Divina humanidad El absoluto está ya en ti Fray Marcos
Índice
INTRODUCCIÓN…………………………………………………. 3 I ACLARANDO CONCEPTOS……………………….………9 Mundo, hombre, Dios………………………………….….. 9 Evolución, Espiritualidad y religión……………….15 II MIRANDO AL PASADO…………..…………………….. 20 Pasado del mundo…………………….…………………... mundo…………………….…………………...21 Pasado del hombre…………………… hombre…………………….………………….. .…………………..27 Pasado de Dios………………………………………………. 40 Cómo hemos llegado hasta aquí..…………………. 45 Relaciones………………………………………………………. 47 III ¿DÓNDE ESTAMOS?....................................52 ESTAMOS? ....................................52 En religión……………………………………………………… 53 En exégesis…………………………….……………………… 56 En Teología…………………………………………………….. 57 En cristología………………………………… cristología…………………………………………………. ………………. 60 En la liturgia…………………………………………… liturgia………………………………………………… …….. 67 En la oración………………………………………………… .. 68 En los sacramentos……………………………………… .. 69 En moral………………………………………………………… 84 El mundo sigue su curso…………………..……….….84 IV HACIA DONDE CAMINAMOS ……………………. 87 Futuro de la tierra………………………………………… tierra………………………………………… 88 Futuro del hombre……………….………………………. 89 Dificultades para el cambio…………………………. cambio…………………………. 93 La complicada relación con Dios….…………….. 100 Una nueva comprensión de Jesús……………….. 102 05 La biblia vista con nuevos ojos…………………….1 Una moral más allá de la norma…………………. 109 Los místicos adelantaron el futuro………………. futuro……………….109 La punta de lanza de la evolución………........ 116 ¿Qué nos queda queda de Dios?......................... Dios?......................... 121 Urgencia y rotundidad del cambio……………… 122 Consecuencias del cambio………………………….. 123
INTRODUCCIÓN Este pequeño escrito pretende resumir mi pensamiento sobre el hombre, el mundo y Dios. Bien entendido que no se trata de tres temas sino de tres aspectos de un único tema. Por lo tanto nos interesan también las relaciones entre los tres. Efectivamente, no habría ser humano si no hubiera mundo y no habría mundo si no hubiera Dios. Tampoco habría Dios si no hubiera hombre que lo pensara; aunque esto es más complicado de entender. Tenemos en la recámara un interrogante, que todos nos planteamos alguna vez si vivimos despiertos en este mundo tan chocante. ¿Qué pintamos aquí? Está claro que no podemos conformarnos con vegetar, poniendo nuestras facultades superiores al servicio de nuestra biología. Entonces, ¿cuál es el verdadero sentido de mi vida? En este escrito trataremos de responder responder a esta pregunta. Descubrir eso que nos trasciende es una exigencia de nuestra naturaleza humana. Unas veces conseguiremos descubrirlo espontáneamente; en otros casos, tendremos que adentrarnos voluntaria y conscientemente en nuevos territorios todavía sin explorar para descubrir nuestro ser más profundo. No podemos encontrar nuestra “salvación” dentro del ámbito de lo puramente
natural sin necesidad de acceder a lo espiritual.
Aparentemente los ateos parece que se han librado de esa cuestión, pero escamotearla no es solucionarla. En realidad, muchos ateos están más obsesionados con la idea de Dios y la trascendencia que los creyentes. No debemos confundir lo que espontáneamente manifestamos, con la verdadera actitud interior que está ahí a pesar de nosotros mismos. Y apareció ya varias veces la palabra “Dios”. Pero ¿Qué quiero decir, cuando
digo Dios? Si nos fijamos en la letra, está claro que todos, los que hablamos el mismo idioma, pronunciamos o escribimos la misma palabra “dios”. Pero lo que
de verdad importa es el concepto o idea de la supuesta realidad, que detrás de ella ponemos cada uno de nosotros. La verdad es que no encontraremos dos personas que coincidan en el concepto que cada uno aplica a Dios. Este es un problema muy peliagudo, porque si detrás de la misma palabra ponemos conceptos distintos, podemos estar discutiendo años enteros sin posibilidad de entendernos. Si hubiéramos sido conscientes de este hecho a través de la historia, se hubieran evitado todos los conflictos religiosos, que tanto dolor han causado a la humanidad. Las más rabiosas discusiones sobre Dios se han basado y aún se basan, en esa diferencia de conceptos. Como no lo podemos po demos objetivar, resulta que cada uno de nosotros sólo podemos tener de dios una idea subjetiva. Y aquí está la madre del cordero, porque desde esta perspectiva, empeñarnos en definir a Dios con un lenguaje unívoco y absoluto, es un empeño abocado al fracaso. El teísta aceptando su dios, concreto y bien definido, único e insustituible, puede estar mucho más lejos de la verdad que el ateo, rechazando ese mismo dios. Aparentemente esta idea es un solemne disparate, pero si tenemos en cuenta
que toda idea de Dios es un ídolo, porque no se puede ni aproximar a la realidad, mientras más me aferre a esa idea, más idólatra seré. El interrogante está servido. ¿Qué es peor, ser idólatra o ser ateo? Ya sé que a la mayoría de los creyentes no se les ocurre este dilema, pero no por eso deja de tener importancia el planteárselo seriamente. Mucho menos peligroso es un ateo sincero y responsable que un creyente fanático que sabe todo sobre un dios que le empuja a rechazar a todo el que no piensa como él, convirtiéndole en un ser inhumano. Cuándo alguien me dice, muy serio, soy ateo, le pregunto, también muy serio, ¿qué es Dios para ti? Me diga lo que me diga, puedo responderle con toda tranquilidad: yo también soy ateo, porque en ese dios ni creo ni puedo creer. El dios que podemos meter en conceptos es siempre falso. No digo que no exista Dios, quiero decir que no sé qué es. La culpa de que muchos sean ateos la tenemos los creyentes, que hemos colgado sobre Dios una cantidad de capisayos incompatibles con un mínimo respeto a la racionalidad más elemental y hacia el SER en el que decimos creer. El teísta que ha hecho de Dios un ser calcado al ser humano, sólo que con todas sus cualidades en grado sumo, no descubre que se ha fabricado un dios a su medida. Precisamente porque Dios es indecible, nuestra tarea no terminará nunca. Para mi cosecha personal, será más que suficiente el tratar de seguir humildemente el refrán oriental: “deja de maldecir la oscuridad; ¡enciende una cerilla!”. Este
trabajo está todo él concebido bajo este lema. No pretendo que mi cerilla alumbre a los demás. Sólo pretendo que cada uno encienda la suya.
Después de acabar la larga carrera hacia el sacerdocio y algunos años enseñando en un colegio, tuve la suerte de hacer Bellas Artes. Yo, que había salido a los trece años del terruño y de entre el ganado y había caminado durante los siguientes quince años con orejeras, me encontré de repente con jóvenes de 17 – 20 años que vivían totalmente en otro mundo. Era la época de las persecuciones a caballo de los estudiantes en la universidad. Este encuentro fue para mí providencial. Me di cuenta de que todo lo que había aprendido hasta ese momento, no me permitía conectar con el pensamiento y las inquietudes de mis compañeros de clase. Empecé entonces un camino de actualización de mis ideas que no he abandonado hasta el presente. En ningún momento he tenido que renegar de lo que me habían enseñado en filosofía y teología, pero con esa base, comencé a buscar un lenguaje auténtico, que me permitiera dialogar con la gente de a pie. Desde ese tiempo de estudiante, la búsqueda ha sido mi principal preocupación. Llevo cuarenta años caminado con una comunidad, que ha aceptado acompañarme en esa búsqueda. Es ya largo el camino recorrido, pero la inquietud por seguir buscando no ha disminuido ni un ápice. Es curioso que el horizonte que se va abriendo delante de nosotros, es cada vez más amplio. El hecho de estar en marcha juntos, nos da fuerza para no detenernos.
Esta experiencia me ha animado a poner por escrito los resultados de esa búsqueda. No pretendo descalificar a nadie. Acepto que otras personas vayan en otra dirección. Incluso comprendo al que no se quiera mover de donde está si eso le sirve para vivir en paz consigo mismo y en armonía con los demás. En ningún caso pretendo que los demás piensen como yo. Lo que de verdad me importa es que todo el mundo se atreva a pensar. Me mueve solamente la posibilidad de que esta experiencia (la de la comunidad) pueda ayudar a otros a caminar hacia tierras más fértiles. Soy consciente de que la epopeya espiritual de cada uno tiene que llevarla a cabo él mismo. Pero también es verdad que esa trayectoria es casi imposible afrontarla en solitario. Ningún logro en la vida humana parte de cero. El logro que puede alcanzar cualquier ser humano se basa siempre en la experiencia acumulada por vidas anteriores. El hombre toma el testigo de los que le han precedido y lo lleva adelante durante un trecho del camino, consciente de que antes o después, tendrá que entregarlo al siguiente. Lo que se nos exige es que en el trecho que nos toca recorrer, no nos durmamos ni ahorremos esfuerzo para avanzar en la verdadera dirección. Pero sin miedo a equivocarnos, porque cualquier error será corregido, o por nosotros mismos si lo descubrimos o por los que vienen detrás. Ni soy teólogo, ni soy filósofo, ni soy psicólogo, ni soy historiador etc., etc. No soy especialista de nada, pero con lo poquito que sé de cada cosa y apoyándome en la comunidad y en auténticos y casi siempre, anónimos pensadores, he llegado a algunas conclusiones que pueden parecer sorprendentes, aunque muchos seres humanos de diversos lugares y en tiempos muy diversos, han apuntado ya en esa dirección desde hace siglos. Intentaré que mi lenguaje sea sencillo, incluso me arriesgaré a que, con toda la razón del mundo, muchos lo consideren simple. No encontraréis ni razonamientos alambicados ni argumentos apodícticos. Simplemente quiero dejar por escrito mis reflexiones en un lenguaje que pueda ser asequible a todos. Pido disculpas de antemano, a todos aquellos a quienes les pueda resultar inaceptable. No pretendo que los que lean esto lo consideren como verdad absoluta. Sería ridícula semejante pretensión. Todo lo que digo es discutible y se debe discutir. En ningún caso llegaré a conclusiones definitivas. Todas son propuestas abiertas. El único error nefasto será siempre abandonar la búsqueda. Cuando dos dejan de discutir, es que uno ha dejado de pensar. Por eso, como vengo diciendo, mi intención es hacer pensar, no que penséis como yo. Como no puede ser de otra manera, partimos del presente tratando de mantener los pies en el suelo. El conocimiento de lo humano está avanzando de manera exponencial en todos los órdenes. El aspecto espiritual no es una excepción y también está ampliando su horizonte. Este es el aspecto que nos interesa. Comenzaremos mirando al pasado para descubrir el comienzo y origen de todo lo que hoy somos.
También intentaremos ir hacia delante, hasta donde lo permita la capacidad de imaginación, incluso más allá del horizonte que puede vislumbrar nuestra razón. Hoy estamos superando el cartesianismo y sabemos que somos mucho más que razón. Debemos tener muy en cuenta que la realidad ha superado siempre la fantasía más descabellada. Hoy hemos descubierto que, cuanto más se amplía el campo de nuestro conocimiento, más cosas ignoramos. El mundo que nos ha tocado compartir es apasionante. Estamos en un cambio de época alucinante. No se trata de un cambio en la manera de pensar ni un mero avance sobre lo que habíamos pensado hasta la fecha. Se trata de un vuelco radical, como no lo ha habido desde el paleolítico, cuando el ser humano pasó de cazador-recolector a cultivar la tierra y domesticar animales. En ese momento se produjo un cambio astronómico. Surgió el lenguaje, pero sobre todo apareció la escritura. Para el tema que nos ocupa, se dio un gran salto al diferenciar lo sagrado de lo profano, al sacerdote del hombre normal. Empezaron a construir dioses, localizándolos en lugares sagrados: cielos, templos, lugares mágicos etc. Hoy estamos asistiendo a una deconstrucción de todo el tinglado religioso, que durante 12 mil años habíamos montado. Por fin, estamos desmaterializando a Dios. También estamos superando la visión antropológica de ese mismo Dios. No sabemos todavía lo que va a quedar de Él, pero podemos adivinar que no se va a parecer en nada a la idea que hemos arrastrado durante tantos milenios. Estamos aceptando la idea de que Dios es Espíritu. Esto va tener consecuencias imprevisibles. Dejaremos de creer que puede estar aquí o allí. En absoluto puede estar más en un lugar que en otro por la sencilla razón de que está más allá de cualquier tiempo y lugar. Dejaremos de dirigirnos a Él como si estuviera fuera de nosotros. Nos daremos cuenta de que la simple idea de adorarlo, carece de sentido porque Él no está fuera del que pretende adorarle. Y lo más importante, dejaremos de pensar que mi dios es el verdadero y los demás son falsos. Si aceptamos que no es material, tenemos que aceptar que está fuera de toda posible manipulación. Lo que nunca podremos hacer con un Dios que es Espíritu, es enlatarlo. Por mucho que nos empeñemos, seguiría estando igual fuera del bote que dentro de él. Hemos superado, por fin, la visión de un mundo estático que permanece idéntico a sí mismo. También hemos superado la idea del “eterno retorno” que
fue guía de muchas filosofías antiguas y modernas. Hoy son muy pocos los que dudan de que estemos en marcha. El mundo está en evolución en todos sus aspectos y también sabemos que el proceso es imparable. La paradoja está en que todo lo que tenemos que conseguir estaba ya en el punto de partida.
Vivimos en el presente, pero sabemos que tenemos que cargar con un pasado. La Paleontología, la Arqueología, la Antropología y otras muchas ciencias nos están revelando muchos secretos sobre el pasado de la tierra y el hombre. Claro que son ciencias provisionales, pendientes de nuevos e insospechados descubrimientos que estarán siempre aclarando o desmintiendo lo que creíamos saber.
A su vez nada se movería si no hubiera una perspectiva de futuro. Esto nos obliga a preguntarnos por los conocimientos que hoy tenemos de los tres tiempos, pasado, presente y futuro. Puede ser interesante tratar de entender la realidad desde estas tres perspectivas. Nos ayudará a situarnos en la vida con realismo. Tal vez esta ampliación de la perspectiva nos ayude a superar muchos errores y miedos irracionales. Aunque nuestro interés se centra en lo religioso, no podemos tratar el tema aisladamente de otros componentes de la realidad humana. Esto por dos razones. Primera, porque durante milenios no estuvo separado lo social, lo económico, lo religioso, lo científico todo estaba involucrado en la vida de cada ser humano y de la sociedad entera. Segundo, porque la radical separación que se ha querido hacer hace unos siglos, entre lo religioso y los demás aspectos de la vida humana, nos ha llevado a una esquizofrenia estéril y muy difícil de superar. La vida del hombre es una y única. Si la partimos en compartimentos estancos, corremos el riesgo de descoyuntarla. Muchas de las manifestaciones religiosas que están hoy en auge se deben a esa necesidad que sentimos de integración. El último siglo ha estado interesado en conocer los orígenes del hombre; en especial, ha intrigado mucho el origen de la idea de Dios y las religiones. Para este objetivo han servido una serie de ciencias que han aparecido en las últimas décadas. No podemos seguir enrocados en nuestro ámbito religioso e ignorar los increíbles avances que se han hecho en esos distintos aspectos del conocimiento humano. En el siglo que acabamos de dejar atrás se han escrito miles de libros sobre el origen de las religiones. Hoy nadie se conforma con tener un conocimiento exhaustivo de su religión. No olvidemos que nuevos descubrimientos echan por tierra las teorías precedentes y obligan a replantearse de nuevo las conclusiones que se daban por definitivas, tanto con relación a nuestra religión como a las demás. El hecho de que los nuevos descubrimientos nos obliguen a repensar nuestras convicciones no tiene que ser un obstáculo, que nos obligue a ignorarlas y seguir tan a gusto con nuestras certezas. Sólo con una gran dosis de humildad podremos avanzar en el conocimiento del ser humano. Nuestros conocimientos serán siempre limitados y susceptibles de mayores precisiones. El último ejemplo de la limitación de nuestros conocimientos sobre el hombre, ha sido el descubrimiento del complejo megalítico de Göbekli Tepe en el sur de Turquía. Un gran número de estructuras megalíticas de piedra caliza, perfectamente talladas y con esculturas y grabados de toda clase de animales, que datan de 9.500 años AC. En el ámbito de la arqueología, todavía se cree que en esa época no se había descubierto la agricultura ni la cerámica ni los metales ni la rueda ni la escritura ni la socialización del ser humano. Todo hacía pensar que eran simples
cazadores, pescadores y recolectores. Lo que se está descubriendo en este complejo, echa por tierra todas esas seguridades académicas. Los hombres de hace 12,000 años, fueron capaces de diseñar y construir complejas estructuras, con una idea de utilidad que nosotros desconocemos. Bien entendido que no se hubiera podido llegar a construir algo semejante de la noche a la mañana. Tuvo que preceder un periodo de aproximación que no somos capaces de calcular. No tenemos ni idea de qué grado de conocimiento y cultura pudieron tener los seres humanos antes de que dejaran algún vestigio que hoy pudiéramos descubrir. Ese grado de colaboración imprescindible para lograr una obra de esa envergadura, hubiera sido imposible si no se hubiera contado con lenguaje lo suficientemente elaborado para poder comunicar a todo un grupo, lo que había ideado una sola persona. Y por supuesto que tuvo que existir la persona con capacidad suficiente, no sólo para idear tal cosa sino para motivar a un número tan importante de gente. Hasta hace muy poco, se creía que sólo después de asentarse en poblaciones estables y gracias a la ganadería y la agricultura, el hombre fue capaz de construir ciudades y templos. Este hallazgo echa por tierra esa teoría y deja en evidencia que en el más primitivo neolítico el ser humano fue capaz de hazañas que exigen una gran socialización. Debemos asumir que un tal complejo de estructuras, no pudo surgir de la noche a la mañana. Si en esa época pudo realizarse obra tan gigantesca, quiere decir que miles de años antes, se tuvo que desarrollar un entorno social que pudiera dar origen a esas obras tan acabadas. Esto nos tiene que hacer pensar en las posibilidades del ser humano de todos los tiempos, también de aquellos que hemos creído sin cultura y conocimientos verdaderamente humanos. Debemos aceptar que si hace doce mil años, había seres humanos que eran capaces de planear una arquitectura tan complicada, debían poseer también la estructura social que les permitió realizarla. Esto supone cientos de personas dirigidas por un líder con capacidad de dirección y de convicción. Podemos sospechar que en aquella época sólo la creencia en un ser trascendente podía convencer a la masa.
I ACLARANDO CONCEPTOS Como algunas palabras pueden significar conceptos distintos, es imprescindible concretar lo que queremos decir con cada una de ellas. Vamos a determinar en qué sentido vamos a utilizar cada una de las palabras empleadas. No cuestionamos que se puedan emplear con otro significado, sólo queremos concretar en qué sentido las vamos a utilizar nosotros en este escrito y explicar ese significado. Empezamos por los tres conceptos básicos, en que debe apoyarse nuestra reflexión. Importante es analizar cada uno por separado, para que sepamos después, de qué estamos hablando, pero sobre todo es importante descubrir la interdependencia que tienen entre ellos. Aunque en otro tiempo se creyó que podían estudiarse separados uno de otro, hoy sería difícil comprender al hombre, al mundo y a Dios aisladamente sin relacionarlos entre sí. Mundo, Hombre, Dios Mundo ¿Qué entendemos por mundo? Aquí tomamos este término en su significado primario y material. El conjunto de todas las cosas que tienen realidad física, incluidas aquellas que no pueden ser percibidas por los sentidos ni siquiera con la ayuda de los sofisticados instrumentos que hemos inventado hasta hoy. Queda al margen de este concepto todo lo referente al mundo espiritual o puramente conceptual. Puede ser interesante echar un vistazo a los orígenes de este mundo que nos acoge. Se han producido cambios drásticos en la manera de entender las realidades físicas. Se ha operado una verdadera revolución en el modo que hoy tenemos de comprender el mundo material. Y no hablamos sólo de la revolución copernicana, que hizo tambalearse los cielos. Hablamos también de la última revolución cuántica que ha puesto patas arriba todo nuestro conocimiento de la física. Los increíbles avances en los conocimientos científicos en todos los órdenes, nos han obligado a cambiar la idea que teníamos de la materia. Las ciencias nos han demostrado que la percepción directa de los sentidos es engañosa. Los sentidos, no se han desarrollado a través de cuatro mil millones de años, para conocer la realidad, sino para responder a las exigencias del medio en que tenía que desarrollarse cada ser vivo y asegurar mejor la supervivencia. Los sentidos se han ido desarrollando a través de millones de años para satisfacer las exigencias de los seres vivos. La vida que se iba complicando cada vez más, exigía mayor grado de seguridad. La ameba sólo sabía que algo era alimento para ella, cuando tropezaba físicamente con esa realidad. Pero a veces, era demasiado tarde para evitar caer en manos de otro ser vivo que le utilizaba como alimento.
El ojo se desarrolló para poder descubrir la comida antes que los demás competidores. O para ver al enemigo antes que él te descubriera a ti. La acomodación al medio en que vivía, fue la primera cualidad que la vida tuvo que desplegar para poder subsistir frente a los desafíos de las condiciones adversas. Percibir la realidad con mayor precisión y rapidez, era la clave para sobrevivir al competidor que buscaba lo mismo. La preocupación por el análisis cognitivo de la realidad es increíblemente reciente. El cerebro no se desarrolló pensando en el conocimiento, que tanto nos preocupa hoy. Eso traía sin cuidado a los primeros homínidos que poco a poco fueron aumentando el tamaño de su cerebro hasta que se desplegó la inteligencia. Esa capacidad mental se empleaba sólo para asegurar la supervivencia de los individuos y de la especie. La satisfacción que puede producirnos hoy el conocimiento en sí mismo, sólo llegó cuando nuestra seguridad biológica estuvo razonablemente asegurada. Los escolásticos ya decían: primum vivere deinde philosophari. La causa del progreso intelectual del ser humano estriba precisamente en que ha disminuido drásticamente el tiempo y el esfuerzo que tiene que dedicar a satisfacer las perentorias necesidades biológicas. Esto le permitió dedicarse a la especulación. El fallo de los seres humanos consistió en creer que, de los datos que percibíamos por los sentidos, podíamos sacar conocimiento objetivo adecuado. Al mirar lo que estaba lejos de nosotros nos equivocamos, haciéndonos una idea falsa del macrocosmos. Mayor fue la equivocación a la hora de interpretar lo que nos decían los sentidos al mirar a lo que estaba cerca. En ambos casos dimos por supuesto que el mundo se acababa donde terminaba la percepción sensorial. Hoy sabemos que el campo de percepción de los sentidos es infinitesimal, comparado con la realidad a la que no pueden llegar. Esta simple constatación nos ha obligado a cambiar sustancialmente casi todo el conocimiento que creíamos tener del mundo, tanto hacia fuera como hacia dentro de la materia que conocíamos. Es también la razón por la que el ámbito del conocimiento se está expandiendo exponencialmente. En este momento, una ingente capacidad mental del ser humano la está dedicando a conocer mejor la realidad. La satisfacción que da el simple hecho de conocer, ha sustituido a la necesidad de buscar alimento vestido y defensa. La estructura de nuestra sociedad permite que una parte, cada vez más pequeña de ella se dedique a producir alimentos, ropa y cobijo y una parte cada vez mayor, se dedique a ampliar conocimientos. Hombre
Ya decían los griegos que la más ardua tarea que podemos poner al hombre es decirle: “conócete a ti mismo”. Es una tarea tan difícil ahora como cuando el homo
sapiens empezó su andadura. En realidad, hace muy pocos siglos que empezamos a conocernos un poquito y creo que es aún mucho más lo que desconocemos. Hoy tendemos a pensar que lo que nos hace humanos es la capacidad de razonar. Sin embargo esto no está tan claro. La manera de concebir al ser humano ha cambiado aún más espectacularmente que la idea del mundo. Hoy sabemos que el hombre es fruto de una evolución que ha durado 4.000 millones de años. No hemos caído del cielo sino que somos el fruto de un arduo proceso de perfeccionamiento en las condiciones biológicas que, después de tanto tiempo, nos han permitido llegar a poder pensar y querer. En cambio, es muy probable que, lo que haya caído del cielo, sean los ladrillos con los que se construyó la primera forma de vida. Pienso que es casi imposible que en el corto espacio de tiempo que transcurrió desde la formación de nuestro planeta, hasta que se empezó a desplegar la vida, hubiera tiempo suficiente para producirse el paso desde el simple material químico a la más simple molécula viva. Nuestra biología se ha fraguado a través de innumerables formas de vida que han sido nuestros verdaderos antepasados en un proceso casi infinito de mutaciones. Somos el producto del esfuerzo de millones de millones de seres por sobrevivir y dejar a sus descendientes una forma más segura de vida. No fue necesaria ninguna teleología previa. Respondiendo a las exigencias perentorias de cada individuo, en cada momento, la vida se fue perfeccionando. En realidad, el proceso de humanización empezó en el Big Bang, hace aproximadamente 14 mil millones de años. Cuando en la sopa primordial, algún infinitesimal vórtice de energía se convirtió en la primeria materia. Esas partículas se unieron para formar compuestos más complejos, comenzando una evolución que no ha terminado. En ese primer paso estaba ya, en ciernes, no sólo la materia que hoy conocemos sino la misma vida y la inteligencia. El ser humano no es una marioneta fabricada por un artesano y dirigida desde fuera por un ser superior, que le maneja sin que él pueda hacer nada para impedirlo. Hemos descubierto y asumido la autonomía del hombre que le permite resolver sus propios problemas. Logros o fracasos de su evolución hoy dependen de él mismo. Esto no anula al ser humano sino que le convierte en verdadero responsable de su pasado, su presente y su futuro. El reciente descubrimiento del subconsciente obligó al hombre a buscar nuevas explicaciones a los conocimientos que, hasta ahora, creía que le venían de un mundo metafísico. Esto le liberó del sometimiento a normativas rígidas que creía le venían de seres sobrenaturales que habitaban fuera del mundo. Ya no es necesario acudir a seres espirituales para explicar unos fenómenos que se producen en realidad dentro del hombre mismo. Hoy sabemos que fantasías, sueños, visiones, revelaciones, que desde el Paleolítico se habían considerado como venidas de fuera, se descubren como
fruto de la actividad de la propia conciencia, aunque sea de una parte de ella que no podemos controlar. También es verdad que ese inconsciente tiene su propio lenguaje simbólico, que hay que saber descifrar. Esto complica mucho las cosas a la hora de interpretar su mensaje. La mayor parte de los conceptos religiosos en uso hasta hoy, son interpretación simplista de este lenguaje con el que el subconsciente se dirige a la conciencia. Cuando la conciencia no puede resolver un problema, proyecta hacia fuera lo percibido interiormente. Pero ese proceso transcurre inconscientemente y el yo consciente cae en la trampa de considerarlo conocimiento venido de fuera. Para el hombre arcaico, estas visiones tenían el valor de afirmaciones indubitables, precisamente por creer que venían de seres superiores. Estos seres fueron imaginados de mil formas diferentes pero podemos reducirlos a dos categorías. Unos existían desde siempre: dioses, ángeles, demonios. Otros, que habían vivido antes como seres humanos pero se habían trasladado al mundo trascendente, los muertos. Estos seres que aparecían en sueños y visiones, se creía que eran superiores a los que habitaban este mundo. Su conocimiento era infinitamente superior al de los seres humanos y podían ayudarles a resolver problemas que les sobrepasaban. También se daba por supuesto que podían actuar sobre las realidades de este mundo con su mero pensar y querer (milagros). Esas visiones y sueños se recibían como una comunicación de esos seres del más allá, que intentaban ayudar a los hombres. Cuando esos conocimientos adquiridos gracias a esos seres espirituales, eran relevantes para una comunidad eran llamados “revelación”. Este fue el fundamento y el punto de cristalización para la
formación de los mitos religiosos.
Para llegar a una religiosidad que responda al nivel de conciencia del hombre actual, debemos discernir cuál es el núcleo permanentemente válido en la religiosidad del pasado y qué es mera vestidura arcaica, de la que tenemos que desprendernos. Aunque esa supuesta revelación era producto del subconsciente no por ello deja de tener un valor profundo. El error fue sólo el darles un valor absoluto e inmutable. Hoy tenemos la obligación de superar ese error y seguir aprovechando esa información de manera racional. Para ello debemos tomar conciencia de que esas supuestas revelaciones no son verdades absolutas aportadas por seres metafísicos sino experiencias que se producen en la interioridad del hombre y que se proyectan sobre la conciencia, sin que podamos descubrir su procedencia. Esa interioridad del hombre así manifestada es, en cierto sentido, trascendente a la conciencia. Se trata del resultado de cuatro mil millones de años de evolución. Sólo sobre este fundamento inconsciente pudo desarrollarse la conciencia. La actividad consciente, es alimentada por el inconsciente, pero también limitada y teledirigida. Hay que estar muy alerta para no caer en la trampa de una tiranía por su parte.
La superación de ese mundo más allá de lo material no tiene por qué cambiar la esencia de nuestra religiosidad. La aptitud religiosa sigue siendo una disposición que surge de las profundidades de la persona humana que desea orientarse en pensamientos y obras según una realidad superior al hombre (al yo). Parece claro que existe una realidad intangible que busca hacernos bien. Debemos reconocer que tenemos una posibilidad de trascender lo físico, lo biológico y lo mental. Para que nuestra actitud religiosa sea auténtica, no tiene mayor importancia que el hombre se imagine esta potencia fuera de la creación en el cielo o la considere en lo más hondo de su ser. Lo decisivo es que el ser humano sea capaz de escuchar sus sugerencias y descubrir hasta qué punto es capaz de vivir de acuerdo con esas directrices, que no son aleatorias sino que tienen una finalidad muy determinada. En cambio, esa nueva manera de entender nuestra relación con la trascendencia, tiene graves consecuencias para las distintas formas de comportamiento religioso. Sacramentos, culto, ritos, sacerdocio sagrado, etc., quedan sujetos a una revisión drástica. Incluso estamos tomando conciencia de que es posible una religiosidad al margen de la parafernalia de una religión y desplegar una religiosidad sin religión. La actitud defensiva radical de la Iglesia ante esta manera nueva de ver la relación con lo trascendente, fue un signo de prudencia, pues tenía que administrar un tesoro espiritual, cuya única clave tenía ella. Pero hoy no tiene sentido seguir aferrada a las ideas trasnochadas, pues la sociedad está más que preparada para dar ese nuevo paso. La reticencia al cambio es hoy insostenible y contraproducente. La Iglesia como conjunto de los fieles y como jerarquía, podía prestar un valioso servicio a la sociedad si abandonara la visión arcaica y se pusiera, con todas sus fuerzas, a dar sentido a la nueva manera de ver el mundo, al hombre y a Dios. Son muy pocos, todavía, los sacerdotes y jerarcas que se atreven a poner al día los instrumentos de evangelización para sacar a la gente de mitologías trasnochadas. Dios El concepto de Dios es el que más ha cambiado desde el Paleolítico, pero sigue siendo el que más tiene que cambiar. La idea de Dios ha estado cambiando desde que se inventó. Siempre avanzando hacia la desmaterialización y por fin hacia la deshumanización. Aún estamos a años luz de superar el antropomorfismo aplicado a Dios, que seguimos considerando imprescindible en nuestro lenguaje. Debemos tomar conciencia de que hay que dejar a Dios en paz de una vez. Intentaremos profundizar en el pasado, utilizando todos los recursos de los que hoy disponemos. Estos medios que hoy tenemos al alcance de la mano, son infinitamente mejores que los que tenían nuestros antepasados incluso los más recientes. Es muy probable que, al abandonar las seguridades que teníamos, nos quedemos sin luz y aún sin aliento, pero es imprescindible que hagamos el esfuerzo porque nos va en ello, estrictamente hablando, la Vida.
Muchos lo han intentado en el pasado y siempre han sido incomprendidos y duramente criticados por los oficiales de turno. Quiero recordar dos libros que para mí fueron definitivos. Honest to God , (1963) del obispo Robinson y Quand je dis Dieu (1977) del dominico francés Jacques Pohier. Los leí cuando mi religiosidad estaba aún en camiseta, pero los dos me impresionaron de tal manera que marcaron un antes y un después en mi manera de pensar. El intentar adivinar cómo surgió la idea de Dios nos ayudará a relativizar esa idea de Dios, de todos los dioses. Antonio Damasio dijo que “ el cerebro creó al hombre” . Yo añado: Y el hombre creó a Dios. Ese mismo cerebro nos dice ahora, con la misma rotundidad, que esos dioses tienen garrafales defectos de fábrica. Estamos en condiciones de corregir esos fallos, pero somos conscientes, a la vez, de que ningún producto de una mente limitada puede ser perfecto. Querer descubrir la idea de Dios o dioses que los primeros seres humanos tenían es, hoy por hoy, una pretensión inútil. Pero si los paleontólogos encuentran restos de actividad humana que no lleva implícita ningún provecho práctico para el hombre, podemos legítimamente pensar que tuviera algún significado trascendente. Claro que no tenemos ni idea de lo que para ellos pudiera significar ese concepto que quiere reflejar la trascendencia. Sabemos que los Neandertales enterraban a sus muertos con signos inequívocos de respeto, veneración o protección. A pesar de ello, nos es imposible por ahora descifrar el significado de esas señales. Lo mismo pasa con las pinturas de todo tipo que ha dejado el homo sapiens en cuevas y abrigos rocosos, hace 30.000 años. Están ahí, hablando a voz en grito, pero no podemos entender lo que dicen. Hoy estamos dando un salto de gigante en esa compresión de lo divino. Debemos ser conscientes de la dificultad de ese proceso e incluso convencernos de que no podrá terminar nunca. Siempre necesitaremos un apoyo conceptual para poder pensar y hablar de Dios. Todas las ideas sobre Dios son ídolos que tenemos que ir derribando del pedestal, pero sólo con la esperanza de sustituirlos por otros menos burdos. A Dios no le aprehenderemos nunca tal cual es. Los ídolos pueden seguir siendo útiles, con tal que no los confundamos con la realidad de Dios. Nunca sabremos lo que Dios es, pero vamos sabiendo lo que no es, que no es poco. Esta desmaterialización será siempre dolorosa. Incluso conceptos que han sido esenciales en el pasado, debemos atrevernos a abandonarlos. Si no lo hacemos, el mensaje religioso llegará cada vez a menos gente. Además de los tres conceptos ya vistos, hay otros que también necesitan alguna aclaración. También en este caso vamos a exponer nuestra manera de ver la realidad a la que hacen referencia. Concretar qué queremos decir con cada palabra, evitará malentendidos y nos ayudará a situarnos en una postura crítica ante cada uno de ellos. Recordad que lo que más me importa es que reflexionéis sobre cada tema.
Evolución, espiritualidad y religión Evolución Es un concepto muy utilizado en nuestros días, pero que también debemos precisar. En general, se toma el concepto de evolución como la capacidad de la materia viva de acceder a estadios más organizados de composición. Hoy sin embargo, se tiende a ir más allá y pensar en una capacidad de la misma materia para alcanzar el grado de organización que hoy llamamos vida biológica. Tenemos motivos suficientes para creer que el universo entero está en evolución. Pienso que la misma energía que hizo que en la primera sopa de partículas X, algunas se unieran para formar quarks, es la que ha empujado a la materia inerte a seguir un proceso de cada vez mayor complejidad. Esa misma energía nos empuja a nosotros para ir más allá de nuestra mente y abrirnos al espíritu. Es muy difícil comprender que haya intelectuales que sigan negando la evolución de la vida. Se puede discutir que la selección natural, como dijo Darwin, sea la causa de la evolución, pero con los conocimientos que tenemos hoy en todos los órdenes y sobre todo, con el descubrimiento del ADN, no puede quedar duda alguna de que todos los seres vivos que hoy conocemos tienen el mismo origen. No importa que la inmensa mayoría de los eslabones de la vida más desarrollada se hayan perdido. Los restos fósiles que se van encontrando van dando cada vez más pistas para intentar explicar los aparentes saltos en la evolución, pero son aún insuficientes para llegar a una demostración definitiva de que tal especie procede de tal otra. El desarrollo de la vida no ha sido lineal sino reticular y plural. La vida microscópica sigue siendo, con mucho, la más abundante en el planeta tierra. Sin ella ninguna clase de vida sería hoy posible. Esa vida microscópica ha sido ignorada por el hombre durante casi toda su existencia sobre la tierra. Pensemos en la oposición radical que tuvo que aguantar Pasteur por defender la vida que no se podía ver. Aún nos asustamos cuando nos dicen que en nuestro ombligo tenemos más de 2.000 especies de bacterias. Toda la vida biológica es un producto de esta energía, que hace que ninguna clase de materia sea algo completamente inerte. Con espacio y tiempo suficiente, parece inevitable que se alcance una organización que termine en vida. Dice un proverbio oriental: Dame un puñado de tierra y si el tiempo es suficientemente largo y suficientemente amplio el espacio, surgirá la inteligencia. Esa energía original no tiene por qué detenerse una vez conseguida la racionalidad. Debemos aceptar con humildad que no tenemos ni idea de qué fuerza es la que empuja a esa constante evolución, pero también está claro que esa energía es el motor del universo y se está manifestando en todo momento. De la misma manera, no podemos comprender que esa fuerza o energía nos lanza más allá de lo puramente material, abriéndonos ilimitadas posibilidades de plenitud.
Espiritualidad Tengo especial interés en aclarar la diferencia entre espiritualidad y religión. Suelen encontrarse relacionados, pero puede separarlos un abismo conceptual. Sobre la religión siempre ha estado suspendida la espada de Damocles del poder. Fue la jerarquía religiosa la que pretendió alzarse con el control de los demás. Al principio, por estar identificada con el poder mismo y más tarde por la pretensión del poder civil de aprovecharla en su favor. Como es obvio, espiritualidad viene de “espíritu. Esto que p arece una
perogrullada, nos obliga a determinar qué entendemos por espíritu. Hoy hemos
asumido que no es un “ente” que podemos encontrar por ahí, separado de lo
que no lo es, la materia. Espíritu es el sustrato permanente que se encuentra fundamentando toda materia. Esa fuerza no material es la que da origen a la espiritualidad humana.
Resumiendo mucho podíamos decir que la espiritualidad es el encuentro del hombre con lo divino. También podíamos decir que es el encuentro del hombre consigo mismo, porque si entendemos la palabra Dios como un ser concreto que está en alguna parte, caemos en una trampa mayor, a la hora de vivir una verdadera espiritualidad. Debemos ser conscientes de que estamos sobre arenas movedizas. La espiritualidad es una especie de imán que me hace sentir la necesidad de lo trascendente. Sería la conciencia de que lo que soy no está circunscrito a lo que percibo de mí. A esa trascendencia puedo llamarlo Dios o dioses o demonio o de cualquier otra manera, pero desde tiempo inmemorial, el ser humano tuvo conciencia de que algo mayor que él estaba ahí y condicionaba su propia existencia. La espiritualidad nace de lo profundo del hombre. Es común a todos los seres humanos. La religiosidad será siempre una exigencia humana y existirá allí donde haya un ser humano. La experiencia interior puede darse sin referencia a una religión. Puede descubrirse el vínculo con lo divino de forma personal sin necesidad de manifestarse al exterior en una organización visible de doctrinas, ritos y normas. Lo que aquí llamamos espiritualidad, podíamos llamarlo creencia, religiosidad, veneración, adoración… En cualquier caso, siempre lleva asociada algún tipo de
relación con lo trascendente que el ser humano descubre dentro de él. Cuando nos empeñamos en concretar demasiado esa realidad, caemos en la trampa de cosificarla en un dios determinado y entramos en el callejón de la idolatría.
A pesar de lo dicho, una auténtica espiritualidad siempre va acompañada de alguna clase de religiosidad, es decir, tiende a manifestarse en oraciones, signos, etc., pero puede ser de tipo personal que no tiene por qué cristalizar en religión organizada. Lo que aquí llamamos religión nace más tarde, como consecuencia de la presencia de lo trascendente en el interior humano, pero manifestado externamente en grupo.
La espiritualidad no violenta al individuo sino que le mantiene siempre en una paz continuada. Nace de lo más hondo del ser humano de manera espontánea, le lleva a actitudes y acciones muy determinadas, pero no con violencia sino espontáneamente. Todo lo que diga o haga el que ha tenido esa experiencia, le sale de dentro con la mayor naturalidad sin necesidad de que le obliguen. La espiritualidad descubre algo nuevo cada día. No vive apegada a un pasado que le da seguridades sino que, como verdadera vida, está siempre creando la realidad. La prueba de falta de espiritualidad es el apego a la norma dada, que necesito para sentirme seguro. Esa programación no asimilada es lo que produce esquizofrenia interior. La espiritualidad te obliga a estar siempre buscando. Una persona espiritual estará siempre en camino hacia mayor humanidad. Esa plenitud de humanidad no se alcanza nunca. Por eso nunca tendrá la tentación de instalarse en lo que ya ha conseguido y seguirá buscando sin descanso. Esa búsqueda es tal vez la característica de su autenticidad. La espiritualidad te enseña a aprender en todos los libros. El haber calificado de falsas otras escrituras, ha empobrecido nuestro horizonte religioso. Romper esta exclusividad nos va a costar mucho esfuerzo, dolor y sufrimiento pero es indispensable para poder aprovechar el potencial que se encuentra en toda tradición religiosa, incluida la nuestra. La espiritualidad te invita siempre a mayor confianza y seguridad. Más allá de la religión que está siempre provocando miedo, la espiritualidad que nace de lo que eres en profundidad, te está llevando siempre a una confianza mayor. Sabiendo que nada tiene que esperar ni de Dios, porque se lo ha dado ya todo, ni de nadie porque todas las posibilidades están siempre dentro de ti. La espiritualidad nace de lo profundo de la conciencia. Es sobre todo experiencia personal de la realidad que te fundamenta. Por esa razón, no puede estar sostenida por condicionamientos externos. No se construye como una casa a base de ladrillos sumados sino que es una vida que surge y va desarrollándose desde dentro, como un árbol o un animal recién nacido. La espiritualidad no crece, nos inunda. La espiritualidad te invita a ser. La creencia de que el hombre es más cuanto más tiene, sean bienes materiales o espirituales, ha llevado a la humanidad a una rabiosa competencia. La espiritualidad te ayuda a descubrir tu verdadero ser y a superar la trampa de creer que lo que añades desde fuera a tu ser, te va a hacer más grande. La espiritualidad te hace comprender que eres más mientras más te des a los demás. La espiritualidad te ayuda a trascender el ego. Al decir ego, queremos indicar el falso yo. Al tomar conciencia de la verdadera realidad que somos, no necesitamos potenciar el falso yo. Esa experiencia nos llevará a descubrir que esa exigencia instintiva que pretende afianzar el ego no es más que una trampa que no te deja desarrollar tu verdadero ser.
