentino José Antonio Miralla y el político colombiano José Fernández Madrid, se habían relacionado con una sociedad secreta que conspiraba a favor de Bolívar y la independencia hispanoamericana (Domínguez Michael, 2004: 593-596). Como ha escrito este autor, durante la década de 1820 "el corredor Habana-Filadelfia sustituyó al eje Londres-Cádiz" en aquellas redes de conspiración intelectual, política y masónica (ibid.: 594). Hasta el peruano Vidaurre tuvo su experiencia cubana, ya que entre 1821 y 1822 vivió en Puerto Príncipe, Camagüey, donde se desempeñó corno oidor de la Audiencia (Pérez Bonany, 1964: 20-40). Entre 1821 y 1822, la figura central de la colonia hispanoamericana en Filadelfia era Manuel Torres, ministro y "purchasing agent" de la Gran Colombia en los Estados Unidos, quien residía en aquella ciudad desde fines del XVIII. Torres no sólo tenía contactos diplomáticos regulares con Monroe y Adams sino que había hecho amistad con importantes personalidades de aquella ciudad, como e! banquero Nicholas Biddle, e! magnate naviero Stephen Gerard, el comerciante Richard Meade y el editor de The Aurore, el principal periódico de Filadelfia (Domínguez Michael.aooa: 593396; véanse también Rodríguez O., 1980: 17-18; y Bowman [r., 1968: 234--'246). Torres, corno es sabido, alojó y ayudó a Rocafuerte y a Mier y los introdujo en círculos masónicos, políticos y periodísticos de la ciudad. Las cartas entre Torres y Mier, recogidas por YaelBitrán Goren (1992: 267-287), dan una buena idea de la relación de aquellos intelectuales con los impresores de Filadelfia y de la prioridad que Torres concedía a la edición y el embarque de libros y folletos hacia Hispanoamérica.A la muerte de Torres, en 1822, Rocafuerte heredó aquella red y la puso a disposición de otros hispanoamericanos que llegarían a Filadelfia a fines de ese año y en 1823, corno el peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre y los cubanos Félix Varela y José María Heredia. Uno de los impresores que, a instancias de Torres y Rocafuerte, respaldó a los hispanoamericanos fue [can Francois Hurtel, conocido como Iohn F. Hurtel o Juan Francisco Hurtel, descendiente de una familia de colonos de Alabama, quien editaba traducciones de libros franceses y españoles en Filadelfia desde la segunda década del siglo XIX. En 1817, por ejemplo, Hurtel publicó el popular manual de la época del imperio napoleónico,
Art of dancing, Rulesof deportment and descriptions ofmanners ofcivility, de J. H. Gourdoux-Daux, y comenzó a interesarse en la cuestión hispanoamericana con tres impresos: El triunfo de la libertad sobre el despotismo. Réplica de los hebreos después del cautiverio de Babilonia, la Homilía del CardenalChiaramonti, del caraqueño Juan Germán Roscio, y Reply
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to the Author of the Letter on South America and Mexico, un folleto dirigido al presidente Monroe y atribuido al propio Manuel Torres (Roscio, 1996: 264-271; Henry, 2006: 1-8). Además de una reedición de la Brevísimarelación de la destrucción de las Indias de Las Casas, Hurte! publicó tres textos básicos del primer republicanismo hispanoamericano: la Memoria político-instructiva (1821), de Mier, y las Cartas americanas, politicas y morales (1823a) yel PlandelPerú (,823b), de Vidaurre. La plataforma doctrinal de estas obras, como es sabido, era la misma que la de Rocafuerte en Ideas necesarias (1821) -a la que el ecuatoriano había agregado como apéndices traducciones de Paine, del discurso de Adams del 4 de julio de 1821, de la Declaración de Independencia, de los Artículos de la Confederación y de la Constitución de 1787- y también coincidía con la estrategia bolivariana y monroísta: la defensa de la forma republicana de gobierno para Hispanoamérica. Más explícito que Rocafuerte y Mier en cuanto a sus lecturas filosóficas, Vidaurre dejaba ver su entusiasmo por textos clásicos de la independencia norteamericana, como Common Sense (1776)y RightsofMan (1791), de Thomas Paine, y por la reciente crítica a la monarquía católica española lanzada por José Blanco White en sus Letters from Spain (1822). Vidaurre, quien al igual que Vare1a todavía era fernandista en 1821, radicalizó su republicanismo durante la breve estancia en Filadelfia, que coincidió con el fin del "trienio liberal" y e! avance de la gesta separatista (Peralta Ruiz, 2007: 1-23). Esto es notable en la factura del texto del Plande Perú, inicialmente escrito en 1810, en España, cuando era diputado a las Cortes de Cádiz, y titulado Plande lasAméricas. En la versión original de aquel escrito, el peruano se apoyaba en la tradición ilustrada del monarquismo representativo (Montesquieu, Beccaria y Pilangieri. sobre todo) para defender el autogobierno de los reinos de ultramar y para identificar el absolutismo con una forma despótica de gobierno. Sin embargo, ya en la edición de 1823 y, sobre todo, en Las cartas americanas, sin abandonar aquellas referencias ilustradas, incorpora el enfoque republicano, citando a Maquiavelo, Bentham y Paine, y proponiendo, incluso, una abolición del fuero eclesiástico, muy a tono con la "denuncia de la cruel tiranía de las leyes clericales" sostenida por Blanco White (,972: 88-94; cf. también Vidaurre, 1823a: 40-4 y 74). ' La edición de! PlandelPerú de Filadelfia, en 1823, no dejaba dudas sobre el giro republicano que daba el intelectual peruano: el libro aparecía dedicado a Bolívar y en el mismo se insertaba, además de su "renuncia" como funcionario de la Audiencia de Puerto Príncipe, una exposición de "los motivos políticos que obligan a la isla de Cuba a declarar inmediatamente su independencia" (Vidaurre, t823b:197-225). La rápida radicalización repu-
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blicana de Vidaurre. así como la de Rocafuerte, Mier y Varela, debe entenderse, como ha señalado Roberto Breña, no sólo como un efecto de la restauración absolutista en España, del triunfo militar de la causa independentista o del respaldo de los Estados Unidos a la misma, sino también como consecuencia de la traductibilidad doctrinaria y constitucional que aquellos letrados establecieron entre sus lecturas ilustradas y sus lecturas republicanas. El liberalismo antiabsolutista era una plataforma giratoria, que lo mismo podía desembocar en la abierta defensa de la república que en lo que Vidaurre llamaba un "acomodo de ideas republicanas a una monarquía moderada" (Peralta Ruiz, 2007: 21; Breña, 2006: 456-490). Otro de los impresores de Filadelfia que se interesó en el tema hispanoamericano fue el católico irlandés William Stavely, dueño, primero, de la editorial Stavely & Bringhurst y luego de Stavely & Ca. Durante décadas, Stavely publicó, en su imprenta del número 70 de Third Street, múltiples libros católicos, como los "reportes pastorales" de la Iglesia de la Epifanía (Pastoral Reports of the Church of Epiphany, 1840-1857), y varios textos de historia natural. Cuando el padre Félix Varela llega a los Estados Unidos, en diciembre de 1823, establece contacto muy pronto con Stave1y, probablemente no por la vía de Rocafuerte, sino por la de sus conocidos en la comunidad católica de Nueva Yorky por el respaldo del obispo de La Habana, Juan José Diaz de Espada y Landa, y del recién nombrado obispo de Nueva York, el francés lean Dubois, quien intentaba relacionarse con la cada vez más creciente colonia irlandesa (Obispo Espada, 1990: 122-143; Estévez, 1998: 55-64). Al año siguiente, residiendo ya en Filadelfia, Varela publica en la editorial de Stavely la segunda edición de sus Lecciones defilosofía (1824), en las que defendía una idea del "entendimiento humano" a partir de Locke y Condillac, y los tres primeros números de ElHabanero, una revista política, científica y literaria, redactada íntegramente por el sacerdote cubano (Varela, 1991: vol. 1, 177-246; Y1997: IX-XXXIV). Así como en sus Cartas americanas Vidaurre había seguido el modelo de las Letters from Spain, inspiradas, a su vez, en las Cartas persas de Montesquieu, Varela aprovecharía la experiencia de El Español, la revista editada por Blanco White en Londres, para la concepción de El Habanero. A pesar de lo que anunciaba el prospecto de la revista, el contenido de la misma apenas estuvo dedicado a la ciencia y la literatura. En el primer número aparecieron breves artículos sobre la "temperatura del agua del mar a considerables profundidades", la "acción del magnetismo en el titanio", la "propagación del sonido" y sobre los experimentos del "profesor Silliman en el Chryoforo de Wollaston", unas pruebas de globos aerostáticos bajo la nieve (Varela, 1997: 35-46). A partir del número siguiente, la sección de "ciencia y
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literatura" prácticamente desapareció -sólo en el tercer número se publicó una viñeta firmada por Mr.]. Newman, dando la noticia de «una máquina inventada para medir con la corredera lo que anda un buque"- y la publicación se concentró en los temas de Cuba, la consumación de las independencias en Hispanoamérica y la posibilidad sobre el auxilio de México y Colombia a la descolonización de las islas caribeñas (ibid.: 134~135). A diferencia de lo que la tradición nacionalista de la historiografía cubana ha establecido, la posición de El Habanero sobre este último terna fue flexible. Luego del resuelto apoyo a una separación republicana de España, que dejaba atrás visiones fernandistas y autonomistas -en diciembre de 1818, Varcla habia leido un elogio de Fernando VII en la Sociedad Patriótica de La Habana y todavía, en febrero de 1823, había presentado un proyecto de gobierno autonómico para las provincias de ultramar, en las Cortes de Madrid-, el sacerdote y filósofo cubano se opuso a una invasión de México y Colombia en favor de la independencia antillana (Varela, 1977: 247-258 y 277-281). En los primeros números de ElHabanero, Varela argumentó que una "revolución interviniendo una fuerza extranjera" sería "funestísima" porque la "nación invasora" demandaría una "recompensa más allá de los límites de la obligación" y se manifestaba "contra la unión de Cuba a ningún gobierno': ya que "deseaba verla tan Isla en política como lo es en la naturaleza". Sin embargo, en los números quinto y sexto de aquella publicación, VareIa (1997: 91-95) parecía aceptar esa solución, por considerarla mayoritaria: "¿es necesario, para un cambio político en la isla de Cuba, esperar las tropas de Colombia o México? En mi opinión no, en la de muchos sí; y como en casos semejantes conviene operar con la opinión más generalizada, si ésta lo fuese, yo contra la mia me conformo a ella" (ibid.: 168). El dilema de Varela terminó a principios de 1826, cuando el gobierno de lohn Quincy Adams, en vísperas del Congreso de Panamá donde Bolívar pensaba tratar el asunto, estableció una posición contraria al auxilio de la independencia de Cuba y Puerto Rico. En el último número de El Habanero, Varela reprodujo un discurso del presidente Adarns, con el que concordaba, en el que se argüía el peligro de que la invasión provocara que las islas cayeran en las manos de otra potencia europea, que no fuera España (ibid.: 224). En el momento en que Varela concluyó su publicación, ElHabanero se había convertido en una lectura de referencia entre los separatistas cubanos. Varios alcaldes, regidores y síndicos de Puerto Príncipe impugnaron la revista desde la isla y el cónsul español en Filadelfia, Hilario de Rivas Salmón, y el ministro de España en Washington, Francisco Tacón, redactaron informes contra el sacerdote, que enviaron a Madrid y a Roma (Varela, 1977: 282-2H8). En la primavera de 1825, Fernando VII emi-
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tió un decreto para "impedir la introducción en la península e islas adyacentes del indicado folleto, que no contento con excitar a los fieles vasallos de S. M. a la rebelión, lleva la osadía al punto de querer vulnerar el sagrado carácter de su legítimo Soberano" (Varela, ]997: 178). Los últimos números de El Habanero aparecieron cuando Varela se había trasladado de Filadelfia a Nueva York. Sin embargo, el sacerdote cubano mantuvo por algún tiempo la colaboración con Stavely,ya que la novela histórica Jicoténcatl, la primera del género en Hispanoamérica, fue editada, a instancias de Varela, en esa imprenta en 1826. La novela, cuya autoría ha sido atribuida al propio Varela y, sobre todo, al poeta cubano José María Heredia, quien también se había exiliado por su implicación en la conjura masónica "Soles y Rayos de Bolívar': narraba la historia del héroe de Tlaxcala, que decide abandonar la alianza con los conquistadores y unirse a la resistencia que encabeza Cuitláhuac, pero es descubierto por Cortés y ahorcado en Texcoco (González Acosta, 1997: 119-196). Por su épica anticolonial, el texto se inscribió cómodamente en el corpus bibliográfico republicano, conformado en Filadelfia y difundido en las nuevas capitales hispanoamericanas. Las redes afectivas y políticas de Rocafuerte y Varela son perceptibles en la articulación de aquel centro difusor de ideas republicanas. El joven Heredia, autor de la Oda al Niágara yel Himno del desterrado, amigo de ambos, pasó todo 1824 y la primera mitad de 1825 en Nueva Yorky realizó, por lo menos, una visita a Varela en Filadelfia en abril del 24. En sus cartas familiares, Heredia contó el viaje de Nueva York a Filadelfia, a través de! río Delaware, admirado siempre por el orden y la tranquilidad de los pueblos de la costa este. Al llegar a la confluencia de Crosswicks Creek, Heredia divisó Bordentown, el lugar donde José Bonaparte había levantado su mansión Point Breezey donde viviría hasta 1832. Lavisión de Heredia sobre el ex rey de España estaba muy lejos, ya, de aquel odio a Pepe Botella,el usurpador de 1808. Como otros republicanos de Filadelfia,Heredia sabía que Bonaparte era aceptado en los círculos masónicos de los Estados Unidos, que era amigo personal de Henry Clay, Daniel Webster y el presidente Adarns, que recibía visitas del general Lafayette y que, en 1817, había rechazado el ofrecimiento del trono de México que le hizo Francisco Javier Mina antes de embarcarse, fatídicamente, en Galveston rumbo a
y KahI,de esa ciudad (Heredia, 1825: 4~1O). El volumen, así como la novela histórica Jiconténcatl, fue elogiosamente reseñado por el poeta norteamericano William Cullen Bryant, quien tradujo, además, la Oda al Niágara al inglés (Moore, 1950: 41-46). Junto a su misión pastoral y su trabajo con la comunidad de inmigrantes irlandeses. a pesar del fracaso del Congreso de Panamá y de la persistencia del orden colonial en la isla, Varela continuó editando y traduciendo textos republicanos. En 1826 tradujo el Manual of Parliamentary Practice de Thomas lefferson (1826) y entre 1828 y 1831, con su discípulo y amigo José Antonio Saco, también exiliado en Nueva York, emprendió la edición de El Mensajero Semanal, otra publicación que, aunque crítica del régimen colonial español, se acercaba más a una posición reformista que separatista (Hernández Travieso, 1949: 140-173). Hacia comienzos de la década de 1830, casi todos los exiliados menos los cubanos se habían repatriado, involucrándose fuertemente en la vida pública de sus países. Mier fue diputado por Nuevo León al Congreso Constituyente de 1823-1824, donde defendió una fórmula intermedia entre el federalismo norteamericano y el centralismo bolivariano. Vidaurre llegó a ser presidente de la Corte Suprema del Perú y, tal vez, e! escritor político más reconocido de su época. Rocafuerte fue gobernador de Guayaquil y presidente de Ecuador, entre 1835 y 1839. En sus memorias, escritas al final de una carrera política de medio siglo, evocó con nostalgia los años
las costas de Tamaulipas (Hcredia, '939: vol. 87; Levasseur, 1829:137-139).
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Desde Nueva York, Varelacontinuó aquella labor de promoción del rcpublicanismo hispanoamericano. La primera edición de las poesías de Heredia fue gestionada por elpresbítero cubano, en 1825, en la casa editora Behr
de Filadelfia:
En aquella felizépoca todos los americanos nos tratábamos con la mayor fraternidad; todos éramos amigos, paisanos y aliados en la causa común de la independencia; no existían esas diferencias de peruano, chileno, boliviano, ecuatoriano o granadino que tanto han contribuido a debilitar la fuerza de nuestras mutuas simpatías (Rocafuerte, 1947: 29).
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Tres etapas de la prensa política mexicana del siglo XIX: el publicista y los orígenes del intelectual moderno' Elías J. Palti
Norton.jcgz.
Se trata, por lo tanto, de una historia que tiene por función restituir problemas más que describir modelos. Pierre Rosanvallon, Por una historia conceptual de lo político José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), José María Luis Mora (17941850) e Ignacio Ramírez (1818-1879) encarnan, respectivamente, tres tipos
diversos de periodismo político. El paso de uno a otro género periodístico que ellos representan resulta indicativo de cambios más amplios en los modos en que se ejercía la práctica política, que derivarán, a su vez, en formas muy distintas de concebir la idea de un sistema republicano de gobierno fundado en la "opinión pública", los modos de su constitución y su dinámica. El estudio de las transformaciones en la prensa periódica nos permitirá descubrir el tipo de interacción particularmente activo que se estableció en el siglo XIX entre prácticas y discursos políticos. Esto se liga con -y resulta ilustrativo de-la naturaleza de una figura particular de intelectual, que de alguna manera engloba a los tres tipos aquí analizados, y que llamaremos, retomando la terminología de la época, el publicista. Y nos revelará también la ambigüedad que define su espacio social, la cual hace manifiesta menos alguna supuesta "hibridez" local resultante de un proceso de modernización incompleto que un problema inherente a ese mismo proceso de modernización.
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Agradezco los comentarios de Carlos Altamirano a una versión preliminar
del presente trabajo.
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EL PUBLICISTA Y SUS FORMAS
Como señaló Rafael Rojas (1991: 35-67) en un trabajo reciente, Fernándcz de Lizardi personifica una figura nueva que surge a fines del régimen colonial y desaparece al poco tiempo de instaurado el nuevo orden: el panjletista político. Se trataba de un personaje complejo y siempre conflictivo, situado entre el pueblo y la élite, con débiles sustentos sociales y políticos, por lo general de escasa educación y caprichosa cultura (Fernández de Lizardi, poseedor de cierta ilustración, era más bien excepcional en este aspecto, lo que lo situaría por encima del promedio, aunque sin apartarse de las pautas propias de este género periodístico). Los panfletistas solían escribir, imprimir y vocear sus propios periódicos, que tenían tirada, formato, temática y circulación variadas e irregulares. Su característico estilo (uso de la jerga vulgar, giros grotescos, parábolas, diálogos, apelación a personajes populares típicos, ete.) servía para establecer una suerte de complicidad tácita con sus lectores (las alegorías rara vez se hacían explícitas, lo que revela la existencia de ciertos códigos compartidos, hoy en gran medida irrecuperables). Su reinado sobre la opinión sería, sin embargo, efímero. Dicho género sirvió durante los años de crisis del orden colonial para aglutinar informalmente, sobre todo, a los sectores radicales de la opinión pública popular, hasta que, luego del saqueo del Parián (1828), la élite, preocupada por el cariz que comenzaba a adquirir el debate político, decidió limitar su accionar. Su perseguidor más implacable fue Francisco Molinos del Campo (miembro desde 1822 de la logia escocesa y más tarde colaborador de Mora en El Observador), quien, como presidente de la Junta de Protección de la Libertad de Imprenta, prohibió en 1823 el voceo de los panfletos. Y este hecho resulta ya revelador de cómo comienza a imponerse un nuevo género de periodismo político con el desarrollo de un sistema de prensa que acompañará, a su vez, la afirmación de un conjunto de nuevas prácticas políticas. Mora, en efecto, es ya un típico representante de una primera generación de escritores posteriores a la independencia, compuesta básicamente por abogados, que formaban una especie de clase profesional flotante destinada, en un principio, a ocupar una posición en el aparato administrativo colonial y que se vería súbitamente arrojada por una revolución a la arena política. Esta generación se dedicaría, entonces, a tratar de aplicar en ellalas habilidades propias de su oficio-la abogacía-, tal como habían aprendido en las universidades. Las proclamas de Mora en favor de lturbide, por ejemplo, son claros ejemplos de ejercicio de técnica oratoria, con
TRES ETAPAS DE LA PRENSA pOLíTICA MEXICANA DEL SIGLO XIX I 229
sus partes (exordium, diégesis, narratio,peroratia) perfectamente diferenciadas, y siguiendo, en sus usos de los topoi, los patrones del género forense (el primero de los tres en que estaba tradicionalmente dividida la retórica, junto con el deliberativo y el epideíctico o laudatorio). La elaboración de estos escritos está así menos rígidamente determinada por sus contenidos ideológicos que por las demandas internas del género. De hecho, era común en los albores de la independencia que estos abogados recibieran un pago por sus servicios, e incluso que defendieran con la misma elocuencia causas políticas diversas y hasta opuestas entre sí, lo que era, por otra parte, su deber como profesionales: el punto culminante de la enseñanza retórica lo constituía, precisamente, la argumentación in utramque partem, esto es, demostrar la capacidad de alegar con igual contundencia en favor de ambos bandos en litigio. Esta característica formal se relaciona con eltipo específico de lógica que preside esta modalidad particular de discurso. Los abogados, típicamente, trataban de (y aun debían, según era su obligación) concentrar su atención en «el punto particular en cuestión" (amphisbetesis). De hecho, a ningún abogado puede cuestionársele que en su alegato actual contradiga algo que él mismo argumentó en algún juicio anterior: para éste, cada caso es particular; los argumentos no son relevantes, ni pueden ser evaluados desprendidos del contexto litigioso específico en que fueron esgrimidos. El régimen veritativo aquí en funcionamiento no es el de episteme, sino el de phrónesis: el conocimiento práctico de las circunstancias relevantes para el tema en cuestión y las condiciones particulares de contención. Dicho género de discurso se rearticularía entonces en función de un objetivo político preciso. Esta primera generación de pensadores buscará, básicamente, conformar una clase gobernante. Los medios de prensa debían servir de ámbito para que un dispar elenco ahora en el poder pudiera comunicarse y relacionarse más allá de sus diferencias en cuanto a filiaciones políticas, origen regional u orientación profesional. Pero esta empresa se desplegará en diversos terrenos, que aparecerán estrechamente asociados entre sí. A diferencia del panfletista, para quien el periodismo era su actividad política casi exclusiva (raramente podía aspirar a acceder a puestos oficiales), lo que solía darles una imagen algo exagerada de su importancia y su papel como voceros de la opinión pública -Pemández de Lizardi (1991: 477) llega a afirmar que la sola publicación de su Sueño de 1825 sirvió para desbaratar los planes restauracionistas que entonces se tramaban-, el tipo de periodismo político que encarna Mora constituye sólo una pieza dentro un juego político más vasto. Particularmente, la confluencia de este nuevo género con laslogiassupondría un modo radicalmente diverso
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de intervención política que, al mismo tiempo que limita la independencia del periodista, confiere otra proyección a su prédica. La logia escocesa de la cual los órganos de prensa que funda Mora serían sus voceros cumplió en un primer momento acabadamente su función, lo que se expresa en la llamada "política de amalgamación" ensayada por el primer presidente Guadalupe Victoria, cuyo mandato va de 1824 a 1830. Sin embargo, el solo surgimiento en 1825 de la logia yorkina resultaría ya demoledor para su mismo objeto. A pesar de su rechazo inherente a la lucha faccional, la élite mexicana terminará, en los hechos, escindiéndose en dos bandos mortalmente enfrentados. Elantagonismo que entonces se instala, y que no dejará de profundizarse, terminará alterando drásticamente los modos de concebir la práctica política, lo que obligará también a reformular el sentido y el objeto de los órganos de prensa, dando lugar a un nuevo tipo de periodismo político. Ignacio Ramírez es un ejemplo característico de una segunda generación de figuras intelectuales en el México decimonónico, surgida ya al calor de las luchas facciosas. Ése es también el período de auge de la prensa política periódica -que luego cederá su lugar a un nuevo género de periodismo: la prensa de noticias- (Lombardo, 1992). En dicho contexto, esta nueva generación de escritores desarrollará un nuevo tipo de expertise, que en esos años se volverá algo muy valorado (de hecho, los periodistas serán muy solicitados, y son frecuentes y reiteradas las quejas de los editores por la escasez de mano de obra calificada en este rubro). Lo cierto es que el valor de los escritores se medirá ahora en términos, ya no tanto o solamente de su capacidad para componer textos doctrinarios que sirvan para dar una orientación al accionar político o legitimar los proyectos en pugna, sino, fundamentalmente, de su habilidad para, a través de su práctica periodística, construir o desarticular redes políticas, tramando intrigas, orquestando campañas, cte. En fin, los órganos de prensa ocuparán entonces un lugar central en la escena partidaria básicamente como instrumentos para operar políticamente e intervenir materialmente sobre ella. En efecto,los llamados "trabajos electorales"a que se encontrarán mayormente abocados consistirán, básicamente, en diseñar y llevar a cabo permanentes estrategias y contraestrategias (y contra-contraestrategias ), articulando alianzas, y también desarticulándolas, dando así lugar a constelaciones políticas y a redes partidarias sumamente complejas (y también precarias y fugaces) que atraviesan y comunican las diversas instancias de poder (el Ejecutivo, el Congreso, los estados, los clubes, etc.). Una reconstrucción más precisa de los diversos (y complejos) modos por los cuales dichos medios operaron escapa al alcance del presente tra-
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bajo (véase Palti, 2003: 941-978). Lo que importa señalar aquí es cómo estos profesionales de la palabra escrita abrazarán, por intermedio de la prensa periódica, una serie de funciones que van mas allá de la mera difusión de ideas. Por otra parte, la élite mexicana del período cobrará perfecta conciencia de esta variedad de funciones, además de la exclusivamente referencial, adheridas a los usos públicos del lenguaje. Y ello dará lugar, a su vez, a una particularmente estrecha vinculación entre prácticas y discursos políticos. En fin, desde el momento en que los textos dejan de ser concebidos corno meros vehículos para la transmisión de ideas y pasan a ser percibidos como constituyendo ellos mismos hechos políticos, la acción periodística instalará un nuevo orden de prácticas que atravesará la oposición entre la acción material y la acción simbólica. El valor de un escrito no se medirá ya sólo por su contenido veritativo, sino por su eficacia material para generar acciones. Y ello, como veremos, reconfigurará la dinámica del espacio público mexicano, modificando en consonancia los conceptos relativos al lugar de las ideas (y sus portadores) los publicistas) en la articulación de un sistema de gobierno republicano fundado en la "opinión pública".
"OPINIÓN PÚBLICA" Y GOBIERNO REPUBLICANO
Los diversos géneros periodísticos aludidos, que se expresan, respectivamente, en tres figuras características de "intelectuales" en el siglo XIX, se traducirán, a su vez, como señalamos, en tres modos igualmente diversos de concebir la esfera pública y el sentido mismo de un sistema republicano de gobierno (aspectos ambos que se encontraban íntimamente asociados en el pensamiento de la época). En un artículo incluido en Los espacios públicos en lberoamérica Annick Lempériere (1998) ofrece un relato del origen del concepto "moderno" de opinión pública que nos ayuda a comprender cómo éste se desprende y en qué se distingue de sus antecedentes clásicos. Ciertamente, las ideas de opinión y publicidad no surgen a fines de siglo XVIII; ellas formaban parte fundamental del discurso político precedente. "Idealmente", dice Lempériere (ibid.: 63), en el antiguo régimen "cualquier conducta debía estar en el caso de ser 'pública' porque la publicidad garantizaba su rectitud moral': La "opinión pública" fungía así al modo de un "tribunal", censurando o aprobando públicamente las conductas individuales, fijando, en fin, una "opinión social" o reputación, Éste es también el concepto al que apelan
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los primeros patriotas. Los escritos de Fernández de Lizardi ilustran cómo se produce esa torsión por la que dicho concepto se convertiría en la base para minar el régimen colonial. Siguiendo una pauta tradicional, en los escritos de ElPensador Mexicano (también su seudónimo preferido) la "opinión pública" aparece como una suerte de reservorio de máximas consuetudinarias transmitidas de generación en generación mediante el ejemplo, en fin, como una doxa o saber social compartido en que se encarna el conjunto de principios y valores morales sobre los que descansa la convivencia social. En ellos se condensa, a su vez, una inclinación al bien innata en el hombre y se hace manifiesta su naturaleza racional. El error, por el contrario, expresa una desviación de las sanas costumbres, producto o bien de una mala apreciación de las normas sociales, o bien de alguna perversión congénita (como el egoísmo, la codicia, ete.). Pero éste sólo puede afectar a los hombres individualmente considerados; nunca puede convertirse en principios de conducta socialmente compartidos. Los escritos de Fernández de Lizardi revelan una confianza, si no en la probidad de los ciudadanos en tanto que individuos, sí en el sistema de los controles sociales que protegen y preservan a los sujetos de las pasiones -Ias cuales en privado pueden desplegarse libremente (de allí el consejo de "el coronel" a su hija, Prudenciana, en La Quijotita y su prima, de que evite el contacto con los hombres en privado, dado que, "cuando no tenemos testigos de nuestras debilidades", "las pasiones no se pueden sujetar a la razón") (Fernández de Lizardi, 1990: 211)-. Como señala Lempériere, sólo la publicidad de las acciones haría posible distioguir e! bien de! mal-la falsavirtud, decia Fernández de Lizardi (1990: 206), "no puede ser constante" y, al final, siempre se descubre-o Sin embargo, Fernández de Lizardi introduce un giro fundamental en este concepto desde el momento en que en nombre de esta "opinión pública" interpela a las propias autoridades coloniales. De este modo, las coloca en un pie de igualdad con el resto de los mortales ("todos los que nos gobiernan y han gobernado -dice- son hombres, receptáculos de vicios y virtudes") (1991: 664). Al error de los individuos, que es ahora también el de un poder despojado ya de sus misterios y su dignidad, Fernández de Lizardi opone aquí las verdades colectivas (sociales), en cuyo representante se erige. La"opinión pública" se instituye así como un reino de transparencia enfrentado al ámbito de la oscuridad de los sujetos particulares (en el que se incluye a los funcionarios reales). Y ésta raramente erraba: La opinión pública, por lo común, siempre es certada [sic], porque como al hombre le es innato apetecer el bien y huir del mal, se sigue que,
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queriendo el bien de todos, los más lo saben distinguir y casi siempre es buena la opinión pública (Fernández de Lizardi, 1973: 64)· Surgía así la noción del "tribunal de la opinión" como juez supremo de las acciones del poder y al mismo tiempo fuente de su legitimidad. El escritor público podría entonces erigirse en su vocero. Ésa sería, en fin, la misión que le había sido conferida: Señor Pensador: [... ] Con el derecho que cada uno tenernos de representar, unan con ustedes sus justísimos clamores con los míos y con los de la voz de! pueblo y e!évenlos al gobierno. [... 1 Tomen ustedes sobre sí la representación de los síndicos, si acaso los nuestros duermen (Fernández de Lizardi, 1968: 129). Sin embargo, el concepto lizardianc de opinión pública guardaba aún un supuesto de matriz claramente "premoderna" Sólo tras la independencia habría de quebrarse también este supuesto, dando verdaderamente lugar a la emergencia de lo que podemos llamar el concepto jurídico C'moderno'') de opinión pública. Para Fernández de Lizardi, el pueblo portaba colectivamente una suerte de saber intuitivo, tenía un acceso inmediato a la Verdad, la cual resultaría manifiesta, al menos para aquellos cuyo entendimiento no se encontraba ofuscado por las tinieblas de las pasiones personales. "La Verdad es Señora, pero muy familiar con todo el mundo", le confiaba ésta, sin el menor pudor, a ElPensador; "yo bien deseo que todos me vean, me conozcan, me traten y me amen; para esto me hago demasiado visible" (ibid.: 464). La visibilidad de las normas sociales de conducta derivaba, en última instancia, de su apriorismo. La Verdad, las máximas fundamentales de moralidad en que descansa la comunidad, se imponía a sus miembros, al igual que los dogmas de la religión a los creyentes, corno algo dado; su establecimiento no suponía elección alguna ni reflexión, ya que ésta se mostraba a sí misma a quien quisiera verla. No cabía aquí diversidad de pareceres: sólo existían quienes conocían la verdad y quienes la ignoraban. En definitiva, para dicho autor el universo ético se encontraba en la misma relación de trascendencia respecto de la sociedad que tenía el poder en el antiguo régimen. Roto el vínculo colonial, este presupuesto se tornó insostenible. La sociedad civil se convirtió entonces, de ámbito de la unidad moral, en espacio de disenso. Y esto quebraba la idea de la transparencia de la Verdad. La oscuridad abandonaba así su reducto en el ámbito privado para abrazar también el espacio público, frustrando toda posibilidad de un orden polí-
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tico estable. La reformulación del concepto de opinión pública que realiza la generación subsiguiente de pensadores toma ya como su punto de partida esta idea de la relativa oscuridad de la Verdad. Para pensadores como Mora, ésta, sin embargo, lejos de aparecer como destructiva de toda posibilidad de funcionamiento estable del ordenamiento institucional secular, será justamente la que abra las puertas al progreso humano: Si fuese tan fácil aprender como ver, el estudio perdería todo su valor. Es necesario que una especie de oscuridad y de barreras fuertes nos hagan sentir el gozo y el honor de disipar la una y allanar las otras. La virtud dejaría de excitar nuestro interés, nuestra veneración, nuestro entusiasmo, si no tuviese que vencer a las pasiones, y luchar contra la desgracia (Mora, 1830: 42). Encontramos aquí un primer punto de inflexión a partir del cual habría de desplegarse un nuevo lenguaje político. La Verdad ya no resulta inmediatamente visible, ni la virtud un mero dato, sino algo que debe lograrse esforzadamente, en su lucha permanente contra las certidumbres aceptadas atávicamente. La opinión pública deja, en fin, de aparecer como la premisa para convertirse en un resultado de la politikii (entendida corno publicidad): es ésta la que eleva la opinión puramente subjetiva (doxa) a convicción racionalmente fundada (ratio), convierte la mera opinión en opinión pública ("la opinión pública -decía El Obscrvador- es la voz gene-
ralde todo un puebloconvencido de una verdad, que ha examinadopor medio de la discusión") (Mora, 1828: 370). Se incorpora de este modo un nuevo ámbito a la política. Son los propios sujetos los que deben dictarse a sí mismos, por medio de deliberaciones colectivas, las normas que habrán de regir su vida comunal. llegamos así a la segunda redefinición fundamental que se produce en el concepto liaardiano, y que señala su verdadero punto de fisura. La idea de la inmanencia de las normas (la inexistencia de Dios o de autoridad superior alguna que pueda conferirlas), que abre las puertas a la politización de la propia esfera pública (en el concepto lizardiano la política, como vimos, se veía reducida a una cuestión, en última instancia, puramente ética), condensa el núcleo problemático inherente a todo sistema de gobierno postradicional (y que, en definitiva, ninguna teoría política habrá de resolver). En efecto, el aspecto crucial que la crisis abierta tras la independencia plantea es que ésta resultaría demoledora no sólo del supuesto de la transparencia de las normas que gobiernan la sociedad, sino también de la idea
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de su trascendencia (obietividad). El Plan de la Constitución politica de la Nación Mexicana expresa esto claramente: A la época en que una nación destruye el gobierno que la regia, y establece otro que la subrogue, los pueblos, viendo que son obra suya las creaciones políticas, comienzan á sentir sus fuerzas, se exaltan y vuelven dificilessu administracion. Lasvoluntades adquieren un grado asombroso de energía. cada uno quiere lo que juzga mas útil: todo tiende á la división, todo amenaza destruir la unidad (Briseño Senosiain, Solares Robles y Suárez de la Torre, 1985: 87). El modelo jurídico (t'moderno") de la opinión pública nace, en fin, de la crisis de aquel doble supuesto en que descansaba el concepto que Pcrnández de Lizardi tenía de la misma: la transparencia y la trascendencia de los valores y las normas. No obstante, el mismo contendrá una ambigüedad inherente. Presupone todavía, de hecho, la idea de una Verdad (la "verdad del caso"), que no es otra que aquel conjunto de principios y valores fundan tes de la comunidad dada, su nomos constitutivo. Éste, como decía Aristóteles en su Retórica (I354a-b), no puede él mismo volverse materia de controversia sin que la comunidad dada se destruya como tal; se encuentra, pues, en una relación de trascendencia respecto del campo de la "opinión pública". En efecto, privados de una Verdad, el juego de las interpretaciones se prolongaría de manera indefinida sin un anclaje de objetividad que permitiera asirlas y alcanzar eventualmente un consenso asumido de manera voluntaria. Sin embargo, una vez que se instala el antagonismo en su seno, escindido el campo de lo social en facciones mortalmente enfrentadas, el Estado ya no podrá asumir la tarea de articular la totalidad comunal sin traicionar su imagen de neutralidad (es decir, sin convertirse en gobierno de partido), pero tampoco esta Verdad podrá arrojarse al ámbito de la publicidad sin convertirse en su contrario, es decir, sin volverse de fundamento comunal en fuente ella misma de controversias; en fin, sin politizarse. Su institución supondrá, pues, la delimitación de un cierto campo de saber que se recorte del resto de la sociedad, conformando un ámbito social paradójico, que no es, sin embargo, una instancia suya, que se encuentra en una relación de pliegue: inmanente y trascendente a la vez a lo social (al reino de la "opinión"). De allí la naturaleza ambigua y problemática de la figura del intelectual público (el publicista). Éste designa un lugar paradójico; es, en última instancia, el índice de su propia imposibilidad, que no es sino expresión de otra imposibilidad aun I11i.Ís radical: la de toda comunidad postradicio-
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HISTORIA
DE
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nal, privada ya de toda garantía trascendente, de constituirse plenamente como tal. El modelo de publicista que encarna Ignacio Ramírez surge, precisamente, del socavamiento del conjunto de idealizaciones en que este concepto "jurídico" de la opinión pública se sostenía (que determinará, a su vez,la quiebra de la idea de totalidad social articulada en torno de una Verdad). Lo que se pondría entonces en cuestión es la existencia misma de una opinión pública. Para Ramírez, lo que se observa en la práctica es una diversidad de opiniones particulares, ninguna de las cuales puede reclamar para sí la representación legítima de la voluntad general: Podemos también asegurar que hay opiniones públicas diversas, que las hay contrarias, y finalmente, que algunas de ellas no tienen eco mas lejano que la voz de un pollino del rancho donde suena ... Siendo esto así: ¿se deberá respetar la opinión pública? ¿Cuál de tantas, deberá respetarse? (Ramírez, 1984-1989: 277-278). Llegada a este punto) la cuestión resultaría indecidible; determinar cuál de todas era la que verdaderamente representaba la opinión pública se volvería ella misma también una cuestión de opinión: Mientras el órgano oficial se esfuerza en persuadir a la opinión pública, que la opinión pública está por el gobierno, nosotros daremos sobre la opinión pública en general nuestra opinión privada, dejando a cada uno en particular, que opine sobre la misma opinión y sobre el gobierno, como se le antoje (ibid.: 277). El espacio social entonces se desgarra, albergando pluralidad de opiniones y de interesesparticularesque no pueden reducirse a una racionalidad común. y ello replantea la cuestión relativa a los modos de articulación de lo social. La totalidad comunal no se organizará ya, pues, a partir de una Verdad unificada, sino de un bien común que surge de la mutua compatibilización de pluralidad de interesesy voluntades. Su principio de unidad ya no se constituye discursivarnente, sino estratégicamente) supone una acción material operada sobre elcuerpo social.El ámbito público se convierte de este modo, de un foro para el debate de ideas, en una suerte de campo de intervención para la definición de las identidades subjetivas colectivas. El uso público de las palabras asumirá, en fin, la forma de una acción proselistista. Esto supondrá un desplazamiento conceptual de fundamental importancia. En efecto, lo que se descubre entonces es que para que surja una
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opinión pública es necesario conformar antes el sujeto de la misma, constituir una sociedad civil. El desplazamiento del foco de la opinión hacia la sociedad civil redefinirá de manera radical la función del escritor público y los modos de ejercerla. Esta reformulación puede definirse, en términos de géneros retóricos, como un tránsito que lleva de una idea de la esfera pública que la imagina a partir de las pautas de la modalidad retórica deliberativa-forense, a otra articulada en función de un concepto oratorio de matriz epideíctica. El género epideíctico (la tercera de las formas en que tradicionalmente se dividía la oratoria) se asocia, en efecto, con un concepto de la acción política como orientada a la conformación de las identidades subjetivas, dentro de un sistema que ofrece -y confronta-distintas definiciones alternativas posibles de las mismas, mediante procesos en los cuales la apelación a factores no racionales -tales como alentar el orgullo, provocar vergüenza, etc.- resulta aun más decisiva que la argumentación racional (véase Kennedy, 1963: 153 y ss.). En la tradición clásica, éste se convertiría en un género "sospechoso", en la medida en que se orientaba a movilizar a la audiencia despertando sus instintos y sus emociones, antes que dirigirse a sus facultades intelectuales, en fin, que se encontraba más estrechamente conectada con el pathos que con el lagos. Sin embargo) como señalan hoy los estudiosos de la tradición retórica clásica (véase Beale, 1978: 225), los discursos epideícticos cumplirían un papel crucial en la identificación y la transmisión de los valores -nomos- que, supuestamente, constituían a una comunidad dada. En los discursos fúnebres (que es el tipo más característico de este género), los individuos se convierten en tipos que encarnan valores que la sociedad particular aprecia como tales. Ésta puede verse a sí misma reflejada en ellos e identificarse entonces como tal. De allí la función constitutiva de sentidos de comunidad de dichos discursos. El orador fúnebre no se dirige, pues) a una audiencia preconstituida, sino que le toca a él mismo conformarla como tal en la propia acción oratoria. El tipo de acción periodística que entonces surge, entendida como instrumento de intervención práctica, puede también ser inscrita dentro de esa lógica que podemos llamar proselitista -como decía Francisco Zarco (1829-1869), «la misión del periodista) por más pretencioso que pueda sonar, es no sólo la de expresar las opiniones [sino la de 1 conducir a la opinión pública"- (Zarco) 1857: 1). Esto suponía ya cierta conciencia por parte de la élite local respecto de 10 que nosotros llamaríamos la "performatividad" de la palabra, esto es, de que las palabras son acciones, inciden materialmente en la realidad. El periodismo aparecerá así corno un modo de discutir y al.mismo tiempo de hacer política. La analogía que en esos años se
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populariza y que asocia los medios de prensa con las banderas en los campos de batalla ilustra esto. Las banderas, se señala, no tienen meramente la función de representar las fuerzas en pugna, sino que reúnen materialmente a los ejércitos en los combates. Lo mismo ocurría con la prensa en el terreno de las batallas políticas. Ésta no "representa" a una "opinión pública" preconstituida, sino que cumple un papel fundamental en la definición de las identidadescolectivos, permitiendo a los sujetos identitica~se como miembros de una determinada comunidad de intereses y valores. Sin embargo, esta acción política no se pensaba como emanando de una instancia colocada por fuera de la propia sociedad. En última instancia, la prensa encarnaría el modo básico de autoconstitución de lo social, el trabajo de la sociedad sobre sí misma: La prensa -decía hacia esos mismo años el argentino Bartolomé Mitre (1943: 117)~ es el primer instrumento de civilización en nuestros días, y ha dejado de ser un derecho político, para convertirse en una facultad, en un nuevo sentido, en una nueva fuerza orgánica del género humano, su única palanca para obrar sobre sí mismo. Se consolida así un nuevo régimen de la palabra escrita que atraviesa la distinción entre acción material y acción simbólica. La figura del escritor público deja de aparecer meramente como la del portador de un saber y pasa a asociarse estrechamente a un conjunto de dispositivos intrasocietales, que exceden el plano estrictamente deliberativo de conformación de una "opinión pública", por los cuales la sociedad toma su consistencia. Y esto nos conduce a una última consideración respecto de la naturaleza de la figura del publicista, a cierta ambigüedad que define y atraviesa su espacio social.
EL PUBLICISTA, LOS ORÍGENES DEL ESPACIO PÚBUf:O MODERNO
y sus
AMBIGÜEDADES
Siguiendo cierto modelo estándar que concibe la modernización como un proceso de autonomización creciente de esferas de sociabilidad, esta confusión de ámbitos de realidad, la colusión entre política y saber que se encarna en la figura del escritor público suele ser interpretada como reveladora de un proceso aún incipiente de modernización social. Constituiría una formación híbrida o transicional respecto de un tipo ideal de intelectual que sólo se impondrá más tarde. Esto coincide con cierta visión que
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los propios contemporáneos tenían de sí. Un observador agudo de la sociedad y la cultura mexicanas de mediados del siglo XIX observaba ya este déficit. Según sen alaba el español José Zorrilla (1955: 68) De las dos clases de ingenios que producen las carreras literarias, es decir: los hombres de fe y de independencia que hacen su profesión de las letras, y los de talento literario positivo, pero que aplicándole a la política, ganan honrosamente por él merecida consideración y acomodada posición social, México solo ha producido de los segundos. Prieto, Lafragua, Carpio, Payno, Pesado y otros, han debido a su reputación literaria el haber llegado a ser ministros, diputados, embajadores, etc., pero ¿dónde está el poeta mexicano, que cantando con fe a la hermosura, la gloria, la nacionalidad de su patria, se ha hecho con ella popular, y ha obligado con ella a aplaudirlo, a los editores a comprarle sus manuscritos, a los teatros a franquearle la escena y a los gobiernos a respetar su independencia, como Bretón y Larra en España, como Victor Hugo y Dumas en Francia? Ignacio Altamirano (1834-1893) destacó, a su vez, cómo esta confusión de esferas, la introducción de consideraciones extrañas a su ámbito, frustraría su proyecto de articular una república de las letras, esto es, de recortar una especie de campo neutral en el que los intelectuales mexicanos pudieran reunirse y valorar mutuamente su dotes de tales con independencia de sus diferencias sociales, ideológicas, ete. "Aquél grupo de entusiastas obreros -señaló luego con desazón- fue dispersado por el huracán de la política" (Altamirano, 1986: 29). Esa perspectiva coexistirá, sin embargo, con una visión opuesta. A lo largo del siglo XIX, la modernidad va a concebirse, de hecho, como inescindiblemcnte asociada con la emergencia de un conjunto de nuevos medios de interlocución entre el escritor y su público, que permitirán a las ideas abandonar el claustro o el gabinete del estudioso y convertirse en una fuerza social activa, impregnando así los más diversos ámbitos de la vida pública. La figura del publicista encarnaría, precisamente, este nuevo régimen de la palabra. Desde esta otra perspectiva, la confusión de esferas antes señalada no significaría ningún defecto o falla en el proceso de modernización social sino, por el contrario, señalaría su rasgo más característico. Dicha figura, en fin, no representaría meramente un estadio transicional en la realización de otro modelo de intelectual moderno que luego emergerá, sino que constituiría su expresión más pura y acabada. Esta ambigüedad puede verse incluso en el propio Altamirano. Con la modernidad, dice, la literatura de ficción, convertida en novela, cobra una dimensión desconocida para los antiguos:
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La novela hoy ocupa un rango superior, y aunque revestida con las galas y atractivos de la fantasía, es necesario no confundirla con la leyenda antigua, es necesario apartar sus disfraces y buscar en el fondo de ella el hecho histórico, el estudio moral, la doctrina política, el estudio social, la predicación de un partido o de una secta religiosa: en fin, una intención profundamente filosófica y trascendental en las sociedades modernas. La novela hoy suele ocultar la biblia de un nuevo apóstolo el programa de un audaz revolucionario (Altamirano, 1986:39). Es que ella abre hoy campos inmensos a las indagaciones históricas, y es la liza en que se combaten todos los días las escuelas filosóficas, los partidos políticos, las sectas religiosas; es el apóstol que difunde el amor a lo bello, el entusiasmo por las artes, y aun sustituye ventajosamente a la tribuna para predicar el amor a la patria, a la poesía épica para eternizar los hechos gloriosos de los héroes, y a la poesía satírica para atacar los vicios y defender la moral (ibid.: 48). Su surgimiento, por otra parte, está estrechamente ligado al del periodismo. Ambos géneros son, en definitiva, consustanciales al desarrollo de medios masivos de edición: Ciertamente -decía-la imprenta ha sido la verdadera madre del periodismo y de la novela. [... ] Los otros géneros de literatura pudieron vivir fácilmente sin la imprenta. [... ] Solamente la novela no podía vivir así, y necesitaba de la imprenta para su desarrollo (ibid.: 40-41).
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no referiría a ninguna sustancia, no lo identifica ningún conjunto de rasgas que puedan fijarse conceptualmente, sino que indica, básicamente, un problema (la articulación de un determinado modo de accionar político que, para ser efectivo, debe, al igual que otros, negarse como tal e inscribirse en el horizonte de una razón objetiva e impersonal; la delimitación de una esfera de publicidad inmanente y trascendente a la vez al ámbito de la opinión); señala, en fin, una inflexión local de una aporética genérica moderna (inherente a todo orden postradicional), en cuyos orígenes la figura del publicista permite internarnos e indagarla.
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En todo caso, esta ambigüedad -la coexistencia de dos ideales, en principio, opuestos de modernización social y política- no puede atribuirse simplemente a una falta de madurez del medio local o a una incomprensión del ideal de modernidad. Considerarla así conduce a velar aquel aspecto -crucial, a mi entender- que la misma hace manifiesto: hasta qué punto la emergencia del intelectual moderno, si bien conlleva la delimitación del ámbito del saber respecto de la política, supone también un fenómeno previo (y, en un sentido, contradictorio con aquél) por el cual éste va a cobrar una capacidad nueva de dirigirse a la sociedad y así su prédica ganar una dimensión política desconocida hasta entonces y sencillamente impensable en el antiguo régimen (y que lo distingue, a su vez,del"experto"). Cabría así más bien decir que el espacio de surgimiento del intelectual público se abre a partir de la arista formada por la intersección entre estas dos tendencias contradictorias. De allí las dificultades para definirlo, pues
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HOMBRES OE LETRAS HISPANOAMERICANOS Y SECULARIZACiÓN (1800-1850)
Los hombres de letras hispanoamericanos y el proceso de secularización [l800-1850) Annick Lernpériere
INTRODUCCIÓN
Entre las cuestiones clave planteadas por las mutaciones culturales que acompañaron la revolución política de la primera mitad del siglo XIX en Hispanoamérica, la del papel desempeñado por la religión y la Iglesia en la vida política, social y cultural de los regímenes republicanos ocupa un lugar destacado. En este artículo nos interesa elucidar cómo los hombres de letras protagonizaron y pensaron el proceso de secularización en función de su especificidad como grupo social. Ahora bien, ¿en qué consistía la especificidad de los hombres de letras como grupo social? Dicho muy sencillamente, eran los poseedores y/o los creadores de los conocimientos cultos y de los artefactos literarios propios de su tiempo y de las sociedades en que vivían. Dedicaban una parte o la totalidad de su actividad a adquirirlos y a discutirlos (fuera o na en un sentido crítico), y, en la medida de lo posible, buscaban transmitirlos a las nuevas generaciones, difundirlos en el público y conferirles una utilidad social o política. Como grupo social, no se distinguían sólo por su rango o por sus rentas, sino también por su funcionalidad y sus conocimientos, así como por las instituciones en las que se desempeñaban. Las variables a través de las cuales examinaremos el modo en que se planteó en su caso específico la secularización, entendida como proceso y como problema, serán, por lo tanto, sus prácticas de sociabilidad, los espacios y las instituciones de que disponían para transmitir y difundir sus producciones culturales (que no se limitaban a las ideas), y su actividad reflexiva sobre sí mismos y sobre su entorno social y cultural. Sin embargo, hay que considerar una variable adicional que envuelve todas las demás: la variable temporal. En efecto, entre fines del siglo XVIII y mediados del XIX, Hispanoamérica sufrió mutaciones objetivas de tal
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amplitud que ningún grupo social pudo pretender atribuirse la responsabilidad o el origen de su advenimiento. Se trata del derrumbe de la monarquía española, de la revolución política y de las luchas independentistas, acontecimientos que, entre 1808 y 1825, desembocaron en la creación de las naciones hispanoamericanas. Se trata, pues, de un antes y un después: una ruptura política innegable e irreversible, que separa el tiempo de la monarquía de la era republicana (Guerra, 1992). ¿Dónde y cómo interviene la variable temporal? En primer lugar, en la época de la revolución la búsqueda de argumentos capaces de proporcionar legitimidad a la emancipación de la metrópoli implicó una ruptura simbólica con el tiempo anterior a la propia revolución. Este pasado fue definido como monárquico, inquisitorial y colonial, o sea como una triple sujeción que, una vez lograda la independencia, se volvió una herencia indeseable por esos tres motivos. Sin embargo, en la medida en que los regímenes republicanos se fundaron en el principio de la soberanía del pueblo, se confirió al catolicismo, en calidad de religión del pueblo, el privilegio constitucional de ser la religión exclusiva de la nación cuyo culto era protegido por el Estado. Ello creó una tensión, que fue creciendo a lo largo del tiempo, con la idea de que la emancipación había sido elcomienzo de una nueva era. En segundo lugar y con respecto a los hombres de letras, la revolución política afectó profundamente a su perfil sociológico y a sus prácticas culturales. Además, en el lapso de este medio siglo se sucedieron y convivieron más o menos tres generaciones de hombres de letras que tuvieron percepciones muy diferentes entre sí del alcance y de la significación de la ruptura con el pasado. Ahora bien, a diferencia de lo que ocurre con la mayoría de los grupos sociales, nuestros conocimientos sobre su historia como grupo social, sobre su actuación en la historia de su tiempo, sobre su relación con el pasado, el presente y el futuro derivan en gran parte de lo que ellos mismos escribieron acerca de sus percepciones e interpretaciones de los acontecimientos y de los cambios. A ello se añade el hecho de que los historiógrafos de fines del siglo XIX y numerosos historiadores profesionales del siglo xx se consideraron a sí mismos como sus herederos espirituales y, a menudo, escribieron sobre ellos con el afán de afianzar su propia genealogía intelectual y cultural, progresista y secularizada. En suma) la variable temporal remite al hecho de que los grupos sociales, o sus individuos, no sólo viven en el tiempo, sino que también construyen una relación con el tiempo -el pasado, el presente y el futuro-, una relación que, por cierto, cambia constantemente de signo y de significado. Los hombres de letras que nos ocupan no escapan de este fenómeno. Más aun, en aquella época la construcción de su relación con el
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pasado y con el futuro fue una dimensión clave e íntima de su protagonismo en el proceso de secularización. Y, probablemente, éste es el mayor desafío al que se enfrentaron los hombres de letras de la primera mitad del siglo XIX: secularizar su propia relación con el pasado, condenándolo hasta donde fuera necesario para volver plausible la invención de una genealogía cultural que les permitiera arraigarse en las "luces del siglo" y en la "civilización moderna".
SECULARIZACIÓN, CIVILIZACiÓN Y SOCIABILIDAD
El concepto de secularización cubre un elenco de hechos y de procesos históricos de gran complejidad, que revisten múltiples dimensiones -sociales, políticas, culturales y, obviamente, religiosas-o La definición de la secularización como "desencantamiento del mundo" (Gauchet, 2005) remite a sus rasgos propiamente filosóficos, útiles aquí en cuanto dibujan, a gran escala, lo que está en juego desde el siglo XVIII cuando se habla de la religión y de las creencias en términos de una cosmovisión culta, de desafíos políticos y de imaginarios colectivos.En este sentido, "secularización" abarca desde la desvinculación entre la política y la religión (la soberanía del pueblo en lugar del origen divino del poder) hasta el afianzamiento de la cosmovisión que imagina la sociedad como el producto artificial de una asociación contractual entre los individuos que la componen, en lugar de ser el reflejo de la creación o de un orden natural; desde la afirmación de la preeminencia de la razón sobre la autoridad y la tradición, por consagradas que éstas sean, hasta la creencia en la perfectibilidad del hombre; desde la reivindicación de la felicidad en este mundo antes que en el más allá hasta la aceptación del pluralismo religioso y la privatización e individualización de las prácticas del culto. Ahora bien, los hombres de letras no tenían a su disposición la palabra "secularización", ya que ésta aún pertenecía ex oficio al vocabulario de las instituciones eclesiásticas (un fraile, por ejemplo, se secularizaba cuando abandonaba su orden religiosa para volverse miembro del clero secular). Sin embargo, plasmaron el concepto mediante el uso muy difuso de otros dos: "civilización" y "sociabilidad". Durante siglos, la «civilidad" o "policía cristiana" ocupó el lugar del concepto de civilización en la mente de las élites cultas. Fue a partir del siglo XVIII cuando la palabra "civilización" se impuso para significar un variado abanico de concepciones acerca del devenir terrenal de las sociedades humanas. Era "civilización" el de-
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sarrollo de las artes, de las manufacturas, del comercio y del lujo; el crecimiento y el refinamiento de las prácticas de sociabilidad; la conciencia histórica de vivir un presente cada vez más alejado de las preocupaciones del pasado y disponible para un porvenir de progresos infinitos apoyados en la razón, la voluntad y el avance de los conocimientos científicos. Como corolario de ese conjunto de representaciones, originariamente propias de los europeos cultos sobre sí mismos, vino la jerarquización de los pueblos y de las naciones en una suerte de escalafón en cuya cima un puñado de países europeos ocupaba el primer rango. Si bien desde fines de la época colonial se actualizaron todas estas significaciones en el pensamiento de los hombres de letras hispanoamericanos, se entabló una relación privilegiada entre "civilización" y"sociabilidad". La sociabilidad, o sea la propensión supuestamente natural de los hombres a juntarse para vivir y actuar, asume formas históricas muy diversas según las épocas. Desde diversos ángulos teóricos de índole liberal, ya sea a partir de Tocqueville o de Habermas, los historiadores de las mutaciones políticas y culturales propias de la modernidad euroamericana (Agulhon, 1984; Forrnent, 2003; Furet, 1976; González Bernaldo, 2000; Guerra, 1992; Guerra y Lernpériere, 1998) han historizado el concepto de sociabilidad identificando el surgimiento, durante los siglos XVIII y XIX, de nuevos tipos de asociaciones y de reuniones que descansaban, al menos idealmente, en principios inéditos de convivencia social. Laadhesión voluntaria de los socios, la igualdad del trato entre los mismos independientemente del origen y de la posición social de cada uno, el uso de la razón mediante la discusión sobre las producciones culturales y los asuntos políticos, la publicidad y la diversidad de las opiniones, incluso religiosas, todos estos comportamientos contrastaban con la organización social, las costumbres y la religiosidad propias del antiguo régimen. Principales protagonistas de los cambios en las formas de sociabilidad durante este medio siglo, los hombres de letras hispanoamericanos las consideraron como los puestos avanzados de la "civilización" en medio de la barbarie, y corno otros tantos espacios de aprendizaje y difusión de las "luces"."Civilización", "luces" y "sociabilidad" formaron así parte íntegrante del ideario y del imaginario liberales. Designaban de manera sintética un abanico de proyectos y voluntarismos progresistas, pero también de realizaciones y creaciones en el campo del asociacionismo, de la prensa, de la educación, todos ellos orientados hacia una meta: alcanzar el nivel de cultura atribuido a las supuestas "naciones civilizadas'; es decir, Francia e Inglaterra. Junto con la educación, la sociabilidad fue un dispositivo clave de la estrategia de "reforma social" o de "reforma de las cos-
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tumbres" que permitiría llegar al estado civilizado (Forment, 2003). Por lo mismo, su presencia o ausencia se volvió un criterio para evaluar el grado de civilización alcanzado. Como trasfondo del éxito de estos conceptos yacía la convicción de que, en Hispanoamérica, la cultura de las élites sociales y las costumbres del pueblo delataban su "atraso" en comparación con las naciones civilizadas. La modernización de la enseñanza superior, la expansión de la educación popular, e! saneamiento y la racionalización de las creencias y del culto y, según los ideólogos más radicales, el confinamiento del clero dentro de los estrictos límites de sus templos, fueron considerados como condiciones imprescindibles para alcanzar la civilización moderna.
GENERACIONES INTELECTUALES Y GENEALOGÍA CULTURAL DE LAS REPÚBLICAS HISPANOAMERICANAS
En un artículo donde examinaba las condiciones del surgimiento del "intelectual moderno", el historiador argentino Tulio Halperin Donghi (1982) distinguió, para el caso hispanoamericano, varios tipos transitorios e híbridos de hombres de letras: el rioplatense Deán Funes (1749-1829), "letrado entre dos mundos", y su homólogo novohispano Fray Servando Teresa de Mier (1765-1827), quien "nace del letrado colonia!"; Manuel Belgrano (17701820), "ya el intelectual de un mundo nuevo"; por fin aparecería, "sólo a mediados del siglo",con Sarmiento (1811-1888) y sus compañeros de generación, "el nuevo tipo de intelectual, que 10es ya más plenamente de lo que lo había sido el letrado colonial". Halperin Donghi dejaba entender que, del letrado del antiguo régimen al intelectual moderno, se trataba de una evolución globalmente lineal y unidimensional en la que, sin embargo, destacaban fuertes personalidades: Belgrano, o Sarmiento, habrían encarnado hitos cualitativos en la progresiva conformación del "intelectual moderno". De esta propuesta retornaremos aquí la identificación intuitiva de tres generaciones de hombres de letras que llamaremos, respectivamente, por las fechas de nacimiento de sus componentes: la generación de las Luces, ya madura en 1810; la generación de la Revolución, que en algunos casos individuales participó en ella pero que se distinguió sobre todo por su contribución a la organización institucional y cultural de las nuevas naciones; la generación de Jos años J840, o de! momento democrático, que sin haber conocido el antiguo régimen o siquiera la revolución y las guerras de los años 1810, se encontró en la situación de fijar un ojo crítico sobre dos déca-
HOMBRES DE LETRAS HISPANOAMERICANOS Y SECULARIZACiÓN (1800-1850)
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das de gobierno independiente mientras tenía el otro clavado en los "progresos" de las naciones civilizadas de ultramar. Los letrados de fines de la época colonial y los publicistas de la era independiente compartieron por 10 menos un rasgo común: el monopolio de la palabra escrita e impresa fue a lo largo del período el sustrato imprescindible de su pretensión a ejercer un magisterio sobre la sociedad. No obstante, los hombres de letras sufrieron notables mutaciones sociológicas a la par que cambios trascendentales en sus prácticas de sociabilidad. Bajo la monarquía, los letrados clásicos eran "doctores", "licenciados" y "bachilleres" en teología, en jurisprudencia o en "ambos derechos", civil y canónico. No pocos de ellos eran clérigos seculares o regulares, y todos estaban vinculados profesional y culturalmente a un conjunto de instituciones corporativas: universidades y colegios, cofradías y congregaciones devotas, cabildos civiles y eclesiásticos. Ahora bien, el proceso de transición, iniciado antes de la revolución, se expresó por medio de un nuevo léxico. A fines del siglo XVIII, los hombres de letras que se involucraron en actividades novedosas en aquel entonces -la publicación de gacetas, la creación de academias o de sociedades económicas- empezaron a autodcnominarse "sabios", "ilustrados", "publicistas", "escritores públicos" o "políticos". A estas denominaciones correspondían no sólo modos distintos de oficiar y de insertarse en la sociedad circundante, sino también concepciones inéditas sobre cuáles eran los conocimientos más útiles al Estado y a la sociedad, cómo se debían jerarquizar los valores de autoridad, fe y razón, cuáles eran los criterios del accionar social civilizado. Llegada la era republicana, los sabios ilustrados, todos publicistas pero ya no todos "doctores", se congregaban en los institutos públicos de enseñanza y en los gabinetes de lectura, en las imprentas de los periódicos y en las tertulias de los cafés, en las sociedades literarias o científicas y, a veces,en los salones literarios, otras tantas instituciones que ellos mismos habían creado, con o sin el apoyo de los gobiernos pero dentro del marco constitucional y legal que estipulaba las condiciones de libertad de imprenta y de asociación. Con el cambio de "doctores" a "sabios ilustrados", pasaron a pensarse, de manera distintiva, como vanguardistas en su modo de concebir los VÍnculos sociales, y librados de las "preocupaciones" del vulgo ignorante y de la plebe sometida a los dictámenes de la más rancia superstición. Consideraron que su vocación propia era el ejercicio de un magisterio sobre el pueblo con el propósito de reformar sus costumbres y civilizarlo. El chocante e!itismo de estas convicciones era, por cierto, plenamente asumido, y se mantuvo como un rasgo sobresaliente de las élites culturales hasta bien entrado el siglo xx.
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Por lo general, los historiadores del siglo xx asumieron -pues así lo plantearon sus antecesores de fines del siglo XIX- que hacia 1830, 1840 1850, los jóvenes hombres de letras nacidos durante la revolución o un poco después se ubicaban a sí mismos dentro de una genealogía intelectual y cultural bien definida, orientada por el progreso continuo de las "luces" dentro de su propia categoría social. Así, identificaron claramente a sus "precursores" como los gérmenes y los promotores de la emancipación cultural y política que sobrevendría a raíz de la revolución y de las luchas independentistas. Pero, en realidad, no sucedió así. Aunque las tres generaciones identificadas más arriba llegaron, a través de no pocos de sus integrantes, a coexistir físicamente durante dos o tres décadas después de las independencias, nunca formaron un conjunto homogéneo. Ni siquiera encarnaron una sucesión armoniosa en la que los más jóvenes habrían ostentado una respetuosa devoción hacia sus mayores inmediatos. Los hombres de letras de las distintas generaciones diferían entre sí en cuanto a su sensibilidad política y, también, a su percepción de los vínculos que los unían al pasado. Yasea que se trate de sus sentimientos de filiación intelectual, o de su respectiva relación vital e ideológica con la época anterior a la revolución, o simplemente de su conocimiento práctico de esa época, existían brechas que sólo fueron colmadas décadas más tarde por los hombres de la tercera generación, ya en su madurez, o bien por las generaciones siguientes. Esa reanudación del vínculo simbólico entre el antes y el después de la revolución, que trasformó la era republicana en porvenir del pasado colonial, coincidió con el triunfo hegemónico de la historiografía elaborada por los liberales vencedores en las luchas políticas postindependentistas. Ellos fueron quienes construyeron la narración ya del todo secularizada, de corte whigy progresista, que en su tratamiento del pasado colonial enfatizaba cualquier señal cultural o social que se supusiese anunciadora y portadora de progresos y adelantos ulteriores, y quienes por tanto identificaron a todos los precursores necesarios para la construcción de una genealogía cultural de las naciones republicanas. Hasta mediados del siglo XIX, la percepción del pasado por parte de los hombres de letras fue, por el contrario, muy heterogénea. La generación de las Luces y la siguiente habían sido educadas y habían iniciado su vida adulta y sus actividades de hombres de letras en el pasado monárquicocatólico. Vivieron también la experiencia de la ruptura política con la monarquía, y muchos de sus componentes participaron en los acontecimientos revolucionarios y bélicos. Los que sobrevivieron pudieron percibir con bastante claridad, llegada la era independiente, el alcance de los cambios a la vez que la amplitud de las continuidades. Aunque lo lamentaran, sabían
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que la incompletitud de la revolución, desde el punto de vista social y cultural, era un hecho contra el cual era inútil rebelarse. Por lo tanto, optaron por una actitud al mismo tiempo crítica y prudente con respecto a las costumbres antiguas, cuya vigorosa persistencia justificaba el lento gradualismo de las reformas y el carácter sociológicamente restrictivo de la participación política en los nuevos regímenes republicanos. No fue así para quienes, como el ya citado Sarmiento u otros más jóvenes como los integrantes de la "Generación del 42" en Santiago de Chile, llegaron a la edad adulta en las décadas de 1830 y 1840. Ellos presenciaron un mundo que les resultaba incoherente e ininteligible: el mundo de las repúblicas católicas, en las que el legado del pasado se estaba fragmentando, estaba perdiendo su coherencia pero sin dejar de estar presente y, según ellos, de estorbar la marcha hacia el porvenir y la civilización. Esta generación fue la que, sea en Chile, en el Río de la Plata o en la Nueva Granada, entabló más radicalmente la lucha cultural e ideológica en contra del pasado, ei "coloniaje cultural" y sus secuelas. En calidad de causa inmediata de! atraso cultural en el presente, e! pasado encarnó la nefasta asociación entre el despotismo monárquico y el catolicismo. En efecto, el pasado gravitaba sobre el presente bajo la forma de costumbres y hábitos que enajenaban la capacidad del "pueblo" para volverse el sujeto político de repúblicas auténticamente modernas y el protagonista de su progreso material y cultural. La invención del "coloniaje cultural" (la expresiva fórmula fue forjada por un joven liberal chileno en los años 1840), concepto que se volvió obsesivo en la nueva generación de la década de los cuarenta, fue una manera de rebasar la inevitable decepción ocurrida al constatar que la emancipación política no había sido suficiente para cambiar las costumbres del pueblo y volverlo acreedor del uso de sus derechos políticos. "Costumbres", o sea: falta de instrucción, ignorancia de la ley civil y deferencia hacia la autoridad clerical, confusión entre moral pública y moral religiosa, adicción a las devociones ostentosas y al fanatismo intolerante, falta de interés por las escasas propuestas educativas existentes. El pueblo soberano se exhibía tan católico como ignorante. Este estado de cosas se asimilaba, sin muchas circunlocuciones, al "feudalismo" y a la "barbarie". Sólo la "filantropía" propia de la ilustración, y más tarde el "amor por el pueblo" bajo el influjo del romanticismo social y político, muy presente en el contexto chileno (Stuven, 1991), templaban el sentimiento de profundo gap cultural existente entre élites cultas y clases populares.
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EL LABORATORIO CHILENO
Tales fueron los rasgos comunes y muy generales de los planteamientos que compartió el conjunto de los hombres de letras hispanoamericanos durante la primera mitad del siglo XIX. Ahora bien, las distintas provincias americanas del imperio español y luego las jóvenes entidades nacionales desarrollaron, respecto de estos procesos, idiosincrasias singulares y específicas. Mientras el Perú y Nueva España, en calidad de virreinatos más antiguos, más poblados y más ricos, llegaron a fines de la época española dotados de instituciones culturales del antiguo régimen altamente desarrolladas, los territorios más tardíamente integrados en la ecúmene imperial, como el Nuevo Reino de Granada o el Río de la Plata, empezaron a estructurarlas sólo a partir de la segunda mitad del siglo XVIII. Debido a que esa organización coincidió con los inicios del movimiento de reformas culturales impulsadas por los dos últimos Barbones, Carlos III y Carlos IV,estos territorios llegaron a figurar con alguna altanería en la genealogía de la ilustración hispanoamericana, y en ese marco se distinguieron la Expedición científica y el Jardín Botánico en Santa Fe de Bogotá (Silva, 2002), o las "Luces católicas" bonaerenses (Chiaramonte, 1989, 1994). Sin embargo, tempranos o tardíos, esos desarrollos culturales anteriores a la revolución no condicionaron de manera alguna la naturaleza de los avances ulteriores en términos de institucionalización cultural y de secularización del espacio público. Mientras la república mexicana seguía mostrando un dinamismo especialmente pujante en materia de prácticas modernas de sociabilidad y de debates ideológicos, el Perú se sumergía en el letargo cultural (Forment, 2003). El Río de la Plata, bajo la tutela de Rosas en Buenos Aires (González Bernaldo, 2000) Yde los caudillos en las provincias interiores, veía apagarse provisionalmente la chispa ilustrada y revolucionaria bajo un conservadurismo autoritario. La capitanía general y luego república de Chile ofrece un cuadro cuya excentricidad lo hace precisamente muy adecuado para analizar estos procesos sin prejuicios deterministas y teleológicos. No se trata de que el caso de los hombres de letras que se desempeñaron en Chile sea más ilustrativo que otros con respecto a las variables de nuestro planteamiento, pero ese país, o mejor dicho su capital política, Santiago, junto con su puerto Valparaíso, puede ser considerado corno un laboratorio, en el sentido verdaderamente experimental de la palabra, respecto de cómo los hombres de letras hispanoamericanos fueron llevados, mediante sus actuaciones en el campo cultural, a pensar su relación imaginaria e ideológica con el "coloniaje cultural" y, por lo tanto, su genealogia intelectual y la de la república.
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La excentricidad chilena se basa en el hecho de que este territorio apcnas poblado por un millón y medio de habitantes y geográficamente muy alejado de todos los centros culturales importantes de la época, fuesen americanos o europeos, vio llegar a sus orillas, desde fines de los años 1820, una pléyade de hombres de letras venidos de otros rumbos del mundo hispánico, así como un número relativamente importante de comerciantes, sabios y aventureros europeos no hispánicos y no todos católicos, que de pronto confirieron a esa lejana comarca un fragor de cosmopolitismo y un empuje cultural sin par en el resto de Hispanoamérica. El contraste con la situación de fines de la época española no podía ser mayor. Al respecto baste señalar, por el momento, que Santiago fue la última capital americana en llegar a tener imprenta y periódico, ya iniciada la revolución, allá por 1812. En 1844, un estudiante llamado Francisco Bilbao (1823-1865) fue condenado, en medio de un escándalo público y de un alboroto juvenil, a pagar una multa de mil pesos bajo los cargos de "blasfemia" e "inmoralidad", y luego expulsado de la universidad, debido a la publicación de un artículo suyo que llevaba por título Sociabilidad chilena (Iaksic, 2007: 246; Stuven, 1991; Iobet, 1955; Subercaseaux, 1981). Lo que en la república mexicana probablemente habría sido, por las mismas fechas, un incidente insignificante entre decenas de escándalos y polémicas de la misma índole, ha llenado centenares de páginas en la historiografía y en la ensayística chilenas desde el siglo XIX hasta nuestros días. Lo mismo ocurrió con las asociaciones creadas por Bilbao y sus compañeros de generación, la"Sociedad Literaria" en 1842 y la "Sociedad de la Igualdad" en 1850 (Gazmuri, 1998). Tales hazañas llevaron a que Bilbao fuese considerado por la posteridad como un icono de la "lucha por la democracia" y un "apóstol de la libertad". Sin embargo, no tuvo carrera política sino que llevó la vida azarosa de un proscrito político: vivió en Europa entre 1844 y 1849, y, a partir de 1851,definitivamente en un exilio que lo llevó del Perú a Europa ya Buenos Aires y durante el cual no dejó de escribir y publicar sobre los temas políticos candentes de la época. La intransigencia radical de Bilbao contrasta con la acomodación lograda por su compañero de la Sociedad literaria, José Victorino Lastarria (1817-1888), dentro del establishment liberal chileno de la segunda mitad del siglo XIX. Como diputado de muchas legislaturas, Lastarria se hizo defensor de las reformas políticas que liberalizaron el Estado y la sociedad, sin renunciar nunca a su vocación de hombre de letras dedicado a la promoción de la "literatura nacional". Ahora bien, la paradoja del caso es que Sociabilidad chilena, un panfleto mal escrito pero mucho mejor pensado de lo que se le suele reconocer, analizaba y denunciaba la supervivencia de la sociabilidad tradicional, católica y auto-
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ritaria, en un período de auge de las prácticas modernas de sociabilidad, de las que el mismo autor era un protagonista particularmente activo. Al año siguiente Domingo Faustino Sarmiento, en aquel entonces exiliado en Santiago por su decidida oposición al régimen de Rosas, publicó el libro que iba a ser el primer gran clásico, internacionalmente aplaudido, de la literatura hispanoamericana decimonónica: Facundo. Civilización y barbarie, cuyo séptimo capítulo llevaba por título "Sociabilidad': Ahora bien, y haciendo caso omiso de sus respectivas cualidades literarias, la proximidad temporal y temática de Sociabilidad chilena y Civilización y barbarie no resulta casual. En los mismos años José Vicrorino Lastarria transitaba los mismos senderos en su Discurso de inauguración de la Sociedad Literaria, y en su menos afortunada pochade.El manuscrito deldiablo, publicada en 1849. En el aún escueto mundo letrado de Santiago de Chile, estos temas eran ampliamente difundidos y compartidos: no era otra cosa que la vertiente reflexiva de las prácticas de sociabilidad entonces nacientes. Así lo recuerda Jacinto Chacón, contemporáneo y amigo del autor de Sociabilidad chilena, de quien dijo que "no había hecho otra cosa que expresar y dar forma a las :,deasmismas de los miembros avanzados de la 'Sociedad Literaria''', ideas que eran el tema constante de [sus] discusiones" (Chacón, 1924: 197).
Sociabilidades santiaguinas en la década de 1840: retratode grupo La Sociedad Literaria no nació en medio de un completo desierto en términos de sociabilidades culturales. Incluso los más jóvenes ya habían empezado a desarrollar sus propias prácticas, como lo recordaba el ya citado J. Chacón. Hacia 1838-1839, él Ysus amigos, de 18 o 19 años de edad, se reunían "en la chacra de [su] padre"y fundaban "un periódico político-literario, quese repartía manuscrito en la ciudad" (Chacón, 1924: 194). El hecho de que la "Generación del 42" pueda ser identificada como «la primera promoción intelectual más o menos homogénea posterior a 1810" (Subercaseaux, 1981: 56) se debe ante todo a la educación recibida en las instituciones de enseñanza pública que habían ido consolidándose a lo largo de la década de 1830. Lastarria, después de ser alumno del Liceo de Chile -fundado en 1828 por un sabio español de ideas liberales exiliado en Chile, y que fue cerrado poco después por razones políticas-, cursó la carrera de Leyes en el Instituto Nacional cuando éste empezó a beneficiarse de las reformas institucionales y de la influencia intelectual de Andrés Bello (17811865) (Serrano, 1993). Nativo de Caracas, donde había cursado brillantes estudios de filosofía y leyes y desempeñado cargos administrativos de alto nivel, Bello es sin duda uno de los representantes más destacados de la gene-
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ración de la revolución en toda Hispanoamérica. En 1810 la junta revolucionaria caraqueña lo envió a Londres con un cargo diplomático, y durante su estadía en Inglaterra adquirió un conocimiento tan profundo como extendido de todo lo que se producía entonces en Europa en materia de derecho y legislación, economía política y filosofía social. Llegado a Chile en 1829, puso su inteligencia, su cultura y su capacidad de trabajo al servicio de la organización administrativa y jurídica del régimen de Portales, exponiendo sus talentos de publicista en el periódico ElAraucano (Iaksic, 2007). Se dedicó asimismo a la modernización de los estudios superiores y secundarios, especialmente en el Instituto Nacional, donde promovió los cursos de economía política, derecho de gentes y legislación. Con estas reformas quedaron desplazados tanto los docentes eclesiásticos como los cursos de teología y derecho canónico que dispensaban a los alumnos. Fuera del recinto académico, BeUo dedicó tiempo a los estudiantes más brillantes (entre ellos, Lastarria) a quienes acogía en su casa para leer y comentar a Locke y a Benjamín Constant, a Bentham y a Stuart Mili (Subercaseaux, 1981). Por lo tanto, el "Vosotros que sin guía, sin amparo) sacándolo todo de vuestro solo valor, os congregáis para ilustraros e ilustrar con vuestros trabajos", lanzado por Lastarria a los socios fundadores de la Sociedad Literaria, no era más que una muestra de presunción generacional y una falsedad. El Instituto Nacional, que fue incorporado a la Universidad de Chile creada en 1843 bajo los auspicios intelectuales de Bello (Serrano, 1993), había contribuido a fomentar nuevos usos de convivencia de los que se beneficiaron los jóvenes literatos. La Sociedad tenía los rasgos típicos de una asociación cultural de corte moderno y liberal. Contaba con unos cuarenta socios (entre ellos, dos de los hijos de Bello), de 20 a 23 años de edad. Los socios se reunieron con regularidad entre marzo de 1842 y agosto de 1843, y dejaron constancia de sus sesiones en unas actas que muestran la variedad de las materias puestas en discusión (Subercaseaux, 1981: 56). Asimismo, la creación de la Sociedad coincidió con la publicidad dada a una serie de discusiones y polémicas en la prensa capitalina (Stuven, 1991). La multiplicación de los periódicos permitía el desahogo público de los temas de discusión que constituían el objeto de las conversaciones privadas en las tertulias y los salones que Chacón, otra vez, recuerda muy vividamente y que, una vez más, involucran a Bello: El señor Bello, amigo entusiasta de la juventud estudiosa, reunía en su casa a los miembros más distinguidos de la "Sociedad Literaria", y allí pasaban las noches reunidos en familia, discurriendo sobre los últimos adelantosde la ciencia, o improvisando charadas) que aguzaban el inge-
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nio y hacían amena la sociedad,o leyendo,en fin, poesíasde Byron,Lamartine y Víctor Hugo, poetas en boga en esa época (Chacón, 1924: 196). En contraste con la amenidad del trato dentro de los espacios de sociabilidad privados o asociativos, las polémicas públicas en torno de temas literarios, históricos y políticos que se sucedieron en Santiago a lo largo de la década (Stuven, 1991; Iaksic, 2007) involucraron constantemente, por una parte, a Bello,y, por otra parte, a contendientes más jóvenes que elilustre venezolano: Sarmiento y sus compañeros de exilio rioplatenses, y luego Lastarria, Bilbao y demás representantes de la "generación del 42", que mediante las polémicas entraron en franca rebeldía contra su maestro y mentor intelectual, particularmente sobre eltema de la historia ----del pasado colonial- en el caso de Lastarria (Jaksic, 2007) y sobre el tema de la sociabilidad en el de Bilbao. Sociabilidad chilena provocó incluso un distanciamiento entre Sarmiento y Bilbao, cuya diferencia de edad era menor, pues el primero se vio ofuscado por la radicalidad ideológica del segundo. Es decir que, aun en el contexto educativo favorable y abierto creado por Andrés Bello en el Instituto y en la Universidad, era difícil sostener la comprensión mutua entre las percepciones diversas del presente y del pasado. La rebelión de los jóvenes en contra del magisterio cultural de sus mayores no dejó de acentuarse hasta principios de la década siguiente. Pero ello constituía, después de todo, una forma de relación, por antagónica que fuera. Con respecto a lo que había sido la escasa generación de la ilustración en Chile, la ruptura era mucho más grave.
Manuel de Salas, sabio ilustrado sin herederos Al fallecer en 1841 el anciano e ilustre chileno Manuel de Salas, que había nacido en 1754, Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento escribieron sendas necrológicas que revelan profundas diferencias de sensibilidad político-cultural entre ambos autores: mejor dicho, entre dos estratos temporales del liberalismo decimonónico. Desde laspáginas de ElAraucano, Bello retrató a Salascomo a un ilustrado católico, sin mencionar siquiera su larga actuación como político desde el inicio de la revolución. Recordó al "hombre benéfico" y su "puro amor al género humano"; al hombre "ilustrado" que "propendió siempre a la difusión de los conocimientos útiles" y que dedicó "la influencia de su ejemplo y de sus consejos al sostenimiento de la causa del orden"; al "cúmulo de virtudes domésticas" del jefe de una numerosa familia. En El Mercurio, Sarmiento fue mucho más prolijo. Si bien insistió, como Bello, sobre la personalidad amena y "ejemplar" de
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Salas,recordó explícitamente cómo "se echó con todo su corazón en la gloriosa lucha de la revolución, en que prestó eminentes e importantes servicios". Mientras Bello habló de Salas como de un bienhechor caritativo cuya vida "fue especialmente consagrada al alivio de los menesterosos, al socorro de la clase indigente y desvalida",Sarmiento elogió una "prenda" -que suena más romántica que ilustrada- que "aún no es muy común entre nosotros, ese amor entrañable por elpueblo que le distinguió siempre [... ] era un filántropo, un patriota". Al terminar su artículo, Bello hacía una breve pero explícita alusión "al cultivo de la piedad religiosa, que en su COrazón estuvo siempre asociada a la beneficencia y el patriotismo". Por el contrario, Sarmiento describió prolijamente las ocupaciones altamente profanas y seculares a las que Salas dedicaba su tiempo durante los últimos días de su vida: "Rodeado de sus amigos, se hacía leer los periódicos"; "Dos cosas fijaban profundamente su atención en sus últimos momentos. La una era el cultivo de la morera y la cría de gusanos de seda [... ]. La otra eran las desgracias de la República Argentina, que le afligían profundamente". Para Sarmiento, a la hora de la muerte la cuestión del más allá no era asunto de piedad y de fe, sino de reflexión y conocimiento: Liberal en sus ideas y principios, y quizás un poco dominado de la incredulidad del siglo XVIII [ ... ], no ha querido salir de este mundo sin saber a qué atenerse con respecto al otro. Atribuimos a este motivo su predilección por la lectura del Evangelio en triunfo, que se hacía leer diariamente, y cuyos raciocinios filosóficos sobre las creencias religiosas y las discusiones a que ellas dan origen le preocupaban profundamente. A pesar de sus diferencias, ambos textos sorprenden por la misma razón: su indefinible vacuidad respecto de la actuación de Salas antes de y durante la revolución y, más aun, por su silencio sobre la obra escrita del difunto. Asimismo, llama la atención el hecho de que fueron dos publicistas de origen extranjero quienes escribieron sobre uno de los patriotas fundadores de la república chilena. Ambos confesaban que no tenían a su alcance los datos y Jos documentos que les hubieran permitido escribir una necrológica más nutrida. Pero aquí se observa otra diferencia entre Bello y Sarmiento. El primero hacía un llamamiento a los lectores para que comunicaran cualquier información en su posesión, mientras que el segundo interpelaba a "los jóvenes que gozan hoy de los inestimables beneficios que los esfuerzos y sacrificios de patriotas como el que nos ocupa les han proporcionado': para que "empleasen sus nacientes talentos ¡...] en reunir
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cuantos datos puedan obtenerse sobre la vida de este ciudadano eminente, interrogando para ello las actas públicas, las reminiscencias de sus amigos, las tradiciones populares': En otras palabras, los invitaba a volverse los historiadores de uno de los grandes hombres de la patria. Estos datos dicen mucho acerca de lo que fue, al contrario de lo que da a entender la historiografía producida a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la precariedad de la transmisión cultural entre la generación de las Luces hispanoamericanas y las dos inmediatamente posteriores a las que pertenecieron respectivamente Bello y Sarmiento. Cuando la Universidad de Chile publicó en '9'4 Losescritos de Don Manuel de Salas, estos papeles llenaron tres tomos y cerca de mil cuatrocientas páginas. Muchos de los documentos habían sido ya utilizados y citados, muy tardíamente, por Miguel Luis Amunátegui en la mediocre biografía que dedicó a Salas en dos tomos publicados en 1895, y por el gran historiador Diego Barros Arana quien, con el profesionalismo que lo caracterizaba, reconstituyó en varios tomos de su HistoriaGeneral de Chile (1884-1902) las actuaciones de Salas como innovador ilustrado antes de 1808 y como actor político durante la revolución y después. De estas dos obras, Salasemergía, por fin y conforme a los votos de Sarmiento, como un verdadero "precursor" intelectual de la emancipación de Chile. Cabe subrayar que, mientras vivió, el mismo Salas no contribuyó a su propia entronización simbólica como "fundador de la república", ya que no dejó memorias y se contentó con llevar la carrera de un perfecto servidorpúblico. A partir de 1810 se puso del lado del proceso autonomista y luego independentista, y fue representante en varios congresos. Tras la independencia, ya anciano, fue diputado en el congreso de 1823 y luego se dedicó sobre todo al fomento de la beneficencia pública. El análisis del contexto cultural en el que Manuel de Salas se desempeñó como sabio ilustrado a fines de la época colonial proporciona sobradas razones para entender por qué era muy difícil que los jóvenes de la generación de los años 1840 lo reconocieran como un eslabón destacado en la genealogía cultural del Chile independiente. También esclarece la relación existente entre este contexto, la reflexión colectiva en torno a la "sociabilidad chilena" y el proceso de secularización.
LA SOCIABILIDAD DEL ANTIGUO RÉGIMEN Y LA ILUSTRACIÓN
Debido a que cierto número de los ilustrados -como es el caso de Manuel de Salas en Chile, o de Manuel Belgrano (1770-1820) en Buenos Aires- fue-
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ron protagonistas relevantes de la revolución de los años 1810, se les ha conferido la calidad de precursores, trasformándolos a menudo en revolucionarios, independentistas y liberales avant lalettre. No obstante, la seductora perspectiva progresista de fines del siglo XIX pierde mucho de su validez si se toma en cuenta la especificidad de las condiciones sociológicas y del contexto cultural en los que los ilustrados desarrollaron su labor intelectual antes de la revolución. Por 10tanto, la suerte de Manuel de Salas y de sus escritos, desconocidos por los sabios chilenos de los años 1840, no es más que un ejemplo que vale la pena ubicar en una perspectiva más amplia, comparándolo con otros casos de supuestos precursores, en particular con Belgrano, con quien comparte más de un rasgo, y comparando el contexto cultural sureño de fines del siglo XVIII con otros de la misma época. En primer lugar, recordemos que la imprenta hizo su primera aparición en Buenos Aires en 1780, y en Santiago en 1811. De este solo dato se desprende toda la distancia cultural que separaba los territorios meridionales de América de, por ejemplo, Nueva España. Este virreinato tenía universidad e imprenta desde mediados del siglo XVI y se caracterizaba, a fines de la época colonial, por la variedad y la calidad de sus colegios y seminarios, presentes en todas las capitales de provincia, así como por el número de sus imprentas (por lo menos una media docena en la capital virreinal y otras tantas en otras ciudades). La ciudad de México había tenido su primera gaceta impresa entre las décadas de 1720 y 1730, mientras que El Telégrafo Mercantil, el primer periódico bonaerense, apareció en 1800, y La Aurorade Chile, en 1812. En Nueva España, los periódicos de corte ilustrado hicieron su aparición a fines de los años 1760. Sus promotores, José Antonio Alzate y Ramirez (1737-1799) y José Ignacio Bartolache (1739-1790) se adelantaron mucho a la generación de los ilustrados sureños, y fallecieron en el momento en que el movimiento ilustrado novohispano empezó a institucionalizarse sólidamente en torno de nuevos establecimientos de enseñanza, el Colegio de Minería y la Academia de San Carlos (Lempériere, 2004), cuya calidad y recursos suscitaron la admiración del viajero científico alemán Alexander von Humboldt. En contraste con la situación novohispana, en Buenos Aires y en Santiago de Chile las prácticas y las producciones ilustradas encontraron un único espacio donde desplegarse: los consulados de comerciantes, creados en 1795 en Santiago y Buenos Aires, donde Salas desempeñaba el cargo de síndico y Be1granooficiaba como secretario, respectivamente. En torno de estas instituciones gremiales y de sus empleados letrados se formaron los muy pequeños grupos de hombres versados en los nuevos conocimientos, en particular la economía política (Collier, 1967: 40; Chiara-
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monte, 1989: 106 y ss.}. De allí surgieron algunas iniciativas para renovar los estudios, como la de Manuel de Salas, que creó, con fondos proporcionados por varias corporaciones civiles de Santiago, la Academia de San Luis donde se enseñaba dibujo y algo de geometría, y también las memorias en las que se proponían medidas para fomentar la agricultura, la industria yel comercio. En Buenos Aires, se logró dar alguna publicidad a las nuevas ideas mediante la edición de periódicos, por lo demás de corta duración (Bonardi, 2006). Pero en Santiago, tras su lectura en la sesión pública, las memorias redactadas por Manue! de Salas o por los sucesivos secretarios del Consulado quedaron sepultadas entre los archivos del gremio y los papeles privados de sus autores. Hasta bien entrada la era de la revolución, no hubo en Santiago escritos impresos de los contemporáneos de Salas, también considerados representantes de la "ilustración chilena", Juan de Egaña (1768-1836) o Camilo Henríquez (1769-1825), fundador de La Aurora de Chile. No obstante, esto no impedía que circularan noticias e ideas manuscritas, o que hubiera intercambios entre los ilustrados de distintas comarcas, como lo descubrió Barros Arana (1886: 417): Salas tenía la costumbre invariable de enviar copia de todas esas memorias a don Manuel Belgrano, secretario entonces del consulado de HA r...] cuya inteligencia y cuyo interés por todo lo que se relacionaba con e! progreso industrial de ese país, ofrecen no pocas semejanzas con el carácter de su corresponsal de Chile. Según una paradoja sólo aparente, fue el molde corporativo de viejo cuño el que ofreció espacio a las primeras formas de sociabilidad moderna en América del Sur. Los consulados de mercaderes fundados en diversas capitales americanas periféricas alrededor de 1795 fueron autorizados por la Corona, que, al responder favorablemente a antiguas demandas de los comerciantes locales, aprovechó la oportunidad para ampliar las funciones de estos gremios más allá de lo judicial y les encargó que procurasen por todos los medios posibles el adelantamiento de la agricultura, la mejora en el cultivo y beneficio de los frutos, la introducción de las máquinas y herramientas más ventajosas, la facilidad y la circulación interior, y, en suma, cuanto parezca conducente al mejor aumento y extensión de todos los ramos de cultivo y tráfico (Barros Arana, 1886: 84). Asimismo, la formación académica de los miembros de esos grupos fue la de los letrados tradicionales: Manuel de Salas era bachiller en sagra-
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dos cánones de la Universidad de Lima, donde recibió el título de abogado en 1774; su compatriota Juan de Egana cursó derecho en la Universidad de San Felipe en Santiago; Belgrano comenzó sus estudios en el convento de Santo Domingo y los siguió en el Real Colegio de San Carlos en Buenos Aires, al igual que Luis Hipólito Vieytes (1762-1815), otro ilustrado rioplatense. En el sur de América, la generación siguiente, la de los próceres de la revolución
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dfica las relaciones sociales. El orden corporativo, jerarquizado por su secuela de estatutos y privilegios y siempre envuelto en ritos religiosos (juramentos, misas del Espíritu Santo, culto a los santos patronos ... ), expresaba una cosmovisión católica ya que había sido concebido para reproducir en forma terrenal el orden de la divina creación, que consagraba la desigualdad de las condiciones y de los méritos (Lcmpériere, 2004). Según la cultura escolástica imperante, en tanto parte del orden sagrado de la naturaleza, la sociedad humana y el mundo terrenal eran datos intangibles e inalcanzables para la acción transformadora de los hombres (Gauchet, 2005). Por lo tanto, las formas corporativas de sociabilidad no constituían espacios en los que se pudiera discutir el orden imperante, sino que, por el contrario, tenían la vocación de conservarlo y de reproducirlo. Concretamente, el régimen antiguo de sociabilidad descansaba en un ordenamiento teológico-jurídico formado por la acumulación multisecular de códigos, glosas, sumas, recopilaciones ... , y otras tantas autoridades consagradas que constituían el conjunto de los conocimientos propios de los letrados. Estaba sostenido, además, por un régimen de publicidad cuyos fundamentos eran al mismo tiempo teológicos y jurídico-políticos. Según los primeros, la publicidad más deseable era la del culto y de la devoción: la de la catolicidad. Según los segundos, los "papeles públicos" y los impresos estaban puestos bajo la estricta vigilancia de las autoridades civiles y eclesiásticas, que en América dispensaron siempre con sumo cuidado las licencias y los privilegios necesarios para dar a luz a cualquier publicación. Se consideraba imprescindible garantizar en las publicaciones impresas el carácter de ejemplaridad y edificación que presidía también a la publicidad del culto (Lempériere. 2004: cap. VI), y sin lugar a dudas éste fue uno de los campos en los que la soberanía absoluta del monarca español, con la ayuda de las autoridades eclesiásticas, se ejerció de la manera más eficaz. Tras la revolución, esto dio lugar a las recriminaciones torrenciales en contra del "oscurantismo't ydel "fanatismo" que habrían caracterizado al "despotismo español". En los años 1830 y 1840, en Chile, donde la ilustración no había dejado ninguna huella impresa o institucional, los jóvenes cultos se aferraron a la idea de que la herencia española se limitaba efectivamente a la antigua cuItura monárquica-corporativa-católica. Sin embargo, no era así. La Corona, desde arriba pero apoyándose en los letrados más jóvenes y en los actores económicos más dinámicos (mineros y comerciantes), había dado el primer impulso al proceso de secularización dentro del reino del catolicismo absoluto. Ese impulso consistió en favorecer -mediante la reforma de instituciones tradicionales, como los consulados comerciales,
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las asociaciones de nuevo tipo, como las sociedades económicas de amigos del país, y las reformas educativas~ la circulación de ideas que enfatizaban los intereses temporales de la monarquía y de sus vasallos -lo que se llamaba genéricamente la "economía política"-. El Prospecto que anunciaba en 1800 la próxima publicación de El Telégrafo Mercantil en Buenos Aires rozaba la blasfemia y la herejía ya desde su primera frase: "Éste es el clamor de todos los filósofos: el deseo de ser feliz es el primero y único móvil de los hombres". Pero la "utilidad temporal" y la felicidad en este mundo se habían vuelto el nuevo credo de los altos funcionarios madrileños y de los ilustrados hispanoamericanos. El estallido de la crisis monárquica en 1808 y la consiguiente revolución cortó de raíz los desarrollos que sin duda este movimiento podría haber conocido. Pero el alcance social extremadamente restringido que tuvo en su momento de auge, debido entre otras cosas a las trabas impuestas a la amplia difusión de los impresos y al control estrecho de todas las formas de sociabilidad, explica también que predominara en la generación de 1840 el sentimiento de que la monarquía no había dejado nada que valiera la pena recordar. Como decía Lastarria en 1842: ''Apenas ha amanecido para nosotros e118 de septiembre de 1810, estamos en la alborada de nuestra vida social, y no hay un recuerdo tan sólo que nos halague, ni un lazo que nos una al pasado antes de aquel día. Durante el coloniaje no rayó jamás la luz de la civilización en nuestro suelo", En México, donde el movimiento ilustrado se había institucionalizado sólidamente, el hito cultural fue mucho menos contundente después de la independencia. No fue así en Chile, donde las vegetativas instituciones educativas de fines de la época española desaparecieron por decreto del Congreso revolucionario sin poder dar lugar de inmediato a instituciones republicanas duraderas.
SOCIABILIDAD CHILENA: LA CATOLICIDAD COMO SISTEMA CULTURAL
La publicidad dada a las discusiones sobre la sociabilidad en el Chile de principios de los años 1840 era tanto una manera de justificar las novedades que se estaban consolidando en el campo cultural, corno una ofensiva ideológica. En palabras de Lastarria de 1842, se trataba de "un plan de ataque contra los vicios sociales, a fin de hacerse dignos de la independencia': El alcance crítico de los textos se diferenció en función del punto de vista adoptado respecto de la existencia, no, de formas tradicionales de sociabilidad durante el antiguo régimen yen el presente. Por un lado estaba
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Lastarria, quien, en su Discurso de 1842 y con el propósito de resaltar la osadía de los jóvenes literatos, lamentaba la ausencia de cualquier forma de sociabilidad en Chile, tanto en el pasado como en el presente. Esa manera de ver lo hacía partícipe de una corriente muy mayoritaria del pensamiento liberal, que consideraba que la "sociedad': en el sentido de libre asociación de individuos, había aparecido en Hispanoamérica sólo a raíz de la revolución y de la emancipación. Por otro lado, estaba Bilbao, quien en su panfleto de 1844 deploraba la persistencia en la sociedad chilena contemporánea de las prácticas socioculturales arcaicas heredadas de la Edad Media y fundadas en la cultura católica: "La edad media era una verdadera sociedad, porque tenía una unidad de creencias l...J. Así vemos la unidad de fe, de tradición, de autoridad, dominar y formar el verdadero carácter de nuestra sociedad". Bilbao entendió y escribió, más claramente que nadie a pesar de su deplorable estilo literario, que la sociabilidad no era un rasgo propio de la modernidad política y cultural, y que existía una sociabilidad específica de la cultura católica (que él llamaba la "síntesis católica"). La sociabilidad de corte católico se mantenía viva en el nivel más profundo de la sociedad chilena: el de la familia. Y en esto residía precisamente la audacia crítica de Bilbao. En primer lugar, había identificado perfectamente, aunque fuera de manera intuitiva, lo que quedaba en pie de la concepción, o mejor de la mentalidad católico-escolástica de la sociabilidad: la convicción de que existía una sociabilidad natural, no sólo la del "animal político" de Aristóteles, sino la de la familia, la unidad orgánica originaria. "Empezaremos por la familia",escribía con clarividencia: en la medida en que "la autoridad y la tradición se debilitan por las novedades", la familia se cerraba en torno a un "aislamiento misantrópico [.. ,] la visita, la comunicación debe desecharse a no ser con personas muy conocidas: no hay sociabilidad, no se admite gente nueva ni extranjera", La jerarquía interna propia de cualquier agrupación orgánica afectaba a las relaciones entre padres e hijos, entre hombres y mujeres, caracterizadas por su desigualdad y su autoritarismo. Sociabilidadchilena apuntaba a la incompatibilidad y el antagonismo entre dos sistemas antropológicos, el antiguo basado en los grupos primarios, supuestamente naturales, como la familia o la pequeña comunidad de habitantes, y el "sistema individual" en el que el individuo "procura apoyar el vínculo social en otra base y bajo otro sistema de relaciones que admitiese los hechos que la síntesis católica apartaba", es decir, la libertad de cada uno de escoger sus vínculos sociales. En segundo lugar, según Bilbao el autoritarismo en los grupos familiares afectaba también a la esfera política, puesto que "como horn-
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bres de la familia política llamada sociedad, son lo que son en la familia. La autoridad es la fuerza, y la fuerza es la autoridad". Y en tercer lugar, al no ubicar la vigencia de la antigua sociabilidad católica en algún grupo social en particular, sino en las familias, y al hacer referencias explícitas al "feudalismo" que, según él, regía las relaciones de propiedad y de trabajo, Bilbao eximía al "pueblo" de la responsabilidad del arcaísmo de las costumbres y del atraso cultural, para hacerla recaer en las élites sociales. Atribuía al atraso gencral de la comunicación y del intercambio de todo tipo, incluso económico, la ausencia en Chile de una bourgeoisie (vocablo de Bilbao) que, como en Europa, "preludie la libertad". Sarmiento describió en el séptimo capítulo de Facundo, con una pluma infinitamente más talentosa que la de Bilbao, la sociabilidad tradicional en una ciudad de la provincia rioplatense, Córdoba, a fines de los años 1820, y cuáles eran sus fundamentos corporativos y escolásticos. Sin embargo, la Defensa, que redactó en 1843 para responder a las insinuaciones que le prodigaba un rabioso publicista chileno sobre la humildad de sus orígenes sociales (Halperin Donghi, 1982), resulta mucho más interesante para nuestro propósito, en tanto deja ver claramente cómo su concepción secularizada de la naturaleza de las relaciones sociales afectaba íntimamente a la representación del sentido de su propia vida. En el curso de su Defensa, Sarmiento contrasta sistemáticamente lo que llama su "aislamiento" con su afición a los estudios: No son muchos los jóvenes de mi edad que puedan vivir solos, meses enteros encerrados en un pobre gabinete; [... 1en la infancia, en los viajes, en el destierro, en los ejércitos, en medio de las luchas de los partidos, en la emigración en fin, no he conocido más amigos que los libros y los periódicos; no he frecuentado más tertulias que las de hombres de instrucción. Como Bilbao, Sarmiento está convencido de que sí había sociedad y sociabilidad en el mundo tradicional, y son precisamente las modalidades de esta sociabilidad de las que huye a lo largo de sus andanzas: «Son pocos los jóvenes que sin mendigar la protección de nadie, ni andar prodigando visitas, y sin fortuna, puedan bastar a sus cortas necesidades, y tengan el valor de despreciar las exigencias de la sociedad",o sea la búsqueda del favor y del patronato que limitan la libertad individual. En el momento de hablar de sí mismo en un tono más íntimo, parece adherirse a la concepción más tradicional, al asumir no haber tenido "más vínculos que me liguen a la sociedad que los de hijo, hermano y amigo, y creo haber desempeñado
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mis obligaciones de un modo aceptable a Dios y a los hombres': Pero en lo que sigue: "Desde la temprana edad de quince años he sido el jefe de mi familia. Padre, madre, hermanas, sirvientes, todo me ha estado subordinado, y esta dislocación de las relaciones naturales, ha ejercido una influencia fatal en mi carácter. Jamás he reconocido otra autoridad que la mía", encarna la subversión de la jerarquía interna del grupo primario, cuyas implicaciones en cuanto a la democratización social y política Bilbao había, por su parte, entendido perfectamente.
HDMBRES DE LE1RAS HISPANOAMERICANOS y SECULARIZACiÓN (lBOO-1850) I
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una extrema simplificación ideológica de lo que había sido el pasado español. Desde este punto de vista, el proceso de secularización se completó con la asunción de la historiografía liberal que, en la segunda mitad del siglo, construyó la genealogía cultural de la república, escogiendo entre los hombres de letras del pasado colonial a quienes pudieran encarnar mejor los albores del progreso en Hispanoamérica.
