Cromañón La tragedia contada por 19 sobrevivientes.
Este libro está especialmente dedicado a los 194 pibes, dueños de todo un futuro por delante que se esfumó una noche tras las puertas de Cromañón. A sus familiares y amigos, tenaces tenaces en la lucha inquebrantable por por alcanzar justicia. A sus heridas, que también también son nuestras y de todo todo un pueblo. Heridas que no callan, que no cierran, que no encuentran consuelo, ni calma, ni paz.
Para que la noche de esas narices negras no se haga humo. (Pasado por Mily, el 8 de noviembre de 2014- cuatro días antes del regreso).
Índice
Me presento y agradezco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Me doy a conocer, digo gracias y abro todas las puertas de Cromañón, republica de una masacre cantada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Cronología y escenario del espanto en tiempos de rocanrol. . . . . . . . . 19 Cromañón en las noticias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 1. La gloria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 2. La fiesta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 3. El sermón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 81 4. La pasión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99 5. El caos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .115 6. Una pesadilla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .133 .133 7. Una luz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .153 8. Los ángeles. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173 173 9. El fin. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .195 10. Una esperanza. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .219 . 219 11. La lucha. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .237 EPÍLOGO: ¿Y lo peor? No es la primera vez. . . . . . . . . . . . . . . . . 255
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Me presento y agradezco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9 Me doy a conocer, digo gracias y abro todas las puertas de Cromañón, republica de una masacre cantada. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15 Cronología y escenario del espanto en tiempos de rocanrol. . . . . . . . . 19 Cromañón en las noticias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 23 1. La gloria. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29 2. La fiesta. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63 3. El sermón. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81 81 4. La pasión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99 5. El caos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .115 6. Una pesadilla. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .133 .133 7. Una luz. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .153 8. Los ángeles. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173 173 9. El fin. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .195 10. Una esperanza. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .219 . 219 11. La lucha. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .237 EPÍLOGO: ¿Y lo peor? No es la primera vez. . . . . . . . . . . . . . . . . 255
Me presento y agradezco Mi nombre es Ezequiel Rodrigo Ratti, me dicen “Oki” o “Eze”. Tengo veintitrés años y soy un sobreviviente de República de Cromañón. Nací, crecí y todavía hoy, gracias a Dios, sigo viviendo en el oeste del Gran Buenos Aires con mis padres Raúl y Beatríz. Beatr íz. Papá labura en la agencia de promociones de un tío postizo macanudo, y mi madre es la guardiana del hogar. Una pareja común de clase media que, a pesar de los altibajos económicos del país, ha estado siempre muy unida peleándola para que jamás nos falte nada. Ni a mi, ni a mis hermanos. hermanos. Ni bien tuve uso de razón, o sea, desde chiquito, decidí hacerme hincha de Vélez. Unos cuantos años más tarde, cuando me tocó elegir una carrera, la cosa no fue tan fácil. Digamos que me pareció como piola estudiar publicidad. Pero la verdad es que ni el marketing, la dirección de arte, la redacción o la planificación de medios despertaron la pasión que los viejos esperaban. Una pasión que para esa época estaba repartida entre el Fortinero y Callejeros, mi banda de rocanrol favorita, a la que seguía a cada una de sus actuaciones. El día 30 de diciembre de 2004, fecha que esperé con mucha ansiedad, fui a República de Cromañón dispuesto a ver el último recital del año de “los chicos de Celina”. La enorme cantidad de pibes pi bes que estábamos e stábamos ahí habíamos ido a pasarla bien, a compartir con callejeros de todo el país la emoción que nos provocaba escuchar a la banda de nuestros amores. De golpe, apenas habían arrancado con el primer tema, vi cómo una superfiesta de rocanrol se convertía en una película de terror. Lo que tuve que soportar en ese lugar me partió la cabeza. ¿Qué digo la cabeza? ¡Me partió la vida en dos! Es una mochila que voy a llevar hasta el día que me muera. ¡Y pensar que yo era un chico feliz! Me hacían feliz sus canciones, me sentía feliz cuando pisaban el escenario, que cada vez tuvieran más seguidores. Me hacia feliz su éxito, que era er a como mío. Esperar el próximo show y saber que había llegado, otra vez, el momento de agitar con las letras de rock que tanto nos entienden, a mi como a miles de pendejos de mi edad. Con Callejeros podía sentir al mango el privilegio de ser feliz. Hoy me pregunto si habrá sido demasiado perfecto amar a la banda que sabía ponerle las palabras justas a mis sueños, el sonido exacto a mis ilusiones. Pero en medio de lo que soñamos en ritmo de fiesta, esa noche aprendí a la fuerza que la muerte está mucho mas cerca de lo que creía, que se puede tocar y te puede tocar. Pensé en mis viejos. En mi madre y mi padre, que no
se merecían una cosa así. Son buenos tipos. Jamás me cortaron el vuelo, todo lo contrario. Entendían que siguiendo a la banda yo era feliz. Tocaran donde tocaran, Liniers, Mataderos, Cosquín, Catamarca, Salta o Jujuy, ahí estaba yo prendidoa la garantía de dos horas de felicidad. Eso es lo que querían mis papás para mí. ¡Pobrecitos! ¡Que fiestas de mierda iban a pasar! ¡Si por lo menos me hubiera podido despedir! Pero nada, me fui sin decirles todo lo que los quiero a ellos, a mis hermanos, a mis amigos. ¡Morir tan joven y de una manera tan, tan estúpida! ¡Y todo por un boludo que tiró una candela al techo! Perdí a muchos amigos. Lloré como nunca. El dolor de cada familiar que llegaba y se encontraba con el cuerpo de su ser querido tirado en la vereda era como una puñalada para mí. Después, nada. Todo fue tan rápido que no me dio tiempo a entender. Las horas pasaron, la pesadilla fue quedando atrás y de a poco desperté a una realidad parecida a la de siempre, pero pintada de “negro Cromañón”. En esa realidad estaban mis viejos, contentos y confundidos. Me colgaba mirándolos, mientras flasheaba cómo estarían si me hubiera muerto. ¿Qué pasaría por sus cabezas? Una de las peores cosas hubiera sido no conocer cómo fueron mis últimos momentos. Pensaba en los padres que perdieron a sus hijos, en los veinticinco amigos que no volvería a ver, en la montaña de zapatillas vacías. Sentía angustia, bronca, indignación, impotencia, pánico cada vez que venían a mi mente los fantasmas de esa noche. El dolor que golpeaba mi corazón y revolvía mis tripas fue lo que me llevó a querer vomitar sobre el papel el veneno que debí comerme en ese maldito boliche. Durante la primera marcha que fue en Once, le dije a un par de amigos seguidores de la banda que quería hacer un libro. Ni yo mismo me lo creía. ¿Cómo sería eso? Creo que lo dije de inconsciente, desde las ganas. Yo no era, ni ahí de ponerme a leer libros o a escribir. Ni a palos. Pero a partir de Cromañón quise largar afuera toda la rebeldía acumulada ese y los demás días. La bronca. Comencé a recordar todos los momentos, buenos y malos. Cosa que aparecía, la escribía. Ya más seguro, me volví a contactar con mis amigos en una de las marchas y les conté bien cuál era mi idea. La gran mayoría me dijo que era buenísima. Anoté todo lo que me venía a la cabeza. Pensaba en lo que haría falta para escribir un libro, y entonces, mañana, tarde y noche me dediqué a recortar notas y comentarios de diarios y revistas. Deliraba figuras junto a un amigo dibujante. Le pedí a otros sobrevivientes sus relatos. No importaba cuánto dijeran. Algunos no se animaban a escribirlo y prefirieron el diálogo ante un grabador. Lo importante era que contaran la verdad. Lo que les pasó y punto. Así que acumulando material, la semilla de este libro.
