C UENTOS
para
C ONVERSAR
Ilustrado por Loly & Bernardilla
CUENTOS PARA CONVERSAR María Eugenia Coeymans A. Ilustrado por Loly & Bernardilla www.lolybernardilla.cl
[email protected] Número de Registro:159.633 Copyright © María Eugenia Coeymans A. 2006. Todos los derechos reservados CHILE www.mecoeymans.cl
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MARIA EUGENIA COEYMANS A.
C UENTOS
para
C ONVERSAR
Ilustrado por Loly & Bernardilla
INDICE Guía del Educador
I. Introducción.
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II. Desarrollo de vínculos personales
15
III. Comunicación interpersonal
18
IV. El cuento como instrumento educativo
25
V. Sugerencias para narrar cuentos
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VI. Formación personal
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VII. Guía de los cuentos -Ladybird y sus lunares -El anillo Abridor -Trancolargo -La ovejita -Alas doradas -Los tres puentes -Un día de invierno -La nube juguetona
31 31 32 33 34 35 36 37 38
INDICE -El caracol sin casa -La campana de bronce -El trompo de Navidad -La palmera llovida -El pez naranja de aletas plateadas -El chanchito alcancía -El ave imperial y la fuente cantarina -Coiporo -El viejo violín -La luciérnaga viajera -Saltina, la vicuña inquieta -La veleta de los vientos -Gaspar -El pino de Navidad -Kangu perdido -La tortuga marina -El secreto de la caja blanca -Añupie -Gan -El pequeño girasol -La joven de la torre -El gran témpano
39 40 41 42 43 44 45 46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57 58 59 60
Cuentos
Ladybird y sus lunares El anillo Abridor Trancolargo La ovejita Alas doradas Los tres puentes Un día de invierno La nube juguetona El caracol sin casa La campana de bronce El trompo de Navidad La palmera llovida El pez naranja de aletas plateadas El chanchito alcancía El ave imperial y la fuente cantarina Coiporo El viejo violín La luciérnaga viajera Saltina, la vicuña inquieta La veleta de los vientos Gaspar
63 67 71 75 77 81 85 87 91 95 99 103 107 109 113 117 121 125 129 133 137
INDICE El pino de Navidad Kangu perdido La tortuga marina El secreto de la caja blanca Añupie Gan El pequeño girasol La joven de la torre El gran témpano
139 143 147 151 155 159 161 165 167
I. INTRODUCCIÓN
Cada día son más escasos los momentos tranquilos que permiten establecer una comunicación sana, rica, profunda y verdadera, entre padres e hijos. La agitación propia del tercer milenio invade los hogares, con padres y madres cansados al fin de cada jornada, deseosos de poner término a su día y tener un instante de respiro. Encontrar en esas condiciones, ratos espontáneos de conversación con la sensación del tiempo detenido, es difícil. Es preciso tener la voluntad de hacerlo aún cuando esté de moda dejar que las cosas fluyan. Es necesario crear esos espacios, en torno a la mesa familiar, y por qué no, reunidos junto a un fogón imaginario, tal como lo hacían nuestros ancestros con el fogón real, escuchando la Sagrada Escritura, anécdotas, cuentos, historias, chistes y también poesía, o cualquier otro género literario. Es sano dejar que allí surja el indispensable oxígeno de la familia, el real intercambio de vivencias, raíz del encuentro de corazones, en un clima cargado de afectividad y donde cada quién es aceptado, reconocido y amado como alguien único, insustituible. Históricamente la Humanidad usó por milenios la transmisión oral para perpetuar usos, costumbres y valores. También para entretener, encantar, cautivar y despertar vida. Maestro y modelo en este arte es Jesucristo. Sus parábolas están llenas de sabiduría y mueven al hombre actual, y al de todos los tiempos, como lo hicieron durante dos mil años. Más tarde surgen las fábulas. Invitan al buen comportamiento de las personas en forma explícita, vía identificación inconsciente con el protagonista, y vía consciente con sus moralejas o moralinas.
