1.-Representantes del Conservadurismo en la Historia del Perú 1.1 Bartolomé Herrera
Huérfano desde 1813, inició su formación intelectual bajo la dirección de Luis Vélez, su tío materno. En febrero de 1823, de 1823, ingresó al al Real Convictorio de San Carlos. Carlos. Al ser evidentes sus aptitudes religiosas, fue el propio rector del convictorio, Manuel José Pedemonte, quien impulsó su dedicación al sacerdocio. En un inicio, se dejó ganar por las doctrinas del republicanismo y el regalismo, insinuando incluso sospechas contra el primado del Papa. Pronto, sin embargo, se vería impresionado por lecturas del pensamiento de la Restauración francesa, francesa, particularmente del historiador político François político François Guizot, así Guizot, así como la del doctrinarismo del doctrinarismo español de la época de Isabel de Isabel II, II, en particular de Juan Donoso Cortés, Cortés, líder de la reacción la reacción española contra el liberalismo. En 1839, En 1839, Bartolomé Bartolomé Herrera fue nombrado director de la Biblioteca Nacional, y Nacional, y un año después obtuvo el curato de Lurín. En 1842, 1842, asistió, como Rector, al inventario de libros de la biblioteca del Convictorio de San Carlos efectuado durante la visita del doctor Manuel Ascencio Cuadros. Ese año leyó su famoso Sermón por acción de gracias por el aniversario de la Independencia , manifiesto ultramontano con fuerte impronta del providencialismo del francés Bossuet y que marca una frontera en su pensamiento político. Durante esos años, también fue parte de la comisión revisora de los libros que ingresaban a la Biblioteca Nacional, dirigida en ese entonces por Francisco de Paula González Vigil, Vigil, y fue docente en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En Marcos. En ese periodo introdujo los manuales de krausismo alemán, traducidos del francés por él mismo. Por otro lado, postulaba que un grupo reducido debía estar al frente de la nación, la "soberanía de la inteligencia", inspirada en la filosofía francesa de la Restauración contra la "soberanía popular" jacobina de los liberales (el padre Francisco padre Francisco Xavier de Luna Pizarro y José Gálvez Egúsquiza) Egúsquiza).. Su carrera política, por otra parte, se inició con una diputación por Lima, en el año 1849. año 1849. Fue presidente de esa cámara y en 1851 asumió la Dirección General de Instrucción, creada por el presidente José presidente José Rufino Echenique. En 1852, En 1852, fue nombrado ministro plenipotenciario plenipotenciario ante las cortes de Nápoles, Turín y El Vaticano. En Europa se entrevistó con los principales reaccionarios de la época; conoció a Juan Donoso en París y trabajó como capellán para el Papa Pío IX. Más IX. Más adelante, se encargó de los ministerios de Justicia e Instrucción Pública, Gobierno y Relaciones Exteriores. Suscribió la Convención Fluvial, por la que el Emperador reinante del Brasil reconoció a las naves peruanas el derecho de libre navegación por el Amazonas. Designado Obispo de Arequipa, tomó posesión de su sede el 6 de enero de 1861, de 1861, cargo que ejerció hasta su fallecimiento en 1864.
1.2 José María Pando
Perteneciente a una noble y opulenta familia asentada en Lima, entonces capital del Virreinato del Virreinato del Perú, sus Perú, sus padres fueron el español Joseph Antonio Pando de Riva y Fernández de Liencres, I conde de Casa Pando, y la dama criolla Teresa Remírez de Laredo y Encalada, hija del Conde de San Javier y Casa Laredo. Sus hermanas fueron las condesas de San Pacual Bailón y Villar de Fuentes. A temprana edad pasó a España, donde se educó en el Real Seminario de Nobles de Madrid, de Madrid, donde donde se destacó por su talento. A la edad de 15 años ingresó al servicio diplomático de la Corona. Su primer destino fue la legación de Parma. En 1804 pasó a Roma como agregado a la legación acreditada ante la Santa Sede; al Sede; al parecer fue allí donde conoció a Bolívar, con quien trabó una gran amistad. Cuando en 1808 en 1808 fue impuesto como rey de España José Bonaparte, Bonaparte, hermano de Napoleón, de Napoleón, muchos muchos españoles se negaron a reconocerlo como tal, entre ellos Pando y los demás miembros de la legación de Roma. Por ello fue confinado en la fortaleza alpina de Fenestrelle. Luego tres años de estar preso, fugó, y pasando por Nápoles, por Nápoles, retornó a Lima. Se desconoce las actividades que realizó por entonces en su ciudad natal; lo cierto es que regresó en 1815 a España, en pleno auge de la restauración absolutista. Como había demostrado su lealtad a la monarquía borbónica, el rey Fernando VII lo acogió calurosamente y lo envío a los Países Bajos como secretario de la embajada, ascendiendo luego a Encargado de Negocios por ausencia del titular.
