REPORTAJE | revista! |3
|Domingo, 13 de febrero de 2011
diariode diariodepontevedra pontevedra
cerebral hace seis meses. Hoy vive en casa de uno de sus hijos y dedica el tiempo a repasar lecturas y llevar la mano de un lado a otro de las fotografías fo tografías de otro tiempo, señalando aquí y allá el pasado que le contempla. Acaba de ser promovido para par a el premio Ciudad de Pontevedra, “pero no sé por qué, porque yo no tengo mérito, ¿qué hehecho?”, hecho?”, sepregunta. pregunta.Estaentrevistadejaatrássuvozlentay rmequeobligaabuscar“exactitudyrotundidad”enlaspalabras,comoélmismodice. Sedespide en la puerta, alto y recto como una columna, y alarga una mano vigorosa que estrecha sin miramientos. miramientos. Como para andarse con chiquitas a ciertas edades.
de izquierdas contr contraa los de derecha derechass” vive y tiene 93 años. Pero mi hermana María se murió a los tres, enferma, no sé si gripe. Fue en Baión.
y roncando de placer, y un gato que de vez en cuando se le acerca a frotarse en el lomo.
Baión era...
—Maravillosamente. Duermen juntos.
—Baión era un paraíso auténticamente. Todas Todas las familia s Álvarez, de Darío, de Gerardo, hicieron una casita para pasar las temporadas en Baión a instancias de mi padre, porque mi padre estaba muy unido a sus cuñados, muchísimo. Y mi padre inició su vida de relax. Aún hace dos días fuimos a Baión Emilio Álvarez Rey y yo, el hijo de mi primo Emilio Álvarez Gallego. Lo había heredado mi padre de mi abuelo. Su abuelo fue Celso García de la Riega, un diputado liberal, erudito e historiador famoso por sus estudios sobre el origen de Cristó bal Colón, que lo sitúa en Galicia. Los García de la Riega fueron una familia vinculada a la burguesía; progresistas casi todos, intelectuales y republicanos. Ellos, y so bre todo los Álvarez Limeses y sus descendientes, fueron duramente represaliados en la posguerra. ¿Llegó a conocer a su abuelo?
—No. Yo nací en el 15 y el murió un año antes. ¿Y cuándo se enteró de que habían fusilado a su tío Darío y a Bóveda?
—Por Bibiano Osorio-Tafall. Yo conocí a Bibiano a los 15 años cuando era mi profesor de Física en el instituto de Pontevedra. Había sido después alcalde de la ciudad, y en la guerra fue un hombre con un gran cargo, comisario general de los Ejércitos de la República, y acabaría siendo después de la guerra subsecretario de Naciones Unidas. Un día de descanso en Madrid, en plena guerra, aprovechamos Borobó y yo para ir a verlo para que arreglase la situación política de mi amigo, que estaba en las juventudes de Izquierda Republicana, el mismo partido que Tafall. Él se llevó una sorpresa tremenda al verme llegar, claro. Fue él el que me dijo que un año antes habían fusilado a mi tío Darío y a Bóveda. Yo no tuve contacto con nadie de mi familia hasta que nos encarcelaron. El contacto con Tafall sirvió a muchos después de la guerra para acusarme de ser su secretario; era falso. Hasta este verano, Celso García de la Riega vivía solo en el piso que compartió con su mujer, Merche Bellver, en la calle Eduardo Pondal. Pero un microinfarto cerebral le obligó a plegarse a los deseos de sus hijos, y en la actualidad vive con uno de ellos en Doctor Fleming, un piso por el que se cuela de mañana el sol de febrero, y en donde el anciano convive con un bulldog que duerme tirado al sol
¿Se llevan bien?
¿Cuál fue su primera acción de guerra?
—Estaba en Infantería, en Usera. ¿Qué tuvo que hacer?
