Cintio Vitier
Ahora que empieza a caer, del cielo... A mi esposa
Ahora que empieza a caer, del cielo
de nuestra vida, que sólo nosotros podemos ver, profundo, estrellado, carne y alma nuestra, ese polvillo sagaz en tu nocturno pelo,
ahora que el lápiz finísimo, grabando una medida sagrada, una cantidad misteriosa del vino que sube en la jarra de la ofrenda, empieza a trazar, junto a tus ojos, vivos como ciervos bebiendo en el agua extasiada, junto a tus labios que han dicho todas las palabras que adoro,
las huellas del tránsito de nuestra juventud, ahora, lleno de un fuego y de un peso de amor que desconocía porque estábamos engendrándolo secretamente en nuestro corazón y es algo mucho más terrible y precioso que el amor que diariamente conocíamos, ahora, mujer, ahora, destinada mía, es cuando quiero hacerte un canto de amor, un homenaje,
que dice únicamente así: Te amo, lo mismo
en el día de hoy que en la eternidad, en el cuerpo que en el alma, y en el alma del cuerpo
y en el cuerpo del alma, lo mismo en el dolor que en la bienaventuranza, para siempre.
Algo le falta a la tarde...
Algo le falta a la tarde,
no están completos los pinos, y yo mirando a las nubes siento lo que no he sentido.
A cada instante pregunto por el tesoro perdido cuya sombra se desplaza
con melancólico frío. Mirándome está el deseo, nocturno, solo, infinito; callada va la nostalgia llameando eternos vestigios.
No llega nunca mi gesto a la tierra del destino;
y en el cuerpo del alma, lo mismo en el dolor que en la bienaventuranza, para siempre.
Algo le falta a la tarde...
Algo le falta a la tarde,
no están completos los pinos, y yo mirando a las nubes siento lo que no he sentido.
A cada instante pregunto por el tesoro perdido cuya sombra se desplaza
con melancólico frío. Mirándome está el deseo, nocturno, solo, infinito; callada va la nostalgia llameando eternos vestigios.
No llega nunca mi gesto a la tierra del destino;
la vida acaba inconclusa,
quedan los sueños en vilo.
Calendario
entra dice la ene de la nieve
que sólo existe para el calendario si entre eros y héroe no se atreve a prescindir del año imaginario sigue la fe que nos sopló el primero al segundo del canto gregoriano miniatura del sol feble y ligero
que todavía el frío hace lejano las lomas de su M dan a un mar
rizándose con oes jubilosas anunciando entretiempos de soñar zigzagueos de amor entre las cosas
abre la i lo que la ele lanza con lucidez que a la mirada inunda
“oh luna cuánto abril” es su semblanza la primavera en sí su reino funda
llega la lluvia sacudiendo el rayo como una forma natural del arte la tarde azul deja de ser ensayo la flor toma el poder y lo reparte
ah junio amigo de la poesía con tus letras no he de jugar ("perdona llamas al viento, nieve a la memoria")
y si pudiera "clámide" diría el ser solar avanza a los umbrales
de la maduración de los colores en las umbrías úes colonia les como en la plaza de los resplandores
agosto al gusto ya lo agosta intacto en la encendida miel del fruto abierto fosco el mirar de tan radiante tacto
dormido el corazón de tan despierto empieza a dispersarse la dulzura en las sierpes nubosas del ocaso secreto tinte vagamente dura
la noche extiende de rocío el brazo "escalando sereno las ventanas"
octubre encubre del ciclón el rosa que lo circunda con extrañas ganas de ser halo fatal o faz furiosa
no vi su nombre no sentí su sombra sino de vuelo en tránsito en andenes
como aquél de mi infancia que se asombra porque siguen silbando aquellos trenes
sensación de llegar -honda familia callada eternidad cada momento sabores del hogar en la vigilia- – ya 2todo el tiempo" un solo nacimiento.
27 de marzo 1999
Canción ¡Oh dulcísimo callar del ángel de mi sigilo! ¡Oh dulcísimo callar del mundo en mi corazón! ¡Oh dulcísima miseria de mis ojos en la flor,
de mi soñar en el ro, de mi tacto por el cielo!
