SOBRE UN TONO APOCALÍPTICO ADOPTADO RECIENTEMENTE EN FILOS FILOSOFÍ OFÍA A ^ O JA C Q U ES DERRIDA siglo
veintiuno
editores
íri¡flucción de
ANA MARÍA PALOS
SOBRE UN TONO APOCALIPTICO ADOPTADO RECIENTEM ENTE EN EN FILOSOFÍA
por
JACQUES DERRIDA
m siglo veintiuno editores
siglo veintiuno editores, s.a. de c.v. CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310 MÉXICO, D F
siglo veintiuno de españa editores, s.a. CALLE PLAZA 5, 28043 MADRID, ESPAÑA
portada de carlos palleiro primera edición, 1994 © siglo xxi editores, s.a. de c.v. isbn 968-23-1919-6 primera edición en francés, 1983 © éd itions galilée , parís parís
título original: d ’un ton ap ocalip oc aliptiqu tiquee a do pté pt é naguére nagu ére en philosophie philoso phie derechos reservados conforme a la ley impreso y hecho en méxico/printed and made in mexico
Segunda versión de una conferencia pronunciada en julio de 1982 en Cerisy-la-Salle, en el curso de un encuentro de diez días de duración dirigido por Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy. Los actos de este encuentro (conferencias, seminarios, debates) ya fueron publicados (Les fins de Vhomme, A partir du travail de Jacques Derrida, Galilée, 1981).
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Hablaré pues, acerca de un tono apocalíptico en nlosofía. Los Setenta nos legaron una traducción de la pa labra gala . Se la traduce como el Apocalipsis. En griego, apokalupsis traduciría palabras derivadas del verbo hebreo gala. Me refiero aquí, aun care ciendo de autorización, a las indicaciones de An dró Chouraqui sobre las que volveré más adelante. Pero debo prevenirles desde ahora: los casos o los enigmas de traducción de los que me propongo ha blar y en los que me embrollaré por razones aún más graves que mi incompetencia, creo que no tie nen solución. Ése será mi tema. Más que un tema, una tarea (Aufgabe des Übersetzers , acertada designación de Benjamín) que no podré llevar a cabo. Jean Ricardou me pidió el otro día, cuando ha blábamos sobre la traducción, que me extendiera algo más sobre lo que yo había esbozado acerca de una gracia concedida más allá del trabajo, gracias al trabajo pero sin él. Hablaba yo en aquella oca sión de un don que “hay” (es gibt) pero que sobre todo no hay que merecer, a fin de cuentas , en la responsabilidad. Hay que traducir y no hay que tra ducir. Pienso en el double bind de Yaveh cuando, junto con el nombre de su elección, junto con su nombre podríamos decir, Babel, él da a traducir y a no traducir. Y nadie, desde entonces, ha podido sustraerse a esa doble postulación. [11]
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Pues bien, a Jean Ricardou yo le respondería esto, y lo haría en forma de agradecimiento elípti co por lo que aquí me ha sido dado, dado a pensar o simplemente dado, más allá de lo pensable, es decir -habría que decir en alemán- más allá de toda memoria y de algún favor, dado por nuestros anfitriones de Cerisy, por Philippe Lacoue-La barthe y por Jean-Luc Nancy, por todos ustedes con tanto trabajo y tanta gracia, por tanta gracia en el trabajo. En la prueba de la traducción, la gracia vendría tal vez cuando, por instantes, la escritura del otro os absuelve del double bind infinito y, en principio, tal es la condición de un don, absolverse, desligarse, desgravada o inocente ella misma, ella, la lengua de la escritura, ese rastro dado que viene siempre del otro, aun cuando éste no sea nadie. Hacerse inocente del don, del don dado, incluso de la donación, es la gracia que yo os tomo ahora y que en todo caso os deseo. Ella es siempre impro bable, jamás se ha hecho la prueba. ¿Pero no habrá que creer en que pueda llegar? Bien pudo ser ésa, ayer, la creencia misma. Tengo otra forma de de cirlo: por lo que vosotros me habéis dado durante estos diez días yo no sólo os agradezco, yo os per dono. ¿Pero quién puede autorizarse a sí mismo a perdonar? Digamos que para vosotros yo pido el perdón, a vosotros mismos para vosotros mismos. Apokalupto fue sin duda un buen término para gala. Apokalupto : yo descubro, yo desvelo, yo re velo la cosa que puede, ser una parte del cuerpo, la cabeza o los ojos, una parte secreta, el sexo o cual
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quier cosa oculta, un secreto, lo que hay que disimular, una cosa que no se muestra ni se dice, que se significa tal vez pero no puede o no debe ser entregada directamente a la evidencia. Apokekalummenoi logoi: ésas son palabras indecentes. Se trata pues del secreto y de los pudenda. La lengua griega se muestra aquí hospitalaria al gala hebreo. Como recuerda André Chouraqui en su breve Liminaire pour l ’Apocalypse de Juan, del que recientemente propuso una nueva traducción,1 1 Traducción del griego, claro está, pero en condicion es que debo precisar aquí, por una parte porque se tratará de ello en el curso de la discusión, y porque se trata de lo que podría llamarse la apropiación del apocalipsis: que es también el tema de esta exposición. El muy singular intento de Chouraqui consiste en suma, para el Apocalipsis de Juan como para el Nuevo Testamento en general, en reconstituir un nuevo original hebreo, sobre la base del texto griego de que dis ponemos, y en hac er como si aquél tradujese ese texto original fantas
ma del que se supone que, lingüística y culturalmente, ya ha debido dejarse traducir, dicho sea en un sentido ampliamente metafórico, en la versión griega llamada original. “La traducción que yo publico, enriquecida por la aportación de las versiones tradicionales, tiene como vocación buscar bajo el texto griego su contexto histórico y su sustrato semítico. Semejante enfoque es hoy día posible...” Tal enfoque pasa, según Chouraqui, por una “retroversión aramea o hebraica” del texto griego tenido como “filtro”. Las traducciones históricas del Nuevo Testamento en arameo o en hebreo habrían re presentado aquí un papel indispensable, pero solamente mediador. “...Aunque el texto se expresa en griego y, por lo que respecta a Jesús, se basa en un arameo o un hebreo (mishnaico, rabínico o qoumránico) cuyos rastros han desaparecido, el pensamiento de los Evangelistas y de los Apóstoles tiene como últimos términos de referencias la pala bra de Yaveh, es decir, para todos ellos, la Biblia. Es ella la que reen contramos analizando el texto griego aunque previamente haya que pasarlo por un filtro arameo o por el de la traducción de los Setenta. [...] A partir del texto griego, conociendo las técnicas de traducción del hebreo al griego, y las resonancias hebraicas de la Koiné, he trata-
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el término gala aparece más de cien veces en la Biblia hebraica. Y en efecto parece decir el apokalupsisy el descubrimiento, el desvelamiento, el velo alzado sobre la cosa: en primer lugar, podría decirse, el sexo del hombre o de la mujer, pero también los ojos o las orejas. Chouraqui precisa que '‘se descubre la oreja de alguno levantándole los cabellos o el velo que la cubre para susurrarle un secreto, una palabra tan oculta como el sexo de una persona. Yaveh puede ser el agente de ese descubrimiento. El brazo o la gloria de Yaveh pueden también descubrirse en la mirada o en la oreja del hombre. En ninguna parte la palabra apocalypse , concluye el traductor refiriéndose aquí tanto al griego como al hebreo, posee el sentido que ha acabado por tener en francés y en otras lenguas: catástrofe temible. Así, el Apocalipsis es esencial mente una contemplación ( hazon ) [y de hecho Chouraqui traduce lo que nosotros acostumbramos llamar el Apocalipsis de Juan por Contemplación de Yohanan] o una inspiración (nebua) visible, un do en cada palabra, en cada versículo, de tocar el fondo semántico para en seguida retornar al griego que era necesario reencontrar, enriquecido por una sustancia nueva, antes de pasar al francés.” Tal es el proyecto, recomendado por una do ble autoridad, evocando en cada ocasión la “casi unanimidad de los exegetas” o “la gran corriente ecuménica”, el “ecumenismo de las fuentes”. Por múltiples razones, no discutiré directamente la autoridad de estas autoridades. Pero tratándose de lengua, de texto, de acontecimientos y de destino, etc., las cuestiones que propondré hoy no hubieran podido exponerse si el fundamento de tales autoridades debiera mantenerse protegido en lo indiscutible. Consecuencia secundaria de esta precaución: no es como a una traducción au to riza da como volveré frecuentemente a la de André Chouraqui.
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descubrimiento de Yaveh y, aquí, de Yeshua el Mesías.” Tal vez hubiera sido preciso, y durante un instante lo consideré, extraer o señalar todos los sentidos que se acumulan en tomo a ese gala hebreo, ante las columnas y los colosos de Grecia, ante la galáctica bajo todas las vías lácteas, las milky ways cuya constelación me fascinara hace poco. Curiosamente habríamos reencontrado significados como aquellos de piedra, de rodillos de piedra, de cilindros, de rollos de pergamino y de libros, de rollos que envuelven o guarnecen, pero sobre todo, y ahí está lo que yo retengo por el momento, la idea de desnudamiento, de desvelamiento precisamente apocalíptico, de descubrimiento que deja ver aquello que hasta ese momento permanecía envuelto, retirado, reservado, por ejemplo el cuer po cuando se retiran las vestiduras o el glande cuando en la circuncisión se elimina el prepucio. Y lo que parece ser lo más notable en todos los ejem plos bíblicos que he podido encontrar y que debo renunciar a exponer aquí, es que el gesto de desnudar o de hacer ver, el movimiento apocalíptico, es aquí más grave, a veces más culpable y más peligroso que aquello que sigue y a lo que puede dar lugar, por ejemplo el acoplamiento. Así, cuando en el Génesis (ix, 21) Noé se embriaga y se desnuda en su tienda, Cam ve el sexo de su padre; y sus dos hermanos, a quienes les informa, vienen a cubrir a Noé volviéndose de espaldas para no ver su sexo. El desvelamiento no es todavía ahí el momento
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más culpable de un acoplamiento. Pero cuando Yaveh, hablando a Moisés, declara cierto número de prohibiciones sexuales, ciertamente parece que la falta recae esencialmente en el desvelamiento que permite ver. Así, en el Levítico (xx, 11, 17): “El hombre que yace con la mujer de su padre / ha des cubierto el sexo de su padre. / Ambos han de ser muertos / [...] Si alguno tomare a su hermana, / hija de su padre o hija de su madre, / y viere su se xo, / y ella viere su sexo: / es un incesto.” Pero la gravedad terrorífica y sagrada de este descubri miento apocalíptico no es menor, bien entendido, cuando se trata del brazo de Yaveh, de su gloria o de las orejas que se abren a su revelación. Y el des cubrimiento no sólo abre paso a la visión o a la contemplación, no sólo da a ver sino también a oír. Renuncio por el momento a interpretar todos los acordes entre gala y lo apocalíptico, el hebreo y el griego. Esos acordes son numerosos y potentes, están en la base del gran concierto de las traduc ciones aun cuando no excluyen disonancias, des viaciones o traiciones. Para permitirles resonar por sí mismos, he elegido hablaros más bien de un tono apocalíptico adopta do recientemente en filosofía. Sin duda he querido así imitar a tenor de la cita, pero también transfor mar el género, y después parodiar, desviar, de formar el título bien conocido de un opúsculo tal vez menos bien conocido de Kant, Von einem neuerdings erhobenen Vomehmen Ton in der Phi-
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losophie (1796). Traducción consagrada: D ’un ton grand seigneur adopté naguére en philosophie. 2
(L. Guillermit, Vrin, 1975). ¿Qué le sucede a un tí tulo cuando se le hace sufrir tratamiento, cuando empieza así a identificarse con la categoría de un género, en este caso de un género que viene a bur larse de quienes se dan un género? Haciendo esta elección, he pretendido también salir al encuentro de aquellos que, en uno de los seminarios del presente encuentro, han organizado justamente su trabajo privilegiando en él la refe rencia a tal cesura kantiana en el tiempo de la fi losofía. Pero también me he dejado seducir por otra co sa. La atención al tono, que no es solamente el es tilo, me parece bastante rara. Es poco lo que se ha estudiado el tono por sí mismo, suponiendo que tal cosa sea posible y que se haya hecho alguna vez. Los signos distintivos de un tono son difíciles de aislar, si es que existen en toda puridad, lo cual yo dudo, sobre todo en un discurso escrito. ¿Qué es lo que marca un tono, un cambio o una ruptura de tono? ¿Cómo reconocer una diferencia tonal en el interior de un mismo corpus? ¿En qué rasgos fiarse para analizar, en qué señalización que no sea ni estilística, ni retórica, ni evidentemente temática o semántica? La extrema dificultad de esta cuestión, o más bien de esta tarea, se acusa también cuando se trata de filosofía. El sueño o el ideal del discur so filosófico, de la alocución filosófica y del es2 Sobre un tono gran-seflor adoptado recientemente en filosofía, [t .]