Los cuentos de hadas, con clara distinción entre el bien y el mal, extraídos de la tradición oral de distintos pueblos y escritos y recopilados por diversos autores, cautivan por centenios. Otro tanto, leyendas y mitos contados y re-contados de generación en generación, asombraron oyentes y crearon la magia del encuentro cordial entre el narrador y su auditorio. Le hace falta al mundo actual momentos de intimidad en el seno de la familia, o en la sala de clases en torno a un cuento bien narrado, o una rica conversación surgida de él. Les hace falta a los niños estar sentados en las rodillas de sus padres leyendo un libro juntos, o yacer acostados escuchando, antes de dormirse, la voz tranquila de sus progenitores abriéndoles al mundo de la fe, de la imaginación, de la fantasía con parábolas, cuentos, fábulas... Le hace falta a la educación formal detenerse, creando un espacio entre profesor y alumnos, donde ausente la corrección y la crítica sólo se de una comunicación en torno a lo asombroso, lo increíble, narrado con amor. Este libro les invita a ese encuentro. Propone un estilo de comunicación deseable para facilitarlo entre padres e hijos, profesores y alumnos. Entrega cuentos cortos -8 a 10 minutos- cuyo contenido apela a lo mejor de cada uno y proporciona una guía a quién tenga dificultad para iniciar una conversación. Contiene preguntas de orden cognitivo para abrir la mente, de orden afectivo para abrir el corazón y de orden formativo para abrir el sano discernimiento.
1.- Se hablará de niño o niños en sentido genérico. Incluye niña y niñas.
II. DESARROLLO DE VÍNCULOS PERSONALES
Nuestra misión de padres y educadores es ayudar a la formación de nuestros niños como seres humanos integrales y despertar la originalidad de cada uno de ellos, guiándolos para que actualicen sus potencialidades y superen o asuman sus limitaciones como posibles aliadas en su vida. Pilar fundamental del desarrollo integral de la persona, es la existencia y el cultivo, a lo largo de su vida, de una red orgánica de vínculos de amor, sana armónica y estable. Estos vínculos aparecen estrechamente ligados a las necesidades propias de todo ser humano. Un primer grupo de necesidades son las básicas o biológicas -pan, techo, abrigo-, indispensables para la sobrevivencia humana. A través de su satisfacción, el niño, desde el momento de nacer, y aún antes de ello, entra en contacto íntimo y estrecho con su madre, fuente primera y natural de nutrición, abrigo y cobijamiento. En forma simultánea se inicia la satisfacción del segundo grupo de necesidades, las psicológicas -afecto y seguridad- también indispensables en un mínimo grado para sobrevivir. Tal afecto y seguridad son otorgados primariamente por la madre y luego por el padre, hermanos y restantes miembros de su círculo familiar y social. Empieza así, con esta interacción, la satisfacción del tercer grupo de necesidades: las psico-sociales o de relación. El niño que posee conciencia inicial de sí mismo y sus necesidades, y fuertes matices de egocentrismo, descubre que existe un mundo fuera de él mismo. Percibe, en el intercambio amoroso con los suyos, la existencia de un tú en los demás, distinto de él mismo. Al amor que recibe empieza a responder con el amor que entrega en una sonrisa, en una caricia. Junto con descubrir a los demás descubre también el mundo de la naturaleza y lo creado, que se le presenta en su primer alimento fuera del seno materno, en el móvil que cuelga frente a su cuna, en su primer cascabel.
