Carta pública de desafiliación desafiliación partidaria
Hace muchos años atrás, Eduardo Haro Tecglen contaba una historia de Manuel Vázquez Montalbán. Cada vez que alguien le preguntaba al novelista, porque no renunciaba al Partido Comunista Español, cuando casi toda su generación lo había hecho ya por diferentes, conocidas y sustentadas razones, él respondía: por el militante de base. En los últimos años esa era mi más sólida razón. He permanecido en el Partido Comunista Peruano convencido que hay militantes de base que merecen un esfuerzo más en la insistencia dentro de una organización con c on diferentes, conocidos y sustentados problemas. El presente texto es mi renuncia a dicha organización. Lo escribo en primer lugar, para sistematizar una experiencia que se inicia en 1986 cuando ingreso a la Juventud Comunista Peruana y luego al Partido Comunista Peruano y que, con los habituales periodos en la congeladora, se ha desarrollado hasta ahora. Para mí, el balance es necesario, especialmente cuando incorpora una crítica y autocrítica. En segundo lugar, creo que puede ser útil a algún lector o lectora, pero no para abandonar los compromisos colectivos sino para problematizarlos y de esa manera enriquecerlos. Con algo de optimismo creo también, que puede ser útil para animar a tantos izquierdistas en singular, activistas de sí mismos, militantes de Facebook, ya sean jóvenes promesas o desencantados otoñales, a animarse por el compromiso militante en una organización política, es decir, la acción política en colectivo. Porque si bien me desligo de una organización organizaci ón política, no reniego de mis ideales ni del sentido de la acción política. Más claramente, luego de más de tres décadas de militancia partidaria, sigo convencido que desde lo individual no es posible una práctica política revolucionaria que pueda ser realmente eficaz. La revolución es un esfuerzo colectivo. Finalmente, lo hago público, porque de otra forma, probablemente sería un documento enterrado entre otros, ignorado antes que discutido, visto por algunos “elegidos “ elegidos”” y motivo de rumores, tergiversaciones y chismes. Práctica que lamentablemente se ha hecho habitual en la izquierda en general, así como en el PCP. Como toda ruptura y ésta es de lejos, lejo s, la relación más larga de mi vida; resulta dolorosa, más allá de las responsabilidades propias y ajenas. Escribir esto, en parte ayuda al proceso y busca sanar más que olvidar, entender más que culpar, asumir más que evadir. Tengo muchos camaradas, hombres y mujeres que a lo largo del tiempo supieron enseñar, acertar y también equivocarse. Las consecuencias de los errores nos separan, pero en muchos casos el respeto y la amistad perdura. Bueno, el texto empieza ahora y tiene varias partes. Va de los aspectos más teóricos a los políticos y luego, lo orgánico. Si están muy apurados, basta leer en la última página, el colofón. Una tradición teórica
Una organización política es un cuerpo vivo y como tal cambia a lo largo del tiempo en función de la relación dialéctica entre su entorno y sus objetivos. El PCP a partir de mediados de los 30, se ubica dentro de lo que se conoció como la órbita soviética. El antiguo PCUS se irroga un rol de “hermano mayor” de los demás partidos comunistas, que además deben asumir
disciplinadamente una serie de condiciones políticas y orgánicas, entre ellas su política de alianzas. Esta suerte de intervencionismo político tuvo muchas razones históricas y se desarrolló 1
con tensiones y conflictos en Italia con Gramsci y Togliatti, en Francia, en Uruguay y muy temprano incluso con José Carlos Mariátegui alrededor al rededor del rol del campesinado en la revolución peruana. Durante la segunda guerra mundial, el apoyo a la URSS fue la línea de base de toda la política comunista a nivel mundial. Hasta ahora me parece que la lucha contra el fascismo ameritaba cerrar filas en dicha coyuntura. Apoyar a la URSS y a la política de frentes populares fue lo más sensato entonces. Igual, poco antes, el mismo PCUS promovió la política maximalista de “clase contra clase” qué básicamente consistía en señalar que la socialdemocracia era lo mismo que el
fascismo y que no había enemigos menores ni aliado táctico y que todos eran unos redomados capitalistas por lo que debía lucharse contra unos y otros. Sí, casi como ahora. Maximalistas hay en todas las épocas y siempre terminan igual. Mi punto aquí es que, en otros partidos comunistas del mundo, si bien la línea soviética lograba imponerse, se desarrollaba con tensiones y debates. Era discutida, y a veces ignorada por un tiempo, aunque al final, los cuadros de Stalin lograban imponerla. En la historia del PCP la obediencia era su signo. Los niveles de autonomía frente al hermano mayor fueron inexistentes. La obediencia es una virtud que tiene sentido en un ejército o un convento. En el primero sirve para salvar vidas y en el segundo para perder el tiempo. Pero en política, la obediencia ciega no