La verdadera espiritualidad te ayuda a vivir la trascendencia dentro de la realidad. No te invita a huir del mundo sino a disfrutar de todo lo que el mundo puede ofrecerte para desplegar una verdadera experiencia humana. Todas las realidades mundanas deben ser asumidas y transformadas no en beneficio individual sino para el bien de todos. La espiritualidad te enseña a vivir aquí y ahora. La trampa mayor de la religión es proyectarte para el más allá. Ni el pasado ni el futuro están en nuestras manos. Lo único que poseo es el presente que es donde debo desplegar mis posibilidades de ser humano. Tu relación con la divinidad es eterna porque ella es eterna. El chispazo que produce esa unión dura eternamente. Religión Religión sería una serie de creencias ritos y normas que expresan la religiosidad de un pueblo. Surge cuando la experiencia personal es aceptada por una comunidad a la que da seguridades con una serie de actuaciones externas. La religión es un lenguaje, una forma de comunicarse y por eso, exige por lo menos, dos personas para desarrollarse. Por ser lenguaje, es distinta para cada sociedad. La religión será exigencia de un grupo con necesidades comunes. La religión se amoldará a las exigencias del clan y será cambiante; puede incluso existir al margen de la religiosidad. Cuando esto ocurre, tenemos la religión vacía e incapaz de salvar. A pesar de todo, la religión puede ayudarme a encontrar la espiritualidad. La religión puede invitar a una cierta somnolencia. En cambio la espiritualidad exige estar bien despierto, porque sólo se da cuando hay una relación consciente con lo divino. Esa relación exige una superación de lo instintivo y una puesta en marcha de las facultades más humanas. Si uno si instala en un nivel puramente biológico, nunca surgirá una necesidad de la búsqueda de lo transcendente. La religión institucionalizada, nos obliga a ser fieles a unos paradigmas dados del pasado, inconmovibles y fijados de antemano, que nadie puede cuestionar. Esto puede ser bueno porque nos da la seguridad de unos cimientos sólidos. Pero puede ser nefasto porque impide la búsqueda constante de nuevos horizontes que nos permitan perfeccionar y vivir lo recibido. La religión ha sido siempre motivo de división. La razón es lógica. En cuanto se siente obligada a marcar diferencias para afianzarse, necesita también combatir los presupuestos de las demás religiones. No sólo la historia del pasado es una constante constatación de conflictos sino que hoy, los mayores conflictos tienen su origen en la religión. Con frecuencia violenta la voluntad de los individuos obligándoles a hacer o decir lo que no quieren. Toda religión tiene su origen en la experiencia humana. Si dejamos de atender a esa experiencia individual, cualquier persona que viva una auténtica espiritualidad verá cercenada su nueva visión de la realidad trascendente, que por definición no puede agotar ninguna experiencia humana.
La verdadera espiritualidad te hace ser fiel a ti mismo, no a normas externas. La causa del descrédito de la religión es la impresión de que bastaba cumplir las normas para acceder a la seguridad que ofrecía, olvidando el desarrollo personal. Este disparate seguimos manteniéndolo y nos va a costar mucho superarlo. No puedo ser fiel a Dios sin ser fiel a mí mismo, porque sólo en lo hondo del ser está lo divino. La religión es siempre una programación, aunque puede llevarte a la vivencia. En nuestra religión se han dado infinidad de casos de una auténtica vivencia religiosa, a pesar de que las instancias oficiales han puesto el acento en el cumplimiento de las normas. La religión te obliga a ser fiel a la norma y se preocupa mucho menos de una maduración interior, pero puede surgir a pesar de todo. La principal obsesión de la religión ha sido controlar a sus fieles. Para ello se ve obligada a inventar dogmas, normas morales y ritos. El afán por distinguirse de las demás, le llevó absolutizar sus propias normas. No le interesa para nada lo que tiene de común con las demás religiones. Las diferencias, aunque sean artificiales, serán siempre sus agarraderas para la singularidad y la exclusión. La religión es capaz de remover cielo y tierra en busca de prosélitos fieles a sus creencias. Ese afán de proselitismo es a la vez la muestra de su debilidad. No puede actuar de otra manera porque para ella el número y la cohesión externa es la única prueba de su poder. No es más que la exigencia de nuestro falso yo, proyectado en la institución. La religión te ata a una sola Escritura. Todos conocemos el énfasis que ponen las tres grandes religiones en sus libros sagrados. Dando valor absoluto a su propia tradición consigue una uniformidad que le blinda ante la agresión de las otras religiones. Con esa actitud eliminamos la riqueza que podía aportarnos la aceptación de otras experiencias, también auténticas y beneficiosas para todos. La religión utiliza el miedo para imponerse. Es curioso que el método que utiliza la religión para domesticar a sus fieles, sea el mismo que utilizan los seres humanos para domesticar a los animales; palo y zanahoria. Promete el oro y el moro a los que son fieles a sus consignas, pero manda al infierno a los infieles. La religión es fruto de las elucubraciones de intelectuales partiendo de las experiencias de los místicos mal entendidas. Es por tanto, fruto de la especulación racional. En el caso de nuestro cristianismo, los dogmas son conceptualizaciones racionales de las expresiones del evangelio que están hechas desde otra perspectiva. La religión te obliga a actuar de manera prefijada. Juzga las acciones desde fuera y con criterios aparentemente objetivos. Para nada le importan las intenciones de las personas sino sus hechos concretos. Dice un latiguillo eclesial: “de internis non iudicat Ecclesia”. En cambio para la religiosidad, lo que
importa de veras es la intención.
La religión va encaminada a potenciar el ego. Aunque nos está diciendo insistentemente que no hay que ser egoístas, la verdad es que está siempre
prometiendo un mayor rango en el estatus espiritual en la medida que seas fiel a sus directrices. Incluso proyecta esta ilusión para el más allá. Nuestra religión te obliga a renunciar al mundo. Fruto del maniqueísmo de los primeros siglos, se desarrolló una dinámica nefasta. El mundo era malo por sí mismo. Sólo renunciando a todo lo que puede ofrecerte, se podía alcanzar la salvación. Todos hemos aprendido que los enemigos del alma son tres: demonio, mundo y carne.
II MIRANDO AL PASADO Cuando hablamos de pasado, presente y futuro debemos tener muy claro de qué estamos hablando. Últimamente se está oyendo en todas partes que hay que vivir en el ahora o vivir en el momento presente. No es fácil tomar conciencia exacta de lo que se quiere decir con estas expresiones. Cada uno solemos entenderlas a nuestra manera y muchas veces sin comprender lo profundo de la propuesta. El tiempo es la medida del movimiento, decía Aristóteles, y por lo tanto, depende de una mente que mida. El pasado no existe como tal porque mi concepto del pasado está sólo en mi cabeza, pero está ahí en este instante presente. Las huellas que ha dejado el pasado sí son reales y pueden provocar en mí una u otra idea, pero esa idea está presente en mí, solo en el momento que la pienso. El futuro no es más que una proyección que tiene lugar también en nuestra mente. No existe nada concreto en la realidad que podamos llamar futuro. La manera que tenemos de comprender el presente como movimiento y nuestra capacidad de pensar lógico, nos hace creer que hay algo por ahí que podamos llamar futuro. En realidad todo está en este momento en mi mente y en ninguna otra parte. ¿Y el presente? Más difícil todavía. ¿A qué llamo presente? Puedo decir el año presente, pero de este año 2016, ocho meses son ya pasado y cuatro no han llegado todavía. Lo mismo podemos decir de un día o de una hora. Si seguimos bajando en unidades cada vez más pequeñas podemos encontrarnos con el segundo. Ahora bien, el segundo también se puede dividir en partes, unas ya han pasado y otras no han llegado. Si dividimos el segundo en cien mil millones de partes, ¿Qué sería el presente? Una parte tan insignificante que ni siquiera la podemos imaginar. ¿A qué llamamos presente? Como el pasado y el futuro el presente es un puro ente de razón. No hay ninguna realidad a la que podemos llamar presente. Tanto el mundo como el hombre e incluso Dios tienen un pasado en la mente del hombre. Este pasado no siempre es conocido y muy pocas veces tenido en cuenta a la hora de enfocar nuestro discurso. Este viaje no se refiere a las tres realidades en sí sino a la manera como el ser humano se ha relacionado con
ellas en el pasado. Se trata de precisar lo más posible, qué idea tuvo el hombre de sí mismo, de Dios y del mundo en el pasado más o menos lejano.
Pasado del mundo La materia En el pasado del mundo podemos considerar dos aspectos: 1) lo que pasó realmente con este cosmos. 2) qué pensaron los seres humanos sobre el mundo desde que tuvieran capacidad para ello. Las dos visiones tienen importancia para nosotros en el tema que nos ocupa. Cómo percibieron el mundo los primeros seres humanos tiene mucha importancia en el desarrollo de su espiritualidad. Conocer lo que pasó realmente, nos ayudará a superar mitologías. Durante la mayor parte de la existencia del hombre sobre la tierra, se creyó que la tierra era plana. Más tarde también durante miles de años, se creyó que era el centro del universo. La idea que hoy tenemos de la tierra no tiene nada que ver con lo que creían los seres humanos hace muy pocos siglos. Santo Tomás aún creía que cada cuerpo celeste tenía asignado un angel que le movía. La realidad terrena se consideraba inmutable. El sol y la luna habían estado siempre ahí. Las montañas nunca habían cambiado ni de lugar ni de forma. Las plantas y los animales habían sido siempre los mismos. El mar estuvo siempre donde ahora está. Para ellos el pasado y el futuro de la tierra fueron y serán siempre lo mismo. Aunque se inventaron mitos para explicar su aparición, sus creadores la habían hecho como ahora la veían. En los últimos siglos hemos inventado instrumentos que han ampliado de manera inimaginable la capacidad de nuestros sentidos para percibir la realidad material. Hoy esos aparatos incluso nos permiten detectar las ondas gravitacionales, las primeras vibraciones del universo, emitidas justo después de la explosión. La cartografía del universo va siendo cada año mucho más detallada. Conocemos el comportamiento de las galaxias y de las estrellas. Las leyes que rigen el mundo van siendo desentrañadas, cada día que pasa, con mayor precisión. El conocimiento de esas leyes nos permite desarrollar la ciencia y con ella, el conocimiento de lo que no está al alcance de nuestros sentidos ni de los instrumentos que hemos inventado. Este es el objetivo de la ciencia. Siguiendo los métodos científicos de observación y la ley de causa y efecto, podemos ir hacia atrás en el tiempo hasta una fracción infinitesimal de segundo y tratar de adivinar lo que pudo pasar a partir de ahí. No podemos llegar hasta el instante del comienzo de todo, porque entonces se produjo una singularidad y de lo singular no se puede hacer ciencia. Con este método se ha llega a postular un Big Bang, (gran explosión) de donde procede el universo entero. Pero en realidad no sabemos lo que explotó de esa gigantesca manera. Esa es la teoría mayormente aceptada hoy para explicar el
comienzo de nuestro universo, pero no es la única. La materia que podemos percibir bien podía ser sólo un subproducto de la realidad que no podemos imaginar. Hay otras teorías que también intentan explicar nuestros orígenes. Podría ser que ese comienzo no fuera un comienzo sino el final de un universo anterior. Tampoco es descartable que éste sólo fuera un uni-verso de los muchos que pueden estar existiendo a la vez. Tendríamos entonces un multi-verso. También podría haber universos de alguna clase de materia que nosotros ni podemos sospechar ni pueden captar nuestros instrumentos. Si miramos atrás, sabemos que tenemos unos catorce mil millones de años desde que sucedió el Big Bang. Es una inconcebible cantidad de tiempo, pero se agranda si consideramos que en los primeros instantes de la existencia del mundo, las cosas sucedieron a tal velocidad, que la idea de eternidad que tenemos es más adecuada para entenderlo. Tal vez sea útil el hacer un breve repaso a través de esa epopeya. Ya hemos dicho que la ciencia no puede llegar hasta el primer momento del origen del universo. Partiendo de la velocidad de expansión de las galaxias, podemos llegar hasta un instante después del origen del universo actual, pero las leyes físicas, se hacen inútiles en lo que se llama una singularidad. Sabemos lo que pasó en la primera fracción de segundo a la que podemos acercarnos con las leyes físicas, pero no podemos adivinar lo que pasó en el primer instante. Este tiempo original observable se reduce a 10 -43 de segundo (10 elevado a menos 43) después de la explosión. Para que de alguna manera visualices el tema, sería algo parecido a esto. 0,000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 000 01 que se lee: cien septillonésima parte de segundo. La temperatura sería en ese instante de 10 32 grados (un 1 seguido de 32 ceros). Te lo imaginas. Seguramente me dirás, pues no. De eso se trata, de que veas que es una fracción inimaginable. En ese instante los científicos tropiezan con lo que se ha llamado el famoso Muro de Planck. Más allá del cuál (en tiempo) y más pequeño que (tamaño), nada puede tener sentido físico ni como materia ni como energía. En ese momento el universo entero hoy conocido se encontraba reducido a 10 -33 centímetros) de una pequeñez también inimaginable. Es decir millares de millares de millares de veces más pequeño que un núcleo de átomo (10 -13). Recordemos que en este momento no existía aún la materia ni la energía. No tenemos idea de lo que era. En este universo incipiente las cuatro fuerzas cósmicas actuales no estaban aún separadas una de otra. (Gravedad, fuerza electromagnética, fuerza atómica fuerte y débil). En esos primeros instantes los acontecimientos se precipitan a un ritmo alucinante. En esas primeras milmilmilmillonésimas de segundo, pasan muchas más cosas que en todo el resto de la historia del universo. La densidad y la velocidad hacen que cada instante dure casi una eternidad.
Durante esa época que va de 10 -35 segundos a 10-32, el universo se ha hinchado 1050 veces (un 1 seguido de cincuenta ceros). El universo pasa en ese tiempo al tamaño de una manzana de diez centímetros de diámetro. Este período se llama "era inflacionaria"; y fue mucho más importante que el resto de la historia del universo. Desde entonces el universo, solamente creció 10 9. Aquella bola primera era completamente uniforme, homogénea; un campo de fuerzas que no contenía aún la más mínima partícula de materia, sólo partículas X de entidad desconocida. En el 10-31 de segundo, da un salto cualitativo. Las partículas X dan paso a los quarks, la parte de materia más pequeña que se conoce, de las que están compuestas todas las partículas subatómicas y de las que están compuestas, también, los electrones, fotones, neutrinos etc. y sus antipartículas. El mundo tiene en ese momento el tamaño de un gran balón. Para mí, ese paso de la sopa uniforme a la singularidad de una partícula, es el inexplicable salto que posibilita la creación de todos los demás objetos materiales. Una vez que se formó el primer grano de materia, estaba capacitado para seguir haciendo gránulos cada ver mayores. La evolución había comenzado. El resto es cuestión de tiempo Las partículas recién creadas son el origen de los cambios de densidad en la sopa primordial, que hacen posible el universo actual. La fuerza atómica fuerte, que asegura la cohesión en el núcleo del átomo, se separa de la fuerza electro-débil. Al final de este período el universo entero tiene un tamaño considerable: 300 metros. El tiempo corre. Cuando estamos en 10 -11 segundos, la fuerza electro-débil se divide en dos: la interacción electromagnética y la fuerza nuclear débil. Con estas tres y la gravitatoria, ya tenemos las cuatro fuerzas fundamentales. Entre 10 -11 y 10-5, los quarks se empiezan a agrupar en neutrones y protones, y la mayoría de las antipartículas desaparecen para dar paso a las partículas del universo actual. Alrededor de 200 segundos después del instante inicial, las partículas elementales se ensamblan para formar los núcleos de hidrógeno y el electrón girando alrededor. Ya tenemos el átomo del primer elemento de la tabla periódica. Hasta aquí, la historia del mundo ha durado sólo tres minutos. Ya dijimos que durante ese tiempo, han pasado más cosas que en los 14.000 millones de años siguientes. Es decir, desde ese instante, las cosas van a ir increíblemente más lentamente. Después de 100 millones de años, se forman las primeras estrellas. Dentro de ellas los átomos de hidrógeno y de helio se fusionan para formar elementos más pesados de la tabla periódica, hasta el hierro. Los elementos más pesados que el hierro se tuvieron que formar en explosiones descomunales de estrellas. Esto es posible gracias a la presión y temperatura alcanzadas en el interior de cada estrella cuando termina su combustible y explota. En dirección a lo infinitamente pequeño, no ha sido menor el descomunal avance. Hace relativamente poco (finales del siglo XIX) se consiguió demostrar que átomo no era indivisible como habían creído los griegos y después toda la cultura occidental. Átomo en griego significa exactamente eso, indivisible. Hoy
ya estamos buscando y descubriendo partículas de partículas de partículas del átomo. Examinemos una gota de agua: está compuesta de moléculas; millones de millones. Cada una mide 10 -9 metros. Dentro de la molécula, nos encontramos con los átomos mucho más pequeños, 10 -10 metros. Cada átomo está compuesto de un núcleo mucho más pequeño (10 -14 metros) y electrones que gravitan alrededor. Si penetramos en el corazón del núcleo, nos encontramos con dos clases de partículas, los protones y los neutrones. Hace más de sesenta años se descubrieron partículas más pequeñas que los protones y los neutrones, los hadrones, compuestos ellos a su vez por entidades más pequeñas todavía, llamados quarks (10 -18 metros. Por el momento, parecen las estructuras básicas. Se sigue especulando con partículas más pequeñas que se irán descubriendo con el tiempo. Ejemplo, el bosón de Higgs Si cogemos una manzana y la hacemos crecer hasta que tuviera el tamaño de la tierra, sus átomos tendrían el tamaño de una cereza. Si tomamos en la mano uno de esos átomos nos sería imposible ni siquiera con la ayuda de un microscopio electrónico, ver su núcleo. Tendríamos que cambiar de escala y hacer crecer la cereza hasta convertirla en una bola de doscientos metros de diámetro. Aun así el núcleo no sería más que una insignificante mota de polvo. El átomo es, en su inmensa mayor parte, vacío. Si aumentáramos un átomo de hidrógeno hasta tener el tamaño de la cúpula de S. Pedro, el núcleo sería como la cabeza de un alfiler y el electrón que gira a su alrededor, como una mota de polvo. Si me decidiera a contar todos los átomos de un grano de sal, y fuera capaz de contar mil millones por segundo; necesitaría cincuenta siglos para hacer la reseña completa. Si cada átomo tuviera el tamaño de una cabeza de alfiler, los átomos que componen el grano de sal, recubrirían Europa entera con una capa de 20 cms. Si representara un protón de un núcleo de oxígeno sobre esta mesa, como una cabeza de alfiler, el electrón que gravita sobre él describiría una circunferencia de más de mil kilómetros de diámetro. Este ejercicio de imaginación nos lleva a la conclusión de que no estamos capacitados para afrontar esa escala de la materia, pero es interesante para hacer una cura de humildad. Si se anulara la distancia entre todas esas partículas, que componen los átomos de mi cuerpo y se reunieran hasta tocarse una con otra, no me podríais ver, tendría el tamaño de una mota de polvo de una milésima de milímetro. El número total de átomos de nuestro cuerpo es de 10 28. Y el número total de partículas elementales, protones, neutrones y electrones en el universo que conocemos es de 1080. El mundo de lo infinitamente pequeño es como el mundo de lo grande, un inmenso vacío... Más allá de los instrumentos, que hemos inventado, la razón es capaz de predecir lo que no se ha visto todavía. Están a punto de descubrir la mayor incógnita del universo. En qué consiste la materia oscura y la energía oscura, sin las cuales no hay manera de explicar algunas cualidades del universo conocido.
Cuanto más avanza nuestro conocimiento de la realidad, más incógnitas se abren sobre ella misma. Todos estos conocimientos ya adquiridos, nos impiden hoy seguir en la ingenuidad de creer que somos el centro de la creación. Aunque hemos superado la ilusión de creer que la tierra era el centro del universo. Todavía la mayoría de los seres humanos siguen creyendo que somos el culmen de la creación y que nada puede haber por encima del ser humano. La verdad es que no conocemos prácticamente nada de todo el universo. La vida Tal vez la incógnita más inquietante para nuestra capacidad intelectual sea la aparición de la vida. Se han escrito toneladas de libros sobre este tema y los biólogos están aún muy lejos de llegar al final del camino. No busquéis rigor científico en lo que voy a decir a continuación. Serán solamente reflexiones personales para que tomemos conciencia del problema y nos atrevamos a pensar. La primera advertencia que debemos hacer es que no tenemos ni idea de la complejidad de la vida sobre la tierra. Cuando hablamos de vida, todos pensamos en animales y plantas que podemos percibir y con los que nos encontramos todos los días. Sin embargo, el espectro de los seres vivos es mucho más amplio que eso. El número de los animales pluricelulares que no podemos ver a simple vista es inmensamente mayor del que los que vemos. Pero es que el número de seres unicelulares es astronómico. Los últimos estudios que se han publicado nos dicen que el 99,99 % de la vida existente, la desconocemos. Esto quiere decir que sólo conocemos el 0,01 por ciento de los seres vivos. Esto es ciertamente desconcertante. Parece ser que en un sólo gramo de tierra puede haber un billón de células vivas y hasta 10.000 especies diferentes. Esto nos da una idea de lo que nos espera en el conocimiento de la vida. Hasta hoy no teníamos medios para descubrir esa diversidad de vida. Lo que es inaccesible a la vista debíamos analizarlo en el laboratorio. Esto hacía imposible un progreso rápido en la determinación de nuevas especies. Hoy con las nuevas técnicas de secuenciación se ha abierto un nuevo horizonte por el que avanzar en esta tarea de conocimiento de la diversidad de la vida microscópica. Para mí, es impensable que la vida se haya iniciado en esta nuestra tierra. Hoy ya se han descubierto los indispensables ladrillos para formar la vida en cometas que llegan del espacio extrasolar. Sabemos que transportan azúcares como la ribosa, aldehídos y cetonas, incluso aminoácidos con los que se montan las proteínas como en una cadena de montaje se ensamblan las distintas piezas de un automóvil. Esto no es una casualidad. La vida no pudo comenzar por una intervención externa a la materia. Por muchos mitos que se hayan inventado al respecto, estamos muy lejos de conocer la manera en que la vida empezó. Ahora bien, podemos estar seguros de que la vida no hubiera aparecido si en la misma
materia no se encontraran las condiciones que permiten a “trozos” singulares de
materia emprender una andadura diferente al inmenso resto del entorno.
Aunque no sabemos exactamente en que consiste la vida, sabemos que un trozo de materia es un ser vivo por una serie de cualidades exclusivas. Estas cualidades podemos resumirlas en tres: 1) capacidad de interactuar con el entorno de un modo especial (relación). 2) Capacidad de mantener su estructura inestable aprovechando material de su entorno y convertirlo en energía (alimentación). 3) Y capacidad de producir copias casi exactas de esa misma estructura (reproducción). Pero lo verdaderamente sorprendente es que eso no sería posible si ese conjunto de materia organizada no fuera capaz de almacenar información suficiente y poder utilizarla en el momento oportuno con una finalidad concreta. A esta capacidad la llamamos memoria. Este concepto de memoria va más allá de lo que normalmente entendemos por tal. Pero incluso en los seres humanos esa capacidad de memorizar es estrictamente física. Nuestra memoria ocupa un lugar físico en nuestro cerebro y está disponible para cuando la necesitamos. Hay que hacer, sin embargo, una salvedad. En el cerebro no se almacena la memoria como en un ordenador. La memoria se almacena en los circuitos neuronales y esos circuitos dependen de las sinapsis y por tanto de los neurotransmisores. Me pongo muy nervioso cuando oigo explicar lo que es nuestro cerebro comparándolo con un ordenador. Los dos tienen muy poco que ver. En el ordenador son todo conexiones estables que dejan pasar la corriente o impiden su paso. En los circuitos neuronales, el paso de una información tiene infinitos matices en cada conexión. De ahí derivan las infinitas posibilidades que será imposible reproducir mecánicamente. Si nuestro cerebro funcionara como un ordenador, con la cantidad de información que un niño recibe hoy, a los pocos años ya estaría atascado y dejaría de funcionar. Gracias a que la información se graba en circuitos neuronales, éstos tienen la capacidad de irse borrando con el tiempo y sólo permanecen los que utilizamos y son necesarios para nuestra supervivencia. Sin esa capacidad de olvidar, nuestra vida humana sería inviable. Todos los organismos vivos están formados de una o más células. Cada célula es un mundo increíblemente complejo, pero hay dos partes de ella especialmente interesantes. Me refiero al núcleo y a la membrana celular. Todos tenemos el convencimiento de que lo más importante es el ADN, que se encuentra protegido en el núcleo de cada célula eucariota. Nos han aburrido hablándonos de la importancia del ADN y eso que sólo sabemos la utilidad de un 5 % de los genes. Pero se ha descubierto que lo verdaderamente esencial para la vida de cada célula es su membrana. Esa membrana compuesta de fosfolípidos y varias clases de proteínas, es la que le permite interactuar con el entorno de forma y manera que permite a unas sustancias traspasarla y a otras no. De este modo deja pasar lo que la célula necesita e impide el paso a lo que sería nocivo. Del
mismo modo, permite salir lo que la célula considera desecho y retiene todo aquello que es provechoso para ella. Estadísticamente es imposible que la tierra sea el único lugar donde se desarrolla esta singular forma de materia, la vida. No sé si conocemos ya toda la cantidad de materia que existe en el universo, pero son tan descomunales los números que no podemos hacernos idea de la proporción insignificante que en ese conjunto podría suponer el volumen de nuestro planeta. Estoy convencido de que el universo está plagado de vida y que desde allí ha llegado a nuestro planeta tierra. Teniendo en cuenta los millones de años que le costó a nuestra forma de vida llegar a la inteligencia, es casi seguro que la inmensa mayoría de esa vida, será inconsciente. Pero también es muy probable que existan formas de vida más desarrolladas que la nuestra. No es ningún desatino porque sabemos que la nuestra nunca ha dejado de evolucionar. Suponiendo que la posibilidad de que se desarrolle vida en un planeta sea de uno por un billón, (fijaos que se trata de una proporción infinitesimal) pues aún con esa proporción de posibilidades, el número de planetas con vida sería de diez mil millones. Lo lógico es pensar que no se hayan desaprovechado tantas posibilidades de desplegar vida como la nuestra. Ahora bien, aún cabe otra posibilidad, que exista otra clase de vida basada, no en el carbono sino en otras estructuras y otro código genético. Ahora bien, la posibilidad de que nosotros conectemos con esas vidas inteligentes es infinitesimal. ¿Por qué? Es relativamente sencillo tomar conciencia de ello. Por un lado, las distancias a las que pueden estar esas formas de vida. Sabiendo que nada puede viajar más rápido que la luz y que las distancias a la mayoría de esos posibles mundos habitados está a millones de años luz, queda patente la dificultad de un encuentro. Por otro, y esto nos cuesta más imaginarlo, por la diminuta cantidad de tiempo que puede durar una vida consciente sobre un planeta. Si reducimos a un año el tiempo que ha trascurrido desde el comienzo del universo, el tiempo que lleva el ser humano viviendo en la tierra sería de minuto y medio antes de terminar el 31 de Diciembre. En el penúltimo minuto aparecerían las primeras pinturas rupestres. Y sólo en el último segundo del año el hombre comenzó a utilizar la ciencia para entender la naturaleza. Fijaos lo difícil que resultaría que coincidieran dos culturas avanzadas en el mismo segundo.
Pasado del hombre Aunque no conocemos al detalle cómo se ha producido el proceso, hoy sabemos que el ser humano es el fruto de una larguísima evolución. Desde las primeras arqueobacterias, hace 4.000 millones de años, hasta nosotros, la vida se fue abriendo camino hacia mayor complejidad. Desde ese comienzo, la misma vida ha ido cabalgando sin interrupción a través de billones de millones de seres hasta llegar a cada uno de nosotros.
No parece que haya habido en este largo periodo, nuevas floraciones de vida. Reflexionar sobre este particular puede ser de mucha utilidad. Piensa que la vida que te atraviesa es la misma que desplegó un primer mamífero, un exótico pez, un trilobites, una ameba, una bacteria… Es impresionante. Si la vida de la que
estás disfrutando, se hubiera interrumpido en algún eslabón de esa larguísima cadena, tú no estarías leyendo esto.
Aunque a través de todo ese proceso evolutivo, la vida ha ido haciéndose más compleja, siempre ha sido la misma vida que conocemos hoy. Aunque los genes se han ido multiplicando y los seres vivos haciéndose más complicados, el código genético es exactamente el mismo en los seres humanos que en las primeras arqueobacterias. También esto debe hacernos pensar un poco. En esa evolución nunca se han dado saltos. Ya los escolásticos decían: “natura non facit saltus”. Todo fue un continuo proceso de evolución imparable, aunque
hace muy pocos años que hemos descubierto esta realidad y aún hay personas serias que lo ponen en duda. Para entender este proceso nos vemos obligados a señalar etapas definidas, pero teniendo muy claro que son sólo subterfugios. Fruto de la evolución Hace 4.00 millones de años aproximadamente, aparicio la vida bajo forma de unicelulares procariotas (sin núcleo) tipo arqueobacterias, bacterias. Una de las adaptaciones vitales para que la vida siga fue la capacidad de reciclar los materiales que habían servido ya para otra vida. Lo que A desecha lo aprovecha B y lo que B desecha lo aprovecha N que a su vez aporta a A lo que necesita (un ecosistema). Hace 1.500 millones de años se dio el primer salto de las células procariotas a las eucariotas, es decir, desde las más simples sin núcleo a las que tenían ya un verdadero núcleo que mantiene el ADN protegido del resto del citoplasma. De este modo, los orgánulos de la célula desarrollan su actividad independientemente del núcleo y facilitaron las distintas funciones de cada parte. Hace 1.000 millones de años: aparecen los organismos pluricelulares. Eran seres vivos más complejos, compuestos de varias células con diversas funciones. Esto les permitía un mayor tamaño y más larga expectativa de vida. Seguramente la primera unión de dos células se realizó por azar. Una unicelular invadió otra para destruirla; pero ésta reaccionó, y fue capaz de sacar provecho a su vez de la invasora, resultando un conjunto con mayores posibilidades de vida. Otra posibilidad sería que al dividirse la célula no se realizara completamente la separación entre las dos y aprendieron a vivir unidas, formando un mismo ser vivo más complejo. Este paso fue definitivo, porque permitió la especialización de cada célula, que antes tenía que desarrollar ella solita todas las funciones del ser vivo. Al poder desempeñar un único trabajo, terminó realizándolo con mucha mayor eficacia. Otra adaptación increíble fue que la vida apareció en un ambiente (atmósfera) completamente carente de oxígeno. Es más, el oxígeno era letal para la materia
viva. Los primeros vivientes aprendieron a fabricar oxígeno y a la vez a crear defensas para que no destruyese sus estructuras. Así se aprovecharon sus posibilidades en orden a sacar de él energía y se impidió que la vida fuera destruida por él, que era cada vez más abundante en la nueva atmósfera que iba creando. Hace 700 millones de años aparece la diferenciación sexual, que abre unas posibilidades increíbles a las variaciones genéticas. Esa diversidad dio origen al abanico de las plantas, hongos y animales. Hace sólo 500 millones de años: aparecen los vertebrados (peces) y hace 350 millones de años: aparecen los anfibios, que dieron origen a los reptiles. Hace 200 millones de años, nacieron los primeros mamíferos, que cohabitaron durante mucho tiempo con los grandes saurios. Hace 65 millones de años: desaparecen los grandes saurios, y dejan el campo libre a la rápida evolución de los mamíferos, que sobrevivieron a la catástrofe por ser más adaptables a las nuevas circunstancias mucho más adversas. Llega el Homo Sapiens No sería posible dilucidar cuando se produjo esa mínima divergencia entre simio y homo, que llevó a un individuo a convertirse en homo mientras otros siguieron siendo simios. Es un error pensar que procedemos del mono. El mono y el hombre proceden ambos de unas especies anteriores que han desaparecido, lo mismo que han desaparecidos los eslabones intermedios entre los primeros homo y nosotros. Tampoco tiene sentido querer dilucidar en qué momento el homo se convirtió en homo sapiens. De igual manera, que no tiene sentido preguntarnos en que instante, la noche se convierte en día. En ambos casos se trata de un proceso imperceptible para el tiempo que nosotros manejamos. En realidad la luz empieza a crecer desde la media noche y sigue aumentado hasta que el sol llega a lo alto del cielo. Hace 20 millones de años aparece el Dryopithecus, un primate arborícola. Es el último eslabón conocido común al hombre y a los grandes monos antropoides. Hace 10 millones de años surge el Ramapithecus, nuestro más antiguo pariente, no común al chimpancé y al gorila. Hace 4.5 millones de años aparece el Ardipithecus ramidus el primero de los homínidos. Hace 4 millones de años, con el Australopithecus, se alcanza la posición erecta, y un cerebro de 500 centímetros cúbicos. Hace 3.5 millones de años aparece el Kenyanthropus Platyops. Hace 3 millones de años, el Homo habilis, con unos 700 cms. de masa gris. Hace entre 1.8 millones y 300.000 años, el Homo erectus, con unos 900cms. de cerebro. Hace entre 230.000 y 30.000 años, el homo sapiens neardentalensis. Y Hace 90.000 años: aparece el Cromañón. Es el primer ser humano digno de recibir tal nombre; con una capacidad cerebral de 1400cms. y con signos culturales nada despreciables. 4.000 millones de años para engendrar finalmente el homo sapiens sapiens.
No podemos comprender la magnitud de los cambios que se han producido en ese proceso de evolución. Recordemos que el 98% de las especies se han extinguido. Esto no podemos considerarlo como una catástrofe, porque gracias a esas extinciones la vida pudo renovarse y diversificarse. El problema que hoy tenemos es que la extinción no está compensada por la aparición de nuevas especies. Para fijarnos en un ejemplo de que no siempre una extinción es negativa, podemos pensar en los dinosaurios. Si no hubieran desaparecido, nosotros no estaríamos aquí. Aprovechando esa circunstancia, aparentemente adversa, entre una diversidad enorme de especies animales progresan los mamíferos, que van desarrollando el cerebro de manera gradual hasta la llegada de los simios. El cambio más interesante, desde nuestro punto de vista es el que se produjo a partir de aquí. No tenemos mucha idea de cómo apareció un género singular, los llamados simios. Menos comprensible aún es el paso de los simios al género homo. Hasta hace poco, creíamos que había sido en menos de 1.000,000 de años. Hoy sabemos que la diversificación duró mucho más tiempo del calculado en un principio. Se han descubierto utensilios de piedra que datan de más de 3,3 millones de años. Lo que nos hace sospechar que el proceso fue mucho más lento de lo que creíamos. Aquellos seres que fueron capaces de proveerse de herramientas, no eran humanos, pero ya reflejaban chispazos de inteligencia que paso a paso, terminaría en el homo sapiens. El salto del homo al homo sapiens y por fin al, así llamado “sapiens sapiens” (¡dos veces sabio!), desborda toda capacidad de imaginación. No sabemos cuántas especies de homo han existido. No sabemos si esas distintas especies procedieron unas de otras linealmente o por el contrario, se ramificaron y entremezclaron hasta llegar a nosotros. La verdad es que la humanización empezó con la más simple forma de vida, mejor dicho empezó en el Big Bang. Seguramente antes de la “vida” que hoy
conocemos, existió alguna forma de organización prebiótica que sería el eslabón entre la materia inerte y la vida. Estamos aún muy lejos de haber llegado a la plenitud de humanidad que hoy no podemos ni imaginar. A pesar de todo, será muy útil seguir los imperceptibles pasos que nos han traído hasta aquí. Hoy sabemos que fue el cerebro el que trasformó al animal en ser humano, pero eso no nos explica nada. Seguimos sin conocer cómo fue perfeccionándose ese maravilloso órgano que nos permite operaciones mentales increíbles, hasta el punto de relacionarnos con el mundo y con los demás de manera única. Hoy sabemos que ha sido un proceso lentísimo pero imparable. También sabemos que los cambios biológicos que se han producido en el hombre durante los últimos 150.000 años, han sido mínimos. Los Neandertales parece que tenían una capacidad craneal mayor que la del Cromañón. Sin
embargo, fue este último el precursor del hombre actual. Lo cual quiere decir que el volumen del cerebro no lo es todo. El descubrimiento del ADN nos ha llevado a conclusiones sorprendentes: los seres humanos compartimos del 20 al 30% de nuestros genes con las levaduras, todavía unicelulares. Compartimos un 80% con una gallina, un 90% con las vacas. En los chimpancés, el 99% de la secuencia de su ADN es idéntica a la nuestra. Esto nos debía hacer más humildes y tomar conciencia de que, aunque hoy desapareciera el ser humano de la faz de la tierra, aún tenía tiempo para volver a aparecer la inteligencia Lo específicamente humano Pero la evolución no terminó ahí. El desarrollo del cerebro permitió a los individuos tomar conciencia de sí mismos. Antes de ese paso, cada individuo se consideraba inmerso en la totalidad de la creación y no era capaz de sentirse separado de los demás seres ni de las cosas que tenía a su alrededor. Es lo que pasa todavía en la mayoría de las especies. Se sentía océano, pero sin conciencia de que era también ola individual. Al descubrirse como individuo separado del resto de la creación, descubrió también que ésta era unas veces favorable y otras, adversa. Se sintió arrojado fuera del conjunto y con la necesidad de luchar por mantener su propia vida. Esto lo tuvieron que hacer todas las clases de vida, pero ahora el individuo era consciente de esa lucha a muerte por la supervivencia y esta conciencia le hacía temer en cada momento su desaparición. Este increíble proceso de humanización no se debió a ninguna programación previa ni de los individuos ni de ningún ser superior. La capacidad de progresar estaba ya en el origen de la materia. Esa materia demostró tener una energía que la llevó a trascenderse a sí misma creando vida más y más desarrollada. Esto no sucedió de manera programada sino que fue producto de infinitas tentativas por hacer más segura la vida del individuo y de la especie. Sin duda, los logros fueron muchísimo más infrecuentes que los fracasos. Pero cada logro quedaba, de alguna manera, grabado mientras los fracasos desaparecían con la muerte de los individuos defectuosos. La vida no es más que una manifestación de la capacidad de memorizar de la materia. Las mutaciones que benefician a algunos individuos tienden a mantenerse a través de la descendencia. Esos logros se medían, hasta hace muy poco tiempo, en orden a la mejora biológica. Sólo en los últimos estadios de la humanización, comenzaron a valorarse aspectos espirituales, que los primeros homínidos no estaban capacitados para entender. Este paso fue decisivo para entrar en el ámbito de los verdaderos valores humanos, más allá de los biológicos, de lo sicológico y de lo racional. Esta reflexión nos lleva a concluir que, si la religiosidad fue afianzándose en los primeros pasos hacia la humanización, tuvo que ser porque aportaba algún beneficio a los seres humanos. Esos beneficios tenían que estar orientados en
un principio, a la seguridad de la vida biológica. No podemos pensar que en los primeros pasos de la andadura humana, surgieran motivaciones altruistas o desinteresadas. Aparece el mundo conceptual Un paso importante hacia la plena humanización, bien pudo ser la capacidad de conceptos abstractos. El animal sólo ve los árboles pero nosotros somos capaces de ver un bosque. Esto que parece una tontería, fue la clave para tomar conciencia de la realidad de una manera completamente nueva. Los conceptos abstractos permitieron al hombre desentrañar los entresijos de una realidad que le desbordaba, pero de la que dependía para su supervivencia. En el orden religioso, el hombre comenzó por descubrir fuerzas incontroladas que podían ser adversas o favorables. El sol y la lluvia eran favorables casi siempre, pero el fuego podía ayudarles o destruirles. Esas fuerzas concretas se tuvieron por dioses concretos, pero llegó un momento en que se hizo abstracción de cada ser concreto y se pensó en entidades abstractas que tenían existencia independiente e invisible. Más tarde se llamarían dioses, ángeles, demonios, incluso espíritus de los antepasados. Fijémonos bien en este paso, porque será esencial para que podamos comprender lo que hoy entendemos por Dios. El bosque no existe en realidad, lo que tiene una existencia concreta es el roble, el pino, el abedul, etc. que pueden estar uno junto a otro, El bosque es un concepto que creamos con nuestra mente. Y que sólo tendrá auténtica realidad mientras haya una mente que lo piense. De la misma forma, la divinidad es una construcción de nuestra mente, que será algo real mientras la estamos pensando. El que se le haya pensado existiendo en realidad no quiere decir que exista de hecho, por muy útil que haya sido para el ser humano esa creencia. Recordemos el argumento de S. Anselmo, que se pasó cinco pueblos al concluir que pensar en el ser más perfecto, teníamos que pensarlo existiendo y por lo tanto, tenía que existir. El primer signo de religiosidad surge en la noche de los tiempos. Aunque no tenemos medios para interpretar los datos que han llegado a nosotros, hoy sabemos que los Neandertales ya enterraban a sus muertos con posturas premeditadas y acompañados de objetos significativos, demostrando con ellos que, los seres queridos fallecidos, eran para ellos algo más que podredumbre. Pero además, en esos enterramientos había signos claros de sentimientos o de creencia en alguna clase de supervivencia de sus seres queridos. No se desentendían de los fallecidos como si fueran basura sino que incluso eran capaces de manipularlos para que la manera de enterrarlos, diera cuenta de la importancia que habían tenido para el clan o para la familia. No sabemos lo que pudieron pensar, pero sabemos que pensaron en algo más que en un cadáver. Las posturas de los cadáveres, claramente intencionadas, demuestran que querían expresar algo. Lo mismo que las piedras, a veces
talladas o pintadas y los restos de colores en los huesos e incluso de flores alrededor del muerto están diciéndonos algo, aunque no sabemos muy bien qué. La interpretación estrictamente religiosa de esos signos es muy discutida. Podría tratarse de signos simplemente culturales o sociales. Aunque pretender que aquellas gentes distinguieran esos distintos aspectos de su comportamiento es un poco arriesgado. Aplicar nuestra idea de religiosidad a aquella gente sería distorsionar la realidad. También se han encontrado huesos de osos enterrados de una forma característica, lo cual nos permite sospechar que eran signos de culto al oso en esas poblaciones del paleolítico. Si se confirmara esta interpretación de los datos, estaríamos ante los primeros indicios claros de respeto o temor a otros seres que no eran los humanos. Un ser poderoso como el oso, debía ser respetado o podía ser signo de que el hombre deseaba hacer suya esa misma fuerza. Sería también una confirmación de que el objeto de adoración fue desde un principio el ser superior que puede dominarnos y contra el que no tenemos defensas suficientes. Lo divino fue siempre lo que es más que yo y puede hacerme daño o salvarme. La pregunta que pudieron hacer sería ¿Puedo hacer yo algo para que esa fuerza se ponga de mi parte? Desde el Paleolítico superior, llegó hasta nosotros otra forma de manifestación increíble, procedente del hombre del cromañón. Hablamos de las pinturas rupestres, que manifiestan un dominio del medio y una capacidad de comunicación artística, que incluso hoy nos asombra. Hoy sabemos que esto fue posible gracias al desarrollo de una capacidad muy específica del cerebro. Nos estamos refiriendo al desarrollo de la memoria operativa que le permitió relacionar el pasado, el presente y el futuro de los acontecimientos. Esta fue una ventaja decisiva sobre los Neandertales y seguramente la causa de su supervivencia y la causa de la extinción de estos últimos. Los neandertales, posiblemente tenían mayor capacidad mental, que, por pura lógica, debía haberles reportado alguna ventaja; pero los cromañón eran más listos y se impusieron, aunque no sabemos exactamente por qué. Pero lo mismo que en caso anterior, no tenemos evidencias de que se trate de manifestaciones de una religiosidad. Las interpretaciones que hacemos no van más allá de satisfacer nuestra pura curiosidad por dar sentido a lo que no comprendemos. Pudieron tener un sentido lúdico o simplemente social. La explicación de que un animal herido podía significar un intento de conjuro no tiene mucho recorrido, porque los animales heridos no suman ni un cuatro por ciento de los representados. De todas formas, manifiestan una capacidad de abstracción considerable. Se tuvo que dar un salto cualitativo para dar el paso de la realidad vista de un animal a su representación en una pintura. Los antiguos misioneros de la Amazonía nos contaban que los nativos eran incapaces de relacionar una fotografía con la persona que representaba. Las pinturas rupestres que han
llegado hasta nosotros significan una separación de la realidad y el concepto por el que puedo hacer presente la realidad. Resumiendo, no tenemos medios para interpretar adecuadamente los datos que han llegado hasta nosotros de esas agrupaciones de seres más o menos humanos. No podemos entrar en su cabeza y adivinar lo que maquinaban ni tener idea de su relación con los demás y con la naturaleza. Seguro que se hicieron las mismas preguntas que nos hacemos nosotros, pero cómo las contestaron nos es imposible adivinarlo. Primer dios, la diosa Madre Por lo que podemos adivinar, una forma muy influyente de divinidad abstracta fue la madre. La “madre” es un concepto. Lo único que existe en la realidad es un mamífero concreto, que pare una creía. En un momento determinado de la evolución, el ser humano fue capaz de abstraer la idea de madre para aplicárselo a lo que era el origen de la vida, que era el mayor misterio que aquellos seres podían imaginar. A ese misterio insondable que producía vida le llamaron Diosa Madre. Tampoco sabemos cómo ni cuándo se dio el paso del concepto del dios madre u origen al de dios padre. Probablemente fueron los invasores del norte de Europa que como pueblos guerreros sobrevaloraron el poder y la fuerza, los que influyeron en las primeras civilizaciones de Oriente Medio y terminaron por marginar el concepto de Madre e imponer el de Padre. La idea de Dios pudo partir de la constatación de unas realidades o de unos hechos concretos que dejan asombrados a los hombres. De esa realidad que puedo apreciar desde los sentidos, se pasó a crear un concepto que más tarde se personalizó como algo real, olvidándose de que había sido creación de su mente. El paso siguiente pudo ser la noción de causalidad. Los animales perciben los acontecimientos, pero no la relación que existe entre unos y otros. Sólo cuando después de un acontecimiento sucede otro, el animal aprende que de alguna manera están unidos, pero no tiene conciencia del por qué. El paso del hombre en esta dirección, pudo ser decisivo a la hora de procurarse alimento y protección ante el entorno hostil. Pero tuvo también otra consecuencia no menos decisiva. Si todo acontecimiento tiene su causa, tenemos que buscar una causa para todo lo que sobrepasa nuestra comprensión. Cuando no conozco la causa de algo concreto, la tengo que buscar en algún ser desconocido que actúe en cada caso. ¿Quién causaba los acontecimientos que no dependían de la acción del hombre ni de nada ni nadie conocido? Surgió así la idea de una fuerza mayor que estaba por encima de las posibilidades de control de los hombres y que sería la causa y explicación de todo lo que él no abarcaba, con su inteligencia incipiente. Todo lo que se movía debía tener una energía que producía ese movimiento. También el hombre debía
moverse por una fuerza que le poseía. Ahora bien cuando el hombre moría, esa fuerza debía continuar de alguna manera aunque invisible. Esa fuerza de los que morían podía seguir actuando a favor o en contra de los que seguían vivos. Ya tenemos la necesidad de inclinar esa fuerza a nuestro favor. El animismo estaba servido. Tan fuerte es esa tendencia que aún hoy, la relación que tenemos con los difuntos responde a esta idea ancestral. Cuantas veces he oído decir: dígame una misa por mi padre o mi madre, no sea que se enfade. Para aquellos ancestros, había otra clase de seres que ni nacen ni mueren, pero también son causantes de acontecimientos que unas veces pueden estar a nuestro favor y otras en contra. La fuerza que los mueve es permanente y está siempre actuando. La idea de dios, como fuerza o como ente espiritual estaba servida. De esta conciencia surge el despliegue de los seres divinos. No tenemos ni idea de cuantos siglos o milenios se tardó en elaborar esta idea de una divinidad, pero sabemos que estuvo presente desde los albores de la humanidad y podemos encontrar su huella en los restos arqueológicos más antiguos que el homo sapiens ha dejado. Una vez más hablamos de conjeturas, no de certezas. Pero en los restos arqueológicos que encontramos no percibimos saltos. Dios y la socialización Una vez que el homo fue capaz de elaborar conceptos, sintió la necesidad de comunicarlos a los demás. Este fue otro paso importante. El lenguaje, primero y durante milenios, por signos, después por sonidos articulados de forma convencional y finalmente, hace relativamente muy poco tiempo, la escritura, permitió hacer partícipes directamente a los demás de lo que a uno se le había ocurrido. Es muy difícil hacerse cargo del significado de este avance para la evolución humana. Lo damos por supuesto, pero sin el lenguaje y la escritura, nunca hubiéramos llegado a donde estamos. Esta novedosa forma de comunicación fue la base de toda socialización y el fundamento de las relaciones entre individuos. Sin este medio la posible experiencia que hubiera adquirido cada individuo no se hubiera convertido en cultura. Pensemos un poquito. Hasta que no apareció el lenguaje, los logros que un ser vivo conseguía por su experiencia para mejorar su supervivencia, no se podían trasladar a los demás más que a través del ADN. Eso exigía miles de años de experiencia consecutiva e individual de muchos. La inmensa mayoría de esas experiencias no cristalizaban en una mejora del ADN, y por lo tanto, los demás individuos no se beneficiaban de los logros. Los primeros homínidos fueron capaces de trasmitir la experiencia de un sólo individuo directamente a otros, con lo cual, los beneficios de un logro individual fueron capaces de extenderse a toda la especie inmediatamente. Gracias a esta capacidad de comunicación, la evolución del hombre empezó a ser exponencial.