—En el barrio de Usera teníamos a 50 metros una posición franquista. Teníamos que tomarla. Aún tengo por ahí un mechero de los que encendían las bom bas, porque había que prender la mecha, y cuando llegaba al dedo el contacto, lanzarla. Ahora con la mudanza no sé dónde andará. El caso es que esa noche íbamos a intervenir Borobó y yo en un golpe de mano. Nos vino a buscar a nosotros y a otros varios para llevarnos a la Artillería de la XI Brigada Internacional del general Kleber. Nos llevaron esa noche, y cuando apareció el camión que nos iba a trasladar a la Brigada no nos llevó. Esa madrugada se dio el golpe de mano y falleció casi todo el batallón; casi todo desapareció. Una casualidad de las muchas que tuvimos. En Brunete, y otras varias… “Las brigadas se quedaron a defender Madrid y yo con ellas. Recuerdo que en febrero del 37 me ascendieron a sargento y lo pasamos mal en el frente que por Majadahonda y Las Rozas trataba de defender la capital; acabamos en El Pardo, donde se consolidó nuestra posición, pero lo peor fue aquel día en que quedamos cinco hombres con tres cañones frente al fuego enemigo: las pasé regular”, le contó hace años al escritor Arturo Ruibal. En Brunete estuvo a las órdenes del general Rojo. Disparó, tiró bombas.
—De todo. Pero bueno… Era la guerra.
—Era la guerra, sí. Tuvimos suerte, y siempre hablo en plural por Borobó. Las únicas líneas que escribí de la guerra fueron por él, y fueron ésas [señala un libro, Homenaxe a Borobó, Ediciós do Castro, 2003]. Siempre he estado con él, y hasta el fnal mantuvimos una amistad
muy íntima. Cuando nos hicieron prisioneros, nos juzgaron a los dos con otros treinta prisioneros. Pues de esos treinta compañeros cayeron más de la mitad fusilados. ¿Cómo los detienen? —Al fnal de la guerra yo tenía un
puesto de mando en Valencia, comisario de guerra en Intendencia, y Borobó también tenía su puesto de mando en otra unidad. Cuando estaba acabando fuimos nom brados para Artillería de nuevo. ¡Terminando la guerra!, ¡faltaban solamente unos días! Pero noso-
“Yo tuve dos madres,
las dos hermanas. De la primera tengo un recuerdo muy vago, porque se murió muy pronto, y mi padre se casó con su cuñada”
tampoco quería, además. Podían enfrentarse a la muerte.
—Yo tuve un cargo importante. Actualmente tengo una pensión militar [enseña el carné de militar de la República: Ex combatiente de las Fuerzas Españolas]. Fuimos reconocidos en 1987. ¿Qué ocurrió después?
“Nos reuníamos todos
en Baión, que era un paraíso. Mi familia, todos los Álvarez Limeses, Bóveda venía a cortejar a mi prima... Éramos muchos niños” “En la que iba a ser
nuestra primera acción de guerra un camión no nos trasladó a Borobó y a mí; murió casi todo nuestro batallón. Fue el primer golpe de suerte de muchos” “Nos mandaron a Madrid
con las tropas franquistas entrando. Echamos tres días paseando por las calles, medio achispados y esperando solo a ser detenidos”
tros obedecimos y nos fuimos a Madrid en un coche que tenía yo a mi servicio. A medida que llegá bamos nos íbamos encontrando una desbandada general, porque, claro, estaban entrando las fuerzas franquistas. Ustedes como el borracho del chiste, en dirección contraria.
—¡Claro! Recuerdo que hubo un control con unos guardias que nos decían: “¡A dónde vais a Madrid!”. Pero estábamos destinados oficialmente en Madrid. Quedamos Borobó y yo tres días allí, ayudados por una familia que conocíamos, medio chispas, hasta que nos detuvieron. ¿Borrachos?
—Bueno, achispados. ¿Llevaban uniforme?
—Nos cambiábamos de atuendo. Andábamos por la calle sin rum bo. Íbamos gritando “¡Viva don Juan!”, y nos paraban a preguntar: “Qué don Juan, ¿de Borbón?”. “No, ¡el Tenorio!”. Tenorio!”. Vimos a algunos paisanos nuestros que nos conocían. Estábamos esperando realmente a que nos detuviesen. No podíamos salir, no podíamos movernos. Y yo
—Que tuvimos otro golpe de suerte. Nos detuvieron y nos llevaron a una concentración de prisioneros en Carabanchel. Y allí ya hicimos contacto con las familias. Éramos miles de prisioneros allí hacinados. Hasta que nos mandaron por remesas a destinos diferentes, y a Borobó y a mí nos enviaron a Alcalá de Henares. Y ahí digo: “Raimundo, coño, en Alcalá de Henares está este pariente mío”. En efecto, nos juzgó un pariente que era capitán auditor, de Ponte vedra. Así que se movió mi familia en Pontevedra. ¿Qué pasó en el juicio?