Donde la brisa...
Porque tal es el rostro del fracaso que el espejo devuelve ciegamente aun antes de llegar, dulce y demente,
el último rescoldo del ocaso: frente de la obsesión y del rechazo, ojos que sólo vieron lo renuente, nariz que impide el aire, boca ausente
en su amargo sabor: extraño vaso a punto de volverse puro hueso: porque tal es el fin, tal la ceniza
cuyo suave huracán todo lo arrasa, dejar de letras quise un ramo grueso
que ardiera un poco más donde la brisa orea la aridez, sonríe y pasa.
El aire
Estoy despierto, sí, estoy mirando fríamente algunas cosas que van dejando ya de ser secretas.
Están ahí, como los árboles en el desnudo aire. Sí, estoy despierto. Hasta la casa de mi infancia es de los otros:
la han pintado de un color chillón, entran y salen por los cuartos de mi alma, hablando de otro asunto. La luz invade el patio
de mis ocultas nadas. También miro con deseo ese rostro que es ninguno y que viene como un ave malherida
de los que sufren y sonríen. ¡Oh pueblo innumerable! Estoy despierto. Estoy mirando el polvo bañado por la luz, las tinieblas disueltas en el aire cuando empieza a dibujarse la verdad:
el árbol, la alegría, el sacrificio. Y sé que aún tengo más recuerdos en la sangre de los que puedo recordar, y más olvido del que puede olvidarse en este mundo.
Pero qué importa, al fin, si la mitad de aquella vida se me desprende y cae, si tanto su eño, al fin, ha despertado,
si no hay sitio que no me esté mirando ni instante en que el azar no me visite.
Quiero ser como tú, ¡oh rostro de los pobres!, misterio del dolor y la sonrisa, porque el aire,
el simple aire límpido y vacío, llenará nuestr as voces y esperanzas.
El desposeído No son mías las palabras ni las cosas. Ellas tienen sus fiestas, sus asuntos
que a mí no me conciernen, espero sus señales como el fuego que está en mis ojos con oscura indiferencia. No son míos el tiempo ni el espacio (ni mucho menos la materia).
Ellos entran y salen como pájaros por las ventanas sin puertas de mi casa.
Alguien habla detrás de esta pared. Si cruzara, sería en la otra e stancia: el que habla soy yo, pero no entiendo.
Tal vez mi vida es una hipótesis que alguno se cansó de imaginar, un cuento interrumpido para siempre.
Estoy solo escuchando esos fantasmas
que en el crepúsculo vienen a mirarme
con ansia de que yo los incorpore:
¿querría usted negar, sufrir, envanecerse? No es mía, les respondo, la mirada, negar sería espléndido, sufrir, interminable, esas hazañas no me pertenecen. Pero de pronto no puedo disuadirlos, porque no oigo ya mi soledad y estoy lleno, saciado, como el aire,
de mi propio vacío resonante. Y continúo diciéndome lo mismo, que no tengo ninguna idea de quién soy, dónde vivo, ni cuándo, ni por qué. Alguien habla sin fin en la otra estancia. Nada me sirve entonces. No estoy solo. Estas palabras quedan afuera, incomprensibles, como los guijarros de la playa.
Estamos
Estás haciendo cosas:
música, chirimbolos de repuesto, libros, hospitales pan,
días llenos de propósitos, flotas, vida, con tan pocos materiales. A veces
se diría que no puedes llegar hasta mañana, y de pronto
uno pregunta y sí, hay cine, apagones,
lámparas que resucitan, calle mojada por la maravilla, ojo del alba, Juan y cielo de regreso. Hay cielo hacia delante.
Todo va saliendo más o menos bien o mal o peor, pero se llena el hueco, se salta, sigues,
estás haciendo un esfuerzo conmovedor en tu pobreza,
pueblo mío,
y hasta horribles carnavales, y hasta feas vidrieras, y hasta luna. Repiten los programas, no hay perfumes
(adoro esa repetición, ese perfume): no hay, no hay, pero resulta que hay.