Me doy a conocer, digo gracias y abro todas las puertas de Cromañón, republica de una masacre cantada. Soy Franca Tosato. En mi vida hice todo: tuve hijas, planté árboles, pero escribir un libro… nunca. Hasta que tuve que cambiar los pinceles por el teclado de la computadora, cuando una tarde de marzo me llego Cromañón en la carpeta de Ezequiel. Entonces retrocedí a aquella noche del 30 de diciembre de 2004. Temperatura porteña. Verano infernal. Estaba tratando de resucitar las plantas de la terraza, pero hasta el agua que salía de la manguera era un fuego. Una catarata de sirenas me hizo suponer que algo grave estaba pasando. Encendí el televisor y quedé consternada. Días después llegó la primera marcha. Los escuche de l ejos y fui hasta Rivadavia para acompañar de alguna manera el dolor de los familiares. Un vecino me comento que esa noche él fue a ayudar. Le confesé que yo lo había pensado como una posibilidad pero sentí mucho miedo. Me habló sobre una chica que había ido sin que la madre supiera y no le presté atención. Estaba muy concentrada en dilucidar si, usando el dolor como bandera, no se había infiltrado algún partido oportunista. Mi sexto sentido me dijo que había allí mucho olor a política. Me indignó y volví para casa. No me cabía que la forma de expresar la tristeza, luto y ta ntas lágrimas fueran saltos, bombos y cantitos. Y me pregunté qué haría el jefe de gobierno ante semejante cimbronazo. Agradecí que a mi hija no le gustaran los que tocaron ese día, ¿quiénes eran? No los conocía. Con el paso del tiempo, la tragedia de Once se fue apagando en mi memoria, al mejor estilo olvidista argentino. Hasta que, como ya dije, llegó Ezequiel, nombre de ángel y profeta.
Abro todas las puertas de Cromañón, un libro que es fruto de una noche patética, ocurrida en un lugar ubicado en una ciudad tramposa, capital de un país rico, en donde los pobres mueren de hambre; parte de un continente al que siguen depredando águilas de voracidad insaciable, adueñadas de este planeta llamado Tierra. Yo, que vivo en el mismo planeta, continente, país, ciudad y barrio, acepté trabajar junto a Ezequiel con la condición de reconstruir los hechos tal cual ocurrieron.
Cronolog ía y es cenari o del es panto en tiempos de rocanrol.
30 de diciembre de 2004. Ciudad de Buenos Aires
A las 22:20 horas una bengala lanzada hacia el techo genera la mayor tragedia no natural, producida en la Argentina, en República de Cromañón, boliche del barrio de Once. A las 22:50 horas el fuego y el humo de apoderan del lugar. El público presente, casi todos los jóvenes seguidores de la banda Callejeros, empieza a correr despavorido. Las 4:500 personas, (algunos estiman eran alrededor de 6.000) buscan, infructuosamente, una salida de emergencia que se encuentra cerrada con candados y alambres para evitar el ingreso de los clásicos colados. Ante la presencia de las llamas, quienes ocupaban el primer piso deciden arrojarse a la planta baja. Aunque el fuego se combate de inmediato, no pudo erradicarse el humo que se convierte en el verdadero causante del deceso de la mayoría de las víctimas. El excesivo tiempo que insume la apertura de la puerta de emergencia, a cargo de varias personas, gravita directamente en la enorme cantidad de muertos por asfixia. Un gran despliegue de policías, bomberos, médicos y enfermeros se suma a la tarea de rescate iniciada por los mismos sobrevivientes. Vecinos, tacheros, colectiveros, entre otros, también colaboran en lo que pueden. Muchas de las víctimas fatales eran colocadas en fila sobre la vereda de la calle Bartolomé y Mitre. Casi 900 accidentados , en su mayoría jóvenes, fueron trasladados a los diferentes hospitales, sanatorios y otras entidades de los alrededores de Once. 31 de diciembre
Al día siguiente de la tragedia, cientos de familiares se agolpaban frente a las puertas de la Morgue Judicial para pedir información sobre el paradero de sus seres queridos.
Capítulo 1
La g loria Para todo fanático del rocanrol, el día que su banda toca es un día de gloria. Para los seguidores de Callejeros, los días de fiesta son 22. Uno, el que les pasan la fecha, más los veinte en que esperan el show y el que tocan, que no es uno más ¡Ese es un día de locos!
Barrios y clubes ayudan a individualizar a los distintos Facus, Sebas, Andys o Romis, porque también hay pibas que integran la familia de amantes del futbol y el rocanrol. Las minitas son menos futboleras, aunque tienen sus preferencias. Pero en el caso del rocanrol es diferente. Puede ser chico o chica, no calienta, porque el rock no tiene sexo. Cuervo, bostero, gallina, de Recoleta o de Lanús, a todos nos pasan las mismas cosas. Vibramos igual con cada cosa linda que le pasa a nuestra banda. Cada show es un motivo de alegría. Algo para celebrar y no olvidarlo nunca más. Apenas enteras a saber dónde y cuándo es el próximo recital, una corriente de euforia contagiosa se te mete en el cuerpo y no te deja hasta quemar el último cartucho en el show, y después del show, caes en tu cama muerto de cansancio, pero más vivo que nunca. Al toque, ya estamos organizándonos. Todos se conectan con todos. Así se arma una cadena con chicos de cada barrio. También l es mandamos mails a los seguidores de las provincias, que viajan para encontrarse con los de la capital. Si algún chico vive cerca de donde toca la banda, ¡joya!, ahí nos juntamos para pasar el día y arrancar hacia el lugar todos juntos. Todo depende de los padres que tenga el pibe. Hay padres copados que ofrecen la casa, como los míos. Me acuerdo del recital en la cancha de Excursionistas. Mis viejos se bancaron una fiesta de cien personas. Estaba ña gente de “La familia piojosa” en pleno y muchos amigos. Habíamos compartido el día anterior desde la m añana hasta la noche. No todos los viejos son así, hay algunos a los que no les causa mucha gracia que les invadan su privacidad. Otros se molestan por eso de que se ensucia la casa, que la música esta fuerte, que los vecinos van a llamar a la policía. Por lo general, aceptan refunfuñando. En esos casos, igual agarramos viaje. Otras veces lo pasamos en casa donde los padres están pero los mandamos lo más lejos posible: al sótano, a la terraza, al baño o de última, al placard, bajo la consigna de no aparecer hasta que nos hayamos rajado. Obvio que estoy exagerando.
En realidad lo único que queremos es que nos dejen disfrutar la previa, esa especie de ritual que se fue dando para vivir a full cada momento previo al show que prendió fuerte, entre nosotros los Callejeros a tal punto e que ya es parte de la movida.un lugar que nos cabe, por lo tranqui, es Parque Sarmiento. Nada, de especial nada, y eso lo hace más especial todavía. Al no ir nadie, nadie te jode y eso mata. Sol, aire, pasto, árboles y sobre todo parrillas para compartir un buen asadito con el grupo y los que vienen de Fiorito, La Paternal, Morón, Avellaneda, Parque patricios, Villa del parque, Flores, Almagro, Liniers, Saavedra, Devoto, ¡qué se yo! Cada vez que la banda da un recital, volvemos a hacerles el aguante y animarlos. Volanteamos pintamos banderas, pegamos afiches. Nos sentimos parte de esa gran familia formada por pibes de “La familia piojosa” y otros de “El fondo no fisura”. Me copa La Renga, pero hoy mi corazón está con el grupo soporte que para mí, más allá de ser la banda de rock que admiro, es un sentimiento. Callejeros es la pasión de mi vida, obvio, después de Vélez. Lo que me pasa a mí con ellos les pasa a todos sus seguidores. Sienten algo distinto a lo que sintieron por otras bandas.