BIBLIOGRAFíA CONCLUSIÓN
Lo que se jugaba en los debates sobre la sociabilidad entre los jóvenes liberales chilenos de los años 1840 era la definición de las condiciones que harían posíble la ampliación de los derechos políticos del pueblo ciudadano y la instauración de una verdadera democracia. Ésa fue la prioridad en la agenda de los jóvenes adultos liberales que en Nueva Granada, en México o en Buenos Aires se encontraron a mediados del siglo XIX en la situación de relevar en el mando a los representantes de la generación que había hecho la revolución. En los contextos nacionales en que cristalizaron estas coyunturas político-culturales, el tema de la democratización fue asociado con otros, tales como la separación entre la Iglesia y el Estado, la expropiación de los bienes de la Iglesia y el derrumbamiento de los vestigios del viejo orden corporativo. La contribución de los hombres de letras a este proceso no fue en modo alguno homogénea. La generación que hemos llamado de los años 1840 o "del momento democrático" encarnó la corriente radical del liberalismo de mediados de siglo. Desde el punto de vista cultural, se apoyó en la búsqueda de la emancipación intelectual respecto de los maestros de las generaciones anteriores y en una condena del pasado prerrevolucionario mucho más radical de la que había sido corriente hasta entonces. He ahí cuando fueron derrumbados en la ciudad de México algunos conventos que habían sido joyas de la arquitectura barroca, dándole a la reforma liberal los rasgos de una revolución cultural. Sin llegar a estos extremos, los liberales chilenos de la generación de Lastarria y de Bilbao encarnaron una de las dimensiones del proceso de secularización: la reducción de las relaciones sociales a las interacciones entre individuos libres y soberanos. llegar a ello supuso, entre los hombres de letras, no sólo el desarrollo de prácticas de sociabilidad que descansaban en el mismo principio, sino también
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III La manha de las ideas
La construcción del relato de los orígenes en Argentina, Brasil y Uruguay: las historias nacionales de Varnhagen, Mitre y Bauzá Fernando J. Devoto
La construcción de relatos del pasado que exploraban las raíces y las singularidades de distintos grupos humanos, ya sea organizados bajo una forma estatal o bien que se esperaba lo fuesen en el futuro, es una característica del siglo XIX en Europa o en América. Generados por letrados, en ocasiones al servicio del Estado, en otras opuestos a él, espejan la emergencia de distintos nacionalismos a la búsqueda de alcanzar o reforzar la cohesión, ahora juzgada deseable y necesaria, de ciertos grupos humanos. En ese marco, la historiografía podía brindar instrumentos cohesivos e identificatorios bajo la forma de un relato de los orígenes, entendido como una especie de "autobiografía" de la nación, esa palabra que los nuevos tiempos ponían de moda (Febvre, 1996: 156-157). Así, las curvas de los nacionalismos y de las historias nacionales se desplegaron a menudo en forma paralela. Las necesidades de los primeros fortalecieron el rol de las segundas, dándoles un reconocimiento, una influencia y una «utilidad" mayores que en el pasado. Marc Bloch y Arnaldo Momigliano observaron, de manera semejante aunque con desarrollos diferentes, que la historiografía moderna habría nacido de la confluencia entre las técnicas eruditas de los monjes de Saint Maur (Mabillon) o de Port Royal (Tillernont} y los esquemas provistos por la ilustración (Voltaire, Montesquieu), confluencia que para el segundo se habria realizado en la obra de Gibbon (Bloch, 1970; Momigliano, 1950: 285-315) aunque se han propuesto cronologías más antiguas (Ginzburg, 2006: 14-38). Si esa operación a su vez implicaba un giro en el papel de la historia, de la erudición anticuaría a la utilidad pragmática, ahora esta última iba a aplicarse al culto de la "nación': Desde luego que la historia decimonónica no puede subsumirse totalmente en ese papel ni tampoco debe atribuírsele a ella un rol exclusivo, y ni siquiera dominante, entre el conjunto de instrumentos homogeneizadores que élites estatales o élites alternativas empicaban para lograr sus objetivos.
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En dichos contextos, el presente trabajo confrontará tres historias nacionales: la Historia geral do Brasil (la ed.: 1854-1857; 2 a ed.: 1877), de Francisco Varnhagen (1816-1878); la Historia de Belgrano y de la independencia argentina (la ed.: 1858; 2 a cd.. 1859; Y ed.: 1877; 4 a ed.: 1887), de Bartolomé Mitre (1821-1906), y la Historia de la dominación española en el Uruguay (1" ed.: 1880-1882; 2" ed.: 1895-1897). de Francisco Bauzá (1849-1899). La elección de esos autores y de esas obras responde a ciertos criterios que deben ser explicitados desde el comienzo, ya que es posible sostener razonablemente que podrían haberse elegido otros y otras. Los criterios de selección son problemáticos, ya sea en relación con el problema de qué debe entenderse por "historias", ya sea con respecto a la representatividad de cada autor en el contexto de la respectiva historiografía nacional. En cuanto a lo primero, es visible que en buena parte del siglo XIX no existían (y tampoco existen hoy) consensos unánimes acerca de los deslindes entre la historia y otros géneros. Por poner un solo ejemplo, ¿cómo considerar el imaginativo Facundo de Sarmiento, que contiene una inteligente lectura del pasado (además de muy influyente en la Argentina posterior) y que, sin embargo, no reposa sobre una investigación original y elude completamente la operación erudita? La mayoría de los contemporáneos no vieron allí un libro de historia y ese criterio se extendió y se consolidó luego entre los historiadores posteriores a medida que la historiografía definía con claridad creciente su territorio y sus diferencias con otros géneros, como la "crónica", el "ensayo" o la literatura. Sin embargo, esa obra sirvió de excusa para que el Instituto Histórico de París incluyese a Sarmiento como miembro correspondiente o para que el mismo Mitre considerase conveniente proponerle al autor del facundo que escribiese un "Corolario" a la segunda edición de su Belgrano (Sarmiento, 1859). Entre criterios amplios o restringidos nos hemos inclinado por los segundos, sin convertirlos en un dogma de fe y admitiendo que otras alternativas eran posibles. El mejor argumento a nuestro favor es la comparabilidad de las obras escogidas. Desde Marc Bloch en adelante se admite entre los historiadores que los estudios comparativos -un juego de semejanzas y diferenciasrequieren una cierta similitud y contemporaneidad de los objetos a observar que hagan lícita la comparación, y, sin duda, también una cierta desemejanza de los ámbitos en que se desenvuelven que la haga iluminadora (Bloch, 1963: 17-18). Similitud es entendido aquí, en primer lugar, en lo que respecta al género. Como sus mismos títulos lo indican, se trata de "historias", en el sentido convencionalmente admitido en el siglo XIX, es decir, de narraciones desplegadas cronológicamente que intentan explicar el presente por el pasado y que lo hacen a través de la presentación de
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una abundante serie de hechos "comprobados", según los criterios eruditos de verificación entonces imperantes. En cuanto al método, las tres pueden enmarcarse en la tradición abierta por aquella confluencia a la que aludían Bloch y Momigliano. En segundo lugar, ellas son "nacionales" por el propósito (justificar y/o exaltar el propio Estado o la propia nación, encontrando en el pasado los elementos que lo legitiman ante otros) y por el objeto: el desarrollo del relato se despliega en un espacio que engloba el territorio bajo dominación del Estado respectivo, en el momento contemporáneo a la producción de la obra, y aquellas áreas vecinas que fueron contenciosas. Sin embargo, es necesario apuntar una distinción en relación con el último punto: mientras las obras de Bauzá y de Varnhagen pertenecen plenamente al género de las historias nacionales, la de Mitre bascula entre dos modelos que a menudo eran considerados diferentes también en el siglo XIX: la "biografía", historia de un hombre, y el precedente, historia de un pueblo (Enders, 2000). Con todo, y más allá del eclecticismo de origen, el carácter de "historia nacional" será crecientemente dominante en Mitre a medida que aparezcan las sucesivasediciones ampliadas de la obra. Asimismo, en buena medida, sus autores también comparten una preocupación por un "estilo", entendido como el pertinente para una obra de historia que la distingue de otros géneros: la historia como ramo de la crítica, no de la elocuencia y por ello necesariamente lacónica, en el decir de Varnhagen (]906: XII). Finalmente, las tres, aunque no estrictamente coetáneas, se despliegan en un cuadro cronológico breve (menos de treinta años separan sus primeras ediciones): el tercer cuarto del siglo XIX, que les brinda suficientes elementos de homogeneidad en relación con climas culturales e historiográficos más generales en el mundo euroatlántico. Una segunda cuestión remite, como señalamos, a la representatividad. Aun partiendo del recorte que hemos escogido, pueden presentarse varias alternativas. En el caso brasileño, es posible señalar la obra precedente de Robert Southey o la de Ioáo Francisco Lisboa, uno de los mayores polemistas de Varnhagen. La primera puede descartarse por diferentes razones. No tanto porque su autor fuese un poeta inglés, sino porque la misma (escrita a partir de 1806 y publicada en Londres desde 1810 y en el Brasil en 1862), que culmina su narración en ]808, con el arribo de Juan VI a Portugal, fue ideada y publicada no sólo antes de la independencia, sino antes de la transición a ella, con lo cual es una historia del Brasil colonial y no el estudio del surgimiento de un nuevo Estado. En el caso de la obra de Lisboa, ésta es fragmentaria o está centrada en dimensiones regionales o individuales y difícilmente pueda englobarse bajo la etiqueta "historia nacional". En el caso argentino, la alternativa más visible es la que repre-
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sentaron los trabajos más tardíos de Vicente Fidel López. Aunque la obra de éste gozó de una considerable fortuna, igualo tal vez aun mayor que la de Mitre en el período comprendido entre 1880 y 1910, los años posteriores decantarían el balance claramente en favor a Mitre, no sólo por el juicio de la historiografía académica, sino porque ella parecía presentar un retrato del pasado que congeniaba más con el imaginario de la Argentina moderna. En el caso uruguayo, la obra de Bauzá emerge casi sin rivales en el género "historia nacional". Aquello que Carlos Real de Azúa propuso como la "línea crítica disidente" (el "Bosquejo Histórico" de Francisco Berra y sobre todo, a principios del siglo xx, los "Anales"de Eduardo Acevedo), no dejó de ser algo claramente diferente como operación historiográfica y notoriamente minoritario en cuanto a su difusión (Real de Azúa, 1990: 222-225). Así, no parece arbitrario afirmar que las convenciones admitidas por las élites culturales de los tres países tendieron a considerar a nuestros tres autores elegidos como fundadores o "padres" de la historia en sentido moderno (como Capistrano de Abreu dijo de Varnhagen, Blanco Acevedo y luego Juan Pivel Devoto de Bauzá, o Rómulo Carbia, y sus congéneres de la Nueva Escuela, de Mitre) y que esas obras constituían el primer esfuerzo erudito de pensar el pasado de sus respectivos países y originaban la reflexión sistemática acerca de sus orígenes. Desde luego que los relatos escogidos no pueden considerarse como un punto cero, ni tampoco corno perspectivas que no tuviesen contradictores entre sus contemporáneos y entre los historiadores posteriores, y su fortuna no fue uniforme a lo largo del tiempo. Una larga serie de críticas enfrentó la obra de Varnhagen ya durante el imperio o la "República Vieja" (de Ioao Francisco Lisboa a Manoel Bonfim), o la de Mitre aún antes de la aparición del revisionismo histórico (de Alberdi a V. F. López y a L. A. de Herrera). Así, su lugar fundador no deriva de que ellas no sufrieran embates y discusiones, sino de que les correspondió la precedencia temporal en el género erudito, y también porque de ellas derivó por un tiempo mayor o menor la construcción del relato canónico de los orígenes de las respectivas naciones, y ello puede justificar la elección.
TRES HISTORIADORES Y SUS CONTEXTOS
El contexto sudamericano, en los tres casos (Argentina, Brasil y Uruguay) que analizaremos, presenta algunas singularidades en relación con el europeo que es preciso señalar desde ya. Una reside en que, esquemáticamen-
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te, en Europa puede distinguirse entre los relatos que surgen en el ámbito de estados territoriales antiguos en vías de pasaje hacia el nuevo "Estadonación" y aquellos que emergen entre letrados que representan, o se arrogan la representación de, a minorías étnicas o lingüísticas y, en general, se articulan con movimientos políticos opositores que luchan por lograr la construcción de una entidad política independiente. En cambio, y con las debidas diferencias que remarcaremos entre el Brasil y los dos países platenses, en los casos analizados en este trabajo la situación es más ambigua. Se trata de relatos surgidos en estados recientes, no consolidados o poco consolidados, pero en el seno de las élites de poder y no entre otras alternativas a él. La segunda diferencia es que esos mismos límites de los estados sudamericanos influía en las debilidades (Brasil) o en la ausencia (Argentina y Uruguay) de aquellas instituciones inherentes y necesarias para la labor erudita, esto es: ámbitos académicos de enseñanza superior en los que hubiese una acumulación de saberes, archivos que reflejasen una sólida tradición estatal y una articulada burocracia, bibliotecas o colecciones documentales que exhibiesen una rica y articulada sociabilidad intelectual e incluso tradiciones intelectuales consolidadas. En ese cuadro de conjunto y en esos planos, la situación del Brasil era bastante mejor que la de los dos países sudamericanos. La naturaleza de la transición del antiguo régimen al Estado independiente permitió la continuidad de las estructuras estatales, a la vez que evitó la completa desorganización de la administración colonial, que sí se produjo en el ámbito del antiguo Virreinato del Río de la Plata. A su vez, el papel de la corte, que directa o indirectamente promovía la actividad intelectual (dentro de una concepción tradicional). Un modo de observar el problema es presentar el itinerario del Instituto Histórico y Geográfico Brasileño creado en Río de [aneiro en 1838 y del cual Francisco Varnhagen formará parte desde 1840.Surgió por iniciativa de la "Sociedade Auxiliadora da Indústria Nacional", en el momento en que proliferaban las revueltas separatistas, como una clara afirmación de principios centralistas, monárquicos y moderados. Se trataba de una típica "société des savants", que recordaba a las academias ilustradas del siglo XVIII, aunque entre sus modelos estuviese también el Instituto Histórico de París nacido en 1834 (Salgado Guimarñes, 1988: 5-27). Sin embargo, pronto los miembros del nuevo Instituto buscarían la protección y el patrocinio del poder real. Así, en la primera sesión ordinaria se nombró protector de la misma al emperador, cuya influencia desde entonces sería creciente, como lo exhibirán los nuevos estatutos aprobados en 1851. El Instituto terminó funcionando en una sala del Palacio Imperial, en la que el mismo Pedro JI presidió las
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reuniones. Asimismo, el emperador financió la mayor parte de su presupuesto, a la vez que brindaba otros apoyos extraordinarios vinculados a las necesidades de los investigadores. Estos apoyos no estuvieron desprovistos de consecuencias, en tanto ayudaron a perfilar otro tipo de hombre de letras, análogamente a lo que ha señalado Roger Chartier (1996) para el siglo XVIII europeo: aquel que no necesita para vivir del éxito mayor o menor de sus obras (es decir, del mercado de editoriales y libros), sino que puede apelar al mecenazgo del poder. Es el caso, efectivamente, de Varnhagen. De este modo, buena parte de la investigación histórica pasaba a estar integrada en las lógicas de una sociedad cortesana y de la estructura de poder imperial. El Instituto tenía como propósitos promover el estudio del pasado brasileño, recopilar y editar documentos y publicar una revista (tareas todas que llevará adelante con regularidad). Laeficaciay la continuidad con las que logró desarrollar su cometido reposaron tanto en el mecenazgo real como en la legitimidad exclusiva que le brindaba el Estado imperial como ámbito exclusivo para producir la historia nacional. Con todo, es difícil considerar de manera optimista (como lo hacía Voltaire) las ventajas del mecenazgo real por sobre las del mercado editorial, y más aun en un contexto como el brasileño. Las expresiones que utilizó Varnhagen en la dedicatoria al emperador de su Historia ("chego aos pés do Throno da VossaMajestade") son suficientemente reveladoras. El caso rioplatense es muy diferente. Ciertamente, en 1843, detrás del modelo del Instituto de Río de laneiro, Andrés Lamas emprende la creación en Montevideo de un efímero Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata. Los ocho miembros fundadores fueron designados por el Gobierno de la Defensa, y ellos eligieron a cuatro más (entre los cuales se contaba Bartolomé Mitre). Sin embargo, las dificultades derivadas de la guerra y del sitio a la ciudad provocaron que el Instituto cesara prácticamente toda actividad ya en 1844.Con la caída de Rosas, el peso de las iniciativas se traslada a Buenos Aires, donde en 1854 Bartolomé Mitre promoverá la fundación de otra entidad, el Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata en el contexto de la multiplicidad de iniciativas asociativas que caracterizan a esos años. Sin embargo, la nueva creación, que sólo comenzará a funcionar en 1856 y que se distinguía de las precedentes por ser una libre "asociación de setenta y un hombres de letras, ciencias y artes': también tendrá vida efímera. Toda actividad parece haber cesado en 1859. Aunque esta entidad se distingue de las precedentes en que está desligada de todo vínculo formal con el estado de Buenos Aires, no puede ignorarse que su promotor era una figura política de primer plano en él.
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Espacios semejantes al Instituto brasileño, con continuidad en el tiempo, deben esperarse en la Argentina hasta la creación de la Junta de Historia y Numismática en 1898, entidad que funcionaba nuevamente como una asociación libre de estudios con alguna semejanza con el salón dieciochesco europeo, ya que las reuniones se hacían en la casa de su promotor: Bartolomé Mitre. Empero, si a ello agregarnos el reconocimiento y la financiación estatal, en la Argentina habrá que esperar aún hasta principios del siglo xx, con el patrocinio que recibirá la Junta de Historia y Numismática gracias al ministro del Interior, Joaquín V.González, durante la segunda presidencia de Roca, y en el Uruguay hasta 1915, con la recreación del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, subsidiado desde el año siguiente por el Estado (Zubillaga, 2002: 87-89). Emblemático, quizá, de las características de la situación en el Río de la Plata es el itinerario de la primera colección de documentos surgida allí, por iniciativa del napolitano Pedro de Angelis (1784-1859). Ideada en 1830 (seguramente bajo el modelo de las Antiquitates ltalicae de Ludovico Antonio Muratori), comenzará a publicarse cinco años después. De Angelis, que diseño la colección y actuó, a la vez, como editor e impresor, logró financiarla, no a través del gobierno de Rosas, a cuyo servicio estaba ya quien se la dedicó con muy elogiosas palabras de "su más obsecuente y obediente servidor" (que si recuerdan las de Varnhagen no llegan hasta las de éste), sino a través de la venta de suscripciones. A cambio de ellas, los abonados recibían periódicamente fascículos de treinta páginas que luego se agrupaban en volúmenes. La obra cesó en ]837 por la escasez de papel (Sabor, 1995). Los papeles que le sirvieron a De Angelis para su colección y para su biblioteca terminaron vendidos al gobierno del Brasil. Los remanentes de la primera edición de la Colección fueron vendidos al peso corno papel para envolver. Un destino no menos irregular tuvo la colección rival, la Biblioteca del "Comercio del Plata", publicada inicialmente por Florencia Varela en Montevideo a partir de 1845, que, completada más tarde por Valentín Alsina y Vicente Fidel López, no tendría una vida menos fragmentaria y episódica que la anterior. Silos breves cuadros presentados enfatizan las diferencias entre la situación en los países platenses y la del Brasil,la cuestión puede también mirarse desde otro ángulo si volvemos a las premisas anotadas al comienzo de este apartado. Si se varían los términos de la comparación, debe señalarse que la vida académica entendida como vida universitaria que potencialmente podía enmarcar y a la vez brindar un lugar de enunciación para el discurso historiográfico, tal cual ocurriría crecientemente en varios países europeos a lo largo del siglo XIX, estaba en los tres casos sudarnerica-
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nos casi totalmente ausente. El mismo mundo universitario brasileño presentaba notables déficit e incluso no han faltado las comparaciones desfavorables entre éste y el de otras realidades hispanoamericanas, aunque no con los casos rioplatenses. Éstos presentaban un panorama quizá más desolador (en el mejor de los casos equivalente) que el existente en el Brasil. La decadencia en que se encontraba la Universidad más antigua (Córdoba) era complementada por la precariedad y el carácter reciente de las universidades de Buenos Aires y de la República en Montevideo. En el Brasil, además, debe señalarse que las limitaciones de las instituciones eran en parte compensadas por el papel que desempeñaba la Universidad de Coimbra. Con todo, debe recordarse que los tres historiadores aquí analizados fueron excéntricos a esos ambientes universitarios. Varnhagen ciertamente tenía una formación más sistemática adquirida en Portugal (en el Real Colegio Da Luz y en la Academia de Marina) pero no en Coimbra. Mitre, por su parte, carecía de toda formación regular (lo que le fue reprochado muchas veces) y luego siguió manteniéndose ajeno a los claustros universitarios. Bauzá, por su parte, que había comenzado estudios de jurisprudencia en el Uruguay, pronto los abandonó y sus relaciones con los ambientes universitarios montevideanos (en especial con el Club Universitario), tras una fugaz participación inicial, fueron siempre distantes y aun tensas. Más allá del nivel de las instituciones formales, de su perdurabilidad o del papel que el Estado jugó en ellas, debe prestarse atención a otros ámbitos informales que ocupaban un lugar no menos importante en la construcción de un campo erudito. Finalmente, las instituciones partían de espacios de sociabilidad preexistentes y subsistentes. En ellos, las diferencias entre la situación platense y la brasileña eran menos marcadas. En todos los casos, esos espacios reposaban en criterios de afinidades sociales y amicales mucho más amplios de los que podrían presuponerse a un común interés por el pasado, y como resultado el nivel de especificidad o de "profesionalidad" era bastante bajo y la heterogeneidad intelectual muy grande. Ciertamente, eso llevaba a que fuesen ámbitos visibles de prestigio más que reuniones de sabios interesados en un objetivo común, característica que perduraría durante mucho tiempo en los tres países. Con todo, de ello podía extraerse una ventaja para los estudios históricos: dado que las fuentes o la bibliografía que necesitaban los aspirantes a ocuparse del pasado se encontraban mucho más en ámbitos privados que en repositorios públicos, los lugares de sociabilidad formales o informales facilitaban los préstamos y los intercambios. Por otra parte, debe recordarse que eseproceso de recopilación de documentos y otros restos del pasado que en forma
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pública o privada se llevaba a cabo tenía por objeto producir historias, pero también consagrar, a través de su conservación, en el objeto mismo, la memoria nacional. Las tramas sumariamente presentadas son apenas una parte de vínculos mucho más extendidos que no requerían de la interacción interpersona! sino que reposaban en los lazos epistolares a la distancia. En este plano una vasta red internacional de relaciones se estableció entre aquellos que sí tenían interés en la historia conformando, como le escribía Bartolomé Mitre a Francisco Bauzá, en diciembre de 1884, una imaginaria «República Literaria de! Río de la Plata" (Archivo Francisco Bauzá [AFB]: c. 116,13)· A través de ellos circulaban préstamos, donaciones, intercambios o ventas de libros, manuscritos y los tan apreciados catálogos. Más aun, ellas constituían capítulos interesantes en el ejercicio de la crítica a través de la cual se construían consensos y se fortalecían o se debilitaban reputaciones. Ejemplar en este sentido es la correspondencia entre Mitre y dos corresponsales chilenos, Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna (Archivo del General Mitre, 1912: xx, 9-92; XXI,9-62). La posición que los tres historiadores ocuparon en los ámbitos de las élites letradas fue muy diferente, y ello deriva tanto de su colocación dentro de las mismas como del tipo de actividades que desarrollaron. Varnhagen es quien presenta un perfil más "profesional" (a la medida de entonces), no sólo porque participaba como miembro pleno (aunque en un lugar no central) de los ámbitos de socíabílidad letrada en e! Brasil y en Portugal, sino porque, además, reforzaba y ampliaba sus vínculos gracias a su labor como funcionario diplomático del imperio, o a los apoyos que de éste recibió para sus viajes de investigación, que facilitaron sus desplazamientos por los países europeos y sudamericanos. Todo ello le permitía el establecimiento de vínculos interpersonales con académicos de los dos continentes y parecía dar a su sociabilidad un perfil a la vez burocrático y erudito. Mitre, en cambio, que procedía de una familia relativamente marginal a las élites porteñas, fue un constructor de sí mismo tanto como de los ámbitos de sociabilidad letrada rioplatenses, formales e informales, de los cuales fue el principal impulsor y animador. Ese papel puede vincularse con la clara percepción de Mitre de la necesidad de lograr a partir de ellas espacios de legitimidad para su propia obra historiográfica, en un contexto tan huérfano de estructuras estatales como lo sugiere el hecho de que incluyese, al menos desde las primeras ediciones, debajo de su nombre, la pertenencia a los Institutos del Río de la Plata y de Montevideo junto a la Sociedad de Anticuarios del Norte de Copenhague y la Sociedad Geográfica de Berlín. El hecho, por lu demás, no pasó inadvertido para Juan Bautista
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Alberdi (1996: v ) que lo señaló maliciosamente en su panfleto contra el historiador de Belgrano. Desde luego) la centralidad de Mitre no derivaba sustancialmente de esas membresías, sino de su lugar preeminente en el periodismo y de su papel de figura política de primer nivel en la política argentina y aun regional. Ciertamente, esa asociación entre historiador y político eminente no dejó de tener efectos negativos sobre la percepción de la historia de Mitre cuando sus acciones bajaron en la política argen~ tina. No casualmente, en la década de 1880 los intelectuales y los políticos emergentes apoyaron financieramente la publicación y la difusión de la historia de su mayor rival, V. F. López. Bauza, por su parte, aunque perteneciente a una familia mejor ubicada en el ámbito del patriciado uruguayo, fue permanentemente una figura marginal dentro del mismo. Su colocación en la galaxia del Partido Colorada, dominante desde 1865 en la política uruguaya, era balanceada por su condición de católico militante, que 10 colocaba en pugna con los climas dominantes en el país. Así, su carrera política -diputado, senador, ministro de Gobierno y diplomático de su república- no alcanzó nunca hasta los niveles mayores de decisión y lo mismo ocurrió con su carrera académica, ya que su aspiración a ocupar la cátedra de Historia Americana y Nacional en la Universidad, en 1885, fue vetada por Carlos María Ramírez, entre otros (Pivel Devoto) 1967: 226-227). De mayor importancia aun es que esa colocación obstaculizó los vínculos de Bauzá con los ámbitos eruditos cuyo perno rioplatense era la relación entre Mitre y Andrés Lamas. La relación con ambos fue formalmente cordial pero distante y, más allá de facilitaciones ocasionales (en especial por parte de Mitre), Bauza no pudo acceder al enorme archivo reunido por Lamas, del que una breve parte había sido publicada en Montevideo en 1849. Sin embargo, debe recordarse que, aunque en los márgenes, es claro que Bauza formaba parte de las élites dirigentes uruguayas. Las obras fundadoras del relato de los orígenes pueden a su vez relacionarse con contextos y climas políticos en el seno de las élites letradas contemporáneas al momento de su producción. Aunque aquí sería necesario hacer algunas distinciones entre las diferentes ediciones y sus respectivos momentos, nos detendremos sólo superficialmente en el tiempo de producción de las primeras. La obra de Varnhagen ha sido colocada por Amo Wehling (1999: 32-39) en el clima del segundo reinado, conocido como "regresso" Es decir, en el contexto del giro centralizador, conservador y autoritario que coincide con el fin de la regencia y el comienzo del reinado de Pedro 11 (1840). La observación es justa e incluso podría enfatizarse, señalando que aun dentro del Instituto Histórico y Geográfico Bra-
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sileño Varnhagen representaba la lectura más conservadora y exaltadora de la Casa de Braganza. La obra de Mitre -lo hizo ya José Luis Romeroha sido ubicada en la crisis abierta entre 1852 y 1860, cuando dos estados independientes, Buenos Aires y la Confederación Argentina, conviven tensamente (Romero, 1943). Que en ese marco el líder de la facción política "nacionalista" de Buenos Aires escribiera un libro que historiaba los orígenes comunes de la Argentina y que fundamentaba la necesidad de un futuro compartido (tema que Mitre, asimismo, había defendido en la Asamblea General Constituyente del estado de Buenos Aires en 1854) no puede considerarse casual. La de Bauza, por su parte, ha sido relacionada, a la vez, con la situación interna -Ios intentos de "modernización", la guerra civil y los esfuerzos por superarla-, expresada por los gobiernos autoritarios primero de Latorre y luego de Santos, y con la situación externa -la viabilidad del Uruguay, puesta en entredicho por otros intelectuales uruguayos como Juan Carlos Gómez, o argentinos, como Miguel Cané- (Caetano, 1992: 82-84). Sin embargo, más allá de la innegable persuasividad de esos argumentos, es necesario recordar que las obras son producto de un proceso de reflexión más largo que el momento en que son editadas y, a la vez, pueden reflejar horizontes ideológicos e historiográficos de los autores más perdurables. En ese sentido, los esquemas interpretativos pueden venir de antes (Mitre) o perdurar después (Varnhagen). Por ejemplo, en el caso de este último, el espíritu de su obra puede remitir a la vez al clima político del momento de su gestación y a una tendencia de más largo plazo presente en un autor cuyas simpatías oscilaban, antes y después, entre los "liberales doctrinarios" y los reaccionarios del tipo del "inimitable" De Maistre o, luego) de Donoso Cortés (Varnhagen, 1906: LIV; Wehling, 1999: 100-104). Inversamente, en el Mitre pensador la matriz romántico-republicana y democrática de su formación -en la que confluía la influencia de sus lecturas francesas (Lamartine, entre otros) yde sus intercambios montevideanos con la tradición de Mazzini y sus discípulos-lo orientaban hacia otro lugar. En Bauzá, las cosas son más ambiguas pues se combinan, en tensión, la necesidad de orden y jerarquías socialesprocedentes de su matriz católica con los motivos igualitarios, liberales y democráticos procedentes de su ambiente formativo y de la cultura política uruguaya. Esa heterogeneidad se refleja en el catálogo fragmentario supérstite de su Biblioteca, en el que junto a los clásicos de la tradición liberal emergen los estudiosos católicos, de Balmes a Le Play (AFB: c. 15, 2).
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TRES LECTURAS
Las tres obras tenían una unidad de propósito: destacar la singularidad del proceso histórico de su propia "comunidad': y podrían ser consideradas historicistas en la medida en que partían de perspectivas individualizadoras que, por sobre la búsqueda de tipos universales, enfatizaban las dimensiones singulares e irreductibles del propio caso estudiado. En este sentido, también, las tres obras proponían resaltar la homogeneidad de las experiencias desarrolladas en el decurso temporal en el ámbito de un espacio coincidente con las dimensiones de una unidad político-territorial, ya alcanzada o pronta a alcanzarse. La nación presente, vista como resultado de esa unidad de experiencias, era proyectada hacia sus mismos orígenes. Las tres obras tenían asimismo un propósito "pragmático": cimentar la unidad por el conocimiento de ese pasado y a partir de allí favorecer el "patriotismo", lo que aparece claramente explicitado en las declaraciones de los tres autores acerca de sus obras y no sólo en la mirada de los contemporáneos -Mitre (1864: 145): "fue escrito para despertar el sentimiento de la nacionalidad argentina, amortiguado entonces [1858] por la división de los pueblos"; Varnhagen (1906): "Ern geral busquei inspiracóes de patriotismo [... ] e procurei ir disciplinando produtivamente certas idéias saltas de nacionalidade"; Bauzá (1967: 1, segunda parte, 160): "si me he atrevido a emprender la tarea es por . Todo ello acompañado de argumentos en favor de la verdad histórica, del conocimiento progresivo del pasado y de la imparcialidad del historiador, cuya tarea era comparada a la del juez que dicta sentencia y no a la del abogado querellante. El énfasis puesto en los documentos originales a los que se alude o que se incluyen en forma de "Documentos de prueba" va en el mismo sentido, además de en el de proveer otro principio de legitimidad al relato. Nada hay de singular aquí. Ese propósito de servir, a la vez, a la verdad y a la patria está presente en la gran mayoría de las historias nacionales en el siglo XIX y en (al menos) la primera mitad del siglo xx. Como señalamos al comienzo, las necesidades instrumentales de los estados nacionales explican en gran medida la voluntad de escribir esas historias a la vez que garantizan su éxito. Varnhagen, Mitre y Bauzá conocen y divulgan los hechos del pasado nacional y a la vez lo construyen como "lugar de memoria" por medio de sus obras que, en este sentido, cumplen el papel de "monumentos" que las consagra. Sin embargo, no deberían enfatizarse exclusivamente los elementos comunes. La obra de Varnhagen ensambla perfectamente con las necesidades y los requerimientos del imperio y en tanto tal puede considerarse una forma de "historia oficial". La de Mitre,
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a la que tantas veces luego le fuera atribuido el mismo carácter, tiene, sin embargo, una colocación más ambigua. Seguramente es funcional a las necesidades políticas que él mismo encarna (Alberdi señalaba que Mitre escribía la historia y a la vez la hacía). Pensar en una escisión completa entre el historiador y el político es imaginar pobremente el rol del segundo. Sin embargo, es difícil admitir que en los distintos grupos dirigentes argentinos existiesen consensos uniformes y la posición de Mitre en el sistema político sólo fue hegemónica en un período relativamente breve. Por otra parte, en el campo historiográfico Mitre parecía inclinarse a un ecumenismo mayor que el de su facción política. Por su parte, la obra de Bauzá, que no es producida por iniciativa oficial, puede ser considerada la más autónoma de las tres (si bien tuvo un apoyo financiero más bien modesto del Estado uruguayo para la segunda edición). Sin embargo, y más allá de la indiferencia mayor o menor que acompañó la aparición de la obra, no puede no señalarse que ella refleja nuevos consensos existentes en los grupos dirigentes acerca de hechos y figuras del pasado, como es el caso de la reivindicación de Artigas (Pivel Devoto, 1967: 222-225). Otra diferencia no menor procede del público al que está destinado la obra y ello implica una idea de Estado y de sociedad. Mitre imagina su público no sólo entre los eruditos, sino en un espacio más popular, que incluye los ámbitos escolares. En las palabras que a modo de "Prefacio" colocó en 1859: "un libro popular, que se lea en las escuelas, que ande en todas las manos, y forme con su ejemplo varones animosos" (Mitre, 1859: 12). Del mismo modo opinaba Bauzá en agosto de 1876, pocos años antes de dar a luz a su historia, en una carta a Florencia Escardó: "Nuestros deberes de ciudadanos nos imponen la obligación de enseñar a nuestros niños con nuestros libros", enseñar, ante todo, "la primera condición de progreso social y político para los pueblos [que] es el conocimiento de la historia" (RevistaHistórica, 1972: 356-357). Evaluar en qué medida esos objetivos se cumplían requeriría conocer tanto las tiradas de los libros como la circulación de las obras. El único dato que poseemos al respecto es el referido a la primera edición de Bauza, provisto por la Memoria de A. Barreiro y Ramos presentada en la testamentaria: de los 643 ejemplares entregados al librero encargado de la venta, éste había vendido 377 y entregado 200 gratuitamente al gobierno nacional para su distribución (AFB: c. 125, e. 3). Por poner un término de comparación, la segunda edición de la Historia de Beigrano, de Mitre, reunió 329 suscriptores. En cualquier caso, el espacio entre las distintas ediciones sugiere que el público de las mismas no fue extenso. Varnhagen, por su parte, excluye aquellos ámbitos pedagógicos e imagina en camhio que su historia está destinada -además de a Pedro JI y
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a exaltar la gloria nacional-, a "suministrar datos aproveitaveis na administracao do Estado", ya sea el administrador, el jurisconsulto o el diplomático (Varnhagen, 1906: xx). Desde luego que en ninguno de los tres casos puede subsumirse la obra en la funcionalidad de la misma, ni el patriota absorber plenamente al historiador. Exaltar a la nación no requiere el ingente esfuerzo de recopilación de fuentes y el acopio de datos que ellos hicieron. Más allá de cualquier otra consideración, la historia era algo que les interesaba en sí mismo, yen ella veían tanto un lugar en el campo de las letras como una vocación. Los denodados esfuerzos destinados a reunir los dispersos restos documentales o el tiempo que dedicaban a la labor historiográfica son claramente reveladores de que consideraban la labor historiográfica, en buena medida, un fin en sí mismo. La forma de construcción del relato por parte de los tres autores presenta diferencias en lo que respecta a sus condiciones de producción y ellas pueden relacionarse con su posicionamiento profesional. Varnhagen es quien desarrolla, acorde con aquellas diferencias de contexto de inserción antes aludidas, la estrategia más "profesional". Su obra reposa no sólo sobre los materiales disponibles en el Brasil, sino también sobre una consulta bastante sistemática de bibliotecas y archivos públicos europeos (Lisboa, Simancas, Sevilla, El Escorial, Biblioteca Colombiana, entre otros), financiada directa o indirectamente por la monarquía brasileña. Él mismo, además, nunca aspiró a ser otra cosa que un estudioso y un funcionario. Bartolomé Mitre y Bauzá, carentes de instituciones de soporte efectivas, debieron recopilar como pudieron los documentos a partir de redes privadas (en este plano, Mitre tenía muchos más vínculos con estudiosos argentinos, uruguayos y chilenos que Bauza) y apelando secundariamente a los caóticos archivos públicos existentes en sus respectivos países. Asimismo, ambos eran, aunque con distinto relieve, figuras polifacéticas, que otorgaban un lugar relevante a la política activa y al periodismo. Esas diferencias, sin embargo, iluminan limitadamente el producto. Desde una mirada posterior, la diferencia entre sus relatos en cuanto a la erudición y a los usos que de ella puede hacerse no es tan evidente. Aquí el contexto temporal compartido y las posibles influencias recíprocas pueden colaborar para explicar homogeneidades. Mitre y Bauzá intercambiaron correspondencia, pero no consta que lo hubieran hecho con Varnhagen (AFB, Correspondencia; Catálogo del Archivo Privado de Bartolomé Mitre, 2007). Empero, desde luego Mitre conocía su obra y seguía atentamente las actividades del Instituto brasileño. En los vínculos originales desempeñó un papel importante Andrés Lamas, miembro correspondiente de
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ese Instituto, que actuaba como mediador entre éste y otros estudiosos -como surge de la correspondencia entre Mitre y Diego Barros Arana en los años 1864 y 1865 (Archivo del General Mitre, '912: xx, 26, 39)-. Asimismo, en ocasión de una visita privada de Mitre a Río de Ianeiro, a fines de 1871,el Instituto Histórico y Geográfico lo designó socio honorario. Por su parte, no es claro si Bauza había leído la obra de Varnhagen cuando escribió el primer tomo de la primera edición de su obra. Al menos, la referencia conocida es que la habría recibido recién en 1882 (junto con la de Southey) aunque es probable que ya hubiera tomado contacto con ella, al menos en su misión diplomática a Río de [aneiro del año anterior. En cualquier caso, en la "Reseña preliminar" agregada a la segunda edición, en la que evalúa críticamente crónicas e historiografía, concede un lugar importante al libro "notable" de Varnhagen, si bien lo considera sumamente parcial en favor de Portugal. En cuanto a préstamos intelectuales, si es posible realizar analogías con la obra de Varnhagen (como ha señalado Pivel), su referencia mayor se encuentra en Mitre, no sólo porque comparten una problemática en buena parte común sino, a la vez, porque aquél provee un modelo historiográfico conocido de interlocución y un esquema interpretativo con el que debatir. Sin embargo, todo ello no suprime los factores individuales, sea en cuanto a la formación intelectual, sea de carácter idiosincrásico. Por poner un solo ejemplo, Varnhagen, el más "profesional", tenía, sin embargo, un sesgo polémico mayor que los rioplatenses. En cualquier caso, las obras tienen, superficialmente, un aire de familia. El eje vertebrador es la dimensión política e institucional (aunque con mayores aperturas a la geografía en Varnhagcn y Bauza). Aunque todos ellos tuviesen clara la distinción entre cronología e historia y todos consideraban que se ocupaban de la segunda, no de la primera, ésta brindaba el soporte del relato (por otra parte, no se trataba en ningún caso de una historia sólo ni principalmente de "grandes hombres"). Operaban asimismo con una dualidad argumentativa: por un lado, los hombres hacían la historia con sus aciertos y sus errores, pero por otro lado existía algo parecido a leyes ineluctables que convertían el presente en un resultado inevitable del pasado y la voluntad de los hombres en vana si chocaba con esas tendencias profundas. Éstas se hacen más visibles en la segunda edición de Varnhagen, en cuyo nuevo prólogo creyó conveniente incluir una frase de Tocqueville según la cual "Los pueblos resienten eternamente de su origen. Las circunstancias que los acompañaron al nacer y que los ayudaron a desarrollarse influyen sobre toda su existencia", o criticar a Ioáo Lisboa por ignorar el método de la "sociología" (Varnhagen, 1906:507). Esos motivos son asimismo l11
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sonancia con los cambios de clima intelectual e historiográfico europeo del tercer cuarto del siglo XIX. La presentación de "leyes" de la evolución social aparece con claridad en la introducción sobre la sociabilidad argentina, agregada ala edición de 1876-1877, yen los capítulos adicionales a partir del capítulo xxx. En cualquier caso, ya en las primeras parece estar presente esa tensión entre acontecimiento e historia profunda, y en este punto la afinidad con la concepción de Guizot, que operaba con esa dualidad (Rosanvallon, 1988:881-887),ya ha sido señalada para el caso de Varnhagen y probablemente debería indicarse también para el caso de Mitre. En Bauzá, la fecha comparativamente tardía de su publicación hace que los motivos "sociológicos" estén presentes desde las primeras obras, en especial en los "Apéndices críticos" que acompañan la culminación de cada período. Ellos reflejan, además, un interés por los estudios sociales presente desde antes yen los que puede ser visible la influencia de ensayistas europeos decimonónicos de la tradición del catolicismo social, como Le Play (Bauza, 1876). La segunda edición, a su vez, no introduce innovaciones conceptuales sino que agrega nuevos hechos y modifica las interpretaciones sobre algunos sucesos y personajes. Las tres historias tienen cuadros cronológicos diferentes y es bien sabido que la elección de los mismos contiene ya una interpretación. En la primera edición Varnhagen comienza su relato con el descubrimiento, y el período colonial ocupa toda su extensión, ya que termina en 1820, es decir, inmediatamente antes de la proclamación de la independencia formal del Brasil. Como ha sido señalado, en la primera edición los pueblos originarios aparecen recién en el octavo capítulo. Luego, a partir de los debates acerca de la cuestión y de su opción inicial, Varnhagen alteró el orden de los primeros capítulos para incluirlos en el capítulo segundo (César, 2006: 30-31). Bauzá comienza con los "habitantes primitivos del Uruguay", y el período colonial ocupa la mayor parte de la obra, que culmina en 1821. Mitre, a excepción de! ensayo introductorio incluido en la edición de 1877, que brinda un panorama de conjunto sobre el período colonial, arranca a fines del siglo XVIII y finaliza, en la segunda edición de 1859, en 1816, momento de la declaración de la independencia. En las sucesivas ediciones ampliará el cuadro cronológico hasta 1821, para hacerlo coincidir con la muerte de Belgrano, el fin de la guerra de independencia y la disolución del poder central. El grueso de su relato se concentra en la primera década independiente. Muchas pueden ser las razones de esas opciones diferentes. En Varnhagen están ligadas a la narración de un proceso de continuidad lineal y sin rupturas desde los mismos orígenes hasta la independencia, vista en clave de continuidad con la época anterior. En Bauza,
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se vinculan con la búsqueda de la irreducible especificidad uruguaya en causas más profundas que los avatares del proceso de independencia rioplatense. En Mitre, finalmente, es necesario recordar, a la vez, que en su origen era una biografía de Bclgrano delimitada cronológicamente por el ciclo vital de su héroe y que lo que trata de narrar es el proceso de la revolución independentista leído en clave de ruptura con el pasado colonial. En este punto reproduce bastante bien el esquema cronológico propuesto por la historia de Mignet, que fue uno de sus modelos (Mignet, 1892). De todos modos, en aquellos períodos en los que se solapan existen coincidencias en relación con la mirada acerca del mundo colonial, en el que todos buscan la singularidad de la propia nación (esto es visible también en el Mitre de la introducción de 1877). Esa mirada es tendencialmente favorable a esa época, aunque lo sea por distintas razones. En los tres, el proceso de conquista es un proceso civilizatorio que proyecta a la más avanzada Europa sobre el más atrasado mundo americano preibérico. Ese mundo es mirado sin ninguna simpatía por Varnhagen (no susceptible de historia sino de etnografía). En ese contexto, los indígenas son claramente excluidos de la construcción nacional en Varnhagen, en oposición con otros relatos ("románticos") que buscaban dar de ellos una imagen positiva, no en tanto pueblos primitivos sino "decaídos", lecturas presentes incluso en e! seno del Instituto Histórico y Geográfico (Turin, 2006: 95-97). Asimismo, y a los efectos de negar cualquier derecho a los indígenas del Brasil derivado de su condición de originarios, Varnhagen imaginó a los tupí como ocupantes también procedentes de movimientos ultramarinos, y propuso para ellos una genealogía (apoyada en bizarros argumentos etnolingüísticos que fueran criticados por Mitre) que los emparentaba con los antiguos egipcios. Una mirada igualmente hostil a los pueblos originarios se encuentra en Mitre, quien, a los efectos de resaltar las ventajas rioplatenses en relación con otros contextos sudamericanos, enfatiza la característica dominante de la población blanca que, a través de la mezcla con los indígenas, pronto fue capaz de absorber, étnica y culturalmente, a aquéllos, dando como resultado una nueva raza con rasgos típicamente europeos. Por otra parte, de su hostilidad a los indígenas considerados en estado de barbarie y a la posibilidad de incluirlos en cualquier imaginario fundador de la Argentina dejó numerosos testimonios, como por ejemplo en cartas a Juan María Gutiérrez y a Joaquín v. González (Archivo de General Mitre, 1912: XXI,208-220; González, 1912: 1,9-11). En ambos planos, más allá de matices, Mitre y Varnhagen estaban bastante cerca en este punto. Para los dos autores e! proceso civilizatorio es posible en tanto la civilización blanca europea es capaz de absorber y
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diluir a los "salvajes".Más matizado aparece el terna en Bauzá, por las razones aludidas en e! párrafo anterior. La búsqueda de la especificidad uruguaya requería incorporar a ella a los indígenas de la banda oriental y junto al carácter primitivo atribuirles también innegables virtudes positivas (raza varonil, indómita, leal, de "buenas costumbres", de buenos sentimientos como el "amor a la familia y la generosidad con los vencidos", y aptos para ser redimidos por los misioneros jesuíticos). Más aun, ello lo llevaba, en otra forma del tema de la "excepcionalidad" positiva característica de los relatos nacionales, a contraponer sus virtudes con los defectos de otros pueblos indígenas que poblaban el territorio brasileño ("antropofagos, geófagos y pederastas ... falsos, hipócritas, traidores y desleales" [Bauza, 1967: 1, segunda parte, 206-2471). Por otro lado, la "fealdad" de estos últimos contrastaba con la relativa belleza de los primeros. Así, a diferencia de los otros dos autores, Bauzá contribuirá signif1cativamente (en paralelo con Zorrilla de San Martín) a la introducción de! perdurable mito "charrúa" en el imaginario histórico uruguayo. Las miradas son, en cambio, fuertemente divergentes en el período post 1810, y la comparación sistemática de ellas puede brindar elementos de interés. Baste aquí con sugerir que ellas parecen operar con ideas de nación diferentes. Si en Varnhagen la concepción del Brasil remite a la capacidad del Estado brasileño, es decir de la monarquía lusitana, de ejercer el poder en un territorio, y la justificación de sus fronteras deriva de una aplicación estricta de la razón de Estado (véase la lectura de la cuestión guaranítica), el argumento de Bauzá reposa antes en una supuesta identidad cultural que precede, justifica y delimita la nación posterior. En Mitre, finalmente, las cosas se plantean en un terreno más ambiguo, entre los argumentos presentados en la versión de 1877, abundantes ya en referencias acerca de leyes históricas ("del tiempo y del espacio", "orgánicas") yaquellos más visibles en la primera edición, cercanos a la idea francesa de nación política derivada de la voluntad de los actores. Las miradas divergentes reposan también en otros elementos. En primer lugar, debe recordarse que Mitrey Bauzá intentan explicar un proceso revolucionario que implica una ruptura con el pasado colonial. En especial para Mitre, esa revolución es a la vez dos revoluciones -una política y otra social-, que con el tiempo encontrarán su conjunción y su equilibrio en una sociedad democrática. Esa idea lo aleja de una comparación con los ejemplos provistos por las revoluciones inglesa y norteamericana, y lo acerca a los modelos provistos por las historias "terrnidorianas" de la Revolución Francesa. Nuevamente, aquí es central el esquema de Mignet de dos revoluciones en una revolución que, sin embargo, era un proceso unita-
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rio juzgado en conjunto positivamente. Para Bauza, también se trata de una revolución producida por fuerzas sociales que una vez en movimiento son difíciles de controlar y también está dispuesto a contraponer el igualitarismo plebeyo de la revolución oriental al aristocratismo de la de Buenos Aires. Empero, más conservador y preocupado por el problema del orden, ese conflicto es organizado mucho más en torno de dos tendencias antagónicas que no son sociales sino políticas (o, mejor, que son leídas en clave política antes que social): aquella republicana (y el término es antepuesto al de federal), encarnada en Artigas y el movimiento uruguayo, y la monárquica, encarnada en Buenos Aires. En Varnhagen, finalmente, no se trata de explicar ninguna revolución sino de condenarlas (ejemplo: su mirada de la "calamidad" de la revolución pernambucana) y alabar la continuidad sin rupturas del proceso histórico brasileño (Mitre, 1945: 681-715; Bauzá, 1967: v, 228-234; Varnhagen, 1906: cap. LTI). Más aun, el proceso revolucionario constituye parte de ese antimodelo que para él son las repúblicas sudamericanas. Cuánto debe ese proceso a la mirada sobre el modelo inglés es un tema a profundizar, lo que parece fuera de discusión es la antipatía por el ejemplo francés. Una reflexión final remite a la recepción de las obras en las épocas posteriores y a la perdurabilidad de sus relatos en los imaginarios sociales y en las tradiciones historiográficas respectivas. El primer problema es excesivamente complejo y quizás irresoluble, más allá de la conjetura. En relación con el segundo, una mirada general sugiere que la interpretación de Bauzá vertebra de manera perdurable las lecturas hegemónicas de la historiografía uruguaya en el siglo xx (en un contexto tan dividido por tradiciones políticas opuestas, su autor tenía una envidiable ambigüedad en tanto colorado pero católico, y, además, el artiguismo del que fue uno de los precursores parecía cuhrirlo todo). La obra de Mitre resiste firme al menos hasta la década de 1960. La opción a su favor de la Nueva Escuela Histórica y posteriormente de los nuevos historiadores sociales no puede subestimarse en este plano. Menos perdurabilidad en el largo plazo parece presentar la lectura de Varnhagen, confrontada ya desde fines del siglo con el republicanismo de la "Republica Vieja" y luego con las transformaciones de la historiografía desde la década de 1930, alejadas de la estadolatría de Varnhagen, y con nuevos imaginarios sociales que, discursivamentc almenas, introducían en la síntesis originaria a los indígenas americanos y a los pobladores de origen africano.
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El ERUDITO CDlEC(lDi'lISTA y lOS DRIGEi'lES DEL AMERICANISMO
El erudito coleccionista y los orígenes del americanismo Horacio Crespo
Recientemente ha comenzado a interesar la constitución en Europa, a mediados del siglo XIX, del "americanismo" como campo científico novedoso dedicado principalmente, al menos en sus comienzos, al estudio de las antiguas culturas del Nuevo Mundo (López-Ocón, Chaumeil y Verde Casanova, 2005; un importante antecedente es Comas, 1974). Nuestro trabajo está dirigido a explorar caminos de ese proceso en América Latina y a señalar
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cada una de las ciencias sociales particulares lograba destacarse nítidamente y alcanzar plena legitimidad. A la persistencia de antiguos temas, algunos de ellos acuñados en el debate ilustrado del siglo XVIII acerca de la naturaleza y del hombre americano (Gerbi, 1960), se agregó la particularidad de ser formulados sin respetar las reglas básicas de rigor académico legitimadas por el nuevo paradigma científico. Así, en las primeras reuniones del Congreso Internacional de Americanistas se discutió sin ninguna inhibición acerca tanto de las manifestaciones de budismo en América en el siglo v y las posibles comparaciones filológicas entre el chino y el otomí, como de la evangelización del Nuevo Mundo por santo Tomás, la problemática existencia de la Atlántida, la presencia de fenicios, hebreos, fineses y etruscos en la América precolombina, o de pigmeos, africanos o surnerios, el Diluvio universal y su manifestación americana, el origen del hombre en las Américas y sus relaciones con otros continentes, los viajes precolombinos, y conjeturas diversas acerca del proyecto y las travesías de Colón, su personalidad, iconografía, procedencia y otros aspectos menudos. Heterogeneidad y tentación por "las tesis más arriesgadas", como diría medio siglo después Paul Rivet, que sin embargo ocasionaron fuertes reacciones favorables a la delimitación del objeto, a la rigurosidad metodológica y a la aplicación de juicios científicos que más o menos lentamente se fueron abriendo paso, especialmente hacia la arqueología, la lingüística y la etnografía, y finalmente hacia la mayoría de las ciencias sociales y humanísticas (Comas, 1974: '5-20, e índice de trabajos presentados 1875-1972: 137 y ss.). La comunidad científica que protagonizó estos primeros intentos -caracterizada por el ya citado Riveten 1949 como una conjunción de "entusiasmo, juventud e inexperiencia" ~ se fue consolidando paulatinamente mediante la formación de asociaciones (Société Américainede Frunce; Soctété desAméricanistes dePatis, 1895; Ibero-Amerikamsches Forchungsinstitut, Bonn; IberoAmerikanisches tnstitut, Berlín, 1930; Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1944), la publicación de revistas especializadas (Revueorientale
et américaine; Archives de la Société Américainede Franco. 1875; Archives du Comité d'archéologie américaíne, 1893; Ioumol de la Société desAméricanistes de París, 1896; Ibero-Amerikanisches Archiv, 1924; Anuario de Estudios Hispanoamericanos, Sevilla, 1944) y la realización de una reunión bianual, el Congreso Internacional de Americanistas, que sesionó por primera vez en Nancy en 1875 y que desde entonces ha mantenido su regularidad (en 2006 tuvo lugar en Sevilla la versión quincuagésima segunda). Sobre la base de antiguos intercambios, también comenzaron a anudarse redes intelectuales transatlánticas cada vez más sofisticadas entre Europa, los Estados
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Unidos y los países de Iberoarnérica, que sin embargo no estuvieron exentas de conflictos. Entre éstos, el más notable giró en torno de la realización de congresos de americanistas en el Nuevo Mundo, pretensión a la que se opusieron tenazmente muchos núcleos de estudiosos europeos, y que sólo se logró en 1895 con la celebración del congreso en México y con la aprobación de los nuevos estatutos en 1900 (Comas, 1974: 13-44).
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con el concurso de Martín Waldseemüller, alemán de Friburgo (1474-1520), autor de los mapas más notables de la época: la serie llamada hoy por los eruditos Lusitana-Germánica e inaugurada por el Universales Cosmogra-
phiaeSecundumPtholomei Traditionem etAmericiVespucii AliorumqueLustrationem, impreso en Estrasburgo en 1507, en el que se bautizó a América, un acto equívoco que lanzó una polémica de cuatro siglos (Waldseemüller, 2007; del Carril, 1991: 18-46). Deben también agregarse los centros cosmo-
LA REVELACIÓN DEL NUEVO MUNDO
La actividad en torno al estudio del Nuevo Mundo tiene antecedentes lejanos, cuyo examen orgánico hasta hoy apenas se ha esbozado. Atentos a las repercusiones inmediatas de la expedición colombina, diversos centros de saber convocaron a los primeros núcleos de estudiosos y, a partir de allí, poco a poco se fue aclarando la confusión cosmológica y los problemas humanísticos generados por las crecientes novedades que traían las sucesivas exploraciones. En primer lugar, el trabajo se organizó en torno a la identificación geográfica de los nuevos territorios y su representación cartográfica, lo que tuvo vitales consecuencias estratégicas y diplomáticas, cuyas repercusiones polémicas han llegado hasta el americanismo del siglo xx (Levillier, 1948;O'Gorman, 1951). Los cartógrafos de la corte portuguesa -usufructuando la tradición de los portulanoscatalanes e italianos, confeccionados desde el siglo XIV sobre la base de la experiencia de reconocimientos y navegaciones. y no de creencias y fábulas, y la renovación cartográfica superadora de Ptolomeo realizada a partir de mediados del siglo xv especialmente en Alemania- fueron los primeros, por razones evidentes, en dedicarse a la interpretación de datos velozmente cambiantes y audazmente renovados por los exploradores. Rodeados de secreto, intrigas y espionaje, su actividad formó parte de la "política del sigilo" inaugurada por Enrique el Navegante, tal como adecuadamente la definió el historiador Jaime Cortesao. Luego, fueron emulados por los pilotos de Indias y de la Casa de Contratación de Sevilla. En este proceso de adquisición de conocimientos destacan Juan de la Cosa, con su carta del mundo confeccionada en Cádiz en 1500, Juan Vespucci -el sobrino de Américo-, los cartógrafos portugueses, genoveses, florentinos yvenecianos, y la fundamental escuela de Sto Dié, el Gimnasio Vosagense, bajo la tutela del cardenal-duque Renato II de Lorena (Cortesáo, 1935; Nebenzhal, 1990: 26-71). Esta célebre institución, cuyos integrantes seguían con gran interés las noticias de los descubrimientos de ultramar, contó
lógicos de Nuremberg y Viena, e inclusive el interés que este movimiento despertó en Estambul -el otro polo fundamental de poder en la épocadonde se confeccionó el también célebre mapa de Piri Re'is, en 1513, aparentemente sobre la base de dibujos efectuados por el mismo Colón. Estos estudiosos de gran nivel científico configuraron así la primera red de investigadores acerca de América, cuya síntesis puede verse proyectada en una primera etapa, entre otros, en los mapamundis de Pedro Apiano de 1520 y en el de! portugués Diego Ribero, piloto mayor de Indias, publicado en Sevilla en 1529 yen 1538 por e! célebre cartógrafo flamenco Gerardo Mercator (1512-1594). Por último, su hijo Miguel Mercator dibujó en 1630 el mapa de América, "el más importante de la época moderna" (del Carril, 1991: 58). Cosmólogos, geógrafos, humanistas y ciertamente los mismos exploradores deben inscribirse entre los actores más interesantes de esta primera etapa de acercamiento europeo a lo americano. Además, el ansia de conocimiento y el impacto de la novedad, desatados por la enorme circulación de crónicas y opiniones, junto a la cada vez más enconada disputa en torno a los habitantes, las tierras y los derechos a sojuzgarlos y a ocuparlas, atraparon a teólogos y juristas y motivaron tratados, pareceres y dictámenes. El cargo de cronista de Indias se asoció muy rápidamente a las preocupaciones por la historia y la etnografía del Nuevo Mundo (Barros Arana, 1910; Gerbi, 1978). Todas estas elaboraciones que resultaron de las actividades inaugurales del estudio de América pasaron luego a ser norte de afanosas búsquedas de coleccionistas y eruditos que dieron cuerpo a la tradición, fueron diseñando una disciplina científica e inauguraron en el siglo XIX la americanistica moderna. La figura del erudito, coleccionista apasionado de libros y documentos, muy pronto se asoció con lo americano, ya que el hijo del Almirante, Hernando Colón (Córdoba, 1488-Sevilla, 1539), fue uno de los mayores bibliófilos de su tiempo, a punto tal que en su testamento legó a su sobrino Luis, con claras indicaciones sobre su destino y conservación, 15.370 libros, una cantidad enorme para la época. Su objetivo era reunir todas las obras editadas en cualquier lengua, y para ello realizó viajes, se conectó.con mercaderes genoveses y estableció una red de agentes en Roma,
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Nuremberg, Venecia, Amberes, Lyon y París, además de hacer cuantiosas inversiones e, inclusive, lograr el apoyo real de Carlos V. Ideó también un sistema de catalogación, referencia e información bibliográfica que anticipaba de manera notable los sistemas modernos. Pese a los descuidos, las pérdidas y el abandono, dos terceras partes de los importantes fondos de Hernando Colón aún se mantienen en Sevilla (Torre Revello, 1945: 19-34). Su saber, inaugurando una práctica extendida en el siglo XIX yen la que entre otros se inscribirían De Angelis, Barros Arana, el perito Moreno, Manuel Ricardo Trelles y Estanislao Zeballos, fue utilizado en las contiendas diplomáticas de su época por cuestiones de límites. Así,junto con Sebastián Gaboto y Juan Vespucci, don Hernando asistió en 1524 a una conferencia lusitano-castellana, realizada en Badajoz y Yelves, en la que se discutieron las consecuencias del tratado de Tordesillas respecto de la jurisdicción de las islas Molucas. A causa de sus vastos conocimientos cosmográficos, desde 1527 cooperó, por orden real, con la Casa de Contratación de Sevilla en el perfeccionamiento de las cartas de navegación hacia las Indias Occidentales y en la elaboración de un mapamundi en el que figurasen las tierras del Nuevo Mundo. Aunque la empresa no llegó a su término, Colón aprovechó la ocasión para recabar de la Casa gran cantidad de cartas de navegación, derroteros, relaciones y otros documentos que agregó a su biblioteca, y que fueron reclamados en 1569, muchos años después de su muerte, por Felipe 11. También en esto fue un adelantado de las prácticas non sanctas de muchos de los coleccionistas que le sucedieron en sus afanes en el transcurso de las centurias siguientes. Su controvertida obra Vida del Almirante don Cristóbal Colón configuró luego un momento decisivo en la historia de la revelación americana al mundo occidental (Torre Revello, 1945:35-51; O'Gorman, 1951: 93-127).
BOTURINI
y su
MUSEO AMERICANO
Dos siglos después, la ilustración trajo consigo una larga y enconada polémica de múltiples actores que despertó nueva atención sobre América, su naturaleza, sus habitantes originales, su cultura. El exilio jesuítico, tras la expulsión de 1767, cumplió una función principalísima en esta etapa, esencial para la construcción de una identidad diferenciada, fundada en buena medida en la valoración de las grandes culturas precolombinas. La preocupación científica y las nuevas grandes exploraciones y sus resultados -La Condamine (París, 1701-1774), Antonio de Ulloa (Sevilla, 1716-León, 1795),
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COLECCIONISTA
Y LOS
ORiGEN ES OEL AMERICANI5MO
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José Celestino Mutis (Cádiz, 1732-Bogotá, 1808), Alejandro Malaspina (Palermo, 1754-Pontremoli, 1809), Humboldt (Berlín, 1769-1859), entre otros- fueron además un componente esencial de la nueva fisonomía positiva de América luego de las deprimentes elucubraciones de De Paw y sus seguidores (Gerbi, 1960). En los prolegómenos de este renovado marco de interés apareció una decisiva figura inaugural en la historia del coleccionismo americanístico ilustrado y moderno: el caballero lombardo Lorenzo Boturini Benaduci (Sondrio, c. 1695-Madrid-c. 1755), autor de la Historia General de la América Septentrional (Torre Revello, 1926,1933; Ballesteros Gaibrois, 1990). Los azares de un destino desventurado asociado a fervores piadosos y científicos lo llevaron, en palabras de su biógrafo Ballesteros Gaibrois, desde "los salones imperiales de Viena a los calabozos de México, y de allí a la sentina de un buque o a una casa modesta madrileña", donde lo alcanzó la muerte. José Imbelloni lo reconoce, con justicia, como "el infortunado fundador de la arqueología mexicana". De origen lombardo, educado en Milán, eximio latinista, llegó a España en 1735, y de inmediato realizó una peregrinación a la Basílica del Pilar en Zaragoza. El conocimiento del canónigo novohispano Joaquín Codillos alimentó pronto en él una encendida devoción a la virgen de Guadalupe. y, comisionado por una dama de origen mexicano para cobrar rentas en su país, embarcó sin permiso y arribó ese mismo año a Veracruz. Sorprendido por la intensidad y la extensión del culto guadalupano en la Nueva España -elemenro clave en el desarrollo secular y cultural de la identidad criolla que culminaría cincuenta años más tarde con el sermón catedralicio del "heterodoxo guadalupano" Fray Servando Teresa de Mier (O'Gorman, 1981)-, Boturini concibió el proyecto de coronación de la Virgen, a la vez que abordó el estudio del náhuatl y de los saberes matemáticos y astronómicos de los antiguos mesoamericanos. Simultáneamente inició su gran colección de manuscritos, códices, copias de cantares, tradiciones y otros muchos objetos vinculados a las culturas indígenas que constituirían su célebre Museo, según Chavero (1984: 1, LIV), "el archivo más importante que ha existido sobre nuestras antigüedades". En su empeño guadalupano y ayudado por sacerdotes jesuitas en Roma, consiguió un breve pontificio que autorizaba su proyecto y -sin el visto bueno del Consejo de Indias exigido por el real patronato español- comenzó a recibir donativos para la realización de la corona virginal. En conocimiento de estos hechos, el conde de Fuenclara, nuevo virrey de México, ordenó su aprehensión en 1743, y aquí comenzaron las penurias sin cuento de Boturini. Su llamado "Museo" o sea la excepcional colección de antigüedades, fue secuestrada. La preocupación por sus papeles -nunca ya
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recuperados- pasó a convertirse en "obsesión", como lo dice su biógrafo Ballesteros. Después de un penoso encarcelamiento fue enviado a España, donde fue capturado por ingleses y confinado en Gibraltar. Finalmente llegado a Madrid, publicó en 1746 su Idea de una nueva Historia GeneraL de laAmérica Septentrional; fue reivindicado y nombrado cronista en Indias, en el mismo año, para redactar su proyectada Historia General de la que elaboró el tomo primero, la cronología, que se imprimió recién en 1949. A pesar de sus intentos, no logró regresar a América y recuperar sus tesoros, y murió pobre y endeudado en Madrid, probablemente en 1755. La obra científica de Boturini se desglosa en dos tipos de actividades relacionadas pero específicas: coleccionista e historiador, y en esto se muestra como un claro precursor de los americanistas del siglo XIX. Él mismo comentó su esfuerzo a Fernando VI; "tantos desvelos, tantas peregrinaciones, tantos gastos empleados en juntar un Archivo prodigioso de Monumentos celebérrimos" (citado por Ballesteros Gaibrois, 1990: un). Presidida por la arquitectura filosófica de Vico, su historia, aunque inconclusa y afectada por algunas elucubraciones caprichosas, es valiosa por el riguroso método comparativo de fuentes empleado, por la valoración de testimonios mesoamericanos y el uso crítico de fuentes coloniales indígenas e hispánicas, y por la erudición clásica que exhibe. Boturini ignoró la excepcional obra de Fray Bernardino de Sahagún (Sahagún, León, c. 1499-México, 1590),cuyos primeros manuscritos fueron encontrados a fines del siglo XVIII por Juan Bautista Muñoz (Valencia, 1745-Madrid, 1799) y sólo fueron editados en Madrid en 1906 por Francisco del Paso y Troncoso (Veracruz, iaaz-Plorencia, 1916) -gran protagonista del americanismo moderno, maestro de la recuperación científica de fuentes documentales y equivalente mexicano de José Toribio Medina (Santiago, 1852-1930) y José Torre Revello (Buenos Aires, 1893-1964)-. Sin embargo, sí supo utilizar, y a menudo con un claro sentido crítico, las obras de Fray Juan de Torquemada (Castilla la Vieja, 1557?-México, 1624),Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin, (Amecameca/Chalco?, 1579-México,1660), Fernando de Alva Cortés Ixtlilxóchitl (Texcoco, 1568?-Ciudad de México, 1648), Carlos de Sigüenza y Góngora (Ciudad de México, 1645-1700). La colección del caballero Boturini finalmente nunca regresó a sus manos. Confiscada por el virrey Pedro de Cebrián y Agustín en el momento de su arresto en 1743, fue depositada en la oficina de la secretaría del virreinato. Los documentos quedaron abandonados por años y fueron objeto de robos y despojos. Aunque en 1747 fue autorizado a recogerla, las dificultades pecuniarias le impidieron regresar a América a recuperar su archivo. El virrey siguiente, Juan Francisco de Güemes y Horcasitas, cedió al anticuario
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Pcrnández de Echeverría y Veytia (el amigo de Boturini que lo asistió en Madrid) los documentos que había solicitado para sus propios estudios. A su muerte, éstos pasaron a manos de Antonio de León y Gama quien, a su vez, al fallecer en 1802los transmitió a sus herederos. Poco antes de ese episodio, Alejxander van Humboldt había adquirido dieciséis documentos durante su visita a México entre 1802 y 1803. Humboldt, cuyo interés se había despertado a partir de informaciones de Clavijero, encontró algunos materiales supervivientes en muy malas condiciones en el palacio virreinal y, más tarde, los publicó en Vues des cordiiíéres et monuments des peupLes indigénes d'Amérique. Los originales de estas piezas se encuentran en la actualidad en la Biblioteca Nacional de Alemania, en Berlín. Otra parte de la colección pasó luego a manos del padre José Pichardo, un anticuario aficionado. Poco antes de la independencia, el resto de la colección fue transferido a la Universidad de México, y desde entonces hasta 1823 pasaron al Conservatorio de Antigüedades. Aún en relación con la colección Boturini, otro personaje relevante entraría en escena un par de décadas más tarde: loseph MariusAlexis Aubin (Tourettes-lcs-Paíences, 1802-París, 1891). Aubin estudió matemáticas y dibujo, yen 1830 participó activamente en las luchas revolucionarias parisinas. Ese mismo año, tomando distancia de los acontecimientos políticos, desembarcó en México con el propósito de emprender investigaciones físicas y astronómicas por cuenta de la secretaría francesa de instrucción pública. Apasionado él también -como el caballero italiano- por las antigüedades mesoamericanas, empezó por aprender el náhuatl. Luego, abrió un colegio en México siguiendo el modelo del liceo francés, comenzó a reunir todos los documentos pictográficos y fuentes originales posibles sobre la historia del México antiguo y, sobre todo, adquirió poco a poco buena parte de los remanentes de la enorme coIccción Boturini. En 1840, tras eludir la aduana mexicana, regresó a Francia con su cuantiosa colección. Aunque criticado por su excesiva reserva y su celo respecto de sus materiales y por las pocas publicaciones que realizó, Aubin estudió progresivamente el acervo que había reunido y fue un precursor de los estudios de escritura prehispánica. Su obra -Mémoires sur la peinture didactiqueet L'écriture figurative des AnciensMexicains, publicada parcialmente en París entre 1849 y 1851, Y por entero en 1884- fue la primera investigación sólida sobre pictografía mexicana (Giasson, 2002: VII-XIV). La colección de Aubin fue vendida a Eugene Goupil, personaje de ascendencia franco-mexicana, quien la donó a la Biblioteca Nacional de Francia, en París; bajo el nombre de Colección Aubin-Goupil constituye hoy uno de los mayores acervos de códices mexicanos prehispánicos y coloniales conservados (Cohen, 1998).
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El año de la llegada de Aubin a México se corresponde con el inicio del proyecto de lord Kingsborough (1795-1837), quien por su propia cuenta iba a dar a conocer, en Londres, nueve volúmenes de facsímiles de códices. Por cierto, este noble irlandés reúne en su persona los atributos más destacados del curioso tipo de intelectual americanista de la época: excentricidad temática y pasión coleccionista. Convencido de que los antiguos mexicanos descendían de una de las tribus perdidas de Israel, adquirió importantes manuscritos y códices para lograr demostrar su hipótesis, y los editó eruditamente en una colección fastuosa de nueve volúmenes -dos de ellos póstumos-, Antiquities of Mexico. La edición fue tan costosa que sus proveedores de papel lo denunciaron por deudas impagas, y Kingsborough finalmente fue a dar a la cárcel, donde murió a la temprana edad de 42 años. Gracias a él, por primera vez se reprodujeron y se dieron a conocer joyas tan importantes como el Códice Dresdc. Muchos otros estudiosos fueron articulando el mundo de objetos y manuscritos, de códices y formas artísticas exhumadas por la incipiente arqueología para enriquecer los nuevos repositorios que el racionalismo unido al experimentalisrno diseñaba en un americanismo naciente. Aun cuando el americanismo español, tan importante y todavía poco explorado en su desarrollo, excede los límites de este trabajo, debemos señalar que la obra histórica y la colección de Boturini pusieron sobre el tapete la necesidad de estudiar la historia antigua de México. Así, en 1784 el rey ordenó el envío de esos materiales históricos a España justamente en el momento en que el último cronista de Indias, Juan Bautista Muñoz, recibía la encomienda de redactar una historia de América. El legado fundamental de Muñoz fue la enorme colección de materiales etnográficos e históricos americanos que lleva su nombre, junto con la fundación del Archivo de Indias de Sevilla en 1785. Cada uno de los importantes repositorios españoles concita en sí mismo una cargada relación de colecciones e investigadores que deberían ser objeto de estudios particulares.
PEDRO DE ANGELlS y El. COLECClONISMO EN EL PLATA
Acorde con la importancia adquirida por Buenos Aires en el último tercio del siglo XVIII, traducida en términos culturales en la instalación de una imprenta en 1780y en la fundación del Real Colegio de San Carlos en 1783, comenzaron a reunirse algunas buenas bibliotecas cuya descripción e historia realizó Torre Reveno en una obra imprescindible (Torre Reve-
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110,1965). La más apreciable fue la de Juan Baltasar Maziel (Santa Fe, 1727Montevideo, 1788), de quien se dice que su pasión por los libros "era tal que, no obstante el elevado precio de los mismos y las dificultades para las compras, muchas veces arriesgó todo su crédito y no titubeó a recurrir a préstamos para pagar las cuentas de libreros españoles" (Buonocore, 1959: 285).También aparecen, según este último erudito citado, incipientes anticuarios dedicados a agenciarse "antiguallas" tales como papeles, objetos y libros, que formaron las primeras colecciones del género en la región. Iulián de Leyva (1749-1818) no sólo obtuvo algunos documentos esenciales como los manuscritos de la Historia de la Compañía de Jesús en la Provincia del Paraguay de Lozano y de LaArgentina de Ruy Díaz, sino que también realizó anotaciones a este último. Prestó libros a Félix de Azara y al Deán Funes para sus respectivos trabajos y facilitó algunas fuentes para las ediciones de De Angelis. José Ioaquín de Arauja (Buenos Aires, 1762-1834) reunió papeles originales, copias de documentos, códices, piezas de historia natural ymonedas americanas. Gaspar de Santa Coloma (España, 1742-Buenos Aires, 1815) inició también una valiosa colección documental acerca de la historia marítima, comercial, religiosa, social y política del Plata. Pero de todos ellos, el más importante fue el canónigo Saturnino Segurola (Buenos Aires, 1776-1854), célebre introductor de la vacuna contra la viruela. Según Buonocore, su archivo y su museo fueron los más notables de su época, provenientes en buena medida de las colecciones jesuíticas, y en sus fondos investigaron el Deán Gregorio Funes, Pedro deAngelis y Bartolomé Mitre. Tras su muerte, los documentos se donaron a la Biblioteca Nacional, y los libros se remataron en 1854,muchos de los cuales fueron comprados por Andrés Lamas (Montevideo, 1817-BuenosAires, 1891) y Manuel Ricardo TreIles (Buenos Aires, 1821-1893) -de quien se dice que "su gran amor, casi fetichismo, era el de los documentos", "apasionado coleccionista de papeles, libros, cuadros, reliquias históricas, medallas, monedas, grabados, muebles"-, dos bibliófilos fundamentales, junto con Mitre, de la siguiente generación (Buonocore, 1959: 286-287; 298-299, 328-329). Y de inmediato aparece en el Plata la figura más importante de la época temprana del americanismo en el sur del continente: Pedro de Angelis (Nápoles, 1784-Buenos Aires, 1859), coleccionista, anticuario, bibliógrafo, historiador y periodista, cuya actuación sigue envuelta en la polémica y cuya valoración continúa siendo, por lo menos, cuestionada, en buena medida por las pasiones políticas en las que se vio envuelto, a menudo a su pesar. Perteneció a una familia liberal, masónica y bonapartista y él mismo lo fue. Republicano, se vio forzado al exilio a causa de la restauración borbónica a partir de 1814 y vivió en esa condición en Ginebra y en París, y luego
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todos su años restantes en el lejano Río de la Plata. Hizo sus primeros ensayos de erudición en París en algunos de los diccionarios biográficos monumentales tan de moda en la época, lo que le valdría luego un hiriente escarnio de Esteban Echeverrfa, uno de sus enconados enemigos ideológicos. Contratado por orden de Rivadavia como redactor del periódico oficial de su presidencia, Crónica Política y Literaria del Plata, al llegar a Buenos Aires en 1827 se encontró rápidamente sin trabajo como consecuencia de la desaparición del poder central. Las circunstancias lo empujaron a dedicarse a tareas periodísticas diversas, en ElLucero, ElMonitory La Gaceta Mercantil, en las que defendió con pluma fácil y polémica -pane lucrando- distintos proyectos políticos del momento, lo que le ha acarreado hasta hoy fama de oportunista. Fue administrador y propietario de la Imprenta de la Independencia y desde 1832 arrendó la Imprenta del Estado. De Angelis lamentaría amargamente durante el aún largo resto de sus días la decisión de viajar a Buenos Aires. En esto se asemeja a Paul Groussac (Toulouse, 1848Buenos Aires, 1929) -agresivo, como muchos, con De Angelis-, otro intelectual europeo afincado en e! Plata. Pero a diferencia del caso del napolitano, el traslado de! francés -que llegó a ser director de la Biblioteca Nacional yen su momento una autoridad intelectual indiscutible- se produjo sin que mediara persecución alguna en su país, lo que impregna a sus jeremiadas y sus hostilidades contra el medio de adopción de un dejo paradojal y ambiguo. A partir de 1834, liberado en parte de sus trabajos periodísticos de tema político, De Ange!is dedicó más tiempo a sus propias tareas de investigador y todo su interés y actividad se centraron en lo que será su principal obra y la de mayor trascendencia de su vida intelectual: la Colección de obras y documentos relativos a la historiaantigua y moderna de lasprovinciasdel Río de la Plata, publicada en 1836-1837 en fascículos reunidos en seis volúmenes y un séptimo no concluido, para la que comenzó a compilar materiales desde 1829. La recopilación consta de 70 libros y documentos, de los cuales 57 eran inéditos, a los que debe agregarse un conjunto de proemios, discursos preliminares y advertencias introductorias, noticias biográficas, relaciones geográficas e históricas, vocabularios, bibliografías, tablas corográficas, además de prolijos índices y materiales auxiliares, todos de su autoría. La calidad tipográfica y de diagramación es excelente, lo que ha llevado a señalarlo como el verdadero artífice inicial del arte tipográfico rioplatense. De Angelis recurrió para integrar su material a las colecciones de Segurola, Tomás Manuel de Anchorena, Baldomero García y Luis de la Cruz, a la Biblioteca Pública, así como a los archivos del Fuerte de Buenos Aires (residencia oficial de gobernadores y virreyes, de los poderes nacionales cuando los hubo, y del gobernador de Buenos Aires), el
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Archivo General de la Provincia de Buenos Aires y el del Departamento Topográfico. Pero básicamente utilizó los materiales de su propia biblioteca, basada en adquisiciones a las familias de Cerviño, Cabrer y Zizur, prominentes exploradores y demarcadores de límites con los dominios portugueses en los últimos años de la dominación hispánica. La indole del trabajo de De Angelis está perfectamente descrita por él mismo a su corresponsal y amigo uruguayo Floro Castellanos: Ud. debe creer que no he tenido un solo instante á mi disposición para contestarle hasta ahora. Hay condiciones en la vida muy desgraciadas, y las que me han cabido en suerte no son de las peores, pero tampoco muy holgadas. La obra que he emprendido [la Colección ... ] me tiene ocupado incesantemente, porque, á mas de mi intervención como editor, o impresor, tengo que decir algo por mi cuenta, y hacer mis recherches, para acertar con lo que tengo que decir. Agregue Ud. la escasez de obras de consultas, de hombres versados en esta clase de disquisiciones; y por fin la brega que tengo con los amanuenses, los impresores, los lenguaraces, los vocabularios imperfectísimos de idiomas indios, y decida Ud. si sobran motivos para enloquecer a un viviente. Por fin, ya no hay más que hacer que ir adelante. Lo que me anima es la protección del público, que esta vez se ha mostrado generoso conmigo. Es verdad que, sin atribuirme otro mérito, puedo creerme con el de sacar del olvido, y preservar de la destrucción a una porción de documentos importantes que yacían sepultados, hace siglos, en los rincones más retirados del mundo. Su publicación derramará una gran luz sobre la historia del país, y los que quieran ocuparse de ella, no sentirán la falta de materiales y noticias, como ha sucedido hasta ahora. Mis únicos deseos son conservar mi salud y mis suscriptores; porque cualquiera de los dos que me abandonase, ya estaría del otro lado. Los gastos y los trabajos son inmensos, y si no me ayudan con eficacia, perezco de necesidades. De Montevideo y su gobierno tengo infinitos motivos de gratitud y agradecimiento. Amigos y desconocidos han acogido con bondad mis súplicas, y, en proporción de la población, los suscriptores de Montevideo son más que los de aquí. Sin embargo, procure Ud., entre sus relaciones, de hacer reclutas para ponerme en estado de agregar a mi colección los planos y mapas, que por falta de recursos, no me es posible costear por ahora. Lo que haga en este ramo, es un ataque a mi propia bolsa, y no es justo que trabaje y que se gaste (carta sin fecha, de fines de 1835, citada en Becú y Torre Revello, 1941: XI.JV-XLV).
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Junto con este trabajo de investigación y reunión de materiales, el estudioso napolitano inauguró todo un campo de estudios, que luego ocupará un lugar importante en el desarrollo del americanismo: la lexicografía indígena y el estudio de sus lenguas. El trabajo de De Angelis en este rubro se concreta en fichas sobre el vocabulario abipón y toba, el arte yel vocabulario de la lengua toba, el vocabulario pampa, las lenguas tamanaca, quichua y aymara. así como las lenguas del Orinoco: mapipure y saliva. Todos estos originales se encuentran en la Colección Juan Ángel Farini en el Archivo General de la Nación, en Buenos Aires. También redactó un Diccionario español-guaraní, que se ha perdido (Sabor, 1995: 57, nota 55). Hasta esa fecha nadie se había interesado en el país por esos temas, y es por ello que Luis María Torres (1909: 1, VII) dice en el "Prólogo" al Catálogo de lenguas indígenas de Bartolomé Mitre: "Se continuará, pues, la obra iniciada por Pedro de Angelis en nuestro país hace dos tercios de siglo". De Angelis es autor, además, de una Bibliografía del Río de la Plata, un manuscrito inédito también conservado en el Archivo General de la Nación en la capital argentina. En este trabajo intentó reunir la referencia de todo lo publicado sobre el territorio del antiguo virreinato, lográndolo especialmente en relación con la Argentina y el Uruguay, y en menor grado en cuanto a Bolivia y el Paraguay. La biblioteca de De Angelis -"sueño y orgullo de su propietario" "pasión, colección y pérdida" como deseo y trayectoria de su vida intelectual (Sabor, 1995: 159)- fue la más importante colección de obras y documentos reunida en el Plata, destacada por su valor respecto de cuestiones de límites y de la historia de las misiones jesuíticas, y,dadas sus características, imposible de volver a reunir. Derrotado Rosas, el bibliófilo se vio acosado por dificultades económicas y debió venderla, lo que logró finalmente hacer a la Biblioteca de Río de [aneiro, no sin largas tratativas anteriores con el general Urquiza para que las adquiriera el Colegio de Concepción del Uruguay, en las que se interpuso infelizmente Vicente López y Planes hasta frustrarlas. Un historiador brasileño, Jaime Cortesáo, especialista en la colección De Angelis,comenta que la obtención de la biblioteca de De Angelis por parte del Brasil fue un magnífico trofeo de la batalla de Caseros. Basta lanzar una mirada sobre la lista de obras, redactada por De Angelis, para comprender su enorme importancia. Hasta causa cierto espanto que un archivo como aquel, que en su mayor parte perteneció a la Provincia Jesuítica del Paraguay, pudiera haber sido adquirido por un particular, hubiera salido del
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territorio argentino y fuese vendido tan fácilmente a un país extranjero (citado en Sabor, 1995: 160). La historia de la formación de la biblioteca de De Angelis es tan compleja
y oscura como la de todos los grandes fondos y colecciones particulares, aunque se ventiló mucho más debido a la pasión política desatada en el Plata en los años de la actuación del napolitano y a su papel sobresaliente como "el más importante de los escritores del rosismo"; "el propagandista culto más eficaz con el que podia contar el régimen" (Myers, 1995: 37-38). Aun cuando el propio De Angelis argumentó abundantemente para defenderse de las múltiples acusaciones de dolo que había recibido, existen indagaciones muy documentadas acerca del proceso de adquisiciones que muestran a las claras los variados métodos utilizados para conseguir las obras deseadas: compra a libreros -el inglés [ohn Russell Smith era su mayor proveedor, aunque no el único- y a particulares, encargos a corresponsales europeos, trueques con instituciones oficiales, copias de documentos, regalos recibidos, transacciones dudosas y sustracciones a los archivos públicos, en particular respecto del tesoro de manuscritos reunidos. Por esto recibió muchas acusaciones de parte de los exiliados en Montevideo: "bribón", "mal italiano", "ladrón", son algunos de los epítetos referidos a él en la pluma de Florencio Varela y de Rivera Indarre, sus acérrimos enemigos políticos. Pese a ello, Varela no se privó de utilizar hasta el hartazgo sus trabajos sin citarlo, algo que luego se volvió casi costumbre entre los eruditos y los historiadores liberales, que constantemente lo descalificaron intelectual y éticamente (Sabor, 1995; Becú y 'torre Revello, 1941). Mitre, sin embargo, llegó a considerarlo respetuosamente luego de la caída de Rosas, y la Junta de Historia y Numismática Americana fundada por él y convertida en 1938 en Academia Nacional de la Historia acuñó una medalla con la efigie de De Angelis al cumplirse el centenario del inicio de la publicación de la Colección ... en 1936. Sin embargo, los defensores del bibliómano no llegan a ser lo suficientemente convincentes y es, por tanto, completamente fundada la opinión final de Sabor en cuanto a que el proceso de reunión de su biblioteca no es claro y a que en muchas ocasiones es evidente la apropiación indebida de materiales valiosos. Incluso Rosas manifestó su desconfianza acerca de la honestidad de su publicista preferido respecto del manejo de las obras y los documentos que le prestaban en los repositorios oficiales.
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JOSÉ FERNANDO RAMÍREZ
El erudito mexicano Joaquín Garda Icazbalceta (México, 1825-1894) escribía en 1850 a su no menos calificado corresponsal José Fernando Ramírez (Parral, isoaBonn, lS71): Hace ya algunos años que comencé a mirar con interés todo lo que tocaba a nuestra historia, antigua o moderna, y a recoger todos los documentos relativos a ella que podía haber a las manos, fuesen impresos o manuscritos. El transcurso del tiempo en vez de disminuirla fue aumentando esta afición que ha llegado a ser en mí casi una manía. Mas corno estoy persuadido que la mayor desgracia que puede sucedcrle a un hombre es errar su vocación, procuré acertar con la mía, y hallé que no era escribir nada nuevo, sino acopiar materiales para que otros lo hicieran; es decir allanar el camino para que marche con más rapidez y con menos estorbo el ingenio a quien esté reservada la gloria de escribir la historia de nuestro país (carta a José Fernando Ramírez del 22 de enero 1850, citada en Martínez, 1950: 35). Tanto García Icazbalceta como Ramírez llegaron a ser grandes coleccionistas de libros y manuscritos. Ahora bien, e! programa de trabajo descrito por Carda IcazbaIceta reposa sobre la idea de la historia como una construcción progresiva, acumulativa, cuya función primordial en aquel momento era reunir la infraestructura documental. Su aseveración resulta sugerente porque, más allá de las importantes obras históricas que tanto él como Ramírez realizaron, refiere a una pasión -iel espíritu del bibliófilo coleccionista- y a una forma de relacionarla con la tarea historiográfica específica, modelo que con matices aparece en muchos de los mayores historiadores americanistas decimonónicos. Recordemos aquí, por ejemplo, a Mitre, a Vicuña Mackenna y a Barros Arana, en el extremo sur del continente. Me detendré en e! corresponsal de don Joaquín, teniendo en cuenta que representa a muchos de sus colegas mexicanos en el paradigma definido por García Ieazbalceta: losé Maria Lafragua (Puebla, IS13México, 1875, que reunió la más importante colección de folletería del siglo XIX, hoy en la Biblioteca Nacional y en Puebla), Manuel Orozco y Berra (México, 1818-1881, su aportación fundamental fue la colección de mapas), Juan Evaristo Hernández y Dávalos (Aguascalientes, 1827-México, 1893, reunió documentación acerca de la independencia mexicana), Alfredo Chavero (México, 1841-1906), entre otros, y en buena medida al coleccionista por antonomasia: el librero, historiador y bibliómano estadounidense
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Hubert Howe Bancroft (lS32-191S), cuya biblioteca llegó a la cifra de un cuarto de millón de volúmenes y fue vendida a la Universidad de California en 1905, dando origen a la Bancroft Library. Una cita de su Autobiografía compendia su deseo: "El apetito era voraz, combinado por e! gusto del alimento. ¡Libros! ¡Libros! Me intoxicaba con los libros. Después de comprarlos y venderlos, después de haberlos surtido a otros durante toda mi vida, ahora los gozaba" (Bancroft, 1890: 172). José Fernando Ramírez nació en Parral en 1804y se radicó desde niño en Durango, donde se graduó de abogado y se dedicó a la política y los negocios. Dueño de fortuna y de índole ciertamente aristocrática y tendencias liberales moderadas, periodista, jurista, preocupado por cuestiones de educación, hizo una nutrida carrera como funcionario: secretario de Gobierno de Durango (1S35), presidente del Tribunal Mercantil en su ciudad (lS41), director del Periódico Oficial de Durango (lS44), diputado en el Congreso Federal (1833 y IS42), rector del Colegio de Abogados de Durango (lS37 y 1849), miembro de la Junta de Notables (1843), senador de la Repúblíca (lS45 y lS47), presidente de la Junta de Industria, consejero de Estado (1846),ministro de Relaciones Exteriores en dos ocasiones (lS46-1S47 y lS51-IS52), ministro de la Suprema Corte de Justicia (IS51), ministro de Relaciones y presidente de! Consejo bajo e! imperio (18641866).Su cursum honorum se completó con cargos académicos importantes: presidente de la Junta de Instrucción Pública (1842), conservador y director del Museo Nacional de Antigüedades (IS52), director de la Biblioteca Nacional (I857-1862). En su ciudad, formó una importante biblioteca que sirvió de base a la que después sería la Biblíoteca Pública del Estado. Su interés por la historia y la arqueología fue cada vez mayor, y publicó importantes estudios sobre e! calendario azteca y sobre el cronista Motolinía. Durante el gobierno del presidente Mariano Arista, fue nuevamente secretario de Relaciones y, corno liberal moderado, se unió al Plan de Ayuda. Entre IS57 y IS62 fue director de la Biblioteca Nacional, y se preocupó por diseñar un proyecto institucional que reuniese los fondos de los antiguos colegios y conventos desamortizados, muchos de los cuales conocía bien pues en ellos había obtenido copias de materiales importantes o logró adquirir buena parte de su propio acervo bibliográfico en el momento de su disolución y dispersión. Ramírez se vio conmocionado por el crecimiento de la anarquía y la "ingobernabilidad. y, a pesar de sus convicciones republicanas -expresadas claramente en 1846 y 1847- Yliberales -manifiestas en su apoyo al plan de Ayutla en 1854, lo que motivó su primer exilio desterrado por Santa Anna en 1855-,aceptó finalmente la presencia de Maximiliano con la idea
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de que lograría una administración ordenada y un futuro estable para México. Presa de la adulación y tentado por el oropel del imperio, aceptó finalmente ser ministro de Relaciones Exteriores del archiduque austríaco. Sin embargo, anticipando el desastre, en 1867 aconsejó a Maxirniliano que abdicara y marchase al extranjero, lo que él mismo hizo: tras un breve viaje a Francia y a España, se radicó en Bonn, donde falleció en 1871. A su muerte, se remató en Londres su magnífica biblioteca. Ramírez perteneció a numerosas sociedades científicas extranjeras. En 1852 fue nombrado académico honorario de la Academia de la Historia de Madrid, dos años después The New YorkHistorical Societylo hizo miembro correspondiente, en 1856 la Academia Romana de Arqueología lo eligió también miembro correspondiente y 10 mismo hizo en 1860 la American Ethnological Society; en 1862 la Sociedad Humboldt lo sumó a sus miembros distinguidos. Todos estas distinciones muestran la variedad de contactos de Ramírez y la difusión de sus trabajos historiográficos entre una extensa red de corresponsales. Culminando esta carrera de distinciones académicas, en 1863 fue nombrado conservador del Museo y director de la Biblioteca Nacional. Alfredo Chavero, destacado historiador, que adquirió buena parte de la biblioteca de Rarnírez cuando éste marchó a su segundo y definitivo exilio, escribió que Ramfrez fue, junto con Orozco y Berra, el responsable de la renovación de la historiografía mexicana. En efecto, luego de la generación de los grandes historiadores políticos de la ruptura colonial y el surgimiento de la vida nacional-Mier, Alamán, Zavala, Mora y Bustamante-, la nueva historiografía se dirigió básicamente a apoyar la investigación y la exposición del pasado sobre fuentes documentales. Y Ramírez, como afirma su biógrafo Ernesto de la Torre Villar (2001: 1,15), fue presa de un "insaciable deseo de encontrar documentos y libros". Véase al respecto el testimonio inmediato de Chavero (1981: 1, LIX): Dedicóse desde luego el señor Ramírez a acopiar cuanto libro se refiriese a nuestra historia, a juntar cuanto manuscrito importante hubiese sobre ella y a estudiarlos todos; al grado que a pesar de las graves ocupaciones que lo agobiaron en los altos puestos que constantemente desempeñó, en su biblioteca que después fue nuestra, no encontramos un libro interesante que no estuviese anotado de su mano, y muchos manuscritos estaban copiados de su puño y letra. En el transcurso de su vida Ramírez formó dos importantes bibliotecas. Entre 1830 y 1850, en Durango, con compras casi simbólicas logró adqui-
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rir parte muy selecta de los fondos del antiguo colegio de la Compañía de Jesúsde esa ciudad -cerrado desde 1767-, que habían sido alojados en bodegas insalubres. Ramírez salvó así de una destrucción casi segura verdaderas joyas bibliográficas acerca de religión y teología, derecho público, legislación y economía, derecho romano, civil y canónico, historia universal, cronología, geografía y viajes, historia y documentos americanos, historia eclesiástica, logrando reunir cerca de ocho mil volúmenes, entre ellos un par de valiosos incunables. Vendida al gobierno del estado de Durango cuando Ramírez se trasladó a la capital del país en 1851, aún permanece reunida, cuidada y muy bien catalogada. Ramírez también conservó una buena cantidad de libros sobre historia de México y los manuscritos, y sobre esta base fue reuniendo su segunda gran biblioteca. Para 1858, poseía nueve mil obras muy especializadas, crónicas religiosas, folletos rarísimos, códices mexicanos, incunables y numerosos manuscritos; "la biblioteca se había transformado en la mejor biblioteca histórica de México, equiparable a la de su amigo Garda Jcazbalceta" (De la Torre Villar, 2001: IV, 19). Ramirez, como vimos, se comprometió gravemente con el gobierno de Maximiliano, marchó a su segundo exilio antes de ser arrastrado en la caída de la aventura imperial, y su biblioteca terminó dividida entre lo que logró llevar consigo y 10 que quedó en la capital mexicana. Libros, manuscritos, documentos copiados, catálogos, apuntes sobre numerosas obras se distribuyeron entre Alfredo Chavero, José María Andradc, José María de Ágreda y Sánchez, Manuel Orozco y Berra y el gabinete de manuscritos del Museo Nacional. El primero de ellos adquirió la mayor parte, y utilizó algunas de las notas de Ramírez en sus propios trabajos. Finalmente vendió la biblioteca a un bibliófilo, Manuel Fernández del Castillo, quien no cumplió con la cláusula estipulada de no traspasarla al extranjero, y mal aconsejado por un ex imperialista, el padre Agustín Pisher, llevó una buena parte a Londres, donde fue rematada, conservándose un catálogo elaborado por el librero Bernard Quaritch (Alemania, rsic-Londres, 1899; el mismo citado por Borges en Tlon, Uqbar, Orbis Tertius) de 524 valiosos títulos, el verdadero núcleo de la colección de Ramírez. La oportunidad de la venta fue aprovechada, como ya dijimos, por algunos coleccionistas e instituciones relevantes, tales como Bancroft, la Biblioteca del Museo Británico, los libreros Quaritch y Trubner, el conde de Heredia y unos pocos más.
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COLECCIONES, BIBLIOTECAS E HISTORIOGRAFÍA EN AMÉRICA LATINA EN EL SIGLO XIX
La mayor parte de los historiadores latinoamericanos del siglo XIX fueron eruditos que reconocieron, en consonancia con las corrientes historiográficas europeas más novedosas, la importancia de la documentación y la crítica de fuentes para construir sus obras. Sin embargo, la dificultad para cumplir con este mandato del oficio fue grande, ya que las condiciones en que surgieron las nuevas repúblicas no permitían a sus gobiernos prestar atención alguna a los repositorios documentales. La asignación de recursos a archivos y bibliotecas públicas, donde los hubo, fue escasa. La mayor parte de la documentación seguía en manos privadas o de conventos y colegios bajo tutela eclesiástica.Las reformas liberales que afectaron a las órdenes religiosas en varios países ocasionaron a veces una importante dispersión y la pérdida de materiales, aunque también fue una oportunidad para la adquisición de libros y otros materiales de gran valor por parte de particulares interesados en la historia o en la cultura antigua de América. A su vez, los avatares biográficos -generalmente exilios u otras desventuras políticas-, golpes adversos de fortuna, o simplemente la muerte, hicieron que muchas de estas grandes colecciones bibliográficas y muchos de esos archivos se dispersaran, y en numerosos casos fueran adquiridos por extranjeros, especialmente europeos, aunque con el correr de las décadas también se hicieron presentes cada vez más los coleccionistas y bibliófilos estadounidenses (Thomas, 1974). De esta manera, y en una historia compleja que aún debe ser conocida con mayor amplitud, también se fueron construyendo -en París, Londres, Berlín, Austin, Nueva York,Berkeley-Ias grandes instituciones externas a América Latina, colectoras del ínapreciable material documental del americanismo, que junto con las bibliotecas y los archivos españoles y portugueses -Archivo de Indias, de Sirnancas, Biblioteca del Palacio Real, Depósito Hidrográfico de Madrid, Real Academia de la Historia, Torre de Tambo en Lisboa, entre los más importantes- son insustituibles para la historiografía, la etnografía, la geografía, la arqueología y las ciencias naturales americanas. Con diferencias, especialmente respecto de la proyección de la propia labor como historiador y de su sentido en relación con la consolidación de la identidad nacional, el coleccionismo es una actitud que podemos encontrar en casi todos los eruditos americanos del siglo XIX. Mitre y Barros Arana fueron, entre muchos otros ejemplos, no sólo los autores de sendos monumentos historiográficos, sino también eminentes bibliófilos, lo que pone de manifiesto la estrecha vinculación existente entre el
oficio del historiador y la pasión del coleccionista. Inclusive, al analizar la obra y la trayectoria de este sector de intelectuales latinoamericanos, el acento debe ponerse en el deseo, como disparador de la obra intelectual e historiográfica, algo que muy atinadamente observó Georges Duby. y este deseo no fue otro -como lo dice en su carta citada el sabio mexicano García Icazbalceta- que el del coleccionista depapeles viejos. Así definieron muchos de ellos mismos el objeto de sus desvelos, que, en la competencia por la adquisición de los documentos o impresos, los llevaría a la intriga, a difíciles estrategias y aun a gastos desmedidos que en algunos casos, como el de Estanislao S. Zeballos, los arruinaron económicamente. García Icazbalceta vuelve a proporcionarnos un ejemplo interesante: el ansia de acercamiento, o lo que hoy podríamos llamar el ansia de participar en una red intelectual, que permita el acceso a colecciones documentales consideradas decisivas en la conformación de la propia, lo llevó a traducir la Historia de la conquistadel Perú de Prescott con la única finalidad de tener un pretexto para acercarse al escritor estadounidense, trabar conocimiento y lograr la oportunidad de copiar algunos de los documentos en su poder. De allí que una de las principales tareas que se fijaron fuese la formación de catálogos, repertorios, descripciones de fuentes, puntillosas versiones críticas, bibliografías. Y, por supuesto, la formación de enormes bibliotecas y colecciones de documentos inéditos, en originales o copias, que están aún hoy entre los fundamentales repositorios para la investigación, como instituciones singulares o integrados a lasbibliotecas más importantes. La historia de estos intelectuales coleccionistas, todavía por hacerse en el sentido esbozado en este texto, contribuirá a conocer mejor no sólo esta curiosa y exquisita práctica erudita, sino también la construcción del americanisrno como disciplina científica y sus grandes resultados institucionales en museos, bibliotecas y archivos que contribuyeron a dar cuerpo a las nacientes identidades culturales de los países latinoamericanos.
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INTELECTUALES NEGROS EN El BRASIL DEL SIGLO XIX
Intelectuales negros en el Brasil del siglo XIX* Maria Alice Rezende de Carvalho
UN TEMA Y DOS PRESCRIPCIONES
El hecho de que el imperio esclavista brasileño haya sido el ambiente de proyección de un gran número de intelectuales negros y mulatos -a diferencia de lo que ocurrió durante la república, cuando este segmento conoció un retraimiento notable- merece la mayor atención. El fenómeno es aun más destacable cuando se observan la América hispánica y las ex colonias francesas del Caribe) donde, con la excepción de Haití, el protagonismo cultural y político de ex esclavosafricanos, o de descendientes directos esclavos o de libertos estuvo prácticamente ausente en el siglo XIX. Es cierto que Martinica se haría conocida por obra de sus intelectuales, con Aimé Cesaire y Franz Fanon al frente. Pero se trataba ya de mediados del siglo XX, de una inteliigentsia negra de origen francés que integraba una comunidad de autores y de textos con gran audiencia y, sobre todo, de un mundo marcado por el humanismo de posguerra, cuyos principios igualitarios se enfrentaban contra las experiencias de subordinación que aquellos intelectuales describieron de manera sobresaliente. Por último, en tanto departamento francés, la Martinica de Cesaire y de Fanon formaba parte del campo intelectual más influyente de la cultura occidental de aquella época. Lasituación del Brasil decimonónico era por completo otra. Y el desafío de reflexionar acerca de la proyección de intelectuales negros y mulatos brasileños es aun mayor cuando se presta atención a la precocidad de ese fenómeno en el ámbito del subcontinente, en una geografía materialmente esclavista y espiritualmente alejada del núcleo dinámico del pensamiento europeo. .. Traducido por Ada Solario
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Por lo tanto, al recortar como tema de estudio la intelectualidad negra en el Brasil del siglo XIX, surge una primera indagación concerniente al ambiente institucional del país y a las condiciones que promovieron la emergencia de aquellos personajes. La cuestión es demasiado amplia y no puede encararse por completo dentro de los límites de este texto. Sin embargo, el hecho de poner el foco en el numeroso contingente de negros y mulatos cultos, situados en los estratos inferiores o intermedios de la sociedad y originarios de provincias alejadas de la corte, obliga a revisar la comprensión dominante en la sociología histórica brasileña, que tiende a enfatizar el predominio de un orden estamental cerrado e impermeable para los intelectuales ajenos al mundo relativamente homogéneo de las élites señoriales. En otras palabras, los diagnósticos acerca de una sociedad estancada por la coacción estructural del latifundio esclavista y de un escenario adaptado a esa rigidez no pueden entablar un diálogo satisfactorio con las cuestiones que suscita el recorte temático aquí propuesto. La primera prescripción de este texto -determinada por exigencias de carácter empírico- consiste en afirmar que el énfasis político colocado sobre los fundamentos unitarios y centralizadores -que se remontaban a preceptos del territorialismo lusitano, de larga tradición- requirió que el imperio brasileño adoptase una buena dosis de pragmatismo en su relación con las provincias más distantes y con los súbditos alejados de la frontera de la agroexportación. Así,de manera aparentemente paradójica, cuanto más centralizado políticamente, más permisivo fue el imperio respecto de las prácticas habituales y regionales de vida conyugal, incorporación de territorios, adquisición de saberes, movimientos de la población yestructuración de los núcleos sociales locales. La hipótesis no es nueva: fue esbozada por Capistrano de Abreu (1976), en una obra llamada Capituios de historia colonial, de 1907, y retomada por Oliveira Vianna (1975) -sobre la base de trabajos monográficos de viajeros y estudiosos de la vida provincial brasileña- antes de 1920, el año de la primera edición de su libro Populaiiies meridíonaís do Brasil. Con estos autores, es posible sostener que la dinámica social de las provincias consideradas irrelevantes en función de la división internacional del trabajo fue decisiva para la frecuente presencia de negros y mulatos cultos en el siglo XIX, quienes tuvieron el amparo de redes familiares muy extensas y muy heterogéneas, tanto desde el punto de vista económico como del cromático, que hacían posibles la instrucción, la profesionalización y, en no pocas ocasiones, la migración de aquel contingente rumbo a la corte. Más aun, si es fácil vislumbrar el efecto de esa dinámica provincial en el elevado número de intelectuales negros y mulatos que llegaron a la Rua do
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Ouvidor," la extensión del fenómeno sólo puede ser correctamente valorada si se contabiliza a todos aquellos que permanecieron en sus municipios de origen, engrosando las sesiones locales de las ampliamente diseminadas asociaciones literarias. La percepción del peso demográfico de la intelectualidad negra del siglo XIX obliga, por lo tanto, a explicitar los criterios de selección de los tres intelectuales que participan de este artículo. En efecto, si son tantos ¿cómo elegirlos? ¡Por qué Machado de Assis (1839-1908), por ejemplo, quedará excluido de este análisis sobre la intelectualidad negra decimonónica? ¿Y por qué Lima Barreto (1881-1922) forma parte de esa composición, si el drama de su existencia y las condiciones de producción y recepción de su obra se dieron en el marco de la república? Las respuestas a estas preguntas siempre son opinables. Sin embargo) la importancia de formularlas reside en la posibilidad de extender la investigación hacia regiones extrasociológicas, o por lo menos situadas más allá de una sociología de la cultura cuyo propósito central consiste en descifrar las condiciones de estructuración del campo intelectual, es decir, de un campo de relaciones sociales, coacciones y sanciones concernientes a la actividad de los intelectuales como grupo (Miceli, 2001). En esa sociología, el proyecto más relevante es el de la atribución teórica de una identidad colectiva razonablemente homogénea e independiente de la conciencia que los intelectuales tengan de sí mismos y de su lugar social, y que se encuentra más allá de lo que escriben, del contenido de sus teorías o de las polémicas que mantuvieron entre ellos. Ahora bien, en este trabajo, que pone de relieve la situación particular de algunos intelectuales -el hecho de ser mulatos o negros, pobres o casi pobres-, la configuración del grupo está determinada empíricamente y, por consiguiente, es anterior a una estructuración basada en la teoría. Por lo tanto, además del interés por el contexto institucional que propició el surgimiento de ese grupo de intelectuales en el Brasil esclavista, también está el de relevar las obras y las gramáticas seleccionadas por los autores, así como sus inscripciones en el debate público y la complexión de sus alianzas. En rigor) el hecho de hablar del manejo de repertorios en boga en el mundo señala, de entrada, una vía de articulación entre el contexto institucional y la experiencia de los autores, ya que tal manejo no sólo da muestras del acceso a aquellos repertorios, sino que también retrata la proximidad o el alejamiento de determinados intelectuales respecto de >1-
Calle tradicional de Río de Ianeiro que se convirtió en lugar de cita de las elites. [N. de la T.]