—Que fue una coña. En vez de acusarnos, nos defendían. “¿No estuvo usted nunca en el frente?”. “No”. “¿Verdad que usted no fue voluntario a la guerra?”. “No, fuimos movilizados”. ¡Eran nuestros defensores! ¿Recuerda su nombre?
—Sí, pero, tanto tiene… -se encoge de hombros. En el libro Homenaxe a Borobó habla sobre esta circunstancia Xabier Baltar Toxo. El juez era el señor Artime, pariente del padronés Estanislao Pérez Artime, conocido como Tanis de la Riva, que fue presidente de la Deputación de A Coruña en los años 30 y amigo íntimo de Valle Inclán. “Parece que o Sr. Artime retrasa o asunto para que pase a data do 20 de novembro, novembro, aniversario do fusilamento de José Antonio, esperando que baixaran os ánimos exaltados e de represalia dos vencedores. En decembro é o Consello de Guerra, e o Sr. Artime presenta a instrucción do caso de xeito que a causa queda sobreseída, é dicir libres e sen cargos”, escribe Baltar. Cuando acabó la guerra, De la Riega supo que uno de sus hermanos había luchado en el bando contrario. Fernán Gómez escribió que no había llegado la paz, sino la victoria.
—Yo me vine a Pontevedra… ¡y tuve que hacer el servicio militar! Dos años y pico. Fue humillante. Para mí, peor que la guerra y la cárcel juntas. Hubo una persecución tremenda. Estuve sin permisos y perseguido por cierta
daba, y dentro del cuartel te pasaba lo mismo. Había un capitán que me protegía. Estaba enterado de mi situación y dijo: “A Celso lo voy a tener conm igo de ayudante”. Le había tocado en intendencia un mes y me llevó para llevar cuentas y papeleos. Y cuando yo estaba allí me acusaron de robo. Un día unos oficiales vieron que eludía saludarlos, y dijeron que llevaba una bolsa debajo del capote y que después me escondí. Pero, mira, a mí me parece que te estoy dando la lata. ¿A mí?
—Sí, ¿verdad? Yo soy periodista y vengo aquí a que me dé usted toda la lata que pueda.
—Bueno, me metieron ya en el calabozo diciendo que se me acusaba de robo. “A usted le vieron de noche llevando esto debajo del capote”. “No, ¿a qué hora?”. “A esta hora”. hora”. “Mire, yo ese domingo esta ba en el cine Coliseo con un amigo y con dos chicas”. “¿Seguro, Celso?”. “Sí, le digo el lugar, la hora, la compañía y los testigos”. Esta ba con un amigo mío íntimo que me ayudó mucho en la posguerra, que era Celso Varela. Llamó a las ofciales, los cuadró y les d ijo: “Ustedes han mentido y éste no es el artillero al que acusan de robo”. Les explicó mi coartada. Y te digo que no sé si fue peor, porque lo que siguió a eso es que hubo más persecución. Ya se había acabado Baión.
—¡Ah, aquello! Fue terrible. Se acabó todo, todo. La mayor represión fue en ese año y pico que estuve en la cárcel. Se ensañaron. Con los Álvarez, todos. No les dejaron trabajar, los degradaron. Mataron a Darío, a Bóveda. Lo destrozaron todo. ¿Su mujer era la chica que había ido al cine con usted cuando le acusaron de robo?
—No, la conocí en el fútbol. Ella y su pandilla eran asiduas. Iba con sus amigas a Pasarón. Yo también iba; estuve muy metido en el fútbol y jugué mucho. Tam bién haciendo el servicio militar jugaba en los campeonatos que se organizaban. ¿En qué posición?
—De mediocentro. Era de toque y clase, o más físico, de los defensivos.
—Bueno, por mi estatura iba muy bien por alto… Yo era de todo, repartía el juego. Jugué en el campeonato de los modestos de Pontevedra, con el equipo de ofcialidad de ahí, de Campolongo. Campolongo. Artillería. Y jugué en la guerra la Una coña. fnal del Ejército del centro; tenía¿Qué le hicieron, por ejemplo? mos un equipo en nuestra unidad. —¡Pues me acusaron de robo! robo! A Perdimos 2-1 contra Transportes; causa de esas familias que tenías tenían jugadores del Atlético de en Pontevedra había quien te ayu- Madrid, y claro.