Ezequiel Ratti. Tus entrañas piden más (y no paran de pedir más )
Mi historia con la banda empezó cuando Cristian, un amigo del cole, que a su vez fue compañero de Pato, nos contó que tocaba en Río Verde, qye andaba caliente con formar Callejeros pero le faltaba un baterista. Urgente le pasamos el dato a Lorena. El hermano, que estaba en Villanos, había tenido no sé qué problemita. El tema es que no pudo seguir tocando. Los chabones le prometieron que lo iban a aguantar pero lo garcaron y el pobre “Cabeza” se quedó en banda y sin banda. Le dijimos lo de Pato y se copó. Al toque, él, la hermana, y yo nos fuimos para allá. La sala de ensayo era en lo de Cristian. A pensar de lo casero que era todo, tipos como “el canario” ya la curtía de estrella. Moría de ganas de estar con ellos. Un recuerdo que tengo bien guardado es la carpeta de Pato. Sacarle la lista de canciones que estaba por cantar. Eran un montón, muchas en inglés como “píntalo de negro” de los Rollings Stones y nada. Después, ir dos o tres veces más a la sala y esperar que te den algo. No sé, mínimo u cassette, algo. Pero nada, salvo ganas, no tenían nada. Ojo, hasta que les salió la primera fecha en el Club Riachuelo de Celina. Seríamos unos quince o veinte, todos sentaditos frente al escenario. Ese día presentaron a un saxofonista, era un pendejito. Se trajo a todos los compañeros. El resto éramos Cristian, Emiliano, Ariel, un par
más de pibes del colegio, Lorena que insistía en encajarme volantes de Villanos que, no se por qué, nunca fui a ver, y bueno, yo. Callejeros me gustó desde el primer día que los vi. Con Pato, que empezó a venir a la esquina para jugar a la pelota, se dio una onda increíble. Al principio sólo se entretenía mirándonos. Un día lo hinchamos tanto que jugó, a los cinco minutos fisuro mal. Dijo que no le daba el pulmón. Tengo grabada su imagen con la mochilita llena de ilusiones: las entradas y volantes que todos los fines de semana salíamos a repartir. Después empezaron a jugarse más y agregaron unos treinta cassettes y cinco o seis compacts para hacer correr la bola. De noche salían ellos mismos, Dieguito, Cristian, “El Galgo”, Pato y Crispín a pegar sus afiches o escribir las paredes con aerosol. Querían que todo el mundo los conociera y se mataban por conseguirlo. A Pato lo veías por plazas de Tapiales, en las vías de Aldo Bonzi, Villa Lugano, y por los barrios que se te ocurra, tratando de que su música llegara a los pibes. Eran así, todo lo que podían te lo hacían. No tenías plata, te daban para la entrada. Se jugaban por nosotros. Un día le regalamos un cassette a un Piojo que se juntaba con Seba. Al pibe se le ocurrió traerlo en uno de esos viajes que llevaban a los fans de Los Piojos a Santa Fe. Lo único que se escuchaba en el micro todo el tiempo era Callejeros. A los chicos les encantaba. En eso, baja Seba re caliente, diciendo que tenía las pelotas llenas con esa banda. Es bastante lógico que las tuviera, y eso que ni se le cruzaba por el bocho que esa banda llegaría a ser competencia. Para esa época tocaban cada vez más, pero gratis. Cuando se fue “El Galgo”, el segundo guitarrista, Pato quería tocar la guitarra. Yo le rompía las bolas diciéndole: ¡No! ¡No tenés que tocar la guitarra, tenes que moverte, tenes que transmitir! ¡vos transmitís!”. Con el tiempo llegaron Maxi y Elio. Ahí cambiaron un poco. Después apareció “Dios”, que un día estaba volanteando y se le explotó un cohete cerca del oído. ¡Un bajón! ¡se les pinchó la gira del verano! Era increíble verlo en la puerta tratando de chusmear el recital desde afuera. No podía ni asomarse por el ruido. Una vez Eduardo sacó uno de los diez cassettes que tenía, con tapa y todo. Nos dijo: “éste es para ustedes porque nos apoyan siempre”. Esas muestras de afecto te daban más ganas. Otra vez en el club del arte cayeron a verlos CIEN personas, no lo podía creer. Cuando Pato empezó a nombrar Avellaneda, Saavedra, Palermo, Zárate, Varela y un montón de barrios más, a mí se me ponía la piel de gallina. No se si es porque compartí su crecimiento desde el principio o si es que siempre festejé su éxito como si fuera mío. Además me gustaba mucho como se estaban manejando. Despacio, paso a paso. Porque no fue que de repente se fueron para arriba. Sí, crecieron groso, pero les costó años llegar.
Dani.
Luchando s in atajos , los invis ible. Ag itan rocanroles irresistibles. Todo comenzó en diciembre del 2002, cuando limpiando la habitación de mi hermano, me puse a escuchar el CD de unos tales Callejeros. Fue allí que empezó lo que en poco tiempo se convertiría en mi “inoxidable pasión”. Ese día encontré “la llave”. Ese amor se despertó en el momento que escuché esta frase que, hasta el día de hoy, es una de mis favoritas: No empezar a dejar de pensar, que a las masas pensando no las vencerán jamás…
A meses del nacimiento de esta pasión sentí “sed”. Quería ver de cerca qué era eso de Callejeros. Fue así como con mi hermano José emprendimos un viaje a La Plata. Ese 3 de mayo de 2003 quedará para siempre marcado en mi vida. Ese día mi alma me pidió que nunca deje de agitar y que sigan sonando rocanroles. Ese día descubrí ese estruendo casi divino cuando se quiebran todos los sentidos con un rocanrol. Y llegó a mi vida otro viento mejor y sin darme cuenta ya me estaba abrazando a esta locura. Hubo un momento en que se hizo realidad eso de y siempre las mismas caras. Pero era emocionante saber que si veía esas mismas cara, ¡Callejeros volvía a tocar! Por otra parte, en i vida diaria nadie entendía eso de que a cada rato e iba a ver a Callejeros. Las eternas preguntas eran. ¿Quiénes son? ¿Qué tocan? ¿Pero no fuiste hace poco a verlos? ¿Por qué vas de nuevo? Y yo que quería tratar de explicar sin lograr que nadie me entendiera, salvo a quienes había hecho probar de esta droga que era la única existente e imprescindible en mi vida. Para ese tiempo con mi hermano ya teníamos formulada una hipótesis: a Callejeros no se lo conoce o te gusta, no hay otra. Y los casos iban aumentando y corroborando lo nuestro. Ir por Buenos Aires y ver na remera de Callejeros caminando por la calle era motivo de orgullo. De volar, de no ver la hora de llegar a casa para contárselo a mi hermanito. En los recitales ya era normal ir viendo trapos nuevos y las filas para entrar que eran cada vez más largas. En mi primer año de seguir a la banda, mis obligaciones hicieron que fuera imposible salir de Buenos Aires, pero la adicción se hacia cada vez más fuerte y el período de abstinencia callejera se volvía insoportable. Fue ahí cuando empecé con los viajes. En éstos conocí a los chicos de “El fondo no fisura”, en donde encontré un grupo de amigos. En el interior comencé a compartir mi pasión con amigos de Catamarca, Tucumán, Córdoba, Mendoza, Salta, Jujuy con los cuales la única diferencia era que al decir “Vamos, Callejeros”, para unos era: “Vamos, Caiejeros”, para otros: “Vamos, Caliejeros” y para otros: “Vamos, Cayejeros”. Los cantitos con “se viene Obras, la puta que lo parió” eran por demás graciosos. Pero creo que interiormente todos sabíamos que ese momento no estaba tan lejos.
Naty, del Fondo.
Vamos copando los pueblos de Arg entina, s oy callejero para toda la vi da.