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las formas por entonces dominantes de comprender las instituciones del Brasil. De esta manera, ontológicamente identificados, los intelectuales negros pueden ser distinguidos de manera analítica recurriendo a una sociología que se detiene en el análisis de sus respectivos modos de lidiar con las ideas y de constituir interlocutores (Collins, 2000). En ese caso, la trayectoria de Lima Barreta, si bien tiene lugar en otro contexto institucional, contiene algo de la estructuración del campo político-intelectual que lo precedió, mientras que Machado de Assis, sin duda el intelectual negro más importante del siglo XIX brasileño, puede ser agrupado en una comunidad de sentido que discrepa de aquella que se articuló en torno de las experiencias de fracaso descritas por los intelectuales aquí analizados. La elección de los intelectuales considerados en este artículo es por tanto resultado de una intención. Se trata, en efecto, de echar luz sobre la construcción de una visión del Brasil distinta de aquella que fue articulada por la crítica más influyente del imperio -Ia del reformismo de la generación de 1870-, que tuvo como perspectiva una aceleración modernizadora capaz de constituir en el país un Estado de derecho y un mercado libre (Alonso, 2002). Igualmente críticos e igualmente cosmopolitas, los intelectuales seleccionados fueron los que llevaron a cabo la aclimatación local de la gramática europea de la incertidumbre respecto del signo positivo de las transformaciones en marcha en Europa, es decir, las transformaciones relativas a la organización liberal del Estado y del mercado. En sus obras dominan las referencias a experiencias libertarias anteriores al liberalismo (Skinner, 1999), las nociones protosocialistas y la dicción decadentista, además de un amplio conjunto de otros elementos sintomáticos de la crisis estructural de las sociedades europeas bajo la Restauración. Sin embargo, la victoria del reformismo de 1870 fue de tal envergadura que terminó por apagar la historia política e intelectual de sus oponentes, aun cuando algunos vestigios de ella continúen operando de manera irreflexiva en la imaginación social yen algunas tramas de nuestra sociología académica. En la organización de este trabajo incidió, por lo tanto, el interés por remontarse hasta el origen de cierta perspectiva acerca del Brasil, que se traduce en las diversas modalidades que asume, aún hoy, el diagnóstico sobre nuestra incompletitud, sobre el carácter inacabado del BrasiL Ricardo Benzaquen de Araújo (1994) dio visibilidad y dignidad sociológica al tema a partir de su exhaustivo análisis de Casa grande & senzala, de Gilberto Freyre. En esta obra, afirma Benzaquen, la opción por un modo antisistematico de tratamiento de la sociedad esclavista brasileña simula corresponderse, en el plano cognitivo, con la "apertura" característica de nuestra ontología, esto es, con el orden inestable y en movimiento de la vida
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brasileña. Sin embargo, no es un hecho desconocido que la institucionalización de la sociología en el Brasil le dio un contenido diferente al diagnóstico sobre nuestra civilización. Y, en ese sentido, el desplazamiento del proyecto freyreano de una modernidad alternativa puede entenderse como una nueva etapa de la negación infligida a la perspectiva adoptada por los intelectuales en consideración. En otras palabras, se pretende comprender un tipo de imaginación social que, vigente en el Brasil desde el último cuarto del siglo XIX, discrepa bastante de la que dio origen a las ciencias sociales y al orden liberal que nos sirvió de espejo, y que puede ser,de manera temeraria, sintetizada en la idea de una apuesta en la modernización que no contempla la clausura, la llamada "jaula de acero" weberiana. Moderno y occidental, el Brasil que aparecía en la letra de los intelectuales negros y mulatos aquí retratados fue resultado de la utilización de un repertorio propio de la modernidad europea, pero ampliamente soslayado por el programa cognitivo y normativo del liberalismo burgués en avance en el viejo continente. En el contexto de una geografía periférica, la vivencia de la crisis del imperio brasileño estaba enmarcada por otra crisis -la que dio origen a la modernidad occidental-, cuyos temas, términos, esquemas interpretativos y anhelos fueron seleccionados por los intelectuales periféricos del Brasil. Tomados como grupo, aun cuando estén separados entre sí por intervalos de dos décadas, la unidad atribuida a los intelectuales analizados pretende subrayar la permanencia de cierto proyecto para elBrasil, su derrota en diferentes contextos y los efectosde esasderrotas en cada uno de los autores. En ellos se destaca, en primer lugar, la adhesión al tema de la movilidad. En efecto, el estancamiento y el inmovilismo brasileños parecían ser adversos para estos mulatos o negros ubicados siempre cerca de la pobreza, ya sea por inscripción social o por afinidad. Sin embargo, podían presentir que el rechazo del ambiente institucional que permitía las posiciones de las que gozaban y, más aun, la dirección que adoptaba la impugnación del orden encabezada por segmentos de lasélitesimplicaban un riesgo para ellos. Por lo tanto, las tensiones propias de su inserción en el mundo explican no sólo la búsqueda de esquemas de pensamiento que no naturalizasen lo moderno, sino también la resistenciaa aliarsecon lasvertientes críticas dominantes en el Brasil.En ese marco, la operación intelectual posible implicaba el elogio del dinamismo, pero sin una sustantivación de lo que debería generarse como consecuencia. Ejercitaban pues, para usar los términos de Arantes (1992), una "tosca dialéctica': en la medida en que para ellos el objetivo del cambio aparece como un acto deliberativo del espíritu, que no planteaba una divergencia completa con la realidad ni una exigencia de sintesis.
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Es posible entender la existencia de un partido intelectual de ese tipo. que hizo del dinamismo un ideal, como un esfuerzo de contención del nuevo proyecto civilizatorio diseñado para el Brasil. Sin embargo, ocupados sólo en la dimensión negativa del programa cognitivo y normativo de la modernidad, sus autores se mantuvieron confinados en el plano filosófico, cuando el mundo ya se alineaba en la construcción de teorías sociales que reprodujesen su dinámica. Como consecuencia, la dimensión política de sus intervenciones no fue percibida o, si lo fue, no pasó a formar parte del acervo reflexivo acerca de los impasses de la constitución del Brasil; antes bien, se perdió como una expresión marginal de intelectuales negros y mulatos identificados con el imperio. La reconstrucción de ese partido ha orientado la selección de los tres intelectuales que se presentan a continuación.
TRES TRISTES NEGROS
André Pinto Reboucas (1838-1898), baiano, mulato, ingeniero y profesor; loáo da Cruz e Sousa (1861-1898), negro, catarinense, funcionario público de la línea ferroviaria Estrada de Ferro Central do Brasil y poeta; y Afonso Henrique de Lima Barreta (1881-1922), mulato. cario ca, funcionario del Ministerio de Guerra y escritor, pertenecieron a tres generaciones distintas de intelectuales, vivieron modestamente y tuvieron vidas breves a causa del suicidio, la tuberculosis y la locura, respectivamente.
Caminos brasileños Reboucas nació en 1838 en la ciudad de Cachoeira, una pequeña localidad situada en el Recóncavo Baiano, hijo de madre blanca y padre mulato, que aún joven había ganado gran prestigio en la corte de Pedro 1 como héroe de la resistencia provincial contra la ocupación portuguesa de Bahía, tras la independencia (1822). En el año del nacimiento de André Reboucas. Bahía se encontraba nuevamente agitada por una de las insurrecciones regionales que caracterizaron el período de la minoridad de Pedro 11, y una vez más su padre, Antonio Reboucas, combatió del lado de las fuerzas del orden. En medio de la inestabilidad que acompañó la formación del Estado nacional hasta 1850, la provincia de Bahía era, en realidad, una de las regiones más importantes del país, lo que se explica debido a su condición de
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antigua sede del gobierno colonial. Había llegado al siglo XIX con una economía vigorosa, basada en la exportación de azúcar, algodón, aguar~ diente y tabaco, con una capital de más de sesenta mil habitantes, con la segunda mayor representación parlamentaria en la corte, una red urbana comparable a la de Minas Gerais y una sociedad compuesta básicamente de negros y mulatos, esclavos o libres -más de 70%, en 1808- que se distribuían en actividades diversas, incluso como pequeños propietarios de tierras, y contaban con facilidades evidentes de ascenso social (Matoso, 1992). Para tener una dimensión de las posibilidades que se abrían a las familias negras y mulatas en la Bahía del siglo XIX, la historia de los Reboucas es bastante ilustrativa. Iniciada por el sastre portugués Gaspar Pereira Reboucas y por la africana liberta Rita Brasília dos Santos, llevó a cabo la siguiente trayectoria: un hijo músico, formado en París y que pasó a ser profesor de armonía en el Conservatorio de Bolonia; un hijo médico, profesor de la Escuela de Medicina de Bahía, y, finalmente, el hijo menor, Antonio Rcboucas, padre de André, que comenzó su vida profesional como asistente de escribiente en escribanías de Salvador, y llegó a ser jurista, secretario de gobierno de la provincia de Sergipe, parlamentario en la corte y consejero del imperio (Spitzcr, 1989). Ioáo da Cruz nació en Desterro, la actual Florianópolis, capital de la provincia de Santa Cetarina, en 186], hijo del maestro albañil Guilherrne da Cruz y de Carolina Evada Conceicao. ambos esclavosdel coronel Guilherme Xavier de Souza, quien, al igual que el padre de Reboucas, gozaba de un enorme prestigio en la corte en el momento del nacimiento de Ioáo a causa de sus acciones militares contra Manuel Oribe (]792-1857) en la región del Plata. Sin hijos, el coronel y su esposa se hicieron cargo de la educación de Cruz e Sousa, que vivió con ellos hasta la muerte del militar, a los 51 años, que en ese entonces ya había ascendido a mariscal por sus actos de coraje en la Guerra del Paraguay. Tras su muerte, los padres y el hermano de Ioáo da Cruz pasaron a vivir con él en la mansión del mariscal Guilherme, un derecho que recibieron como herencia, además de un lote de tierra y una suma de dinero (Magalbaes Ir., 1975). En esa época, cuando tenía 9 años de edad, el niño Ioño da Cruz agregó "Sousa'' a su apellido. La provincia de Santa Catarina era muy diferente de Bahía. Sin gran proyección económica y dedicada a la producción de bienes de subsistencia en pequeñas propiedades, era en todos los sentidos sumamente limitada. Su representación política en la corte se reducía a sólo dos diputados, lo que pone de manifiesto su condición de "lugar de pasaje",de frontera avanzada de un poder central que debía hacer frente a la permanente siruación de inestabilidad del sur. En la década de 1870, cuando Cruz e Sousa
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comenzó a cursar la enseñanza media, Santa Catarina sólo contaba con una escuela pública, dos pequeños clubes cívicos, donde se reunían los jóvenes instruidos, y no más de tres diarios, de carácter absolutamente local. Era una sociedad de pequeños productores independientes, poco diferenciada y poco bulliciosa, con reducidos contingentes de esclavos y de negros en general, en la que se respiraba tranquilidad. Allí, el movimiento provenía de los "extranjeros": inmigrantes de diferentes procedencias, gobernadores y funcionarios enviados por la corte, algunos científicos, sobre todo botánicos interesados en estudiar la flora regional, como Charles Muller, discípulo de Darwin y profesor de Cruz e Sousa, además de ingenieros contratados por el Estado para la restauración de puertos y fortalezas, entre ellos, André Reboucas, que estuvo en 1862, un año después del nacimiento de! futuro poeta (Carvalho, M. A., 1998). Por último, Lima Barreta. Nació en Río de Ianeiro en 1881, y fue el primogénito de Manuel Ioaquim de Lima Barreta, mulato, y de Amália Amanda Barreta, hija de una esclava liberada por la familia Mendes de Souza. Su padre era un tipógrafo que había aprendido la profesión en el Imperial Instituto Artístico, y su madre, maestra pública, murió cuando él tenía 7 años. Proveniente, al igual que Reboucas y Cruz e Sousa, de familias marcadas por la esclavitud, Lima Barreto, a diferencia de ellos, nació en la corte, en un contexto bastante agitado por la desagregación del imperio, cuyos síntomas se agudizaban cada vez más desde 1870.Estos síntomas, constitutivos de la crisis estructural del binomio latifundio-esclavitud, se traducían políticamente en los desmesurados cambios de gabinete que daban lugar a la también desmesurada rotatividad de los cargos públicos, incluso de los más modestos, ya que a éstos sólo se accedía por indicación de los políticos en el poder. El pequeño Afonso Henrique pudo percibir cómo su propio padre resultó víctima de esa circunstancia (Assis Barbosa, 1954). Ahora bien, debido a la existencia de mecanismos de comunicación entre las élites políticas y e! mundo popular (Carvalho, I. M, 1987), e! camino de ascenso de mulatos pobres a la corte no estaba en absoluto vedado. Por ejemplo, el padre de Lima Barreta llegó a ingresar en la Escuela de Medicina, aunque tuvo que abandonarla cuando formó su familia. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía en las provincias, no sólo el ascenso social era allí bastante selectivo, en virtud de la naturaleza fortuita de los encuentros entre el mundo oficial y los agentes individualizados de las capas inferiores, sino que también la captura de pobres en esas redes de protección no mostraba la horizontalidad presente en las interacciones típicas de las familias extensas del interior del Brasil. En la corte, en la medida en que la protección familiar era funcionalmente sustituida por el brazo polí-
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tico de las élites en el poder, el ascenso de los pobres también representaba un camino de subordinación. Así,en la década de 1870, Manuel loaquim de Lima Barreta trabajó como tipógrafo en el periódico A Reforma, órgano de reunión de los liberales que impulsaban transformaciones políticas e institucionales en la monarquía brasileña. Allí conoció al vizconde de Ouro Preto, que fue padrino de Afonso Henrique y lo protegió incluso después de ser expulsado del Brasil tras la proclamación de la república. Este paraguas protector resultó una gran ayuda para la trayectoria juvenil de Lima Barreta, quien pudo ingresar en la Escuela Politécnica junto a miembros de la élite brasileña, en un momento en que la ingeniería dejaba de ser, como en la generación de Reboucas, una rama de la formación militar y el destino de los jóvenes pobres e instruidos que allí se dirigían en busca de una profesionalizació n superior. Sin embargo, en su condición de mulato y marcado por el estigma de su estatus subalterno, para Lima Barreta el pasaje por los bancos de la nueva Politécnica constituyó el nido de su resentimiento y, de hecho, no llegó a completar los estudios. De los tres, Reboucas y Cruz e Sousa presentan una trayectoria muy parecida en sus comienzos. Ambos pertenecieron a familias, por su descendencia y su perfil, de elevado prestigio en sus provincias de origen e incluso en la corte, como consecuencia de los éxitos militares de sus padres en episodios clave de la formación y la consolidación del Estado nacional brasileño: Antonio Reboucas, en el ámbito de las luchas por la independencia, y el mariscal Guilherme Xavier de Souza, en el contexto de la acentuada centralización política que la Guerra del Paraguay contribuyó a afirmar. Ambos provenían también de provincias bastante distantes de la corte, si bien, desde el punto de vista de la relevancia de cada una de ellas, representaban polos casi opuestos: en efecto, Bahía era una provincia consolidada, con historia, tradición y peso demográfico y político en el imperio, mientas que Santa Catarina era sólo una región considerada estratégica en el marco de la política imperial en la región del Plata. Las diferencias en los recorridos de Reboucas y Cruz e Sousa comienzan a hacerse más evidentes en el movimiento que realizan en dirección a la corte. Reboucas partió hacia allí a los 8 años de edad, en un momento de ascenso familiar y cuando ya se avecinaba la victoria de la llamada política Saquarema, el largo período de estabilización política del imperio y de fortalecimiento de sus instituciones. En ese sentido, su vida profesional coincide con la época de mayor impulso económico y político del Segundo Reinado. En cambio, para el pequeño Ioáo da Cruz, la muerte del mariscal Guilherme representó el inicio de una trayectoria precozmente declinante.
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y al perder sus oportunidades de una mejor inserción en los círculos cul-
tivados de la provincia se decidió, finalmente, a abandonarla empleándose en una Compañía Teatral que pasaba por allí a comienzos de la década de 1880. Cruz e Sousa volvió algunas veces a Desterro, donde trabajó en periódicos abolicionistas, hasta su partida hacia Río de Ianeiro en un momento en que el imperio ya se estaba agotando. Así, la suerte de ambos no derivó sólo de sus respectivas inserciones familiares y de su capital cultural. En sus oportunidades de éxito también pesó el hecho de haber llegado a la edad adulta en contextos diferentes: en el momento de ascenso del imperio, en el caso de Reboucas, y en el de su crisis final, en el de Cruz e Sousa. Al pensar la evolución política brasileña vis tI vis la trayectoria de estos intelectuales, se abre una vía para comprender el tipo de relación establecida entra la corte y la periferia del imperio. En efecto, la gran influencia francesa en la ilustración brasileña no produjo una centralización semejante a la de la Francia pre y posrevolucionaria, con sus provincias acicateadas por el centro político. Heredero de la tradición absolutista portuguesa -que contrarió el tópico hobbesiano de la consolidación del poder del rey sobre la base de la destrucción de la red de derechos corporativos y comunitarios del mundo feudal-, el Estado imperial brasileño rearticuló, en pleno siglo XIX y bajo un nuevo ropaje, un principio similar de preservación del dominium de los súbditos con el incremento simultáneo del poder del rey mediante la anexión de otros espacios materiales y simbólicos que el derecho tradicional no podría disputar. En otras palabras: "el rey abandona el enfrentamiento directo con los poderes establecidos y la realidad de la tradición, abriendo nuevos campos de actuación situados fuera del orden tradicional" (Barboza Pilho, 1999: 80). Así, si en el siglo XVI ese precepto se tradujo en la incorporación de nuevos territorios en África, América y Oriente, en el contexto del Estado imperial consistió en la doble prescripción de la defensa de la unidad territorial-que brindaba reservas de soberanía al monarca- y de la creación de espacios simbólicos de poder exclusivos del rey, como dan testimonio sus políticas destinadas a la ampliación de los cuadros de la función pública ya la democratización del acceso a éstos, sobre todo en la rama militar, a la concesión de dignidad nobiliaria a individuos sin un linaje conocido, a la expansión del alcance de la instrucción pública, con la formación de arteAnos y trabajadores gráficos, y, por último, a la construcción de agencias ele organización de los intelectuales y los artistas según el patrón de las academias. Es en ese marco, por tanto, que puede comprenderse la facilidad con que, en un Estado unitario y centralizado, las provincias pudiesen respirar tan libremente e incluso oxigenar a la corte.
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En suma, puede decirse que, al operar con una concepción estratégica del poder, el Imperio brasileño combinó dos tradiciones: la modernizante, fruto del iluminismo tardío de las monarquías administrativas del período de la Restauración, y la más antigua, del renacimiento lusitano, que preconizaba la preservación de la realidad señorial mediante la creación de otras fuentes de poder real. El hecho es que, en ambas, la atribución de una dimensión pública a la actividad intelectual-un artificio monárquico para sortear disputas jurisdiccionales con las clases dominantes- también fue una puerta de oportunidades para aquellos que estaban en condiciones de atravesarla. Éste es el marco institucional que permite explicar la articulación entre política y cultura a lo largo del siglo XIX y, principalmente, la presencia de intelectuales negros y mulatos que, a pesar de las restricciones del medio, manejaban con destreza el repertorio cultural en circulación en el eje dinámico del Occidente moderno. Este marco no logró sobrevivir a la caída del imperio y la llegada de la república. Desde ese punto de vista, si la fortuna no iluminó la trayectoria de Cruz e Sousa, menos aun lo hizo con la de Lima Barreto. Bajo la Primera República, las oportunidades de movilidad social de los negros y mulatos instruidos de la capital federal Sevieron desplazadas en la medida en que la creciente afirmación del mercado como coordinador de la vida social, si bien no eliminó los nexos tradicionales entre las élites y el mundo popular, removió la centralidad del Estado en la organización de la cultura y de la actividad intelectual. En ese sentido, la reivindicación de Lima Barreta en favor de una "literatura militante" refleja el sentimiento de la necesidad de recuperar la dimensión pública en el ámbito de las artes como condición de posibilidad de su propia existencia. Más aun, el imperio esclavista no había conocido la tematización de la cuestión racial. Surgida en el Brasil republicano bajo el envoltorio vistoso del cientificismo, la problemática racial alcanzó una posición reflexiva, puesta de manifiesto en los debates que involucraron a médicos, crimínalistas y políticos, así como a la psicología social en boga en el período (Schwarcz, 1993), lo que tuvo efectos insoslayables para la intelectualidad negra brasileña. En conjunto, por lo tanto, Reboucas, Cruz e Sousa y Lima Barreto representan cierta orientación del proceso de individuación de intelectuales negros y mulatos en el Brasil. Dado que vivieron en tres momentos diferentes, sus posibilidades de inscripción en el mundo también fueron muy distintas. Semejantes en cuanto a su origen, diferentes en cuanto a la trama de sus vidas, volvieron a encontrarse como expresiones de una perspectiva intelectual y políticamente derrotada.
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Caminantes sin punto de llegada A mediados de la década de 1870, en los comienzos del movimiento refor ~ mista, Cruz e Sousa era un niño y Lima Barreto aún no habla nacido. Reboucas, en cambio, con 30 años de edad ya había experimentado éxitos y frustraciones como ingeniero y concesionario de obras públicas. De los tres, él fue quien vivió las tensiones más agudas inherentes a la posición en que se hallaban. André Rcboucas pertenecía a un linaje intelectual-al que pertenecieron importantes sectores de la intelectualidad latinoamericana y cuyo caso más elocuente es el de Domingo F. Sarmiento (1811-1888)- en el que el elogio de América del Norte era expresión del rechazo por la Vieja Europa (Werneck Vianna, 1997). Fue un colaborador asiduo del periódico Novo Mundo, editado por brasileños residentes en los Estados Unidos. Allí publicó una biografía de Benjamín Franklin, a quien consideraba el genio modelador de una sociedad que, desde sus orígenes, no había contrariado la naturalidad de los apetitos humanos y había sabido reconocer en el interés individual la base del desarrollo colectivo. Desde esa perspectiva de cuño tocquevilleano, el autointerés no era tomado como sinónimo de aislamiento, indiferencia social o egoísmo del hombre común, sino, antes bien, como indicador de una energía productiva que, si se la trabajaba de manera acertada, podría favorecer la cooperación in terpersonal e inaugurar formas más creativas y sólidas de vida comunitaria. Éste fue el aspecto central de la reflexión de Reboucas en la década de 1870, que se expresó en la defensa de un cambio profundo en la organización social brasileña con el propósito de hacerla semejante a la civilización norteamericana, esto es, de liberar la energía constructiva del hombre común de la esfera del control del Estado y de su pesada arquitectura institucional. De allí que, examinado en perspectiva, el desencuentro entre las concepciones dominantes en el campo reformista y las expectativas de André Reboucas derivaba fundamentalmente de sus diferentes planos de enunciación. Ambos esgrimían argumentos en contra del orden político excesivamente centralizado y de los efectos institucionales, intelectuales y morales de la dominación Saquarema, a la que hacían responsable de la existencia letárgica del imperio brasileño. Divergían, no obstante, por el hecho de que los reformadores se atenían al proyecto de modernización de las instituciones políticas, mientras que para Reboucas el problema residía en la propia ontología social brasileña. Su participación en el campo político-intelectual del reformismo se enfrentaba a la dificultad de que, en realidad, lo consideraba inocuo. Para Reboucas, se trataba de refundar la sociedad libe-
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randola de su rigidez ontológica, la que también se manifestaba en el bloqueo a sus iniciativas empresariales innovadoras. En aquel contexto, la posición de Reboucas se hallaba bajo la tensión del carácter doble de su inserción. Por un lado, circulaba con desenvoltura entre los miembros de la élite en virtud del prestigio de su padre, de sus propios méritos, incluso militares, demostrados en la Guerra del Paraguay, y de la gracia del vizconde de Itaboraí, ministro del imperio y admirador del joven mulato, al que llamaba "mi inglés" (Carvalho, M. A, 1998). Como consecuencia, frecuentaba el círculo social más elevado de la corte, cultivaba amistades y enemistades entre parlamentarios de ambos partidos y disfrutaba de una situación modesta, pero confortable, fruto de su actuación como empresario de la construcción civil. Por otro lado, era ingeniero militar, lo cual, en su generación, significaba una diferencia importante respecto de la clase dominante, vivía acosado por una constante inestabilidad económica, ya que era el sostén económico de la familia y responsable del sustento de sobrinos huérfanos, alimentaba una disfrazada inclinación por la Iglesia reformada en un ambiente en el que el estatus estaba asociado a la convicción católica y, por último, era un asiduo lobbysta en la Cámara de Diputados, instancia en la que se confirmaban las concesiones de obras públicas.Jo que se traducía en constantes rituales de humillación dado que en el Brasil esa práctica carecía de la dignidad legal que sí tenía en los Estados Unidos. Por aquella época, Reboucas se definió como republicano. En 1872, conoció la biografía de James Harrington y se sumergió intelectualmente en la veta más radical del republicanismo de la guerra civil inglesa del siglo XVII (Pocock, 1973: 104-147). De esa incursión extrajo una noción de libertad anterior al liberalismo, considerada como sinónimo de la autonomía política del productor-propietario; en rigor, una libertad fundada sobre bases materiales y a la que veía como el fundamento de la energía social presente en la civilización norteamericana desde su colonización por los puritanos ingleses que allí realizaron su proyecto de frontera agraria abierta. Para Reboucas, América era puro movimiento, riesgo e innovación. Así, junto a sus fracturas de naturaleza social, Reboucas experimentó los impasses derivados de esa adquisición intelectual. En efecto, para el ingeniero, como para los reformistas brasileños, la paz civil constituía un imperativo y, por ello, también un límite para el igualitarismo de cepa harringtoniana, que situaba la cuestión agraria inglesa en la clave revolucionaria de la plebe en armas. El movimiento abolicionista, avivado a comienzos de la década de 1880, llegó en su ayuda. No sólo porque se presentó como una causa nacional y en ese sentido favoreció la participación de actores que, como Reboucas, mantenían cierta distancia respecto del campo dominante del reformismo,
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sino principalmente porque las convicciones radicales de Reboucas se moderaron gracias a la amistad que entabló con Ioaquim Nabuco (18491910), lo que le proporcionó una salida para los impasses de su pensamiento. Como agitador del movimiento abolicionista y responsable de la organización de conferencias públicas, Reboucas tuvo una relación cotidiana con Nabuco. De esa convivencia surgió su convicción en cuanto a la posibilidad de una monarquía republicana, cuyo ejemplo -la Inglaterra de sus días- representaba la adecuación de dos principios aparentemente irreconciliables: la jerarquía y la democracia, esto es, la preservación de las instituciones monárquicas, pero abiertas a la incorporación gradual de los anhelos progresistas que habían irrumpido en el mundo con el surgimiento revolucionario del Tercer Estado. La propuesta de Nabuco.Ia idea de cambio/conservación, se ajustaba a la perfección al campo de la reforma, al tiempo que daba muestras de su clarividencia en cuanto al funcionamiento de la política imperial. El resorte fundamental del imperio, que separaba gobierno y Estado -este último representado por el Poder Moderador-, contemplaba la preeminencia política y social de las élites señoriales, pero también confería un papel activo al monarca, cuyo poder se ejercía en vistas del bien común o, según la definición corriente en la época, de la defensa del interés de todos (los súbditos) en detrimento del particularismo de los pocos (los señores). Para Nabuco, por tanto, la monarquía brasileña podría ser una república (Carvalho, M. A., 2003: 72-85). Reboucas asumió esa idea yen la década de 1880, cuando la propaganda republicana hizo estallar los límites del reformismo, fue uno de los más activos defensores del imperio y del emperador en contra de los dueños de los cafetales de Sao Paulo, cuya idealización republicana, al no alterar el estatuto del monopolio de la tierra, cancelaba el curso de la democracia, un presupuesto del planteo de Nabuco. En ese contexto, el diagnóstico de Reboucas fue el siguiente: Nuestra república, la república ideal llegará a su debido tiempo, cuando ya no haya más landlords, cuando hayan desaparecido los monopolizadores de la tierra, cuando sea imposible la impunidad feudal. De no ser así, es infinitamente mejor la monarquía popular y democrática de Ioaquim Nabuco, rica de aspiraciones nobles y altruistas, que sabe bien y es muy consciente de que no debe haber Irlandas en el continente americano (Carvalho, M. A., 1998: 170).
La sentencia contiene una torsión. Sitúa a Reboucas alIado de Nabuco, pero le recuerda a éste que, aun en Inglaterra, la derrota del campo popu-
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lar había tenido consecuencias nefastas. Por lo tanto, el tiempo dilatado de la revolución brasileña, tal como Nabuco le había señalado, sólo sería viable cuando se eliminase la concentración de la propiedad de la tierra, en cuyo caso el Brasil estaría en condiciones similares a las de la sociedad norteamericana, donde la marcha ininterrumpida y expansiva del principio democrático se debía a la libre apropiación popular de la tierra. Reboucas, por tanto, deja de ser republicano para hacerse amigo del emperador, cuyos movimientos, tras la abolición de la esclavitud (1888), daban muestra de una preocupación creciente por la cuestión territorial brasileña y de una posible revisión de la ley agraria. La proclamación de la república (1889)interrumpió, según el ingeniero, la marcha de la democratización del imperio, y ello lo llevó a embarcarse rumbo a Europa con don Pedro n cuando éste fue expulsado por los militares. La historia del ingeniero se cierra en su autoexilio, luego de muchas cartas intercambiadas con Nabuco, a quien le exige una posición más firme respecto de la esclavitud, ahora también de blancos -colonos sin derecho a la tierra-, y con la certeza de que la civilización brasileña, como la de la Grecia antigua, se había extinguido. Murió en Punchal, Cabo Verde, tras arrojarse de un peñasco en el Océano Atlántico, en 1898. El momento de mayor agitación en la corte, 1888, fue también el del arribo de Cruz e Sousa a Río de Ianeiro, adonde llegó con un dinero que le había prestado Germano Wendhausen -diputado y líder abolicionista en la Asamblea Legislativa Provincial de Santa Catarina- y con una carta de presentación para el senador Alfredo Taunay, del Partido Conservador y, como Nabuco, amigo íntimo de André Reboucas, con quien compartía sus preocupaciones acerca del futuro del imperio. Taunay había sido presidente de la provincia de Santa Catarina en 1876 y diez años después fue electo como diputado general por el Primer Distrito de aquella provincia. En ese mismo año, tras la muerte del barón de Laguna, único representante de la región en el Senado, pasó a ocupar su banca como senador. Por esa razón, sus electores, amigos de Cruz e Sousa, lo recomendaron al político. Pero el contacto entre ellos no prosperó: "Ni siquiera me hizo entrar, yese proceder me autorizó a no volver más a la casa de dicho señor. Aunque necesite hacer una carrera, no necesito, sin embargo, ser maltratado" (Muzart, 1993: 31).En esa misma carta dirigida a Wendhausen se percibe cuál era el círculo de relaciones que Cruz e Sousa mantenía en Desterro, capital de Santa Catarina: todos intelectuales abolicionistas de buena posición social, además de los miembros de la Sociedade Carnavalesca Diabo a Quatro, una institución más democrática que congregaba tanto a ricos como a pobres del lugar.
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La partida de Cruz e Sousa a Río de [aneiro fue resultado del impulso de un joven socialmente aplomado, a pesar de ser pobre, que sueña con las oportunidades que brinda la gran ciudad. Según los testimonios que dan cuenta de su trayectoria en Desterro, Cruz e Sousa cultivaba a comienzos de la década de 1880 las características del dandy: extravagante Yfantasioso en la forma de vestir, caprichoso y excéntrico, cosmopolita en una provincia periférica, desdeñoso con el fariseísmo local, como lo eran los poetas malditos del simbolismo francés. También lo describen como una persona de buen humor y con esperanzas de triunfar (Magalhaes [r., 1975)· Se veía además como ario, debido a su filiación a la gran cultura, y es probable que sólo en la corte haya percibido que era negro. Desde allí, en una carta a su amigo Virgílio Várzea, de enero de 1889,señaló: "No hay por dónde seguir. Todas las puertas y los atajos están cerrados al camino de la vida y para mí, pobre artista ario, ario sí porque adquirí, por adopción sistemática, las cualidades elevadas de esa gran raza" (Muzart, 1993: 34)· El joven poeta no tuvo acceso al escenario de una Río de Ianeiro recientemente convertida en capital de la república. No había participado de las luchas abolicionistas en la corte, que lo habrían acercado a los círculos más democráticos y acogido a las entidades que estructuraban ese campo, tales como periódicos, cafés, revistas literarias y clubes cívicos. Por el contrario, pasó por ellos sin llegar a asentarse al circular por varias ciudades brasileñas, de Porto Alegre a Recife, animando la propaganda antiesclavista. Tampoco logró acercarse a los cuadros políticos influyentes del fin del imperio, como Taunay, ni obtener algún beneficio práctico de sus buenas relaciones con otros ex políticos de Santa Catarina, como Gama Rosa, por ejemplo, que también había sido presidente de aquella provincia en 1881 y,una vez al frente del gobierno, se había rodeado de jóvenes intelectuales locales, entre ellos Cruz e Sousa, y que más tarde se radicó en Río de Ianeiro con el cargo de director de la Imprenta Nacional y secretario de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Los grupos cerrados de literatos y periodistas, casi familias, y la presencia de una crítica que como nuevo órgano republicano blandía la divisa de la literatura nacional cerraban el espacio para la recepción de los extranjeros. y Cruz e Sousa era, en todo sentido, un extranjero: por su lugar de procedencia, por su color de piel, en un momento en que bullían las controversias raciales, por su reconocida insolencia (Andrade Muricy, 1961: 17-64) en una sociedad afectada y por el manejo de la estética simbolista o, como se decía en la época, por su esteticismo europeizante. De modo que, a diferencia de André Reboucas, no se vio acosado por las ambigüedades derivadas de su posición social: totalmente excluido y hostilizado, Cruz e Sousa elaboró su obra en un enfrentamiento radical con sus contemporáneos.
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Es posible que "enfrentamiento" no sea el término; más adecuado parecería ser "incomunicabilidad". Y en esta corrección está presente la confluencia entre vida y obra del autor, ya que la experiencia vivida por Cruz e Sousa se desliza fácilmente hacia el plano de su expresión simbolista, cuya aspiración programática consiste en lidiar con lo inexpresable, lo incomunicable. El malestar respecto del mundo no se tradujo en él en una denuncia explícitamente política de las instituciones o de la sociedad, como en el caso de Reboucas, ni tampoco lo llevó a organizar una intervención pública en favor de una literatura militante, como lo hará Lima Barreto. De manera diferente, se caracterizó por su registro lírico de un mundo desviado, que vaga erráticamente a la espera de un nuevo lenguaje, asociando así las razones de su exilio con las que castigaban a toda la humanidad. En ese sentido, modulaba el sentimiento de exclusión a partir del tópico de la espera, del momento en que todos los hombres rememorarían su trascendencia por medio del único instrumento capaz de despertarlos: la poesía. Y ello le confería a él, como poeta, un papel superlativo y una vía de sublimación de su precariedad. Ahora bien, el aspecto más importante para tomar en cuenta es la opción que lleva a cabo por una gramática simbolista que, en Europa, procuró caracterizar la faz lunar, demoníaca, de la naciente experiencia moderna. y lo hizo tanto respecto de la trama como de la estructura de la trama, en la medida en que no sólo anunciaba el caos y la miseria que produjeron la derrota del Tercer Estado y la rutinización del mundo burgués, sino que también denunciaba corno algo miserable el intento de tratarlos con el lenguaje disponible, esto es, con los recursos cognitivos producto de aquella misma rutina. En el análisis que realizó de la obra de Cruz e Sousa, Bastide (1943)llama la atención hacia su filiación al simbolismo literario francés y hacia el platonismo que operaba como un cimiento invisible sobre el cual se equilibraba aquella poética. La cuestión que se plantea, pues, es la de la exigencia de un retorno a la Unidad ~el arché-, al que sólo se llega por medio de la experiencia extática, y no mediante la racionalización dominante en la modernidad. En síntesis, el simbolismo problematiza la representación, libera a la poesía de las amarras del naturalismo y, en esa dimensión, también problematiza la historia. Ésa fue la poderosa crítica filosófica al incipiente orden liberal-burgués, crítica que llegó al Brasil con Cruz e Sousa y que alimentó una percepción estética de los impasses de la modernidad en la periferia del capitalismo. Por lo tanto, aquí se considera la crítica a la racionalización del mundo como una vía de acceso a la poesía de Cruz e Sousa -una vía sociológica, por cierto, que hace del poeta un crítico de la cultura avant la lettre-, En
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su poema titulado "Emparedado" [Enjaulado], de! libro Evocaroes, publicado postumarnentc, se entrevé un diagnóstico acerca del desajuste brasileño en relación con el único lenguaje funcional para la imposición del orden y la previsibilidad modernos: la ciencia. Una crítica de la cultura, pues, asumida como una fractura del poeta: El temperamento que rugía, bramaba dentro de mí, ese, que si se operase, necesitaba, pues, tratados, toda la biblioteca de Alejandría, una Babel y una Babilonia de aplicaciones científicas y de textos latinos para sanar... Se hacía forzoso imponerle un compendio [... ] de geometría. El temperamento se desviaba demasiado hacia ellado de África, era necesario enderezarlo por completo hacia el lado de la Regla, hasta que el temperamento se regulase exacto corno un termómetro. Cruz e Sousa vivió diez años en la capital federal. En 1893 se casó con Gavita, negra como él y víctima de recurrentes crisis nerviosas que la llevaron a la locura, y se empleó corno archivista en la Estrada de Ferro Centraldo Brasil. Tuvo cuatro hijos, tres de ellos murieron en la infancia y el último, a los 15 años de edad. Publicó tres libros en vida y en 1898,a 10s37años, murió tuberculoso en la más absoluta indigencia. Con el cambio de régimen político, el Brasil del que se despidió Cruz e Sousa y que fue el ámbito de la producción literaria de Lima Barreto también experimentó un cambio en sus élites dirigentes. Con excepción de los casos de adaptación reflexivamente justificada, como el de Ioaquím Nabuco, y de algunas cooptaciones inevitables de cuadros de la élite imperial, la proclamación de la república puso en escena una legión de intelectuales de nuevo tipo, proveniente de las capas medias urbanas e identificada generacionalmente con la ciencia y la modernización económica y social del país. Si el imperio había puesto de relieve los temas concernientes a la política, a la institucionalización de los mecanismos de poder, al ordenamiento del mundo público, la república prestó mayor atención a la sociedad, a las relaciones mediadas por el mercado y a los patrones de diferenciación -incluso racial- que intervienen en la estructuración del orden moderno. Por tanto, el contexto en el que se inscribe Lima Barreto es, desde un punto de vista fenomenológico, muy distinto de! de Reboucas y e! de Cruz e Sousa. Habían cambiado el ritmo de la sociedad, las expresiones de la cultura material, los criterios de identificación social, la experiencia de la vida urbana, y, bajo el rótulo de la regeneración nacional, se habían extinguido las tendencias reformistas que caracterizaron la veta dominante de la generación de 1870(Sevcenko, 1983). La idea de un Brasil completamente
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nuevo, en ruptura con el pasado, había alzado vuelo y alcanzado el estrato de los intelectuales, que, de ser un grupo inmerso en el ámbito público, pasó a alinearse de acuerdo con las expectativas de constitución de un mercado de bienes culturales. Sin embargo, en el plano fenomenológico, el mundo en el que se movió Lima Barreta fue otro, en sincronía con el tiempo de sus predecesores. En principio, por la percepción de su propia identidad corno intelectual, a la que consideraba ni autónoma ni determinante de los rumbos del país, como lo hacían sus pares. Él exigía, más bien, un Estado ético, que premiase a la inteligencia y de ese modo la liberase del utilitarismo y del arribismo de los advenedizos. Por otra parte, Lima Barreta se mantuvo existencial e intelectualmente inmerso en el mundo popular, en aquella fracción de la sociedad que, vuelta progresivamente invisible a causa de la reforma urbana y del aburguesamiento de la capital federal, era la base profunda sobre la que se asentaba determinado manejo intelectual de la tradición. Por último, su humanitarismo y la importancia que le confería a la solidaridad perdida rearticulaban con una tonalidad propia, por un lado, la inclinación de Reboucas por un imperio integrador que no expulsaba lo diverso y, por el otro, como en Cruz e Sousa, la idea de una literatura rememorativa que el Brasil había perdido al identificarse con una civilización europea que, justificada por la ciencia y por el precio del acero, destruía culturas más antiguas y más vastas, como las de África y Asia (Sevcenko, 1983). Como es sabido, la obra de Lima Barreta es tan amplia como la crítica que se dedicó a ella, lo cual impide que en el movimiento final del presente texto se haga un examen razonable de sus temas, personajes y sintaxis. Sin embargo, hay que destacar un último argumento en refuerzo de la idea de su filiación al campo político e intelectual de Reboucas y de Cruz e Sousa. Se trata de la relevancia que Lima Barreta otorgó al uso de la ironía, a la que se atribuye el valor de articular la crítica y la crisis presente en su obra (Arnoni Prado, 1989). En efecto, la ironía es un recurso de lo cómico y una construcción integradora, en la medida en que desestabiliza la verosimilitud de cualquier tipo de antagonistas mediante la exageración de sus cualidades -lo excesivamente bueno y lo excesivamente malo-. Con ello procura atenuar el horror que resultaría del enfrentamiento y la ruptura, al tiempo que opta por comprender la disputa como un síntoma de un mundo en desorden. En ese plano conservador, en Lima Barreta la ironía no sólo destacó su ideal de integración social y racial en el Brasil, sino que también señaló una operación crítica marcada por la autocontención, es decir, una crítica que desea su inclusión dentro del sistema. Pero la ironía no es sólo un recurso conser-
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vador que desautoriza la existencia del héroe y evita la revolución. Es también un modo de autoconocimiento social, que desafía la jerarquía de los propios lugares del discurso, basada, por lo general, en relaciones sociales de dominación (Hutcheon, 2000). La ironía permite, por tanto, desarrollar una pasión negativa por las representaciones dominantes en el mundo, que se vale de la intimidad con esos discursos para combatirlos mejor, para relativizar la autoridad y la estabilidad de la que gozan y,por último, para apropiarse de su poder. En ese plano, la ironía de Lima Barreta muestra que la risa, el alivio por la reconciliación, no es un punto de llegada sino en verdad una crisis, una toma de conciencia respecto del conflicto de representaciones y, por lo tanto, una demostración de la naturaleza construida de la realidad, con lo cual se les abre a los hombres la posibilidad de modelarla. ASÍ, si la ironía nos reconcilia con los límites del mundo, es también por ella que se avanza en contra del orden existente en busca de un nuevo mundo. En esa tensión dentro-fuera yen su irresolución reside el tema de la incompletitud, de la apertura de la ontología social brasileña, que Lima Barreta asume como condición de posibilidad de su propia existencia. Lima Barreta vivió 41 años, dividido entre las actividades de amanuense del Ministerio de Guerra y de escritor. Su vida estuvo marcada por la exclusión, la soledad, el resentimiento, el alcoholismo y, finalmente, la locura. Murió en 1922, el año en que la Semana de Arte Moderno revistió, alegóricamente, el deseo de las élites brasileñas de ponerse en hora con el reloj moderno.
CUATRO BREVES NOTAS FINALES
Pensados de manera alineada, Reboucas, Cruz e Sousa y Lima Barreto configuran, más allá de sus diferencias, una imagen del mundo que discrepa de la que fue asimilada como modernidad occidental, con su ontología social centrada en el individuo maximizador y en el mercado autorregulado. Rechazaron la naturalización de los hechos, la adhesión a una ética social utilitaria y la adaptación intelectual respecto de una representación homogénea del mundo, que eran la pauta de la nueva civilización que se afirmaba. En ese sentido, la tragedia de estos tres tristes negros es una evidencia de su inconformismo frente a la rigidez de la imaginación pública brasileña. También configuran el curso de la trayectoria de negros y mulatos cultos en el Brasil entre el fin del imperio, en el último cuarto del siglo XIX, y la estabilización institucional de la república, tras una década de conflic-
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tos sangrientos y el exterminio de Canudos (1896-1897) en los sertones de Bahía, que constituyó la cima de la violencia del nuevo Estado republicano contra el mundo popular. En ese curso, la expresión del desajuste de aquellos intelectuales conoció un camino de subjetivación progresiva. En un pasaje que va del tribuno, como Reboucas, al exiliado del mundo, como Cruz e Sousa y, por último, al loco, como Lima Barreta, la experimentación de cada uno de ellos en el terreno de la crítica es ilustrativa del debilitamiento de la dimensión pública que el imperio había otorgado a la organización de la cultura y de los intelectuales, de la dinámica que su política integradora produjo y de su impacto sobre la convivencia de la periferia social y racial brasileña con libros, ideas y sueños. Configuran, además, una representación del Brasil y de los brasileños a contrapelo de la percepción de las élites locales, que, como un reflejo de loaquim Nabuco, afirmaron que un océano entero nos separaba de la imaginación. "En el siglo en que vivimos -dijo Nabuco-- el espíritu está del otro lado del Atlántico; el Nuevo Mundo, para todo aquello que es imaginación estética o histórica, se encuentra en la soledad." En Reboucas, Cruz e Sousa y Lima Barreto, la imaginación encuentra otra morada: atraviesa el océano y se localiza en el Brasil,donde todo es construcción, invención y apuesta. ASÍ, la imaginación de la que hablan deja de ser el fondo de su experiencia como intelectuales para extenderse también a las figuras de su creación: el individuo políticamente autónomo, en Reboucas, despierto del sueño del mundo, en Cruz e Sousa, y solidario, en Lima Barreto. Libre, reflexivoy solidario, el individuo brasileño modelado por la imaginación de aquellos intelectuales es el esbozo constructivista de otro mundo posible. Configuran, por último, un legado de ideas aún en circulación en la vida brasileña. Contra la síntesis liberal-burguesa esbozada en el republicanismo de los dueños de los cafetales paulistas y ensayada en la Primera República (1889-1930), la imaginación social de Reboucas, Cruz e Sousa y Lima Barreto se inclinó, cada uno a su modo y a su tiempo, por una ontología social abierta, en movimiento, que dejaba a los hombres del futflrc la misión de rememorar la tradición para, de ese modo, reinventar el Brasil.
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HISTORIA Y BARBARIES EN (fSARISMO DEMO(RAJ/(O I
"República sin ciudadanos": historia y barbaries en Cesarismo democrático Javier Lasarte Valcárcel
Los códigos que consultaban nuestros magistrados, no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del gobierno, sino los que han formado ciertos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política presuponiendo la perfectibilidad dellinaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados ... De aquí nació la impunidad de los delitos de Estado [... J. Simón Bolívar, "Manifiesto de Cartagena" (1812)
CONTEXTO Y TRADICIÓN(ES) DEL CESARISMO
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A ~nes del siglo XIX se abre en América Latina un escenario tomado por el asiento de la modernización, expresado -de modo diverso- tanto por fenómenos propios de la urbanización, como por el surgimiento de nuevos actores sociales: el "rey burgués" o sectores medios, inmigrantes y obreros. Otro escenario lo intersecta: el de la inserción del subcontinente en un orden mundial donde gana terreno a pasos agigantados el "vecino del Norte". Sea por efecto de las presiones generadas por los cambios internos, sea por las amenazas provenientes del exterior, diversos intelectuales latinoamericanos se comprometen con el diseño de "superpolíticas" (Rama, J985: 118) y, con frecuencia, fungen de filósofos de la historia (Gutiérrcz Girardot, 1982: 503) empeñados en realizar balances, críticas o ajustes de los proyectos de sus antecesores, para afrontar las novedades "escénicas" de lo real.
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Si en la política de entonces el panorama favorecerá internamente al "predominante autoritarismo latinoamericano" (Halperin Donghi, 1975: 299) y externamente al triunfo del gendarme del destino manifiesto y el bigstick (ibid.: 284-292; Romero, 1986:248), en el orden de las ideas fueron excepcionales soluciones progresistas como las de Martí (18531895) o González Prada (1844-1918), pioneras de un populismo más o menos radical, aunque compartiesen con su época la figuración de la patria/continente como cuerpos grotescos ~"Éramos una visión, con el pecho de atleta, las manos de petimetre y la frente de niño" (Martí, 1977: 30)- o enfermos -"el Perú es organismo enfermo: donde se aplica el dedo brota pus" (Gonzálcz Prada, J985: 107)-. Predominará en cambio la voluntad de controlar, unificar y regenerar sociedades azotadas por crisis y peligros diversos. Sea por el reconocimiento de la dificultad de construir naciones estables o porel temor que inspirase el advenimiento de la masificación y la democracia, intelectuales de muy distinta orientación coincidieron en la necesidad de apelar a fórmulas centralizadoras y jerárquicas, en las que, por estar focalizadas en el gobierno político o espiritual de hombres superiores, se daban la mano el tirano honrado y la "uristarquia" intelectual (Rodó, 1985: 32), sea el caso de "mentes" que, gracias a una "selección espiritual" tibid.: 30), preservasen "el papel reservado en la historia a la superioridad individual" (ibid.: 28) Y marcasen rumbos opuestos a los de la mediocre masa, o el de caudillos capaces de re-fundar sociedades llenas de rémoras (históricas y/o raciales) que impedían el sueño del progreso. Con un cierto sabor a cambalache, nombres como los de Francisco Bulnes (1847-1924), Justo Sierra (1848-1912), Emilio Rabasa (1856-1930), Lucas Ayarragaray (1861-1944), José Enrique Rodó (1871-1917), Carlos Octavio Bunge (1875-1918), José Ingenieros (1877-1925), Alcides Argucdas (18791946) o Francisco García Calderón (1883-1953), llenarán de diverso modo los contenidos de esas patrias verticales, y constituyen el contexto discursivo en el que se inscribe una propuesta como la de I.aureano Vallenilla Lanz (1870-1936) en su Cesarismo democrático (1919), suerte de clásico indeseable en la historia de las ideas por su abierta defensa del "gendarme necesario". José Luis Romero, por ejemplo, para concluir su descripción de las tendencias oligárquicas y dictatoriales de la época, elige citar la tesis central de Cesarismo ... : "en casi todas esas naciones de Hispanoamérica, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta, el caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social" (Romero, 1986: 314; Vallenilla Lanz, 1991: 94). Y no obstante, quizá la justificación más sistemática -por su recorrido continental- del "césar democrático" -en los mismos térmi-
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nos "democráticos" de Vallenilla~ fue la del peruano Francisco García Calderón, suerte de "idealista pragmático", en Lasdemocracias Latinas deAmérica (1912).
[Qué hacer, entonces, con un clásico como éste?Aunque atenuar hoy los efectos políticos de un discurso como el de Vallenilla Lanz resulte temerario, limitarlo a la condena histórica no parece suficiente. Acaso quepa considerar el gesto de Gutiérrez Girardot (2001: 135) al incorporar a la historia intelectual el pensamiento conservador -Cabriel Rcné Moreno (1834-1908), Miguel Antonio Caro (1843-1909) y José de la Riva Agüero (1885-1944)-, por servir de "indispensable complemento" en la construcción de la modernidad cultural latinoamericana. En ese sentido, se intentará una lectura que inserte un libro como Cesarismo ... en su contexto y señale su significación en los procesos discursivos, más allá del juicio político que suele suscitar su Cesarismo... El trazado no se detendrá en el problema del positivismo en Venezuela y en América Latina o en la relación que éste guarde con las lecturas de Stuart Mill, Spencer, Cornte o Taine (cf., entre otros, Zea, 1980; Harwich, 1991; Cappelletti, 1992; Plaza, 1996), ni considerará afirmaciones según las cuales el positivismo fue la expresión ideológica de los intereses de las burguesías latinoamericanas -Zea-, tempranamente discutidas por generalizadoras (Soler, 1959: 22-31). Tratará, sí, de ofrecer otras claves contextuales para este "clásico" del positivismo venezolano, en un espíritu cercano al de Abelardo Villegas cuando, a propósito de Justo Sierra, se hacía eco de "la necesidad de rectificar los criterios historiográficos con que han sido examinadas las figuras salientes del liberalismo hispanoamericano", para abandonar "visiones maniqueas [... 1 que oscurecen una cabal comprensión histórica" (Villegas, 1985: IX).
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Caracas, buscaba editor. Tras fracasar en el intento, gracias en parte a la crítica que Vallenilla hiciese de los viejos historiadores (ibid.: 90 y ss.), "Estudios ... " daría origen, años más tarde y con la anexión de otros ensayos, a dos libros que fueron concebidos como unidad y que daban cuenta del período colonial (Desintegración ... ) y del republicano (Cesarismo... ). Por lo que tiene que ver específicamente con Cesarismo democrático, se sabe que e11 de octubre de 1911 aparece en El Cojo Ilustrado una versión de "El gendarme necesario" y que el 9 de octubre de ese año Vallenilla dicta una polémica conferencia en el Instituto Nacional de Bellas Artes de Caracas que causaría revuelo, publicada luego como folleto por Empresa El Cojo en 1912: La guerra de nuestra independencia fue una guerra civil, tesis con la que se abre el libro. Así, cuando aparece Cesarismo democrático, sus lectores están ya familiarizados con él. Las lecturas que se han hecho del libro de Vallenilla se distinguen por una polarización ajena a los matices. Con frecuencia ha sido visto como una apología de la dictadura gomecista (Pino Iturrieta, 1978; Miliani, 1985; Cappelletti, 1992). Por ello fue atacado apenas publicado el Cesarismo ... ; algo que no perturbó el ánimo de Vallenilla, como consta en las polémicas sostenidas con E. Santos, L. Gómez o M. FaIcao Espalter (Vallenilla Lanz, 1991: 151-208). Dicha crítica fue, en más de un sentido, productiva. Cesarismo democrático dio pie a otro clásico nacional, mucho menos frecuentado: La interpretación pesimista de la socioLogía hispanoamericana (1938), de Augusto Mijares (1897-1979),quien, en su idea de historiar la tra-
dición civilista venezolana desde la colonia, concibió su libro como la refutación tanto de la tesis vallenillesca del gendarme necesario como de su representación de la independencia o los usos que el apologista de la dictadura hiciera de Simón Bolivar (1783-1830).
Sin embargo, en rigor, la formulación de soluciones cesaristas se pro2
Aunque publicado en 1919. Cesarismo democrático tiene algunos antecedentes. Nikita Harwich (1991: XIII) advierte que desde 1899 puede apreciarse en textos de Vallenilla Lanz tanto su "agudo desencanto con la sociedad venezolana", como "el lenguaje del Cesarismo". Refiere Harwich que los primeros borradores de Desintegración e integración. Ensayo sobre la formación de la nacionalidad venezolana (1930) están fechados en 1903 y que ese mismo año publica el capítulo inicial de ese libro en la revista LaSemana ("La influencia de los viejos conceptos"). Por su parte, Elena Plaza (1996: 76) da noticias de que, hacia 1904, Vallenilla tiene en mente un libro que
llegó a escribir durante su estadía como cónsul en Europa, con el título "Estudios sobre la vida social y política de Venezuela", y que, en 1909, en
dujo más de una década antes de la llegada al poder de Juan Vicente Gómez (1857-1935) en 1908. Así, en Pasiones (1895),novela de José Gil Fortoul (18611943) -asociado al positivismo-, uno de sus personajes-intelectuales, el
Lodi, al hacer balance de la gestión del "tirano" Estrella -Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) en la historia-, declaraba: "La dominación absoluta de un hombre es, hasta cierto punto, un bien relativo, cuando las probabilidades hacen temer, o la anarquía, o un nuevo despotismo. [... J y entre ambos males es preferible el de la tiranía, con tal que el tirano no sea demasiado cruel ni demasiado ignorante" (Gil Fortoul, 1956: 166-167)· Pero también en una novela con ciertas veleidades anarquistas, Todo un
pueblo (1899), de Miguel Eduardo Pardo (1868-1905), el narrador, al hablar de Guzmán Blanco, se refiere a él como:
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famoso caudillo, a quien llamaban "el tremendo nivelador", y cuya mano vigorosa al par que progresista supo construirlas l'tmaravillas'': "Carreteras y Academias, ferrocarriles y Ateneos, restaurantes y colegios, tiro al blanco y cerveza nacional, hipódromo y prensa periódica, catedrales romanas y tranvías modelos... "[. a despecho de los fanáticos y los retrógrados, sobre los escombros de una secular hilera de conventos. Bajo sus cesáreas l...] órdenes, en aquel pueblo habituado al desbarajuste, marcharon siempre temblando y sin chistar, administradores, diputados, jueces, ministros [... ] cónsules [... ] alcaides de cárcel [... ].
A los jefes levantiscos que se la pasaban dando carreras del Club conspirador al monte vecino para armar revoluciones [... j aquel inexorable reformador los sometió bajo su mano de hierro y llevó de esta manera tranquilidad a los pueblos [... 1.
Hombre político, sagaz, diplomático, enérgico [... l algo teatral y algo jactancioso en su porte y en sus mismas costumbres, pero conocedor profundo del pueblo que mandaba, era el único capaz de someter y hacer temblar a aquel pueblo pendenciero y alborotador, incorregible y medio loco (Pardo, 1981: 53-54).
Por cierto, Elena Plaza glosaría los manuscritos de Vallenilla Lanz dedicados a Guzmán Blanco en términos muy parecidos a los de Pardo: Guzmán fue nuestro gran centralizador en el siglo XIX, y no el Libertador. Y ello fue posible porque actuó con un espíritu muy pragmático: disciplinó la barbarie, organizó la Hacienda Pública, inicio el progreso material del país [... j y acentuó más el despotismo personal [... l. Guzmán Blanco consolidó el régimen de gobierno natural de la sociedad venezolana, el cesarismo democrático, la igualdad absoluta bajo un jefe. Los medios empleados para realizar esta obra no difirieron de los empleados por Rosas en la Argentina (1996: 215).
Es difícil entender estas manifestaciones nostálgicas del régimen guzmancista, habida cuenta de la resistencia que encontró "el Ilustre Americano" durante su mandato entre diversos sectores de la intelectualidad venezolana. No obstante, esos años noventa aportan datos que pueden ayudar a entender el viraje. Tras su elogio de la labor civilizadora del caudillo de Villabrava (Caracas), Pardo pasa a describir el cuadro de "descomposición" de una ciudad ganada por el juego de las armas, la picardía corrupta
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de su estamento político, el apogeo de una "literatura pirotécnica", la pasión por el salón y las celebraciones o las ardorosas poses cosmopolitas de una inédita "aristocracia de guardarropía" (Pardo, 1981: 56-66). Es la misma sociedad caraqueña sobre la que el peruano Francisco García Calderón, en Las democracias latinas de América, diría: "La democracia, voluble y femenina, quemó lo que habia adorado" (1979: 55).
El cuadro ofrece una versión más cruda de aquella pintura irónica que, veinte años antes, hiciera de la frívola Caracas José Martí en su "Viaje a Venezuela" pero parece funcionar como texto previo de elaboraciones muy posteriores, como la de Mariano Picón Salas en Los días de Cipriano Castro, que medio siglo después retratase aquellos años como una desconcertante mezcla de "barbarie autónoma y decadentismo importado" (1953: 224), expresada la primera por la figura del polvorín corno norma de vida en el interior del país, y el otro por una Caracas que, en 1905, "huele simultáneamente a brillantina, a brandy, a polvos de arroz" (ibid.: 248). Sería, dice Picón Salas, "la época más r isueñarnente cursi en todo nuestro proceso republicano, si más allá de los globos de color, las comparsas y carrozas de Carnaval y prosa azucarada de los periódicos, no palpitase la angustia y frustración de dos millones y medio de hombres" (ibid.: 257). Por lo demás, el mismo cuadro es ampliamente documentado por otras dos novelas de la época: Ídolos rotos (1901), de Manuel Diaz Rodríguez (1871-1927), cuyo cierre sentencia el "finispatriae". del que hace responsable nada menos que a "¡Nuestra santísima Democracia!"; o El hombre de hierro (1907), de Rufino Blanco Fombona (1874-1944), que en su conclusión también alude alegóricamente a la grotesca decadencia de la nación. Algo que llama la atención de estos textos que preparan la cristalización de una actitud presente en Vallenilla Lanz es que muchos de ellos achacan la "descorn posición" a los actores sociales que disfrutan del poder político o social-políticos, burgueses e intelectuales- y no a los sectores populares que, aunque no dejarán de ser ignorantes o bárbaros, ahora, ante la ominosa presencia de un enemigo mayor -el rey burgués-, son vistos más como víctimas e instrumentos del mal reinante. En "La ley del cabestro" (1902), César Zumeta (1860-1955) llamaría a esta élite política la "turba dirigente" (1961: 136). Desde una posición civilista,y a propósito de la década de 1890, que conocería seis presidentes y alzamientos sinfín, Zumeta culparía a esa élite militarista y demagógica por la "franca regresión vertiginosa a la barbarie" y la "absoluta desaparición de las virtudes cívicas" (ibid.: 135). En 1899, desde posiciones liberales moralistas, Vallenilla Lanz, quien entonces se presentaba a sí mismo como defensor de "la pluma" y"la ciencia" unte "los sectarios de la fuerza bruta buenos para ser encumbra-
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dos en los tiempos del feudalismo y no en una República democrática", criticaba en la prensa periódica el recurso personalista a la violencia de facciones partidistas -"instrumentos de tiraníe"- y de "hombres sin principios [que] pasan de una a otra bandera sin más objetivo que el lucro personal", cuItores de la guerra civil, hacedores de miseria en una "sociedad política [... ] [que] no encontrará reposo sino al abrigo del despotismo y no respetará otros gobiernos que aquellos que la hieran, y no tendrá más derechos que aquellos que le conceda la voluntad del sable que la domine" ("Por la paz pública", ElMonitor Liberal, 25 de septiembre de 1899, en Plaza, 1996: 43-44).
Tal percepción de la realidad política no será exclusiva de Venezuela. Desde México, esta imagen era reproducida enfáticamente: a inicios del siglo xx, Justo Sierra, en su Evolución política del pueblo mexicano (19001902), perdía la compostura del científico, que "debe vedarse la emoción y concentrarse en la fijación de los hechos" (1985: 157), para dar curso a la ironía amarga, tras ver cómo Abundan los períodos de nuestra historia en que las repeticiones de los mismos errores [... [, con su lúgubre monotonía, comprimen el corazón de amargura y de pena. ¡Cuánta energía desperdiciada, cuánta fuerza derramada en la sangre de perennes contiendas, cuánto hogar pobre apagado [... j, cuán infinita cantidad de vejaciones individuales preparando la definitiva humillación de la patria! El salteador que pululaba en todos los caminos se confundía con el guerrillero, que se transformaba en el coronel, ascendiéndose a general, de motín en motín, y aspirando a presidente, de revolución en revolución; todos traían un acta en la punta de su espada, un plan en la cartera de su consejero, clérigo, abogado o mercader; una constitución en su bandera, para hacer la felicidad del pueblo mexicano [... ] (ibid.: 158).
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Uno de los pocos autores que no descalifica la figura de Vallenilla Lanz es Arturo Uslar Pietri, escritor de la vanguardia histórica venezolana; de hecho, en su novela Las lanzas coloradas (1930), consignará una visión de la guerra independentista que bebe de la fuente de imágenes y tesis del Cesarismo democrático. Uslar Pietri, en el capitulo "El despertar positivista" de sus Letras y hombres de Venezuela (1948), señala como uno de los principales hallazgos de ese movimiento la renovación del pensamiento historiográfico. Uslar explicaba esta renovación como la respuesta de un segundo
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momento positivista desencantado ante el inestable fin de siglo, deslastrado del idealismo de la generación anterior y más dado a los tonos pesimistas o a las actitudes pragmáticas (1978: 241). En 1904, en una carta privada, Vallenilla Lanz testimoniaría el cambio que ya se había producido en él respecto de sus primeros años como hombre público: Después que mi criterio se ha fortificado con el estudio concienzudo de nuestra evolución social,he visto que mi padre, como casi todos los hombres de su generación, educados en una escuela de idealismos políticos y de constitucionalismo abstracto, fue un extranjero en nuestro medio r...1. Yo no creo que los idealismos salven ningún pueblo (en Plaza, 1996: 50). Poco después. en carta a su hermano Baltazar, de 1908, Vallenilla Lanz hacía explícito su paradigma autocrático que, fundado en el Bolívar de la Constitución Boliviana, se concretaba en el "Gobernante ideal de Hispano-América": Porfirio Díaz (1830-1915). Dicha elección era la respuesta confesa de su "más absoluto pesimismo respecto a todos los ideales jacobinos que tanto daño han causado en toda Hispanoamérica", y que sólo han proporcionado al pueblo una "libertad vestida de harapos" y no "una dicha que empiece por el estómago" (ibid.: 59). El caso es que una vez disueltas las ilusiones del período guzmancista, la percepción de intelectuales positivistas y modernistas era que "[alnte sus ojos el país halbía] regresado a formas políticas personalistas de un primitivismo bárbaro" (Uslar Pietri, 1978: 241). Ello propiciará la reorientación de la lectura de la historia, centrada ahora en "la explicación del fenómeno histórico y [en] buscar en el pasado social las raíces del fenómeno caudillista", y aunque, como acotase Uslar, "De la explicación a la aceptación no [hubiese] más que un paso" (ibid.). La percepción predominante en esos intelectuales es que de la modernización se había asumido sólo el gesto vacío, incapaz de disimular el verdadero rostro de la patria, dibujado con tosquedad por la corrupción de sus gobernantes, la frivolidad de sus élites y la ignorancia y la miseria de las masas, ajenas a las promesas del sueño republicano. Por eso Zumeta se dolía del círculo vicioso trazado por las" [e]ien revoluciones en setenta años de vida republicana" (1961: 141).Ypor lo mismo, Vallenilla Lanz, a lo largo de
Cesarismo ... , rondará la idea de que la colonia pervivió en la república, y abrirá el libro repitiendo palabras cercanas a las de Simón Rodríguez en Sociedades americanas, casi un siglo atrás, al hablar de la "paradoja de una república sin ciudadanos" (1991: 20), el mismo "organismo que apenas si podía llamarse nación"al que se refiriese Sierra para hablar del México pre-
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vio al porfirismo. Éste es el contexto más próximo a Vallenilla Lanz y su Cesarismo democrático, una intelectualidad que, si no "inventó" a Gómcz, fundó el gomecismo. La fórmula de Vallenilla Lanz para el "llenado" de la república restaurará sin cuestionar soluciones de larga data: "población para dejar de ser un miserable desierto y hacer efectiva la democracia por la unificación de la raza, y educación para elevar el nivel moral de nuestro pueblo" (1991: 1920); ideas rechazadas en su momento tanto por Simón Rodríguez (17691854)como por Martí o González Prada. Pero será su tesis central, el "gendarme necesario", como vía política para lograr la postergada construcción de la república, lo que más escozor causará entre sus críticos. Aquí conviene tener en cuenta (y no corno disculpa de Vallenilla) algo que hoy parece rescatarse del olvido: la larga vida (no sólo venezolana) de las soluciones cesaristas a lo largo de la historia republicana, esto es, desde los primeros días de las declaraciones de independencia hasta los de nuestro presente. Visto así, sería discutible su atribución a los discursos y prácticas de los llamados "positivistas", cuya "visión l...] se instala en la reflexión política venezolana en la última década del siglo XIX para ser visiblemente [... J hegemónica, durante las tres primeras décadas del siglo xx" (Plaza, 2001). El "momento positivista" sería, así, otro capítulo (estelar) de una larga tradición que quizás aún esté lejos de disolverse en el aire. Para justificar el cesarismo, Vallenilla Lanz apelará con frecuencia a su interpretación de la historia, pero el mayor efecto legitimador lo encontrará en la vuelta a los orígenes republicanos: la inédita relectura que hará de cierta zona de los discursos de Simón Bolívar, en especial de aquellos en que el Libertador fustigara sin piedad a los librescos y "aéreos" defensores del federalismo, incapaces de comprender la necesidad de un gobierno fuerte para lograr exitosamente la superación del régimen colonial. En Cesarismo ... , de algún modo, se "inventa" otro Bolívar (cesarista) y otra historia, propiciadores éstos de la convicción vallenillesca sobre la inevitabilidad del gendarme en un presente aún arraigado en las pulsiones coloniales, puestas de manifiesto en la guerra civil que fue la independencia. La historia republicana del siglo XIX será "leída", entonces, si no como un tiempo congelado, tal como sugiriese Picón Salas (1984), pues en ella Vallenilla marcará hitos modélicos -Iosé Antonio Páez (1790-1873) y Antonio Guzmán Blanco-, sí como una sucesión de fracasos, labrados en la desatención de las "enseñanzas" del Libertador. También aquí, para cuando aparezca, Cesarismo .. , conseguirá un terreno abonado. En su Historia constitucional de Venezuela (vol. 1: 1907), José Gil Portoul recogía las polémicas entre los primeros republicanos, cuyas post u-
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ras oscilaban entre los extremos de la defensa de la anarquía (Coto Paúl, en Gil Fortoul, 1956: 245) y la defensa del dictador, de la que tanto Francisco de Miranda (1750-1816) como Bolívar fueron sus mejores ejecutores; posturas que conformaron la conocida disputa entre federalistas y centralistas, es decir, entre la consecución de la más perfecta constitución para la naciente república y un gobierno fuerte capaz de contener la anarquía que pudiera desbridarse con el cambio (ibid.: 269 y ss.). Gil Fortoul consignará que una de las primeras declaraciones públicas sobre la inutilidad de la más avanzada constitución -federalista- y la necesidad de establecer poderes centrales que garantizasen el éxito del gobierno independiente fue la de Miranda, por "no esta]r] ajustada con la población, usos y costumbres de estos países", tal cual consta en acta de protesta firmada al pie de la primera carta magna venezolana (ibid.: 285)· Esta idea del "ajuste" o la "adecuación" o la "adaptación" de las leyes a la realidad será "teorizada" por Bolívar, tal como lo presenta Vallenilla Lanz, desde su despiadada crítica de las federalistas "repúblicas aéreas" en el "Manifiesto de Cartagena" (1812), donde urge a que "el Gobierno se identifique [... ] al carácter de las circunstancias, de los tiempos y de los hombres que lo rodean" (Bolívar, 1977a: 133). Y aunque Vallenilla hará residir en Aristóteles el origen olvidado de esta proposición bolivariana, más ajustada resulta la pista de una cita de Montesquieu, que Bolívarhace en su "Carta de Jamaica" (1815), cuando hayan fracasado ya los dos primeros conatos de república. La idea de la "adaptación" será la base de su pronóstico para las naciones de esta América en la "Carta de Jamaica", así como del proyecto centralista de gobierno en su "Discurso de Angostura" (1819}, coronado por la idea de un Senado hereditario y un Poder Moral. En este último texto, Montesquieu adquiere un espacio más definido como apoyo teórico cuando Bolívar pida a los gobernantes atención -y"adaptación"~ a "lo físico del país, al clima, a la calidad del terreno, a su situación, a su extensión, al género de vida de los pueblos [... ] a la religión de los habitantes, a sus inclinaciones, a sus riquezas, a su número, a su comercio, a sus modales", y concluya, en un estilo de sentencia que repetiría mucho después Martí: "He aquí el Código que deberíamos consultar, y no el de Washington!" (Bolívar, 1977b: 112). De ahí que"la excelencia de un gobierno no consist]a] en su teoría, en su forma, ni en su mecanismo, sino en ser apropiado a la naturaleza y al carácter de la nación para quien se instituye" (ibid.: 117). La idea de la fuerza que, en consecuencia, deben tener los poderes políticos centralizadores presente en Bolívar, aunque no signifique lo mismo en éste que en Vallenilla, en virtud de su enunciación en dos situaciones histórico-políticas bien diferenciadas, es, pues, un rasgo inocultable de
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sus discursos que Vallenilla decide resaltar y, en cierta forma, recortar y extrapolar. En Bolívar, su horror ante la tentación de querer fundir "idea" y "realidad" fue respuesta ante la amenaza cierta de la reconquista colonial yal caos generado por los cambios drásticos; en Vallenilla lo fue a la necesidad de establecer internamente un régimen de control para la gobernabilidad. En lo que Bolívar verá como amenazas políticas, Vallenilla encontrará perversiones sociales instituidas casi a modo de una indeseada cultura política nacional. No obstante, diversas zonas del discurso bolivariano, hay que reconocerlo, resultarán bastante dúctiles para los "usos" bolivarianos de Vallenilla. El pánico de Bolívar a la condición "aérea" de los nuevos republicanos lo llevaría a verificar, por ejemplo, en el propio "Discurso de Angostura", que-¿fatalmente?-los más grandes países de la historia, incluyendo la Francia y la Inglaterra de su tiempo, "han sido o son aristocracias y monarquías" (Bolívar, 1977b: ]11). El "Discurso de Angostura" tendrá su expresión más radical en ]826, cuando Bolívar presente el proyecto de Constitución de la República de Bolivia, la "Ley boliviana" -donde postula la necesidad de un presidente vitalicio-, que Vallenilla elogia extensamente en el capítulo de Cesarismo democrático "Los principios constitucionales del Libertador", principios rastreados por Vallenilla desde su "Manifiesto de Cartagena". En ellos, Bolívar clama por una adecuación de ley y realidad, para defender -y esto es fundamental- la necesidad de sus tesis autocráticas. A esta zona del pensamiento bolivariano recurre Vallenilla Lanz para legitimar el suyo. (También se sirve en este capítulo de citas de intelectuales de su presente, como Alcides Arguedas o Careta Calderón, y de extensos fragmentos de "Nuestra América" de Martí, con el que Vallenilla se siente ¡identificadol) Por lo demás, el recurso a la "fuente" capital, paradigmática -Bolívar-, no se limita al mencionado capítulo: cruza Cesarismo. .. de cabo a rabo. Según Gil Fortoul-otro de los "constructores" del Bolívar cesarista-, la preocupación de Bolívar por un "sistema de gobierno diferente de los europeos" le fue inducida desde su temprana juventud por su maestro Simón Rodríguez, para quien estos países "ni pueden ser monárquicos, como lo eran, ni republicanos como se pretende que lo sean", Ahí ve Gil Fortoul el origen de que "Bolívar [quisiese J a veces practicar con la imposición de un régimen mezclado de autocracia, o más bien una especie de tutela legal conferida al hombre más eminente de la patria" (Gil Fortoul, 1982: 339). Lo que parece claro es que la idea de "contrato social" fue descartada por pensadores corno Rodríguez y Bolívar; y aun más lo fue para Vallenilla, pues Rousseau -como todo tipo de jacobinismo- será "enemigo" predilecto de su discurso. Tampoco es éste rasgo exclusivo del pensamiento vcnezo-
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lano. Ricaurte Soler (1959: 151) apuntaba: "Desde mediados del siglo XIX es frecuente encontrar, entre los autores hispanoamericanos, críticas severas a la noción de sociedad-contrato". Sin embargo, no es cosa de pasar por alto la idea de "adaptación"/"ajuste" I "adecuación" corno marca distintiva en el pensamiento venezolano desde esa primera mitad del siglo XIX, pues ella sirvió para asentar un deslinde discursivo -político y cultural- respecto de los modelos metropolitanos. Su huella puede rastrearse en Simón Rodríguez, pero también en Andrés Bello (1781-1865), Fermin Toro (1806-1865) o incluso en el costumbrista Daniel Mendoza (]823- ]867) y, por qué no, en la reflexión sobre el cesarismo en Vallenilla Lanz. En Venezuela, corno en Latinoamérica, la idea estuvo al servicio de distintos tipos de nacionalismos o latinoamericanismos (utópicos o desencantados; democráticos o autocráticos), pero, con frecuencia, funcionó corno suerte de emplazamiento político-cognoscitivo que estableció una impronta en la que parecía entrar en juego el famoso dilema de Rodríguez: "inventarnos o erramos". Es casi obvia la adscripción a esta idea en el fin-de-siglo del Martí de "Nuestra América". Quizá no lo sea tanto la resonancia de esta "actitud teórica" en otras zonas y momentos del continente, No extraña la oposición del mexicano Fray Servando Teresa de Mier (1765-1827) a la adopción del federalismo al modo de los Estados Unidos, consciente como era de los peligros que significaban España y los Estados Unidos (cf. Sierra, ]985: ]33-134). Pero sí, tal vez, un pasaje poco frecuentado del Facundo (1845), en el que Domingo F. Sarmiento (1811-1888) descalifica la desfigurada imagen europea de un Bolívar de "frac", para optar por la sorprendente grandeza de su "traje americano", que lo aproxima más a la figura del "caudillo popular" y lo hace surgir de la "vida bárbara, americana pura", "barro" del que nacerá "su glorioso edificio" (]977: 17-]8). O la cita que Vallenilla Lanz hiciese de un pasaje de las Bases.. , de Juan Bautista Alberdi (]81O-]884), otro de sus fundamentos "teóricos": En Sudamérica el talento se encuentra a cada paso; lo menos común que por allí se encuentra es lo que impropiamente se llama sentido común, buen sentido o juicio recto. No es paradoja sostener que el talento ha desorganizado a la República Argentina [.. ,] La presunción de nuestros sabios a medias ha ocasionado más males al país que la falta de ilustración de nuestros caudillos [... 1El simple buen sentido de nuestros hombres prácticos es mejor regla de gobierno que las pedantescas reminiscencias de Grecia y de Roma. Se debe huir de los gobernantes que mucho decretan como de los médicos que prodigan las recetas. La mejor administración como la mejor medicina es la que deja obrar a la naturaleza.
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I...] Un hombre que tiene mucho talento para hacer folletines, puede no tenerlo para administrar los negocios del Estado. [... ] Gobernar [... ] es comúnmente un don instintivo que puede existir y a menudo existe en hombres sin instrucción especial (en Vallenilla Lanz, 1991: 112-113)· No en balde, en la década de 1950, Ricaurte Soler, a propósito de Andrés Lamas (1817-1891), Esteban Echeverría (1805-1851), Alberdi y Sarmiento, establecía un vínculo entre la reflexión sobre la centralidad del fenómeno del caudillismo y la formación de un pensamiento propio y diferenciado: "Explicar la dictadura rosista y el 'caudillismo' determinó ¡...1, parcialmente, la temática de una 'sociología nacional' original y fecunda': Desde otra posición y otra situación, Vallenilla Lanz fijará obsesivamente su atención en la figura del caudillo, para verla ahora no como un mal, sino corno condición inevitable en nuestras sociedades para reparar el costoso entuerto de una "república sin ciudadanos" (Soler, 1959: 153)·
UN PROBLEMA DE LECTURA: CONSERVADURISMO E HISTORIOGRAFÍA CRÍTICA
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Pocas figuras como la de las masas tienen protagonismo similar en el finde-siglo XIX. Aunque el uso del término es anterior, adquiere entonces una normalidad inédita, pues suele marchar en pareja con el temor ante los efectos de la democratización -nuevo Calibán- en las sociedades finiseculares. Atribuir ese temor allebonismo de los positivistas, que se servían de esa amenaza para prohijar sus políticas cesaristas (cf. Fell, 1994), recortaría sus alcances. Las masas de la democratización, por ejemplo, tuvieron su clásico en el Ariel (1900) de Rodó, donde esa "nueva barbarie" sería la más firme expresión de la "mediocratización" de la vida; pero también resonaron, con mayor complejidad, en pasajes de Martí donde la "inteligencia al alcance de todos" movilizaría la nostalgia por la hazaña o por los grandes hombres, o la imagen de las masas fuera de quicio supondría un punto de quiebre discursivo. Ello,claro, no supone regatear mérito alguno a los representantes del positivismo y sus alrededores, entre los que la figura amenazante de la masa, multitud o muchedumbre se ajustaría perfectamente para dar cuenta del mayor obstáculo que se le ofrecía al gobierno de nuestras sociedades. Así, Sierra observaría en su Evolución política del pueblo mexicano:
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Hidalgo se esforzaba en mantener su ascendiente sobre aquellas masas indisciplinables, que como sucede con todas las multitudes humanas, comprimidas de generación en generación, se dilataba repentinamente, al cesar la presión, en efervescencias salvajes; la libertad, para aquellos grupos, no era un derecho, era una embriaguez; no era una actitud normal, era una expresión de odio y alegría; aquella era indisciplinable, incontenible, tenía el aspecto de una fuerza de la naturaleza en toda su violencia: tromba, huracán, inundación (1985: 107). Importa rescatar esta cita de la Evolución política... de Justo Sierra, una de tantas en la época, no sólo porque es formalizada en un registro próximo al de Vallenilla Lanz, sino porque se refiere además a la época de la emancipación, espacio medular del Cesarismo democrático. Respecto de la representación de lo que Vallenilla llamase la "masa popular': Cesarismo ... exhibe una -eólo aparente- oscilación que no es inusual en los discursos del siglo XIX. Vallenilla conferirá inédito protagonismo al pueblo-soldado, al presentarlo como el fiel de la balanza en el resultado de la guerra independentista. En el primer capítulo dellibro, "Fue una guerra civil': a través de testimonios de los bandos opuestos, Vallenillu mostrará cómo el concurso de los llaneros, primero con JoséTomás Boves (1782-1814) y luego con Páez, será no sólo decisivo para el curso de la guerra, sino marcadamente superior al desempeño de las tropas patriotas de los primeros años o al de las tropas venidas de España tras 1814. No obstante, las caracterizaciones positivas de las masas casi siempre serán indirectas y relativas. De hecho, la caracterización primera de la multitud quedará asentada desde la misma introducción a la "catástrofe" independentista. Como consecuencia del "error de psicología" (Vallenílla Lanz, 1991: 6\) Yde política de la élite criolla, "el alma popular" verá liberada toda "contención': Vallenilla lo representará en una imagen inicial, marcadamente fóbica: Cuando el alma popular se siente sacudida por una conmoción repentina y violenta, lanza a lo lejos su grito o su sollozo, como el tañido de una campana que repercute en el espacio; pero como la liga del metal que vibra, el sentimiento popular es siempre impuro. El vaso donde se condensan los sentimientos de las multitudes tiene en el fondo un sedimento que toda sacudida puede hacer subir a la superficie cubriendo de una espuma de vergüenza el licor brillante y generoso. Eso es lo que sucede en todos los grandes trastornos de la naturaleza: en los ciclones, en los terremotos, en las revoluciones. Todos los pueblos han sufrido esa dolorosa experiencia: los hombres que permanecen en la sombra en
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tanto que el orden impera, se rebelan, desde que el freno social desaparece, con sus instintos de asesinato, de destrucción y de rapiña (Vallenilla Lanz, 1991: 24). El "momento" independentista será el fundamento del ensayo de interpretación de la nación venezolana: "En nuestra guerra de Independencia la faz más trascendental, la más digna de estudio es aquella en que la anarquía de todas las clases sociales dio empuje al movimiento igualitario que ha llenado la historia de todo este siglo de vida independiente" (ibid.). A la vez, la imagen de la "masa popular" será la base para "interpretar" el resto del siglo, en tanto Vallenilla entiende que no se puede comprender su presente sin tomar en cuenta las contradicciones del orden colonial, que afloraron con la independencia y no lograron disolverse durante la república: En la evolución histórica de Venezuela se observa [... ] cómo estallaban a cada conmoción los mismos instintos brutales, los mismos impulsos de asesinato yde pillaje;y cómo continuaban surgiendo del seno de nuestras masas populares las mismas hordas de Boves y de Yañes,dispuestas a repetir en nombre de los principios republicanos los mismos crímenes que en nombre de Fernando VII, e igualmente ignorantes de lo que significaba el gobierno colonial o el gobierno propio. Y es porque a pesar de todas nuestras teóricas transformaciones políticas, el fondo íntimo de nuestro pueblo continuó por largos años siendo el mismo que durante la Colonia. Las pasiones, los móviles inconscientes, los prejuicios hereditarios, tenían que continuar siendo en él elementos de destrucción y de ruina, contenidos únicamente por los medios coercitivos que tan ampliamente ha tenido que ejercer el Jefe de Estado, sin sujeción posible a las soñadas garantías escritas en las constituciones [... J (ibid.: 85). La representación de esas "masas populares" en Vallenilla Lanz encontró encarnadura en lo que por entonces era ya considerado el tipo nacional: el llanero. Sien el capítulo inicial de Cesarismo... se exaltaba su lealtad, su arrojo y su destreza para la guerra, en el resto del libro sobre este "guerrero insigne" (ibid.: 79) apenas -y por vía de cita ajena-se hace ocasional reconocimiento de otro "valor" cuando se refiera la condición nómada del "llanero beduino": "el amor a la independencia individual es un sentimiento noble, moral, cuyo poder procede de la humana inteligencia; es el placer de sentirse hombre; el sentimiento profundo de la personalidad" (ibid.: 106). Predominará, en cambio, la representación de su ignorancia, su virulenta y bárbara irracionalidad, su tendencia a la rebelión y la anarquía, que harán de él un agente
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fuera de control, amenazante y desestabilizador. Si ya en el capítulo inicial se introduce un sintomático pasaje sobre el Negro Primero, en el que se deja claro cuáles eran los móviles de su incursión en la guerra ~la codicia y los uniformes brillantes-, en el capítulo "Psicología de la masa popular" Vallenilla Lanz construye una galería de rasgos que hacen del llanero un representante del mal: ferocidad, ingobernabilidad, criminalidad; en el mejor de los casos, es "desconfiado, suspicaz" (ibid.: 83) o es falso. Políticamente su adscripción será clara: un "gran peligro para la tranquilidad pública" (ibid.: 85). Incluso, Vallenilla quiere que la ferocidad de los caudillos españoles acriolIados pueda pensarse como un efecto del "contagio" con la vida del llanero: En los inmensos crímenes atribuidos exclusivamente a España, la mayor responsabilidad corresponde sin duda alguna a los realistas venezolanos y a los españoles y canarios que como Boves, Yañes, Roseta, Calzada, estaban establecidos en el país desde hacía largos años, ejerciendo los mismos oficios de las clases bajas y participando naturalmente de sus instintos y sus pasiones (ibid.: 29). Por lo demás, cuando Vallenilla se refiera a otros tipos sociales, "la masa de la población urbana", dominada por el mulato, su discurso se volverá racista -con una pequeña ayuda de Sarmiento-: "[ ... ) de imaginación ardiente, individualista, nivelador, trepador y anárquico, 'raza servil y trepadora' [Sarmiento] [... ] sin ideas ni sentimientos colectivistas, sin espíritu de sociabilidad"; el mulato será la presa dócil de "los principios demoledores y niveladores del jacobinismo imperante" (ibid.: 99). La activación de los discursos sobre la barbarie es obvia. También lo será el "movimiento" discursivo mediante el cual la violencia anárquica -Iatentc o manifiesta- de la "masa popular" es la palanca básica para justificar y legitimar la necesidad del gendarme. Este tipo de representaciones, además de inocultables (aunque algunas lecturas las obvien: Harwich, 1991; Plaza, 1996), bastarían para descalificar el libro de Vallenilla entre ciertos círculos críticos actuales. Sin pretender excusarlos, quisiera además señalar otros aspectos de Cesarismo ... de ValIenilla Lanz que tal vez sean susceptibles de otro tipo de valoración en esta lectura, si cabe, dual.
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Pocas veces, en el caso de Vallenilla, se toma en cuenta la significación que tuvo la constitución de un discurso historiográfico moderno en textos de las primeras décadas del siglo xx. No obstante, hay consenso en señalar el
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abismo existente entre las idealizaciones de la historiografía romántica y el nuevo pensamiento, que apuntaría a la conversión de la "Epopeya en Historia" (Picón Salas, 1984: 133), es decir, a la constitución de "la historia como ciencia" (Uslar Pietri, 1978: 244), desarrollada bajo "un criterio multidisciplinario de totalidad y no como una simple crónica" (Harwich Vallenilla, 1991: XVI). El cambio revelaba, por un lado, un proceso de modernización discursiva (e institucional) que tuvo por objetivo fundar la memoria de la nación desde una metodología, una óptica y un lenguaje que se quisieron "científicos"; por otro lado, aunque Vallenilla Lanz se enorgulleciera abiertamente de su condición de aurcdidacra, el indicio de una profesionalización que convertiría al "letrado" en "intelectual" (Ramos, 1989): "Al orador y al poeta [que 'discurseaban' sobre la historial de épocas anteriores vino a sustituirle el sociólogo. Ya no se escribían disertaciones, sino que se pretendía realizar estudios" (Uslar Pietr i, 1978: 244). Nikita Harwich recordaba cómo Vallenilla Lanz, durante su estadía en Europa (1904-1909), no sólo se hace con un importante arsenal teórico (Langlois, Seignobos, Renan, Taine -a quien debe la idea de "gendarrne"-. Le Bon, Ratzel, Gumplowicz, Sorcl, Laboulaye -de quien toma el término "césar dernocratico"-, Simmcl o Durkheim), también mostraba cómo se distanciaba de algunas tendencias dominantes en ese entonces; por ejemplo, de aquellas que exaltaban el valor del documento y el armado del "archivo": "La afirmación de que la historia se hace con documentos, aceptada en bloque, ha inducido a errores lamentables. Nada vale en sí un documento si aquel [... ] llamado a utilizarlo carece de los conocimientos f ..• ] necesarios para su examen crítico" (en Harwich Vallenilla, 1991: xvr). Asimismo, se distanciará del fatalismo de pensadores racistas al sentenciar la barbarie a la que estaban condenadas las "razas inferiores" o "mestizas': Así, refutando ideas de Gobineau, Darwin, Le Ron o Ingenieros, sobre la inferioridad de las razas mestizas y la superioridad de la raza blanca, Vallenilla Lanz dirá en un ensayo posterior, Disgregación e integración (1930): Si fuéramos a aplicar a nuestros pueblos r...] las teorías de Gobineau [... ] destruiríamos las más brillantes páginas de nuestra historia, desconoceríamos el valor de muy altas personalidades que ha producido la América Latina; y poseídos del más tenebroso pesimismo nos cruzaríamos de brazos ante esa fatalidad irredimible que nos condenaría sin remedio a la fatalidad y a la muerte (1991: 327). Por lo mismo afirmará que "la teoría de la raza [... J ha conducido r... 1 a conclusiones completamente erróneas" (ibid.: 333; cf. Pell, 1996). Por lo
demás, antes de su viaje a Europa, en un texto de 1903 que servirá de apertura a Disgregación e integración, Vallenilla asentaba ya su distancia respecto de la historia tradicional: "Todo parece surgir de nuestra historia como por arte de magia [... ] y con lamentable ligereza se han venido atribuyendo al azar, o a influencias puramente individuales, fenómenos que tienen sus orígenes en las fuentes primitivas de nuestra sociedad" (1991: 222). Esta apuesta por un cierto espíritu analítico y crítico instalaba el estudio de la historia en modalidades discursivas próximas a las que predominarán a lo largo del siglo. Junto a la renovación del aparato discursivo, uno de los aspectos sintomáticos de la nueva actitud historiográfica fue la producción de imágenes que trasgredían las construidas por la tradición del siglo XIX. Y Vallenilla Lanz no fue el único en transformar el imaginario histórico. Un caso ilustrativo fue la crítica radical del culto a los héroes como base para explicar la historia nacional. Entre otros ejemplos posibles que la ilustran, puede citarse lo afirmado por Pedro Manuel Arcaya (1874-1958), en su Estudios sobre personajes y hechos de la historiade Venezuela (1911), sobre el estudio del principal objeto del culto romántico a los héroes patrios: "Pensamos que es tiempo de prescindir, para estudiar la personalidad de Bolívar, del criterio metafísico que ha venido informando [... 1 nuestra literatura histórica" (en Uslar Pietri, 1978: 242). Ya Gil Portoul había causado cierto revuelo con la publicación del primer tomo de su Historia constitucional de Venezuela (1907), por mostrar ciertos pasajes oscuros en la vida de Bolívar -el Decreto de Guerra a Muerte o el ajusticiamiento de Piar-o Otro buen ejemplo es, sin duda, la tesis de Vallenilla según la cual la guerra de independencia fue ante todo una guerra civil, introduciendo así una lectura "desmiriculizada'' de ese momento crucial de la historia patria. Vallenilla plantea de entrada el asunto en términos que expresamente contravienen una lectura "patriótica": (... ] es casi general la creencia de que en aquella lucha, se destacaron [... ] dos bandos perfectamente definidos: de un lado "los americanos que luchaban por independizarse de un poder extraño, de una nación extranjera. usurpadora de sus más sagrados derechos" y del otro, "los españoles, los extranjeros representantes de aquella horrible tiranía, que luchaban por mantener el ominoso yugo".Y se ha creído siempre un deber patriótico ocultar los verdaderos caracteres de la revolución que fue [... ] la primera de esa larga serie de contiendas civiles que han llenado el primer siglo de vida independiente en todas estas naciones (VallenillaLanz, 1991: 29-30).
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Esa voluntad de escapar de las lecturas heroicas y de proponer otra actitud ante e! conocimiento de la historia lo llevará, por un lado, a arriesgar tesis inéditas sobre la historia y la sociedad venezolanas, y, por otro, a volver sobre los "pasos perdidos", e! origen de! que el proceso republicano se había desviado: un Bolívar pragmático, cuya guía intelectual presidirá el discurso de Vallenilla,pero que, por lo mismo, será descartado como modelo del gobernante ideal.
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En Cesarismo democrático, del análisis de los grupos sociales existentes y el estado de la sociedad antes de la declaración independentista saldrá e! sustento para su idea sobre el carácter social de aquella guerra. Las pulsiones sociales -el racismo de la nobleza criolla y los odios por él desatados- pervivirán, para Vallenilla, más allá de su momento, de tal forma que a lo largo del siglo XIX serán las que expliquen su re-flotamiento y la precariedad del proceso republicano. Su lectura de la guerra de la independencia, no exenta de contradicciones y reducciones, representada como trágico "incendio", catástrofe social, juego funesto de ideas irresponsables y "resentimientos", fijará la idea de que sus efectos perdurables sobre la anarquía reinante hasta el presente sólo podrá ser controlada por la figura del caudillo, e! gendarme necesario. Habría que destacar la representación, para Vallenilla, de los dos factores del orden colonial, desbridados por la explosión emancipadora, a la vez agentes principales de la nación (ausente) y justificadores de la solución cesarista: las ya mencionadas "masas populares" y la nobleza criolla. Aunque en sintonía con la crítica que hiciera Martf de los proyectos liberales, Vallenilla activa ciertas zonas de su tradición local: la de la crítica de la "tiranía doméstica activa y dominante" que hiciese Bolívar (en Vallenilla Lanz, 1991: 87), pero imprimiéndole un giro particular. No deja de llamar la atenció n una pregunta retórica que se hace Vallenilla ante la actuación de una élite criolla ganada por el desprecio al grueso de la sociedad: "¿quiénes eran en Venezuela [... J los verdaderos opresores de las clases populares?" (ibid.: 45), o su calificación de "oligarquías 'opresoras y tiránicas en las ciudades de Venezuela, que constituían ya no una clase sino una CASTA, con todos los caracteres propios de esta institución" (ibid.: 60). Vallenilla no sólo niega la función "iluminadora" que tuvo la élite criolla en la emancipación, se empeña más bien en mostrar cómo su activo racismo en los años de la colonia y su caprichosa y súbita adopción de ideas "exóticas", con el fin de desplazar a la monarquía del poder, fueron los responsables absolutos
de la "tragedia" independentista, para cuestionar la legitimidad de esa élite letrada en términos que aún hoy resultan provocadores: Los primeros legisladores de la República, los revolucionarios de! 19 de abril y los constituyentes de 18n, salidos de la más rancia aristocracia colonial, "criollos indolentes y engreídos" que "gozaban con el populacho de una consideración tan elevada cual jamás la tuvieron los grandes de España en la capital del Reyno" proclamaron, sin embargo, el dogma de la soberanía popular, llamando al ejercicio de los derechos ciudadanos al mismo pueblo por ellos despreciado (ibid.: 38). Y añade: [... ] pretendieron levantar el edificio de la República democrática. Según estos principios, la tradición colonial desapareció para siempre e! día mismo en que fueron proclamados los derechos de los venezolanos. De modo que, política y socialmente, los hombres de la Independencia venían a la vida a la edad que contaban, pues al golpe mágico de la revolución, habían dejado entre las ruinas del "oprobioso régimen" todo el legado hereditario de tres siglos de coloniaje y de miles de años anteriores a la Conquista (ibid.). Asimismo, cuestionará el proceso de asimilación de las ideas que, unas décadas atrás, dieran pie al "incendio" (ibid.: 30) de la Revolución Francesa, que "los criollos adoptaban sin examen y profesaban con entusiasmo" (ibid.: 39). Su juicio a la élite criolla recordará la crítica martiana del "aldeano vanidoso" y el "letrado artificial": Toda la generación que proclamó la Independencia había sido educada en aquellas prácticas [según el patriota Miguel José Sanz llenas de: "máximas de orgullo y vanidad"] "propias solo para formar hombres falsos e hipócritas" [... ]; política de astucias, de disimulo, de sordas intrigas, de procederes ambiguos, que tenía por únicas miras la absoluta dominación del país, el ejercicio, en virtud de un legítimo derecho, de la "tiranía doméstica activa y dominante" que dijo más tarde el Libertador (ibid.: 47). Vallenilla no desperdiciará la oportunidad de desenmascarar su objetivo real: "en todo el proceso justificativo de la revolución no debe verse sino la pugna de los nobles contra las autoridades españolas, la lucha de los pro-
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pietarios territoriales contra el monopolio comercial, la brega por la dominación absoluta" (Vallenilla Lanz, 1991: 50). Si hoyes pan cotidiano la crítica "calibanesca" de la ciudad letrada, habría que incluir a Vallenilla Lanz como un antecedente -por más que lo sea al servicio de una solución conservadora o reaccionaria-o Si las "masas populares" eran peligro temible para Vallenilla, la elite criolla será su principal enemigo, pues fue la encargada de soliviantarlas, en vez de cumplir con su función contentiva. Esta enemistad, por supuesto, tendrá un doble filo. Los criollos independentistas, según Vallenilla, fijaron tradiciones funestas para el futuro de la república: la consagración del constitucionalismo ingenuo como panacea política y el verbo jacobino alentador de revueltas. En un texto de 1912 publicado en El Cojo Ilustrado, "Los peligros del cesarismo", Vallenilla asienta lo que podría entenderse como uno de los enemigos ocultos del presente enunciativo de Cesarismo ... Allí mostrará cómo la herencia española, indígena y africana "impone la necesidad del cacique o el césar democrático, pero a la vez resulta ser "un terreno abonado para que germinen las ideas socialistas, produciendo frutos tan amorfos, como ésos que estamos recogiendo y que son en mucha parte producidos por Rousseau" (en Plaza, 1996: 348). Este texto de 1912 ayuda a entender no sólo cómo las figuras de la historia (masas, élites, Rousseau) funcionan como metáforas de la modernización y de sus expectativas democratizadoras, sino cómo esta situación propicia la relectura de la historia. Pero aun hay otra "operación" en el centro de su tesis cesarista, que, creo, tiene algún interés. La imaginación de una suerte de vuelta de tuerca a la vez populista y conservadora. Descartada la "masa popular" por su peligrosidad a flor de piel y la élite criolla por su exotismo, sus prejuicios de clase y sus ambiciones mezquinas, un tercer factor, el del liderazgo, resultará crucial para contener la secular amenaza que representan los factores de la nación, fundar el orden y pensar en el progreso. Tal visión desencantada de la historia, casi reducida a la representación de la barbarie popular y la barbarie letrada, funcionará como justificación para la solución cesarista del "gendarme necesario". Es la imagen histórica de la no-existente-nación la que enseñará la fatal superioridad de las "constituciones orgánicas" sobre las "constituciones escritas" (Vallenilla Lanz, 1991: 95). Esa enseñanza permitirá entender también la inviabilidad del "Grande Hombre" (ibid.: 22), el césar ideal (Bolívar), en un territorio no unificado, heterogéneamente explosivo, y resaltar en cambio la fignra del caudillo de extracción "popular': pero "ilustrable" y benéfico, esto es, el "césar democrático": "como una necesidad fatal [... ) el Caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social" (ibid.: 94).
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Según Vallenilla, la zozobra y la criminalidad desatadas por la irrupción de la guerra hicieron posible su "nacimiento": "Los bandidos no pueden someterse sino a la fuerza bruta; y del seno de aquella inmensa anarquía surgirá por primera vez la clase de los dominadores: los caudillos, los caciques, los jefes de partido" (ibid.: 66). Luego, tras su culminación, una sociedad tan inconexa y frágil, reino de "la supremacía del más fuerte, del más sagaz, del más vigoroso, del más valiente", cuya estructura de relaciones se basaba en "el compromiso de hombre a hombre, el vínculo social de individuo a individuo, la lealtad personal sin obligación colectiva" explicaría la necesidad de su figura para pensar en metas "más altas": "llegar, por una evolución necesaria, al reconocimiento de un Jefe Supremo como representante y defensor de la unidad nacional" (íbíd.: 106). Sorpresivamente la presencia omnímoda en el discurso de Cesarismo ... , Bolívar, el ideal indiscutido y la fuente principal del conocimiento sobre el "carácter real" de la nación, desaparecerá como opción de las soluciones políticas, y serán, precisamente, su "impopularidad", su origen y su "altura" como letrado los que, para Vallenilla, lo inhabilitarán:
r... 1 sus altas nociones de justicia y de moral; su pulcritud, jamás puesta en duda ni por sus peores enemigos; su educación y su estirpe, que le alejaban por completo de aquella nivelación oclocrática l... J, todo contribuía a poner al Libertador en choque abierto con los hechos emanados del determinismo histórico, condenándolo necesariamente a la más absoluta impopnlaridad (ibid.: 101). Páez, en cambio era [ ... 1 el representante
legitimo del pueblo de Venezuela, como el Jefe nato de las grandes mayorías populares r... ] el representativo de su pueblo, [ ... ] el genuino exponente del medio social profundamente transformado por la revolución y más aún por la fuerte preponderancia del llaneraje semibárbaro. r... ]. A la estructura moral de Don Simón Bolívar, no podía ajustar esta investidura semi bárbara. l... J. El no era ni podía ser el hombre representativo (ibid.). El haber surgido del seno de las "hordas llaneras" será la condición indispensable para asegurar el éxito en la gestión de autoridad, pues de su vivencia de la barbarie derivará su "representatividad democrática': Este giro del paradigma de gobernante, pensable en un momento que tiene por expectativa central la democratización, y que llama la atención
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por venir de un "letrado" cuyo pensamiento lo lleva a cuestionar todo "progresismo", aun proveerá al lector de alguna otra pequeña sorpresa: la identificación de Páez con el caudillo realista Boves. En el cotejo, la diferencia apenas radicará en la temprana muerte del primero y la adaptabilidad respecto de valores e ideales ilustrados o civilistas de la que el segundo, según Vallenilla, siempre dio muestra. Ambos, sobre todo, lograron dar con la "virtud" políticamente "necesaria": la aceptación de la "masa popular". Respecto de Boves, Vallenilla rescatará su imagen de la leyenda negra construida por la historiografía tradicional: La psicología de aquel "hombre pavoroso" no ha sido estudiada aún con criterio libre de prejuicios, ya por el empeño que han tenido nuestros historiadores en adulterar el verdadero carácter de guerra civil que tuvo la revolución [... ] como porque la tradición y la leyenda enseñoreándose de la imaginación nacional, han venido dando a la figura del heroico soldado relievesabsolutamente caprichosos; y [... ] arrojan sobre su solo nombre y sobre los de algunos otros de sus subordinados españoles y canarios "toda la execración del patriotismo herido" (Vallenilla Lanz, 1991: 69). En este sentido, concluirá que si el mismo Boves hubiese permanecido al servicio de la Independencia [... ], nadie con más títulos habría alcanzado los grandes honores con que la Patria estimuló el valor y premió las hazañas de los Libertadores. Y nuestra literatura epopéyica tendría páginas recargadas de ditirambos para exaltar las glorias del heroico soldado, del mismo modo que tiene anatemas para execrar sus abominables crímenes (ibid.: 75). Ajustando su imagen a las necesidades discursivas de la tesis cesarista, Vallenilla recurrirá, pues, a otros "modelos" de la historia. Contra su imagen de bárbaro, dirá: "Su mismo valor heroico [... ] lo llevó en muchas ocasiones a realizar actos de generosidad y hasta de clemencia. Su intelectualidad no era inferior a la de la mayoría de los caudillos patriotas";" [r]edimió los esclavos de la servidumbre y fue el primero en comenzar la igualación de las castas elevando a los zambos y mulatos de su ejército a las altas jerarquías militares [... 1. Cuando Juan Vicente Gonzalez, lo llamó 'el Primer Jefe de la Democracia venezolana', penetró muy hondo en las entrañas de nuestra revolución" (ibid.: 68). Pero también recurrirá a otras fuentes documentales, excluidas por la historiografía tradicional. Así, Francisco Tomás
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Morales (,17811-1845), lugarteniente de Boves,proveerá a Vallenilla de elementos que lo legitimen como caudillo popular, a visualizarlo como antecesor del gendarme representativo: Tuvo la fortuna l...J de penetrar los sentimientos de éstos y adquirir un predominio sobre ellos r... [. Dominaba con imperio a los llaneros, gente belicosa y tal, que es preciso saber manejar para aprovecharse de su número y de su destreza [... ]. Los soldados lo adoraban y lo temían, y entraban en las acciones con la confianza de que su valor y denuedo había de sacarlos victoriosos (ibid.: 70). La in-diferencia de Bovesy Páez, la asentará Vallenilla en diversos pasajes: "[ ... ] en el fondo oscuro de su mentalidad y de sus afecciones, el Mayordomo Páez era el heredero legitimo del Taita Boves"(ibid.: 85). Sin embargo, tampoco Vallenilla desperdiciará oportunidad para marcar el potencial de "ilustrable" de Páez: Instintivamente inclinado a la vida civilizada, había comenzado su educación imitando a los ingleses que llegaron a Apure el año 18 y en roce constante desde entonces con los hombres más notables de la época, habia adquirido ya todas las ideas y todos los hábitos del hombre de gobierno, demostrando la enorme capacidad de adaptación que ha caracterizado a los grandes caudillos venezolanos (ibid.: 89)· y justamente serán su coqueteo con la oligarquía conservadora y el alejamiento y la severidad que aplicase a sus conmilitones de guerra los que sentencien su caída ante los ojos de la "masa popular". El relievede ese rasgo a la hora de pensar en el gobernante "necesario" -no del letrado populista, sino del personaje popular en vías de ilustración- es lo que permitirá a Vallenilla recomponer la imagen fragmentada y caótica de la patria:
Páez era el único hombre capaz de contener con su autoridad y su prestigio, a las hordas llaneras l...J y ser al mismo tiempo [... ] una especie de providencia para los numerosos elementos realistas que hasta última hora combatieron contra la Patria [... 1... era por tanto el más llamado a unificar bajo su autoridad a todos aquellos núcleos (íbid.: 63). Tal "giro" resonaría en una novela de esos años como En este país (1920), d. Luis Manuel Urbaneja Achelpohl (1874-1937), pero la convicción de que la articulación viva entre gobierno y pueblo era condición indispensable
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en la praxis política para lograr la estabilidad nacional y hacer posible la transformación modernizadora fue una tesis que tuvo involuntaria acogida incluso entre los más acervos opositores de la obra y la figura de Vallenilla Lanz -por ejemplo, el luego presidente Rómulo Betancourt (19081981), fundador del partido Acción Democrática-. Aunque, de modo paradójico, la idea está en la base de las ideologías y las políticas populistas del último siglo en Venezuela y en América Latina.