En 1818 volvió a España, siendo ascendido a Oficial de la Primera Secretaría de Estado y luego Secretario del rey Fernando VII. Se le otorgó además la Orden de Carlos III. Cuando ocurrió el pronunciamiento de Rafael del Riego en 1820, le correspondió redactar el decreto por el cual el rey prometió acatar la Constitución liberal de 1812. Se inauguró así el llamado Trienio Liberal en España. Prestigiado como diplomático, Pando fue sucesivamente nombrado Encargado de Negocios en Lisboa, Oficial segundo en la Secretaría de Estado y Secretario de la legación en París. Cuando el rey Fernando VII consiguió en secreto que Francia preparase una nueva invasión a España para poder recuperar su poder absoluto, los miembros de la embajada española en París fueron expulsados por pertenecer al gobierno liberal, entre ellos Pando. No obstante, Pando arribó a Madrid cuando el gobierno constitucional todavía subsistía, y aceptó el cargo de Secretario de Estado de España, que ejerció desde el 13 de mayo de 1823 hasta el 29 de agosto de 1823. El 27 de mayo dirigió a las cancillerías la célebre circular donde protestaba contra el derecho de intervención, que a la sazón aplicaban los países miembros de la Santa Alianza para hacer fracasar los progresos del sistema constitucional. Sin embargo, no consiguió evitar que las tropas francesas sometieran al gobierno liberal, apoyados por los conservadores españoles. Escapando de la feroz restauración absolutista, se embarcó hacia el Perú, que por entonces se hallaba en los días cruciales de su emancipación política. En junio de 1824 desembarcó en el Callao, que aún se hallaba ocupado por los españoles, y con el permiso del general José Ramón Rodil pasó a Lima, para atender asuntos familiares. A fines de ese año debía embarcarse hacia Chile, pero fue entonces cuando Simón Bolívar, ya triunfador en Junín y Ayacucho, le ofreció que se pusiera a su servicio. Pando aceptó y fue nombrado ministro de Hacienda, cargo que ejerció de 25 de marzo a 20 de mayo de 1825. Luego, como ministro plenipotenciario, fue agregado a la delegación que representó al Perú en el Congreso de Panamá. De vuelta al Perú, fue nombrado Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores del Perú, cargo que ejerció del 18 de mayo de 1826 al 27 de enero de 1827. Tras la reacción nacionalista y liberal de 1827 contra la influencia de Bolívar, fue excluido de la administración pública. Volvió a la vida política al iniciarse el primer gobierno del general Agustín Gamarra, convirtiéndose en uno de los más importantes sostenedores de ese régimen, de tendencia conservadora. Fue entonces ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, en tres ocasiones: del 31 de diciembre de 1829 al 20 de julio de 1830, del 1 de junio al 29 de julio de 1832, y de l31 de diciembre de 1832 al 11 de abril de 1833. También fue ministro de Hacienda, de 21 de julio de 1830 a 23 de abril de1831. Cabe resaltar la valiosa labor que desempeñó en la cancillería peruana, manteniendo a raya las desmedidas reivindicaciones territoriales de los ministros plenipotenciarios
de Colombia y Ecuador, Tomás Cipriano de Mosquera y Diego Novoa, y haciendo respetar el statu quo fronterizo. Finalizado el gobierno de Gamarra, Pando se comprometió en la revolución del general Pedro Pablo Bermúdez contra el gobierno provisorio de Luis José de Orbegoso. Bermúdez, hombre de Gamarra, se autoproclamó Jefe Supremo el 4 de enero de 1834 y Pando fue su ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores, pero brevemente, pues en abril de ese mismo año las fuerzas bermudistas, tras apresar a su caudillo, se reconciliaron con Orbegoso en el llamado abrazo de Maquinhuayo. En 1835 Pando regresó a España, desilusionado del desbarajuste político de su país natal, pero pese a sus esfuerzos, no logró que se le reconocieran sus servicios a la corona española, por haber sido ministro del libertador Bolívar. Tras sufrir algunos maltratos, vivió en el olvido durante algunos años, hasta que falleció. Ideas Políticas:
Pando fue defensor de un Ejecutivo con grandes poderes y un sistema electoral con un reducido número de electores, luego de la partida de Bolívar del Perú. Organizó un salón literario en su casa a finales de los años veinte y comienzos de los treinta, formando un grupo que abogó por el orden político y el elitismo. Participaron de la tertulia de Pando, personalidades como Andrés Martínez, Felipe Pardo y Aliaga, José Joaquín Olmedo, José Joaquín de Mora, Manuel Urquijo y José Antolín Rodulfo. Pando, preocupado por la anarquía de los países sudamericanos, pretendió instaurar en el Perú un Estado en forma, un orden que, una vez constituido, garantizara las libertades de los ciudadanos. Por esa razón su predilección por reforzar los poderes del ejecutivo, limitar el ejercicio de la ciudadanía (tal como sucedía en la Europa liberal de la época mediante el sufragio capacitario), y su pretensión por organizar la administración en el país. De ahí su intención por aplicar algunas tesis de Guizot, entre ellas la "aristocracia del saber" en el gobierno. Sin embargo, existe una leyenda negra sobre Pando. Se le ha considerado como un político inconsecuente y de lealtades cambiantes, un "proteo", como se le adjetivaba en su época. Del mismo modo se le ha querido enrostrar su apego a los caudillos militares, esto es, haber propugnado el militarismo. Empero, ello es incorrecto. Pando con solo postular la tesis de la aristocracia del saber demostraba su animadversión hacia los militarismos. No obstante, era consciente de que en la situación que en ese entonces vivía la república peruana, la presencia militar se hacía más que necesaria para procurar contener la anarquía y otros males que acechaban la república. Lamentablemente, Pando fracasó. Todo el odio y encono que se le tenía por haber sido un advenedizo en la independencia, brindar su colaboración a Bolívar y apoyar a Gamarra, se multiplicó al haber participado en la revolución de Bermúdez. Esa fue una de las razones para retirarse del país.
Las principales ideas políticas de Pando, durante su estancia en el Perú, se encuentran en los periódicos Crónica Política Literaria de Lima (1827), Mercurio Peruano (1827 - 1829) y La Verdad (1832 - 1833).
1.3 Felipe Pardo y Aliaga
Nació en el seno de una familia aristocrática. Sus padres fueron el magistrado gallego Manuel Pardo Ribadeneira (oidor de la Real Audiencia de Lima y regente de la del Cuzco) y la dama limeña Mariana de Aliaga y Borda (hija de los marqueses de Fuente Hermosa de Miranda). Los primeros años de su infancia transcurrieron en Cuzco y allí fue testigo del ensañamiento con que trataron los revolucionarios de 1814 a su padre (entonces regente de la Audiencia cuzqueña), quien fue apresado y sentenciado a muerte, pena que no llegó a cumplirse debido a la derrota de los rebeldes. En 1821, tras la proclamación de la Independencia del Perú, su padre decidió marcharse con su familia a España. Allí, Felipe Pardo estudió bajo la guía de Alberto Lista, en el Colegio de San Mateo; y bajo el amparo de aquel maestro ingresó a la Academia del Mirto, donde alternó con José de Espronceda, Ventura de la Vega y otros escritores notables. Esta estancia en tierra europea le permitió obtener una formación de orientación clásica. Alberto Lista, de notable influencia en su tiempo, es considerado un romántico, pero del tipo conservador, es decir, más cercano al romanticismo „histórico‟ (el que buscaba la estabilidad de los valores tradicionales) que al „liberal‟ (el que estaba ligado a los movimientos revolucionarios de ese tiempo), lo
que explica que el programa de estudios de su colegio tuviera una base neoclásica. Regresó al Perú en 1828, para hacerse cargo de intereses familiares, ya que sus abuelos maternos habían fallecido hacía poco. Establecido en Lima, fue nombrado profesor de Matemáticas y Filosofía en el Seminario de Santo Toribio, y se dedicó a los estudios forenses para recibirse de abogado, en la Universidad de San Marcos. Pero el hecho más importante de esta época fue su contacto con el ministro José María de Pando, quien en 1827 había fundado un nuevo Mercurio Peruano, importante diario de la época. Pando era ya muy reconocido por sus simpatías autoritarias. La amistad que nació entre ambos hizo que Pardo se integrara al grupo de amigos que Pando reunía para discutir temas políticos y literarios: Hipólito Unanue, José Joaquín Olmedo, Manuel Ignacio de Vivanco, el español José Joaquín de Mora y otros. Publicó su primer trabajo literario en el Mercurio Peruano: una oda titulada Vuelta de un peruano a su patria. En adelante, aparecieron otros poemas suyos, así como críticas teatrales. A fines de 1828, pasó a ejercer la dirección de dicho periódico, junto con Antolín Rodolfo. En 1830, por influjo de Pando, a la sazón Ministro de Gobierno, fue nombrado editor del periódico oficial El Conciliador . Del mismo modo fundó, a su costa, La Miscelánea. Eran los días del primer gobierno del general Agustín Gamarra. En ese año estrenó la pieza teatral Frutos de la educación, que recibió una fuerte crítica, especialmente del cura José Joaquín de Larriva, con quien mantuvo un enfrentamiento literario.