El último grupo de necesidades de la persona, tan importante para su desarrollo integral, como las ya mencionadas, son las necesidades trascendentales. El ser humano necesita saber que su vida tiene un sentido, que se prolonga más allá de si mismo, más allá de su tiempo, que hay un Creador que está por encima de todos y que es para él un Padre que le ama. La satisfacción de necesidades lo lleva, desde su más temprana edad, al proceso de establecer vínculos. Primero, consigo mismo, al reconocer sus sensaciones y sentimientos -hambre, sed, frío, deseos de cobijamiento y calor- y al expresarlos a través de distintas formas, siendo la más frecuente el llanto. En el reconocimiento del tú, en su madre, padre y otras personas, por quienes se siente amado, inicia el proceso de vinculación con las demás personas, a quiénes él a su vez ama. En el contacto con la naturaleza, al contemplar como se mueven las hojas de un árbol, al tomar un fruto entre sus manos o en sus primeros objetos de juego, inicia un proceso de vinculación con la naturaleza y las cosas. Todas las vinculaciones que hemos mencionado forman parte de las vivencias más profundas del ser humano y serán cimiento de su futura personalidad cuyos rasgos se definen en gran medida antes de los cinco años. Finalmente en el proceso de vinculación con Dios la persona satisface las ansias de trascender, e incorpora en este vínculo todos los restantes. La vinculación con Dios es la más importante, pues es la única fuente de seguridad y amor definitivos e incondicionales. Una mirada al niño puede develar la calidad de sus vínculos personales y puede contribuir a entregar a sus padres y educadores elementos para ayudarlo en su proceso de desarrollo integral. Un niño con una vinculación armónica consigo mismo, es aquél que se conoce, tiene una imagen positiva de sí, se respeta, quiere y acepta con sus potencialidades y limitaciones. La imagen positiva de sí le viene dada por la aceptación incondicional que recibe de quiénes el ama, padres y maestros. Acepta a los demás porque se siente aceptado; respeta a los demás porque se siente respetado; quiere a los demás porque se siente amado. Puede vivir con sencillez y austeridad porque su valoración le viene dada por el ser y no por el tener; toma decisiones usando su libertad y autonomía personal, pero considera la libertad del otro. Actúa con solidez, movido por convicciones internas, sin ser esclavo de sus “ganas” o caprichos, lo que lo lleva a actuar con responsabilidad en los compromisos que libremente asume.
Un niño con vínculo armónico con las personas, es aquel que desarrolla su capacidad afectiva de dar y recibir amor, en una interacción en la cual están presentes el respeto, la honestidad, la veracidad. También acrecienta su capacidad de preocuparse por las necesidades de los otros y de actuar solidariamente con ellos. Tiene un profundo sentido de la justicia, pero es capaz de perdonar y actuar con misericordia si es ofendido. Un niño vinculado armónicamente con la naturaleza y el mundo de lo creado, es aquél que se relaciona con ellos aprendiendo a amar la creación y a hacer buen uso de los objetos a su alcance, respetando el orden de ser de cada cosa, es decir su naturaleza y función propias. Es un niño que respeta la naturaleza, la cuida y se preocupa por ella, a través de animales y plantas, ríos y lagos y todo aquello que lo circunda. Un niño que hace uso apropiado de las cosas, actúa con generosidad frente a lo que posee y crece con libertad frente a lo que carece -en la medida que no afecte sus necesidades básicas. Un niño vinculado armónicamente con Dios, es aquél que se siente hijo ante él y lo ama como a su Padre. Con Cristo Jesús -su Amigo y Pastor- y con su Madre María como modelo y guía, se esfuerza por hacer Su voluntad. El Espíritu Santo, del cual es templo, le ilumina en esa tarea. Los vínculos mostrados, esenciales para el proceso creciente de personalización del ser humano, se desarrollan y fortalecen a lo largo de su vida. Serán realmente vínculos cuando posean profundidad, armonía y estabilidad en la relación y se hallen en un marco de respeto y amor hacia si mismo, hacía los demás, hacía Dios y Su creación.