ayuda. La tradición prosovietica permitió el lento proceso de desideologización y estancamiento que los propios comunistas rusos reconocen ahora. Y esa misma tradición supuso otras cosas: ignorar los costos de la uniformidad ideológica, que van desde el establecimiento de una ortodoxia escolástica y de manual (recuerdan al camarada Afanasiev); hasta la persecución de ideas diferentes dentro de la izquierda (¿siguen pensando que Kamenev, Zinoviev, Trotsky, Bujarin, Tujachevski eran traidores y agentes del capitalismo y por eso merecían ser fusilados o asesinados a partir de los juicios de Moscú en los años 30?); la prioridad de los intereses del Estado Soviético antes que los de la revolución mundial (pregunten a los chinos de Mao, al joven Ho Chih Mih, a los anarquistas españoles, a los ciudadanos de Praga, al pueblo de Afganistán y etc.) y para final, la entronización del Estado de Partido Único bajo el uso abusivo y descontextualizado del concepto de “dictadura del proletariado”.
El modelo de Partido Único nos dejó, además, la figura del Secretario General incuestionable y de larga duración. El comunismo de Marx que aspira a la más amplia y radical democracia de bases termina convertido en un aparato burocrático centralizado en c uya cúspide hay una élite dirigida por una persona. La URSS ya no existe, pero el modelo chino actual es básicamente lo mismo más mercado capitalista, es decir, desigualdad económica. China es el socialismo de la desigualdad. Para los comunistas peruanos la tradición soviética supuso apurar el cambio de denominación, que ahora parece una anécdota, pero en su momento fue un duro debate en la interna del partido; y la defensa obediente de todas las acciones políticas realizadas por la l a URSS. La defensa de la política de clase contra clase para luego pasar al frente popular. Durante la Primavera de Praga, el Partido Comunista Uruguayo se pronunció en contra de la presencia de los tanques soviéticos, (digo presencia y debería decir invasión). Luego el PC argentino y el de Chile. Hasta el día de hoy, el PCP mantiene la versión “oficial” que señala que el proletariado checoslovaco invitó al ejército soviético para evitar una contrarrevolución.
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Que no se piense que estoy negando el rol pernicioso del imperialismo yanqui ni la acción de lo que se denominaba el complejo militar industrial. Se apoyaron muchas luchas de liberación nacional como la revolución cubana, las luchas en África, Vietnam entre otras. Pero P ero no debemos olvidar que, en casi todos esos casos, el rol del PCUS no estaba en la vanguardia, sino en la lógica de la “coexistencia pacífica”. Así, para partidos pequeños como el PCP, la política internacional
siempre era un juego esquizofrénico de obediencia a la mesura que venía de Moscú y la solidaridad emotiva con las luchas revolucionarias del mundo. La caída de un muro Toda esta relación, tuvo su punto de inflexión con el proceso denominado de “perestroika” y
que ahora ha caído en el olvido dentro de la izquierda en general y en los partidos comunistas. Principalmente porque una mirada superficial adjudica a dicho proceso el fin de la experiencia soviética. La caída del muro tiene a los ojos de muchos comunistas un único responsable que es Mijail Gorbachov. No es este el momento ni dispongo del espacio para discutir esta afirmación. Por ahora basta señalar y entiendo que resulta evidente, que se trata de una simplificación sin base empírica y que no resiste el más mínimo análisis histórico y menos marxista. El fin del modelo soviético, graficado en la caída del Muro de Berlín y la posterior disolución de la URSS, del Pacto de Varsovia, del COMECON, del PCUS no ha sido estudiado, analizado, discutido de manera autónoma y marxista dentro del PCP. A lo sumo, se seguía con diferente interés el proceso y luego, l uego, nos hemos rehusado a establecer las consecuencias políticas de dicha derrota. Por que más allá de los errores en la construcción del socialismo soviético, para los partidos prosoviéticos, la disolución de la URSS no puede ser entendida como otra cosa que una derrota política. No puedes borrar una política seguidista de 60 años y luego desentenderte cuando el objeto de tu seguidismo colapsa en un tris. Y el PCP nunca hizo un balance crítico y marxista de dicho proceso. Y esa ausencia fue reemplazada por el tabú y el desinterés en el pasado penoso. Ciertamente, fue un proceso histórico mundial que afectó a todos los partidos comunistas. Los italianos, por ejemplo, a pesar de tener en el PCI una organización crítica, con bastante autonomía forjada desde la figura de Gramsci por un lado y Palmiro Togliatti por otra parte, no lograron salvar la organización partidaria y el PCI termino fracturándose de manera irremediable. El PC español atravesó un proceso similar sumado a las tensiones de la transición; a pesar de las altas dosis de “eurocomunismo” que Santiago Carrillo inoculo con anterioridad.