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crito encargado de representarla, ¿no consiste aca so en hacer inaudible la diferencia tonal, y con ella todo un deseo, un efecto o una escena que trabajan el concepto a redropelo? La neutralidad o al menos la serenidad imperturbable que debe acompañar la relación con lo verdadero y lo universal, debe ga rantizarlas también el discurso filosófico mediante lo que llamamos la neutralidad del tono. En conse cuencia, ¿será posible escuchar o detectar el tono de un filósofo o más bien -pues esta precisión es importante- del que se dice o se pretende filósofo? Y si se nos hiciera esa promesa, ¿no nos apres taríamos a descubrir todos los rasgos que en un corpus no son aún o no son ya filosóficos, todas las desviaciones lamentables con relación a la norma atonal de la alocución filosófica? De hecho, si Kant tuvo la audacia, bien singular en la historia, de interesarse sistemáticamente en un cierto tono en filosofía, es preciso inmediata mente matizar el elogio que desearíamos dedicarle. Para empezar, no es seguro que él se proponga o logre analizar el fenómeno puro de una tonalidad, como luego verificaremos. Y además, él no analiza tanto un tono en filosofía como denuncia una ma nera de darse importancia; y ésta es una manera o un manierismo que precisamente no le parece de muy buen tono en filosofía, y que por lo tanto mar ca ya una distancia con respecto a la norma del dis curso filosófico. Más gravemente aún, él se en frenta a un tono que anuncia algo así como la muerte de la filosofía.
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La expresión es de Kant y aparece dos veces en ese folleto de veinte páginas; en cada ocasión esta muerte va asociada a la idea de una revelación so brenatural, de una visión que provoca una exal tación mística o al menos una pose de visionario. La primera vez, se trata de una “comunicación so brenatural” o de una “iluminación mística” (übernatürliche Mitteilung, mystische Erleuchtung) que promete un sustituto o un suplemento, un subrogrado del objeto cognoscible, “lo que es entonces la muerte de toda filosofía (der Tod alies Philosophie)'\ Y ya muy cerca del final, Kant pone en guardia contra el peligro de una “visión exaltada” (schwarmerische Vision) “que es la muerte de toda filosofía” (una vez más “der Tod aller Philoso phié> ').
La expresión de Kant se reviste también del to no que él da, para los efectos que busca, a su énfa sis polémico o satírico. Es una crítica social y sus premisas tienen un carácter propiamente político. Pero si bien hace irrisión del tono que anuncia la muerte de toda filosofía, no es el tono en sí mismo el objeto de su burla. Más allá del tono mismo ¿qué es lo que hay? ¿Es acaso algo más que una distinción, una diferencia tonal que remite, tan sólo como figura, a un código social, a hábitos de grupo o de casta, a conductas de clase, mediante un gran número de conexiones que no tienen nada que ver con la altura de la voz o del timbre? Aunque, como acabo de sugerir, la diferencia tonal no llegue a ser esencialmente filosófica, para Kant no es el hecho
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de que haya un tono, una marca tonal, lo que anuncia por sí solo la muerte de toda filosofía. Tal tono es una cierta inflexión socialmente codificada para decir tal o cual cosa determinada. La altura del tono que él abruma con sus sarcasmos está siempre a una altura metafórica. Esas gentes hablan alto, estos altoparlantes alzan la voz pero lo que dicen lo es sólo figuradamente o por referencia a signos sociales. Kant no hace jamás abstracción del contenido. No obstante, el hecho está lejos de ser insignificante: la primera vez que un filósofo se pone a hablar del tono de otros que se dicen filósofos, cuando inaugura este tema y lo nombra desde su título mismo, es para asustarse o indignarse ante la muerte de la filosofía. El lleva a juicio a aquellos que, por el tono que adoptan y los aires que se dan en el momento de decir ciertas cosas, ponen a la filosofía en peligro de muerte y dicen a la filosofía o a los filósofos la inminencia de su fin. La inminencia no importa menos que el fin. El fin está próximo, parecen decir, lo cual no excluye que ya haya tenido lugar, un poco como en el Apocalipsis de Juan la inminencia del fin o del juicio final no excluye un cierto “estás muerto”, “¡velad!”, en donde el dictado sigue de cerca a la alusión a una “segunda muerte” que no esperará el vencedor. Los que hablan en ese tono, Kant está seguro de que esperan algún beneficio, y esto es lo que me interesa en primer lugar. ¿Cuál beneficio? ¿Qué prima de seducción o de intimidación? ¿Qué ventaja social o política? ¿Quie-
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ren asustar? ¿Quieren agradar? ¿A quién y cómo? ¿Quieren aterrorizar? ¿Hacer cantar? ¿Atraer a una emulación de disfrutes? ¿Es esto contradictorio? ¿En vista de qué intereses, cuáles fine s buscan alcanzar con esas calurosas proclamaciones sobre el fin próximo o el fin ya realizado? Es un poco de eso de lo que quería hablaros hoy: de un cierto tono y de lo que le espera a la filosofía como su muerte, de la relación entre ese tono, esta muerte, y el beneficio aparentemente calculado de esta mistagogia escatológica. Lo escatológico significa el eskhaton, el fin, o más bien el extremo, el límite, el término, lo últi mo, aquello que viene in extremis a clausurar una historia, una genealogía o simplemente una serie nombrable. Los misíagogos, he aquí la palabra y la clave de la acusación de Kant. Antes de llegar a mi objeti vo, quiero señalar algunos rasgos paradigmáticos en la requisitoria de Kant, paradigmáticos y con tra-paradigmáticos puesto que tal vez, repitiendo lo que él hace, voy a llegar a hacer lo contrario o, de preferencia, otra cosa. Los misíagogos fabrican una escena, esto es lo que interesa a Kant. ¿Pero en qué momento los mistagogos entran en escena y, en ocasiones, en trance? ¿En qué momento empiezan a hacerse los misteriosos? En el instante en que la filosofía, más precisa mente el nombre de filosofía, ha perdido su pri mera significación, seine erste Bedeutung. Y esta significación primitiva, Kant no lo duda ni un ins
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tante, es el “ savoir-vivre racionar’, literalmente una sabiduria de la vida que se rige según un saber o según una ciencia (wissenschaftliche Weisheit). En el instante en que el nombre de filosofía pierde su significación o su referencia original, ese nombre desde entonces vacío o usurpado, ese seudónimo o ese criptónimo, que es en principio un homónimo, es capturado por los mistagogos. Y eso no deja de producirse de manera regular, recurrente, desde el momento en que se pierde su sentido: ésta no ha sido la primera vez. Ciertamente Kant se interesa más en algunos ejemplos recientes de esta impostura mistagógica y psicagógica, pero desde el principio supone que la usurpación es recurrente y que obedece a una ley. Ha habido y habrá siempre mistificación filosófica, especulación acerca del fin y los fines de la filosofía. Esta mistificación proviene de un hecho que el propio Kant no fecha y que parece situar muy cerca del origen, a saber, que el nombre de filosofía puede circular sin su referencia original, ser entendido sin su Bedeutung y sin la garantía de su valor. Incluso permaneciendo todavía dentro de la axiomática kantiana, de alguna manera se puede ya inferir que no hubiera sucedido nada malo, que ninguna es peculación mistagógica habría sido creíble o eficiente, que nada ni nadie habrían desentonado en filosofía, sin este vagabundeo del nombre lejos de la cosa, y si la relación del nombre de filosofía con su sentido originario hubiera sido asegurada contra todo accidente, Así pues fue preciso cierta flojedad
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en esta relación del signo con la cosa para dar lugar a una vuelta de sentido o a tomarla por una perversión. Referencia demasiado floja, pues, allí donde debería ser más estricta, tensa, rigurosa. Os propongo aquí una asociación que quizá parezca verbal pero, siendo ya nuestra preocupación la falta de rigor o de tensión en la verbalización, me viene a la mente que tonos, el tono, significó pri mero el ligamento tendido, la cuerda, el cordaje cuando está tejido o trenzado, el cable, la cincha, en resumen la figura privilegiada de todo lo que es sometido a constricción. Tonion es el ligamento en tanto que venda y vendaje quirúrgico. La misma tensión, en suma, atraviesa la diferencia tónica (aquella que bajo el nombre de estrictura forma a la vez el tema y el instrumento, la cuerda de Glas) y la diferencia tonal, la desviación, los cambios o la mutación de los tonos (el Weschel der Tone holderliniano que constituye uno de los motivos más obsesivos de La tarjeta postal)? Después de este valor de tensión, o de resorte (por ejemplo en una máquina balística), se pasa a la idea de acento tóni co, de ritmo, de modo (dorio, frigio, etc.). La altura del tono va ligada a la tensión; tiene una ligadura con la ligadura, con la tensión más o menos estric ta de la ligadura. Esto no es suficiente para deter minar el sentido de la palabra tono cuando se trata de la voz. Aún menos cuando, mediante un gran3 3 La tarjeta postal. De Freud a Locan y más allá, libro de Derrida aparecido en París en 1980 y parcialmente traducido y editado por Siglo XXI en 1986 con ese título. [E.]
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número de figuras y de desplazamientos trópicos, el tono de un discurso o de un escrito se analiza en términos de contenido, de modos de decir, de con notaciones, de escenografía retórica y de actitud estudiada, en términos semánticos, pragmáticos, escenográficos, etc., en resumen, raramente o nun ca a la escucha de una altura de voz o de una cuali dad de timbre. Cierro este paréntesis. Así pues fue preciso que el vínculo que liga el nombre de filosofía a su significado se relajara pa ra que el título filosófico quedara regularmente disponible como un simple ornamento, un decora do, un aderezo o una vestimenta de gala ( Aussch^mückung), un significante usurpado y tratado como /disfraz intelectual por ésos a los que Kant llama no obstante pensadores, y pensadores que se conside ran a sí mismos fuera de lo común. Esas gentes se sitúan fuera de lo común pero tienen en común lo siguiente: se dicen en relación inmediata e intuitiva con el misterio. Y quieren atraer, seducir, conducir hacia el misterio y por el misterio. Mystagogein es exactamente eso: con ducir, iniciar en el misterio; ésa es la función del mistagogo o del sacerdote iniciador. Esta función agógica de conductor de hombres, de duce, de Fiihrer, de leader, lo pone por encima de la multi tud a la que manipula por intermedio de un pe queño número de adeptos agrupados en una secta o lenguaje críptico, una banda, una camarilla o un pequeño partido con sus prácticas ritualizadas. Los inistagogos pretenden detentar como en privado el
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privilegio de un misterioso secreto ( Geheimnis es la palabra que reaparece más a menudo). La reve lación o el descubrimiento del secreto se lo reser van ellos, ellos lo preservan celosamente. Los ce los son aquí un rasgo mayor. No lo transmiten ja más a otros en el lenguaje corriente, sólo por ini ciación o por inspiración. El mistagogo es philoso phus per initiationem o per inspirationem. Kant contempla toda una lista diferencial y una tipología histórica de esos mistagogos; pero reconoce en to dos ellos un rasgo común: jamás dejan de verse ellos mismos como señores ( sich für Vornehme halten), seres de élite, sujetos distinguidos, supe riores y aparte dentro de la sociedad. De donde se sigue una serie de oposiciones de valores que me conformo con señalar de pasada: miran desde arri ba el trabajo, el concepto, la escolaridad, creen te ner acceso a aquello que se otorga sin esfuerzo, graciosamente, por la intuición o el genio, fuera de la escuela. Son partidarios de la intuición intelec tual, y es toda la sistemática kantiana la que po dríamos reconocer, lo cual no haré, en ese libelo La oposición jerarquizada del don frente al trabajo de la intuición frente al concepto, del modo geniai frente al modo escolar (geniemassig/schulmássig) es homologa a la oposición entre una aristocracia > una democracia, eventualmente entre una oligar quía demagógica y una auténtica democracia ra cional. Amos y esclavos: el gran-señor accede de ur salto y por el sentimiento a lo que le es inmedia tamente dado; el pueblo trabaja, elabora, concibe.