En septiembre de 1830 fue nombrado Secretario de la Legación peruana en Bolivia. De paso por Arequipa, se examinó para optar el título de abogado. De vuelta a Lima, contrajo matrimonio con Petronila de Lavalle y Cabero, joven perteneciente a una importante familia de la elite limeña. Meses más tarde, estrenó Don Leocadio y el aniversario de Ayacucho. Luego intervino activamente en la política. Hizo oposición al gobierno del general Luis José de Orbegoso. Su primera orden de deportación ocurrió en 1834, acusado de participar en una conspiración contra Orbegoso. Sin embargo, Pardo logró eludir la orden, escondiéndose en diferentes barcos anclados en el puerto del Callao. Finalmente, fue amnistiado. De vuelta a la actividad, publicó el periódico El Hijo del Montonero, en contraposición del periódico orbegosista El Montonero (1834). Tras la ascensión al poder del teniente coronel Felipe Santiago Salaverry, saludó y colaboró con esta administración (véase los editoriales de El Voto Nacional) y, posteriormente, medió en la conciliación de Salaverry con Agustín Gamarra, en vista de la unidad que el país necesitaba ante la invasión boliviana dirigida por Andrés de Santa Cruz (1835). En esa ocasión realizó una breve y festejada obra de propaganda y ataque contra el invasor, en los periódicos El Coco de Santa Cruz , Para Muchachos y El Conquistador . Salaverry lo nombró ministro plenipotenciario en España, por lo cual partió con toda su familia desde el Callao, haciendo escala en Chile. Pero en Santiago se enteró de la derrota y fusilamiento de Salaverry, por lo que decidió permanecer en esa ciudad, dedicado a una feroz crítica periodística contra Santa Cruz y la flamante Confederación Perú-Boliviana, a través de publicaciones como El Intérprete y La Jeta. Es más, promovió las dos Expediciones Restauradoras que partieron de Chile para liquidar dicha Confederación. Dichas expediciones la conformaban chilenos y peruanos aliados contra Santa Cruz. Sin embargo, Pardo intentó desvincularse de la segunda campaña, pues los generales peruanos Luis de Orbegoso y Domingo Nieto, al frente del Estado Nor- Peruano, se habían alzado contra Santa Cruz. Visto este nuevo escenario, Pardo consideró que la presencia de un ejército extranjero en el Perú (el chileno) carecía ya de justificación. A partir de entonces se dio una de las etapas más caóticas de la historia de la república peruana, llegando a haber hasta siete presidentes al mismo tiempo. Desengañado, Pardo decidió regresar a Chile. De todos modos, la segunda expedición restauradora logró su objetivo de derrotar a Santa Cruz y acabar con la Confederación (1839). Tras la caída de la Confederación, Pardo retornó al Perú. Pero una vez más pasó al destierro, dejando a su familia en Lima. En 1840 el Congreso General de Huancayo le permitió regresar, y poco después pasó a ser vocal de la Corte Suprema del Perú. Nuevamente desterrado, volvió en 1842, para curarse de una enfermedad en las piernas en los baños de Yura, cerca de Arequipa.
Por esta época escribió su periódico más recordado: El espejo de mi tierra (dos números, en 1840), considerado una valiosa antología de la literatura costumbrista peruana del siglo XIX. En esta publicación aparecieron cuentos, poemas humorísticos y artículos del propio Pardo: Un viaje y El paseo de Amancaes , que son en la actualidad los más mencionados. Especialmente el primero, cuyo personaje, el niño Goyito, representa al "niño bien" de Lima. Detrás del argumento se puede leer un ataque a la educación consentidora de los muchachos criollos y lo poco orientada que ella estaba a formar jóvenes virtuosos y emprendedores. Las críticas a sus ideas no se hicieron esperar. Apareció al poco tiempo Lima contra El Espejo de mi tierra , que contaba con la colaboración de Manuel Ascencio Segura, el otro escritor fundamental de esa época. Sin firmarlas, Pardo y Segura intercambiaron letrillas satíricas, uno contra otro, para deleite de sus lectores. Desde una posición social, menos privilegiada, Segura y sus demás críticos le achacaban su conservadurismo que lo llevaba a posturas antidemocráticas, además de caer en ciertos prejuicios raciales. El espejo de mi tierra tuvo una vida breve, pero reapareció en un único número en 1859, aunque en esta ocasión se concentró en la crítica política. Dicha publicación, en sus dos periodos, concentra los mejores trabajos articulistas de Pardo. Durante el Directorio de Manuel Ignacio de Vivanco, Pardo fue Ministro de Gobierno y Relaciones Exteriores (1843-1844). En 1844 editó el periódico La Guardia Nacional , que tuvo 37 números, en donde defendió a Vivanco, representante del conservadurismo político. Dicha publicación se cuenta entre las más notables aparecidas en Lima. Cuando Vivanco fue derrotado y derribado por la revolución constitucionalista encabezada por Ramón Castilla, Pardo tuvo que partir al destierro por séptima vez. Sin embargo, volvió y aceptó servir en el primer gobierno de Castilla, siendo nuevamente nombrado Ministro de Relaciones Exteriores, entre 1848 y 1849. Por entonces su salud se deterioró considerablemente. Sin embargo, en los años siguientes siguió ocupando cargos políticos. El más alto fue el de vicepresidente del Consejo de Estado, en 1851, un cargo que en realidad representaba más que nada un reconocimiento a su trayectoria como hombre público. Su enfermedad continuó su curso inexorable y en vano viajó a Europa para tratarse, entre marzo de 1850 y julio de 1851. Llegaría a quedar inmóvil y a perder la visión. Pardo continuó con sus escritos, a veces contrarios a los hábitos del gobierno mismo, a pesar de ser parte de él. Cuando se reunió la Convención Nacional en 1855 para elaborar una nueva Constitución, publicó sus poemas cívicos El Perú y Constitución política, este último en un nuevo y último número de El espejo de mi tierra (1859). En 1860, la Real Academia de la Lengua Española, a propuesta de sus antiguos compañeros de colegio, Ventura de la Vega, Roca de Togores y Segovia, lo eligió miembro correspondiente, siendo el primer peruano en recibir esta distinción.