El PCP no logró procesar de manera creativa los cambios y buscó mantener más bien las cosas como estaban. Aquí, debo señalar un elemento que me parece fundamental para entender la debacle del PCP a partir de los años 80. La figura de Jorge del Prado resulta importante por muchas razones. Cercano a Mariátegui desde muy temprano. Una persona de una alta sensibilidad tanto artística como política, que asumió las responsabilidades con entereza y convicción. Una vida dedicada a la política y al partido, antes que al beneficio personal. En aquella época, la honestidad era un presupuesto compartido por toda una generación. Tanto así que la traición de Ravines, es condenada más por la mejora económica que supuso, que por el cambio de orilla ideológica en sí.
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Del Prado fue una persona honesta y consecuente con sus convicciones e ideales. Dirigió personalmente el PCP durante más de treinta años. Sin embargo, no tenemos un análisis histórico del rol cumplido en la dirección política. Lo que existe es un incipiente culto de personalidad, homenajes panegíricos y lo de siempre, rumores que pasan por críticas, anécdotas que quieren ser graciosas, y la ignorancia despreocupada de los jóvenes comunistas. El libro de Guillermo Herrera sobre la relación del PCP dentro de Izquierda Unida es un texto testimonial de suma importancia para conocer la manera que funcionaban las instancias de dirección en los tiempos de Del Prado. Debería Debería ser una lectura obligada. Pues Del Prado resulta una figura central para entender al PCP incluso ahora. Su legado, es decir, la manera que entendía el partido y cómo debía funcionar, sigue vigente: La natural soberbia del poseedor de una verdad histórica; la intolerancia frente al disenso, la condena del hereje, la disciplina como virtud intrínseca, la subordinación a un partido mayor, la personalización de la dirección política, la desconfianza frente al compañero de trinchera, la lucha contra las “ideas ajenas al proletariado”, el posterior anti intelectualismo; una visión conservadora del rol de la mujer comunista, condescendiente frente a la Jota e instrumental i nstrumental frente a los sindicatos. Todo eso es parte del ADN comunista que Del Prado nos legó. l egó. Ya es tiempo de hacer un balance riguroso de su figura. Ponderar sus claras virtudes y aciertos, junto con los errores políticos. Porque nadie es infalible. Pero no se ha hecho, y de allí, hemos asumido transitado de una cultura de “ordeno y mando”, a otra de “respeto a la autoridad”. Así, el dirigente del partido pretende ser incuestionable.