El sentimiento por Callejeros apareció en mi vida gracias a Dani, un compañero de andanzas que insistía con que yo tenía que conocer a esa banda. Lo que él no sabía es lo que significaría para mi y para miles de pibes que sintieron lo mismo que yo. Aparte de su rocanrol, que nos re cabía, es difícil explicar con palabras esa mezcla de misterio y entusiasmo que nos producía conocer gente de barrios lejanos. Pibes a los que sólo veíamos en los recitales o en la previa compartiendo una ronda de cerveza. Nos sorprendía vernos reflejados en las letras de la banda. Lo loco es que fueras de Aldo Bonzi o Palermo, porque siempre encontrábamos coincidencias con nuestras maneras de pensar. En la época en que Callejeros empezaba a crecer, los recitales en el interior se veían como verdaderos rituales. Acompañarlos en sus giras era una forma buenísima de conocer gente muy copada y del mismo palo. No existía el porteño, ni el cordobés, ni el santafecino. Todos éramos parte de un solo ser: el ser callejeros. ¿Y qué era ser callejeros? Nada. Ser locos por los asados, fanáticos por el fútbol, valorar muchísimo la amistad, estar todos pendientes de todos para que ninguno se perdiera el show, disfrutar cada momento tal como éramos. Y estrechando los lazos de una gran familia unida por el rocanrol, son sentíamos como hermanos de viaje. Así vinieran chicos del interior a dormir en casas de chicos de acá o viceversa. ¡Son tantas las cosas que me dio esa banda! Momentos, anécdotas, motivos para festejar. Cuando nos preparábamos para los recitales, toda una ceremonia. Comparábamos quién tenía la bandera más grande, quién iba mas temprano a colocarla y, sino, quién la llevaba a la sala para que la colgaran los chicos de la banda. En un principio el tema de la bandera no era ningún problema, pero en la medida en que la banda fue creciendo, los lugares, que ya escaseaban, se fueron llenando de trapos. No era siempre, pero bastante seguido se armaban discusiones menores debido a los espacios reducidos. Generalmente tratábamos de ganar la batalla por medio del dialogo y, si no podíamos convencerlos, les tapábamos la bandera y chau. Así conocí a mucha gente, como a los chicos del viaducto carranza, a quienes se lo hacíamos bastante seguido. Igual entablamos muy buena amistad después de esas discusiones, y la eterna pregunta de ellos era: ¿por qué siempre a nosotros?. Les ganamos
por cansancio y ellos terminaron ofreciéndose a colgar nuestra bandera. ¡Una masa esa gente! Todos me cargaban con que tenía más amigos que Roberto Carlos. Eso se lo debía a Callejeros. A sus letras, que nos hacían descubrir a cada uno en nuestros acto cotidianos. Guares como “cortada de Tapiales” o “las vías de Bonzi”, donde nos juntábamos a vagabundear. O cuando cantaba: soy avenida, la cortada y vuelvo a ser esquina empate, local y visita. Tal vez la gente no entienda, pero nosotros sabíamos que para Pato “empate” era la Avenida Boulogne Sur Mer, que divide Tapiales de Madero; “local”, la cor tada de Tapiales, y “visita”, de Madero. Símbolo del enganche que se había generado. Y era el mismo afecto cuando cantaba como cuando nos dedicaba temas. Me acuerdo la cara de alegría de Dani, cuando Pato lo felicitó porque iba a ser papá. O cuabdi desde arriba de los escenarios como Hangar y Cromañón nos veía y gritaba: ¡Che, los estoy viendo a todos! Hoy están Dani, Pancho “el quemero”, los pibes de “la cortada”. Recuerdo uno de sus primeros shows en Córdoba donde anunció: “Les quiero dedicar este tema a los chicos de la esquina de Madero, que junto con los pibes de la cortada de Tapiales nos vienen acompañando desde hace mucho tiempo, ayudándonos a crecer y a que ustedes hoy puedan estar ahí sin ningún tipo de problemas. Esta canción es para ellos y para esa bandera que está colgada ahí”. Un flash que te dediquen un tema delante de cuatro mil personas. Y un honor más grande eran los recitales en que se ponía a contar nuestras historias en medio de “pichones”, una canción que estábamos agitando. Ellos sabí an despertar esa energía de amor y amistad tan fuerte, que sólo la gente del rocanrol puede entender.
Nahuel, de Tapiales.
Los conocí por mi amigo Dani. Un día íbamos todos a ver a los Piojos y me comentó: “che, callejeros es una banda de acá, de Celina”. Ya estaba enterado de todo, pero no había podido o no me había interesado ir a verlos. Sabía que se llamaban Río Verde. Lo conocía a Pato de cruzarlo en el barrio. Dani me insistió tanto, que sin demasiado entusiasmo acepté. ¿Dónde fue? Ni me acuerdo. Diría, si no me equivoco, que la primera vez que los escuche fue en San Miguel. Ya habían tocado en Tatín, puede que fuera en el club cárdenas o Mataderos, no sé, a alguna de esas fechas fuimos. Tampoco puedo asegurar si se trato exactamente del segundo show o el tercero, más o menos. Lo que sí recuerdo es que estuvo bueno. Muy buena la banda, muy buena la gente. Y lo
principal, que hacían rocanrol del bueno. Bien cuadradito, bien prolijito el sonido. La voz de Pato era copada. Y lo más importante es que eran de mi mismo barrio. Nos veíamos a cada rato y se fue entablando una onda increíble. Fue ahí cuando empezamos a escucharlos más. Ya no era ir de vez en cuando, era siempre. Había empezado una nueva etapa en mi vida: la de formar parte de una familia que se fue haciendo cada vez más grande.
Pancho, de Madero.
Vayas donde vayas voy a ir, vos s os la razón de mi exis tir.
Un día me invitaron a ver un ensayo. Cuando me dijeron que era de Callejeros, pregunté: “¿te parece? Mmm… a mi dejame con Viejas Locas.” Pero resignado, acepté. Apenas escuche “Milonga” pensé “estos chicos la rompen”. Más me atraparon cuando al irme se me acercó uno llamado Patricio y me dijo “gracias por venir”. Me invitaron a ir cuando quisiera. No me separé nunca más de ellos. Me prendí al mismo sueño, que era el mío. Pensé: “Ellos van a llegar lejos y yo con ellos”. No solo me cabía su música, sus letr as que hablan de lo que se vive en un barrio, de la droga, de lo que le duele a la sociedad, lo que les pasa a los chicos pobres y ricos. Otros grupos dicen las mismas cosas, pero no tan claro como Callejeros. Al conocerlos te das cuenta de que lo que dicen es la verdad de la gente común como yo, como vos, como él. Sólo que no nos sale como a ellos. Aposté a su ilusión y me monte a su viaje. Fueran donde fueran, ahí estaba yo repartiendo volantes pegando afiches. Cuando los c onocí en la sala del ensayo, tenían una bolsita colgada en la que juntaban monedas para comprar cassettes de 3 pesos o palillos baratos. Y algo así no pasa con todos los grupos. Por eso, en un recital y delante de todos, me saqué una de las remeras con el logo de Viejas… ya que tenía un a para cada
día de la semana. El mánager me dijo que estaba orgulloso de lo que acababa de hacer. Yo, feliz por sus palabras y mostrando mi remera de Callejeros. De chico no fui feliz y después, tampoco. Consumía drogas y me metía en cualquiera. Una vez caí en cana. Ya suelto, al primer recital que voy escucho “Callejero de Boedo”, un tema que hicieron para mi. Creí que me iba a morir de emoción. Lo mismo sentí cuando decidí internarme para dejar de drogarme. El día de la graduación, delante de las familias de todos los internados en recuperación, le regalé la medalla que me dieron a Pato, que mientras nos abrazábamos y llorábamos, me dijo al oído: “parecemos putos” y un par de cosas que las tengo guardadas para mi. Tengo tantas historias con Callejeros. En Córdoba vi a unos chicos de Mendoza escribiendo las paredes, les pedí el aerosol y puse Callejero de Boedo. Marito. A la hora del recital, llegué y no me dejaron entrar. Me quedé afuera llorando una banda. Cuando entré al show, Patricio me llamó y a solas hice mi descargo. Pato me echó en cara que se había preocupado mucho y me hizo dejar afuera del recital para que nunca más me metiera en líos. Ya habíamos terminado de hablar de todo y vino Diego con una escoba. Le dije que no iba a barrer. Apareció Dany, el chico que hace el arte y me dijo: “Marito, esto es una medida educativa, vos te mandaste una cagada y toda cagada tiene una consecuencia. Como te queremos, vas a tener que barrer todo el lugar”. Y bueno, así fue. Tuve quebarrer el lugar, o sea, todo Corazón de María. Igual los amo, loco. Por Callejeros todo. Por ellos, doy mi vida.