Aquejado por sus problemas de salud, se retiró definitivamente de las actividades públicas, dedicándose exclusivamente a sus labores literarias. Ayudado por su hija Francisca (a quien llamaba cariñosamente “Paca”), dedicó las pocas energías que le quedaban para la recopilación de sus obras, en prosa y verso, la cual apareció impresa al año siguiente de su muerte, con prólogo de su hijo Manuel Pardo y Lavalle.
1.4 Riva Güero y Osma
Su padre fue José Carlos Francisco de la Riva Agüero y Riglos, hijo de José de la Riva Agüero y Looz Corswarem y nieto del primer presidente del Perú, José de la Riva Agüero y Sánchez-Boquete. Su madre fue María de los Dolores de Osma y SanchoDávila, hija de Ignacio de Osma y Ramírez de Arellano y Carmen Sancho-Dávila y Mendoza. Pertenecientes ambos a nobles familias limeñas de ascendencia colonial, heredó el título de Marqués de Montealegre de Aulestia. Nació en 1885 en una casona de la familia Ramírez de Arellano (actual sede del Instituto Riva-Agüero). A la muerte de su padre (1906) y su madre (1926), fue adoptado por su tía, Rosa Julia de Osma y Sancho-Dávila, marquesa de Casa-Dávila. Hizo sus estudios escolares en el Colegio Sagrados Corazones Recoleta de Lima, del que se graduó en 1901. En 1902 ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para estudiar filosofía, letras y derecho. Se graduó en 1905 como bachiller en letras con la tesis «El carácter de la literatura en el Perú independiente» y logró su doctorado en 1910 con el célebre estudio «La historia en el Perú». Asimismo, obtuvo un bachillerato en Jurisprudencia en 1911 con un estudio sobre el «Fundamento de los interdictos posesorios». Tras un largo viaje por pueblos de Bolivia y la sierra sur del Perú, escribió una serie de memorias de viaje, publicadas parcialmente en el Mercurio Peruano y que años después de su muerte serían reunidas en el libro Paisajes peruanos. Al volver a Lima, se recibió de abogado el 27 de noviembre de 1912, con un «Ensayo de filosofía jurídica en torno al concepto de Derecho». Se unió al Ejército al producirse los conflictos con Bolivia (1909) y Ecuador (1910), aunque nunca estuvo en servicio activo. Su participación en la vida política se inició el 12 de setiembre de 1911, cuando el diario El Comercio publicó un artículo suyo titulado "La Amnistía", donde exigía al gobierno de Augusto B. Leguía la promulgación de una ley de amnistía para los presos involucrados en la intentona golpista del 29 de mayo de 1909. Asimismo, criticaba la situación política y social, el exceso de gastos y empréstitos del gobierno y la debilidad del Congreso. El gobierno, por intermedio del ministro de Gobierno Juan de Dios Salazar y Oyarzábal, ordenó la detención de Riva Agüero. Fue entonces que la juventud universitaria salió a protesta r a las calles, gritando “abajo la dictadura” y “viva la democracia”, siendo reprimida severamente por la gendarmería. Este acontecimiento constituyó el primer choque de los universitarios y la fuerza pública que registran los anales históricos del Perú .1 Esta protesta, sumada a la del parlamento y la prensa, hizo que Riva Agüero fuera puesto en libertad, e incluso provocó la caída del ministro del Gobierno.
Luego, viajó a Europa, a fin de participar en el Primer Congreso de Historia y Geografía Hispano-americanas, realizado en Sevilla en 1914. A su retorno al Perú, fundó en 1915 el Partido Nacional Democrático, integrado mayormente por jóvenes profesionales de su generación que apoyaron la candidatura presidencial de José Pardo y Barreda, quien ganó las elecciones de ese año. Al realizarse las elecciones de diputados por Lima en 1917, Riva Agüero y los suyos se abstuvieron de participar, al aducir que no pensaban en el presente, sino en el mañana. Por ello, la prensa los apodó de «futuristas» y así se conoció desde entonces a su partido: el «Partido futurista». En 1916, Riva Agüero pronunció en San Marcos un «Elogio del Inca Garcilaso de la Vega», en el marco de la conmemoración del tercer centenario de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega. El entonces joven periodista José Carlos Mariátegui lo criticó severamente desde las columnas de La Prensa en lo concerniente a algunas peculiaridades sobre el uso del idioma. A raíz de este incidente, Riva Agüero tuvo siempre un trato desdeñoso hacia quien se convirtió poco después en el gran pensador socialista del Perú. Por aquella misma época, se batió a duelo con el director de El Tiempo, quien había avivado la posibilidad de hallar culpable de traición a su antepasado, el prócer José de la Riva Agüero y Sánchez Boquete. En 1918 dictó en la facultad de Letras de San Marcos una serie de lecciones sobre el Perú prehispánico; sin embargo, su etapa como catedrático sanmarquino fue corta. Al producirse el golpe de estado de Augusto B. Leguía el 4 de julio de 1919, Riva Agüero lanzó un manifiesto a la nación ese mismo día, en el que defendió el orden constitucional. Acto seguido viajó a Europa. Su autoexilio se prolongó lo que duró el régimen leguiísta, conocido después como el Oncenio. Esta estadía europea fue muy fecunda. Pasó por Francia, Italia y España; en estos dos últimos países profundizó en las fuentes clásicas de la cultura peruana y confrontó informaciones documentales acerca de la historia de su patria. En su pensamiento se operó una fundamental modificación al evolucionar desde un liberalismo racionalista hacia un severo conservadurismo afianzado en la fe católica. Este cambio lo impulsó a legitimar y recuperar el título familiar de marqués de Montealegre de Aulestia (1926) y de Casa Dávila (1929) ante la Corona española. Retornó al Perú en agosto de 1930, el mismo día en que renunciaba Leguía, siendo testigo de la terrible crisis política que sobrevino después. Retomó entonces su carrera política; no quiso ser diputado constituyente, pero sí aceptó ocupar una serie de cargos públicos: fue alcalde de Lima en 1931-1932, presidente del Consejo de Ministros y ministro de Justicia, Instrucción y Culto de 1933 a 1934, durante el gobierno de Óscar R. Benavides, cargo al que renunció por no aceptar la ley que aprobaba el divorcio de mutuo disenso, que atentaba contra la fe católica.