Dudar del secretario general es una traición. Criticarlo, puede ser motivo de expulsión. Bueno, eso es lo que la autoridad del momento pretende. Pero siempre hay críticas, y por eso, en vez de asumirse como parte del debate político, en vez de establecer mecanismos para procesar proc esar la discusión, en vez de facilitar el intercambio crítico de propuestas, todo se convierte en una pugna feroz sin reglas. En ataques personales, en discusiones totales, sin matices, en disputas de suma cero. La relación entre el provincial de Lima y la dirección nacional antes de Flor de María fue un buen ejemplo de esto. Al punto que ha sido evidente para toda la izquierda limeña. El anti intelectualismo intelectualismo
Otro de los problemas existentes es el anti-intelectualismo del PCP. En general, supone el desinterés y la pereza por la investigación y el estudio marxista de la realidad nacional. Cuando decimos estudio o investigación, no nos referimos a repetir lo que señala RT o Granma, o algún video viral de YouTube. A fines de los 60 el grueso de la intelectualidad peruana estaba cerca a las posiciones del PCP. Incluso con militancia activa. Luego, entre la disputa chino-soviética, el trotskismo, la revolución cubana, la invasión de Praga, el Mayo del 68; y finalmente el surgimiento de la “nueva izquierda”; las nuevas generaciones de intelectuales tuvieron un discurso antisoviético y por ende muy crítico del PCP. La tensa relación entre Del Prado y Flores Galindo es un buen ejemplo. Debo tener en algún lado de mi biblioteca el folleto donde Del Prado ““destruye destruye”” las hipótesis de Flores Galindo sobre
Mariátegui, el partido y la acción sindical. Algo A lgo parecido pasa con Denis Sulmont y su lectura anti revisionista (es decir, contraria al PCP) de la historia del sindicalismo. A partir de allí una generación de comunistas desconfió de los intelectuales. Por volátiles, por derecho humanistas, por reformistas, por pequeñoburgueses. Esta distancia, no ha sido superada, y ha significado una seria limitación política y teórica. Ni aún en estos tiempos, que 4
muchos académicos en el mundo empiezan a revalorar la figura de Marx e incluso la de Lenin (lean el texto de Tariq Ali, “los dilemas de Lenin” . Es imprescindible), el PCP logra establecer un dialogo fluido y regular con académicos e intelectuales. No le interesan ni los entiende. Y esto promueve una cultura de “autosuficiencia “autosuficiencia”” que adquieren los dirigentes partidarios. Todo lo anterior configura dos problemas que resumen mi crítica al PCP y son parte de las razones de mi desafiliación partidaria. En el PCP se práctica un marxismo que no mira al país
¿Qué hipótesis, que interpretación histórica y política ha elaborado el PCP en los últimos años? El partido de Mariátegui que revolucionó el marxismo occidental para enraizarlo en américa latina, ahora resulta incapaz de construir un argumento que vaya más allá de echarle toda la culpa al imperialismo y a la derecha. Los cambios sociales del país son ignorados o minimizados por una narrativa estancada en los 80, ni siquiera en los 70. El análisis de clases se encuentra reducido al uso de etiquetas como proletariado o clase obrera, pero sin capacidad de entender los procesos de cambios al interior de la estructura de clases de la sociedad peruana. De allí, que la sensibilidad política del partido se encuentre desfasada del mismo proletariado que afirma representar. La ausencia de una reflexión acerca del poder y sus dimensiones políticas, económicas, sociales y culturales ha significado el relegamiento del marxismo a la categoría de un glosario que se repite de manera ritual sin ninguna capacidad emancipadora. En el PCP se práctica un marxismo que no mira al mundo
Las mismas carencias se establecen en el análisis teórico del proceso mundial. Si bien, hasta el fin de la URSS se compartía de manera acrítica, la propuesta de la “coexistencia pacífica” por lo
menos, se disponía de un marco conceptual para encuadrar los procesos internacionales. Ahora, el análisis político mundial del PCP está reducido a la postura política frente a los diferentes gobiernos y movimientos opuestos al imperialismo yanqui. En el anterior contexto de “guerra
fría” el criterio básico de “enemigo de mi enemigo” solía servir como brújula elemental. Sin embargo, en un mundo postglobalizado y a la vez multipolar, sin un bloque que pueda denominarse realmente “socialista”, ser enemigo del modelo de EEUU no es suficiente para definir una política revolucionaria en clave marxista. Para hacerlo es necesario estudiar los procesos mundiales a partir de los cambios en la estructura del poder imperialista y sus consecuencias tanto económicas, como sociales y políticas. En cambio, el PCP ha optado por vivir en una nueva “guerra fría” que restablece una política de “buenos” y “malos” a escala global.