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IV Entre el Estado y la sociedad civil
Tres generaciones y un largo imperio: José Bonifácio, Porto-Alegre y Joaquim Nabuco* Lilia Moritz Schwarcz
INTRODUCCiÓN: EL GRUPO DURO DEL EMPERADOR
El imperio brasileño representa un período fundamental para la comprensión de la estructura actual del Brasil. De 1822 a 1889 con dos monarcas y una experiencia de regencia entre ambos, esa monarquía tropical tuvo en un comienzo problemas para lograr su reconocimiento. tanto en el plano interno como en el externo. Por un lado, el Brasil era un territorio inmenso --casi un continente incrustado en el medio de América del Sur- y estaba atravesado por diferencias económicas y regionales. Por otro lado, se trataba de una monarquía cercada por repúblicas, lo que daba lugar a otros inconvenientes. También en el Viejo Mundo pareció algo extraño la existencia de esa realeza, liderada por un hijo de la casa de los Braganza portugueses y de los Habsburgo españoles y austríacos que se transformaba en un soberano tropical. Además, dos limitaciones imperaban en el momento de constitución del régimen, que permanecieron bastante intactas hasta su final: el monocultivo agrario y la mano de obra esclava. No es pura coincidencia que ese sistema haya sido abolido en mayo de 1888y que la república comenzara en noviembre de 188~, lo que pone de manifiesto hasta qué punto el imperio estuvo asociado al trabajo esclavo, que se extendió a lo largo de todo el territorio. Esos pilares implicaron proyectos de cuño autoritario y definieron, asimismo, las perspectivas de la élitc intelectual que gravitaba en torno del rey. Es necesario destacar, además, que los primeros institutos, facultades y la misma prensa local datan de comienzos del siglo XIX, pues habían eslado prohibidos hasta la llegada de la familia real en 1808, y que en un primer momento surgieron sujetos a la lógica de la monarquía que en gran
* Traducido por Ada Solati.
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medida los financiaba. La realeza era por tanto el Iocus de la vida cortesana reunida en el Palacio Imperial, el Paco, primero en torno de Pedro 1 y luego de Pedro lI. En efecto, el advenimiento del imperio planteaba la necesidad de crear no sólo una red institucional, sino también nuevas normas y leyes, distintas de las del modelo de la ex metrópolis portuguesa. Con ese fin, tuvo lugar un intenso reclutamiento que llevó a que hom.bres de diferentes provincias pasaran a formar parte de la elite de letrados: del imperio. Este grupo, formado en su mayoría en las áreas del derecho, la medicina y la ingeniería, se vio llevado a participar ya sea en la política, sea en la función pública. Pero aun cuando la carrera política era la más atrayente, la mayoría terminó por encontrar un lugar en el Estado, a menudo el único empleador disponible. Ésa era, en los términos de la época, la "lla¡¡a del funcionariado". Las particularidades de ese Estado implicaron, pues, fuertes límites a la implantación de una doctrina liberal en el Brasil, en la misma medida en que condicionaron la traducción de proyectos civilizatorios u obstaculizaron un proceso efectivo de modernización. En ese ambiente condicionado por tantas limitaciones de orden económico y político, un conjunto de intelectuales, unidos como por un cordón umbilical al mecenazgo del emperador, actuó de manera al mismo tiempo conservadora y radical. Conservadora" pues se trataba de mantener el statu qua -evitando el desmembramiento del territorio nacional, corno había ocurrido en el resto de América Latina- y de administrar la intervención del Estado, así como de ahuyentar el fantasma de la rebelión de los esclavos."Radical': en los términos de Antonio Candido (1988), pues, como contrapeso del pensamiento conservador (que nunca dejó de dominar), se procuró encontrar salidas "progresistas", sin que esa posición implicase medidas efectivamente revolucionarias o que aspirasen a la caída del Estado y de los principios que lo orientaban. El escenario intelectual de la corte estuvo, entonces, dominado por una élite conimbricense, no sólo bastante homogénea en cuanto a su extracción social, sino también regulada en su formación profesional y que, lo cual es de importancia, se autorreconoció como tal. Como ya demostró José Murilo de Carvalho (1996), la homogeneidad ideológica y la formación fueron características notables de esa élite política, criatura y creadora del Estado. La dialéctica que habría de imponerse a partir de entonces fue, por lo tanto, de preservación y de transformación, todo ello en nombre de evitar el desgarramiento del país. La perpetuación de la unidad, la centralización (a despecho de las reivindicaciones provinciales), el bajo nivel de representación política, la consolidación de un gobierno estable, la reducción del conflicto, así como de la movilidad y la movilización socia-
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les y políticas, representaban una especie de modelo pragmático que separaba al Brasil de las repúblicas vecinas. Es posible, asimismo, comprender varias de esas características del siglo XIX brasileño mediante el análisis del perfil y de la actuación de su élite política e intelectual, dominante ya desde la época de la emancipación política en 1822 y cuya creación se remontaba a la formación colonial portuguesa. La homogeneidad ideológica y de capacitación, brindada por cierta socialización específicaque pasaba por la formación social,la educación en Coimbra (y marginalmente en París), la ocupación en la magistratura y la carrera política, dio lugar a una comunicación estricta, pero ambigua, entre el Estado y la élite intelectual. Envueltas en esa relación, que de cierto modo las autoalimentaba, las élites producidas por ese mismo Estado fueron perspicaces en su capacidad para fortalecerlo al mismo tiempo en que se fortalecían. El resultado fue una evidente elevación de la figura de aquellos intelectuales que dependían del mecenazgo del rey, todos ellos con "manía de doctor", haciendo ostentación de algún tipo de ennoblecimiento y del prestigio del título de "bachiller". En teoría, bachiller era aquel que poseía un diploma de derecho (si bien existían bachilleres en matemática y en letras); sin embargo, en la práctica, con el progresivo aumento de los graduados de derecho respecto de otras posiciones en la magistratura, además de un evidente excedente de esos profesionales, el grupo tendió a asegurar una situación simbólicamente destacada, cuya imagen era asociada ala representación más amplia de profesionales liberales. Los"medallones'; tan bien descritos en los cuentos de Machado de Assis (198 8[1881]), eran profesionales liberales en una sociedad que a duras penas admitía ese tipo de ocupación, así como la autonomía que derivaba de su localización social. El Estado era el gran dador de empleo y el que condicionaba la actuación de la élire que lo rodeaba. Además, como destacó Sérgio Buarque de Holanda ('977), este grupo era, en buena parte, adepto a los francesismos y a las ideas provenientes del exterior, que tendrían en el Brasil un efecto casi mágico. "Mucho lastre para poca vela", sintetizó el historiador, en referencia al emperador Pedro 11, una expresión que bien podría servir para definir a los intelectuales que lo rodeaban. Como mostró Buarqne de Holanda (1979 [1936]), elvicio del bachillerismo llevaba a la exaltación de una personalidad individual, al prestigio de la palabra escrita. de las frases lapidarias, de la oralidad =.\1ada y barroca. Sin embargo, en el suelo tropical, la fascinación por los extranjerismos 'no era de fácil traducción. ¿Cómo aplicar los principios liberales en una IOciedad atravesada por la esclavitud? Las contradicciones que mante-
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nian la estructura indivisa del país exigían una clara pirueta cultural por parte de esas élites intelectuales, que llegaban al Brasil cargando en el equipaje las ideas liberales que tenían éxito en las universidades en las que se habían formado. "Somos, todavía hoy, unos desterrados en nuestra tierra", se lamentaba Sergio Buarque de Holanda en Raízesdo Brasil, en 193 6, resumiendo así los ímpasses de esa y de otras generaciones de intelectuales brasileños. Con su sola presencia, la esclavitud ponía de manifiesto la inadecuación de las ideas liberales, que sin embargo, como mostró Roberto Schwarz (I977: 16), terminaron por orientar todo el movimiento: "La esclavitud desmiente las ideas liberales; pero insidiosamente el favor,tan incompatible con ellas como con la primera, las absorbe y desplaza originando un patrón particular". No se trata de entrar en ese debate o de discutir si las ideas "estaban o no fuera de lugar" (cf. Carvalho franco, 1975). Lo que interesa es pensar de qué modo se produce una relectura específica cuando el liberalismo pasa de ideología del Estado a moneda de prestigio: un tipo de lustre conferido a ciertas personas y teorías. El resultado es un evidente carácter ornamental del saber, cierto desacuerdo entre la representación y el contexto. "Las ideas liberales no podían practicarsc, pero al mismo tiempo eran indesechables", resume Roberto Schwarz (1977: 22), mostrando así cómo en la dinámica de esas ideas la falsedadera su parte más verdadera. De esa manera, con la intención de entender al Brasil, aquella élite realizará una serie de desplazamientos conceptuales, pero a la vez llevará una ropa demasiado ajustada para estar a la altura de la fiesta en la que intentaba participar. Considerando, entonces, la extensión del período imperial, así como del territorio, y la relevancia del pensamiento social de esa elite intelectual, se escogieron tres personajes que pueden dar cuenta de manera ejemplar del escenario y del grupo que se pretende retratar. Son tres autores que, en momentos y en lugares diferentes del imperio, pusieron su empeño en hallar salidas para los obstáculos a la modernización brasileña y debieron hacer frente a las contradicciones locales: José Bonifácio, Manuel Araújo Porto-Alegre y Ioaquim Nabuco. Podría afirmarse que en los tres pensadores la imaginación era europea) mientras que la realidad era brasileña, y que ese descompás daba lugar a soluciones inesperadas (d. Nabuco, 1988). El recorte tiene sus propios límites internos. En primer lugar, se seleccionó deliberadamente un determinado grupo intelectual bastante homogéneo: una elite intelectual blanca que, a pesar de provenir de diferentes partes del imperio, tuvo actuación en la corte, se alimentó de un universo de relaciones personales y se mantuvo asociada al rey.Ése era el grupo duro del emperador, o la "panelinha de Sao Cristovéo" (como se llamó a estos
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pensadores en tiempos de Pedro JI): frecuentadores asiduos del Paco imperial. Comedido y poco proclive a las rupturas, "el grupo duro del emperador" tendía a la conciliación, al mantenimiento del orden y de las instituciones, y a cierto pragmatismo, hoy conocido con el nombre de fisiologismo. Por cierto, éste no era el único circuito intelectual existente, pero sin duda el grupo áulico llegó a ser uno de los más influyentes. En segundo lugar, utilizamos una definición más extendida de intelectual, que comprende no sólo la producción de obras escritas, sino también el trabajo de publicistas, novelistas, artistas y arquitectos, cuyos lazos y amarras sociales eran bastante claros. Llamarlos "intelectuales' es en cierta manera una salida anacrónica, pues lo mejor sería considerarlos como "letrados" que gravitaban en la corte, a la vez que colaboraban en las funciones jurídicas y administrativas. Sin embargo, ellos fueron figuras híbridas que, como se verá, dieron nuevos sentidos al término, al crear, tal vez por primera vez en el Brasil, una literatura sobre la tierra patria, que en el transcurso del imperio dejaría de ser lusobrasileña para tornarse "nacional". Es posible verlos por tanto como pensadores de transición, que asumieron, de maneras inusitadas, funciones que los aproximaban al papel de intelectuales. Como Antonio Candido (I957: 10) puso de relieve,se trató de una generación "empeñada", cuya producción "comprometida" tenía un destino bastante inmediato. La actividad era entendida como una "misión", una especie de modelo civilizatorio que celebraba el carácter particular, pero también universal, de aquella realeza tropical. No es mera coincidencia que buena parte de esa producción literaria portara la alcurnia de ser "brasileña", lo que era por cierto más una construcción que una realidad. Amenazados por la pobreza, en una sociedad que valoraba los títulos de doctor y de nobleza) aquellos intelectuales se valieron de esas formas de prestigio social con e! propósito de construir un país y una imaginación, que invariablemente se sujetó a la autofagia del imperio y de! propio soberano, de quien, en último término, siempre dependieron para sobrevivir.
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BONIFÁCW: LA ILUSTRACIÓN COMO FORMA DE
CIVILIZACIÓN
José Bonifácio de Andrada e Silva (1763-1838) fue el intelectual más promi-
nente a nivel nacional del período inmediatamente anterior y posterior a la independencia. Científico formado por la ilustración, Bonifácio se reveló corno un observador atento de la realidad nacional y fue responsable de la introducción de una serie de proyectos civilizatorios cuyo objeto era la
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creación de un país europeo en el medio de América. Provenía de una de las familias más ricas e influyentes de Santos (ciudad del litoral de la por aquel entonces provincia de Sao PauIo) yen 1783 ya había dejado su pequeña provincia colonial para ir a estudiar a la Universidad de Coimbra. En el Viejo Mundo, estudió en la universidad ciencias naturales y derecho, y llegó a destacarse como mineralogista, especialización que le permitió publicar estudios en revistas francesas e inglesas de ese campo. En Portugal, Bonifácio formó parte del grupo de ilustrados lusitanos, liderados por Rodrigo de Sousa Coutinho, que intentaban promover la modernización del Estado portugués, así como sacar al país de la crisis económica y política. Entre estos intelectuales, que se consideraban herederos de la política "iluminista" del marqués de Pombal, había una serie de brasileños, que en ese momento no promovían una política separatista para el Brasil. Bonifac¡o llegó a formar parte incluso de la Academia de Ciencias de Lisboa -rmportante centro del pensamiento ilustrado portugués- y, en 1812, fue nombrado secretario de la institución. Los ensayos que escribió en aquel contexto ponen de manifiesto su visión del papel del Brasil como coadyuvante de un imperio mayor, pues su concepción separatista sólo surgió más tarde al regresar a la tierra natal. El científico volvió al Brasil en 1819, cuando ya tenía 56 años, y pasó a actuar en su país aplicando los lentes y el conocimiento adquiridos en su larga estadía en el Viejo Continente. Su carrera política en el Brasil fue meteórica y breve. En 1821 fue nombrado vicepresidente de la Junta Provisoria de Sao Paulo, provincia en la que su familia había llegado a tener gran prominencia. Las juntas habían sido organizadas por la élite colonial que adhirió a la Revolución Liberal de Porto, movimiento que estalló en aquel año en la metrópolis y que, en un primer momento, las elites brasileñas saludaron positivamente. En particular, Bonifácio vio en ella no sólo un movimiento capaz de limitar el poder absolutista de Juan VI -convirtiéndolo en un monarca constitucional-, sino también una iniciativa que tal vez asegurase la autonomía que el Brasil había conquistado con la larga permanencia de la familia real en los trópicos americanos. Sin embargo, con el curso de la revolución fueron tomando forma más definida algunas pretensiones de las cortes lusitanas, y fue quedando claro que la revolución era "liberal" para Portugal, pero que en lo que concernía al Brasil aspiraba a la recolonización, disfrazada o incluso abierta. Así, si en un principio no era posible comprender las pretensiones de las cortes, progresivamente las verdaderas motivaciones fueron quedando claras: las élites lusitanas se mostraban en efecto partidarias del constitucionalismo, pero en cuanto al constitucionalismo brasileño, éste debería subor-
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dinarse al portugués. Y ello tuvo una primera reacción positiva en la colonia, que de inmediato comenzó a seleccionar sus diputados para aprobar una nueva constitución. La base de la representación brasileña se fijó según los términos que regían el acuerdo más general, y el cálculo de la población se llevó a cabo tomando como base el año de llegada de la corte a Río de Ianeiro.Io que dio como resultado una cifra de 2.323.386 habitantes y, como consecuencia, de 65 diputados (Oliveira Lima, 2003: 149-150). Los diputados de Pernambuco fueron los primeros en llegar a Lisboa, seguidos por los representantes fluminenses y los de Bahía. Pero fue la bancada de Sao Paulo la que se mostró más preparada para lo que habrían de enfrentar. Liderados por Antonio Carlos Ribeiro de Andrada Machado e Silva (posiblemente el más talentoso de los hermanos de José Bonifacío), el grupo llevaba instrucciones en las que se reconocían la pluma de Bonifácio y sus temas predilectos; entre ellos, la abolición de la institución servil y la catequesis de los indígenas. Sin embargo, las instrucciones tuvieron poca utilidad, ya que, apenas llegados a Portugal, los representantes brasileños se encontraron con la falta de consenso. Las cortes ya habían comenzado a reunirse, y las primeras medidas apuntaban a la subordinación de los gobiernos locales a Lisboa, así como a la revocación de los tratados comerciales de los tiempos de don Juan. Para aquellos que habían viajado a Portugal con la esperanza de encontrar allí un debate basado en principios igualitarios -un tema muy apreciado por Bonifácio-, la realidad se mostraba opuesta y el Brasil no pasaba de ser, para muchos, "una tierra de macacos, de bananas y de negritos apresados en las costas de África (Fausto, 2002: 132). Fue en ese contexto que la figura de José Bonifácio pasa a tener presencia nacional: comenzaba la carrera política de este personaje que luego sería conocido como el"Patriarca de la Independencia'. Hacia fines de 1821,Bonifácio asumió la tarea de congregar a los sectores de la élite nacional que pretendían frenar las pretensiones recolonizadoras de las cortes de Lisboa, a la vez que reunió bajo su liderazgo al grupo más conservador, opuesto a la separación política que defendían los radicales del círculo de Ioaquim Goncalves Ledo. No se pretende resumir aquí los ímpasses que llevaron a la independencia, sino sobre todo mostrar el papel que Bonifácio desempeñó en ella. En enero de 1822, fue convocado por don Pedro para que integrara su ministerio, y con ello pasó a ser el verdadero articulador de la independencia, tras convencerse de que, definitivamente, su antigua salida política era insostenible. Ahora bien, Bonifácio logró la proeza de coleccionar enemigos por todas partes. A pesar de que su ministerio cayó en julio de 1823, desde mayo de
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aquel año había asumido su banca corno diputado en la Asamblea Constituyente, con el objetivo de dar una constitución al Brasil. No hay país independiente que no cuente con un cuerpo de leyes autónomos, y Bonifácio se dedicaría a darle una impronta liberal a la brasileña, si bien el esfuerzo resultó bastante poco fructífero dado que el emperador acabó disolviendo la Constituyente en 1823. El ex diputado resultó preso y deportado, y desde París escribió buena parte de sus textos políticos. En 1831 tuvo una breve reaparición en el escenario político nacional, cuando asumió una nueva banca de diputado y la tutoría del príncipe don Pedro, tras la abdicación de Pedro I. Pero permaneció poco tiempo en la función: los mismos liberales que habían forzado su salida de la Cámara de Diputados lo destituyeron en 1832 de la tutoría. Bonifácio fue juzgado en rebeldía y absuelto en ]835, con lo que finalizó su breve pero rimbombante carrera en la política local. La actividad política de Bonifácio se caracterizó por la ambigüedad de un pensador conservador y, al mismo tiempo, radicaL En un continente configurado por la alternativa republicana, Bonifácio luchó por la monarquía constitucional, el único régimen que, según su visión, "nos llevaría a la civilización': También se dedicó a la constitución de un imperio brasileño, cuya permanencia deberían garantizar la monarquía y la figura simbólica del rey, evitando así la fragmentación que se observaba en el resto del continente. En principio contrario, pero luego francamente favorable a la emancipación política, el diputado paulista tuvo una actuación central en la salida conservadora que definió a la independencia brasileña. En plena América federalista, Bonifác¡o combatió por la centralización, por la unidad y por la monarquía. También como científico y pensador, Bonifácio dejó un legado de la mayor importancia. Partidario de la creación de una nación homogénea, única manera de combatir los "vicios coloniales y la pereza que imperaba en el país", el Patriarca de la Independencia defendió el fin de la esclavitud, la necesidad de la creación de mecanismos de apoyo social y la integración de los indígenas. Según su opinión, el mestizaje era la única salida para la creación de una "raza brasileña", capaz no sólo de conducir a la homogeneidad sino también a la ciudadanía. En sus textos aparece una crítica recurrente dirigida a las "consecuencias nefastas de la persistencia de la esclavitud en el territorio nacional", no sólo para los negros sino, sobre todo, para la élite blanca. Pensaba que la esclavitud llevaba a la violencia y a la ignorancia, e impedía la ciudadanía y la modernidad. "El mal ya está hecho [decía, dirigiéndose a las élites], pero no lo hagamos cada vez mayor; aún hay tiempo de cambiar de dirección:' Y continuaba:
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Generosos ciudadanos del Brasil que amáis a vuestra patria, sabed que sin la abolición total del infame tráfico de la esclavitud africana el Brasil nunca firmará su independencia nacional ni defenderá y asegurará su Constitución liberal, nunca perfeccionará las razas existentes. [... J Sin libertad individual no puede haber civilización ni riqueza sólida; no puede haber moralidad y justicia (en Dolhnicoff 1998: 6.J y 82). En sus ''Apontamentos sobre as sesmarias'; el autor también hizo una defensa de la reforma agraria como la única vía para alcanzar la modernidad. Su proyecto preveía la confiscación y la venta de tierras improductivas al gobierno y la colonización de las mismas por parte de indios, mulatos, negros libertos e inmigrantes europeos. Asimismo, como científico denunció la destrucción de los bosques y los prejuicios que causaba al Brasil. Sin embargo, aun cuando Bonifácio fuese un "radical" en sus proyectos sociales, sostuvo con insistencia que el liderazgo de ese proceso debía permanecer en manos de un "gobierno de sabios",liderado por una monarquía constitucional organizada en torno del Parlamento. Sólo un Estado moderno tendría la capacidad de administrar los conflictos, preparar la emancipación gradual de la esclavitud y mediar en las relaciones entre señores y esclavos. Pero sus proyectos reformistas tropezaron con intereses concretos, y su política tuvo más adversarios que aliados. "lemas como la abolición, la protección de los indígenas, la reforma de la propiedad y la injerencia del Estado eran irritantes para las elites locales, a las que Bonifacio pretendía guiar. No existía la "elite ciudadana" que Bonifácio idealizaba, y ello daba lugar a una contrariedad que no tardó en manifestarse: El brasileño es ignorante, pero vanidoso; antes de la independencia sólo apreciaban a Portugal, hoy se consideran mejores que los portugueses. [... ] Los brasileños gozan de ser curas, rábulas, escribientes, porque son modos de vida en los que no falta el trabajo soportable y de buena conducta; ser labrador y negociante exigiría de ellos más actividad yeconomía, cosa que detestan (en Dolhnicoff, 1998:136). El "Patriarca de la Independencia" fue entonces tanto un reformista osado como un rehén de la monarquía constitucional que había ayudado a implantar. Al mismo tiempo en que proponía proyectos audaces para la época, priorizó la intervención del Estado y la permanencia de los intereses de los grupos dominantes y esclavistas. Constituye un buen ejemplo de los intelectuales que dominaron los primeros momentos del imperio, los cuales, a
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la vez que pretendían -con el lápiz y e! papel- imaginar una monarquía civilizada, se hallaban bloqueados tanto por las limitaciones impuestas por las élites dominantes como por las estrechas fronteras de la realeza que en definitiva había liderado la emancipación. La imaginación política y la formación iluminista reclamaban medidas que eliminasen la desigualdad existente en la base de la sociedad.Ahora bien, los marcos teóricos permanecieron sujetos a la inserción de clase de un autor que, aun cuando tuviese como objetivo actuar como un "guía ilustrado para una élite ciudadana", nunca pretendió malquistarse con ella y, menos aun, con la realeza. Se percibe así un abismo entre representación y realidad} y los textos de Bonifácio adolecen de la distancia existente entre la idealización y su difícil realización. La"independencia" no era un proceso conocido sino un movimiento inventado, e incluso improvisado, en toda América del Sur. Palabras como "descolonización" o "neocolonialismo" no formaban parte de la jerga de la época, y la propia experiencia europea, a pesar de constituir un modelo, en nada se parecía a nuestra realidad. Por lo tanto, se trataba de inventar nuevos proyectos imaginativos}que no tenían que ser mera imitación o reproducción de Jos discursos europeos (Pratt, 1999).Y Bonifacio quedó en el medio. Su carrera política fue corta y sus discursos serían objeto de relectura, y tendrían mayor impacto, sólo en tiempos futuros, cuando e! combate a la esclavitud, a mediados de la década de 1870, pasó a ser una cuestión imposible de soslayar o de tergiversar.
2. PORTO-ALEGRE: EL ARTE COMO PROYECTO DE CIVILIZACIÓN
Manuel Araújo de Porto-Alegre (1806-1879), barón de Santo Ángela, fue uno de los talentos más paradójicos de la élite intelectual que dominó la escena de mediados del Segundo Reinado, el período de apogeo del imperio. Pintor, caricaturista, historiador del arte, poeta, diplomático, autor dramático, periodista, Porto-Alegre se destacó en una serie de actividades) a la manera de buena parte de su generación, que se desdobló para actuar en todos los espacios que podía ocupar. Pero fue a partir del arte que construyó su proyecto de nacionalidad. En particular en las llamadas "bellas artes" -la arquitectura} la pintura, la estatuaria y la escultura-, PortoAlegre encontró su forma central de actuación y dio lugar a lo que se anunciaba como una nueva "brasileñidad'' Totalmente volcado al mecenazgo de don Pedro He-cuyo "cuartel general" y punta de lanza de su proyecto cultural fue el Instituto Histórico y
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Geográfico Brasileño, fundado en 1838 en Río de Ianeiro en el Segundo Reinado-, Porto-Alegre fue e! responsable de buena parte de la simbología del imperio y que resultó fundamental para su propia efectivización. Tuvo así que hacer frente al desafío de su grupo, es decir, pensar en las particularidades del imperio brasileño, al mismo tiempo que intentaba incluirlo en el conjunto de las naciones civilizadas. Oriundo de Rio Pardo, en Rio Grande do Sul, Porto-Alegre llegó aRio de Ianeiro en 1827 y de inmediato pasó a ser miembro de la primera camada que frecuentó la Academia Imperial de Bellas Artes, fundada en 1826. Se especializó en pintura histórica y fue discípulo dilecto de lean Baptiste Dcbret, a quien acompañó a París en su regreso a la tierra natal. Asimismo, formó parte de la primera leva de estudiantes de la que luego sería conocida como la Misión Artística Francesa, un grupo de formación neoclásica y ligado a las guerras napoleónicas que llegó al Brasil, en 1816, con el propósito de crear una academia y dar una nueva representación a la colonia. Si bien la misión fracasó respecto de su primer objetivo, Porto-Alegre llegó a ser un nombre importante en la historia de la Academia Imperial de Bellas Artes. Con anterioridad había realizado su formación académica en Francia con Gross y, junto con sus amigos Goncalves de Magalhaes y Francisco de Salles Torres Homem, fundó la revista Nitheroy, considerada como el marco inicial del romanticismo literario en el Brasil. Este grupo, al que luego se sumaron el poeta Goncalves Días yelliterato Ioaquím Manuel de Macedo, y con el que el artista mantuvo estrechos lazos de amistad, tuvo un papel fundamental en el regreso de Porto-Alegre al Brasil. El grupo de colegas ocupó una serie de lugares en las instituciones de prestigio de la corte -como el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño y el Imperial Colegio Pedro 1I- y se dedicó a escribir, sobre todo, en las áreas de historia, geografía, literatura y enseñanza. Además, e! círculo de amigos se benefició de la proximidad con Pedro Il, a quien a menudo dedicaron sus obras y que los financió en varias ocasiones. Pero fue por medio de su arte que Porto-Alegre ganó definitivamente la gracia del Paco. Don Pedro 1 había valorado positivamente un estudio realizado por el artista para un cuadro en conmemoración de los nuevos estatutos de la Academia de Medicina. Tras ese primer contacto, y luego de! viaje a Europa, el pintor fue convidado a realizar una serie de retratos de la corte, y esa posición le aseguró, en 1837, el puesto de profesor en la Academia de Bellas Artes. A partir de allí despegó su carrera, y en 1838 fue invitado a ejercer la enseñanza en el recientemente fundado Imperial Colegio Pedro I.L(institución dilecta del emperador y un verdadero trofeo para todo aquel que ingresase en ella como profesor o director).
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Porto-Alegre contó también con la protección de uno de los hombres más influyentes del Paya, Paulo Barbosa da Silva,que había sido nombrado mayordomo de la Casa Imperial, en 1833, tras el fin de la tutoría de Bonifácio. Junto con Aureliano de Sousa Coutinho, por aquella época Barbosa rodeaba al joven príncipe y llegó a ser un personaje clave en el momento de la proclamación de la mayoridad de Pedro Il. Ésta fue la llamada Facción Áulica (o el grupo de la Ioana)," que, además de ocuparse de las finanzas de la Casa Imperial, tenía incumbencia en la definición de las fiestas y del calendario de la corte. Así, debido a sus buenas relaciones personales, Porto-Alegre fue convocado a actuar en el principal ritual que el imperio se disponía a celebrar: la consagración de Pedro JI en 184 0 . Como orador oficial del Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, PortoAlegre pronto se vinculó con el proyecto romántico de la institución -la elevación del indígena como alegoría mayor de la nacionalidad brasileñay tuvo como meta la creación de una 'identidad" local. En efecto, la unificación política pasaba por una unificación cultural, y nuestro artista se dedicó a la tarea con los instrumentos que poseía. Se destacó como el responsable del proyecto para la consagración del monarca, que debería ser el momento capital en la imaginación política del imperio. Allí se iba a realizar el gran teatro de la nueva nación y de una élite empeñada en construir una representación idealizada de la monarquía. Porto-Alegre se dedicó especialmente a la construcción de un gran edificio provisorio acoplado a la Plaza del Paya, conocido como "Veranda'; y que fue la sede de las grandiosas fiestas de coronación de Pedro 11. Las obras se llevaron a cabo a lo largo de seis meses y emplearon materiales y profesionales destacados: maderas, telas, vidrios, tintas, herrajes, fuegos artificiales, carpinteros, pintores, costureras, artistas consagrados y aprendices. Manuel de Araújo Porto-Alegre elaboró y dirigió el proyecto y su ejecución, por lo que recibió una gratificación mensual de 250.000 réis. Además, él mismo pintó las obras más relevantes de la decoración y orientó los trabajos de un grupo de discípulos. Arañas de cristal, apliques, globos, docenas de copas de vidrio, fino parqué, oro y plata para dorar y platear, torneados, inscripciones, tallas, bordados, franjas, cordones, empapelados, terciopelos, damascos y sedas, guarniciones y galones de oro, telas de oro y plata, tapices ... son descritos y listados en el documento de rendición de cuentas de la famosa Varanda (cf Arquivo Nacional, Fundo Casa Imperial, documentos relativos a la consagración y la coronación de don Pedro 11). " El nombre de la asociación se debe a que sus reuniones se llevaban ..1 cabo en la casa del mayordomo Paulo Barbosa, situada en los márgenes del río loana. [N. de la '1: I
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La Varanda era en realidad un edificio provisorio, construido especialmente en la Plaza del Paco, pero que tendría un lugar destacado en la simbología del imperio. De grandes proporciones, estaba ligado al Paco y a la Capilla Imperial y ocupaba todo el espacio entre ambos edificios, y fue dividido en tres partes principales: un templo y dos pabellones a cada lado, con sus respectivas galerías que los comunicaban con el templo central. El artista creó símbolos y alegorías con el propósito de representar los anhelos de la élite política y el perfil que el joven Pedro debería exhibir ante la nación y, paralelamente, ante el imperio: la imagen del nuevo reinado. En primer lugar, ya el término "templo", como se llamó a la parte central del edificio donde se ubicaría Pedro 11 tras la coronación, tenía un sentido de culto religioso, de exposición divina y de respeto. En un plano más físico, se destaca el nombre dado a los pabellones laterales: Amazonas y Plata, en homenaje a los gigantescos ríos, señaladores de fronteras e inmensos como el imperio, que fueron representados por medio de dos estatuas colosales. El proyecto de Porto-Alegre apuntaba a unir lo particular y lo universal, y así el artista reunió alegorías del Viejo Mundo con referencias al Brasil. Junto a los leones instalados al pie de la escalinata del Pabellón Plata -y que representaban la fuerza y el poder- o a las estatuas de la Justicia y de la Sabiduría con la inscripción "Dios protege al Emperador y al Brasil", el decorador oficial introdujo escenas de la monarquía, e incluso referencias a las tribus indígenas locales. Y en una mezcla de cosmologías, dispuso dcllado del Brasil un monumento de oro con la esfera de sus armas. Además, a fin de fortalecer la imagen del predestinado soberano, grandes medallones representaban a Carlomagno, Francisco 11, Napoleón y Pedro el Grande junto con las armas de Portugal y de Austria. Por último, en la misma sala del trono, la gran y apoteótica propuesta a los destinos históricos del país: el emperador Pedro ll, investido del ejercicio de sus derechos constitucionales, "expulsaba los vicios, las calamidades y los crímenes que habían desgarrado al imperio durante la minoridad". La imagen resumía la representación de la sabiduría y de la virtud del nuevo régimen: mientras que los vicios se retiran, "las ciencias, las artes y las virtudes cívicas llegan en su lugar". Por las galerías y los pabellones, se representaban homenajes y hechos históricos -el día del "Pico"; la independencia y pró" E19 de enero de 1822 el entonces príncipe regente don Pedro, contrariando las órdenes de las cortes portuguesas que exigían su regreso a Portugual, decidió permanecer en el Brasil e hizo la famosa declaración que da nombre a la fecha conmemorada: "Se é para o bem de todoseJelicidadc geralda Nacao, cstoupronto! Digam ao pavo que fico" [Si es para el bien de todos y la felicidad general de la Nación, [estoy preparado! Díganle al pueblo que me quedo]. [N. de la T.]
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eeres de la patria tenían sus nombres grabados en piezas sostenidas por columnas-, y algunos indígenas bien seleccionados eran citados por sus nombres: Caramuru, Araribóia, Tibirica. Como puede verse, mediante ese recorte temporal y de los acontecimientos, Porto-Alegre fortalecía y daba lugar a los presupuestos de una historia oficial que era "nacional" por ser indígena y tropical, pero también común al mundo civilizado europeo, pues estaba liderada por un monarca de origen europeo. Porto-Alegre se ocupó también de diseñar las ropas que llevó el monarca durante la ceremonia y de conducir buena parte del ritual, lo que le valió el nombramiento de pintor de la Imperial Cámara, el 28 de julio de 1840. A partir de entonces, el artista prácticamente dominó solo todas las actividades relacionadas con las "bellas artes": en 1842 fue nombrado director de la sección de "Numismática, Artes Liberales, Arqueología, Usos y Costumbres de las Naciones Antiguas y Modernas" del Museo Nacional y, en el mismo año, realizó el cuadro oficial "Coronación de Pedro 1I". En 1843 diseñó la decoración de las bodas imperiales de don Pedro 11 con Teresa Cristina, y en 1845 se le encomendó la tarea de uniformizar la estética del Paco de Sao Cristováo y la arquitectura interna del Palacio de Petrópolis, siempre privilegiando una lectura al mismo tiempo "tropical y universal" para el Brasil. Ésa era la arquitectura mestiza de Porto-Alegre, también conocido como el introductor de motivos brasileños en el arte decorativo y arquitéctonico local. En Petrópolis, el artista haría un "festín": entre los modelos clásicos europeos y los símbolos de la familia imperial (la Corona, las iniciales de los emperadores, los dragones de los Braganza) aparecen frutas como ananás, cajús, pitangas, ararás y guayabas. En la alcoba matrimonial, amapolas -las famosas "adorrnideras"-, que deberían inspirar el sueño de Sus Majestades. Al fin de cuentas, y según la documentación que legó el artista, éramos la más tradicional de las monarquías -formada por una dinastía Braganza y Habsburgo- pero también la más original: por su naturaleza y sus naturales (específicamente los indígenas y no los esclavos, que fueron olvidados en la representación oficial). Porto-Alegre también fue reconocido por la reforma que llevó a cabo en la Academia Imperial de Bellas Artes (entre 1854 y 1857), cuando fue propuesto directamente por Pedro 11, como se manifiesta en el discurso dado en esa institución en 1855, ya como nuevo director: "Señor, nada seré sin la inmediata protección de Vuestra Majestad: tengo las espaldas heladas y las necesito más calientes; porque quiero tenerlas y poder aun quemar el garrote que me postra". La reforma, la mayor promovida hasta entonces, también se vio limitada por el mecenazgo de las relaciones imperiales. Pero el artista, que deseaba tener sus "espaldas calientes': se vio afee-
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tado por la llegada de nuevos grupos yen 1857 fue obligado a renunciar a su puesto de director. A partir de entonces, vivió fuera del Brasil, desempeñando funciones oficiales: fue cónsul brasileño en Berlín, y luego en Dresden y en Lisboa en 1867. Sin embargo, la vida de Porto-Alegre sólo parecía tener sentido si estaba vinculada a la corte, verdadero centro neurálgico de aquel contexto. Murió pobre en 1879,en Lisboa, y fue enterrado en una bóveda prestada. En realidad, el estatus social que había conquistado con su trabajo junto al monarca, o los títulos que recibió por sus servicios prestados al imperio, brindaron a Porto-Alegre un sustento mucho más copioso que las gratificaciones o los salarios. Además de ser barón, a partir de 1874 -sin grandeza, como la mayor parte de los títulos concedidos por el monarca Pedro 11fue comendador de la Imperial Orden de Cristo y dignatario de la Imperial Orden de la Rosa. Adepto a las mercedes y a los honores como todo "buen monárquico", como solía definirse, Porto-Alegre vivió de los escenarios frágiles que creó y del seno de la corte que compartió. Todo su trabajo apuntaba a la elevación de una monarquía constitucional dedicada a un juego de emulación y de contras.tes recíprocos. Así, pretendía realizar una especie de síntesis entre la exaltación de un imperio ilustrado y civilizado y un reino particular, es decir, tropical y exótico. Por un lado, era necesario dotar de antigüedad a la monarquía y, para ello, Porto-Alegre se ocupó de instalar escenarios que parecían europeos y arcaicos. Por otro lado, se trataba de encontrar una "esencia local", surgida de las "gentes brasileñas" (es decir, los indígenas transformados en buenos salvajes) y de la naturaleza de los trópicos. Con ese propósito, PortoAlegre colocó en sus decoraciones tribus indígenas y frutos como maracuyas, cajás y pitangas, y al mismo tiempo no desechó las alegorías clásicas. Tal era el desgarramiento de su generación, que intentó hacer de su actuación un gran teatro. Asimismo, el artista se ocupó de elaborar los primeros ensayos sobre "arte brasileño" así como de crear una tradición pictórica local, que, según él, se encontraba en los temas reconocidamente «nacionales". En su empeño por formar un arte local, marcado por el binomio naturaleza y civilización, nuestro autor creó un verdadero repertorio de artistas y de obras (Squeff, 2004). Porto-Alegre representa un ejemplo de la polivalencia que caracterizó a esa generación y de los vínculos entre la intelectualidad decimonónica y el poder, sobre todo en el momento de mayor estabilidad del imperio. En este caso, se llegaba a un proyecto de nacionalidad y a la elevación del Estado por medio del arte. Más aun, en este caso los compromisos con un arte palaciego hicieron del autor un prisionero áulico; en efecto, si en ciertas
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piezas teatrales o en los proyectos de reforma urbana que elaboró PortoAlegre puso de manifiesto alguna contrariedad respecto del gobierno, su verdadera "misión" pareció ser su proyecto artístico para el Paco y, en ese sentido, el artista fue por encima de todo un intelectual orgánico preocupado por garantizar la continuidad del, Estado, El artista fue un modelo de la intelectualidad que rodeó al emperador y que vivió, junto con él, el apogeo de un sistema que siempre procuró ocultar la realidad de su juventud o la penetración de la mano de obra esclava. Para Pedro 11 y sus intelectuales, el país era exótico en su exterioridad, pero tradicional y europeo en su verdadera esencia y en su identidad.
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JOAQUlM NABUCO y LAS AMBIGÜEDADES DE UNA GENERACIÓN
Por último, resta analizar el contexto del desmontaje del imperio y el papel que esta intelectualidad asumió a partir de entonces. La década de 1870 y el término de la Guerra de! Paraguay delimitan e! apogeo y, paradójicamente, el comienzo de la declinación de la monarquía. El apogeo, pues en su primer año la contienda trajo muchos beneficios al imperio y a su mayor líder, ya que el monarca, convertido en "rey guerrero", se hacía aun más popular en el imaginario local. Pero ése es también e! comienzo de la declinación: la guerra no resultó ser tan corta como lo habían imaginado el soberano, sus ministros generales e incluso sus aliados, la Argentina y el Uruguay. Por otro lado, en esos años, el gobierno se dedicó de manera tan intensa al conflicto que apenas restó tiempo para llevar a cabo las reformas internas. Además, la guerra tuvo un costo económico enorme: 6]4.000 cantos de réis, es decir, onces veces el presupuesto gubernamental para el año 1864, lo que generó un déficit que se prolongó hasta 1889 (Doratioto, 1996: 7). La guerra se convirtió, pues, en una divisoria de aguas en la historia del imperio y tras su final, en 1870, ganó cuerpo la campaña en favor de la república y, sobre todo, de la abolición de la esclavitud. Por ejemplo, en el comienzo de la década de 1870 se crearon el Partido Republicano, la "Sociedad de Liberación" y la "Sociedad Emancipadora del Elemento Servil".Además, el 28 de septiembre ~f~8;yse aprobó la Ley del Vientre Libr~, que, a pesar de su perfil conservador, significaba un paso importante-hacia el término de! cautiverio en el Brasil. Sin embargo, y a pesar de la creciente presión internacional, e! imperio no asumió la conducción del proceso abolicionista. Tras la Guerra de Secesión en los Estados Unidos y con la victoria de la Unión en ]86'), el Brasil
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pasó a ser,junto con Cuba, uno de los últimos países que permitían la esclavitud en su territorio. De esta manera se producía una fractura en la imagen exterior de! país, pues, al mismo tiempo que en los almanaques europeos se difundía la representación civilizada de la monarquía brasileña, ésta era también asociada a una guerra sangrienta y a la idea de que postergaba la abolición definitiva de la esclavitud. En ese contexto, la actuación de Ioaquirn Aurélio Barreta Nabuco de Araújo (1849-1910) -el político más emblemático cuando se evoca e! ocaso de! Segundo Reinado brasileño- pasó a tener peso a nivel nacional. Nacido en Recife, Nabuco vivió en el seno de una familia influyente en el ámbito local. Su padre, José Tomás Nabuco de Araújo -futuro senador, consejero de Estado y ministro del imperio-, provenía de una familia bahiana que había dado senadores al imperio desde el Primer Reinado. La madre, Ana Benigna de Sá Barreta, provenía de una familia tradicional de la región -los Paes Harreto-, que desde hacía más de dos siglos gozaba de prestigio económico, social y político en Pernambuco y que estaba vinculada con Francisco Paes Barreta, último beneficiario del mayorazgo del Cabo y marqués de Recife. Nabuco no pasó su primera infancia en compañía de los padres, pues éstos se habían mudado a la corte. Así, pocos meses después de su nacimiento ]oaquim Nabuco pasó a vivir con los padrinos, Ioaquim Aurélio Pereira de Carvalho y Ana Rosa Palcáo de Carvalho, en el ingenio Massangana, donde pasó los primeros ocho años de su vida. La estadía lo marcó profundamente, al punto de que en sus Memorias comenta: "Los primeros ochos años de mi vida fueron, en cierto sentido, los de mi formación, instintiva o moral, definitiva". Esos años de la infancia en un ingenio esclavista también habrían echado en su espíritu e! germen de la reacción contra una de las más sólidas instituciones brasileñas de la época: la esclavitud. Massangana es asimismo el nombre de uno de los famosos ensayos de Nabuco, escrito en el exilio, donde el autor revela sus inclinaciones a un mismo tiempo radicales y conservadoras: la esclavitud es la cuestión central, pero la salida de Nabuco es progresista, nunca revolucionaria. Por un lado, se opone a la esclavitud y exige su condena; por otro lado, percibe una "docilidad" en la relación entre el señor y el esclavo:
La esclavitud permanecerá por mucho tiempo como la característica nacional del Brasil. Ella desparramó por nuestras vastas soledades una gran suavidad; su contacto fue la primera forma que recibió la naturaleza virgen del país y fue la que él conservó; con sus mitos, sus leyendas, sus encantamientos (Nabuco. 1995: 2R).
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Tras la muerte de su madrina, en 18S7, Nabuco se mudó a Río de laneiro y fue a vivir con los padres. En 1866, comenzó sus estudios en la Facultad de Derecho de Sao Paulo. El ambiente mostraba una temperatura política elevada, pero en ese entonces Nabuco, aún llamado por su apodo, Quinquim, era sobre todo un dandy que seguía la moda, dedicado a las fiestas ya las mujeres, y sofocado bajo la sombra del padre. Sin embargo, la vida financiera de la familia en la corte no era de las más fáciles y, en 1869,loaquim Nabuco se vio forzado a seguir sus estudios en la Facultad de Derecho de Recife, donde actuó como abogado defensor de un esclavo acusado de homicidio doble, para escándalo de la élite pernambucana. En esa facultad dominaban los estudios raciales del grupo de Silvia Romero, pero Nabuco se mantuvo apartado de ese debate y se transformó en un portavoz, aún tímido, de la abolición en el Brasil. En ese contexto, y haciendo coro con las demás presiones que tomaban forma más definitiva tras el fin de la Guerra del Paraguay, Nabuco escribió en ]870 A esaavidao. Pero todo indica que Nabuco, de temperamento ciclotímico y propenso a la melancolía, quiso apartarse del mezquino contexto intelectual local. En 1873 buscó una nueva formación en el extranjero y, con la ayuda de la herencia recibida tras la muerte de sus tíos, hizo el primero de sus muchos viajes a Europa. Este tipo de experiencia situó a Nabuco en un dilema típico de muchos de los intelectuales brasileños del siglo XIX: por un lado, el amor reverencial por la cultura europea Yl por el otro lado, la necesidad de pensar nuevos proyectos para la madre patria. inspirado por las vivencias en el Viejo Mundo. Con ese espíritu, en 1878 Nabuco inició su carrera política, cuya base electoral fue la provincia de Pernambuco. Los relatos de la época hablan de la oratoria arrebatadora del joven político y de su inesperada victoria en su primera elección como diputado. Sin embargo, la vida en el Parlamento resultaría diferente del púlpito popular y, allí, su aguerrida batalla contra la esclavitud terminó por impedir su reelección al año siguiente. Como consecuencia, entre los años 1840 y 18so, el joven estadista se dedicó a estudiar la política pernambucana, en la misma época en que el juez José Tomás Nabuco de Araújo, su padre, actuaba en el partido conservador. Ése fue el período decisivo para la construcción de su proyecto abolicionista, que pretendía alcanzar un equilibrio entre liberales y conservadores. Curiosamente, en 1840 los argumentos más contundentes de Nabuco eran disputados tanto por los liberales como por los republicanos y los conservadores. Nabuco se preparaba entonces para asumir su lugar en el abolicionismo legal, es decir, predicaba e! fin de la institución, pero sin la transformación radical de la estructura vigente y contando
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con la intervención del Estado. En 1877 obtuvo su primer cargo público, el de agregado de la delegación en los Estados Unidos, que le proporcionó un mayor conocimiento del país, contactos y estudios en Nueva York yen Washington. En su residencia, organizó la Sociedad Brasileña contra la Esclavitud y asumió el rol de bardo de la causa. Sin embargo, la suerte no estaba de su lado y en las elecciones de 18821883 fue derrotado. Desilusionado, partió una vez más hacia Europa y allí escribió O abolicionismo, su obra más divulgada y que sintetiza sus años de combate a la esclavitud. El libro es tributario en gran medida del aprendizaje que Nabuco hizo en sus viajes al extranjero. En efecto, con e! diplomático e historiador Oliveira Lima estudió los problemas legados por la herencia colonial ibérica; del contacto con el grupo Anti-Slavery -una asociación inglesa que fomentaba la formación de filiales y acogía adeptos para actuar, en especial, en las colonias inglesas- adquirió el panteón de ideas abolicionistas inglesas; a partir de su trabajo en la prensa inglesa, sobre todo con Picot -director del Jornal do Comércio en Europa-, y como corresponsal de ese periódico aprendió e! estilo límpido y directo que impera en la obra. Es interesante notar que, al igual que otros intelectuales brasileños, Nabuco pudo escribir su obra de mayor importancia en e!destierro, cuando sufría por la "nostalgia de! hogar" pero mantenía su pensamiento libre de las injerencias partidarias -bien lejos de los intereses que combatían en la escena política nacional-. En O abolicionismo, loaquim Nabuco presenta un verdadero libelo contra la herencia legada por los portugueses: "la africanización del Brasil" derivada de la esclavitud. Al igual que Bonifácio, vislumbraba e! surgimiento de una raza brasileña formada por mestizos y por la conciliación de todos los pueblos constructores de la nacionalidad. Pero el político no incluía a la monarquía dentro del paquete de instituciones que deberían ser desmontadas. Juzgaba que la abolición sólo sería posible a la manera inglesa, con una realeza capaz de garantizar la unidad territorial y política. Durante su estadía en Londres, Nabuco fue cincelando su obra, mientras se mantenía como corresponsal del Jornal do Comércio y de La Razón, de Montevideo, además de estar empleado en la 5ugarFactortes, una compañía vinculada a la fabricación de! azúcar en e! Brasil. Pero nuevamente lo asaltó el deseo de hacer política en su tierra y entre 1878 y 1885 no sólo elaboró una teoría sobre la esclavitud brasileña, sino que también se involucró en disputadas campañas electorales. A partir de ese momento, la cuestión de la abolición ocupó todo el escenario nacional y se convirtió en un tema suprapartidario.
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En la campaña para las elecciones de 1884, loaquirn Nabuco alcanzó su mayoría de edad política. El ideario expuesto en las páginas de O abolicionismo ganó alma y visibilidad en sus discursos, que eran cuidadosamente taquigrafiados y luego publicados. En sus pronunciamientos, en la Recife de fin de siglo, Nabuco defendió una nueva ley agraria y publicó A campanha abolicionista no Recife: eleicóes de 1884. En junio de 1885 obtuvo la victoria con el apoyo de los militantes de los movimientos abolicionistas pernambucanos reunidos en diversas asociaciones civiles. En septiembre de 1887, Nabuco asumió su tercer mandato en la Cámara de Diputados y vio, al fin, concluida la liberación de los esclavos. Con la promulgación de la escueta ley del 13 de mayo de 1888,la ley Áurea, que en una sola frase consideraba extinta la esclavitud en el Brasil, se concretaba el sueño del Patrono de la Raza Negra. Lejosde los proyectos radicales -que preveían la inserción de la mano de obra esclava-o y de los más conservadores -que anhelaban la indemnización de los ex propietarios-, la leyera concisa y sólo liberaba un porcentaje reducido de los pocos esclavos que a esa altura se encontraban en tal situación. Pero el Patrono era definitivamente propenso a los cambios psicológicos, y en los últimos años se produjo su acercamiento al soberano y al propio sistema monárquico. En Minha [ormocao definió lo que consideraba como el carácter singular de la realeza: "la pompa, la majestad, todo el aparato de la realeza formaba parte, para mí, de los artificios necesarios para gobernar, satisfacer la imaginación de las masas, cualquiera sea la cultura de la sociedad" (Nabuco. 1995: 28). Estaba embriagado por la realeza y creía que la ley Áurea, promulgada por la princesa Isabel, sería el acto más popular capaz de garantizar la supervivencia del imperio. Pero el abolicionista resultó ser un mal heraldo y no previó el final casi inmediato del sistema que tanto defendía. Así,en 1889, desilusionado por la caída del imperio el político se alejó voluntariamente de los asuntos públicos y se convirtió en uno de los autoexiliados del imperio. En 1889 contrajo matrimonio con Evelina Torres Soares Ribeiro,hija del barón de Inhoá y hacendado en Marica, en la por entonces provincia de Río de [aneiro, lo que le dio mayor estabilidad financiera. Se dedicó entonces a escribir sobre su experiencia política y publicó, sucesivamente, Por que sou monarquista (1891), O deberdos monarquistas, Balmaceda. A intervenplo estrangeira na Revolta de 1893 y Um estadista no lmpério: Nabuco de Araújo (1895-1896), y en 1896 participó, junto con Machado de Assis, en la creación de la Academia Brasileña de Letras. El político se había convertido en un pensador y separaba claramente la idea de la abolición del proyecto de la república: "La expulsión del Emperador me abatió 1TI.1s
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profundamente que todas las caídas de tronos o catástrofes nacionales que acompañé de lejos" (Nabuco, 1995: 35). El romance con el nuevo gobierno republicano tardó en concretarse, y sólo en 1899 Nabuco aceptó defender al Brasil en la cuestión de los límites con la Guayana inglesa. Al año siguiente publicó Minha [ormacao, un libro en el que rehace su memoria personal y política. Allí recuerda su vida en el ingenio, ensalza la memoria del padre y recupera su itinerario internacional, mostrando su preferencia por Londres, sobre todo en comparación con Nueva York. La obra es un verdadero viaje sentimental y en ella, melancólicamente, el intelectual radical hace del pasado su paraíso perdido. Su vida ya no pasaba por Recife; decía ser "un espectador más de su siglo que de su país [... ] para mí, la obra es la civilización, y se está representando en todos los teatros de la humanidad" (Nabuco, 1995: 35). Aun así, en 1905 aceptó el cargo de embajador del Brasil en Washington, donde tuvo un papel destacado no sólo en la organización de la 11 1 Conferencia Panamericana, realizada en Río de [anciro en 1906, sino también como gran defensor de una política panamericana basada en la antigua doctrina Monroe. A su muerte, en 1910, ya era considerado como un verdadero estadista, tal vez el mayor que el Brasil había tenido. Aún resta mencionar los diarios de Nabuco, escritos corno un legado a la inmortalidad. En el libro Minha [ormacáo confesaba que "entre nosotros, el sentimiento es brasileño. La imaginación es europea". Y, en efecto, toda la reflexión del escritor parece construida a partir del diálogo entre los viajes que realizó y las conclusiones que extrajo de ellos. "Viajar es ver", escribió Nabuco en sus Diarios, revelando su tendencia a observar otras realidades y, a partir de ellas, pensar en su propio país. En los Diários (tres mil ochocientas páginas en dos volúmenes) se reconoce el estilo del autor) que siempre combinó el activismo político con el conocimiento del mundo y con mucha reflexión personal. Los Díários también muestran que para Nabuco todo parecía ir quedando con un aire del pasado. Al comparar el pasaje de los siglos con la confluencia de dos ríos, el polemista admite que no sabe nadar: "quedo inmóvil en el margen en el que nací". Se resignaba así a una especie de ostracismo, al tiempo que denunciaba la censura y el arbitrio de la república, un régimen al que consideraba "infame y bárbaro". Los tiempos eran otros, y con la sordera que había desarrollado pasaba a ver "el mundo corno una gran pantomima". Nabuco es, pues, un intelectual marcado por las ambigüedades de su época. De activista radical, mentor del abolicionismo legal y de proyectos que alentaban reformas sociales, con el tiempo paso a ser un partidario intransigente de la causa monárquica. Su carrera estuvo marcada por un
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gran giro, condicionada por el recuerdo del padre y del modelo conservador, o por su papel corno defensor del panamericanismo. La trayectoria de Nabuco es emblemática de las élites imperiales, modernizadoras y conservadoras. En sus libros y panfletos, el estadista abordó temas corno la soberanía, la ciudadanía, las reformas social e institucional; sostuvo la idea de que el país debería organizarse según el modelo inglés, y propuso con insistencia la remoción de la institución que consideraba como el mayor obstáculo para el ingreso del capitalismo. Sin embargo, y al mismo tiempo, fortaleció y promovió un modelo de modernización conservadora sobre la base de la elección del régimen monárquico y de la intervención del Estado. Observó el modelo europeo y sostuvo siempre que "los brasileños pertenecemos a América por el sedimento nuevo, fluctuante de nuestro espíritu, y a Europa por sus capas estratificadas" (Nabuco, 199.5: 35).
UNA ÉLITE INTELECTUAL COMPROMETIDA
La defensa de la unidad, de la centralización -a pesar de las diferencias regionales- y de la monarquía en plena América fue una apuesta fundamental de la élite intelectual perteneciente al círculo monárquico y firmemente vinculada al Estado. Los tres intelectuales seleccionados representaron, cada uno a su manera, tipos ejemplares del pensamiento de una élite decimonónica brasileña, que tenía en la corte de Río de Ianeiro su eje y su punto de referencia. Dado que no es posible abarcar la totalidad de los pensadores de la época monárquica, se optó por establecer una división que cubriese el largo período imperial-el primer intelectual representa la generación que actuó en la independencia y durante el Primer Reinado; el segundo simboliza el apogeo del Segundo Reinado y su puesta en escena política; y, por último, el tercero refleja el lado más radical y al mismo tiempo conservador del fin del imperio y del comienzo de la república-, así como su diversidad, que se refleja en las diferentes élites provenientes de distintas provincias -Sao Paulo, Río de [aneiro, Porto Alegre y Recife-, aun cuando todas convergieran en su actuación en la corte. Por otro lado, se los consideró como parte de una élite intelectual orgánica, fiel compañera del Estado, a un mismo tiempo su artífice y su resultado. Viviendo del llamado "bolsillo del emperador", ese grupo intelectual se vio escindido entre un modelo civilizatorio europeo y la realidad local, constreñida por la esclavitud y por la propiedad latifundista. Por ello, todos fueron "radicales", en el sentido de que propusieron proyectos de moderni-
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zación, pero sin cuestionar nunca ni la monarquía ni su lugar central. Sus modelos preveían rupturas, pero sobre todo continuidades. Ellos fueron los intelectuales de la corte que, a falta de un ambiente cortesano más autónomo, crearon una vida intelectual en ambientes efímeros, o bien optaron por la seguridad del Paco y asumieron puestos destacados en la jerarquía del Estado. En un país de colonización mestiza, estas élites intelectuales se blanquearon, así como intentaron blanquear la nacionalidad que imaginaban. Como Euclides da Cunha dijo en su libro A margen da historia, el Brasil tal vez sea la única nación fundada por una teoría política. Los intelectuales locales nacieron de la crisis del Estado colonial y como figuras de transición para los nuevos tiempos, y vislumbraron, ya sea por medio de la "copia" o de la "traducción", un mundo moderno. Constituyeron un cuerpo híbrido de pensadores, una red que aglutinaba arquitectos, historiadores, abogados, administradores y coleccionistas de lo exótico. Naturaleza y civilización constituían el par ide.al para crear no sólo identidades noveladas, sino también las instituciones que intentarían dar forma a la nueva nacionalidad. Si bien la selección hecha aquí quizá haya sido arbitraria, no fue sin embargo aleatoria; con ella se buscó delinear un perfil básicamente coherente de una élite intelectual por cierto conservadora. pero que desempeñó un papel central en la imagen que se construyó durante el imperio de un país, a partir de enronces, llamado Brasil.
BIBLIOGRAFíA
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Nuevos espacios de formación y actuación intelectual: prensa, asociaciones, esfera pública [1850-1900) Hilda Sabato
EL TEMA Y SUS LÍMITES
En el heterogéneo panorama político e institucional que presentan las naciones de Hispanoamérica en la segunda mitad del siglo XIX se distinguen, sin embargo, algunos procesos compartidos. Así, la centralización y la consolidación del Estado fue una característica de este período en toda la región, aunque con diferentes ritmos y resultados. En paralelo con esta transformación, tuvo lugar el desarrollo de una sociedad civil relativamente autónoma, cuyo síntoma más evidente fue la expansión de la actividad asociativa y de la prensa independiente, sobre todo en las principales ciudades, desde México hasta Buenos Aires. Asociaciones y prensa no actuaban solamente en el campo limitado de la representación, la defensa o la protección de los intereses y las opiniones específicos de sus propias bases, sino que constituían tramas conectivas que atravesaban y articulaban vertical y horizontalmente a la sociedad. Creaban, además, espacios de interlocución con el Estado y las autoridades, constituyendo instancias decisivas en la formación de esferas públicas, propias de las repúblicas liberales en formación (Sabato, 1999, 2001). En la gestación y la expansión de estas instituciones jugaron un papel fundamental quienes contaban con el capital y las destrezas intelectuales requeridos para desempeñarse en la vida pública. Publicistas y letrados de diversos niveles encontraron un campo de acción en esos ámbitos, los que a su vez se convirtieron en lugares de entrenamiento, formación y desempeño de nuevos "intelectuales". Me propongo en este artículo analizar esos espacios institucionales de surgimiento y de actuación de nuevas figuras letradas, así como el papel que ellas cumplieron en la constitución y el funcionamiento de una esfera pública en la segunda mitad del siglo XIX. La principal fuente de información e inspiración para este análisis es la bibliografía reciente. En el marco de la renovación que en las últimas dos
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décadas ha tenido lugar en los estudios de historia política, intelectual y cultural de América Latina, varios de los temas que aquí confluyen han sido materia de investigación y debate. Contamos con una producción relativamente amplia sobre las formas de sociabilidad, el asociacionismo, la prensa periódica y, más en general, la esfera y los espacios públicos, en diferentes lugares y momentos. Aunque los interrogantes que guían muchos de los trabajos disponibles difieren de los que orientan este texto, sus indagaciones, los materiales que reúnen y sus interpretaciones históricas serán la materia prima fundamental en este caso. Esta opción impone algunos límites temáticos, temporales y geográficos a mi análisis, en la medida en que la literatura existente no ofrece una cobertura pareja en esos planos. Por lo tanto, en el tratamiento de las diferentes dimensiones tomaré aquellos casos para los que cuento con mayor densidad historiográfica. En principio, el énfasis estará puesto en las ciudades, y entre ellas, serán México, Buenos Aires y Lima las que fungirán como fuentes y como ejemplos principales para la construcción del problema, pero existe y he consultado bibliografía sobre otros lugares que abonan en buena medida lo que aquí proponemos. Al mismo tiempo, el énfasis de este texto estará puesto en la búsqueda de rasgos compartidos por distintas sociedades latinoamericanas del período, por lo que las diferencias que sin duda existen entre ellas en relación con los aspectos aquí tratados quedarán ocultos o minimizados.
PRENSA PERIÓDICA Y ASOCIACIONES
Tanto el tema del asociacionismo como el de la prensa forman parte de la problemática de la transición del antiguo régimen a la modernidad social y política. Ya en el marco de propuestas más generales como las de Iürgen Habermas (1965) y Reinhart Koselleck (1972), ya en el de formulaciones más específicas, como las de Prancois-Xavier Guerra (1992; Guerra, Lempériere et al., 1998), la historiografía latinoamericana ha prestado atención a esos temas en sus indagaciones sobre las décadas que siguieron a las revoluciones de independencia. Esos estudios revelan experiencias muy complejas y nada lineales de creación y difusión de nuevas formas de sociabilidad, así como de desarrollo de la imprenta y de una prensa escrita. A partir de mediados del siglo XIX, en ambos planos los cambios resultan evidentes. En buena parte de América Latina se produjo una expansión sostenida de la actividad asociativa y de la prensa periódica que, aUTI-
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que siguió mostrando altibajos y diferencias regionales, se convirtió en un dato fuerte de la vida social y política del período. Si bien no todas las interpretaciones consideran esta expansión como síntoma de la creciente autonomía de la sociedad civil frente al Estado y de la formación de una esfera pública, ellas coinciden en señalar el cambio cualitativo y cuantitativo que experimentaron estas instituciones en la segunda mitad del siglo.
«La asociación es la idea que marchaa la vanguardia de la civilización universal... " Estas palabras del presidente de la Sociedad Tipográfica Bonaerense refieren a varios de los pilares de un ideario ampliamente compartido en el momento en que fueron pronunciadas (1862) y que tenía sus antecedentes en las décadas anteriores (Sociedad Tipográfica Bonaerense, 1862). Desde los tiempos de las revoluciones de independencia, por "asociación" se entendía la asociación voluntaria, que reunía individuos libres y autónomos, iguales entre sí, unidos por vínculos de tipo contractual en torno de un objetivo común. Eran formas de sociabilidad nacidas al calor de la modernización social y política inaugurada por las Luces, y que se distinguían de las regidas por criterios de adscripción y tradición, como las cofradías y los gremios artesanales. propias de las sociedades del antiguo régimen. Para las élites ilustradas hispanoamericanas, estas nuevas asociaciones constituían espacios decisivos para la expansión de los valores y las prácticas de la civilidad y de la vida cívica, en fin, de la "civilización". Por lo tanto, habían considerado la promoción del asociacionismo como un aspecto decisivo de su misión civilizatoria, de sus acciones en pos de la construcción de un pueblo que pudiera hacerse cargo de las responsabilidades que habrían de corresponderle en el nuevo orden social y político impulsado por ellas. La cita es, sin embargo, bastante posterior, y para mediados del siglo XIX las mismas palabras habían adquirido nuevos sentidos. Por entonces, las asociaciones se expandían no sólo por la voluntad y el voluntarismo de las élites, sino cada vez más por iniciativa de quienes, desde diferentes lugares del espectro social y cultural, las entendían como instancias efectivas de autoorganización para atender a problemas concretos de la esfera privada y para intervenir en la vida pública. Como espacios autónomos, igualitarios, autogobernados y solidarios, se los consideraba baluartes en la construcción de una sociedad libre, republicana y fraterna. Por lo tanto, no s610eran escuelas de civismo y civilidad, sino también ejemplos ("vanguardia") de funcionamiento republicano.
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Si bien esta concepción tuvo sus variantes y sus límites sociales, geográficos y temporales, lo cierto es que alimentó un entusiasmo asociacionista que marcó las décadas centrales dc la segunda mitad del siglo XIX. En las principales ciudades, surgieron y se desarrollaron cientos de iniciativas, que abarcaban esferas muy diferentes de la actividad social. Así se crearon sociedades de ayuda mutua, clubes sociales, culturales y deportivos, logias masónicas, asociaciones de inmigrantes, círculos literarios, sociedades profesionales, agrupaciones festivas, organizaciones de beneficencia, asociaciones de empresarios, y también comisiones y comités de índole más efímera (Agulhon, Bravo Lira et al., 1992;Del Águila, 1997;Forment, 2003; GareteBryce, 2004; Gazmuri, 1992; González Bernardo, 2000; Guerra, 1992;Guerra, Lcmpériere et al., 1998; Gutiérrez, 1995; McEvoy,1997;Muecke, 2004; Myers, 1995;Palti, 20°3, 2005; Romero, 1997;Sabato, 1998,2002). Desde la temprana década de 1850,la actividad asociativa atraía a gentes muy diversas. En Lima, por ejemplo, por entonces un grupo de médicos creaban la Sociedad de Medicina Legal, algunos músicos organizaban la Sociedad Filarmónica Santa Cecilia, inmigrantes italianos y franceses formaban, respectivamente, la Sociedad Beneficencia Italiana y la Société Francaise de Secours Mutucls y los tipógrafos se reunían en una sociedad de socorros mutuos (García-Bryce, 2004: 1I6-117). Esta diversidad se ampliaría en las décadas siguientes, al compás de la expansión de las iniciativas. Algo semejante ocurría en México y en Buenos Aires, Santiago de Chile y Bogotá, entre otras. Es difícil saber cuánta gente se involucró en estas prácticas, pues no existen cifras confiables de participación y cobertura. Los datos disponibles hablan del crecimiento sostenido en el número de las asociaciones y de los asociados, así como de una presencia institucional activa y visible en la vida pública. Según Carlos Forment (2003: 239-243), entre 1857 y 1881 se crearon en México alrededor dc mil cuatrocientas asociaciones de las que él denomina cívicas. Más de la mitad habían surgido en la última década de ese período, pero ya en 1867 El Monitor Republicano observaba: "Por todas partes brotan sociedades artísticas, congresos científicos, asociaciones de obreros ... " (Palti, 2005: 307-3(8). En el Perú,las cifras son menores; entre 1856 y 1885, Forment (2003: 285-290) encuentra unas trescientas cincuenta sociedades de ese tipo, la mayoría de las cuales también habían surgido durante los últimos diez años. No tenemos datos equivalentes para la Argentina, pero se habla de más de doscientas sociedades de ayuda mutua existentes en Buenos Aires a fines de la década de 1880, y la información cualitativa disponible sugiere una actividad asociativa intensa para esos años, no sólo en la capital sino también en otras ciudades y pueblos del país (Sabato, 1998).
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A medida que se afianzaba, la actividad asociativa funcionaba como un tejido conectivo a través del cual sectores amplios de la población podían satisfacer necesidades concretas surgidas de las nuevas relaciones económicas y sociales, construir lazos de pertenencia y solidaridad, representar y defender intereses sectoriales, desarrollar actividades recreativas, festivas y culturales, actuar colectivamente en el espacio público. Al mismo tiempo, las asociaciones en general trascendían sus objetivos específicos y aspiraban a inscribirse en el movimiento progresivo que suponía el asociacionismo corno propuesta civilizatoria. Dada la cantidad y la variedad de asociaciones que funcionaron entonces, así como las diferencias existentes entre lugares y momentos aquí considerados, es difícil generalizar acerca de sus características. Se pueden subrayar, sin embargo, algunos de los rasgos más sobresalientes para las décadas centrales de la segunda mitad del siglo XIX. En primer lugar, la difusión de las prácticas asociativas se dio entre sectores muy diversos, tanto social corno culturalmente. Hubo, sin embargo, una mayor predisposición para asociarse entre la población urbana ubicada en los niveles intermedios de la pirámide social y un predominio masculino, pues las mujeres estaban directamente excluidas de muchas entidades y en otras sólo ocupaban lugares marginales. En segundo lugar, desde el punto de vista de su composición social, la mayor parte de las asociaciones aspiraban a cruzar verticalmente parte del espectro social y a abarcar varios de sus tramos. Así ocurría, por ejemplo, con la mayoría de las sociedades de ayuda mutua, de gran importancia en este período. Las que agrupaban a sectores artesanales en general incluían a todo el escalafón de la actividad respectiva, y las que fundaban los inmigrantes buscaban atraer a todos los integrantes del grupo nacional respectivo, sin distinción de clase (García-Bryce, 2004; Illades, 1996; Sabato, 2002). Las logias masónicas, las sociedades patrióticas o aun algunas asociaciones profesionales, mantenían también alguna heterogeneidad social en su reclutamiento y composición (Forment, 2003; Palti, 2005). En ese contexto, las entidades que, corno algunos clubes sociales, se recortaban en términos de clase eran más la excepción que la regla. Existía, en tercer lugar, un cuidado compartido por la organización y el funcionamiento de cada institución, que se suponía debía fundarse sobre reglas de juego democráticas. La igualdad de derechos no impidió, por cierto.Ia cristalización de jerarquías, y el cuarto aspecto a señalar es, precisamente, la constitución de dirigencias en el interior de cada nucleamiento y la frecuencia de conflictos entre grupos que aspiraban a alcanzar ese lugar.
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Finalmente, un rasgo fundamental del asociacionismo fue que ocupó un importante lugar en la vida pública nacional. La mayor parte de las asociaciones se proponían cumplir con sus objetivos iniciales pero desarrollaban a la vez una serie de actividades más generales que las transformaban en actores de esa vida pública. Más allá de su composición y de sus fines específicos, aspiraban a intervenir en los debates que referían al conjunto social. Las instituciones y sus dirigencias fueron definiendo así espacios comunes de actuación e interconexión; dialogaban entre sí y generaban un intercambio y una circulación interasociativos muy intensos, que en muchos casos alcanzaban dimensión nacional. Cada sociedad se reconocía parte de un movimiento asociativo mayor, plural pero a la vez unificado en torno a principios de organización y acción comunes. Hacia fines de! siglo XIX, las prácticas asociativas eran, en casi todas partes, cada vez más vigorosas, involucrando a sectores que hasta entonces habían permanecido en sus márgenes (sociales, espaciales). Al mismo tiempo, comenzaban a hacerse evidentes algunos cambios en los que habían sido hasta entonces sus rasgos distintivos. Si bien esa expansión se hizo siguiendo la matriz organizativa previa, fue acompañada por una creciente fragmentación. Lasasociaciones parecían representar cada vez más los múltiples y variados intereses particulares de una sociedad civil que día a día se hacía más compleja. En el plano interno, cada una de ellas fue recortando su perfil social o corporativo de manera más estricta y concentrando su actividad en la defensa sectorial. Así, al calor de las transformaciones en los lenguajes y en las prácticas políticas del fin de siglo, las asociaciones actuarían en la vida pública más en función de sus metas singulares que en nombre de algún movimiento que las subsumiera. O en todo caso, sus afiliaciones en algún espacio mayor se harían a partir de negociaciones e identificaciones que no se fundaban ya en e! credo asociativo civilizatorio sino en afinidades e intercambios más específicos (Sabato, 2002; Palti,2005)
"Por todas partes brotan diarios... " Éste era en 1871 el diagnóstico del periódico mexicano El Mensajero (Palti, 2003: 941). Poco antes, La Tribuna daba cuenta del mismo fenómeno en la Argentina cuando apuntaba que "hay algo extraordinario y maravilloso en el rápido desarrollo que ha experimentado la prensa en los últimos años" (La Tribuna, 12 de abril de 1865). Expresiones semejantes se encuentran en toda la región y reflejan no sólo un dato empírico comprobable sino también una aspiración, la del florecimiento de una insti-
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tución que aparecía como "primer instrumento de civilización" (La Tribuna, 12 de abril de 1865). También en este caso, como en el de las asociaciones, ese prestigio se remontaba a las primeras décadas del siglo XIX y a la aparición de la "opinión pública" como figura clave para las élites ilustradas posrevolucionarias en sus ensayos de construcción de nuevas comunidades políticas fundadas sobre el principio de la soberanía popular. En ese marco, el periodismo puede pensarse, según Julio Ramos (20 03: 125), como "el lugar donde se formaliza la polis, la vida pública en vías de racionalización". Para la segunda mitad del siglo, a la vez que ese prestigio original comenzaba a horadarse, surgían nuevos estímulos y razones para la
expansión de la prensa escrita. Durante las últimas décadas coloniales habían circulado algunas hojas manuscritas e impresas oficiales y de tipo informativo en varios lugares del espacio hispanoamericano. Fue, sin embargo, en la etapa revolucionaria yen el período subsiguiente cuando la prensa experimentó un impulso fuerte, en principio como mecanismo de propaganda y de apoyo al nuevo gobierno. Más tarde, hubo prensa oficial, paraoficial y, en algunos momentos, opositora, pero siempre estuvo muy ligada a las élites políticas y letradas en sus diversas manifestaciones. La publicación de periódicos fue muy irregular y estuvo sujeta muchas veces a controles oficiales, censuras e intimidación. Asimismo, aun cuando hubo momentos y lugares en los que se multiplicaban las ediciones, habría que tener en cuenta el alcance de su distribución. La mayor parte de las publicaciones eran de muy corta vida y escasa circulación, limitada con frecuencia a los sectores más acomodados de la población. De todas maneras, su influencia trascendía el círculo estricto de quienes las compraban y podían leerlas. En primer lugar, porque funcionó como un espacio de expresión política, tanto cuando elconflicto se expresaba directamente en sus páginas, como cuando la censura admitía sólo el discurso oficialista. También, porque los periódicos no eran leídos de manera exclusivamente individual. Así, en cafés y en sociedades de lectura se generaban sesiones de discusión de los artículos de la prensa, mientras que algo semejante ocurría en las pulperías y en las chicherfas, o aun en la calle, donde no faltaba quien leyera en voz alta para beneficio de la mayoría analfabeta. Finalmente, porque algunos periódicos también cumplían otras funciones no vinculadas a la política, que podían ser útiles para cierto público, como por ejemplo la de informar sobre comercio y navegación, o la de difundir noticias extranjeras, entre otras. El florecimiento de la prensa llegaría en la segunda mitad del siglo XIX, con la multiplicación de diarios, periódicos, revistas e impresos de diverso
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tipo, aunque esa expansión no se dio de manera lineal y tuvo sus altibajos. Carlos Forment (2003: 385-387, 404-405) contabilizó para México entre 1857 y 1886 un total de 1.104 periódicos, la mayoría de los cuales aparecieron entre 1867 y 1881. Para el Perú, por su parte, encontró un total de 211 fundados entre 1856 y 1875, con una caída importante después de esa fecha como consecuencia de la guerra del Pacífico. En la Argentina, los datos para Buenos Aires son los más confiables. Allí, el entusiasmo editorial después de las restricciones a la prensa sufridas durante la gobernación de don Juan Manuel de Rosas fue inmediato. El mismo año de su desplazamiento (1852), se editaron treinta periódicos en la ciudad, la mayoría de corta vida (Myers. 1995).Veinticinco años más tarde, Ernesto Quesada (1883: 87) daba la cifra de 83 publicaciones, algunas de las cuales alcanzarían larga duración y sostenido público. Para 1887, dos de esos diarios, La Nación y La Prensa, tiraban 18.000 ejemplares cada uno, mientras los demás periódicos estaban casi todos por debajo de los 10.000. En conjunto, las cifras son sorprendentes: se producía un ejemplar de diario por cada cuatro habitantes porteños, lo que ponía a Buenos Aires entre las ciudades del mundo mejor cubiertas en ese terreno (Sabato, 1998: 62). "Aquí todo el mundo lee los diarios [... 1desde el más encumbrado personaje hasta el más humilde changador, todos leen gacetas." Esta imagen de Quesada (1883: 75) puede ser exagerada, pero lo cierto es que el público lector tenía que ser bastante amplio para consumir la cantidad de periódicos que se publicaban en Buenos Aires. La población que sabía leer y escribir iba en aumento. Aunque con variaciones importantes entre un lugar y otro, el alfabetismo crecía también en los demás países de la región. Aumentaba, por lo tanto, el público potencial, aunque su ampliación real dependía sobre todo de la capacidad de la prensa para convertirse en un escenario de debates, información e intercambios y de crear su propio público. Pero, ¿quién editaba tanto periódico? Y ¿para qué? La prensa fue, sobre todo, una pieza clave de los proyectos de modernización social y política del siglo XIX. Por un lado, como vimos, en términos normativos, era considerada un instrumento fundamental para el desarrollo de las formas republicanas de gobierno, así como de difusión de la racionalidad y la cultura letrada. A ella correspondía representar a la vezque forjar la opinión pública. La libertad de prensa iba asociada a esa función, de manera que fue muchas veces proclamada y otras tantas vulnerada, pero estuvo siempre en el debate público. Por otro lado, en los diarios se desplegaba el discurso político. El diálogo y la discusión entre personajes y grupos tenía lugar en la prensa; los dirigentes o aspirantes a dirigentes solían escribir en los periódicos, lo
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que los constituía en un verdadero escenario de la vida política. Ésta, por su parte, se hizo pública a través de los diarios. La palabra y hasta la imagen de los políticos (retratos, caricaturas) llegaban así a sectores más amplios que los que estaban involucrados en el juego partidario. Cada diario generaba su comunidad de lectores, reforzando entre ellos una identidad política previa o contribuyendo a crearla. Finalmente, los diarios eran ellos mismos actores políticos en la medida en que sus intervenciones estaban "destinadas a generar hechos políticos, esto es, tramar intrigas, generar alianzas, o bien minadas, etc," (Palti, 2003: 968). Por todo ello, la prensa se convirtió en un instrumento insoslayable no sólo para los gobiernos (y sus diferentes sectores) sino también para cualquier personaje, grupo o partido que quisiera tener un lugar en la vida politica. Todos ellos hacían esfuerzos enormes para editar un diario propio, a la vez que presionaban y cultivaban a otros editores para conseguir espacios y apoyos en otros periódicos. Durante décadas, los subsidios oficiales y las suscripciones fueron el sostén económico de la mayor parte de estas publicaciones, lo que contribuía a atar la suerte de las mismas a sus relaciones con el mundo político. Al mismo tiempo, las necesidades de éste creaban oportunidades para quienes, sin pertenecer a él, comenzaron a hacer del periodismo una profesión y hasta un negocio. Las crónicas de la época abundan en denuncias y críticas a esta prensa política considerada temible por su poder, mercenaria por su disposición a cambiar de bando y escandalosa por su propensión a inflar polémicas y disputas. Y cada vez más alejada del modelo ilustrado de la opinión pública. Así, un personaje de El cuartopoder le aconseja burlonamente al protagonista, por iniciarse en el periodismo: "Nada, no abrirá usted la boca sin que sea en nombre de la tal señora [la opinión pública J, que es persona decente, por más que ande en manos de todo el mundo" (Rabasa, 1949: 42). Este panorama de una prensa prolífica, pero a la vez dependiente de la competencia y de los conflictos en el seno de las élites políticas, propio de mediados del siglo XIX, pronto comenzó a experimentar cambios. En primer lugar, fueron surgiendo publicaciones que tenían otros orígenes yaspiraciones: periódicos comerciales, científicos, literarios, de colectividades extranjeras, de grupos de artesanos y de asociaciones diversas tuvieron creciente presencia en los principales centros urbanos. Éstos ya no eran necesariamente el producto de iniciativas de las élites políticas letradas, ni estaban atados a ellas, pero no eran ajenos a los debates sobre la vida nacional. Se amplió así el espacio de discusión pública, donde circulaban ahora nuevas opiniones y se expresaban intereses diversos. Para 1875, el diario argentino La Tribuna encontraba que
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No hay gremio social ni político que no tenga su órgano propio en la prensa de Buenos Aires. Liberales, reaccionarios, gubernistas, anarquistas, gentes sensatas e ilustradas, tilingos, todos, enteramente todos, hasta los diversos grupos de pobladores estrangeros tienen su periódico representante o encargado de representar sus intereses (12 de septiembre de 1875). Esta cita referida a Buenos Aires podría aplicarse también a otros lugares de América Latina, donde editar un periódico se convirtió en un medio para actuar en un debate público ampliado, que ya no estaba monopolizado por la élite letrada. En segundo lugar, los mismos diarios "políticos" fueron cambiando sus formatos y sus contenidos. Si bien siempre hubo un lugar para los órganos de combate, propios de tiempos electorales, los principales periódicos de origen partidario se convirtieron en artefactos bastante más complejos. La cobertura se amplió de manera que, además de los editoriales y las notas sobre política, con el sesgo correspondiente, empezaron a incluir informaciones locales y noticias del exterior, secciones sobre movimiento mercantil nacional y de ultramar, piezas literarias, en general bajo la forma del folletín, y avisos comerciales y sociales. Se aspiraba a llegar a un público más vasto que el constituido por los simpatizantes y los militantes de la parcialidad respectiva, no sólo como táctica para atraer adhesiones políticas sino como método para ganar lectores. Éstos integraban ese público al que los periódicos cortejaban, pues su prestigio y también sus ventas dependían de él. Para aumentar las fuentes autónoma" de ingreso, se modificaron los sistemas de distribución y venta, y aunque suscripciones y subsidios siguieron operando fuerte, muchos diarios instrumentaron la venta callejera. De esta manera, hacia la década de 1870 en varias de las principales ciudades de América Latina encontramos una prensa bastante más diversificada y compleja que veinte años antes. En los veinte años siguientes, esta prensa experimentaría un nuevo proceso de cambio o de "modernización", como lo denominan los estudiosos del caso. Se produciría entonces un quiebre en las relaciones entre política y prensa, así como entre literatura y prensa, siguiendo un camino de especialización que habría de llevar a una mayor autonomía para los dos términos de ambas duplas. El encumbramiento de la noticia y la aparición de la figura del reporter asociados al deber de informar de manera autónoma darían a los diarios de fin de siglo nuevas funciones, mientras que la introducción de nuevas tecnologías y métodos de trabajo los convertirían en verdaderas ernpre-
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sas. Los lectores habrían de devenir así en clientes en un mercado competitivo en que los distintos periódicos ofrecerían sus servicios. Claro que los cambios no fueron tan abruptos. Y si bien diarios como La Nación en la Argentina o EL Imparcial en México sin duda eligieron el camino de la modernización arriba descrito, no por ello cortaron sus vínculos políticos. En el caso del primero de ellos, esa conexión se dio con muchas mediaciones, mientras que en el del segundo, se ha señalado que la innovación que introdujo EL Imparcial en el periodismo mexicano fue posible gracias al subsidio recibido de la Secretaría de Hacienda del gobierno nacional (Ramos, 2003; Sabato, 1998; Piccato, 2005: 169)
Cuadros institucionales y dirigencias cívicas La expansión de la vida asociativa y de la prensa periódica fueron procesos paralelos y a la vez interconectados. En efecto, periódicos y asociaciones surgieron crecientemente de la iniciativa de autoorganización de sectores diversos de la población de las principales ciudades latinoamericanas, pero también por estímulo y acción estatales. Estas instituciones coincidían en un conjunto de principios y metas relacionadas con el lugar que les correspondía en la república liberal y en la sociedad moderna. Compartían, además de un público potencial, parte de sus bases efectivas y de sus dirigencias. Su accionar no sólo estaba dirigido a atender a sus asociados, sino también a movilizarlos para actuar en un terreno que trascendiera a cada institución individual bajo la figura colectiva del público. En su nombre, diferentes sectores expresaban sus opiniones y presentaban sus reclamos a través de sus asociaciones y sus periódicos y también de manera más directa, desplegando una presencia física en los espacios cívicos de las ciudades. Se constituían así, como dijimos, tramas conectivas que atravesaban la sociedad, a la vez que establecían complejos diálogos y relaciones con el Estado y el poder político. En la creación y puesta en marcha de asociaciones y prensa la organización fue un aspecto fundamental. Mucha gente se volcaba a las instituciones por su propia y libre voluntad. Pero la iniciativa provenía de un conjunto más reducido de personas que ejercían una suerte de liderazgo cívico que en todas partes fue el motor de la vida institucional. En el caso de las asociaciones, la igualdad de todos los miembros, la libertad de expresión y de deliberación y la elección de autoridades a través de procedimientos democráticos constituían la base sobre la cual se fundaba el credo institucional. Pero esa igualdad fundacional no excluía la cristalización de jerarquías, la formación de verdaderas élites y aun la consolidación de cliente-
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las en torno de ciertas figuras. Esa estratificación se vinculaba sobre todo con las capacidades y los recursos desplegados por los actores en el proceso mismo de organización asociativa. En esos lugares se destacaron muchas veces quienes contaban con algún capital intelectual previo
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cilla y exigía de sus promotores conocimientos y dinero. Podían recurrir a imprentas de terceros para eludir los problemas técnicos, la compra de máquinas y la contratación de trabajadores especializados, o iniciar una empresa propia. Pero en cualquier caso, para montar un periódico relativamente exitoso tenían que conocer o aprender "las reglas del género" (Halperin Donghi, 1985). La índole de la tarea atraía, en principio, a quienes contaban con algún capital intelectual inicial. A su vez, la práctica misma de escribir regularmente, el contacto con gentes de distintos ambientes y lugares: y una visibilidad pública permanente eran exigencias cotidianas que los productores de periódicos debían cumplir, más allá de sus destrezas originales. La prensa se constituía así no sólo en un espacio de entrenamiento profesional sino también en un canal de formación intelectual en sentido más amplio. La transformación de la prensa a fines del siglo XIX traería otros cambios, como la mayor profesionalización (y proletarización, dirán algunos) de los periodistas. una creciente tecnificación de los procesos de producción, una organización empresaria más moderna y, finalmente, la articulación más estrecha con un mercado en consolidación. Sobre todo, la relativa autonomización del campo intelectual modificaría las relaciones entre la prensa y los intelectuales.
NUEVOS "INTELECTUALES"
Este recorrido por las instituciones que fueron parte de procesos (más o menos exitosos, según el caso) de construcción de esferas públicas en la región ha tenido por objeto llamar la atención sobre ciertas estructuras materiales y redes institucionales que tuvieron un lugar en la formación y la actuación de publicistas y letrados en la segunda mitad del siglo XIX. No fueron las únicas, pero sí las que caracterizaron una etapa que trajo novedades importantes en los mecanismos y las trayectorias que se abrían para la adquisición y el ejercicio de capacidades, saberes y destrezas intelectuales. La consolidación de la república liberal abrió espacios para esa transformación, en la medida en que la generación de opinión pública y la expansión de la participación política en el marco de disputas por la construcción de un orden hegemónico crearon demandas crecientes en ese terreno. Surgieron así nuevos "intelectuales", diferentes a los tradicionales letrados, tanto por su proveniencia como por su formación y su actuación (Grarnsci, 1966).
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De los ejemplos posibles para ilustrar esta parte de nuestra historia de los intelectuales elegí tres casos que refieren a las posibles trayectorias abiertas por las nuevas instituciones de la esfera pública. No trato aquí de dar cuenta de las carreras de los publicistas más prestigiosos de la época, pues sus mecanismos son los más conocidos. Me interesa, en cambio, abrir la interrogación sobre los caminos menos estudiados, aquellos que se abrieron para quienes no pertenecían a las élites políticas y culturales pero que a través de la experiencia institucional y la actividad cívica se formaron como una suerte de nuevos "intelectuales" y se integraron a los circuitos ampliados de la esfera pública.
Un artesano de Lima Las asociaciones de ayuda mutua de artesanos tuvieron su momento de esplendor en el Perú liberal de las décadas de ]860 y 1870. Su objetivo central era el de reunir fondos entre sus miembros para crear, para ellos y sus familiares, mecanismos de asistencia en materia de salud y enfermedad, protección en casos de desempleo e invalidez y, a veces, ahorro y apoyo educativo. Como en otros lugares de América Latina, la primera de estas sociedades que perduró en el tiempo fue la Tipográfica de Auxilios Mutuales, fundada en 1855, que quince años más tarde reunía unos quinientos miembros, entre los cuales figuraba una amplia gama de trabajadores de oficios vinculados a la industria de la edición, e incluía también a editores y directores de periódicos. Otras siguieron, relacionadas con diferentes oficios, además de las más abarcadoras Sociedad de Artesanos de Auxilios Mutuos y Sociedad Fraternal de Artesanos, creadas en ]860 (García-Bryce, 2004: 116-119: Muecke, 2004: 48-49). El éxito de estas instituciones se vinculaba no sólo con su capacidad para atender necesidades específicas, sino con el papel que estaban llamadas a cumplir en la vida de la república. En ellas se cruzaban tres motivos caros a varias de las vertientes del liberalismo en boga por entonces: el asociacionismo, la ayuda mutua y la figura del "artesano". A los principios de solidaridad a los que referían los dos primeros, se sumaba la evocación del trabajo productivo encarnado en la última. Ésta remitía a un 'actor social concreto, los trabajadores de diferentes oficios que, habiendo roto con sus identidades pasadas vinculadas a los gremios coloniales y de las primeras décadas posrevolucionarias, buscaban redefinir su identidad colectiva a la vez que su lugar social en sociedades en plena modernización capitalista. Pero también evocaba, para las élites liberales y también del propio movimiento asociativo, una figura política y social ideal, pues represen-
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taba el ciudadano trabajador moderno, productivo, titular de derechos en la república y partícipe de la vida política. En el Perú, como en otros lugares de América Latina, esta combinación reformulaba una ecuación anterior explosiva. A mediados de siglo y como eco de las revoluciones del '48, sectores radicalizados de las élites políticas e intelectuales de Lima, Bogotá y Santiago de Chile, entre otros lugares, habían apelado a sectores trabajadores identificados con la tradición del artesanado para protestar contra el orden establecido. Protagonizaron entonces violentas protestas que fueron en general reprimidas. Una década más tarde, y con otro escenario político y social, los artesanos de Lima se organizaban pacíficamente en torno a las sociedades de ayuda mutua, mientras las dirigencias políticas recurrían a ellos y a sus figuras ideales para forjar nuevas combinaciones en la era del civilismo. En ese marco, las asociaciones de artesanos hicieron ayuda mutua pero también contribuyeron a redefinir una identidad colectiva, en tanto trabajadores colocados "dentro de los confines de la sociedad respetable", por encima de la "plebe" y de los sin trabajo (García-Bryce, 2004: 12]). Además, establecieron estrechos contactos personales e institucionales con sectores de la élite limeña, así como con el resto del espectro asociativo de la ciudad. Participaban en ceremonias cívicas, conmemoraciones patrióticas y otras celebraciones colectivas. Finalmente, tuvieron una intervención directa en la vida política, especialmente a través de sus conexiones con el Partido Civilista, que llevaría al poder al presidente Manuel Pardo (1872-1876). Varios importantes dirigentes asociativos integraron las huestes de ese partido y llegaron a ocupar lugares en el Congreso de la Nación (McEvoy, 1997: Muecke, 2004). Las sociedades de artesanos fueron espacios materiales de formación y adquisición de capital intelectual de nuevas figuras públicas y políticas. Entre muchas otras, la trayectoria de José Enrique del Campo resulta ilustrativa. Nacido en 1836, su padre había sido fiscal y su madre venía de una familia con estudios. Aunque quería ser médico como su tío, dificultades financieras se lo impidieron y lo llevaron por otros caminos. Aprendió el oficio de tipógrafo y trabajó corno administrador de imprentas. Fue uno de los fundadores de la Sociedad Tipográfica de Auxilios Mutuos, donde lo eligieron presidente permanente. También fue editor y redactor de El Obrero, periódico semanal publicado entre 1875 y 1877que sucedía a ElArte'lano, ambos vinculados a la Tipográfica y a la Sociedad de Artesanos. Se trataba de un órgano que proclamaba ser la voz de los trabajadores, a la \feZ que buscaba incidir sobre sus ideas, sus hábitos y sus identidades políticas y culturales. Abogaba por una participación activa de los artesanos
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en la vida ciudadana y los incitaba a involucrarse en ella de manera autónoma. Sin embargo, y en tensión con esa postura, desplegaba una adhesión clara a los valores liberales. Para sumarse a la marcha del progreso, los trabajadores debían cultivar su espíritu, modificar hábitos cotidianos y combatir rituales y costumbres no acordes con la civilización. También los incitaba a sumarse a las filas del Partido Civilista. Desde sus orígenes en las capas medias-bajas de la sociedad peruana, Del Campo recorrió el camino que lo llevó desde uno de los oficios más calificados y respetados en la época, el de tipógrafo, a organizador de la asociación de ayuda mutua y editor de periódico. Como intelectual "orgánico" ligado a los artesanos, reales e ideales, a quienes buscó a la vez formar y representar (Gramsci, 1966), se convirtió en una figura pública importante que se vinculó a la vida política más allá de su grupo de origen. Fue reclutado por el civilismo, en cuyo seno llegó hasta los órganos ejecutivos del partido, y murió (1881) en ejercicio de una función cívica y patriótica por excelencia, mientras servía en la Guardia Nacional durante la Guerra del Pacífico.
Una colectividad y una causa A partir de mediados del siglo XIX la inmigración dio a la ciudad de Buenos Aires su carácter distintivo. Muy pronto, más de la mitad de sus habitantes habían nacido en el extranjero; una mayoría provenía entonces de la península itálica, otros muchos de España y el resto de Francia, Irlanda, Alemania y otras regiones de Europa, y en menor medida de América. No sorprende pues que en el paisaje asociativo de la ciudad de Buenos Aires se destacaran desde temprano las sociedades de ayuda mutua organizadas por inmigrantes. Las primeras de este tipo surgieron a mediados de siglo, creadas por franceses yespanoles, pero a poco andar las que nucleaban a la población de origen italiano fueron las más numerosas. En 1858 se fundó Unione e Benevolenza, que aún existe y que surgió como institución "italiana" antes de que Italia se constituyera como Estado unificado. Algo más tarde las iniciativas se multiplicaron y para 1880 había unas cuarenta y cinco mutuales italianas, que asociaban alrededor-de un tercio de los hombres italianos adultos residentes en la ciudad (Sabato, 2002: 108; Devoto, 1994). Si bien incluían a gentes de todos los sectores sociales, predominaban los trabajadores manuales y no manuales calificados por sobre comerciantes y profesionales, que en cambio tenían una presencia importante en el nivel dirigente. Aunque minoritarios, estos últimos fueron relevantes en la construcción institucional, así como en la inserción de las aso-
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ciaciones en la vida pública porteña. Algunas figuras pioneras eran, además, emigrados políticos de las guerras de unificación en Italia. Como en el caso de las sociedades de artesanos de Lima, las de inmigrantes italianos en Buenos Aires fueron parte de un movimiento asociativo que se inscribía en una propuesta civilizatoria compartida por amplios sectores de la población. Desde el principio, su campo de acción fue mucho más allá del propósito explícito de la ayuda mutua, para abarcar esferas más amplias de la vida social y cultural de su base societaria y para intervenir en la vida pública, así como para dar unidad y organización al heterogéneo conjunto de los inmigrantes (Cibotti, 1988; Sabato y Cibotti, 1990). La prensa fue un actor fundamental en toda esta historia. En los primeros tiempos, la dirigencia asociativa encontró en periódicos porteños corno La Tribuna y La Nación Argentina (y más tarde La Nación), un lugar para la promoción de sus ideas y de sus objetivos, relación que se mantuvo durante décadas. A partir de fines de la década de 1860, iniciaron la edición de diarios propios: La Nazione Italiana, fundado a fines de 1868; L'Operario Italiano, en 1872; La Patria, en 1877, denominado La Patria Italiana y más tarde La Patria degliItaliani; L'Amicodel Popolo. en 1879; La Nazione Italiana, en 1882 y en 1889 el matutino Roma (Cibotti, 1994). Estos periódicos alcanzaron una alta circulación entre los inmigrantes a la vez que formaron parte del circuito de la prensa local: sus informaciones eran retomadas por otros diarios, se establecían diálogos entre unos y otros, sus redactores eran, en fin, reconocidos partícipes del espacio periodístico porteño. Como se ve, en Buenos Aires se formó una densa trama de instituciones que aspiraban a nuclear y a representar a los inmigrantes italianos, y fueron exitosas en reunir a una base amplia y en movilizarla tanto en torno a causas propias, como alrededor de cuestiones que concernían al conjunto de los porteños. Los dirigentes de la colectividad mantenían además estrechos contactos con políticos, intelectuales y publicistas argentinos, con frecuencia cimentados por afinidades ideológicas. En varias oportunidades, esa cercanía llevó a algunos sectores a participar directamente de la vida política local, una actitud que originó más de una fractura en el seno de la colectividad. Este entramado de instituciones y de relaciones fue un campo importante de formación y actividad de un conjunto de figuras dirigentes. Entre ellos, hubo quienes se orientaron decididamente a la acción organizativa institucional, como Achille Maveroff, comerciante próspero que encabezó Unione e Benevolenza. Otros, en cambio, como Basilio Cittadini (¡843?-1921) y Gaetano Pezzi (1828-1888), hicieron de su actuación intelectual el foco de una vida pública que incluyó una intensa labor perio-
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dística, de construcción institucional y de búsqueda de liderazgo político y presencia pública. Una breve referencia a la trayectoria de Pezzi mostrará su complejo perfil de hombre de pensamiento y de acción (Cibotti. 1992). Llegó a Buenos Aires junto con su hermano Felipe en 1858, desterrados del Reino del Piamonte por su actividad política. Provenían de una familia ilustrada y republicana de Faenza y desde jóvenes se afiliaron a la joven Italia, participando en las luchas lideradas por Garibaldi y Mazzini, hasta su prisión y destierro. Ya en Buenos Aires, a través de sus contactos con dirigentes mazzinianos exiliados se ubicaron rápidamente en la sociedad local. Consiguieron empleo en la Compañía de Gas, una empresa en la que Gaetano ascendería hasta ocupar la secretaría de administración. A poco de llegar se afiliaron a Unione e Benevolenza, la recién creada mutual italiana, cuyos primeros dirigentes mostraron simpatías republicanas. Los Pezzi se abrieron camino, adquiriendo creciente influencia en la asociación, mientras ésta se volcaba decididamente a la propagación y defensa de la causa republicana. En función de ello, mientras las relaciones con el consulado piamontés en Buenos Aires se hacían cada vez más tirantes, se estrechaban los lazos con sectores del liberalismo porteño. El diario La Tribuna se abría para Unione y para los Pezzi, Gaetano pronunciaba discursos en actos y movilizaciones públicas, escribía para los diarios y se movía institucionalmente: a principios de 1860 fue designado para presidir la asociación. A medida que los mazzinianos profundizaban la politización institucional y los vínculos con figuras locales, crecía la tensión dentro de Unione y entre ésta y el consulado. También el republicanismo pronto mostraría sus grietas, y a mediados de 1865 los Pezzi tuvieron que alejarse de la asociación. Fundaron entonces la Societa republicana degli operai italiani para seguir con su prédica y su apoyo al partido de Mazzini, que incluía aportes significativos en dinero. Gaetano contribuía, además, a otras colectas públicas que se realizaban en Buenos Aires, y pronto retomó sus donativos a la propia Unione. Era generoso con su dinero, que para entonces había logrado acumular a partir de exitosas operaciones de inversiones y préstamos. A [mes de la década de 1870, muerto ya su hermano, Pezzi fundó, junto con Marino Froncini (1821-1895), el Centro Republicano Italiano y el periódico L'Arnico del Popolo. ambos destinados a fomentar el ideario mazziniano. A través este último, Pezzi no sólo intervenía en los actos patrióticos y en las disputas políticas en el seno de la colectividad sino que también lo hacía en los debates más generales, incluso en aquellos que remitían il conflictos políticos locales, siempre en favor de la causa republicana.
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Gaetano Pezzi murió en 1888, a los 59 años, quebrado como consecuencia de un desfalco a la Compañía de Gas de cuyas consecuencias se hizo responsable, hipotecando sus bienes. Su honor quedó salvado. Más de 150 carruajes acompañaron el féretro cubierto por la bandera tricolor de la Asociación Republicana Universal. Los principales diarios publicaron su obituario: rendían homenaje a una reconocida figura pública. Un periodista uruguayo evocaba así su último encuentro: "Me invitó a visitarlo en Buenos Aires, para saquear a placer su biblioteca, como hacíamos cuando en los bellos años de nuestra juventud". Movido por su pasión política, Pezzi había adquirído y desplegado capacidades de un intelectual de colectividad y de partido, primero, y luego de una causa más amplia, la republicana, en pos de la cual intervino a través de su palabra, de su pluma y de su acción en la vida pública de Buenos Aires (Cibotti, 1992).
Un hombre de imprentas La prensa fue, en la ciudad de México, una presencia fundamental. Aun durante períodos en que la acción se imponía a la palabra, como durante la guerra de Reforma y la que siguió a la intervención francesa, el periodismo ocupaba un lugar importante en la vida política y pública mexicana. y en los años de la república restaurada y del primer porfiriato, el número de publicaciones no hizo sino multiplicarse tanto en la capital como en el resto del país. Los grandes diarios de la época, como El Siglo XIX (1841-1896, con interrupciones) y El Monitor Republicano (1844-1896),se inscribían en la tradición liberal del periodismo político. En sus páginas, escribían los más importantes publicistas y letrados del momento, corno Ignacio Altamirano, Justo Sierra y Francisco Zarco, entre muchos otros. De amplia circulación, estos diarios no se limitaban a su función política sino que cubrían crecientemente diferentes áreas de interés público. El florecimiento de la prensa en México tuvo también otras manifestaciones, desde la llamada "prensa obrera", con órganos importantes como El Socialista (1871-1888) y El Hijo del Trabajo (1876-1884), hasta los periódicos cíentificos, literarios, o los destinados a los niños (Clark de Lara y Speckman Guerra [eds.], 2005). Era éste un mundo muy heterogéneo tanto respecto de los contenidos y de las formas de la materia publicada, como de los orígenes, la duración y la periodicidad de cada órgano. Lo cierto es que, en su diversidad, la actividad abrió espacios a nuevas carreras, oficios y profesiones. Y si bien buena parte de la tarea que implicaba la producción de estas publicaciones estaba a cargo de personas que
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se desempeñaban en otros campos y sólo secundariamente se ocupaban en ella, fueron surgiendo demandas específicas que dieron lugar a la especialización. Además de las tareas técnicas que llevaban a cabo los tipógrafos y otros obreros del ramo, ahora el trabajo de elaboración del periódico lo hacían periodistas, redactores y editores que con frecuencia encontraban en esa actividad una forma de ganarse la vida y de iniciarse en una "carrera" letrada. Es ese mundo que, para la ciudad de México, tan bien ha pintado Eduardo Rabasa en sus ficciones. Quisiera introducir aquí, por mi parte, un personaje algo diferente, pero real, fundador de periódicos, director, redactor, editor, periodista y también impresor, escritor, compilador, en fin, hombre de imprentas: Mariano Villanueva y Francesconi. Nacido en España, llegó a México siendo niño, a principios de la década de 1840,acompañando a su madre, una actriz contratada por la Compañía de Teatro Principal. Dado que la familia no disfrutaba de una situación económica holgada, Mariano trabajó desde joven, primero en tareas vinculadas a la empresa teatral donde se desempeñaba su madre, y luego empleado en la imprenta de Francisco yVicente Segura Argüelles, donde se editaba El Omnibus (1851-1856). Además de su labor en el taller, Mariano empezó a abrirse paso con la escritura hasta que fue nombrado encargado de redacción del periódico (Vieyra Sánchez, 2003). También desde muy temprano se acercó al conservadurismo y con el apoyo del obispo Clemente Jesús Murguía compró una imprenta propia. Allí iniciaría, en 1861, la redacción y publicación del diario ElPájaro Verde, que se convirtió en un órgano importante de difusión de ideas y de apoyo a políticas y a sectores conservadores. En su primera etapa, fue parte de lo que Erika Pani (2005) ha llamado el "momento conservador" para la prensa que se oponía a las posiciones y a los gobiernos liberales, y que había tenido una primera expresión en las publicaciones exclusivamente religiosas de la primera mitad del siglo y más tarde-de 1870a 191O-latendría en los periódicos católicos. El Pájaro Verde tuvo una vida un tanto accidentada. Apareció después de la guerra de Reforma, poco antes de que Benito Iuárez entrara a la ciudad. En los agitados años que siguieron, sufrió varias interrupciones por diversas causas, entre las que se cuentan un incendio intencional a la imprenta por parte de los liberales y una prohibición oficial de circular por treinta días en 1864,entre otras. Luego de la caída del imperio hubo un largo intervalo, entre mayo de 1867 -cuando el diario dejó de salir- y 1872 cuando, después de la muerte de Iuárez, volvió a publicarse hasta su definitivo cierre en agosto de 1877 (Castro y Curiel, 2003: 419-434).
