La renovación de la vida Monástica
Generalmente se toma el año 909-10, en que fue fundado en Borgoña el monasterio de Cluny al sur de Dijon. Esta gran abadía que, como muchas otras de antes y después, comenzó siendo simplemente una nueva y ferviente comunidad, tuvo la buena suerte de ser dirigida por una serie de abades excepcionalmente hábiles, santos y provectos. Odón (927-42), Maieul (943-94), Odilo (994-1049), Rugo el Grande (1049-il09) y Pedro el Venerable (1122-57), cinco grandes hombres que abarcaron un período de doscientos once años. Maieul, Odilo, Rugo y Pedro fueron de origen aristócrata, amigos y consejeros de emperadores, reyes, duques y papas.
El estatuto de Cluny fue en cierto sentido único desde el principio. Para preservado de la usurpación episcopal, su fundador lo puso bajo la iglesia de San Pedro de Roma, es decir, bajo el papado, como su «propia» iglesia.
La novedad en el trato de Cluny con sus dependientes se basaba en el lazo directo de la sumisión y alianza monásticas. Cada casa fundada, reformada o aceptada por Cluny, con muy pocas excepciones, perdía su estatuto abacial y su independencia. Su prior era designado por el abad de Cluny y todos los monjes hacían voto de obedecerle. Técnicamente todos eran monjes de Cluny, pero seguían viviendo en sus monasterios. La vinculación con Cluny era doble: la unión espiritual de la profesión religiosa y el vínculo legal -podríamos casi decir feudal-, diferente en algunos detalles en cada caso, que obligaba al monasterio dependiente a aceptar las costumbres cluniacenses y todos sus decretos disciplinarios.
En el plano espiritual los monjes cluniacenses sobresalieron por la magnificencia de su vida litúrgica y su difusión fue muy rápida y efectiva. Hacia el año 1000 en todos los países de la Europa Occidental los “Monjes Negros”, no conocidos aún como benedictinos, aparecían establecidos como terratenientes, administradores, obispos, escritores, artistas.
Un mapa monástico de esta época mostraría una prolongada línea de iglesias cluniacenses a lo largo de las rutas de peregrinación del norte de España y sus afluentes a través de Francia desde París, Dijón y Tolosa, Francia estaba cubierta por dependencias de Cluny. En Flandes, los Países Bajos, y el Rhin abía abadías reformadas por Gorze y Verdún en Gante, Lieja, Stavelot, y Metz. En Suiza y en el sur de Alemania las fundaciones de Columbano y Bonifacio eran venerables bastiones de la vida eclesiástica, mientras que en Italia existían casas cluniacenses recién reformadas o a punto de serlo, como Farfa y las antiguas abadías de Monte Cassino, Subiaco y La Cava.-
La vida en Cluny, alrededor del año 1050, había alcanzado un grado de esplendor litúrgico nunca logrado antes ni después. Se ha calculado que, excluyendo las oraciones privadas, se dedicaban más de ocho horas diarias a la iglesia y los capítulos, y si pensamos que por lo menos se concedían ocho horas para dormir y una para comer, poco tiempo les quedaba a los monjes para dedicarse a leer y a copiar o iluminar manuscritos. El trabajo manual prácticamente no existía; a veces se practicaba alguna ligera tarea en la huerta, como sembrar o recoger hortalizas y frutas, en forma de ejercicio comunal acompañado de salmodias.
Muchas veces, antes de que todos se hayan sentado en el claustro y que ninguno haya tenido tiempo de pronunciar una palabra, la campana llama a vísperas ... Después de las vísperas, la cena; después de la cena, la comida de los sirvientes; después de ésta el oficio de los muertos; después de este oficio, la lectura de Casiano, y así hasta completas. y en otro lugar dice: El número de hermanos ha crecido tanto que entre el ofertorio de las dos misas, dar el beso de paz, acusarse unos a otros en el capítulo, y servir a la muchedumbre en el refectorio, pasan una gran parte del día (Udalrici Constitutiones I 18 en Migne, «Pat. Lat.», CXLIX col. 668)
Según la concepción de Cluny, no sólo los vivos pertenecían a la CLUNIACENSIS ECCLESIAE, sino también los miembros difuntos: sus nombres fueron registrados escrupulosamente en los libros necrológicos. También los no monjes podían ser admitidos en tales listas como hermanos asociados; era una gracia que ambicionaban incluso los príncipes y obispos, para lo cual daban ricos dones al monasterio.
Los sufragios por los hermanos difuntos no eran sólo una característica de Cluny, sino que se hacía en todos los monasterios de la época, pero en Cluny la memoria de los muertos tomaba una forma única en la historia del monacato. El abad Odilón introdujo para la salvación eterna de los monjes difuntos la siguiente práctica: después de la fiesta de todos los santos, el 2 de Nov. , la conmemoración de los difuntos. Al comienzo era sólo una memoria de los monjes difuntos de Cluny, no para todos los cristianos, pero luego este día se extendió a todos los fieles difuntos. Más importante eran los sufragios que se hacían en el aniversario de la muerte de un monje. Las oraciones rituales para la salvación de su alma eran completadas con ricas limosnas que se daban a los pobres.
En el siglo XII encontramos 18 nombres en las necrologías, lo cual quiere decir que al menos se daban durante ese año 18 comidas, aunque en realidad eran muchas más. Por ejemplo, cuando moría un monje, durante treinta días seguidos, su ración de comida se daba a un pobre. Las dimensiones de esa asistencia social han sido descubiertas en los estudios recientes.
Cluny en este siglo XII, a pesar de sus vastas propiedades, se encontraba en una seria crisis financiera porque el número de difuntos aumentaban constantemente y a la par el número de comidas se tenía que repartir a los pobres. El abad Pedro el Venerable, en tiempos de S. Bernardo, limitó el número de comidas diarias a 50.
Monjes de Cluny fueron los personajes más importantes que ascendieron a cargos directivos en el gobierno de la Iglesia en el siglo XI y dirigieron una serie de modificaciones en la disciplina del clero, que han sido conocidas como “reformas gregorianas”. También imprimieron una concepción centralista y teocrática del Papado. El más importante de ellos fue indiscutiblemente Hildebrando, quien ocupó el pontificado como “Gregorio VII” y dio el nombre a la reforma, con él debemos destacar entre los más distinguidos al cardenal Humberto de la Silva Cándida y a Pedro Damiano.-