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Y ahí nos aproximamos al problema más agudo del tono. Kant no la emprende contra los verda deros aristócratas, contra las personas verdadera mente " vornehme”, contra la distinción auténtica, sino solamente contra aquellos que se presentan o pretenden ser personas distinguidas, contra los ai res altaneros de esos pretenciosos que elevan la voz, contra los que alzan el tono en filosofía. Kant no incrimina la elevación del tono gran-señor cuando es justa, natural o legítima. Pone la mira en la subida de tono cuando un advenedizo se la per mite dándose aires y enarbolando signos usurpados de pertenencia social. La sátira versa pues sobre la mímica y no sobre el tono mismo, puesto que un tono puede ser imitado, fingido, maquillado. Me atrevería incluso a decir sintetizado. ¿Pero qué supone la ficción del tono? ¿Hasta dónde puede llegar? Aquí voy a forzar y acelerar un poco la interpretación más allá de un comen tario. Un tono puede ser tomado, y tomado al otro. Para cambiar de voz o imitar la entonación del otro, se debe poder confundir o inducir una con fusión entre dos voces, dos voces del otro y, nece sariamente, del otro en uno mismo. ¿Cómo discernir las voces del otro en uno? En vez de entrar directamente en este inmenso problema, regreso al texto kantiano y a una figura que parece pertenecer a la retórica corriente y a las metáforas llamadas usuales. Se trata de la distinción entre la voz de la razón y la voz del oráculo (tal vez aquí haré eco, sin estar seguro de responderla, a la interrogación,
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a la exhortación o a la demanda que me dirigía el otro día Jean-Luc Nancy). Kant es indulgente con las personas elevadamente situadas que se consa gran a la filosofía, aun cuando lo hagan mal, multi pliquen las faltas con contra tra la Escue E scuela la y crean acceder a las cimas de la metafísica. Esas personas poseen cierto mérito, han condescendido a mezclarse con los otros y en filosofar “en un pie de igualdad ci vil” (burgués, bürgerliche). En revancha, los filó sofos de profesión son imperdonables cuando jue gan al gran señor y adoptan aires de grandeza. Su crimen es propiamente político, nace de una es pecie pecie de policía. Más adelante Kant hablará hablar á de la “policía en el reino de las ciencias” ( die Polizei im Reich Reich der d er Wissensch Wiss enschaften aften)). Esta deberá dedicarse a i reprimir -simbólicamente- no sólo a los individu os que se confieren indebidamente el título de filó sofos y se apoderan y se adornan con el tono granseñor en filosofía, sino también a los que se agru pan pan en tomo tom o a aquéllos; pues esta altanería altane ría con la que se instalan en las cimas de la metafísica, esta arrogancia indiscreta es contagiosa, da lugar a agregaciones, a congregaciones y a capillas. Podría relacionarse este sueño de una policía del saber con el proyecto de tribunal universitario presenta do en El E l conflicto confl icto de las facul fac ulta tade dess . Estaba desti nado a arbitrar los conflictos entre la facultad pro visionalmente inferior, la facultad de filosofía, y las facultades llamadas superiores porque repre sentan el poder de las que ellas son el instrumento oficial (la teología, el derecho y la medicina). Este
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tribunal es también un parlamento del saber, y la filosofía, que tiene derecho de fiscalización sobre todo aquello que toca a la verdad de las proposi ciones teóricas (constativas) pero que no tiene nin gún poder para dar órdenes, ocupa la banca de la izquierda; y en los conflictos que conciernen a la razón práctica no posee autoridad sino para tratar de cuestiones formales; las otras, las más graves para pa ra la ex exis iste tenc ncia ia,, co corre rresp spon onde denn a las facult fac ultad ades es superiores, singularmente a la teología. En la re quisitoria que nos ocupa, no se perdona a los filó sofos de profesión cuando adoptan un tono granseñor, porque alzando así el tono se ponen por Zu nftgeno enossen ssen ), encima de sus colegas o cofrades ( Zunftg los lesionan en su derecho inalienable a la libertad y a la igualdad en todo lo que toca a la simple ra zón. Y lo hacen precisamente, aquí es adonde yo quería llegar, pervirtiendo la voz de la razón, mez clando las dos voces del otro en nosotros, la voz de la razón y la voz del oráculo. Esas gentes creen inútil el trabajo en filosofía: bastaría con “prestar oídos al oráculo dentro de uno mismo” (nur das Orakel in sich selbst anhóren -ésas son las pri meras palabras de Kant). Hablándoles esta voz en privado, a través de lo que es propiamente su sentimiento idiomático, su deseo o su placer, le hacen decir lo que quieren. A la voz de la razón, por el contrario, no se le hace decir ninguna cosa. Ésas son las últimas palabras del panfleto: la voz de un oráculo (die Stimme cines Orakels) se presta siempre a toda suerte de
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A u síe sí e g u n g e n ). Los sacerdotes interpretaciones ( Au mistagogos son también intérpretes; el elemento de su poder agógico es la seducción hermenéutica o hermética; y pensamos aquí en lo que decía War burton burto n del po pode derr político polí tico de los sacerdo sac erdotes-d tes-desci esci fradores de jeroglíficos y de los escribas en el Egipto antiguo. El tono gran-señor domina y es do minado por la voz oracular que recubre la voz de la razón, la parasita más bien, la hace desvariar o de lirar. Elevar el tono, en este caso, es hacerlo saltar, es hacer delirar la voz interior que es la voz del otro en nosotros. Delirio, he aquí una palabra que aparece una vez en latín, para citar el verso de un monje de la Edad Media ( Quaerit delirus, quod non respondet Homerus) y otra vez en la traduc ción francesa, que encuentro aquí un poco forzada pero inter int eresa esant nte, e, de un unaa pa palab labra ra que me intere int eresa sa más todavía y que es Verstimmung. Verstimmung der Kópfe zur Schwarmerei , Guillermit llermit traduce eso como “delirio “delirio de cabezas que se exaltan” y tiene razón. El tono gran-señor se per mite un salto moríale , ésta es también la expresión de Kant, un salto desde los conceptos a lo impen sable o a lo irrepresentable, una anticipación oscu ra del secreto misterioso venido del más allá. Ese salto hacia la inminencia de una visión sin concep to, esta impaciencia vuelta hacia el secreto más críptico libera una sobreabundancia poético-metafórica. Sin duda hay en esta sobreabundancia una afinidad apocalíptica, pero Kant no pronuncia ja más la palabra Verstimmung por razones que entre
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veremos en un instante. Verstimmen , que Guillermit traduce no sin razón por delirar , es ante todo desafinar, cuando se habla de un instrumento de cuerda y también, por ejemplo, de una voz. Eso se dice corrientemente de un piano. Menos estricta mente eso significa descomponer, estropear, tras tornar. Uno delira cuando tiene la cabeza trastorna da. La Verstimmung puede llegar a estropear una Stimmung : el path pa thos os o el humor, que en ese caso se vuelve malo. La Verstimmung de la que hablamos aquí es sin duda un desorden social y un trastorno, una desafinación de las cuerdas y de las voces en la cabeza. El tono salta y se alza cuando la voz del oráculo os toma aparte, os habla en un código pri vado y os murmura secretos descubriéndoos la ore ja, ja , co confu nfund ndien iendo do,, cub cubrie riendo ndo o pa paras rasita itand ndoo la voz de la razón que habla igualmente en cada uno y se dirige a todos en el mismo lenguaje. La voz de la razón, dice Kant, die Stimme der Vernunft , habla a cada uno sin equívoco (deutlich) y da acceso a un conocimiento científico. Pero es esencialmente para par a dar órdenes órden es y para prescribir. Pues Pue s si tenemos tiempo para reconstituir toda la necesidad interna y prop pr opia iam m en ente te k an anti tian anaa de esta es ta indic ind icac ació ión, n, ha habrí bríaa que llegar hasta la extrema finura de la objeción hecha a los mistagogos. Ellos no solamente con funden la voz del oráculo con la de la razón. Tam poco poc o disting dis tinguen uen entre la razón pura pur a especula espe culativa tiva y la razón pura práctica, ellos creen conocer aquello aquello pe nsab able le y acceder por el solo que es solamente pens sentimiento a las leyes universales de la razón
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práctica. Hay pues una voz de la razón práctica que no describe nada, que no dice nada de descriptible; ella dicta, prescribe, ordena. Kant la nombra tam bién en latín: dictamen rationis. Aunque ella da lugar a la autonomía, la ley que dicta es tan poco flexible, tan poco sumisa a la interpretación libre como si proviniera de alguien totalmente otro en mí. Es una “voz de bronce”, dice Kant. Resuena en todo hombre pues todo hombre tiene en sí la idea del deber y resuena muy fuerte, golpea de forma bastante percutiente y repercutiente, incluso llega a tronar; pues el hombre tiembla {zittert) al escuchar esta voz de bronce que, desde lo alto de su majestad, le ordena sacrificar sus pulsiones, resistir a las seducciones, renunciar a sus deseos. Y la voz no me promete nada a cambio, no me garantiza ninguna compensación. Es sublime en eso, ordena, manda, demanda, exige sin dar nada a cambio, truena dentro de mí hasta hacerme temblar, plantea así las más grandes cuestiones y el mayor asombro ( Erstaunen). He aquí el verdadero misterio; Kant lo llama también Geheimnis, pero ése no es ya el misterio de los mistagogos. Es el misterio a la vez doméstico, íntimo y trascendente, el Geheimnis de la razón práctica, de la sublimidad de la ley y de la voz moral. Los mistagogos desconocen ese Ge heimnis, lo confunden con un misterio de visión y de contacto, cuando en realidad la ley moral no se deja jamás ver o tocar. En ese sentido, el Geheim nis de la ley moral va más acorde con la esencia de la voz que se oye pero no se toca ni se ve, pare
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ciendo escapar así a toda intuición externa. Pero en su trascendencia misma, la voz moral está más próxima, y por lo tanto es más autoafectiva, más autónoma. La ley moral es sin duda más auditiva, más audible que el oráculo mistagógico todavía contaminado de sentimiento, de iluminación o de visión intuitiva, de contacto y de tacto místico ( ein mystischer Takt, dice Kant). El tono gran-señor de sentona porque es extraño a la esencia de la voz. ¿Por qué he sentido yo el deseo, en ese momento de mi lectura sobre un tono gran-señor, de archivar este trabajo en el dossier, si me lo permiten, de La tarjeta postal ? ¿O de colocarlo en eso que se co noce allí como dossier , entre la palabra y la cosa, la palabra dossier atiborrada con todos esos dos [do, dorso, espalda] cuya nota y la sílaba puntúan los Envois en cada página, en el dos [espalda] de Sócrates y en el dos [dorso] de la tarjeta postal, de todas las palabras en do y del dossier [respaldo] del sillón, de la pared entre Platón y Sócrates cuan do éste parece escribir bajo el dictado de aquél? No es sólo a causa de la mezcla o del cambio de tonos ( Wechsel der Tone) por lo que en ese libro hu be de integrar un tema y una manera. No es tam poco a causa de la palabra y de la cosa “apocalip sis”, que regresan regularmente en él con la obse sión numerológica y la insistencia de la cifra 7 que ritma también el Apocalipsis de Juan; el signatario4 de los Envois se burla de lo que llama “mi apoca4 Obviamente, Derrida. Aunque al comienzo de los Envois el autor
Apocalipsis de San Juan. San Juan en Patmos, escribiendo el Apocalipsis y el ángel de l libro abierto. (Lauros-Giraudon)
Apocalipsis de San Juan, El caballo blanco y el caballero del arco. (Lauros-Gíraudon)
Apocalipsis de San Juan. Las lágrimas de San Juan. (Lauros-Giraudon) *
San Juan devora el libro. Apocalipsis de Angers. Doc.; Lauros-Giraudon
Apocalipsis de San Juan. La gran ramera (Lauros-Giraudon)
Miniatura alemana tomada del Apocalipsis de San Juan. (Roger-Viollet)
Enigmáticamente, en este grabado del siglo xm -reproducido en tarjeta postal por la Biblioteca Bodleiana de Oxford-, Pla tón, a espaldas de Sócrates, parece dictar a su maestro. Este grabado provoca notables comentarios en los Envois que com ponen la primera parte de La caríe póstale, y a él hay que referir también los que aparecen en la p. 32 de la presente obra,
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lipsis de tarjeta postal”,5 nuestro “pequeña apo calipsis de biblioteca”.6 No es tampoco una sátira de la filosofía académica. No; en ese punto de mi lectura sobre “un tono gran-señor”, lo que yo he sentido deseos de meter en el dossier de La tarjeta p ostal es el trabajo que Platón da a Kant, el enorme trabajo que Kant se toma por Platón, la re tórica infatigable para distinguir entre el buen Platón y el malo, el verdadero y el falso, entre sus escritos auténticos y sus escritos más o menos fia bles o apócrifos.7 Es decir, sus Cartas. Kant quiere al mismo tiempo acusar y excusar a Platón de esta catástrofe continua que ha pervertido a la filosofía, la reladice, en primera persona, que los remitentes (aunque nunca aparece firma alguna) son varios: “nous sommes sans doute plusieurs”, son, todos ellos, uno. En En vo is, larga primera parte de La car íe póst ale (AubierFlammarion, París, 1980, pp. 5-273), Derrida teje comentarios -en forma de cartas enviadas a una amante- acerca de una ilustración encontrada en un libro del siglo xm ( Prognostica Socratis basilei. A fortu ne tellin g book. Biblioteca Bodleiana, Universidad de Oxford), en la que se representa a Platón dictándole aparentemente a Sócrates, y a éste disponiéndose a escribir. El grabado da motivo a Derrida para muy diversas y dilatadas interpretaciones. Al hilo de ellas, Derrida juega con las palabras “dossier” ( arch ivo de cartas, pero también respaldo de sillón -el que separa, pa re d , a Sócrates sentado de Platón a sus espaldas), “dos” (precisamente espalda de Sócrates, y dorso de la tarjeta postal -e l grabado en cuestión es vendido por la Bodleian Library como tarjeta postal-) y “do” (nota de la escala musical, bi bliográficamente referida al Wechsel der Tone de Hólderlin, y al “tono gran-señor” criticado por Kant). [T.] 5 Ibid., p. 17. [T.j 6 Ibid., p. 16. [T.]