Las experiencias vividas, trasmitidas y recordadas se fueron acumulando y permitiendo la cristalización de una cultura. Un nuevo paso se dio cuando se experimentó que, no sólo las cosas reales, sino las actitudes y las acciones de cada uno podían favorecer o perjudicar a todos. Se entró entonces en una dinámica de relaciones completamente distinta. Había que hacer esto o dejar de hacer aquello, no sólo por el bien personal, sino por el bien del grupo. Aparece así la moralidad, uno de los pilares de la socialización. El paso siguiente es claro. Si una persona descubre las ventajas de una actitud y de los actos a los que conduce, ¿Cómo puede obligar a otra, que no lo ve tan claro, a realizar esos mismos actos? Si le digo que yo lo he descubierto, puede mandarme a paseo y quedarse tan tranquilo. Hay que inventar una estrategia infalible para que el intento de hacer bien a todo un pueblo no falle. Surge entonces la idea de un ser poderoso que tiene capacidad de obligar a desarrollar una determinada conducta. Ese ser superior es el que ha ordenado que se haga esto y que se evite hacer lo otro. ¿Cómo? Ese ser poderoso lo ve todo y puede castigarte o premiarte según le obedezcas o no. Esta referencia al que lo ve todo, fue crucial Ya tenemos la dinámica de la verdadera moralidad. Dios es el que manda y ordena, pero no todo el mundo es capaz de conocer su voluntad. Surge así la necesidad de intermediarios. Seres privilegiados que tienen una especial manera de comunicarse con el ser supremo. Ya tenemos asegurada la necesidad de que existan chamanes, sacerdotes, visionarios... De un plumazo hemos resuelto dos cuestiones. La creencia en un ser que nos controla y la necesidad de intermediarios que nos hagan saber sus deseos y mandatos. Esta estrategia ha sido seguida por todos los jefes de todos los pueblos en todas las edades. Lo malo es que se siga utilizando hoy. La desaparición de los chamanes de todo pelaje será un problema para la mayoría de las religiones. De la necesidad de una relación con el ser poderoso, se pasó a la necesidad de un control de la espiritualidad para uniformarla y hacerla más útil a todos. De este modo surge la religión. No cabe duda de que ha sido muy útil durante miles de años. Por desgracia hoy seguimos empeñados en utilizar la misma estrategia para hacer a los seres humanos dóciles a las directrices de unos pocos más avispados. Del útero a la persona adulta En el proceso de maduración de cada uno de nosotros, encontramos la repetición de toda nuestra evolución a través de millones de años. Las distintas etapas de una vida humana repiten los pasos que la evolución dio en el proceso general. La vida y luego la humanidad tardó cientos de miles de años en dar cada paso. En nuestra vida personal damos esos pasos en muy poco tiempo y son muy pocos los que toman conciencia de este proceso.
Todo ser humano comienza su andadura en el océano como la primera vida. El nuevo ser parte del estado oceánico que experimenta dentro del útero. En ese estadio no hay ninguna conciencia de individualidad. Se experimenta la realidad como un todo y con ese todo se identifica absolutamente. Es una cosa con todo lo que le rodea y nada echa en falta para sentir una absoluta armonía y bienestar. Al nacer se rompe ese estado de total identificación y bienestar. El nacimiento es el primer desgarro. Lo primero que hace el niño es llorar… Inmediatamente
empieza a buscar lo que ya no tiene. Busca desesperadamente recuperar su estadio anterior agarrándose a la madre. Se aferra desesperadamente a ella, sobre todo a su pecho que le va a permitir seguir con vida. El primer paso de individualización se produce con la conciencia del yo corporal. El niño se identifica con su cuerpo, diferente del de su madre y el de los demás. Se da cuenta de que si pincha el cuerpo de su madre, a él no le duele. Pero si se pincha su cuerpo le duele. Aquí comienza otro problema, porque el niño al sentir el dolor, empieza a temer por su vida. La inevitable separación de la madre la interpreta también como riesgo de desaparecer. El paso siguiente, el niño es capaz de descubrirse como algo distinto de su mismo cuerpo. Se trata de un nuevo yo, esta vez verbal y conceptual. El cuerpo deja de ser un absoluto y ahora se da cuenta de que él tiene un cuerpo. Ahora el cuerpo no lo es todo, pero en él y con él, presiente la posibilidad del unirse al universo. Necesita la totalidad y pretende comerse al mundo para poder integrarse en él. Poco a poco y sin percibirlo, accede a un ego más sutil. Ahora sus pensamientos y sus deseos son distintos de él mismo. El niño es ahora alguien que tiene mente y que tiene cuerpo. La cosa se ha complicado mucho. Se da cuenta de que tiene cuerpo y que tiene mente. Descubre que son cosas distintas y termina preguntándose: ¿Qué soy yo en realidad? La mayoría de los seres humano hoy no van más allá de esta vivencia personal. Pero el proceso de elevación sigue en los más desarrollados. Hablo de proceso porque no se consigue de una vez ni todo el que trasciende el estadio de lo puramente racional llega a la meta. La meta sería alcanzar la conciencia de ser uno con el Todo y experimentar esa totalidad sin salir de sí mismo. Ya no hay más que ese todo. Ese todo que es él mismo, es el culmen de toda la evolución. Parece que volvemos al estadio oceánico del principio, pero ahora es una búsqueda consciente que me permite identificarme con todo. El problema está en que para alcanzar esa plenitud debo renunciar a la individualidad egoísta. Puedo llegar a serlo todo, pero sólo a costa de dejar de identificarme con mi yo. Tengo que renunciar a mi ego para desplegar mi verdadero ser. Esto es lo que hace casi imposible este paso, porque es imposible descubrir que a lo que renuncio, es mucho menos importante para mí que lo que voy a alcanzar. Las religiones no invitan a dar este paso, porque se han quedado en la pura satisfacción del yo (ego). No pretenden llevar al ser humano a su plenitud sino
mantenerle en una dependencia total. La propuesta de las religiones da a entender que sólo respondiendo a las exigencias de ese yo y potenciándolo, podrá encontrar la felicidad y la estabilidad. Paradójicamente, la religión se convierte en el principal obstáculo para el paso final hacia la plenitud. Todos los que han alcanzado ese estadio lo han hecho en contra o a pesar de la religión. Tanto los místicos cristianos como los sufíes como los judíos han sido siempre perseguidos. Este es un dato que nos tenía que hacer pensar. No siempre es lo mejor acomodar nuestra conducta a las directrices de la religión, porque lo que ella persigue no es el bien para el hombre sino la propia subsistencia. De la religiosidad a la religión Sabemos que primero fue la religiosidad (espiritualidad) y sólo mucho más tarde, surgió la religión. A partir de la socialización, surge la necesidad de vivir en común esa experiencia interna. Ya se ha puesto en marcha la religión. El paso siguiente es que los líderes utilizan la religiosidad para estructurar la sociedad de una manera más estable y eficiente. Debemos reconocer que ese objetivo fue beneficioso para el progreso de la sociedad. El problema surgió cuando se hizo creer al todo el grupo que través de ellos, el absoluto manifiesta sus exigencias ordenando ritos y normas morales. El miedo a perder la tutela del dios asegura el cumplimiento de esas exigencias por duras que puedan parecer. Y el sentimiento de culpabilidad por ser causa de los males de toda la tribu, acentuó la responsabilidad de cada individuo. Debemos tomar conciencia de que puede darse una religiosidad sin manifestación aparente en la vida colectiva de una comunidad (misticismo, quietismo). Pero suele darse también y con mucha más frecuencia, una religión sin experiencia interior. Entonces tenemos una religión puramente externa que se ha convertido en esqueleto vacío que no tiene vida. Este es hoy el verdadero problema que nos desconcierta y paraliza. Es lo que criticó Jesús en su tiempo, ley y templo no bastan. Pero también dejó claro que una actitud auténtica con relación a Dios debe manifestarse siempre en favor del hombre. Hoy nos seguimos debatiendo en el mismo dilema. Peligro de espiritualismo y olvido de la práctica. Vuelco sobre la acción y olvido de la vivencia interna. En un equilibrio ciertamente difícil está la verdadera espiritualidad. La primera exigencia de la religión, para mantenerse como tal, es concretar y definir a Dios para que todos tengan la misma idea del ser supremo. Esto obliga a inventarse cualidades supremas que lo hagan único y sobre todo diferente a los demás dioses. Lo importante para la religión no es que exista o no exista ese ser todopoderoso. Lo importante es que todo un pueblo lo perciba como tal y acepte de él las seguridades que le ofrece. No es nada fácil descubrir la dinámica de lo que acabo de decir. Tal vez con un ejemplo lo podremos comprender mejor. Imaginad un niño que acaba de dar sus primeros pasos. Se aleja de su madre y está jugando con la arena a unos
metros de ella. De repente se oye un trueno. El niño corre despavorido hacia la madre, se sube a su regazo y se acurruca allí. Ese simple hecho le tranquiliza. A los pocos minutos se oye otro trueno, más potente que el anterior. El niño ni se inmuta, sigue tan tranquilo en el regazo de su madre. Si cayera un rayo, nada podría hacer la madre por salvar al niño, pero el niño cree que su madre lo protegerá de todo. Su tranquilidad no nace de una visión objetiva de la realidad. Su confianza se fundamenta en la madre, que para él es el poder absoluto que puede librarle de todo peligro. Las seguridades que da la religión no tienen por qué surgir de la existencia real de una Realidad Absoluta en la que puedo confiar porque lo puede todo y sé que está a mi favor. Basta que yo me lo crea así, para que surja efecto y viva tan tranquilo aunque todo sea un montaje de mi interioridad. Si no me doy cuenta a tiempo, ese montaje termina por caer. Debemos recordar que la causa de toda desilusión es una falsa ilusión. Hay otro aspecto que me gustaría resaltar. Metidos ya en plena historia de la humanidad, aproximadamente a media distancia entre nosotros y la invención de la escritura, se dio un paso decisorio y drástico. Me refiero al paso de un pensamiento mágico o mítico a uno racional. Esto no se dio hasta la llegada de la cultura griega. El pensamiento lógico tuvo una influencia decisiva en la evolución de la humanidad. Tendemos a pensar que es el único posible y no imaginamos otra manera de entender el mundo que la que tenemos desde entonces, pero durante la mayor parte de la existencia humana, no se desarrolló esa manera de pensar. Descartes remató la faena al afirmar que no había otra posibilidad de ser humano. Sin embargo, la manera de ver el mundo en las culturas anteriores era completamente distinta. Los primeros humanos simplemente sentían la realidad. Su conocimiento no era discursivo sino vivencial, espontáneo y directo. Habían superado el instinto pero seguían conociendo la realidad vivencialmente, desde la utilidad o perjuicio que podía ocasionarles sin plantearse una comprensión ulterior. Eso no les impidió alcanzar sofisticadas culturas, lo que les permitió controlar de muchas maneras la naturaleza y utilizarla en beneficio propio. Esa posibilidad de control estaba mediatizada por fuerzas exteriores al mismo hombre, que se sentía teledirigido y dominado por esas fuerzas o seres espirituales ajenos a él, que le obligaban a someterse. Los grandes filósofos griegos dieron un paso de gigante al descubrir la realidad de la persona humana como un ser independiente y dueño de sí mismo. Había surgido el ego personal, que le permitía identificarse como ente individual y separado de la materia y de los dioses. Esto aportó grandes ventajas, pero también inconvenientes porque obligaba a cada individuo a tomar sus propias decisiones.
El pensamiento lógico apartó al ser humano de la ensoñación de formar parte del cosmos y su identificación con lo trascendente. Pero también le privó de su aspecto espiritual y natural comprensión de pertenencia a la realidad total. Hubo un periodo de transición en el cual la conexión con lo divino se realizó a través de sueños, visiones, revelaciones, que dejaron al hombre entre dos aguas.
Pasado de Dios Está claro que Dios no puede tener pasado ni futuro. Pero es que tampoco puede tener presente perceptible. Todo intento de acercarnos a Dios para conocerlo sería absurdo. Estamos hablando aquí, no de Dios en sí mismo sino de la idea de Dios que el ser humano se ha hecho a través de su larga andadura. También es un campo impenetrable, pero por lo menos tenemos muchos indicios de las imágenes que de Dios se ha hecho el homo sapiens. El oscuro fondo de lo humano Intentaremos analizar cuál pudo ser el proceso de la creación intelectual de un ser absoluto que me da seguridades. Lo primero que podemos constatar es que, aunque en el proceso de humanización el hombre ha tomado conciencia de su individualidad y se da cuenta de que está arrojado a la existencia sin paracaídas, en lo hondo del subconsciente permanece un profundo sentimiento de identificación con todo, que nunca le ha abandonado. Ese subconsciente sigue teniendo cierta comunicación con la conciencia. Esa comunicación es muy complicada, porque ambas realidades emplean un lenguaje diferente. La conciencia ni siquiera tiene conocimiento de ese subconsciente y cuando le llegan sus propuestas, las interpreta desde su manera de entender y se engaña. Freud fue el primero que intentó descifrar ese lenguaje que emplea el subconsciente, aportando así una increíble pauta para su interpretación. La primera trampa en la que cae el ser humano es creer que esa información le viene de fuera. Sabe que ese nuevo conocimiento no es suyo y se lo atribuye a seres superiores que se quieren comunicar con él. Esos seres pueden ser los espíritus de personas que han vivido en este mundo, los antepasados o seres totalmente espirituales que han existido siempre, dioses, demonios, ángeles. Lo que llamamos revelación no es más que la verbalización de esos mensajes que nos llegan de lo más profundo de nuestro yo. Revelar quiere decir quitar el velo. Hoy sabemos que ese velo se da entre el consciente y el inconsciente. Recordemos que los entendidos han equiparado el tamaño de esas dos realidades con lo que sucede en un iceberg. En un trozo de hielo flotando en el mar, ocho partes del mismo están sumergidas en el agua, (subconsciente). Apenas dos partes de su volumen afloran a la superficie y son visibles, (conciencia). La cantidad de información acumulada en el subconsciente es muy superior a la que se almacena en nuestra conciencia, pues es la suma de 4.000 millones de años de experiencia acumulada.
Cuando se da esa comunicación, por ahora sólo en personas privilegiadas, lo que dice el subconsciente a la conciencia son verdades universales, La experiencia es la misma para todo ser humano de cualquier lugar y tiempo, pero al expresarla en conceptos, queda diferenciada por la peculiaridad de la cultura en que se exprese. Al confundir la experiencia con la expresión cultural creemos que no se pueden diferenciar. Esto llevó a equivocaciones garrafales. Primeros atisbos de la religión Algunas de esas experiencias han conseguido cristalizar en religiones. Pero por pertenecer la misma experiencia a culturas distintas seguimos creyendo que las experiencias son también distintas. Como consecuencia hemos pensado que los seres sobrenaturales a quienes se las hemos atribuido son también distintos. Ahí tenemos la causa de tantas religiones y de la necesidad de diferenciarse que podemos descubrir entre ellas. Algunas religiones se han enriquecido con nuevas experiencias. Pero siempre a costa de cierta flexibilidad y abandonando todo absolutismo. La mayoría se han ido deteriorando, convirtiéndose en estructuras rígidas y estériles, precisamente por falta de nuevas experiencias. En cuanto una religión deja de apoyarse en la experiencia de sus fieles, se deteriora sin remedio. Una religión sin vivencias se convierte en un cuerpo sin espíritu y por lo tanto, muerto. La historia de nuestra religión es una mezcla de ambas actitudes. A través de la historia de Israel, ha habido profetas que, partiendo de su experiencia personal, se empeñaron en revitalizar la estructura de su religión. Unas veces, fueron sacrificados por herejes y otras fueron exaltados como verdaderos salvadores del pueblo. Esa dinámica no ha terminado. Desde el punto de vista de la religión, seguimos debatiéndonos entre esas dos categorías, o somos herejes o nos proclaman profetas. Jesús fundamenta nuestra religión Jesús es el máximo ejemplo de profeta. La interpretación de los primeros seguidores lo atestigua. Su experiencia de lo trascendente no tiene parangón en toda la historia conocida, según nuestra percepción, por supuesto. Pero también Jesús perteneció a una cultura determinada y, al tratar de comunicar a los demás esa experiencia, no tuvo más remedio que emplear el universo conceptual en que desarrolló su existencia. De otro modo ninguna comunicación hubiera sido posible. La cultura semita era vitalista, nada racionalista y menos dogmática. La manera que tenían de comunicar ideas nuevas era el relato. Contando una historia, real o inventada, (eso no tenía ninguna importancia para el caso) conseguían que el interlocutor descubriera la idea que querían comunicarle. La manera que tuvo de expresar sus experiencias más profundas, se acomodó a ese modo de ver el mundo. Que además, partía de una visión mítica de la realidad, con un esquema de la creación muy preciso: Dios en los cielos, el hombre debatiéndose en la tierra y el demonio en lo más hondo, el infierno.
Este paradigma condicionó el lenguaje de Jesús y la interpretación de la primera comunidad. Para comprender ese lenguaje, tenemos que ponernos en su perspectiva histórica. Si no lo hacemos distorsionaremos su mensaje. Es lo que hicieron los seguidores de los primeros siglos. Al querer racionalizar desde la cultura griega, el evangelio, que fue elaborado desde una cultura vitalista y nada racionalista, cometieron el error de sacar conclusiones racionales de un lenguaje mítico, simbólico, vitalista. Los cristianos griegos, que pertenecían a una cultura fuertemente racionalista, al intentar explicar el mensaje del primer cristianismo, nos metieron a todos por callejones, de los que aún no hemos salido. Desde esa distorsión radical se intentó deslindar el espacio entre las doctrinas verdaderas de las falsas. Con los dogmas del s. IV y V, quisieron asegurar una doctrina cristiana definitiva e indiscutible. El punto de partida de nuestra teología fueron visiones míticas, supuestamente reveladas, contadas con un lenguaje simbólico y nada racionalista. Al racionalizar sin más los mitos, se les hizo decir lo que no dicen si se les entienden como mitos. De este modo, los sesudos filósofos cristianos desarrollaron nuevas verdades deduciéndolas de presupuestos equivocados. Los mitos no pueden ser el fundamento de verdades racionales. El mito expresa una verdad que no se puede traducir en conceptos racionales. El acceso a esa verdad debemos hacerlo desde otra perspectiva que nos permita intuir ese significado que sólo el mito puede aportar. Por no tener esto en cuenta, se nos está viniendo abajo todo el tinglado teológico, montado durante siglos. Hoy estamos volviendo a la experiencia, para poder seguir hablando de Dios con autenticidad. Dios es causa última de toda experiencia religiosa, pero la conceptualización de esa vivencia, es obra del hombre. Las doctrinas, los ritos, las normas morales no vienen directamente de Dios, sino del hombre. No tienen valor absoluto y pueden cambiar radicalmente en cada religión. Y una misma religión debe ir cambiándolas a través de los tiempos. Ninguna religión es original Otro dato muy importante que debemos tener en cuenta es que ninguna religión es original. Todas utilizan los elementos ya disponibles en las que la precedieron. Este dato lo conocemos desde hace muy poco, pero es demoledor a la hora de seguir pretendiendo la exclusividad de la propia religión. Esto no rebaja en nada la importancia de cada una de ellas, al contrario, nos tiene que hacer valorar lo que de positivo haya en todas. En nuestras Escrituras podemos encontrar esta influencia a todos los niveles. Ni la creación, ni el diluvio, ni el sacrificio de Isaac, ni las tablas de la Ley, ni la presencia de dios en la Tienda del Encuentro, ni el templo, son originales del judaísmo. Tampoco son originales las instrucciones que Dios da a los dirigentes para construir la casa de su dios, lo que tienen que comer o vestir. Todo esto está determinado minuciosamente por el dios de turno en otras religiones.
Cuando el cristianismo comenzó su larga andadura, siguió incorporando recursos que estaban en las religiones próximas. La bajada de dios a la tierra, la muerte de dios para salvar al hombre, la resurrección y ascensión al cielo, todos son mitos anteriores al cristianismo. Es verdad que el cristianismo les ha dado nuevo contenido, pero debemos ser muy cautos a la hora de valorar estos mensajes. El nacimiento virginal, los pastores, el pesebre, los magos, la huida del niño, todos estos relatos están tomados de otras religiones del entorno. Por otra parte, debemos tener muy en cuenta que los evangelios intentan explicar la figura de Jesús desde el AT (no olvidemos que los primeros cristianos eran todos judíos). Con frecuencia en los evangelios se dice que algo ha sucedido, para que se cumplieran las Escrituras. La verdad es que no tenían otro clavo al que agarrarse, sobre todo para convencer a los mismos judíos. Ni siquiera las enseñanzas de Jesús fueron originales. La mayoría de las parábolas son relatos anteriores a Jesús. El principal mandamiento de Jesús, el amor, es la regla de oro de todas las religiones. Los grandes místicos anteriores a Jesús predicaron la mayoría de sus enseñanzas. El esfuerzo de Jesús por librar su religión de ritos vacíos, lo habían hecho ya muchísimos líderes religiosos antes que él. Algo muy parecido a la eucaristía, también existía antes en las religiones de misterios de Grecia y Roma. Los ritos de enterramiento son las señales más antiguas de religiosidad que han llegado a nosotros. La celebración de un nacimiento fue también una señal universal de agradecimiento. El rito que precedió a la formación de una nueva familia, también tiene un origen ancestral. La religión se desvirtúa Ya hemos dicho que una religión que no sea ya el medio para desplegar una auténtica religiosidad, es un esqueleto sin carne, una religiosidad sin alma y por lo tanto muerta. Llevamos casi veinte siglos intentando fortalecer ese esqueleto. Hemos llegado a darle un valor absoluto, pero nos hemos olvidado de la carne que hace posible la vida. El andamiaje que rodea el edificio eclesial es tan fuerte y opaco, que impide ver ningún edificio detrás de él. Lo malo es que seguimos empeñados en fortalecer el andamiaje sin saber para qué va a servir el día de mañana. El organigrama eclesial al que hemos dado tanta importancia, hoy la ha perdido totalmente para la mayoría de las personas. Los dogmas han surgido como medios para delimitar la verdad y separarla del error, como si eso fuera posible a los humanos. Curiosamente todos se han definido para condenar herejías. Lo que con esas verdades absolutas se buscaba era precisamente la seguridad que no daba ya una verdadera experiencia de Dios. Partiendo de las verdades fundamentales del mensaje cristiano, que nadie ha discutido, nunca se ha fabricado un sólo dogma.
La mayoría de las normas morales que hemos presentado como valor absoluto, no son más que convencionalismos de una determinada sociedad. Pensemos, por ejemplo, la que hemos armado con la moral sexual, pretendiendo que eran voluntad de Dios todas las prohibiciones que, durante siglos, han destrozado millones de vidas. Es curioso que fuera el único campo moral donde no existía materia leve, todo era pecado mortal. Un simple pensamiento era suficiente para precipitarte en el infierno por toda la eternidad. Todos tenemos la experiencia dolorosa de tantas situaciones inquietantes por esa materia. Cuántos disparates, en nombre de un Dios que es amor. Los ritos, que tenían que ser medios para encontrarnos con el Dios íntimo y profundo dentro de cada uno, se han convertido en fines en sí mismo, como si nuestra obligación fuera rendir pleitesía a un dios que exige nuestro vasallaje. Jesús dejó bien claro que todo lo que se cocía en el templo olía a podrido. Pero se preocupó de los demás como nadie y hablo de una religión en beneficio del hombre. Los mandamientos de la Iglesia siguen pensando más en ese dios soberano y externo que en la persona humana. El primer mandamiento de la Iglesia era oír misa. La Iglesia nunca se preocupó de la necesidad de una celebración comprometida de la Eucaristía. Para nada se insinúa que la celebración de la misa llevaba consigo una exigencia de mayor entrega a los demás. El lenguaje religioso se deteriora Tanto la liturgia como la teología siguen utilizando un lenguaje trasnochado que no puede llegar a nadie que viva en el mundo de hoy. Ni el lenguaje mitológico ni el acientífico pueden servir para comunicar ninguna clase de verdad a los que se han iniciado en el lenguaje más o menos científico. El paradigma que nos permite interpretar la realidad hoy, nos viene dado y no podemos escogerlo. Todo ese modo de hablar tenemos que ponerlo al día para que pueda seguir comunicando las verdades que en otro tiempo se expresaron con él. El lenguaje simbólico también hay que traducirlo porque los símbolos no sirven de nada si se ha perdido la clave de interpretación. La inmensa mayoría de los fieles que asisten a nuestras liturgias no entienden nada de lo que allí se hace y dice. Los conocimientos científicos que tenemos hoy, hacen irrelevante la manera de hablar de realidades que hace muy poco tiempo se desconocían absolutamente, mientras hoy tenemos un conocimiento profundo de ellas. Pensemos por ejemplo en el descubrimiento del subconsciente a la hora de interpretar las visiones, revelaciones, sueños, etc. Lo que habíamos interpretado como revelación externa de Dios o de otros seres superiores, lo interpretamos ahora como fruto de la actividad del subconsciente que no cae dentro del ámbito de la conciencia, sino que llega a la conciencia cuando ya ha sido elaborado y puesto en imágenes por el inconsciente. Es hora de bajarse del burro y aceptar que Dios no utiliza ese medio para comunicarse.
Otro ejemplo paradigmático podía ser la manera que teníamos de hablar de la creación. Dios ni creó el mundo ni creó al hombre en el sentido que tenían hace siglos de creación. No sólo es absurdo pensar que lo creó en seis días. Es absurdo pensar que un buen día Dios se levantó de buen humor y se dijo: Estoy aburrido de tanta soledad, voy a montar un tinglado de aquí te espero. Ni siquiera a los niños se les debe enseñar cosas que en muy pocos años van a descubrir que eran sandeces. Debemos hablarles en un lenguaje adecuado a su edad, pero nunca engañándoles ni abusando de su ignorancia. Para comprender que Dios es el fundamento de todo lo creado, hay otros caminos que pueden ser incluso más adecuados que el concepto de creación. La formulación de los dogmas de nuestra religión cristiana, está hecha en un lenguaje puramente racionalista y formal que no dice nada al hombre de hoy. La filosófica empleada es extraña a nuestra manera de pensar y se ha quedado en formulaciones espiritualistas que a pesar de su pomposidad están vacías de contenido. Por ejemplo, decir que en Jesús hay dos naturalezas y una persona, nos deja hoy fríos. Lo mismo que nos dejaría indiferentes afirmar lo contrario. ¿Qué significa una naturaleza divina o una persona divina? Es ridículo pensar que conocemos a Dios hasta poder definirle perfectamente metiéndolo en conceptos como persona o naturaleza. Gracias a Dios, cada vez tenemos más claro que de Dios no sabemos nada. La manera que ha tenido nuestra religión de hablarnos del más allá, pudo servir en otra época para promover la virtud, pero hoy lo único que promueve es una benévola sonrisa. Son los jóvenes más inquietos los que mejor perciben esa falta de autenticidad del mensaje religioso. Distinguen perfectamente a la primera, un mensaje que les puede ayudar a vivir y otro que sólo habla de cadáveres, aunque sólo sean intelectuales.
Cómo hemos llegado hasta aquí Puede tener importancia descubrir el proceso de formación de los tinglados teológicos, cuando nuestro objetivo es superarlos. Nuestro gran problema es que los conceptos religiosos tienen raíces ancestrales y están grabados a fuego en la conciencia colectiva. Se necesita una voluntad de hierro para atreverse a superar supuestas verdades, que hemos dado por esenciales y definitivas. Pero el hecho de que se hayan repetido durante milenios, no es garantía ninguna de veracidad. Tampoco el haberlas propuesto como enseñanzas comunicadas directamente por Dios nos garantiza nada. Al contrario, más bien ha agravado el problema. Una vez presentados como venidos de Dios, va a ser muy difícil arrancar de nuestra conciencia esas marcas hechas a fuego. Si en el campo de la ciencia, verdades que se han defendido como definitivas durante miles de años, tienen que dejar paso a nuevas evidencias, también y con más razón, las verdades religiosas deben ser sometidas a crítica. Estas tienen una dificultad añadida; al proponerlas como venidas de Dios, ¿quiénes
somos nosotros para cambiarlas? Pero la trampa está precisamente en haberlas atribuido a Dios sin fundamento suficiente. Ya lo hemos dicho más arriba, en cuanto el ser humano toma conciencia de sí mismo y supera el sentido de identidad con la naturaleza que le daba seguridad, se ve inmerso en un entorno hostil e incontrolable y siente la necesidad de encontrar en Otro las seguridades que no podía encontrar ni en la naturaleza ni en sí mismo. Ese Otro terminó siendo el Absoluto, que lo puede todo y que hay que poner de nuestra parte. Esto le llevó a postular un Ser superior con poder infinito que podía darle la seguridad que necesitaba para no disolverse en la nada. La necesidad le llevó a inventarse dioses que, aunque exigían duras condiciones, les prometían seguridades absolutas. Este esquema se ha repetido desde el Paleolítico y creo que aún tiene cuerda para rato. El paso siguiente fue el inventarse unas estructuras externas que le permitan asegurar la benevolencia de esos seres superiores. Nace así la religión, como organigrama de verdades, normas y ritos que garantizan la pertenencia a un pueblo y el cobijo de uno o varios dioses. El objetivo de la religión es garantizar las seguridades que el ser humano ya no puede darse a sí mismo. A cambio de unas exigencias éticas, rituales y explicaciones míticas, se construye un ámbito en el que cada individuo puede sentirse más seguro. Ahora bien, mientras la religiosidad se puede considerar consecuencia inmediata de la conciencia de sí mismo, y por lo tanto ancestral, la religión surge hace muy poco tiempo, las más antiguas no tienen más de cuatro mil años. Justo cuando el hombre sintió la necesidad de vivir en sociedad y de esa manera repartirse los trabajos y ser más eficaces. Si hubo un tiempo en que había religiosidad y no religión, no parece descabellado pensar en un tiempo futuro en que las religiones no cumplan ya su función y desaparezcan. Creo que estamos ya en una etapa intermedia. Existe una gran masa de personas que habiendo nacido dentro de una religión, se han ido por los márgenes y ya no se encuentran dentro de ella. La Biblia, palabra de Dios Tal vez sea la exegesis bíblica la que más nos ha ayudado en los últimos tres siglos, a superar concepciones religiosas erróneas. Pero es también el instrumento que más recorrido le queda por delante. Creo que para muchos cristianos está ya superada la idea de un Dios que inspiró a los redactores lo que tenían que decir en cada caso. Pero la mayoría sigue creyendo que los únicos libros “sagrados” son los nuestros. Seguimos hablando de “palabra de Dios” sin pararno s a pensar lo que estamos
diciendo. Dios no se comunica a través de signos externos, mucho menos a través de un lenguaje hablado o escrito. La revelación de Dios es su misma esencia. Se revela a través del ser y todos reciben esa revelación, aunque no la perciban. En lugar de “palabra de Dios”, debíamos decir: “palabra sobre Dios”.
Dios no tiene nada que comunicar si no es Él mismo en cada uno de nosotros. En Dios, el conocimiento y el ser se identifican. Dándose Él nos comunica todo. Nosotros tenemos que ir interpretando esa comunicación a través de la experiencia interior, más allá de la racionalidad en la que desarrollamos nuestra existencia pero que no es la única posibilidad de conocer. Cuando esa interpretación es auténtica, podemos decir que hemos experimentado a Dios y la expresión de esa experiencia podemos llamarla palabra de Dios cuando es aceptada por una comunidad, pero sólo cuando sea capaz de provocar la misma experiencia en otros, mientras tanto no son más que sonidos o signos que necesitan traducción. RELACIONES Un universo relacionado La relación entre los distintos elementos fue siempre la misma que hoy, pero el hombre no tenía ni idea de que una tormenta pudiera depender del calor del sol y la humedad. La tierra estaba ahí como un campo de batalla. El ser humano tenía como principal tarea, defenderse de todo lo que era adverso y aprovechar lo poco que podía estar a su favor. Ese fue siempre la tarea de todo ser vivo. No entendían lo que estaba a su alcance, mucho menos lo que estaba más allá del sol. La aparición de una nueva estrella o un eclipse de sol o de luna, era para ellos motivo de zozobra. Ni siquiera comprendían la relación que había entre los distintos elementos con los que trajinaban cada día. Tuvo que pasar mucho tiempo antes que descubrieran la relación de causa a efecto que había entre una semilla y el árbol que iba a dar frutos para comer. Hoy hemos descubierto que nuestro mundo es mucho más complicado de lo que creíamos, pero incluso en el pasado, los primeros seres humanos lo vivieron como una realidad incomprensible. Entendían muy poco de lo que pasaba a su alrededor. Las tormentas, los volcanes, el mar, la salida y puesta del sol, las fases de la luna, todo era para ellos un misterio inexplicable. Relación del hombre con el mundo La relación del hombre con las cosas también está cambiando a pasos agigantados. Ya no cuela el complejo de superioridad que hemos mantenido durante milenios. El hombre no es más que materia que ha llegado a un grado inusitado de complejidad. En él se puede descubrir el Espíritu, pero ese Espíritu atraviesa también toda la realidad. La única ventaja está en que su mente le capacita para tomar conciencia de esa realidad y puede vivirla. No tenemos claro el grado de conciencia que pueden tener el resto de los seres que nosotros percibimos sólo como materiales. Es mucho más difícil afirmar que los animales, sobre todo los superiores, no tienen conciencia alguna de lo que son. Las reacciones, a veces sorprendentes de los delfines nos tenían que hacer más humildes a la hora de llegar a conclusiones definitivas.
Relación del mundo con Dios La relación del mundo con Dios no es ya la relación de la criatura con su creador. Esa idea es hoy demasiado simplista. Hoy estamos capacitados para pensar lo Trascendente, lo Absoluto, lo Eterno como el fundamento de toda realidad pero desde dentro de esa misma realidad, no desde fuera, creándola o manipulándola. La concepción de dos mundos paralelos, el físico y el espiritual, fue muy útil hasta ahora. Hoy estamos preparados para ver lo espiritual y lo material como dos aspectos de la misma y única realidad. Dios, que hemos concebido como Espíritu, no es lo contrario de la materia, sino el fundamento que hace posible la existencia de lo creado. No debemos pensar la criatura separada de su fundamento, pero tampoco a Dios separado de la criatura. Platón pensaba que la “idea” de cada cosa era algo anterior y separado de la cosa
misma. El primordial y eterno mundo de las ideas era el punto de partida de todo lo que existe. En el caso del hombre, el alma, como forma del cuerpo, existía antes de llegar a cada cuerpo, por lo tanto podía subsistir más allá del cuerpo cuando éste se descomponía. Es más, para él la muerte era la única liberación para el ser humano. Aristóteles pensaba lo contrario. Para él la forma no podía existir sin la realidad informada y la realidad informada no podía existir sin forma. El hecho de que los primeros Padres de la Iglesia fueran más platónicos que aristotélicos, condicionó todo el posterior lenguaje teológico. Cuando en la Edad Media se recuperó a Aristóteles, era demasiado tarde para poner las cosas en orden. Hoy seguimos debatiéndonos entre las dos opiniones de estos grandes filósofos. El ser humano se encontró con una realidad material que no dependía de él. Es más, él mismo era el fruto de un desarrollo de esa misma materia, aunque él no tenía aún medios para descubrirlo. Pero se las ingenió para explicar por qué esa realidad estaba ahí. No tenía capacidad para explicar la realidad de un modo científico, por eso acudió a mitos legendarios. De diversa manera, todas las culturas han explicado la existencia del mundo a través de un Creador. Los mitos sobre la creación son innumerables, pero todos responden a una necesidad de dar sentido a esa realidad que nos desborda. Naturalmente, el que hizo el mundo es superior al ser humano, por muy elevada conciencia que tenga de sí mismo. ¿Quién puso allá arriba el sol, la luna, las estrellas, realidades que son inalcanzables para el hombre? Pero también las cosas cotidianas, cada brizna de hierba, cada flor que se abre, cada nacimiento de un animal, incluido el hombre era un misterio. Hoy sabemos que cada realidad que percibimos, sea grande o pequeña, esté cerca de nosotros o esté a años luz, tiene una explicación racional. Las leyes que rigen los procesos de la naturaleza, no están puestas por un ser superior a capricho, sino que son sistemas cerrados que pertenecen a la misma esencia de la materia. No se pueden cambiar sin alterar la realidad material. En este nuevo concepto no tiene cabida un Dios que puede hacer y deshacer a capricho la realidad.