Fue decano del Colegio de Abogados de Lima (1936), pese a que nunca ejerció la abogacía, y director de la Academia Peruana de la Lengua (1934-1944). Fue también presidente del movimiento cívico Acción Patriótica, creado para respaldar la candidatura presidencial de Manuel Vicente Villarán durante las frustradas elecciones de 1936. En 1937 dictó en la Universidad Católica un curso sobre la civilización peruana prehispánica. Luego efectuó un viaje alrededor del mundo (1938-1940) que lo llevó a Japón, a otros países de Oriente de vieja tradición cultural y algunos de Europa que por entonces eran regidos por dictaduras. Su temor hacia el comunismo internacional (ateo y antirreligioso por naturaleza) lo llevó a elogiar y apoyar a los regímenes fascistas europeos de Italia, Alemania y España. Falleció en 1944, en su habitación del Hotel Bolívar de Lima, como consecuencia de un derrame cerebral. Tenía entonces 59 años de edad y fue, según su voluntad, embalsamado y vestido con el hábito de la Orden de San Francisco, enterrado en el mausoleo de su familia en el Cementerio Presbítero Maestro, junto a su abuelo, José de la Riva Agüero y Looz Corswarem, y su bisabuelo, el mariscal José de la Riva Agüero. Si bien inicialmente pretendió dejar a la Universidad de San Marcos su fortuna heredada de su tía, Rosa Julia de Osma y Sancho-Dávila, marquesa de Casa-Dávila, hermana de su madre y eximia católica, el predominio de ideas liberales y el surgimiento del ateísmo en su alma mater , motivó que finalmente la legara a una institución más ligada a la Iglesia Católica: la Pontificia Universidad Católica del Perú. Dejó como albaceas de su fortuna a Pedro de Osma y Pardo, Carlos Arana Santa María y a Víctor Andrés Belaúnde Diez Canseco. Sus discípulos más importantes fueron los historiadores peruanos Guillermo Lohmann Villena, José Agustín de la Puente Candamo y Pedro Benvenutto Murrieta. Ideas Políticas:
Luego de una juventud de ideales afrancesados y modernistas, con fuerte influencia de Marcelino Menéndez y Pelayo, Riva Agüero se interesó por la sociología francesa del siglo XIX, el liberalismo inglés y la Escuela Histórica Alemana, tanto en Derecho como en historiografía. Después de una prolongada estancia en Roma, evolucionó hacia un fuerte conservadurismo. Se puede fijar el año de 1932 como fecha de su abjuración de su liberalismo y su retorno al catolicismo. Políticamente, se orientó a favor de los regímenes fascistas totalitarios. Es muy posible que recibiera también la influencia de las obras del sacerdote Bartolomé Herrera, insigne conservador peruano cuyas obras se publicaron con auspicio del gobierno del presidente Augusto B. Leguía a fines de los años 1920.
En lo concerniente al pensamiento sobre el Perú, fue un nacionalista ferviente. Propugnaba la «regeneración» del país mediante el estudio sistemático de su gente y de su historia; y él mismo abordó prácticamente todas las épocas del pasado peruano, aunque concedió mayor atención a la época colonial. Fue favorable a la forma monárquica de gobierno en el momento de la independencia (1821-1824), a la defensa territorial peruana sobre la base de los límites del país bajo la monarquía borbónica y al proyecto fallido de la Confederación Perú-Boliviana.
1.5 Manuel Ignacio Vivanco
Hijo de Bonifacio Antonio de Vivanco y Cañedo, comerciante, y de la dama limeña Marcela de Iturralde y Gorostizaga. Inició estudios en el Real Convictorio de San Carlos, pero luego de proclamada la independencia se incorporó a las filas patriotas (28 de noviembre de 1821). Fue destinado como guardiamarina y participó en una expedición a la cual se asignó a bloquear los puertos intermedios del sur; efectuó luego un desembarco sorpresivo en Arica, realizó una campaña de hostigamiento contra la escuadra española y protegió la travesía de los transportes militares en los cuales regresaron las fuerzas vencedoras de Pichincha. De vuelta a Lima, solicitó pasar al ejército. Sirvió algunos meses como cadete y ascendido a subteniente participó en la Segunda Campaña de Intermedios (1823), que bajo las órdenes del general Agustín Gamarra penetró en el Alto Perú, para luego desde Oruro emprender la retirada hacia la costa. Luego participó en la campaña del norte contra el presidente José de la Riva Agüero, se sumó al ejército libertador de Bolívar y concurrió a las batallas de Junín y Ayacucho (1824). Ascendido a teniente segundo, concurrió a la campaña de pacificación del Alto Perú; durante ella fue promovido a teniente primero (1825), y a su regresó actuó en las operaciones iniciales contra los rebeldes iquichanos, quienes en Huanta todavía batallaban bajo bandera española (1826). Entre guerras y revoluciones Sucesivamente promovido a capitán graduado (1827) y efectivo (1828), fue incorporado al estado mayor de la División del Norte en la guerra contra la Gran Colombia. Combatió en la batalla del Portete de Tarqui (27 de febrero de 1829) y luego fue destacado a las fuerzas de ocupación en Guayaquil. Allí contribuyó a la edición de El Atleta de la Libertad, periódico destinado a combatir el desenvolvimiento de la guerra y la conducta de Gamarra. Ordenada su prisión, se trasladó precipitadamente a Lima, donde solicitó su retiro al ser derrocado el presidente José de La Mar. Pero no se aceptó su petición y pasó a ser edecán del general Antonio Gutiérrez de La Fuente, siendo ascendido a sargento mayor. Más tarde fungió de secretario en la misión a Bolivia encabezada por el ministro Pedro Antonio de la Torre y Luna-Pizarro, misión que dio origen a los tratados suscritos en Arequipa (1831); con los textos suscritos tornó a Lima para disfrutar de licencia.