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Si bien el diario puede inscribirse claramente en los marcos de la prensa política, en sus páginas se desplegaban diferentes secciones con variados temas. Su subtítulo inicial, Relijión, política, literatura, artes, ciencias, industria, comercio, medicina, tribunales, agricultura, minería, teatros, modas, revista general de la prensade Europa y del Nuevo-Mundo, revela los ambiciosos propósitos de su editor y también, en parte, los contenidos reales de la publicación, pues ofrecía notas informativas y de policía, trascripción de leyes,reproducción de notas de otros periódicos, un folletín yabundantes avisos. Cuando los tiempos políticos hacían poco aconsejable la inclusión de los editoriales políticos "que con tanto gusto les dedicábamos antes': la venta se sostenía gracias a esa amplia cobertura. En sus intervencíones políticas, por otra parte, el diario era consecuente con su orientación conservadora y católica, al mismo tiempo que se movía con cierta flexibilidad frente a los problemas concretos. En varias ocasiones, Villanueva señaló su posición contraria a los partidos en general y, en particular, su distancia con el Partido Conservador, mientras aclaraba que era "moderado" y pertenecía a "la categoría de los que no están por la conservación de todo lo pasado, pero por la de una parte". En la segunda etapa, el diario y su editor continuaron con su defensa de la religión y la Iglesia, frente a las medidas propuestas por los liberales, pero también se manifestaron, a partir 1876, a favor de la separación de los asuntos de la Iglesia y del Estado. Por entonces, Villanueva se sumaba a los partidarios de la candidatura de Porfirio Díaz para la presidencia y enrolaba al diario en las filas del "partido conservador progresista",mientras aconsejaba al nuevo presidente que estableciera una dictadura. Finalmente, daba por concluida la publicación de ElPájaro Verde, "porque los tiempos son otros y la reconstrucción de nuestra sociedad exige [... ] otras prácticas decisivas que acaben por fijar los destinos de nuestra patria" (Castro y Curiel, 2003: 419-434). La dedicación de Mariano Villanueva a la empresa periodística no había cesado, sin embargo, durante los momentos de interrupción de su principal criatura. Así, hubo otros títulos que reprodujeron con variaciones el formato y los contenidos de aquélla, o ensayaron algún otro camino, como ElReeopilador (1868-1869), La Regeneración Social (1869-1870), El Fénix de América (1870), El Continental (1873) y La Bandera Nacional (1877-1878) (Vieyra Sánchez, 2003: lOO: Castro y Curiel, 2003: 309-311, 477-480). Villanueva mantuvo así una presencia constante en el mundo de la prensa escrita mexicana de las décadas de 1860 y 1870, como parte de ese conjunto de publicaciones de orientación conservadora que, como ha señalado Erika Pani (2005: 130),"representaron [... ] un elemento dinámico dentro de la esfera pública':
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La pasión editorial de nuestro personaje tuvo también otras manifestaciones. Intentó la literatura y con suerte dispar publicó cuatro obras, que no han merecido demasiado reconocimiento posterior. Pero su mayor productividad fuera del periodismo estuvo en su labor de editor. En su colección titulada Biblioteca Universal,"que buscaba popularizar el conocimiento y contribuir al desarrollo cultural del país",Villanueva publicó veinte títulos muy diversos entre los que incluía varios de contenido religioso, otros de ficción, textos de historia y hasta un Manual del perfumista. Se embarcó también en la edición y publicación de calendarios y recopiló información para su Manual de medicina doméstica o tratado de las enfermedades más comunes al alcance de todos, que publicó en 1883, destinado a las familias de pocos recursos con escasas posibilidades de acceder a un servicio médico. Hacia el final de su vida, en 1892, dio a conocer su obra Verdades y cuentos de Juan Verdad, una miscelánea de "juicios políticos, artículos sobre moral, derecho constitucional y consejos sobre la factura de las bebidas alcohólicas" (Vieyra Sánchez, 2003: 93-100). Así,Villanueva fue un hombre de imprentas, que dedicó su vida al cultivo del arte de la edición en diversas formas. Con un capital social y cultural inicialmente reducido, a través de su dedicación al periodismo, supo adquirir las herramientas y las capacidades para convertirse en un profesional de la escritura y en un intelectual parcialmente al servicio de la causa conservadora. Del Campo, Pezzi y Villanueva tuvieron, sin duda, vidas muy diferentes. Pero las historias que acabo de relatar revelan trayectorias comparables en cuanto a su desarrollo e inserción en las tramas culturales y en la vida pública latinoamericana de la segunda mitad del siglo XIX. Ninguno de los tres pertenecía a las élites locales, pero contaban con algún capital social y cultural inicial que les permitió entrar en carrera. Los tres se insertaron en los espacios abiertos por la expansión de la prensa y el asociacionismo, espacios que a su vez contribuyeron a ampliar y desarrollar. Ellos les sirvieron de punto de apoyo para su formación así como de plataforma para trascender más allá de sus ámbitos sociales e institucionales específicos y hacer de la labor intelectual el foco de su accionar en el campo político. Y los tres se construyeron así como figuras de la vida cultural y pública de las ciudades en las que les tocó, o eligieron, vivir.
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EXILIO ARGENTINO Y CONSTRUCCiÓN DE LA ESFERA PÚBLICA CHILENA
El exilio de la intelectualidad argentina: polémica y construcción de la esfera pública chilena [1840-1850) Ana María Stuven
Las ideas, señor, no tienen patria. Manuel Montt a Domingo Faustino Sarmiento, 1841 Las ideas, los principios admitidos, regularizan nuestra conducta y se hacen sentir a pesar nuestro, en todos los actos de la vida. Ellas hacen variar los Estados de una manera inconcebible, trastornan el orden existente y originan esas revoluciones que cambian el aspecto del mundo... La religión, el gobierno, las costumbres, la industria, ¿qué son, sino la expresión de las ideas.Ias convicciones, los principios generalmente recibidos en un pueblo? Antonio Varas, "Memoria anual del Instituto Nacional", en Anales de la Universidad de Chile,1845-1846. Esta declaración, de 1845, es un categórico reconocimiento de la función del pensamiento en la configuración de la esfera pública chilena. Pertenece a Antonio Varas (1817-1886), en ese entonces rector del Instituto Nacional, pilar fundacional del proyecto republicano del país. Ni la guerra externa ni los conflictos internos que se sucedieron desde la independencia merecieron el lugar atribuido a las ideas en el desarrollo moral, político, religioso y económico de la nueva república por quien tuviera probablemente una de las visiones más pragmáticas sobre el poder en la década de 1840 en Chile. Una serie de sucesos hacían posible esa irrupción de pasión intelectual, seguramente contenida hasta ese momento por los acontecimientos que desde 1810 habían exigido más acción que reflexión. No sólo la separación de España, sino la incertidumbre del nuevo sistema político y sus consecuencias sociales ocuparon las energías físicas y mentales de quienes tuvieron que conducir el tránsito de los códigos de autoridad y representación, vigentes bajo la monarquía, hacia el nuevo orden republicano. Conflictos entre facciones se resolvieron en clave autoritaria en 1831,dando
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inicio al llamado régimen portaliano; varios ensayos constitucionales culminaron en la aprobación de la Constitución de 1833. La incorporación de las riquezas mineras de Chanarcillo en 1837 y el triunfo decisivo sobre la Confederación Perú-Boliviana en 1839 inspiraron confianza en la clase dirigente chilena respecto de su futuro. Cuando Manuel Bulnes (1799-1866), el general del ejército victorioso en la batalla, asumió la presidencia de la república, parecía inaugurar una nueva era. Andrés Bello (1781-1865), afincado hacía algunos años en Chile, saludó al nuevo mandatario desde las páginas de El Araucano con una pregunta que marcaría la década: El estado lamentable de casi todos los países sudamericanos, ¿no hablará constantemente a nuestros corazones y a nuestra razón, exigiéndonos imperiosamente el sacrificio de todas nuestras pasiones por la conservación de una paz tan cara y en la que se fundan todas nuestras esperanzas? (Barros Arana, 1905: vol. 1, 218). Chile era una excepción en el concierto de las naciones hispanoamericanas: su posición promisoria permitía que una institucionalidad establecida con mano de hierro por la influencia de Diego Portales sobre el gobierno del general José Joaquín Prieto (1831-1841) internalizara en su clase dirigente una sensación de seguridad y de responsabilidad cívica. Ese territorio, de los menos codiciados durante la administración hispana, se había tornado lugar de expectativas y experimentación, no sólo para los chilenos, sino para muchos otros que ansiaban un espacio en que las teorías y las prácticas políticas pudieran dialogar. Colombianos, peruanos, ecuatorianos, pero especialmente argentinos, encontraron en Chile el lugar que en sus propios países les era negado, y del cual por fin podían vanagloriarse los chilenos. Aunque algunos de ellos ya estaban en el país antes de 1840, el fracaso de la expedición del general Lavalle y la represión de Juan Manuel de Rosas contra los jóvenes agrupados en torno de la Asociación de Mayo fueron decisivos para que la "provincia Argentina flotante" se integrara al debate nacional chileno. Nada les hacía presagiar que su estadía sería corta, y por ello, y aunque la Argentina estuviera en sus corazones y en sus mentes, su sede profesional e intelectual se instaló en Chile. Este capítulo se centrará en el análisis de una forma específica de función intelectual en América Latina, aquella vehiculizada por los "intelectualespedagogos", cuya cercanía al poder les permitió, al mismo tiempo que prestigiar su rol social, prestar un servicio a la autoridad republicana para definir el nuevo campo político -la ciudadanía, la representación y los alcances
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de la soberanía popular- así como el campo cultural chileno, incluyendo en él la literatura, la historiografía, el lenguaje, el papel de la religión y la educación. Domingo Faustino Sarmiento (1810-1888), Vicente Fidel López (1815-1906), Félix Frías (1816-1881), Juan Bautista Alberdí (1811-1884), Bartolomé Mitre (1821-1906), Juan María Gutiérrez (1810-1878), Mariano Fraguciro (1795-1872) son algunos de los argentinos exiliados por el gobierno rosista. Con su diálogo, a veces belicoso, con Andrés Bello, José Victorino Lastarria (1817-1888), Jacínto Chacón (1820-1898), José Joaquín Vallejos (Jotabeche) (1811-1858), Francísco Bílbao (1823-1865) y Salvador Sanfuentes, entre otros, llenaron el vacío en el espacio cultural de la nación chilena para el cual un orden político estable era sólo un ingrediente. Al privilegiar la prensa como medio permitieron que los imaginarios de la nación se convirtieran en tema de polémica y afloraran los problemas inherentes a la consolidación nacional republicana.
EN "LAS PLAYAS HOSPITALARIAS DE CHILE"
Con un gran dejo de orgullo, El Mercurio tituló así un artículo en el que daba cuenta de la llegada de algunos argentinos exiliados a Chile, Domingo Faustino Sarmiento entre los primeros (El Mercurio, 7 de junio de 1841). La oleada continuaría hasta 1844,cuando desembarcó en el país Juan Bautista Alberdi, quien ya contaba con suficiente prestigio intelectual como para que El Mercurio informara de su llegada como un acontecimiento cultural y anunciara la publicación de sus impresiones de un reciente viaje por Italia, Suiza y Francia. De hecho, la Revista de Valparaíso (vol. 1, No. 6, julio de 1842) había publicado ya su obra "Algunas vistas sobre Ja literatura americana". Además de las numerosas obras que publicó en Chile, incluyendo sus famosas Cartas QuilIotanas contra Sarmiento, y sus Bases
y puntos de partida para la organización política de la República Argentina, aparecida en Valparaíso en 1852, fue redactor del mismo diario que le dio la bienvenida. Le habían abierto el camino Félix Frías, también redactor de El Mercurio; Juan María Gutiérrez, quien llegó a ser director de la Escuela Naval y luego redactor literario de La Tribuna en Santiago; Domingo Faustino Sarmiento, que publicó su Facundo en El Mercurio, del cual fue redactor, además de ser el fundador de ElProgreso -el primer diario santiaguino- y de haber escrito en quince periódicos. Vicente Fidel Lópcz fue redactor de La Revista de Valparaíso -desde la cual se enfrentó con Salvador Sanfuentes, que escribía en ElSemanariode Santiago- y luego
EXILIO ARGENTINO Y CONSIRUCCION DE LA ESFERA PÚBLICA CHilENA I 415
de La Gaceta del Comercio. También se incorporaron otros exiliados argcntinos, provenientes de las provincias de Cuyo, Catamarca, La Rioja, Salta y Iujuy, quienes tuvieron menos resonancia pero no menos importancia. Mariano Fragueiro, por ejemplo, autor de "Observaciones sobre el Proyecto de Estatuto para el Banco Nacional de Chile", publicado en El Agricultor (N° 50), en 1845,fue el detonante de una reflexión sobre e! papel del Estado en la economía, al postular la restricción de la ingerencia estatal, lo que El Mercurio (281211845) defendíó como "muy liberar'. Gabriel acampo (1798-1882), "uno de los ornamentos más dignos de! foro argentino", el abogado José Barros Pazos (1808-1877), su "compañero de desgracia" ("Correspondencia", ElMercurio, 7 de junio de 1846), Gregario Beéche (1800-1878),quien estableció numerosas bibliotecas con Ocampo; Manuel Zapata (1803-1869), fundador del Colegía de Zapata, y Carlos Tejedor (18171903) YDomingo Oro (1800-1879) también ejercieron influencia intelectual en sus distintos ámbitos. Zapata fue educador de la élite chilena y peruana. Durante el gobierno de Mitre en la Argentina, fue nombrado director del Colegio Nacional de Buenos Aires. Oro residió en Copiapó, donde se relacionó con Vicente Pérez Rosales. Según Benjamín Vicuña Mackenna (1863: 254) estuvo a la cabeza de un círculo de emigrados entre los que figuraban los argentinos Enrique Rodríguez y Carlos Tejedor, además del colombiano Juan García del Río, el guatemalteco Hermógenes de lrisarri y el boliviano Casimiro Olañeta, si bien Oro era "de ley harto más baja". Indalecio Martínez en Coquimbo, y Pedro Ortiz Vélez en Concepción ejercieron la medicina; Mariano Sarratea (1774-1849),Nicolás Rodríguez Peña (1775-1853), el general Gregorío de Las Heras (1780-1866), el canónigo Navarro, Miguel Piñciro, Francisco Delgado, José Santiago de Mela yel poeta Juan Alberto Godoy ejercieron sus oficios en e! servicio público o en la práctica privada. Hacia el final del exilio argentino, en 1849, llegó Bartolomé Mitre. Desde las páginas de El Comercio y de El Progreso se involucró en la Revolución de 1851, por lo cual fue detenido yencarcelado con Vicuña Mackenna. La gran mayoría de los exiliados se relacionó socialmente con la clase dirigente chilena, para lo cual existían vínculos previos, como el matrimonio del presidente Francisco Antonio Pinto (1775-1858) con la argentina Luisa Garmendia, y el de su sucesor, Joaquín Prieto, con Manuela Warnes, de Buenos Aires. Enriqueta, hija de Pinto, fue la mujer del presidente Bulnes. También Diego Barros Arana (1830-1907) era hijo de una porteña. Los vínculos, que continuaron estrechándose durante todo el siglo XIX, permitieron establecer amistades duraderas entre Mitre, Sar-
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miento, Rodríguez Peña, el general las Heras y los chilenos José Victorino Lastarria, Benjamín Vicuña Mackenna (183]-]886), [aviera Carrera (17911862), Emilia Herrera de Toro, Diego Barros Arana y Martina Barros de Orrego (1850~1944), de lo cual dan fe numerosos epistolarios y anécdotas, entre las que destacan las que relata esta última. Asistente asidua a tertulias masculinas, a las que accedía como excepción a las normas vigentes, y organizadora de una en su propia casa, Martina logró ocupar posiciones en un debate intelectual del que seguían estando excluidas la mayoría de las mujeres. De allí surgió su amistad con Sarmiento y con Mitre, contertulios de Domingo Fernández Concha, de los hermanos Gregario Víctor y Miguel Luis Amunátegui (1830-1899 y 1828-1888), de Lastarria, de Barros Arana, de Alberto Blest Gana (1830-1920) y del marido de Martina, Augusto Orrego Luco (1848-1933). Según Martina, Sarmiento se imponía por su presencia, pero especialmente por su palabra: "Puedo decir sin exagerar, que de su garganta brotaban a veces rugidos de león y en otro arrullos de paloma" (M. Barros, 1942). Aunque sería justo referirse a la influencia de los exiliados argentinos en la consolidación de las profesiones, en la expansión de la cultura más allá de la capital y del puerto de Valparaíso y en las relaciones bilaterales, su influjo más definitivo se dio en la consolidación del campo cultural chileno, sustento de la definición de una identidad nacional, y en el debate que le dio forma. En ese sentido, las figuras descollantes fueron Sarmiento, Alberdi, López y, en menor medida, Frías y Gutiérrez, todos ellos miembros de la generación argentina de ]837, que, como afirma José Luis Romero, influidos por la sociología francesa, habían descubierto el enigma que precede a la cuestión política: la realidad social (Romero, 1963). Antes de su derrota por Rosas, en el Salón Literario de Marcos Sastre ya habían leído el Fragmento Preliminar al estudio del Derecho de Alberdi, donde éste buscaba y reconocía las raíces del apoyo social al tirano, para concluir que los pueblos americanos iniciaban una nueva era en la cual, rechazando 10extranjero, fundaban lo original de sus naciones. Con ello expresaba la creencia común a su generación de que la política debía responder a la realidad social, que la oposición entre civilización y barbarie que hizo tan famoso el Facundo de Sarmiento, o el "desierto" que inquietaba a Alberdi, sólo podían superarse con el progreso, la educación yel rechazo a la tradición hispánica. Recién cuando estuvieran sentadas las bases del nuevo edificio nacional, podría la república pasar de la potencia al acto.
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LA OPINIÓN PÚBLICA Y EL "INTELECTUAL PEDAGOGO"
Diego Barros Arana dio importancia al cambio de atmósfera intelectual que se produjo en el país en ]841, atribuyendo a la tranquilidad política el "movimiento de los espíritus" que buscaban nuevos horizontes, desde la conquista del territorio hasta la conquista de las mentes (Barros Arana, ]905: 278). Así retrató el historiador el tránsito de un contexto en el que la prensa reproducía las posturas que se debatían en campos de batalla formales, a la polémica que articulaba y combatía con ideas que se daban cita en las páginas de los periódicos, en obras históricas, novelas, poesías, revistas y cuanto medio ponía la imprenta y las primeras casas editoriales a su disposición. Este fenómeno, por el lado chileno, era atribuible a la conciencia de los ilustrados que pensaron inicialmente la república. Ya en 1810, Juan de Egaña había recomendado la publicación de un periódico para "uniformar la opinión pública a los principios del gobierno" (Godoy Urzúa, 1982: 250). Así, tempranamente surgieron LaAurorade Chile, que completó 58 ediciones, El Monitor Araucano y El Amigo de la Ilustración. Luego de consolidada la independencia vieron la luz El Censor de laRevolución, Tizón
Republicano, El Liberal, El Patriota Chileno, El Semanario Republicano, El Liberal, ElSufragan te,ElAmigode la Constitución. Bastaría repasar los nombres para percibir que las primeras preocupaciones republicanas se concentraban en el nuevo régimen político, en los derechos que debía consagrar, en la ideología que debía inspirarlo y en su forma institucional. Debieron transcurrir dos décadas para que una generación, la del >42, hija de los forjadores de la república, pudiera convertir estos medios en una herramienta para la construcción de la nación en sus campos político, social y cultural. En ese entonces, el país contaba con poco más de 1 millón de habitantes, y Santiago, la capital, tenía alrededor de 65 mil; sin embargo, Valparaíso, segunda ciudad en población y primera en comercio, se convirtió en sede de las primeras imprentas: en ]840, la de Santos Tornero, y en 1841, la de Rivadeneira, lo que permitió la publicación de los primeros libros editados en suelo chileno. El mismo Santos Tornero fundó las dos primeras librerías del país, en Santiago y en Valparaíso; en 1845, como propietario de El Mercurio, organizó también las librerías de El Mercurio, con sucursales en Copiapó, La Serena y San Felipe. Según Bernardo Subercaseaux (2000), en la década de ]840 hubo una verdadera eclosión de librerías debido a la demanda de una élite que se sentía llamada a participar activamente en la organización de la vida política e institucional del país. La proliferación de medios de prensa -sólo entre 1838 y 1840 aparecieron más de quince periódicos- es también signo del vuelco que vivió Chile luego
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HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMÉRICA LATINA
del asesinato del ministro Portales y el paulatino regreso de las libertades públicas, entre ellas la de imprenta. Laprimera lcyde imprenta se dictó en 1828. La segunda más importante, promulgada en el contexto de mayores libertades públicas que siguió a la desaparición de Portales, es de 1846. Por otra parte, en su artículo 121a Constitución garantizaba la libertad de publicar opiniones a través de la imprenta sin censura previa, aunque permitía elinicio de juicios de imprenta para calificarlos abusos. Más aun, elgobierno podía participar activamente en la designación de los jurados. Según José Peláezy Tapia (1927), entre 1828 y 1851 se publicaron 152 periódicos con más de un número, y en la década de 1840 se publicó la mayor cantidad de periódicos, que alcanzaron unos 140 números cada uno. Por otra parte, en 1840 el número de imprentas llegó a 9 en Valparaíso, y hubo otras tantas en Santiago, dedicadas especialmente a imprimir periódicos (Subercaseaux, 2000). Al compás de esa expansión, creció elnúmero de tipógrafos en Chile, que entre 1845 y 1865 se incrementó de 221 a 370.Según los datos presentados por Subercaseaux, en 1875 ya eran alrededor de 700. Este vehículo de socialización de una nueva palabra permite constatar la liberación de un espacio público que
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Y CONSTRUCCiÓN
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el 140/0, dato que confirma que los primeros habitantes de la ciudad letrada chilena fueron aquellos que disfrutaron de las posiciones más altas dentro de la esfera social y que, por razones obvias, cumplían funciones culturales cercanas a las estructuras de poder. Esa expansión del número de libros y periódicos en circulación facilitó la puesta en evidencia de ciertos aspectos de la complejidad ideológica de esa élite -hasta entonces oculta tras el consensuado liberalismo conservador de carácter católico-. Más aun, permitió que, ocasionalmente, pudieran hacerse oír acordes disidentes, como los de Francisco Bilbao en 1844, que ese mismo año publicó en el periódico El Crepúsculo su "Sociabilidad chilena", donde denunciaba a la Iglesia por antidemocrática y al gobierno por conculcar los derechos del pueblo y de la mujer. Ello le valió ser sometido a juicio de imprenta y ser condenado por inmoral y blasfemo (Stuven, 2000). Ángel Rama sostiene que en los albores de repúblicas casi analfabetas la propiedad de la palabra escrita daba una supremacía que permitía que la comunidad del intelecto republicano adquiriera su prestigio y su utilidad. Para matizar esta afirmación, es necesario agregar que este derecho no se hacía extensivo a quienes franquearan los límites permitidos de disenso, como lo hizo el mismo Bilbao, quien debido a ello perdió todo su ascendiente intelectual en el país. Indudablemente, para consolidar nuevas esferas de influencia era importante tener acceso a redes sociales y a los instrumentos de comunicación que permitieran poner en circulación las ideas y los discursos de los intelectuales. En una sociedad más comunitaria que individualista -como la chilena del siglo XIX-, donde la capacidad de representación estaba dada por la pertenencia a la clasedirigente, exclusiones como la de Bilbao se tornaban factibles. En ese sentido, las asociaciones y las sociedades que nacieron desde mediados del siglo XIX dan testimonio de la necesidad de establecer redes para la comunicación, y también confirman que, al menos en la década de 1840,en Chile el intelectual autónomo aún no había encontrado su lugar (Rama, 1984). José Victorino Lastarria, fundador de La Sociedad Literaria en 1842, demostró coincidir con esta visión cuando en "Noticia de la sociedad" afirmó que "acometer esta empresa individualmente era imposible" (Lastarria, 1967). En su discurso inaugural, Lastarria asumió el carácter pedagógico del asociacionismo republicano y postuló la necesidad de que la nación alcanzara su madurez antes de avanzar en la senda de la participación. "Somos infantes en la existencia social", sostuvo. "La democracia, que es la libertad, no se legitima, no es útil ni bienhechora sino cuando el pueblo ha llegado a su edad madura, y nosotros no somos todavía adultos" (Lastarria, 1967). La metáfora es clara para someter el pensamiento al" [... 1 pausado curso
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de la severa experiencia [... ]".No obstante, como Alberdi en su Fragmento preliminar, Lastarria abrió la puerta para el ingreso del nuevo actor republicano. La medida del progreso debía ser el avance de la sociedad hacia la civilización, que se expresaba en la literatura, la historia y las artes, como productos culturales. "La literatura -dijo, citando a Artaud- es como el gobierno: eluno y la otra deben tener sus raícesen el seno mismo de la sociedad, a fin de sacar de él continuamente eljugo nutritivo de la vida".Cuando las ideas circulan libremente, ponen en contacto al escritor con el público y expanden la civilización consolidando la nación. Así como el gobierno debía representar a las fuerzas sociales, la literatura nacional debía ser el medio de expresión de la cultura. Ésta, fruto de la interacción social. tenía por lo tanto repercusión tanto frente al Estado como para la nación.. Andrés Bello fue la figura descollante en el momento de surgimiento de la generación del '42 chileno. Este "constructor de instituciones", intelectual, miembro de la Sociedad Literaria y maestro de generaciones, llegó a Chile procedente de Caracas en 1829. Director de El Araucano desde 1830 hasta su retiro, en 1853, senador y redactor del Código Civil promulgado en 1855.éstas son sólo algunas de las funciones que ejerció en los campos cultural y político chilenos (Stuven, 2000; Cussen, 1992). Por su parte, Domingo F. Sarmiento, que había llegado a Chile en 1841, se incorporó inmediatamente como interlocutor al proceso de apertura política y cultural que vivía el país. No es casual que en 1842, Manuel Montt, ministro de Instrucción Pública y del Interior, nombrara a Bello primer rector de la Universidad de Chile y a Sarmiento, activo en el periodismo desde elaño anterior, director de la recientemente establecida Escuela Normal de Preceptores. La formación de maestros y el desarrollo intelectual de la nación, pilares ambos del desarrollo educacional para la consolidación de la nación, fueron el lazo que unió a los dos gigantes de la palabra. La influencia sobre el devenir de la educación y su cercanía a la autoridad política fueron las trincheras desde las cuales tanto Bello como Sarmiento defendieron su creencia en que la educación era el requisito para la consagración de las libertades republicanas. En 1843, en su "Discurso inaugural de la Universidad de Chile" Bello estableció el itinerario para todas las materias que se consideraban involucradas en la formación de la nación: derecho, literatura, arte, moral, filosofía, y religión. La discusión intelectual tendría allí su sede siempre que no se confundieran la libertad con la licencia, y se respetaran las costumbres y las instituciones. En ese sentido, ambos ejercieron como "pedagogos" en una doble acepción: aquella que imparte los conocimientos necesarios para ingresar a la república de las letras, y la que abre la puerta de la república de la participación. Ambos ejercieron el
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periodismo, espacio donde la racionalidad. la ilustración y la cultura debatían la separación entre civilización y barbarie, esenciales para que emergiera la figura del ciudadano, habitante por excelencia de la república y de la nación modernas. Los maestros, legitimados por el poder, se expresaron, como afirma Julio Ramos (2001), desde distintas posiciones: Bello, apoyado en una articulación clásica, inserta dentro del proyecto institucional chileno, y confiado en el poder de la ley,no se permitía excesosexpresivos y combatía toda idea que pudiera desviar la senda gradual del progreso nacional. Sarmiento, en cambio, más espontáneo y belicoso, denunciaba las carencias y no temía las consecuencias que sus palabras pudieran tener sobre la opinión pública.
EL CAMPO poLÍTICO: CIUDADANÍA, REPRESENTACIÓN Y SOBERANÍA
¡Viva la polémica! Campo de batalla de la civilización, en que así se baten las ideas como las preocupaciones, las doctrinas recibidas como el pensamiento o los desvaríos individuales. El pueblo escucha, cree al principio lo que cada uno de los contendientes alega, la duda sobreviene, se establecen comparaciones, y el juicio propio aleccionado concede la victoria a quien o más razón lleva, o más profundas impresiones deja. Imposible mejor representación de la función pedagógica que la que Sarmiento atribuía al debate intelectual en 1842, aunque los antagonistas se infligieran "heridas profundas y duraderas" (Sarmiento, "El comunicado del Otro Quidam", El Mercurio, 3 de junio de 1842). Consolidado el orden administrativo e incólume el orden social, en la década de 1840 tomó curso un segundo momento identitario nacional, para el cual la polémica intelectual fue fundante. (El primero había tenido lugar en torno de la independencia cuando los organizadores de la república, conscientes de que el nuevo estatuto político implicaba la existencia de una soberanía nacional, y, por lo tanto. de una "nación" como entidad legitimadora del poder, privilegiaron la institucionalización del Estado como prerrequisito para la misma.) Se trataba ahora de dar forma a un cuerpo político moderno, inspirado en los dogmas republicanos de la libertad y la igualdad. Se trataba, por lo tanto, de pensar la figura del individuo, del ciudadano y de la representación de ellos en la nueva polis, a fin de transitar desde la república "epidérmica" -para usar el término que le dan JoséAntonio Aguilar y Rafael
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Rojas-, del momento en que la república "no es sino una forma de gobierno antitética de la monarquía", a la república "densa" o "sustantiva" que presupone, además de la existencia de un Estado libre,"ciudadanos libres capaces de determinar autónomamente sus propios fines" (Aguilar y Rojas, 2002; Pettit, 1999). En Chile, a medida que el conservadurismo perdía prestigio por su defensa de las prerrogativas clericales, el republicanismo inicial tendió a asociarse cada vez más con el liberalismo, sin por ello perder su carácter autoritario. Sarmiento fue claro cuando en El Mercurio (26 de febrero de 1841) defendió las ideas "l ...] que los progresos del espiritn humano han hecho brotar en todos los puntos del globo en que la civilización europea ha penetrado y que l...] forman el catálogo que ha recibido el nombre de ideas liberales': Este tipo de afirmaciones no debe entenderse como la consagración del liberalismo en el seno ideológico de las clases dirigentes. El contenido del republicanismo sustantivo aún permitía diferencias fundamentales en su concepción de la libertad entre el liberalismo europeo decimonónico y quienes se llamaban liberales en Hispanoamérica (Barrón, 2002, en Aguilar y Rojas, 2002). En claverepublicana, esa diferencia se expresaba en la creencia por parte de las clases dirigentes de que los derechos ciudadanos podían ser conculcados en beneficio de la comunidad, o del bien común de ella, hasta que el pueblo, sujeto de la soberanía, se encontrase en condiciones de ejercerla. Es ésta la razón que explica el énfasis puesto en la interrogación a la noción de soberanía y a la de su sujeto, el pueblo. Cuestiones corno ésas (o corno aquellas referidas a la ciudadanía y a sus representantes) fueron el centro de la polémica que convirtió a este incipiente campo cultural en uno esencialmente político. En primer lugar, se hizo necesario situarse ante el pasado español: La sociedad toda no respiraba más que añejas preocupaciones. La civilización estaba estacionada, los estudios abandonados a la rutina de las aulas; no se hacía más que plagiar, imitar servilmente los modelos antiguos, y bajar la cabeza al oír el nombre del que había escrito algún cartapacio o traducido una oda latina, diagnosticó El Crepúsculo (1 de enero de 1844). No obstante, el argentino Félix Frías, entonces editor de El Mercurio, alertó también contra" [... 1 las tentativas de innovar la Constitución y la forma política de las sociedades hispano-americanas [... ]" (ElMercurio, 28 de febrero de 1844). Como también sostenían Bello y Sarmiento, elcambio debía ser gradual para evi-
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tar que la expresión institucional de las ideas pudiera provocar alteraciones indeseadas. Había que respetar el tiempo de transición, que prescribía cautela. Es decir, para evitar el caos era aceptable que la república diferenciara entre las teorías y las prácticas políticas, entre lo de fondo y lo formal, como entonces se decía. Lo primero era la educación y la civilización. Luegovendría, como ya lo había pronosticado Portales en la década anterior, el cambio político (EL Mercurio, 28 de febrero de 1844). Así escribía El Mercurio en 1844 (28 de febrero): "El Gobierno democrático se perfecciona a la par con el pueblo: según los grados de ilustración en la generalidad así suben los progresos del gobierno popular. Esta es su esencia; y no puede ser de otro modo, cuando la soberanía reside en la nación". Esa soberanía, reconocida en la forma, no implicaba en el fondo que en una república igualitaria la ciudadanía asumiera necesariamente la centralidad que le correspondería, expresada en el sufragio. Frías lo admite desde El Mercurio (28 de febrero de 1844): Elpueblo que ha adoptado el gobierno popular representativo no puede menos que consignar en sus leyes fundamentales, las autoridades, en quienes deposita el ejercicio de la soberanía, que reside esencialmente en él.Revestidasestasautoridades, no pueden llamar a juicio sino cuando, infieles a su compromiso, hayan separado de la senda trazada. En tales gobiernos, se tropieza con el inconveniente de las elecciones. Llegada esta crisis cada ciudadano se cree con derecho para ser electo jefe supremo; y de aquí las maquinaciones e intrigas [... [. Entre las prioridades establecidas, el ejercicio de los derechos políticos expresados en la ciudadanía podía postergarse. Por lo tanto, era posible una incongruencia entre fondo y forma: Nuestra faz exterior, nuestras instituciones, son democráticas, son republicanas; nuestras costumbres, nuestras inteligencias, las condiciones todas de nuestra situación actual, no lo son: de aquí resulta que nuestra democracia esté en las apariencias y no en el hecho, no en la vida social ("Cómo entender la democracia', ElMercurio, 30 de diciembre de 1843). La república era tan amada como temida. En 1842, Sarmiento anticipaba que se movía por "un camino estrecho y resbaladizo; abismos por ambos lados; el despotismo por uno; y la anarquia por el otro [... ]" (El Progreso, 17 de diciembre de 1842). La república ponía una encrucijada donde, corno
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escribió Bello,"[ ... ] medidas abstractamente útiles, civilizadoras, progresivas adoptadas sin consideración a las circunstancias, podrían ser pemiciosísimas y envolvernos en males y calamidades sin término" ("El gobierno y la sociedad'; El Araucano, 1843. También en Bello, '883: vol. VIII, 288). Más gráfico aun fue Sarmiento: Las cuestiones sociales después de ventiladas por el pensamiento [... ] pasan a ser ventiladas por las pasiones, por las bayonetas, hasta caer rodando a los pies de las masas, tribunal sin apelación, que decide aplastando bajo su pie la cuestión y los litigantes, cuya sangre bebe, cuyas entrañas desgarra y cuyas cabezas alza en picas y pasea por las calles con horrible algazara. Esta es la historia abreviada de todos los cambios sociales ("Escuela Normal", El Mercurio, 18 de junio de 1842). El campo político que describió Sarmiento, congruente con la postura de Andrés Bello y la de los periódicos que conducían a la opinión pública, se debatía en la incertidumbre entre la libertad y el temor a la anarquía, lo que justificaba la limitación de la participación ciudadana. El temor había sido alentado por Juan Bautista Alberdi cuando, de regreso de sus viajes, alertó contra el «espíritu de cuerpo" de "los pobres" chilenos, incompatible, a su juicio, con los fines de la república (El Mercurio, 6 de mayo de 1845.) En ese sentido, a medida que avanzaba la década, a medida que surgía una oposición más articulada contra el gobierno de Bulnes y como consecuencia del doble hecho de la aparición de periódicos opositores que representaban al artesanado, yde que estas nuevas fuerzas sociales amenazaban con presionar sobre la ciudad oligárquica, el espíritu optimista y abierto a la polémica fue cediendo. "[Polémica! ¿y para qué? No, no; lo que sí haremos será poner el pie con energía sobre la mecha que continuamente aplican los que querrían ver incendiado el país" (El Mercurio, 12 de diciembre de 1845). [Cuán distinta a la de Sarmiento era en 1845 la percepción de este editor de El Mercurio sobre la polémica! Por cierto, los tres años transcurridos, y especialmente el núcleo de polémicas que se dieron en 1844 -incluyendo los ataques de Juan Nepomuceno Espejo y de Bilbao en El Crepúsculo-, despertaron una voz de alerta hacia las consecuencias sociales y políticas del debate intclectual (Juan Nepomuceno Espejo, 1844; Bilbao, 1844). En 1846, el presidente Bulnes fue reelecto no sin una oposición abierta, acusaciones de nepotismo. motines en Valparaíso, diarios opositores y una prensa declaradamente combativa, incluso dirigida al mundo obrero, que desafiaba a diario la autoridad.l.as polémicas de 1846entre ElArtesanodel Orden y El
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Artesano Opositor -cuyos nombres son e1ocuentes- mantenían los ánimos permanentemente exaltados. El '48 francés también alertó sobre los riesgos de la democracia, logrando que el discurso republicano de cuño más liberal sufriera un retroceso. Las noticias sobre el "48 francés" llegaron en dos etapas: en mayo se conocieron los sucesos de febrero, despertando gran admiración y espíritu de emulación. En junio se reaccionó cn contra de la revolución por los excesos que se habrían cometido en Francia (Stuven, 2000).l.a fundación del Club de la Reforma en 1849 y de la Sociedad de la Igualdad en 1850 fueron por ende consideradas por la élite gobernante otros tantos ejemplos de la que se consideró funesta influencia francesa, que amenazaba con subvertir el orden social sobre el que reposaba toda democratización social. El problema de la representación fue un detonante de mayores conflictos (Stuven, 2001): "Queremos [... ] ver en la representación nacional verdaderos representantes del pueblo, y esto sólo se conseguirá nombrando nosotros hombres de nuestra clase para que nos representen, del mismo modo que esos señores prefieren a los de la suya para ser representados" (El Artesano Opositor, 7 de enero de 1846). Esta demanda, junto a presiones para suprimir incluso el Poder Ejecutivo, pusieron en jaque el tránsito gradual hacia la concreción de la soberanía popular. El temor a que la nación, como escribió el editor de ElArtesanoOpositor, se dividiera" [... ] en artesanos productores, nueve décimas de la población; y el otro décimo, escaso, de directores que consumen en todo respecto", y que" [... ] la suma del poder social y la verdadera existencia de la nación [... 1se encontrara en manos del artesanado" ponía en jaque la hegemonía social de la clase dirigente (El Artesano Opositor, 14 de junio de 1846). Ante la amenaza, el poder social imponía su autoridad a través del Estado, asignando al gobierno la representación del interés general. Incluso los parlamentarios elegidos dentro del sistema censitario y con intervención del gobierno vieron puesta en duda su legitimidad cuando algunos de ellos apoyaron a la Sociedad de la Igualdad. El ejercicio de la pedagogía republicana por parte de asociaciones que no fueran partidarias explícitas del orden social y político fue condenado abruptamente: no hay representación si ésta se ejerce como pedagogía popular y no como eficiente gestora del Estado. Es, en cierta medida, un fracaso temporal de la pedagogía emprendida por Bello y por Sarmiento. "El pueblo (las masas) no tiene ideas, no tiene principios que le sirvan de premisas para la solución de sus instintivas deliberaciones" (El Mercurio, 10 de noviembre de 1845). En este contexto. surgen las paradojas del republicanismo chileno de la década de 1840, que expresan las dificultades y las incoherencias del pro-
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ceso de transición de una nación que sólo incluye a los que detentan el poder y a la ciudad letrada, que es la que define y construye el discurso político de institucionalización gradual de las libertades y las igualdades que el sistema asegura. Los mismos conceptos que legitimaron la revolución contra el antiguo régimen y que se definieron en clave republicana, especialmente los que se refieren a la ciudadanía, la representación y la soberanía popular, revierten su uso, aunque no su significado, en clave autoritaria: "Ya es ocasión que nos convenzamos de que no es libertad lo que nos hace falta sin orden, como no es tampoco la justicia lo que más riesgo corre entre nosotros sino la autoridad; y que por consiguiente, los mejores ciudadanos son aquellos que contribuyen [... J a robustecer ésta l...1", escribió el editor de El Progreso en 1846 con motivo de unos motines en Valparaíso mientras se articulaba la oposición a la reelección del presidente Bulnes (El Progreso, 3 de junio de 1846). En 1851, cuando ya la Sociedad de la Igualdad había postulado la autonomización del pueblo, Antonio Varas,ministro del Interior, argumentó desde una definición republicana de la representación contra la legitimidad de la misma. Se preguntó entonces: "Hay diputados de sobra para tratar los intereses generales, o ¿acaso cada diputado viene a representar solamente el interés de un departamento y no los intereses generales?". Y se respondió: "La integridad de la representación no depende de este o aquel diputado. Essiempre la misma': Por un lado, Varas rechazaba el mandato imperativo de los pueblos y reconocía la existencia de una representación moderna, pero, por otro lado, depositaba ésta, como interés general, en el gobierno. En realidad, apelaba a una protolegitimidad que tenía que ver, finalmente, con la unidad social. El representante ejerce una función pública; es, como lo llama El Mercurio, "el recto juicio de la nación". El pueblo, en tránsito hacia la civilización, primero debía incorporarse como miembro de la sociedad civil a través de la educación, antes de asumir su rol ciudadano en la sociedad política. De ahí que sociedad civil y sociedad política, derechos civiles y derechos políticos, se definieran como instancias independientes, y que respecto del sufragio se leyera a Rousseau como el autor de una separación conceptual entre la voluntad "racional" y la voluntad "nacional", la cual permitía asumir que aún no todos los miembros de la sociedad eran "racionales". De allí que la voluntad "nacional" debía ser entendida como representada por los miembros de la clase dirigente que asumieron el poder después de la independencia.
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EL CAMPO CULTURAL
En la definición del campo político no existieron mayores diferencias entre argentinos y chilenos durante toda la década de 1840. No fueron sino las mismas que a ratos, durante el siglo XIX, diferenciaban ese campo ideológico incierto donde conservadurismo y liberalismo alternaban con más acuerdos que diferencias doctrinarias (Stuven, 2002). Ese relativo consenso producto del realismo político de ambos bandos no generó verdaderos conflictos hasta 1851, cuando se produjo una rebelión contra la elección de Manuel Montt a la presidencia de la república. En ese momento, sí, Sarmiento acompañó la pluma con el sable para defender a su amigo y protector. Sin dudas, hubo disidencias y polémicas entre los intelectuales chilenos y los argentinos desde comienzos de la década en lo que respecta a la definición del campo cultural. La lengua y su uso, la literatura, la historia y la historiografía, fueron sometidas a intenso escrutinio yevaluadas como generadoras de discursos que aportaban definiciones sobre la nación y sobre sus sustentos éticos y políticos. Julio Ramos, por ejemplo, entiende este proceso como el resultado de una "modernización desigual" de la literatura hispanoamericana, en tanto no alcanzaba los niveles de autonomización logrados en Europa (Ramos, 2001). Desde 1842,las llamadas polémicas ortográficas enfrentaron a Bello y a Sarmiento en dos ocasiones. El detonante fue un trabajo publicado en la prensa por el profesor de latín, Antonio Fernández Garfias, donde criticaba la introducción de neologismos ortográficos en el uso del castellano americano. Sarmiento defendió el derecho del pueblo a expresar su "soberanía" en el uso del idioma, condenando a los "gramáticos" por actuar como «elsenado conservador [... ] partido retrógrado, estacionario" ("Ejercicios populares de la lengua castellana", El Mercurio, 27 de abril de 1842). Bello respondió bajo seudónimo -Un Quidam- defendiendo al legislador ortográfico, del mismo modo como en otros aspectos había dado prioridad al legislador en su rol de regulador de las costumbres y distribuidor de derechos y deberes: "En las lenguas como en la política, es indispensable que haya un cuerpo de sabios, que así dicte las leyes convenientes a sus necesidades, como las del habla en que ha de expresarlas; y no sería menos ridículo confiar al pueblo la decisión de sus leyes, que autorizarle en la formación del idioma", sentenció, dejando claro que ambos concedían que en la discusión sobre el lenguaje se debatían aspectos sociales e institucionales relevantes para la nueva nación. Que Chile y su cultura eran considerados un campo político interrelacionado quedó de manifiesto cuando, al igual que en oportunidad del
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debate sobre los derechos políticos, se introdujo en la discusión una separación entre el campo formal y el de fondo. Dijo entonces Sarmiento: dejen "[ ... J las cuestiones de palabras para quienes no están instruidos sino en palabras". Ésas eran las formas; en el fondo "los pueblos en masa y no las academias forman los idiomas". A lo que Bello replicó: ¿Yen qué se mengua esa soberanía, o de qué modo la pierde un pueblo, porque se le prescribe hablar como hablan las personas bien educadas, las personas cultas, que son las únicas que pueden reducir el habla a un sistema de signos y de combinaciones sancionadas para la común inteligencia? Los dardos estaban lanzados y fueron retomados cuando Sarmiento presentó a la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile su Memoria sobre ortografía americana, origen de su futuro Silabario, donde confirmaba sus posturas anteriores, retomaba su crítica desenfadada a España y planteaba la revolucionaria propuesta de adaptar la ortografía a la pronunciación. Proponía, en definitiva, que la cultura americana se autonomizara, que superara" [... ] el miedo, el rubor, (la) vergüenza (de) querer ser americanos en algo': Lo más novedoso de la postura de Sarmiento en esta polémica fue que también incluyó una posibilidad de autonomización popular para la participación, discusión que dijo querer abordar de "mil amores": "Para los letrados, los literatos, los hablistas, el Latín como guía; para los demás, para el comerciante, el hacendado, las mujeres, los escolares [... ]" se hacía necesario facilitar su inserción en la república de las letras y por ende su participación en la esfera pública (ElMercurio, 3 de julio de 1842). Aunque sobraron insultos en la polémica -Sarrniento llegó a proponer el ostracismo para Bello y Minvielle le cobró las atenciones dispensadas por los chilenos-la sangre no llegó al río, y el argentino vio coronados sus esfuerzos con la decisión de la Facultad de adoptar "con reservas" y en forma paulatina la reforma propuesta. El triunfo fue completo cuando en 1844 el gobierno ordenó que toda obra de enseñanza pública llevara la nueva ortografía. Simbólicamente, Laconciencia delniño, traducida para lectura infantil por Sarmiento, fue la primera obra publicada con la nueva ortografía. Chilenos y argentinos volvieron a enfrentarse con motivo del romanticismo literario, título que asignaron a una discusión que trascendía con mucho lo literario y la corriente romántica. Alberdi definió el verdadero sentido de la polémica en un artículo -''Algunas vistas sobre la literatura americana"- publicado en la Revista de Va/paraíso (6 de julio de 184Z), al abordar los alcances del concepto de literatura. Ésta era
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[ ... j cristiana por sus creencias sociales; espiritualista por Su moral; social y civilizadora, de apostolado y propaganda, por su misión; progresiva, por su fe en el dogma filosófico de la perfectibilidad indefinida de nuestra especie; profética por su Íntima creencia en el porvenir de la América y del mundo [... ] democrática y popular, por sus formas de estilo y de lenguaje; atenta al fondo más que a la forma del pensamiento, cuidadosa del valor y peso de las expresiones, más bien que de la pureza de su origen gramatical [... ].
También la literatura debía expresar" [... ] la extensión de los principios de nuestra revolución democrática" y ser liberal como el arte. Esta declaración de principios sitúa el contexto de la polémica sobre el romanticismo, en tanto son los principios políticos que evoca su contenido los que entran en conflicto. Asimismo, de acuerdo con Sarmiento el llamado a la libertad frente a los cánones lingüísticos españoles convertía a los argentinos que participaron de este bando en campeones de la batalla final por la emancipación de la adscripción a los cánones culturales españoles. Según Alberdi, él había iniciado a Esteban Echeverría y a Juan M. Gutiérrez en las doctrinas de la Revue Encyclopédique, cuyas doctrinas fueron volcadas poco más tarde en el Dogma socialista de Echeverría (Orgaz, 1950). Lastarria ya había asignado un rol utilitario a la literatura en su discurso inaugural de la Sociedad Literaria, pronunciado también en 1842. Antonio García Reyes,redactor del prospecto de ElSemanariode Santiago, en torno al cual se agruparon los "anti-románticos"; había expresado su coincidencia al sostener que el fin de la literatura era "educar al pueblo y proporcionarle un medio sano y cívico de expansión". Como años más tarde sostuviera el crítico uruguayo José Enrique Rodó (1967), se trataba de reivindicar la "autonomía literaria': que no era sino la autonomía intelectual. Los desacuerdos surgían cuando se trataba de precisar la función cívica de la literatura. Durante la década de 1830, Andrés Bello había sostenido que la literatura, como arte, se liberara de los estrictos cánones que le imponían los "procederes" del arte dramático. Sin embargo, su actitud cambió en 1842, cuando el argentino Vicente Fidel López, joven abogado exiliado como sus compatriotas, quien actuaba como editor de la Revista de volporaíso, publicó su "Clasicismo y romanticismo", donde acusaba a la clase dirigente chilena de retrógrada y enemiga de toda innovación. La réplica provino de Salvador Sanfuentes, y estuvo dirigida hacia los factores revolucionarios y desestabilizadores del orden social contenidos en el texto romántico. Declarando su respeto por Victor Hugo, Sanfuentes se pronunció incapaz de comprender que éste juntase en el Ruy Blas a un lacayo
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con una reina: "Semejantes monstruosidades no existen en la naturaleza': escribió en El Semanariode Santiago (21 de julio de 1842). Al ruedo ingresó prontamente Sarmiento, quien, luego de declarar la muerte del romanticismo en Europa y su reemplazo por "la escuela socialista o progresista", encargada de" [... ] favorecer las tendencias liberales, de combatir las preocupaciones retrógradas, de rehabilitar al pueblo [... 1", confirmó los temores de Sanfuentes: el romanticismo llevaba en su seno no sólo la propuesta de una democratización institucional, sino también la de una búsqueda de la igualdad social. Aunque el Ruy Bias fuera exagerado, "hay poesía, y dice a cualquier plebeyo: tú puedes amar a una reina o puedes ser presidente de Chilc'" (ElMercurio, 28 de julio de 1842).La polémica acabó con un llamado generalizado a la fijación de límites para la discusión; según García Reyes, se "estaba a punto de abandonar el ámbito literario que le había dado lugar y posibilidad': Sarmiento se declaró triunfante: "Bajo la apariencia de una cuestión literaria, se han desarrollado principios sociales [... J se han despertado (las tendencias) del progreso (y del) status qua" ("Segunda correspondencia de un imparcial", El Mercurio, 7 de agosto de 1842). En un texto escrito mucho tiempo después del fin de su exilio en Chile, Juan María Gutiérrez atribuyó a Juan Crisóstomo Lafinur --elfilósofo y educador de la era rivadaviana, profesor en el Colegio de Ciencias Moraleshaber secularizado, "[ ... ] primero las aulas y luego los fundamentos de la enseñanza" (Cutiérrez, 1915). Esa educación habría entregado a sus colegas intelectuales de la generación del '37 las herramientas intelectuales que utilizaron para plasmar sus primeras obras, aquellas que prepararon el terreno para su intervención en la vida cultural chilena. Alberdi lo resumió escribiendo que la ley del progreso, incluyendo el de la nacionalidad, requería: "[ ... ] primero, la investigación de los elementos filosóficos de la civilización humana; segundo, el estudio de las formas que esos elementos deben recibir bajo las influencias particulares de nuestra era y nuestra tierra' (Weinberg, 1977: 141). Desde una mirada del presente, la lectura filosófica de los procesos históricos era un desafío a la historia llamada narrativa, cuyo texto debía ceñirse al estricto desarrollo de los hechos en el interior de un devenir fijado por la Providencia. Desde ese punto de vista, era una visión secularizadora; para Alberdi, la historia era producto de la razón y la observación y no de la fe; tampoco era fruto de alguna inspiración trascendente. El debate histórico que vio la luz en 1844 hizo aflorar un problema esencial para la modernidad republicana, el cual se había infiltrado ya entre los intelectuales de la generación del '42. Precisamente ese año de 1842, el Museo deAmbasAméricas, cuyo redactor era el intelectual colombiano Juan García del Río, dedicó diez artículos a pasar revista a todas las tendencias de la filo-
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sofía de la historia. Su conclusión era que la moral de la historia debía fundarse "en el respeto debido a la autoridad legal [... ] a nombre del pueblo, en una república" (El Museo deAmbasAméricas, vol. 1,N° 8: 321-322). Influido por el positivismo comtiano, también José Victorino Lastarria (1967: 103) llegó a la conclusión de que la historia debía liberarse de interpretaciones providencialistas y ponerse al servicio de la república. "La verdadera crítica confrontará continuamente la literatura y la historia, comenzará la una por la otra, y comprobará las producciones de las artes por el estado de la sociedad", aclamó en su discurso inaugural de la Sociedad Literaria. Vicente Fidel López le dio el nombre al problema comentando el discurso y celebrando que Lastarria hubiera ingresado en la senda del progreso social, que "ha hecho resaltar en la historia de la humanidad la ciencia nueva: esa ciencia, propiedad de nuestro siglo, que se llama filosofía de la historia". La nueva disciplina consistía, para López, en la comprensión del pasado en función del presente y del porvenir (La Gaceta delComercio, 31 de mayo de I842). Tan relevante fue este desafío que Andrés Bello lo mencionó en su "Discurso inaugural de la Universidad de Chile", dándole marco institucional al cultivo de la historia y expresando su admiración por Herder y demás filósofos de la historia, pero también fijando sus límites. (Fue en ese marco institucional que en 1844 se publicó la Memoria histórica de Lastarria, en la que entabló una polémica implícita con la posición fijada por Bello.) Según Bello, la función principal de la historia era la narración de los hechos, contra lo cual reaccionaron quienes, como Sarmiento, consideraban que había llegado el momento de colocar los hechos "[ ... ] en el orden progresivo de los desenvolvimientos de las sociedades" (El Mercurio, 7 de junio de 1841). O como Vicente Pide! López, en "Clasicismo y romanticismo": "La historia es pues la expresión de los movimientos, sucesos, innovaciones, con que al paso que se hace palpable la parte fundamental e inamovible de la naturaleza humana, se hace resaltar su parte libre y progresiva [... ]" (citado en Pinilla, 1943)· Lastarria continuó desafiando el lugar institucional asignado a la definición de los cánones historiográficos con su "Investigaciones sobre la influencia de la conquista y del sistema colonial de los españoles en Chile", primer discurso histórico leído ante la Universidad de Chile en 1844 y que luego sería publicado como la primera Memoria histórica de una larga serie. Según Lastarria, la principal tarea del historiador era definir la utilidad de la historia como posibilidad de adquirir un conocimiento "filosófico" del carácter de una época. La historia se convertiría de ese modo en una pedagogía para el presente. La aplicó definiendo el pasado hispánico como un período de guerra y servidumbre, del cual la nueva república debía des-
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prenderse si quería avanzar hacia el progreso. Esa servidumbre, además, habría continuado, afligiendo "hoy en día l...] a los cuatro quintos de nuestra nación" (Lastarria, 1868). Sarmiento criticó por inoportuna la postura de Lastarria frente a España, y Bello se mostró molesto por el diletantismo ideológico de su alumno; reaccionó contra su crítica social, confiando en la capacidad de la legislación para modificar las costumbres heredadas. Cuatro años después, Lastarria se presentó nuevamente ante la universidad en ocasión de un certamen literario con su "Bosquejo histórico de la Constitución del gobierno de Chile durante el primer período de la revolución, desde 1810 hasta 1814". Este escrito se proponía colaborar a "nuestro progreso democrático" a través de la tesis de que el fin de la Patria Vieja (1810-1814) se debió a que los primeros años de gobierno criollo no realizaron una verdadera revolución regeneradora del "espíritu de la sociedad". Su nuevo intento interpretativo de la historia tampoco fue bien acogido. Ni sus amigos más cercanos, como Vicente F. López, García del Río, Alberdi y Sarmiento, le dieron su apoyo pues consideraron que demostraba excesivo desdén por los hechos. Ésta es otra demostración de que la cultura se desenvolvía al filo de dos paradigmas: por un lado, el de la historia social, cultural, "total", que cuestiona el pasado desde el presente, traduciéndolo culturalmente, y, por otro lado, el de la historia narrativa, que protegida por el relato de hechos, reduce la posibilidad interpretativa de la misma. Fue el caso de Sarmiento, quien en 1844 había escrito que" [... ] se ha pedido a la historia razón del desenvolvimiento del espíritu humano [... ]" porque "Filosofía, religión, política, derecho, todo lo que díce relación con las instituciones, costumbres y creencias sociales se ha convertido en hístoria" (El Progreso, 2 de mayo de 1844). También López (1845) habia sostenido en su Memoria presentada a la Universidad que "La historia no es otra cosa que la lucha recíproca que sostienen los que quieren detener el progreso con los que quieren desatar los lazos que le impiden volar sin obstáculo sobre las alas de la libertad". Bellole dio el golpe de gracia al refutar el Prólogo de la obra, escrito por Jacinto Chacón, en dos artículos devastadores publicados en ElAraucano. Chile, a su juicio, no tenía una historiografía madura. En ese contexto, no tenía ningún sentido discutir sobre si el método ad probandum era superior al ad narrandum. Primero había que aclarar los hechos y luego interpretarlos filosóficamente, e incluso en esa instancia la filosofía de la historia no permitiría conocer el carácter de un pueblo determinado. No sería posible aplicar leyes universales a la realidad chilena, afirmación con la que se echaba por tierra el carácter sociológico de la interpretación de Lastarria y su posibilidad de legitimar su rol de intelectual desde esa postura.
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EL EFECTO SECULARIZADOR
La Constitución de 1833 protegía institucionalmente a la religión católica e impedía el culto público de otras denominaciones. No obstante, la generación dellaz, a través de su gestión cultural, dio curso a un proceso secularizador de la sociedad de efectos impensados por sus actores. También participó de él la clase dirigente en general por su confianza acerca de la consolidación del orden social, y acerca de su control hegemónico del Estado. Aunque las posturas anticlericales del gobierno se hicieron evidentes recién en la década de 1850, desde el campo intelectual pudo percibirse una tendencia crítica hacia el influjo de la Iglesia sobre los asuntos públicos. El republicanismo "epidérmico" no se había planteado hasta la fecha el problema de la autonomía de lo público, pero a medida que el liberalismo de algunos exponentes adquiría consistencia ideológica, las repercusiones del discurso de las libertades y del imperio de la razón hicieron evidente el surgimiento de un desafío para el orden social católico. Monseñor Rafael Valentín Valdivieso, primer arzobispo de Santiago, lanzó la voz de alerta con la fundación de la Revista Católica, en 1843, para defender la visión eclesiástica desde el uso de las mismas tribunas que la modernidad ponía a su disposición. Justificaba su postura en las tensiones surgidas con el gobierno, por el deseo de éste de recortar las prerrogativas eclesiásticas, vistas cada vez más como una amenaza a la república. Ejemplo de ello fue el conflicto por la designación -sin consulta previa al gobierno- de José Ignacio Víctor Eyzaguirre corno vicario capitular luego del fallecimiento de monseñor Manuel Vicuña, la promulgación de una ley de matrimonio de disidentes y la ley de régimen interior del Estado, que colocaba a los párrocos bajo la jurisdicción de los intendentes. Además, hubo denuncias contra el diezmo, "última raíz de la agotada maleza del feudalismo", según escribió El Progreso (25 de noviembre de 1842). La censura contra un libro del francés Aimé Martin sobre educación para las mujeres no sólo puso en duda la conveniencia de prohibir ciertas lecturas, sino que también abrió un debate de larga duración sobre el rol social femenino (Aimé Martin, 1844). Juan Nepomuceno Espejo, desde las páginas de El Crepúsculo (N° 10, 1 de febrero de 1844) llamó a educar a las mujeres permitiéndoles franquear algunos de los límites de la domesticidad, o más bien mejorar su desempeño dentro de éste. Recomendó sacudir a la mujer de los principios de una religión" [... ] empolvada con el fanatismo que le transmitieron sus abuelos", y educarla en "las ideas de patria y libertad". Su llamado iba dirigido a reconocer que la mujer debía cumplir un rol cívico: "Ilustrada la mujer, el pueblo será más feliz y venturoso".
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La publicación de "Sociabilidad chilena" por Francisco Bilbao, en un ambiente enrarecido por el contenido explícito y simbólico de las polémicas culturales, activó todos los mecanismos de defensa, tanto de la Iglesia como de los católicos. Ese mismo año de 1844había fallecido el patriota José Miguel Infante y hubo intentos eclesiásticos de prohibirle un funeral católico por sus posturas disidentes. Sin embargo, el fervor popular impidió que la Iglesia se arriesgara con sanciones tan radicales. Las discusiones ortográficas, los desafíos a la memoria de la Madre Patria, las amenazas a la estructura de clases contenidas en la lectura del romanticismo, las discusiones sobre el rol del Estado en la educación, las críticas al diezmo, los intentos de sacar a la mujer de rodillas de la Iglesia y el rol de la prensa como tribuna para socializar las opiniones sobre verdades alternativas a la oficial católica, habían sido voces de alerta sobre la presencia de intelectuales activos en el cambio de los valores sociales. El rol asignado a las ideas y a la transferencia hacia la nación de la iniciativa sobre su configuración ética, social y religiosa gatilló las defensas institucionales e incluso hizo dudar de sus implicaciones a quienes habían sido sus principales impulsores. La Revista Católica publicó en 1844diez artículos para refutar los "errores religiosos y morales del artículo 'Sociabilidad chilena". El juicio de imprenta lo condenó, y muchos de los amigos de Bilbao, como antes a Lastarria, lo abandonaron. Andrés Bello, Vicuña Mackenna, Sarmiento, Lastarria, Mariano Egaña y el mismo López expresaron -con distintos sesgos y matices- su repudio institucional y público, sancionando así las contradicciones entre el liberalismo dcmocratizante de Bilbao y el espíritu republicano "epidérmico". La hegemonía social que había sido denunciada evocaba nuevamente el paradigma de la tradición: hubo acuerdo en la neccsidad de mantener inalterable aspectos del orden tradicional ante las denuncias de Bilbao contra la familia, las estructuras políticas, sociales y económicas y, especialmente, contra la Iglesia, que habría sido según él la fuente legitimadora de un sistema de opresión e injusticia. El desenlace ideológico del desarrollo de las polémicas trascendió sus desafíos abiertos hacia los órdenes puntuales que las provocaron. Éste fue el resultado de todas las polémicas, pero especialmente, o más explícitamente, de las que definieron nuevos paradigmas filosóficos para la interpretación del presente y del pasado, como aquéllas protagonizadas e impulsadas por Bilbao y Lastarria. Su contenido secularizador suscitó reacciones ante la tal vez primera revolución modernizadora y racionalista que afectaba a la república. Ello justificó plenamente que la Revista Católica considerara que las ideas de Bilbao rompían "todos los vínculos religiosos, morales y políticos que ligan al hombre en sociedad': También Al Mcrcu-
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rio reaccionó contra "las doctrinas irreligiosas recientemente propagadas por e1liberalismo más indiscreto", y sostuvo que "solo la religión va a dar altura moral al roto, al gaucho, al indio" (El Mercurio, 28 de julio de 1844). Reacciones semejantes aparecieron en la mayoría de los medios de prensa. En el caso de Lastarria, su concepción de la filosofía de la historia implicaba una lectura racional de la misma y, por lo mismo, la expulsión de la providencia como motor del desarrollo humano. Al sostener que Dios "ha establecido al hombre como una divinidad en la tierra", y que no existe un "orden fatal", superior a la "soberanía de juicio y de voluntad", Lastarria postuló la preeminencia de la libertad humana sobre lo que llamó la "fatalidad". Más adelante, en sus Recuerdos literarios, el autor defendió su postura sosteniendo que las concepciones teológicas de la historia hacen desaparecer la libertad y el progreso (Lastarria, 1967: 200). Ambos autores pusieron sobre el tapete de la política el concepto de soberanía nacional, apelando al pueblo como su depositario, sin sujeción a autoridades con poder trascendente. Ambos, como los demás intelectuales de su generación, asignaron a la "sociedad", entendida como la nación soberana, el lugar primordial entre los agentes de cambio, transfiriendo la autoridad desde la clase dirigente hacia los representantes del pueblo. Más aun, Bilbao concebía una unión entre sociedad civil y política, desprendidas ambas de un sistema de creencias. Desde ese punto de vista, no era indiferente socialmente que el catolicismo fuera la religión oficial si era una religión que lanzaba "una montaña de nieve sobre el fuego de la dignidad individual". En "Sociabilidad chilena" (1844) escribió:
El Catolicismo es religión simbólica y de prácticas, que necesita y crea una jerarquía y una clase poseedora de la ciencia. Religión autoritaria que cree en la autoridad infalible de la Iglesia, es decir, en la jerarquía de esos Hombres [... ]. Religión simbólica y formulista que hace inseparable la práctica de la forma, del espiritu de la ley. De allí surgía necesariamente la necesidad de una institucionalidad que aboliera esa dependencia para que -como le respondió al fiscal que lo acusaba- pudiera realizarse "la idea más grande del mundo [... ] la del pueblo soberano" (ibid.). Tanto Lastarria corno Bilbao llevaron al intelectual al terreno de la acción, como socializadores de las ideas que la razón conoce autónomamente y de las que surge la propuesta de una nueva legitimación del orden político y social. Y llevaron las ideas hacia la sociedad civil, ámbito privilegiado de entrenamiento político y de transformación histórica. La discusión ideo-
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lógica se convirtió para ellos en un aspecto fundamental de la práctica política. En ese sentido, estos primeros intelectuales liberales, que se permitieron traducir las polémicas culturales en proposiciones políticas y sociales concretas, desafiaron el poder desde el saber que 10 constituía y que mantenía su cohesión. El catolicismo, más que la fe verdadera para los creyentes, era una visión del mundo que aportaba coherencia a la acción política. El desafío que le habían lanzado los intelectuales liberales era una propuesta de secularización social que dejaba a la sociedad a la deriva al liberarla de sus elementos de contención. Según estos escritores, el saber racional era suficiente impulso para la acción y para su arraigo en la historia. El intelectual, el letrado, como mediador entre el mundo del conocimiento yel mundo de la acción, aceptaba correr el riesgo de asumir su plena autonomía. Fue a partir de esa asunción de un nuevo rol por parte de los intelectuales que en la década de 1840 habría nacido la república "sustancia}", sobre la cual la clase dirigente aún tenía mecanismos de control.
CONCLUSIÓN: LA CULTURA POLÍTICA
El debate de ideas -necesarias para la definición de la nación chilena y la consolidación de su república- que se dio durante la década de 1840 fue producto de la liberalización de las trabas que el autoritarismo portaliano impuso sobre la expresión de la disidencia política y sobre la prensa. La llamada generación del '42, portavoz de la nueva palabra, estuvo integrada por aquellos chilenos que fueron el primer producto de la educación republicana a través del Instituto Nacional fundado en 1813, y por los argentinos exiliados de la tiranía de Juan Manuel de Rosas. Ellos interactuaron, usando la terminología de Pierre Bourdieu, en un incipiente campo cultural o intelectual que les sirvió de escenario y en cuyo interior se enfrentaron e hicieron circular sus ideas, es decir, en un campo constituido por las instituciones culturales que cobijaron sus planteamientos y por los soportes políticos y sociales que les permitieron establecer vasos comunicantes entre sí. Con su sede en las ciudades de Santiago y Valparaíso -las dos capitales de la ciudad letrada chilena-, éstas fueron la prensa periódica que acogió la contribución argentina, especialmente aquella de Alberdi, Sarmiento, Frías y López; las instituciones educacionales, especialmente la Universidad de Chile, y las asociaciones fundadas para la pedagogía y el debate cultural, entre las cuales destaca la Sociedad Literaria. También, como sostiene Bourdieu, este campo cultural en formación gozó de una
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autonomía relativa con respecto al campo del poder, consustanciado en este caso con el gobierno de Manuel Bulnes (1841-1851). Este campo se desarrolló en un contexto marcado por la hegemonía cultural de la clase dirigente, una hegemonía construida sobre la base de una definición restrictiva de los derechos ciudadanos, del predominio de la élite sobre el campo social y político y de la legitimación moral de su poder a través del discurso católico. La ampliación del campo intelectual con la llegada de los exiliados argentinos y el auge del periodismo hizo posible que la juventud educada en el Instituto Nacional pudiera incorporar nuevos productos culturales, establecer nuevas combinaciones sociales entre sí y adecuarlas a la construcción de una cultura política crecientemente republicana (Burke, 2000). Fue ésa la principal característica de la que puede ser considerada la primera generación de intelectuales-pedagogos en Chile: la generación de 1842. En su intento por ir adecuando el discurso ideológico a la modernidad republicana y al liberalismo, los intelectuales de esta generación dieron curso, en muchos casos involuntariamente, o al menos sin medir las consecuencias, a un proceso de secularización social que fue percibido por la clase dirigente como una amenaza al orden social y asumido como riesgo de vacío ético para enfrentar los nuevos tiempos. Aunque el Estado ya había dado inicio a su lucha contra la ingerencia eclesiástica en los asuntos públicos, no tenía ninguna intención de poner en duda el sustrato católico de la sociedad. La porción más liberal de la generación del' 42, para la cual lo más sustantivo era la emancipación de la conciencia -y que incluía entre otros a Lastarria- atacó la religión implícitamente al atacar el providencialismo histórico o al proclamar que la inteligencia no podía sujetarse a "doctrinas resueltas a priori", pero no lo hizo explícitamente (Lastarria, 1846). Tal vez sólo Bilbao y Espejo osaron agredir más directamente el credo religioso, con el castigo consiguiente que afectó al autor de "Sociabilidad chilena': No obstante, al buscar legitimar su rol de intelectuales lograron que el liberalismo, al menos simbólicamente, pareciera una corriente ideológica consustancial con la modernidad. De esta manera, estos "pedagogos cívicos" dieron inicio a un camino que hallaría su culminación en el siglo siguiente, cuando asomó la posibilidad de reemplazar la religión tradicional en sus antiguas funciones políticas por nuevas corrientes ideológicas que en algunos casos supieron vehiculizar la vocación republicana por la libertad y la igualdad. Fue de este modo que el accionar de la generación de 1842 contribuyó a satisfacer la necesidad funcional de una incipiente racionalización de la vida social, que en la década de 1840 fue sentida como urgente tarea, y por la cual se jugó aquel grupo de intelectuales-pedagogos.
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Una de las características notorias de la Revolución Mexicana es el odio extendido que los revolucionarios expresaron hacia los denominados científicos, la élite tecnocrárica de la dictadura. Todos los revolucionarios utilizaron el término con aversión, convirtiéndolo prácticamente en sinónimo de traidor y corrupto. "Nadie", escribió Francisco Bulnes (1916: 103), ni siquiera quienes tuvieron sólo una comprensión superficial de la Revolución Mexicana, y ni uno solo de los habitantes de México capaz de tener una opinión sobre asuntos públicos, puede ignorar el hecho de que el origen de la revuelta que derrocó al dictador Porfirio Díaz fue el odio hacia los científicos, revelado en el grito general y profético "[Mueran los científicos!". Incluso hoy, en 1915, para la imaginación popular mexicana, el científico es el enemigo acérrimo del pueblo, más criminal que el parricida, el asesino de niños inocentes, o el traidor. Es posible que los más vehementes en este sentido hayan sido los grupos radicales de anarquistas y socialistas -entre los que se encontraban tanto rnagonistas como zapatistas-, ya que concibieron la revolución como una rebelión justificada frente a los abusos de los científicos: El ejemplo que el pueblo Mexicano acaba de dar en estos momentos reconquistando sus libertades usurpadas, ha sido admirable, el pueblo luchó sin apartarse un ápice del camino que le señalan las leyes;agotados todos los medios legales, después de haber sufrido persecuciones, calumnias, injurias, atropellos, arbitrariedades, asesinatos, etc., etc., y agotada la I
Agradezco a Carlos Bravo, Friedrich Katz y Jorge Myers por sus sugerencias.
* Traducido por Leonel Livchits.
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paciencia hizo uso de la fuerza, precipitado por el nefasto partido Científico, y por todos los caciques y sátrapas de la administración Porfiriana ("El Amigo del Pueblo: por el Pueblo y para el Pueblo", Cuernavaca, 9 de julio de 1911, citado en Espejel, Olivera y Rueda, 1988: 101-104). En efecto, hacia 1910 el sentimiento anticientifico estaba tan extendido que ni siquiera el afable Francisco Madero (1976), interesado en reclutar a varios de estos tecnócratas para su propio gobierno, pudo escapar a la expresión pública de al menos algún improperio. En el "Plan de San Luis" del 5 de octubre de ese mismo año, en San Luis Potosí, afirmaba: Conciudadanos: Si os convoco para que toméis las armas y derroquéis al gobierno del General Díaz, no es solamente por el atentado que cometió durante las últimas elecciones, sino por salvar a la patria del porvenir sombrío que la espera continuando bajo su dictadura y bajo el gobierno de la nefanda oligarquía científica, que sin escrúpulos y a gran prisa están absorbiendo y dilapidando los recursos nacionales. Por su parte, los principales constitucionalistas fueron categóricos en su rechazo a los científicos, y en efecto justificaron algunos de sus principales artículos legislativos, como la reforma agraria, remitiéndose a los abusos de los científicos. En su discurso pronunciado el 29 de enero de 1917en Querétaro, Luis T. Navarro (1969) afirmaba: Hemos visto por dolorosa experiencia, que siempre que ha habido movimientos armados en la República, a su triunfo, todos los ricos, los científicos, los convcnencieros, se han unido a los jefes de los movimientos o a los que están cerca de ellos, para valerse de ellos y así salvar sus derechos y conservar en su poder las tierras que legítimamente corresponden al pueblo. En ciertos aspectos, la intensidad de estas expresiones tiene un paralelo en el odio hacia la aristocracia de la Francia revolucionaria (Furet, 1992: 10-14). Ahora bien, al igual que la aristocracia, los científicos eran una fracción de la élite, y no la élite en su totalidad. De modo que al dirigir el odio de clase hacia los científicos, otras fracciones de la élite quedaban libres para construir y conducir movimientos con una amplia base popular. Un síntoma de esta dinámica es el hecho de que el odio hacia los cientijicos solía ser más intenso que las opiniones negativas sobre el dictador Porfirio Díaz. Por ejemplo, en un artículo publicado en El Partido Democrcitico, el
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24 de julio de 1909, el ideólogo revolucionario Luis Cabrera (2002: 8) ubi-
caba a Dfaz en un lugar distinto al de los científicos: "Acuso al Lic. Ordí de haber injuriado gravemente al general Díaz y haber insultado la memoria sagrada de Iuárez yOcampo, llamándolos científicos". En efecto, la denuncia de los científicos como el peor aspecto de la dictadura de Díaz sigue siendo aún casi un reflejo pavloviano entre los historiadores mexicanos, incluso entre quienes han exigido una reevaluación del porfiriato. En un ensayo que bosqueja la historia de la corrupción mexicana, el historiador liberal Enrique Krauze (1982: 18-19) sostiene: De Porfirio Díaz pueden decirse muchas cosas, pero no que fuera corrupto. Cierto, dio negocios y prebendas a los cientfflcos y prohijó una bárbara acumulación y un saqueo despiadado con la Ley de Baldíos. Pero lo hacía, al menos en parte, por las mismas razones ideológicas que guiaron a los liberales en la política de desamortización. ¿Qué tipo de fenómeno fue el sentimiento anticientifico? La pregunta es más desconcertante de lo que parece. En vísperas de la Revolución, el término científico solía remitir a la nueva burguesía modernizadora mexicana y, por tanto, el odio hacia los científicos se ha presentado como un odio de clase liso y llano. Sin embargo, no lo fue en los hechos, ya que combinó el odio de clase con destilados de sentimiento nacionalista particularmente autoritarios, e implicó también la denuncia de una variedad de doctrinas y un tipo de anticosrnopolitismo. Mucho antes de ser representados como fracción de una clase social, los científicos fueron identificados con la élite educada de una nueva generación, que formó parte de las primeras promociones de graduados de una institución de educación superior verdaderamente liberal. En 1867, después de la ejecución de Maxirniliano de Habsburgo, el presidente Benito [uárez nombró ministro de Instrucción Pública a Gabino Barreda, estudioso de Auguste Comte, y le pidió que refundara la educación superior mexicana. La Universidad de México, la más antigua del continente (fundada en 1551) junto con la Universidad de Lima, había sido cerrada por ser esencialmente un brazo de la Iglesia católica. Barreda, que se convirtió en el ideólogo de los liberales triunfantes, fundó en su lugar la Escuela Nacional Preparatoria. Los logros más memorables de los científicos fueron la construcción y la modernización institucionales. Así fue como uno de los científicos más prominentes, Justo Sierra, se convirtió en director de la Escuela Nacional Preparatorin y luego, como ministro de Educación de Díaz, refundó la Uni-
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versidad de México como institución secular y liberal, bajo el nombre de Universidad Nacional de México (la UNAM aún hoyes considerada la principal universidad latinoamericana). También hubo otros científicos no menos distinguidos. El historiador Friedrich Katz (2007: 1), simpatizante de los revolucionarios populares de México y crítico riguroso del Porfiriato, describe a José Yves Limantour, otro científico destacado, como "tal vez el tecnócrata más grande que México haya producido". Otros científicos fueron notables hombres de letras, científicos y médicos, criminólogos y juristas, y muchos de ellos siguieron siendo muy respetados incluso después de la Revolución. El objeto real del "odio a los científicos" es notoriamente difícil de determinar, y a veces parece apuntar a una idea o a una ideología abstracta antes que a un grupo diferenciado de personas, o bien se confunde con una doctrina abstracta -el positivisrno-, con políticas específicas (como la defensa de la inversión extranjera) o con los privilegios ilegítimos de una clase social. El resultado es que el discurso anticientífico podía apuntar de manera discrecional a una variedad de blancos. Así, por ejemplo, Justo Sierra nunca fue demonizado del modo en que lo fueron Limantoury Francisco Bulnes, aunque Sierra fue el ideólogo más destacado del grupo. Los positivistas que sentaron las bases del sistema sanitario, la criminología, la educación y el derecho modernos a menudo eludieron el vituperio, y su influencia se extendió a la década de 1920 sin producir escándalo entre los revolucionarios. Es más, los intelectuales posrevolucionarios tendían a convertir el positivismo en anatema, incluso a pesar de que abrazaban ideas de positivistas como Andrés Malina Enríquez y Emilio Rabasa, lo que sugiere que el positivismo quizá no fuera rechazado per secon tanta virulencia como pareciera si nos concentramos sólo en los escritos de la llamada generación de 1915. (Sobre la influencia de Emilio Rabasa en el constitucionalismo mexicano, véase Hale, 2000; sobre el darwinismo social de Malina Enríquez y su influencia respecto de la conceptualización de la reforma agraria, véase Kouri, 2002, y sobre el carácter conservador de la universidad nacional durante la revolución, véase Garcíadiego, 1996.) En efecto, muchos intelectuales revolucionarios icónicos, como el antropólogo Manuel Gamio y el jurista e ideólogo Luis Cabrera, ofrecieron a sus seguidores porciones generosas de doctrinas positivistas así como de darwinismo social combinados con sus programas revolucionarios. Como sugirió Charles Hale, las concesiones mutuas entre los ideólogos del ancien régime y sus sucesores revolucionarios fluyeron más libremente de lo que se suele admitir, y hubo cierto reconocimiento de la obra de los científicos después de la revolución, cuando ya no constituían una amenaza política. Hasta al vili-
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pendiado ideólogo Francisco Bulnes se le permitió escribir una columna semanal cuando regresó de su exilio cubano en 1920, y líderes revolucionarios como Cabrera mantuvieron correspondencia con él en un tono respetuoso, si bien disidente (Cabrera, 1975). También hay múltiples excepciones a la acusación de que los científicos fueron excesivamente corruptos. Al contrario de la práctica habitual en América Latina, el ministro de Finanzas José YvesLimantour dejó 63 millones de pesos en el tesoro al traspasar el ministerio a los agentes del nuevo gobierno de Madero. Es más, en ocasiones la mácula de la corrupción de los científicos parece borrarse con relativa facilidad. Así, por ejemplo, el propietario de la hacienda yuca teca Olegario Malina, acusado sistemáticamente por los revolucionarios de ser dueño de esclavos y agente de intereses estadounidenses, fue rehabilitado tras su muerte en 1925 y repatriado desde Cuba para un entierro público espectacular en Mérida (Joseph, 1988: 54). El decano de los historiadores del porfiriato, Daniel Cosía Villegas (1972: 753), fue algo contradictorio respecto de la corrupción de los científicos, al afirmar, como hizo, que la "antipatía" hacia los científicos fue provocada por su presunción snob de ser los únicos acólitos de la verdad científica, pero "en una medida mucho mayor aun, a que buen número de ellos se enriquecieron a la sombra del gobierno, usando, y aun abusando, de sus posiciones oficiales". Sin embargo, Cosío reconoce luego que esta acusación no es aplicable a Sierra, ni a Limantour ni a Bulnes, y que si bien no cabe duda de la corrupción de los gobernadores Enrique Creel y Olegario Malina, esto fue en cierta medida un fenómeno de la época (ibid.: 846847). Es más, Cosía afirma que en la cima de su poder, en 1909, sólo había tres gobernadores científicos (en Yucatán, Chihuahua y Sinaloa), y que no era científico ninguno de los jefes políticos ni de los presidentes municipales de la nación (notoriamente corruptos y vilipendiados) (ibid.: 853854). Por tanto, la corrupción de los científicos, donde existía, se hallaba ante todo en concesiones y comisiones obtenidas por mediar entre el gobierno y los intereses comerciales extranjeros, terreno que siempre fue, y sigue siendo, lucrativo, pero también menos visible para la mirada pública que las extorsiones de los caciques locales. Sólo es posible aclarar estas ambigüedades e inconsistencias examinando cómo un grupo de tecnócratas liberales llegó a estar tan presente en la Revolución Mexicana como lo estuvo la odiada aristocracia de la Francia revolucionaria. ¿Cuál es la relevancia de este sentimiento para comprender aquello que Arnaldo Córdova denominó -de un modo que puede inducir a error- "la ideología de la Revolución Mexicana"? Éste es el interrogante que intento responder a continuación.
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WUIÉNES FUERON LOS CIENTÍFICOS?
El primer aspecto intrigante del sentimiento anticientífico es la inestabilidad del referente del término "científico". Emiliano Zapata (1987: passim), por ejemplo, llamaba "científicos" a toda la aristocracia terrateniente del estado de Morelos. Luis Cabrera (2002: 19), por otro lado, caracterizó a los científicos como financistas e intermediarios con empresas extranjeras y los contrastó con la clase terrateniente conservadora: El grupo neoconservador es esencialmente patriota y antisajonista, mientras que el científico es sajonizante decidido, yes más ilustrado. Los intereses ncoconservadorcs están formados principalmente por la gran propiedad rural mientras que los científicos lo están por la gran propiedad industrial y financiera consistente en las acciones de las nuevas sociedades monopolizadoras. Facciones de la élite en competencia dentro del gabinete de Díaz (notablemente los reyistas) se refirieron sistemáticamente al "partido científico", así como lo hicieron los radicales magonistas. Y ambas agrupaciones politicas aludían a los científicos como un partido político. Estas visiones contrastan con la propia visión de sí que tenían los cientificos. Por ejemplo, José Yves Limantour (1965: 236), ministro de Finanzas de Díaz y supuesto líder del "partido científico", describió su participación en el grupo en los términos siguientes: Hay un mundo de distancia entre la situación que realmente ocupé en el Gobierno con relación al grupo de los "científicos", y la que se suponía en la opinión general. Pocos, muy pocos se fijaron en que mi actitud quedaba suficientemente explicada por los vínculos, no de la política activa, sino de orden intelectual, que me unieron durante muchos años con un pequeño número de hombres que recibieron la misma instrucción que yo, y fueron educados en las mismas doctrinas politico-socialcs. En muchas ocasiones Limantour (ibid.: 235) negó que el grupo constituyera un partido, o siquiera un bloque político muy activo, y mucho menos que él fuera el líder del mismo: En efecto, ¿sobre qué descansa la creencia de que fui el jefe, o uno de los jefes del partido "científico"? Prescindo desde luego, para no entrar
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DE
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en pormenores que se presten a largas discusiones, de la demostración de que jamás ha existido el tan mentado partido político más que en la imaginación de aquellos que quisieron dar la apariencia de cuerpo político a un cierto número de individuos para combatirlos más fácilmente ante la opinión pública haciendo de dicho cuerpo el blanco de todos los tiros; y contesto sencillamente la pregunta diciendo: que la expresada creencia sólo se debe al hecho de haber sido yo el primero, entre los que firmamos el Manifiesto de la Unión Liberal en abril de 1892 y fuimos designados por ironía con ese sobrenombre de "científicos", que formara parte del gabinete. Estas líneas fueron escritas desde el exilio político parisino en 1921, muchos años después de la muerte de Dtaz, y su intención era la publicación póstuma una vez que hubieran transcurrido varios años. No hay motivo para sospechar insinceridad sobre este punto en particular. Otros científicos destacados, como Francisco Bulnes y Agustín Aragón, también describieron al grupo como una aristocracia intelectual antes que como una clase social o un bloque político (Bulnes, 1916: 103; Aragón, 1962: Introducción). Explicar el desplazamiento del referente es una de las claves para entender tanto las causas como la productividad política del sentimiento anticientífico.
ORÍGENES DE LOS CIENTÍFICOS
El año 1892 fue testigo de la tercera reelección consecutiva de Porfirio Díaz, y de su cuarto mandato presidencial. Fue un momento delicado para Díaz, pues si bien es cierto que en general se le atribuían la paz y la prosperidad alcanzadas, en 1890 hubo problemas financieros mundiales que afectaron a México. Pero más delicado, tal vez, fue el hecho de que estas elecciones contradijeran la propia plataforma de Díaz de 1876 contra Lerdo de Tejada: Sufragio efectivo, no reelección. La tercera reelección consecutiva fue considerada en general como la consolidación de una dictadura, progresista quizá, pero opuesta al antiguo credo liberal así como a las normas referidas a la reelección vigentes en los Estados Unidos. Una serie de rebeliones aisladas en pueblos pequeños de la periferia rural subrayaron este hecho (Reina, 1984; Katz y Lloyd, 1986). Por estos motivos, Díaz creía que se justificaba organizar algún tipo de manifestación popular en favor de la reelección, en especial porque las elecciones mismas no gozaban de mucho prestigio como indicador de la
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voluntad popular. Como lo expresó Francisco Bulnes (1904: 655-656) con gran colorido: En México es considerado como el colmo de la estupidez, de la locura, de la ridiculez, morir o perder un miembro defendiendo a balazos la inviolabilidad del sufragio en una casilla electoral previamente asaltada por la policía. Con semejantes ideas generales en todas las clases, el voto político mexicano, cuando lo hay, tiene menos importancia que el maullido de los gatos en las noches tibias y calurosas. Como la elección misma sería un signo poco convincente de clamor popular por la reelección, Díaz le pidió a un grupo de talentosos jóvenes liberales (positivistas) conducidos por Justo Sierra que organizara algo parecido a unas elecciones primarias al estilo estadounidense, para el lanzamiento de su campaña. Sierra y un grupo selecto de amigos así lo hicieron, con un brío y un éxito notables. Organizaron una estructura cuasi partidaria, la Unión Liberal, y una convención nacional, con setenta delegados provenientes de cada estado de la república, y lanzaron la candidatura de Diaz con un manifiesto, escrito por Sierra y firmado por Manuel de Zamacona, Sóstenes Rocha, Rosendo Pineda, Carlos Rivas, Pedro Díez Gutiérrrez, Pablo Macedo, José Yves Limantour, Francisco Bulnes, Vidal Castañeda y Najera. y Emilio Alvarez (Rice, 1979). En este manifiesto, Sierra habló en nombre de la nación, expresando su satisfacción por el progreso porfiriano, pero también sus deseos para el futuro próximo. Las demandas se centraron principalmente en los desafíos fundamentales para el progreso y el crecimiento económico, lo que incluía un interés pormenorizado por la reforma administrativa. En el" Manifiesto de la Convención Nacional Liberal a favor de la reelección" ([1892] '974: 4), se afirmaba que la nación "desearía que no hubiera tregua en el empeño de sacar nuestro régimen tributario del período puramente empírico, proporcionándole en el catastro y la estadística sus bases científicas". Burlándose de la pretensión de establecer una base científica para la administración política, desde entonces se trató satíricamente a quienes habían firmado la proclama de la Unión Liberal como los científicos. No obstante, el término fue ambiguo desde su origen, ya que se refería tanto al reducido grupo de ideólogos que habia organizado la Unión Liberal como al partido que buscaba construir. En efecto, si bien los cienttficos apoyaban la reelección de Díaz, también promovían reformas diseñadas para
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conducir la dictadura hacia un sistema institucional moderno, y estas reformas incluían el establecimiento de un sistema judicial independiente, la creación de la vicepresidencia y la formación de un partido político. Díaz, por su parte, adoptó el relato ideológico construido por Sierra y colocó a numerosos miembros del grupo en cargos clave, pero rechazó por completo las tres previsiones que establecían límites a su poder personal. Por tanto, no iba a haber ni sistema judicial independiente, ni vicepresidencia, ni partido político. (Para detalles sobre estas iniciativas, véase Hale, 1989: caps. 2-4.) Sin un fundamento partidario, los científicos estaban destinados a ser, hasta el fin de la dictadura, un círculo, una élite intelectual y tecnocrática. Limantour (1965: 95) sintetizó la actitud de Díaz del siguiente modo: Los "científicos" tuvieron al principio pocas oportunidades de ponerse en contacto con el señor Presidente. [... ] el señor general Díaz abrigaba cierto recelo de que tornando el grupo mayor impulso, podría adquirir una influencia tal en la gestión pública, que le permitiera seguir algún día en línea de conducta distinta de la oficial. Este temor se fundaba en el notable empuje que habían mostrado los aludidos jóvenes, no sólo en la organización de "La Unión Liberal", sino en la iniciación de las reformas que en el espíritu y en el sistema de gobierno pretendieron ellos implantar, y cuya realización no se logró por el motivo indicado en el capítulo primero.
FORMACIÓN TEMPRANA DEL SENTIMIENTO ANTICIENTÍFICO: EL CASO DREYFUS y LA GUERRA HISPANO-ESTADOUNIDENSE
Hay tres factores relevantes para comprender la consolidación del sentimiento anticientífico: las tensiones entre la vieja generación de los llamados liberales jacobinos y la nueva generación de positivistas progresistas, la competencia intragubernamental por la sucesión de Diaz y la reactivación de las divisiones «tradicionales" entre católicos y liberales. Un cuarto factor, el odio de clase, sólo después jugaría un papel. La reputación del grupo de jóvenes positivistas mejoró notablemente en la década de 1890, lo cual se debió no sólo a la brillantez de sus miembros individuales, sino también al prestigio acumulado por los éxitos de Limantour como ministro de Finanzas. Bajo su liderazgo, México pagó sus deudas y obtuvo crédito internacional, eliminó su antiguo sistema de
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impuestos estatales (alcabalas) y construyó carreteras a toda velocidad, en tanto que la inversión extranjera experimentó un boom. Hacia 1900, Justo Sierra publicó México. Su evolución social, una obra en tres volúmenes y ricamente ilustrada, que era un catálogo del progresismo porfiriano, fenómeno que abarcaba de la modernización del transporte a la reforma educativa, sanitaria, policial y carcelaria. Junto con el mayor poder y prestigio, también creció la influencia ideológica del grupo. Organizado inicialmente a fines de la década de 1870 en torno del periódico La Libertad, de Justo Sierra, hacia la década de 1890 los científicos llegaron a tener el control de ElMundo, ElSiglo XIX y ElImparcial. Este último periódico, fundado en 1896, fue el primer diario comercial moderno de México y recibió un subsidio del gobierno para hacer las veces de órgano oficial. Como consecuencia de los éxitos del grupo, y también del innegable vínculo entre su habilidad y el prestigio creciente de la presidencia de Díaz, las tensiones entre los positivistas, la vieja generación de liberales y los bloques de poder rivales dentro de la dictadura se hicieron endémicas. Por otro lado, el mismo Porfirio Díaz buscó limitar el poder del grupo y construir facciones alternativas. Esta dialéctica política perseguiría a los científicos durante los dieciocho a110s restantes de la dictadura: sin autorización para formar un partido, su poder independiente, basado en logros técnicos e intelectuales, y en algunos casos en la riqueza particular, los mantendría en cargos jerárquicos, pero también en una condición de vulnerabilidad ante los ataques ideológicos de los liberales y los ataques políticos de los favoritos alternativos de Diaz. Al menos así ocurrió hasta las vísperas de las elecciones de 1910, cuando la inminencia de la muerte de Díaz llevó a la consolidación de un bloque político en torno de la figura del vicepresidente Ramón Corral, candidato de los científicos para la sucesión. Curiosamente, sin embargo, la primera invectiva pública frontal sostenida contra los científicos no provino de los "jacobinos" o de alguna de las facciones internas del círculo de Díaz que competían con aquéllos. La temprana virulencia anticientífica surgió de una escaramuza entre católicos conservadores -que no formaban parte del régimen de Díaz- y liberales, ocasión en la que los católicos eligieron a los científicos como instrumento para atacar la política gubernamental, en tanto evitaban la confrontación directa con el dictador. El contexto fue el del caso Dreyfus, y los motivos la Guerra Hispano- Estadounidense y la conexión de México con el catolicismo y con una alianza católica panlatina. El caso Dreyfus fue un acontecimiento mediático internacional. Contar con una visión personal sobre el asunto, a favor o en contra de Drey-
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fus, era signo de civilidad. Como expresó Justo Sierra (1948: vol. 7, 93) a un amigo francés que cuestionó su postura: No tengo la culpa, no tenernos la culpa los extranjeros de interesarnos casi apasionadamente en los asuntos de Francia; depende eso del genio comunicativo, expansivo y simpático de que los franceses se vanaglorian; depende de nuestra educación; depende de que todos los latinos tenemos dos patrias y la segunda es siempre Francia. Es más, Sierra (ibid.: 95) agregó: Estábamos todos, en todas partes, aquí en México, con la misma facultad con que los escritores franceses suelen juzgar a Santa Anna, a Maximiliano, a [uárez o al general Díaz, [estábamos o no estábamos en nuestro derecho de decir: el honor de Francia y la justicia y la civilización exigen que ese proceso sea revisado? En el transcurso del affaire, los escritores más elocuentes entre los científicos -en especial Justo Sierra y Francisco Bulnes- adoptaron el bando dreyfusiano, y los periódicos dominados por los científicos, ElMundo y ElImparcial, adoptaron de manera predominante la línea pro Dreyfus, que fue también una posición en contra de la Iglesia, del militarismo y de la alianza "latina" impulsada por el papa León XIII, por Francia, España y numerosos gobiernos latinoamericanos. (Para un análisis de la postura de Sierra, véase Anhaldt, 2003.) Los periódicos católicos, por su parte, se sirvieron del caso Dreyfus no sólo para "defender a Francia" -y, de paso, a todas las "naciones latinas"de los traidores judíos y sus aliados estadounidenses y británicos, sino también para asociar a los científicos, así como a la prensa porfiriana, al judaísmo, Mediante la defensa del honor del Ejército abrieron una brecha entre el poder civil burgués de los científicos y los militares, representados por el general Díaz, el general Reyes, y otros. En Francia, el caso Dreyfus tuvo que ver ante todo con el honor del Ejército. En México, la prensa católica utilizó el apoyo científico a Dreyfus para separar aun más a este grupo del Ejército. En tanto red social, el grupo original de científicos era la generación más joven de una fracción de civiles liberales que había apoyado al ex presidente Sebastiáu Lerdo de Tejada contra Porfirio Díaz en 1876 -un grupo que se congregó en torno de la figura de Manuel Romero Rubio-. El grupo que apoyaba a Diaz en 1876, conocido como los tuxtepecanos, estaba compuesto principalmente por
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generales liberales del Ejército. Tras la reconciliación de estos dos grupos tras la figura de Díaz, los generales se volvieron cada vez más recelosos de la influencia de Romero Rubio, y luego de la de los científicos. Al asociar a los cíentíficos con el judaísmo, la prensa católica implícitamente estaba apoyando el patriotismo y el honor del Ejército mexicano -incluyendo a Díaz mismo- contra la facción civil-liberal. Periódicos católicos como EL Tiempo presentaron el caso Dreyfus con un lenguaje antisemita tradicional, comparando a Dreyfus con un Judas lscariote moderno. Así, en enero de 1895 las noticias estaban plagadas de frases como: "El Judas Iscariote [Dreyfus] que, según la frase de Coppée, ha intentado vender su patria por treinta dineros, no ha tenido valor, dice Mariano de Cavia, para matarse, librándose así de tanta vergüenza" C'El Judas francés", El Tiempo, 16 de enero de 1895).O bien, algunas semanas después: "El delito del capitán judío es de aquellos que no se perdonan. 1... 1 Pero vence a todos [los crímenes l, en cobardía y en repugnancia, el del traidor a su patria. Es el asesino de todos" (t'Paris" El Tiempo, 29 de enero de 1895).Las noticias sobre el tema en los principales periódicos católicos de México por lo general tienen este tenor en sus comienzos, y muchas son bastante peores. Los diarios católicos aprovecharon para escribir directamente notas acerca del odio judío hacia el cristianismo, de las venganzas y traiciones judías, de la degeneración judía, etc. (Véanse, por ejemplo, los artículos aparecidos en El Tiempo: "La raza judía", 2 de abril de 1895; "La Francia judía", 4 de enero de 1895; "El cáncer del periodismo", 18de enero de 1898; "Guerra a los judíos", 22 de enero de 1898; "Jesuitas y judíos") 1de marzo de 1898; "Judíos, protestantes y franc-masones", 5 de marzo de 1898; "De Fuera. Dificultades para salvar al traidor. Miedo a los judaizantes", 14 de septiembre de 1898; "La aristocracia y los judíos", 14 de noviembre de 1900. Otros periódicos católicos o procatólicos, como El País y El Correo Español, adoptaron una línea antisemita similar, si bien no solía ser tan agresiva como la de El Tiempo.) Cuando quedó claro que el caso giraba en torno de la forma más abyecta de traición -la traición a la patria- perpetuada por un vástago de la raza de los eternos traidores -los judíos- por un motivo en ellos habitual-el oro-, acto con el que perpetraban su odio hacia el cristianismo, los periódicos imputaron una alianza entre el dinero judío, los protestantes y los francmasones) asociados todos para destruir a Francia en tanto baluarte de las naciones católicas latinas y en favor de naciones protestantes como Alemania) Inglaterra y los Estados Unidos. En México, la discusión sobre el caso Dreyfus se volvió relevante para la posición sobre la Guerra Hispano-Estadounidense (1898). El gobierno de Díaz permaneció neutral en esta contienda, pero la prensa oficial ten-
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dió a aliarse con los nacionalistas cubanos, y también con los estadounidenses. En contra de esta postura, el periódico pro español ElCorreo Español y los periódicos católicos se sirvieron de Dreyfus para acusar a los científicos -y a sus periódicos- de ser los judíos de México, que vendían el país a una potencia extranjera, los Estados Unidos, en vez de aliarse con su propia sangre latina y su propia religión católica. De este modo, por ejemplo, al referirse a la prensa dreyfusiana francesa, ElTiempo se quejaba diciendo: "En el asunto del traidor judío la prensa (¡palanca social!) ha hecho en París un papelito muy triste; tanto hablar y tanto escribir han sido obra del oro) del chantage y de una corrupción del periodismo llegada al minimum" ("El cáncer del periodismo': 18de noviembre de 1898).De manera similar, en México, a pesar del avance de la prensa, «Ensalzar a Dreyfus da el lado malo de la prensa, como lo ofrece el hecho) evidente ahora) de mendigar una subvención del gobierno" (ibid.). De hecho, la prensa católica se quejaba de que los periódicos (científicos) subsidiados por el gobierno de México apoyaran a Dreyfus y traicionaran a sus hermanos latinos de Francia y España: "El periódico El Imparcial y su hermano mayor ElMundo últimamente han estado publicando artículos casi hostiles contra España y hostiles completamente contra Francia" ("Hostilidades", El Tiempo, 1 de marzo de 1898). En México, advertía El Tiempo, "no hay sinagogas, ni judaizantes ortodoxos que se congreguen para celebrar sus fiestas y sus ritualidades; pero hay sí la preponderancia del dinero y el dominio que sobre la masonería ejercen los enemigos natos e impenitentes del Crucificado': Es más, el periódico llegó a afirmar que los judíos habían sido los fundadores de la tradición anticlerical mexicana: "En México fue la masonería un elemento del judaísmo anticatólico. La Reforma, las persecuciones al clero vinieron de aquellos acuerdos de la Sinagoga anticristiana" ("Guerra a los judíos") 22 de enero de 1898). La prensa de los científicos, a la manera de Dreyfus, estaba dando puñaladas por la espalda a México, y a Porfirio Díaz, de un modo cobarde yegoista: "El Mundo y El Imparcial no han dado hasta la fecha prueba alguna de guardar aquella actitud correcta que caracterizaba a los órganos oficiosos del gobierno, en épocas anteriores. ¿A qué se debe esto? Debe de haber muchas causas; unas visibles y otras ocultas" ("Un artículo notable de Le Courrier du Mexique", El Tiempo, 4 de marzo de 1898). Entre las causas visibles, alegaba el periódico, estaba la voluntad de los científicos de imitar a los Estados Unidos (inclinación que en México era un insulto al nacionalismo), y su creencia de que todos los "intelectuales" estaban del lado de Zola. De hecho, los periódícos católicos ídentificaron
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a los científicos con esa nueva categoría social, "el intelectual", y satirizaron sus vanidades y pretensiones. Sin embargo, aclaraba el periódico, "no es intelectual (inteligente) quien quiere serlo, y los sabios subvencionados juzgaron oportuno el momento para echarse en brazos del intelectualismo", La ciencia de estos sabios se compone en parte de su propia petulancia y en parte de la ignorancia ajena; el público inteligente ya comienza a convencerse que sólo conocen de Taine, de Stuart Mili, de Spencer, Max Nordau, sabios que citan sin ton ni son, lo que puede conocer y saber un desocupado papanatas) que se pasa las horas frente a los escaparates de las librerías; y lo que han leído entre las páginas, sin cortar, de algún libro; que se les ha indigestado (El Tiempo, 4 de marzo de 1898). Finalmente, intentaron abrir una brecha entre Díaz y los científicos: El Gobierno mexicano tiene perfectamente bien establecida, su reputación, para que se dude de su perfecta lealtad; pero si a alguien se le ocurriese pensar que el Tesoro mexicano, paga mercenarios para que insulten a Francia y a España, no se podría menos de creer; y de hacer constar con grande asombro que esos mismos mercenarios que están pagados por el Tesoro mexicano, insulten a la Francia y a la España, ambas naciones, amigas de México C'Dreyfus en Francia y Dreyfus en México': 17 de marzo de 1898, reimpresión de La Vozde México).
La VozdeMéxico y El Correo Español expusieron el asunto de un modo más sucinto. Al aliarse con los Estados Unidos en contra de España, los jacobinos mexicanos eran traidores de su raza y de su religión, convirtiéndose en "nuestros Dreyfus": "Los Dreyfus de acá traicionan a su patria favoreciendo a su invasor pasado, presente y futuro, y traicionan su sangre, predicándola odiosa, y conspirando en pro del enemigo de ella y de su raza" ("Dreyfus en Francia y Dreyfus en México", 17 de marzo de 1898, reimpresión de La Vozde México). La derecha católica fue la primera en presentar a los científicos como traidores y judaizantes. Las injurias específicas que se les imputaban fueron: sentimiento anticatólico y antiespañol (traición a la raza y a la religión); sentimiento antifrancés (que Francisco Bulnes a menudo expresó, si bien no era compartido por Sierra ni por Limantour); sentimiento pro inglés o pro estadounidense; el hecho de recibir, favorecer o hacer corretaje de capital estadounidense (judaizado); y el hecho de socavar el honor y el prestigio nacionales del general Díaz mientras tomaban su dinero. Ade-
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más de estas acusaciones, se encontraba la invectiva antiintelectual propia de los antisemitas, por la cual se acusaba a los científicos de repetir libros leídos a medias, de pretenciosidad infantil y de falsedad científica. En este aspecto, se parecían a su admirado Émile 201a, quien, según ElCorreo Español, no fue más que un degenerado.