7 Ibid., pp. 94 97 [T.] -
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ción estricta entre el nombre y la cosa “filosofía”, para llegar a esta Verstimmung detonante. Del delirio en filosofía, él quiere acusarle y excusarle, di ríase en el mismo movimiento de una doble pos tulación. Double bind también aquí de la filiación: Platón es el padre del delirio, de toda exaltación en filosofía (der Vater aller Schwarmerei mit der Philosophie ) pero sin que sea culpa suya ( ohne seine Schuld). Y es que hay que dividir a Platón, hay que distinguir entre el Académico y el autor supuesto de las Cartas, el enseñante y el remitente. “Así Platón el Académico fue, sin que sea culpa suya (puesto que él no hacía de sus intuiciones in telectuales más que un uso regresivo, para explicar la posibilidad de un crecimiento sintético a priori, y no un uso progresivo para extender este cono cimiento gracias a esta idea que se deja leer (lesbaré) en el entendimiento divino [el Platón ino cente, ése es el padre de Kant, ése es también el de la tarjeta postal8 que reproduce un retrato de Kant, pero no es ése el padre del delirio]), el padre de toda exaltación en filosofía . Más no estoy en abso luto dispuesto a confundir a ese Platón con el de las Cartas (Plato den Briefsteller) que acaban de traducir al alemán.” El opúsculo de Kant, aparecido en el Berliner Monatschrift , se encarnizaba contra un tal Schlosser que acababa de traducir las Cartas de Platón, en una obra titulada Cartas de Platón sobre la re8 Pienso en aquel busto de Kant “a la griega” (Emanuel Bardou, 1798) reproducido en tarjeta postal por un museo de Berlín.
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volución siracusana, con una Introducción y Notas (1795). Kant parece denunciar directamente a
Schlosser cuando apela a Platón y a algunas de sus doctrinas llamadas esotéricas; pero indirectamente, es sabido que quiere alcanzar a Jacobi. Y lo intole rable, en ese Platón epistolar, es el esoterismo aris tocrático -Kant cita aquella Carta en la que se re comienda no divulgar los secretos entre la mu chedumbre-, una criptofilia unida a una interpreta ción mística de las matemáticas. Lo que está en juego entre Platón y Kant es evidentemente la in terpretación filosófica de las matemáticas. Platón, maravillado por las figuras geométricas, como Pitágoras por los números, no habría hecho más que presentir la problemática de la síntesis a priori\ y demasiado deprisa se habría refugiado en una mística de la geometría igual que Pitágoras en la mística de los números. Y esta mística matematizante, esta idolatría de las figuras y de las cifras va siempre a la par con fenómenos de secta, de criptopolítica, es decir de teofanía supersticiosa que Kant opone a la teología racional. Numerología, iluminación mística, visión teofánica, todo ello pertenece al mundo apocalíptico, y yo quiero se ñalar aquí, de paso, que en el vasto y superabun dante corpus del “género” apocalíptico, desde la herencia persa y zoroastriana hasta los muy nume rosos apocalipsis judíos y cristianos, los expertos inscriben a menudo tal o cual texto de Platón, en particular el mito de Er de La República. Ese cor pus apocalíptico no fue recopilado, identificado y
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estudiado como tal sino hasta el siglo XIX. Kant no nombra jamás al Apocalipsis en ese texto, pero sí hace una breve alusión, entre paréntesis, en La re ligión en los limites de la simple razón , tres años antes, y es ése uno de los entornos contextúales más indispensables para la inteligencia del ensayo Sobre un tono gran-señor... En este paréntesis, el Apocalipsis es evocado para designar el castigo de los culpables en el fin del mundo como término de la historia (IIP parte, 2a sección, Representación histórica del establecimiento progresivo de la so beranía del buen principio sobre la tierra. Cf. tam bién El conflicto de las facultades, t. e., p. 73).
Esta criptopolítica es también una criptopoética, u n a perversión poética de la filosofía. Y se trata una vez más del velo y de la castración. Hace ocho años, en este mismo lugar, hablé de velo y de castración, de intérpretes, de hermenéuti ca y de hermética. He olvidado mi paraguas es un enunciado a la vez hermético y totalmente abierto, tan secreto y superficial como el apocalipsis de tar jeta postal que anuncia y contra el cual protege. Y en otra parte, en Glas y en Economimesis, señalé la intriga de cierto velo d^ Isis en tomo al cual Kant y Hegel se afanaron más efe una vez. Me voy a ex poner a reanudar los hilos de esta intriga y el trata miento de la castración con referencia a Isis/ Del velo de Isis y de la castración, Kant no dice nada que los relacione visiblemente uno al otro dentro del mismo argumento demostrativo. Ob servo solamente una especie de continuidad trópi-
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ca, pero la transferencia trópica, la metafórica y la analógica, ése es justamente nuestro problema. Los mistagogos de la modernidad, según Kant, no nos dicen simplemente qué ven, tocan o sienten. Ellos presienten, ellos anticipan, ellos se aproximan, ellos husmean, son los hombres de la inminencia y del rastro. Por ejemplo, dicen que presienten el sol y citan a Platón. Dicen que toda filosofía de los hombres puede mostrar o designar la aurora, pero que el sol, solamente es posible presentirlo. Kant ironiza sobre ese presentimiento del sol y multiplica los sarcasmos. Esos nuevos platónicos no nos dan el sentimiento o el presentimiento (Gefühl, Ahnung) más que de un sol de teatro (Theatersonne ), una lámpara en suma. Y luego esas gentes abusan de las metáforas, de las expresiones figuradas (bildlichen Ausdrückeri) para sensibilizarnos, para hacemos presensibles a ese presentimiento. Veamos este ejemplo en el que Kant cita a sus adversarios: “aproximarse tanto a la sabiduría divina que se pueda percibir el temblor de su vestidura” [su susurro ( Rauschen ) más que su roce como dice la traducción]. Y también: “Ya que no puede levantar el velo de Isis, al menos puede hacerlo tan delgado (so dünne) que sea posible bajo él (unter ihm) presentir a la diosa.” Levantar el velo de Isis es aquí aufheben (da er den Schleier der Isis nicht aufheben kann) y aún es posible vagar, entre el gala de esta Aufhebung y ese descubrimiento apocalíptico.
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Kant lanza su tiro: delgado [el velo] hasta qué punto, pregunta; porque eso no nos lo han dicho. Probablemente no lo bastante delgado, todavía de masiado espeso para que podamos hacer lo que gustemos con el fantasma ( Gespenst ) detrás del ve lo o del manto. Pues de otra manera, si el velo fue se absolutamente delgado y transparente, eso sería una visión, un ver (seheri)ty, señala Kant ironizan do despiadadamente, eso ha de ser evitado ( vermiederi). Sobre todo no hay que ver, sólo presentir debajo del velo. Entonces nuestros mistagogos se aprovechan del fantasma y del velo y remplazan las evidencias y las pruebas con “analogías”, con “probabilidades”(y4raz/0g/££/i, Wahrscheinlichkeiten); son palabras suyas, Kant las cita y nos pone de testigos: ya lo veis, no son verdaderos filósofos, recurren a esquemas poéticos. Todo eso no es sino literatura. Actualmente conocemos bien esta esce na y, entre otras cosas, es sobre esta escenificación sobre la que deseo atraer vuestra atención. No para tomar partido, me guardaré mucho de ello, entre la metáfora y el concepto, entre la mistagogia lite raria y la verdadera filosofía, sino ante todo para reconocer la vieja solidaridad de esos antagonistas o protagonistas. Considerad ahora que la palabra o la imagen de la castración o, más rigurosamente, de la “emasculación” (. Entmannung ), Kant las propone en princi pio como un ejemplo de esas “analogías” o “pro babilidades” de las que abusa, con fines manipula dores, esta “nueva lengua místico-platónica”. Las
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señala primero en una frase de ese Schlosser que acababa de traducir e introducir las Cartas de Platón. Con ese nombre de Schlosser Nietzsche hubiera hecho algo, como con Schleiermacher, el primer “hacedor de velos” hermenéuticos. Schlosser es el cerrajero, el hombre que fabrica o guarda las llaves, las verdaderas y las falsas, pero también el encargado del cierre, el que cierra y sabe de clausuras, experto en hablar de ello, en producirlo o en tener razón sobre ello. Ese Schlosser había hablado pues, figuradamente, de la “emasculación de la razón” ( Entmannung der Vemunft) y de esta emasculación había acusado a la “sublimación metafísica” (metaphysische Sublimation ). Analogía inadmisible a ojos de Kant, abusiva porque hace las veces de prueba llegando al punto en que la demostración consiente una “manquedad” (. Mangel) [manque]; pero escandalosa también porque en verdad son los que alardean de ese nuevo tono en filosofía los que emasculan y cadaverizan a la razón. “Con este mismo fin, dice, a falta de pruebas rigurosas, se enrolan a manera de argumentos “analogías” y “verosimilitudes” (de las que ya se trató antes), tales como “el temor a la castración [la traducción dice castración en lugar de emasculación] de la razón llevada a ese punto en el que enervada por la sublimación metafísica, apenas puede soportar el golpe en su combate contra el vicio.” Y Kant le da vuelta al argumento, yo diría que como a un guante: “Cuando en verdad, es precisamente en esos principios a priori donde la
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razón práctica halla un justo sentimiento que no ha presentido jamás de otra manera y que le es falsa mente atribuido más bien por el empírico (es ese hecho mismo el que lo hace impropio para una le gislación universal) para ser entonces castrada y paralizada [emasculada y paralizada, entmannt und gclahmt]”
Si la castración es una metáfora o un simulacro -y debe serlo, al parecer, por concernir al falo, no al pene o al clítoris- entonces el juego metafórico está claro entre los dos equipos adversarios esta blecidos por un Kant que es además parte interesa da. El envite para esa Kampfplatz de la metafísica es la castración de la razón. ¿Cuál de los dos equi pos presentes castra más seguramente a la razón? O más gravemente: ¿cuál de los dos des viriliza, entmannt , a ese descendiente del logos que es la ratiol Cada uno de ellos, como acabamos de oírles sin el menor equívoco, acusará al otro de castrar al logos y de rebajar el falo. Y en ese debate falogoccntrico de una parte y otra, es decir parte por par te, podríamos sacar a escena a Freud como a un tercero en discordia buscando la llave, verdadera o falsa, “la teoría sexual”, para saber que en ese esta dio de la razón en donde no hay más que la razón varonil, en donde no hay más que un órgano o un canon de la razón, masculino o castrado, sucede como en aquel estadio de la organización genital infantil en el que ya hay un masculino pero nada de femenino. Podría referirse a un estadio fálico de la razón. “La oposición se enuncia aquí, dice Freud
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al final de La organización genital infantil: órgano genital masculino o castrado.” ¡No hay diferencia sexual en tanto que oposición, sino solamente lo masculino! Se podría seguir esta extraña lógica (la razón a partir de Freud, diría Lacan) bastante lejos en el detalle del texto, sobre todo en los momentos en que el velo de Isis desencadena lo que Freud llama Bemáchtigungstrieb , la pulsión de dominio. Kant acusa por ejemplo a los metafísicos mistagogos de conducirse como “hombres fuertes” (Kraftmanner) que predican desde hace poco con entu siasmo una sabiduría que no les cuesta nada puesto que pretenden haber atrapado a esta diosa por la punta de su vestido haciéndose así dueños y seño res de ella; ellos la habrían “dominado” ( bemachtigt), etcétera. La castración o no del logos en tanto que ratio, he ahí una forma central de este debate en torno de la metafísica. Es también un combate acerca de lo poético (entre poesía y filosofía), acerca de la muerte o del futuro de la filosofía. Se trata del mis mo envite. Kant no lo duda en absoluto, los nuevos predicadores tienen necesidad de pervertir a la filosofía contaminándola de poesía para darse aires de importancia, ocupar mediante simulacros y mí mica el lugar de los grandes y usurpar así un poder de esencia simbólica. Schlosser, el cerrajero, y también, podría de cirse, el hombre del castillo señorial, no abusa so lamente de metáforas poéticas. Acusa a su siglo de ser prosaico, y osa escribir a Platón, se dirige a él, le
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invoca, le apostrofa, le toma como testigo: “Armer Plato, pobre Platón, si no estuvieras marcado con el sello de la Antigüedad [...] ¿quién querría aún leerte en este siglo prosaico en el que la más alta sabiduría consiste en no ver sino lo que está a nuestros pies y no admitir más que lo que se puede asir con las manos?” En liza con Schlosser que fustiga a los nuevos hijos de la tierra, Kant juega la baza de Aristóteles contra Platón: “Pero por desgracia, ese razonamiento no es concluyente ; prueba demasiado. Pues Aristóteles , filósofo manifiestamente prosaico, posee también el sello (Sieget) de la Antigüedad, y a ese título podría también él pretender ser leído! -En el fondo, absolutamente toda la filosofía es prosaica, y proponer hoy día ponerse a filosofar poéticamente (wiederum poetisch zu philosophiren) sería tanto como proponer al tendero (Kaufman) que a partir de ahora ya no escribiera sus libros de cuentas en pro sa, sino en verso.” Pero la estrategia es más retorcida aún, y de am bas partes. Los mistagogos, los analogistas y los anagogistas juegan también ellos la carta de Aris tóteles. Y es en ese momento del juego cuando se apuesta por los fines y el fin de la filosofía. El des velo sobre la muerte o el fin de la filosofía, el vela torio junto al cadáver de la filosofía no es una his toria antigua solamente porque se remonte a Kant; ya entonces se decía que si la filosofía estaba aca bada, eso no era consecuencia de la limitación kan tiana o de los términos puestos al imperio de la metafísica, sino que era así “desde hacía ya dos
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mil años”. Es desde hace ya dos mil años que se terminó con la filosofía, decía un discípulo de Schlosser, un verdadero conde, ése sí, el conde Leopold Stolberg, puesto que “el Estagirita hizo tantas conquistas para la ciencia que no dejó a sus sucesores sino muy pocas cosas notables de las que pudieran ponerse al acecho”. La réplica de Kant es la de un progresista deci-1 dido, él cree en un futuro al fin abierto y descu bierto de la filosofía. Es también la respuesta de un demócrata igualitarista: vosotros queréis poner fin a la filosofía por oscurantismo (
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y procurarles un terreno neutro de reconciliación para hablar seguidamente juntos en el tono que conyiene^O, dicho de otra manera, ¿qué es lo que excluyenjuhtos como lojnadmisible mismo? ¿Qué_ es lo inadmisible ? Kant habla de la modernidad, y de los mistagogos de su tiempo, pero rápidamente habréis per cibido de pasada, sin que yo haya tenido necesidad de designarlo explícitamente o de nombrarlo o de mostrar todos los hilos, a cuántas trasposiciones podríamos entregamos del lado de nuestra llamada modernidad. Yo no diría que actualmente cada quien podría reconocerse en uno u otro lado, pura y simplemente. Pero estoy seguro de que se podría demostrar que todo discurso un poco organizado se encuentra o pretende encontrarse hoy de ambos lados, alternativa o simultáneamente, aun cuando este emplazamiento no agote nada, ni dé la vuelta y el rodeo al lugar y al discurso emitido. Y esta inadecuación, siempre limitada ella misma, indica sin duda la más densa dificultad. Cada uno de no sotros es el mistagogo y el Aufklárer de otro./Po déis ensayar algunas de esas trasposiciones, y ya regresaremos a ellas en el curso de la discusión. Así pues, ¿cuál es el contrato? ¿Qué condicio nes pone Kant a quienes, como él, declaran su preocupación por decir la verdad, por revelar sin emascular el logosl Puesto que convienen en ello de común acuerdo, ése es el lugar del cons£nso-en donde pueden reunirse y estar juntos, sfyánagoga, ? Kant les pide en primer lugar que se libren de la
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diosa velada ante la cual ambos tienen tendencia a arrodillarse. Les pide que no sigan personificando la ley moral ni la voz que la encama. La ley que habla en nosotros, les dice a los mistagogos, no deberíamos seguir personificándola, sobre todo no bajo la forma “estética.”, sensible y bella, de esta Isis velada. Tal sería la condición para entender la ley moral misma, la incondicionada, y para entendemos. Dicho de otra manera, y he aquí un motivo i decisivo para el pensamiento de la ley o de la ética} en la actualidad, Kant llama a poner la ley por encima y más allá, no de la persona, sino de la personificación y del cuerpo, así como de la voz sensible que habla en nosotros, la singular que nos habla en privado, la voz que podría decirse en su lenguaje “patológico” por oposición a la voz de la; razón. La ley por encima del cuerpo, de ese cuerpo\ que se encuentra representado aquí por una diosaj velada. Aunque no queráis conceder significación alguna o “significancia” al hecho de que lo que se encuentra aquí excluido por el concordato sea justamente el cuerpo de una Isis velada, principo universal de la feminidad, asesina de Osiris de quien más tarde encuentra todos los pedazos a excepción del falo; aunque penséis también que hay ahí una personificación demasiado analógica o metafórica, concededme al menos esto: la tregua propuesta entre los dos defensores declarados de un logos no emasculado supone alguna exclusión. Ella supone algo inadmisible. Hay un tercero excluido y eso me bastará.