Como el partido no logra salir de esta prisión dicotómica, termina apoyando in toto, las acciones de los gobiernos de Rusia, Venezuela, Nicaragua, Cuba y cualquier gobierno que sea opuesto por cualquier razón- al imperialismo yanqui. El apoyo absoluto y acrítico nunca ha sido una característica de los movimientos revolucionarios si no más bien de los grupos conservadores. Las razones políticas
Pero las ausencias teóricas podrían con un esfuerzo de voluntad política y algo de disciplina académica, ser abordados y resueltos. Un segundo nivel de problemas y críticas se desarrolla en la aplicación práctica de la línea política. En esta parte solamente señalaré, algunos puntos que considero gruesos errores del PCP. Nótese que hablo del partido como conjunto. A diferencia de otros camaradas, no me parece 5
correcto abordar los errores políticos del p artido como errores de “la Dirección”. Pues de esta manera, se establece la falsa percepción de una organización que ha sido conducida por un grupo que imponía posiciones erróneas mientras en la base, los militantes mantenían opiniones eventualmente correctas o adecuadas. Esta dicotomía de dirección frente a bases, ha sido el discurso habitual de las diferentes posiciones divergentes en algunas coyunturas dentro de la organización. Y como tal, no explica nada. No define los debates y es básicamente expresión del proceso de desideologización del partido. En los casos que señalo, hubo posiciones diferentes, pero fueron generalmente transversales a la organización política. Y si bien, uno de los problemas orgánicos que más adelante reseñaré alude a los mecanismos de democracia interna, en general, el mérito de los diferentes encargados de la dirección nacional del partido ha sido presentar sus posiciones como las únicas alternativas viables para la organización; eliminando en la práctica cualquier debate real. De esta manera, se ha utilizado hábilmente, la debilidad numérica y cualitativa de la organización o rganización como el argumento principal para tomar decisiones políticas. Es el caso, del apoyo al candidato y luego presidente Ollanta Humala, que significó un cambio en la estrategia habitual de la izquierda desde los años 80. Con Ollanta, se abandona una estrategia autónoma de la izquierda y se asume como factible y deseable, la posibilidad de establecer un gobierno “progresista” desligado de cualquier reflexión ac erca de su viabilidad en términos de correlación de fuerzas. Las limitaciones de la propuesta humalista podían percibirse desde su aparición. La ausencia de una estructura orgánica, el rol del clan familiar, las veleidades de la pareja Humala-Heredia, sin embargo, todo aquello fue ignorado pues “no había otra alternativa”.
Del mismo modo, durante varios años, se promovió en el partido un acercamiento e incluso se pretendió imponer alguna forma de “unidad orgánica” con la organización Patria Roja. Siempre fui uno de los más entusiastas opositores a esta propuesta. Mis razones, aparecen en diferentes artículos de UNIDAD y de mi blog. El problema radica en que dicha propuesta, se realizó sin un adecuado análisis de la situación orgánica del partido ni una discusión acerca del procedimiento orgánico a establecerse. Tampoco se tenía en claro, las ventajas políticas de dicho proceso de “unidad orgánica”. Si uno analiza a profundidad dicha propuesta, podrá entender que no resulta adecuada desde un punto de vista político, para el PCP. Luego tenemos todo el proceso que va desde la conformación del primigenio Frente Amplio hasta la alianza de Juntos, pasando por diversas rupturas y desencuentros. Para todos aquellos que pertenecíamos al partido a lo largo de este proceso, tenemos la impresión de que nuestra organización transitó por un derrotero confuso, contradictorio, incoherente y arbitrario. Numerosas reuniones de Comité Central que terminaban con acuerdos ambiguos o condicionales, que permitían a cada Regional adaptarlos según sus objetivos. En más de un momento, una Regional apoyaba al Frente Amplio de Arana; otra trabajaba con Nuevo Perú y otra juntaba firmas para la inscripción propia. En este proceso, se empezó agestar la animadversión entre el Provincial de Lima y la Dirección Nacional. Hecho ampliamente conocido por la izquierda limeña, así que no es novedad alguna. Lo que me importa resaltar es que no se trató de una diferencia política, de un debate programático o de una discusión de táctica. Eran problemas entre un puñado de personas cuyas tirrias y rencores fueron elevados a categoría política. 6