Estás, quiero decir, Estamos.
Examen del maniqueo
Cuántas veces ha sido humillada tu soberbia: la soberbia del maniqueo.
Cuántas veces has tenido que beberte las lágrimas de hiel de no ser puro como un ángel. ¿De qué vale sutilizar los argumentos? -Sí, has colaborado con todo lo que odias,
con la múltiple, infinita cara del mal. ¿En mínima medida? ¿Sólo por omisión? ¿Sólo para ganar el pan? Nada puede consolarte. -Nada: porque mientras menor o más irrechaz able haya sido tu complicidad,
más esencial es tu miseria, y mientras creías estar amparando en tu casa a los dioses siempre
derrotados,
no eras más que un oscuro obrero de la monstruosa construcción. Y así, cuando llegues a la presencia de tu Señor, no podrás decirle: fui puro, no pacté, no mezclé mi alma con las tinieblas, sino tendrás que confesarle: soy esta mezcla deleznable, me fue impuesto el insulto de la promiscuidad,
tuve que dar al César lo que es del Césa r y al cuerpo lo que es del cuerpo,
soy uno más, perdido y manchado, en el rebaño, -quise salvar la luz, pero no pude. 18 de septiembre de 1961
Faltabas tú, poeta. La injusticia...
Para Antonio Guerrero
Faltabas tú, poeta. La injusticia no podía omitirte en su venganza: ella sabe con lúcida impudicia lo que el amor a la belleza alcanza.
Mas no le importa. Su misión inicia creyendo que encadena la esperanza,
que prostituye el verbo a la avaricia, que entrega a mercaderes la balanza.
Tú en cambio tienes la risa de tu hijo, la fuerza de tu madre, la palabra del que por siempre a los cubanos dijo:
Solo será posible lo imposible. Salud, Antonio. Tu alegato labra la estrofa de los cinco, ya invencible.
28 de diciembre del 2001
La hoja
Quedará lo que ella afirma no lo dice su decir es no decir y no decir y no decir no infinitamente sino Tres Veces tres infinitas veces
En su rostro escribo y es un rostro sin más rasgos que mi escritura
que ella tornará blancor de mente, jeroglífic o
de espuma, nada
Una hoja tras otra no hacen un árbol sino un libro un libro tras otro
no hacen un árbol sino una colección de libros Una colección tras otra hacen una biblioteca En la biblioteca dicen
que no hay pájaros pero yo los he visto Lo que no he visto es libros en el bosque Claro que el bosque mismo puede considerarse un libro etc.
Etcétera es la única palabra que la hoja abomina.
La luz del cayo
Una luz arrasada de ciclón, aquella misma luz que vi de niño
en las mañanas nupciales del miedo, estaba esperándome aquí, pero aún más pobre, más secreta y huraña todavía, como si no hubiera lámpara capaz de agrupar nuestras sombras dispersadas, ni pudiera la abuela regresar con aquel vaso de espumoso chocolate hasta mi cama para decir: la dicha existe, la inminencia es un tren que estremece las maderas cargado de luces y dulzura.
Por las calles oculto yo corría gritando como un pino indominable, destellando la honda piedra de presagios, discutiendo silencioso con las nubes, a comprar un martillo y unos clavos para clavar la casa contra el miedo,
y al fin huíamos del mar, en orden, por los campos, buscando el ojo del ciclón que nos miraba como un animal remoto y triste.
Esa luz está aquí, ya sin peligro, toda exterior y plana, establecida en la absoluta soledad del Cayo,
pura intemperie de mi ser, diciéndome: no queda nada, no era nada, no tengas miedo ni esperes otras nupcias,
arde tranquilo como yo, árida y sola, no esperes nada más, ésta es la gloria que aguardaba y merece (único amparo) tu flor desierta.
( De Testimonios )
La obra...
Mientras más guardo en mis despensas, soy más menesteroso, siempre ante el mismo muro, de nada me han servido
las lámparas que encendí. Es de noche. Estoy solo. Las estancias aun tibias del festejo desiertas,
ni un gesto, ni una sílaba, ni un aroma, podrían ayudarme. Tengo que hacerlo todo otra vez, de la raíz para encontrar al cabo que no poseo nada,
que el pabellón oscuro se inclina a la intemperie.