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bastará en vista de qué? Antes de replantear esta cuestión, voy a leer la propuesta de paz o d e alianza dirigida por Kant a sus adversarios de entonces, pero tal vez a sus cómplices de siempre: ¿Me
Pero, ¿para qué sirve todo ese conflicto entre dos par tidos que comparten en el fondo la misma buena inten ción: hacer a los hombres sabios y honestos? Es un ruido para nada, un desacuerdo basado en un malenten dido que requiere menos reconciliación que explicación recíproca para concluir un acuerdo, haciendo para el futuro la concordia aún más profunda. La diosa velada ante la cual los de uno y otro lado nos ponemos de rodillas, es la ley moral dentro de nos otros mismos en su majestad invulnerable. Ciertamente percibimos su voz e incluso escuchamos muy bien sus mandamientos, pero al escucharla dudamos si proviene del hombre, si pro viene de la om nipoten cia de su pro pia razón, o si emana de algún otro ser cuya naturaleza le es desconocida, y que le habla según su propia razón. En el fondo, quizá haríamos mejor en prescindir entera mente de esta investigación, ya que ella es simplemente especulativa y lo que nos incumbe (objetivamente) hacer sigue siendo lo mismo, lo basemos en uno u otro principio; la única diferencia es que el procedimiento didáctico de relacionar según un método lógico la ley moral en nosotros m ism os-a .vcon cep tos diferentes es y t ■
s ó l o p r o p i a m e q f e ^ í ^ d / /c o , m i en tr as q u e e l p r o c e dimiento que consiste en'personificar esa ley y en hacer de la razón que manda moralmente una Isis velada (aun cuando no le atribuyamos más propiedades qy&4as^jue le descubre el primer método) es una m an erá estética^ representar
(eine asthetische Vorstellungsártf eZ&cta.-
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mente el mismo objeto; manera en la que sin duda está permitido confiar, desde el mom ento en que se com enzó por devolver los principios a su estado puro, para dar vida a esta idea gracias a una presentación
(Darstellung)
sensible, aunque sea solamente analógica, sin dejar por ello de correr siempre el riesgo de caer en una visión exaltada, que es la muerta de toda filosofía.
Entre los numerosos rasgos que caracterizan un escrito de tipo apocalíptico, aislemos provisionalmente la predicción y la predicación escatológica, el acto de decir, predecir o predicar el fin, el límite extremo, la inminencia de lo último. ¿No puede decirse entonces que todas las partes firmantes de semejante concordato son sujetos de discursos escatológicos? Teniendo en cuenta otros contextos, esta situación es sin duda más vieja que la revolución copernicana, y los numerosos prototipos de discurso apocalíptico durante ese intervalo histórico bastarían para demostrarlo. Pero si Kant denuncia a quienes proclaman que desde hace ya dos mil años se acabó con la filosofía, él mismo por su parte, al marcar un límite (a saber el fin de cierto tipo de metafísica), libera otra oleada de discursos escatológicos en filosofía. Su progresismo, su fe en el futuro de cierta filosofía, incluso de otra metafísica, no es contradictorio con esta proclamación de los fines y del fin. Y retomaré ahora el hecho de que desde entonces, tomando en cuenta múltiples y profundas diferencias, e incluso mutaciones, el Occidente ha
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estado dominado por un poderoso programa que ha sido también un contrato intransgredible entre los discursos sobre el fin. Los temas del fin de la historia y de la muerte de la filosofía no aparecen sino bajo las formas más globales, masivas y concentradas. Existen ciertas diferencias evidentes entre la escatologfa hegeliana, esa escatología marxista que en Francia estos últimos años se ha querido olvidar demasiado deprisa (y ésa fue tal vez otra escatología del marxismo, su escatología y su tañido fúnebre), la escatología nietzscheana (entre el último hombre, el hombre superior y el superhombre) y tantas otras variedades más recientes. ¿Pero acaso estas diferencias no se miden como desviaciones con respecto a la tonalidad fundamental de esta Stimmung audible a través de tantas variaciones temáticas? ¿Acaso los diferendos no han adoptado todos la forma de una emulación en elocuencia escatológica, y no ha sido cada recién llegado más lúcido que el anterior, más vigilante y más pródigo también en cargar las tintas: os lo digo en verdad, no es solamente el fin de esto sino también y en primer lugar de aquello, el fin de la historia, el fin de la lucha de clases, el fin de la filosofía, la muerte de Dios, el fin de las religiones, el fin del cristianismo y de la moral (ésa fue la ingenuidad más grave), el fin del sujeto, el fin del hombre, el fin de Occidente, el fin de Edipo, el fin de la tierra, Apo ca lypse now , yo os lo digo, el fin en el cataclismo, el fuego, la sangre, el terremoto fundamental, el napalm que desciende del cielo desde los heli-
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cópteros, como las prostitutas, y también el fin de la literatura, el fin de la pintura, del arte como cosa del pasado, el fin del psicoanálisis, el fin de la uni versidad, el fin del falocentrismo y del falogocentrismo, ¿y de cuántas cosas más? Y cualquier otro vendrá a refinar aún más, a anunciar lo mejor de lo mejor, o sea el fin del fin, el fin del final, porque el fin siempre ha comenzado ya, porque hay que dis tinguir aún entre l^ d a u ^ t i a j ^ f in ^ a que aquélla habría de participar, quiéralo o no, en el concierto, puesto que se trata además del fin del metalengua je a propósito del lenguaje escatológico. Aunque también cabe preguntarse si la escatología es un tono, y no la voz misma. ¿Es que la voz no es siempre la del último hom bre? ¿La voz o la lengua misma? ¿El canto o el acento dentro de la lengua misma? Hólderlin cierra su segunda versión de Patmos, el poema que lleva por título el nombre de la isla apocalíptica, la de Juan, invocando el poema de la lengua alemana (Demfolgt deutscher Gesang). De este poema, Heidegger cita a menudo los primeros versos “Nah ist/ Und schwer zu fassen der Gott. / Wo aber Gefahr ist, wachst / das Rettende auch ” [“Cercano y difícil
de asir es el Dios. Pero donde se halla el peligro cre ce también aquello que salva”.] Y si Heidegger pien sa el Überwindung de la metafísica o de la ontoteología, y de la escatología que le es inseparable, es en nombre de otra escatología. Repetidas veces dice del pensamiento -aquí distinto de la filosofía- que es esencialmente “escatológico”. Es su palabra.
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¿Es que la voz de la lengua, pregunto yo, no es siempre la del último hombre? Al renunciar a leer con vosotros El último hombre de Blanchot, recuer do, ya que acabo de hablar de la voz y de Edipo, este fragmento del Libro del filósofo. Nietzsche, bajo el título Edipo , hace hablar consigo mismo, en un soliloquio absoluto, al último filósofo que es también el último hombre. Él habla con su voz, se entretiene y entretiene lo que le queda de vida con el fantasma de su voz, y él se llama, él se llama Edipo: “El último filósofo, así es como yo me nombro* pues yo soy el último hombre. Nadie me habla sino^ yo solo y mi voz me llega como la de un moribun-. do. Contigo, voz amada, contigo, último soplo def recuerdo de toda felicidad humana, déjame aún este comercio de una hora sola; gracias a ti engaño a mi^ soledad y penetro en la mentira de una multiplicidad y de un amor, pues repugna a mi corazón creer que el amor ha muerto, no soporta el estremecimiento de la más solitaria de las soledades y me obliga a ha blar como si yo fuera dos [...].” “Como si yo fuera dos”; pues en el momento en que se envía a sí mismo ese mensaje haciendo co mo si aún pudiera dirigírselo, este imposible desti no rubrica la muerte del último hombre, en él y fuera de él. Él lo sabe más allá del como si: “¡Y sin embargo te oigo aún, voz amada! Muere aún al guien fuera de mí, el último hombre, en este uni verso: el último suspiro muere conmigo, ese largo ay, ay, suspirado sobre mí, el último de los misera bles, Edipo!”
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Si la escatología nos sorprende en la primera pa labra, en la primera tanto como en la última, siem pre en la penúltima, ¿qué decir?, ¿qué hacer? La respuesta a esta pregunta es tal vez imposible por que nunca se deja alcanzar. Pues la pregunta es la de la respuesta, y la de una apelación que afirma o responde antes de la pregunta. Hace falta claridad, decía ayer Philippe LacoueLabarthe. Sí. Pero existe la luz y existen las luces, el día y también la locura del día. “El fin comienv za”, se lee en La folie du jour. Sin referirse si;. quiera a los apocalipsis de tipo zoroastriano, de los que ha habido más de uno, se sabe que toda esca tología apocalíptica se afirma en nombre de la luz, del vidente y de la visión, y de una luz de la luz, de una luz más luminosa que todas las luces que ella hace posibles. El apocalipsis de Juan que domina toda la apocalíptica occidental se ilumina a la luz de El, de Elohim: Sí, la gloria de Elohim la ilumina [a la ciudad, a la N ue va Jerusalén] [...] Los reyes de la tierra le aportan su gloria. Sus puertas jamás se cierran de día, pues allí no existe la noche. Ellos traen la gloria... (xxi, 23-26.) La noche ya no ex iste, no necesitan luz de lámpara, ni luz del sol: Adonai Elohim los ilumina y ellos reinan por los si glos de los siglos, (xxn, 5).