Marito, de Boedo.
A hora que es tás encerrado y anclado en la s ombra, s in más. A hora que el ci elo es ci elo raso y no hay cas o, no te es cuchan más…
Reconozco que me colgué con los testimonios de los chicos y su pasión por Callejeros. No a todo el mundo le interesan nuestros amores por la banda y las anécdotas que acumulamos en estos años. Sin embargo, pienso que para entender mejor esta historia es fundamental saber cómo nació el vínculo de amistad, la admiración y el sentimiento que nos une a Callejeros. Volviendo a la previa, decía que Parque Sarmiento era el sitio ideal para compartir una buena parrillada debajo de los árboles, escuchando, cantando y entrando en calor para disfrutar a full del último de los tres recitales con que Callejeros cerraba el 2004. Todo joya, pero ningún Parque Sarmiento. El pasto y los pajaritos quedarían para la próxima. En otoño, primavera, podría ser. Justo en esos días hizo un calor infernal. Por eso el jueves 30 de diciembre, como lo veníamos haciendo, combinamos estar tipo siete en El Lavadero, un bar que quedaba sobre Mitre, a una cuadra de República de Cromañón. Asado ya habíamos tenido el día anterior en lo de “los banderitas”. Fuimos como veinticinco. Comimos y rajamos para el bar. Ahí la onda era encontrarse con todo el mundo y refrescar la espera. El calor nos estaba matando. Lo peor es que todos sabíamos que si afuera estaba así, adentro del boliche nos íbamos a cocinar, cosa que no nos impedía curtir al mango esta previa como corresponde. ¡Era la ultima del año! ¡y qué año! ¡El más groso de la banda!
Ezequiel Ratti.
C allejeros es un s entimiento, no s e explica, s e lleva bien adentro. Y por eso te s ig o a donde sea, callejero has ta que me muera.
Sí, martes y miércoles la previa estuvo buena, pero nada que ver con la euforia que se respiraba el jueves. Seguramente se debía a que se juntaron dos cosas: el tercer Cromañón de Callejeros y, al día siguiente, la fiesta de f in de año. Era como una noche muy especial. Gente que no veía hacía una bocha de tiempo ese día aparecía. ¡Habían ido todos, boludo! ¡Era impresionante! ¡Cada vez éramos más! Mientras tomaba cerveza, devoraba papas fritas y simulaba seguirle la charla a los que estaban cerca, quería pero no podía sacar los ojos de la entrada. Cada vez que se abría era un flash. Caso del Rey, Lomas de Zamora, Lomas del Mirador, San Fernando. En una de esas se abre un puerta y era Facundo, de Hurlinghan. Cuando me vio, puso una cara de felicidad total. A mí también me encantaba verlo, pero no entendía por qué me había dado un abrazo tan efusivo.
Fiorito. .
No creo en navidades, ni en las noches de paz. Las verdades no son absolutas y hay mentira y verdad.
Los bardes del Once no daban abasto, explotaban. Se t erminaba el 2004. El año más groso para Callejeros y para los que festejamos su éxito como algo propio. Reconozco que estaba tan copado con los tres recitales que no le daba ni cinco de bola a los preparativos para la fiesta de fin de año. Imagino que, como en todas las casas, sería el bardo de siempre: la madre corriendo con la comida, el padre controlando que no falte la bebida, el arbolito con las lucecitas que siempre fallan, el pan dulce choto pero de oferta, la sidra del empleo del padre, las estrellitas para los sobrinos, los pesados de la familia llamando para preguntar qué llevan, el turrón blando para la nona y la típica de abrir los regalitos apurados, disimulando la desilusión. Besos, besitos, más besos y nosotros, los pibes, con una idea fija desde que empezó la cena: rajar después del brindis. Confieso que las fiestas ni me van ni me vienen, definitivamente no me llegan. Además, me raya ver que muchas mesas rebalsen de comida y que en otras no haya nada para comer. No sé por qué me viene este pensamiento. No sé. Nada. Todos los años me pasa lo mismo. Por suerte, para escuchar a mi banda no se necesita ser rico. Con tener orejas, basta. La fiesta callejera es para todos. Por eso es una verdadera fiesta.
Ezequiel Ratti
Era diciembre. El mundo entero se preparaba para disfrutar la fiesta de fin de año con su familia. Los callejeros también se preparaban para disfrutar la FIESTA de fin de año con su familia, la otra. La del rocanrol.
CAPÍTULO 2
La fies ta De a uno, de a dos. Con o sin novia. En barra de pibes o pibas solas. Matrimonios con o sin bebés, iban cayendo al espacio donde la separación no tenía lugar. Donde cuerpos, almas y sudores se fundían en un todo. Un todo que bailaba con su espejo, ese rocanrol bien callejero.
No quería perderme a Ojos Locos. Pero llegué once menos veinte, justo cuando terminaban, igual estaba re contento con lo que acababa de contarme Facundo en El Lavadero. El tema es que hace un tiempo me había dicho que tenía muchas ganas de tocar con su grupo El Ahujero en Museo Rock, Yo le pasé el teléfono de un amigo para que le hablara de mi parte. La onda es que ya le habían dado fecha para el otro fin de semana. Ahora entendía por qué estaba tan alegre y había tanta alegría en su abrazo. ¡Qué bueno que le haya servido el dato! Lo felicité y le dije que nos metiéramos para contarles a todos los demás. Entramos con él y un par de chicos más. Costaba encontrar una cara conocida con ese humo que te mataba. Hasta el vapor… sí, el mismo vapor de la gente no se soportaba. Fiorito.
Como esas alas para levantar vuelo, como el des tino que me lleva a tu cielo, como la nave que des hace los hielos, s os la llave hacia otro lado, hacia el cos tado de las cos as , donde no s on s olo hermos as .
Ese día salí de trabajar y aunque volví lo más rápido posible a Tapiales, mis amigos ya se habían borrado todos. ¡Un bajón! Tuve que irme a Cromañón en colectivo. Al salir se me colgó una parejita que quería ver a Callejeros pero no tenía entradas. Me volvieron
loco desde que salí hasta que llegué a Once. Aprovechando que había una boca de gente, intenté perderlos. No por lo de las entradas, sino por lo insistentes. No me dejaban pasar dónde encontraría a mis amigos. Por suerte, se me dio por ir a buscarlos a la estación de servicio. Estaban con los pibes de otros barrios y un montón más que habían venido del interior. Al verlos se me borró totalmente la bronca que tenía. No tenía sentido enojarme por nada, todavía quedaban unas horas de previa por delante y había que sacarles jugo. Mucho no pude, creí que había zafado, pero ahí estaban otra vez. Nada, me había comprometido a conseguirles un par de entradas y tenía que hacerlo. Antes pasé a buscar mi invitación por la ventanilla de los acreditados. Ahí me encontré a Diego Argarañaz y Horacio. Me pidieron que los ayudara a no dejar entrar más gente, porque ya no cabía ni un alfiler. Pensé: “Si supieran que estoy tratando de meter a dos más…” La chica y el pibe se quedaron paraditos cerca de donde hacían cachero, que era bastante riguroso. Pensar que gracias a eso, cuando largó el show, en lugar de estar adentro andaba en la calle buscando revendedores de invitaciones especiales de Villarreal. Nahuel, de Tapiales.