III. COMUNICACIÓN INTERPERSONAL*
El educador de alma se caracteriza por entregar un amor personal, respetuoso, comprensivo. Posee el arte de abrir los corazones, de escuchar y de intuir lo que no se expresa con palabras. Ausculta y descubre el alma de la persona y de la comunidad, o su realidad propia, para servir esa vida que poseen, sin imponer normas ni esquemas preconcebidos, ajenos a su realidad, sin forzar la vida. Esto presupone un estilo de comunicación interpersonal que es deseable desarrollar entre el educador y el educando. Un estilo de comunicación que considere los sentimientos de las personas involucradas y vaya más allá de la periferia de cualquier comunicación formal o intercambio de roles. El educador -papá, mamá, profesor, profesora...- está llamado a construir el edificio de la comunicación con sus hijos o alumnos. Él da los primeros pasos y modela las conductas deseables. Para clarificar más lo anterior y llevarlo al terreno de la vida misma, mostraremos los distintos pisos de tal comunicación, sus cimientos y el terreno sobre el cual se construye. Imaginemos que yo, como papá, o profesor deseo establecer una rica comunicación interpersonal con mis hijos o alumnos. Lo primero que necesito es contar con un terreno adecuado: “el hombre sabio su casa en roca construyó”. ** El terreno que requiero es mi voluntad de comunicarme con cada persona. Si no tengo deseo ni voluntad de comunicarme, no estoy en condiciones de construir mi edificio: carezco del terreno apropiado. Supuesto que sí quiera comunicarme, inicio la construcción de los cimientos del edificio: aceptación incondicional de la o las personas con quienes me quiero comunicar. Esto es un proceso que empieza con mi deseo de aceptar incondicionalmente a mi hijo o hija, o al menos de aceptarlo simplemente. Si ese deseo está en mí, doy paso a la construcción del primer piso. * Este capítulo está basado en el pensamiento del gran educador Thomas Gordon a partir de sus libros P.E.T. y M.E.T. Ediciones Diana, México 1979. **Mt 7,24
El primer piso es el arte de escuchar bien. Se habla mucho de la necesidad de escuchar y de ser escuchados. No siempre está claro en qué consiste. De hecho, la mayoría de las veces creemos que escuchamos bien, pero no ha sido así realmente. Para escuchar bien a otro, como primer requisito es preciso posponer, dejar de lado, poner entre paréntesis, todo lo mío. Es necesario hacer silencio, exterior e interior; acallar todas mis voces. Habitualmente, mientras oigo lo que alguien me está diciendo, estoy pensando lo que voy a decirle, la respuesta que le daré o el consejo que creo necesita. Este fenómeno se da desde mi yo. Es mi perspectiva la que está en juego y no la necesidad del otro, por muy buena intención que yo tenga. Tal vez un ejemplo sea clarificador. Cuando una persona está cargada emocionalmente, tiene un problema o le ocurre algo estupendo, normalmente desea transmitírselo a alguien cercano. Quien está en el centro, en ese momento, desde el punto de vista de la comunicación, es ella. Hasta que no exprese su sentimiento, cualquier cosa que yo haga o diga, fuera de escucharla pasiva o activamente, la bloqueará. Imaginemos que Magdalena, mi hija de diez años, se acerca a mí y me dice: “en el colegio lo único que hacen es darnos tareas y más tareas...” Podemos darle varios tipos de respuesta. Las más frecuentes son: Argumentar
:“Tú vas a clases para eso, para trabajar y aprender...”
Aconsejar
: “Hazte un horario y así terminas rápido y puedes jugar...”
Interrogar
: “¿Cuáles son las tantas tareas?”
Defenderse
: “¿No será que en clases ustedes pierden mucho el tiempo?...”
En cada una de las respuestas anteriores, el centro soy yo, porque no intento develar el sentido profundo de lo planteado por Magdalena. No me pregunto interiormente ¿qué le pasa a ella, qué le ocurre o qué siente?, sino me quedo en el hecho puntual. Lo desmenuzo, lo analizo, intento sugerir respuestas que, en resumen, “me deshagan del problema”, aunque sin duda con la mejor de las intenciones, con la de ayudarla. Sin embargo, el efecto es exactamente contrario. Es muy probable que Magdalena no sobrepase ese punto de la conversación o se limite a decir algo así como “bueno, ya”, o una frase de buena crianza. Pero no lograremos ir más allá en la comunicación.