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Existe la luz, existen las luces, las luces de la ; razón o del logos , que, a pesar de todo, no son otra ¡cosa. Y es en nombre de una Aufklarung que Kant, ; por ejemplo, emprende la tarea de desmitificar el tono gran-señor. En la actualidad nosotros no podemos no heredar esas Luces, no podemos y no debemos -es una ley y un destino- renunciar al Aufklarung, o dicho de otra manera a lo que se impone como el deseo enigmático de la vigilancia, de la vigilia lúcida, de la elucidación, de la crítica y de la verdad, pero de una verdad que al mismo tiempo guarda en ella un deseo apocalíptico, esta vez como deseo de claridad y de revelación, para desmitificar o, si lo preferís, para deconstruir el v, discurso apocalíptico mismo y con él todo lo que especula sobre la visión, la inminencia del fin, la steofanía, la parusía, el juicio final. Así pues, cada vez nos preguntamos inflexiblemente adonde •quieren llegar, y con qué fines, quienes declaran el Ifin de esto o de aquello, del hombre o del sujeto, de la conciencia, de la historia, del Occidente o de i la literatura, y de las últimas novedades del progre so mismo cuya idea no se ha manejado nunca tan mal por la derecha y por la izquierda. ¿Qué efectos •buscan producir esos gentiles profetas o esos elo cuentes visionarios? ¿En vista de qué beneficio inmediato o aplazado? ¿Qué es lo que hacen, qué ¡ hacemos nosotros diciendo eso? ¿Por qué seducir o I someter, intimidar o hacer disfrutar? Esos efectos y esos beneficios pueden ser referidos a una especu; lación individual o colectiva, consciente o incons v
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dente. Pueden analizarse en términos de dominio libidinal o político, con todas las conexiones diferenciales y por lo tanto con todas las paradojas económicas que sobredeterminan la idea de poder o de dominio y a veces los arrastran al abismo. El análisis lúcido de esos intereses o de esos cálculos debe movilizar un gran número y una gran diversidad de dispositivos interpretativos actualmente disponibles. Debe y puede hacerlo, pues nuestra época estaría más bien superarmada a este respecto; y una deconstrucción, si no se interrumpe, no se da nunca sin embargo sin un segundo trabajo sobre el sistema que empalma este superarmamento consigo mismo, que articula, como se dice, el psicoanálisis al marxismo o a algún nietzscheísmo, a los recursos de la lingüística, de la retórica o de la pragmática, a la teoría de los speech acts, y al pensamiento heideggeriano sobre la historia de la metafísica, o sobre la esencia de la ciencia o de la técnica. Semejante desmitificación debe plegarse a la más fina diversidad de las astucias apocalípticas. El interés o el cálculo puede estar muy disimulado bajo el deseo de luz, bien escondido (eukalyptus, como se dice del árbol cuyo limbo calicinal permanece cerrado después de la floración), bien oculto bajo el deseo confesado de revelación. Y un disimulo puede ocultar otro. Lo más grave, pues no tiene fin, lo más fascinante concierne a esto: el tema del discurso escatológico puede tener interés en renunciar a su interés, puede renunciar a todo para poneros su muerte en vuestros brazos y ha-
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ceros heredar por adelantado su cadáver, es decir slTálma, esperando llegar así a sus fines por el fin, a seduciros sobré ef terreno prometiendo guardar vuestra guardia en su ausencia. No estoy seguro de que haya justamente una es cena fundamental, un gran paradigma sobre el cual, con unas cuantas desviaciones, poder regular todas las estrategias escatológicas. Ésa sería aún una interpretación filosófica, onto-escato-teleológica; sería tanto como decir: la estrategia apocalípti ca es fundamentalmente una, su diversidad es sola mente de procedimientos, de máscaras, de aparien cias o de simulacros. Una vez tomada esta precaución, cedamos a la tentación de imaginar, por el breve tiempo de una ficción, esta escena fundamental. Imaginemos que existe un tono apocalíptico, una unidad del tono apocalíptico, y que el tono apocalíptico no sea el efecto de un desvarío generalizado, de una Verstimmung que multiplique las voces y haga saltar los tonos, abriendo cada palabra a la obsesión del otro en una politonalidad inmanejable, con injer tos, intrusiones, parasitismos. La Verstimmung ge neralizada es la posibilidad para el otro tono, o para el tono de otro, de llegar en cualquier momen to a interrumpir una música familiar (como supon go que ocurre corrientemente en el análisis, pero también en otras partes, cuando, de repente, un tono venido de quién sabe dónde corta la palabra, si así puede decirse, a aquel que tranquilamente parecía determinar ( bestimmen) la voz y asegurar
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así la unidad de destinación, la identidad perte neciente a algún destinatario o destinador). La Ver stimmung, si en lo sucesivo llamamos así a la des viación, el cambio de tono o como si dijéramos el cambio de humor, es el desorden o el delirio de la destinación (Bestimmung) pero también la posibili dad de cualquier emisión. La unidad del tono, si la hubiera, sería ciertamente la seguridad de la desti nación pero también la muerte, otro apocalipsis. Imaginemos pues que existe un tono apocalíptico y una escena fundamental. Entonces, quien adopta el tono apocalíptico viene a deciros o a decirse algu na cosa. ¿Pero el qué? Yo digo “quien adopta”, “al guien adopta”, por no decir “el que” o “la que”, “los que” o “las que...”, y me refiero al tono que uno debe poder distinguir en todo contenido dis cursivo articulado. Lo que quiere decir el tono no es forzosamente lo que dice el discurso, y uno pue de siempre contradecir, negar, hacer derivar o des encaminar al otro. Quien adopta el tono apocalíptico viene a sig nificaros, si no es que a deciros, alguna cosa. ¿El qué? La verdad, por supuesto, y a significaros que os la revela, puesto que el tono es revelador de algún descubrimiento en curso. Descubrimiento o verdad, apofántica de la inminencia del fin, cual quier cosa que tome de nuevo, finalmente, al fin del mundo. No solamente la verdad como verdad revelada de un secreto sobre el fin o del secreto del fin. La verdad misma es el fin, el destino, y que la verdad se descubra es el advenimiento del fin. La
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verdad es el fin y la instancia del juicio final. La estructura de la verdad sería aquí apocalíptica. Y por eso es que no puede haber verdad del apocalip sis que no sea verdad de la verdad. Entonces, a quien adopte el tono apocalíptico le preguntaremos: ¿en vista de qué y con qué fines?, ¿para conducir adonde?, ¿en este mismo instante o dentro de poco? El fin comienza, significa el tono apocalíptico. ¿Pero con qué fines lo significa? Naturalmente quiere atraer, hacer venir, hacer llegar a él, seducir para conducir hasta él, bien sea en el lugar donde se escucha la primera vibración del tono, llamé mosle como se quiera, sujeto, persona, sexo, deseo (pienso sobre todo en una vibración diferencial / pura, sin sostén, insostenible). Ese es el fin en seguida, es inminente, significa el tono. Yo lo veo, yo lo sé, yo te lo digo, ahora tú ya lo sabes, ven. Todos vamos a morir, vamos a desaparecer, y esta sentencia de muerte no puede sino juzgarnos, vamos a morir, tú y yo, también los otros, los goyím, los gentiles y todos los demás, todos aquellos que no comparten con nosotros ese secreto, que no lo saben. Es como si ya estuvieran muertos. Es tamos solos en el mundo, yo soy el único que te puede revelar la verdad o el destino, yo te la digo, yo te la doy, ven, seamos un instante, nosotros que no sabemos aún que somos, un instante antes del fin los únicos sobrevivientes, los únicos que velan, eso será mucho más fuerte. Seremos una secta, for maremos una especie, un sexo o un género, una
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raza (Geschlecht) para nosotros solos, nos daremos un nombre (eso es un poco la escena babeliana de la que podríamos hablar, pero hay también una Babel en el Apocalipsis de Juan que nos haría pensar, no del lado de la confusión de las lenguas o de los tonos, sino del de la prostitución, suponiendo que sea posible distinguir la diferencia. Babel la grande es la madre de las putas: “Ven. Yo te mostraré el juicio de la gran ramera”, xvn, 1). Ellos duermen, nosotros velamos. Ese discurso, o más bien ese tono que yo traduzco en discurso, ese tono de la vigilia en el momento del fin, que es también el de la velada funeraria, del Wake, repercute o cita siempre de cierta manera el Apocalipsis de Juan o al menos la escena fundamental que ya programa el escrito juanense. Así, por ejemplo: Y o con ozc o tus obras: que tienes nombre de que vives, y estás muerto. ¡Velad!
[esto vigilans, dice
la traducción latina]
y afirma las otras cos as q ue están para morir; [...] Pues si no velas, vendré sobre ti com o ladrón: y n o sabrás a qué hora vendré sobre ti. (m, 1-3.)
Yo vendré: la venida está siempre por venir. El Adón [Señor], nombrado como el aleph y el tav, el alfa y el omega, es el que ha sido, el que es y el que viene, no el que será sino el que viene, el que
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es el presente de un por-venir.
Yo vengo
quiere
d e c ir : y o v o y a v en i r , e s t o y p o r - v e n i r e n l a i n m i n e n c i a d e u n “ y o v o y a v e n i r ” , “ e s to y v i n i e n d o ” ,
(o erkventurus est.
“e s t o y a p u n t o d e v e n i r ” . “E l q u e v i e n e ”
homenos)
s e t r a d u c e a q u í e n l a tí n p o r
Es Jesús el que dice “¡velad!”, pero sería pre ciso, quizá más allá o antes de una narratología, d e s a r r o l l a r u n m i n u c i o s o a n á l i s is d e l a v o z n a rr at i v a e n e l A p o c a l i p s i s . M e s ir v o d e l a e x p r e s i ó n “ v o z n a r r at iv a ” p ar a d i s ti n g u ir l a , c o m o h a c e B l a n chot, de la voz narradora, la del sujeto identificable, la del narrador o destinador determinable en un relato. Por otra parte creo que todos los “ven go” que resuenan en los relatos y no-relatos de Blanchot resuenan también, están en consonancia c o n u n c i e r t o “ v e n g o ” ( erkhou , v e n i ) d e l A p o calipsis de Juan. Es Jesús el que dice “Vela...Yo vendré sobre ti”, pero es Juan el que habla citando a Jesús, o más bien el que escribe, el que parece transcribir lo que dice contando que cita a Jesús en el momento en que éste le dicta lo que debe es cribir, lo que él hace en el presente y que nosotros l e e m o s , e n la s s i e t e c o m u n i d a d e s , e n la s s ie t e ig l e s ia s d e A s i a . J e s ú s e s c it a d o c o m o a q u e l q u e d i c ta s in e s c r i b i r é l m i sm o y d i c e “ e s c r ib e ,
grapson \
Pero antes incluso de que Juan lo escriba, diciendo a h o r a q u e é l e s c r i b e , é l o y e c o m o u n d ic t a d o la gran voz de Jesús (Yo , Yoh anan [...] yo estoy en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Elohim y el testimonio de Yeshua.
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(en pneumati, in spiritu) en
el
día del Adón. Yo oigo tras de mí una gran voz, co m o la de un shophar. Ella dice: Lo que tú ves, escríbelo en un libro, envíalo a las siete comunidades...) [i, 9-10-11]
Escribe y envía, dicta la voz llegada desde atrás, desde la espalda de Juan, como un shophar [como una trompeta], grapscm eis biblion kai pempson, scribe in libro: et mitte septem Ecclesiis.
y yo oigo, en presente en la traducción de Chouraqui: están en pasado en griego y latín, lo que no simplifica las premisas de un análisis.9 Pero justo antes de esta escena narrativa en la que se cita un dictado o literalmente una inspiración preYo veo
9 Lo que está en juego es obvio que puede ser muy grave, sobre todo en un texto escatológico o apocalíptico. Chouraqui ha asumido claramente su responsabilidad de traductor, y aquí no podemos sino dejársela: la libertad más constante que me he tomado con el texto griego concierne a los tiempos de los verbos. Ya lo señaló Joüon: “La atención prestada al sustrato arameo es particularmente útil para evitar la traducción demasiado mecánica de los tiempos griegos.” El verbo griego concibe el tiempo sobre todo en función de un pasado, un pre sente y un futuro; el hebreo o el arameo, por el contrario, en lugar de precisar el tiempo de una acción, describe su estado según dos modos: el acabado y el inacabado. Como bien lo ha visto Pedersen, el verbo hebreo es, por esencia, intemporal, es decir omnitemporal. Yo he intentado, entre dos nociones del tiempo irreductibles la una a la otra, recurrir lo más a menudo posible al presente, que en el uso del francés contemporáneo es un tiempo muy dúctil, muy amplio, muy evocador, bien sea en su empleo normal, bien bajo la forma de presente histórico o de presente profético.” (Une nouvelle traduction du Nouveau Testament, Prefacio a Un pa cte neuf, p. 13).