Acaso sirva de testimonio el impacto que tuvo para quien escribe el haber escuchado por vez primera una canción de esta banda en la radio. Habiendo demorado varios días en averiguar el nombre de la banda y la canción en cuestión, debí reconocer que hacía muchos años que desde el rock no me transmitía una emoción tan intensa, de tanta energía vital, exorcizando tanto dolor. Con una impecable poesía identificada con la incertidumbre que en pleno tercer milenio (y en pleno tercer mundo) enfrenta cada día el hombre de la calle, que a pesar de todo no se resigna a “vegetar” - un dolor inmenso, que al ser expresado con “discepoleana” pasión por el “Pato” Fontanet, nos devolvía, sin embargo, el placer y el deseo de luchar por el derecho a vivir.
Ricardo Silva, periodista.
La madrug ada me ve s olo en la mes a viendo al mundo por televisión… no cambio nada, y vuelvo a la cama pensando que, tal
vez mañana, todo s erá un poco menos peor que hoy.
Ese día era el cumpleaños de mi primo Daniel. Mi vieja estaba en la vereda. De repente cacé la bici y fui hasta la casa de Pandulfo, un amigo del barrio. Nos cruzamos en la esquina y me invitó a ver a Callejeros. Me puse re feliz, porque con él habíamos ido a ver a La Renga en Huracán y lo pasamos de primera. Fue un show genial. Volví a casa y me puse la remera roja con la cara del Che. Por las dudas manoteé un buzo y salí. Le dije a mi mamá: “Vieja, me voy a ver a Callejeros”. Ella saltó gritando: “¡Daniel, es el cumple de tu primo!”. No me importó y le dije: “¡Chau, ma! Nos vemos en un rato, paso después del recital”. Nos fuimos con Pandulfo cantando rocanroles. Llegamos a Morón y subimos al tren. Ya se veían remeras de La renga, Callejeros y el Che. Yo estaba re emocionado. Nos encontramos con Oki, que conocía a los de la banda. Nos re gustó estar juntos otra vez. Cuando bajamos en Once, era impresionante la cantidad de gente que había. Oki se encontró con amigos de Vélez. Con ellos nos fuimos a El Lavadero. Pasamos por la puerta de Cromañón, que estaba hasta las manos. El bar también. Había fiesta en el aire. Birras, amigos, risas y promesa de rocanrol. ¿Qué más? Todos eran re fanas de la banda. Me acuerdo de sus caras. Había una chica con un nene. Después de charlar de fútbol, de minitas, del calor y otras huevadas, nos mandamos los tres hacia el boliche. Tato. Ese día, a comparación con los anteriores, todo fue muy raro. Ya venía todo mal, digamos. Salí de Celina con el micro que sacaron los chicos. Fui con mi prima y mi hermanito, que me había pedido que lo llevara ese jueves. Mi prima quedo en encontrarse con su marido en otro lado. No sé por qué, pero no se encontraron y tuvimos que dejar a Joaquín, su hijo, que era mi ahijado, en mi casa. Ahí nos quedamos un buen rato. Llegamos justo. El micro ya se iba. Todo por bancarla a mi prima que me dijo: “si no me esperas, no voy”. Se quedaría porque era un trámite dejar al “gordi”, y ella al recital no pensaba llevarlo. Bueno, finalmente lo dejamos con mis viejos y rajamos al micro. Apenas llegamos fuimos a ver si estábamos en la lista de invitados en la que siempre nos ponía “Mema”, uno de los chicos. Ese día no sé qué carajo pasó. Nuestros nombres no figuraban, pero menos mal que solucionaron el tema… bueno, al fin tipo 10:15 entramos con mi prima, el
marido y mi hermanito. Nos revisaron de arriba abajo. Ya en el hall ellos se fueron a buscar a sus amigos. Yo me quedé esperando a los míos y mi hermano se fue a yirar por ahí, como hacía siempre en todos los recitales. Los días anteriores ,e jabía encontrado con Domi antes de entrar y habíamos ido a dar unas vueltas por ahí. Llegar con tiempo para chusmear quiénes estaban, quiénes no, qué se puso aquel, con quién sale aquella era un ritual fijo. Ese día, como no lo pudimos hacer, mi prima tenía una cara de culo infernal. Lo único que hacía era quejarse: ¡Mira la cantidad de gente que hay! ¡Me estoy deshidratando! ¡Nos vamos a morir de calor! ¡Si hubiera sabido, no venía!. Yo quería convencerla de que cambiara la onda: “¡Dale Meli, cambia es a carita! Ya estamos acá. Dale dale”. No hubo caso, nos quedamos esperando a las otras chicas en el hall hasta que apareció Domi, Anabel y una amiga del colegio, Pami. Por suerte, delante de las otras bajó un poco la sobredosis de rompebolas que tenía. Menos mal, digo, por mis amigas que no tenían que soportarla. En los shows anteriores nos habíamos instalado debajo de los baños con los chicos de “La familia”, los de “El fondo”, los de Madero, Tapiales, Celina. Los de siempre, ¡bah! Por más que conozcas la gran mayoría del público, terminas quedándote con los mismos. No sé, además del calor, qué me paso. Pienso que debe haber influido lo histérica que estaba, todo el mambo de ubicarlo al “gordi”, el mal humor de Meli, esperar a las chicas… ¡Demasiado! El tema es que ese día les dije que n estuviésemos en el mismo lugar que el 28 y 29. Por una vez que no estuviésemos con los chicos no nos íbamos a morir, estoy segura de que si no nos quedábamos cerca de las puertas, sí nos íbamos a morir asadas de calor. En el momento que termino de decir eso, Villarreal, que estaba al lado mío, dice: “¡Eh loco, cierren esta puerta! Sino toda la gente que está afuera se va a colar… ¡Y cierren el portón grande!”. Al toque saltaron todas y le dijeron “¡Ves, ves que sos yeta! ¡Sí, sos re yeta!”. Una de ellas, no me acuerdo cuál pero me imagino, se quejó: “¡Nos vamos a cagar de calor lo mismo y no vamos a ver un pomo!”. Igual me dieron bola y nos quedamos ahí, debajo del sector VIP. Cuando empezaron a tocar “distinto”, nos acercamos un cachito, pero apenas. No sé qué nos hubiera pasado de haber estado donde estuvimos las otras veces. Sí sé, pero no quiero ni pensarlo. Sigo preguntándome qué fue lo q ue realmente hizo que decidiera quedarme cerca de la puerta. Pienso que también me debe haber asustado ver el pedazo de gente que estaba afuera queriendo pasar. ¿Y si entraban? ¿Más gente todavía? ¿O habrá sido el calor? Bueno, no sé, creo que Dios me iluminó. Fico, de Celina.
CAPÍTULO 3. E l s ermón Amigos y familiares la aplauden, muchos la ignoran. Para la multitud callejera no existe: es la banda soporte. Se va y nada. Esperan el TODO… y en lugar de todo, el sermón vacío de un chabón que los llena de amenazas, pero no hace nada.
S i todo crece, crecerá lo bueno y lo malo de la mano Y en es ta hog uera de canciones y almas nos iremos quemando…
Parece ser Omar Chabán, dueño del lugar y de la mítica discoteca Cemento, la que, en un gesto inusual para un recital de rock, reali za un efusivo discurso de 10 minutos antes de que la banda salga a escena. Dice, grita y hasta insulta: “Chic os, no tiren bengalas ni petardos. Tengamos la noche en paz. Esto es un recital de rock y tiene que ser una fiesta. El techo está acondicionado para que se escuche mejor la música y tiene una acústica especial que es inflamable. Y el humo d e las bengalas es cancerígeno. El que tira petardos tiene instinto criminal, es un asesino hijo de puta. Tirar bengalas acá es criminal. Hubo silbidos e insultos hacia el orador. La respuesta fue obvia en ese grupo de poco más de 3000 jóvenes, con una edad promedio de 20 años. “El que no salta es un botón”. Canta la mayoría a coro .