Y aquí se encuentra una de las principales razones que explica los errores políticos del partido: la extrema subjetividad en la construcción de la línea política. Es decir, las decisiones políticas se establecen no en base al análisis concreto de la situación concreta, sino a partir de las relaciones personales existentes en la dirección de turno. Relaciones generacionales, amicales, regionales, profesionales, familiares, y de cualquier otra índole resultan claves para establecer acuerdos, posiciones y diferencias. Puedo explicar estas prácticas por la suerte de crisis emocional que atraviesa el partido desde la caída de la URSS. La sistemática y consistente reducción numérica del mismo, desarrolla un ambiente de desconfianza en el otro. La búsqueda de lealtades políticas se restringe a los círculos más estrechos. Así, la generación de dirigentes de los años 90, se consolida como predominante en el partido y limita el acceso de cuadros más jóvenes. La organización deviene en una federación de grupos de interés antes que un colectivo de cuadros revolucionarios. Esta situación permite explicar las limitaciones y errores orgánicos que a continuación detallo. Problemas organizativos organizativos
El PCP es una organización pequeña dentro de una izquierda que es también pequeña en la sociedad peruana. Si bien, salvo un periodo muy corto entre los 70 y 80, la izquierda peruana siempre ha sido poco más que marginal. Pero esta situación no es un impedimento para desarrollar prácticas políticas realmente revolucionarias y emancipadoras. Los bolcheviques eran un grupo marginal hasta 1917 pero disponían de un marco teórico y político adecuado para entender los procesos sociales rusos, así como los procedimientos organizativos que permitían en las difíciles condiciones de la autocracia zarista, implementar dichas políticas. El principal problema es el divorcio entre la propuesta organizativa leninista y la estructura realmente existente. Como sabemos, el leninismo propone una organización de cuadros reunidos en células que operan en frentes de masas. Las células no coordinan coor dinan horizontalmente sino directamente hacía un centro. De esta manera, se garantiza la eficiencia de la acc ión política en sociedades con serias limitaciones democráticas y fuerte represión. Ya sabemos que tanto Antonio Gramsci como Rosa Luxemburgo elaboran respuestas más o menos alternativas al modelo clásico leninista. La prueba o bligatoria para definir una estructura organizativa consiste en establecer su eficacia política. Toda estructura debe ser funcional a los objetivos que se plantea. En el país, se ha discutido muy poco al respecto y en el PCP mucho menos. ¿Sigue siendo funcional en una sociedad con libertades democráticas formales, una estructura en células coordinadas desde un centro? La ausencia de una teoría sobre la democracia peruana, sus limitaciones y posibilidades, no se dispone de un buen punto de partida para imaginar una estructura organizativa que vaya más allá de grupos territoriales y sectoriales. Al final, terminamos “amontonando” prácticas organizativas de manera incoherente (células, comisiones, equipos, equipos, activos, redes sociales, etc.) etc.) y resolviendo resolviendo los problemas con “coordinaciones” coyunturales. Estos problemas se ilustran mejor cuando vemos los problemas para organizar a las juventudes, mujeres o para desarrollar la formación política.