Graduado de teniente coronel, se le confió la dirección del Colegio Militar establecido en Lima (1832), y reconocida la efectividad de su clase, el presidente Luis José de Orbegoso le confió el mando del batallón “Cuzco”. Desde tal posición apoyó el pronunciamiento del general Pedro Pablo Bermúdez (4 de enero de 1834) y pasó a asumir la prefectura de Lima. Pero debió abandonar la capital, debido a la hostilidad popular (28 de enero), y cabalgando al lado de La Mariscala, resultó herido en un muslo. Debelada dicha revolución, pasó a Bolivia. De vuelta al Perú, inicio trabajos agrícolas en Majes, pero con ocasión de la invasión boliviana, se reincorporó al servicio, colaborando primero con el mariscal Gamarra, a quien acompañó en la batalla de Yanacocha; apoyó luego al general Felipe Santiago Salaverry, quien lo incorporó a su estado mayor y lo ascendió a coronel (1835). En la campaña efectuada sobre Arequipa fue hecho prisionero al ser derrotado en el combate del Gramadal (26 de enero de 1836), consiguiendo su liberación tras ser canjeado por dos oficiales bolivianos (5 de febrero. Lucha contra la Confederación Perú-Boliviana. Tras la batalla de Socabaya emigró a Chile y se unió allí a los conspiradores contra la Confederación Perú Boliviana, participando en las expediciones restauradoras de 1837 y 1838, pero en ambas mantuvo una posición personalista y se rodeó de un grupo de personas adictas, a los cua les se les dio el apelativo criollo de “la argolla”. Cuando durante la segunda de dichas expediciones los restauradores marcharon a luchar contra Orbegoso, presidente del Estado Nor-Peruano, Vivanco se negó a luchar, aduciendo que solo había venido a combatir a Santa Cruz. No obstante, hubo de cumplir eventuales comisiones de servicio y fue nombrado prefecto de Arequipa el 16 de noviembre de 1839, ya bajo el segundo gobierno de Gamarra. Su revolución “regeneradora” (1841 9).
Como muchos jefes militares tuvo ambición de poder e inició en Arequipa un movimiento “regenerador” el 4 de enero de1841, tomando el título de Jefe Supremo. Para combatirlo, Gamarra envió a su ministro de Guerra, general Ramón Castilla, quien sufrió un revés en Cachamarca (25 de marzo) para luego triunfar en Cuevillas (30 de marzo), obligando a Vivanco a emigrar a Bolivia. Fue el inicio de la rivalidad entre Castilla y Vivanco, una de las más intensas en la historia republicana del Perú.
2.-Liberalismo versus el Conservadurismo El panorama político latinoamericano de la época estuvo dominado mayoritariamente por la presencia de liberales y conservadores. La participación política estaba restringida a un grupo limitado de los habitantes del país, que eran los que tomaban las principales decisiones. Los partidos políticos, como agrupaciones organizadas y burocratizadas prácticamente no existían, y con el tiempo las organizaciones políticas tendían a convertirse en maquinarias destinadas únicamente a ganar las elecciones. De modo, que se activaban en las cercanías de los comicios y luego pasaban por un período de aletargamiento. Por ello la actividad política solía realizarse en los salones sociales, en los clubes y en las tertulias donde coincidían los miembros de la oligarquía. Las relaciones personales y familiares eran fundamentales, al igual que los lazos regionales y las redes informales, y solían estar por encima de las diferencias ideológicas. Las características de unos y otros también variaban de país a país, dependiendo en gran medida de su composición social: importancia de las comunidades indígenas, existencia de grupos de artesanos urbanos, peso de los campesinos, etc. Al ser muy tenues las diferencias entre liberales y conservadores, era más importante la adscripción partidaria, basada en lealtades personales, que la ideológica. Esto no significa que no exista una línea de pensamiento liberal y otro conservador desde el principio de la vida republicana, pero éstas no siempre se reflejaban de un modo homogéneo en la actividad política y partidaria. Entre 1820 y 1845 buena parte de los políticos latinoamericanos seguían en materia económica al liberalismo manchesteriano. De ellos saldrían posteriormente los liberales y los conservadores. Estas diferencias se observan en Chile, donde se enfrentaban los pelucones o estanqueros (conservadores) con los pipiolos (liberales y federalistas). La coherencia ideológica era difícil de encontrar en unos y otros, no sólo en temas estrictamente políticos, sino también en materia doctrinaria. Muchos de los liberales económicos no tuvieron reparos en levantar banderas proteccionistas cuando la situación del comercio exterior así lo requirió, caso de Lucas Alamán en México, o de Alejandro Osorio en Colombia. Desde mediados del siglo en adelante los liberales latinoamericanos renovaron su fe librecambista ante el incremento de las exportaciones, con algunas excepciones, como el proteccionismo mexicano. Hasta los años cuarenta, el conservadurismo actuó sin una doctrina demasiado elaborada y al, basar su práctica política en el ejercicio del poder tampoco la necesitaban demasiado. Este hecho dificulta definir a los distintos regímenes como conservadores, ya que las opciones que se presentan son muy amplias. De este modo, podrían señalarse como conservadores a regímenes tan diversos como el de Diego Portales, en Chile; el de Páez, en Venezuela o el de Rosas en el Río de la Plata. En ciertos casos, y desde mediados de siglo, los liberales comenzaron a contar con el respaldo del emergente grupo de los artesanos urbanos, de importancia considerable en Colombia, y en menor medida en México, Chile y Perú. En Venezuela, la protesta liberal, difundida en Caracas por los periodistas Tomás Lander y Antonio Leocadio Guzmán, antiguo colaborador de Páez, aumentó de tono en 1846 y, a diferencia de otros países, no se limitó a las ciudades, dados los apuros de los campesinos por la evolución de los precios del café y el encarecimiento del crédito. Un tema conflictivo era el destino de los ingresos fiscales, dedicados al pago de la deuda externa, mientras la oposición