La voz arrasadora
Esta es la voz de un contemplativo, no de un hombre de acción.
Ambas razas, las únicas que realmente existen, se miran con recelo. Es verdad que ha habido gloriosas excepciones, aunque bien
mirarlos los rostros, bien oídas las voces, la sagrada diferencia se mantiene se mantiene, y aún se torna trágica. Pero el contemplativo entiende y muchas veces ama el rayo de la
acción. Casi nunca lo contrario ocurre. Esta es la voz absorta de un oscuro, de un oculto, que ha tenido peregrinas ambiciones.
Enumerarlas seria realizar un inventario del delirio.
Baste decir que ha querido romper los límites del fuego en las palabras
y ha vuelto al círculo del hogar con un puñado de cenizas. No, sin dudas no lo comprenderéis, salvo los que sois del indecible oficio.
Estos hombres se alimentan de lo que hacen; hasta sus sueños y sus fantasmagorias son quehaceres, hechos.
¿Como entender a uno que no ha poseído nunca nada; que no ha tocado una cosa desnuda de alusión; que sólo vive y muere en el mundo de lo otro, en el inalcansable reino de las transposiciones:
a uno que, de pronto, necesita escribir, cómo se necesita la comida o la mujer?
Su Suerte es dura, extraña, también irrenunciable. Y sin embargo o por lo mismo, ya no me preguntéis, cada vez que oye la voz arrasadora de la vida, arroja su
fantástico tesoro y sale cantando y llorando y resplandeciendo, y va silencioso a ocupar el puesto que le asignan. Marzo de 1960
Lejos
Lejos, lejos nací, lejos de mi alma: separada la vida de la mirada.
Lejanía que fue toda la patria, como una cicatriz que no cerrara.
No pude atravesar la tarde rara:
lejos, lejos de mí, no me abarcaba.
He visto, comprendiendo, la mar morada, el confín misterioso, la doble playa.
Los límites futuros A José María Valverde
He tocado estos límites, los he masticado, los he digerido (mal, desde luego),
los he trasmutado en días enormes y pequeños, los he mandado a la luna de ida y vuelta, los he dejado en Venus una tarde, me he vestido con ellos para festejar mis bodas, los he visto arder en la ceniza, los he llenado de flores e improperios, los he confundido con el patio de mi casa, me han atendido como sirvientes,
médicos, psicólogos y sepultureros, los he oído recitar sus poesías, los he llevado como bastón, como amuleto,
como título de propiedad, como esperanza, se han puesto a discutir con los vecinos y desde luego con las nubes y los gatos,
los he sacado a puntapiés y me han abierto las puertas del crepúsculo llorando, se han llenado de rabia y de deseo, se han puesto a recordar en la azotea,
juntos oímos música y leemos, juntos sufrimos, nacemos y cantamos,
sus ojos borrarán estas palabras.
Más rápido que el tiburón lejano Lejos están las chozas de los pescadores con las mujeres grandes y pálidas oyendo el chasquido de las olas como un ángel enmascarado. Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de cocción clara y sumisa, los niños juegan en las rocas, junto a las aves salvajes y el firmamento vacío. Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz en las islas felices, un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver
el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y oscuras.
Nada serán mis palabras... Nada serán mis palabras si no encuentran otra boca que las cante y las olvide y las devuelva a la sombra.
Allí quizás amanezcan, vagas ciudades ruinosas, y a otros solos lleve el aire la nostalgia de su aroma.
Nada será lo que soy si en los otros no se apoya: mi presencia en otro hombro, mi esperanza en su congoja.
¡No me dejes amarrado, demente, al ánima sola! ¡Mira que voy a mi infierno si no hay pecho que me acoja!
El que pasa me sostenga, la voz pueril sea mi roca, en ellos soy, y con ellos
pediré misericordia.