La ley de la causalidad exige que un efecto físico sea producido por una causa también física. Hoy sabemos que el sol no puede pararse por mucho que rece un santo. Ni acercarse o alejarse por muy santos que sean los pastorcitos de Fátima. Que un brazo amputado no se recupera por muchas veces que vayamos a Lourdes. Que el hambre seguirá azotando a muchos países, por más peticiones que hagamos a Dios, si no ponemos los medios para remediarla. Muchos cristianos, anclados en una visión arcaica del mundo son incapaces de imaginar otro Dios que no sea el hacedor y gobernador del universo. Sin tener en cuenta la revolución del conocimiento que se ha operado en nuestros días, siguen pensando en el Dios todopoderoso que puede cambiar y cambia la realidad según su capricho. Pero resulta que la realidad material está ahí y tiene sus normas implacables. Todo lo que no podían comprender el hombre, no tenían más remedio que atribuirlo a fuerzas sobrehumanas. Para el esas fuerzas debían provenir de seres que eran infinitamente superiores a los hombres. Esas fuerzas podían construir o destrozar el mundo en que ellos debían habitar. Pero también dependía de ellos que las cosas siguieran como están e hicieran posible la supervivencia del hombre. El mismo mundo debía ser fruto de la voluntad de esas potencias que actuaban a capricho y, con frecuencia, al margen de los intereses de los humanos. Los mitos de la creación son una constante en todas las culturas ancestrales. En las más primitivas escrituras ya se encuentra esta visión generalizada de un Dios o unos dioses que crearon todo lo que existe. Cada cultura lo narra de manera diferente, pero todas coinciden en lo esencial. Relación del hombre consigo mismo Es interesante intentar descubrir cómo se ha visto el ser humano desde los primeros pasos de su historia hasta hoy. Hemos dicho que no es fácil adivinar la conciencia que tenía de sí mismo el hombre cuando empezó su andadura. Pero puede ser una pista el proceso que desde la concepción desarrolla todo nuevo ser humano. Parece que el proceso de maduración de cada hombre reproduce el proceso de la raza humana en su caminar hacia la edad adulta. Como ya hemos apuntado, antes de nacer es uno con el océano del útero. Al nacer empieza a desgarrarse el bienestar absoluto y empieza la lucha. Se agarra como puede a su madre, sobre todo al pecho del que depende, poco a poco va tomando conciencia de que es distinto de su madre, de las cosas y de los demás seres humanos. En un momento determinado empieza a tener conceptos de las cosas y cambia drásticamente su relación con ellas. Termina por percibirse a sí mismo como persona individual con su propia autonomía y responsabilidad. Se da cuenta de que cada uno de sus actos tiene consecuencias en la marcha de su existencia. Su prosperidad depende de lo que hace, pero también sus infortunios y desgracias pueden estar causados por sus acciones. Todos sus actos tienen consecuencias precisas. Relación con otros seres humanos
Es muy significativo que sólo haya sobrevivido una sola de las muchas especies que ha habido de homínidos. La última que desapareció, los neandertales, no se encuentra otra causa que la aparición e invasión de su nicho vital por el cromañón. Una vez más se hizo efectiva la ley del más capaz, que ha sido una de las guías de toda la evolución. La lucha por la supervivencia tuvo que tener consecuencias desastrosas para la evolución de los seres humanos. El instinto de conservación es el más fuerte y el más eficaz para la defensa del individuo o de la prole. Incluso los demás individuos de su especie se convirtieron en enemigos. Hay indicios de canibalismo que nos hablan de la dureza de los enfrentamientos por la supervivencia. Relación del hombre con Dios Si la base de toda relación de Dios con el mundo empezó por ser objeto de su creación, la relación del hombre con Dios tiene el mismo origen. Sólo el ser humano pudo ser capaz de crear ese mundo de seres sobrehumanos de los que dependía y a quienes tenía que respetar después de haberlo creado. Es este un fenómeno del que todavía no nos hemos liberado. Este abismo que separaba al hombre de Dios, tenía que ser superado con una estrategia que resultara favorable a los mortales. Surge así una relación de reconocimiento, alabanza, sometimiento, que le permite mantener la esperanza a pesar de conocer su impotencia. Se inicia una relación del hombre con dios, que no puede ser satisfactoria porque el presupuesto que la sostiene es falso. Para el tema que nos ocupa, este comienzo es muy importante. El ser humano empieza a comprender que tiene que aprender a lidiar desde su condición de ser inferior, con las potencias absolutas. Esto le obliga a desplegar una serie de actitudes que le permiten gestionar tanto las situaciones adversas como las favorables. Como no puede hacerlo por la fuerza, tuvo que inventar otra estrategia. Por los poquísimos vestigios que han llegado hasta nosotros, sabemos que esta relación no fue nada fácil. Los dioses y demonios que el mismo hombre había creado, no siempre respondían como el hombre esperaba, con lo que aumentaba la dependencia que les obligaba a llevar a cabo acciones para demostrar su actitud favorable a esos seres, esperando también su favor. Los sacrificios de seres vivos, incluso de seres humanos, presentes en muchísimas culturas, son la demostración fehaciente de esta brutal necesidad de aplacar a los dioses. Y no sólo se sacrificaba a los prisioneros sino que con frecuencia se sacrificaba a los seres más queridos, para demostrar al dios el grado de servilismo que poseían. Hoy sabemos que la relación del hombre con Dios no es la relación de un yo con un tú. Dios no está fuera de la creación. Desde Dios, la creación no es nada distinto de Él. Estamos a punto de asimilar que desde nosotros mismos, tampoco Él es nada distinto de nosotros. Lo que nos distingue de Él no es lo que somos,
sino lo que no somos. La carencia de ser es lo que nos diferencia del Ser Absoluto. Tendremos que seguir luchando por acercar estas ideas a todos los creyentes. La relación con Dios no puede estar basada en el conocimiento sensible. Dios no es perceptible por ninguno de nuestros sentidos. Tampoco la capacidad de razonar puede llevarnos hasta Él. Sólo por lo hondo del ser, podemos conectar con Dios verdadero. La realidad de Dios no se puede conocer, pero por paradójico que parezca podemos vivirla. Todo concepto, por muy adecuado que pueda parecerme, me aleja de la realidad de Dios. El único camino para llegar a Él es la vivencia, la experiencia personal. Como decían los escolásticos de la manera analógica de hablar de Dios: simpliciter deversa, secundum quid, eadem. Que quiere decir: simplemente no tiene nada que ver, pero por algún aspecto puede parecerse. Lo que sigue es muy importante para el tema que nos ocupa. Se trata de un concepto filosófico, pero sigue siendo útil para superar malentendidos. Dios es acto puro. Quiere decir que en Él no cabe ninguna posibilidad de ser más o de dejar de ser lo que es. En ningún momento puede empezar a hacer nada, ni dejar de hacer lo que está haciendo. Dios actúa siempre como causa primera, nunca como causa segunda. Causa primera quiere decir que es causa de todo y siempre, sin posibilidad alguna de cambiar. Haber metido a Dios en el orden de las causas segundas, nos ha conducido por callejones que hoy tienen muy difícil salida. Si tuviéramos esto claro, superaríamos la tentación de meterle en los tinglados de este mundo. Es todopoderoso, porque todo lo está haciendo, desde siempre y para siempre. Es nadapoderoso porque no puede hacer nada nuevo, ni dejar de hacer nada. No tener esto en cuenta nos ha metido por callejones de los que nos va a costar mucho salir. Si lo tuviéramos en cuenta, cambiaría drásticamente nuestra manera de relacionarnos con él y superaríamos de una vez la religiosidad infantil que tanto daño sigue haciendo a los que no se creen niños. Relación entre los dioses El hombre, que vive en primera persona la lucha entre seres humanos, llega a la conclusión de que no sólo hay adversidad entre los dioses y los hombres sino que intuye que también los dioses se pelean entre sí y luchan por el poder igual que hacemos los humanos. El colmo de estas refriegas llega con el panteón griego, donde se aprecia una lucha de todos contra todos. Como entre nosotros, los dioses más fuertes eliminan a los débiles o los someten. El monoteísmo judío, del que procede nuestra religión, quedó libre de esta lucha entre dioses, pero heredó del mazdeísmo la reivindicación del demonio, que era contra quien tenía que luchar Jesús con todas sus armas. Lucha a muerte en la que todavía hemos sido educados la inmensa mayoría de los cristianos y en la que viven muchísimos creyentes. Aunque está muy claro en el evangelio que el Dios de Jesús es amor.
En nuestro caso, al encontrarse el evangelio con la filosofía griega, se despliega la más insólita explicación de la estructura interna de Dios. El tema de la Trinidad no es exclusivo del cristianismo, algo parecido se da en otras muchas religiones. Pero es que en la nuestra se ha rizado el rizo de tal manera que merecería un análisis sicológico. La intención fue excelente. Se trataba de hacer ver que Dios no era una mónada impasible en la inmensidad de lo absoluto. Tampoco se podía admitir que compartiera su reinado con otros dioses. Tenía que inventarse una relación que dependiera sólo del amor sin rastro de división u odio, pero que tampoco necesitara de una multiplicidad de seres para poder desarrollarse. El descubrir a Dios como relación fue un intento magistral de la inteligencia por explicar al Dios de Jesús. Si Dios es amor, debemos entenderlo como el que ama, el amado y el amor. Creo que se hubieran ahorrado mucha tinta si hubieran descubierto que Dios no es alguien que ama o alguien a quien hay que amar sino sólo el amor mismo que está ahí, como fundamento de todo.
III ¿DÓNDE ESTAMOS? Estamos entre el pasado y el futuro. Qué cantidad de pasado y futuro abarca nuestro presente depende de cada uno. Aquí ese presente no va a ser una hora ni un día ni un año. Tendremos que abarcar algo más de tiempo para poder hacernos una idea de la situación que afrontamos. Por tratarse de realidades espirituales, será más difícil concretar el aquí y ahora. A nivel global es imposible hablar de una situación uniforme. Si un extraterrestre se presentara en Sudán del sur y viera a las personas preocupadas por la pura subsistencia, incluso muriendo de hambre y sin las más mínimas condiciones vitales ¿qué pensaría? Mucho más si descubriera que a los militares se les paga permitiéndoles abusar de las mujeres y robar a su antojo, pensaría que estamos en el paleolítico. Si se presentara en una plaza de China en el día del desfile nacional, pensaría algo muy distinto. Viendo los vehículos que transportan los últimos modelos de misiles y a 30.000 hombres marchando en completa sintonía quedaría alucinado. Mucho más cuándo le dijeran que la finalidad de todo aquello era una mayor eficiencia a la hora de matar otros seres humanos. Pero si aterrizara en la CER y le llevaran a ver el LHC, la más descomunal máquina realizada por el hombre, quedaría aún más asombrado. Y si le explicaran que aquella complejidad servía para detectar las partículas más pequeñas de materia, quedaría pasmado. Ninguna de estas opciones reflejaría la verdadera situación del hombre hoy. En el aspecto científico y técnico, algunos seres humanos han dado un avance increíble. Pero curiosamente esos avances no suponen un igualitario progreso
para toda la humanidad. El poder descubrir una nueva partícula subatómica no nos hace más humanos. Tal vez todo lo contrario, el emplear tanto esfuerzo en esa dirección nos puede estar engañando y haciéndonos creer que esa es la dirección fundamental para el hombre. Lo que a nosotros nos interesa son los avances en humanidad y todo lo que pueda ayudarnos a conseguirla. Ese avance en humanidad sólo se puede llevar a cabo desde una mayor comprensión de lo que somos en profundidad, es decir, desde una verdadera espiritualidad. Incluso el tener las necesidades biológicas cubiertas en un alto grado, no garantizaría que estamos creciendo en humanidad. Sabemos que han existido seres humanos muy humanos, hace muchos miles de años y eso, por desgracia, es compatible con que la inmensa mayoría hoy no lo seamos. Sin embargo, ser más humano debía ser la aspiración primera de todo homo sapiens. Estamos aún muy lejos de que ese sea el objetivo de los seres humanos en general. Para determinar dónde estamos en el orden espiritual, tendríamos que tener claro de dónde venimos y cuál ha sido el proceso de humanización hasta este momento. Ya hemos visto que eso es mucho más complicado de lo que podemos imaginar, porque suponen miles de años de evolución y la posibilidad de acceder al conocimiento de la epopeya espiritual del hombre en todo ese periodo, es escasísima. La mejor prueba de lo que acabamos de decir, es que constantemente estamos corrigiendo las deducciones que se habían hecho partiendo de datos incompletos. Se están haciendo investigaciones a gran escala, pero la verdad es que se avanza muy lentamente en la interpretación de los datos. Nuestro pasado está muy lejos de una comprensión definitiva y tendremos que seguir buscando e interpretando. Estamos asumiendo que el ser humano no necesita hoy de la tutela de seres metafísicos superiores, que desde fuera nos ayuden a superar nuestras carencias radicales. Tampoco necesita el hombre moderno del control de otros seres humanos que a través de religiones e instituciones sagradas, nos den las seguridades que echamos de menos. Concretando mucho nuestra pregunta y circunscribiéndola a nuestra geografía y nuestra cultura actual, vamos a examinar la situación de nuestro tiempo y en nuestro entorno. Me estoy refiriendo a la sociedad que podemos conocer a través de una historia bastante segura. La mayor diferencia con el pasado es que la cultura se está globalizando rápidamente, no sé si para bien o para mal. En religión Estamos viviendo un periodo de cambios tan rápidos y profundos que seguramente no se han dado en ninguna otra época de la existencia humana. Estamos pasando de una religión sin espiritualidad a una espiritualidad sin religión. No es una postura ideal, pero es lo que tenemos. La capacidad de
conocimientos y crítica que hemos alcanzado, es demoledora para la supervivencia de las religiones al uso. La religión que hemos recibido se ha convertido, a lo largo del tiempo, en algo tan rígido que muchas personas la han desechado como inútil. Como en otros aspectos de la evolución, no sobrevivirá el más fuerte sino el que tenga más capacidad de adaptación. Hay muchos cristianos que se esfuerzan por limpiarla con un baño, pero el resultado es un agua tan turbia, que han tirado al bebe con el agua sucia. La religión ha fallado porque se ha estancado y está frenando el auténtico progreso del hombre por no tener en cuenta que la humanidad ha progresado en estas últimas décadas más trecho que en miles de años anteriores. En vez de ser una rémora, la religión debía ser el rompehielos que va por delante abriendo camino en la dificultad, hacia una mayor humanización. Es muy difícil dilucidar dónde estamos. ¿Dónde está un tren cuando camina a 300 por hora? Es muy difícil trazar una panorámica actual de la espiritualidad. Afirmamos que la religión está en crisis. Pero esa afirmación no tiene por qué tener una connotación negativa. Crisis es el estado natural de toda vida porque la vida es lucha y cambio. La vida es siempre superación de las dificultades que se le presentan al ser vivo. Vivir es un constante movimiento hacia lo desconocido. En la medida en que la religión es vida, estará en crisis siempre. Sólo si la religión se queda en pura programación puede presentarse como inmutable. Pero una vez que hemos comprendido que estamos en constante evolución, nada se puede aceptar como inmutable La globalización ha dejado patente la diversidad de posturas religiosas. Se calcula que en el mundo existen hoy más de 4.000 religiones. En cada religión puede haber posturas tan dispares que no tiene nada que ver lo que uno piensa o vive con lo que vive o piensa otro miembro de la misma religión. Los escolásticos decían: tot sententiae quot capita. En nuestra religión, no todos estamos en el mismo sitio. La diferencia puede ser abismal. Algunos piensan que no hay nada que cambiar porque las verdades que defienden tienen un valor absoluto, pues llegan directamente de Dios. Otros piensan que hay que cambiarlo todo porque no hay ningún valor en lo que defendemos. Jesús lo dejó muy claro: a vino nuevo odres nuevos. Pero también alabó al amo de casa que de su arcón sabe sacar lo nuevo y lo antiguo. Ni una postura ni la otra podrá solucionar el problema. Es cierto que nada se puede construir desde la nada. Las instituciones son imprescindibles en todos los órdenes de la vida porque mantienen lo más valioso de cada experiencia humana. En religión, que trata de desplegar el aspecto más profundo del ser humano, es aún más cierto que necesitamos una continuidad. Pero también es cierto que todos nos tenemos que defender de la pretensión de toda institución de imponer un férreo control sobre cada individuo. Si no lo hacemos, podemos permitir que arruinen nuestras posibilidades de ser personas
humanas. Esta aparente contradicción es la clave para no entrar en callejones sin salida. El cambio que se está produciendo no tiene precedentes. Es lógico que estemos atascados porque una revolución tan drástica, necesita tiempo y los acontecimientos se están sucediendo a tal velocidad, que debemos hacer un gigantesco esfuerzo para no quedar descabalgados. No todos estamos preparados para llevar a cabo ese esfuerzo. Desde el neolítico venimos sosteniendo un dios heterónomo, que está fuera y por encima de toda realidad. Las ciencias nos dieron un ejemplo en el siglo XVI. Cuestionando de raíz todo lo que se tenía por verdad absoluta, descubrieron que los sentidos en los que se había confiado ciegamente, nos engañaban. Sólo entonces se empezó a investigar de verdad la realidad. Los resultados saltan a la vista. Con mayor razón, debemos cuestionarnos hoy las verdades religiosas. El subconsciente nos ha engañado durante milenios. Lo que venía de él solito, nos ha hecho creer que venía de Dios. Nos engañó con la idea de que Dios se ha revelado desde fuera. Hoy sabemos que debemos ir descubriendo la verdad en nosotros, sin el comodín de lo divino. Dios se está revelando siempre a todos. En el subconsciente tenemos un verdadero tesoro escondido, pero no es fácil sacarlo a la superficie. La razón no tiene instrumentos para hacer suyo ese ingente bagaje. El lenguaje del subconsciente es cifrado y encontrar las claves de interpretación nos va a llevar aún mucho tiempo. Sería un avance el no dejarnos engañar por la ilusión de que necesitamos recibir desde fuera la verdad. El error de la religión es pretender que tiene respuesta para todo. Así, nuestra capacidad de avanzar en el conocimiento se cercena. Debemos reconocer que hay cosas que ignoramos y preguntas que no sabemos contestar. Pero tenemos que dar un paso más. Hay cosas que nunca llegaremos a saber. Esto no tiene que desanimarnos. La grandeza del hombre es que nunca se termina de construir. A pesar de tantos indicios que nos indican lo contrario, seguimos confiando más en las verdades formuladas que en la vivencia. La experiencia nos dice que, uno puede estar sano aunque no sepa nada sobre la vida. Vivir será siempre mucho más importante que aprender. Toda formulación de la verdad referida a Dios será siempre provisional. Estamos superando el lenguaje dualista: profano/sagrado, divino/humano. Esa distinción fue imprescindible desde una visión mítica del mundo. Hoy sabemos que Dios y el mundo no están separados, mucho menos opuestos. El paradigma en que se desarrollaron las religiones hasta la fecha, ya no existe. Los problemas que intentó solucionar, no son nuestros problemas. Es inútil que la religión siga dando respuestas a preguntas que nadie se hace. Se están borrando las fronteras entre lo humano y lo divino. Los auténticos valores del cristianismo se aceptan hoy sin conexión con la religión. Incluso
muchas veces se viven con mayor autenticidad fuera de ella. La institución está muy pendiente de conservar su poder. Nuestra tarea será vivir esos valores sin el corsé de la ideología. Tampoco rechazarlos por el hecho de que me vienen dados por una institución. Estamos empezando a descubrir que esos valores no me vienen de fuera, porque los llevo en lo más hondo de mi ser. El camino es entrar dentro de mí y descubrir allí la verdadera realidad de mi ser. Interiorizar lo que creíamos llegaba de fuera, superando la sensación de imposición externa. La búsqueda tiene que ser siempre personal. Pero será imprescindible contrastar mi experiencia con la de los demás. Siempre será necesaria alguna forma de comunidad. En exégesis Este tema ha sido para mí la clave de todo el proceso de maduración que he recorrido durante cincuenta años. Si he podido vislumbrar algo de lo que hoy se está cociendo en los ámbitos más avanzados de nuestra religión, ha sido gracias a magníficos exégetas que han dedicado su vida a descifrar los entresijos de un lenguaje religioso anticuado. He tenido la suerte de escuchar, cuando estaba haciendo el noviciado, al pionero de la exegesis en lengua española, el famoso dominico Alberto Colunga, que con Eloíno Nácar publicaron la primera Biblia “Nácar -Colunga” traducida directamente del hebreo al español y que fue la versión más famosa (tal vez la única) durante varias décadas. Es el terreno donde más hemos progresado. Más de 300 años de exégesis nos han permitido avances asombrosos. Ya no tenemos por divinas, realidades que son sólo humanas, demasiado humanas. Ninguna interpretación de la Escritura puede tenerse por definitiva o absoluta. Mucho menos debemos tomar por absoluta la misma revelación. Pero debemos tener muy claro, desde el principio, que la exégesis no ha hecho más que empezar. Los medios científicos y técnicos mejoran por momentos. Nos esperan aún muchas sorpresas. Va calando la nueva visión de la Biblia. Aunque seguimos hablando de “palabra de Dios”, el sentido que le damos no es el
mismo, como veremos.
La Biblia es, toda ella, una obra humana sujeta a nuestras limitaciones, pero sigue siendo un depósito inagotable de profunda experiencia religiosa. El Vaticano II potenció su uso en la liturgia, pero queda mucho por andar en cuanto a la comprensión de los textos. Muchos aún pretenden entender la Biblia al pie de la letra y las interpretaciones de los exégetas no llegan a la mayoría de los fieles. Es desolador encontrarse con personas que ya no aceptan la literalidad, pero al no encontrarse con una adecuada explicación exegética, se quedan sin lo antiguo y sin lo nuevo. Más irritante resulta el escuchar a sacerdotes, que han estudiado exégesis y han sacado sobresaliente, que siguen predicando como si no hubieran oído nada.
Cuando empleamos el lenguaje humano para hablar de las cosas de Dios, solemos olvidar que las palabras serán siempre inadecuadas. Nuestro lenguaje se fue inventando para responder a las necesidades materiales de cada época. Cada palabra expresa un concepto que hace referencia a una realidad casera. El problema está en que no tenemos otro y debemos seguir utilizando ese lenguaje casero. De Dios no podemos tener conceptos, mucho menos palabras que puedan expresarlos adecuadamente. Nuestros conceptos tienen siempre como base las imágenes que entran por los sentidos y que la mente elabora, más o menos. Cuando vamos más allá de esa base, nos perdemos en ideas fantasiosas. Podemos seguir utilizando el lenguaje, pero sin caer en la trampa de creerlo absoluto y definitivo. Estamos saliendo de la trampa de la literalidad, pero nos queda mucho para entender las palabras como símbolos que, sólo aproximadamente, nos pueden acercar a lo que otros vivieron. Todas las religiones emplean mitos, ritos, historias, relatos legendarios, símbolos que van siempre más allá de su significado directo. Si perdemos las claves de interpretación, se pierde todo el contenido. En Teología Hace algunos años, una señora de Parquelagos me dijo: no nos compliques la vida, predícanos cosas más sencillas. Quería decir: no nos hagas pensar, dinos lo que hemos oído siempre, que es lo que nos da seguridades. Hace bien poco, una persona muy inteligente me dijo: he dejado de venir a escucharte porque no merece la pena inquietarme cada domingo con tus novedades. La verdad es que llevo cuarenta años tratando de volver a la simplicidad del evangelio. Encontrar esa simplicidad, es lo más complicado que he hecho en mi vida, pero es también imprescindible si queremos vivir lo que creemos y tratar de comunicárselo a los demás. La razón humana se encuentra mucho más a gusto con las complicadas formulaciones teológicas que con la simplicidad de evangelio. He pasado los mejores cinco años de mi juventud dedicado exclusivamente a estudiar teología. Hoy la sola idea de que podamos hacer ciencia sobre Dios me horroriza. Los cristianos llevamos dos mil años tratando de definir a Dios metiéndolo en conceptos de lo más variopintos. Miles y miles de volúmenes que han intentado decirlo todo sobre Dios sin acabar nunca la tarea. Le preguntaron una vez a Tony de Mello: ¿eso que nos dices es la teología de la liberación? Él contestó: no, es la liberación de toda teología. Todo lo que nosotros oigamos o digamos sobre Dios, puede orientarnos, pero con la condición de que no lo tomemos al pie de la letra. Lo normal será que nos desoriente, porque no aceptamos nuestra limitación y nos empeñamos en darle un valor absoluto y definitivo. Nuestro Santo Tomás intentó resumir todo lo que se había dicho sobre Dios en cuatro sesudos tomos que llamamos la Suma Teológica. Cuentan que después
de escribirla, tuvo una experiencia mística y que salió por los claustros del convento como un sonámbulo repitiendo una y otra vez: todo es paja. ¡Cuando trabajo nos hubiera ahorrado si se hubiera dado cuanta antes de escribirla! Todo lo que Jesús nos dijo sobre Dios, está encerrado en una palabra de lo más infantil: ¡Abba! Es el primer sonido inarticulado, que aprende a decir el niño. No quiere decir nada, pero le hemos atribuido el significado de padre. Fijaos que la palabra se pone en boca de Jesús una sola vez en el evangelio. Pero lo hace con tal rotundidad que se ha tomado como paradigma de su predicación sobre Dios. Dice un proverbio oriental: si tu palabra no es mejor que el silencio, cállate. A ningún tema se puede aplicar mejor este dicho que a Dios. ¡Cuándo nos enteraremos que todo lo que digamos sobre Él, no nos puede ayudar a comprenderlo! Nada, absolutamente nada de lo que digamos nos puede aclarar lo que es en realidad. Todo Dios, encerrado en un idea, será siempre un ídolo. ¿Por qué nos empeñamos en hablar y hablar sobre Dios? Muy sencillo. Nuestra razón se siente desconcertada ante lo simple. Tiene que estar siempre analizando dividiendo separando la realidad para poder comprenderla. Con pretexto de explicar lo que es Dios, lo hemos partido y seccionado hasta el infinito sin querer admitir que es lo más simple que podamos imaginar. El proceso ha sido tan lento que no hemos caído en la cuenta del disparate que supone querer meter a Dios en conceptos. Lo que ahora debemos intentar es desmontar todo el andamiaje que hemos levantado a través de los siglos. Hoy empezamos a comprender que el lenguaje mítico era mucho más adecuado para hablar de la realidad insondable que llamamos Dios. Los mitos surgieron para dar explicación a lo que la razón no comprendía. Debemos superar la tentación de equiparar mito con mentira. Todos los mitos cumplieron en su tiempo, una misión importantísima. La pregunta a la que responde cada mito sigue siendo válida y debemos intentar darle una respuesta más adecuada a nuestro nivel de conocimiento, pero no quiere decir que los mitos sean mentiras. Nuestro fallo consiste en perder la perspectiva e intentar comprenderlos como si fueran discursos racionales. Con ello hemos perdido su significado y nos hemos metido por callejones sin salida. Defender formulaciones míticas como revelaciones del más allá, no tiene hoy ningún sentido. Pero tirarlas por la borda, aludiendo que son irracionales, será muchísimo peor y tendrá consecuencias nefastas. No se trata de dilucidar lo que es verdad o herejía. Si no hay verdades absolutas, tampoco podrá haber errores absolutos. Muchas verdades que hoy tenemos por dogmas, se decidieron por un puñado de votos y a veces, comprados. Esta consideración nos debía de hacer mucho más cautos a la hora de valorar esas verdades que tenemos por absolutas y que llamamos dogmas. No tiene mucho sentido discutir si son verdaderas o falsas, porque la mayoría de esas formulaciones se perciben hoy como carentes de contenido. Los conceptos que se quieren manejar son creación mental sin fundamento real alguno. Bajo
apariencia de rotundidad, en realidad, no dicen nada. Si no superamos este lenguaje, seremos incapaces de comunicar nada y además, estaremos provocando rechazo. La situación en la que nos encontramos ni es cómoda ni es fácil de gestionar. La sospecha de que las cosas pueden ser de otra manera no basta. Necesitamos un proceso de superación paulatina. Hemos dicho que la razón no nos puede llevar a la verdad sobre Dios, pero la razón nos puede advertir de que lo que estamos diciendo sobre Él es absurdo. El montaje que la razón creó, debe ser también desmontado por la misma razón. Cambiar la idea que tengamos de Dios, es la clave de todos los demás cambios. La idea de dios apenas había cambiado desde el Paleolítico. Hoy está sufriendo un verdadero cataclismo. Si seguimos confundiendo la idea que tenemos de Dios con lo que Él es en realidad, el cambio será imposible. Si asumimos que no tenemos ni idea de lo que es Dios, el cambio será inevitable. En la Edad Media ni se planteaban la cuestión. Todo el énfasis lo pusieron en la demostración racional de esa existencia. Aun sabiendo que la existencia de Dios era indemostrable, los mejores teólogos dedicaron un ingente esfuerzo por conseguir esa demostración que nunca llegaba a ser convincente. Vamos a repasar algunas de esas genialidades que en todo caso debemos respetar. A pesar de que tenía muy claro que de Dios no se podía decir nada con propiedad, Santo Tomás creyó alcanzar la suma de la racionalidad cuando “demostró” por cinco caminos diferentes esa existencia de Dios. La verdad es
que no convencieron más que a los que ya estaban convencidos. Hoy nos parece ridículo pretender llegar con nuestra limitada inteligencia al Absoluto.
Antes de Santo Tomás, a finales del s. XI, San Anselmo, con mucho ingenio y mayor ingenuidad, creyó encontrar la solución definitiva, aunque ya lo habían intentado antes más de uno. Pero la conclusión a la que llega es pueril. Pensar una realidad, mayor de la cual nada existe, exige pesarla existiendo, pero de ahí no se sigue que exista en la realidad, sino sólo que está en la mente de una persona. Hoy nos parece claro que la razón humana tenía todo el derecho a crearse un dios a su medida. Y lo hizo seguramente mucho antes de lo que habíamos sospechado. Pero por mucho que sea nuestro empeño, seguirá siendo un dios ideado, que sólo tiene existencia en nuestra mente, es decir, un ídolo. No cuestionamos la “existencia” de Dios. Cuestionamos que podamos conocer y
explicar lo que es.
Un dios ideado como existente en alguna parte, es decir, un dios teísta no puede explicar la realidad de Dios. Un dios que hace el mundo desde fuera y lo manipula desde su trono inaccesible, es hoy inconcebible. No podemos imaginarlo como un ser separado que crea el mundo y sigue manipulando su creación. El conocimiento que hoy tenemos de las leyes naturales nos impide seguir pensando en un Dios intervencionista que hace y deshace a capricho.
La diferencia entre Dios y las criaturas no podemos reducirla a una cuestión de grados. Si yo soy un ser, Dios no es un ser, por muy absoluto que lo piense. No puede ser un TÚ frente al que se puede poner la criatura, como yo. Estamos barruntando esta verdad, pero aún no la tenemos clara. Aún no podemos asimilar que somos uno con Él. Los místicos sí fueron capaces de vivir con naturalidad esta realidad. En cristología Las verdades sobre Jesucristo (Jesús el Ungido) son las que más repercusión han tenido en nuestra vida. Debemos empezar por reconocer que no estamos discutiendo lo que Jesús fue. Ni nosotros ni en su tiempo fueron capaces de entenderle. Se trata de interpretar lo que de Jesús pudieron comprender los que le vieron y escucharon. El primer paso es llegar lo más cerca posible del Jesús histórico. Las palabras Los discípulos y las primeras comunidades interpretaron la figura de Jesús desde sus condicionamientos y perspectivas. Tenemos que estar enormemente agradecidos, pero hoy ya no basta repetir que “Jesús es Dios” o “Dios se encarnó” o “en Jesús hay dos naturalezas pero una persona, la divina”. Lo que
importa es saber qué quisieron decir con esas palabras y que entendemos hoy con las mismas palabras. Para la mayoría de las personas, no quieren decir nada.
Creer que manteniendo las palabras somos más fieles a la tradición es descabellado. Las palabras sólo son signos, sonoros o gráficos. Lo importante es la idea que surge en nuestra mente detrás de las palabras. Pues bien, las palabras están cambiando siempre de significado, por mucho que nos empeñemos en congelarlas. El universo conceptual ha cambiado radicalmente en estos veinte siglos. ¿Qué significan para nosotros hoy sustancia, accidente, esencia, persona? para la inmensa mayoría, la idea que suscitan en nuestra mente no tiene nada que ver con lo que quisieron decir aquellos teólogos del siglo IV. Esa aparente fidelidad no nos lleva a ninguna parte. Mantener dos mundos paralelos, el de los especialistas y el de la gente normal, nos lleva a una ausencia total de comunicación que lo único que consigue es engañar a los unos y a los otros. Cuando hace unos años me llamaron al orden, el Vicario me dijo: “A lo mejor, usted tenía que estar dando clase en la Sorbona pero no predicando al pueblo”.
Me estaba diciendo que la verdad es privilegio de unos pocos, pero que a los fieles no se les puede abrumar con novedades que les pueden inquietar, aunque sean la verdad. Esta actitud está haciendo más daño entre el pueblo sencillo que él pedrisco. La idea que seguimos manteniendo hoy de “Hijo de Dios” tiene que cambiar
drásticamente. Los textos que podemos leer en el NT no quisieron decir lo que nosotros hemos entendido. Podemos seguir diciendo que Jesús es Hijo de Dios, pero debemos entenderlo como lo entendieron sus seguidores judíos. Se trataría
de un representante de Dios que cumpliría en todo su voluntad, haciendo lo que Él haría. Si Dios no es un ser frente a otros seres, no puede tener un Hijo. Sería a la vez Dios mismo y distinto de Él, lo cual es imposible. La idea de un Hijo de Dios en sentido biológico, era radicalmente contraria al sentir del pueblo judío. No me extraña que hoy se sigan horrorizando los judíos actuales cuando descubren como entendemos nosotros ese concepto. Y sin embargo, la Biblia está plagada de esta expresión “hijo de Dios”. En el AT se llama hijo de Dios a la persona que debía representar a Dios ante su pueblo. Se llamaba hijo de Dios al rey, una vez que era ungido y se le encomendaba la tarea de preocuparse del pueblo. La unción le capacitaba para actuar como Dios actuaría si estuviera en su lugar. Se llamaba hijo de Dios al sumo sacerdote, que también era ungido para representar a Dios ante el pueblo y al pueblo ante Dios. La unción le capacitaba para actuar como lo haría Dios, es decir, hacía ver al pueblo que Dios cuidaba de ellos a través de sus representantes. A través de él se sentían representados y confiados en que atendería sus demandas. Los primeros cristianos eran judíos y sabían perfectamente lo que quería decir esa expresión. Cuando los escritos cristianos cayeron en manos de los filósofos griegos, lo interpretaron literalmente, porque en su cultura sí había una tradición de hijos de dioses en sentido estricto. Ese mal entendido se ha mantenido en nuestra tradición a través de veinte siglos. Seguimos entendiendo con mentalidad griega lo que fue una expresión exclusivamente judía. La diferencia entre Jesus y Cristo, es otro de los pasos imprescindibles que tenemos que dar para aclararnos. Jesús es un ser humano, sustantivo. Cristo es un adjetivo calificativo que significa ungido. Jesús es un ser humano “ungido”. El haber unido las dos palabras en una sola “Jesucristo” es una genialidad de la primera comunidad. Utilizar “Cristo” como nombre propio y además como
sinónimo de Jesús, es una tergiversación de su experiencia. Salvación en Cristo
Lo que hoy entendemos por salvación es otro reto que se nos plantea a los cristianos. Parece un poco absurdo plantearnos esta cuestión, porque todos hemos aprendido des de pequeños, que Jesús nos ha salvado. El nombre “Jesús” significa precisamente “salvador”. Si nos planteamos esta cuestión no es para
poner en duda la salvación que podemos encontrar en Jesús. Se trata más bien, de descubrir en qué consiste la salvación que él nos aporta.
No lo tenemos nada fácil, porque a través de los dos mil años de cristianismo nos hemos metido por complicados callejones que nos llevaron a concepciones aberrantes de Dios y de la salvación que nos otorga en Jesús. Hemos caído en la trampa de una salvación que llega desde fuera, cambiando lo que somos por lo que nos gustaría ser.
Ya Pablo, que tuvo apuntes geniales sobre la superación de la Ley, metió la pata a la hora de justificar la muerte de Jesús como el último y definitivo sacrifico expiatorio. Sólo a costa de un sacrificio mayor se han podido superar los sacrificios de la Antigua alianza. Quedó muy bien ante los judíos, pero a nosotros nos hizo polvo. Otro genio, S. Agustín, urdió otra trampa para la recta comprensión de la salvación de Jesús. Se nos ha dicho que se convirtió del maniqueísmo, pero la realidad es muy otra. Es cierto que superó la idea de dos principios supremos uno bueno y otro malo, pero en sustitución de ese dualismo, incrustó en el cristianismo la idea de que Dios era el principio bueno y la creación, incluido el hombre, el malo. La puntilla a esa nefasta interpretación de la muerte de Jesús, la dio S. Anselmo. Aplicando a un dios soberano y justiciero los mecanismos de la justicia humana, ideó una argumentación descabellada sobre la necesidad de un sacrificio de valor infinito que contrarrestara el honor de Dios vulnerado por el pecado (ofensa infinita) del hombre. Un dios que exige la sangre de su Hijo para poder restablecer su honra, es lo más contrario al Dios de Jesús. Jesús nos habló de un “Abba”, es decir, de un Dios padre-madre volcado sobre el hombre y comunicándole su misma Vida. Nada que ver con un soberano ofendido infinitamente, que exige reparación sacrificial infinita. La palabra “salvación” no es la adecuada, pero “redención” es mucho peor. No
podemos aceptar el lenguaje jurídico para aplicarlo a nuestras relaciones con Dios. No podemos decir que Jesús pagó con su muerte la deuda contraída por el pecado. El Dios que exige la muerte del Hijo para salvar al hombre es un mito ancestral. La muerte de Jesús fue la consecuencia de una vida. Esa vida fue la que nos salvó. El Dios de Jesús que es “padre-madre”, no soporta esa imagen justiciera que le
hemos atribuido. Dios es amor y es perdón. No justicia que se alcanza por medio de actos o juicios posteriores. Aplicar a Dios el modo humano de justicia es una aberración. Poner unas condiciones tan sanguinarias para poder perdonar, destroza al Dios de Jesús.
Jesús nos salva, porque se salvó él como ser humano. Éste es el punto de partida para entender lo que hizo por nosotros. Aceptar esto, exige la superación de muchos prejuicios, consecuencia de concepciones míticas. Como ser humano empezó su vida como un proyecto a realizar. Descubriendo a Dios dentro de él mismo, encontró allí la hoja de ruta para caminar hacia su plenitud que es, a la vez divina y humana. Su predicación consistió en invitarnos a recorrer el mismo camino que el transitó. Ya la primera comunidad dio un salto en el vacío al dejar de predicar lo que él predicó y en su lugar empezar a predicar a Cristo sin referencia al ser humano Jesús. Este salto nos ha despistado y ha impedido una constante búsqueda de lo que Jesús experimentó, hizo y dijo.
La trayectoria humana de Jesús es el único marco de referencia, que puede superar la visión mítica de la salvación. Como ya hemos dicho, sólo nos debe interesar una salvación que sea verdaderamente humana. De nada nos sirve que nos rescaten desde fuera o que nos echen un capote para que olvidemos nuestras limitaciones. Nuestra salvación, como la de Jesús, tiene que consistir en ser en plenitud lo que somos. Porque siguió al pie de la letra el proyecto de hombre que Dios había puesto en lo hondo de su ser, Jesús fue capaz de llegar hasta el final de la plenitud humana. De ese modo manifestó lo que había de divino en su humanidad. Como recorrió primero el camino, puede ser guía para cada uno de nosotros. Si él lo alcanzó, podemos nosotros alcanzarlo. Ese proyecto no es más que la identificación con Dios, que es don total y gratuito. Imitarle, dándose totalmente a los demás es desplegar humanidad. La plenitud de salvación consiste en ser capaces de darse totalmente a los demás hasta la muerte, como hizo Jesús. El amor se convierte así en la única prueba de la verdadera salvación. No nos salvó de nuestros pecados, sino del único pecado que existe, el egoísmo, es decir, todo lo que me separa del otro. Nos salvó del pesimismo al demostrar que la salvación del hombre es posible. Nos hizo ver la grandeza de todo ser humano al mostrarse como reflejo de Dios. Nos salvó de toda esclavitud al demostrar que el hombre puede ser libre. La verdadera libertad es la mejor expresión de la salvación que nos ha traído Jesús. El secreto de esa libertad es la experiencia de Dios en él. Fundamentado en Dios, nada ni nadie le puede inquietar. Esa identificación con Dios le capacita para ser él mismo y le da libertad para manifestar lo que es. Nada le puede impedir manifestarse tal cual es. La libertad sólo es total cuando la confianza no necesita apoyos externos. La libertad se pierde cuando necesitamos buscar seguridades para nuestro yo fuera de nosotros mismos. El miedo a que ese “yo” desaparezca, marca la diferencia
entre libre y esclavo. Ese miedo, es el mayor obstáculo para que nuestro verdadero ser se manifieste. La libertad no sólo apunta al pasado, sino que proyecta hacia el futuro. Liberar a un pájaro es desatarle o abrirle la jaula para que vuele. Libres del afán de ser más, libres de tener más, libres de más poder, se nos abre un horizonte nuevo. Libres de las opiniones de los demás, nos permite actuar desde nosotros mismos sin cortapisas de ninguna clase. El concepto de salvación que tenemos los cristianos debemos someterlo a un riguroso examen. Para explicar el concepto de salvación que ha llegado hasta nosotros, se montó un tinglado mitológico sobre el estado del ser humano. El mito del hombre caído, fue el recurso utilizado para elaborar una teología negativa sobre el hombre, que exigía, a renglón seguido, la intervención de Dios para que el hombre tuviera futuro.
Con los conocimientos que hoy tenemos sobre el hombre y su proceso de evolución, no tiene ningún sentido apelar a la mitología para explicar los fallos radicales que encontramos en nuestro ser y en nuestro actuar. El ser humano sigue haciéndose hoy más humano, como hace un millón de años y seguirá evolucionando mientras esté sobre la tierra. Hoy no podemos aceptar el mito de la caída como punto de partida para hablar de la salvación del hombre. Gracias a Dios, hemos superado la idea de un dios antropomórfico que actúa como un ser humano más, en sus relaciones con nosotros. Dios no influye en la realidad como causa segunda ni puede ser objeto de la actuación de ninguna criatura. Hoy estamos en condiciones de comprender que tampoco el ser humano tiene capacidad de ofender a Dios, de ninguna de las maneras. No puede quedar “damnatus”, es decir hundido en la miseria para siempre, por haber
desobedecido a Dios. Esta visión del hombre sigue siendo mitología que pretende dar una explicación racional al mal que constatamos cada día entre nosotros. Los conocimientos adquiridos durante tanto tiempo nos permiten comprender que, hoy por hoy, el hombre es el último eslabón de una evolución, que ha durado más de cuatro mil millones de años. A pesar de esos logros, el ser humano sigue siendo una criatura y por lo tanto limitado en todos los aspectos de su compleja constitución.
Está claro que la salvación no puede consistir en eliminar esas limitaciones, pues el ser humano dejaría de serlo sin las limitaciones que le constituyen. La verdadera salvación humana tiene que conseguirse desplegando todas las posibilidades de ser que tiene en este momento el hombre, a pesar de todas sus limitaciones. Creo que hoy sería más adecuado emplear otros conceptos como, plenitud, identidad, unidad, armonía, felicidad; o como dice el budismo: iluminación, nirvana, despertar, etc. Sin dejar de ser hombre puede experimentar como tal, una realidad sublime, que posee y que le permite trascender esas limitaciones sin necesidad de que alguien las elimine. El ser humano, a pesar de las limitaciones inherentes a su condición de criatura terrenal, puede experimentar la trascendencia. Puede vivir la presencia de lo divino que le penetra. Puede, en el tiempo, conectar c onectar con la eternidad y vivir aquí y ahora algo definitivo y permanente. Esta es la verdadera salvación, que los orientales llaman iluminación. En la segunda década del s. XXI, tenemos datos suficientes para descubrir errores fuertes a la hora de interpretar la salvación que Jesús Je sús nos trajo. En el NT NT salvación se ha equiparado a redención. La segunda acepción del verbo salvar en el diccionario dice: “dar Dios a una persona la gloria eterna”. No hace falta
mayor comentario.