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La Jota y las mujeres
¿Por qué los jóvenes deben desarrollar su militancia política en una estructura ad hoc que básicamente funciona como un mini p artido? La estructura orgánica de “juventudes políticas” fue un proceso histórico destinado al encuadramiento de la acción política juvenil dentro de las necesidades del nuevo Estado soviético. Se trata, a ciencia cierta de una instrumentalización de la participación juvenil en la política. polític a. Históricamente ha permitido, además, reducir la influencia juvenil en la toma de decisiones dentro dentro de una estructura política. La relación del PCP con los militantes menores de 30 años puede definirse simplemente como “desconfianza”. El partido no confía en los jóvenes por diversas razones. A fines de los 60 fueron el núcleo de la disidencia maoísta y desde entonces, apoyaron sustancialmente las diferentes rupturas orgánicas. Era la época de las juventudes altamente politizadas e ideologizadas. Luego vendría el reflujo, y en el presente siglo, la desconfianza se debe básicamente a la incapacidad de los jóvenes comunistas para desarrollar algo que mínimamente pueda llamarse práctica política eficaz. No se trata de falta de entusiasmo o voluntad, sino de consistencia. Y no es completa responsabilidad de los propios jóvenes tampoco. Se han unido a una organización ya en crisis, en una izquierda en crisis, en una sociedad que ha cambiado muy rápido. Los jóvenes comunistas no han logrado, a pesar de los esfuerzos, tiempo y recursos, reimaginar un discurso comunista que sea más o menos interesante para el resto de jóvenes peruanos y peruanas. La desconfianza del partido podría ser un buen motivo para desarrollar una Jota contestataria, rebelde, cuestionadora, progresista o incluso, simplemente activista. Pero su reducido número hace que los escasos cuadros con que cuenta estén sobrecargados de responsabilidades y prácticamente sin ningún apoyo del resto del partido. Ahora bien, si es responsabilidad de los jóvenes comunistas haber incorporado en sus prácticas políticas, lo menos atractivo del legado prosoviético, como es la soberbia sin justificación, el sectarismo y la obsecuencia entendida como disciplina. Mientras que en la construcción de una política para el sector denominado como “mujeres”, predomina una mirada simplemente conservadora. Mientras que en otros países -Chile o Argentina para no ir muy lejos- los comunistas son defensores del derecho de aborto libre o el matrimonio igualitario, mientras incorporan una lectura feminista del marxismo; en el partido, la compañera Flora Tristán aparece como una radical extremista y no mencionemos las posiciones de Inés Armand o Clara Zetkin que podemos ser anatemizados. Más allá de algunos pasos simbólicos importantes como la elección de la camarada Flo r de María como secretaria general, predomina en el partido una visión conservadora del rol de la mujer en la política. Y esto se expresa en la plataforma política que se desarrolla desde la organización. Para nadie es un secreto, que el discurso feminista está brindando pertinentes y necesarios debates en el pensamiento de izquierda. Hay una línea teórica de feminismo marxista. Pero todo eso nos es ajeno, no por falta de acceso sino por voluntad propia del partido. El tema del aborto libre es prácticamente un tabú que resulta rechazado tanto por hombres como por mujeres. La formación partidaria
Hace un par de años atrás por un acuerdo de un Pleno del Comité Central me incorporé como responsable de la Comisión de Educación. Tuve esa responsabilidad hasta el último congreso 8
partidario. Antes que nada, debo señalar que el más m ás descontento con mi gestión soy yo mismo. Creo que hice poco, más allá de la escasez de recursos humanos y materiales. La experiencia me ha servido para entender algunas cosas. En primer lugar, entender que un ciudadano o ciudadana no se convierte en “comunista “ comunista”” por asistir a un curso ya sea presencial, virtual, de dos horas o seis meses. La formación de una identidad política es un proceso más complejo que supone fundamentalmente experiencias de vida (sociales, laborales, educativas) en un periodo largo de tiempo. Ya en concreto, la experiencia me ha permitido entender mejor la desideologización de los militantes de la izquierda en general y del partido en particular. La poca reflexión existente en materia de formación política en nuestro medio. La necesidad de pensar programas formativos que diferencien perfiles de estudiantes. Pero lo central, es que, en todo partido, la formación política se mueve en la tensión entre “brindar información” y “enseñar a pensar ”. Lo primero es más o menos sencillo pero lo segundo es indispensable, pero también es cuestionador. Y he aquí el problema. En el partido he encontrado innumerables obstáculos para el ejercicio de una reflexión marxista que vaya más allá de los viejos manuales de Nikitin, Afanasiev o la l a temprana Harnecker. El animo anti intelectual y la pereza ideológica se articulan para desconfiar de todo lo nuevo. Incluso cuando lo nuevo surge del mismo marxismo. Esto convierte la formación política en catequesis, es decir, en un credo sistematizado, pasteurizado y homogeneizado, para que sea asimilado asimi lado por los alumnos sin mayores problemas. Toda catequesis sirve a la permanencia de una estructura de poder antes que al cuestionamiento de un orden. Y al final, tampoco funciona. Nada hay más aburrido que ir a una jornada de catequesis ya sea en nombre nombre de Jesús o de de Marx. ¿Debe ser democrático un partido comunista?