Para escuchar bien y comunicarse de verdad, se requiere tener una actitud corporal determinada, dando espacio a la otra persona. Sentarse frente a ella, mirar sus ojos, su cara, atender al mensaje total que envía: tono de voz, gestos, sonrisas, lágrimas, posición de las manos, postura corporal, de la cabeza, etc. Al mismo tiempo, es preciso crear una atmósfera adecuada: silencio interior y exterior. Privacidad, si es posible. Garantizar la confidencialidad, pues nadie desea que sus cosas sean ventiladas ante terceros. Es necesario, además, invitarla a hablar, acogiéndole de verdad, manifestando algo en este estilo: “¡cuéntame!, lo tuyo me interesa...”,”si quieres, podemos conversar; estoy contigo...”. En el curso de la conversación, también es importante hacerle saber que sigo el hilo de lo que me está diciendo. Puedo estar en silencio y no escuchar realmente. Por eso, mis señales de asentimiento le mostrarán que de verdad estoy escuchándola: “¡mm!” “¡ya veo!” “¡hum!” “¡sí! ¡claro! ...” Finalmente, intento detectar él o los sentimientos que la otra persona experimenta. Procuro colocarme en el lugar de mi hija; “en sus botas”, como dice Rogers* para responderle empáticamente. La empatía, segundo piso del edificio, es la comprensión más cercana de lo que
sucede al otro. No soy el otro, pero intento sentir como él para acercarme más a su realidad y, desde ella, acogerlo, escucharlo, conocerlo, respetarlo y amarlo. La empatía se expresa en una respuesta que lleva involucrado el sentimiento del otro: alegría, tristeza, afecto, miedo, rabia, y todos sus matices (ansiedad, angustia, frustración, desilusión, gozo, satisfacción, orgullo...) en sus distintos grados (muy, mucho, algo, poco, nada): “estás (o te sientes) desilusionada porque las cosas no marchan como tú esperabas...” Esta respuesta empática es una hipótesis acerca de los sentimientos del otro. Por eso, normalmente, es una frase inconclusa, que da pie a que la otra persona la complete, afirmándola o rechazándola. También incorpora la posible razón por la cual el otro experimenta tal sentimiento. A través de este proceso, la persona penetra su propia interioridad y mira si es efectivamente eso lo que siente o es otra cosa. Podemos equivocarnos en nuestra apreciación, pero nuestra hipótesis errada le ayuda de todos modos a identificar mejor lo que le sucede. Y, desde el punto de vista comunicacional, percibe nuestro real interés en *Rogers, Carl. Psicoterapia centrada en el cliente. Paidos. Buenos Aires, 1966.
ella, demostrado a través de nuestro escuchar bien y de nuestra respuesta empática. La empatía, en muchas ocasiones no es verbal: un abrazo, un suave palmoteo en el hombro, una sonrisa, expresan a veces mucho más que una frase bien elaborada. Aquí se pone en juego la sensibilidad del educador para discernir cuándo y qué es necesario. Volvamos a Magdalena y veamos lo que sucede con otro tipo de respuesta. Intento centrarme en lo que a ella le está ocurriendo, en lo que siente o le pasa. El diálogo podría desarrollarse de este modo: Magdalena : En el colegio lo único que hacen es darnos tareas y más tareas... Padre
: Estás cansada con tanto trabajo...
Magdalena
: Si, no me queda tiempo para patinar, ni andar en bicicleta, ni hacer nada entretenido...
Padre
: Te da lata no poder hacer las cosas que te gustan y pareciera que las tareas te disgustan...
Magdalena
: Sí, porque nos hacen repetir lo mismo de la clase...
Padre
: Y tú quisieras algo diferente...