SUCESIÓN PRESIDENCIAL Y CONSOLIDACIÓN DEL SENTIMIENTO ANTICIENTÍFICO (1900, 1904, 1910)
La derecha católica estableció la gramática básica del sentimiento anticientífico en torno del caso Dreyfus y la Guerra Hispano-Estadounidense. Esta configuración ideológica fue adoptada por otros grupos durante los años posteriores. Para la época de la revolución, los científicos se habían convertido en el chivo expiatorio preferido de la religión nacionalista mexicana y, como veremos, en piedra angular del nacionalismo revolucionario mexicano. La historia de cómo ocurrió esto es casi tan compleja como la trascendencia misma del fenómeno. Comienza en el período inmediatamente posterior a la Guerra Hispano- Estadounidense, en los meses previos a las elecciones presidenciales de 1900. Díaz había filtrado la idea de retirarse de la vida política y de que su sucesor sería el presunto líder del "partido científico", el ministro de Finanzas José Yves Limantour. La respuesta de los competidores de Limantour adoptó la forma de ataques en periódicos, impulsados y costeados por el ministro de Justicia) Joaquín Baranda, cuyos seguidores acusaban a Limantour de tener origen extranjero y de favorecer a los especuladores financieros desde la época de la intervención francesa, y por tanto de ser inelegible para la presidencia (Limantour, 1965:126128; Bulnes, 1960: 215; Tapie, 2000). Estos ataques se repetirían, y se volverían más severos, en los períodos electorales subsiguientes de 1904 y 1910, pero en esta ocasión por parte de escritores pertenecientes al campo del general Bernardo Reyes, competidor de Limantour. Las difamaciones revistas contra los científicos combinaron todos los tópicos de los católicos en la Guerra Hispano- Estadounidense con la estrategia extranjera diseñada por Baranda, a cuya combinación se agregó otro elemento: la acusación de que los científicos habían traicionado los principios honrados por el liberalismo mexicano. Este último elemento se cristalizó como un recurso político en los años 1903 y 1904. Hemos mencionado que, desde el comienzo, los científicos enfrentaron la hostilidad de una generación anterior de liberales, quienes los conside-
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raron oportunistas y tal vez hayan sentido su propia obsolescencia al enfrentarse con esta nueva generación. La joven generación de jacobinos que formó el Partido Liberal Mexicano (PLM) en 1902 continuó el discurso de estos viejos liberales de manera mucho más virulenta. Los radicales del PLM, Yen especial los hermanos Flores Magón, aborrecían a los científicos y dirigían críticas contra ellos que se hacían eco de ciertos elementos de la crítica católica. Obviamente, el PLM no acusaba a los científicos de ser anticatólicos o antiespañoles. Sin embargo, los magonistas los acusaban de ser financistas, de estar vinculados al oro extranjero, de traicionar la verdadera tradición patriótica y de oprimir al pueblo mexicano:
que "si alguien no tiene derecho para protestar contra el libro de Bulnes, ése es el reyismo" ("El lobo con piel de oveja",vol. 2, N° SS, 25 de septiembre). La lucha por la legitimidad que proporcionaban el liberalismo mexicano y Benito [uárez fue tal que muchos científicos, entre ellos el mismo Justo Sierra, se vieron obligados a entrar en el debate y a alejarse de Bulnes. El sentimiento anticientífico desarrollado en este período en el campo reyista se convirtió en el modo hegemónico de la retórica anticientífica y estableció lasbases para el discurso revolucionario sobre el terna. El siguiente es un ejemplo tornado de los escritos de uno de los publicistas reyistas más virulentos, quien en gran medida estableció el tono del género, Pedro Didapp (1904: 595-596):
Los científicos, que desprecian la Constitución, que no buscan más que dinero, que no tienen ningún principio honrado, cuando se juntan para adular a un prócer, se dan el pomposo título de "Unión Liberal", y"EI Imparcial", que por embrutecer a los mexicanos recibe muchos miles de pesos, se llama a sí mismo liberal ("Las evoluciones de los nombres", El Colmillo Público, vol. 2, N° 56,2 de octubre 1904).
Si se habla de bancos, los "científicos" son únicos concesionarios; si de caminos de fierro, ellos intervienen corno contratistas; si de empresas agrícolas, a nadie permitan que meta mano. ("Gobiernos Militares"). El "científico" mexicano es el tipo primordial del judío. [... ]
El volumen de sus críticas se incrementó en 1904, cuando Francisco Bulnes, el polemista más exuberante de los científicos, publicó El verdadero luárez, libro donde atacaba el mito de Benito [uárez, La publicación de El verdadero luárez se produjo poco después del discurso en el que Bulnes lanzó la campaña de reelección de Díaz en 1903. Este discurso había sido una pieza de oratoria ingeniosa y escandalizadora que combinaba el panegírico con la crítica, en la que Bulnes se había atrevido a sugerir que Díaz era un dictador y que la tierra no estaba en paz. El discurso abrió las puertas a un aluvión de ataques contra los científicos desde el interior del gobierno de Díaz, en especial de los reyistas, que formaban parte de la facción alternativa más fuerte, en tanto que por supuesto no logró conferirles el prestigio de constituir la oposición. En efecto, el libro contra Iuárez brindó una oportunidad política aun mayor a los rivales de los científicos, ya que tocó a la figura sagrada del gran héroe de la "segunda independencia" de México, Benito [uárez, en lugar de la del dictador Díaz, desencadenando así un enfrentamiento intenso entre reyistas y magonistas, que competían por ocupar el lugar de mayor lealtad a los principios del liberalismo mexicano. De este modo, Ricardo Flores Magón ("Anakreón") escribió en El Colmillo Público: "Los liberales hemos visto con profundo desagrado la mistificación, el embaucamiento que fragua el reyismo para hacerse pasar por liberal, cosa que consigue entre ciertas personas superficiales", y agregaba
En el país no ha habido peor plaga social que la colectividad "científica"; los conservadores pudieron ser -y de hecho fueron- escarnecidos traidores a la república, los clericales constituyen una facción político-social altamente nociva; pero los "científicos", mezcla de unos y otros, llegan al colmo de todo lo punible; teniendo por única mira la especulación, no conocen sentimiento alguno noble. [... 1 Las naturalezas "científicas" están metalizadas, como lo está la conciencia del judío, siempre que se hable de la materia prima, base de las transacciones comerciales: para éste, el honor, la patria y todo lo que indique sensaciones de un orden superior, está sometido al tanto por ciento de cambio, y para aquél, descendiente del segundo, acontecerá lo igual. En vísperas del estallido de la Revolución, el consenso sobre este asunto era tal que Luis Cabrera no tuvo reparos en definir a los científicos como un avatar del judío eterno. Los científicos, sostenía, no formaban parte del partido conservador ni reformista o liberal. Antes bien, pertenecían al grupo cobarde y calculador universalmente presente, y que se alía de manera oportunista con aquel que esté en el poder, a fin de fomentar sus propios intereses financieros: Éste es el verdadero Mefistófeles de cuyo cerebro han nacido las intervenciones extranjeras llevadas a cabo más tarde por uno u otro de los partidos. Éstos se llamaron en Francia los emigrados y no se llaman los
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traidores, porque han sido bastante hábiles para eludir la responsabilidad de las traiciones con que se manchan los pueblos. Éste es el grupo de los judíos, en suma, porque no tienen patria fija. Salidos de Venecia o de Suiza, sus abuelos fueron españoles, sus padres franceses, sus nietos americanos y sus bisnietos alemanes, y la ortografía de su apellido evoluciona conforme cambia la potencia de las naciones. Son admiradores de las costumbres de los extranjeros, entre los que educan a sus hijos, y son partidarios de las tutorías internacionales para la conservación de la paz (Cabrera, 2002: 15-16). Obsérvese que con esta alusión apenas velada a Dreyfus, Cabrera se revela como un antidreyfusiano, fortaleciendo así la hipótesis de que una de las corrientes del nacionalismo revolucionario mexicano siguió una vía de desarrollo análoga a las formas totalitarias y antisemitas del nacionalismo que se estaban incubando en Europa. Más adelante, Cabrera sintetiza el carácter judaizante de los científicos en los siguientes términos: "Los científicos han estudiado sociología, y como consecuencia de sus estudios, han comenzado a predicarnos un peligroso cosmopolitismo, totalmente contrario a la idea de Patria" (ibid.: 20). Enfrentado a los ataques de invectiva anticientífica, Díaz hizo todo lo posible para mostrar su propia independencia. Limantour (1965: 175) resume bien la situación:
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de México hasta su muerte, convirtieron el sentimiento anticientífico en un recurso nacional. El blanco de la retórica anticientifica superó en mucho al grupo de intelectuales y políticos que se reconocían entre sí. Por ejemplo, en el "Plan" del 28 de noviembre de 1911, en Ayoxustla, Puebla, Emiliano Zapata (1998) acusó a Madero de conservar una alianza con el antiguo régimen (algo que hizo, por supuesto), y utilizó el término científico como el modo más poderoso e insultante de apuntar a su continuidad: [ ••• J declaramos al susodicho Francisco I. Madero, inepto para realizar las promesas de la revolución de que fue autor, por haber traicionado los principios con los cuales burló la fe del pueblo y pudo haber escalado el poder, incapaz de gobernar por no tener ningún respeto a la ley ya la justicia de los pueblos y traidor a la Patria por estar humillando a sangre y fuego a los mexicanos que desean sus libertades, por complacera loscientíficos, hacendados y caciques que nos esclavizan.
Pocos años después, tras la caída de Madero, Francisco Villa se sirvió de la retórica anticientífica para deslegitimar a Venustiano Carranza (quien fue, en sus orígenes, un revista, y por tanto no era él mismo ajeno a la retórica anticientífica). En su "Manifiesto de Agua Prieta" del 5 de noviembre de 1915. Villa (s/f 164) proclamaba que:
l... J el reconocimiento de Carranza [por los Estados Unidos 1no
El Presidente, acosado por la oposición que le echaba en cara de mala fe el que se hubiera dejado dominar por los "científicos", multiplicaba sus esfuerzos para demostrar, por medio de declaraciones yde actos inequívocos, que los tan mentados "científicos" no ejercían sobre él la menor influencia, cosa que produjo una recrudescencia muy vigorosa de la Guerra sin cuartel que se les hacía a todos los motejados con ese nombre, de donde resultó que el Gobierno fue perdiendo, con el desaliento de estos últimos, uno de sus más leales y firmes apoyos, sin adquirir, en cambio, el de ninguno de los partidos o grupos que lo estaban atacando.
LA ESTRATEGIA ELECTORAL DE DÍAZ, LA CONSOLIDACIÓN DE LA UNIDAD NACIONAL Y LA LARGA SOMBRA DEL ODIO A Las CIENTÍFICOS
La estrategia de Porfirio Díaz basada en el principio de "divide y reinarás", así como su voluntad de seguir siendo el presidente y hombre fuerte
hará la paz de la República, que ensangrentará mucho más todavía el angustiado suelo de Cuauhtérnoc, y que ese reconocimiento será sencillamente, no la garantía del triunfo para Carranza sino la base más segura de su ruina completa y de su desprestigio, porque es la obra de los científicos y de los judíos; y principalmente porque es en realidad la aceptación del protectorado yankee, defraudando con esto los ideales de la Revolución y manchando la historia nacional que ennoblecieron Morelos, [uárez y cien titanes más. Los carrancistas, por su parte, también se sirvieron del sentimiento anticientífico en momentos políticos clave, mucho después de la caída de Díaz y de los científicos. Así, en el Congreso Constitucional de 1917, una amplia gama de posiciones se justificaron alegando que una legislación deseada era buena porque se oponía a la práctica científica. En la 16° Sesión Ordinaria sobre el artículo 4 -una propuesta para prohibir la venta de bebidas alcohólicas, el juego, la prostitución, las corridas de toros y las riñas de gallos-, el diputado Ibarra sostuvo que los cíentíji-
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cos habían fomentado la degeneración y la estupidización del pueblo mexicano por medio del estímulo de estos hábitos, y que por tanto se los debía prohibir (sin mencionar que Bulnes, Sierra y otros compartían el horror por el alcoholismo y los deportes sangrientos, posición habitual entre los liberales de la época). En la 18° Sesión Ordinaria (20 de diciembre de 1916),en el debate del artículo 7 sobre la libertad de prensa, se mencionó al "científico Ramón Corral" por haber dado instrucciones personales al director de la cárcel de Belén sobre cómo maltratar a los periodistas (nuevamente, otros científicos como Limantour, Sierra y Bulncs se enorgullecían de haber defendido a la prensa de los asesinatos que caracterizaron a las presidencias anteriores de Díaz): en el debate sobre este mismo artículo, el diputado Félix Palavicini, editor de El Universal, fue acusado de científico, y su periódico de ser un periódico científico. En el tratamiento del artículo 9 -eobre la libertad de asociación-, las restricciones al derecho de los extranjeros a la libre asociación política se legitimaron remitiendo a la aprobación y la tolerancia de estas prácticas por parte de los científicos. En la 35° Sesión -sobre los requisitos de residencia exigidos para asumir un cargo público-, se cita la práctica de los científicos como un contraejemplo de la legislación propuesta. En la 38° Sesión, los argumentos opuestos al sostenimiento de la vicepresidencia se hicieron citando el apoyo científico a la misma. En la 48° Sesión -sobre la ley antimonopólica-, se citó el caso del científico Olegario Malina corno un ejemplo negativo para hacer aprobar la legislación propuesta. Los argumentos que en otras sesiones invocaban la (presunta o real) práctica de los científicos para fortalecer la posición opuesta incluyeron la legislación propuesta para eliminar los ministerios de Educación y del Interior. Finalmente, en el argumento contra el otorgamiento de la ciudadanía mexicana a hijos de extranjeros, se citaron para justificar la legislación propuesta los casos de Limantour y de todos los científicos -a quienes se consideró, en el debate, falsos mexicanos-o En síntesis, la acusación de científico proporcionó un método sencillo para desacreditar a los oponentes políticos. Zapata lo utilizó contra Madero, Madero contra Díaz, Villa contra Carranza. Y los carrancistas se sirvieron sistemáticamente de la figura como un recurso retórico útil para la aprobación de distintas leyes. ¿Cuál es la relevancia histórica de esta modalidad antisemita de la retórica anticientífica? Se pueden observar aquí dos amplios componentes en juego. En primer lugar, el material que presenté desafía la creencia, muy extendida, de que no hubo en México un antisemitismo moderno o, expresado
INTELECTUALES Y PODER POLiTICO: LA REPRESENTACiÓN DE LOS CIENTiFlCOS I 461
en otros términos, que el antisemitismo mexicano es un prejuicio católico arcaico,según el cual los judíos son las figuras míticas que asesinaron a Cristo. El sentimiento anticientífico, según pude mostrar, adoptó la forma del antisemitismo moderno, y de hecho fue forjado en su mismo fuego, el caso Drevfus, y con una utilidad política similar, si bien no idéntica: un nacionalismo intensificado aliado a un catolicismo reaccionario dirigido contra el poder angloamericano y alemán, y contra grupos internos diferenciados. Al igual que el antisemitismo de fines del siglo XIX en Francia, el sentimiento anticientífico sirvió para respaldar el poder del Ejército, la oposición a la prensa y a las masas, fórmula que sería perfeccionada por los nazis (Arendt, 1994:cap. 4). Es interesante observar que la escasez de verdaderos judíos entre los cientificos no parece haber tenido mucha importancia. La presencia de judíos en México para la época era bastante limitada, si bien su número real es difícil de calcular. Sobre la base de apellidos de tipo judío, Corinne Krauze (1987: 104) ha calculado que entre 1877y 1910 se naturalizaron como mexicanos 140 "judíos", esto es, 5% del número total de extranjeros que adoptaron la nacionalidad mexicana en el período. La cantidad de judíos no naturalizados debe haber sido considerablemente mayor, pero es probable que su número fuera bastante modesto. Su primera congregación religiosa se fundó en la ciudad de México en 1908, más de diez años después del inicio del escándalo Dreyfus. Si bien los historiadores judíos enumeran a algunos de los financistas del porfiriato como descendientes de judíos alsacianos -una lista que según Corinne Krauze incluye a familias prominentes como los Scherer, Limantour y Noetzlin-, el hecho es que sus descendientes científicos no fueron identificados como judíos, ni se identificaban a sí mismos como tales (ibid.: 69-71). Dejando de lado a Limantour, ningún otro científico ha sido considerado judío ni siquiera por los historiadores judíos. Sierra, Bulnes, Macedo, Pineda, Casasús y -si extendiéramos el círculo- Crccl, Corral, Diez Gutiérrez, Malina: ninguno de ellos era judío. La ausencia de identificación entre los científicos y los judíos reales es tal que Corinne Krauze sólo registró un antisemitismo mínimo en su revisión de la prensa del período. No menciona el caso Dreyfus como relevante para la situación de los judíos de México ni registra los tonos antisemitas de las invectivas contra los científicos (ibid.: cap. 6). Por su parte, los científicos consideraban que la acusación de judíos hecha en su contra era metafórica. No obstante, el sentimiento anticientífico fue una forma virulenta de antisemitismo moderno. A los científicos judaizados selos consideraba representantes del capital financiero, aliados de intereses foráneos (francmaso-
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nes y/o anglosajones), como personas sin ningún vínculo con la nación, que carecían de un sentimiento nacional, y como intelectuales astutos y falsos que utilizaban su conocimiento para socavar todo lo bueno, puro y nacional. Estas acusaciones a menudo se oponían a la práctica real de los científicos; Limantour, por ejemplo, fue sistemáticamente antiestadounidense en sus políticas, y tendió a favorecer al capital francés e inglés siempre que fue posible; todos los principales científicos eran nacionalistas mexicanos. Un segundo conjunto de implicaciones está vinculado al rol que el sentimiento anticientifico tuvo en el nacionalismo revolucionario. Jugar la carta anticientífica fue el último recurso para el rechazo de un argumento, una práctica o un individuo en la Convención Constituyente de 1917, y en términos más amplios, en la arena política. El sentimiento anticientífico en su modalidad antisemita moderna fue consentido por muchos de los más prestigiosos estadistas e ideólogos de la revolución. En un nivel más fundamental, esto significa que el antisemitismo, con su apelación a la emoción, al gesto irracional y al sentido de pérdida constitutivo de la experiencia moderna, fue un recurso clave en la formación de los regímenes autoritarios construidos a partir de la Revolución Mexicana, todos íntimamente familiarizados con una forma de política nacionalista basada en alianzas entre fracciones de la élite y la acción de las masas. Una implicación ancilar es que la atención adecuada al sentimiento anticientífico puede ayudar a reenmarcar el estudio de la violencia contra los chinos y los mormones en el período, así como el del antisemitismo en la década de 1930, y la compleja historia de inclusión y exclusión que marcó el proceso de asimilación de exilíados españoles de la Guerra Civil y,luego, de exiliados chilenos, uruguayos y argentinos. Expresado crudamente, el antisemitismo moderno es una piedra fundamental en el edificio del nacionalismo revolucionario mexicano, y moduló las actitudes y las políticas hacia los extranjeros, el cosmopolitismo y la corrupción.
CONCLUSIÓN
Durante la última década de la dictadura de Díaz, el sentimiento anticicntífico se convirtió en un discurso unificador, con una función similar a la que tuvo el odio a la aristocracia en la Francia revolucionaria, pero alineado incluso más estrechamente con el uso nacionalista contemporáneo del antisemitismo europeo. A diferencia del antisemitismo europeo, sin embargo, la política del sentimiento anticientífico no ha sido sometida a un escrutinio crítico.
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El objetivo de este ejercicio no sería reivindicar el prestigio de los científicos, si bien dicho esfuerzo en algunos casos puede ser meritorio. Los científicos fueron un pilar del régimen de Diaz, con todas sus múltiples incquidades. Reivindicar el papel de los cientiiicos en ese régimen requeriría una evaluación del porfiriato como un todo. Ese examen no se puede intentar sin una historia comparada de los regímenes modernizadores del período, y la tarea escapa a mis intenciones. Lo que me interesa, en cambio, es señalar que la política del sentimiento anticientífico ha tenido ramificaciones profundas, incluso en el período contemporáneo: durante décadas la legitimidad de la xenofobia impuesta legalmente bajo el nacionalismo revolucionario pasó sin ser cuestionada; la vulnerabilidad de los intelectuales cosmopolitas, con sus efectos concomitantes que llevan a favorecer las expresiones nacionalistas de los esfuerzos culturales y científicos locales, es aún una dimensión relevante de la vida pública; y también lo es, de hecho, la baja visibilidad de la discriminación racial hacia los extranjeros. Los científicos fueron probablemente la élite tecnocrática más cosmopolita que México haya tenido; es interesante observar que en el nacionalismo revolucionario mexicano ocuparon el lugar de los judíos.
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Maestras, librepensadoras y feministas en la Argentina (1900-1912)* Dora Barrancos
El objetivo de este trabajo es mostrar los vínculos entre l~ agencia f~mi nista, que se abre paso a fines del siglo XIX, y ciertas vertientes del librepensamiento inscritas en buena medida en la masonería. Se trata de una relación en la que reverberan dispositivos seculares, filiados en el proyecto ilurninista, que se corresponden con ciertas ideaciones letradas muy difundidas. Tórnase evidente que en ese cambio de siglo la condición subalterna de las mujeres amplía los términos del debate acerca de la ciudadanía. Como se verá, se asiste a un despliegue de reivindicaciones por los derechos femeninos, a una acción instructiva destinada a superar la situación de inferioridad que padecen las mujeres, a la apuesta por el despertar de su conciencia) cifrada en actos reflexivosy en impulsos de la razón para desterrar las emociones en las que habla alto la sensibilidad religiosa, clavede la entelequia del "ser femenino" que le impide la autonomía. Pero a~t~s de ingresar al foco de la cuestión, auscultaré el significado de la actividad femenina en la producción de las letradas desde comienzos del siglo XIX.
MAGISTERIO FEMENINO: FORJA DE LETRADOS
No puede sorprender la invisibilidad que sufren las mujeres en esa sa~a toda vez que la historiografía ha demorado el reconocimiento de la participación femenina más allá de la vida doméstica. Pero resulta ir.refutable que gran parte de la tarea pedagógica estuvo en m~nos ~ememnas,. aun antes de las transformaciones iniciadas con la presidencia de Domingo .. La autora agradece la valiosa colaboración de Eugenia Bordegaray y Adriana Valobra.
4 6 6 I HiSTORIA DE LOS IflTEl¡:erUALES EN AMÉRICA LATlflA
Faustino Sarmiento en la década de 1860. En efecto, durante el período colonial, una ciudad corno Buenos Aires disponía de un cierto número de maestras -a las que se reconocía bajo el apodo de "amigas"- que recibían en sus propias casas a grupos de párvulos de ambos sexos (en el caso de los niños varones de mayor edad, debían completar algunos años con profesores de sexo masculino). Hay muchas evidencias sobre el escaso nivel que en general tenía este magisterio incipiente, pero no eran mejores los docentes varones. Con las transformaciones republicanas se avizora interés por la instrucción femenina -Manuel Belgrano será uno de sus promotores-, pero es especialmente a partir de las reformas rivadavianas que se amplían un tanto las alternativas; el Colegio de Huérfanas que depende de la Sociedad de Bencficiencia amplía su labor, pero los progresos son lentos. Luego de Caseros, batalla que como es sabido decidió la caída de Rosas, la oferta de enseñanza elemental sin duda creció y no eran pocas las maestras que también enseñaban a los varones mayores; además, se sumaron algunos profesores extranjeros, cuestión que preocupaba a figuras como Rosa Guerra (?-1864),egresadade la escuela para huérfanas, maestra y destacada publicista, en cuya opinión aquéllos no enseñaban adecuadamente ni la historia ni la geografía nacional. Sus preocupaciones en torno de una ajustada instrucción "nacional" seguramente se anticipan al aún ralo magisterio de la época. Fue preciso esperar a las iniciativas educacionales de Sarmiento, quien no dudó en apostar a la docencia femenina como una herramienta central en la transformación de las aptitudes populares. El gran propulsor de la educación estaba convencido de que las mujeres ofrecían calidades superiores para el desempeño del magisterio, que sus funciones como procreadoras propendían a un mejor conocimiento del alma infantil y que sus atributos como guías principales de la enseñanza en la esfera del hogar las colocaba en una condición excepcional: En los más apartados extremos de la República, en la ohscuridad y desamparo de las aldeas, en los barrios más menesterosos de las ciudades populosas, laescuelita de mujer está como débillamparilIa manteniendo la luz de la civilización, que sin ella desapareciera del todo para millares de infelices, abandonados al embrutecimiento (citado en Guerrero, 1960: 34).
Sarmiento no dudaba en propiciar la enseñanza como un excelente ejercicio para el propio desarrollo de las mujeres, y sus viajes al exterior, sobre todo a los Estados Unidos, lo convencieron aun más de la contribución que podían ofrecer las maestras en la tarea de elevación educativa y cultural,
MAESTRAS. LIBREPENSADORAS Y FEMINISTAS EN LA ARGENTlflA
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garantía de la civilización -es muy conocida la carga semántica del concepto- aun para aquellos países en los que ésta mostraba ya toda su eficacia contra la barbarie. A Sarmiento se le deben los primeros proyectos de escuelas normales en las que había que incorporar las vocaciones femeninas, y también el plan de radicar maestras norteamericanas, considerado un recurso para contribuir de manera urgente a derramar los beneficios de la instrucción pública. De modo que en la década de 1870 el magisterio argentino estaba compuesto por un número mayor de mujeres, que se desempeñaban en diversos lugares del país, presencia que menguaba notablemente en los colegios nacionales dedicados a la enseñanza media y que se tornaba inexistente en cualquiera de las dos universidades, la de Buenos Aires y la de Córdoba. Las transformaciones suscitadas en 1884 por la Leyde Educación Común se debieron en gran medida a la contribución de docentes del sexo femenino. Resulta paradójico designar -con abuso de sesgo sexista- a "losmaestros" como los protagonistas de la enseñanza pública que permitió el acceso a la alfabetización de las clases populares. En el marco de América Latina, este acontecimiento tuvo en la Argentina un desarrollo singular, sólo comparable con el del Uruguay, cuyo magisterio también tenía un gran número de figuras femeninas. Hay que concluir que las maestras fueron artífices de los letrados. El censo de 1895 puso en evidencia que eran mujeres la mayoría de los ocupantes de las profesiones destinadas a la instrucción en todas las provincias: en la capital de la república, ellas representaban más del setenta por ciento; en la provincia de Buenos Aires, el ochenta por ciento, y aunque las proporciones disminuían un poco en Mendoza, La Rioja, Catamarca, donde los varones podían representar el cuarenta por ciento de los docentes, había áreas como Santiago del Estero donde más del noventa por ciento del magisterio era femenino. Tampoco eran tan escasas las profesoras extranjeras, a pesar de que el mayor número de personas dedicadas a la enseñanza que no habían nacido en el país eran varones. En la ciudad de Buenos Aires, se contaban algo así como 1.300 extranjeros cuya profesión era la de educar, y poco menos de la mitad eran mujeres; pero en Córdoba, el número de las instructoras extranjeras superaba al de los varones, y otro tanto ocurría en Mendoza. Así, la feminización de la educación no era una novedad a comienzos del siglo xx, pues era un fenómeno anterior a la vida republicana. Lo nuevo fue el aumento notable de ese magisterio, cuya expansión decisiva ocurrió a partir de la primera década del siglo xx. La mayoría de las mujeres del grupo sobre el que hace foco este trabajo formaba parte del magisterio y, por lo tanto, seguramente participó en el
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MAESTRAS, LIBREPENSADORAS Y FEMINISTAS EN LA ARGENTINA
proceso de creación de figuras letradas. Y si muchas memorias pudieron reconocer el papel de las primeras maestras, a las que se les otorgó un lugar privilegiado en el paisaje inaugural de las primeras letras, del primer contacto con los libros, la genealogía de la estirpe letrada ha soterrado aquella raíz. Es que la proyección pública no alcanza a las mujeres, aun cuando, paradójicamente, sus actos hayan resultado indispensables para la arquitectura de esa esfera. Durante el siglo XIX -eobre todo durante las últimas décadas-, la diferenciación de los ámbitos doméstico y público se hizo más tajante, y el significado crucial de esta divisoria sin duda "moderna" volvió casi obligada la localización femenina en las funciones reproductivas. Privadas de los derechos conferidos a los varones, tal como fue sancionado por los códigos civiles latinoamericanos que exhibían la institucionalidad republicana, las mujeres fueron, sin embargo, las verdaderas proveedoras de las personalidades que abogarían por la secularización y por las libertades laicas. Es notable la contradicción entre el papel fundamental asignado a la familia en la construcción republicana y la simétrica desvalorización de la mujer, y también lo es que se desconociera el significado de su participación allí donde ellas producían valores en la esfera más cotizada. La ilusión patriarcal de un hacerse con prescindencia de la intervención cultural de las mujeres -a quienes se tenía por seres débiles, menos inteligentes y absolutamente emocionales-. se cuenta entre las marcas más paradójicas del solipsismo masculino en el orden público, vedado por derecho a la condición femenina.
LIBREPENSADORAS FEMINISTAS A COMIENZOS DEL SIGLO
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Me ocuparé de las maestras feministas y librepensadoras representadas por el grupo que editó en primer lugar la publicación Nosotras, a comienzos de 1900, y que, coincidiendo con el Centenario, prosiguió ese empeño con La Nueva Mujer. Un conjunto de indicios abona la idea de la identificación de las principales cabezas de estos emprendimientos editoriales con el amplio surco del librepensamiento y la masonería. En efecto, es esta hermandad el mayor organismo de adscripción y de sociabilidad para quienes descubren inclinaciones hacia el pensamiento secularizado, y luego -o concomitantemente- se sitúan las fuerzas políticas e ideológicas partidarias: liberales de toda laya, socialistas, anarquistas. En cualquier caso, la masonería parece ser la regente de las devociones, del sistema de creencias y de las prácticas de reciprocidad que ligan esencialmente a los varo-
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nes contrarios al orden sacramental eclesiástico, y sostenedores de la razón para descifrar los misterios del mundo. La incorporación de las mujeres a la masonería es con certeza la culminación de un camino de adoctrinamiento librepensador, pero lleno de adversidades. En otro lugar (Barrancos, en prensa) he recogido aspectos de la saga femenina para ingresar a las logias masónicas, una larga impetración que hunde sus raíces en la baja Edad Media y que de modo zigzagueante se recupera en el siglo xvm-eomo un fermento fugaz del iluminismo-, para hacerse casi imperceptible hasta su nuevo surgimiento a fines del siglo XIX. Es entonces que el reclamo por la participación de las mujeres se enlaza con la proclamación de derechos que lleva adelante el feminismo. Y debe admitirse que la masonería se encuentra dividida, no tanto frente a los reclamos generales de equidad, sino ante la más concreta incorporación igualitaria de las mujeres a sus filas. No hay duda de que una buena parte de la masonería adhirió a la obtención de los derechos civiles y cívicos femeninos y que juzgó inadmisible el sujetamiento a la norma del padre y del marido. Entre los anarquistas masones, como es bien conocido, no se trataba de un reordenamiento jurídico, algo de lo que abjuraba su posición iconoclasta, sino de una transformación igualitaria de la sociedad. Pero muchos representantes de la masonería recelaban de la extensión a las mujeres del derecho a sufragar pues aseguraban que ellas, bajo la influencia de la Iglesia y proclives a excesos de espiritualidad religiosa, orientarían su voto hacia las candidaturas más conservadoras, algo que había que evitar a toda costa. No obstante, un segmento importante reconocía la necesidad de extender la ciudadanía a las mujeres. Una fracción moderada creía que este pasaje debía producirse de manera sucesiva, comenzando por la habilitación en el plano municipal, para luego, una vez que las mujeres estuvieran más capacitadas y menos contaminadas por las influencias recalcitrantes del clero, acceder al sufragio nacional. Finalmente, otro grupo abogaba por la completa igualación civil y cívica de las mujeres. En éste se hallaban los liberales radicalizados y la enorme mayoría de los que adherían al socialismo, y aunque es difícil estimar la fuerza de esta fracción, es muy improbable que para el período bajo estudio pudiera asignársele el carácter de principal agencia en el país entre las logias masónicas. Una figura descollante fue Belén de Sárraga (1873-1951) (cf. Vítale y Antivilo, 2000), la española que recorrió la mayor parte de los países de América Latina asistiendo a los congresos de librepensamiento, pronunciando conferencias, aleccionando a propios y ajenos en una ardiente campaña en favor de los derechos de las mujeres, sobre todo el de sufragar. Su influjo fue notable entre las primeras feministas, al menos en la Argentina, el Uruguay, Chile, el Perú y México.
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Entre las librepensadoras rioplatenses que adoptaron el credo feminista se encuentran María Abella Ramírez (1866-1926) -de cuyas ideas y publicaciones se ocupará centralmente este análisis-: Iulieta Lanteri ( 18731932)
TÓPICOS RECURRENTES EN NOSOTRAS Y EN LA NUEVA MUJER
Antes de ingresar al tratamiento de las cuestiones que marcaron editorialmente a las publicaciones mencionadas, resulta imprescindible una breve presentación. Ambas se deben a la iniciativa de María Abella Ramírez y surgieron en La Plata. ¿Quién era María Abella Ramírez? Nacida en el Uruguay, llegó a nuestro país a fines del siglo XIX para instalarse en La Plata. Maestra de profesión, viuda de Leandro Iardi, contrajo nuevo matrimonio con Antonino Ramírez, también uruguayo y de profesión escribano, que se desempeñaba en la Argentina. (Se registran diferencias en la manera de consignar el nombre de nuestra publicista feminista: en ocasiones se la designa con la preposición "de", a la que obligaba la ley matrimonial, y, más a menudo, al apellido de soltera se le agrega directamente el del marido.) María participó del grupo que reunía a la ilustre educadora Mary Graham, una de las norteamericanas traídas por Sarmiento, y al pedagogo de origen uruguayo Francisco Berra. Feminista militante, comulgó de modo notable con el ideario del librepensamiento y participó en la masonería. Tuvo intervención directa en los congresos del librepensamiento de 1906, 1908 Y 1910, Ysu alocución en el segundo de ellos estuvo referida a los derechos políticos de las mujeres. Integró organismos como el Comité de Librepensamiento de La Plata, en cuyo órgano de conducción fue la única mujer. En mayo de 1909 fundó la Liga Perninista Nacional y se le debe una acción ininterrumpida en favor de los derechos civíles y políticos de las mujeres en ambas orillas del Río de la Plata.
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En cuanto a La Plata, en esta ciudad, trazada a fines del siglo XIX, que parecía asegurar una apuesta a la modernidad y a la secularidad, el designio de proyectar la ciencia tuvo un momento alto con la creación de la Universidad (cf. Vallejo, 2005), que congregó a intelectuales y a especialistas de gran relevancia. Nosotras apareció en agosto de 1902, cuando el concepto de "feminismo" ya se había irradiado y un grupo de mujeres de más alta formación educativa -dncluía a las primeras universitarias- abrazó la lucha por los derechos. Hasta junio de 1903, momento en que dejó de aparecer, se publicaron treinta dos números. Aunque no es posible discernir las razones de esta fugaz existencia -lo cierto es que no aparecen signos claros de agotamiento-, podría conjeturarse que fue la radicalidad de la publicación lo que distanció a una parte de las suscriptoras y tornó imposible resolver el problema de su sostén económico. En efecto, el alegato secular que mantuvo la dirección -al que se sumaron voces anarquistas y socialistas- en un debate que se extendió durante varios números parece haber sido la razón del alejamiento de un cierto número de seguidoras. El público de Nosotras seguramente se concentraba en las mujeres letradas de clase media, y aunque en varias notas no faltaban consideraciones sobre la situación de las obreras y de otras trabajadoras, eran aquéllas, sin duda, sus destinatarias. El objetivo de la publicación residía en despertar su conciencia para que abandonaran el estado de esclavitud patriarcal: El pueblo es esclavo y el pueblo se revela y empieza para él un período de evolución. La mujer es también esclava, esclava de la ley y las costumbres que la reprimen, de las preocupaciones tradicionales que la atan. y la mujer empieza a rebelarse, escribía Silvana Fredes -probablemente el seudónimo de María Abella Ramírez- en el primer número de Nosotras (cuyas citas, en todos los casos, han sido adaptadas a la ortografía actual). La misma autora no dudaba en embanderar el propósito rector de la empresa con el feminismo, término (d. López, 1901) que tuvo una recepción muy importante con la alocución de Ernesto Quesada (1858-1934) -un intelectual de singular erudición que se desempeñó en varios campos- en el cierre de la Sección Femenil de la Exposición Internacional de 1898. Las señoras de la élite que integraban el Patronato de la Infancia -organismo encargado de dicha Secciónhabían realizado una adopción "naif" del término, designando corno "feminista" la tarea de exhibir las producciones típicas del género -bordados, costuras, utensilios, etc.>. El discurso de Quesada (d. Barrancos, 2005;
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López, 1901) se convirtió en un parteaguas entre esta noción y otra, más
adecuada, referida al reclamo de derechos para las mujeres: ¿Qué quiere el feminismo? Preguntan las mujeres y también algunos hombres, acaso temerosos de compartir el cetro del poder y de cuyo monopolio están tan satisfechos. ¿Qué quieren las feministas? -lanzaba de modo ilocutivo-. Y nosotras contestamos: Queremos nuestra libertad, queremos el goce de todos los derechos sin más restricciones que las que la naturaleza nos impone como mujeres madres ¡... J. Otra nota editorial, titulada "La emancipación dela mujer" (Nosotras, Afio N° 2, 15 de agosto de 1902), se refería a las actitudes despectivas, y especialmente a la sorna con que a menudo se trataba a quienes abogaban por los derechos femeninos. La idea de ridículo o de fuera de lugar acompañaba a las feministas en Europa y en América del Norte, pero
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las heroicas mujeres que han soportado burlas, menosprecios e insultos [... 1 han formado un importante partido, han conquistado muchas ventajas. En cambio nosotras -eseguraba-. las sudamericanas, la retaguardia del progreso, no tenemos más que un íntimo sentimiento de protesta, algo que instintivamente nos dice que con nuestro sexo se comete una injusticia, que no disfrutamos de toda la libertad [... J. Más adelante se interrogaba: "Pero ¿cuál la ruta que debemos seguir? .. No lo sabemos todavía: por eso ponemos nuestra pequeña revista a disposición de todas las que quieran expresar su pensamiento; por eso pedimos a los hombres intelectuales buenosque nosayudena descubrir nuestro camino" (ibid., mis cursivas). No debe sorprender esta inflexión de los principios antipatriarcales que da lugar a la preeminente figura del intelectual, cuyo influjo modcrnizante debería asociarse con la causa de las mujeres, una ilusión que todavía animaba a muchas librepensadoras. Como se verá, la cuestión de los derechos femeninos constituyó el impulso central de Nosotras, y esto la convierte en una publicación pionera en materia de identidad feminista. Aunque durante el siglo XIX no faltaron ediciones sostenidas por mujeres y órganos periodísticos que adoptaron puntos de vista en favor de la liberación femenina, éstos rechazaban la identificación con el feminismo -como fue el caso de La Vozde la Mujer. publicación sostenida por el anarquismo-o Nosotras fue el primer medio que adoptó sin ambages el concepto y se propuso su propagandización como objetivo central; el nombre mismo aparecía seguido del subtitulo
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Revista Feminista, Literaria y Social, lo que significaba una confirmación de su esencia y de su razón de ser. La publicación exhibía textos a la manera de opiniones y ensayos y también disponía de una Sección Literaria. Su sucesora fue La Nueva Mujer, que apareció entre mayo de 1910 y mayo de 1912 mostrando un significativo avance de la corriente, pues el colectivo se había convertido ya en una organización. En efecto, el nuevo periódico se constituyó en un órgano de "partido" al servicio de la Liga Feminista Nacional, lo que significó que la enorme mayoría de las colaboradoras fueran no sólo simpatizantes del feminismo, sino que adhirieran con un compromiso militante. Con el comienzo de la década siguiente, La Nueva Mujer atrajo a protagonistas importantes de la lucha por tales prerrogativas, como es el caso de [ulieta Lanteri -cuya tentativa de obtener la ciudadanía y el derecho a sufragar la publicación celebró como un ejemplo- y Alicia -Moreau, una destacada socialista. Hay que señalar que su aparición coincidía con el desarrollo, en mayo de 1910, del Congreso Femenino Internacional, auspiciado entre otros grupos por las universitarias, y que expresaba un momento singular de alza de la agencia feminista en el país. De vida algo más extendida que la primera, no es posible identificar las razones de la extinción de esta revista, pero también en este caso puede conjeturarse que los problemas económicos fueron decisivos. Los enunciados reiterados que delatan un orden de prelación y que son coincidentes en ambas publicaciones se refieren a los siguientes problemas: los derechos de las mujeres; la ilustración femenina y la oposición a la confesionalidad religiosa. En el caso de La Nueva Mujer, la cuestión de los derechos femeninos es un tópico casi dominante.
Los derechos de las mujeres Sancionada por el Código Civil de 1868-adaptación del Código napoleónico de 1904,con rasgos sobrevivientes del antiguo régimen y la incorporación de algunos trazos de la normativa prusiana-, la inferioridad jurídica de las mujeres significó que éstas permanecieran subordinadas a sus maridos. Participaban de la misma incapacidad que los menores y los alienados, no podían gerenciar sus propios bienes y hasta para elegir educación y profesión dependían de la autorización de los cónyuges. Sin duda, fue éste el aspecto más controvertido vinculado a la condición femenina a medida que arribaba el nuevo siglo, cuando a las expresiones de las mujeres que protestaban por su condición se sumaron las voces de juristas, políticos y ensayistas. María Abellade Ramírez produjo textos de carácter emancipatorio al menos desde la década de 1890, en los que proclamaba la
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necesidad de reformar la normativa legal, y podría decirse que el problema de los derechos civiles ocupa un lugar destacado en la brega de Nosotras. No puede sorprender que en la primera década del siglo xx la cuestión dominante entre las feministas argentinas fuera la de la inferioridad civil y que ella se situara por encima de la cuestión de los derechos políticos. Para muchas, el sufragio podía situarse en una línea progresiva, por etapas, es decir que bastaba en primer lugar el otorgamiento del derecho en el nivel municipal, como creía entonces la propia Alicia Moreau. Entiéndase bien, la gran mayoría de las feministas coincidía en la necesidad de equipararse a los varones en todos los derechos -civiles y políticos-, pero consideraban que lo más urgente era comenzar por los primeros, y que podía marcharse por jalones en relación con los segundos. YAbella Ramírez no era una excepción. Por ello, en una nota editorial titulada "El voto de las mujeres" (Nosotras, Año 1, N° 4, 5 de septiembre de 1902) expresó que aunque resultaba de la mayor importancia la presencia femenina para transformar la legislación, y que la exclusión política "era la prueba más evidente de su situación de menor de edad, pues sólo a ella y a los niños se les niega el derecho a votar", se imponía necesariamente una lenta evolución para obtenerlo. Reconocía que La acción de la mujer debería hacerse sentir en el hogar de que ufanas (sic) se proclaman reinas, sacudiendo la apatía con que los padres, los esposos, los hermanos, los hijos acogen ese recurso con que los favorece la Constitución del país. Que voten nuestros padres, nuestros esposos, nuestros hermanos mientras llegala hora en que nosotras podamos gozar de ese derecho, en un porvenir en que nuestro sexo haya evolucionado en el sentido de la libertad de su conciencia. El voto femenino, debe ser, pues, una conquista futura. En efecto, la mujer, en su mayoría, no está en el presente preparada para disentir sobre asunto tan trascendental. Hay que agregar que esta posición no disentía con la opinión masculina más generalizada en los círculos del librepensamiento. Las contribuciones más frecuentes en Nosotras se referían entonces al sometimiento que sufrían las mujeres debido al imperio de las leyes civiles y de las costumbres, y la publicación cifraba el gran cambio para el sexo femenino en la doctrina del "feminismo científico" -una caracterización muy empleada en esos primeros años del siglo-, en cuyo sostenimiento se comprometió. En "La mujer moderna o feminista" (Nosotras, Año 1, N° 5, 15 de septiembre de 1902) se intentaba defenestrar los lugares comunes, antojadizos, referidos el feminismo, la extendida idea de
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que la mujer feminista desconoce completamente la poesía del hogar; que no tiene belleza física, ni elegancia, ni ninguna de las gracias y monadas femeninas, en una palabra que es una especie de ser sin sexo, inútil para el amor y la maternidad, ser ridículo del que los hombres deben huir con horror y las mujeres abrumar con desprecio. El texto defendía exactamente lo contrario, sin duda con cierto patetismo, cuando aseguraba que gran número de las mujeres modernas o feministas son esposas adoradas y madres arnantisimas; reinas de hogares ricos o pobres [... ] son modelo de buen gusto y entre las jóvenes feministas las hay hermosísimas [... ], que aun las feas tienen por lo general un trato exquisito y espiritual y que nunca les falta un hombre que las ame. Se sostenía que el rechazo manifestado por "la mujer antigua" respecto de "la nueva mujer" se debía a que se sentía humillada por ésta, "yen vez de elevarse, encuentra más cómodo estorbar a su contraria". Se trataba de poner en contrapunto las características de ambos perfiles de mujeres, y la "antigua" tenía todos los atributos de las buenas burguesas que vivían despreocupadas, atentas apenas a lo suntuario, resentidas por los valores que expresaba "la nueva mujer": No es por ternura ni amor a los suyos, condiciones que también tiene la moderna; sino que acostumbrada a lucir en la primera fila, sin más mérito que el lujo, se siente humillada ante la superioridad de la nueva mujer y en vez de hacer esfuerzos para elevarse a su vez, encuentra más cómodo estorbar a su contraria. Se aseguraba que "los honores que se le tributan se deben únicamente al buen nombre o la fortuna del padre o del marido". La manera en que se confrontaban los dos tipos femeninos es bastante paradójica, pues nuestras feministas no dudaban en atribuir a los varones el reconocimiento del que gozaba el grupo de las denostadas, y hasta se permitían tratarlos como víctimas de sus esposas. En la posición renovada se hallaban las mujeres inteligentes, las profesionales, "que no abrumaban a los varones de la familia","los hombres de buena sociedad que cada vez van escarmentando más la cruz del matrimonio" porque sus mujeres querían figurar "a fuerza de dinero y con el lujo y las exigencias sociales", lo que hacía más difícil para los cónyuges sostener a la familia. Pero esta concesión parecía corre-
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girse: "Bien sabemos -aseguraba esta nota editorial- que hay maridos o aspirantes a tales que temen el progreso femenino [... ]': Eran muchos los que pensaban "que si la mujer se hace tan instruida como el hombre (... ] ya no se conformará con la obediencia pasiva y protestará". Yla nota se preguntaba: "¿Es conveniente para la felicidad de la familia la obediencia pasiva de la esposa?". En respuesta, se comparaba esa obediencia con el servilismo a un tirano, algo que ninguna mente republicana sostendría:
Así como un gobierno digno no teme, sino que fomenta la instrucción de sus gobernados, también un hombre inteligente y recto no tiene nada que temer, sino motivos de pláceme en la capacidad de su mujer en la que hallará, además de una amada, una amiga que sepa comprenderle, una consejera incomparable [... J. Entonces, era necesario confiar en las mujeres renovadas, instruidas, que podían criar sólidamente a los hijos "para formar una generación de grandes hombres". Era preciso instruirse, en lo posible profesionalizarse, hacerse conocedora de los derechos. La nota las instaba: "Sed mujeres modernas y dejad que murmuren las antiguas [... ] que como mariposas viven un día para quedar después convertidos en gusanos, que no pueden vivir sino a costa del hombre y que cuando este les falta se derrumban [... ]",condena que tendrá un giro, sin duda cuando se advierte la contradicción:
Perdónenme las antiguas: ya sé que no tenéis vosotras toda la culpa de no tener alas y no poder elevaros; que eso se debe en gran parte a la deficiente educación que os han dado, a las ideas que habéis bebido en la leche y que muchas ya no estáis en edad ni en condiciones de cambiar; pero a lo menos no seáis egoístas: no desacreditéis por envidia a la mujer moderna y dejad que vuestros hijos lo sean.
Nosotras abrió el debate para que pudieran expresarse las mujeres que así lo deseaban y que componían el público de lectoras. No sorprende que participaran algunas comulgantes de la religión junto con aquellas que se identificaban con el socialismo, el anarquismo y, desde luego, con las que se consideraban librepensadoras, principal filón de la identidad de la revista. El punto de vista de quienes opinaron como anarquistas anclaba en la necesidad de abjurar de los marcos legales; una de ellas sostenía que "las leyesson un absurdo y no preservan ni salvan del malestar general" (Nosotras, Año 1, N° 8, 5 de octubre de 1902), de modo que no era por allí por donde se podía avanzar en la condición de las mujeres. En otra intervención se afirmaba que
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la sociedad anárquica "gozará libremente de todos los derechos", y agregaba más adelante: "En cuanto al hombre, bien podrá conformarse si la mujer prefiere ocuparse en cualquier trabajo en vez de estar al cuidadode la casa pues el único trabajo que hace ella, y no puede hacer el hombre (salvo que sea un fenómeno) es amamantar los hijos': En una ocasión, una representante de "la Redacción" respondió que aunque se estuviera de acuerdo con ciertas apreciaciones sobre las leyes -que en efecto atentaban contra la libertad-, había que evitar la confusión. Para llegar a una sociedad sin leyes "sería preciso que llegáramos a una civilización muy avanzada -decía la autora de la carta-, sería preciso que cada uno de los ciudadanos fueran (sic) educados, morales razonables y justos" (Nosotras, Año 1, N° 9, 25 de octubre de 1902). Una sociedad sin leyes sería caótica, porque "la mitad de la humanidad [... ] se obstinaría en vivir según el régimen del pasado". "Si la
barca que nosconduce está en mal estado, la medidaque debemos seguir, no es destruirla y arrojarnos al océano, sino refaccionarla porpartes"-subrayaba-. Nuestra feminista cifraba la expectativa de cambios en la sociedad en la necesaria unión de todos los disconformes tras un "partido electoral"; esa fuerza "conseguiría corregir una ley mala, otro día cambiaría otra, y así poco a poco ... " Y, haciendo uso de un esperanzado tono condicional, agregaba: Más tarde los hombres, llevados por un sentimiento de justicia, ¿harían a la mujer un sitio a su lado en el Congreso y las leyes se irían perfeccionando cada vez más por la voluntad de los dos factores y con arreglo a las nuevas necesidades de época, y serían perfectas y justas en lo posible, hasta que paso tras paso, llegaremos a una época dichosa, en la que estando toda la humanidad perfectamente educada, no se necesitarían las leyes escritas porque cada persona las llevaría grabadas en el fondo de su alma y sería un juez para sí misma? El interrogante aquilataba o restringía la esperanza de lograr una situación de equidad con el género masculino, pero el acento utopista prevalecía. Esa especie de "carta abierta': probablemente escrita por la misma María Abella Ramírez, ya que su estilo resulta inconfundible, hacía un lugar a la ley del divorcio, que acababa de ser tratada por los legisladores. Las editoras de Nosotras destacaron una serie de materias en defensa del divorcio vincular, proyecto presentado por el diputado Carlos Olivera en 1901 y debatido acaloradamente en el Congreso al año siguiente -la iniciativa perdió por escasos votos-, coincidiendo con la aparición de la publicación. Fueron sobre todo las feministas socialistas y las librepensadoras las que se lanzaron en defensa de la medida, mientras que los representantes más cons-
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picuos de la Iglesia desarrollaban diversos ataques para impedirla. En la carta de referencia, firmada por las editoras, no se vacilaba en sostener que La ley del divorcio por la que no ha mucho se luchaba en el Congreso podrá ser todo lo imperfecta que se quiera, pero si se hubiera conseguido el divorcio absoluto, siempre sería un paso adelante, porque habría quedado una puerta abierta para escapar los que gimen en las cadenas de un matrimonio desgraciado, que actualmente tiene que ser perpetuo. La esclavitud en el amor es la última cadena que nos falta romper; sin duda, algún día [... ] el amor será libre, pero entre tanto bueno será obtener un paliativo a los males del presente. El divorcio estaba pues entre las prerrogativas más valoradas por las feministas del librepensamiento. La pedagoga socialista Justa Burgos de Meyer, integrante del grupo editor, había señalado la importancia de tres proyectos presentados en el Parlamento: el del diputado Belisario Roldán, que debía mucho a otra destacada socialista, Gabriela Laperriere de Coni (18661907), referido a la protección de las víctimas de accidentes de trabajo; el de Luis María Drago, relacionado con la emancipación jurídica de las mujeres.y el de Carlos Olivera sobre el divorcio vincular, acerca del cual Burgos Meyer afirmaba "que se trata de una cuestión de orden social que interesa a la mujer tanto más que al hombre, pues los graves inconvenientes de la ley actual gravitan sobre ella y no sobre él que siempre encuentra el medio de eludir el cumplimiento de la ley impunemente". Y aseguraba: "La cadena de una ley atrasada, lectoras mías, no es la que ha de sujetar la vida del hombre amado, es el lazo de vuestro amor desinteresado y firme lo que os lo va a conservar': Se escandalizaba ante "el triste cuadro de las enceguecidas, firmando listas en contra de una ley" -como había propiciado la Iglesia-. En relación con la iniciativa de Roldán, no obstante, aseguraba que el monto de las indemnizaciones era insuficiente, ¿qué haría una viuda con un gran número de hijos pequeños frente a esa "tacañería"? En fin, Burgos Meyer proponía mejorar este aspecto de la propuesta. Yen cuanto al proyecto Drago, decía: "Es esencialmente feminista, él libra a la mujer casada de esa eterna condición de menor de edad, dándole el derecho de administrar sus bienes, función hoy privativa del marido" (Nosotras, Año 1, N° 1, 15 de agosto de 1902). En algunas ocasiones aparecían voces masculinas, corno la de Elan Ravel -un librepensador libertario bastante conocido- que solía colaborar en Nosotras manifestando una posición, desde luego, provocadora: "No estoy de acuerdo con los que quieren limitar el movimiento feminista a una lucha
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intersexual" -planteaba (Nosotras, Año 1, N° 1}, 5 de diciembre de 1902)-, "dirigido y concretado a la conquista del voto, de los empleos y profesiones liberales, procurando hacer la competencia al hombre [... ]".y más adelante sostenía: Hay una cosa en esto del movimiento feminista que no alcanzo a comprender bien [... ] y es el afán que la mujer quiere obtener el derecho a votar y otras cosas que con toda injusticia, por cierto, se ha conservado exclusivamente para sí el hombre. Ante la condición social en que el trabajador se encuentra [... ] ¿para qué quiere el voto la mujer? ¿Mejorará esto su condición? Yo creo que no ... Y casi al final, Ravel confesaba: "En cuanto a las demás aspiraciones del feminismo me parece que nada remedian; al contrario, creo que económicamente emplearían (sic) las condiciones del trabajador". En otro extenso texto-publicado a lo largo de tres números- bajo el título de "¿Feminismo?" (Nosotras, Año 1, N° 16, 5 de enero de 1903), luego de exorcizar a la religión "que ha predicado la mansedumbre", el mismo autor decía: "Para que una mujer se independice socialmente se precisa que ante todo tienda y procure conseguir la independencia económica", y ahora confesaba sin ambages: "Aunque no soy feminista, soy ardiente y entusiasta partidario de la dignificación de la mujer; partidario de que se la instruya en todo [... ] y se le concedan los mismos derechos, deberes y responsabilidades sociales que el hombre". Otro varón que también realizó contribuciones polémicas fue Constantino Franco, un joven librepensador que sustentaba ideas más cercanas al anarquismo. En su opinión, las mujeres de Nosotras debían acercarse a las mujeres obreras, a las más pobres, a las sufrientes sin esperanzas. El divorcio no traería la emancipación, lo decisivo era la ilustración, el avance de la sapiencia y la razón, sostenía en "La mujer que reacciona" (Nosotras, Año 1, N0 28, 5 de mayo de 1903): "Un arma potente marca su itinerario destruyendo las marañas de la ignorancia, alumbrando su sendero: La Ciencia". Finalmente, otro varón, Manuel Meyer González -figura destacada del socialismo platense- se vio obligado a intervenir en el debate para defender el punto de vista de su fuerza política en relación con la condición femenina: Los socialistas, modestamente, nada tenemos que reservar a la mujer para la sociedad futura ni para la vida eterna: pensamos que en el orden natural y fisiológico su papel será siempre más contributivo de esfuerzos y molestias que el de su compañero, para evitar lo cual no conoce-
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mos omnipotencia alguna, y en el orden sociológico la llamamos desde luego a nuestro lado para que luche a la par del hombre para la conquista de progresivos mejoramientos para ambos, hasta llegar a la completa emancipación económica, dentro de la cual no tendrán cabida los egoísmos y exclusivismos de que hoy la mujer es víctima más sacrificada que el hombre (Nosotras, Año 1, N° 11, 15 de noviembre de 19 0 2). Un aspecto de Nosotras que llama la atención es que no faltaron notas relacionadas con la violencia ejercida contra las mujeres -dimensión no tan presente en las reivindicaciones de la época-o A vecesse comunicaban aberrantes crímenes contra mujeres producidos por maridos celosos a quienes cabían las atenuantes de la ley.
En el caso de La Nueva Mujer, si bien se reiteran los motivos del adoctrinamiento feminista, los artículos parecen tener una mayor elaboración y ocupa un lugar central la perspectiva de la organización. Con la firma M.A.R -que apenas disimula la identidad de la principal conductora de esta empresa-, hay una nota corta que se propone aclarar el concepto de "feminismo", al que define como "amigo del progreso femenino"; con cierta sorna, se permite retar al Centro de Universitarias Argentinas -principal organizador del Congreso Internacional Femenino llevado a cabo en mayo de 1910- porque no se animó a declararlo claramente feminista: "Que se deje de contemplaciones con la gente que no entiende" -talla admonición-. No obstante, la revista fue una gran propagandizadora de los resultados de este encuentro, en el que sobresalieron las exposiciones de Abella Ramírez. El Congreso (d. al respecto, entre otros, Lavrin, 2005; Feijóo, 1980; Carlson, 1988; Vasallo, 2000; Barrancos, 2002) fue un hito precursor yen él se solicitaron los derechos civiles y políticos de las mujeres -Iniciativa de la que una de las autoras fue Abella Ramírez-, así como una serie de medidas de bienestar y de protección de la maternidad, especialmente para las madres obreras, y para la niñez desamparada. Otro largo texto, éste sí firmado por María Abella Ramírez, está dedicado a defender los derechos políticos femeninos, y debe admitirse un giro en relación con las posiciones de Nosotras: ahora el tono en favor de la obtención del sufragio es mucho más explícito. Nuestra autora expresa la necesidad de que las mujeres estén representadas en el Parlamento para que el progreso no detenga su marcha, y reflexiona sobre la escasa acción femenina en este sentido: Las mujeres no hemos solicitado aquí nuestros derechos y los hombres han pensado que así estábamos bien. La libertad no se regala, el polluelo
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para salir del huevo tiene que romper la cáscara, y la oruga rasgar la crisálida para convertirse en mariposa (La Nueva Mujer, Año 1, N° 2, 7 de julio deI9IO). Como he dicho, La Nueva Mujer fue el órgano de expresión de la Liga Feminista Nacional, fundada en mayo de 1909 a instancias María Abella Ramirez y que sin duda resurgió como consecuencia de la realización del aludido Congreso. En julio del mismo año, y bajo el liderazgo de Iulieta Lanteri, se fundó la LigaNacional de Mujeres Librepensadoras. Aunque ambas feministas solían cooperar entre sí, las agrupaciones que forjaron caminaban por andariveles separados -el examen de los acercamientos y los distanciamientos (estos últimos posiblemente suscitados por diferencias de estrategia) entre estas dos grandes figuras del feminismo asociadas al librepensamiento y a la masonería aún está por realizarse-o En la "Declaración de principios" de la Liga Feminista Nacional se decía: Considerando que el sexo femenino no disfruta de toda la libertad y el bienestar que como ser humano le corresponde y que esta esclavitud de la mitad de la especie es perjudicial al progreso social, nos unimos para trabajar por la emancipación de la mujer (La Nueva Mujer, Año 1, N° 1, 10 de mayo de 1910). Su "programa máximo" estaba contenido en cuatro puntos: 1) Que elmatrimonio no haga perder a la esposa ni uno solo de sus derechos civiles; 2) Derechos políticos a la mujer; 3) Divorcio absoluto; 4) Protección a la niñez. El"programa mínimo" contenía una serie de reivindicaciones, tales como que el contrato nupcial estableciera que la mujer administrara sus propios bienes, que a falta de bienes de la mujer se pactara la cuota mensual que el marido debía pasarle ya que "las necesidades físicas, morales e intelectuales de la mujer no pueden quedar a merced de la más o menos generosidad del marido", que el domicilio se fijara de común acuerdo entre los cónyuges, que la mujer que hubiera dejado el hogar no fuera obligada a regresar por la fuerza, que la patria potestad fuera compartida y que todos los hijos, matrimoniales o ilegítimos, tuvieran los mismos derechos. La carta de principios abogaba por que la prostitución fuera tolerada, "pero no reglamentada", y si bien éste era un punto en común con otras corrientes feministas, algunas demandas que engarzaban con presupuestos del librepensamiento más radicalizado no figuraban en otros programas, al menos no tan explícitamente. Es el caso de la solicitud para que las autoridades municipales tuvieran la potestad de visitar los"conventos de enclaus-
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tradas" -sin duda para verificar su condición-, o de que los crímenes cometidos contra las mujeres no pudieran ser atenuados por "los celos, porque la naturaleza nos demuestra que los celos -aseguraba el manifiesto- no impulsan jamás al macho contra la hembra, sino contra el rival" (La Nueva Mujer, Año r, N° i, 10 de mayo de 1910). No hay duda de que alguna vulgata del evolucionismo obraba en esta rotunda afirmación, seguida por esta otra: "El dar derecho al marido a matar a la esposa pillada en adulterio, no es otra cosa que dar derecho al amo de disponer de la vida de la esclava:hacer del marido un señor feudal de horca y cuchillo, [sólo los canallas pueden aprovecharse de semejante derecho!". En efecto, la norma jurídica penal protegía dos tipos de bienes: cuando se trataba del adulterio del marido, se atendía a los asuntos patrimoniales, yen el caso del adulterio de la mujer, la cuestión de fondo era el honor del cónyuge, razón por la cual la actuación criminal del marido para restituirlo menguaba la pena. En un breve pensamiento María Abella afirmaba: "Se horrorizan algunos al pensar que si se establece el divorcio, los hombres puedan abandonar a las pobrecitas mujeres, pero no les causa horror reflexionar que algunos hombres pueden asesinar a su mujer sólo por el gusto de quedar libres" (La Nueva Mujer, Año i, N° 6, 15 de agosto de 1910). En ocasiones, sus posiciones parecieron abonar la idea de la "unión libre",como preconizaban los anarquistas, y aunque no faltaban notas en defensa de la familia, lo más frecuente eran las críticas al modelo patriarcal. Es necesario reparar en que la cuestión del divorcio vincular y la defensa a ultranza del estatuto femenino frente al divorcio también fueron tópicos r~iterados en La Nueva Mujer. No hay duda de que el grupo editor, y especialmente su cabeza regente, María Abella Ramírez, hizo de la defensa de l.os derechos femeninos la justificación de la existencia de ambas publicaciones. Los retos llegaron al controvertido Enrique Perri, quien, como es sabido, en su visita al país confrontó con el Partido Socialista pese a que había desestimado la posibilidad de la existencia de una fuerza socialista en la Argentina. Las diatribas también se encendieron contra las femi~istas. En una conferencia en Rosario, Ferri había sugerido que el instinto de conservación a menudo ocluía los deberes de la madre, mostrando como torpe a la condición femenina. En una nota que tituló "Inferioridad mental de la mujer. .. " (La Nueva Mujer, Año i, No 8,30 de septiemb~~ de 1910) Abella de Ramirez respondió enérgicamente alegando que el visitante "se dejaba llevar por prejuicios"; "Yaque está tan atrasado de noticias el célebre Ferri -cronizaba.; nos permitimos decirle que hasta ahora no está averiguado que la diferencia de sexo sirve para otra cosa que para la reproducción de la especie y que la mente no tiene sexo".
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A casi dos años de vida de la publicación se presentó una conferencia de Iulicta Lanteri en la Logia Masónica ")2 de Octubre", en la que la destacada feminista incursionaba en las características del ser femenino y del ser masculino, y, mientras ponderaba la capacidad de sentir de las mujeres, subrayaba la sensualidad, la materialidad de los varones, llamados a desvalorizar a aquéllas y a dominarlas. "Dueño de la mujer se hizo dueño de su prole" -sostenía Iulíeta- (La Nueva Mujer, Año 2, N° 32, 1} de mayo de 1912). "Obligó a la mujer a la pasividad más completa haciéndole producir los frutos que él quisiera, y cuando el fruto era hembra, como ésta no era útil para la guerra la maldecía al nacer y la destinaba a la vulgar reproducción, corno la ternera al corral." Su percepción la llevaba a sostener que la mujer era "un foco de luz", pero que no se conocía a sí misma, y por ello seguía amarrada a la cadena que el amo le pusiera, le da los hijos que él quiere, sufre las leyes que él le impuso, come el pan que él quiere darle, vive donde él quiere que viva, se prostituye para que la bestia no asalte la propiedad ajena, esconde su propio nombre, iY tolera que la llamen el sexo débil! ¡Pobre la mujer! ¡Pobre la mujer! ¿Llegará un día en que la luz sahrá que ella es luz? (ibid.) Casi al finalizar, Iulieta se entusiasmaba con la promesa de la gran transformación: La mujer levanta la bandera del libre pensamiento, ella no quiere ser patrona ni admite amos. Para ella todos son iguales, todos son uno en la raza y en la especie. Para ella no existe la propiedad, no quiere matar para conservarla. Para ella, la tierra es su patria. Años más tarde, a fines de la década de 1930, en Tresguineas Virgina Woolf sostendría el mismo apotegma modificando un tanto los términos en juego: como las mujeres no han participado absolutamente en la construcción del derecho, ni tienen derechos, "su patria es el mundo':
La educación femenina No debe sorprender el permanente tratamiento de esta cuestión en las publicaciones bajo análisis, pues, como se sabe, la educación prometía una economía cifrada en el progreso y era la clave maestra de la razón evolutiva. Algunos de los textos considerados anticipan la obsesión en
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torno del camino ilustrado, a veces superior a cualquier situación de derecho toda vez que las feministas adherían con enorme convicción al credo letrado. Con reiterada frecuencia azuzaban a las congéneres para que abandonaran las tinieblas de la ignorancia e ingresaran a la luz del conocimiento. Es probable que ninguna se sustrajera al crédito rotundo puesto en el saber para acceder a una nueva conciencia, capaz de rechazar el antiguo ropaje del sometimiento. Véase la retórica de Teresa Salanova, integrante del comité editorial y probablemente también maestra, en un artículo titulado "A la mujeril (Nosotras, Año 1, N° 4, 5 de septiembre de 1902): Cultivad la mente. Dad preferencia al juicio, pues así será como si hicierais un ascenso entre espesuras y recovecos. Mirad desde allí y descubriréis resquicios para ahuyentar muchas preocupaciones; clarividencia para vislumbrar muchas verdades y asidero para arribar a muchas convicciones. Mirad bien y aprenderéis que la supremacía del hombre sobre la mujer es un tema convencional, derivado del hecho permanente de cosechar solito en ese campo donde la savia ha fructificado, ora en la ciencia, las artes, la mecánica y les brinda el monopolio de sus flores y frutos, y le subordina a los vanos títulos de amo, dueño, señor, y otros más o menos oportunos. Algunas notas cifraban las desventuras de las mujeres por la escasa educación en la incuria de los padres: Entre los padres de familia hay unos pocos que tratan de dar a sus hijas una buena educación: pero los más dedican todos sus esfuerzos únicamente a la instrucción del varón, ya las niñas, si los medios sobran, se les da cuanto más una educación de adorno (Nosotras, Año 1, N° 11, 15 de noviembre de 1902).
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Más adelante, casi al finalizar, se amonestaba a las propias mujeres: Los padres de familia para llenar dignamente su misión y los gobiernos para aprovechar las inteligencias femeninas [... ] tendrían que estimular la educación de la mujer, y nosotras mismas tenemos que tratar de elevarnos y asegurar la felicidad de nuestro porvenir, sirviéndonos además de los colegios normales, de los nacionales, de las universidades, de las bibliotecas públicas y de muchos elementos más que no aprovechamos, no porque nos rechacen, sino porque nosotras mismas nos excluimos. Ayudémonos nosotras y nos ayudarán también los padres y gobiernos. Nosotras se hacía eco de los conceptos del profesor Ramón Melgar, figura vinculada a la Universidad platense, quien afirmaba:
Lamujer es susceptible de una educación superior lo mismo que el hombre; su evolución ontogénica es más rápida, si se quiere y sus facultades psíquicas despiertan más temprano; la simple observación de un maestro comprueba esto y no hay fundamento científico que pruebe terminantemente la inferioridad de la mujer (Nosotras, Año 1, N° 24, 25 de marzo de 1903). No faltaron las manifestaciones en pro de la educación de las obreras. Frente a las iniciativas para extender la educación y la cultura de los trabajadores ~por lo general, en manos de las agencias ideológicas y políticas identificadas con el proletariado- que pululaban en muy distintas latitudes, la línea editorial de nuestras publicaciones abogaba por iguales oportunidades para las trabajadoras. En la nota "Escuelas nocturnas para obreras" (Nosotras, Año 1, N» 25, 5 de abril de 1903) la directora de la revista aseguraba que "no era una novedad para nosotras ni para nadie, la afirmación de que la propaganda de las nuevas ideas se estrella contra la ignorancia del pueblo".
Otro segmento de esa misma nota editorial decía: ¡Ah! La influencia de la mujer en la sociedad es corno la de la raíz de la planta; no se ve, pero es la parte importante. Querer tener pueblos adelantados y progresistas cuidando sólo del desarrollo físico e intelectual del hombre, es como pretender árboles frondosos sólo de los gajos. De donde se deduce que a la mujer, sin perjuicio de enseñarle prácticamente los quehaceres domésticos, debe dársele una instrucción tan grande como la que se da al varón.
Los hombres -continuaba la nota editorial- buscando el remedio, así que han visto el mal, establecen escuelas nocturnas para adultos del sexo masculino; el estado por su parte sostiene varias de esas escuelas, para hombres puramente, como si nosotras no valiéramos la pena [cursivas en el original] de que se nos eduque. Las reflexiones continuaban: "La mujer es ignorante en general, pero la obrera lo es especialmente ¿Y cómo no hemos nosotras, que estarnos
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empeñadas en levantar el nivel intelectual de la mujer [... ], prestar toda la atención que asunto tan importante merece?", Incluso se llegó a abogar por la educación técnica de la mujer, aunque no se trataba de las mismas ramas que se enseñaban a los muchachos, sino de perfeccionar las tareas propias del género. En todo caso, la enseñanza era un grave problema y era preciso proponer medidas para mejorarla. Hacia 1911, la Liga Feminista Nacional modificó su programa mínimo para incluir un primer artículo que rezaba: "Educación física, intelectual y moral igual para ambos sexos", y, en segundo lugar, "que todas las profesiones que están abiertas a la actividad del hombre, lo estén también para la mujer". En un artículo titulado "La educación de la mujer" (La Nueva Mujer, Año 2, N° 30, 15 de febrero de 1912), un jurisconsulto, José Jorge Loaysa, aseguraba que era necesario que la educación no fuera un adorno sino "práctica aplicación en las emergencias de la vida"; según este autor, era fundamental que se asegurara la emancipación femenina con la posibilidad de ganarse la vida.
La oposición a la confesionalidad religiosa Las posiciones en pro de la secularización resultan pródigas en las publicaciones analizadas. La inscripción de la vertiente feminista en el librepensamiento era un parteaguas absoluto en relación con los grupos que, en ocasiones, se autodefinían como practicantes del "feminismo sano': orientados hacia las fuerzas conservadoras y con devoción por la Iglesia. Es bien conocida la prédica antiecJesiástica de la masonería y su oposición a los representantes católicos, aun cuando mantuviera simpatías por otras vías espirituales que consideraba menos opresoras o más racionales. José María Pérez, director del periódico Tribuna Liberal (1909-1911) -en cuyas páginas no faltó el aliento a la emancipación de las mujeres y que tuvo especial interés en animar una cruzada secularizadora-, fue un importante miembro de la masonería, convencido de que en la búsqueda de autonomía y de racionalidad las mujeres debían liberarse de los influjos de la Iglesia. Partidario de la centralidad del trabajo educativo y de persuasión en torno del significado perturbador de la religión para el verdadero conocimiento, idea muy difundida en las filas del librepensamiento, difundía en su periódico (Tribuna Liberal, 19 de junio de 1909) esta suerte de "credo liberal":
No contraer matrimonio religioso. No bautizar los hijos.
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No aceptar padrinazgos de casamiento, bautismos ni confirmaciones. No confiar a la Iglesia ni a sus adeptos la educación de los hijos. Hacerse enterrar civilmente. No celebrar funerales, ni asistir a ellos,ni pedir oraciones por los muertos. No dar a la gente de la Iglesia dinero bajo ninguna forma o pretexto con fines aparentes de beneficio o caridad. No asociar, ni prestigiar, directa o indirectamente, ninguna creencia religiosa de ninguna secta. Mantener lejos del hogar y de la familia a los llamados ministros del Señor. Abella Ramírez fue una de las voces que participó en un número especial que en octubre de 1910 Tribuna Liberal dedicó a la cuestión de la religión, y, en reciprocidad, La Nueva Mujer dedicó al menos tres números a reeditar aspectos centrales de la edición del periódico de identidad masona. Es necesario admitir que mientras la estrategia de Nosotras consistió en no atacar directamente a la Iglesia, ya que el contrapunto tomaba la forma de un debate abierto con el público, haciendo ingresar a otras y otros columnistas, en La Nueva Mujer el antagonismo se planteaba de manera explícita y a través de la pluma de las mismas editoras. También es preciso señalar que en la casi una década que separaba a ambas publicaciones se había producido un aquilatamiento del feminismo, afianzado por su singular crecimiento. A propósito de la participación en Nosotras de una "católica transigente" -tal la autodenominación de quien había escrito abogando para que no se abandonara la idea de Dios, aun cuando su pluma parecía alejada del dogmatismo-, "una librepensadora" respondió (Nosotras, Año 1, N° 11,15 de noviembre de 1902):
Dice Ud. que Dios es el principio de toda verdad y que negar a Dios es una aberración del espíritu ... ¡pero qué manera de discutir la de los católicos! hacen afirmación falsa (o por lo menos no ha sido probada) y luego la ponen como base de sus razonamientos. Para decir que Dios es el principio de todo hay que probar primero su existencia [... ]. Ud. misma en una de las muchas preguntas que me dirige afirma que no sabe cómo fue creado el mundo y en eso no procede Ud. como católica; pues los católicos, partiendo de la base de que Dios es el principio de toda verdad, y de las explicaciones de la Biblia y de que todo se hace porque Dios quiere o no quiere, no hay cosa que no se expliquen. Con ironía, la autora de la respuesta proseguía:
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Sin duda Dios era feminista, porque no nos quiso formar como el hombre, del tosco barro, sino de la mejor de las carnes, y partiendo de la base que creó primero a los irracionales y después al hombre, quiere decir que Dios ha perfeccionado su obra y, siendo lo último que fabricó la mujer, nosotras las mujeres, según los católicos, somos la más grandes de las perfecciones; no me explico cómo los clérigos quieren colocarnos bajo el dominio de nuestro inferior, el hombre, sólo porque nos aventaja en fuerza bruta ... ! Entre las notas que La Nueva Mujer dedicó al problema de la religión como obstáculo para la liberación de las mujeres, una de ellas pretendía deslindar los principios éticos de sus presupuestos providenciales. Se aseguraba que moral y religión eran en verdad términos contradictorios, porque el primero "supone el esfuerzo individual siempre renovado para mejorar las condiciones de vida social; mientras el otro implica sumisión, ignorancia, abandono" (La Nueva Mujer, Año 2, N° 18, 25 de septiembre de 19B). Se hacía hincapié en el origen etimológico de ambos para considerar a la religión -con el apoyo de un conjunto de pensadores clasicos-. como una "creencia", "pero nadie llama creencia al saber de la ciencia que se apoya en fundamentos". La creencia respondía a un temor infundado que era la causa de la superstición, y ésta era "el elemento explotable por los intérpretes de todas las religiones". Aunque se exceptuaba el budismo, en conjunto aquéllas se basaban en "un árbitro absoluto de todo", y esto no era sostenible. La moral -según un texto firmado por M. R. Navas- se refería a un acto que despierte el deseo de averiguar la verdad, inspire amor a las ciencias y produzca deleite ante la contemplación de las obras bellas, naturales o artificiales. Es moral todo aquello que ofrece estímulos a los individuos y a las sociedades para que luchen con los obstáculos de la vida y realicen grandes empresas en beneficio de la generalidad r...]. Quien así se expresaba no dudaba en oponer estos rasgos de lo que se concebía corno moral a la forma contraria: "Es inmoral todo hecho, toda creencia, todo juicio, toda ley que perjudique el desenvolvimiento íntegro del ser humano, o menoscabe el ejercicio de la libertad o contraríe el progreso". Sin embargo, en la mayoría de los casos la proclama laicizan te no significaba ateísmo, ni siquiera agnosticismo, aunque ésta fuera la fórmula más extendida para dar cuenta de actitudes secularizadas. Muchos _y muchas-librepensadores adherían al credo panteísta, al modo racional de encontrar en lo humano, yen todo el orden natural, señales de la poten-
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cia divina, como solicitaba el filósofo Baruch Spinoza, de enorme influjo en esas posiciones proseculares. La propia María Abella Ramírez sostenía: "Dios está en la naturaleza entera y muy especialmente en el ser humano, el más inteligente y noble de todos los seres creados. Dios es el alma del universo y el alma humana es un pedazo de Dios" (Nosotras,Año 1, N° 10, 5 de noviembre de 1902). Este auto de fe resultó el signo de una identidad apegada a la razón, una de las señales del humanismo que campeaba en el librepensamiento, del que también hacían gala las mujeres de las dos publicaciones que expresaron el magisterio feminista a comienzos del siglo xx.
EPíLOGO
Una importante vertiente del feminismo inicial en la Argentina ancló en el librepensamiento y divulgó sus posiciones a través de dos publicaciones aparecidas en La Plata, ciudad donde residía la cabeza del grupo, la maestra de origen uruguayo María Abella Ramirez, Nosotras apareció en 1902 y debe considerarse como la primera hoja destinada a difundir los principios y las concepciones del feminismo en la Argentina; su sucesora, La Nueva Mujer, apareció casi una década más tarde y fue el órgano de la Liga Feminista Nacional. Se trata de una pedagogía femenina que finalmente continuaba la larga saga formadora de espíritus letrados, pues fueron sobre todo las mujeres quienes estuvieron a cargo de la alfabetización en el país, las que desarrollaron la educación de base -y por cierto no sólo en la Argentina, sino en el resto de América Latina-. En este caso, su empeño se dirigió a formar en las mujeres una nueva conciencia que les permitiera escapar de la inferioridad, liberarse del poder patriarcal, del sujetamiento doméstico, de la tutela clerical. La brega por los derechos de las mujeres encuentra un cauce hondo en ambas publicaciones, especialmente en lo que atañe a la igualdad civil, aunque no dejaron de manifestarse en torno a los derechos políticos, cuestión que se planteó de manera más acuciante en La Nueva Mujer. Para el grupo editor, la ilustración femenina es un instrumento decisivo para acceder a la nueva capacidad de razón, premisa que muestra intensos motivos iluministas tan típicos de la fe en el derrotero del evolucionismo de comienzos del siglo xx. Las feministas librepensadoras confían en el conocimiento y en la ciencia como arietes de la emancipación de las congéneres. Concornitantemente, se reclaman la sccularidad de las conductas, el destierro de las creencias, la fe en el pro-
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greso. La"nueva mujer" debe vencer las tinieblas de la superstición sustentada por la Iglesia y afianzarse en el camino de la razón sin rodeos. Es ella quien marcha adelante en procura de la emancipación del padre, del marido y del cura. Pero esbien sabido que la razón dominante, anclada en la matriz de la modernidad, en gran modo encontraba a las mujeres "sin razón" -o al menos muy limitadas en el ejercicio de la inteligencia-, cuestión paradójica de la que nuestras mujeres, maestras y editoras feministas, parecieron no percatarse.
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PUBLICACIONES PERIÓDICAS
La Nueva Mujer,AflO 1: N° 1,10 de mayo de 1910; N° 2,7 de julio de 1910; N° 6,. 15 de agosto de 1910; N° 8, 30 de septiembre de 1910; Afio 2: N° 18, 25 de septiembre de 1911; N° 30, 15 de febrero de 1912; N° 32, 13 de mayo de 1912 . Nosotras, Afio 1: N° 1, 1S de agosto de 1902; N° 4,5 de septiembre de ]902; N" 5, 15 de septiembre de 1902; N° 8, 5 de octubre de 1902; N° 9, 25 de octubre de 1902; N0 10, 5 de noviembre de 1902; N° 11, 15 de noviembre de 1902; N° 13,5 de diciembre de 1902; Año 2, N° ]6, 5 de enero de 1903; N° 2S, S de abril de 1903; N° 28, 5 de mayo de 1903· Tribuna Liberal,]9 de junio de ]909·
V Exilios, peregrinajes y nuevas figuras del intelectual
Cronistas, novelistas: la prensa periódica como espacio de profesionalización en la Argentina (1880-1910) Alejandra Laera
Frustrada en los tiempos del romanticismo por motivos políticos y habitualmente datada su consolidación en los tiempos del Centenario, la profesionalización de los escritores en la Argentina encuentra la coyuntura propicia para su emergencia, más precisamente, a lo largo de la década de 1880, cuando se hace posible reconocer la constitución de un mercado de bienes culturales. La prensa periódica, protagonista de la constitución de ese mercado y de la configuración de un nuevo público lector, le ofrece entonces al escritor un espacio mutuamente conveniente de publicación y un medio de distribución de amplio alcance. A través de la prensa, los escritores tienen -en el arco que va de la década de 1880 a los años del Centenario-la posibilidad de dedicarse de manera sostenida a las letras, o bien trabajando como periodistas, o bien aprovechando su participación en los periódicos para construirse una posición literaria específica, como la de novelista. El periódico es, en el último cuarto del siglo XIX, el puente para llegar al mundo de los libros. Si bien los escritores profesionales vinculados con la prensa periódica no responden totalmente al modelo de intelectual entendido como aquel que sostiene, elabora o debate un conjunto de ideas -en el que sí podían reconocerse algunos letrados decimonónicos como Domingo F.Sarmiento y en general todos los llamados publícistas-, los periodistas, los cronistas y los folletinistas integran el pelotón intelectual de fines del siglo XIX y comienzos del xx, y las actividades que llevan a cabo están comprendidas dentro de las profesiones intelectuales del momento. Los vaivenes y las tensiones entre los deseos de ser profesional y la necesidad de intervenir en la vida pública, por un lado, y la escritura periodística y la producción literaria, por otro, explican ese largo proceso por el cual los escritores alcanzan finalmente una situación de profesionalización -aun a expensas deunperfil intelectual más nítido- y también empiezan a adver-
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tir, paradójicamente, que es un logro incompleto, no siempre definitivo y que les acarrea nuevos conflictos.
EL ESPACIO DEL FOLLETÍN
Con su habitual ironía, Domingo Faustino Sarmiento (1810-l888) explica los motivos que lo guiaron, a mediados de 1839,a fundar en San Juan el periódico ElZenda: "La necesidad de vivir de algo sin robar, ni matar, ni cometer otros pecados es, pues, la única causa que nos mueve a esta empresa" (Sarmiento, 1839). Sólo que, de los treinta mil habitantes de la provincia -dice-, apenas se juntarán unos cincuenta lectores que compren su ejemplar. En esta suerte de editorial de la primera de las empresas periodísticas de Sarmiento, el tono irónico sirve para poner en evidencia la escasa ganancia que dejan las letras, la casi inexistencia de un público lector, pero también la apuesta a conformar ese público y a convertir la escritura en un medio de vida. Hay ya a esta altura, en el proyecto sarrnientino, una fuerte intuición de que la prensa periódica debe superar las "vicisitudes políticas" para convertirse, a la vez que en un "medio de instrucción", en un "vehículo del comercio, las artes y las ciencias", todo lo cual se transformará en convicción en los tiempos del exilio (Sarmiento, 1839, 1841).Así como la insistencia en la necesidad de comprar el periódico y el tratamiento de temas para fomentar la curiosidad de los lectores son dos rasgos importantes del ElZonda, en la prensa chilena, a la que se incorpora pocos años después, Sarmiento presenta su herramienta preferida para garantizar las ventas y aumentar las suscripciones captando la atención de un público variado: la creación del espacio del folletín. "Nuestro folletín -anuncia en un conocido artículo de 1842- será para el solaz del espíritu lo que los postres son para el regalo del paladar" (Sarmiento, 1842a). y, desde otra perspectiva, el folletín es la solución para que la "lectura, hacienda, historia, etc." dejen de ser "títulos fastidiosos que hacen caer un periódico de las manos" (Sarmiento, 1841). Concebido en sus orígenes simplemente como un espacio material que ocupa el pie de página del periódico, el folletín de Sarmiento sigue ese modelo: sus protagonistas son el teatro, la moda, las tertulias, los conciertos, las noticias de la Sociedad de Agricultura y de la Sociedad Literaria, y también los ensayos literarios de los jóvenes y los folletines de diarios franceses y españoles. Entre todas las opciones, son estas dos últimas, es decir las que se corresponden con la idea de literatura compartida en ese momento, las que
lA PRENSA PERiÓDICA COMO ESPACIO DE PROFESIONALIZACIÓN
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terminan siendo predominantes. Así lo demuestra el Facundo (1845) del propio Sarmiento, pero sobre todo la publicación de novelas, como Los misteriosde París y Eljudío errante de Eugene Sue,o las nouvelles de Georges Sand, que generan tanto la imitación como la resistencia de otros diarios ante el folletin (Sarmiento, 1842b y 1845).Afines de la década, de hecho, al clasificar el tipo de libros que circulan en Chile, Sarmiento (1849) menciona, además de los tratados de educación y de los libros impresos por el Estado, "las novelas que se colectan de los folletines, de las cuales circulan ya en el país millones de ejemplares". Lamentablemente, las mismas "vicisitudes políticas" que se empeñaba en superar dejaron en estado de intuición la confianza sarmientina en el aspecto literario del periódico y, por lo tanto, quedaron truncas también las expectativas de profesionalización que la prensa podía deparar a los hombres de letras. Diarios que cierran por falta de suscriptores, diarios que cierran por intereses políticos, acoso de las calumnias yde la censura, junto con la propia labor política del "escritor público", hacen imposible la necesaria continuidad para constituir un mercado cultural con lectores yescritores en el Río de la Plata. Una evidencia de esta situación la da Vicente Pide! Lópcz (1815-1903), eolega y amigo de Sarmiento, al referirse al diarismo no como un espacio propicio sino como un obstáculo para la producción literaria, justamente para él, cuyo sueño era escribir novelas históricas al estilo de Walter Scott. También [osé Mármol ('8'7-'87')' fundador, en el exilio montevideano, del periódico La Semana, pone en evidencia la tensión entre la literatura y el periodismo desde el momento en que éste depende por completo de los acontecimientos políticos transcurridos en la ciudad de Buenos Aires y hace de todo su contenido, incluida la novela Amalia (185J-1855), un arma de combate contra el gobierno de Juan Manuel de Rosas (Laera, 2003). Si a partir de mediados de la década de 1850,con la caída de Rosas, y en particular en la de 1860, con la unificación nacional, los conflictos políticos se ven atenuados, ello no tuvo un impacto tan rápido y directo en la prensa periódica, que siguió ligada -en buena medida debido al enfrentamiento de la ciudad de Buenos Aires con la Confederación Argentina- a cuestiones de partido, incluso en diarios de larga continuidad como El Nacional (1852-1893) y La Tribuna (1853-1884) (Roman, 2003). Influye en esto, en parte, que los mismcs'tescritores públicos" que en el exilio se habían dedicado al periodismo pasan a ocupar cargos públicos y a tener una relación menos abarcadora y estrecha, más puntual y ocasional, con la prensa, como ilustra inmejorablemente la trayectoria de Sarmiento hasta mediados de los años J870, ya terminado su período presidencial. La incorpora-
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ción de los letrados al seno del Estado a través del cargo oficial (preferentemente como ministros, diplomáticos, profesores) hace que la actividad literaria quede relegada a un segundo plano, dando lugar, ya en la década de 1880, a la figura del escritor gentleman (Villas, 1964), cuya contracara serán los primeros profesionales. Desde la perspectiva de su relación con la política, entonces, será sólo en la década de 1870 cuando se observe un claro declivede la llamada "prensa facciosa" y una reorientación de los emprendimientos periodísticos, junto con la consecuente aparición de varios proyectos de mediano plazo que muestran mayor voluntad de autonomía. Aunque todavía lejos del poder de captación de un público diversificado, la prensa es concebida, antes que como arma de combate político e instrumento partidista, como espacio para el debate de ideas y la formación de una opinión pública, acercándose a los términos con los que Iürgen Habermas (1994) caracteriza los periódicos ingleses y franceses a partir de fines del siglo XVIII. La creación del diario La Nación en J870 por Bartolomé Mitre (1821-1906), así como la elección del eslogan "tribuna de doctrina" -ambos resistentes por casi siglo y medio a la acción del tiempo- son un emblema de ese pasaje. También habla de este cambio radical el hecho de que, en plena década del 80, un grupo de hombres públicos creen un diario como el Sud-América (18841892) con el objetivo de apoyar la candidatura presidencial de Miguel luárez Celman y se planteen para ello estrategias propias de la prensa de opinión (e impensables para una prensa facciosa) que incorporan propuestas de esparcimiento para los lectores, como el folletín. Un artículo pionero sobre la prensa argentina escrito por Ernesto Quesada (1883: 78) a comienzos de los 80 expone, con la ayuda de algunos datos y estadísticas, los cambios que empiezan a observarse desde fines de la década anterior, mientras destaca cómo los periódicos "jamás -salvo raras excepciones, y esto en el diarismo-, producen lucro suficiente para poder exigir la atención completa de sus redactores". Complementariamente, desde la perspectiva de la relación entre prensa y tecnología, en laArgentina de la década de 1870 se anuncia, en ciertos aspectos, la transformación en las relaciones entre espacio y tiempo propia del periodismo moderno de fin de siglo, caracterizado por la importancia de la información, la apuesta a la segmentación de los contenidos y el cambio en la gráfica. En otros términos, por entonces -yen esto es fundamental la introducción del telégrafo de la mano de nuevos diarios como La Prensa (1869) y La Nación (1870)- el periodismo empieza a diferenciarse cada vez más de la prensa política de opinión para -retomando una diferencia ya clásica propuesta por Georges Weill (1992)- acercarse a la prensa de informa-
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ción. Resta todavía, sin embargo, la conformación de un público más extendido y variado que el existentehasta entonces (que coincidía en buena medida con el grupo de los propios escritores y estaba previamente comprometido en el debate de ideas). Ésa es una de las grandes apuestas de los diarios, y las nuevas funciones que asumen, por ejemplo a través de la labor de nuevas figuras como el corresponsal y el repórter, tienen ese objetivo. En ese punto en que el periódico cede a la información y al entretenimiento antes que a la opinión y al debate, a la distracción antes que a lo intelectual, se hace patente el valor del folletín: mientras el espacio folletinesco se presenta sumamente apto para la inclusión de géneros y temas variados, la publicación folletinesca permite sostener la atención a lo largo de las sucesivas entregas. Si un género resulta particularmente apropiado al formato del folletín, ése es la novela; de allí que halle en él un nicho lo suficientemente lábil como para encontrar albergue. El único requisito para que este encuentro sea productivo y se convierta en un hábito es la continuidad del medio periodístico. En líneas generales y en el marco de la autonomización gradual de la prensa, cabe decir que mientras la prensa partidista atentaba contra la publicación de novelas folletinescas, la prensa que se desvincula de las coyunturas partidarias, o incluso las excede, requiere no sólo redactores entrenados para cubrir las necesidades básicas del periódico, sino también un género corno la novela, que resuelve la ocupación de uno de sus espacios más importantes en el mediano plazo. Al potenciarse mutuamente, ambas necesidades hacen ya posible la elección tanto de novelas para su publicación folletinesca, como, más adelante, de redactores o autores que emprendan la escritura folletinesca. Ésa es la rendija que abre carnina a la profesionalización del escritor a través del trabajo periodístico. En principio, el repertorio folletinesco más habitual en la prensa rioplatense sigue con algunas variantes el recorrido que había tenido en Inglaterra y en Francia, donde se originó la publicación por entregas en los periódicos. Una vez asociado a la novela o a la crónica novelada y desvinculado de la crónica de ocasión o del relato breve, el folletín publica primero novelas ya editadas en libro y después ~ovelas escritas especialmente para el periódico (Adamowicz-Hariasz, 1999; Meyer, 1996). El caso rioplatense _y frecuente en la América hispana- presenta la particularidad de que las novelas deben ser traducidas para su publicación, lo que implica la necesidad de contar entre los redactores del periódico con alguien que maneje otra lengua y sea capaz de reconvertir el original (generalmente francés) al castellano. Así -como lo muestra el ejemplo pionero de Sarmiento-, resulta que Sue es traducido casi contemporáneamente a su salida en Francia, como también lo será Émile Zola a partir de fines de la década de
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1870. El manejo de lenguas y la traducción se convierten, de ese modo, en
destrezas del periodista en vías de profcsionalizacíón. como lo deja en claro Roberto Payró (1909) cuando relata que su ingreso al diario La Patria Argentina hacia 1885 se debió al hecho de haberle jurado a su director que dominaba más de cinco idiomas. Además de los novelistas europeos -todos ellos profesionalizados hacia mediados de siglo-, también resultan colaboradores privilegiados del folletín los hombres y las mujeres de letras que encuentran allí un espacio lo suficientemente hospitalario como para alojar, eventualmente, una novela o relatos de carácter misceláneo en los que predominan la crónica de viaje y la fantasía científica. Excepcional por sus resultados, en este sentido, resultó Una excursión a los indios ranqueles (IS70), de Lucio V. Mansilla (1831-1913), publicado por el diario La Tribuna, de los hermanos VareIa. Sin embargo, la explicación de este proceso sería incompleta si no se tuviera en cuenta el hecho de que la prensa, en su misma consolidación, se transforma en el motor de la constitución de un mercado de bienes culturales (Laera, 2004). En efecto, a medida que se va conformando, el mercado presenta ciertas inclinaciones o exigencias en relación con los contenidos y con las formas de procesarlos. Frente al interés más acotado que provocan los artículos de costumbres o los relatos cortos, por ejemplo, las preferencias recaen decididamente en el suspense que maneja el novelista. Si bien es cierto que hay algunos casos de autores que, aun escribiendo textos de lectura independiente, han generado expectativas entre el público e incluso convocado a sus propios lectores (como las causeries del mismo Mansilla en el diario Sud-América entre 1888 y 1890 o, ya más adelante, las famosas "aguafuertes" escritas por Roberto Arlt desde fines de la década de 1920 ya lo largo de la de 1930 para El Mundo), el recurso folletinesco más eficaz -en términos del mercado- es el suspenso novelesco. Por último, es imprescindible considerar también que si la prensa se convierte en motor de ese mercado cultural es porque excede en mucho las pocas páginas impresas del periódico. La prensa ofrece, además del espacio de publicación y la retribución económica, un aparato de distribución y una circulación impensable para el ámbito del comercio de libros. Aun cuando todavía se maneja con suscripciones antes que con la venta callejera, aun cuando todavía apuesta al incremento de la compra de ejemplares antes que a lo recaudado por los avisos publicitarios, la tirada que tiene yel público al que llega hacen posibles tanto las modificaciones internas de la propia prensa (organización de la empresa, formato, contenidos) como el impulso dado a la constitución de un mercado de bienes culturales. De allí que pueda decirse -como lo advirtió tempranamente Ernesto Que-
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sada (1883) y como lo estudió Adolfo Prieto (1988) al analizar la "configuración de los campos de lectura" en el lapso que nos ocupa- que el público argentino ha sido, desde sus inicios, un lector de diarios y periódicos. Todos los elementos y factores mencionados (prensa y mercado, escritores y público, géneros y formatos) convergen en la década de 1880 y hacen posible la emergencia de los profesionales de las letras a través de la prensa periódica de una manera que no se ha dado en otros países latinoamericanos. En Chile, por ejemplo, además de la temprana constitución de una sociedad civil, se vivió un proceso de interacción de la Iglesia y el Estado en la formación de un público nacional que requirió figuras de autor profesionales desde mediados del siglo XIX (Poblete, 2003); en el Brasil, para dar un caso muy distinto, la rápida y exitosa introducción de los folletines europeos desde los años 1830 formó un público consumidor de novelas que fue decisivo en la posterior demanda de periódicos (Meyer, 1996). En la Argentina, en cambio, se trata de un momento muy definido, que funciona a modo de umbral de la constitución de un mercado editorial propiamente dicho y que acarrea, por su misma intensidad, nuevos conflictos. Como si se concentrara en unos treinta años un proceso que en Francia o Inglaterra había llevado mucho más tiempo -por citar sólo los dos modelos paradigmáticos de la modernización cultural occidental para América Latina-, el campo cultural rioplatense parece ponerse en sincronía con la escena cultural europea y entrar en el tiempo de la modernización que habían soñado en vano los letrados románticos. Era posible, finalmente, hacer de las letras una profesión.
PROFESIONALES EN LA PRENSA
"El periodista -escribe Martín García Mérou (1862-1905) en un artículo publicado en 1893- es, ante todo, un improvisador." Y describe enseguida su tarea: "En el corto espacio que media de un día a otro, debe afrontar todas las cuestiones, analizar todos los problemas, formular un juicio sintético y acertado sobre asuntos que se suceden y varían como las figuras de un caleidoscopio" (García Mérou, 1893:17). García Mérou -que, antes de dedicarse a la diplomacia, animó con sus críticas literarias, a través de las páginas del diario Sud-América, las más importantes polémicas culturales de los 80- da una definición del periodista en el momento en el que esta figura se encuentra en plena transformación. Aunque ignore el aspecto laboral o mercantil de su tarea, la definición da cuenta de dos rasgos de la
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figura del periodista, uno de larga pervivencia y otro en retirada, que suponen la instancia de profesionalizacíón: la noción de improvisación como una característica opuesta al estudio o a la preparación previa, que ingresará al imaginario en torno del periodista oponiéndolo al hombre de letras o al escritor; y la idea de la disponibilidad total, que con la modernización progresiva de la prensa y la creciente especialización pronto perderá vigencia. La convivencia de estos rasgos que responden a imágenes de efímera compatibilidad en el interior de la prensa es el síntoma de una situación excepcional para quien trabaja en un periódico. Es en ese momento cuando el periodista es todavía un hombre de letras y tiene disponibilidad total, o sea ese momento en que se abren las puertas de la profesionalización, cuando el redactor puede convertirse en escritor. Ahora bien: iquiéncs son esos escritores que pueden convertirse en profesionales? ¿Quiénes son aquellos que tienen disponibilidad para dedicarse al periodismo y quiénes aquellos que están en condiciones de dar el salto que los convierte en escritores profesionales? ¿Qué posición ocupan en el campo de la sociedad y de la cultura? Si bien es cierto que quienes ejercen el periodismo son en buena medida aquellos que ven la prensa como un espacio donde ejercer una confrontación de ideas que complementa prácticas políticas más específicas, algo ha cambiado para los hombres de letras que se dedican a esa suerte de periodismo modernizado del último cuarto del siglo XIX. Los que se profesionalizan son aquellos escritores que, por motivos diversos que combinan lo político con lo privado, se han colocado fuera de la esfera del Estado y que, como consecuencia de su propia posición social de origen, se hallan a partir de entonces en una posición de disponibilidad laboral total para entregarse al trabajo periodístico. Entre ellos, los que están en condiciones de dar el salto que los convierte en escritores profesionales son aquellos que, mientras prueban o inventan temas, estilos y géneros en la práctica periodística cotidiana, abandonan progresivamente los contenidos más coyunturales y se dejan llevar por intereses más literarios. En la década de 1880, la profesionalización del hombre de letras tiene dos inflexiones básicas: el periodista profesional y el escritor profesional. Por entonces, ser un trabajador del periodismo implica la consagración al espacio de la prensa: selección y elaboración de los contenidos, trabajo de campo o de archivo, redacción de todas las secciones, dominio de la opinión y de la información, traducciones, diseño y edición de cada entrega. El escritor profesional, en cambio, es quien, desde o a través del espacio de la prensa, se constituye en un escritor diferenciado respecto del trabajador del periodismo: en primer lugar, se distingue por tener a cargo ciertos textos que elabora y redacta de modo que su condición periodística (en
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general son crónicas de costumbres y faits divers preferentemente policiales) se reconvierte en condición literaria (en general crónicas literarias o folletines); en segundo lugar, gana un nombre de autor e ingresa como tal en el mercado de las letras que, en el mismo movimiento, está contribuyendo a formar. Lo que tienen en común, fundamentalmente, es que ambos reciben un salario por su trabajo para el diario que se mide en relación con el tiempo que se le dedica y el caudal de material que se entrega en ese tiempo. La profesionalización pasa ante todo, en este momento inicial, por la retribución económica a cambio de un trabajo específico. Aunque estrechamente vinculados en la prensa rioplatense del último cuarto del siglo pasado, el periodista profesional yel escritor profesional no deben, sin embargo, ser confundidos. Por un lado, el periodista resulta ser la condición de la emergencia del escritor profesional, en la medida en que éste se configura a partir de aquél. Pero, por otro lado, en cuanto el mercado incipiente de bienes culturales empieza a constituirse en términos de mercado editorial, ambas figuras se independizan, si bien un mismo escritor -y esto es bastante frecuente- puede ocupar ambas posiciones a la vez. La relación entre periodista y escritor en el marco profesional que da la prensa, y de acuerdo con una cierta periodización de estas figuras entre 1880 y 1910 aproximadamente, tiene diversas variantes. La instancia inicial habilita, precisamente, la diferenciación: un redactor consagrado a la prensa y en total disponibilidad, o sea un periodista profesional, se posiciona como autor reconvirtiendo ciertos géneros periodísticos en literarios y dedicándose de allí en más a esa nueva tarea en la prensa, o sea la de escritor profesional. El paradigma de este movimiento es Eduardo Gutiérrez (1851-1889), quien escribió casi treinta novelas folletinescas entre 1879 y 1886 para La Patria Argentina (1879-1885) y La crónica (1883-1886), diarios en los que trabajaba como periodista de tiempo completo. El camino abierto por Eduardo Gutiérrez para el periodista que consigue hacerse escritor profesional a través de la prensa periódica culmina hacia el Centenario con una figura emblemática como la de Roberto Payró (1867-1928), quien trabajó durante treinta años como cronista de La Nación, publicó parte de esa producción en volumen y aprovechó ciertas circunstancias propicias para la escritura de obras teatrales y novelas. Esta variante de la relación -la más extendida, productiva y reciclada a lo largo de los años- presenta a un periodista profesional en el sentido fuerte del término que construye en el interior del diario un espacio propio reconocible, generalmente por la escritura de crónicas o de alguna sección idiosincrásica, y que, gracias a eso pero paralelamente, crea una zona exterior a la prensa reservada a una literatura pretendidamente no periodística.
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Junto con estas configuraciones de escritor, que suponen prácticas específicasde escritura como el trabajo en la oficina de redacción y la entrega diaria, también la prensa busca sus propias figuras de autor, sus firmas, afuera de las páginas impresas. Hay allí otra variante -rarnbién extendida, aunque con otras inflexiones, a la actualidad- de la relación establecida entre el periodista y el escritor que ha caracterizado sobre todo a la prensa finisecular y que asume características particulares: el escritor se define como artista y su actividad periodística está de entrada acotada a una colaboración especial como la escritura de crónicas (que se convierten, de hecho, en crónicas de autor). La instancia del periodismo se pretende, en estos casos, desvinculada por completo de la producción artístico-literaria, pero el artista se apoya en ella, en definitiva, para sostener esa misma obra literaria. Si bien muchos escritores latinoamericanos se manejaron con ese doble perfil que se aglutinó alrededor del éxito finisecular de la llamada crónica modernista (Manuel Gutiérrez Nájera, Enrique Gómez Carrillo.Manuel Ugartc), evidentemente la figura de Rubén Daría (1867-1916) es en este caso ejemplar. Su prolífica participación de más de dos décadas en La Nación con sus crónicas desde España o desde Francia, con sus crónicas de costumbres y con sus retratos literarios, presentan una conflictiva situación de profesionalización para el escritor artista, dado que no depende de la producción que considera más genuina sino de la producción condicionada por el mercado. Mientras que en el caso ilustrado por Eduardo Gutiérrez hay una suerte de reversibilidad entre el periodista y el escritor (y, más específicamente, entre el cronista y el novelista), en el caso que representa Payró la relación tiende a producir una traumática frustración, y en el que ejemplifica Daría es de paradójica dependencia. Ahora bien: ¿cuáles eran exactamente los conflictos", ¿por qué el dramatismo con que se vivían estas situaciones? Si nos centramos en las circunstancias del escritor que trabaja en la sala de redacción, y dejamos de lado la especial situación del artista que colabora en él-de la que no nos ocuparemos particularmente aquí-, se observan cambios graduales entre 1880 yel Centenario vinculados con la diversificación de las funciones a cumplir en el diario pero no con la dedicación de tiempo completo, a lo que se suma la transformación del formato del diario, que pasa a tener muchas más páginas. Así,tanto la labor como la escritura periodística se presentan como prácticas cada vez más inconciliables con la producción estrictamente literaria, que es donde el profesional parece tener puesto su deseo. Eduardo Gutiérrez nunca llegó a imaginar, probablemente, la posibilidad de ponerse a escribir por fuera del periódico, pero fue justamente su temprana muerte al finalizar la década la que alimentó la imagen del hombre consagrado a
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los ritmos de la escritura y la publicación periodísticas que terminaron consumiéndolo (Rojas, 1960: 11). Es cierto que la oficina donde se hacía La Patria Argentina no puede compararse con la agitada sala de redacción de La Nación, pero Payró -que conoció ambas- se quejó a lo largo de toda su vida de la intensa dedicación que le demandaba la labor periodística. En cierto modo, los cambios introducidos en la prensa entre 1880 y 1910 parecen no haber surtido el suficiente efecto en los escritores o, a la inversa, la misma profesionalización abrió un horizonte de expectativas que los diarios ya no podían cumplir ni en lo económico ni en lo artístico-literario. Comparado con las empresas personales de publicistas como Sarmiento o Mármol, y con las empresas familiares de los Varela (La Tribuna), los Gutiérrez (La Patria Argentina, La Crónica) o los Mitre (La Nación), el trabajo en un periódico totalmente ajeno implica una situación de dependencia que, así como abre las puertas a la autonomía respecto del cargo oficial, tiende a volver a cerrarlas en el marco, ya no del Estado, sino del mercado (cf. Ramos, 1989). En ese punto, emerge otro de los grandes conflictos que atraviesan la relación entre el perfil periodístico y el perfil literario del escritor: el antagonismo entre el móvil artístico y la mercantilización, que surge en la discusión alrededor de Eduardo Gutiérrez, el primer profesional de la Argentina, y sus novelas folletinescas.