liberal reclamaba más inversiones en obras públicas. La conflictividad aumentó y en 1848 el general José Tadeo Monagas, presidente con el apoyo de Páez desde el año anterior, se volvió contra su protector para acabar con la república conservadora e iniciar el período de la oligarquía liberal. En 1858, ante el aumento de la corrupción, el desorden y la conflictividad de la época de los Monagas, la alianza de liberales y conservadores desplazó al clan gobernante y puso fin a la oligarquía liberal. Se volvió a plantear la carrera por el poder entre azules (conservadores) y amarillos (liberales), que acabó en una nueva guerra civil, la Guerra Federal, entre 1859 y 1863. En 1861 Páez retornó a la vida política para encabezar la resistencia azul, pero pese a su gobierno dictatorial no logró imponer sus puntos de vista. La falta de acuerdo entre las facciones oligárquicas propició la revolución amarilla, liderada por Antonio Leocadio Guzmán, que supo canalizar el descontento popular. El régimen liberal promulgó en 1864 una nueva Constitución. Se trataba de un corpus democrático y federalista, que instauraba el sufragio universal masculino. Se emprendieron numerosas reformas, como la modernización de los transportes, la codificación y reforma del derecho privado, la introducción del matrimonio y los cementerios civiles, la supresión de las órdenes religiosas y la potenciación de la enseñanza primaria. A partir de mediados de siglo los conservadores también comenzaron a tener una mayor coherencia doctrinaria. En este sentido es muy interesante rastrear la evolución del mexicano Alamán que comenzó a elaborar en los años cuarenta, bajo el influjo de Edmund Burke, un discurso mucho más trabajado desde el punto de vista doctrinario, en el que la autoridad y la defensa de la tradición pasaron a ocupar un lugar central. Hubo otros autores, como el cura peruano Bartolomé Herrera, que basaron su discurso en el tradicionalismo y el escolasticismo español y como, según él, la soberanía provenía de la razón divina, la Iglesia y su defensa se convirtieron en pilares del sistema. Después de las revoluciones europeas de 1848 muchos liberales moderados evolucionaron hacia el conservadurismo, como reacción a los planteamientos radicales que los revolucionarios habían esgrimido y ante el temor a que esas ideas se trasplantaran a América. Pese a las coincidencias políticas de las elites, la principal línea de fractura pasaba por las posiciones a asumir frente a la Iglesia católica. Desde mediados de siglo la cuestión religiosa se convirtió en un problema político importante en países como México, Colombia, Chile o Perú, donde los sectores más liberales comenzaron a abogar por la separación entre la Iglesia y el Estado. Por el contrario, los conservadores veían en la iglesia católica la principal baza para defender el orden social. Sin embargo, las medidas desamortizadoras adoptadas en numerosos países respondían básicamente a motivaciones fiscales, ante los apuros que pasaba la Hacienda pública, más que a los enfrentamientos en torno a la religión. Uno de los líderes conservadores que adoptó en el gobierno una postura más militante en defensa del catolicismo fue el ecuatoriano Gabriel García Moreno, que gobernó autoritariamente entre 1860 y 1875. Consagró el país al Sagrado Corazón, permitió el retorno de los jesuitas y en 1863 firmó un concordato con el Vaticano, muy favorable para la Iglesia. Su obsesión por la religión no le impidió pacificar el país, ni impulsar la educación primaria, ni introducir el sufragio universal en 1861, lo que le granjeó cierta impopularidad entre el clero pese a su posicionamiento ideológico. En 1865 finalizó su mandato, pero las inequívocas muestras de ineficiencia de sus sucesores facilitaron su retorno en 1869, cuando se hizo proclamar Jefe Supremo. Sus arbitrariedades aumentaron el tono de las protestas populares y en 1875 murió asesinado. En Colombia, el conservador Ospina fue elegido presidente en 1857. Ospina veía a la religión como una fuerza de movilización política y una de sus primeras medidas fue permitir el retorno de los jesuitas al país (los conservadores ya lo habían hecho en 1844, pero los liberales los expulsaron nuevamente en 1850). El convencimiento de los liberales de que los conservadores no respetaban el federalismo condujo a una guerra civil, ganada por los primeros, que en 1861 llevaron al poder a Tomás Cipriano de Mosquera, antiguo líder conservador convertido al liberalismo. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la nueva expulsión
de los jesuitas junto con las restantes órdenes religiosas, la supresión de conventos y monasterios y la desamortización de todas sus propiedades.
3.-Conservadurismo aplicado a la política actual A mediados del siglo pasado se libró en el Perú una pugna ideológica entre liberales y conservadores, como expresión de esta recomposición social y de dominio de los sectores dominantes. Los primeros sostenían como bandera: la soberanía popular, la igualdad ante la ley, la descentralización administrativa, la ampliación del sufragio, la separación de la Iglesia y el Estado, y la subordinación del ejército al poder civil. En otras palabras, fueron favorables al principio republicano y democrático relativo a fomentar la conversión de los peruanos en ciudadanos, rompiendo vía la universalización de los derechos, los lazos de relación política pre-capitalista. Estos republicanos liberales tuvieron en Hipólito Unanue, Francisco Javier Mariátegui, Javier Luna Pizarro, Francisco de Paula González Vigil, los hermanos José y Pedro Gálvez, sus más importantes exponentes, siendo el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe el principal centro de irradiación de la doctrina liberal. Por su naturaleza poco orgánica y por el tipo de estructura política del país, el grupo liberal no se cohesionó de manera directa con ningún sector de la clase plebeya. Por su lado, los Conservadores clamaban por un Estado autoritario, centralizador y clerical, limitado, en donde fuera posible, la mayor y más activa participación de las clases populares. Colocaban especial énfasis en la unidad y la preservación del orden por medio del Estado. Mantenían la idea elitista de la política como manejo de gobierno y el rol adjunto a cada uno de los segmentos de la sociedad en determinadas funciones. El más destacado representante de esta corriente fue el sacerdote Bartolomé Herrera y su pensamiento encontró en el Convictorio de San Carlos el lugar de su propalación. Sin embargo, ninguna de las dos corrientes, de la joven república peruana, lograron -y tampoco se lo propusieron- la formación de organismos permanentes del tipo de partidos. Dichas funciones fueron, de alguna manera, absorbidas por la presencia hegemónica del ejército, especie de supra-partido, y especialmente de sus jefes constituidos en caudillos. La no aparición de partidos daba cuenta de un sistema político regido por reglas excluyentes, en donde el debate se circunscribió a la escena parlamentaria, lugar en el que se encontraba representado el segmento social minoritario conformando una élite privilegiada sin lazos con el conjunto mayoritario de la clases sociales.