El saber distinguir la experiencia interior, del lenguaje que se utiliza para expresarla, es una de las claves para entender los evangelios. Lo que aportó
Jesús fue totalmente novedoso, pero no podemos pretender que que existieran los conceptos adecuados para poder comunicarlo a los demás. Esto obligó a meter el vino nuevo en odres viejos, que al final no fueron capaces de aguantar la fuerza de lo nuevo. Descubrir esa novedad como un germen que tiene que desarrollarse hasta transmitir la Vida que hay en él a todo nuestro ser, sería una manera de entender hoy la salvación. Eso pasó en Jesús. Dios no era para él sólo el centro de su ser sino que toda su persona quedó invadida y transformada en lo que era el centro. Jesús fue un ser humano centrado. La salvación ni se puede recibir ni nos la pueden dar como un todo terminado. Es este un error que nos ha despistado durante siglos. La salvación tiene que ser un proceso, una evolución que me va llevando desde la periferia al centro de mi propio ser donde puedo encontrar la plenitud que soy. Descubrir esta realidad nos obligará a ser de otra manera. La salvación no puede consistir en alcanzar la perfección. La salvación no eliminará mi contingencia y mis limitaciones. Mi plenitud será siempre plenitud humana, es decir, debo alcanzarla conservando mi condición de criatura y las limitaciones que son inherentes a mi ser. No consiste en cambiar lo que creo ser sino en descubrir mi verdadero ser Nos acercamos a la salvación en la medida que vamos desplegando lo mejor de nosotros mismos y nos acercamos a la plenitud de humanidad. Esa plenitud está ya en cada uno de nosotros pero tenemos que ir convirtiéndola en algo realmente vivido y manifestado. En lo más hondo de nuestro ser podemos encontrar los planos de un edificio que tenemos que ir construyendo durante toda nuestra vida. No hay manera de afrontar con un mínimo de rigor el tema de la salvación, si no superamos el mito de la creación de un hombre perfecto y de su posterior caída. Esta mitología, que no es original del cristianismo, impregna la teología que ha llegado a nosotros e impide un planteamiento adecuado del tema. Estamos en camino, pero tengo que recorrerlo yo. Nunca hubo tal paraíso, por lo tanto, nunca lo pudo perder el hombre. El único paraíso perdido es el seno materno, donde gozábamos de infinito bienestar. Intentar, aunque sea inconscientemente, volver a esa seguridad puede arruinar nuestra existencia, porque no nos deja afrontar la vida que, por naturaleza, es lucha y superación. La palabra hedonismo, podía resumir todos los apegos que ponen en peligro nuestro crecimiento. Poner como principio motor de nuestra vida la búsqueda del placer o la huida de todo lo que pueda ser desagradable, es la postura más deshumanizadora que podíamos asumir. Tenemos obligación de hacer más cómoda la vida, pero no es ese el fin último. Cuando ponemos como objetivo la satisfacción de los sentidos, los instintos, las bajas pasiones etc., estamos subordinando nuestro verdadero ser a nuestra animalidad y en vez de elevarnos, rebajamos nuestra racionalidad, poniéndola al
servicio de nuestro ser animal. Entrar por ese camino, es alejarnos de nuestras mejores posibilidades y avanzar por el callejón sin salida de la pura sensibilidad biológica. Es la mejor manera de arruinar nuestra existencia, convirtiéndola en algo anodino y sin sentido. No se trata de machacar nuestros sentimientos, emociones y apetitos, cosa que se ha predicado en nombre de Dios. No, buscar lo que nos produce placer es lícito y bueno. Huir de lo que nos produce dolor, es inevitable. Tanto el placer como el dolor son inventos geniales de la evolución, para garantizar la vida biológica. Lo nefasto es poner en eso nuestra meta y dedicarle todas nuestras energías. En lo hondo de todo ser humano existe el ansia de ser más de lo que cree ser. En la medida que camine hacia esa plenitud no conocida, pero ansiada, el hombre se va acercado a su verdadera salvación. En la medida que se instale en la superficialidad de lo sensible, renuncia a sus mejores posibilidades de plenitud. Echar la culpa a Adán y Eva de todo lo malo que le acontece al hombre, fue la manera de explicar el problema del mal que no se podía atribuir a Dios. No tenían medios para poder explicarlo de otra manera y emplearon todo su ingenio para buscar una solución que dejara a Dios en buen lugar y cargara toda la responsabilidad sobre el hombre. La interpretación literal del relato bíblico del pecado de Adán, ha dado al traste con toda búsqueda de una solución más de acuerdo con los conocimientos de cada época. Ese relato, mal entendido, sigue incapacitando a la mayoría de los cristianos para encontrar una explicación del problema del mal. No hemos tenido inconveniente en culpar a Adán y Eva de todos los desastres de la humanidad, aunque hoy sabemos que esa explicación no tiene ningún fundamento teológico ni posibilidad histórica de haber sucedido. Hoy sabemos que no hubo unos primeros padres de toda la humanidad. Que Dios no creó ningún Adán directamente. Que el homo sapiens, es el producto de una evolución que aún no somos capaces de explicar. También sabemos que la capacidad específicamente humana de razonar y elegir, no surgió de repente y de una vez por todas. La evolución llevada a cabo por los seres vivos durante más de cuatro mil millones de años se puede considerar como una ininterrumpida y larga salvación. Progresar es superar las limitaciones que toda vida encuentra para mantenerse. Esta constante lucha por adaptarse al medio, hizo posible progresos insospechados y no puede tener límite. La tradición oriental conservó una idea de salvación menos jurídica y más de acuerdo con el pensamiento bíblico y con los primeros Padres de la Iglesia. Explican la salvación, no como satisfacción por una culpa cometida, con una pena proporcional sino como una progresiva “deificación”, es decir, alcanzar poco a poco ese estado de humanidad cada vez más de acuerdo con nuestra naturaleza.
La resurrección es otra de las palabras que seguimos entendiendo mal. Pablo, el primero de los cristianos que escribió, llegó a decir: “si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe, somos los más desgraciados de los hombres.” Creo que
tiene toda la razón, pero hay que explicarlo. Yo diría más bien, si yo no he resucitado, mi fe está vacía de contenido. No habla para nada de una muerte física superada sino de una incorporación a la vida de Cristo. Cuándo emplea el condicional “si”, parece dar a entender que Jesús pudo no
haber resucitado; lo cual no tiene ningún sentido. Jesús había resucitado antes de morir. Después de la muerte no tuvo que añadirse nada a lo que era antes. La muerte afectó a su biología, como a todos los seres vivos. Pero su verdadero ser poseía otra Vida, la de Dios, a la que no puede afectar la muerte. Una vez más el problema es la palabra . Empleamos “vida”, que hace referencia primera a la biológica, para hablar de otra realidad que no tiene nada que ver con la primera. Cuando escribo Vida con mayúscula, me refiero a una realidad trascendente, es decir, a la misma Vida de Dios que está en nosotros y nos capacita para desplegar nuestro verdadero ser, que sería desplegar la misma Vida de Dios. Sólo los místicos atisbaron el sentido de lo que quiero decir. Esa Vida (con mayúscula) ni nace ni muere. Está siempre igual y no se puede ver afectada por los avatares de la vida biológica. Esta última nos da la posibilidad de desplegar la verdadera Vida, pero no está condicionada por ella. La Vida nos atraviesa, nos transforma y permanece siempre la misma. Aplicado a Jesús como ser humano, significa que, desplegada la Vida de Dios, aunque la física termine, sigue vivo en su verdadera Vida. En cristología estamos navegando entre dos aguas. Para unos pocos, esa idea de una resurrección material está superada, pero la inmensa mayoría de los creyentes siguen aferrados a los conceptos griegos que en vez de explicar lo que pasó en Jesús, nos han metido por callejones sin salida. Lo que fue Jesús sólo lo puedo descubrir en la medida que yo llegue a ser lo que él fue. Sólo desplegando la misma Vida, lo comprenderé. El único camino para superar esas desviaciones, es recuperar el Jesús histórico hasta donde nos permitan los medios. Sólo así nos libraremos de interpretaciones parciales y muchas sin sentido para nosotros hoy. Si nos separamos del Jesús histórico, nuestras elucubraciones dogmáticas seguirán sin base. Los dogmas, en lugar de aclararnos lo que fue Jesús, seguirán despistándonos. En la liturgia A medida que vaya cambiando nuestra idea de Dios, el culto, tiene que cambiar también radicalmente. Los ritos, nacidos de mitos ancestrales se han hecho ininteligibles y vacíos de significado real para nosotros hoy. Si ha desaparecido el todopoderoso Soberano, deja de tener sentido los ritos que estén orientados a darle incienso.
Esta sería la clave de todo cambio en esta materia. Los ritos, ceremonias, gestos y palabras, tienen que realizarse pensando en las personas, no en Dios. Nada de lo que se dice o hace en la liturgia tiene por destinatario a un dios en lo alto. Su objetivo es hacer presente en cada persona y en la comunidad lo divino que siempre está ahí, en lo hondo del ser de cada uno. Los textos que leemos de la Escritura, deben ser más variados. También debían ser más adecuados a la situación del momento. La obligación de leer en todo el mundo el mismo texto no tiene mucho sentido. Tampoco tenemos que tener miedo a incorporar textos de otras tradiciones religiosas. Esto podía ayudarnos a salir de nuestra endogamia y nos enriquecería espiritualmente. La exégesis debe llegar a todos los fieles. Ni un solo texto sin exégesis. Esto nos llevaría a descubrir que muchos de los textos litúrgicos deben ser renovados. Algunos no nos dicen nada por mucho que los manipulemos, porque la visión desde la que se escribieron está superada. Seguir entendiendo los textos literalmente nos lleva a verdaderas barbaridades. La mayoría de las oraciones, elaboradas hace varios siglos, no expresan ya las inquietudes de los fieles. No deben ir dirigidas a un Dios todopoderoso, que está en alguna parte dispuesto a echarnos una mano o no. La oración debemos decirla para escucharla nosotros mismos. Y al descubrir nuestras carencias y necesidades, encontrar la manera de enfocar la vida desde perspectivas más humanas. En la oración Hablar de la oración es abrir un temario casi interminable. Llamamos oración a realidades muy distintas: oración de petición por nosotros mismos o por otros, acción de gracias, alabanza, meditación, contemplación. En la que se está produciendo los mayores cambios es en la oración de petición. Es la que vamos a analizar a continuación. Toda oración de petición es siempre más que una petición. Si no fuera así, haríamos bien en olvidarnos de ella. La oración es la manifestación que mejor refleja nuestra idea de Dios, del hombre y del mundo. Como hemos dejado claro, el cambio en la manera de concebir estas tres realidades ha sido abismal. No debe extrañarnos que la oración de petición esté experimentando también cambios muy profundos. Ni Dios va a cambiar el mundo porque yo se lo pida, ni el hombre es una marioneta teledirigida. Es verdad que en el evangelio se dice: “Pedid y recibiréis”, pero también se dice: “Ya sabe vuestro Padre que de todo eso tenéis necesidad”. El evangelio
está más pendiente de que confiemos en Dios, que de la petición. En una ocasión en que se habla de la oración de petición termina diciendo: “Cuánto más, vuestro Padre del cielo, dará el Espíritu Santo al que se lo pide” ¿Cuántas
veces pedimos el Espíritu Santo?
La primera causa de la crisis es el cambio drástico en la manera de entender la realidad material. El conocimiento que hoy tenemos de las leyes de la naturaleza, hace muy difícil de entender una intervención desde fuera. No es
fácil de comprender que un efecto físico pueda depender de una voluntad externa y que además, no es material. La oración deja de tener sentido si sólo esperamos de ella eficacia. También el concepto que tenemos de Dios ha cambiado tanto que se nos hace imposible pensarle como tapa agujeros. Hemos superado la idea de un Dios poderoso que puede hacer lo que quiere y lo hará en favor de sus amigos o de los que se lo piden con insistencia. Dios no puede hacer ni deshacer porque todo lo está haciendo en cada instante. Dios no puede actuar como causa segunda porque es causa primera, es decir, lo está haciendo todo, a la vez. En tercer lugar, ha cambiado el concepto que tenemos del ser humano. Sabemos que no es una marioneta movida por alguien desde las alturas. El hombre no es un indigente que constantemente necesita del apoyo de Otro. Somos conscientes de nuestra autonomía y responsabilidad en la marcha del mundo. Nosotros somos los que tenemos que actuar para que el mundo sea cada vez más humano. Después de lo dicho, ¿tiene algún sentido la oración de petición? Si lo hacemos para informar a Dios de una necesidad, estamos haciendo el ridículo. Si lo hacemos para que Él cambie la realidad en mi favor, intentamos utilizarlo y caemos en la magia. Si hacemos la petición presentándonos como merecedores de ese favor, porque hemos sido buenos, estaremos intentando chantajearle. Por el contrario, si al orar reconocemos nuestra limitación y nos ponemos ante el absoluto con total aceptación de lo que es y de lo que somos, entonces entramos en el verdadero sentido de la oración. La realidad no tiene que cambiar para poder alcanzar mi plenitud. Soy yo el que tiene que cambiar la actitud ante la realidad. Este paso sólo lo daremos si superamos la trampa de ponerlo a nuestro servicio, No es Dios el que tiene que escuchar mi oración. Soy yo el que tengo que escucharme y descubrir mi verdadera actitud para con Él. Esto sólo lo podré conseguir si Dios calla. Entonces el orante terminará por aceptar a Dios tal cual es y descubrirá también su condición de criatura y todas las posibilidades que ya tiene para desplegar su verdadero ser. Debemos dejar claro que la oración de petición no dejará de existir nunca. ¿Puede una madre dejar de pedir que se cure un hijo que tiene una enfermedad mortal? No estoy diciendo que debemos abandonar la petición. Estoy diciendo que debemos hacerla desde una perspectiva más acorde con la idea que hoy tenemos de Dios, del hombre y del mundo. En los sacramentos En los sacramentos se nota mucho más que en los demás ritos el cambio que se está produciendo. Del “ex opere operato”, cuyo significado nadie pudo explicar
nunca, a poner el énfasis en el signo, y en la presencia de lo significado, que es el verdadero objetivo del sacramento. Todavía hoy seguimos quedándonos en el signo.
En el bautismo se insistió, desde S. Agustín, en que el principal efecto era eliminar el pecado original, realidad que tampoco nadie ha sido capaz de explicar nunca. Una vez que sabemos que no ha habido ningún Adán ni Eva, no lo tenemos fácil para seguir hablando de un pecado que se trasmite por generación desde ellos. Además de la monstruosidad de hablar de pecado en un recién nacido. Hoy descubrimos en el bautismo el signo de algo sublime que está en lo hondo de todo ser humano y que aflora en cuanto traspasamos la apariencia sensible que nos impiden descubrirlo. Ni hacemos magia, ni se necesita ningún milagro. Tomamos conciencia de la realidad trascendente que ya está en cada uno de nosotros y al descubrirla nos preparamos para poder vivirla, que es de lo que se trata. Los disparates en la confesión no han sido menores. En primer lugar debemos recordar que durante siete siglos no hubo confesión, sólo tenía lugar la penitencia impuesta por la comunidad y la reconciliación posterior. Para dar sentido a este sacramento, se nos ha convencido de que éramos capaces de ofender a un dios, porque no habíamos obedecido unas leyes que nos había dado desde fuera. El dios justo necesitaba un juicio, con acusado, convicto, aceptador de una pena y por fin de una absolución de la culpa. Todo un cambalache que funcionó mientras la institución controló lo que cada uno debía pensar y creer. Hoy no tiene sentido pensar en un dios como ofendido y como juez que necesita una reparación para poder seguir amándonos. Está en contra de toda la enseñanza de Jesús. Hay que reconocer que no va a ser fácil. Lo que tenemos ya no nos sirve y lo nuevo aún no ha surgido. Debemos tomar conciencia de que también nosotros tenemos capacidad para crear nuestra manera de hacer presente a Dios en medio de la comunidad que se reúne precisamente para eso. No debemos tener miedo a cambiar las cosas. Si nos equivocamos, los que vengan detrás lo corregirán. Aclararnos en este tema es una de las necesidades más urgentes. Hemos tergiversado hasta tal punto la comprensión de los sacramentos que es imposible que tengan hoy el más mínimo sentido para la mayoría de los cristianos. Si ha cambiado nuestra manera de entender al hombre, al mundo y a Dios, tiene que cambiar también nuestra manera de expresar nuestra religiosidad en ritos. Considerarles acciones puntuales de Dios que hace o deshace en ellos a capricho, nos ha metido por un callejón de difícil salida. La recordada expresión “ex opere operato”, nacida de una visión mítica de la realidad, ha di storsionado la manera de entender los sacramentos y nos ha alejado de una comprensión del significado de cada uno de ellos. Los sacramentos ni son magia ni son milagros. Son signos de una realidad trascendente que está siempre ahí. Por lo tanto, la realidad significada ni se trae ni se lleva; ni se pone ni se quita. Dios no necesita del signo para hacerse
presente. Está siempre ahí, pero nosotros sí los necesitamos, porque las realidades que están en la mente, nos entran sólo por los sentidos. El objetivo del signo es hacer presente la Realidad para poder vivirla. De todos los sacramentos se dice que fueron instituidos por Cristo, pero habrá que aclarar que queremos decir con eso. No podemos pretender que Jesús en un momento determinado de su vida instituyera cada uno de los sacramentos. Ni siquiera su bautismo en el Jordán tiene mucho que ver con el bautismo sacramento cristiano. Los sacramentos surgieron como un intento de dar sentido religioso a una serie de rituales que el ser humano, desde el origen de los tiempos venía celebrando. Siempre se ha celebrado el nacimiento de un nuevo ser, un cambio de vida, el intento de identificación con el dios de turno, la formación de una nueva familia, la muerte de un ser querido etc. Todos los sacramentos han estado en evolución a través de los siglos. Incluso en la eucaristía, que parece ser el más elaborado desde el principio, se ha resaltado un aspecto determinado en cada época. Si fuésemos capaces de superar la idea de que los instituyó Jesús de una vez para siempre, tal vez podríamos acomodarlos a la situación actual inventando nuevos signos, que llegaran a los fieles de hoy, en vez de mantener unos gestos que hoy no dicen nada a la mayoría. Bautismo Este sacramento es tan rico en significados que es imposible hacer ni siquiera un resumen de todos ellos. No es un signo originario del cristianismo. Cuando lo empezaron a utilizar venía ya cargado de profundos simbolismos, casi siempre asociado a un drástico cambio de vida. El cristianismo no ha hecho más que potenciar su valor, hasta convertirlo en el signo y seña de nuestra religión. Estamos en un momento crucial para volver a descubrir todo el significado que encierra este sacramento. Empezando por la superación de la mitología del pecado original, que nos incapacita para comprenderlo. Ningún niño nace en pecado entendido como se nos ha explicado desde San Agustín. Es mucho más serio que la simple presencia de una mancha que alguien me ha puesto y otro me quita. El profundo sentido del bautismo cristiano lo encontramos en las palabras que Juan atribuye a Jesús en el d iálogo con Nicodemo: “Hay que nacer de nuevo. Hay que nacer del agua y del Espíritu”. La clave está en que para nacer a la
Vida, hay que morir a todo lo terreno. Este morir no significa despreciarlo sino no poner en lo material el objetivo de nuestra vida. Esta actitud que nos lleva a la superación de la animalidad, no debemos darla por supuesta. Lleva consigo una comprensión de lo que somos como humanos. Cuando Pablo dice: “Si morimos con Cristo, viviremos con él”, no se refiere a la
muerte física de Jesús sino a la superación de lo sensorial con una Vida en el Espíritu. El sentido que tiene el bautismo de Jesús en los evangelios es mucho
más profundo de lo que nos imaginamos. Fue para él una experiencia fundamental que marcó un antes y un después en su trayectoria vital. Confirmación Al ser norma común el administrar el bautismo a los niños, cobra pleno sentido este sacramento. Efectivamente, potenciar un momento de la vida para tomar conciencia y aceptar plenamente el bautismo, puede tener una importancia decisiva para mi vida espiritual. Parece ser que en sus orígenes, no tenía el significado de ratificación sino el de fortalecimiento. Los bautizados eran personas mayores. Jesús le dijo a Nicodemo: el que no nazca del agua y del Espíritu… La p ersona
mayor puede nacer del agua y del Espíritu en el mismo momento. Cuando bautizamos a un niño, hacemos el signo del agua, pero el Espíritu sólo puede llegar cuando tenga conocimiento suficiente. El Espíritu está ligado siempre a la fuerza y a la iluminación, las dos características de la presencia de Dios en el ser humano. Cuando el que ha sido bautizado de niño está dando el paso a persona adulta, tiene pleno sentido que utilicemos un signo sacramental para ayudarle a tomar conciencia de la seriedad de la condición de cristiano. La trampa está en que la mayoría de los bautizados no tienen idea del compromiso que adquirieron sus padres y ahora deben confirmar ellos. Si no conseguimos una catequesis continuada desde la primera comunión hasta el momento de la confirmación, no recobrará su verdadero sentido este sacramento. Confesión En este tema tenemos un serio problema. Habíamos llegado a unas ideas tan peregrinas que la inmensa mayoría de los cristianos han tirado por la borda este sacramento. Debo insistir, la culpa no la tienen los fieles sino los sacerdotes que le hemos tergiversado hasta el punto de hacerle completamente inútil para una verdadera espiritualidad. Tengo que decir de entrada, que el mayor bien que yo he hecho como sacerdote, ha sido en el marco de algunas confesiones. Ver llegar a una persona destrozada, con ganas de morirse y sin ningún aliciente para seguir viviendo y a los pocos minutos verla salir sonriente y con ganas de afrontar la vida con ilusión, no sabéis la satisfacción que produce. Los muchos nombres que ha tenido a través de la historia es la mejor prueba de la complejidad de este sacramento. Se le ha llamado reconciliación, penitencia, confesión, sacramento del perdón, etc.
A partir del s. X y durante demasiados siglos se ha utilizado como instrumento de control. El miedo a una condenación eterna ha sido la amenaza más frustrante para la persona creyente y con buena voluntad. Esta es, a mi entender, la principal causa de su práctica desaparición. Para mí, la aparición de la confesión individual en el s. VII, ha sido uno de los descubrimientos más positivos de los dos mil años de cristianismo.
La verdad es que tardó siete siglos en descubrirse y tardó menos de dos en estropearse. El darle un valor automático como remedio para salir del pecado por un poder externo del sacerdote o de Dios mismo, nos ha llevado a la devaluación total. También el haber convertido el confesionario como la taquilla donde sacábamos el billete para poder comulgar nos ha despistado del verdadero sentido de la confesión y la comunión. El haber insistido de una manera desorbitada en los pecados sexuales, hasta llegar a identificar moralidad con ausencia de lujuria, es otra de las aberraciones que hoy los fieles no pueden soportar. El haber obligado a la gente sencilla a revolver y revolver en la mierda, haciéndoles creer que nunca saldrían de esa situación a no ser por una acción externa, ha sido otro de los disparates que ha alejado de la confesión a la mayoría de los creyentes. Ya en el AT se habla de la necesidad de superar los fallos que como seres humanos afloran con frecuencia, pero en general, la idea que tenían de pecado era muy distinta a la nuestra. El nombre que mejor expresa esta idea del AT es “metanoia”, que significa un cambio de me ntalidad a la hora de afrontar la vida. Esa idea está más cerca de lo que debíamos entender hoy por confesión. Lo que se llamó penitencia en las primeras comunidades cristianas tenía poco que ver con lo que conocemos como confesión. Sólo hacía referencia a las ofensas a la comunidad y eran señaladas por la misma comunidad, exigiendo una separación de ella (excomunión) hasta que el penitente recuperara la confianza de la misma, dando muestras externas de su arrepentimiento. No se trataba de una reconciliación con Dios sino con la comunidad. El gran cambio se produjo en el s. VII hacia lo que desde entonces se ha llamado confesión. La iglesia oficial pasó, de un rechazo total (en un concilio de Elvira, se habla de “esa nefasta y presuntuosa manera de proceder”), a la
obligación de una confesión anual en el concilio IV de Letrán (1215). Pasado por una recomendación de la práctica en el s. IX. Nació como elemento liberador pero pronto se convirtió en una carga opresora. El miedo a las penas del infierno obligaba a pasar por la tortura de tener que auto acusarse y al cumplimiento de una penitencia con frecuencia durísima.
También en este sacramento funcionó el “ex opere operato” y con este
automatismo desapareció el sentido de metanoia.
Como todos los sacramentos está constituido por un signo y una realidad significada. El signo es la palabra que el sacerdote dice en nombre de Dios: “Yo te perdono”. Recordemos de pasada que en el evangelio Jesús dice: “tus pecados están perdonados”. Hoy seguimos utiliza ndo la fórmula, pero sabemos
que ni yo puedo perdonar nada ni Dios tiene nada que perdonar.
La realidad significada en este sacramento, es el amor que es Dios. Efectivamente, lo que estamos confesando es que Dios no falla nunca, aunque nosotros sí fallemos. El sacramento no pretende que Dios tenga que hacer un acto puntual de perdón. Dios es perdón siempre. Tus pecados están perdonados
antes y después de la confesión. El sacramento tiene que hacerte ver que Dios amor está en ti. Debemos encajar la confesión dentro del ámbito de la virtud de la penitencia. Aquí estamos experimentado un cambio muy profundo. Estamos superando la idea de que Dios está encantado cuando voluntariamente nos mortificamos. Nada más alejado de una comprensión humana del sacrificio. Dios no necesita mis sacrificios. Soy yo el que necesito controlarme. 4,000 millones de años de evolución han producido una inercia que nos lleva a buscar lo más cómodo, lo que me agrada, lo que menos me cuesta, etc. Para desplegar nuestra humanidad, debemos enderezar esas tendencias, no sólo cuando nos llevan a dañarnos a nosotros mismos y a los demás, sino en aspectos de la vida que no son dañinos, para estar seguros que cuando llegue el momento de la prueba, pueda responder adecuadamente. Eucaristía Tal vez sea más difícil que en otras materias el concretar donde estamos en relación a la eucaristía. Es verdad que se admitió desde el principio y nunca ha sido cuestionado. También se han mantenido casi exactamente los aspectos del rito, pero en cuanto a la realidad significada, la diferencia de lo que se creía al principio y lo que hoy se cree es abismal. La presencia real, no se consideró de importancia alguna durante mucho tiempo; en cambio en los últimos siglos fue el aspecto más sobresaliente y distintivo del sacramento. Toda la parafernalia de adoración desarrollada durante siglos, hubieran sido impensables para la primera comunidad. Para ellos lo importante fue la presencia de Jesús en medio de la comunidad. Hoy, la mayoría de los cristianos consideran la eucaristía como magia. Un hombre con poderes especiales y revestido de ornamentos singulares, que, repitiendo exactamente unas fórmulas mágicas, realiza un milagro sobre las especies de pan y vino y los convierte físicamente en el cuerpo y sangre de Cristo. Esta visión mágica estamos superándola, pero la mayoría de los fieles siguen pensando en conceptos mágicos. Para salir de esa dinámica el primer paso es descubrir que la eucaristía no la celebra un sacerdote, sino la comunidad. El sacerdote preside la celebración, pero no es ni el único ni el más importante protagonista. Lo importante es la asamblea es decir, la comunidad reunida para descubrir a Jesús en medio de ella. Hemos olvidado aquella frase de Jesús: “Donde dos o más estén reunidos e n mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Aquí está la clave de este sacramento.
Estamos empezando a descubrir que los signos no son el pan y el vino como elementos materiales sino el gesto de partir el pan para ser comido y el vino derramado, es decir bebido por todos. La presencia no está unida a la materia, sino al gesto de partir y repartir. Las palabras quieren explicar el gesto. El gesto es lo verdaderamente importante.
La traducción no está bien hecha. Cuerpo en la antropología del tiempo de Jesús significaba la persona. Para ellos cada ser humano era un todo indisoluble. Se podían distinguir cuatro aspectos: hombre carne, hombre cuerpo, hombre alma, hombre espíritu. Hombre cuerpo era la persona, el aspecto que nos permite comunicarnos con los demás. Entonces habría que traducirlo por “Esto soy yo”. Lo que nos está diciendo el signo es, que lo mismo que Jesús fue pan partido y repartido, dejándose comer para dar Vida a los demás, debemos ser nosotros. El gesto nos está diciendo: esto soy yo, esto tenéis que ser vosotros. A Cristo lo hacemos presente cuando nos partimos y repartimos por los demás. Lo mismo que él hizo presente a Dios cuando se dio a los demás totalmente. El signo del cáliz es, si cabe, más expresivo aún. Para los judíos, la sangre era la misma vida. No signo de la vida como para nosotros, sino la misma vida; de tal modo que tenían prohibido terminantemente beber la sangre de los animales porque era vida y la vida era propiedad exclusiva de Dios. Jesús al repartir el cáliz, está diciendo: yo doy mi vida por los demás, haced vosotros lo mismo. La realidad significada no es la presencia de Jesús en los elementos sino el don total (amor) de Dios, significado en la manera de actuar de Jesús durante su vida. De la misma manera que el pan y el vino son signos de la vida biológica porque la mantienen. Jesús, dándose a los demás totalmente, es signo de la verdadera Vida. El sacramento no hace alusión a la muerte sino a la vida de Jesús. La celebración de la eucaristía lleva consigo la disponibilidad para dar la vida como Jesús. Y no me estoy refiriendo a morir por… sino a vivir volcado hacia los
demás, poniéndome a su servicio. Sin ese compromiso la celebración se queda en puro folklore. Desde esta perspectiva, podemos comprender hasta qué punto hemos hecho de las eucaristías un rito vacío y sin contenido alguno verdaderamente religioso. Comunión, no es el nombre adecuado, sin eucaristía no hay comunión. Hoy sabemos que la comunión no tiene entidad por sí misma, que es una parte de la celebración de la eucaristía y no se puede separar de ella. Como sacramento, la eucaristía es el signo de la entrega total de Jesús a los demás. La comunión no tiene sentido si no se le asocia a una eucaristía. Teníamos que descubrir también que la eucaristía no tiene sentido si no la acompaña la comunión. Muchos sacerdote siguen insistiendo en lo requisitos para poder comulgar. Según ellos, hay fieles que están preparados para comulgar y otros no lo están. Y advierten desde el público, que nadie se acerque a comulgar sino se ha confesado antes. Esta separación de la celebración y la comunión, empobrece a ambas y distorsiona el sacramento. Esta actitud indica la degradación que ha sufrido este sacramento. Tan distorsionador es celebrar sin comulgar como comulgar sin celebrar la eucaristía. Sabemos que Jesús hizo por primera vez el gesto durante una comida festiva. Pero nosotros hemos hecho lo posible por desvincularla de toda conexión con una comida celebrativa, perdiendo así todo el mordiente que podía tener la
identificación con una comida familiar o entre amigos. Descubrir la cercanía del otro, es clave de lo que celebramos En el relato evangélico, Jesús no tuvo inconveniente en dar el pan a Judas, aun sabiendo que le iba a entregar unas horas más tarde. Algunos sacerdotes manifiestan públicamente su indignación porque la gente va a comulgar sin confesarse. Menos mal que el Papa ha dejado la cosa muy clara cuando se atrevió a decir una frase que yo vengo repitiendo hace muchos años: “la
comunión no es un premio para los buenos, sino una ayuda para los que no lo somos”.
Es ridículo pensar que Dios pueda considerar a unas personas preparadas para comulgar y otras que no lo están. Otra vez asoma la oreja la visión maniquea de nuestra religión, que nos atrevemos a aplicar incluso a Dios. Yo soy bueno y tú eres malo. Dios me tiene que querer y premiar a mí por mis méritos y tiene que rechazarte a ti porque no cumples su voluntad. Estamos empezando a comprender que la relación de Dios con cada uno de nosotros no puede estar condicionada por lo que hacemos o dejemos de hacer. Dios me amará siempre por lo que Él es, nunca por lo que yo soy. No puede hacer distinciones entre unos y otros en ninguna materia. Dios no es un ser que ama, sino el Amor. Su esencia es amor y no puede dejar de amar porque dejaría de ser. Extremaunción En este tema vamos a hablar no sólo del sacramento como tal sino de todo lo que envuelve al rito y los conceptos que da por supuesto. Juan XXIII habló de abrir las ventanas de la Iglesia para renovar el aire enrarecido. El Vaticano II fue un vendaval que arrastró un cúmulo de nubarrones fuera del ámbito del cristianismo. Es verdad que esa renovación no ha llegado a la mayor parte de la comunidad, pero sigue siendo un revulsivo para todo el que quiere avanzar. El hecho de que hayamos sustituido el nombre de “extremaunción” por el de “unción de enfermos”, nos está hablando con toda claridad del cambio que se ha
producido en la comprensión de este sacramento. Este sacramento y toda la parafernalia que acompañaba la ceremonia de las exequias, es la que más ha cambiado, pero sigue sin ser comprendida y aplicada por la mayoría de los sacerdotes. En ella se mezclaban los más antiguos ritos mágicos con las creencias más absurdas sobre la muerte y el más allá. No sólo estamos superando los novísimos (muerte, juicio, infierno, gloria) sino que tenemos que abandonar la tentación de imaginarnos el más allá como una continuación del tiempo y el espacio. Juan Pablo II, que no podemos tachar de progresista, dejó caer en cierta ocasión que el cielo no era un lugar. Se armó un verdadero revuelo periodístico, como si hubiera cambiado los fundamentos de la fe. Por lo que yo sé, la teología oficial nunca enseñó que el cielo o el infierno fuera un lugar físico. Oficialmente siempre se entendieron las
formulaciones sobre el más allá, como simbólicas, pero al pueblo sencillo se le dejó ir por un camino muy distinto. Aún hoy, la mayoría de los fieles sigue pensando en fuego real para el infierno y en un lugar maravilloso, con Dios y todos los santos, para el cielo. Tanto el miedo al infierno así entendido como el deseo del cielo como lugar de bienestar infinito, nos ha metido el miedo en el cuerpo. La eternidad es ausencia total de tiempo y espacio, no una suma infinita de ambos. La materia nunca podrá ser eterna. La necesidad de la confesión a la hora de la muerte para garantizar la salvación, supuso una tortura para muchos fieles. Lo único que te podía salvar del fuego eterno era una absolución a última hora. La fe ciega en el valor automático de un rito, dejaba a los familiares tranquilos. No encontrabas una esquela sin el latiguillo: “habiendo recibido los santos sacramentos y la bendición de su Santidad”. Aunque hubiera muerto instantáneamente en un accidente.
Fíjate en el absurdo. Toda una eternidad dependiendo de la casualidad de poder encontrar un sacerdote en el momento de la muerte. En el caso de que fuera cierta esa creencia, ¿de qué dios estamos hablando? De nada te habrían servido ochenta años de entrega a los demás si el último domingo hubieras faltado a misa. Una religión así resulta patética y mantenía a los fieles en un constante pánico. Todavía hay sacerdotes que se resisten a superar esta dinámica. Siguen creyendo que depende de su presencia in extremis que el difunto se haya ido al infierno o goce toda la eternidad de la presencia de Dios. El hecho de que se haya creído durante siglos, no garantiza que refleje la idea que Jesús tenía de Dios, ni puede sancionar la idea de un hombre hundido en la miseria por sus pecados. El lenguaje de la liturgia era pavoroso. Desde el “dies illa dies irae calamitatis et miseriae”, hasta pedirle a todos los ángeles y santos que intercedieran por el
difunto, esperando que un Dios sensible a su oración, cambiara la sentencia a última hora. El dios que reflejaban estas expresiones estaba a años luz del mensaje de Jesús en el evangelio. Sin embargo se ha mantenido durante siglos sin pestañear.
El Cardenal Müller, prefecto de la Congregación Congregación para la doctrina de la fe, acaba de publicar una instrucción que ha dejado al público boquiabierto. Después del pomposo título: “Ad resurgendum cum Christo ”, se queda en una sarta de chorradas sobre las cenizas de los muertos o si es mejor enterrarlos o incinerarlos, dando a entender que sepultarlos facilita a Dios D ios la ardua tarea de la resurrección. Estamos superando la idea de una resurrección, entendida literalmente como la recuperación del cuerpo físico para que permanezca eternamente. Como en el caso de la eucaristía, el empleo de la palabra “cuerpo”, nos ha metido en un
buen lio. La palabra que hemos traducido por cuerpo, no significaba cuerpo sino persona. La parte del ser humano que hacía posibles las relaciones interpersonales. Por eso no se podía concebir un ser humano sin cuerpo.
Para hablar de una permanencia en el ser más allá de la muerte, no necesitamos para nada la materia corporal. Una vez que sobreviene la muerte, lo que queda ahí del difunto no es más que un montón de estiércol. Podemos hacernos la ilusión de que allí queda algo del ser querido, pero no deja de ser nada más que eso, una ilusión. El asumir la distinción griega de alma y cuerpo nos ha jugado una mala pasada. No estamos cuestionando el respeto y la veneración que se ha tenido a los muertos desde tiempo ancestral. Estamos tratando de comprender que hoy podemos mantener esa veneración, sin necesidad de hacer referencia a un cadáver. Un cuerpo que se pudre en la tierra, no representa mejor lo que es un ser querido que un pequeño montón de cenizas. Ni uno ni otro tiene nada que ver con lo que es el difunto. Por fortuna hay muchos sacerdotes que están cambiando la manera de afrontar los ritos funerarios. La misma Iglesia oficial ha dado un cambio copernicano a los textos de la liturgia de difuntos. Hoy se insiste más en la vida que en la muerte. Incluso en la celebración de un funeral debemos insistir en que estamos dando gracias a Dios por la vida del difunto, no pidiéndole que tenga piedad de sus pecados. A la pregunta, tantas veces repetida de ¿qué va ser de mi cuando me muera? Yo contesto: ¿Qué eras tú antes de nacer? Es un ejercicio mental que nos permite descubrir lo absurdo de la pregunta; porque suelen decirme que no era nada y entonces les argumento: tú eras para Dios antes de nacer, lo mismo que eres ahora mismo y lo mismo que serás por toda la eternidad. Yo, que soy contingente, puedo conectar con el Absoluto en un momento determinado. Pero Dios si conecta contigo en un instante, es que está conectado toda la eternidad, porque Él está fuera del tiempo y del espacio. En Dios no puede haber ningún cambio. Debemos superar la idea de un Dios que hace y deshace, pone y quita, que hoy es de una manera y mañana puede cambiar. Lo que Dios es para ti, es siempre lo mismo, pero lo que tú puedes vivir de esa realidad, depende de ti. No hay nada que esperar de Dios. Todo lo que Dios puede aportar a tu ser, ya te lo ha dado. Esperar que Dios haga algo por mí, ahora o para el más allá, es sencillamente demencial. La conclusión es sencilla. En este instante puedes vivir la eternidad. O de otra manera, lo que será la eternidad para ti, depende de lo que ahora vivas. Orden También este sacramento está empezando a conmoverse. Las connotaciones mágicas que todavía arrastra la figura del sacerdote, están resquebrajarse. Empezamos a comprender que nadie puede tener unos poderes divinos que la mayoría de los mortales no tiene. El sentido de casta que el sacerdocio ha tenido desde tiempos ancestrales, está cediendo ante la comprensión de su carácter de servicio.
La irrupción de la polémica del sacerdocio femenino no es más que un signo de que estamos superando esa etapa. Los protestantes nos han tomado la delantera y esa postura valiente puede ayudarnos mucho a superar también la nuestra. Todos los argumentos que se dan en contra del sacerdocio de la mujer son absurdos o interesados, esgrimidos por los que no están dispuestos a renunciar a sus privilegios y su parcela de poder. En este tema también tenemos que recordar el evangelio y atrevernos a sacar del arca lo nuevo y lo viejo. Durante siglos, la eucaristía se celebraba en las casas y la presidía el que, dentro de los reunidos, estaba mejor preparado para hacerlo o el dueño-dueña de la casa donde se celebraba. Es bastante lógico que el más preparado fuese el más anciano, es decir el presbítero. De ahí el nombre al sacerdote. El hecho de que el crecimiento de las comunidades llegase a exigir que algunas personas se prepararan para ese ministerio, no tenía por qué haber terminado en la casta de privilegiados. Es demencial que miles y miles de sacerdotes, que han sido preparados para presidir una comunidad, hayan terminado como dirigentes eclesiásticos sin más función que la honorífica de presidir y controlar a otros. Ya dijimos que la eucaristía la celebra la comunidad no el sacerdote. Aunque es verdad que en toda reunión un poco seria, tiene que haber alguien que la presida. El que preside participa como todos los demás, del sacerdocio de Cristo, que no es un sacerdocio ministerial sino ontológico. El sacerdocio que teníamos que valorar de verdad es el sacerdocio de los fieles, del que todos participamos. Estamos descubriendo la incoherencia de que muchísimas comunidades cristianas están hoy privadas de la eucaristía por la escasez de sacerdotes. El primer paso para solucionar este problema y el del sacerdocio de las mujeres, sería superar la concepción mágico-mítica del sacerdote. Nos queda mucho por andar pero ya estamos en marcha. Matrimonio Es uno de los sacramentos que más tardó en estructurarse, tal como lo conocemos hoy. Es también, en el que más cosas tenemos que cambiar. No basta repetir machaconamente, indisoluble, indisoluble, indisoluble. Debemos analizar con sumo cuidado todos los elementos que forman parte de esa celebración, partiendo del hecho de que la celebración de la unión de una pareja para formar un nuevo hogar, es una costumbre ancestral, que la Iglesia elevó a la categoría de sacramento. Por ser una institución profundamente humana, es anterior y más profunda que lo específicamente religioso. Quiero decir que también el que no pertenezca a ninguna religión puede aprovechar el matrimonio para crecer en humanidad. Sólo a través de las relaciones con los demás, podemos crecer en humanidad y la relación entre personas que puede llegar a una mayor profundidad, es la relación de pareja.