EDUARDO GUnÉRREz EN LA PATRIA ARGENTINA: LAS NOVELAS POPULARES
Si el periodista profesional está en condiciones de pasar de la caza de noticias a la redacción de las diferentes partes del periódico, del registro de los hechos al ejercicio de la imaginación, de la selección de contenidos al trabajo de edición, ¿por qué no sería posible que ese periodista que debe ocupar el espacio del folletín a pie de página lo haga, eventualmente y dadas ciertas circunstancias, escribiendo él mismo una novela? La trayectoria, breve pero intensa, de Eduardo Gutiérrez funciona a modo de respuesta explicativa para esa pregunta. Proveniente de una familia dedicada, entre otras actividades, al periodismo, Gutiérrez encuentra allí un medio de rápida inserción. Sin embargo, al igual que sus tíos y hermanos, Eduardo no hizo del periodismo, hasta fines de 1879, una labor excluyente. En su juventud, entre fines de la década de 1860 y comienzos de la de 1870, Gutiérrez probó suerte en la prensa pero, enseguida, optó por dedicarse a la carrera militar (Rivera, 1967). Después de participar en la lucha de fron-
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teras contra el indio, cuestiones políticas y diferencias partidistas irreconciliables lo llevaron a desvincularse por completo del ejército enviando una carta pública de renuncia. Retorna entonces al seno del periodismo, haciendo de él su medio de vida desde el momento en que, hacia fines de 1879,ingresa como redactor al matutino La Patria Argentina, que había creado José María Gutiérrez y del que participaban todos sus otros hermanos. Eduardo Gutiérrez entra definitivamente a la prensa en un momento muy particular: cuando se producía una decidida modernización tecnológica y se daba un aumento de las capas lectoras, aunque las condiciones de trabajo aún no se habían modificado. La Patria Argentina apunta a un público nuevo y ampliado que anticipa en la Argentina las búsquedas que definen la prensa popular al usar estrategias vinculadas con el entretenimiento de los lectores, el gusto por el escándalo y el atractivo de los hechos asombrosos o policiales, antes que con la presentación de noticias de interés general y de artículos políticos (Williams, 2003). Pero 10 hace sin cambiar el diseño tradicional de los periódicos y sin contar con suficiente infraestructura. La tarea de Gutiérrez como redactor era, en ese contexto, totalmente indiferenciada (hacía un poco de todo y no firmaba sus textos), aunque a la luz de los folletines que escribiría poco después es posible identificar algunas de sus primeras contribuciones. La sección de las "Variedades policiales",que responden al modelo de los faits divers franceses, estaba a cargo de Gutiérrez y es la que dará inmediato origen a las novelas folletinescas, además de introducir la temática policial, que será uno de los platos fuertes del diario. Si, por combinar el asombro ante la causalidad monstruosa con la autonomía respecto del resto del periódico (Barthes, 1967),la "variedad" o faits divers captura el interés de distintos tipos de lectores y abre el camino para la crónica policial, también resulta un buen ejercicio de imaginación y un fuerte entrenamiento narrativo. Cuando Gutiérrez ya haya pasado a La Crónica, el jovencísimo Payró que ingresa como traductor al diario se hará cargo enseguida de las crónicas policiales a pedido de Juan Gutiérrcz, ya sea tornándolas de Tribunales, copiándolas de la prensa extranjera o, incluso, inventándolas. Pese al rechazo que más tarde le provoca ese tipo de historias, Payró (1889)capta su inmensa eficacia: "y sin embargo -rccuerda en un artículo periodístico- no dejo de comprender que el modo de don Juan era excelente, en lo comercial al menos, pues La PatriaArgentina se vendía como pan bendito, sobre todo los lunes, día en que no aparecían los otros diarios de la mañana': Ése es el contexto en el que está escribiendo Eduardo Gutiérrez y en el que se convierte en novelista profesional. El proceso es rapidísimo y todas las condiciones están dadas para su éxito. Gutiérrez inaugura la sección
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"Variedades policiales", que ocupa las dos últimas columnas de la primera página, el 2 de noviembre de 1879 con la historia del bandido español Antonio Larrea, que había asolado Buenos Aires unos años antes. Al terminar su relato en dos entregas, inicia la historia de "la mujer degollada" protagonizada por un súbdito inglés, que abarca la sección del lunes 10 y el martes 11 de noviembre. Es entonces cuando descubre nuevos datos de la vida de Larrea y retoma el relato que supuestamente había terminado una semana antes, expandiendo la historia a lo largo de más de una semana. En ese mismo momento, como aprovechando las posibilidades de "relato novelado de lo real cotidiano" propias de los faits divers (Meyer, 1996: 94), la variedad policial se convierte en una novela folletinesca, aunque no ocupe todavía el pie de página. Para hacer aun más patente este proceso, y mientras el 15 de noviembre el diario promete para la sección "otras interesantísimas y no menos verídicas historias", el "redactor especial" suspende una entrega porque debe cubrir una noticia periodística en la campaña. Según anuncia a su regreso y al tiempo que retoma la historia de Larrea, en ese viaje encontró material para una nueva historia: la vida de Juan Moreira, el célebre gaucho perseguido por la justicia a mediados de la década. Como puede verse, las "variedades policiales" no son noticias de actualidad y su punto fuerte es que narran casos excepcionales. El nuevo viraje que les da Gutiérrez al escribir su famoso folletín JuanMoreira es que ya se tratan de novelas populares con gauchos (Laera, 2004). Dos cuestiones definen la transformación final: las historias pasan a ocupar el espacio del folletín con el título "Dramas policiales'ly después se editan en libro, y Eduardo Gutiérrez deja de ser un anónimo "redactor especial" para convertirse en autor. Por un lado, La PatriaArgentina usufructúa el éxito de las historias -que se traduce en los once mil ejemplares a los que trepa la tirada en poco más de dos meses- pasándolas al pie de página y haciéndose cargo la imprenta de la publicación de las historias en folleto durante los casi cuatro años en los que Gutiérrez trabaja allí. Por otro lado, más allá del móvil periodístico inicial que pudo haberlo guiado, Gutiérrez se convierte en novelista, como se hace evidente en la última entrega de Antonio Larrea, o sea un día antes de dar inicio a la historia de Moreira, cuando por primera vez pone su firma al final del relato: Ésta es la biografía, escrita a grandes rasgos, que compendia la vida criminal del bandido que nos ha ocupado más de 20 días. La ofrecemos a nuestros lectores, como el prólogo de las muchas historias de este género que seguiremos publicando. Eduardo Gutiérrez (jueves 27 de noviembre de 1879).
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Ahora bien: ¿en qué radica lo estrictamente profesional del novelista? Partiendo de la plataforma del periodista profesional, el novelista se identifica como tal tanto por la continuidad que hace posible la composición de casi treinta folletines en seis años como por un ritmo de trabajo intrínseco a la escritura y a la publicación folletinescas. Según el recuerdo de su hermano, Gutiérrez escribía mientras tenía pluma, tinta y papel, sin detenerse [... ]. Así se hacía folletín para varios días, el que llevaba a la imprenta, y estaba fresco para sus otros trabajos. Cuando le avisaban que el original del folletín se había agotado, leía el último folletín publicado y con sólo esto se ponía al corriente y continuaba (Rojas, 1960: n, 94-95). Después de La PatriaArgentina, donde publicó, además de Juan Moreira. otras exitosas novelas populares con gauchos como Juan Cuello (1880) y HormigaNegra (1881) y folletines como Eljorobado (1880) YDomingaRivadavía (1883), Gutiérrez pasó a integrar el diario La Crónica, dirigido por su hermano Carlos, cuyo gesto tempranamente modernizador para el Río de la Plata incluyó la división en secretarías de redacción especializadas y la diversificación de funciones (Roman, en prensa). Allí, donde permaneció hasta el final de su vida, Gutiérrez ocupó la secretaría de la sección literaria y publicó muchísimos folletines agrupados en temas diversos (policiales, históricos, militares), como Cario Lanza (1884),EI Chacha (1884),
Pastor Luna (1885) e Ignacio Monges (1886). Como demuestra Raymond WilIiams (2003) en su análisis de la prensa popular en Gran Bretaña, la expansión lectora que estimula las ventas y -podernos agregar para el caso argentino- contribuye a la profesionalizació n del escritor, no puede explicarse únicamente por la alfabetización creciente. Más bien, es el encuentro entre un nuevo público disponible (incipientemente masivo) y un género original (la novela popular de terna nacional) en el espacio de la prensa lo que provoca la expansión lectora y, con el consecuente aumento de la demanda, la paulatina constitución y consolidación de un mercado editorial en términos modernos. Basta confrontar las efímeras colecciones de pretensiones populares que surgieron entre 1878 y 1885, cuyo material "no buscaba ajustarse al gusto del nuevo público lector" sino al revés (Pastormerlo, 2006), con el éxito sostenido -en folletín y en folleto- de las novelas populares de Cutiérrez, en las que el protagonista privilegiado fue el gaucho y uno de sus objetivos el afán de justicia. En el caso de Gutiérrez, la prensa no sólo recorre el circuito completo que hace la novela popular del diario al libro (producción, publicación,
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distribución del folletín, y edición y recepción de la novela), sino que también se hace cargo de la retribución material y de la retribución simbólica del novelista. Si, teniendo en cuenta el ritmo febril de producción, la primera parece haber sido insuficiente, algo distinta fue la suerte de la compensación simbólica en vida del escritor. Es cierto que Gutiérrez no logró acumular ningún capital simbólico que lo sobreviviera y superara las críticas a sus folletines: presentan un "interés enfermizo': declara Martín García Mérou (1886: 15),exhiben una "rara laboriosidad", señala Juan A. Piaggio (1889: 125), "están escritos sin principal preocupación de arte", dice todavía en 1902 Ernesto Quesada (1983: 137). Sin embargo, los dos diarios en los que trabajó acompañaron la salida de las novelas con una suerte de aparato crítico que constaba de reseñas, sueltos, avisos y cartas de lectores que lo avalaron y cuya culminación es un suelto dcl zo de marzo de 1880 en que se lo declara el "creador del romance popular". Desde ya,si bien las condiciones de la profesionalización del escritor están dadas, esto no sucede ni con todos los hombres de letras o periodistas, ni en todos los medios de prensa. Teniendo en cuenta que los procesos no son necesariamente evolutivos, sino graduales, con sus ciclos, vaivenes y matices, resulta más claro detectar la posición profesional que asumen ciertos escritores en el campo cultural que la de las figuras de escritores profesionales bien definidas. Eso explica mejor la participación de Julio Llanos y de Rafael Barreda en La Patria Argentina: casi desconocidos en la actualidad por su labor literaria, ambos escribieron largos novelones folletinescos con escasa suerte literaria pero con un éxito entre el público que recogía el caudal dejado por Gutiérrez.Asimismo, las novelas escritas por Lucio V. López, Paul Groussac y el propio Garda Mérou para Sud-América a mediados de los años 80 no implican que ellos hayan sido novelistas profesionales, sino que entre sus estrategias como redactores de un diario para captar mayor cantidad de público, y aun en carácter de instrumentos políticos (Esposito, 2006), decidieron escribir folletines, cuyo móvil periodístico quedó rápidamente obliterado por su pertenencia a la cultura letrada. En definitiva: es cierto que hacia el Centenario la figura del escritor profesional-ya sea autor de crónicas, de relatos o de novelas- aparece más claramente delineada, pero se trata de un momento culminante que difícilmente puede entenderse en toda su complejidad si se lo desvincula del proceso de profesionalización iniciado en la prensa periódica a comienzos de la década del 80. De hecho, no sólo Eduardo Gutiérrez sino también Roberto Payró y Fray Mocho (José S. Álvarez) se formaron en La Patria Argentina.Ese período de formación, no por ser fugaz en comparación con sus respectivas trayectorias en el diario La Nación o en la revista Caras y
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Caretas, deja de ser una matriz de los modelos de escritor profesional que fueron perfilándose en las décadas siguientes. A la vez, tampoco puede comprenderse la dimensión de la profesionalización en la Argentina del Centenario si se pierde de vista que, pese a la estampida del mercado de bienes culturales entre 1880 y 1910 de la mano de la prensa periódica, de allí en más Jos períodos de alto profesionalismo serán intermitentes, el mundo editorial sufrirá muchos altibajos, y la tensión entre las pretensiones de autonomía, los reclamos de la política y la cooptación del Estado seguirán pautando la producción intelectual.
CRONISTAS DE FIN DE SIGLO
Es tan injustificado separar la figura del escritor profesional-tal como se la observa en el Centenario- de su emergencia en la década de 1880, como lo es separarla del escritor artista. Además de que se trata de dos posiciones de escritor posibles de ser asumidas hacia el fin de siglo, cada figura ofrece de la otra su propia versión. Y,en ambos casos, el periodismo se presenta como un recurso compartido para vivir de la literatura. Rubén Daría -acosado permanentemente por la necesidad de cumplir encargos de la prensa para solventar su producción artística- se refirió innumerables veces a la labor periodística."Un intelectual no encontrará en la tarea periodística sino una gimnasia que lo robustece" -edvierte en un texto enviado a La Nación desde París y publicado el ro de abril de 1901-. El repórter tiene una misión que parece modesta y, sin embargo, es interesantísima y vasta. Lo que sí hay que tener presente es que el repórter ha de saber su oficio, y una de las principales condiciones de su oficio es escribir bien. El repórter puede tener un estilo. Una noticia ganará en novedad yen interés, como esté mejor escrita (Daría, 1977: 81). No importa tanto si sus declaraciones -que a veces contradicen las opiniones vertidas en su correspondencia privada- se deben a la condescendencia frente al trabajo del colega o a la convicción, sino el hecho de que fueron ampliamente leídas por sus contemporáneos y por el público en sus escritos para la prensa periódica. La importancia que le otorga a la escritura por encima de las constricciones impuestas por el medio en el que se escribe le permite detectar el "estilo" que distingue al artista, tal como lo hace en el prólogo a las Crónicasdel boulevar de Manuel Ugarte (1903: 1):
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"Es una labor de periodista, pero no extrañéis si encontráis a veces al filósofo en el corresponsal, y en el rcpórtcr al poeta". Roberto Payró, por su parte, defiende los derechos del escritor-periodista sobre su obra, pero ello no obsta a que vea en esa tarea, que es la suya propia, una producción devaluada que atenta contra una producción independiente. En la "silueta" que escribe a la muerte de Fray Mocho, con quien se inició en la prensa, muestra todas las variantes de una verdadera vida de escritor-periodista: la redacción en un periódico.la venta de artículos, el fracaso de los ensayos literarios, la falta de público, la escasez de beneficios económicos, la renuncia a la consagración. Pese a todo, "el que escribe tiene que caer al periodismo, secarse en la tarea ramplona, deprimente y destructora, o reventar" (Payró, 1931: 87). Todas estas opiniones, que pueden ampliarse con las alusiones del propio Fray Mocho, con los escritos periodísticos de Manuel Ugarte y algo después Horacio Quiroga, o con los recuerdos de Roberto Giusti y de Manuel Gálvez, tienen como telón de fondo el estado del campo cultural del fin de siglo al Centenario y los conflictos que conlleva la progresiva distinción entre la actividad periodística y la actividad literaria. Por lo menos cuatro son las cuestiones centrales y en ellas se evidencian las modificaciones respecto de la etapa anterior: los modos de acceso al periodismo, los tipos de periodista y su vinculación con la actividad literaria, las nuevas formas de agrupación entre escritores, y la relación con el mercado de bienes culturales. En cuanto a los modos de acceso a la prensa, las formas tradicionales conviven con las modernas (Altamirano y Sarlo, 1983: 78). El ingreso de Payró a La Nación responde a estas últimas: entre 1891 y 1892, José Miró lo presenta a Julio Piquet, secretario de redacción del diario, quien tras mucho insistir le consigue un encargo como repórter que cumple tan bien que entra a trabajar en la redacción. Por un lado, el acceso de Payró muestra que diferentes ideologías y proyectos de escritor pueden compartir sin conflictos un mismo campo cultural, ya que el introductor es Miró, quien con el seudónimo de Julián Marte! había publicado con éxito su novela La Bolsa corno folletín de La Nación, era redactor del diario y, sobre todo, tenía puestas sus expectativas en la poesía y se haría muy amigo de Daría en su inminente estada en Buenos Aires; por otro lado, la escena subraya que la obtención del puesto en el diario responde a la meritocracia y no a las recomendaciones, ya que es el éxito del primer reportaje de Payró. al que Piquet califica de "periodismo moderno': lo que motiva el ofrecimiento laboraL Ambas características del acceso de Payró a la prensa muestran que lo nuevo es fundamental en este ingreso, pero no entendido como un corte con lo anterior, sino como una inflexión que subraya la profesionalización
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del campo. Es oportuno recordar que, entre su iniciación en La Patria Argentina (y su paso fugaz por otros diarios) ysu trayectoria en La Nación, Payró probó suerte montando su propia empresa periodística con el pequeño capital que heredara de su padre. Así, creó La Tribuna, un diario de provincias que fue un fracaso empresarial, si bien parte de los artículos escritos por entonces los recicló después en colaboraciones esporádicas para otros diarios. Payró no abandonará nunca una suerte de búsqueda de cómo insertarse en e! periodismo: cuáles son las tareas, cuáles los derechos, cuál es el reconocimiento, cómo se construye en la prensa la figura de autor. Las crónicas que escribe en La Nación sobre todo después del 900 vuelven una y otra vez sobre esas reflexiones e incluso con ese sentido pueden pensarse los variados y numerosos seudónimos que usa a lo largo de su carrera (en los 90, entre otros, Iulian Gray, Tomasito Buenafé, Gustavo Collier; más tarde, Arlequín y Riquet, y el ya paródico Magister Prunum hacia el final de su vida). Otra variante de inserción periodística es la de Fray Mocho, quien alterna el perfil de un periodista moderno con formas tradicionales de sostén económico como el puesto oficial (en su caso, por ejemplo, como comisario). Como periodista, Fray Mocho conoció la disponibilidad total: en La Patria Argentina escribe noticias, monografías y hasta folletines; paralelamente, vende artículos sueltos a otros diarios; prueba suerte también con un par de colecciones de cuentos en el exiguo mercado editorial mientras insiste en el diarismo desde La Nación; finalmente, se destaca por el emprendímiento del novedoso y exitoso magazine Caras y Caretas (1898-1941),donde contribuye también con sus artículos de costumbres. Como director de este "semanario festivo, literario, artístico y de actualidad': José S. Álvarez abre un nuevo camino para el escritor profesional, que encuentra en la colaboración para las revistas un espacio de producción y de publicación. Ahora bien, una forma tradicional de ingreso al mundo de la prensa, que convive con el uso de cartas de presentación, es utilizar las conexiones familiares, como sucede diez años más tarde con Manuel Galvez, quien, quizá por eso mismo, prefiere dar en sus memorias una versión totalmente opuesta. Según recuerda, se dirigió "vestido un poco a lo bohemio", ante e! secretario de redacción de La Nación, llevándole un artículo sobre el primer libro de Ricardo Rojas, al que caracterizó de "alegórico, simbólico, un poco raro"; por eso, y"aunque era muy malo", fue publicado enseguida, de lo cual se enorgulleció "pues no era fácil, para un muchacho, colaborar en La Nación" (Gálvez, 1961: 38). Por último, hay un acceso circunstancial -vinculado tanto con la recomendación como con el nombre de autor- que es el que propician hacia
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fines de siglo los suplementos dominicales y los nuevos magazines. Escritores como Leopoldo Lugones (que se inició en el trabajo periodístico antes de optar por el cargo oflcial ) o, en las primeras décadas de! siglo xx, Horacio Quiroga (que sostendrá paralelamente su trabajo como articulista o comentador), ofrecen sus relatos a diversos medios, en especial revistas, y tienen una presencia importante en la prensa debida a su producción literaria, que después será recogida en volumen. Como se desprende de lo anterior, también la gama de posiciones profesionales ha variado, ya que hay más chances para el escritor de contribuir a la profesionalización a través de la prensa sin ser un trabajador del periodismo. Mientras el escritor-periodista sigue asociado a la figura del cronista por medio de sus nuevas derivaciones, como el repórtcr y el corresponsal, en la medida en que logra sacar provecho del género crónica o reportaje en tanto autor, el articulista -en particular cuando hace costumbrismo- es más proclive a ser identificado con la literatura que con el periodismo. A estas actividades se suman otras de claro cuño periodístico pero ligadas al mundo intelectual, como la reseña o comentario y la traducción. Al mismo tiempo, existe la posibilidad de asumir la posición de colaborador free-lance y participar de la prensa en tanto escritor, es decir, hacer el camino inverso del cronista. No se trata de seleccionar entre la producción periodística aquella que puede pasar al libro y convertirse en [iteratura.como La Australia Argentina de Payró (publicada en el diario La Nación y en libro en el mismo año de 1898).Tampoco se trata de ser contratado por un diario para, en carácter de autor, ser una suerte de corresponsal en los Estados Unidos o en Europa y escribir crónicas, como fue costumbre de La Nación, diario pionero en el reclutamiento de firmas importantes con la de José Martí a comienzos de los 80. Se trata -como ya indicamos- de seleccionar de la producción literaria aquello que puede pasar por la prensa antes de recalar en el libro. Tan demandante puede ser este camino profesional que hay casos, como el de Quiroga, en el que muchísimos cuentos nunca fueron, por diversos motivos, recogidos en libro por su autor. Quizás el cambio fundamental respecto de los años 80 es que si en la etapa anterior del proceso de profesionalización la condición era la retribución económica fija y continuada a cambio del trabajo del escritor, en los primeros años del siglo xx el aspecto puramente económico (que será visto, por otra parte, como el camino a la mercantilización de la literatura) es insuficiente. Como señalan Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo (1983: 80), la profesionalización fue acompañada "de un movimiento vasto de reflexión acerca de la propia actividad literaria, del surgimiento de nuevas formas de sociabilidad entre intelectuales, de la imposición de instancias
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de consagración y cooptación, de polémicas sobre la legitimidad cultural". Ante todo, de lo que habla este cambio es de la posibilidad de encontrar medios genuinos de profesionalización que no deriven del trabajo periodístico. Si bien esto es una vía que, a futuro, no obstará para que siga existiendo la figura del escritor-periodista, la constitución hacia el Centenario de un mercado editorial en el sentido moderno plantea un nuevo estado del campo cultural. En ese marco hay que ubicar la creación de la Sociedad de Escritores, uno de cuyos protagonistas -y primer presidente provisorio- es Roberto Payró, quien en carta a Rubén Daría del 6 de diciembre de 1906 declara haber tenido la iniciativa para formar la sociedad y haber redactado los estatutos: Tú debes escribir una correspondencia a La Nación saludando el advenimiento de esta grande obra común, que ha de dilatarse y engrandecerseen lo futuro -le pide en la carta-o Hazlo y pronto, mi querido Rubén, que los desheredados de la fortuna, al par que multimillonarios del cerebro, te lo sabrán agradecer (Ghiraldo, 1946: 418-419). Ni "camarilla literaria", ni "academia", ni "clan", la sociedad da cuenta de una sociabilidad entre escritores que están en condiciones de institucionalizarse, aunque habría que esperar para ello la instauración de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) en 1928, con Lugones y Quiroga corno presidente y vicepresidente respectivamente. Más allá de eventuales enfrentamientos y de las diferencias generacionales, entre fines de la década de 1890 y el Centenario, casi todos los protagonistas del campo cultural argentino han compartido, en algún momento, proyectos editoriales, redacciones de diarios, comidas periódicas o encuentros en cafés. Esa escena cultural, junto con el terreno apto para la profesionalización que había aprovechado la prensa periódica contribuyendo a la constitución de un mercado editorial, presenta ya nuevas necesidades, nuevas injusticias, nuevos reclamos, entre los que no serán menores la relación entre consagración y éxito y los riesgos de la mercantilización,
ROBERTO PAYRÓ EN LA NACIÓN: LAS CRÓNICAS DEL REPÓRTER
Probablemente la "Crónica de estas 'Crónicas": con la que Roberto Payró (1909: 7-9) abre el volumen donde recopila parte de sus contribuciones periódicas para La Nación durante 1906, sea el texto que mejor expresa
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tanto su relación con el periodismo y la literatura como sus conflictos. En esa suerte de prólogo, escrito a fines de 1908 desde Barcelona, donde se encontraba temporariamente radicado con su familia, Payró explica el motivo que guía la publicación del volumen. No se trata, dice, de buscar "ganancias materiales" ni de "meter un poco de ruido": ni la hora del dinero ni la de la fama han llegado aún para el autor argentino. Una buena razón, en cambio, es que -según opinión de sus amigos- el público debe comprobar sus "condiciones periodísticas", aunque difícilmente lo haga si ignora que "esto no es sino una parte de mi tarea diaria, hecha a tambor batiente, improvisada y febril". Sorprendentemente, Payró coincide con Carda Mérou al describir la tarea periodística, y quizás ello explique que el verdadero motivo que declara para la publicación es tanto su cariño por esas crónicas, pese a las circunstancias periodísticas que les dieron lugar, como el gusto de ver sus manuscritos "en letras de molde". El mismo esfuerzo que pone Payró en unir periodismo y literatura, o sea en la publicación de las crónicas en formato libro, revela, a través de las explicaciones sobre esa publicación, la franja que los separa. Esuna escisión que aparece a lo largo de toda su trayectoria y que Payró sólo logra componer ocasionalmente (en especial cuando escribe desde Europa su novela Divertidas aventuras de Juan Moretra, en 1910), pero no termina de saldar nunca. La caracterización de la escritura y la publicación periodísticas, en el mismo prólogo, lo muestra: Quiero a estas Crónicas, porque en ellas he puesto mucho de mi alma, todo lo que cabía dentro del impersonalismo normal en el diario al que estaban destinadas, y que las honró prohijándolas como prenda propia. Si yo hubiera sido el único responsable de ellas, claro está que se mostrarían más sueltas de cuerpo, más atrevidillas -sin faltar al decoro-, y muchísimo más mías; pero ya eran harto desenvueltas y personales para la correctísima y selecta compañía en que se presentaban, y para el diario que se hacía responsable de ellas, y como padre, debo agradecer a La Nación la indulgencia demostrada a las traviesas hijas de mi escaso ingenio (Payró, 1909: 8). Más que un hogar, en esta descripción el diario viene a ser una suerte de fórceps sobre el estilo, mientras que la noción de autor resulta conflictiva. [De quién son las crónicas, parece preguntarse el escritor? ¿Son del autor en tanto éste se reconozca como periodista? ¿Pero es acaso el periodista por completo un autor, en el sentido en que puede serlo quien se dedica a la literatura?
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Pese a todo, los agradecimientos al diario son insistentes, y en buena medida se vinculan, aun sin hacerlo explícito, con la existencia de un público. El desinterés manifestado por Payró a la hora de publicar el volumen de crónicas ("sin pensar en ulterioridades de reembolso o gloria") se explica por tratarse de una publicación más "sin público o poco menos". En ese punto, la ausencia de público del libro no puede no confrontarse con el público que sí tiene la crónica al ver la luz en el diario. Sólo eso explica que al referirse al "espíritu de sana crítica" que inspira y unifica las crónicas destaque que han sido influyentes: las críticas fueron escuchadas, se llevaron a la práctica algunas iniciativas, se subsanaron algunos errores. «Ya sé que esa eficacia no es tanto de mi palabra cuanto de la gran tribuna en que resonó, dándole una autoridad incomparable -agrcga-; pero, en mi inmodestia, re-objetaré que, en resumidas cuentas, por mucho que a la tribuna toque, algo ha de quedarme a mí" (Payró, 1909: 9). En definitiva, Payró no espera obtener ni lucro material ni lucro simbólico con los libros, que es lo que, malgré fui, sí obtiene con su trabajo como periodista profesional. Los temas tratados en las crónicas, por otra parte, adquieren relieve en la medida en que su origen es periodístico: abolición de la pena de muerte, defensa de los consumidores, relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, funcionamiento de la justicia, ética periodística, legislación laboral para mujeres y niños, derechos gremiales, profesionalización del escritor. Lo que más llama la atención, en cualquier caso, es que entre las críticas mencionadas conviven aquellas sobre la visita de un ministro ("Antes del espectáculo", "La carne es flaca","God save the queen") con las que defienden, en el interior del diario, los derechos de periodistas y escritores ("Una nueva profesión", "Los derechos del repórter" "La casa de los que no la tienen", "El hogar intelectual"). Más allá de lo traumático que parece resultarle a Payró la escisión entre periodismo y literatura, ambas actividades comparten las reivindicaciones de una misma "ideología profesionalista" (Altamirano y Sarlo, 1983: 91). La reflexión sobre la propia práctica se ha dado con frecuencia en Payró, también, a través de la ficcionalizacíón del conflicto entre periodista y literato. Ya en su primera novela, cuyas condiciones de publicación revelan la posición del periodista profesional que se convierte en escritor, se delinean las principales cuestiones. Publicada como folletín en el diario La Opinión pero suspendida por el propio Payró frente al cambio de dueños,Antígana es editada en 1885 en los talleres del diario Sud-América gracias a la suscripción levantada por sus amigos. Allí, tempranamente, aparecen tópicos que serían recurrentes pese al paso del tiempo: la falta de interés de los editores, la venta por suscripción a los conocidos y la entrega en consigna-
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ción a los libreros, la ausencia de lectores, el gusto por los temas escandalosos. Y aparece también la imposibilidad de la conciliación entre literatura y periodismo: la escasa paga por los artículos sueltos anula el único "medio de ganarse la vida escribiendo, y sin dejar de estar libre" (Payró, 1885: 116). Sobre estos temas volverá Payró en otros textos publicados tanto en La Nación como en volumen. Primero, en los cuentos "La paradoja del talento" y "Mujer de artista", escritos a fines de siglo y reunidos en Violines y toneles, de 1908. Después, de manera particularmente dramática, en la obra teatral El triunfo de los otros (publicada en folletín y en volumen, y representada en 1907), donde propone varias alternativas a la triste situación del hombre de letras que, para sobrevivir, debe "vender" su escritura a políticos o a falsos artistas: el puesto en el Estado, el éxito teatral o el empleo en un periódico. Si el puesto estatal es, al menos en este planteo, una actividad administrativa que daría el sustento necesario para una paralela y parcial dedicación a las letras, el éxito teatral resulta el único trabajo genuino de las letras, como lo muestra la propia escritura de El triunfo de Los otros. En cambio, el periodismo no deja de ser una modalidad de negociación que depende del vínculo establecido entre escritura periodística y nombre propio. Aunque se haya dedicado en un momento de su vida a la actividad teatral, aunque haya escrito varias novelas, aunque sus relatos costumbristas hayan alcanzado el éxito, todavía en 1928, a su muerte, la Dirección de la revistaNosotros (1928: 135) define al"hombre de letras" que fue Payr6 diciendo que "nació del periodista, cronista fecundo, infatigable, observador atento y severo de hombres y cosas". Y su amigo Julio Piquet, secretario de redacción de La Nación, declara, también en el mismo homenaje a su memoria, que "en Payró se confundían las dotes del periodista y las del escritor".
POSICIONES INTELECTUALES
Si la profesionalización terminó provocando -a expensas de su impulso inicial-la separación entre el periodista y el escritor, también implicó un distanciamiento del modelo tradicional de intelectual. Sea por los ritmos agitados de la prensa, sea por los riesgos de la mercantilización, el hecho es que el trabajo en los periódicos fue visto en oposición a la actividad intelectual. Sin embargo, es indudable que el repertorio de profesiones intelectuales incluyó a quienes se dedicaban, en términos más o menos estrictos, al periodismo, e incluso que muchos de ellos estaban en condiciones de cumplir ciertas funciones intelectuales que permanecían vacantes.
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A comienzos del siglo, Rubén Darío (1920: 17) registra en varias ocasiones el debate francés al respecto y pone como ejemplo de la relación entre el intelectual y el periodismo a Émile 201a: "ir a la acción es el deber del verdadero pensador de nuestro tiempo" y esa acción, agrega, fue llevada a cabo a través de la prensa y conocida en el mundo por medio de los diarios que difundieron su obra. El telón de fondo de la discusión es, en buena medida, la ola de calumnia a la que se había visto sometido 201a por su participación pública en el affaire Dreyfus (1898), situación que Darío comentaría en varias oportunidades. Ya antes había defendido Daría las posibilidades dadas por el periodismo -en particular en un prólogo escrito en 1896 para una obra de Payró-, en la medida en que se lo usara, no corno "galera de los intelectuales" o "presidio de los literatos", sino como "campo de batalla" (Darto, 1907: 10). Si bien es cierto que no toda toma de partido pública a través de la prensa por parte de un escritor remite a la figura del intelectual, hay que subrayar que muchos de los primeros escritores profesionales asumieron una posición en el marco del periodismo que les permitió cumplir una función intelectual que otros hombres de letras no podían cumplir con la misma eficacia. Es fundamental, en este sentido, que la prensa se erige en este período corno un espacio liberador respecto del Estado, como una salida que ofrece una relativa independencia, al menos hasta que asume sin distingos las imposiciones del mercado. El final de la trayectoria de Eduardo Gutiérrez resulta bastante iluminador al respecto. En su último folletín, Ignacio Monges, de 1886, narra la historia del autor del atentado al presidente Roca ocurrida ese mismo año, cuando es golpeado en la cabeza con una piedra durante el acto público que inauguraba anualmente las sesiones del Congreso. Monges es encarcelado y se inicia entonces una discusión acerca de su responsabilidad en el hecho, discusión que está impregnada de los temas médicos y criminológicos que son cada vez más candentes en el último cuarto del siglo. Tanto es así, que Monges no sólo será objeto de una serie de noticias en los diarios y de dibujos caricaturescos en los que se lo describe corno el autor de un "asesinato político", sino que el mismo Cesare Lombroso lo presentaría como un caso de epilepsia histérica en su libro Losanarquistas (1894). En definitiva, Monges no es un caso policial más o una historia de circulación local, sino que, por la naturaleza de su acción y por el contexto en el que la lleva a cabo, tendrá una proyección internacional. Gutiérrez torna la historia de Monges en el mismo momento en que se lo está juzgando por el atentado, y su elección, previsiblemente, es narrar su vida de manera novelesca: su ingreso voluntario al ejército para parti-
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cipar en la Guerra del Paraguay, su valentía y su entrega a la patria, su compromiso con el partido liberal y, finalmente, el modo en que el Estado ~o abandona sin darle la retribución simbólica y económica que merece. Sin embargo, Gutiérrez. hace algo más que narrar la vida de Monges apastando al género de la novela popular que él mismo había creado. Después de haber escrito unos treinta folletines, en Ignacio Monges recupera algunos de los recursos utilizados al escribir Juan Moreira, su primer folletín con gauchos: presencia fuerte de su figura de periodista o cronista, inte~vención,de~i dida en la actualidad, debate con otros diarios, tono de abierta polémica con el gobierno e interpelación al Estado. Al revés que en su pasaje a la profesionalización Ysu conversión en novelista (donde abandonaba progresivamente las marcas periodísticas), en este último folletín recupera, a medida que se acerca a la actualidad del relato, esas mismas marcas. En otros términos: Cutiérrez, el primer novelista profesional yel novelista más popular de esos años (el escritor legitimado, si no por la crítica, por el público diverso que consumía sus folletines), asume públicamente la defensa del gaucho autor del atentado al presidente Roca. Más todavía: no lo defiende atenuando su responsabilidad, sino poniéndola de manifiesto, e interpela al Estado con toda su carga de novelista popular defensor del "gaucho malo': "Desde el primer momento -escribe- aquel hombre extraordinario asumió toda la responsabilidad del hecho, asegurando que era él el único culpable, y que no tenía cómplices, pues no había obedecido a otras sugestiones que las de su propio corazón:' "¿Estaba loco aquel hombre que de semejante manera se expresaba? No" -responde Gutiérrez- (1933: 10). Si algo caracteriza la defensa de Gutiérrez aparte de su sostenida apuesta por la narración novelesca, es que desmedicaliza el caso a la vez que lo repolitiza. Aunque -pese a Lombroso- el de Monges no haya sido un caso de anarquismo, sí se trata de un episodio de confrontación en la figura del soberano. De allí que la noción de responsabilidad sea fundamental y que, más allá de la función divulgadora y de denuncia p~riodístic~~ue hace Gutiérrez en el folletín, haya que considerar su manejo de un npico terna de debate intelectual. Esto no significa que Gutiérrez posea un capital intelectual superior al estándar, pero sí advierte sobre una suerte de función vacante que sólo puede cumplir un cierto tipo de escritor que puede interpelar al Estado porque se ha desvinculado de él (co~o lo hizo Gutiérrez al renunciar públicamente a su carrera militar en 1879,Justo antes de consagrarse al periodismo). Lejos de la actitud programática propia de los verdaderos intelectuales, y hasta con cierta ingenuidad en el carácter de los planteos, la intervención de Gutiérrez muestra que le es posible asumir una posición de corte intelectual por ser un novelista profesional
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y cumplir una función crítica gracias a su capital simbólico, a su nombre propio y a su independencia respecto del poder del Estado. Este hecho es un breve anticipo de las posibilidades ofrecidas por la prensa al escritor profesional, que Roberto Payró aprovechará mucho más en su tarea de repórter y culminará con el episodio protagonizado en diciembre de 1915, mientras vivía en Bélgica y era corresponsal de la Primera Guerra Mundial para La Nación, donde publicaba las entregas del Diario de un testigo. Payró, para ese entonces, era un escritor muy popular, contaba con la simpatía de diferentes sectores del campo cultural (el mismo al que había contribuido a consolidar desde fines del siglo XIX) y había pasado por el partidismo político militando en el socialismo. No sólo había publicado ya buena parte de su valiosa obra periodística en libro, sino que también había logrado escribir y publicar varios volúmenes de ficción que, aunque independientes de la prensa, están completamente en sintonía con esa obra periodística (como su novela Divertidas aventuras del nieto de Juan Moreira). Es en ese contexto que llega la noticia de que Payró ha sido apresado en su domicilio y se dejan de recibir noticias de él durante más de una semana sin que se conozca su paradero, además de que se le secuestran los archivos y el material literario. El efecto de este hecho se multiplica a lo largo de los días y la noticia de la desaparición de Payró pasa a ser una de las protagonistas de la prensa. Así, mientras varios periódicos transcribcn las noticias que se dan en La Nación, éste, a su vez, transcribe las noticias tomadas de los diarios franceses. Lo más llamativo del episodio es que la figura de Payró deja definitivamente de estar asociada al partidismo local y pasa a corporizar un conjunto de ideas universales como la honestidad, la valentía, la libertad y el compromiso. Más todavía, cuando Julio Piquer (1928: 168) lo recuerde en ocasión de su muerte, dirá que en Bélgica Payró "dio la medida de su capacidad para el sacrificio". La actitud de Payró ante la guerra, sus artículos y la respuesta que provocan, así como la reacción que desata todo el episodio, resultan posibles no porque Payró sea un especialista en el manejo de bienes simbólicos -para seguir la definición de intelectual de Bourdicu (1995)-, sino por los contenidos sociales y el alcance popular de sus escritos periodísticos y literarios. En la misma operación que pretende la neutralización del debate de ideas secuestrando los escritos, se produce un doble movimiento de sacrificio y victimización, Al sacrificarse por sus ideas, Payró resulta victirnizado, y asume entonces una de las posiciones intelectuales más frecuentes a lo largo de la historia: la de aquel que se convierte en víctima porque su cuerpo porta ciertas ideas que lo hacen peligroso para el poder.
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Dos figuras, José Martl y Rubén Daría, presiden las dos etapas principales del modernismo, el primer movimiento literario articulado concretamente entre los artistas de todo el ámbito hispanoamericano, que logra igual proyección en España mediante encuentros, revistas, artículos de unos escritores sobre otros, etc. Ambos encarnan el acelerado pasaje del letrado decimonónico que, focalizado en la actividad intelectual, cambia de centro, pasando del privilegio de lo político -el deber con la independencia de Cuba acalla al poeta José Martí- a la afirmación de la autonomía y del saber del arte, sostenidos por el poeta Rubén Daría como único respaldo para intervenir en el mundo de las ideas. Desde esta otra orilla instala Daría con fuerza la polémica autoridad de un nuevo tipo de intelectual, el intelectual artista, actuando con el acopio de su presencia institucional y discursiva bien diversa (en géneros, en instituciones, en centros nacionales, etc.), para insistir en la primacía del trabajo intelectual fundado en todas las posibilidades de la palabra. Las palabras son las casas de las ideas, son su carne, "vivientes, activas" (Dario, 1938),dice en un breve texto publicado en la Revue I/lustrée du Rio de la Plata, y enseguida afirma en las "Palabras liminares" de Prosas profanas (l896): "La música es solo de la idea, muchas veces". Expresará esta concepción en muchos de sus textos críticos, entre ellos, el aparecido en La Nación el io de diciembre de 1905 en "Los nuevos poetas de España", donde discute con Miguel de Unamuno sobre la condición intelectual del artista: "Un escritor de gran valer, el Sr. Unamuno, se enreda en eso de las ideas, desdeña las ideas, sin ver que ellas son nuestra única manifestación, el único fruto que da constancia de la existencia del árbol humano". Más tarde, en "Dilucidaciones", prólogo a El canto errante (Daría, 197T 302), vuelve a defender su estética:
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No es como sospechan algunos profesores y cronistas, la importación de otra retórica ... Y, ante todo, ¿se trata de una cuestión de formas? No. Se trata, ante todo de una cuestión de ideas. El clisé verbal es dañoso porque encierra en sí el clisé mental, y juntos, perpetúan la anquilosis, la inmovilidad. Otra orilla que, sin embargo, recibe atenta la lección de Martf, reconocible con sólo recordar algunas frases del famoso prólogo de 1882 al Poema del Niágara, del venezolano Juan Antonio Pércz Bonalde (1851-1892), con la que dialoga la recién citada de Daría: "La perfección de la forma se consigue casi siempre a costa de la perfección de la idea", y asimismo,"¿Quién no sabe que la lengua es jinete del pensamiento, y no su caballo?" (Martí, 1975: 7, 234-235.
Sin embargo, la reacción dariana por la muerte de Martí en los inicios de la guerra por la independencia de Cuba en 1895 divide aguas con un manifiesto de ese quiebre, inscrito en el proceso incierto y difícil de constitución tanto del intelectual crítico como del artista moderno en Hispanoamérica. Me refiero a la necrológica de Darío (1952: 195) en La Nación de Buenos Aires del 1 de junio de ese año (enseguida incluida en Losraros),que considero el más notable manifiesto del período en demanda de la autonomía del arte. Es la más audaz manifestación de lasque, con distinta envergadura, hicieron los modernistas contra el sometimiento del artista a los imperativos de la nación, porque el texto en sí se enuncia en un territorio estético, en tanto se publica en un marco hispanoamericano que celebraba el heroísmo del cubano. El párrafo siguiente es un buen ejemplo: [Los tambores de la mediocridad, los clarines del patrioterismo, tocarán dianas celebrando la gloria política del Apolo armado de espadas y pistolas, que ha caído, dando su vida, preciosa para la Humanidad y para el Arte, y para el verdadero triunfo de América, combatiendo entre el negro Guillermón y el general Martínez Campos! Se reclama la específicaautoridad del sujeto literario, se discute y se rechaza la sujeción del artista a valores y prácticas ajenas al arte así como a una retórica anquilosada, en una etapa en la cual la dominante son los gobiernos fuertes,rodeados por una dirigenciade raigambre positivista,devota de la racionalidad moderna como instrumento para dar solucionesa la"cuestión nacional': que exigíaa los textos diseñar una identidad integradora que incluyera y controlara la movilidad poblacional traída por la modernización -yen la Argentina sobre todo por los inmigrantes, entre los cuales se cuenta Dario-.
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LA "JOVEN AMÉRICA"
Recordemos que Varío (1867-1916) nació en Nicaragua, en un ámbito cultural y social arcaico. Integrante de sectores medios modestos, con sólo 15 años inicia en la prensa de Managua (donde ya se han publicado muchos poemas suyos) una carrera caracterizada por la firme decisión de alejarse de prácticas provincianas, llevada adelante primero en ciudades centroamericanas vecinas y muy rápidamente en las hispanoamericanas más modernas, en busca de espacios propicios para una trascendencia más allá de lo regional.
Aunque no lo consigne sistemáticamente por razones de espacio, las concepciones y las prácticas darianas son indicativas de las de los demás modernistas, si bien podemos reconocer en el movimiento cambios y diferencias en la escritura y en sus elecciones tanto estéticas como ideológicas, dada su concreción en un extenso territorio y en un largo período (1882-1910), en el que cumplieron una intensa puesta al día del discurso literario en lengua española, unida a su labor de difusión de la literatura moderna, no limitada a Occidente. El artista, el poeta, ponía su sello en esta actividad visualizada y difundida en elmarco del heterogéneo discurso del periódico sobre todo a través de la singularidad de un género también heterogéneo, la crónica modernista. Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895) la defiende y la define, distanciándose de la estética del consagrado maestro Manuel Ignacio AItamirano (1834-1993):
No se estima bien en México el valor de estas crónicas elegantes; no se aprecia como debiera el arte de narrar cosas frívolas con cierto esmero literario. El género, por su misma delicadeza, es muy difícil. Es necesario que la pluma del cronista tenga alas de colibrí y que sus dientes muerdan de cuando en cuando sin hacer sangre (Gutiérrez Nájera, 1959: 263). Como esos jóvenes escritores -"la Joven América", se dijeron algunos y se reconocieron en el mote de modemistas-, la formación de Daría fue prácticamente la del autodidacta, abastecida por libros de las bibliotecas públicas o religiosas -la de los jesuitas, la Biblioteca Nacional de Managua, en su caso-, deudora sobre todo del desarrollo incipiente de la industria cultural y cumplida por fuera de los sectores ilustrados (con estudios regulares y que han frecuentado como alumnos y profesores las aulas universitarias). Si bien no logran liberarse de la necesidad del favor político (los cargos diplomáticos en Daría y en muchos otros) y del mecenazgo, hacen del mercado el instrumento de su formación intelectual y de la
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captación de un público para el arte, buscando independizarse de la tutela que pretende encerrar su discurso en lo hispánico y/o lo nacional. El desplazamiento dariano hacia el sur, a Chile en 1886, también indica el desplazamiento de lasexperienciasestéticasdel primer modernismo -especialmente las mexicanas de Manuel Gutiérrez Nájera, con sus crónicas, sus Cuentosfrágiles (1883) y la revista Azul (1894-1896). Experiencias compartidas por muchos otros, entre quienes se destacan el colombiano José Asunción Silva (1865-1896), los cubanos Iulian del Casal (1863-1893) y José Marti ( 1853-1895) -Ismaelillo (1888), Versos sencillos (1891)-. Si, por una parte, las "Crónicas norteamericanas" de José Martí son textos fundamentales para sopesar la modernización de los Estados Unidos y sus efectos en América Latina, otros -c'Madre América" (1889), "Nuestra América" (1891), etc>-concretaban explícitamente sus propuestas políticas, pensadas a partir de la conformación de una nueva dirigencia, más consciente de la necesidad de unión hispanoamericana, basada en la revisión de injusticias, prejuicios y concepciones de los derechos ciudadanos, capaz también de evitar las guerras civilesy el encierro en disensiones provincianas. Todo ello coloca las prácticas martianas decididamente en las del hombre público, pero diferente del que acompañara la constitución de los estados nacionales, por la densidad de su crítica a (y de su seducción por) una modernización vertiginosa, expresada recurriendo a estilizaciones de excepcional audacia, como puede apreciarse en "Un drama terrible", larga crónica para La Nación de Buenos Aires (de la que Martí era correspnnsal en los Estados Unidos), aparecida a fines de 1887, sobre el ajusticiamiento de los anarquistas de Chicago, dentro de la serie de textos sobre el tema obrero; sobreescritura de los relatos del periodismo norteamericano por un sujeto de la enunciación que vuelve a narrar los hechos, resumidos, ampliados, desde perspectivas y focalizaciones diferentes, al tiempo que se va consustanciando con los condenados, penetrando en su interioridad o en su historia individual hasta hacerla concordar, en muchos fragmentos, con la propia. El sello del estilo martiano se perfila al mismo tiempo en sus reflexiones sobre una literatura hispanoamericana moderna, que se compaginaba bien con los análisis del arte moderno, algunos de ellos destinados a presentar a importantes figuras de la literatura angloamericana (Osear Wilde, Walt Whitman), desconocidas hasta entonces en el mundo hispanohablante. Daría se convertirá en jefe de ese grupo cultural que basa sus discursos, de firmes convicciones cosmopolitas, en definirse como artista moderno, conflictivamente instalado en las tensiones entre vocación y mercado. Sometidos al pluriempleo y a la rápida profesionalización, los
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modernistas son responsables, si bien no sólo ellos, de una nueva configuración del trabajo intelectual en Hispanoamérica. Escribe en 1881 Manuel Gutiérrez Nájera (1959: 65): "Hoy han cambiado algo los tiempos. La literatura es en Europa una carrera en toda forma, tan disciplinada como la carrera militar. [... ] Los escritos, corno todas las mercancías, sufren la ley de la oferta y la demanda". Los textos de Daría se impregnan en Chile con las lecturas de las corrientes francesas del arte que, en su largo y meduloso comentario del 22 y 29 de octubre de 1888 a Azul (1888), el novelista y crítico literario español Juan Valera definiera como "galicismo mental': Azul revoluciona la prosa, dando nacimiento al cuento moderno en español, tanto como a la crítica a la ignorancia del nuevo rey, el burgués, a su vulgaridad y fascinación por el dinero, que condena al artista a la marginalidad: A más de los cisnes, tenía una vasta pajarera, corno amante de la armonía, del arrullo, del trino y cerca de ella iba a ensanchar su espíritu, leyendo novelas de M. Ohnet, o bellos libros sobre cuestiones gramaticales, o críticas hermosillescas. Eso sí: defensor acérrimo de la corrección académica en letras, y del modo lamido en artes: alma sublime amante de la lija y de la ortografia (Dario, 1983: 128). Azul señala el inicio de su afirmación rotunda del rol del artista, y de los modos de intervención del arte en las discusiones acerca de la sociedad y la cultura modernas -la estetización del espacio interior y la estilización de la crítica a la modernización-o
EN BUENOS AIRES
A partir de 1893, es evidente que afianza su conocimiento de la literatura extranjera, de parnasianos, simbolistas, prerrafaelitas, etc., que, sumado a su temprana e intensa lectura del legado español, están en la base de su renovación, posibilitada además por la inserción en las ciudades más modernas de Hispanoamérica, en un período de rápido rediseño de las áreas urbanas y rurales, donde es ya bien visible la ampliación de las bases sociales de las dirigencias políticas y gremiales y de los miembros de las élites intelectuales y artísticas. Justamente ese año se traslada Daría a Buenos Aires, donde se irá convirtiendo en cronista estrella de La Nación, diario en el cual trabaja como
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corresponsal hasta su muerte. Colabora además en LaQuincena,pero sobre todo en El Tiempo, La Tribuna y la Revista de BuenosAires: Asqueado y espantado de la vida social y política en que mantuviera a mi país un lamentable estado de civilización embrionaria, no mejor en tierras vecinas, fuc para mí un magnífico refugio la República Argentina, en cuya capital, aunque llena de tráfagos comerciales, había una tradición intelectual y un medio más favorable al desenvolvimiento de mis facultades estéticas, recordará en La Nación (1913), en uno de los artículos más tarde recogidos en "Historia de mis libros" (1976: 165). En términos generales, no está tan sometido a fuertes presiones del poder político como sucedía con algunos modernistas, entre otros intelectuales del período. Baste recordar a los venezolanos -modernistas como Manuel Díaz Rodríguez (1871-1927) o que apoyaron el movimiento como Joaquín Gil Fortoul (1862-1942)-, que fueron funcionarios importantes durante la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908-1935). El tráfago de las mesas de redacción se estrecha con el tráfago de la moderna Buenos Aires. "La bohemia fue una imposición, no una elección", dice Ángel Rama (1985: 22), pues fueron los modernistas "encarnizados trabajadores [... 1 capaces de alta productividad [... ] forzados del trabajo como lo eran las clases baja y media a pesar del mote de bohemios". Daría sabe que aunque deba sacar "el pan del tintero", ese pan trae consigo las buenas (aunque trabajosas, logradas) migas con el Ateneo de Buenos Aires (inaugurado poco antes de su llegada a Buenos Aires, lo incorpora enseguida entre sus miembros) y con otros literatos consagrados. También es evidente cómo con el tratamiento de los cambios de tono -y de tema- dosifica hábilmente sus cuidados con el medio porteño: su escritura transgresora se ampara en un cronista agresivo, irónico, y a la vez confidente y zalamero. Pero sus simpatías y sus amistades se inclinan hacia los jóvenes con los que puede hablar de sus inquietudes: En la cervecería de Luzio teníamos el salón de los suizos, en lo de Monti, un jardín grande como un pañuelo, en el Aue's Keller -reservada para nosotros- una inmensa mesa de roble macizo. [... ] Los comensales éramos, con Rubén Daría, Leopoldo Lugones, Roberto Payró, Eugenio Diaz Romero, el panameño Daría Herrera, Armando Vasseur [... ], el vasco Grandmontagne y, a veces, el malogrado poeta Carlos Ortiz, el ele-
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gante Leopoldo Díaz o el grave y bondadoso Luis Berisso. l... eran infaltables dos espíritus más que traviesos, endemoniados: el terrible Alberto Ghiraldo y el abominable Pepe Ingenieros [. .. ] (Galtier, 1973: 4 2). Ese bullicio se aplaca en pocos años, para dejar traslucir el camino escabroso de un poeta potente y un hombre débil, a quien el alcohol empieza a destruir desde muy joven, casi un adolescente. Entre esos amigos algunos eran socialistas -Roberto J. Payró (1867-1928), Ricardo [aimes Freyre (1868-1933) o José Ingenieros (1877- 1925)- Yanarquistas, como Alberto Ghiraldo (1875-1946), nuevos actores que atrajeron a Darfo, corno puede verse, entre otros ejemplos, en el tratamiento del socialismo de Leopoldo Lugones (1874-1938) en la critica a su poesia de 1896: Yo soy su amigo: y, a mi vez, convencido e inabordable aristo, cuando llego a mi casa, tengo cuidado de guardar bajo tres llaves mis princesas y príncipes, mis duques y duquesas, mis caballeros y mis pajes; pongo mis lises en lo más oculto de mi cofre y me encasqueto, lo mejor que puedo, una caperuza encarnada (Daría, 1938: 103)· Como ocurre con algunos otros modernistas, y con expresiones fluctuantes y contradictorias, no decae en Darío el interés por los movimientos sociales modernos, el anarquismo entre ellos: desde la temprana censura de "Dinamita", en La Tribuna en 1893, hasta las referencias a la anarquía española, en 1905, basados en textos de Alejandro Sawa y en la información obtenida de un reportaje, que parafrasea, sobre el anarquista Fermín Salvoechea, y que concluye así: No hay duda que es respetable ese fanatismo por el bien ajeno, cuando vivimos en la continua e irremediable lucha de intereses, de odios mutuos, de envidias, de recelos de pitanzas, de prebendas, de gloriolas, de pequeñeces que componen la tarea feroz de lupino rebaño humano. Si la revolución soeialIlega -y todo parece anunciar por distintos lugares que llegará- tendrá sus mártires, sus santos, sus figuras venerables. Entonces en España l...J colocarán en buen lugar la efigie de Fermín Salvoechea, Hasta que venga a echarla abajo, destruyendo lo logrado, el triunfo de otro desconocido, o muy viejo principio; otra nueva revolución social
[... 1 (Darío, 2006: 45 1 ) . Ya desde sus años chilenos, insiste en la crítica al colonialismo y al imperialismo de Inglaterra y los Estados Unidos, especialmente cuando invo-
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lucran a Nicaragua, como puede verse en "Iohn Bull for ever!" condena a las pretensiones inglesas sobre la costa nicaragüense de Mosquitos. El texto muestra también una escritura preponderantemente informativa, objetiva, despojada de los recursos retóricos que acostumbra en sus crónicas. Como muchos otros que podrían servir de ejemplo, evidencian que no soporta censuras significativas de La Nación, si bien alguna vez, ya en los últimos años de su vida, la dirección del diario lo reconvino señalándole que "no era ¡... J un escritor independiente sino un asalariado que debe atender las órdenes del jefe de redacción", según consigna Noel Rivas Bravo (1998: 18). También evidencian un oficio consciente del manejo de las variadas estrategias de su estilo. En Buenos Aires culmina el primer período de su trayectoria de escritor con dos libros aparecidos en 1896. El uno, Prosas profanas, responsable de una profunda renovación de la poesía en español, cuyas "Palabras liminares", magistralmente audaces para el entorno literario de entonces, son el inicio de sus manifiestos, verdaderos actos de política cultural que comparte con otros similares de los modernistas. Allí repite la definición de su estética ~y la del modernismo- basada en la libertad, que apunta tanto al rechazo de las escuelas literarias como del pensamiento sometido a principios irrevocables -principios por cierto no ajenos al positivismo y al naturalismo dominante-: Yono tengo literatura "mía" [... J para marcar el rumbo de los demás: mi literatura es mía en mí; quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal y,paje o esclavo,no podrá ocultar sello o librea. Wagner, a Augusta Hclmes, su discípula, dijo un día: "Lo primero, no imitar a nadie, y sobre todo, a mí': Gran decir (Daría, 1977: 179). La ironía y el humor caracterizan sus continuas intervenciones en la prensa periódica referidas al mundo de las ideas, no sólo en los textos sobre arte y literatura, también en aquellos sobre temas diferentes, si bien sus perspectivas privilegian los dones de la impronta estética. Esta actitud, típica de Jos modernistas, cobra en Daría una densidad poco frecuente por la variedad de temas y de procedimientos que ponen en escena el refinamiento, la propensión al despliegue de las pretensiones aristocráticas del artista moderno. Su ar istocratismo, componente típico de la actitud de los intelectuales -perfilarse al margen de los grupos sociales-, aquí como integrantes de los "aristas" del arte, responde a los modos en que los modernistas visibilizan una singularidad que se planta frente a la vulgaridad y el filisreísmo, pero que, en niveles concretos, como señala
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Ángel Rama, trasladan la información al público de masas -en el cual buscan también modelar un nuevo lector moderno-o Darío lo puntualiza al incluirse en el "proletariado intelectual" y cuando más tarde, en su desafiante afirmación del "Prefacio" de Cantos de vida y esperanza, reconoce el goce de las formas en ese público masivo: "Hago esta advertencia porque la forma es lo que primeramente toca a las muchedumbres. Yo no soy un poeta para las muchedumbres. Pero sé que indefectiblemente tengo que ir a ellas" (1977: 243). Se distancia del aristocratismo de las élites sociales tradicionales y de las posturas magisteriles inclinándose, como muchos modernistas, a burlarse del empaque de los ilustrados. Como en otras muchas ocasiones, en la breve introducción a Opiniones (1906: 6) dice: "No busco el que nadie piense como yo, ni se manifieste como yo. ¡Libertad! ¡libertad!, mis amigos, y no os dejéis poner librea de ninguna clase". Insiste en el tema en "Dilucidaciones", antes citada: "No creo preciso poner Cátedra de teorías de aristosoAristas, para mí, en este caso, significa, ante todo, independientes. No hay mejor excelencia" (1977: 302). Voluble muchas veces, no reacio a satisfacer la atracción por la trivialidad y los chismes que pedía el mercado, matizan sus crónicas el tratamiento de la anécdota, el entretejido entre ficción y representación del entorno cotidiano, entre impresiones y fantasías de evasión. El sujeto de la enunciación inscribe su pertenencia en la de sus destinatarios, es decir, el público de Buenos Aires, sobre todo, pero buscando atraer a un lectorado más amplio, que favorezca su ambición de insertarse en la república mundial de las letras, y afirmando siempre, como Gómez Carrillo entre otros, una pertenencia múltiple. En ese movimiento construyó Daría un discurso y una imagen muy próxima al lector, como él "sentimental, sensible, sensitivo", según dice en su célebre «Yo soy aquel", poema inicial de Cantos de vida ycsperanza (1905). Será éste un modo de definirse y de definir una cosmovisión vertebrada en ese pasaje de experiencias conflictivas, propias del artista moderno que, en su caso, suaviza las aristas de la contradicción, del encierro en lo antitético y lo binario, quebrado por los nexos copulativos, que instalan la convivencia de lo simultáneo frente a los subordinantes, junto a las continuas gradaciones sonoras, rítmicas, simbólicas. Un ejemplo (1977: 245): Todo ansia, todo ardor, sensación pura y vigor natural; y sin falsía, y sin comedia y sin literatura ... : si hay un alma sincera, esa es la mía.
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Diversa envergadura cobran sus intervenciones intelectuales, presentadas muchas veces como oblicuas tomas de posición: su artículo en La Nación del 2 de abril de 1894 introduce la figura de Nietzsche por primera vez en el ámbito hispanohablante, pero lo hace dentro de "los raros", entre esos artistas modernos que diseña corno una ilusoria cofradía en respaldo de sus postulaciones, opuestas a los intelectuales de la generación del ochenta ya los positivistas en el campo de la cultura argentina. Los raros, recopilación de textos aparecidos en La Nación, es el otro libro de 1896.Valiéndose de los nuevos recursos, corno fueron a fines del siglo XIX el reportaje o la biografía, para destacar la importancia de artistas e intelectuales, articula una caleidoscópica argumentación para expresar sus concepciones estéticas, sostenidas por una galería de retratos de artistas modernos (Poe, Vcrlainc, Lautréarnont, Ibsen, etc.) a la sombra de los cuales se autodefine, procurando a la vez disolver, con el sello de su estilo, la peligrosidad endilgada a los decadentes para revelar la empresa de aristocracia espiritual que llevan a cabo y que es, asimismo, la propia ("gustaban del buen vino, y eran poco afectos a las caricias de la diosa Morfina; [... ] preferían beber en vasos, como el común de los mortales, y no en el cráneo de sus abuelos; y [... ], por la noche, en vez de ir al sábado de los diablos y las brujas, trabajaban") (Daría, 1952: 90). El refinamiento de la sen~ibilidad a través de la sensación y la percepción, tamizadas por el trabajo con la sugerencia, alimentaba el sueño yel ensueño, creaba nuevos espacios a la imaginación, a la intimidad, al "reino interior", así como alentaba el placer y el erotismo, haciendo de la energía sexual el principio rector del universo. "Está por estudiarse el efecto que en el imaginario latinoamericano produjo la modernización': dice Ángel Rama (1985: 101), señalando el recurso a "las obligadas máscaras exóticas del deseo" como modo de puesta en escena de Darlo: En un tiempo en que el materialismo regía a la sociedad desde su cabeza, proponía de hecho el placer y al mismo tiempo lo burlaba con un irnplacable régimen de prestaciones, la fantasía alimentada por el ardiente deseo que construye la obra literaria, mal podía instalarla en su inmediatez donde la propia conciencia le decía a voces que era imposible, y debía ubicarla más allá del tiempo y del espacio donde pudiera ser soñada como posible, tuviera una eventualidad de realización que hiciera grata la ensoñación desean te.
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LA CONSTRUCCIÓN DE UNA COFRADíA MODERNISTA
El modernismo construyó, con eficacia, su propio territorio en niveles concretas y simbólicos. Para hacerlo posible, tendió una red que lo ayudaba a enfrentar la censura y el peso de la dirigencia política, del pensamiento positivista (enemigo de las concepciones acerca del goce de los sentidos o del conocimiento surgido del universo sugerente -"impreciso"- del trabajo con la palabra), así como a sortear la presión religiosa de las élires sociales y culturales tradicionales, además de la divergencia con las perspectivas fundamentalmente nacionales de realistas y naturalistas, quienes pocas veces asumen la dimensión americana. Buscaron espacios alternativos, utilizaron estrategias de intervención similares para quebrar -como pregonaban- el estancamiento estético y el vacío que afectaba a todos los órdenes de la cultura latinoamericana, marcada por la falta de conocimiento recíproco entre autores y entre éstos y el público. La actividad de los modernistas en ese sentido fue más que notable. Especialmente desde los años de residencia en Buenos Aires, muchas prácticas darianas responden a tal convicción, propicíando una cofradía hispanoamericana, que promueve mediante múltiples dedicatorias, prólogos, conferencias y a través de comportamientos y relaciones personales afianzadas en la correspondencia. Sigue aquí modelos señeros de1letrado republicano en el tendido de vínculos -sea Juan María Gutiérrez (1809187 8) o Ricardo Palma (1833-1919)-. A ello se agrega una tarea intelectual dariana prácticamente única por su persistencia en el tiempo, que, tomando distancia de concepciones esencialistas, se dedica a la difusión de la cultura de los distintos países latinoamericanos, a articular sus legados y sus lazos concretos. Así lo evidencian sus continuos artículos al respecto. En el mismo plano debemos colocar un objetivo todavía no logrado: me refiero a su defensa del lugar del español en el concierto de los idiomas de Occidente, que incluye el apoyo a los reclamos que a nivel internacional presentan intelectuales y hombres de ciencia. Aprovechando las posibilidades ofrecidas por la industria cultural, los modernistas se apoyan para su trabajo en la prensa periódica. Recordemos que, además de producir fenómenos de coetaneidad en América Latina por el simultáneo desarrollo de condiciones de producción y recepción, la prensa se constituye en el principal agente de religación del período, pues abre la posibilidad de una red extensa e intensa de vínculos entre escritoresy público. Al mismo tiempo, apuestan a la incidencia de las revistas literarias en los ámbitos intelectuales. Echarán mano de los aportes de la ilustración y del diseño para singularizarlas corno objeto artístico. Fue dificil sostener esta
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empresa para la Revista deAmérica (1894L fundada por Daría y Ricardo Iaimes Freyre (1868-1933), que sólo publica tres números. Con más sólido respaldo económico contó una de las más importantes revistas de la primera etapa del modernismo, Azul (1894-1896), de México, dirigida por Gutiérrez Néjera y Carlos Díaz Dufóo. Allí, al mecenazgo del poeta Jesús Valenzuela -bien colocado además en el ámbito social, cultural y político- facilitó la continuidad de la Revista Moderna (1898-19°3). En Montevideo, José Enrique Rodó (1871-1917), responsable de la Revista Nacional deLiteratura y Ciencias Sociales (1895~1897), asume la común tarea de auspiciar "la unidad intelectual y moral de Hispanoamérica", al igual que Cosmópolis (1894- 1895), dirigida por Pedro César Dominici (1872-1954),Pedro Emilio Coll (18721946) YUrbaneja Achelpohl (1874-1937), en Caracas, ciudad donde el magazinEI Cojo Ilustrado (1892-1915) difundirá por largos años no sólo el modernismo sino la literatura hispanoamericana en su conjunto, atento al sentido que a tal empresa se concede, explicitado por José Gil Portoul en 1904:
La contribución de Venezuela a la literatura hispano-americana es copiosa, variada y rica; mas no se distingue aún con caracteres esenciales del movimiento literario que se observa desde México hasta Buenos Aires y Santiago. Que Rubén Daría nació en Nicaragua [... ], Rodó en el Uruguay, Casal en Cuba, Vargas Vila en Colombia, Díaz Rodríguez en Venezuela, sólo se sabe por las noticias biográficas, pero ninguno de ellos pertenece, hasta ahora, más a su patria que a toda América Latina (El Cojo Ilustrado, vol. 22, N° 289, 1904, p. 24). A esta actividad se ha sumado el hecho de que los primeros modernistas murieron jóvenes. Estas muertes tempranas, y aun trágicas, proporcionaron al movimiento un capital simbólico -Jos "mártires de! arte"-, que le otorgaba un espesor inesperado y colaboraba a cohesionar a sus miembros. El "padre Mart¡" y el "hermano Casal" sustentan las afiliaciones de la familia modernista y dejan como legado, también, modelos del "apostolado del poeta': Iulián del Casal y José Asunción Silva encarnaron la imagen del dandy y del "exilio interior" frente a la sociedad hostil, extremando la actitud propia de los intelectuales de colocarse por fuera de los sectores sociales, antes mencionada. En el caso de Casal, apunto sólo dos momentos de estas configuraciones. Escribe Martí (1975: 5, 221) en Patria, en ]893: "Murió, de su cuerpo endeble, o del pesar de vivir, con la fantasía elegante y enamorada, en un pueblo servil y deforme". Y Daría (1928: 162), en La Habana Elegante al año siguiente: "La vida de Casal he dicho que fue una vida de martirio: la imposible realización de un ideal que se levanta
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sobre todas las fases de la sociedad presente (Casal nunca despertó de su sueño, no quiso nunca despertar) r... ]". Las lógicas de la amistad prevalecen sobre las poéticas grupales -disputan pero conviven-, especialmente cuando en sus países de origen carecen de instituciones capaces de sostener sus prácticas, como ocurre con Silva o con e! mismo Daría, quien se respaldará no sólo en los contactos y en la difusión por la prensa, sino en la edición continua de sus obras,sobre todo cuando ya es corresponsal de La Nación en Europa (pocos escritores significativos de entonces lo logran de este modo). Importa señalar que, en términos generales, los modernistas emigraron a las ciudades modernas nacionales o extranjeras en busca de horizontes más propicios para sus prácticas artísticas durante períodos más o menos extensos. Este desplazamiento señala francas diferencias entre los que viven en su país, más atados a las presiones políticas, sociales y morales, corno ocurre con Gutíérrez Nájera, Casal, Silva, Rodó, Leopoldo Lugones o Luis G. Urbina (1868-1934) (entre muchos otros), vividas en buena medida por quienes destinaban sus textos al ámbito nacional, aun cuando permanecieran años en Europa (Amado Nervo [1870-1919] es un buen ejemplo). En algunos esta situación se hizo definitiva, por el exilio -y es el caso de Martí o de Vargas Vila (1860-1933)-, en otros porque no renunciaron a intervenir en dimensiones mucho más amplias (Ricardo [aimes Freyre). Rubén Daría (como Gómez Carrillo) representa un caso extremo de ese alejamiento del pequeño mundo natal, facilitado en cierta medida por el hecho de que su país no les ofrecía respaldo en el presente -ni por su historia, su cultura o su producción artística-o En este sentido el desplazamiento dariano es radical, porque lo inicia siendo adolescente, y porque tangencialmente Nicaragua es objeto privilegiado de su producción poética e intelectual-no busca allí a sus pares o a su público y ocasionalmente vuelve a ella-o No es un exiliado ni un inmigrante, es más bien un migranrc. no se establece de modo definitivo en ningún lugar, es un extranjero, a quien no le es ajena la discriminación. Errancia y pertenencia fundada en la escritura definen un territorio escriturario propio desde el cual Daría aconseja, opina, discute, ironiza o escandaliza, respaldándose en una larga tradición acerca de la riqueza que gana el conocimiento en el peregrinaje, que la modernidad insufla con los valores del cosmopolitismo y del universalismo, pero sin disolver sentimientos de extranjería, expresados con frecuencia, como en este fragmento (1977; 345) de "Epistola a la señora de Leopoldo Lugoncs": y me volví a París. Me volví al enemigo terrible, centro de la neurosis, ombligo
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de la locura, foco de todo surmenage donde hago buenamente mi papel de sauvage encerrado en mi celda de la rue Marivaux, confiado solo en mí y resguardando el yo. Esa errancia, sin embargo, legitima su diálogo con un extenso mundo letrado, con el que modula distancias, apoya, convalida o discute concepciones estrechas, responde oblicua o abiertamente a las críticas, configurando con múltiples gestos imaginarios, ficciones de audacia notable algunas veces, los simbólicos alcances de su consagración: en el cuento-crónica, publicado en 1892, «Historia de un sobretodo", referido al abrigo que logra comprarse en su etapa chilena y que, ya viejo y gastado, termina protegiendo del frío a su modelo predilecto, Paul Verlaine, o bien en otro cuento publicado en 1915, "Huitziloploxtli" también presentado como autobiográfico. que configura una imagen suya de excepción entre los intelectuales no mexicanos de esos años, pues aparece compartiendo el campamento de Pancho Villa y los alucinógenos. Una de las consecuencias de este rasgo alienta en el siglo xx el mito de Daría como el poeta moderno hispanoamericano (exilio, contradicciones ideológicas entre arte y política, marginación, etcétera). Compartida con otros modernistas -y por supuesto con muchos intelectuales de principios del siglo xx, en un momento de multiplicación de los lazos internacionales de los hispanoamericanos-, su presencia en las instituciones de los distintos centros de América, España o París, aun de los Estados Unidos, son índices de su afirmación de un saber que lo habilita para intervenir en las preocupaciones características que hacen suyas los intelectuales, a través de sus interpretaciones tanto sobre la vida social y el destino político y cultural de lo hispanoamericano, como sobre el valor del arte en la conformación de la sensibilidad y de la experiencia humanas.
LA PERSPECTIVA HISPANOAMERICANA
Tiene mucho de cierto la reflexión de Tulio Halperin Donghi (1987: 61) sobre sus textos periodísticos: Su intuición de poeta le ofrece acceso a una comprensión privilegiada del proceso histórico. Alarma ante la guerra que se viene, presagio de una nueva derrota de una Francia que frívolamente repudia su condición de primogénita de la Iglesia, desafío, en nombre de una Hispanoamérica a
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la vez india y latina, a Roosevelt, rudo representante de la otra América bárbara y violenta, o -cuando la guerra finalmente estalla- invocación a una América unida de Norte a Sur bajo el símbolo de la paz, lo que Darío ofrece puede ser la traducción en verso sonoro de los editoriales leídos esa mañana; esa operación dota a esos lugares comunes de una verdad y una profundidad nuevas, y ello no solo a sus ojos, sino tam-
bién a los de su público. Tiene mucho de cierto si subrayamos en ella el carácter inquisitivo de sus artículos a partir de la perspectiva específica arriba anotada: ¿Qué es lo americano? ¿Qué es lo moderno? ¿Cómo encontrar la modernidad? ¿Cuál es la función del arte? ¿Quiénes son los modernos? ¿Cuál es el triunfo de Caliban? ¿Qué significa lo nuevo americano? ¿Qué representa el crepúsculo de España? (Daría, 1989:9). Más ligadas al campo de las ideas, las crónicas que incluye en España contemporánea (1901) son ejemplo significativo de su actividad intelectual a partir de 1898, cumplida ahora dentro de sus obligaciones de corresponsal, ya que es enviado a España por La Nación para dar cuenta de los efectos de la pérdida de las últimas colonias en América. Hay que tener presente aquí que escribió algunas de estas crónicas en un momento de fuerte crisis, mientras se discute en París el tratado que legaliza la pérdida de las últimas colonias americanas, Cuba y Puerto Rico) además de Guan y Filipinas, cerrado definitivamente el u de abril de ese año. Indudablemente, es consciente de los cuidados que, corno extranjero, debe considerar para intervenir en el debate que involucra a los hispanoamericanos, pues, corno señala Tulio Halperin Donghi (1987: 84), España "debe definir de modo nuevo su relación con el ultramar hispánico". Los fundamentos de su postulación de la unidad cultural latinoamericana, basada en la afirmación de los lazos con España, y, por ella, con las naciones que se pensaban herederas de la cultura latina, suponen vínculos en relación de igualdad. sin tutelas lingüísticas, estéticas o culturales. Corno generalmente hace, acuerda o critica de modo franco y explícito, refrendado por los coloquialismos, también preñado de alusiones y simbologías clásicas o modernas, con fuerte recurrencia de voces y citas en lengua extranjera -que sacan de quicio a los intelectuales más comprensivos-. Buenos Aires le daba un asidero real en tanto destinataria de sus textos, a pesar de que deja la ciudad a fines de 1898 y si sólo vuelve circunstancialmente su presencia constante es sostenida por sus crónicas y sus libros. Pero
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su cosmopolitismo le brindaba siempre un territorio escriturario, nuevo, moderno, y amenazador para la pureza del castellano según un buen número de integrantes de las élites intelectuales y políticas criollas argentinas y de las españolas. Los denominará "patriotas del consonante" y amantes del "amor patrio gramatical': Además de su uso lexical libre, son muchos los artículos dedicados a la defensa del español americano, como en este fragmento muy citado de España contemporánea (1901: 334):
ciones del corresponsal entendido en temas estéticos (la "salonografía", llama Daría a los comentarios sobre exposiciones de arte). En su visita al Palacio de la Exposición, los cuadros dan pie a su crítica a las guerras, uno de los ejes vertebradores de España contemporánea y de muchos textos de sus últimos años. Partiendo de las significaciones sociales que encierra la indiferencia del público y de los pintores por los temas, se ocupa de la gue-
Los glóbulos de sangre que llevamos, la lengua, los vínculos que nos unen a los españoles no pueden realizar la fusión. Somos otros. Aun en lo intelectual, aun en la especialidad de la literatura, el sablazo de San Martín desencuadernó un poco el diccionario, rompió un poco la gramática. Esto no quita que tendamos a la unidad en el espíritu de la raza.
Entre todos los cuadros de esta exposición, fuera de una escena de hospital militar y ciertas sentimentales consecuencias de la campaña no parece que se supiese la historia reciente de la humillación y el descuartizamiento de la patria. Esto tiene más clara explicación. La guerra fue obra del gobierno. El pueblo no quería la guerra, pues no consideraba las colonias sino como tierras de engorde para los protegidos del presupuesto. La pérdida de ellas no tuvo honda repercusión en el sentimiento nacional {Darlo, 190 1: 145)·
Entiende que es preciso emprender como causa común revertir el desconocimiento en Europa tanto de España como de Hispanoamérica, señalado especialmente después de ]900, cuando se desvanece el espejismo del deseo de París, esa capital del arte donde ha ansiado vivir, como tantos extranjeros: "Yo he sido más apasionado y he escrito cosas más parisienses, antes de venir a París que durante el tiempo que he permanecido en París. Yjamás pude encontrarme sino extranjero entre estas gentes" (La Nación, 21 de agosto de 1907). Comprueba que "el castellano y su literatura no cuentan, puede decirse, en el movimiento intelectual del mundo" (Darío, 1968: 1,165). Revertir esta ignorancia es propósito también de Mundial Magazine, revista dirigida por Darlo que publicó cuarenta números (1911-1914). Lujosamente editada, ilustran la portada y el interior conocidos pintores de la época. Colaboran un buen número de los hispanoamericanos contemporáneos a Darlo, y él mismo participa con crónicas, poemas y cuentos, algunos muy similares a otros ya publicados en La Nación. Se vendía en París, en España y en Hispanoamérica. Su actividad estará ligada continuamente a ese diálogo intercultural e intercontinental propiciado en sus textos tanto mediante el cruce de referencias a los mundos diversos que busca relacionar como mediante su actuación en instituciones o por vínculos personales a ambos lados del Atlántico. Las varias maneras utilizadas para referirse a la actualidad (crónica de viaje al mismo tiempo que información) se traman con análisis encaminados a revisar sus convicciones, tanto como las de los intelectuales españoles de la denominada "generación del 98", convirtiendo a la crónica en un fragmento de la interpretación de problemas políticos y sociales generales. Está presente en textos aparentemente guiados sólo por las obliga-
rra en Cuba:
En buena medida, el éxito de sus textos reside en los asuntos escogidos para cada crónica, en las significaciones que extrae de las miradas estereotipadas de lo español (el toreo, la España negra, ete.), en la singularidad de los movimientos que organiza entre una y otra crónica. Calibra los modos de introducir las cuestiones, corno puede verse en el constante comentario acerca de la significación del cosmopolitismo y de la modernidad, en cuanto guías de la nueva colocación de España ante Europa y América, de la América española ante España, apremiadas ambas por la relevancia, vivida como espiritual y cultural, decididamente antagónica de lo anglosajón y, aquí, de la nueva potencia de los Estados Unidos. Tiene importancia ahora su nacionalidad nicaragüense y el fracaso, por rivalidades y disensiones, de una unión centroamericana, a la que no deja de aludir, poniendo cada vez más énfasis en la amenaza que entraña el imperialismo norteamericano. Un ejemplo es "El fin de Nicaragua", extensa crónica informativa publicada en '9'2 en La Nación, "El triunfo de Calibán" (El Tiempo, 20 de mayo de 1898) y la aparición en 1901 de España contemporánea, muestras de su intervención intelectual en torno de ese núcleo fuerte que constituye la derrota de España en 1898 en el ámbito hispanohablante. Privilegia como cuestión básica la modernización de España para enfrentar la crisis con una actitud muy distante de la magistral de José Enrique Rodó y del ámbito recoleto escogido en su Ariel (1900). En España contemporánea y en Peregrinaciones, crónicas también reunidas en volumen en 1901, Darlo expone sus ideas sobre los lazos entre España e Hispanoamérica,lazos
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que implicaban el reconocimiento en España de su condición de poeta moderno y jefedel primer movimiento literario hispanoamericano: "El movimiento que en buena parte de las flamantes letras españolas me tocó iniciar, a pesar de mi condición de 'meteco', echada en cara de cuando en cuando por escritores poco avisados [... ]",dice en "Dilucidaciones" (1977: 301). Las operaciones para lograrlo activaron la relación con los escritores hispanoamericanos ya instalados en España y con los que adhirieron o compartían concepciones estéticas similares (Benavente, Valle Inclán, Salvador Rueda, Manuel y Antonio Machado), junto con los jóvenes que acababan de descubrirla, como Juan Ramón Iiménez. Daría publica textos en la prensa y en revistas literarias, y reedita los dos libros de 1896 -Prosasprofanas (1901) y Los raros (1905)-, los más urticantes para los escritores españoles consagrados, que atacan y se burlan del modernismo, y de Daría -uno de ellos, Leopoldo Alas (Clarín), en el Madrid Cómico-. Evidente, su presencia en Madrid -y luego en París- afianza vínculos concretos entre intelectuales hispanos e hispanoamericanos, que veían en ambos centros la posibilidad de edición y de proyección amplia. Comienzan aquí los años más significativos de su intervención en las concepciones de la "Iatinoamericanidad" desde fines del siglo XIX, que construye apoyada en nuevos lazos de solidaridad y unión, partiendo del respeto mutuo. Respeto bien visible en sus criterios de intelección, de sus cofradías ilusorias o reales y de sus elecciones poéticas, que confirma, y en parte reformula, en los últimos años. Varían también los temas y los tonos de sus artículos y sus crónicas, que seguirán singularizándose por el tratamiento de los "fait divers". No renuncia a las trasposiciones de arte o a las posibilidades que la pintura y la escultura daban al tratamiento de la impresión y la composición, pero ahora aparecen seducidas por las imágenes que provienen de la decoración del "art nouveau" de los prerrafaelitas, o de otras de los medios de comunicación masiva, como el cartel de propaganda o la ilustración yel diseño de las revistas modernas. En vez de impresiones hablará de "instantáneas" y de "film s"; en sus logrados "Film de París", como titula muchas crónicas a partir de 1910. Estas modalidades no responden sólo a obligaciones profesionales, ya que también sus textos poéticos buscan alcanzar un lectorado amplio y diverso -baste recordar los distintos niveles de significación que tienen poemas archirrepetidos, como "Sonatina" -r-, Escribe muchísimas crónicas de viaje, sin duda por requerimiento de La Nación, sistemáticamente reunidas en volúmenes que amplían su mirada hacia temas antes no abordados -sobre los armenios y los jóvenes turcos, la inmigración, el colonialismo inglés, sobre los gitanos españoles y, al mismo
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tiempo, chismes y peculiaridades del mundo aristocrático y de la alta burguesía que también encontramos en otros cronistas hispanoamericanos de entonces-o Escribir tajes crónicas livianas e irónicas lo divierte, yesos sectores lo fascinan. También lo fascina ese mundo marginal de artistas, de autores de canciones populares y el circo. A partir de su residencia en Europa se acentúa la recurrencia a la argumentación, entre otras flexiones que estrechan las distancias con un discurso más intelectual, ligado a estos cambios en su pensamiento respecto del papel del poeta. El prólogo ya mencionado a El canto errante ironiza con la indiferencia de los poderosos hacia la poesía, "las más ilustres escopetas dejan en paz a los cisnes", a pesar de que el desinterés por la literatura que palpa en ese presente ya sombrío lo encontrarnos en muchos poemas de Cantos de vida y esperanza, acentuados luego en Poemas de otoño (1910). Sigue por cierto afirmando la labor ya hecha, desafiando las críticas españolas: en 1905, como ya se dijo, reedita Los raros, que fomenta su fama de decadente afrancesado, libro que incluía además la necrológica de Martí, censurado por insurrecto en España. Es éste, además, un momento de revisión de sus ideas sobre la literatura social, palpables en las notables necrológicas de Gorki y 201a, de 1902.Al referirse a la novela La barraca, de Blasco Ibáñez, manifiesta, por ejemplo: "como a todos los pensadores contemporáneos, preocúpale el áspero problema del hombre y de la tierra y está naturalmente con los de abajo, con los oprimidos. [... ] Libros como éste no se hacen por puro culto al arte, sino que llevan hondos anhelos humanos" (Daría, 1901: 223). Al mismo tiempo, a 10largo de las primeras década de 1900 son cada vez más sólidos sus artículos de crítica literaria, como por ejemplo "José Martí, poeta" (La Nacion, 29 de mayo de 1913), sin dudas el más valioso análisis cuando acaba de aparecer ese año la edición de los inéditos Versos libres; o la dedicada a "Los hermanos Machado" (La Nación, 15 de junio de 1909), entre muchos otros más centrados en la difusión de la literatura hispanoamericana. Siempre desde su autoconfiguración del intelectual artista, del Poeta con mayúscula que no renuncia a representar, su última producción se desliza hacia la ironía, bien visible en su célebre "Epístola a la señora de Lugones", confesión de la condición del artista moderno que, sin embargo, se apoya en los estatutos de la alta poesía, de la epístola clásica, desde Horacio hasta la herencia del Siglo de Oro. En franca disidencia con otras perspectivas ideológicas o estéticas, defendió las posibilidades de la palabra cuando no se la somete a estatutos ajenos a sí misma, fundado en significaciones de larga tradición que hacen del poeta una figura del conocimiento, presente en innumerables ejemplos, especialmente en ese diálogo filosófico que es
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"El coloquio de los centauros" y en casi todos los incluidos en la segunda edición de Prosas profanas. Esta convicción se ensombrece más tarde en las dudas de los nocturnos y en "Lo fatal" de Cantos de vida y esperanza, pero siempre destacando la significación intelectual de sus textos. Melancolía y pesimismo que no quiebran la invitación al canto de celebración ante la enigmática belleza del mundo, que, como todos recordamos, expresa, entre otros, su poema "Filosofía", del mismo libro (1977: 276): Saluda al sol, araña, no seas rencorosa, Da tus gracias a Dios, oh sapo, pues que eres. El peludo cangrejo tiene espinas de rosa y los moluscos reminiscencias de mujeres. Sabed ser lo que sois, enigmas siendo formas; dejad la responsabilidad a las Normas, que a su vez la enviarán al Todopoderoso ... (Toca, grillo, a la luz de la luna; y dance el oso.) Estas últimas cuestiones singularizan y complejizan el itinerario intelectual dariano, caracterizado en buena parte de su recorrido por tomas firmes de distancia entre una y otra condición -poeta (artista) e intelectual-, lo que justamente vuelve importante el cruce, si no se cercenan en contenidos y conductas las contaminaciones entre ambos discursos y ambas configuraciones, a las que no parece renunciar.
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CAMINO A LA MECA: ESCRITORES HISPANOAMERICANOS EN PARís
Camino a la meca: escritores hispanoamericanos en París (1900-1920) Beatriz Colombi
Entre el 1900 Yla Primera Guerra un contingente de escritores hispanoamericanos convergió en París conformando una colonia estable, que habría de engrosar sus filas y modificar su perfil a lo largo de las tres primeras décadas del siglo. Si bien existen numerosos antecedentes de viajes y exilios letrados en la centuria precedente, esta migración constituye el primer ingreso masivo de la inteligencia hispanoamericana en un concierto internacional. Los motivos de la diáspora fueron de diverso orden, algunos llegaron por elección voluntaria, otros arrastrados por la expatriación, la gran mayoría en búsqueda de un espacio que alojaba la promesa de triunfo y de reconocimiento. Un rasgo distintivo de la cultura de fin de siglo fue su carácter cosmopolita y metropolitano, lo que propició la intensa movilidad de los creadores de todo el mundo hacia las grandes capitales; el hecho afectó de modo particular a los latinoamericanos, procedentes de sociedades que experimentaban una relativa prosperidad pero que estaban rezagadas en términos del desarrollo de un mercado moderno. La nueva demanda de especialización y la urgencia de inserción en el presente favorecieron el desplazamiento de diferentes sectores de profesionales, diplomáticos, secretarios, corresponsales y cronistas, traductores, educadores, estudiantes y escritores. El cambio de escenario fue visto como el carnina más expeditivo hacia la profesionalización y el encuentro de condiciones más favorables para desplegar sus proyectos. El grupo inicial se instaló entre dos ciudades donde concentraron sus actividades y operaciones: París y Madrid. En este eje intelectual (Ugarte, 1951) se proclamaron como una nueva élite representativa del continente americano. Pero la significación de estos dos polos no fue la misma: mientras que Madrid fue vista como puerta de ingreso a Europa, la meta de llegada siempre fue París. El imaginario en torno de esta ciudad la convertía en una verdadera meca del peregrinaje artístico, y su centralidad fue indis-
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cutida para los contemporáneos, condición que Walter Benjamín expresó al definirla con el sintético epíteto "ciudad capital del siglo XIX" y que, más recientemente, Pascale Casanova (2001) puso de relieve al señalar su función en aquella época de epicentro de la República Mundial de las Letras. Para los latinoamericanos, París tuvo connotaciones aun más viscerales que comprometían sueños y deseos postergados por generaciones y que se tornaban imperativos para las nuevas promociones. Fue varias veces referida como "la patria espiritual" y arbiter del gusto, del pensamiento y de la moda. Y fue, sobre todo, el más importante mercado de bienes simbólicos de ese momento. Alcides Arguedas (1879-1946), integrante del enclave de 1900, sostiene en sus memorias que al individuo que se distingue en París -sea poeta, filósofo, artista, inventor, sportman o bandido- se le abre un vasto campo de actividad, "un mercado" en términos corrientes, cuya demanda puede producirle un casi repentino cambio en las condiciones de su vida material. Algo más obtiene todavía quien triunfe en París, según la concepción romántica: se ve rodeado de prestigio, cobra fama mundial, goza de preeminencia, recihe el homenaje de los mejores y entra a gozar de todos los bienes morales y materiales acordados en recompensa a los privilegiados (Arguedas, 1959: 69 2 ) . Así, obtener validación en ese circuito fue la motivación principal que condujo a la confluencia parisina. Podría pensarse que la utopía perseguida era la de establecer una ciudad letrada extraterritorial, lejos de las acometidas de la ciudad real y de sus transacciones. En un gesto de máxima autonomía, muchos de estos actores pretendieron independizarse de los condicionamientos políticos, estéticos y lingüísticos, provinciales y nacionales, para incorporarse a las reglas del arte parisinas, siempre de difícil aprendizaje. Aspiraron a reconocerse en otro universo donde las leyes, las prácticas y los valores les eran ajenos, cuando no desconocidos, y,casi siempre) hostiles. No obstante, la escena exterior facilitó la adquisición de nuevos lenguajes y competencias y les permitió proyectarse como apropiadores, traductores y mediadores de normas y paradigmas metropolitanos. Las pautas de sociabilidad letrada así como las elecciones de todo orden fraguadas en el laboratorio parisino se ofrecieron como modelos modernos y deseables para los espacios nacionales de procedencia. La situación de exterioridad favoreció la definición de relatos supranacionales, como el latínoamericanismo, el hispanoamericanismo o el iberoamericanismo, en el marco de pactos nuevos y necesarios resultantes del
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avance del imperialismo y de la urgencia por fundar narraciones de autonomía incluyentes y al mismo tiempo homogeneizado ras del subcontinente. La prédica de estos discursos asumió un carácter generalizado entre los emigrados, en consonancia con los nuevos roles del escritor que comienza a intervenir en los asuntos públicos en nombre de los valores insoslayables de una cultura. Si bien el antiimperialismo fue el horizonte común para todos, la primera congregación parisina estuvo lejos de ser homogénea en términos ideológicos; en efecto, en ella circularon posiciones críticas del cesarismo o afines a los gobiernos fuertes, proclives al nacionalismo o defensoras de la democracia y el socialismo. En la posguerra, este relato Íatinoamer-icanista, proyectado casi hiperbólicamente y sometido a una infatuación por exceso en el período previo, perdió su énfasis o recibió revisiones críticas que lo moderaron notablemente, y su lugar fue capitalizado por las adhesiones a otras causas, como la Revolución Rusa o la Guerra Civil Española. En términos estéticos, tampoco primó la concordia. La polémica entre exotistas y americanistas, hispanistas y latinistas, cobró nuevo impulso, y la estadía parisina promovió en las primeras décadas del siglo xx una vuelta temática hacia América, con proyecciones de un modernismo residual e incorporaciones de propuestas emergentes como el arte de vanguardia. La migración también produjo un doble movimiento con referencia a los usos lingüísticos, ya que la necesidad de hacer circular los textos competitivamente en el ámbito periodístico y literario francés impuso el bilingüismo, y muchos apuntaron a las ventajas de una diglosia que garantizaba la llegada a un público diverso a un lado y otro del Atlántico. La adopción del francés Como lengua literaria fue común entre varios residentes, como Francisco Contreras, Francisco García Calderón o Vicente Huidobro, que alternaron uno y otro código en sus escritos; en algunas oportunidades, el escaso prestigio del castellano llevó a la opción definitiva por el francés, como es el caso del cubano Armand Godoy. Al mismo tiempo, se produjo la revalorización de los matices regionales y nacionales del idioma, dando comienzo a la incorporación de estos registros en la lengua literaria. La integración al contexto fue relativa o escasa y la colonia funcionó muchas veces como ghetto. En los testimonios, las cartas y las memorias abundan los lamentos de extranjería y el sentimiento de saberse intrusos en París. Gonzalo Zaldumbide, escritor y diplomático ecuatoriano asentado en Europa por largos años, señaló en "Vicisitudes del descastamiento" (1914) que, dada su marginalidad, el escritor latinoamericano recoge tan sólo los ecos del pensamiento contemporáneo, pero si converge en el ceno tro de la irradiación del mismo, se ve condenado a la soledad, la exclusión
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y la pérdida de toda raigambre, de modo que siempre "flota ansioso entre dos mundos". La inestabilidad y la transitoriedad fueron la marca distintiva de esta experiencia, aun para aquellos que fijaron su destino de modo definitivo en el viejo continente.
LA CONFORMACIÓN DE LA COLONIA, LOS OFICIOS
Manuel Ugarte (1875-1951) llamó al contingente que se integró en París en 1900 la "generación viajera"y recuperó estos años en varios libros -El dolor
de escribir (Confidencias y recuerdos) (1933), Escritores iberoamericanos del (1941) Y El naufragio de los argonautas (1951)- en los que la evocación
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personal corre pareja con la justificación grupal. En estas memorias argumentó que, lejos de cualquier especulación en sentido contrario, la emigración había sido productiva ya que esta generación "dio su mejor fruto en el extranjero", apartada de la sofocante atmósfera intelectual americana. Lo cierto es que el enclave europeo posibilitó que las historias individuales se entrecruzasen en una trama común, al mismo tiempo que la perspectiva nacional cedió terreno a una percepción continental de los problemas que aquejaban al conjunto. El primer grupo con relaciones más constantes estuvo formado por Rubén Darío, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo, José Santos Chocano, José María Vargas Vila, Francisco Contreras, Rufino Blanco Pombona, Alcides Arguedas, Hugo Barbagelata.Alejandro Sux, Francisco y Ventura García Calderón, Joaquín Edwards Bello, Manuel Ugarte. Según este último, los rasgos comunes fueron la expatriación voluntaria por razones políticas o por incompatibilidades de distinto orden con el medio de origen, la fidelidad hacia los precursores americanistas, la búsqueda de una literatura nueva y propia, la necesidad de profesionalización, la defensa de un programa continental, la conciencia antiimpenalista y la intervención pública en los sucesos de la época. Estos puntos resumen en buena medida un perfil al que las distintas siluetas se ajustan. De acuerdo con el balance de Ugarte, pese a las conquistas y a los logros alcanzados, muchos sufrieron el desprestigio debido a la ausencia en sus respectivos países, o bien padecieron un desenlace prematuro o trágico. Rubén Darío murió en estado de gran deterioro pese a su edad, Francisco García Calderón terminó sus días en un hospicio en Lima, Francisco Contreras combatió la tuberculosis en la estrechez parisina, y el mismo Ugarte, presumiblemente, se suicidó en Niza. Este relato de una suerte de generación malograda recorre usualmente las memorias
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de otros testigos de la época y construye, como en el caso de Ugarte, una épica trágica del grupo, que redunda, previsiblemente, en la justificación de estas trayectorias desviadas de su destino nacional. Otros nombres de migrantes temporarios o visitantes ocasionales se van sumando al primer grupo hasta la Primera Guerra. Los argentinos Ángel de Estrada, Ricardo Güiraldcs, Enrique Larreta, Juan Pablo Echagüe, Eugenio Díaz Romero, Martín Aldao y Leopoldo Lugones, los venezolanos Manuel Diez Rodríguez, Pedro César Dominici y César Zumeta, el boliviano Franz Tamayo, la chilena Gabriela Mistral, los colombianos Guillermo Valencia y Pedro Emilio Coll, el ecuatoriano Gonzalo Zaldumbide, los mexicanos Luis Urbina,Alfonso Reyes y José Juan Tablada. Entre los más reconocidos artistas plásticos, Diego Rivera, Ángel Zárraga y el Dr. Atl (Gerardo Murillo) de México, el venezolano Tito Salas, y en la pos~ guerra el uruguayo Pedro Figari y la brasileña Tarsila do Amaral. Pero esta enumeración es apenas aproximativa a la gran cantidad de nombres que se congregan en distintos momentos y que conforman un elenco sorprendente por su amplitud y relevancia. La comunidad parisina prolongó las prácticas de la bohemia, como una marca residual decimonónica, pero incorporó rápidamente todos los rituales de la moderna sociabilidad letrada: empresas editoriales, prólogos, siluetas, homenajes, banquetes, salones y el imprescindible café literario. En el comienzo del siglo frecuentan el ambiente literario de los cafés -donde pueden encontrar a Iean Moréas o Catulle Mendes- como Napolitain, Calisaya,Soufjlet, Vachette, Café d'Harcourt, así corno los restaurantes y salones, el mentado Bullierdel Barrio Latino, o los cenáculos en Montparnasse, como el que convoca Paul Fort en el café Claserie des Lilas, muy concurrido por los hispanoamericanos. En los años veinte, el centro se desplaza decididamente hacia los cafés de Montparnasse: Le Dome, la Coupole, Régence y La Rotonde,lugar de cita del círculo de Maurice Maeterlinck y del círculo dadaísta de Tristan Tzara, Max Iacob y Pierre Reverdy, del que también son asistentes asiduos César Vallejo y Vicente Huidobro. El intercambio epistolar entre los residentes parisinos, consistente en cartas o en rápidas esquelas, revela un vínculo continuo a través de invitaciones a encuentros informarles, conferencias, pedidos de prólogos, resefías, recomendaciones, intermediaciones ante editores, así como el intercambio de textos breves para el periódico, sobre todo notas, ficciones, poesía y crónicas de viaje. Las cartas recibidas desde América solicitan a los escritores asentados en París encargos de todo orden, desde encontrar destino para sus manuscritos, hasta una bibliográfica que puede aportar promoción, como la carta de presentación y la escueta biografía con
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que José Enrique Rodó acompaña su envío de Ariel a Manuel Ugarte en 1900. En estos contactos se establecen afinidades electivas que propiciarán la emergencia de simpatías, propósitos comunes y nuevas afiliaciones. En sus memorias, Alcides Arguedas anota que la "peña intelectual" de los comienzos deviene luego una sociedad letrada con instituciones y prácticas específicas: Pero no es sólo en torno a la mesa de los restaurantes que se afirman las relaciones. Las salas de redacción se abren también. Primero es Mundial; luego La Revista de América e Hispania, de Londres, sin contar los muchos periódicos diarios del continente que solicitan nuestra colaboración (Arguedas, 1959: 644)· Las editoriales francesas corno Garnier Hermanos, Editorial Viuda de Bouret, Pau} Ollendorff, E. Flammarion y Michaud, inauguran colecciones para los libros hispanoamericanos que tenían un mercado garantizado en España yen América Latina (Villegas.jose). Los editores abren sus puertas a los traductores del castellano, otra fuente de trabajo importante para estos escritores. Este movimiento editorial se vio favorecido por el nuevo interés estratégico cultural de Francia hacia los países latinos, que se incrementó después de la guerra, y que se manifestó en la creación de instituciones promotoras de reuniones, conferencias, banquetes y publicaciones, tales como el Comité France-Amérique (1909) Yla Association París-Amérique Latine (1925). En la posguerra se crea el Institut d'Études Hispaniques en la Sorbona y su revista Hispania (1918), bajo la dirección de Ernest Martinenche, un activo gestor de propuestas culturales que incorporan a los hispanoamericanos (Patout, 1988). Algunos escritores, como Amado Ncrvo, Enrique Larreta, Francisco y Ventura Garda Calderón, A1cides Arguedas, Gonzalo Zaldumbide, Alfonso Reyes,ocupan cargos en las legaciones diplomáticas -lo que César Vallejo llamó la "esfera oficial" de los escritores en París-, una actividad que limita su autonomía y los compromete con un mundo de boato y figuración, usufructuado pero también padecido y criticado por estos mismos actores. Es asimismo notable como aun aquellos distantes de cualquier cargo consular asumen el rol de embajadores culturales, aspirando a ejercer delegaciones simbólicas de comunidades nacionales, más allá de los gobiernos de turno. Con todo, fue el periodismo la actividad más corriente y, muchas veces, el motivo del traslado a Europa para hacerse cargo de la corresponsalía para diarios americanos y españoles. En la Exposición Internacional de París de 1900 convergen Rubén Dario, Amado Nervo, Manuel Ugarte y
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Gómez Carrillo, convocados para cubrir el evento cumbre del giro del nuevo siglo, donde se dan cita el progreso científico, tecnológico, bélico, y, especialmente, la indiscriminada autocelebración de la expansión colonial por parte de las potencias europeas, según la óptica crítica sobre este acontecimiento, como puede leerse en Peregrinaciones (1901) de Daría o en Crónicas de Bulevar (1902) de Ugarte. Los diarios americanos reclamaban la crónica parisina, y los escritores cultivaron el género pues veían en él tanto la posibilidad de subsistencia, como un nicho periodístico que no interfería con los objetivos literarios sino que, por el contrario, les permitía luego volver al circuito letrado a partir de la recopilación de estos textos en libros -corno Frívolamente... (sensaciones parisienses) (1909), de Ventura Garda Calderón, uno de los más reconocidos entre tantos otros- precedidos del imprescindible prólogo de alguna firma de fuste. Con una prosa más flexible que profunda, la crónica no intenta competir con la noticia y alimenta el imaginario de un París deseado, enigmático y excitante, con la promesa de éxito literario y también de experiencias nuevas, contadas desde una plataforma privilegiada: la terraza de algún café en el bulevar. Muchos de estos textos cultivaron ese "complejo de París" que Pedro Salinas definió como una relación pulsional e inexcusable de los artistas con la ciudad: "Esa atracción, compuesta de múltiples y variados resplandores, que París ha estado ejerciendo más de un siglo, sobre las mocedades de millares de artistas, desde Rusia a la Argentina" (Salinas, 1957: 32). Este relato parisino pautado sobre temas fundados por las fisiologías del siglo XIX se desplaza desde el deslumbramiento hasta el tópico inverso, la decepción de París, produciendo en las primeras décadas del siglo una nueva narración desmitificadora de la centralidad parisina y que, poco a poco, empañará el fetichismo metropolitano. Enrique Gómez Carrillo (1873-1927), el más famoso entre los cronistas, fue investido como el príncipe del oficio. Llegado a París en 1891 por consejo de Darfo, establece pronto contacto con escritores franceses, se hace un nombre en la prensa e ingresa en la prestigiosa editorial Garnier. Por su antecedencia en el terreno y también por su indiscutible habilidad para las relaciones sociales, Gómez Carrillo ofició como puente de acceso a las editoriales y al periodismo, y también como intermediario en la sociabilidad del café, lugar donde introduce a los hispanoamericanos recién llegados ante los escritores de fama. Junto a la crónica, género de máxima demanda, surge la interview, nueva modalidad que se impone en los medios. Juan José de Souza Reilly, considerado como el rey de los reporters, es enviado por el magazine Caras y Caretas de Buenos Aires para entrevistar a notables, "de monarcas a lustrabotas", perfeccionando el arte que Gómez
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Carrillo aplica al mundo literario. El réquiem de la crónica coincide con el inicio de la Primera Guerra, momento en que se produce una primera retirada del escenario europeo. Si bien hacia la década de 1920 la crónica parisina deja paso al artículo más sesudo o a la nota de actualidad, la actividad en el periodismo siguió siendo la principal vía de ingreso a París y la fuente de trabajo y profesionalización más segura para los nuevos residentes, como César Vallejo, Miguel Ángel Asturias o León Pacheco. Algunos de estos escritores se abocaron a la literatura de ideas, en notable desarrollo a partir de la progresiva institucionalización en las sociedades americanas de disciplinas tales como la filosofía, la sociología, la historia, la etnografía, el psicoanálisis o la literatura. Desplegaron así una obra de divulgación del pensamiento europeo y americano y,al mismo tiempo, elaboraron teorías interpretativas del continente. Dos figuras se destacan en este sentido: Manuel Ugarte y Francisco García Calderón. Manuel Ugarte fue uno de los primeros en fijar su domicilio en París, donde trabaja como corresponsal de la prensa americana y española y llevaadelante una mediana trayectoria literaria, aunque se destaca fundamentalmente por su militancia y prédica contra los imperios. Advierte -como otros hispanoamericanos: José Ingenieros, César Zurneta, José María VargasVila o Rufino Blanco Fombona-la rivalidad existente entre los países más poderosos por la hegemonía sobre los dominios coloniales y emprende una persistente campaña contra el expansionismo norteamericano. Desde "El peligro yanqui" (1901), primera nota dedicada al tema, sostiene la complicidad entre capitalismo e imperialismo, que comenzaba a visualizarse a comienzos del siglo xx. En La patria grande (1922) reúne sus propuestas principales, que consisten en la crítica a la doctrina Monroe, la denuncia de la política exterior de los Estados Unidos y la refutación de la tesis positivista sobre las razas inferiores que era funcional a las agresiones y a las invasiones en América Latina. Pero más que un ideólogo, Manuel Ugarte es un formador de opinión que acude a nuevas formas de intervención y propagación de sus ideas como la carta abierta, la gira continental y la conferencia en recintos universitarios. Así emprende un tour continental en lo que llama su "campaña latinoamericana", y en 1912 recorre las principales capitales del continente para llevar su mensaje ante grandes auditorios de universitarios y trabajadores, para lo cual cuenta con el prestigio que le da su base parisina. El peruano Francisco García Calderón (1883-1953), considerado discípulo y continuador de José Enrique Rodó, fue visto como una de las voces más sólidas de la intelectualidad en el extranjero. Instalado en París en 1906, reside en esa ciudad por más de cuatro décadas. Su trayectoria vital es similar a la de Manuel Ugarte en varios aspectos: alta extracción social, migra-
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AM~RICA lATINA
ción voluntaria a Europa, desempeño en la diplomacia, antiimperialisrno y una temprana consagración parisina seguida del olvido y clausurada por un desenlace penoso. Sus dos ensayos americanistas publicados en París, Lesdémocraties latines de l'Amérique (1912) y La creación de un continente (1914), revelan la adopción de nuevas herramientas de análisis histórico, social y psicológico. Lesdémocratíes latinesde l'Amérique -título que alude a Tocqueville, con quien fue comparado- se publicó en francés y tiene
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del pensamiento idealista que da a conocer en artículos publicados en La revista de América, que dirige en París, y en los medios americanos, como ElFígaro de La Habana, La Nación de Buenos Aires y El Comercio de Lima.