Noche de Rosario
Intentemos lo inaudito, la derrota,
la arrebatadora, serenísima
catástrofe de lo que no puede ser.
El ser de aquella noche
más allá de las imágenes, en la carne viva de si misma,
añora equiva lencias que no están ni en mis poderes más recónditos. No están, pero no estar es algo semejante a los ojos más vehementes, como los de aquella delicada, con realeza joven,
grave judía en qué espinares. Atacar por una de las figuras de la noche con la precipitación del mar, alivia
el desértico fuego de que no hay senda para llegar a ello.
¿Qué es ello, le pregunto al humo a la candela, al sabio sabor que se me va amargando a la par que crece la ceniza,
marea en sí vistosa de algún oro? Es sólo así, juntando puntas
de una incandescencia que sonríe indescifrables bordes, como alcanzo
a divisar lo que no fue, por las fervientes calles de Rosario.
Decir ¿qué es? Allí nacía lo que conozco a borbotones cuando la sed despierta su bebida, el hambre su alimento, la luz su fuego.
Eran jóvenes, sí, con el murmullo de una conversación americana en la noche del Sur, cosa que brilla como la plata al fondo de la pena, y ofrece copas, risas.
Risas, si esta palabra pudiera deletrearse como estrellas y masticarse como el pan de la menesterosidad de aquellos sentados a la mesa de las bodas.
Mesa, banquete, lujo del ser cuando se reconoce incapaz de conocerse, a punto
de lo saciado eterno en el efímero resplandor de los comunicantes.
¿Efímeros, aquéllos? Las miradas llegaron a ordenarse en una esquina de una alta madrugada. Pocos
quedamos, fuimos, solos. Éramos todos. No hubo ausentes.
Y ardía la promesa del pobre ser, casi innombrable.
Palabras a la aridez
No hay deseos ni dones que puedan aplacarte.
Acaso tú no pidas (como la sed o el amor ) ser aplacada. La compañía no es tu reverso arrebatador, donde tus rayos,
que se alargan asimétricos y ávidos por la playa sola, girasen melodiosamente como las imantadas puntas de la soledad
cuando su centro es tocado. Tú no giras ni quieres cantar, aunque tu boca de pronto es forzada a decir algo,
a dar una opinión sobre los árboles, a entonar en la brisa que levemente estremece su grandioso silencio,
una canción perdida, imposible, como si fueras la soledad, o el amor, o la sed. Pero la piedra tirada en el fondo del pozo seco, no gira
ni canta; solamente a veces, cuando la luna baña los siglos, echa un pequeño destello como unos ojos que se abrieran
cargados de lágrimas. Tampoco eres una palabra, ni tu vacío quiere ser llenado
con palabras, por más que a ratos ellas amen tus guiños lívidos, se enciendan como espinas en un desértico fuego, quieran ser el árbol fulminado, la desolación del horno, el fortín hosco y puro. No, yo conozco
tus huraño s deseos, tus disfraces. No he de confundirte con los jardines de piedras ni los festivales
sin fin de la palabra. No la injurio por eso. Pero tú no eres ella, sino algo que la palabra no conoce,
y aunque de ti se sirva, como ahora, en mí, para aliviar el peso de los días, tú le vuelves la espalda,
le das el pecho amargo, la miras como a extraña, la atraviesas sin saber su consistencia ni su gloria. La vacías. No se puede decir lo que tú haces porque tu esencia no es decir ni hacer. Antigua,
estás, a l fondo, y yo te miro. Todo lo que existe pide algo. La mano suplicante es la sustancia de los soles y las bestias; y de la criatura que en el medio
es el mayor escándalo. Sólo tú, aridez, no avanzas ni retrocedes, no subes ni bajas, no pides ni das, piedra calcinada,
hoguera en la luz del mediodía, espina partida,
montón de cal que vi de niño reverberando en el vacío de la finca, velándome la vida, fondo de mi alma, ardiendo siempre, diurna, pálida, implacable, al final de todo.