Magdalena
: Claro: Por ejemplo, ver cosas en la naturaleza, leer libros entretenidos...
Padre
: ¿Has pensado plantearlo a tus profesores?
Magdalena
: No. Pero podría hacerlo...
En este diálogo, el papá pudo llevar a Magdalena al fondo de su problema a través de sucesivas aproximaciones en las cuales él actúa de espejo de sus sentimientos. Eso la ayudó eficazmente a centrarse en lo que realmente le sucedía y a encontrar en conjunto una salida a su inquietud, mediante una sola frase casi trivial. La clave: el papá estuvo permanentemente centrado en ella. Lo de él, su rol como padre, incorporó la actitud de auscultar el corazón de ella. Pero, ¿cómo se ausculta el corazón de alguien cuando no se es médico ni se tiene estetoscopio? Se ausculta en el escuchar atento y a través de la captación de los sentimientos que la persona experimenta, para luego reflejárselos en forma adecuada.
Así, se educa respondiendo a la vida, a los ideales e intereses que mueven a las personas. Estamos ya en condiciones de construir el tercer piso de nuestro edificio: el mensaje-yo o expresión de mis propios sentimientos. Suponemos que los anteriores están sólidamente construidos y que, como educadores, los hemos modelado. Pero, hay ocasiones en que necesitamos ser escuchados y comprendidos, y lo seremos solamente si nosotros lo hemos hecho primero. Hay circunstancias en que nos sentimos afectados en nuestros sentimientos por las conductas de las demás personas, nuestro cónyuge, nuestra alumna... Y para la sanidad del vínculo con ellos, yo necesito expresar lo que a mí me pasa, lo que siento, lo que me ocurre. En los dos primeros pisos y en los fundamentos del edificio, el centro era en forma permanente nuestro tú significativo: hijo. alumna, etc. Lo mío estaba temporalmente excluido y, como ya señaláramos, mi pregunta interna era: ¿qué le ocurre? ¿qué le pasa? ¿qué siente? Ahora, soy yo quien está cargado emocionalmente y aquellas preguntas debieran dirigirse a mis sentimientos y al contexto en que tienen lugar. Esta vez soy yo el centro en el proceso de comunicación y desde mis sentimientos envío mi mensaje. De nuevo, un ejemplo puede ayudar. Imaginemos, que estoy conduciendo por una carretera de alta velocidad y hay mucho tráfico. En el asiento trasero mis dos hijos, de 8 y 10 años empiezan a jugar lo que me impide concentrarme en el manejo. Me siento inquieto de verdad, ante este hecho. Podría dar un grito y acallarlos sin más, lo que los dejaría silenciosos y frustrados y a mí con una ingrata sensación. Puedo, en cambio, expresar lo que me sucede, sin ataque, sin ofensas, pero mostrando el comportamiento que me afecta y lo que siento. Podría expresarlo así: “Cuando estoy conduciendo con tanto tráfico me pongo nervioso y necesito concentrarme. ¿Podrían ir tranquilos por un rato y luego jugamos todos juntos...? Es posible que los niños ante esta frase u otra parecida, se sientan también incómodos (en la medida que he construido una relación sana con ellos). Pero esta incomodidad surge de su propio comportamiento y es altamente probable que lo cambien. Que consideren o no mis sentimientos sólo dependerá de si he considerado o no, en otras oportunidades, los sentimientos de ellos; si supe escucharlos y comprenderlos cuando ellos lo requirieron. Pasa un tiempo y tenemos otro paseo en perspectiva. Al recordar lo sucedido la vez anterior con el tráfico invito a mis hijos a una sesión para prevenir los momentos aburridos y con ellos ver alternativas para las situaciones difíciles.
Llegamos así al cuarto piso del edificio de la comunicación: prevención y solución de conflictos a través del sistema nadie pierde-todos ganan.