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sente, había un preámbulo sin voz narrativa o en todo caso sin voz narradora, una especie de título o de medalla venida de no se sabe dónde vinculando el descubrimiento apocalíptico al envío. Esas líneas son propiamente el apocalipsis como envío del apocalipsis, el apocalipsis que se envía: Revelación de Yeshua el mesías ( Apokalupsis Jesou Khristou ) que Elohim le da para mostrar a sus siervos lo que pronto llegará. Y El lo significa enviando como su ángel (esemamen aposteilas dia tou angelou autou, significavit, mittens per Angelum suum) a su siervo Yohanan. [i, 1]
Juan es pues el que ya recibe un correo por intermediación de un portador que es un ángel, un puro mensajero. Y Juan transmite un mensaje ya transmitido, testimonia un testimonio que será también el de otro testimonio, el de Jesús; tantos envíos, tantas voces, y eso presupone mucha gente en la línea. Él lo significa enviando como su ángel a su siervo Yohanan. Trae el testimo nio de la palabra de Elohim y el testimonio de Yeshua el mesías, y de todo lo que él ha visto. Alegrías del lector, del entendedor de las palabras de es ta profecía,
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de los que guardan lo que está escrito: sí, el tiempo está cerca, o gar kairos engus, tempus enim prope est. [i, 2-3]
Si de forma muy insuficiente y apenas prelimi nar, llamo vuestra atención sobre el envío narrati vo, el entrelazamiento de las voces y de los envíos en la escritura dictada o dirigida, es porque, en la hipótesis o el programa de una desmistificación inflexible del tono apocalíptico, en el estilo de las Luces o de una Aufklárung del siglo xx, y si qui siera desenmascarar las astucias, trampas, pillerías, seduceiones^máquinas de guerra^ de placer, en breve todos los intereses del tono apocalíptico de hoy día, habría que empezar por respetar esta desmultiplicación diferencial de las voces y de los tonos que los divide tal vez más allá de una plura lidad neta y calculable. No se sabe (pues no es tampoco del orden del saber) a quién llega el envío apocalíptico, salta de un lugar de emisión al otro (y un lugar es siempre determinado a partir de j a emisión presumida), va He un destino, de un nom bre y (fe un tono a otro, remite siempre al nombre y'al tono del otro que está allá pero como habiendo estado allá y debiendo venir aún, no estando ya o no todavía en el presente del relato. Y no está garantizado que el hombre sea la cen tral de esas líneas telefónicas o la terminal de este ordenador sin fin. No se sabe muy bien quien pres ta su voz y su tono al otro en el Apocalipsis, no se sabe muy bien quien dirige el qué a quién. Pero
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por un tras tocamiento catastrófico, aquí más necesario que nunca, se puede igualmente pensar esto: puesto que no se sabe ya quién habla o quién escribe, el texto se vuelve apocalíptico. Y si los envíos remiten siempre a otros envíos sin destino determinable, quedando el destino por venir, entonces esta estructura totalmente angélica, la del apocalipsis juanense, ¿no es también la de toda escena de escritura en general? Es una de las sugerencias que quería someter a vuestra discusión: ¿no sería la apocalíptica una condición trascendental de todo discurso, incluso de toda experiencia, de toda marca o de todo rastro? Y el género de los escritos llamados “apocalípticos” en sentido estricto, no sería entonces más que un ejemplo, una revelación ejemplar de esta estmetura trascendental. En ese caso, si el apocalipsis revela, es ante iodo revelación del apocalipsis, autopresentación de la estructura apocalíptica del lenguaje, de la escritura, de la experiencia de la presencia, bien sea del texto o de la marca en general: es decir, del envío divisi ble para el que no hay autopresentación ni destino garantizado. Pero hay ahí un pliegue apocalíptico. No solamente un pliegue como pliego, como envío, un pliegue que induce a un cambio tonal y a una inmediata duplicidad tonal en toda voz apocalíptica. No solamente un pliegue en el significante “apocalíptico” que designa a veces el contenido del relato o del anuncio (a saber las catástrofes y los cataclismos del fin del mundo, los trastornos, ios
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truenos y los temblores de tierra, el fuego, la sangre, la montaña en llamas y el mar ensangrentado, las plagas, el humo, el azufre, la quemadura, la multiplicidad de las lenguas y de los reyes, la bestia, los brujos, Satán, la gran ramera del Apocalipsis, etc., a veces el anuncio mismo y no ya lo anunciado, el discurso revelador del futuro o incluso del fin del mundo, más que lo que él dice, la verdad de la revelación más que la verdad revelada.) Pero pienso en otro pliegue, en el cual estamos nosotros también, el día de hoy: todo lo que actualmente puede inspirar un deseo desmistificador con respecto al tono apocalíptico, a saber un deseo de luz, de vigilancia lúcida, de vigilia elucidadora o de verdad, todo eso se encuentra ya en el trayecto y yo diría en transferencia de apocalipsis, es ya una cita o un recitado de Juan o de lo que ya programa ban los envíos de Juan, cuando por ejemplo escribe, para un mensajero, bajo el dictado de la gran voz venida de detrás de su espalda y que se extiende como un shophar, como un cuerno de camero: y
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Al mensajero de la comunidad de Efeso, escribo: aquel que lleva las siete estrellas en su diestra, aquel que marcha en medio de las siete lámparas de oro,
Él dice
esto:
Yo conozco tus obras, tu labor tu resistencia:
tú no puedes soportar a los malvados. Tú has probado a aquellos que se dicen apóstoles y
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(tous legontas eautous apostolous kai ouk eisin, qui si dicunt Apostólos esse, et non sunt), tú los
no lo son
has encontrado mentirosos. [...] Pero tengo esto contra ti: que has de jado tu primer amor... (n, 3 -4.)
Y los envíos se multiplican, los mensajeros vie nen, hasta el séptimo, después del cual El templo de Elohim se abre al cielo. Ap arece el arca de su pacto en su templo. Sobrevienen relámpagos, voces, truenos, un terremoto, y grande granizo. Una gran señal
(semeion mega) aparece
en el cielo:
una mujer vestida del sol, con la luna a sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas.” (11, 19-12, 1.)
De manera que nosotros, Aufklarer de los tiem pos modernos, continuamos denunciando a los apóstoles impostores, a los que “se dicén enviados”que no son enviados por nadie, a los menti rosos y a los infieles, la ampulosidad y la proso popeya de todos los encargados de misión histórica a quienes nadie ha pedido nada y a quienes nadie ha encargado nada. ¿Seguiremos así en la mejor tradición apocalíptica denunciando los falsos apoc alipsis? Doblado el pliego, yo no multiplico los ejem plos, el fin se aproxima pero el apocalipsis es de larga duración. La cuestión sigue y se repite: ¿cuá
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les pueden ser los límites de una desmistificación? Sin duda se puede pensar -yo lo pienso- que hay que conducir esta desmistificación tan lejos como sea posible y la tarea no es modesta. Es intermi nable porque nadie puede agotar las sobre-determi naciones y las in-determinaciones de las estratage mas apocalípticas. Y sobre todo porque el motivo o la motivación ético-política de esas estratagemas no es nunca reductible a lo simple. Recuerdo tam bién que su retórica, por ejemplo, no está destinada solamente a engañar al pueblo más que a los pode rosos para llegar a fines retrógrados, pasadistas, conservadores. Nada es menos conservador que el género apocalíptico. Y como es un género apoca líptico, apócrifo, enmascarado, cifrado, puede pro porcionar un subterfugio para engañar a otra vigi lancia, la de la censura. Se sabe que los escritos apocalípticos se multiplicaron en el momento en que la censura del Estado era muy fuerte en el Imperio romano, y precisamente para sorprenderla. Ahora bien, podemos extender esta posibilidad a todas las censuras, y no solamente a la política, y en política a la oficial. Aunque nos limitáramos a la censura política, y aun siendo lo bastante des piertos como para saber que ésta no se ejerce sola mente a partir de las oficinas especializadas del Estado, sino por doquier, como un argos de mil ojos, dentro de una mayoría, dentro de una oposi ción, dentro de una mayoría virtual, con respecto a todo lo que no se deja encuadrar por la lógica del discurso político corriente ni por el de las oposi-
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dones conceptuales legitimadas por el contrato entre los adversarios legítimos; pues bien, aún así tal vez se pensaría que el discurso apocalíptico puede también eludir la censura gracias a su género y a sus astucias crípticas. Puede también, por su tono mismo, por la confusión de las voces, de los géneros y de los códigos, desmontar el contrato o el concordato dominante al trastornar sus destinaciones. Es un desafío a la recepción establecida de mensajes y al servicio de las comunicaciones; en breve, al servicio postal o al monopolio de correos. Podría incluso decirse inversamente que toda discordia o todo desorden tonal, todo lo que desentona y se vuelve inadmisible en la colocución general, todo lo que no es ya identificable a partir de los códigos establecidos, a los dos lados de un frente, pasará necesariamente por mistagógico, oscurantista y apocalíptico. Se le hará pasar por tal. Si ahora nos interrogamos sobre otro límite de la desmistificación, un límite (acaso) más esencial y que distinguiría (acaso) una desconstrucción de una simple desmistificación progresista al estilo de las Luces, yo me sentiría tentado por otro punto de vista. Pues, en fin, desmistificar la maniobra de una seducción o de una agogía, está bien, es necesario; pero ¿no habría que preguntarse primero en vista de qué, con qué fines eso seduce, burla, engaña, maniobra? Desde este otro punto de vista, expondré rápidamente una idea, para concluir, y tratar de responder, si ello es posible, a una pregunta. Repetidas veces me han preguntado (y por eso es que
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voy a permitirme una breve ostentación galática de algunos de mis escritos) por qué (en vista de qué, con qué fines, etc.) yo tenía o había adoptado un tono y propuesto temas apocalípticos. Así es como a menudo se los ha calificado, a veces con suspica cia, y sobre todo, yo lo he notado, en Estados Uni dos, en donde siempre son más sensibles a los fe nómenos de profetismo, de mesianismo, de escatología y de apocalipsis-aquí-ahora. Aunque yo haya multiplicado las distinciones entre la clausura y el fin, aunque haya tenido la sensación de decir discursos sobre el fin más que de anunciar el fin, aunque yo haya tenido la intención de analizar un género más que de practicarlo, y aunque a pesar de todo yo lo practicara y lo hiciera con esta cláusula de género irónico que he tratado de mostrar que jamás pertenece al género mismo, a pesar de todo ello, por las razones que acabo de mencionar, todo lenguaje sobre el apocalipsis es también apocalíp tico y no puede excluirse de su objeto. Yo también me he preguntado pues por qué, con qué fines, en vista de qué, el Apocalipsis mismo, quiero decir los escritos históricos así llamados y en primer lu gar el que fue firmado por Juan de Patmos, se ha bía instalado poco a poco, sobre todo desde hace seis o siete años, como un tema, una preocupación, una fascinación, una referencia explícita y, para mí, como el horizonte de un trabajo o de una tarea, aunque yo conozca muy mal esos textos ricos y secretos. Éste fue el caso primeramente en Glas en donde las columnas son constantemente sacudidas
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por estremecimientos o risas apocalípticas a pro pósito del apocalipsis, y que en cierto momento (p.220) revuelve los restos de conceptos de Juan, el del Evangelio, el del Apocalipsis, con los de Genet. Allí vemos “el Evangelio y el Apocalipsis violentamente seccionados, fragmentados, redistribuidos, con blancos, desplazamientos de acentos, líneas saltadas o movidas, como si nos llegaran a través de un teleimpresor descompuesto, un auricular en una central telefónica bloqueada...” Y lina larga secuencia revolviendo las citas se cierra así: “Y yo, Juan, he oído y visto todo eso.” Como su nom bre lo indica, la apocalíptica, o dicho de otro modo, el desvelamiento capital, pone verdaderamente al desnudo el hambre de sí.
Pompas fúnebres, recordamos,
en la
misma página: “Juan me fue quitado [...] Era precisa una compensación de Juan [...] la revelación de mi amistad por Juan [...] Yo tenía hambre de Juan.” Eso se llama una compensación colosal. El fantasma absoluto c o m o s e r a b s o l u t o e n su g l o r i a m á s d e s c o n s o la d a : absorberse para estar cerca de sí, hacer de sí un bocado, ser-devenir (en una palabra, envolverse [ bander ] ) su propio bocado.
Ése fue por último, lo acabo de decir, el caso de los Envois en donde se multiplican las alusiones al Apocalipsis y a su arritmosofía, donde todo especula sobre las cifras y especialmente el siete, el “7 escrito”, los ángeles, “mi ángel”, los mensajeros y los carteros, la predicción, el anuncio de la nueva,
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la “quemadura” holocáustica y todos los fenómenos de Verstimmung, de cambio de tono, de mezcla de géneros, de destinoerrancia, si así puede decirse, o de clandestinación, otros tantos signos de filiación apocalíptica más o menos bastarda. Pero no es sobre esta red temática o tonal sobre la que yo quería insistir para concluir. A falta de tiempo, me limitaré a la palabra, si es que es una palabra, y al motivo “Ven” que ocupa otros textos escritos en el intervalo, en particular Pas, Survivre y En ce moment mim e dans cet ouvrage me voici,
tres textos dedicados, puede decirse, a Blanchot y a Levinas. No tuve conciencia inmediatamente de la resonancia citatoria de ese “ven”, o al menos de que su cita (pues es el drama de la citacionalidad lo que me importaba al principio, su estructura re petitiva y el que, hasta en un tono, debe poder re petirse, es decir, imitarse, e incluso “sintetizarse”) fue también una referencia al Apocalipsis de Juan. No lo pensaba cuando escribí Pas, lo supe en el momento de escribir los otros dos textos. Y lo señalé. “Ven”, erkhou, veni, este llamado resuena en el corazón de la visión, en el “yo veo” que sigue el dictado de Cristo (a partir de 4) cuando se dice: Yo veo a la derecha de aquel que está sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, precintado con sellos: siete. Veo un ángel, fuerte. Él clama a grandes voces: “¿Quién podrá abrir el libro,
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70 y romper los sellos?” Nadie puede,
en el cielo, sobre la tierra o bajo la tierra, abrir el libro ni mirarlo. t.