Y no hay reposo para ti,
única almohada donde puede mi cabeza reposar. Y yo me vuelvo de las alucinantes esperanzas que son una sola, de los actos infinitos del amor que son uno solo,
de las velocísimas palabras devorándome que son una sola, despegado eter namente de mí mismo,
a tu seno indecible, ignorándolo todo, a tu rostro sin rasgos, a tu salvaje flor,
amada mía.
Palabras de Nicodemo
San Juan, 3
Él me dijo que era preciso renacer, y yo le dije: ¿cómo? ¿a mis años puede un hombre
volver a entrar en el vientre de su madre?
Yo sentía mi rostro como una página escrita en el viento y en la sombra
que hacían temblar nuestros cabellos y nuestras simples vestiduras.
Las hojas también temblaban levemente, con un sonido áspero y dulce, acariciando los mediodías en el patio de la infancia. Y él me dijo, y sus palabras no parecían estar saliendo de sus labios -¿tal vez porque la sombra los cubría, o porque era tan ardiente su mirada?-: Oye,
tienes que renacer en el agua y el espíritu, y hacerte del espíritu, si quieres entrar en el Reino... Todo era
como un encuentro casual y lejanísimo de dos amigos, y él estuvo hablando todavía un rato, y yo sentí de pronto que me hablaba con cierta dureza,
como reprendiéndome, y después nos separamos silenciosamente. Pero ahora estoy oyendo sus palabras de otro modo,
como si hubieran pasado por el agua de mi sueño y gotearan en la luz de la mañana, en la blanca bocanada de la luz, en las mañanas de mi infancia, repitiéndome: si crees en mí, si vuelves a nacer en el agua y el e spíritu,
si te haces del espíritu... Los niños pasan gritando por la ciudad vacía.
Pienso en la santidad de los lugares...
Pienso en la santidad de los lugares que nos han recibido y que dejamos
quién sabe a qué parejas o a cuáles solitarios tan distantes de nosotros como astros
y que sin saberlo continuarán los gestos que entre las cosas quedaron inconclusos , y pienso en las costumbres de las cosas, criaturas
de este mundo pequeño, interminable, que no acabamos nunca de palpar, a tientas bajo el sol deslumbrante o la callada luna,
desconocidas lámparas de lo desco nocido con nuestras huellas dactilares: jarras,
libros, esquinas, nubarrones, árboles, el mar, el sillón, el espejo, la noche, todo lo que llamamos la vida sin saber
qué significa siquiera la palabra que no es una palabra sino música oída sólo en sueños, o un instante de ese llamado amor que nos sorprende y cae, roto en risa entre las piedras.
Preludios
1 Al despertar el primer gesto es para ti, oh voluptuosidad perdida, sacando de la luna y de los muros que se unen como la flauta silenciosa del bastardo, en las hojas lejanas una sílaba intacta.
Una hoja soplando su ventura en el peso de la noche que desprende los espacios como la sal de su cuerpo el que mira al horizonte,
y allí la renuncia de los días más amados cayendo hacia el espejo donde el viento no se oye.
Los amantes aún dormidos como astros que pierden los poderes de la duda
y se vuelven un lúcido paisaje testifican el abandono de los sitios de dulzura, la paciencia tirada junto al mar como un escombro.
Yo pregunto por ti, oh voluptuosidad perdida, y es la piedra de esplendores insaciables lo que toca mi paladar como si yo me uniera con el blancor del ave que remonta.
2
¿Cómo empezar, olvido, si el ave no ha empezado? ¡Rompe los textos silenciosos de la brisa, la nieve de la noche cuando el cuerpo desnudo se le escapa y amanece otra tela resonando en otra playa!
¿Cómo nombrar la vida con el humo, la sangre con la calma vacía de los vastos almacenes o con la humedad rosada que era la noche de la luz?
¡Rompe la piedra salvaje para mi tacto, la risa del salado amanecer para mi vida de lentitud igual a la celeridad del fuego!