Es saludable, en este caso, fijar una reunión especial para tratar el problema. Como papá me corresponde hacer un diagnóstico inicial de la situación: mirar previamente cuál es él o los problemas potenciales o actuales; qué sentimientos aparecen involucrados en mí y en los demás; y fijar como objetivo la solución de los problemas en una forma tal que todos quedemos satisfechos. En la reunión, planteo mi diagnóstico y pido opiniones a mis hijos para chequearlo y corregirlo, llegando así a un diagnóstico conjunto. A continuación, en esa misma reunión o en otra si el tiempo no lo permite, iniciamos un proceso de búsqueda de soluciones a través de una “lluvia de ideas”. Se pide que todas las personas, incluido el papá o mamá, aporten alternativas, y se toma nota por escrito. Ninguna idea es rechazada, criticada o evaluada en este momento. Se requiere aquí, como a lo largo de todo el proceso, un total respeto por todos los aportes. Pasado un rato y cuando ya no surjan nuevas ideas, a pesar de nuestra insistencia (¿qué otro camino ven?, ¿en qué otra forma podríamos solucionar esto?, etc.), hacemos una evaluación de acuerdo a los siguientes criterios: De urgencia
: ¿Cuál de estas alternativas soluciona más rápidamente el problema?
De relevancia
: ¿Cuál de ellas va más al fondo?
De factibilidad : ¿Es posible hacerlo? Pronto se verá que algunas responden a los tres requisitos anteriores y entre ellas el grupo elige aquéllas con las que desea empezar a trabajar, guardando sólo las relevantes y factibles para un segundo momento, por si lo elegido no funcionara. Es preciso recordar: aquí todos ganan, nadie pierde. Pudiera existir una alternativa que no es la mía. Pero, si yo opto libremente por la de otro, cediendo algo de lo mío en pos del bien del resto no hay problema. La dificultad surge si me siento forzado a aceptar algo que no me parece conveniente. Ahora se puede llegar a acuerdos en tareas, modalidades de funcionamiento, horarios, tratamiento de los temas, distribución de responsabilidades, etc. Pasado un tiempo, es conveniente revisar lo hecho y evaluar la marcha de los acuerdos.
Hemos llegado ya al quinto y último piso del edificio de la comunicación: guía positiva. Como educadores nos corresponde orientar el camino de nuestros hijos y alumnos. Tal vez la forma más saludable sea la estimulación o reconocimiento de los comportamientos positivos del otro. Una herramienta valiosa que ayuda a que surja lo mejor de cada uno, es ofrecer la respuesta empática: “estás contento de tus logros..”; “estás feliz de haber mejorado tu rendimiento...”; o el mensaje-yo “estoy muy contento al ver la armonía entre ustedes..”; “me siento feliz del progreso que ha tenido el orden de sus piezas...”; “me encanta salir de paseo con ustedes...” Otra forma posible, es el uso de consecuencias lógicas: permitir que las personas asuman las consecuencias de su propio comportamiento, siempre y cuándo no atenten contra su integridad física, psíquica o moral. Finalmente, terminaremos el piso guía-positiva estableciendo reglas. Toda comunidad necesita un marco mínimo dentro del cual se desarrolle la vida. Este marco está dado por las reglas –tácitas o explícitas– que acuerde. Es importante recalcar que cuanto menos reglas existan, mejor, pues muchas reglas pueden asfixiar la vida. Pero las mínimas que existan, deben ser respetadas. Las reglas claras, sencillas, positivas, sensatas y conocidas por todos los miembros del grupo, establecen los límites necesarios para una sana convivencia familiar. Nuestro edificio de la comunicación está listo. Sólo falta techarlo. El techo lo constituye la persona humana que deseamos contribuir a formar en cada uno de nuestros hijos e hijas, alumnos y alumnas: la persona desarrollada de modo integral, el ser humano vinculado armónicamente consigo mismo, con las demás personas, con Dios y el mundo de lo creado. Es nuestra misión y tarea como padres y aducadores.