Escuche en repetidas ocasiones a Chabán decir que se iba a prender fuego todo, que éramos unos pelotudos y un montón de cosas que en ese momento me parecían giladas. Por lo general, cuando aparecía, me enganchaba tomando la cerveza que siempre me tomo antes del show. Otras veces andaba en la puerta haciendo alguna movida para entrar. Pero cuando oía lo que decía Chabán, me parecían boludeces y que no servía de nada gastar saliva cuando al fin y al cabo nadie la escuchaba. Al contrario, mientras estaba tomando algo me resultaba un zumbido molesto escucharlo justo a él darnos consejos a nosotros. Sólo tenía ganas de bancarme a un padre sermoneando. Sólo quería escuchar rocanrol. Siempre me pareció un tipo “ni”, diciendo palabras insignificantes que no quedaban sonando en la cabeza de nadie. Sólo se esfumarían por el
aire, se fundirían en las paredes, en el techo. En el fondo sabía que no era una locura lo que decía, aunque nunca creí que sus palabras podrían convertirse en realidad. Cualquiera de las personas que escuchó a Chabán hablar alguna vez, puede asegurar lo molesto que resultaba. ¿Por qué nos robaba cinco o veinte o más minutos del show? ¿Con qué derecho nos amenazaba con que la banda a la que habíamos ido a ver y que teníamos tantas ganas de escuchar no iba a tocar si no parábamos con las bengalas? ¿Por qué se la agarraba con las bengalas que con las banderas eran el alma de un recital de rock? Sólo un demente o un imbécil podrían venir a decirnos que lo que hacíamos era una locura. Un peligro. Aunque me daba cuenta de los riesgos, no me interesaba creer que algo jodido podía suceder. Sol Hayward.
Las c alles y los edificios de mi B uenos A ires prendido fuego, en la noche cuando ruego por verte reg res ar.
Nunca le di bola, nunca me di cuenta de que el chabón había salido a hablar. Estaba completamente en otra, concentrada en lo que se estaba hablando con mi grupo. O compartía una cerveza con amigos, esperando que largara el show. Nunca le presté atención. Lo conocí el anteúltimo día porque una banda amiga le estaba pidiendo fecha para tocar ahí. Y ese día él estaba con Villarreal en la puerta, controlando cómo era la movida. Paola. Entré tarde. Ni lo escuche. Cuando cerraron las puertas, estaba haciendo fila. Esperaba a que pasaran primeros los hombres y después, al toque, me metí yo. Cuando estaba por entrar, empezaron a cerrar el portón grande. Terminaron de cerrar el portón grande y nos hicieron entrar po r una puertita chiquitita. Domi.
Iba por Rivadavia para encontrarme con July. ¿Qué hacía yo yendo a ver a los Callejeros? Mientras caminaba recordé qué me había pasado. Ese 30 de diciembre estaba asada de calor, aburrida como un hongo, no tenía ganas de hacer un pomo. Ni alquilar una peli, ni leer, ni ver tele. Estaba depre. Desde que mi viejo se fue a trabajar y nunca más volvió, la vida no me resulta. La terapeuta me da manija para que siga con la poesía. Dice que canalizo, también dice que canalizo cuando digo guasadas. O sea, canalizo todo el tiempo. Para colmo ni siquiera la tenía a mamá para pelearme un cacho. Se había ido a la fiesta de fin de año de la empresa. Llegaría como a todos los años, más cansada que nunca y lo peor, más alegre que nunca. Tipo siete, llamada. ¿July? ¿La de la primaria? No lo podía creer… bocha que no nos veíamos. Tenía entradas para ver a una banda que la volvía loca y la prima la había dejado colgada. Se acordó de mi, justo de mí, que el rock sólo me gusta en inglés. Por July podía hacer el sacrificio. El problema era mi mamá. ¿Llamarla al celular? ¿Para qué? ¿Para que me cague el programa? A veces la odio con eso de que me tiene que mantener, se lo pasa en la calle. O sea, a mí, bola ninguna. Pero eso sí, no se duerme si no sabe que yo estoy acostada. Calculé que la vieja caería tipo una o dos y que si el show empezaba a las diez, a las doce o doce y media ya estaría de vuelta. Era aquí nomás. Me jugué. Me produje toda y salí para Once. Al llegar a Pueyrredón, quedé impactada con tanta movida. Nos encontramos en el monumento de la plaza. Había que esperar a un par de chicos amigos. July estaba más grande pero parecía una perrita de peluche, como siempre. Nos hablamos todo. La plaza quedó vacía. Los pibes nunca aparecieron, al final nos metimos por una puertita. Un vaho caliente, con baranda a chivo, humoso y con un olor rarísimo se me vino a la cara. Ella se dio cuenta y me dijo que eso no era nada, que lo mejor vendría cuando tocara la banda. Tras que soy fóbica a los lugares cerrados y me alteran las multitudes, el comentario de July me dejó mucho menos tranquila. Me arrastró hasta el baño. No sé cómo llegamos, ni cómo entramos y menos cómo logramos hacer pis. Mientras me mojaba la cara pensaba: “¡Qué sorete de baño! ¡alargado y tan angosto que no te podes ni agachar! Debo ser medio fifi para este ambiente”. No sé, lo único que quería era que terminara rápido para volar a casa. ¡Me hubiera ido al toque! En eso aparece un plomazo. Nadie le daba bola, salvo yo. Decía cosas horrorosas, como para salir rajando. Mi vieja le hubiera gritado: “¡No decretes!”. Me vino como un ataque de pánico. Pero viendo a todo el mundo tan entusiasmado, pensé que era una ridícula, la hija de una fóbica que le tiene miedo al mar, a la electricidad, al gas, al fuego. Algo me tranquilizo: si todos estos pibes, que de cajón eran de los que no se
pierden un recital, estaban lo más pancho, era porque estaba todo bien. Además, ¿Cómo iba a dejar sola a la July? Si al menos hubieran venido los otros amigos… Coni. Sé muy bien lo que dijo: “Si se prende fuego esto, va a pasar lo mismo que en Paraguay”, “si se prende fuego esto, de acá no sale nadie”. Lo que dijo no nos movió ni un pelo, por lo menos a mí. Nada. Lo que él decía no me interesaba. En ese momento, cuando hablaba, quería una sola cosa: se Callejeros entrara a tocar. Lo que decía Chabán me entraba por un oído y me salía por el otro. No era momento. Al final lo que lograba era ponernos más ansiosos. Todos deseábamos que la cortara. ¡Que saliera la banda, loco! Callejeros tocó seis veces ahí y siempre dijo lo mismo, como un disco rayado. ¿Cómo le vas a hacer caso? Si piensa que cosas tan horribles puede pasar, debería hacer algo ¿no? Si sólo lo dice, no sirve. Es una pérdida de tiempo y a mí, la verdad, me es completamente indiferente.
Viru.
CAPÍTULO 4 La pas ión Habían saboreado hasta la última gotita de su día de gloria. Ya se disponían a saciar su gran sed de rocanrol y una mano caprichosa de un chiquito o la de un grandulón sin dos dedos de frente… Nadie vio si fue una bengala, una cañita o una candela. Si fueron tres tiros, un tiro al aire o dos segundos de inhumana estupidez. A esta altura, ¿qué importa? Convirtieron una fiesta callejera en tragedia nacional.