¿Dónde ceñir el frenesí desierto y los hogares a lo largo de la costa pálida mordidos por una bestia más tranquila que la noche? ¿Cómo empezar, olvido, si tú jamás acabas? 3
Lejos están las c hozas de los pescadores con las mujeres grandes y pálidas oyendo el chasquido de las olas como un ángel enmascarado. Sus conversaciones se mezclan a los alimentos de cocción clara y sumisa,
los niños juegan en las rocas, junto a l as aves salvajes y el firmamento vacío. Más rápido que el tiburón lejano, más dulce que la luz en las islas felices, un desconocido como el cuerpo abre su idioma para ver
el paso de la mañana ondeante sobre las piedras rojas y os curas.
4
Allí donde la vida es la palabra ya en desuso, la palabra del detritus y el silencio que olfatean los perros, que desuella la luz sentenciosa y delirante como ultrajada madre;
allí donde maduro el arlequín disfrazado de tiempo y de mendigo mira al caballo que resbala en la calle húmeda, sonríe vagamente al nacimiento de un sonido que es el sol de los ancianos,
yo miraba el arco de la medialuna y repetía: voy a morir como la flor.
El mar a lo lejos aún suspira fatigosamente incorporándose y cayend o en la penumbra. Y el rosa desabrido que levanta
una página delgada y polvorienta en la memoria, velado y hosco el mediodía, remolino de su bestia pura, las tardes de redes y de viento como flor de espacio,
aún me imponen la dulzura de sentir la palabra del escándalo saliendo de las últimas bujías
que batallan con la respiración del tiempo entre las rocas. «Voy a oír como la flor», y contemplaba las desérticas mujeres que barren y resisten hasta que sus ojos alcanzan el esplendor de la luna y un carruaje silencioso rompe ante sus labios la ciudad remota
5
Más rápido que yo mi sueño avanza como el río cuya lentitud era la vida. Está el abrupto atardecer fijo en mis ojos con ese arabesco en el vacío hiriente de las nubes borrascosas y rosadas que se rompen, con ese voluptuoso arder de la ignominia en la dulzura que me atraviesa disfrazado de mujer y ave.
Pero el sueño se detiene un instante desgarrador en otro mundo
y canta como la luz, más desierta que el tiempo. «Abridme las puertas de los días quemados para que al fin yo estruje la rosa salvaje en el patio marino,
para que al fin yo atraviese una calle baldía del mundo y conozca la playa infernal donde un niño está cazando, con un hilo imposible, soledades, cangrejos.» 6 Estalla la ola en arrecife
que sale de la noche como deslumbrante sílaba de la palabra que me apresa. El tiempo
de la flor está pasando en el hogar cerrado, en la mansión vacía de memoria.
¿Qué palabras, qué vírgenes de sueño y de sonido
resistirían el contact o de una gota de este mar o el soplo del espacio despertado? ¿Qué argumento -aun aquél, ilegible, con que el hombre quema la eternidad de su deseo en una calle fabulosa, mordida por la nada- y el escándalo en sus ojos le deslumbra la historia?
Mi soledad entretejida por el iris fugaz del imposible con la gloria de las bestias absolutas en el agua y en el viento,
abre el frío desierto de los nombres. Afuera está el tesoro, vivas alas de olvido, fauces totales de la lejanía. El tiempo
de la flor está pasa ndo; la ola estalla, otra vez, en lo oscuro.
Respuesta al examen del maniqueo
Si tú mismo te examinas, el examen no es válido. Las reglas no son ésas, ni siquiera el asunto. Al medirte con la vara de tu fanatismo
te conviertes en una víctima, no en un penitente.
Pero el asunto es el amor, sobre el que no hay definiciones ni escrutinios,
el amor que está viviendo en ti (como en toda criatura) una vida sufriente y misteriosa.
Por él serás juzgado, y tú no sabes dónde están los tesoros, los desiertos, las miserias, los espantos,
ni las silenciosas comuniones, ni las grandes alegrías del amor que en ti padece.
Nada sabes, salvo que tenemos, simultáneamente, que velar y confiar. Espera. Vive.
Sirve.
Sedienta cita
Cito textualmente las estrellas y el hogar complejo de la naranja herida. Diminuta es la luz en que el buey se esconde lejos del ave, asoleando eternamente las estudiosas manos del guajiro,
sus diez uñas sonoras de cavar el viento.