4.-Partidos políticos y ejemplos Coalición Conservadora fue una coalición de partidos políticos de derecha conservadora del Perú que obtuvieron la victoria en las Elecciones generales del Perú de 1939 para regresar al orden constitucional. Su líder, Manuel Prado Ugarteche fue Presidente de la República del Perú en dos ocasiones (1939-1945) (1956-1962). Al finalizar el periodo en 1945, la alianza se disolvió, y los partidos políticos fueron por sus propios caminos. Los partidos que lo integraban fueron el Partido Conservador del Perú y el Movimiento Democrático Peruano. Partidos Conformistas
Partido Constitucional Renovador del Perú Acción Republicana
Partido Economista del Perú
Partido Republicano del Perú
Movimiento Democrático Peruano
Partido Nacionalista del Perú
Partido Vanguardia Democrática
Unión Cívica Nacional
Unión Revolucionaria
Partido Conservador del Perú
Partido Descentralista
Partido Social Cristiano
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Conclusión
Los gobiernos conservadores hicieron abuso de poder años atrás. Gracias al cambio de los partidos políticos esto ya no es posible, ya que vivimos en un estado democrático dejando de lado los crímenes y casos cometidos en el gobierno de Alberto Fujimori. Asimismo en el país se debe corregir errores para no volver a pasar por los mismos acontecimientos. En Política, se denomina conservadurismo al conjunto de doctrinas, corrientes, opiniones y posicionamientos, generalmente de centro-derecha y derecha, que favorecen tradiciones y que son adversos a los cambios políticos, sociales o económicos radicales. En lo social, los conservadores defienden valores familiares y religiosos. Generalmente el conservadurismo se asocia al nacionalismo y el patriotismo. En lo económico, los conservadores históricamente se posicionaron como proteccionistas en oposición al librecambismo económico. Actualmente esta asociación es menos clara, ya que durante siglo XX algunos de los partidos conservadores adoptaron posiciones liberales al fusionarse con partidos de esta tendencia, aliados en la defensa del sistema socio-económico capitalista. Consecuentemente, en la actualidad en el conservadurismo político coexisten diversas posturas sobre lo económico.NO SE OPONE AL PROGRESO Y CONSERVA LAS BUENAS CUALIDADES DE LOS PAISES
“El gobierno de Fujimori fue liberal” Edición de i 2007
Las reformas adoptadas a principios de la década pasada han llevado a pensar a muchos que en la década de los noventa el Perú estuvo bajo un régimen liberal. ¿Qué tan cierta es esta afirmación? Que el gobierno de Alberto Fujimori no fue liberal me parece algo tan evidente que no merecería mayores comentarios. Sin embargo, a pedido de los amigos de Perú Económico me animo a dar las siguientes razones: 1. El liberalismo, dicho esquemáticamente, se compone de economía de mercado y democracia. La pura economía de mercado sin democracia y la pura democracia sin economía de mercado pueden dar lugar a sistemas económicos y políticos determinados, pero nunca serán liberales. En el gobierno de Fujimori no hubo ni lo uno ni lo otro.
2. Históricamente, el capitalismo se caracteriza por haberse desarrollado en dos etapas. En primer lugar, el mercantilismo, que es el capitalismo sin competencia y con la propiedad privada restringida a los grupos de poder político. En segundo lugar, la economía de mercado, que es el capitalismo competitivo con propiedad difundida. En mi concepto, el gobierno de Fujimori llevó a la práctica una política abiertamente mercantilista.
3. Fue mercantilista el fujimorismo porque privatizó empresas con monopolios legales, como el caso de Telefónica. También lo fue porque, en lugar de optar por la difusión universal de la propiedad a través del accionariado difundido, prefirió vender las empresas estatales con un propósito únicamente fiscal de conseguir los mejores precios por sus acciones. Fue, finalmente, mercantilista porque introdujo inequívocas restricciones a la competencia justificadas apenas como regulaciones de los servicios públicos.
4. El carácter mercantilista del fujimorismo no se limitó a la privatización de las empresas públicas. Por el contrario, se extendió por toda su política económica. La creación de las AFP, por ejemplo, presentada generalmente como uno de los logros de ese gobierno, es claramente mercantilista porque se basa en la idea del seguro obligatorio. Ahora que se discute sobre la libre desafiliación, debería precisarse que la verdadera libre desafiliación es la del sistema de pensiones compulsivo.
5. Si examinamos otros aspectos más convencionales de la política económica del gobierno de Fujimori, comprobaremos que la evidencia confirma que no hubo liberalismo alguno. Para Milton Friedman, la clave para determinar el carácter liberal de una administración consiste en comprobar cuál es el gasto público como porcentaje del producto. La razón es que a través de este indicador se determina no sólo el tamaño del Estado sino la disposición de éste a apropiarse del dinero de los demás. Entonces, si examinamos el gasto como porcentaje del producto, veremos que durante el fujimorismo no sólo no disminuyó sino que llegó a incrementarse por encima de lo que había sido en la primera administración de Alan García.
6. En efecto, el gasto no financiero del Estado como porcentaje del producto pasó de 11.08 en 1991 a 15.5 en el 2000. El gasto total, incluyendo el financiero, por su parte, pasó de
13.2 en 1991 a 17.8 en el 2000. Es decir, gruesamente hablando, la política económica del fujimorismo no redujo el tamaño del Estado sino que lo aumentó. Esta sola constatación es incompatible con el liberalismo. Pero lo más notable no es sólo que haya sido mayor que durante el gobierno de Toledo –como en efecto lo fue – sino que haya sido mayor que en el primer gobierno aprista, difícilmente sospechoso de simpatías liberales.
7. Tampoco hubo reducción de impuestos, ni liberalización de mercados, ni eliminación de aranceles, ni reforma del Estado, ni desregulación, ni una serie de etcéteras que serían, antes bien, propios de encontrarse en un programa de gobierno de raigambre liberal. Una cierta ortodoxia fiscal no puede tomarse como sinónimo de liberalismo. Vaclav Klaus, hoy presidente de la República Checa y anteriormente primer ministro durante la Revolución de Terciopelo y miembro de Mont Pelerin Society, la institución liberal más importante del mundo –de hecho el único presidente miembro de ella, ciertamente desde mucho antes de serlo – siempre repite que durante el comunismo la entonces Checoslovaquia siempre fue manejada con total ortodoxia fiscal: presupuestos equilibrados e incluso superavitarios, moneda dura, endeudamiento conservador, pero no por ello fue liberal en sentido alguno.
8. Además de mercantilista, el fujimorismo fue antidemocrático. Creo que no tenemos que abundar demasiado en ello, ya que sus miembros más conspicuos están incluso orgullosos de serlo. Cuando en 1992 se produjo el golpe de Estado que disolvía las Cámaras y capturó el Poder Judicial, el último rescoldo de frágil democracia existente en el país se vino abajo completamente. De más está repetir todo lo que ello significó, ni la tragedia que a la postre vivimos.
9. Independientemente de lo anecdótico, es importante enfatizar que no puede haber liberalismo alguno sin Estado de Derecho. Éste no es otra cosa que la limitación del poder mediante la ley. Lo que hubo en el fujimorismo fue un Estado de legalidad: la ley era un reflejo del poder; no su límite. No hay forma alguna de decir que eso es liberalismo. Es la pura arbitrariedad. La antítesis de la libertad.