Me había ubicado en el lugar de siempre, donde terminaba el local. Con los chicos decidimos no cambiar de sector justo esta noche, que era la tercera y la última justo ese año. Estaba re tranqui abrazado a mi amigo Facu que, cuando salió a hablar Pato me dijo: “¿No te jode? Me voy adelante”. Le contesté: “Anda, anda donde te guste. Después nos vemos… acordate, te voy a estar esperando acá”. Fiorito. Estaba adentro con una bandera de palo. Nos sentíamos ya en carnaval. Digamos que un poco anticipado, porque recién estaba llegando fin de año. Habíamos arreglado ir al Museo del Rock después del recital. Todo era de diez. Allá atrás, donde terminaba la barra, era pura joda. Nos cagábamos de la risa con Fiorito y otros pibes con la mejor onda para pasarla bien. Facu, de Paso del Rey. Durante los segundos previos al arranque de la banda, la emoción se apodera de la atmosfera y una sensación de intensa felicidad te recorre todo el cuerpo. Las banderas se agitan de un lado a otro. Excita sentir tanta pasión junta. El show está ahí… pato toma el micrófono. Una exclamación estruendosa festeja el arranque, pero Pato no arranca. Pato pregunta si se van a portar bien, y repite: “¿se van a portar bien?”. Todos
responden con un sí rotundo. Y sólo entonces a toda maquina, arranca con “distinto”, el primer tema de su último álbum “rocanroles sin destino”. Comienzo a sacudirme con ese rocanrol que me transporta, cuando veo algo “distinto”. Se escuchan gritos, la gente que está en el medio del salón se abre y forma una ronda. Me parecía rarísimo. Nada, al principio pensé que se estaban cagando a piñas. Me costaba entender qué pasaba… ¿Por qué gritar tanto? Los chicos que estaban conmigo tampoco llegaban a darse cuenta de lo que pasa. Lo loco es que la banda seguía tocando. ¿Qué mierda pasaba? Después fuimos entendiendo. Cada uno vivió distinto el momento en que el show de Callejeros se convirtió en la tragedia de Cromañón. Ocupaban el lugar que habían elegido. El resto lo haría el destino que, suena a increíble, llegaría a los “rocanroles sin destino”. Ezequiel Ratti Ni bien habían largado con el primer tema, más o menos a la mitad, la música se cortó repentinamente. Yo me encontraba retrocediendo a espaldas del escenario cuando Esteban, asustadísimo, me advirtió del fuego que se expandía por todo el techo. La gente comenzó a correr aterrorizada hacia las puertas de salida. Andy, de San Fernando. Fui a Cromañón miles de veces. Iba a ver a cuanta banda se me cruzaba por el camino, pero con Callejeros me pasaba algo especial, era algo distinto a todo. Cuando tocaban, en el aire flotaba una magia indescriptible. Sol Hayward Se apagaron las luces y el Pato salió al escenario. Era impresionante la polenta que ponía la gente cuando lo aplaudía. De tanto saltar y recibir empujones de todos lados terminé arrinconado al lado de la escalera. Miré a mi alrededor y no encontré a Pandulf. ¡Qué bajón! Lo había perdido. Me dije: “entre seis mil tipos, qué lo voy a encontrar”. En eso, adelante mío, habían unos flacos prendiendo bengalas. Gire l a cabeza y ahí estaba mi amigo Pandulf. Le dije: “vamos para atrás que acá no se puede ni respirar”. No le gustó la idea y medio caliente me contestó: “¡No! ¡Vamos a quedarnos! Que de acá se ve genial”. Levanté la cabeza y vi a un pibe arriba de los hombros de otro. A pesar del humo, que no me dejaba ver nada, me llamó la atención que revoloteaba para todos lados una cosa que no era una bengala. ¡Una candela! ¿Por qué una candela?
En alguna milésima de segundo creo haberme hecho esa pregunta. Digo creo, por que todo se fue dando tan rápido… no sé, fue de golpe. Miré el techo y la media sombra se estaba prendiendo fuego. Cachos de la tela en llamas caían al piso. El fuego se expandió por todos lados. Las banderas de los flacos que estaban delante de mí y las de otros que estaban trepados también se fueron encendiendo. La gente empezó a correr y a gritar enloquecida. Tato Me pareció medio extraño cuando al toque de empezar, el show se corta. Pensé que podría ser algún desperfecto de sonido. Lo que no sabíamos, porque desde nuestro ángulo no se alcanzaba a ver, es que alguien sentado a caballo sobre los hombros de un tipo había tirado una candela. Cuando nos avivamos de que el techo se prendió fuego, me quedé helado. No podía reaccionar. Había entrado en pánico. Facu
CAPÍTULO 5 E l caos Había una vez una fiesta. La fiesta pintó pasión. La pasión hechizó al fuego. El fuego abrasó al cianuro. El cianuro, dándose humos, expandió veloz su veneno e intoxicó los sueños, las ganas, las ilusiones de muchos que confiados partieron para esa fiesta de la que no volvieron más.
La asfixia iba en aumento. Sentía que me iba a morir. Por mi cabeza desfilaban mis viejos, mis amigos. Me di por vencida y me tiré al piso. No aguantaba más. Ya está. Nos íbamos a morir todos. De golpe, muchos se corrieron para atrás. ¿Por qué lo hacían? ¿Por qué esa masa se me abalanzaba? Enseguida vi cómo todos esos chicos tan sacados se trepaban a la barra. Tuve un click y reaccioné. Quise subirme, pero no pude. Pao me pidió que no lo hiciera. Le grité que no quería morir ni asfixiada ni quemada. ¿Cómo iba a morirme así? Pao no entendía nada. Todo era confusión. Ella pensaba que se abrirían las puertas y saldríamos todos o entraría alguien a apagar el fuego y listo. Viru
A prendimos a no mori r de sed, las cartas ya están echadas y el compromis o s ellado.
Al final largó el show. Se generó una energía que te hacía saltar, aunque no quisieras. Tipo como a la mitad del tema, cuando estoy por soltarme, una enorme tela que colgaba del techo comienza a quemarse. Pensé que podría ser parte del show, algún efecto especial para impactar, que estaba todo bien. ¿Todo bien? ¡Las pelotas! ¡Se estaba incendiando el lugar y yo ahí, con July! Que se quedó… la zamarreaba y nada. Le pegué un sopapo y
aterrizó. Nos agarramos de la mano y empezó a bajar como una nube. En ese momento, una masa de gente nos dio un coletazo. Nos mando para otra parte que nunca supe dónde fue, porque se cortó la luz. Ahí me avivo de que un remolino se tragó a July. Grité con toda el alma: “¡La concha de la lora!” no pude evitarlo. Me salió de adentro, tuve una gran regresión y comencé a llamar a mamá. Quería que alguien viniera y me rescatara de ese enjambre de pelos, rodillas, tetas, codos, muslos, pies invisibles, pero que sentía que me lastimaban. Me dolían. De tanto manotear y morder, pude sacar una mano y le clave las uñas a lo primero que encontré: el cuello de un chico, creo, porque no se veía un carajo. Le grité: “¡me muero, no aguanto más!”. Él a pesar de estar en la suya, en salvarse él, se agachó y me agarró del culo, me alzo con fuerza por arriba de los que me empujaban hacia abajo y me tiró sobre los que estaban más adelante. A ese chico le debo la vida. Coni. La presión era brutal. Me impedía toda posibilidad de mo vimiento, hasta que con la misma presión me hicieron caer del otro lado de la barra. Cuando me levanté, lo único que pude ver era una nube de humo. Para colmo, al toque se corta la luz. Fiorito Estaba paralizado. Desconcertado. No lo podía creer. No sé si era la incertidumbre de no saber qué va a pasar. Yo la veía simple, creo que en medio del quilombo, pensaba que íbamos a ir para afuera. Después entraríamos y todo seguiría igual, como si no hubiese pasado nada. Ni un segundo pensé que Cromañón podría prenderse fuego de esa manera. No caía. Pienso que a los demás les pasaría lo mismo. Si Eze no me agarra de la mano y me obliga a correr a la fuerza, muero ahí mismo intoxicado. Recuerdo cuando saltamos la barra y me caí, en ese momento en lo único que pensé fue en mí. Ahí uno pensaba en uno. Son circunstancias de la vida en que lamentablemente pensás solamente en vos. Y lo peor vendría después, cuando se cortó la luz. En ese momento la verdad es que pensé que quedaría atrapado ahí. Chau, ya está. ¡Me muero acá nomás! Facu, de Paso del Rey.
Los gritos que escuché esa noche fueron desgarradores. La gente corría por todos lados. Fui hasta el puestito que estaba contra la pared y de golpe quedé ahí como enterrado. No vi a Pandulf. Me puse el buzo en la