En esta relación tan singular entra en juego el amor, que es una posibilidad exclusivamente humana. Me deja perplejo que hoy se hable del matrimonio sin mencionar el amor. El amor es el valor supremo que podemos descubrir en el ser humano. Ser más humano significa ser capaz de amar más. También podemos decir que se acerca más a lo divino, el que más desarrolla su capacidad de amar. Claro que el amor del que estamos hablando no es instinto, ni pasión, ni interés propio, ni simple amistad, ni deseo de que otro me ame. Todas esas realidades pueden ser positivas, pero no son suficientes para determinar el amor del que aquí hablamos. Sé perfectamente que no es fácil explicar de qué estamos hablando. La mejor definición que he visto de amor es esta: es la capacidad que tienen dos seres de ocupar el mismo espacio. Sería la fusión de dos seres humanos en una unidad superior que, en vez de aniquilar a las partes, las potencia hasta el infinito. El verdadero amor es lo más contrario al sacrificio por el otro o a la renuncia a algo. El egoísmo destroza al que lo da y al que lo recibe. El amor enriquece siempre a ambos. El amor lleva consigo siempre querer al otro como ser humano y no como objeto del que me puedo aprovechar. No se basa en las cualidades del otro, sino en lo que yo soy. Si quiero a otro por sus cualidades, sean las que sean, cuando desaparezcan no habrá motivo para amarle. Pero también puede suceder que encuentre a otra persona con mejores cualidades, a la que tendré que amar más que a la primera. ¿Qué añade a esta relación de amor, el sacramento? Este sacramento, como todos es signo de una realidad trascendente. El signo son las palabras por las que afirman quererse. La realidad significada es que ese amor es participación del amor que es Dios y se hace presente en ese amor manifestado. La primera conclusión de lo dicho hasta ahora, es que nunca habrá sacramento si no existe auténtico amor. Fijaos que decimos amor auténtico, no perfecto. Entre creyentes, siempre que hay amor, hay sacramento. Aunque no haya ritos. Durante siglos no se exigió más ceremonia que la reglamentada civilmente. En contra de lo que se cree, que se haga ante el altar o ante el juez, es irrelevante. Siempre será preferible amor sin ceremonia a ceremonia sin amor. La indisolubilidad no es consecuencia del rito o contrato jurídico. Los contratos, por muchas firmas que aporten, son siempre rescindibles. Lo único que es indestructible, es un auténtico amor. Aunque parezca insólito, la ruptura es la mejor prueba de que nunca hubo un verdadero amor. El verdadero amor no se puede acabar. En cambio en el falso, el egoísmo termina siempre por aparecer. Diremos algo también sobre la sexualidad. Está claro que su marco adecuado es el matrimonio. Creo que está superada la idea de que sólo era lícita cuando estaba orientada a la procreación, pero quedan muchos aspectos que vamos aclarando. El matrimonio no es la licencia de corso para satisfacer legalmente un instinto que nos sobrepasa.
No se trata de legitimar unos actos. Se trata de utilizar un instinto para humanizar a las dos partes. La sexualidad humaniza cuando es expresión de un amor auténtico. Deshumaniza cuando es la expresión de un egoísmo porque sólo se busca la satisfacción del placer personal sin tener en cuenta al otro. No es suficiente que normas legales la legitimen. Puede ser legítima pero inhumana. Dentro de este marco, queda claro que no puede existir el divorcio. Sólo es posible la nulidad. Sólo hay sacramento, es decir, signo + significado, si hay auténtico amor. Ni el derecho civil ni el canónico pueden ser fundamento de la indisolubilidad. Sólo el verdadero amor, que es por sí mismo indestructible, puede fundamentar la indisolubilidad. Pero ya dijimos que la mejor prueba de que no hubo amor es que, en un momento determinado desaparece. Dos palabras sobre la familia para terminar. En el NT no existe un modelo de familia cristiano. Los valores cristianos se pueden dar en distintos modelos de familia. El primer cristianismo se desarrolló en el ámbito del imperio romano, que tenía una institución familiar muy bien estructurada jurídicamente. El fallo estuvo en que la aceptaron sin analizar sus defectos. La familia romana no tenía para nada en cuenta el amor. Era un contrato jurídico en toda regla. Los hijos eran el objetivo de todo matrimonio. La mujer quedaba anulada como sujeto jurídico. Estos tres defectos se terminaron vendiendo como virtudes cristianas y se consolidaron hasta nuestros días. Hace bien poco el Papa Francisco tuvo que decir que no se puede tener hijos como conejos. Se repite machaconamente que la familia está en crisis. Yo más bien creo que lo que está en crisis es la maduración de las personas como seres humanos. Lo humano es el valor supremo tanto en el hombre como en la mujer. Si los valores que hemos considerado como verdaderamente humanos están en declive, es lógico que no haya base para una convivencia verdaderamente humana. El verdadero enemigo del matrimonio no es el divorcio, como creen algunos sino el que un matrimonio funcione porque los dos satisfacen su egoísmo. Las relaciones familiares basadas en el interés, aunque sea mutuo, no hace a las personas más humanas. Mucho peor si se basan en la dominación de uno por el otro. Hasta ahora la mujer solía aguantar carros y carretas porque no tenía ninguna posibilidad de subsistencia si se separaba de su marido. La verdad es que para la Biblia (ni en el AT ni en el nuevo) se percibe problema alguno con la sexualidad. Salvo rarísimas excepciones, se trata con la mayor naturalidad. Se hacen sobre ella menos anotaciones que sobre el comer. El maniqueísmo de los primeros siglos del cristianismo fue quien distorsionó el tema hasta convertirlo en el monstruo de siete cabezas que todos hemos conocido y temido. Recordad, para empezar, que, durante siglos, fue el único pecado, que no admitía materia leve. Con relación al sexo, todo era pecado mortal. El más mínimo pensamiento impuro consentido, podía mandarte al infierno para toda la
eternidad. Me gustaría saber quién tuvo hilo directo con Dios para hacernos creer semejante monstruosidad. Hoy nos horrorizan las noticias de violaciones y atribuimos esos hechos a personas depravadas. Para descubrir la maldad de estas acciones no hace falta ninguna revelación que nos diga que son actos inhumanos. Pero inculcar a los niños que cualquier tontería en esa materia será castigada por Dios con el infierno, es una depravación inadmisible. Con relación a los anticonceptivos aún sigue la institución manteniendo normas completamente inhumanas. No me explico por qué hemos prescindido de la capacidad de pensar en esta materia. Estamos utilizando a todas horas métodos no naturales para superar deficiencias biológicas. ¿Por qué en este caso no podemos utilizar la racionalidad? Sabiendo que el uso de preservativos es la única manera eficaz de impedir el contagio del sida y otras graves enfermedades, incluso sabiendo que podía ser un medio para regular la natalidad, para hacer más asequible una paternidad responsable, se ha puesto por delante la “voluntad de Dios” y se ha considerado
pecado mortal, liberarse de una enfermedad destructiva.
En nuestra sociedad, lo normal es que dos jóvenes se enamoren alrededor de los veinte años, pero por diversas circunstancias es muy probable que no se puedan casar hasta los treinta y cinco. ¿Qué sentido tiene el obligarles a permanecer “castos” durante todo ese tiempo, sólo esgrimiendo un mandato divino, que se han sacado de la manga mentes sucias y calenturientas? No estoy diciendo que la sexualidad de hoy sea mejor que la anterior. También hoy encontramos aberraciones serias y destructivas. El sexo exprés o el sexo a la carta es una devaluación sin paliativos de las personas. Una fiesta, dos jóvenes se conocen y al cabo de media hora ya están en la cama. Esto es también una degradación que deshumaniza, aunque los dos lo hagan voluntariamente. El sexo es un instinto que permite la mayor humanización y la mayor deshumanización. Si no se maneja con clarividencia puede destrozar una vida. Si se degrada con tanta facilidad es porque no hemos sabido encauzar la conciencia de los jóvenes en un auténtico desarrollo sexual. Y la prohibición no es la mejor norma de educar en esta materia tan sensible. Yo tengo una norma muy simple para distinguir entre el sexo que humaniza y el que deshumaniza. Estamos tratando del más potente de todos los instintos pero la razón puede sublimarlo o deteriorarlo hasta límites casi infinitos. La razón puede utilizar el instinto para mostrar de una manera inigualable, un auténtico amor. Y puede utilizarlo para desplegar el más refinado de los egoísmos. Cualquier grado de sexualidad es positivo cuando es manifestación de un verdadero amor y un medio para potenciar la relación de pareja. Es destructor cuando se busca por satisfacer el placer individual sin tener en cuenta al otro e
incluso atropellando al otro en sus sentimientos más íntimos. Esta norma es válida en todas las circunstancias. Con el divorcio pasa algo muy parecido. Primero se entiende mal el sacramento, reduciéndolo a un signo externo sin contenido. Después se hace ver que lo importante es ser fiel a ese contrato puramente formal sin tener en cuenta si una nueva situación aconseja la superación de una situación, que puede llevar a los seres humanos a la mayor inhumanidad. Para que exista sacramento tiene que haber un verdadero amor. El signo del sacramento tiene valor en la medida que hay una realidad significada. Esa realidad es el amor. Si no existe, todo queda reducido a un garabato, por muy sagrado que sea el lugar donde se lleva a cabo o muy cualificado que esté el ministro que lo sanciona. Una vez más se ha llegado a dar importancia a lo formal y olvidado lo sustancial. El tiempo demostrará si ese amor fue auténtico. Si en un momento vemos que no hay verdadero amor, no es que se ha terminado, porque lo verdaderamente indestructible es un amor verdadero. La Iglesia tiene razón en que no se puede separar lo que Dios ha unido, pero si se separa, es la mejor demostración de que Dios no ha tenido arte ni parte. No hay nada que disolver porque no ha habido sacramento. Por mantener normas humanas en nombre de Dios hemos llegado al absurdo de querer perpetuar una situación de auténtica inhumanidad en nombre de ese mismo Dios. Obligar a convivir, incluso en la cama, a dos personas que no se aman, es el signo más mezquino de inhumanidad. Pero al mismo tiempo es negarle al ser humano su condición de contingente y la posibilidad de equivocarse y rectificar. También estamos empezando a comprender, que el fin del matrimonio no es la procreación. La manifestación de un auténtico amor y la ayuda mutua en la tarea de humanizarse es mucho más importante que el tener hijos como conejos. A pesar de lo que dijo el Papa, hay todavía muchos sacerdotes que siguen proponiendo la paternidad como fin último del matrimonio. En el tema de la homosexualidad, hemos mantenido posturas aberrantes. Hemos destrozado infinidad de vidas sólo porque hemos sido incapaces de comprender distintas maneras de afrontar la sexualidad. Hemos obligado a sentirse pecadores a muchas personas, porque sus sentimientos no coincidían con nuestro modo de ver el sexo. Es deprimente que, durante siglos, hayamos dado más importancia para determinar el sexo de un ser humano, a un colgajo más o menos, en vez de valorar la vivencia profunda de cada persona. Hoy sabemos y aceptamos que lo que cada uno siente en lo hondo de su ser, es lo importante, aunque no esté de acuerdo con lo que nos dice su biología externa.
En moral Ya hemos visto que la religión tuvo una influencia decisiva en la socialización del ser humano. Las normas promulgadas en nombre de Dios, fueron mucho más eficaces que las leyes que podía dictar el monarca de turno. Gracias a ellas, la convivencia se hizo posible y mejoró el bienestar de todos. Sin esa perspectiva la vida en comunidad hubiera sido mucho más problemática. Pero con el tiempo, el afán de poder de los dirigentes, tergiversó ese objetivo. Las normas morales se convirtieron en férreo control de la vida pública y privada. Las normas, pretendidamente religiosas, se fueron acomodando a los intereses de la autoridad. Incluso cuando se descubrió su relatividad y a veces su perversidad, nadie se atrevía a cambiarlas, porque se ha propuesto como voluntad de Dios. El problema que se nos platea hoy es peliagudo. Si hemos tomado conciencia de que los mandamientos no vienen directamente de Dios ¿Cómo darles ahora fuerza si ya no son preceptos impuestos por una divinidad? Si recuperamos el sentido etimológico de moral (costumbre) todo será mucho más fácil. El ser humano descubre lo que le ayuda a ser, por la experiencia personal de cada individuo. Esa experiencia continúa y aumenta el conocimiento de lo que es bueno o malo para todos los ser humanos. Ofrecer a Dios animales o productos de la tierra se creyó que era la voluntad de Dios, aunque la gente se muriese de hambre. Sacrificar seres humanos se creyó en algún momento de nuestra historia que era muy bueno. La necesidad de agradar a los dioses para ponerlos de nuestra parte, nos llevó a cometer todas esas atrocidades, pensando que les agradaría. Hoy, a los que siguen pensando así, los llamamos bárbaros. En esta materia, la intrincada maraña de ritualismos, que hemos tejido durante dos mil años, está dificultando la superación de tantos traumas como se han suscitado. La Iglesia-institución parece que no tiene nada que cambiar, pero el pueblo llano está buscando por su cuenta y desesperadamente soluciones aceptables. El mundo sigue su curso La evolución del cosmos, del sistema solar sigue su curso sin verse afectada por la aparición del ser humano. En lo que se refiere a la tierra parece que es otro cantar. Los avances de la técnica han sido tan espectaculares, que empiezan a afectar a la marcha evolutiva de la vida sobre la tierra. Parece que estamos deteriorando su habitabilidad, destruyendo sistemas biológicos enteros. En todas las edades geológicas se han dado cambios más drásticos que en nuestro tiempo, pero parece ser que hoy es el ser humano el que está provocando esos cambios. A través de cuatro mil millones de años, ha habido extinciones masivas de especies. Lo singular de nuestro tiempo es que esos cambios son demasiado rápidos y no vamos a tener tiempo de adaptarnos a la nueva situación.
La solución no está en que una asociación salve de la extinción a esta o a aquella especie. La solución estaría en conservar los hábitats que hacen posible la diversidad de vida. Y si es inevitable que una especie desaparezca, debemos propiciar que la naturaleza tenga recursos para hacer surgir otra u otras muchas especies, como ha sucedido durante 4,000 millones de años. Todos seres humanos sin excepción, deben llegar a comprender que la racionalidad no les da patente de corso para actuar de una manera antinatural con la naturaleza. Todo lo contrario la inteligencia nos tenía que ayudar a encontrar una relación cada vez más natural con todo lo creado, sean minerales, vegetales o animales. Estamos aquí para perfeccionar la naturaleza no para destrozarla. Humanidad y mundo hoy En líneas generales, el hombre está construyendo un mundo más habitable para la raza humana. Pero en esa transformación no se ha tenido en cuenta que el ser humano vive en inevitable contacto y dependencia con todas las demás especies y necesita de ellas para poder subsistir. Hasta hace muy poco se creía que los recursos de la tierra eran inagotables y nadie se preocupó por mantener un equilibrio imprescindible para que la vida siga. En muy pocos años, la ecología ha entrado en todos los rincones de la sociedad hasta convertirse en una de las preocupaciones fundamentales de nuestro tiempo. La toma de conciencia de que nosotros y la tierra formamos un todo inextricable nos está llevando a la responsabilidad y al realismo. Ya estamos haciendo mucho por corregir los errores que hemos venido cometiendo desde hace siglos. Es muchísimo más lo que nos queda por hacer y con poco tiempo para rectificar. La inmensa mayoría de los habitantes del planeta no tienen ninguna culpa de su deterioro, pero por desgracia, son los que más están pagando las consecuencias de los abusos. Son las grandes potencias industriales las que se han beneficiado del abuso de los recursos y son ellos los que debían hacer el esfuerzo por evitar el desastre. Es completamente injusto que los no culpables paguen el pato. Si los recursos son cada vez más limitados, lo justo sería que los países con un nivel de vida más elevado, sean los que tengan que apretarse el cinturón para paliar el problema. No tiene ni pies ni cabeza que obliguemos a apretarse el cinturón al que está en los huesos. Es una gran tiranía, el impedir, directa o indirectamente, que la inmensa mayoría de la población mundial acceda a los bienes indispensables para llevar una vida mínimamente humana. Lo que en estos días está pasando con los refugiados de Siria y de África, es sangrante y demuestra la actitud de los privilegiados de Europa que defienden con uñas y dientes sus privilegios, aún a costa de infinidad de sufrimiento y muerte. Desde que existe el hombre, ha habido migraciones en busca de alimentos o de seguridades. La causa de las invasiones de todos los tiempos ha sido siempre la misma, buscar tierras más fértiles o huir de los peligros de otros seres humanos. Hoy
sabemos que ninguna raza o etnia es originaria de la tierra que hoy la acoge. ¡Cómo podemos esgrimir el absurdo argumento de que es nuestra! El egoísmo nos hace perder la perspectiva adecuada para juzgar las situaciones que nos afectan. Es deprimente que la relativa globalización sólo se haya conseguido en el aspecto económico y sólo porque está promovida por los intereses materiales de multinacionales o países enteros. La inmensa mayoría de las guerras desatadas en los últimos siglos han tenido como origen los intereses económicos, aunque hayan sido camuflados bajo otros slogans y justificantes como la paz o la democracia. Si los intereses materiales y egoístas siguen rigiendo la política internacional, el mundo no tendrá porvenir alguno. La culpa de esta actitud la tenemos todos. No basta proclamar las injusticias a nivel personal o de pequeños colectivos. Hace falta que todos los individuos se comprometan en el cambio de actitud y el bien de todos prevalezca incluso sobre mi interés personal. A todos se nos llena la boca hablando de solidaridad, pero en cuanto el ser solidario conlleve una baja en mi nivel de “bienestar” o en las prestaciones que
recibo del gobierno, se acabó la solidaridad. Para construir un mundo más humano, debemos asumir que un bienestar de unos pocos, a costa del sufrimiento y la miseria de la mayoría, no podemos considerarlo progreso humano. Dios expulsado del mundo De la misma manera que fue el ser humano el que creó a Dios o a los dioses, hace ya tiempo que ha empezado a destruirlos. Ya a principios del siglo XIX, dice la leyenda que Laplace contestó a Napoleón, que se extrañó de que en su gran obra científica, no mencionara una sola vez a Dios: “Señor, no necesito de esa hipótesis”. Esta anécdota muestra la importancia que tuvo para la ciencia el
sacudirse el corsé de la religión con todos sus mitos.
Esta actitud es comprensible y lógica en el ámbito científico, pero expulsar a Dios de todos los aspectos de la vida humana me parece un poco excesivo. Para comprender esta aparente contradicción habría que distinguir entre la realidad de Dios y los conceptos en que nos empeñamos en meter esa realidad insondable. Dios no se opone a ninguna ciencia, pero el ídolo que hemos creado, con frecuencia ha impedido el legítimo desarrollo del conocimiento científico. Desde el Júpiter tonante hasta el dios del juicio final están perdiendo terreno a marchas forzadas en la conciencia humana. Ni en nuestra propia religión tienen ya fuerza alguna las amenazas con el fuego eterno. Los mitos ancestrales han sido sustituidos por visiones más de acuerdo con los conocimientos que hoy tenemos del mundo del hombre y de Dios mismo. Una vez más hay que recordar que la razón no nos puede llevar a saber lo que Dios es, pero nos puede decir lo que no puede ser. La necesidad de sustituir las ideas que hemos manejado de dios o dioses, sí procede de la razón, aunque no es ella la que tiene que dar una respuesta adecuada. El fallo que hemos
soportado ha sido que se ha dado por buena la respuesta de la razón a un tema que le desborda. Hoy, al necesitar una superación del dios que se ha tenido por verdadero, o queremos buscar otro utilizando el mismo método o nos quedamos sin nada, como revancha por haber sido engañados. La respuesta es buscar personalmente lo divino sin razonamientos. Sólo viviendo en lo hondo de nuestro ser la realidad trascendente, superaremos la alternativa fatal de: o el dios de siempre o nada.
IV HACIA DÓNDE CAMINAMOS Si analizar el pasado era muy difícil, mucho más complicado será adentrarnos en el futuro. Ni la imaginación más atrevida puede, en estos momentos, prever lo que está por venir, incluso en el horizonte más cercano. La posibilidad de viajar a velocidades supersónicas, tanto por aire como por tierra, las posibilidades de la nanotecnología aplicada a la medicina y la industria, el ámbito de la interacción de la máquina y la vida, son campos que quitan el aliento. El panorama que podemos observar en este comienzo de siglo es tan complejo que es casi imposible atender a todos los frentes. Un siglo XX especialmente convulso y de inmensos contrastes, da pie a cualquier interpretación, desde la más pesimista al optimismo absoluto. Los logros y desastres que se han vivido en estos cien años no tienen parangón en toda la historia de la humanidad. Si pensamos en las dos guerras mundiales, en la bomba atómica, en la guerra fría que sigue ahí, aunque congelada, en los incontables genocidios, en las injusticias a todos los niveles, en la hegemonía absoluta de lo económico sobre cualquier otro valor, en el hedonismo que lo invade todo, en el consumismo que afecta incluso al que no tiene posibilidad de consumir nada, podíamos caer en el pesimismo más absoluto y concluir que el ser humano no tiene salida alguna en el futuro. Si pensamos por otra parte, en la cantidad de logros alcanzados en todos los órdenes durante ese mismo siglo, tendríamos motivos para el optimismo más desbordante. Desde el punto de vista científico se han producido más avances que en los dos milenios anteriores. En el campo de la astronomía se han conseguido avances increíbles. La física cuántica nos ha llevado hasta los límites de lo infinitamente pequeño. No digamos nada desde el punto de vista técnico. Las gigantescas obras de ingeniería, el desarrollo de nuevas fuentes de energía, abren horizontes inimaginables. En sanidad se ha conseguido la superación de infinidad de enfermedades. La lucha contra el cáncer y contra el sida, aunque no está ganada, nos da motivos para la esperanza. En lo social los avances no han sido menores, en muchos países se ha conseguido un bienestar económico y social que era impensable hasta hace muy poco.
Todo esto quiere decir que estamos ante alternativas que podíamos considerar grandiosas. El ser humano se ha dotado de instrumentos que le permiten logros sobrehumanos y, a la vez, de capacidad para provocar increíbles desastres y deshumanización. En ambas direcciones puede desplegar medios inconmensurables de integración humana y destrucción. La responsabilidad es hoy mayor que nunca porque las posibilidades son mayores.
Futuro de la tierra La ciencia lo tiene bastante claro. Las leyes de la evolución del cosmos son inexorables. Aunque algunos aspectos aún se nos escapan, en líneas generales sabemos hacia dónde camina todo el universo y en especial nuestro sistema solar y nuestra querida tierra. Sabemos que dentro de un tiempo nuestro planeta se convertirá en inhabitable. De la misma manera que tuvo que pasar un largo periodo desde que se formó hasta que pudo aparecer la vida sobre él. Sabemos que el sol se convertirá, dentro de 5,000 millones de años más o menos, en una gigante roja que engullirá la tierra. Pero no podemos asegurar que el calentamiento de la tierra no nos juegue una mala pasada y dentro de muy pocos años nos encontremos con sorpresas desagradables, como puede ser la subida del nivel del mar demoledora, si consideramos que la mayoría de las grandes ciudades están junto a la costa. Catástrofes de esta magnitud se han producido en todas las épocas. En algunas de ellas se produjeron aniquilaciones masivas de especies, pero la tierra se ha recuperado y la vida ha seguido adelante. Está claro que una catástrofe que aniquilara hoy al ser humano, sólo sería irreversible para él. La vida seguiría en sus formas más simples y por lo tanto más adaptables. Incluso habría tiempo para que surgiera otra vez la inteligencia. El futuro de la tierra como planeta no depende del ser humano, pero debíamos preocuparnos por lo que hoy podemos hacer para evitar catástrofes que si dependen de nosotros. Estamos empezando a tomar conciencia de lo que significa la ecología. La tierra es nuestra casa común que tenemos que compartir con el máximo de especies posible. Sabemos que la existencia de una sola especie es inviable. Hoy tenemos medios para cambiar el sentido de algunos procesos que sabemos nos pueden llevar a la destrucción de la especie. Los recursos de la tierra para mantener el estado de bienestar no son inagotables. Es radicalmente injusto pretender que unos pocos sigamos desfrutando de recursos que hoy sabemos, no podrían alcanzar a todos los humanos. Pero los privilegiados no estamos dispuestos a reducir nuestro estado de bienestar en beneficio de aquellos que ni siquiera tienen lo suficiente para sobrevivir. Una distribución menos injusta de los bienes de consumo, no sólo sería más justa sino completamente imprescindible para que todos pudiéramos sentirnos más humanos. Si los privilegiados nos seguimos portando
inhumanamente no podemos pretender plenitud humana ni para nosotros, ni para los desfavorecidos. La sensibilización que a escala mundial está aflorando sobre la necesidad de cuidar nuestra tierra maltrecha, será una quimera si no comprendemos que el cambio tiene que empezar por descubrir la necesidad de cuidar el espacio interior de cada ser humano. No podremos alcanzar una armonía con la naturaleza si no conseguimos previamente la armonía con nosotros mismos y con los demás humanos. En el orden de la naturaleza material nos estamos topando con límites radicales, que condicionan nuestra manera de relacionarnos con ella. En el orden interno de cada uno, las posibilidades no tienen fronteras y pueden desplegarse las distintas potencialidades sin límite alguno. Es posible crecer en humanidad sin necesidad de consumir más a toda costa.
El futuro del hombre Por curiosidad puse en internet la frase: “el futuro del hombre”. Entradas constatadas 32 millones. A continuación escribí: “futuro espiritual del hombre”, 896 mil entradas. Con una curiosidad incluso mayor escribí en inglés: “future human” y aparecieron más de 1.500.000.000 de resultados. Luego apunté: “future spíritual human” y aparecieron solamente 140 millones.
Está clara la diferencia de interés para la inmensa mayoría de los internautas. El futuro biológico o síquico interesa más que el futuro del aspecto espiritual. Aumentar las capacidades mentales, es una preocupación mayor que adentrarse por una posible plenitud como humanos. La inmensa mayoría de la gente está más preocupada por los avances de la ciencia y de la técnica que por alcanzar un más alto nivel de humanidad. A nosotros nos interesa cualquier futuro, pero sobre todo nos interesa el futuro espiritual, es decir, el futuro que atañe a lo profundamente humano. Al hacer esta opción no nos apartamos de lo material, lo biológico, lo sicológico y lo racional. Al contrario, hoy estamos seguros que como el ser humano no avance espiritualmente, en muy poco tiempo podemos desaparecer como especie sobre la tierra. El futuro del hombre integral es el punto central de nuestra búsqueda. Partiendo de lo que somos hoy, trataremos de descubrir qué perspectivas se abren en nuestro horizonte. Conocemos las sangrantes carencias que afectan a gran parte de los habitantes de este planeta. Tenemos medios para superar la mayoría de ellas. La realidad es que cada uno piensa en cómo mejorar su propia situación sin pensar en los que están por debajo de nuestro nivel de bienestar. Si tenemos en cuenta lo que pasa en los procesos biológicos de las demás especies, tanto vegetales como animales, cambiará nuestra perspectiva de toda evolución. En efecto, miles y miles de millones de granos de polen, producidos por un árbol, se desperdician para que solamente uno llegue a fecundar un
óvulo. Miles de millones de espermatozoides se pierden para que uno pueda formar un nuevo ser. ¿Cuántos seres humanos han llegado a un cierto grado de “iluminación” y fueron
conscientes de lo que realmente eran? No podemos pensar que de la noche a la mañana, los siete mil millones de seres humanos que habitan la tierra lleguen a una verdadera humanidad. No se trata de eso. Se trata de ver de qué manera va aumentando el número de los “conscientes” para que cambie la humanidad,
aunque no todos alcancen el mismo grado de perfección humana.
Lo importante es alcanzar una cierta masa crítica que tenga la suficiente fuerza como para marcar la dirección de una nueva humanidad. Esta masa crítica debería influir lo suficiente como para inclinar la balanza en favor del altruismo y la compasión, de la preocupación por los demás, de la tolerancia y la acogida; en una palabra, de la superación del egoísmo y el individualismo y entrar en la dinámica de la comprensión y del amor. El carbón y el diamante tienen la misma composición química, pero sólo una mínima parte del carbón existente encuentra las circunstancias apropiadas para convertirse en diamante. Algo parecido pasa con la especie humana. Todos estamos hechos de los mismos elementos, pero muy pocos son capaces de descubrir su verdadero valor y manifestarlo claramente, desplegando un mayor grado de humanidad. Los orientales ponen otro ejemplo muy drástico: hace falta una inmensa cantidad de lodo y suciedad para que pueda surgir una flor de loto. A mí se me ha ocurrido otro ejemplo que puede ayudarnos: para poder colocar un grano de arena a un metro de altura, necesitamos millones y millones de granos que los sustenten. Sin esa base, aparentemente inútil, nunca se podría mantener un grano en lo más alto. Puede parecernos ofensivo el aplicar esta ley a la naturaleza humana, pero la realidad está ahí y no podemos cambiarla. La verdad es que en la naturaleza esa ley es ciega, en cambio en la persona humana, depende de cada uno, el que sigamos siendo masa o alcancemos la iluminación porque hemos puesto toda la carne en el asador para conseguirlo. Cada ser humano que consigue la meta, está dando sentido a los millones que se han quedado en pura posibilidad. Si un pino produjera sólo los mil granos de polen que hacían falta para fecundar mil piñones, seguramente ninguno de ellos progresaría. Por la misma razón no tenemos que ser impacientes, debemos hacer todo lo posible por llegar a conseguirlo, pero aunque no sea así, no por eso nuestra existencia habrá sido inútil. Si terminamos siendo estiércol para que otra flor de loto se abra, felicitémonos por ello. Hay otro aspecto que me gustaría señalar. En esta explosión de espiritualidad, es más importante la calidad que la cantidad. Aunque muy pocos seres humanos llegaran a la iluminación, el efecto sería extraordinario en toda la humanidad. Lo mismo que la explosión de un sólo átomo de uranio puede tener efectos destructores en un inmenso radio. Es importante que tome conciencia de este hecho.
Es muy curioso que en todas las religiones se hable de algo muy parecido a un mesías que ha de venir. Incluso en el cristianismo que hemos aceptado a Jesús como Mesías, parece que no terminó su obra y estamos esperando que vuelva para rematarla. Empeñarnos en echar la culpa a otro de nuestro fracaso, indica hasta qué punto hemos desenfocado el problema. En el orden científico es la razón la que tiene posibilidades de predecir, pero en el orden del ser, debemos ir más allá incluso de lo que puede decirnos la razón. Esto complica el tema de manera importante. No se trata ya de garantizar nuestra vida biológica, sicológica o intelectual; se trata de dirigir nuestros pasos hacia la auténtica plenitud humana y ésa está más allá de los logros científicos y técnicos. Estamos dando el último paso hacia la autonomía total del hombre. La tutela de los dioses ya no es necesaria. Lo que antes se hacía porque así lo determinaban ellos, lo tenemos que seguir haciendo, pero por convicción, es decir, por haber tomado conciencia de que es lo bueno para nosotros y no por obediencia a un Ser exterior a nosotros. La trascendencia la tenemos que descubrir en lo más hondo de nosotros mismos. Ahí se sigue manifestando como directriz que nos marca el camino de nuestra plenitud humana. De la profundidad del ser le ha llegado al hombre siempre la revelación, aunque en los estadios primitivos de su andadura, interpretara que le llegaba de fuera. El paso definitivo se presenta muy complicado, porque la mayor parte de la gente se encuentra muy a gusto con la intervención exterior de un dios que le sigue dando seguridades y le dispensa de la tarea de tener que descubrir dentro de sí mismo lo que antes recibía gratuitamente de unos seres metafísicos que le trascendían. Mirar al futuro es posible Por primera vez en toda la historia de la evolución, el hombre es capaz de plantearse las posibilidades de futuro de su evolución como ser humano. La razón le permite descubrir que el proceso evolutivo que le ha traído hasta aquí, no tiene por qué detenerse. El paso de lo puramente biológico a lo sicológico y más tarde a lo mental no tiene pinta de ser un punto y final sino más bien un peldaños más que le lleva a un avance posterior. Esta posibilidad no es una ensoñación, un desiderátum o un invento sino una realidad con fundamento sólido en lo que sabemos sobre nosotros mismos y nuestro pasado. En todas las épocas, desde que tenemos indicios prehistóricos, el ser humano ha intentado ir más allá de sí mismo. Es lo que ha hecho la vida desde que apareció sobre la tierra. El ser humano tiene motivos añadidos para hacer lo mismo y con mayor intensidad. Más claro aún que el argumento anterior, es el descubrir que algunos individuos de nuestra especie han traspasado el techo normal de una evolución biológica, sicológica y racional y se han introducido en un territorio de humanización
inexplorado para ellos e insospechado para nosotros. Mientras más avanzamos en la evolución, más necesaria se hace la realización de nuevas utopías. Pero la realidad es que no se trata de descubrir nuevos territorios sino de verlo todo con ojos nuevos y descubrir lo que está implícito en todo lo que ya somos. La capacidad de desplegar una verdadera humanidad está disponible para todos. No se trata de un privilegio para unos pocos sino de una realidad que está ahí al alcance de todos. Es un error pensar que se trata de un privilegio para solo algunos. Podemos acelerar nuestro futuro Hoy no podemos plantearnos con precisión cuál puede ser nuestro futuro, pero podemos acelerar la marcha en una determinada dirección. Todos los seres humanos somos idénticos en nuestras posibilidades. Si descubrimos que otro ser humano alcanzó, incluso hace miles de años, una plenitud de humanidad insospechada, no sólo tenemos derecho sino la obligación de intentarlo también nosotros. Sin embargo, en qué consiste ese futuro no puede ser explicado aún por la racionalidad. Por eso, con tanta frecuencia, incluso los místicos patinan al intentar hablar de sus vivencias. Al hablarnos de unidad, armonía, amor, paz y bienestar, nos desconciertan porque no pueden concretar en qué consisten ni pueden delinear el camino que les ha llevado a ese estado. El lenguaje humano es absolutamente impotente para expresar realidades espirituales. Todos los místicos de todos los tiempos coinciden en hablarnos de una experiencia de unidad que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión. Sin embargo, nos hablan de un territorio, que aunque no ha sido explorado por nosotros, algo muy dentro de nosotros mismos, nos dice que no es del todo extraño a nuestros anhelos. Cualquier texto de cualquier místico que leas con un poco de atención te llega a lo más hondo y te emociona. La necesidad de un conocimiento racional, basado en el análisis, la división y la contraposición de los distintos elementos para poder comprender, es inherente a nuestra estructura racional. En toda experiencia mística, esta manera de comprender es superada y se llega a una contemplación directa de la verdad que es capaz de superar los contrarios, en los que la razón se apoya, para descubrir por intuición la armonía absoluta, total. Los místicos nos dicen: ¡es posible! Esa vivencia de algunos seres humanos que parecen privilegiados nos está indicando el camino de nuestro futuro como individuos. El acceso a la verdad no racional sino intuitiva, que me haga no comprender, sino vivir la Verdad que todo lo unifica, es el anhelo de muchas personas insatisfechas. Esa unidad no anula sino que potencia la conciencia de ser personal, a la vez que te lanza más allá de la individualidad, de la dualidad, de la separación. Esta comprensión supra racional nos descubrirá que todo afán de potenciar el individualismo y el egoísmo es una supina ignorancia. Las religiones se han
empeñado en machacar el ego para llegar a amor desinteresado. Esta programación no puede funcionar porque la dualidad, mucho más los contrarios, tienen que ser superados. En este ámbito espiritual, trascendente, divino, nada hay contrario a nada porque todo es uno.
Dificultades para el cambio Antes de llegar a esa meta, tenemos que superar las trampas en las que nos hemos quedado enredados. Lo que pudo ser, en un momento de nuestra evolución, muleta necesaria para mantenernos en pie, se convierte ahora en el mayor obstáculo para avanzar. El miedo a abandonar las muletas, es el obstáculo más fuerte para entrar en la dinámica de la vivencia espiritual. La programación en la que caen todas las religiones es la mayor dificultad para desplegar la verdadera Vida. Cambiar no va a ser fácil. El panorama que se presenta en nuestra sociedad hoy es inquietante. Por una parte está agotando todos los recursos que podían ayudarle a cambiar y por otra, está instalándose en una postura tan inamovible desde el punto de vista espiritual, que todo intento de superar la situación parece estar abocado al fracaso. Debemos tomar conciencia de que, a pesar de la dificultad, o cambiamos o nos destrozamos como especie. Nuestra religiosidad o espiritualidad sigue estando demasiado pendiente de estructuras externas. La religión ha prestado un servicio valiosísimo a la sociedad durante milenios. El problema es que hoy nos sigue tratando como niños y nos está teledirigiendo hasta en los más mínimos detalles. Todo sigue legislado, lo que tienes que hacer y lo que no debes hacer. Adentrarnos por los nuevos derroteros que nos exige la evolución, puede hacernos tambalear por tener la impresión de que hemos perdido las piernas. La realidad es que sólo hemos desechado las muletas que no nos permiten avanzar. Dejar las actitudes infantiles, aceptar nuestra mayoría de edad nos obligará a desplegar todas las posibilidades de ser de cada uno. Tenemos miedo a perder las seguridades que la religión nos había garantizado. Si tenemos en cuenta que la religión estaba encaminada a conseguir esas seguridades, nos daremos cuenta de la dificultad que debemos afrontar para superar esa tentación. Si hacer esto o dejar de hacer aquello no me garantiza ya cosa de provecho, no encontraremos motivos para seguir por ese camino. También nos puede paralizar el miedo a equivocarnos. Si hago lo que me han mandado no fallaré. Pero eso es una quimera. Si se ha equivocado el que te ordeno hacer algo, el perjudicado serás tú mismo, aunque hayas puesto la responsabilidad en el otro. El dispensarme de tomar decisiones, puede ser muy gratificante a primera vista, pero al hacerlo, estoy renunciando a vivir mi propia vida. Hoy son muy pocos los que están dispuestos a tal renuncia. Nos asusta lo desconocido. Lo malo conocido es mejor que lo bueno por conocer, dice un refrán. Siempre se ha hecho así. Esa cantinela parece que nos
tranquiliza y nos dispensa del riesgo de tomar nuestras propias decisiones. No estamos convencidos de que la vida es afrontar riesgos imprevisibles. Cada vez que nos instalamos y nos negamos a caminar, morimos. La responsabilidad de vivir es intransferible. La comodidad es otro de los peligros que nos acechan. Seguir la inercia y dejarse llevar por la masa y ambiente que me rodea, será siempre más fácil que ponerse a nadar contra corriente. La comunidad no puede ser una excusa para dejarse llevar, arropado por los demás. La comunidad debe proporcionarme un marco adecuado para que yo desarrolle mi propia vida, no puede ser el motivo de mi apatía y somnolencia. Sólo lo absoluto me dispensa de necesitar seguridades. Esto lo sabe muy bien la religión. Por eso su primer objetivo es asegurarnos de que maneja verdades y normas absolutas, que me llevan a una absoluta seguridad. Esto, sencillamente es una trampa. La seguridad absoluta no puede venir de fuera. Sólo nuestro verdadero ser es la verdad absoluta que no puede fallar. Se trata de la verdad ontológica que está más allá de la lógica. Somos limitados y nunca podremos sostener una verdad absoluta encerrada en conceptos. El seguir confiando en verdades lógicas, lo único que puede aportar es un sedante para no vernos zarandeados por la duda. Preferir la seguridad, a la libertad y la Vida, es condenarse a la esterilidad. Esto es muy difícil de comprender para el común de los mortales que lo único que deseamos son seguridades. Nos han convencido de que todo está descubierto y no es necesario indagar más. Se nos ha advertido que intentar ser original, era soberbia. La verdad es que la trayectoria de tu existencia tienes que marcarla tú mismo, si quieres desplegar todas tus posibilidades de ser humano. Aceptar que el simple fiel no tiene que buscar la verdad porque la tiene ya en la Iglesia, es simplemente renunciar a ser tú. Siempre será más fácil seguir a un líder. Si no existe, lo creamos y lo seguimos en manada para evitar los complejos de inferioridad y la desazón de la búsqueda. Claro que siempre habrá otro ser humano que va por delante y te puede ayudar a encontrar el camino. Lo nefasto es renunciar a caminar con tus propios pies y negarte a dar a tu vida el toque de personalidad que nadie puede dar por ti. Nos da miedo la directa relación del hombre con Dios y por eso dejamos en manos de otro más digno esa tarea. La verdad es que entre Dios y tú no hay ningún espacio que pueda ocupar otro. Todo el que pretenda ser intermediario entre Dios y tú, te está engañando, incluso aunque su intención sea digna de elogio. Una vez más me veo obligado a recordar: todo dios que coloque ahí fuera es un ídolo. La inmensa mayoría de los cristianos están convencidos de que la fe consiste en “creer lo que no vimos”. Sin embargo, en ninguna parte del AT y sólo en Pablo
del NT se habla de la fe como creencia. La fe en la Escritura es siempre la confianza en el otro (persona) y va siempre acompañada de la fidelidad. Ahora
que sabemos que Dios está identificado con cada uno, fe sería confiar en ti y ser fiel a las exigencias de tu ser más profundo. Al añadir: “porque Dios lo ha revelado”, estamos dando un salto en el v acío.
Revelar significa retirar el velo. Dios no puede desvelar nada, porque Él estará siempre igual a las dos partes del velo. Si aceptamos que Dios revela algo a una persona concreta, estoy afirmando que no se lo revela a los demás. Es decir que a uno le revela y a otro le vela. No nos damos cuenta del absurdo en que entramos, aplicándole tal actitud a Dios. Para confiar en el otro, debo descubrir que el otro es auténtico y de fiar. Pero para darte cuenta de eso, antes tienes que ser verdad (auténtico) tú mismo. Esa autenticidad me capacitaría para descubrir lo que soy y serlo realmente. Normalmente lo que nos preocupa es aparentar ante los demás lo que creo ser, pero me trae sin cuidado lo que realmente soy.
Otro factor de dificultad para el cambio es la masa. Estamos tan acostumbrados a la masificación que todo lo que huela a individualización nos pone en alerta. Nos da miedo singularizarnos. Los místicos han sido siempre considerados como bichos raros. Seguir la manada fue siempre signo de protección y seguridad. Hasta hace bien poco, aún se repetía entre los directores espirituales: “iter per viam vaccarum”, que se podía traducir: no salgas del
camino trillado. Aspirar a la mística era un signo de soberbia.
La plenitud de la que hablamos, todavía no puede ser conseguida por la mayoría. Antes de alcanzar esa meta, tiene que haber exploradores arriesgados que se atrevan a ir más allá de lo comúnmente explorado. Tardará mucho tiempo antes de que ese territorio deje de ser lugar de exploración y se convierta en nuestro hábitat natural. Como ha pasado siempre en el ámbito biológico, todo avance comienza por la osadía de un solo individuo que poco a poco es seguido por otros hasta hacerse normal lo excepcional. Tardará mucho tiempo antes de que un número suficiente de seres humanos desarrollen su vida en ese nuevo ámbito y arrastren a toda la masa en esa dirección. No esperemos a ser arrastrados, debemos intentar ir por delante y ser nosotros los que arrastremos a los demás. Lo que nos tiene que hacer pensar es que el ser humano personalmente tiene capacidad para alcanzar ese estado si de verdad se lo propone con ahínco y no se deja atrapar por las trampas que va encontrando en el camino. Aunque solo un ser humano hubiera llegado, sería suficiente para demostrarnos que también nosotros mismos podemos llegar. Ya lo hemos repetido, ningún ser humano puede ser privilegiado en lo que tiene de humano. Difícil despegue del pasado y presente Hasta hace muy poco, el pasado era un férreo corsé que nos impedía desarrollar el presente y más todavía planear un futuro. Cuántas veces hemos oído o repetido la rotunda frase: siempre se ha hecho así. Ha llegado el momento de cambiar de planteamiento. Por mucha veneración que tengamos por nuestros
mayores, no debemos caer en la tentación de creer que ellos fueron más que nosotros. Para entender el presente no tenemos más remedio que tener en cuenta el pasado. Pasado y presente condicionan nuestro futuro, pero no pueden paralizarlo. El cosmos entero está siempre en evolución y nosotros formamos parte de ese universo. El único ser humano que malogra su existencia es el que se instala y se niega a afrontar el riesgo de vivir su propia vida. Incluso desde el punto de vista biológico, la vida es superación constante de los obstáculos que tienden a impedirla. Las instituciones religiosas se llevan la palma al rechazar cualquier nuevo planteamiento que no se acomode a lo que hemos recibido. Para la mayoría de ellas todo está fijado y nadie puede osar cambiar nada. Pero debemos tener hoy claro, que no puede haber otra salida que el cambio. Todo intento por detener el progreso es irracional. Todo afán por refugiarse en el pasado e impedir a toda costa lo nuevo, sería ir contra la misma condición del ser humano. Pablo Neruda, en un momento de increíble represión social dijo en un discurso: “podéis cortar todas las flores, no podréis detener la primavera”. Sólo un poeta
como él podía decir algo tan profundo y tan bello. Pero también el gran filósofo Nietzsche dijo: “Nunca ha llegado m ás lejos el hombre que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Ni uno ni otro hablaban del tema que nos ocupa,
pero su reflexión es válida.