EL ESPACIO LITERARIO
por objeto dar a conocer al mundo una versión moderna y positiva de estas
nuevas sociedades. En este trabajo pondera las fuerzas sociales más dinámicas, los criollos y los mestizos, responsables respectivamente de los dos momentos cruciales en la historia del continente: la independencia y la república. Con una perspectiva histórica revisionista respecto de los hombres fuertes de la tradición americana, es favorable a los caudillos pacificadores y propone asimismo, como contrapeso a los excesos del nacionalismo y en prevención del expansionismo, la formación de confederaciones de naciones afines por sobre la utopía bolivariana de unidad continental. En el siguiente libro, Lacreación de un continente,analiza un tema central para los debates de la hora; la inserción de América Latina en el mundo a partir de tres grandes conglomerados culturales -panamericanismo, paniberismo y panlatinismo-, argumentando en favor de un alineamiento bajo este último rótulo. García Calderón se ubica en el contingente de los nuevos sociólogos finiseculares, algunos profesionales, otros amateurs -como Francisco Bulnes, JoséEnrique Rodó, José Ingenieros, JoséMaría Ramos Mejía, César Zumeta, Manuel Ugarte. Rufino Blanco Fombona, Manuel Oliveira Lima y Octavio Bunge-. Dentro del colectivo parisino, se desempeña claramente corno el divulgador de las nuevas corrientes filosóficas -"Las corrientes filosóficas en América Latina" (1908)- introduciendo categorías que darán aire no tan sólo a sus escritos, sino también al ensayismo latinoamericano de las primeras décadas del siglo.Así,adopta de Gabriel Tarde el optimismo hacia el porvenir latino -enjuiciado corno decadente por las corrientes positivistas- y la ley de la imitación, que, trasladada a las condiciones americanas, autoriza a pensar que la imitación, el entrecruzamiento, la combinación y la transmutación de los modelos llevarán a la originalidad ya la invención propiamente americanas. Por otra parte, el conocimiento de William James, Henri Bergson y Émile Boutroux, a quienes lee, entrevista, frecuenta y difunde en textos recopilados en Hombres e ideas de nuestro tiempo (1907), Profesores de idealismo (1909), Ideologías (1917), lo familiariza con los conceptos de pluralismo, perspectivismo, intuición, relativismo, contingencia, síntesis y armonía. Abre de este modo una nueva biblioteca
En términos de liderazgo literario, Rubén Daría (1867-1916) fue durante mucho tiempo la personalidad más reconocida de la colonia parisina. Había alcanzado el lugar más encumbrado que un escritor americano podía ambicionar y era la figura que mejor encarnaba la tan ansiada condición de artista, lo que llevó a Ventura García Calderón a señalar que con Daría y por primera vez en América Latina un poeta se proponía no ser nada más que un poeta. La unánime admiración por Daría -no exenta de polémicas y distanciamientos, como los que mantuvo en estos años con Rutina Blanco Fombona y con Manuel Ugarte,críticos rigurosos del primer modernismo- servía de desagravio frente a la ignorancia del ambiente parisino respecto del poeta nicaragüense. Daría, que frecuentaba exclusivamente a los hispanoamericanos, ofreció una de las respuestas más extremas a la situación del desarraigado: la reclusión y el gueto. Pese a esta circunstancia, y a su personalidad naturalmente retraída, lideró una red modernista-esteticista que nucleó a los escritores canonizados y a las nuevas promociones del movimiento, a quienes apoyó con presentaciones y prólogos decisivos para su ingreso en el mundo literario. Todo recién llegado debía cumplir el ritual de su visita, como un nuevo acólito en busca de la dispensa del oficiante, quien a menudo actuaba como guía por los lugares míticos de la ciudad. Sus crónicas y correspondencia están plagadas de estos testimonios, así como del progresivo desengaño parisino que empaña su juvenil entusiasmo de los años chilenos. Con el paso del tiempo, los nuevos residentes ponen distancia del entorno más estrechamente dariano. Así, en una carta a Pedro Henríquez Ureña. Alfonso Reyes confiesa que se mantiene al margen de la "repugnante" Mundial, dirigida por Daría, y que se resistió a visitar al poeta en su primera estadía en la ciudad. Después de la guerra y con la muerte de Daría, ningún otro escritor ocupó este espacio, y el liderazgo se atomizó en los distintos recintos y esferas de la actividad capitalina. Solamente Ventura García Calderón cultivó una actitud protectora hacia los nuevos. "No hay muchacho de América -poeta, pintor, músico- que al llegar a París no busque el ala de Ventura", es el testimonio que da en 1923 el joven ingresante César Vallejo.
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Frente a la debilidad de una cultura que aún no alcanzaba su personería en el mundo de las letras, la tarea de estos escritores fue ingente. Definieron un objeto que sólo se reconocería como disciplina universitaria, campo de investigación y mercado de circulación de obras en el siglo que se iniciaba: la literatura hispanoamericana. De este modo, dispusieron nuevos parámetros de valoración de un capital cultural desconocido y en formación para sus propios practicantes. Si destinaron una gran cantidad de libros a la divulgación de la literatura universal, como el pionero Los raros (1896) de Daría, Literatura extranjera, estudios cosmopolitas (1894), de Enrique Gómez Carrillo, o Los modernos (1909), de Francisco Contreras, compilaciones que daban a conocer a los nuevos escritores europeos, también promovieron las letras latinoamericanas con variadas iniciativas. Y en ello la crítica ejercida desde París tuvo un papel fundamental, ya que consagraba a los jóvenes, tanto a los modernistas tardíos corno a los nuevos novelistas y a los escritores de la vanguardia, provenientes de distintas experiencias estéticas y generacionales. Varios libros se encargan de dar a conocer un panorama de los escritores latinoamericanos desde la primera década del siglo, como Lajovenliteratura hispanoamericana, antología deprosistas y poetas (1906), de Manuel Ugarte, Letras y letrados de Hispano-América (1908), de Rufino Blanco Fombona, La juventud intelectual de la AméricaHispana (1911), de Alejandro Sux, y Lesécrivains contemporains de l'Amériqueespagnole (1920), de Francisco Contreras, selecciones que solían generar polémicas por exclusiones o celos literarios entre los asentados en París y los escritores de los respectivos campos nacionales. Ventura García Calderón publica en París en 1938 la Biblioteca de la cultura peruana, una antología en trece volúmenes que, con algunas notorias omisiones, difunde la literatura peruana desde la conquista hasta el presente. El trabajo de afirmación y delimitación de una literatura propia fue fundamental, pese a los olvidos y a las falsas apreciaciones que la distancia y las discordias impusieron a esta empresa. En este terreno, merece particular atención la columna de "Letras hispanoamericanas" de la revista Mercure de Prance, una de las publicaciones más prestigiosas de las letras francesas de su tiempo. La sección, destinada a la producción del continente, fue creada en 1897 por Remy de Gourmont y estuvo a cargo sucesivamente de Pedro Emilio Coll, Eugenio Díaz Romero y, durante más de veinte años, del chileno Francisco Contreras (1877~1933). Contreras llega en 1905 a París, donde lo une una gran amistad con Darfo, al punto que es considerado su discípulo, y escribe una de las biografías más completas sobre el nicaragüense en 1930. Su patrimonio personal, como en el caso de otros latinoamericanos (Manuel Ugarte, Francisco y Ventura García Calderón), le permite solventar los primeros
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pasos de esta aventura. Pero luego, el acceso a la sección crítica del Mercurede France lo identifica como la pluma más autorizada de la crítica latinoamericana en París, y sus notas son reproducidas en publicaciones de toda América Latina, como Nosotros y Carasy Caretas (Argentina), ZigZag (Chile), Cuba contemporánea (Cuba), Revista de Revistas (México), estableciendo así un doble circuito de consagración de los autores tanto en el ámbito parisino como en el continental. En París se dirimen polémicas que ya tenían su antecedente en el espacio americano. Desde luego, la tensión entre el modernismo, en su primera versión decadentista, y el arte social alcanza aquí su clímax. La corriente más constante en el primer enclave de escritores es la reconciliación con las raíces culturales hispánicas, nueva orientación resultante de la debacle española tras la guerra de Cuba (1898) y la política panamericanista de los Estados Unidos, ejemplo de lo cual es Cantos de vida y esperanza (1906), de Rubén Daría. Pero otra rivalidad cultural se instala en e! campo: entre hispanismo y latinismo. Migue! de Unamuno, e! agente más relevante del panhispanismo, le dio voz al reclamo español ante la hegemonía francesa, manteniendo lazos estrechos con los hispanoamericanos a través de correspondencias, encuentros, y también desencuentros, como la relación tensa que siempre mantuvo con Rubén Darío. Las posiciones de Unamuno son refutadas por Valéry Larbaud en El Nuevo Mercurio de abril de 1907, en un artículo titulado "La influencia francesa en las literaturas de lengua castellana". Para Larbaud, tal influencia estaba sobredimensionada ya que los escritores españoles y americanos eran desde luego originales, y propone que debe primar en las letras, más que este tipo de debates, un sentido de universalidad. Valéry Larbaud sostiene un criterio internacional para las letras, contrapuesto al nacionalismo literario de otros intelectuales franceses como Maurice Barres o Charles Maurras. Pero, al mismo tiempo, aconseja a los jóvenes escritores latinoamericanos: Yoles diría de buen grado que, en efecto, es deseable frecuentar lo más distinguido de París y esa élite es sobre todo la de las letras, sin duda alguna. Pero ya que ellos también piensan un poco en su público, no les pedimos poemas del Barrio Latino ni notas que dejen comprender que han sido escritas en la terraza de un café a la moda del bulevar. Exigimos de ellos las visiones de villas tropicales, blancas y voluptuosas ciudades de las Antillas, villas de conventos en el corazón de los Andes negros, las verdegueantes perspectivas de avenidas acariciadas por ráfagas de aire tibio de México y Buenos Aires; la vida de estancieros y gauchos, una bella silueta de vaquero de las provincias fronterizas de la
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República Argentina, y por lo tanto, el espectáculo de la naturaleza, la nota exótica, la tristeza, la melancolía y asimismo el tedio que se desprende de ciertos paisajes andinos. La cita expresa la expectativa de representación de lo americano que subyace a la perspectiva metropolitana, siempre asociada al exotismo, aun en aquellos actores que postularon como ideal una comunidad universal de las letras, como es el caso. El reclamo por un poeta que encarne al Whitman sudamericano, formulado tanto por José Enrique Rodó como por Paul Groussac al Darío de Prosas profanas,encuentra eco en Alma América, de! peruano José Santos Chocano, proyectado en el ámbito parisino como ejemplo de una nueva sensibilidad americana, notoriamente pomposa y fatua. Se hace visible la consigna de una estética posmodernista que es llamada tanto americanismo (Rufino Blanco Fombona) como mundonovismo (Francisco Contreras). Este último publica en 1917 en el Mercure de France el artículo "Le mondonovisme", donde sostiene: El movimiento que triunfa hoy en las letras hispanoamericanas, el Mundonovismo, viene a adaptar a nuestro espíritu y a nuestro medio las verdaderas conquistas realizadas por e! movimiento anterior, el Modernismo. No se trata naturalmente, de instaurar un arte local o siquiera nacional, siempre limitado, sino de interpretar esas grandes sugestiones de la raza, de la tierra o del ambiente que animan todas las literaturas superiores, sugestiones que lejos de anular la universalidad primordial en toda la creación artística verdadera, la refuerzan diferenciándola. Se trata sencillamente de crear el arte del Mundo Nuevo, quiero decir, de la tierra joven y del porvenir. Ubica en esta tendencia a Enrique GonzáIcz Martínez (México), a Baldomero Fernández Moreno y Ricardo Güiraldes (Argentina) ya José Eguren (Perú). Pero para Contreras el mundonovismo pretende ir más allá de lo meramente temático y, por ello, releva en estos autores el "efecto de sorpresa" que Apollinaire reclamaba para el arte moderno, o los procedimientos de extrañeza, disonancia e irritación propios de un arte vanguardista. Luego, en l'esprít de I'Amérique (1931) identifica una nueva generación de p~osistas, Manuel Gálvez, Pedro Prado, Alcides Arguedas y el avant-garde RICardo Güiraldes, quienes, más allá de sus procedimientos de escritura, buscan en sus países la inspiración y la materia de sus creaciones. Las letras asumen, en la óptica del crítico chileno, un rol fundamental en la afirma-
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ción de la personalidad continental. De este modo, la ficción autóctona se impone en las producciones parisinas: Alcides Arguedas publica Raza de bronce (1919), Ventura Carda Calderón incursiona en el cuento indigenista con La venganza del cóndor (1924), y el propio Francisco Contreras lo hace con El pueblo maravilloso (1927). El progresivo imperio del americanismo fue más acorde a los intereses de la distribución de áreas y de la tipificación de la literatura desde París, en el mismo sentido en que unas décadas más tarde consagrará la estética del "realismo mágico". Mundonovismo y americanismo, propuestas impulsadas por estos escritores, responden a una demanda en el escenario de la literatura mundial y se articulan con los nuevos productos que se generan en los campos nacionales. La vuelta a lo americano alcanza tanto a la novela de la tierra como a la vanguardista. En los años veinte, César Vallejo reclama por una auténtica sensibilidad aborigen y no tan sólo una literatura prctcndidamente indigenista, mientras se impone el criollismo en las vanguardias argentinas y se debate el nacionalismo en las mexicanas. Por otra parte, el desarrollo de la etnología y la antropología despertará el interés de los académicos y del público francés por las culturas precolombinas, que serán difundidas en conferencias, traducciones y estudios universitarios, de impacto en la obra de Miguel Ángel Asturias.
INSERCIONES
Las transformaciones en el propio campo intelectual francés se reflejaron en las fluctuaciones de la colonia, que frecuenta desde los simbolistas tardíos reunidos en torno de la Plume y del Mercure de Prance, los cultores del nacionalismo (Barres, Maurras), los partidarios de un arte internacionalista (Valéry Larbaud), los propulsores de la vanguardía (Marínetlí, Guillaume Apollinaire. Reverdy), hasta, en la década de 1920, los grupos dadaístas y surrealistas. En las artes plásticas, el fauvismo y el cubismo ganan numerosos y tempranos adeptos, y la París cubista, como la llama Alfonso Reyes, se impone entre los jóvenes pintores. Con todo, si el objetivo de este desplazamiento fue, corno dijimos, la obtención de mayor visibilidad y participación en la República Mundial de las Letras, lo que muchas de estas trayectorias revelan, salvo excepciones, es el anonimato y la marginalidad, así como la imposibilidad de superar el trauma del rechazo y la exclusión. Rastas, rastaquere, metecos, colonos: la extranjería recibió muchos nombres y pocas explicaciones convincentes. Los hispanoamericanos padecían
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la confusión, fomentada por la propia ideología capitalina, entre las familias adineradas que acudían a París para exhibir sus capitales nacidos de la industria de la carne y del cuero, y las más modestas condiciones del sector medio letrado, que convergía igualmente en el mismo espacio en busca de otro tipo de capital. Si bien Blanco Pombona quiso invertir el sentido, argumentando que el rastacuero era, finalmente, un ser cosmopolita, liberal y viajero, el estigma no desapareció. "París no nos conoce en absoluto", se lamentaba Dario, mientras que Manuel Ugarte (1951: 28) sostenía: "Nosotros no éramos nada. Peor que nada. Nosotros éramos anónimos 'rastas' (la palabra 'metéque' no había nacido aún)': José Vasconcelos (1983: JI, 1073) atribuyó el motivo de la exclusión al mestizaje, que los relegaba a ocupar los últimos estratos de la inteligencia en París: "El meteco disfruta de consideración que no alcanzamos los simples mestizos americanos". Aunque las quejas se reproducen, no todos corren la misma fortuna, ya que las relaciones personales van por otro cauce. Enrique Larreta mantiene una relación cercana con Maurice Barres y asiste al salón de la condesa Ana de Noailies. Enrique Gómez Carrillo frecuenta los círculos literarios de notoriedad, como el de Maurice Maeterlinck. Francisco Contreras obtiene una mediana inserción en el campo intelectual y su casa se vuelve, hacia 1920, punto de reunión de artistas, músicos y plásticos franceses. Alfonso Reyes traba una productiva amistad intelectual con Valéry Larbaud y adquiere renombre en su segunda residencia parisina: "Famosos escritores de Francia, jóvenes y viejos, frecuentaban la modesta casa del ministro poeta, uno de los pocos mexicanos que han logrado interesar a la crítica francesa por sus propias producciones y sus estudios de Góngora, de Mallarmé'' (Vasconcelos, 1982: IJ, 466). Pero lo cierto es que un reducido número de escritores franceses fue sensible a las letras hispanoamericanas y a sus representantes en Francia (Molloy, 1972). Entre los que más proximidad tuvieron se puede citar a Remy de Gourrnont, Iules Romains, Paul Fort. Paul Adam, Gustave Khan, Maurice Barres y Valéry Larbaud, que establecieron contactos a partir de viajes por América y colaboraciones en las revistas publicadas en París. Una figura notable en este exiguo diálogo fue Remy de Gourmont, gran erudito, ensayista y crítico, animador desde su fundación, junto con Alfred Vallete, del Mercure de France y colaborador de La Nación de Buenos Aires. Será uno de los autores predilectos de Darío, que le dedica poemas y artículos, y su Le livre des masques está presente en la concepción de Los raros. A pesar de su conocimiento rudimentario del español, fue el traductor de La gloria de don Ramiro,de Enrique Larreta, y también fue la visita insoslayable para todo nuevo peregrino a la meca literaria, lugar que ocupará, después de su muerte
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en 1915,Valéry Larbaud. La proximidad de Larbaud con la colonia fue fecunda: apoya la publicación en Gallimard de Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes, y de Los de debajo, de Mariano Azuela, así como de Visión de Anáhuac, de Alfonso Reyes, y así revaloriza la tarea de la traducción. De hecho, los traductores y los críticos, como Francis de Miomandre, el hispanista [ean Cassou, a cargo de las Lettres espagnoles en el Mercure de Prancc. o Georges Pillement, secretario de La Revue de l'Amérique Latine, se vincularon más con la cultura hispanoamericana que otros escritores de fama (Patout, 1988).
LAS REVISTAS
Uno de los índices de la vitalidad de este enclave y de sus operaciones de autopromoción fue la publicación de revistas de signos diferenciados. La primera empresa fue ElNuevo Mercurio, dirigida por Enrique GÓmez.Ca~ri 110, mensuario publicado entre enero y diciembre de 1907. En su editorial, se propone estrechar lazos entre intelectuales de España y América para mitigar el desconocimiento y, sobre todo, superar los enconos, fijando la lengua como patria común de los escritores a un lado y otro del Atlántico. La revista tiene una tendencia marcadamente hispanista, en la línea del paniberismo promovido por el Congreso de Madrid de 1890, y cuen~a con la asidua colaboración de Miguel de Unamuno. El modelo de la revista es el Mercure de Prance y ambiciona ocupar el lugar que esta publicación tenía entre los lectores hispanoamericanos. Adapta la enquete al ámbito hispánico, lo que posibilita nuevos intercambios entre editor, escritores y público. La primera enquéte estuvo orientada a hacer un balance del movimient~ modernista y la segunda, afín con su lazo peninsular,a interpelar a los escnrores franceses sobre la presencia de España en sus letras. En la revista prevalece la marca cosmopolita sobre la americanista, y la literaria sobre la política. Promueve un programa tibiamente americanista, enfáticamente hispanista, activamente internacionalista, al tiempo que irradia criterios de profesionalización del escritor incorporado al mercado editorial, al trabajo de traducción y a la crónica periodística. Mundial Magazine (1911-1913) estuvo a cargo de Rubén Darío, quien también dirigió Elegancias (1911-1914). La revista se caracterizó por una presentación lujosa, con gran despliegue de reproducciones, láminas y fotografías, que apuntaba evidentemente al gran público del magazine, antes que al reducido lector literario o académico. Entre sus íntimos, Darío confiesa que quiere una publicación latinoamericana, "sin gringos", y, a José
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E~rique ~odó, que aspira a que la revista sea el "punto de cita" del pensamiento hispanoamericano de la hora. Daría está a cargo de editoriales dedicados en cada número a un país diferente, y de la columna "Cabezas", después recogida en libro, donde traza rápidas siluetas, muchas de ellas de los mismos escritores con asiento en París: Leopoldo Lugones, José Enrique Rodó, Manuel Ugarte, Francisco García Calderón, Enrique Gómez Carrillo, Ricardo Rojas, Amado Nervo, Craca Aranha, Federico Gamboa. Colaboran en Mundial, además de estos nombres, Alcides Arguedas, Rufino Blanco Fombona, Ventura García Calderón, Enrique Larreta, Manuel Gálvez, José Sant~s Chocano. Mundial escenifica de modo frecuente el homenaje, la celebración, el banquete corno prácticas habituales de promoción, e introduce la gira de su propio director como modo de obtener lectores y suscripciones, con distintas escalas: Barcelona, Madrid, Río de [aneiro, Sao Paulo, Montevideo -donde dirige el homenaje a Herrera y Reissig, que había fallecido en 1910, y consagra a la joven Delmira Agustini- con punto final en Buenos Aires. El efecto del conjunto es adocenado y casi crepuscular, de un modernismo residual, que defiende sus viejos baluartes: la bohemia, la mercantilización de París, el resentimiento. La presentación de los países hispanoamericanos -que suele tener cierto empaque diplomático~convive con fotografías de las grandes prime donne de la ópera.
La Revista de América fue dirigida por Francisco García Calderón, se publicó entre 1912 y 1914 Yfue interrumpida a causa de la guerra. LaRevista ~e ¿mérica impulsó una red arielista-parisina, de marcada impronta panlattrusta, antiimperalista y elitista. Propulsó un nuevo perfil del intelectual universitario-académico con visibilidad social, calcado sobre su propio director, que convoca a colaboradores afines a esta pauta. En todos los campos Se privilegia la especialización de las disciplinas, remarcando las nuevas tendencias en oposición a un pasado informe, poco profesional, volcado a la imp~ovisación o al diletantismo. El editorial del primer número proclama la existencia de una "elite intelectual de ultramar': que inaugura un nuevo tiempo lejos de las querellas locales que silenciaron a los "profesores de amerícanismo" del siglo XIX. El programa propone como meta la autonomía cultura.l y advierte sobre el vasallaje a los modelos extranjeros, pero no estigmatiza la imitación; por el contrario, sostiene que "la imitación ha de preparar la futura invención, la originalidad necesaria", dando una salida esperanzadora a un problema que apremiaba a la inteligencia finisecular. Pero lo que La Revista de América exhibe como su más preciada novedad es la presencia de columnistas de los diversos países, de México a Buenos Aires. En efecto, estableció un corte y un cuadro del pensamiento latinoamericano, con más de ochenta escritores reconocidos o cmergen-
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tes, en lo que configura una red excepcional en comparación con las otras publicaciones. El sistema incluye una articulación continental, con corresponsales a distancia, y otra parisina-americana. Acoge así a la vanguardia de los ateneístas mexicanos, Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes y Antonio Caso; a la generación de críticos literarios y ensayistas finiseculares, José Enrique Rodó, Baldomero Sanín Cano, Víctor Pérez Petit, Francisco García Godoy y José Veríssimo, y entre los nuevos escritores profesionalizados y ligados estrechamente al nacionalismo, a Manuel Gálvez y a José de la Riva Agüero. Una característica remarcable. si se compara con las otras revistas publicadas en París, es la presencia de colaboradores del Brasil, como José Vcrfssirno, Greca Aranha, Luis Cuimaraes y, en especial, Manuel Oliveira Lima, ministro del Brasil en Bélgica y autor de Panamericanismo, texto crítico de la hegemonía norteamericana cuya tesis era compartida por la redacción. La revista da particular importancia a la nueva sociología e incorpora contribuciones de los argentinos José Ingenieros y Raúl Orgaz, de los venezolanos Julio César Salas y Laureano Vallenilla Lanz, del boliviano Alcides Arguedas. También afirma una tradición intelectual propia -"Tenemos ya nuestros clásicos"-, proponiendo la primacía de Moreno sobre Iovellanos, de Alberdi sobre Guizot, de Lastarria sobre Lamartine, o de Daría sobre Gautier. Este movimiento de construcción de un canon propio puede observarse en artículos destinados a figuras que son catapultadas como héroes culturales latinoamericanos: Bolívar, Montalvo, Silva, Machado de Assis o Justo Sierra. Otras iniciativas tuvieron poca proyección, como la Revue Sud-Américaine (1914) de Leopoldo Lugones o Ariel de Alejandro Sux. En la posguerra, las publicaciones periódicas conducidas exclusivamente por hispanoamericanos fueron escasas y ocasionales. La revista Nord-Sud (1917), de Pierre Reverdy con la colaboración y el financiamiento de Vicente Huidobro, o Favorables París Poema (1926), dirigida por César Vallejo y Juan Larrea, sobrevivieron a pocos números. Otras iniciativas fueron la de Enrique Gómez Carrillo, que dirigió Parisina (1926), y la de José Vasconcelos, La Antorcha (1931). Mucho más importante fue, en cambio, la participación de este colectivo en una serie de revistas francesas especializadas en América Latina que se publican a partir de 1900 y en las que aparecen como colaboradores y también, en muchos casos, como objeto de estudio: la ya mencionada Mercure de France, la RevueHispanique dirigida por el bibliófilo y erudito Raymond Foulché- Delbosc, que convoca a especialistas para números especiales sobre cada país, y, sobre todo, la Revue de l'Amérique Latine, a cargo de Ernest Martinencbe, que alojará constantemente artículos de y sobre los hispanoamericanos entre 1922 y 1932.
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AUTORREPRESENTACIONES
París es el mayor catalizador de los relatos de la vida de escritor. En el fin de siglo prevalecen los tópicos de la bohemia, corno una rémora del viejo mito del artista pobre y desavenido, inmortalizado por Escenas de la vida de bohemia de Hcnri Murger, abecedario de la estudiantina y del arte por el arte que ofrece el Barrio Latino. Desde luego, entre los hispanoamericanos y dado el "complejo de París" pesa el síndrome del provinciano en la capital, que remite al Luden de Un gran hombre de provinciasen París, de Balzac. Fundidas con estas imágenes, palpita un imaginario alimentado por el dandysmo y el esnobismo. Las leyendas escabrosas o folletinescas dan un tinte hiperbólico a los diarios íntimos de Rufino Blanco Fombona (1975), a Treinta añosde mi vida (1920), de Enrique Gómez Carrillo, y hasta alcanza a pasajes de las Memorias (l983), de José Vasconcelos. El culto a la personalidad y a la individualidad propio de la órbita modernista reposidona la imagen del escritor en el espacio americano, sensible a la moda proveniente de París. En el novecientos, el escritor comienza a ser también una figura modelada por la curiosidad de la prensa.adquiriendo visos de personaje o, incluso, de divo, como lo recuerda Alcides Arguedas (1959: 648): "Hoy es moda, sobre todo moda inglesa, publicar en la prensa o en el libro todo lo que se relaciona con la vida de los hombres célebres o notables': Del mismo modo se populariza la difusión del retrato, y de allí el copioso archivo de fotografías donde se destaca el disfraz o la composición de una pose, que puede ser circunspecta (Contreras), mística (Nervo), aventurera (Santos Chocano), melancólica (Dario) o dandy (Gómez Carrillo). Las leyes del mercado reclaman la fotografía del escritor en performance, así como historias de orden sorprendente, y hasta escandaloso. Nadie más expuesto a este uso que Rubén Daría, cuyas anécdotas parisinas de timidez y cortedad -que Ventura García Calderón atribuye a su origen mestizo-e, condimentadas de miseria yalcoholismo, lujo y bancarrota, ocupan más espacio en la prensa que su propia obra, y resulta un pasaje común en las memorias de sus contemporáneos. En contacto con la metrópolis, los escritores migrantcs modificaron sus prácticas y sus imágenes tradicionales, y aun las recientemente adquiridas. El mito moderno del éxito en el mercado, cuyo arquetipo es Martin Eden (1909), de Iack London, se impone. El personaje de London representa la obstinada persecución de la fama, la inversión desaforada en el sueño de vivir de la literatura. Este empeño capitaliza las expectativas de los latinoamericanos, que se insertan súbitamente en un gran mecanismo de oferta y demanda de trabajo en medios europeos y americanos. La experiencia
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parisina se impuso como un barómetro literario donde "conquistar París" es la meta, y el anonimato cuenta como fracaso, y por ello se vuelve un tópico en las novelas y prosas de la época. El argentino Aníbal Ponce fue crítico de esta espejismo que arrebataba tanto a escritores honestos corno a inescrupulosos. advirtiendo que "no habrá un escritor que triunfe sino a condición de ser francés o de haberse identificado tan precozmente con el alma francesa que deje de ser cubano, como Heredia, o que olvide ser griego, como Moréas" (Ponce, 1956: 72). El éxito fue visto como rec~m pensa del "rastacuerismo intelectual", y el precio del mismo era ~onv~rt1rse en un "escritor francés de América Latina", un híbrido, lo que implicaba, entre otras cosas, la renuncia a la lengua. Las prácticas metropolitanas ofrecen también otra faceta prontamente incorporada, la intervención pública. En contacto con los modelos que observa en Anatole France, [ean Iaures. Émile 201a o Hen ri Barbusse, Manuel Ugarte propone una nueva ideología del escritor con participación en la vida pública de las sociedades. En contra del elitismo intelectual o del artepurismo. el escritor contemporáneo debe, según su criterio, ocupar resueltamente un lugar en la opinión y en el combate y ser autónomo respecto de los poderes políticos, financieros o religiosos. En este sentido, adopta nuevos gestos de confrontación, como la carta abierta a Thomas Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, similar al apóstrofe del poema «A Roosevelt" de Rubén Darlo, ambos sintomáticos de una colocación que trascendía los lugares habituales del escritor hispanoamericano para instalarlo en el debate de los graves asuntos internacionales y en la defensa de valores trascendentes. En la huella del "Yoacuso" de 201a, estas colocaciones apuntaron a generar denuncias y un clima de opinión adverso a las maniobras expansionistas norteamericanas, a la par que investían a los hombres de letras que las asumían de un nuevo poder moral ante la comunidad hispanoamericana, en cuyo nombre hablaban. Los posicionamientos políticos y públicos en París fueron la tónica de muchos escritores, como Víctor Raúl Haya de la Torre o César Vallejo, que adhiere al Partido Comunista peruano Yviaja en repetidas ocasiones a Rusia, situaciones que le ocasionan la expulsión de París en 1930 hasta 1932 , cuando es autorizado a reingresar. Paralelamente, comienza a imponerse el perfil del escritor con competencia académica y fueros para pronunciarse en las distintas disciplinas. En efecto, muchos acuden a París con una formación universitaria y frecuentan las aulas de la Sorbona donde son invitados a dar conferencias, como Manuel Ugarte, Francisco García Calderón O Alfonso Reyes, o bien son oradores ante públicos selectos y académicos, como en las veladas de
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la Asociación General de Estudiantes Latinoamericanos, fundada en 1925 con el fin de promocionar a América Latina en Europa, donde hablan José Vasconcelos, Víctor Raúl Haya de la Torre y el propio Miguel Ángel Asturias, impulsor del centro, entre otros estudiantes residentes.
RETORNOS Y NUEVOS ANCLAJES
Del París frívolo del bulevar, los latinoamericanos pasaron al París del desabastecimiento y la guerra. Algunos residentes se alistan en el ejército francés, como José García Calderón, dibujante, hermano de Francisco y Ventura, que deja un diario del frente, y Hernán de Bengoechea, ambos muertos en combate. Pero la nómina de voluntarios es mucho más extensa, así corno los movimientos de simpatía y adhesión a la causa, según registra Alejandro Sux en Losvoluntarios de la libertad. Contribución de los latinoamericanasa lacausa delos aliados (1918). Laguerra también ocupa a Francisco Contreras en Les ecrívains hispano-américains et la guerre européenne (]917) ya Francisco García Calderón en Le dilemme de la guerre (1919), y hasta Enrique Gómez Carrillo adapta sus temas y tonos a la nueva circunstancia y escribe sobre el frente en Campos de batalla y campos de ruinas(1915). Alfonso Reyesayudará a evacuar a los hispanoamericanos parisinos desde su cargo en la legación mexicana en ]914. Muchos escritores vuelven a su país o se radican temporaria o definitivamente en España, meca alternativa consolidada por el largo trabajo de religación con la cultura hispánica que había iniciado la generación modernista. Éste fue un primer corte de la colonia, que sumó nuevos integrantes sólo después de superado el conflicto. La vida literaria del París de la posguerra no tuvo el brillo de la belle époque ni este asentamiento volvió a retomar el brío y la vocación continentalista de los primeros años. La idea de una elite con un programa de preocupaciones compartidas se ba1caniza en diversas propuestas, donde prevalecen las individualidades. Para muchos de los partícipes del primer núcleo que optaron por permanecer en París esta elección arrastró el ostracismo del marco nacional, donde algunos corrieron la suerte de los réprobos -lo que Francisco Contreras llamó una "espléndida impopularidad" en su país de origen-, y el fantasma del descastado aún sobrevuela sus imágenes. En el París de los años veinte, muy accesible para los latinoamericanos dada la depreciación del franco, confluyeron: Alfonso Reyes en su segunda estancia corno ministro del gobierno callista) y José Vasconcelos, exiliado por el mismo gobierno; de Perú, César Moro) Víctor Raúl Haya de
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la Torre y César Vallejo;de Cuba, Alejo Carpentier y LydiaCabrera; de Venezuela, Teresa de la Parra y Arturo Uslar Pietri; de Guatemala, Miguel Ángel Asturias y Luis Cardoza y Aragón; de Chile, Gabriela Mistral; y también llegan los brasileños Tarsila do Amaral y Oswald de Andrade. Los latinoamericanos seguirán afluyendo en las sucesivas generaciones, en contingentes cada vez más numerosos y variados de artistas, artesanos, músicos, plásticos, pensadores, académicos, políticos, cuya profusión sería imposible reseñar en pocas líneas. Pero la centralidad parisina se irá diluyendo a lo largo del siglo xx para ceder protagonismo a otros ámbitos -México, La Habana, Buenos Aires, Barcelona-, nuevas plataformas de operaciones para las élites intelectuales latinoamericanas. Paradójicamente, la globalización de comienzos del siglo XXI ha multiplicado la figura del intelectual migrante y cancelado la idea misma de meca literaria.
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HISTORIA DE LOS INTELECTUAlES EN AMÉRICil. LATINA
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r:
Altamirano, Carlos (Argentina, 1939). Es investigador del CONICET. Ensena en la Universidad Nacional de Quilmes, donde dirige el Programa de Historia Intelectual. Ha publicado Frondizi: el hombredeideas mmo político (1998), Peronismo y culturadeizquierda (2001), Bajo el signode las masas, 1943-1973 (2001), Para un programade historiaintelectual (2005) e Intelectuales. Notas de investigación (2006). En colaboración con Beatriz Sarlo escribió Literatura/sociedad (1983) y Ensayos argentinos: de Sarmientoa la vanguardia (1997). Tuvo a su cuidado la edición de la obra colectiva Argentina en el siglo xx (1999) Y la dirección del diccionario Términos críticos de sociología de la cultura (2002). Integra el Consejo de Dirección de Prismas. Revistade historia intelectual. Barrancos, Dora (Argentina, 1940). Es socióloga y doctora en historia por la UNICAMP de Brasil. Es investigadora principal del CONICET y profesora consulta de la Universidad de Buenos Aires. Dirige el Instituto lnterdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y ejerce la Secretaría de Posgrado de la Universidad Nacional de Quilmcs. Posee una obra numerosa dedicada a la historia social y cultura\, especialmente a la historiografía de género y de las mujeres. Su último libro es
Mujeresen la sociedad argentina. Una historia de cincosiglos (2007). Colombi, Beatriz (Argentina, 1952). Es doctora en letras, investigadora en el Instituto de Literatura Hispanoamericana y profesora de la cátedra de Literatura Latinoamericana 1 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ha sido docente en la Universidad de La Plata, en la Brown University y en el Centro Coordinador y Difusor de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Ha editado y prologado antologías de la obra de Horacio Quiroga, Delmira Agustini, Machado de Assis, Julio Cortézar y Paul Groussac, y es autora de Viaje
intelectual. Migraciones y desplazamientosen América Latina 1880-1915 (2004). Crespo, Horacio (Córdoba, 1947). Es licenciado en letras por la Universidad Nacional de Córdoba y doctor en estudios latinoamericanos por la UNAM, donde se desempeña como profesor en la facultad de Filosofía y Letras y en el Posgrado de Estudios Latinoamericanos. Ha impartido clases en varias universidades argentinas, mexicanas y europeas. Obtuvo la beca Guggenheim en 1998. Es autor de libros y artículos sobre historia económica y relaciones entre intelectuales, cultura y política en la América Latina del siglo xx.
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Devoto, Fernando (Buenos Aires, 1949). Es doctor en historia y profesor titular de Teoría e Historia de la Historiografía en la Universidad de Buenos Aires. Ha sido profesor visitante en numerosas universidades europeas e hispanoamericanas. Entre sus libros se encuentran Nacionalismo, fascismoy tradicionalismo en la Argentina moderna.
tesar investigador en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, donde actualmente dirige la revista Historia Mexicana. Ha impartido clases en diversas universidades de México y del extranjero. Sus numerosos trabajos se centran en dos campos: la Iglesia y la sociedad en la Nueva España yla inserción de esta última en el impe-
Una historia (2002), Historiade la inmigración en la Argentina (2003), Brasil-Argentina, Um ensaiode historia comparada (2004, en colaboración con Boris Fausto).
rio español de los siglos
Gallo, Klaus (Argentina, 1961). Es doctor en historia moderna por la Universidad de Oxford, Gran Bretaña. Realiza su tarea docente y de investigación como profesor ;1S0ciado en la Universidad Iorcuato Di Tella, donde actualmente es director del Departamento de Historia. Es autor de De fa invasiót¡ al reconocimiento. Gran Bretaña y el Río de la Plata 1806~1826 (1994; traducido al inglés como Creat Britaín and Argentina. From ínvasíonto recognition ssoc-iszc, 2001) y de The struggle[aran enlightenedrepublic. BuenosAiresand Rivadavía (2006); editor de Las Invasiones Inglesas (2004), y coeditor, con Nancy Calvo y Roberto Di Stefano, de Loscurasde la Revolución (2002) y, con Gracíela Batticuorc y Jorge Myers, de Resonancias románticas(2005). Laera.Alejendra (Argentina, 1965). Es doctora en letras por la Universidad de Buenos Aires, donde se desempeña como docente de Literatura Argentina, y es investigadora del CONICI'.T. Escribió El tiempo vacío de la ficción. Las novelasargentinas de Eduardo Gutiérrezy Eugenio Cambaceres (2004), y compiló, entre otros, los volúmenes Las brújulas del extraviado. Una lectura integralde Esteban Echeverría (2006, en colaboración con Martín Kohan) y Elvalorde la cultura.Arte, literaturay mercadoen América latina (2007, en colaboración con A. l-ernéndcz Bravo y L. Cércarno-Hucchante). Lasarte valcárcel, Javier (Venezuela, 1955). Es doctor en filosofía y letras por la Universidad Autónoma de Madrid. Es profesor titular de la Universidad Simón Bolívar y profesor visitante en universidades de Venezuela, los Estados Unidos, España y Francia. Sus trabajos se centran principalmente en los siglos XIX y xx en Venezuela y América Latina, y en los últimos tiempos han hecho eje en las representaciones de la nación. Lempériere.Annick (Francia, 1953). Es doctora en historia por la Universidad de Paris I Sorbonne, donde se desempeña como profesora investigadora de Historia de América Latina. Ha publicado numerosos artículos sobre la historia política y cultural de América Latina, especialmente de México. Sus principales obras son Lesdercs de la nation. lntellectuels, État et societe au Mexique au xx" siécle (1992), EntreDíeu et le Roi, la républiouc. Mexica, XV¡"-X1X(' siéctes (2004). Actualmente, escribe una Historia de América
Latina, siglos XIX-XXI. Lomnitz, Claudio (Chile/México, 1957). Es William H. Ransford Professor de Antropología en la Universidad de Columbia, en Nueva York, y director de su Centro de Estudios sobre Etnicidad y Raza. Es autor de varios libros sobre cultura y política en México, entre los que sobresalen Lassalidasde/laberinto: cultura e ideología en el espacio nacional mexicano (1995) y,el más reciente, Idea de la muerte en Méxiea (2006). También es editor de la revista Puhlic Culture, y escribe una columna semanal en el periódico Excdsior, de la ciudad de México. Mazín, Osear (México, 1954). Es doctor en historia y civilización por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, París. Desde el año 2000 se desempeña como pro-
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Mello e Souza, Laura de (Brasil, 1953). Es profesora titular de Historia Moderna en la Universidad de Sao Paulo (usn), donde hizo sus estudios de grado y posgrado, y donde enseña desde 1983. Fue profesora visitante en varias universidades extranjeras, en las que dietó seminarios, conferencias y cursos. Publicó varios libros sobre la historia del período colonial en el Brasil, que abarcan desde la historia social y cultural hasta la historia de la vida privada y la historia política renovada, a la que se ha dedicado en los últimos años. Es autora, entre otros libros, de Desclassificados do ouro, O diabo e a terra de Santa Cruz, íníerno atlántico y Norma e conjtito, y cornpiladora de Cotidiano e vida privada na América Portuguesa (volumen 1 de la colección História da vida pri-
vada no Brasil). Myers, Jorge (Argentina, 1961). Es licenciado y maestro en historia por la Universidad de Cambridge (Reino Unido) y maestro y doctor en historia por la Universidad de Stanford (Estados Unidos). Es profesor titular e investigador en el Programa de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmcs, e investigador en la carrera de ciencias sociales del CONICET. Ha sido Tinker Visiting Profcssor en la Universidad de Chicago (2007-2008) y profesor visitante en numerosas universidades argentinas y latinoamericanas. Ha publicado Ordeny virtud: eldiscurso republicano del régimenrosista (1995) y compilado (en colaboración con Klaus Gallo y Gracicla Batticuorc) Resonancias románticas: historiaculturaldel Río de la Plata 1820-1890 (2005). Su trabajo se centra en la historia intelectual y cultural de Ja Argentina y de América Latina en los siglos XIX y xx. Palti, Elías José (Argentina, 1956). Es doctor en historia por la Universidad de California en Berkelcy, Realizó estudios posdoctorales en El Colegio de México y en la Universidad de Harvard. Actualmente se desempeña como docente en la Universidad de Ouilmes y como investigador del CONICET en la Argentina. Publicó numerosos arüculos en revistas especializadas en doce países. Es autor de Girolinguistica e historia inte-
lectual(1998),Aporías. Tiempo, modernidad, historia, sujeto, nación, ley (2001), La nación como problema. Los historiadores y la "cuestión nacional" (2003), Verdades y saberes del marxismo. Reacciones de una tradición política ante su "crisis" (2005), la invención de una legitimidad. Razón y retórica en el pensamiento mexicano del siglo XIX (Un estudio sobre lasformas del discurso político) (2007), El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado (2007) y Elmomento romántico. Nación,historiaylwguajes políticos en laArgentina del siglo XIX (en prensa). Pérez Perdomo, Rogelio (Venezuela, 1941).Es maestro en derecho por la Universidad de Harvard y doctor en Ciencias por la Universidad Central de Venezuela. Es decano de la Facultad de Estudios Jurídicos y Políticos de la Universidad Metropolitana de Caracas. Ha sido profesor en la Universidad Central de Venezuela y en el IRSA (Caracas) y ha dirigido el Instituto Internacional de Sociología Jurídica (Oñati, España) y el Sranford Program for International Legal Studies (California). Entre sus principales obras figuran Los abogados en Venezuela (1981), Justicia y pobreza en Venezuela (1987) y Los abo~il/J(lS
de América Latina (2004).
570 I
HISTORIA
DE
LOS INTELECTUALES EN AMtRICA LATINA
Rezende de Carvalho, MariaAlice (Brasil, 1954).Es licenciada y maestra en historia, y doctora en sociología por el Instituto Universitario de Investigaciones de Río de Ianeiro (ruaant), donde desde 1999es profesora titular de sociología. Sus principales trabajos son: Cidade 6- fábrica. A construraodo mundo do trabalhana sociedadc brasíleira (19 84), Quatrovezes cidade (1994), O quinto século. André Reboucas ea construrao do Brasil (1998), Carpoe alma da magistraturabrasileira (1998), y ludicíalizacaoda políticae das relar6es sociais no Brasil (2000). Rojas, Rafael (Cuba, 1965).Es doctor en historia por El Colegio de México y profesor e investigador del Centro de Investigación y Docencia Económicas (eIDE). Es autor, entre otros libros, de Cuba mexicana. Historia de una anexión imposible (2001, Premio de Historia Diplomática), La escritura de la independencia.Elsurgimiento de la opinión pública en México (2003), Tumbas sin sosiego. Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano (2006, Premio Anagrama de Ensayo), y Motivos de Anteo. Patriay nación en la historia intelectualde Cuba (zoca). Rose, Sonia V. (Perú). Es doctora por la Universidad de la Sorbonne-Nouvelle, París y habilitada por la Universidad Paris-Sorbonne, donde es profesora titular desde 1994. Codirige la colección académica "Textos y estudios coloniales y de la Independencia" (Madrid, Editorial Iberoamericana). Ha organizado una serie de congresos en Francia y Alemania y tiene numerosas publicaciones sobre historiografía indiana y sobre la cultura letrada en las Indias dentro del marco político. Ha editado varios volúmenes colectivos y es autora de ElParnaso antártico:la formación de una república de lasletras en el Perú virreina! (de próxima aparición). III
Sabato, Hilda (Argentina, 1947). Es historiadora, profesora de la Universidad de Buenos Aires e investigadora del CON1CET. Trabaja en temas de historia política y social argentina y latinoamericana del siglo XIX. SUS últimos libros son La política en las calles. Entreel voto y la movilización.BuenosAires1862-1880 (1998Y2004; en inglés: The manyand thefew. Political participation in republican BucnosAires,2001); Pueblo y política. La construcción de la república (2005) y ha compilado Ciudadanía política y formación de naciones. Perspectivas históricas de América Latina (1999). Schwarcz Moritz, Lilia (Brasil, 1957). Fue profesora visitante en las universidades de Oxford, leiden y Brown. Es investigadora de la Guggenheim Memorial Poundation y forma parte de la Junta de la oficina brasileña de la Universidad de Harvard. Es autora, entre otros, de Retrato em bronco e negro (1987),O espetáculo das raras (1993, y Parrar Strauss & Giroux, 1999), Rara e diversidade (1997), Negras imagens (1997), As barbasdo Imperador: D. Pedro 1I,um monarca nos trópicos (1999,Premio Iabuti, y Farrar Strauss & Giroux, 2004), No tempo das certezas (2000), Racismo no Brasil (2001), A longa víagem da biblioteca dos reis (2002), O livro dos livrosda Real Biblioteca (2003), Registros escmvos (2006). Coordinó el volumen 4 de la Historia da vida privada no Brasil(1998). Silva Beauregard, Paulette (Venezuela, 1961). Es licenciada en letras por la Universidad Central de Venezuela, maestra en literatura latinoamericana y doctora en letras por la Universidad Simón Bolívar.Es profesora titular y directora de Estudios. RevistaticInvestigaciones Literarias y Culturales del Departamento de Lengua y Literatura de la Universidad Simón Bolívar. Ha publicado Una vasta morada de enmascarados. Poesía. cultura y modernización en Venezuela a finales del siKlo xrx (1993), De médicos. idiliosy otras his-
COLABORADORES
I 571
torias. Relatos senúmentoiesy diagnósticos defin desiglo, 188o-19/() (Premio "Pensamiento Latinoamericano" del Convenio Andrés Bello, 2000) y Las tramas de los lectores. Estrategias de la modernización cultural en Venezuela (Premio Fundación para la Cultura Urbana, 2007), además de diversos artículos en libros y en revistas especializadas. Stuven,Ana María (Chile, 1950). Es maestra en estudios latinoamericanos y doctora en historia por la Universidad de Stanford (Estados Unidos). Es académica del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ha sido profesora visitante en universidades norteamericanas y ejerció la Cátedra Neruda en la Universidad de la Sorbonne, París 1lI. Sus investigaciones se centran en la historia intelectuallatinoamcricana, sobre todo chilena. Ha editado y coeditado varios libros. Es autora de La seducción de un orden: Laselitesy la construcción de Chile en laspolémicashistóricas y políticasdel siglo XIX (2000) Y Chile disperso, elpaís en fragmentos (2007). Zanetti, Susana (Argentina, 1933). Fue profesora titular de Literatura Latinoamericana en la Facultad de filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesora consulta de esa Facultad y profesora titular de Literatura Latinoamericana I en la Facultad de llumanidades de la Universidad Nacional de La Plata, donde además coordina el Comité Asesor del Doctorado en Letras y dirige la revista del Centro de Teoría y Crítica Literaria, Orbis Tenius. Ha dictado seminarios y cursos en distintas universidades argentinas, latinoamericanas y europeas (especialmente en España y Alemania). Es autora de Legados deJosé Marü en lacrítica latinoamericana (2000), Ladorada garra de la lectura. Lectoras y lectores de novelaen América Latina (2002), Rubén Dorio en La Nación de BuenosAires (2004) y Leeren América Latina (2004). Publicó numerosos artículos en libros y revistas de la Argentina y del extranjero.
•
Indice de nombres
Abella Ramirez, María: 470, 471, 473, 474,477,480-482,486,489 Abrcu e Lima, José lnécio: 96
Acevedo, Eduardo:
272
Acosta, José de: 31, SS, 68, 70, 74 Adam, Paul: 558 Adamowicz-Hariasz, Maria: 499 Adams, Iohn Quincy: 206, 215, 218, 219, 221, 222
Adorno, Sérgio: 179 Agreda y Sénchez, José María de: 307 Agüero, Segundo de: 199 Aguilar, José Antonio: 42J, 422 Águila Peralta, A. del: 390 Aguilar y de Córdoba, Diego de: 82, 88,9 0 Aguirre, Lope de: 90, 91 Agulhon, Maurice: 245,390
Agustín de Hipona: 67 Agustín 1: 133 Agustini, Delmira: 560 Alemán, Lucas: 46, 137, 207, 212, 306
Alas, Leopoldo, conocido como "Clarín": 540 Alberdi, Juan Bautista: 16, 180, 272, 277, 278,281,345,346,398,414,416,420, 424,428-43°,430,432,436,561
Aldao, Martín: 548 Alderete, Antonio de: 62 Alfonso X el Sabio: 54,57,66 Alonso, Ángela: 315 Alsina, Valentín: 275 Altamirano, Carlos: 227 n., 511, 513, 516 Altamirano, Ignacio: 239, 240, 405, 525
Alva Cortés lxtlilxóchitl, Fernando de: 61,296 Alvarcnga Peixoto, Inácio José de: 105, 106, 114 Alvarcz, Emilio: 448 Alvarez Ionte, Antonio: 194 Alzate y Ramtrez, José Antonio: 33, 257 Amaral, Tarsila do: 548, 565 Amunátegui, Gregario Víctor: 416 Amunátegui, Miguel Luis: 256, 416 Anchorena, Tomás Manuel de: 300 Anderson, Benedict: 207
Andrada e Silva, José Bonifacio de, véase José Bonifácio Andrada Machado e Silva, Antonio Carlos Ribeiro de: 369 Andrade, José María: 307 Andrade, Olegario: 398 Andrade, Oswald de: 565 Andrade Muricy: 327 Angelis, Pedro de: 36, 275, 294, 299, 300, 302,3 03
Anhaldt, Nadda G. de: 451 Anna, Timothy E.: 211 Annino, Antonio: 207 Antivilo, Julia: 469 Antonio y Antillón, Isidro de: 75 Apiano, Pedro: 293 Apollinaire, Guillaume: 5S6, 557 Aragón, Agustín: 447 Aranha, Graca: S60, 56] Arantes, A.: 316 Araujo, José Joaquín de: 299 Araujc, Juan de: 73
574 I
HISTORIA DE LOS INTELECTUALES EN AMERICA LATINA
Arcaya, Pedro Manuel: 351 Arendt, Hannah: 461 Ares Queija, Berta: 81 Argerich, Cosme: 188
Barreto, Amália Amanda: 3]9 Barros, M.: 416 Barros Arana, Diego: 46, 256, 258, 277,
Arguedas, Alcides: 335, 344, 545, 547,549, 556,557,560-562 Arias Sánchez, Osear: 178 Arista, Mariano: 305
Barros de Orrego, Martina: 416
Aristóteles: 66, 68, 89, 235, 262,343 Arlt, Roberto: 500 Arnoni Prado, A.: 330 Arriaga, Cristóbal de: 88 Artigas, José Gervasio de: 124, 281, 287 Assis Barbosa, E: 319
Asturias, Miguel Ángel: 42,551,557, 564,565 Aubin, Ioseph Marius Alexis: 297, 298 Augusto, Julio César Octaviano: 170 Averroes: 68 Avicena: 68, 69 Avila.Alfonso: 104 Avila Rueda, Alfredo: 211 Ayarragaray, l.ucas: 335 Azara, Félix de: 299 Bagú, Sergio: 178
Bahamonde de Sánchez Caballero, María: 470 Balbuena, Bernardo de: 63 Ballesteros Gaibrois, Manuel: 295, 296 Balmcs, Jaime: 279 Balzac, Honoré de: 562 Bancroft, Hubert Howe: 305, 307 Baranda, Joaquín: 455 Barba, Alvaro Alonso: 76 Barbagelata, Hugo: 547 Barbosa da Silva, Paulo: 374 Barbosa Machado, Diogo: 109 Barbaza Pilho, Rubem: 320 Barbussc, Henri: 563 Barcia, Pedro Luis: 91 Barman, lean: 177 Barman, Roderick: 177 Barra, Federico de la: 398 Barrancos, Dora: 469, 471, 480 Barreda, Gabino: 443 Barreda, Rafael: 509 Barreiro y Ramos, A.: 281 Barres, Maurice: 555, 557, 558
283,293,294,304,308,413,415-417 Barthes, Roland: 506 Bartolache, José Ignacio: 257 Bastide, R.: 328
Bastos, Aurélio Wander: ]75, 176 Bataller, Francisco Antonio: 77 Bauza, Francisco: 269-289 Beale, Walter: 237 Beardsley Ir., Theodore S.: 89 Beccaria, Cesare: 219 Bccú, 'Ieodoro: 300, 303 Beéche, Gregorio: 415 Belgrano, Manuel: 35, 124, 246, 256, 257, 259,278, 285,466
Bellini, Giuseppe: 86 Bello, Andrés: ]6, 46, 124, 125, 137,146, 150,15 6,157,160,173, ]76, 178, 179, 180, 195,215,252-256,345,413,414,420-422, 424,425,427-429,431,432,434 Belsayaga, Cristóbal de: 73 Benavente, Jacinto: 540 Bengoechea. Hcrnén de: 564 Bénichou, Pau]: 39
Benjamin, Walter: 545 Bentham, Icremy: 176, 185,193-196, 198, 201, 219,253
Benzaquen de Araújo, Ricardo: 315 Berardi, Carlos Sebasrién: 176 Bergson, Henri: 552 Berisso, Luis: 529 Beristain de Soúza, Mariano: 77 Bernand, Carmen: 61 Berra, Francisco: 470 Betancourt, Rómulo: 358 Bethell, Leslie: 207 Biddle, Nichoias: 218
Bilbao, Francisco: 251, 254, 262-264, 398, 4 14,419,424,435,437
Blanco Acevedo, Pablo: 272 Blanco Fombona, Rufino: 339, 547, 55]554,55 6,558,560,5 62
Blanco White, José: l31, 195, 219, 220 Blasco Ibáñez, Vicente: 541 Blest Gana, Alberto: 46, 416 Bloch, Mare: 269~271
[NOICE DE NOMBRE\ I
Bolívar, Simón: 123,125,129, 131, 1}4-136, 146,166,173,174,196,205,207-213, Bonaparte, Iéróme: 134 Bonaparte, José: 172,222 Bonaparte, Napoleón: 134, 152,154,375 Bonardi, L.: 258 Bonfim, Manoe!: 272 Bonilla, Frank: 22 Bonpland, Aimé: 76 Bordegaray, Eugenia: 465 Borges, Jorge Luis: 307 Borges da Ponscca: 108
Bor]a, Francisco de, príncipe de Esquilache: 83 Borunda, José Ignacio: 130 Bossi, Alfredo: 97 Botana, Natalio: 180 Boturini Benaduci, Lorenzo: 294-298 Bourdieu, Pierre: 19, 436, 520 Boutroux, Émile: 552 Bouza Álvarez: 101 Hoves,José Tomás: 347-349, 356, 357 Bowman Ir., Charles H.: 218 Brading, David: 123
Braganza, María Francisca Doro tea dc: 104 Brahe, Tycho: 71 Braudel, Pemand: 94 Bravo, Carlos: 441 n. Bravo, Francisco: 69, Bravo Lira, Bernardino: 179,39° Breña, Roberto: 220 Bretón de los Herreros, Manuel: 239 Briggs, Asa: 155 Briseño Senosiain, Lilian: 235
Buarque de Holanda, Sérgio: 32, 365, 366 Buffon: 76 Bulnes, Francisco: 335, 441, 444, 445, 447, 448,451,454-457,460,461,552
Bulnes, Manuel: 413, 415, 424, 425, 437 Bunge, Carlos Octavio: 335, 552 Buonocore, Domingo: 299 Burgos de Mcyer, Justa: 470, 478 Burke, Peter: 155,437 Burke, William: 163-]65 Büschges, Christian: 80,85 Bustamante, Carlos María de: 35, 124,306 Byron, George Gordon, lord: 254
575
Cabanis, Pierre: 188, 192, 197 Cabarrús, Teresa: 128 Cabello Balboa, Miguel: 87, 88, 90 Cabral, Pedro A.: 97 Cabrera, Luis: 442, 444-446, 457, 458 Cabrera, Lydia: 565 Caetano, G.: 279
Calancha, Antonio de la: 70, 71 Caldas, Francisco José de: 129 Calderón, Baltasara: 137 Calvo, Thomas: 57 Camacho, Joaquín: 129 Caminha, Pero Vaz de: 98 Caminos, María: 470 Camp, Roderic A.: 13,14,177
Campo, José Enrique del: 402, 408 Candido, Antonio: 97, 99, 104-107, 112, 113,364,367
Cané, Miguel: 279 Canga Argüelles, José: 137 Capistrano de Abreu, Ioáo: 272,313 Cappelletti, Ángel: 336, 337 Carbia, Rómulo: 272 Cardano, Gerolamo: 71 Cardim, Pernáo: 97 Cardot, Felice: 163
Cardoza y Aragón, Luis: 565 Carlomagno: 375 Carlos III: 33, 250 Carlos IV: 33, 127, 250 Carlos V: 64, 294 Carlson, Marifran: 480 Carpentier, Alejo: 565 Carpio Hernández, Manuel E.: 239 Carranza, Venustiano: 459, 460 Carrera, Javiera: 416 Carriego, Evaristo: 398
Carril, Salvador María del: 187, 293 Carvajal, Pedro de: 88 Carvalho, José M. de: 174,177, 319 Carvalho, Laerte R. de: 100 Carvalho, M. A.: 319, 324, 325
Carvalho Franco, Maria Sylvia de: 366 Casal, Iulién del: 526, 534, 535 Casanova, Pascale: 545 Casas de Santa Olaya: 470 Casasús, Joaquín de: 461 Caso, Antonio: 561 Casson, lean: 559
576 I HISTORIA DE LOS INHLECTUAlES EN AMtRICA LATINA
Cassini, Juana: 470 Castañeda y Néjera, Vidal: 448 Castellanos, Floro: 300 Castellanos, Rosario: 43 Castelli, Juan José: 259 Castelio, José Aderaldo: 97, 104, 108 Castro, M. A.: 406, 407 Castro Leiva, Luis: 174 Cavendish, Thomas: 91 Cavia, Mariano de: 452 Ceruti, Roque: 73 Cesaire, Aimé: 312 César, T.: 284 Cetina, Cutierre de: 62 Chacón, Jacinto: 252, 253, 414, 432 Chagas, Carlos: 138 Chang Rodríguez, Raquel: 80, 86, 88 Charcas, Alberto de: 138, 139 Chartier, Roger: 84, 274 Chateaubriand, Francois-Rcné de: 131 Chaumeil, Pierre: 290 Chavcro, Alfredo: 295,304,306,307 Chevalier, Prancois. 207 Chiaramonte, José Carlos: 201, 250, 257,258 Chimalpahin, Domingo Francisco San Antón Muñón:: 61, 296 Chirinos, José Leonardo: 149 Chocano Mena, Magdalena: 18,3 2,80,81 Cibotti, Ema: 403-405 Cieza de León, Pedro: 60, 61 Cittadini, Basilio: 403 Clark de Lara, B.: 405 Claro, Miguel Antonio: 336 Clavijero, Francisco Javier: 34, 58, 122, 297 Clay, Henry: 222 Cobbett, WilIiam: 194 Codillos, Joaquín: 295 Coelho, Edmundo c.: 177 Cohen, Monique: 297 Coil, Pedro Emilio: 534, 548, 554 CoIl y Pratt, Narciso: 164, 165 Collier, S.: 257 Collins, Randall: 13,315 Colombí-Monguió, Alicia de: 87 Colón, Cristóbal: 213, 214, 291, 293 Colón, Hernando: 293, 294 Colonna, Vittoria: 90 Comas, Juan: 291, 292
Comte, Auguste: 11,47,336,443 Conceicño, Carolina Eva da: 318 Condiliac, Étienne Bonnot de: 149,150, 192,201,220 Condorcet, Nicolas de: 197 Connelley, Owen: 222 Constant, Benjamín: 38, 123,176, 2]5, 253 Contreras, Francisco: 546, 547, 554, 556558,562,564
Copérnico, Nicolás: 58,71 Coppéc, Prancois: 452 Córdova, Arnaldo: 445 Corneille, Pierre: 63 Corral, Ramón: 450,460,461 Cortés, Hernán: 60, 222 Cortesáo, Jaime: 292,302 Cosa, Juan de la: 292 Cosío Villegas, Daniel: ]4, 445 Costa, Cláudio Manuel da: 105-107, 111, 112,114 Costa, Hipólito José da: 115 Coto Paúl: 343 Coutinho, Afránio: 98 Covarrubias, Sebastián de: 82 Crecl, Enrique: 445, 461 Crens, Isabel: 470 Cruz, Anne: 84-86 Cruz, Guilherme da: 318 Cruz, Juana Inés de la: 42, 55, 63 Cruz, Luis de la: 300 Cruz, Ramón de la: 63 Cruz e So usa, Ioño: 44, 317-323,326-332 Cuauhtémoc, rey azteca: 130 Cueva, Juan de la: 62 CuUen Bryant, William: 223 Cunha, Euclides da: 385 Cunill Grau, Pedro: 150 Curiel, G.: 406, 407 Cussen, Antonio: 420
Darlo, Rubén:
12, 41, 48, 504, 510, 514,518,
523-543, 547,549,550,553-556,558-5 63 Darwin, Charles: 319, 350 Daunou, Pierre: 192, 196-198 Dávalos y Pigueroa, Diego: 87, 88, 90 De Paw, Corneille: 295 Debray, Régis: 15,48 Debret, lean Baptiste: 373 Delgado, Francisco: 415
íNDICE DE NOMBRES I
Descartes, Rcné: 58, 71, 192 Desterro, Antonio do: lOl Destutt de Tracy: 185,188, 192, 193, 196-]9 8,201 Devoto, Fernando: 402 Días Pais, Perneo: 108 Díaz, Leopoldo: 529 Díaz, Porfirio: 47, 177,182, 341, 407, 441443,446-454,456-458,460,462,463 Dlaz, Ruy: 299 Díaz de Espada y Landa, Juan José, obispo: 220 Díaz de Gamarra y Dávalos, Benito: 71 Díaz Dufóo, Carlos: 534 Díaz Rodríguez, Manuel: 339, 528, 534,548 Díaz Romero, Eugenio: 528, 548, 554 Didapp, Pedro: 457 Díez Gutiérrez, Pedro: 448, 461 Dinwiddy, Iohn: 194, 195 Dolhnicoff, Miriam: 371 Domínguez, Miguel: 212 Domínguez Michael, Christopher: 130,217,218 Dominici, Pedro César: 534, 548 Donoso Cortés, Juan: 279 Doratioto, Francisco: 378 Drago, Luis María: 478 Drake, Francis: 91 Dreyfus, Alfred: 21, 53, 99, 449-455, 458, 461, 518 Dubois, lean: 220 Duby, Georges: 309 Dumas, Alejandro: 239 Dumont, Btienne: 194 Durbec Routin, Josefina: 470 Durkheim, Bmile: 350
Echagüe, Juan Pablo: 548 Echeverrla, Esteban: 16, 300, 346, 429 Edwards Bello, Joaquín: 547 Egaña, Juan de: 124, 258, 259, 417 Egaña, Mariano: 434 Egido, Aurora: 86 Bguiara y Bguren, Juan José de: 77,556 Elhuyar, Fausto de: 77 Elliott, Iohn H.: 85 Enrique el Navegante: 292 Brcilla, Alonso de: 31, 62
577
Escalona Arguinzonis, Rafael: 150 Escardó, F1orencio: 281 España, José María: 149 Espejo, Juan Nepomuceno: 424,433, 437,44 2 Espinosa Medrana, Juan de: 62 Esposito, Fabio: 509 Estévez, Felipe: 220 Estrada, Angel de: 548 Eyzaguirre, Víctor: 433 Ezpeleta, José de: 125 Falcao Espalter, Mario: 337 Falcón, Antonio: 88 Falcón, Ricardo: 21 Fanon, Franz: 312 Parini, Juan Angel: 302 Fausto, Boris: 369 Febvrc, L.: 269 Peijóo, María del Carmen: 480 Felipe II: 54,74,75,85,294 Felipe III: 85 Fell, Eve-Marie: 350 Pernández, Duarte: 77 Fernández de Agüero, Juan: 199, 201, 202 Fernández Concha, Domingo: 416 Pernández de Echeverria y Veytia: 297 Peméndez de Lizardi, José Joaquín: 35, 46,227-229,232,233,398 Pemándcz de Oviedo, Gonzalo: 68 Fernández del Castillo, Manuel: 307 Fernández Garfias, Antonio: 427 Pemández Madrid, José: 218 Fernández Moreno, Baldomero: 556 Fernando VI: 296 Fernando VII: 134, 140, 207, 210, 221,348 Ferri, Enrique: 482 Pigari, Pedro: 548 Figueroa, Francisco de: 88 Pilangieri, Gaetano: ]36, 139, 140, 172, 215,219 Pirbas, Paul: 87 Fisher, Agustín: 307 Flores, Juan José: 137, 214 Flores Magón, Enrique: 456 Flores Magón, Jesús: 456 Flores Magón, Ricardo: 456 Fohlen, Claude: 217 Ponscca, Isidoro da: 101
íNDICE DE NOMBRES I
578 I HISIORIA DE lOS INTELECTlJAlES EN AMÉRICA LATINA
Fontana, B. M.: 195 Porment, Carlos: 38, 245, 246, 250, 390, 391,394
Port. Paul: 548,558 Poulché-Dclbosc, Raymond: 561 Fragueiro, Mariano: 415 Prance, Anatole: 563 Francisco 11: 375 Franco, Constantino: 479 Franco, Hernán: 73 Franco, lean: 23 Pranklin, Benjamín: 215-217, 322 Fray Mocho, José Alvarez, conocido como: 509, 5Il, 512 Preyre, Gilberto: 315 Frías, Félix: 414, 416, 422, 423, 436 Priederici, Georg: 18 Prieiro, Eduardo: 102 Frugoni, Emilio: 17 Puenclara, Pedro de Cebrián y Agustín, conde de: 295, 296 Puller, Catherine: 196 Punes, Gregorio: 187, 246, 299 Puret, Prancois: 245, 442 Furtado, Joaci P.: Il3 Gaboto, Sebastién: 294 Gairén Bohórquez, Julio: 177, 178 Galeno de Pérgamo: 69 Oalllei, Galileo: 58,71,7') GaUagher, M.: 159 Gallardo Alvarez, Luisa: 470 Galtier, Lisandro Z.: 529 Gálvez, Juan de: 88 Gálvez, Manuel: SIl, 512, 556, 560 Gamio.Manuel: 444 Carcés, Enrique: 88, 89 Careta, Baldomero: 300 Garda, Manuel: 199 Garda Bedoya, Carlos: 80 Garcia-Bryce, L: 39°,391,400,41 Careta Calderón, Francisco: 335, 336, 339, 546,547,549-554, 560, 563, 565 Careta Calderón, José: 564 Garcfa Calderón, Ventura: 547, 549, 550, 553,554,557,562,564 García de Palacio, Diego: 71 Garcla del Río, luan: 430, 432 García Godoy, Francisco: 561
Garcla Icazbalceta, Joaquín: 304, 3°7,3 09
Gonzálcz Prada, Manuel: 21,335,342 González Sanchez, Carlos Alberto: 82
Careta Mérou, Martín: 501, S09, 515
Goren, Yael Bitrán: 218
García Reyes, Antonio: 429, 430 Carctadiego Dentas, Javier: 444 Garibaldi, Giuseppe: 404 Garmendia, Luisa: 415 Garretón, Manuel Antonio: 25 Gauchet, M.: 244,260 Gazmuri, 251, 390 Gerard, Srephen: 218 Gerbi, Antonello: 291, 293, 295 Ghiraldo, Alberto: 514, 529 Ciasson, Patrice: 297 Gibbon, Edward: 269 Gil Portoul, José: 182,337,344,351, 528,534 Ginzburg, Carlo: 269 Giusti, Roberto: 12, 511 Gladel, Luisa: 470 Gobineau, Ioseph Arthur de: 350 Godoy, Armando: 546 Godoy, Juan Alberto: 415 Godoy, Manuel: 127 Godoy Urzúa, Hernán: 417 Coldman, Noemf 140 Gomes Preire de Andrade, conde de Bobadela: 103, 104 Comes, Agostinho: 102 Gómez, luan Carlos: 279 Cómez, Juan Vicente: 47, 182, 337,
Corki, Máximo: 541 Gorriti, Juana Manuela: 43, 46 Goupil, Bugene: 297 Courdoux-Daux, J. H.: 218 Gourmont, Remy de: 554, 558 Graciano: 170 Graham, Mary: 470 Gramsci, Antonio: 95, 399, 402 Granados, Aimer: 206 Grandmontagne, Francisco: 528 Grases, Pedro: 146, 147, 160 Grocio, Hugo: 172,215 Gross, Antoine-Iean- 373 Croussac, Paul: 300, 509, 556 Cruzínski, Serge: 61,81
c.:
34 2 , 528 Gómez, L.: 337 Córnea, Valentín: 187,199 Cómez Carrillo, Enrique: 504, 531,535, 547,55 0,551,554,558-562,564 Concalves de Magalháes, Domingos: 373 Goncalvcs Dias, Antonio: 373 Goncalves Ledo, Ioaquim: 369 Góngora y Argote, Luis de: 558 Gonzaga, Tomás Antonio: 105, 106, I!2-114 Conzalez, Joaquín V.: 275, 285 Gonzálcz, Juan V.: 356 Gonzalez, María Josefa: 470 González Acosta, Alejandro: 222 González Bernaldo de Quiroz, P.: 245,390
Conzélez Martínez, Enrique: '>56
Cual, Manuel: 149 Gual, Pedro: 2]] Güemes y Horcasitas, Juan Francisco de: 296 Guerra, Prancois-Xavier: 147, 156, 157, 2°7,243,245,3 88,39°,418 Guerra, Rosa: 466 Guerrero, Vicente: 212,466 Guibovich Pérez, Pedro: 82 Ouimarñes, Luis: 561 Güiraldes, Ricardo: 548, 556, 559 Guitérrez, Juan María: 201 Guizot, Prancois: 196, 284, 561 Gumplowicz, Ludwig: 350 Curiérrez, Carlos: 508 Gutiérrez, Enrique: 49, 503, 504, 505-510, 518,5 19
579
Harrington, James: 324 Harvey, Robert: 207 Harwich Valenilla, Nikita: 336, 349, 350 Haya de la Torre, Víctor Raúl: 10, 563-565
Hazard, Paul: 95 Hazlitt, William: 194 Heineccius: 171,172, 178, 180 Henriquez, Camilo: 187, 258 Henrtquez Ureña, Pedro: 16, 553, 561 Heredia, José María: 215, 218, 222, 3°7,563
Hernández, Francisco: 74 Hernéndez Travieso, Antonio: 223 Hernéndez y Dávalos, Juan Evaristo: 304 Herrera, DaTÍo: 528 Herrera, José Manuel: 211 Herrera, 1. A. de: 272 Herrera de Toro, Emilia: 416 Herrera y Reissig, Julio: 560 Hidalgo, Miguel: 208,347 Hidalgo de Cisneros, Baltasar: 89,140 Hipócrates de Cas: 69 Hobsbawm, Eric: 24 Hojeda, Diego de: 88 Holland, lord: 195 Holmes, Augusta: 530 Horacio: 541 Hostos, Eugenio María de: 16 Hugo, Victor: 239, 254, 429 Huidobro, Vicente: 546, 548, 561 Humboldt, Alexander von: 55, 71, 76, 77, 257,295,297
Hunter, Beatriz c.: 470 Hurtel, Iean Francois: 218, 219 Hutcheon.L: 330
Cutiérrez, José María: 41, 506 Gutiérrez, Juan María: 16, 187, 188, 189,
Ibsen, Henrik: 532
192,285,390,430,414,416,429,533 Gutiérrez de Padilla, Juan: 73 Gutiérrez Girardot, Rafael: 18, 334, 336 Gutiérrez Nájera, Manuel: 5°4,525-527,
IIIades, 391 Imaz, José Luis de: 178 Infante, José Miguel: 434 Ingenieros, losé: 21,335,350,529,551,561 Irisarri, Antonio losé: 124 Irisarri, Hemógenes de: 415 Isnardi, Francisco: 146, 159-162 Iturbide, Agustín de: 132, 209-211, 215, 228
534,535 Guzmán Blanco, Antonio: 337, 338, 34 2 lIabernnas, lürgen:38,245,388, 49 8 Hale, Charles: 444, 449 Halperin Donghi, Tulio: 20, 140, 200, 201, 207,246,263,335,398,399,536,537
Hampc-Marttnez, Tcodoro: 82
c.
jacob, Max:548 Iairnes Freyre, Ricardo: 529, 535 laksic, Iván: 251, 253, 254
580
I HiSTORIA DE LOS INTELECTUAlES EN AMÉRICA LATINA
James, WilJiam: 552
Lamb, Jaime: ]59, ]60-162
Iancsó, Istvan: 104
Langlois, Charles- Vicror: 350 Lanteri, Iulieta: 470,473,481,483
Iardi, Leandro: 470 lauralde Pou: 85, 86 Jaures, lean: 563 Iefferson, Thornas: 206,215,223 Jerusalén, Ignacio de: 73 Iiménez, Juan Ramón: 540 Iober, J. 251
c.:
José Bonifacio: 45,366,367-372,374,381 José 1: 105 Ioseph, Gilbert: 445 Jouhaud, Christian: 84
Iovellanos, Gaspar Me1chor de: 140, 56] Juan V: 104 Juan VI: 102,210,271,368 Juan y Santacilia, Jorge: 74 Iuarez Celman, Miguel: 498 Iuarez, Benito: 406, 443, 451, 456, 457 Iustiniano: 170 Justo, Juan B.: 48
Kant, Immanucl: 215 Kanror, tris: 104, 108, 112 Kaplan. Marcos: 207 Katz, Friedrich: 441 n., 444, 447 Kcnnedy, George: 237 Keplcr, Iohannes: 71 Khan, Custave: 558 King, WilIard E: 84 Kino, Eusebio Francisco: 71,76 Kinsborough, lord: 298 Kircher, Athanasius. 130 Korn, Alejandro: 17, lRR Koselleck, Reinhart: 388 Kouri, Emilio: 444 Krauze, Corinne: 46] Krauze. Enrique: 443
La Condamine, Charles Marie de: 74,294 Laboulayc, Édouard René Lefevrc de: 350 Lacra, Alejandra: 497,500, 507 Lafayctte, marqués de la: 196, 222 Lafinur, Juan Crisóstomo: 186-189, 191, ]9 2,202,430 Lafragua, José María: 239, 304 Lamartine, Alphonse de: 254, 270, 561 Lamas, Andrés: 274, 278, 282, 299, 346
Lapa, M. R.: 114
Laperriere de Colón, Gabriela: 478 Lara, Silvia H.: 104 Larbaud, Valéry: 555, 557-559 Larra, Mariano José de: 239 Larrañaga, Dámaso de: ]24 Larrea, Antonio: 507 Larrca, Juan: 561
Larreta, Enrique: 548, 549, 558, 560 Las Casas, Bartolomé de: 31, 64, 132, 219 Las Heras, Juan Gregario de: 4]5, 416 Lasarte, Javier: 147 Lastarria, José Victorino: 251-254, 261, 262,264,414,416,419,420,432,434, 435,437,561 Latasa Vassallo, Pilar: 80 Latorre, Lorenzo: 279 Lautréamont, Isidore Lucien Ducasse, conde de: 532 Lavalle, Juan: 413 Lavoisier, Antoine: 33 Lavrin, Asunción: 480 Le Bon, Gustave: 350 Le Goff, Iacques: 95 Le Play, Frédéric: 279,284 Leal, c.: 166 Leal, Jldefonso: 147-]49 Lempériere, Annick: 156, 231, 245, 257, 260,388,390
íNDICE DE NDMBRES
Linnco, Carlos: 59 Lisboa, [oáo Francisco: 271, 272 Llspector, Ciarice: 43 Llanos, Julio: 509 Lloyd, Iane-Dalc: 447 Loaysa, José Jorge: 486 Lockc, Iohn: 150, 172, 192, 215, 220 Lockhart, James: 85 Lohmann Villena, Guillermo: 82, 86, 87 Lombardo Toledano, Vicente: 14, 230 Lombroso, Cesare: 518, 519 London, Iack: 562 López.Blvira: 47], 472 l.ópez, E: 148 López, Lucio V.: 509 López, Vicente Pidel: 46, 272, 275, 278, 414,416,429,431,432,434,436,497 Lópcz Bohórquez, Alí E.: 172 López de Legazpi, Miguel: 75 López de Villalobos, Ruy: 75 López Rayón, Ignacio: 208 López y Planes, Vicente: 302 Lópcz-Ocón, Leoncio: 290 Loreto Couto: 108,418 Loureiro, Rui Manuel: 81 Lozano, Jorge Tadeo: 128 Lozano, Pedro: 299 Luca, Esteban de: 187 Lugones, Leopoldo: 513,514,528,529, 535,541,548,5 60,561 Lynch, Iohn: 207 Lyra, Maria de Lourdes: 98
León Pinelo, Antonio de: 55,74,77,91
León XIII: 451 León y Gama, Antonio de: 33, 297
Mabillon, Iean: 269
Leonard, 1rving: 82
Macedo, Ioaquim Manuel de: 373
Lepenies, Wolf: 15 Lerdo de Tejada, Sebastián: 447,451 Lerner, Isaías: 79 Letelier, Valentín: ]81 Levene, Ricardo: 172 Levillier, Roberto: 292 Leyva, Iulién de: 299
Maccdo, Pablo: 448,461 Machado, Antonio: 540, 541 Machado, Manuel: 540, 541 Machado de Assis, Ioaquim: 46,314,315, 365,3 82,561 Mackintosh, James: 195 Madero, Francisco: 442, 445, 458, 460 Madison, James: 2]5, 216 Madre de Deus, Gaspar da: 107, 108, 110 Maeterlinck, Maurice: 548, 558 Magalháes lr., R.: 318,327 Magallanes, Fernando de: 75 Maistre, Ioscph de: 279
Lima Barreto, Henrique de: 44, 314, 315, 317,319-323,328-332 Lima Barreta, Manuel Ioaquim de: 319 Limantour, José Yves: 444-446, 448, 449, 454,455,458,460-4 62 Lindner, Luis: 77
Mably, Gabriel Bonnot de: 172,215
I 581
Malaspina, Alejandro: 295 Mallarmé, Stéphane: 558 Manin, Bcrnard: 214 Mannheim, Karl: 19 Mansilla, Lucio 500 Manzanero, José Luis: 44 Maquiavelo, Nicolás: 219 Marichal, Carlos: 206 Marinctti, Pilippo Tomrnasso: 557 Mármol, José: 46, 497, 505 Marsal, Juan E: 22 Martel, [ulián: 5]]
v.:
Martí, José: 513,342-344, 346, 352, 523, 524,526,534,535,541 Martín, Aimé: 433 Martinenche, Brnest: 561 Martfnez, Indalecio: 415 Marrinez, Manuel Guillermo: 304 Martínez Campos, general: 524 Martíncz de Lantero, Adelina: 470 Marx, Karl: 94 Matos, Gregório de: 97 Matoso, K.: 318 Maurras, Charles: 555,557 Maveroff, Achille: 403 Maxirniliano de Habsburgo: 306, 443, 451 Maxwell, Kenneth: 106 Maza, Íñigo de la: ]78 Maziel, Juan Baltasar: 299 Mazín, Óscar: 56, 73 Mazzini, Giuseppe: 279,404 McEvoy, Carmen: 390 Meade, Richard: 218 Medina, Bartolomé de: 76 Medina, José Toribio: 296 Medrana, Mariano: 199 Meirelles, Cecilia: 43 Melgar, Ramón: 485 Mello e Souza, Laura de: 98 Mello, Evaldo Cabral de: 107, 108, 1ll Melo, losé Santiago de: 415 Mendes, Catulle: 548 Mendieta y Núñez, Lucio: 176 Mendoza, Daniel: 345 Mendy, Margarita G. de: 470 Meneses, Rodrigo José de: 106 Mercator, Miguel: 293 Merlín, Hélene: 84 Mexía de Pcrnangil, Diego: 82, 87-90
582
¡NO ICE DE NOMBRES
I HISTORIA DE lOS INTELECTUALES EN AMtRICA LATINA
Mcyer Gonzálcz, Manuel: 479, 499, 501,507
Miceli, Sergio: 314 Michelcna, Mariano: 212 Mignet, E: 285,286 Miliaru, Domingo: 337 Mill, James: 185, 193, 195, 198 Miller, Shannon: 84 Mina, Francisco Javier: 132, 222 Minvielle, Rafael: 428 Miomandre, Prancis de: 559 Mirabeau, Victor Riqueti, marqués de: 197 Miralla, José Antonio: 218 Miramontes y Zuázola, Juan de: 88,90 Miranda, Francisco de: 123,125, 127, 145, 146,14 8,1 65,205,343
Miró, José: 5Il Miró Quesada, Aurelio 87 Mistral, Cabricla: 43, 548, 565 Mitre, Bartolomé: 46, 238, 269~289, 299, 302-304,3°8,414,415,498,515
Melina, Juan: 34, 122 Molina, Olegario: 445, 460, 461 Melina Enriquez, Andrés: 444 Molinos del Campo, Francisco: 228 Molloy, Sylvia: 558 Momigliano, Armando: 269,271 Monges, Ignacio: 518, 519 Monroc, James: 206, 218, 219, 382, 551 Monsiváis, Carlos: 14 Montavo, Ana A. de: 470, 561 Monteagudo, Bernardino: 124 Monteiro, Rodrigo B.: 101 Monterroyo Mascarenhas, J. E: 109 Montes de Oca, Pedro de: 88 Montesclaros, marqués de: 83 Montesquieu: 102, 136, 139, 163, 172, 214, 215, 219, 220, 269 , 343
Monteverdc, Domingo: 165, 166 Montt, Manuel: 412, 420 Moore, E. R.: 223 Mora, José María Luis: 35, 46, 124, 228- 23°,234,306,398
Moraes, Rubens B. de: 101 Morales, Francisco Tomás: 356, 357 Morante, Ambrosio: 187 Moréas, lean: 548, 563
Moreau de Justo, Alicia: 470, 473 Moreira, Juan: 49,5°7 Morelos, José María: 205, 208, 459 Moreno, Gabriel René: 336 Moreno, Manuel: 138, 187 Moreno, María: 259 Moreno, Mariano: 35, 123, 124, 138-141, 177,205,56]
Moreno, Francisco Pascasio, perito: 294 Moreno Anguinosa, Manuel: 138 Moreto y Cavana, Agustín: 63 Morillo, Pablo: 181 Moro, César: 564 Muecke, U.: 390, 400, 401 Muller, Charles: 319 Muñoz, Juan Bautista: 296, 298 Muratori, Ludovico Antonio: 275 Murger, Henn: 562 Murguía, Clemente Jesús: 406 MuriJlo Velarde, Pedro: 176 Murillo, Gcrardo, conocido como "Dr. Atl": 548 Mutis, José Celestino: 125,295 Muzart, Z. L.: 326, 327 Myers, Jorge: 185, 200, 206, 302, 390, 394, 441 n.
Nabuco, Ioaquim: 45, 46, 325, 326, 329, 332,366.378-3 84
Nabuco de Araúio, José Tomás: 379>380
Nariño, Antonio: 36, 124-126, 128-131, 133,139
Navarro, Luis T: 415, 442 Navas, M. R.: 488 Nebrija, Elio Antonio de: 59 Neper, Iohn: 71 Nervo, Amado: 535, 547, 549. 560, 562 Neves, Guilherme P. das: 100, 102 Newman, J.: 221 Newton, Isaac: 58.150 Nietzsche, Priedrich: 532 Noailles.Ana de: 558 NoetzJin, Edouard: 461
O'Donojú, Juan: 210 O'Gorman, Edmundo: 205, 2°7. 29 0, 292,294,295
Obligado, Rafael: 12 Ocampo, Gabriel: 415,443 Ocampo, Melchor: 46 Ocampo, Victoria: 43 Ohnet, M.: 527 Olañeta, Casimiro: 415 Olavide, Juan Pablo de: 124 Olivcira Lima, Manuel de: 97,3 69, 31h,552
Oliveira Vianna, F. J. de: 313 Olivera, Carlos: 442, 477, 478 Olmedo, José Joaquín: 134 Oña, Pedro de: 82, 87, 88, 90 Oñate.Iuan de: 76 Orejón y Aparicio, José de: 73 Orgaz, Raúl: 429, 561 Oribe, Manuel: 318 Oro, Domingo: 415 Orozco y Berra, Manuel: 304, 306,3 07
Orrego Luco, Augsuto: 416 Ortiz Vélez, Pedro: 415 Otero, Mariano: 46 Oxenham, Iohn: 91 Pablo IV, papa: 72 Pacheco, León: 551 Paes Barreto, Prancisco: 379 Páez, José Antonio: 342, 347, 355-357 Pagdcn, Anthony: 207 Paine, Thomas: 190, 206, 215, 219 Palavicini, Félix: 460 Palma, Ricardo: 533 Palti, Elias: 205, 230, 390-392, 395 Pani, Erika: 406,4°7 Pardo, Manuel: 40 1 Pardo, Miguel Eduardo: 337-339 Parra, Teresa de la: 565 Paso y Troncoso, Francisco del: 29 6
Nor~au,Max: 454
Pastormerlo, Sergio: 508 Patout, Paulette: 549,559 Paúl, Felipe Permín: 181 Paula Castañeda, Francisco de: 189, 190,
Nováis, Fernando: 95, 102 Núñez, Ignacio: 36, 176. 199, 418 Núñez de Miranda, Antonio: 68
Paula Santander, Francisco de: 124, 129 Payno, Manuel: 2.\9
199,200
I 583
Payró, Roberto: 500, 503-506. 509, 511-518, 520, 529,
Paz, Octavio: 14 Pazos, Vicente, conocido como
"Kanki": 124 Pedro el Grande: 375 Pedro 1: 317,364,370 Pedro 11: 36,273,278,281,326,364,365, 367,37 2-37 8
Peláez y Tapia, José: 418 Peralta y Barnuevo, Pedro de: 63, 91 Peralta Ruiz, Víctor: 219, 220 Pcreira Reboucas, Gaspar: 318 Pércz, J. G.: 211 Pérez, José María: 486 Pérez Ángel, Luis: 88 Pérez Bonalde, Juan Antonio: 524 Pérez Bonany,Alfonso: 218 Pérez Perdomo, Rogelio: 169, 170, 173, 176-178
Pérez Petit, Víctor: 561 Pérez Rincón, Cristóbal: 88 Pérez Rosales, Vicente: 415 Pesado, José Joaquín: 239 Pczzi, Felipe: 404 Pezzí, Gaetano: 403-405, 4 08 Piaggio, Juan A.: 509 Piar, Manuel: 351 Piccato, P.: 397 Pichardo, José: 297 Picón Salas, Mariano: 15,3 2,34,35,339, 34 2,350
Picot, E: 381 Piedra, Bpigmenio de la: 214 Pillement, Georges: 559 Pineda, Rosendo: 448, 461 Pinilla, Norberto: 431 Pino, Alberto Tauro del: 87 Pino lturrieta, Elías: 147, 148, 337 Pinto, Enriqueta: 415 Pinto, Francisco Antonio: 214,415 Piñeiro, Miguel: 415 Piquet, Julio: 511, 517,520 Pivel Devoto de Bauzé, Juan: 272, 278, 281, 283
Pizarra, Gonzalo: 60 Place, Francis: 194 Plácido, Gabriel de la Concepción Valdés, conocido como: 44
584
íNDICE DE NOMBRES I
I HISTORIA DE lOS INTElE(TUAlES EN AMÉRICA LATINA
Platón: 202 Plaza, Elena: 147-]49,336,340-.142, 349,354 Poblere, Juan: 501 Pocock, J. G. A.: 324 Poe, Edgar Allan: 532 Pornbal, marqués de: 102,368 Ponce, Aníbal: 563 Porres Osor¡o, Juan de: 70 Portales, Diego: 253,413,4]8,423 Portilla y Agüero, Juan de 88 Porto-Alegre, Manuel de, barón de Santo Ángelo: 45,366,372-378 Prado, Pedro: 556 Pradt, Dominique de: 132,185, ]93, 196, 210 Pratt, Mary Louise: 372 Prescott, William: 309 Pricstlcy, Joscph: 33 Prieto, Adolfo: 501 Prieto, Guillermo: 46 Ptolomco: 292
Quaritch, Bernard: 307 Quesada, Ernesto: 394, 471, 498,5°0, 501, 509
Quevedo, Francisco de: 63 Quintana, Juan Nepomuceno: 163 Quintana Roó, Andrés: 124 Quiroga, Horacio: 511,513,514 Rebasa, Emilio: 182,335,395,398,406,444 Rama, Ángel: 18-20, 32, ]47, 334, 419, 528,53 1 Ramfrez.Andrés Piorencio: 191 Ramtrez, Antonino: 470 Ramírez, Carlos María: 278 Ramírcz, Ignacio: 227,236,398 Ramírez, José Fernando: 304-307 Ramos, Julio: 18,20,35°,393,397,421, 4 27,505 Ramos Arizpe y Lavalle, Miguel: 215 Ramos Mejía, José María: 552 Ratzel, Pricdrich: 350 Ravel, E1an: 478,479 Raynal, Cuillaume: 215 Real de Azúa, Carlos: 272 Rebelo, Luis: 99 Reboucas, André: 44, 317-332 Reboucas, Antonio: 317, 318, 320
Reina, Leticia: 447 Rejón, Manuel Crescencio: 124 Remer, Rosalind: 217 Renan, Ernest: 350 Renato II de Lorene: 292 Rcverd y, Pierrc: 548, 557, 561 Reyes, Alfonso: 10, ]6, 548, 549, 553, 557-559,5 61,5 63,564 Reyes Marrero, Baltasar de los: 150 Rhazes: 69 Ribero, Diego: 293 Rice, Jacqucline Ann: 448 Rieux, Luis de: 126 Río, Andrés del: 33, 77 Ripalda. Jerónimo: 150 Riva Agüero, José de la: 336, 561 Rivadavia, Bernardino- 137,184,187, 192-203,3°0 Rivas, Carlos: 448 Rivas Bravo, Noel: 530 Rivas Salmón, Hilario de: 221 Rivera, Diego: 505, 548 Rivera Jndarte, José: J03 Rivet, Paul: 291 Roca, Julio Argentino: 518, 519 Rocafucrte, Vicente: J6, 40, 41, 124, 133-137,139,206, 215,217,219,220, 222,223 Rocha, Sóstencs: 44~ Rocha Pilla, Sebastiáo da: 101, 110, III Rodó, José Enrique: 16,17,2],335,346, 4 29,535,539,549,55 1,552,556,559, 560,56 1 Rodríguez, Diego: 71 Rodríguez, Enrique: 415 Rodríguez, Simón: ]31, 150, 152,341,342, 344,345 Rodríguez de Bejarano y Lavayén, María Josefa Teda: ]33 Rodríguez de San Miguel: 177 Rodríguez Gamarra, Alonso: 90 Rodríguez Garrido, José Antonio: 80 Rodríguez O., Jaime: 136, 207, 215, 218 Rodríguez Peña, Nicolás: 415, 416 Rojas, Rafael: 132, 1]6, 228, 421, 422 Rojas, Ricardo: 505, 508, 512, 560 Roldan, Belisar¡o: 478 Reman, Claudia: 497, 508 Rornciro, Adrlana: 101
Romero, José Luis: 12,279,416 Romero, Silvia: 201, 335, 380, 39 0 Romero Rubio, Manuel: 4.51, 45 2 Romilly, Samuel: 195 Roncari, Luís: 97, 98 Rooscvelt, Thcodore: 537 Rosanvallon, Pierre: 284 Rosas, Juan Manuel de: 180,25°,25 2,274, 275,302,303,338,394,413,416,436, 4 66,497 Roscio, Juan Germán: 162,163, 165,173, 179,218, 219 Rose, Sonia: 82, 87 Rousseau, Iean-Iacqucs: 136, 139, 140, 149, 163,164,172,189, 190, 215,344, 354, 4 26 Rucquoi, Adelinc: 54 Rueda, Salvador: 442, 540 Ruiz de Alarcón, Juan: 55,63 Russel Smith, Iohn: 303 Russell-Wood, A. J. R.: 108 Sá Barrero, Ana Benigna de: 379 Saavedra y Cerón, Alvaro de: 75 Sabato, Hilda: 387, 390-392, 394, 397, 402, 403,4 18 Sabor, 1.: 275,3°2,3°3 Saco, José Antonio: 223 Sáenz, Antonio: 201 Sahagún, Bemardino de: 60,68,74,296 Saint-Simon: 196 Salamanca, Francisco de: 73 Salanova, Teresa: 470, 484 Salas, Juan de: 171 Salas, Julio César: 561 Salas, Manuel de: 254-259 Salceda, Pablo: 68 Salcedo Víllandrado, Juan de: 88 Salgado Cuimarács, M.: 273 Salinas, Pedro: 550 Salinas Alvarez, Cecilia: 418 Salles Torres Homem, Francisco de: 373 Salvoechea, Permin: 529 San Martín, José de: 209,53 8 Sánchcz.Iosé; 84 Sénchcz, Luis Alberto: 17, 89 Sánchez, Miguel: 62 Sánchez de Mandevillc, Mariquita: 43 Sand. Gcorges: 497 Sanfucntcs, Sulvudor: 414. 4 2 l)
585
Sanin Cano, Baldomero: 561 Santa Anna, Antonio L. de: 212, 305, 451 Santa Col ama, Gaspar de: 299 Santa María, Miguel: 210-2]3, 215 Santos, E.: 337 Santos, Máximo: 279 Santos, Rita Brasília dos: 318 Santos Chocan o, José: 547, 556, 560, 562 Santos Tornero: 417 Sanz, Miguel José: 353 Sarlo, Beatriz: 5Il, 513, 516 Sarmiento, Domingo Paustino: ]5, 16, 36, 41,43,45,46,180,246,252,254-256, 263,270,322,345,346,349,420-425, 428-430,432,434,436,465,466,470, 495-497,499,5 05 Sarmiento de Gamboa, Pedro: 75 Sárraga, Belén de: 469 Sarratea, Mariano: 415 Sastre, Marcos: 4]6 Sawa, Alejandro: 529 Say, Jean-Baptiste: 176 Schróter, Bernd: 85 gchwarcz, Lilia Moritz: 102, 322 Schwartz, Sruart B: 98,111 Schwarz, Roberto: 366 Scotr, Walter: 497 Sedeño, Luis: 88 Segura Argüellcs, Prancisco: 406 Segura Argüelles, Vicente: 406 gegurola, Saturnino: 299,3 0 0 Seignobos, Charles: 350 gepúlvcda, Isidro: 206 Serrano, Sol: 178, 253 gcvcenko, N.: 329, 330 Shils, Edward: 11 Sierra, Insto: 46, 335, 340, 346, 347, 4°5, 443,444,448-451,454,457,460,461,56] Sigüenza y Góngora, Carlos: 33, 71, 296 Silva, José Asunción: 526, 534,535, 561
Simmel, Georg: 350 Skinner, Quentin: 315 Smith, Adam. 140 Soarcs de Sousa, Gabriel: 97 Solares Robles: 235 Soler, Ricaurtc: 336, 345, 346 Solórzano Pereyra, Juan de: 55, 65 Somcllcra, Pedro: 201 Sordo Gcorgcs: -,So
586 I
HISTORIA DE lOS INTElECTUALES EN AMÉRICA lATINA
Soublettc, Carlos: 2It Sousa, Antonio Caetano de: 109 Sousa Coutinho, Aureliano de: 374 Sousa Coutinho, Rodrigo: 368 Sousa Silva, Ioaquim Norberto de: 96, 97 Southey, Roben: 271, 283 Souza, Guilherme Xavier de: 95, 105, 107, 111,318,320 Souza ReiJly, Juan José de: 550 Speckman Guerra, E.: 405 Spencer, Herbert: 336, 454 Spinoza, Baruch: 102, 150, 489 Spitzer, L.: 318 Squcff Leticia Ce 377 Staél, madame de: 40 Stavcly, William: 220, 222 Stockhausen, Elke: 179 Strosetzki, Christoph: 84 Stuart MilI, Iohn: 253, 336, 454 Stuven, Ana María: 251, 253, 254, 419, 420, 42 5, 4 27 Suérez de la Torre, Laura: 235 Suérez, Francisco: 68, 215 Subercaseaux, Bernardo: 147, 251, 253, 4 17,418 Sux, Alejandro: 547, 554,561, 564 Tablada, José Juan: 548
Tactón, Francisco: 221 Taine, Hyppolite: 336, 350, 454 Tallien, Iean-Lamberr: 128 'famayo,Franz: 548 Tansillo, Luigi: 90 Taques de Almeida Paes Leme, Pedro: 107-111 Tarde, Gabriel: 552 Tartaglia: 71 Taunay, Alfredo: 109, ItO, 326 Tejedor, Carlos: 415 Tena Ramírez, Felipe: 208, 214 Teresa Cristina: 376 Teresa de Mier, Servando: 123,130, 133, 136,139,206,213-215,217,218,220,223, 246,295,30 6,345 Terrazas, canónigo: 138, 139 Tbomas, J.: 308 Thompson, Edward P.: 95 Tillemont, Louis-Sébastien Le Nain de: 269
Iocqueville, Alexis de: 38, 195, 245, 283, 552 Toledo, Francisco de: 83 Tomás de Aquino: 59, 66-68 Topic, Steven C. 455 Torne': 36 Toro, Fermín: 345 'lbrquemada, Juan de: 296 Torre Revello, José: 294, 295, 296, 298, 300,303 Torre Villar, Ernesto de la: 306, 307 Torrejón y Velasco, Tomás de: 73 Torres, Luis María: 302 Torres, Manuel: 218, 219 Torres Caicedo, José María: 16 Torres Soares Ribeiro, Eveiína: 382 Trabulse, Ellas: 59, 69-71 Trelles, Manuel Ricardo: 294, 299 Triboniano: 170 Trubncr: 307 'Iurín, Antonio Ricardo de: 88, 90 Tzara, Tristan: 548 Ugarte, Manuel: 410, 504, 5U, 544, 547-554,558,560,563 Ulloa, Antonio de: 74, 294 Unamuno, Miguel de: 523, 555, 559 Urbaneja Achelpohl, Luis Manuel: 357,534 Urbina, Luis G.: 535, 548 Urdaneta, Andrés de: 75 Uribe Uran, Víctor Manuel: 172,178 Uslar Pietri, Arturo: 340, 341, 350, 351,565 Valdés de Cárcamo: 55 Valdivieso, Rafael Valentín: 433 Valencia, Guillermo: 548 Valenzuela, Jesús: 534 Valera, Juan: 527 Valle, Ana María: 138 Valle, Heliodoro Rafael: 210- 213 Valle, José Cecilio del: 124 Valle Caviedes, Juan del: 63 Valle Inclén, Ramón del: 540 Vallejo, César: 471, 548, 549, 551,553, 557, 561,5 63, 565 Vallejos, José Joaquín, conocido como "Iotabeche'': 414 Vallenilla Lanz, Laurcano: 47, 33S-3J8, 34 0-358,561
íNDice OC NOMBRCI í
Vallete, Alfred: 558 Valobra, Adriana: 465 Varas, Antonio: 412, 425 Varela, Félix: 41, 124, 206, 215, 217, 218, 220- 223 Varela, Plorcncio: 36, 275, 303, 398 Varela, Héctor: 398 Varela, José Pedro: 43 Varcla, Juan Cruz: 187, 188, 199 Varela Domínguez de Ghioldi, Delfina: 187,192,198 Vargas Vila, José María: 531, 534, 535, 547,551 Varnhagen, Francisco: 269-289 Várzca, Virgílio: 327 Vasallo, Alejandra: 480 Vasconcelos, José: 14,17,558,561,562,564 Vasseur, Armando: 528 Vaz de Caminha, Pero: 97 Vedia, Agustín de: 398 Vega, Garcilaso de la: 62 Vega, Inca Garcilaso de la: 55, 60, 61 Venancio Filho, Alberto: 179 Verissimo, José: 561 Veracruz, Alonso de la: 70 Verde Casanova, Ana: 290 Verlaine, Paul: 532, 536 Vespucci, Américo: 292 Vespucci, Juan: 292, 294 Viala, Alain: 84 Vico, Giambattista: 296 Victoria, Guadalupe: 213, 230 Vicuña, Manuel: 433 Vicuña Mackenna, Benjamín: 46, 277, 304,415,416 Vidaurre, Manuel Lorenzo de: 206, 215, 217-220, 223 Vieira, Antonio: 31, 33, 97, 101 Vieira da Silva, Luís: 102 Vieyra Sánchez: 408 Vieytes, Luis Hipólito: 259 Villa, Francisco: 459, 460, 536 Villalta, Luís Carlos: 100,102 Villanucva y Francesconi, Mariano: 406-408 Villarroel y Coruña, Gaspar de: 87, 88 Villegas, Abelardo: 336 Vinnius: 171
587
Viñas, David: 498 Viscardo y Guzmán, Juan Pablo: 123, 127 Vitale, Luis: 469 Vitoria, Francisco de: 64, 215 Viya y Cosfo, Manuel de: 214 Volney, conde de: ]90, 192 Voltaire: 102, 139, 149, 190, 215, 269, 274
Wagner, Richard: 530 Waldseemüllcr, Martin: 293 Warncs, Manuela: 415 Washington, George: 215, 216, 343 Weber, Max: 38 Webster, Daniel: 222 Wehling, Arno: 278, 279 Weigley, Russell F.: 217 Weill, Georges: 498 Wcinberg, Félix: 200, 430 Welch, Cheryl: 197,198 Wendhausen, Germano: 326 Werneck Vianna, L.: 322 whitrnan, Walt: 526, 556 Wilde, Osear: 526 Williams, Rayrnond: 506, s08 Williford, Miriam: 194 Woodrow Wilson, Thomas: 563 Woolf, Virginia: 483 Yanes, Francisco Javier: 180 Zaldumbide, Gonzalo: 546, 548, 549 Zamacona, Manuel de: 448 Zapata, Emiliano: 446, 458, 460 Zapata, Manuel: 415 Zarco, Francisco: 237, 405 Zarraga, Angel: 548 Zavala, Lorenzo de: 124,214,306 Zea, Leopoldo: 336 Zeballos, Estanislao: 294,3°9 Zermcño, Guillermo: 68 Zola, Émile: 99,453,455,499,518, 541, 56 3 Zorrilla, José: 239 Zorrilla de San Martín, José: 286 Zubillaga, c.: 275 Zumaya, Manuel de: 73 Zurriera, César: 21,339,341,548,551,552 Zúñiga y Ontiveros, Felipe: 71