Dónde estuve, qué es esto, qué era tanto, por qué laúd de sufrir o cal o estiércol frío se me propaga en piedras la voracidad del corazón.
¡Ay, los dorados mulos de su costa difunta! Veo mi rostro en el soez cristal partido,
en la espuela rota, en la leve nieve del sillón de mimbre. Cito el insólito fieltro de las nubes idas. Qué flora vuestra, qué dolor, qué tacto aherrojado y libre desciende, estricto juez de oro, y canta.
Sí, desciende, paño de la luna, sobre un sucio mendigo, y descarnándolo hasta sus flores o risas o planetas canta: grácil noche de todos, alas de todos, vago perro.
Trabajo
Esto hicieron otros
mejores que tú durante siglos.
De ellos dependía tu sensación de libertad tu camisa limpia y el ocio de tus lecturas y escrituras. De ellos depende todo
lo que te parecía natural como ir al cine o estar triste, levemente. Lo natural, sin embargo, es el fango, el sudor, el excremento.
A partir de ahí, comienza la epopeya, que no es sólo un asunto de héroes deslumbrantes, sino también de oscuros héroes, suelo de tus pisadas, página donde se escriben las palabras. Deja las palabras, prueba un poco lo que ellos hicieron, hacen,
seguirán haciendo para que seas: ellos, los sumidos en la necesidad
y la gravitación, los molidos por los soles implacables
para que tu pan siempre esté fresco, los atados
al poste férreo de la monotonía para que puedas barajar todos los temas, los mutilados
por un mecánico gesto infinitamente repetido para que puedas hacer lo que te plazca con tu alma y con tu cuerpo.
Redúcete como ellos. Paladea el horno,
come fatiga. Entra un poco, siquiera sea clandestinamente, en el terrible reino de los sustentadores de la vida.
Último epitalamio Pero si al cabo vienes, despojada de tus flores nupciales, a la hora en que el mundo hasta el fondo se desdora y la ceniza cubre a la mirada;
pero si entonces, con la boca helada del ocaso postrero que devora
toda ilusión, fatal coronadora, al oído me dices: soy la nada, te daré gracias por dejarme verte y abrazarte desnuda, y por ser mía siquiera en el instante de perderte;
y dormiré en el tálamo que hacía mi corazón, soñando que la muerte es tu último velo, poesía.
Un extraño honor El árbol sabe, con sus raíces y sus ramas, todo aquello que puede ser un árbol: ¿o acaso también falta a su mitad visible otro esplendor
que es lo que está sufriendo y anhelando? No lo sabemos. Pero él no necesita conocerse. Basta que su misterio sea, sin palabras que vayan a decirle lo que es, lo que no es.
El árbol, majestuoso como un árbol, lleno de identidad hasta las puntas,
puede medirse cara a cara con el ángel. Y nosotros ¿con quién nos mediremos, quién ha de compartir nuestra congoja? Ved ese rostro, escrutad esa mirada
donde lo que brilla es un vacío, repasad como en sueños esas líneas dolorosas en tomo de los labios, ese surco que ha de ahondarse en la mejilla, la desolada playa de la frente,
la nariz como un túmulo funesto. ¡Qué devastado reino, qué fiero y melancólico despojo, humeando todavía! Sólo otro rostro podría comprenderlo. Así nos miramos cara a cara, el alma desollada,
con el secreto júbilo insondable que nos funda, que está hecho de vergüenza y de un extraño honor.
Un golpe de recuerdos te modela...
Un golpe de recuerdos te modela como a la nube el soplo imprevisible.
¡La música y la enamorada tela que cruza por tus ojos! Suprimible
y oscuro lo demás, aquí te espera, frente a mi vida absorta o despiadada,
un país al que vuelves, pasajera del eterno sabor de tu mirada.
-¿Será tú lo que miro? ¿Y a qué sombra
de tu soñar inmóvil pertenece la antigua calidad en que me abismo?
Pero de pronto en mí tu voz me nombra como un golpe de rara luz que acrece.
¡Oh música y milagro de lo mismo!