El panorama que se presenta en nuestra sociedad hoy es ambivalente. Por una parte está despreciando todos los recursos que podían ayudarle a cambiar y por otra está instalándose en un “statu quo” tan inamovible que todo intento de
superar la situación parece poco menos que imposible. Debemos tomar conciencia de que, a pesar de la dificultad, o cambiamos o nos destrozamos como sociedad. Dificultades en lo político Todos los regímenes han fracasado o mejor dicho, se han ido agotando uno tras otro, por no dar más de sí. Fracasó la ley del más fuerte, fracasó la tiranía, fracasó la monarquía, fracasó el feudalismo, fracasó el capitalismo, fracasó el comunismo. Han fracasado todas las revoluciones, después de más o menos años de euforia. Han fracasado los imperios y siguen fracasando los que permanecen en activo. Todas las ideologías de cualquier signo que sean, se han mostrado insuficientes para dar una respuesta adecuada a la convivencia entre todos los seres humanos. Las religiones se han conformado con mantener la cohesión entre un número reducido de personas, sus fieles. Estos objetivos son raquíticos, hoy insatisfactorios para la mayoría de los seres humanos. Las seguridades que ofrecían no responden a las exigencias de una plena humanidad. Después del Renacimiento, se creyó que el desarrollo de la Razón iba a dar respuesta a todos los problemas que el hombre pudiera plantearse. Descartes creyó haber descubierto el método para alcanzar la verdad absoluta. La
Revolución francesa creyó que había dado con la panacea para todo, la República. Estaban convencidos de que bastaba proclamar unos principios para que todo estuviera solucionado. Pero resultó que la cacareada liberté, égalité, fraternité, están muy lejos de ser hoy una realidad tangible. La razón es siempre la misma, la incapacidad de satisfacer los más profundos anhelos del hombre y de responder a los nuevos retos a los que cada sociedad tiene que enfrentarse. Todas las instancias de poder tienden a perpetuarse. Para ellos cualquier cambio es una mala noticia porque trae consigo la inseguridad y la imposibilidad de planear el futuro a su antojo. Todo poder tiende a secuestrar la sociedad para ponerla a su servicio, impidiendo el normal progreso que es la clave de toda sociedad. Todos los regímenes fracasarán mientras el interés se centre en otra parte que no sea la persona humana en sí misma. Mientras las naciones tengan como objetivo el poder, e intenten por todos los medios imponerse a las demás por la fuerza, sea bruta o camuflada, no habrá verdadera paz. La paz que se sigue proponiendo hoy es la paz romana: aquí no se mueve nadie o le aplasto. El equilibrio de fuerzas en que se sustenta la convivencia mundial hoy, no puede ser suficiente para fundamentar la armonía entre los pueblos. Mientras las naciones sigan intentado doblegar a las demás con chantajes, no podrá haber confianza. Yo esgrimo el petróleo, yo la tecnología, yo la cultura, yo la capacidad de propaganda, etcetera. Desde esa actitud no podremos llegar a una confianza mutua, que sería la base de toda relación internacional. Dificultades en lo económico A finales del 2016, estamos al cabo de la calle con relación a la economía. Es un ámbito incontrolable, mejor dicho, es una parcela de la sociedad controlada por unos pocos, cuyo único objetivo es aumentar su poder a través del dinero. Las personas de carne y hueso sólo interesan como medios e instrumentos para conseguir sus objetivos. Con una desfachatez asombrosa se habla de excedente de población. No se puede erradicar la pobreza, pero se pueden gastar cientos de miles de millones para sostener el sistema económico que beneficia sólo a unos pocos. No podemos aceptar más refugiados porque p eligra nuestro “bienestar”. Se nos llena la boca hablando de solidaridad, pero ponemos el grito en el cielo cuando, para satisfacer necesidades perentorias de otros seres humanos, se recorta lo más mínimo los servicios comunitarios. Todo es una trampa. Hoy toda la política se reduce a la economía. Efectivamente, el dinero es la realidad que más, si no la única, que nos preocupa a todos. Es también el campo donde los políticos más nos engañan. Todos ellos prometen el oro y el moro para alcanzar el poder, pero una vez alcanzado, les interesa un comino el bienestar de los simples ciudadanos. Todos los que han alcanzado el poder, favorecen a aquellos que les pueden ayudar a mantenerlo. Para que la sociedad funcione es imprescindible que haya productores y consumidores. A las personas se les paga por producir e inmediatamente se les
tiene que convencer para que consuman lo que se produce. Si esta cadena se rompe, el desastre está asegurado. La clave de la sociedad en la que vivimos es convencer a la gente de que produzca y gaste, sin que tenga que preocuparse de más. La mayoría de los seres humanos de esta sociedad están convencidos de que su felicidad consiste en ganar más para consumir más. Sólo una mínima minoría se da cuenta de que hay otras alternativas para dar sentido a una existencia humana. Esta es una de las mayores dificultades a la hora de confiar en un futuro más pleno para la humanidad. Dificultades en lo social El mayor peligro que nos amenaza hoy es la convicción de que el fundamento de nuestras relaciones sociales es el provecho personal. Nada, absolutamente nada se mueve si no es por el interés. Todo tiene un precio y nada se consigue si no es con dinero. Las religiones han caído también en esa trampa. Hoy por hoy, todos los servicios religiosos tienen un precio. Lo mismo los divorcios, si no hay abundancia de dinero se eternizan o no llegarán a buen puerto. Parece que, gracias al Papa Francisco, las cosas están cambiando. Las ONG sin ánimo de lucro, resultan ser sociedades que se mueven por intereses inconfesables. Cada día saltan a los periódicos noticias de distorsiones y corrupciones económicas. Lo inquietante es precisamente que los descubiertos no tienen ninguna conciencia de haber hecho algo malo. Dificultades en lo religioso Tratándose del futuro del hombre, las dificultades mayores las vamos a encontrar en el orden religioso. La religión va dirigida a las profundidades de lo humano, por eso los errores en religión son, con mucho, los más difíciles de superar. La misma religión se encarga de advertirnos de que nada debe cambiar, porque lo que ella propone viene directamente de Dios y nadie puede osar corregirle la plana al Absoluto. Y sin embardo, es el ámbito donde los cambios son más imprescindibles si queremos caminar hacia una plenitud humana. La solución no debemos buscarla en el pasado, en ningún aspecto de la vida, mucho menos en el ámbito religioso. No tiene sentido seguir dando respuestas a preguntas que hoy nadie se hace. Hace unos días, oí decir a un dirigente de la Iglesia: si le quitamos las raíces a un árbol se morirá. Pero debemos añadir: y si no le dejamos echar brotes ¿qué pasará con él? Ya hemos visto que la religión ha tenido mucha más importancia en la socialización del ser humano de lo que hemos podido apreciar hasta ahora, pero su misma estructura nos impide dar el salto hacia otro plano. Su estrategia ha sido ofrecer seguridades, pero siempre a cambio de anular nuestra capacidad de evolución. La religión puede seguir siendo valiosa, pero tiene que abandonar su empeño de ser un valor absoluto.
La religión trata de organizar la vida social e individual desde una perspectiva externa. Para ello, utiliza dogmas, normas morales y ritos fijos e inmutables, lo que encorseta al hombre y le impide ir más allá de sí mismo. Ha llegado el momento de superar la necesidad de esas andaderas y atrevernos a rechazarlas, aunque de momento perdamos la seguridad que nos han proporcionado. La trampa de la ciencia El desarrollo de la ciencia ha aportado increíbles avances al ser humano. Pero también puede conducirnos por el camino equivocado y despistarnos. El problema no son los logros de la ciencia sino la trampa de darle valor absoluto. Tal vez sea la ciencia lo que más nos impide seguir evolucionando hacia una mayor plenitud humana, porque la propuesta que hace es tan atrayente y convincente que hace imposible que seamos capaces de examinar otras posibilidades. Los espectaculares avances que hemos conseguido en la ciencia y en la técnica en las últimas décadas, nos ha hecho pensar que en ella podemos encontrar la solución a todos los problemas. Los verdaderos científicos ya se han dado cuenta del error, pero la inmensa mayoría de los humanos seguimos fascinados por esas luces de colores que nos halagan con sus ofertas de placer y felicidad fácil, pero que no nos hacen más humanos. No cabe duda que la ciencia y la técnica tienen aún un inmenso camino por recorrer, pero por increíbles que sean sus avances no llevarán al hombre a una mayor humanidad. Puede conseguir una vida más cómoda, más placentera, más segura, (hoy por hoy, sólo para un reducido número de personas) pero no puede por sí misma avanzar un ápice hacia otra manera de ser hombre. La filosofía insuficiente La filosofía ha conseguido infinidad de avances en la búsqueda de lo verdaderamente humano, pero siempre se ha quedado perpleja a la puerta de lo trascendente. Apoyado sólo en la razón, el ser humano no puede encontrar el camino de su verdadero futuro. La razón sólo tiene capacidad de analizar una parte de la realidad ya existente. Nunca podrá adentrarse en la misteriosa profundidad del pasado ni descifrar lo que todavía no existe. El mejor ejemplo de este fracaso lo tenemos en Nietzsche. Se dio cuenta de que el hombre no tenía más remedio que evolucionar, pero creyó que sólo era posible mirando al pasado y repitiendo o actualizando una etapa anterior. El superhombre para él sería el hombre que se dejara llevar en todo por sus instintos. No se dio cuenta de que lo que estaba proponiendo era una manipulación de la razón al ponerla al servicio de la parte más baja del hombre. Sin embargo, el esquema que él propone para explicar las distintas etapas que debe recorrer el ser humano, es sencillamente genial: camello, león y niño. Si en vez de entender lo de niño como una vuelta a nacer a lo viejo, lo hubiera entendido, como Jesús, como un nacer a lo nuevo, hubiera abierto un horizonte increíble a la humanidad.
Nietzsche vio clara la necesidad que tiene el hombre de romper el corsé que le viene atenazando durante milenios y le impedía seguir adelante en su evolución, pero no descubrió la verdadera posibilidad que se le ofrece en el plano del Espíritu, más allá de la razón. El rabioso racionalismo imperante en su tiempo le impidió encontrar un camino adecuado para el futuro del hombre. También han fallado todos los sistemas filosóficos, que durante milenios se han intentado utilizar para encontrar la plenitud humana. En los últimos siglos hemos padecido verdaderos espejismos que parecía iban a traer la solución definitiva a los problemas del ser humano. Infinidad de ismos han sido señuelo durante cientos de años y todos han terminado defraudando. Ni las certezas de la modernidad, ni el nihilismo de los existencialistas, ni la ensoñación del romanticismo dan una solución adecuada a la inquietud humana. Ni la razón ni los sentimientos son la solución para las más profundas inquietudes del ser humano. Hay que bajar más al fondo del ser humano para encontrar su centro y su norte.
La complicada relación con Dios Lo hemos repetido hasta la saciedad, debemos superar la idea de un dios al que identificamos con un ser superior, poderoso, creador e intervencionista en la marcha de la creación que Él mismo desplegó. Aunque haya sido muy útil durante milenios, esa visión mítica debe abandonarse porque no soluciona el problema de Dios, ni le deja una salida al hombre. El Ser Absoluto no puede relacionarse con sus criaturas como si fueran realidades distintas de Él mismo. Nada puede existir fuera de Dios. Lo mismo nosotros no debemos pensarlo como fuera de nosotros Seguir pensando en un Dios que premia y castiga es ridiculizarle. La idea de un dios que me ama si le obedezco, pero me manda al infierno si le ignoro, es incompatible con el Ser eterno e inmutable a quien hemos definido como amor. Es descabellado condicionar la postura de Dios a lo que hace o deja de hacer una criatura. Dios es mucho más que ese soberano que podemos manipular a nuestro antojo. Estamos empezando a comprender que todo el tiempo que llevamos representado a Dios sólo bajo el aspecto masculino, ha supuesto una limitación para la comprensión del mismo. En todas las religiones de Oriente Medio anteriores y coetáneas del cristianismo tuvo una especial importancia la Diosa Madre Virgen. La gente sencilla hace mucho que lo ha descubierto. Pensemos en todo el mito de María como sustitución de un Dios demasiado machista. El mundo en que nos ha tocado vivir debe darse cuenta de esta realidad. Si de verdad hay esperanza de que la humanidad se desarrolle hacia una mayor cohesión social, debemos dar ya más importancia a valores estrictamente femeninos, que han sido postergados e incluso despreciados durante los últimos milenios. Tenemos que recuperar y valorar lo femenino, no sólo manifestado en la mujer sino cuando también se manifiesta en el hombre.
Si todavía no nos hemos destruido como especie es porque muchos de esos valores han seguido presentes en la mujer a pesar del rechazo, pero también a través de personajes masculinos. Todos los grandes artistas en todas las artes han gozado de una sensibilidad profundamente femenina. Por eso debíamos hablar mejor de lo femenino que de la mujer. Lo femenino debe tomar las riendas para conducir al género humano a una mayor humanidad. Superar la idea del hombre caído Recordemos una vez más que debemos superar la idea mítica del hombre empecatado, hundido en la miseria y con necesidad de que le rescaten desde fuera. Hoy sabemos que el relato del pecado original se ha entendido mal, porque durante los primeros siglos del cristianismo, se ha entendido desde una visión maniquea del mundo. El mal no es un ente. Llamamos mal a la falta del bien debido. La serpiente en ninguna cultura del Medio Oriente se ha considerado como símbolo del pecado o del diablo. Al contrario, en todas ha sido símbolo de la sabiduría. Lo que el relato quiere decir es que, en cuanto el hombre pudo elegir, empezó a fallar, no por conocer sino porque era imperfecto el conocimiento y le llevaba a equivocarse. Todo pecado es fruto de la ignorancia disfrazada de conocimiento. También sabemos hoy que nunca existió un paraíso del que fueran expulsados el hombre y la mujer. La idea mítica del paraíso bien pudo ser el recuerdo ancestral de tiempos de abundancia idílica, en la que el hombre podía satisfacer todas sus necesidades sin tener que esforzarse demasiado. Cuando esa situación cambió, se vio obligado a trabajar para comer. Esto fue considerado como un castigo. Sólo somos personas asustadas e inseguras, fruto de una evolución que nos dejó a la intemperie, a merced de los elementos y con la obligación de resolver nuestros propios problemas. La evolución ha sido un lento proceso que nos ha llevado a donde estamos hoy y que nos va a permitir seguir adelante. Vislumbramos la dirección en la que tenemos que caminar, pero no sabemos dónde está la meta. No dependemos de nadie que está por ahí afuera. La idea de un dios que tengo que poner de mi parte con rezos, sacrificios y promesas, es también decepcionante. Ya hemos dicho que la oración de petición tal como la hemos entendido a través de los tiempos, se manifiesta hoy completamente inoperante, si seguimos esperando que Dios tenga que actuar para sacarnos las castañas del fuego. Hoy sabemos que nuestro Dios no puede “hacer” nada por nosotros. No puede
tener actos puntuales porque lo está haciendo todo a la vez. Está fuera del tiempo. Aunque quisiera, no se puede mezclar con los acontecimientos que condicionan nuestra vida. El mundo físico tiene sus propias leyes y ninguna potencia externa puede alterarlas sin desencadenar un cataclismo.
Esto no quiere decir que la oración, bien entendida, sea inútil. Una vez que el ser humano toma conciencia de su limitación absoluta, no tiene más remedio que buscar solución a sus carencias. Sólo pensar que no es un ser absoluto, le puede reportar increíbles beneficios sicológicos. Tomar conciencia de que puede relacionarse con el Absoluto, le puede abrir perspectivas insospechadas. Puede ser el más potente motor del progreso espiritual. es piritual. El salto que hoy debemos dar es dejar de imaginarnos el Absoluto fuera en la estratosfera como un ser separado y empezar a pensarlo dentro de la misma realidad. No sumado a ella o en conflicto con ella sino identificado con ella como su fundamento y su constitutivo esencial. Otra vez tropezamos con la incomprensión de la razón. Si no separamos lo humano y lo divino no somos capaces de comprender ni lo uno ni lo otro. La idea de una salvación para el más allá ¡Que Dios le coja confesado! Era el grito que mejor expresaba una actitud nefasta para el progreso del ser humano. Se da por supuesto que la salvación sólo puede llegar cuando dejemos este mundo. En éste, lo único que podemos hacer es debatirnos como podamos hasta que llegue el momento decisivo. Nos convencieron que lo más importante que podíamos hacer aquí abajo, era no pecar y si pecábamos acudir a la confesión. Hoy nos damos cuenta de que la salvación debe consistir en algo positivo, es decir, en desarrollar todas nuestras posibilidades de ser más humano, tomando conciencia de que soy mucho más de lo que me he creído. Nadie me tiene que salvar de nada. La plenitud a la que aspiro, ya está en mí lo que debo hacer es descubrirla y vivirla aquí y ahora. Todo lo que podemos podemos esperar de Dios como salvación salvación ya me lo ha dado. Si Dios pudiera hacer algo por mí y no lo hiciera, dejaría de ser el Dios que predicó Jesús. Creer que la pelota está en manos de Dios nos ha hundido en la miseria, porque nos ha dispensado de trabajar para conseguir el futuro. Mucho más si nos han convencido de que ese Dios sólo estará a mi favor si cumplo una series de condiciones. Otra cosa muy distinta son las posibilidades de la religión. Bien entendida, debería ser el punto de apoyo para todo ser humano. Debía ayudarnos a descubrir nuestro verdadero ser y animarnos a desplegarlo. Debía convencernos de que no tenemos que tener miedo a nada ni a nadie. Debía ayudarnos a aumentar la fe, es decir, la confianza en lo que ya soy y en lo que puedo descubrir dentro de mí.
Una nueva comprensión de Jesús También la idea que todos hemos tenido sobre Jesús puede ser un obstáculo insuperable para para el cambio. cambio. Hoy se nos hace incomprensible la mayoría de las ideas que nos han inculcado sobre el hombre Jesús. Dios está encarnado en cada una de sus criaturas y ni puede haber una criatura en la que no esté Dios,
ni puede haber un Dios más allá de toda criatura. Dios y sus criaturas no son dos, ni uno. Hoy se nos dice que la criatura y Dios son no-dos. no-dos . Esta idea de la no dualidad, que ya descubrieron los místicos de todos los tiempos, es tal vez, la materia que tenía que ser objeto de nuestra reflexión re flexión más profunda, aun sabiendo que no es por vía de reflexión por la que podemos superar el problema. La razón es precisamente la mayor dificultad a la hora de afrontar el posible futuro para nuestra humanidad. Es verdad que se puede entender mal, pero eso no nos debe impedir hacer todo lo posible por comprenderla La idea de una encarnación biológica Un Jesús hijo de Dios en sentido biológico, distorsiona la naturaleza de Dios. Una interpretación literal y racionalista de los evangelios nos ha llevado a ese callejón sin salida. Lo que quieren decirnos los evangelios de la infancia, no tiene nada que ver con esa monstruosidad que colegimos. En el evangelio de Juan, Jesús dice a Nicodemo: “De la carne, nace carne; del Espíritu nace Espíritu”. Nosotros nos hemos empeñado en sostener que del Espíritu nace
carne.
La idea de Hijo que manejan los evangelios es muy distinta. Para los judíos del tiempo de Jesús, era impensable la idea de un Hijo de Dios, entendido como lo hemos entendido los cristianos. Para ellos ser hijo era sobre todo salir al padre, imitar al padre, hacer en todo momento la voluntad del padre. El ideal sería que una persona al ver actuar al hijo pudiera decir: este es hijo de fulano. Ese era el buen hijo. Con este sentido, como ya dijimos, se había aplicado el concepto al Rey, al Sumo Sacerdote, al pueblo en su conjunto. Los evangelios quieren decir que Jesús es Hijo porque cumplió siempre y en todo la volun tad de Dios. “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Por ese motivo, Jesús no podía
tener padre terreno, porque entonces se vería obligado a cumplir su voluntad y no podía ser totalmente fiel a Dios. La idea de un Jesús taumaturgo
Debemos superar la idea de un Jesús con poderes divinos para hacer milagros. Otra vez una interpretación literal y sin contextualización de los evangelios nos ha despistado. Claro que nos dicen que Jesús hizo milagros. Pero en aquella época no se tenía una idea de causalidad. Todo dependía de la voluntad de Dios en cada instante. Todo lo que sucedía en cualquier orden de la vida, era querido y realizado por Él. Hoy conocemos una ley física fundamental: todo efecto tiene que proceder de una causa de la misma naturaleza. Un efecto físico requiere una causa física. Esa causa puede ser conocida o desconocida. En tiempo de Jesús, cuando era desconocida lo llamaban milagro. Es curioso que a medida que crece nuestro conocimiento de la naturaleza, va retrocediendo el ámbito de lo milagroso.
Los que vivieron con Jesús, incluidos sus enemigos, dieron por supuesto que hacía milagros. El problema está en interpretar lo que hizo, en un contexto determinado. Desde una perspectiva moderna no podemos concluir que actuó con un poder divino que doblegaba las leyes de la naturaleza. Milagros como los de Jesús, se atribuyen a cientos de personajes anteriores y posteriores a él. En aquel tiempo era milagro todo lo que excedía la normal comprensión de los acontecimientos. Algunos relatos de milagros, como las resurrecciones o las apariciones después de la muerte, debemos interpretarlos como intentos de comunicar simbólicamente verdades teológicas muy relevantes para los primeros cristianos. Las verdades que quieren comunicar son lo verdaderamente importante, no la historia que utilizan para tal fin. El hecho de que una misma acción de Jesús fuera interpretada por unos como acción de Dios y por otros como acción del demonio, es tan significativo, que nos abre una buena pista para poder acercarnos al verdadero sentido de los milagros obrados por Jesús. Para los que presenciaban los hechos era más importante quién estaba detrás de la acción que la acción misma. Tampoco hay que olvidar que Jesús después de los cuarenta días de ayuno, interpretó la posibilidad de hacer milagros espectaculares como una tentación. Esto está escrito desde la creencia de que tenía poderes divinos, pero nos advierte que sería una deslealtad el utilizarlos en beneficio propio o en beneficio de los demás. Está claro que durante su vida pública rechaza esa tentación de hacer milagros para legitimar su persona o su mensaje. Otra pista valiosa, a la hora de interpretar lo que realmente pudo pasar, la tenemos en la insistencia de la necesidad de la fe para que el milagro se produzca, hasta el punto de decir "todo es posible al que tiene fe". Incluso se llega a decir en una ocasión: "No pudo hacer allí muchos milagros, porque les faltaba fe". En el caso de la curación de la hemorroisa, la fe es la única causa del milagro. Todo esto demuestra que el milagro no es nunca una acción unilateral de Jesús, sino una relación entre la fe y la actitud de Jesús que responde a las expectativas de esa confianza. La idea de un Jesús omnisciente El aplicar a Jesús la condición de Hijo sin matizaciones, llevó a la conclusión de que era Dios. Desde ese momento se dio por supuesto que tenía todas las perfecciones que podía tener Dios. Una vez colocados en esa atalaya, todo se ve de una manera distinta. Para nosotros es imposible de encajar la idea de Dios perfectísimo con la de hombre mortal. Un Jesús que lo sabía todo, dejaría de ser humano. La vida humana consiste precisamente en un movimiento continuado hacia lo desconocido. Sin este ingrediente, la vida humana sería otra cosa. Si, por ejemplo, Jesús sabía que después de la muerte iba a resucitar físicamente a una gloria absoluta y definitiva, ¿qué valor podía tener el arriesgar su vida oponiéndose a una religiosidad inhumana?
En los evangelios encontramos numerosas muestras de que Jesús, como todo ser humano, estuvo aprendiendo durante toda su vida terrena. “Y crecía en estatura, sabiduría y gracia ante Dios y los hombres”. Lo que predicó no le vino
de nacimiento sino de una prolongada experiencia de treinta años. Entre líneas se puede entrever que lo que Jesús quiso proponer a sus discípulos fue: yo he tenido una experiencia de Dios, tened también vosotros esa misma experiencia y daréis sentido pleno a vuestra vida. ¿Tuvo que morir Jesús para salvarnos?
Es este un tema muy peliagudo, porque nos obliga a superar una visión maniquea de la espiritualidad que llevamos incrustada en lo más hondo desde el principio del cristianismo. La muerte de Jesús fue consecuencia de su fidelidad a sí mismo y a Dios. Jesús murió en la cruz por la imbecilidad y el egoísmo de los dirigentes de turno, no porque Dios hubiera planeado, exigido o reivindicado el sacrificio de su vida. Un Jesús que vino a pagar una deuda, responde a la arcaica visión del hombre caído que necesita que le levanten. Una vez superada esa idea, queda superada la idea de un rescate externo. El paroxismo de este disparate es que Dios exige el pago de un rescate por la ofensa infinita, que el ser humano le había infligido. Es ridículo pensar que el hombre puede infligir a Dios una ofensa infinita. Y mucho más, pensar que puede Él exigir una reparación. Todo este cambalache pierde sentido en el momento que descubrimos que Dios es otra cosa y no puede ser atrapado en nuestros conceptos materialistas. La idea de un Dios que exige la muerte de su Hijo para perdonar al hombre caído es una idea que ya existía en otras religiones del entorno. Esta mitología es sólo compatible con un Dios antropomórfico que actúa y reacciona al modo humano.
La Biblia vista con nuevos ojos En la interpretación de la Biblia es muchísimo lo que hemos avanzado en el último siglo. Sigue siendo el campo en el que más nos queda por andar. Gracias a los increíbles avances científicos estamos en condiciones de dar un salto de gigante en la comprensión de los escritos bíblicos. Las consecuencias que va a tener ese cambio tan drástico son imprevisibles. Como pasó al principio del Renacimiento, es la ciencia la que nos vuelve a obligar a salir de nuestra ceguera. A Galileo casi le cuesta la vida atreverse a decir que la tierra se mueve. El argumento de la Iglesia era que la Biblia decía lo contrario. Al final resultó que la Biblia no tenía razón pero sí el condenado Galileo. Con la evolución a mediados del XIX sucedió algo muy parecido. La Iglesia se opuso radicalmente porque contradecía la Biblia. Hoy el problema es mucho más grave, porque atañe a toda la manera que tenemos de interpretar los textos bíblicos. La nueva visión nos obliga a repensar lo que hasta ahora creíamos y a tomar conciencia de que los relatos no quieren decir lo que durante mucho tiempo, estábamos convencidos que nos decían. No
va ser nada fácil dar el paso y entrar en el nuevo paradigma que lo envuelve todo. El primer toque de atención ha sido el descubrimiento de que todo el AT se escribió entre el s. VII y el IV a.d.C. Está claro que en el siglo séptimo no podían tener ni idea de lo que pasó en tiempo de Noé. Los patriarcas son personajes míticos y todo lo que se dice de ellos no son más que relatos fantásticos utilizando los mitos y leyendas que circulaban en las culturas y religiones del entorno. Haber metido a Dios en los relatos no significa que haya intervenido en la historia para dirigirla y condicionarla. Dios no pudo elegir a un pueblo y hacer maravillas en su favor, casi siempre en contra de los demás pueblos. Dios no prometió a Abran ninguna descendencia ni a sus descendientes una tierra que mana leche y miel. Tampoco se ha encontrado rastro alguno de que haya habido una emigración del pueblo judío a Egipto. Los egipcios llevaban a rajatabla las anotaciones de los acontecimientos importantes del imperio. No hay ni rastro de ninguna población judía en su territorio. En el tiempo en que se coloca el relato del Éxodo, los egipcios tenían puestos de control en todas las fronteras. Es imposible que salieran de Egipto 600 000 judíos sin su consentimiento. Es improbable que un número tan descomunal, para aquella época, de personas pasaran cuarenta años en el desierto sin dejar el más mínimo rastro. No hubo ninguna teofanía en el Sinaí ni Moisés recibió ninguna tabla con los mandamientos. No hubo ninguna conquista de las tierras de Canaán, porque los judíos nunca salieron de allí. No pudieron derrumbarse las murallas de Jericó, porque no era más que una aldea. Está demostrado que David no fundó ningún imperio. En los descubrimientos arqueológicos no hay ni rastros de ese poderío. En aquel entonces, Sión no era más que un pueblucho sin ninguna capacidad organizativa y menos de un imperio. La fastuosidad de Salomón no fue más que una leyenda fantástica. Puede ser que construyera el primer templo, pero ahí se acabaría todo su esplendor. Los judíos no son una raza especial, que llegaron de alguna otra parte. Son de la misma estirpe que los demás habitante de la región Canaán. Pudo ocurrir que en un momento determinado, se juntaran algunas tribus y consiguieran imponerse a las demás, pero no porque Dios los eligiera y luchara a su favor contra las demás. Pero entonces, ¿por qué se escribieron todos esos relatos fantásticos que no hacen más que ponderar la intervención de Dios a favor de un pueblo, casi siempre, machacando a otros pueblos? Todos los relatos tuvieron un objetivo muy claro: intentar mantener la esperanza de un pueblo que se sentía zarandeado por todas partes y con muy pocas posibilidades de subsistir. Sobre todo a la vuelta del destierro, el pueblo judío quedó reducido a un puñado de personas de los más bajos estamentos sociales (los pobres de Yahvé). Lo que
intentaron, y consiguieron, los escritores fue mantener la esperanza y la energía necesaria para superar la dificultad que experimentaban para sobrevivir como pueblo. Lo maravilloso es que se cumplió el objetivo, aunque para ello hubo que convencerlos de que Dios estaba de su parte. Todo esto nos tiene que hacer pensar y aceptar que hemos estado leyendo la Escritura de una manera equivocada. Nada de lo que cuentan tiene relación alguna con lo que pasó. Pero las dificultades que encontraron y como fueron capaces de superarlas, eso sí es un hecho histórico. Esto es lo que nos debía conmover y abrirnos a la lección que aquella aptitud puede seguir dándonos hoy. Esta nueva visión no tiene por qué ser una catástrofe. Al contrario, abre unas posibilidades inmensas de acercarnos a la verdad y obligarnos a superar los fundamentos míticos que habíamos confundido con la intervención de Dios. Conocer la verdad nunca puede ser motivo de fracaso. Lo que debemos hacer es interpretar la Biblia de otro modo. Entonces, ¿qué queremos decir con la expresión: palabra de Dios, tan familiar entre nosotros los cristianos? Naturalmente no podemos emplea la frase en sentido propio. Dios no tiene palabra. Se utiliza como un símbolo de la comunicación. Pero Dios sólo se puede comunicar a través del ser; es decir en la experiencia interior y profunda del hombre. La comunicación entre Dios y el hombre es un acontecimiento tan profundo que no puede tener expresión adecuada ni con palabras ni a través de cualquier otro signo. Lo que llamamos palabra de Dios, no es más que un pálido reflejo de la comunicación entre lo divino y lo humano. En un museo podemos encontrar fósiles que nos dicen que hubo allí vida hace miles de años, pero allí no hay más que restos muertos. Ahora nos vemos obligados a superar la Escritura como refugio donde resguardarnos de todo ataque externo. La Biblia es la expresión de una experiencia profundamente humana y debemos utilizarla como motor de puesta en marcha hacia esa misma experiencia. No se puede seguir utilizando la Biblia como argumento para resolver todas las cuestiones habidas y por haber. La Biblia, como obra de seres humanos, no puede estar libre de errores. La experiencia del que escribe pudo ser auténtica, pero al trasmitirla a los demás debe emplear un lenguaje que estará siempre expuesto a sus limitaciones. Esta limitación no anula la veracidad de la experiencia, pero hay que tenerlas en cuenta para poder llegar a la vivencia. Tampoco el NT se libra de este cambia radical al que nos empuja el nuevo paradigma. Los evangelios no son reflejo exacto de lo que hizo y dijo Jesús. La redacción definitiva se hizo cincuenta o setenta años después de morir él. La nueva ciencia ha puesto en evidencia la complejidad de la andadura cristiana en sus primeros años. La visión de un único cristianismo uniforme era también falsa.
Durante las primeras décadas, solo encontramos rastros de Jesús en dos grupos. Uno lo constituyeron comunidades de judíos entorno a los discípulos en su propia tierra de Judea. Fue un movimiento de renovación religiosa de los muchos que surgieron en Israel por aquella época. El amor predicado por Jesús fue el aglutinante de este movimiento. Su paradigma particular fue el sermón de la montaña. Reconocían a Jesús, sobre todo, como el profeta galileo. Se adivina la existencia de este grupo, a través del evangelio de Marcos y los supuestos escritos que llamamos fuente Q. en este movimiento no se pueden encontrar rastros ni del nacimiento virginal ni acontecimientos navideños ni pasión ni resurrección. Tampoco aparece el concepto de muerte expiatoria ni de la glorificación de Jesús en Cristo. Este parece ser el embrión de la primitiva Iglesia. Esta espiritualidad quedó completamente anulada por la predicación de Pablo, que no quiso saber nada del Jesús que anduvo por Nazaret y metió a la primera comunidad cristiana por otros derroteros completamente distintos. Otro grupo de comunidades aparece en Jerusalén en torno a Santiago el hermano de Jesús. Son judíos observantes que se mantienen fieles al templo y a la Ley. Jesús es pare ellos el Mesías, lo creen resucitado y esperan su venida. Se sienten el verdadero Israel. Para ellos las promesas se han cumplido en Jesús. La muerte de Santiago, la destrucción del templo y la persecución les lleva a la extinción. Curiosamente, la memoria de Jesús prevalece, no por estas dos tendencias sino gracias al judaísmo helenístico de la diáspora. Su religiosidad, fruto de la predicación de Pablo, se basa en el amor a Cristo como resucitado-glorificado. En ausencia de Jesús, el Espíritu toma el protagonismo y Jesús como Hijo de Dios pasa a ser el centro de la predicación. El descubrimiento de que el primer cristianismo pasó por estas tres etapas, aclara muchas cosas de los orígenes. Estas comunidades, cada una a su manera, fueron elaborando relatos, primero orales y luego escritos, sobre Jesús. En ningún caso les interesó una biografía sino más bien dar testimonio de que el plan de Dios se cumplió en Jesús y que esto estaba de acuerdo con su tradición. La necesidad de aclaración histórica, es imprescindible para entender el proceso del cristianismo en los siglos siguientes. La interpretación del cristianismo sufrió un vuelco al encontrarse con la filosofía greco-latina. La aplicación del pensamiento racional a las narraciones evangélicas que procedían de una filosofía vivencial, descoyuntó el mensaje y lo hizo ininteligible para la razón y para la vida. La religión se convierte en una institución reglamentada y tutelada por el poder imperial. Esta nueva visión del mensaje necesita estructuras visibles. De ahí el surgimiento de doctrinas (dogmas), ritos fijos y una moral bien definida. Ha comenzado el tiempo de la cristiandad. Estos descubrimientos no son conjeturas u ocurrencias sino conclusiones científicas que han puesto todo patas arriba.
Una moral más allá de la norma La idea de la moral como voluntad eterna de Dios, debemos también superarla. La voluntad de Dios llega a nosotros a través de nuestro propio ser, no desde fuera. En una homilía se me ocurrió decir que Dios no había dado ninguna tabla de la Ley a Moisés. En cuanto oyó tal cosa, uno de los fieles se levantó y abandono la iglesia. El gesto quiere decir que se sigue entendiendo la Biblia literalmente. A las exigencias más profundas de mi propio ser, podía llamarse voluntad de Dios. No existe ninguna norma ética absoluta dada por algún dios desde fuera. Lo que es bueno o malo para mí o para los demás, tengo que descubrirlo conociendo cada vez mejor mi auténtico ser, más allá de lo que me dicten mis instintos, pasiones, apetitos, etcétera. Esto supone un proceso de maduración que ha durado toda la andadura humana. Lo que llamamos moral son normas que una comunidad acepta porque ha descubierto que el hacer esto o dejar de hacer aquello es bueno para cada individuo y para la sociedad en su conjunto. Pero de ahí a darle valor absoluto va un gran trecho. Lo que en un momento de la historia fue bueno, puede ser superado por algo que es mejor. Esta simple norma podría evitar infinidad de situaciones embarazosas y a veces ridículas. Una auténtica moral humana debe estar adaptándose siempre a las circunstancias de cada época. No olvidemos que, como seres humanos, seguimos estando en evolución. La distinción que quieren hacer algunos entre moral y ética no tiene fundamento alguno. Es ridículo pensar que una cosa es la que tenemos que hacer como seres humanos y otra como personas creyentes que tenemos que obedecer a los mandatos de Dios. El ser humano puede y debe decidir por sí mismo su propio destino. Pero debe encontrarlo dentro de él mismo sin necesidad de buscar apoyos fuera de él. Ninguna referencia fuera del mismo hombre puede tener valor absoluto. La sociedad debe crear su propio sistema de valores, siempre al servicio de lo humano, sin escamotear su responsabilidad. Los criterios por los que debe llegar a esa elaboración serán vitales y estarán en constante trasformación.
Los místicos adelantaron el futuro Entendemos por místico cualquier ser humano que haya tenido una experiencia interior de su verdadero ser. Todos los fundadores, directos o indirectos, de religiones han sido místicos. Podemos llamarlos también iluminados o personas realizadas, pero en el fondo queremos decir lo mismo. Seres humanos que han buscado en su interior la respuesta más acuciante que se puede hacer el hombre: ¿Quién soy yo? La experiencia mística es la misma en todos los tiempos y en todas las religiones y culturas. Para nosotros los más conocidos son los sufíes, los judíos y
los cristianos pero verdaderos místicos los ha habido en todas las religiones. A pesar de las diferentes culturas y épocas y a pesar de su diferente lenguaje, todos coinciden en lo esencial: tratar de mostrar la unidad absoluta del ser humano con el absoluto. Los cristianos tenemos una riquísima tradición mística. A través de muchos siglos hemos desarrollado un lenguaje propio con el que nos entendemos, pero al que no hay que dar valor absoluto. Los tres pasos que proponen nuestros grandes místicos para acceder a la más alta cuota de contemplación, son solo apuntes. La vía purgativa, la vía iluminativa y la vía unitiva, es una manera genial de explicar una experiencia que se vive como un proceso, pero que no se atiene a normas preestablecidas ni se puede programar a través de unos pasos predeterminados. Lo mismo podíamos decir del lenguaje con que nos hablan de la unión del alma con Dios. Responde a una manera de entender al hombre, exclusiva del mundo occidental. Un compuesto de alma y cuerpo como principios que pueden entenderse separados el uno del otro. Esta visión del hombre es consecuencia de la doctrina del hilemorfismo de los griegos que explica al ser humano como un compuesto de materia y forma, como todas las demás realidades. Hoy esa explicación metafísica nos dice muy poco. Más bien estamos recuperando la idea bíblica del ser humano como un todo único e indivisible, aunque podemos verle desde muchos aspectos que se integran todos en una totalidad. En el judaísmo del tiempo de Jesús, se consideraba al hombre bajo cuatro aspectos muy definidos: hombre carne, hombre cuerpo, hombre alma, hombre espíritu. No es una parte del ser humano la que se une con Dios, sino todo el ser. También hemos visto ya, cómo hemos superado la idea de un Dios separado que se relaciona con nosotros desde lo alto y al que tenemos que acceder como a un Señor Soberano y absoluto que nos creó e interviene a su capricho en nuestros asuntos. Ese dios no puede abrir un verdadero futuro para el hombre de hoy, que es consciente de su autonomía y vitalidad. La gran experiencia mística es que nada está separado de nada. Aunque esta experiencia extrema se ha asociado casi siempre a personas religiosas, no siempre ha sido así y debemos tenerlo en cuenta para no caer en la trampa de simplificar el fenómeno. Hay relatos fehacientes de personas que no tenían nada que ver con religiosidad alguna. Incluso ateos beligerantes se han visto sorprendidos por vivencias que ellos mismo relatan cómo transpersonales. He aquí el relato de uno de ellos: “Mi experiencia de conciencia cósmica sucedió de manera inesperada una tarde cuando me encontraba yo solo, contemplando un anochecer especialmente hermoso (…) Entonces me di cuenta que el nivel de
luz en la habitación y en el cielo parecía estar intensificándose poco a poco. La luz parecía venir de todas partes. Pronto llegó a ser muy brillante, pero la luz no molestaba en absoluto. Empecé a sentirme muy bien, luego mejor todavía y más tarde me puse eufórico. Llegó un momento en que el sentido del paso del tiempo se detuvo enteramente. En ese momento me fundí con la luz, y todo -
incluyéndome a mí mismo- se convirtió en una totalidad unificada. No había separación entre mi persona y el resto del universo…”
Esto nos obliga a plantearnos una pregunta: ¿la aparición de fenómenos que llamamos místicos, es consecuencia de una religiosidad profunda? Tal vez es una capacidad innata de todo ser humano y lo que añade la religiosidad sea un marco especialmente adecuado para que aparezca el fenómeno en místicos propensos sicológicamente a la aparición de esos fenómenos. Lo mismo que es frecuente entre los místicos que sean sujetos de fenómenos paranormales, puede haber místicos con un equilibrio sicológico que no permita la aparición de dichos fenómenos. Puesto que se dan también en situaciones que no tienen nada que ver con la religiosidad de las personas, no debemos identificarlos con la experiencia mística. Por otra parte, hoy tenemos claro que esos fenómenos no están causados por seres metafísicos que actúan desde poderes sobrenaturales sino producto del subconsciente. A un sufí nunca se le aparecerá la Virgen María ni tendrá nunca el fenómeno de la estigmatización. A Juana de Arco se le aparecían los santos, que había contemplado de pequeña en la iglesia de su pueblo. Tampoco tiene sentido afirmar que todos los místicos son enfermos mentales, como he leído en algún lugar. Lo que puede ser reflejo de una debilidad síquica es la manera que tienen algunos místicos de interpretar sus experiencias. Las visiones narradas por alguno, tienen toda la traza de ser producto de un subconsciente desbordado. Pero esa interpretación inexacta no invalida la experiencia mística que la provocó. Hoy sabemos que se pueden provocar experiencias místicas activando artificialmente ciertas partes del cerebro. También sabemos que la utilización de alucinógenos ha sido común en todas las épocas, por parte de chamanes, profetas, místicos etc. Incluso podemos ir más allá y descubrir que algunos animales y primates utilizan esas sustancias para alcanzar el placer de un estado alterado de su sensibilidad. Esto no son especulaciones sino resultado de largos y concienzudos experimentos de laboratorio. El argumento de que lo experimentado en toda experiencia mística es fruto del cerebro, no tiene valor descalificativo alguno, porque la mayor parte de la realidad que consideramos bien real, es también fruto de la elaboración de nuestro cerebro. El color no es algo que exista ahí fuera, es solo una interpretación del cerebro a unas vibraciones electromagnéticas. La mayoría de los místicos se pasan toda la vida sin visiones, ni revelaciones, ni apariciones de seres divinos. Esto suele ser signo de un equilibrio síquico y mental a toda prueba. La calidad de una experiencia mística no se puede valorar por la manera que tiene cada individuo de interpretar y de contar su vivencia interior. Es una pena que a la hora de canonizar a un santo, se tenga más en cuenta esos fenómenos sin importancia, que su misma vida concreta y sus relaciones con los demás seres humanos.