Y cada vez que el Cordero rompe uno de los siete sellos, uno de los cuatro vivientes dice “Ven”, y es la sucesión de los Caballeros del Apocalipsis. (En los Envois de La tarjeta postal, uno u otro dice a menudo: ellos creerán que somos dos, o que yo soy uno solo, o que somos tres, o que somos cua tro, y no es seguro que se equivoquen; pero todo pasa como si la hipótesis no pudiera ir más allá de cuatro, ésa es en todo caso la ficción). Más ade lante, veo que dice en el Apocalipsis de Juan, en 17, que uno de los siete ángeles de las siete copas dice: “¡Ven, yo te mostraré el juicio de la gran ramera ” Se trata de Babel. Y en 21, “¡Ven!, yo te mostraré a la desposada, la esposa del Cordero.” Y sobre todo en el fin de los fines, “Ven” se lanza o se repercute en un intercambio de llamadas y res puestas, que precisamente ya no es un intercambio. Las voces, los lugares, los trayectos del “Ven” atra viesan la pared de un canto, un volumen de ecos citacionales y recitativos, como si eso comenzase por responder; y en esa travesía o esa transferencia las voces hallan su espaciamiento, el espacio de su movimiento, pero lo anulan de un trazo, no le dan ya tiempo. Hay ahí una especie de narrador general: en el momento de la firma él se llamará el testigo (mar-
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tyron, testimonium). Está
ahí el mensajero angélico de cuyo envío informa, está ahí Juan que retoma la palabra y dice que en ese momento él se prosterna ante el mensajero que le habla: “El me dice: ‘No selles las palabras de la profecía de este libro porque, sí, el tiempo está cerca.’ ” Double bind de una orden a la que Juan no podía más que desobedecer para obedecerla. Luego Jesús retoma la palabra, naturalmente de ese modo citado en directo que Platón llamaba mimético o apócrifo, y el juego de las comillas en la traducción plantea todos los pro blemas que os podáis imaginar. En cada ocasión se sabe quién es el que habla porque él mismo se presenta; yo, fulano; pero lo hace en el texto escrito por el testigo o por el narrador general que es siempre parte activa. Veamos, y éste es el fin: Y o, Y eshua, he enviado a mi mensajero para testimoniar estas cosas en las comunidades. Yo soy el linaje y la simiente de David, la estrella resp landeciente de la mañana.
Cerrad las comillas. El texto del testigo se reinicia: El espíritu y la esposa ( numphe,
sponsa,
la prometida)
dice n [juntos] : “V en .” Y el que oye diga “Ven ”, y el que tiene sed, venga, y el que quiera tome del agua de la vida, gratuita mente.
Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro:
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si alguno añadiere a estas cosas, Elohim traerá sobre él las plagas descritas en este libro. Y si alguno quitare alguna palabra del libro de esta profecía, Elohim quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas descritas en este libro. El que da testimonio de estas cosas dice: “Sí, yo v e n g o e n s e g u i d a .” Amén. Ven, Adon Yeshua. La gracia del Adon Yeshua sea con todos...
El evento de ese “Ven” precede y llama al even to. Sería aquello a partir de lo cual hay un evento, el venir, el por-venir del evento, que no se puede pensar bajo la categoría dada de evento. “Ven”, me ha parecido llamar al “lugar” (pero la palabra lugar resulta aquí demasiado enigmática), digamos al lu gar, al tiempo y al advenimiento de aquello que en la apocalíptica en general no se deja ya contener simplemente por la filosofía, la metafísica, la ontoescato-teología ni por todas las lecturas que ella ha propuesto sobre la apocalíptica. Yo no puedo re constituir lo que he intentado a este respecto en un medio de resonancias, respuestas, citas remitidas, que remiten a textos de Blanchot, de Levinas, de Heidegger, o de otros, como se podría arriesgar hoy con el último libro de Marguerite Duras, L ’homme assis dans le couloir. Lo que entonces intenté exponer a un análisis que sería, entre otras cosas, una espectrografía del tono y del cambio de
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tono, no podía por definición ponerse a la disposi ción o a la medida de la demostración filosófica, pedagógica o docente. Primero porque “Ven”, al abrir la escena, no podía convertirse en un objeto, un tema, una representación, y ni siquiera en una cita en el sentido corriente; no podía subsumirse bajo una categoría, fuese ella la del venir o la del evento. Por igual razón, se pliega difícilmente a la retórica exigida por la escena presente. Intento no obstante extraerle, a riesgo de una deformación esencial, la función demostrativa en términos de discurso filosófico. Yo diría, pues, lo siguiente, precipitando el mo vimiento. Venido del otro ya como una respuesta, y una cita sin presente pasado, “Ven” no soporta ninguna cita metalingüística, puestc que él es ya, en sí mismo, un relato, un recitativo y un canto en el que la singularidad permanece a la vez absoluta y absolutamente divisible. No se deja tampoco examinar por una onto-teo-escatología ni por una lógica del evento, por muy nueva que sea y cual quier política que anuncie. En ese tono afirmativo , “Ven” no marca en sí ni un deseo, ni una orden, ni un ruego, ni una exigencia. Más precisamente: las categorías gramaticales, lingüísticas o semánticas según las cuales podríamos determinarlo, están a su vez atravesadas por el “Ven”. Este “Ven”, yo no sé qué es lo que es, no porque yo ceda al oscuran tismo sino porque la cuestión “qué es esto” per tenece a un espacio (la ontología, y tras ella los conocimientos gramaticales, lingüísticos, semánti-
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eos, etc.) abierto por un “ven” venido del otro. En tre los dos “ven”, la diferencia no es gramatical, lingüística, semántica, pragmática -aun aceptando decir: es un imperativo, es una modalidad yusica, es un performativo de tal o tal tipo, etc-, la dife rencia es tonal. Y yo no sé si una diferencia tonal se presta finalmente a todas estas cuestiones. Tra tad de decir “ven” -que puede pronunciarse en todos los tonos-, y veréis y oiréis como el otro en seguida entenderá o no. Es el gesto en el habla, ese gesto que no se deja captar por el análisis -lingüís tico, semántico o retórico- de una palabra. Vienes de más allá del ser, eso viene de más allá del ser y llama más allá del ser, introduciéndose tal vez en el lugar donde el Ereignis -que ya no se puede traducir por evento- y el Enteignis desplie gan el movimiento de adecuación. Si “Ven” no intenta conducir, si es sin duda an-agógico, siem pre es posible reconducirlo más arriba que él, anagógicamente, hacia la violencia conductiva, hacia la ducción autoritaria. Este riesgo es ineluctable, amenaza al tono como su doble. E incluso en la confesión de quien pretende seducir: diciendo con cierto tono “yo estoy a punto de seducirte”, yo no suspendo, yo puedo incluso aumentar el poder se ductor. Puede ser que a Heidegger no le gustase esta conjugación o esta declinación aparentemente personales del venir. Pero no son personales, sub jetivas o egológicas. “Ven” puede no venir de una voz o al menos con un tono que signifique “yo”, un uno o una en mi “determinación”, en mi Bes-
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timmung: vocación
destinada a m í “Ven” no se dirige a una entidad determinable por adelantado. Es una deriva inderivable a partir de la identidad de una determinación. “Ven” es solamente derivable, absolutamente derivable, solamente del otro, de nada que sea un origen o una identidad verificable, decidible, presentable, apropiable, de nada que no sea ya derivable y arribable sin ribera. Tal vez estaréis tentados de llamar a eso el desastre, la catástrofe, el apocalipsis. Pero justamente se anuncia aquí, promesa o amenaza, un apocalipsis sin apocalipsis, un apocalipsis sin visión, sin verdad, sin revelación, envíos (pues el “ven” es plural en sí), direcciones sin mensaje y sin destino, sin destinador o destinatario decidible, sin juicio final, sin otra escatoiogía que el tono mismo del “Ven”, su diferencia misma, un apocalipsis más allá del bien y del mal. “Ven” no anuncia este o aquel apocalipsis: resuena ya con cierto tono, es en sí mismo el apocalipsis del apocalipsis, Ven es apocalíptico. Nuestro apocalypse now: ya no habrá otra oportunidad, salvo la oportunidad para un pensamiento del bien y del mal cuyo anuncio vendrá a concen trarse para estar consigo mismo en una palabra de revelación; ya no hay oportunidad, a excepción de una oportunidad, la única, la oportunidad misma, para una recopilación de la verdad, un legein de la alethéia que no sería ya un desvelamiento legendario; y más oportunidad aún para tal concentra-
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ción del don, del envío, del destino (Schicken, Geschick), para el destino de un “Ven” cuya promesa al menos estaría garantizada por su propio evento. Pero entonces, ¿qué es lo que hace aquel que os dice: yo os lo digo, yo he venido a decíroslo, no hay. jamás ha habido, no habrá apocalipsis, “el apocalipsis decepcionado”? Existe el apocalipsis sin apocalipsis. La palabra sin la pronuncio aquí dentro de la sintaxis tan necesaria de Blanchot quien a menudo dice X sin X. El sin marca una catástrofe interna y externa del apocalipsis, un cambio de sentido que no se confunde con la catástrofe anunciada o descrita en los escritos apocalípticos sin por ello serles extraña. La catástrofe, aquí, sería tal vez la del apocalipsis mismo, su repliegue y su fin, una clausura sin fin, un fin sin fin. Pero, ¿qué lectura, qué historia de la lectura, qué filología, qué competencia hermenéutica autoriza a decir que eso mismo, esta catástrofe del apocalipsis no es la que describe, en su movimiento y en su trayecto mismo, en su rastro, tal o cual escrito apocalíptico, por ejemplo el de Patmos que entonces estaría abocado a salir de sí mismo en este vagabundeo aleatorio? Y si ese “fuera del apocalipsis” estuviera en el apocalipsis? ¿Si fuera el apocalipsis mismo, justamente aquello que causa efracción en el “Ven”? ¿Qué es lo que está “dentro” y qué es lo que está “fuera” de un texto, de ese texto, y dentro y fuera
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de esos libros de los que no se sabe si están abiertos o cerrados? De ese libro escrito, como recordáis, “por dentro y por fuera”, se dice al final: no lo selles, “no selles las palabras de inspiración de este libro...”. No selles, es decir no cierres; pero también no firmes. El fin se acerca, ahora ya no hay tiempo de decir la verdad sobre el apocalipsis. Pero qué haces tu, insistiréis aún, con qué fines quieres venir cuando vienes a decimos, aquí y ahora, vamos, venid, el apocalipsis, esto se ha acabado, te lo digo yo, aquí llega.
ÍNDICE DE NOMBRES Y DE TEMAS
Apocalipsis (san Juan): 13, 14, 20, 32, 35,49,51,5775, 77 Aristóteles: 42,43 Aufklarung, Ilustración: 44, 5 2 , 6 1 , 6 4 , 66 Benjamín, W.: 11 Blanchot, M.: 51, 58, 69,72, 76
fin de la historia: 48, 52 fin de la literatura: 49,52 fin del cristianismo: 48 fin del psicoanálisis: 49 fin del sujeto: 48 Freud, S.: 40,41,53 gala : 11, 12, 14, 16 Geheimnis : 25, 31
Génesis: 15 Genet, J.: 68 Guillermit, 17, 29
castración: 36, 38-45 censura: 65 Chouraqui, A.: 11, 13, 14, 59
Hegel, G.W.F.: 36,48. Heidegger, M.: 49,53, 73,74 Hólderlin, F.: 23,33, 49
deconstrucción: 53, 66 delirio: 29, 30, 33, 34 (loable biml 11, 12, 34, 71 Duras, M.: 73 Edipo: 48, 50 escatologia: 21,47,49, 51,. 53, 54, 59, 67,73 escena fundamental: 54, 55, 57 falocentrismo: 40,49 falogocentrismo: 49 fin de la filosofía: 18ss, 21, 41-43,47,48
incesto: 16 Isis: 36, 37,41,45,46 Jacobi, F.H.: 35 Jesús: 58,60,69, 71 Joüon: 59 Juan, san: 13,14, 20, 32, 35, 49,51,57-75 juicio final: 56 Kant, E. :16ss, 20-47, 52 Lacan, J.: 41 [78]
ÍNDICE DE NOMBRES Y DE TEMAS
Levinas, E.: 69, 72 Levítico: 16
79
prosa/verso: 41,42 Ricardou, J.: 11
Marx, K., marxismo: 48, 53 mistagogos: 21, 24, 29, 30, 31,32, 37, 38,42-45, 66 modernidad: 37,44 Moisés: 16 narrador, narratario: 58, 60, 61,71 Nietzsche, F.: 39, 48, 50, 53 Noé: 15 oráculo: 26-32 Osiris: 45
Schleiermacher, F.: 39 Schlosser: F.: 34, 38, 42 Setenta, los: 11, 13 Sócrates: 32,33 Stolberg, L.: 43 Tarjeta postal , La: 23, 32,
33, 36, 70 tono: 17-32, 39, 54-56,61, 62, 66, 73 Verstimmen, Verstimmung:
29,30, 33, 34,48, 54, 55 Pedersen, J.P.E.: 59 Pitágoras: 35 Platón: 32-39,41 ss, 71 progreso: 47, 51
Warburton: 29 Zoroastro: 35, 51