En esta materia, las imágenes y los conceptos son sólo el dedo que nos apunta a una realidad que está más allá de todo concepto. Por eso en otras culturas han empleado otras imágenes igualmente válidas, que podemos incorporar a nuestro lenguaje enriqueciéndolo y diversificándolo. La vivencia interior nos lleva a encontrarnos con la Realidad. Las distintas culturas proporcionan singulares imágenes en las que pretendemos meter la experiencia. A veces interpretamos mal el lenguaje que utilizan y sacamos la conclusión de que están por encima de los demás hasta creerse Dios. Nada más lejos de la realidad. Una historieta nos ayudará a comprenderlo. Un devoto le decía a su gurú: de verdad crees que eres Dios. El gurú le contestó: soy Dios y tú también lo eres; la única diferencia está en que yo lo sé y tú no lo sabes. Todos somos el Absoluto, pero la inmensa mayoría nunca lo descubrirán Es imposible explicar la vivencia que tienen los místicos de identificación con Dios. Se trata de una unidad absoluta y total, pero no quiere decir que se sientan como si fueran otro Dios por encima de toda otra realidad. Se trata de una unidad difícil de entender para el que no la ha vivido. Esta experiencia de unidad, supera pero no anula las diferencias entre Dios y la criatura. Otra historia nos puede ayudar. Un devoto se dirigía a Dios diciendo: Por qué al faraón que dice: “soy dios” le has mandado a lo más hondo del infierno. En cambio al místico que dice “soy Dios”, le has elevado a lo más alto del cielo.
Dios contestó: Cuando el faraón dice soy dios, lo dice pensando en él y olvidándose de mí. Cuando el místico dice soy Dios, lo dice pensando en mí y olvidándose de él. Otro de los peligros de la literatura mística estriba en que puede dar la impresión de que esa unión es fruto de un esfuerzo continuado. En realidad en todas las culturas se presenta como la meta de un largo camino (subida al monte Carmelo, Las moradas, etc.). El problema está en comprender que sin esfuerzo no se conseguirá nunca, pero a la vez, nunca puede ser el fruto de un esfuerzo. Esta meta suprema de unidad absoluta con el Todo, no es un invento de los últimos tiempos. Desde que tenemos datos históricos, descubrimos que ya muchos seres humanos han vivido esa posibilidad y nos han hablado de ella. Hay que suponer que son muchos más los que habiéndola vivido, no han querido o no han sido capaces de comunicar a los demás esa vivencia. A través de la andadura humana, ha cambiado mucho la manera de narrar una experiencia que está más allá de lo racional. Es probable que el chamanismo fuera fruto de una tal experiencia que se interpretaba como la identificación con la fuerza de un animal poderoso que permitía al individuo actuar con una energía superior a la normal. El animal en cuestión, que prestaba su fuerza al líder, se convertiría en el tótem de toda la tribu. Los libros sagrados más antiguos, los Vedas, ya hablan de la entrega de Dios a los hombres escogidos, que por su unidad con Él, fueron capaces de poner en conceptos la inspiración divina. Escritos algunos hace 3.400 años, siguen siendo
tenidos por sagrados a todos los efectos. Estas experiencias siguen sirviendo de inspiración a los seres humanos de hoy. El budismo es otra filosofía-religión de las más antiguas. Hacen tan poco hincapié en el ser supremo, que muchos la consideran atea. Pero por otra parte, muchos consideran a los budistas panteístas. Para Buda la más alta meta fue la realización del Nirvana. Como siempre, lo difícil es concretar que realidad se esconde detrás de esa enigmática palabra. Es curioso que Buda no postulara un ser absoluto con el que fundirse sino una iluminación, es decir, una toma de conciencia de lo que ya es el ser humano. Este dato es importante para que nos demos cuenta de por dónde pueden ir los tiros de nuestra manera de entender el futuro. Ya eres la totalidad, ya eres Buda, ya estás en el nirvana. Sólo tienes que descubrirlo y vivirlo. Plotino fue otro de los grandes “místicos” no cristianos. No le interesó la política, ni la ciencia, ni la felicidad como a los estoicos. Su principal preocupación fue la unión con Dios. Su base filosófica fue la distinción de tres principios; el Uno, el Espíritu y el Alma. Todo procede del uno y todo debe retornar a Él. El movimiento descendente ya está realizado, puesto que la consecuencia es el mundo visible. La vuelta a la unidad depende de cada uno de nosotros. Rumi fue uno de los más grandes místicos sufíes. Para él todo se resumía en el amor, el resto de la realidad no tenía ningún valor. “solo el amor tierno, solo el amor tierno, no tengo otra semilla”. “El amor es el calor y el resplandor de la unidad. El amor es la esencia de la unidad”. Todos los míst icos utilizan de una u
otra manera la imagen del amor. Seguramente porque, aunque esté hoy tan manoseado, no hay otra realidad más profundamente humana.
No me resisto transcribir unos versos suyos que me dejaron con la boca abierta: "Calla mi labio carnal. Habla en mi interior la calma, voz sonora de mi alma, que es el alma de otra Alma eterna y universal. ¿Dónde tu rostro reposa, Alma que a mi alma das vida? Nacen sin cesar las cosas, mil y mil veces ansiosas de ver Tu faz escondida.”
Las cosas están ansiosas de descubrir su verdadera Realidad. Mucho más el ser humano no podrá descansar hasta que se sienta en su verdadera morada (Agustín). Ese anhelo es el que surge en cuanto vamos más allá del cascarón superficial que nos engaña haciéndonos pensar que somos eso. Todo ser humano que intenta conocerse a fondo, termina descubriendo algo que le supera y trasciende pero que no está alejado de él. No podemos hablar de la experiencia mística sin mencionar al mayor místico de todo el cristianismo, el Maestro Eckhart. Muy poco antes que Juan de la Cruz y de Teresa de Ávila, expuso, con un atrevido lenguaje (tal vez más complicado y además un poco alemán), el sentido de su vivencia mística. El místico sabe que no puede hablar de lo que ha vivido y sin embargo, no tiene más remedio que hablar de lo que para él es simple.
Lo que me ha llamado la atención del Maestro Eckhart es la idea de que Dios necesita al ser humano para existir. Dice con gran osadía que la tarea de todo cristiano es hacer de partera, es decir, dar a luz a Dios. Es una idea genial que hoy estamos preparados para entender. El ser humano es la única criatura que puede hacer presente conscientemente a Dios. Esa sería la tarea fundamental de una vida. Otra idea genial es que nos invita “a mirar profundamente las cosas y a descubrir a Dios en ellas”. Comprender esto es imprescindible para adentrarnos por el camino hacia la unidad. Otra idea profunda: “ cuánto más débiles y pecadores somos tanto más sentimos el deber de vincularnos a Dios mediante un puro amor”. Esto nos puede hacer entender que no se trata de una manifestación de nuestra propia perfección, sino de una toma de conciencia de lo que realmente somos a pesar nuestro. Eckhart hace una distinción entre “Deus” y “Deitas”, que puede ser clave para
avanzar en la espiritualidad del futuro. Insostenible ya la idea de un dios cosa, persona, individuo, se abre aquí un nuevo panorama esperanzador. La Deidad como un ámbito de lo divino que todo lo inunda y todo lo sostiene. En ese ámbito nos desenvolvemos todos nosotros.
Juan de la Cruz y Teresa de Ávila son demasiado conocidos para tener que explicar sus relatos místicos. Los dos usan un lenguaje idéntico, no sólo porque vivieron la misma época, sino porque compartieron todas sus profundas experiencias místicas. El descubrir que otra persona está experimentando lo mismo que tú, hace que las dos se encuentren encantadas de conocerse. Los dos tratan de explicar la experiencia como un camino que el alma debe recorrer. Uno bajo el símbolo de las moradas, otro bajo la idea de la subida a un monte (la subida al monte Carmelo). Insisten demasiado en el esfuerzo personal para conseguir la meta y puede dar la impresión de que es un logro humano. Nada más lejos de su verdadera experiencia. Según ellos mismos explican, el esfuerzo es imprescindible, pero la obra es de Dios. Los dos tienen muy claro que solo la “gracia” puede llevar al alma a la
consecución del objetivo supremo. Es un ejemplo más de como el lenguaje utilizado responde a los conceptos que se manejaban en cada época. El invento
de la “gracia” ha sido una verdadera desgracia. Pensar que Dios puede darme
algo o puede no dármelo es consecuencia de un antropomorfismo aún no superado. Dios no tiene nada que darnos, porque nada hay fuera de Él. Se da Él mismo y punto. Pero además no tiene partes y por eso no se puede dar más o menos. Se da siempre infinitamente. Entre Dios y nuestro verdadero ser no hay espacio que pueda ocupar ninguna otra realidad. De ninguna de las maneras puede haber intermediario alguno entre Él y nosotros. Ni realidad material ni espiritual pueden interponerse. Mucho peor es que haya personas que se han erigido como intermediarios.
Las religiones, sobre todo la nuestra, insisten, por activa y por pasiva, en el esfuerzo humano. Partían de la idea de un Dios en lo alto que sólo podía
encontrarse con la criatura cuando ésta alcanzaba un grado de perfección que le hacía merecedor de su favor. Este estado sólo se podía conseguir a base de renuncias, privaciones y sacrificios. Esta visión, un poco rastrera, es consecuencia de un larvado maniqueísmo que permanece en las estructuras de nuestra religión. La identificación con el absoluto es nuestra meta, pero es también el punto de partida de toda criatura. Seguir pensando en toma y daca con Dios es ridículo y nos mete por un callejón sin salida, porque se nos propone una tarea que nunca va a estar a nuestro alcance. Otro lenguaje peligroso es hablar de matrimonio espiritual. El alma sería la esposa y Dios (o Cristo) el esposo. Es una imagen muy utilizada por todos los místicos, pero debemos tener claro que no es más que un apunte. En el matrimonio, aún en el más perfecto, permanecen ambos amantes siendo dos. Sólo son uno en metáfora. En la vivencia de unidad con el Todo, ya no hay dos sino una sola realidad. Teilhard de Chardin fue uno de los últimos grandes místicos, además de científico. Esta doble faceta de su formación le permitió superar la lucha entre ciencia y espiritualidad. Para los científicos la religión era un lastre insoportable. Para los teólogos la evolución era inaceptable. Teilhard alcanzó una síntesis que nos permite tomar conciencia de una realidad que está más allá de las aparentes contradicciones. Toda su doctrina está resumida en el “punto omega”, que da por supuesto el
punto alfa. Para él la evolución de todo el cosmos no es más que la consecuencia lógica de su origen. No habría evolución si no hubiera una constante involución. El punto de partida es que Dios está en toda la realidad. El punto de llegada será el descubrir y vivir toda la realidad en Dios. Esta es la tarea del hombre. A través de la biosfera en marcha durante millones de años y de la noosfera que se está desplegando a través del ser humano, el mundo camina hacia su plenitud, que Teilhard resume en dos conceptos, el de pleroma y el de Punto Omega (meta de todo lo existente). Y aunque admite que aún existen fuerzas de desintegración, confía en que las fuerzas de integración superen a las de desintegración.
El mundo debe ser cristificado para que en él encuentre el punto de atracción y convergencia de todas las fuerzas de unificación. A través de esa cristificación el mundo encontrará un punto de encuentro para toda la realidad espiritualizada. Esta realidad unificadora la llama el Medio Divino, clave para entender su visión mística del futuro del hombre y del mundo. Insiste en que esa evolución tiene que ser universal. No se contenta con que unos cuantos seres humanos alcancen la conciencia de unidad, postula una evolución hacia la unidad universal y definitiva. El ser humano es el encargado de llevar a cabo esa tarea y el único camino es el amor. Ese amor tiene que ir más allá del sentimiento y de la emoción que caracteriza el amor humano, debe llegar al ágape universal y total.
El futuro cambiará de manera drástica porque estamos a punto de descubrir por segunda vez el fuego. Ya lo intuyó Teilhard de Chardin que decía más o menos: cuando descubramos que el amor es la clave de nuestras relaciones con los demás y con el mundo, empezaremos una nueva época para la humanidad. El descubrimiento de la evolución en sentido absoluto, es decir, en todos los órdenes de la existencia y no sólo en el de la vida, es el mayor logro en los dos últimos millones de años. Teilhard de Chardin descubrió la verdadera evolución. Más allá de la que propuso Darwin, que ya fue un increíble avance científico, Teilhard habla de la evolución en sentido absoluto. El universo entero está en evolución imparable y avanza desde las capas más materiales hacia la meta que sería el “punto omega”, es decir, la identificación de todo en la unidad absoluta.
Pero debemos tener claro que ese proceso no parte de la pura materia sino que presupone que en la materia más material se encuentra ya la plenitud de lo divino, aunque escondido y camuflado. Esta idea es clave para entender todo el pensamiento del gran místico. El punto omega no es sólo una meta a la que hay que llegar, es también la Realidad que está ya dirigiendo los pasos de toda realidad. Como todos los místicos fue tratado a baquetazos por la institución y condenado, aunque después de haber muerto. Para mí es uno de los personajes que merecería la pena revindicar y actualizar. Su manera de hablar, a pesar de inventar un gran número de palabras profundas, es un poco eclesiástico y pasado de moda. Si fuéramos capaces de actualizar su lenguaje, sería uno de los escritores más leídos
La punta de lanza de la evolución Cuando hacemos una pregunta, estamos dando por supuesto que hay una respuesta. Este es el principal escollo que debemos superar para dar el paso decisivo. Se trata de superar todo intento de comprender o razonar lo que estamos buscando. No hay nada que buscar que no tengamos ya en nosotros. Desde el ámbito mental en el que todos vivimos, no es posible avanzar más allá de un límite. Es imprescindible una toma de conciencia de que hay otro camino para dar el salto. Sin embargo, es verdad que abandonar la racionalidad para entrar en el ámbito de la vivencia es algo que nos inquieta demasiado. La razón no tiene manera alguna de llevarnos a la experiencia de nuestro verdadero ser, porque el Ser escapa y está más allá de todas las capacidades racionales. A la meta de la que estamos hablando sólo podemos llegar a través de una vivencia interior que vaya más allá de todo lo que pueden aportarnos los sentidos y también más allá de todo lo que puede procesar la razón partiendo de esos datos. Hoy por hoy, la palabra que nos puede llevar al concepto es “mística”. Claro que la manera de entenderla tiene innumerables matices, pero
eso no nos debe inquietar.
La experiencia mística no puede ser transferida a conceptos. Esta es la razón por la que todos los libros sobre mística nos han metido por callejones sin salida. Nada se puede decir de lo que realmente experimenta un místico, por la sencilla razón de que el absoluto no se puede meter en conceptos. En el momento que intente comprender lo que le ha pasado o en qué consiste esa vivencia, empiezo a chapotear en arenas movedizas. Es curioso que los orientales hablen de siete dimensiones y Santa Teresa de siete moradas. Pero no vamos a entrar en la descripción de esos estadios porque sería demasiado prolijo. A la inmensa mayoría de los mortales nos basta saber la dirección en la que tenemos que ir y que por muchos peldaños que hayas subido, siempre habrá uno más por escalar. En realidad, la vida espiritual es un proceso sin solución de continuidad, una ascensión sin escalones, que no terminará nunca. Unidad-amor Es relativamente fácil convencernos de que la identificación con el Absoluto es la meta. Es mucho más difícil tomar conciencia de que es también el punto de partida. Aunque estemos dando los primeros pasos en el camino espiritual, debemos tener muy claro que no tenemos que salir de nosotros para llegar al Último. Tú ya lo eres todo, sólo te falta tomar conciencia de ello. Ni la más pequeña partícula de materia puede estar nunca separada del Absoluto, porque toda realidad es solo su manifestación. En el espejo sólo aparecerá una imagen cuando la realidad se encuentre delante de él. Nosotros sólo vemos la imagen reflejada pero algunos son capaces de adivinar la realidad que está detrás. Lo divino es también el fundamento de todo ser humano. La gran diferencia está en que el ser humano puede descubrir esa realidad y vivirla conscientemente. Esta sería la meta suprema de toda vida humana. Lo humano y lo divino no son dos planos independientes. La plenitud de lo humano es lo divino y no hay nada divino más allá o fuera de lo que comprendemos como humano. Ninguna religiosidad podemos alcanzar si olvidamos esta verdad. El Dios objetivado y cosificado ha desaparecido. En la mayoría de las religiones se considera a Dios como el creador del universo y del hombre. Este descubrimiento ha sido el fundamento de todas las religiones. Pero resulta que lo contrario es mucho más cercano a la verdad. Es el hombre el que ha creado al Dios que manejamos. Esto quiere decir que si no existiera el ser humano, no existiría ninguna idea de Dios. Para vivir esa realidad que nos trasciende, no es necesario renunciar a nada de lo que somos, a lo único que debemos renunciar es a lo que creemos ser y no somos. Todas las facetas que constituyen nuestra individualidad tienen que ser absorbidas e integradas en la totalidad del Ser, desde la materialidad de lo físico hasta la más alta cualidad mental que la evolución ha conseguido. Esto quiere decir que para conseguir arrastrar la realidad material hacia esa unidad total, tengamos que utilizar la estrategia de, primero, tomar distancia de ella. No porque esté en contra de la Realdad última, sino porque volcados sobre
la materia, nosotros no somos capaces de descubrir lo inmaterial. Se requiere una retirada hacia el interior de nuestro ser, para descubrir la verdad. La distinción, y mucho más la confrontación, tradicional entre materia y espíritu queda también superada desde esta nueva perspectiva. El espiritualista y el materialista tienen la misma equivocada estructura mental. Uno se empeña en renegar de la materia creyéndose sólo espíritu, el otro niega el espíritu creyéndose sólo materia. Las dos posturas están equivocadas y es urgente tomar conciencia de ello. Lo verdaderamente humano es lo divino. Cuando tomemos conciencia de que todos somos uno en el Todo, el amor dejará de ser un mandamiento y se convertirá en una manera espontánea de manifestar nuestro verdadero ser. En esta clase de conocimiento, desaparece el sujeto y el objeto. El que conoce, lo conocido y el conocimiento son uno. En el caso del amor: el que ama, el amado y el amor es la misma y única realidad. Se trata de otro amor Para comprender esa vivencia, el concepto de amor que utilizamos normalmente, aunque sea el más elevado, tiene que dejar paso a otra realidad. A ver cómo lo explico. En el concepto de amor que manejamos, aunque sea el amor a Dios e incluso el amor que Dios nos tiene, damos por supuesto que hay un sujeto que ama y un objeto amado. Desde la dualidad, hacemos inviable el amor del evangelio. Al llegar la conciencia de unidad con el Todo, el que ama, el amado y el amor no son más que una única realidad. Para los simples mortales es muy difícil comprender este nuevo concepto del Amor. Debemos tomar primero conciencia de que Dios no es un ser que ama, sino el amor. El que ama y el amado se han fundido para quedar sólo el Amor Normalmente nuestra vida espiritual está fundamentada en la pretensión de unirnos cada vez más a Dios, pero permaneciendo nosotros como sujetos. Debemos tomar clara conciencia de que si no dejo de ser un “ego”, será
imposible que se lleve a cabo la unión. Bien entendido que no se trata de aniquilarse, sino de anonadarse para poder integrarse en el Uno sin dejar de ser uno. Un concepto matemático nos puede ayudar. En nuestra búsqueda de la unidad con Dios nos empeñamos en sumar, y 1 + 1 son 2. Con relación a Dios no hay suma sino multiplicación 1 x 1 = 1. Aquí está la clave. Ahora bien, si a ese resultado que es Uno, lo multiplicamos por 1 volveremos a tener el resultado de 1. Y si lo multiplicamos 7 mil millones de veces, el resultado seguirá siendo 1. He comentado decenas de veces una frase de Schillebeeckx, que me parecía genial. “Si pudiera quitar de mí, lo que hay de mí, quedaría Dios. Si pudiera
quitar de mí, lo que hay de Dios, quedaría nada. Hoy estoy en condiciones de decir: si pudiera quitar de mi lo que hay de Dios, quedaría nada y si pudiera quitar de mí lo que hay de mí, quedaría nada.
El ejemplo matemático que parece tan simple nos lo hará comprender un poco mejor. 1 x 0 = 0, pero también 0 x 1 es igual a 0. Yo no podía existir sin Dios, pero tampoco mi Dios puede existir sin mí. Esta idea ya la expresó con claridad Eckhart. Con la razón, es imposible de comprender pero es así de fácil. Si no hay realidad reflejada en el espejo es que no hay nada delante del espejo. Este amor del que hablamos ya no es un acto sino el propio ser manifestándose constantemente y sin esfuerzo alguno. Al intentar explicar este punto, hasta los mejores místicos han patinado. El afán de utilizar el lenguaje del amor humano, nos suele despistar y dejarnos confundidos. La pareja está unida por actos de amor. En la relación con Dios los actos de amor son la unidad manifestada. Juan de la Cruz lo dejó muy bien expresado en sus versos: “Oh noche que
guiaste, oh noche amable más que la alborada; oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada”. Pero también podía haber concluido: amado en la amada transformado. El amor del que hablamos es la unidad. Ya lo hemos dicho, ni el que ama existe sin el amado ni queda nada del amado al margen del que ama. También el Maestro Eckhart nos deja alucinados cuando dice que Dios se deshace de sí mismo para identificarse con cada uno de nosotros. Lo mismo que nosotros tenemos que anonadarnos si queremos llegar a ser uno con Él. Es lo que quiso expresar Pablo c uando dice: “Se despojó de su rango…” no podríamos hablar de evolución si no hubiera una constante involución. Muchos de los que me escuchan manifiestan su inquietud al oír que Dios no es un ser personal, que no es padre, ni madre, ni abuelo... nadie a quien se pueda pedir, de quien esperar algo; nadie en quien se pueda confiar para que me saque las castañas del fuego. Sienten que se quedan huérfanos y sin agarraderas donde sostener sus existencias. Comprendo esa zozobra, pero no puedo compartirla porque no se trata de eliminar la confianza en Dios sino de potenciarlo hasta el infinito. En la medida que alguien experimente que el Otro ya no es tal sino que se ha identificado con él, la confianza se hace absoluta, pero no tiene que salir de sí mismo para acceder a la total seguridad de que el absoluto está de mi parte y por lo tanto, nada tengo que temer de nada ni de nadie. Dios no es un ser personal porque es “superpersonal”, es decir, infinitamente
más que una persona. El ego se siente incómodo ante esta perspectiva, porque al no tener con quien confrontarse pierde toda su capacidad de afianzarse como tal. Vivir la identificación con Dios, no conlleva ninguna pérdida sino la absoluta ganancia de la plenitud de ser en el Ser. Santa Teresa lo dejó muy claro en una frase lapidaria que surgió de su más profunda experiencia: “Quién a Dios tiene, nada le falta”.
La única realidad es la Realidad Última Esa identificación con el ser absoluto y supremo no es un logro del individuo que sólo pueda alcanzar después de inusitados esfuerzos. Esa unidad es la Única Realidad existente. Lo que creemos realidad no es más que pura apariencia.
Nadie puede imaginar una ola si no es dando por supuesto que bajo ella se encuentra el mar. Todos podemos ser ola gracias a que existe un mar que nos sostiene. Nuestra única tarea es superar el engaño de creernos ola autónoma y tomar conciencia de que soy también y sobre todo mar. Esto parecería lo más sencillo, pero el ego, nuestro falso ser, tiene que auto afianzarse a toda costa y la artimaña que utiliza es hacer creer que él es nuestra verdadera naturaleza. El egoísmo tiene como fundamento el falso yo. Descubierta nuestra verdadera naturaleza, el engaño quedará patente y superado. El ejemplo de la ola y el mar puede ser clarificador si aceptamos que no es más que una metáfora. La ola y el mar es una sola realidad, pero efectivamente la ola existe y está ahí. Lo importante es que esa forma exterior del agua no hace cambiar para nada la esencia de lo que era un instante antes y seguirá siendo un instante después. El haber sido ola durante unos instantes permanecerá para siempre. Ya lo hemos dicho, para que el ser humano pueda evolucionar hacia esa unidad con el todo absoluto, ha tenido que darse una involución del absoluto. Ex nihilo nihil fit, (de la nada nada sale) decía Parménides. Sólo si aquello que vamos a conseguir se encuentra ya inmerso en lo que somos, será posible la locura de alcanzarlo. Esto no quiere decir que esa presencia sea fácilmente descubierta. La verdad es que no tenemos nada que alcanzar, porque lo somos ya todo. Vuelvo a repetir que la experiencia de unidad no es más que una toma de conciencia de nuestro verdadero ser. No debemos agobiarnos pensando que la mierda que soy nunca me permitirá alcanzar la plenitud a la que aspiro. La aspiración tiene que estar dirigida al descubrimiento, no a la elaboración de esa realidad. Desconcertante paradoja Si planeamos una búsqueda, quiere decir que tenemos algo que buscar. Si programamos un viaje, quiere decir que hay una meta a la que llegar. La verdad es que no hay nada que buscar, ni ninguna meta a la que llegar. Nos pasa lo que a aquel pez, que había oído hablar del océano y estaba como loco, preguntando a todo el mundo, dónde estaba el océano. Imposible encontrarlo si se empeña en buscar fuera. Algo parecido le pasó a la muñeca de sal. Empeñada en saber quién era ella, emprendió un viaje preguntando a todo el que encontraba: ¿puedes decirme quién soy yo? Nadie fue capaz de contestarle. Siguiendo su camino llegó al océano. Al verlo se dijo: esta cosa inmensa sabrá decirme quien soy. Al preguntarle, el mar le contestó: entra dentro de mí y lo sabrás. Avanzó decidida. Al ir entrando en el mar se empezó a disolver. Cuando sólo quedaba una pizca de muñeca exclamó: ¡Ya sé quién soy! Abandona el escrito. Cierra los ojos y quédate en silencio. Mira a lo hondo. ¡Siente! (no con los sentidos) ¡contempla! ¡Vive! ¡Goza! ¡Todo está en ti! No
necesitas nada que no tengas ya. El futuro del que venimos hablando está ya en ti. Pasado, presente y futuro se condensan en una sola realidad que eres tú. No tienes que esperar a que suceda algo. Todo está sucediendo siempre en ti. ¡Despierta en este instante! Si ardes, iluminarás No se trata sólo de una toma de conciencia de la Realidad suprema, también es tarea del que vive esa experiencia el hacer presente en la materia y en el mundo esa Realidad. Como muy bien decía Teilhard de Chardin, el hombre debe arrastrar al universo entero hacia su plenitud en ese Todo. Pablo lo había dicho también con mucha claridad: “la creación entera sufre dolores de parto, esperando la libertad de los hijos de Dios”.
A ese proceso, que lleva al descubrimiento de la verdadera realidad, los místicos orientales le llamaron iluminación. También en nuestra cultura se habla con mucha frecuencia de las tinieblas y la luz como dos etapas, una a superar y otra a alcanzar. Nuestro quehacer es salir de las tinieblas y entrar en la luz, pero conscientes de que no tenemos que dar ningún paso ni eliminar nada de nosotros. Todo son metáforas que apuntan a la misma realidad: somos Todo. El mismo sentido tienen las palabras de Jesús a Nicodemo: hay que nacer de nuevo. Aquí la ignorancia en la que nacemos biológicamente le llama vida, desde la que tenemos que pasar a la verdadera Vida, que es la del Espíritu. Ese nacimiento consiste en una toma de conciencia de tu verdadera Vida. Al vernos obligados a emplear la misma palabra “vida” corremos el peligro de
despistarnos.
¿Qué nos queda de Dios? Del dios en el que hemos creído, hasta ahora, no debía quedar nada. Nos hemos aferrado a la idea que cada uno nos habíamos hecho de Dios y esa idea no puede ser nunca adecuada a la Realidad Insondable. Todos tenemos que atrevernos a entrar de lleno en la teología apofática. De Dios nunca podremos saber nada ni falta que nos hace. De la misma manera que no necesitamos saber lo que es la vida biológica para vivir tan sanos. Nos queda la Vida. El ser humano tiene que intentar ir más allá de sí mismo, siendo, viviendo a tope y desplegando lo que está ya implícito en su ser. Rompiendo todos los moldes que se ha creado y le encorsetan, impidiéndole desarrollar lo que hay en el fondo de su mismo ser. Jesús lo vio muy claro, por eso dijo a Nicodemo: “hay que nacer de nuevo” y a Pedro junto al lago: “rema mar adentro”. Esta VIDA es de distinta naturaleza que la biológica. La palabra “vida” tiene aquí
un sentido metafórico que designa una realidad para la que no tenemos disponibles ni palabra ni concepto. Pero es en ella donde está el verdadero futuro del hombre. Como dice Juan: en la palabra había Vida y la Vida era la luz de los hombres. Insiste en que la clave es la Vida; todo lo demás es consecuencia normal de esa Vida.
El entender mal esta frase de Juan nos ha costado muchos quebraderos de cabeza. La búsqueda desesperada de más conocimientos teológicos de muchas personas de buena voluntad, se debe a este falso planteamiento. Se creen que con más verdades aprendidas tendrán acceso a más Vida espiritual. La verdad es justo lo contrario. Cuanto más vivas, más comprenderás, aunque no aumenten tus conocimientos intelectuales. Decía el Maestro Eckhart en una increíble muestra de libe rtad lingüística, “Pido a Dios que me libre de dios”. Es imposible resumir mejor lo que quiero decir. Del
dios aprendido no debe quedar nada. Debemos librarnos de él para poder encontrarnos con el verdadero Dios. Los budistas tiene una frase muy parecida:
“Si te encuentras al Buda, mátalo”. Tenemos aquí meditación para muchos
años.
Urgencia y rotundidad del cambio Nunca antes se había visto obligado el ser humano a dar un salto hacia el abismo. No sólo será nuevo lo que vamos a descubrir. También los instrumentos para el cambio tenemos que inventarlos. A medida que avancemos, se hará la luz. Tendremos que caminar a tientas, pero sabiendo que hay futuro. No se trata de confiar en nuestra capacidad intelectual sino en lo que nos trasciende y que está más dentro de nosotros que lo más hondo de nosotros mismos, como bien decía S. Agustín. El cambio no vendrá de la razón sino de la Vida. No se pueden dar normas generales, cada Vida es un mundo. Cada uno de nosotros debemos tomar conciencia de donde estamos y descubrir en qué dirección se debe dar el siguiente paso, sin miedo y sin soberbia. Las dos Vidas son lo más contrario a cualquier programación. Cada vida es irrepetible y, por lo mismo, de valor absoluto. Lo que podemos ser, más allá de la razón, es más importante que la misma razón. Daniel Goleman escribió hace años el libro, “La Inteligencia Emocional”, que considero tan importante como el descubrimiento del subconsciente. Lo que siento y vivo será siempre más importante que lo que pienso. Este aserto no es fácil de asimilar desde nuestra estructura mental racionalista. La razón seguirá cumpliendo una tarea importantísima, pero debe dejar de creerse absoluta y prepotente en todo. Debe reconocer que hay ámbitos que le sobrepasan, en los que no debe empeñarse en entrar y menos aún monopolizar. Aunque vemos que el futuro del hombre está más allá de lo razonable, nunca puede ser irracional, es decir, nunca estará contra la razón. Donde termina el ámbito de lo razonable y un poquito más allá de él, comienza el descubrimiento total.
Consecuencias del cambio En nuestra cultura estamos siempre obsesionados con los resultados de lo que planeamos. La verdad es que lo importante es el cambio mismo no las consecuencias que se puedan derivar de él. Nuestro objetivo es ir madurando como seres humanos. No debemos esperar resultados espectaculares. Después del cambio, todo seguirá igual pero todo será distinto. Sin cambiar nada, esa toma de conciencia, tendría consecuencias increíbles para cada ser humano que se adentre por el camino del Espíritu, pero sería más espectacular el cambio que afectaría a toda la humanidad. Aunque no todo el mundo alcanzara el estadio espiritual, si una gran mayoría llegara, los efectos benéficos llegarían sin duda a toda la humanidad e incluso a la creación entera. Hoy estamos en condiciones de dar un giro copernicano a la marcha de nuestra sociedad. Tenemos al alcance de la mano una humanidad más humana. Así de sencillo. Debía ser la aspiración de todos, pero, en realidad, muy pocas personas se preocupan por esta posibilidad tan simple y obvia. Todos sabemos muy bien lo que queremos decir cuando decimos de alguien: mira qué humano es. Tal vez nos cueste encontrar las palabras para expresarlo, pero todos entendemos la idea. El ser verdaderamente humano es el que ha abandonado el egoísmo, el que está preocupado por los demás, el que intenta ayudar a todo el que lo necesita sin esperar nada a cambio, el que no se aprovecha de nadie en beneficio propio, el que acepta a los demás sin condiciones y sin querer cambiarles, el que se da cuenta de que tiene todo lo que necesita para ser en plenitud, etc., etc. Valor supremo, la persona Reconocer el valor absoluto de la persona humana, sería la demostración del más espectacular progreso. Sería el primer paso para alcanzar el mayor logro de toda la historia de la humanidad. Debemos dejar de defender dioses, religiones, doctrinas, ideologías, filosofías, conocimientos y poner por delante de cualquier valor al ser humano concreto. Un auténtico progreso espiritual nos llevaría a tomar conciencia de que el valor supremo es y será siempre la persona humana, cualquier persona y en cualquier circunstancia. Mientras no asumamos que el más alto dignatario y el mendigo que duerme bajo un puente, tienen el mismo valor, no alcanzaremos la armonía entre los seres humanos y seguiremos mostrando nuestras carencias en verdadera humanidad. No alcanzaremos esta visión hasta que no descubramos el verdadero valor de cada uno personalmente. Mientras sigamos dando más valor a lo que creemos ser y no somos, que a lo que realmente somos, no habrá manera de superar el egoísmo, que es el único fallo que nos destroza como humanos. Según me valore a mí mismo así estaré dispuesto a valorar a los demás. Más importante lo transpersonal
Si descubro el valor auténtico que hay en mí, tomaré conciencia de que ese valor es el mismo en todos y cada uno de los seres humanos. Pero también tendría pleno sentido lo contrario. Sólo en la medida que valore justamente al otro, me puedo valorar a mí mismo. Hacer nuestra esta idea tan simple es imprescindible para entrar en la dinámica de una auténtica relación de fraternidad con los demás, con todos los demás seres humanos. Cuando descubra que yo y el otro somos uno, estaré en condiciones de identificarme con él y desaparecerá la distinción entre yo, tú y él. Tomaré conciencia de que todo lo que hago por mí, lo estoy haciendo por él y todo lo que haga por él lo estoy haciendo por mí. Desde esta perspectiva sería relativamente fácil descubrir que no hay yo, ni tú, no hay él, sólo uno nosotros.
Si no cambiamos de rumbo Aumentará el desequilibrio en cada ser humano. La esquizofrenia se generalizará hasta tal punto que se hará insoportable. El egoísmo de las personas y de los pueblos también aumentará. El incontenible deseo de poseer más, de consumir más, de mayor felicidad externa nos llevará a situaciones insoportables y finalmente a la autodestrucción. El abanico de posibilidades que se abre ante nosotros es cada día más amplio. Pero debemos darnos cuenta que va en las dos direcciones, para bien y para mal. Nunca el hombre ha sido capaz de más humanidad, pero también nunca ha sido posible mayor capacidad de destrucción. El camino que tomemos nos puede llevar a una increíble plenitud o a la destrucción total de la especie. Si crecemos en humanidad Si la experiencia interior crece hasta llegar a un número suficiente de personas, los cambios en cada individuo y en toda la sociedad serán increíbles. La armonía interna de los espirituales llegará también a los que no lo son. Las relaciones entre los humanos se harán más entrañables. Extirpado el egoísmo que dirige la mayoría de nuestras relaciones hoy, todo el mundo encontrará la paz y la vida de cada uno cambiará. Sin miedo, el futuro está en nuestras manos No nos debe de asustar la responsabilidad que hoy tenemos. Los orientales dicen que un camino de mil leguas empieza siempre por un paso. Cada uno de nosotros debemos tomar conciencia de esa posibilidad de mejorarme y mejorar la humanidad. El miedo a dar un paso en falso tampoco debe detenernos. Tanto la vida biológica como la Vida espiritual, se va consiguiendo a pesar de los fracasos cosechados. En todas las épocas se idealizó el pasado y se creyó mejor que el presente. Sin embargo, debemos cambiar el refranero y decir sin miedo: “cualquier tiempo pasado fue peor”. Todo lo que conocemos de la evolución, tanto de la materia
como de la vida, nos lo confirma. No debemos tener miedo al futuro. Aunque es casi seguro que tendremos tropiezos, el futuro, a largo plazo, está más que asegurado. Estamos en marcha y no podremos detenernos nunca, porque siempre se abrirá un nuevo horizonte ante nosotros. Las verdades absolutas no seducen hoy a casi nadie porque no existen y las que creo poseer son una trampa. Este es un logro de la modernidad, que no tiene marcha atrás. El tiempo de los dogmas ha pasado definitivamente. Esto nos invita a una búsqueda constante de una verdad siempre provisional. El mayor error del pasado lejano y reciente, fue creer que habíamos alcanzado la meta de lo humano. Somos cada vez más conscientes de que nadie tiene el monopolio de la verdad. Decía Machado: “Tu verdad no, la verdad y ven conmigo a buscarla, la tuya, quédatela”. Un proverbio oriental nos lo confirma: No hace falta que alcances la
verdad, basta con que salgas de tus errores. Si damos demasiado valor a las verdades, es que estamos lejos de la verdadera Verdad.
También hemos descubierto que la religión no es un fin en sí misma sino un medio para acercarnos a la meta. Como instrumento debe estar siempre perfeccionándose para servir mejor a los objetivos que persigue. Descubierta una herramienta mejor que la anterior, tenemos la obligación de abandonar la vieja. Lo estamos haciendo todos los días en la vida real. ¿Por qué no somos capaces de hacer lo mismo en el caso de los asuntos religiosos? Muchos de los instrumentos que sirvieron a la religión durante siglos, se han quedado obsoletos y en vez de aproximarnos a la meta nos están alejando de ella. Todos los ritos, que se apoyan en mitos ya superados, no pueden ayudarnos. Podemos seguir utilizándolos pero serán inútiles. Las formulaciones dogmáticas que sirvieron durante siglos para mantener la unidad, han sido superadas por los avances científicos y sociales. No podremos dar este paso sin aceptar que nada de lo que hemos dado por definitivo en religión, viene directamente de Dios. Este error radical nos ha tenido atenazados durante miles de años. Si superamos este malentendido, no sólo despejaremos el camino al cambio sino que el cambio se hará imprescindible. La vida espiritual de cada ser humano nos acerca a la meta y nos obliga a superar malentendidos. Cualquier clase de vida biológica es siempre un proceso, un paso hacia adelante. Con mucha más razón lo será la verdadera Vida, la espiritual. En el orden espiritual no puede haber nada absoluto que nos permita instalarnos. Estamos dando los primeros pasos en la búsqueda de la plenitud humana y está casi todo el camino por recorrer. Ni nos tiene que asustar, ni nos tiene que detener en la marcha El futuro será grandioso La meta hacia la que caminamos no podemos conocerla con certeza. Sabemos que hay un camino a recorrer, pero hasta que no lo transitemos no sabremos a donde nos lleva. Ya hemos citado una frase de Nietzsche que me dejó pasmado:
“el hombre nunca ha llegado tan lejos que cuando no sabía a donde le llevaban sus pasos”. Está cada día más claro que tenemos que superar lo que hoy
tenemos. Recordando cómo hemos llegado hasta aquí, podemos aventurarnos.
Una ameba nunca pudo sospechar que un descendiente suyo llegaría a ser un ser humano. Sin embargo, allí estaban ya todos los elementos necesarios para que un día surgiera la inteligencia. Desde nuestra manera de concebir el tiempo, nos puede parecer exagerado el larguísimo proceso de humanización. Aún no somos conscientes de la energía que se ha derrochado hasta llegar a nosotros. Además, muchos seres humanos han vivido ese futuro que a través de ellos podemos vislumbrar. Desde Buda hasta Jesús y antes y después, han existido infinidad de seres humanos extraordinarios que han roto el techo de lo humano y vivido y hecho presente lo Divino. Estos hombres y mujeres no han recibido ningún privilegio, simplemente se sintieron motivados para intentar ir más allá de las apariencias y descubrir la verdadera realidad que eran. Esta experiencia de unidad, debemos perseguirla ahora de manera positiva y consciente. Fue precisa la conciencia de ser ola, para llegar a descubrir conscientemente que somos el océano. La ola dura sólo un momento y está siempre cambiando. El océano permanece idéntico a sí mismo. Ahí podemos apreciar la diferencia entre una vida egocéntrica y una vida en el Todo. No se trata de volver a las andadas sino de evolucionar absolutamente hasta el SER. Dios no es un ser, sino el SER. Nada puede haber fuera de Él. La ignorancia nos ha hecho creer que somos distintos de Él. La sabiduría nos hará volver a la realidad de ser uno con Él. Vivir esa realidad es el colmo de la experiencia de una vida humana. Si superamos el miedo a perder nuestro ego, nuestro verdadero ser llegará a su plenitud. Superar la ambivalencia de la religión No es verdad que la religión, ni la nuestra ni ninguna otra, tengan la culpa de todo. A pesar de todas sus limitaciones, a pesar de todas las barbaridades que se han cometido en su nombre, gracias a ella estamos preparados para realizar este cambio. Todo lo que en nuestra religión nos ayude a este cambio, debe ser potenciado. Todo lo que nos impida llegar a esta experiencia cumbre, debe ser superado. La religión ha sido demasiada esclava del pasado. Obsesionados por repetir cantinelas pasadas, nos hemos alejado del mensaje original que sigue siendo válido. Debemos asumir que muchas formulaciones religiosas son incompatibles con los conocimientos y el nivel de conciencia que el hombre tiene hoy. Seguimos sosteniendo verdades limitadas en aras de una fidelidad religiosa que se preocupa exclusivamente de la literalidad de las formulaciones. No es nuestra inteligencia la que nos tiene que marcar el camino. Los avances más significativos en la evolución se dieron antes de surgir la inteligencia. No tiene sentido empeñarnos en programar racionalmente el futuro. Cada día está más claro que hay algo superior a nosotros que nos guía. Otro modo de