Una simple pregunta que nunca es claramente respondida. Se pondera, se atempera, se divaga. Ahora, para mí la respuesta es clara: sí. Un partido comunista debe ser principal y fundamentalmente democrático. Históricamente, antes de los años 30 los PC eran bastante democráticos. Las limitaciones al ejercicio de la democracia se debían como lo explica bien Lenin en el Quehacer, a las condiciones c ondiciones del entorno. Si vives en una autocracia, sin libertad de prensa, persecuciones arbitrarias y represión indiscriminada; es absurdo exigir una asamblea abierta que discuta la línea política. Probablemente, algunos de los lectores, piensen que nuestro país es así. Una dictadura arbitraria donde en cualquier momento podemos ser detenidos y desaparecidos. Es cierto, que en algunos momentos de nuestra historia, así ha sido. Y poco impide realmente, que en el futuro pueda ocurrir de nuevo. Pero, en general, hay un conjunto de libertades civiles que más o menos están garantizadas. El Perú es una democracia empresarial bastante desarticulada, con vaivenes autoritarios, pero al mismo tiempo con resquicios de legalidad que no podemos soslayar. Todo lo anterior es para sustentar, que el argumento de las limitaciones democráticas por razones “de seguridad” es un cuento chino.
¿Y que supone ser democrático para un partido comunista? Aquí debo señalar mi deuda con Robert Dahl que muy lejos del marxismo, marxi smo, tiene una visión procedimental -hasta lo instrumental-
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acerca de la democracia. Prefiero esto, a las concepciones esencialistas de lo democrático tan proclives al más estéril asambleísmo. El componente democrático en la perspectiva que señalo, alude a un conjunto de procedimientos que garanticen la participación de todos y todas, en la toma de decisiones, en igualdad de oportunidades, con acceso a la información necesaria para discernir decisiones informadas. Y con conocimiento de las consecuencias de dichas decisiones. Y bueno, eso es lo que no hay en el PCP. Tampoco existe en buena parte de la izquierda. Para que un militante pueda participar adecuadamente en la discusión de un tema específico, debe disponer de un documento con un tiempo previo para su lectura, tanto individual como en su instancia orgánica. El tema debe ser claramente identificado. No se discute un informe de treinta páginas o un tema general como “la política internacional”. El debate se realiza en base a argumentos que pueden presentarse previamente por escrito y sistematizados por una comisión especial. Y se dispone de un tiempo adecuado para realmente discutir cada tema. Y todo esto, no lo he inventado. Es parte de los procedimientos existentes en la tradición política de la izquierda y comunista desde los años 20. Informes de mayoría, informes de minoría, mociones, comisiones, plenarias, etc. Pero, en las tres últimas décadas se han reducido todos los procedimientos democráticos de discusión. El principal argumento fue la carencia de recursos económicos, la poca estructura orgánica, los informes no se envían antes porque los militantes no los leen. El Pleno ya no dura tres días sino una tarde porque los delegados están siempre apurados en regresar a sus localidades. El ritual entonces se reduce a medio centenar de personas que en ese momento recibe y escucha un informe de treinta páginas que aborda la situación internacional, la economía y la política nacional, los problemas en los frentes regionales y de masas, el tema orgánico y la plataforma de lucha. Luego cada delegado dispone de entre tres y cinco minutos para aportar apor tar sobre todo el documento. Toda la reunión debe terminar en no más de tres o cuatro horas. Obviamente, todo eso es una broma. Entre la precariedad económica, la desideologización, la poca renovación que permite saber lo que cada uno va a decir ya por costumbre, y el pragmatismo imperante; el partido se ha acostumbrado a funcionar bajo un sistema de democracia democracia formal mínima. En estas condiciones, no es de extrañar la poca calidad política de los acuerdos ac uerdos alcanzados. Conclusiones
El PCP se ha convertido en una organización cada vez menos ideológica y más corporativa. Es decir, una organización que funciona a partir de grupos establecidos por afinidades generacionales, laborales, regionales, etc. Cada grupo tiene una agenda acotada que busca incorporar en el discurso del PCP. Cada grupo oscila osc ila en el peligro permanente de convertirse en una simple argolla, donde ya no importan los objetivos sino la permanencia y defensa del grupo en sí. De esta manera, el partido es cada vez menos revolucionario y más sometido a los vaivenes del espontaneísmo. Menos marxista y más politiquero. Entiendo que muchos camaradas sentirán muy duras mis palabras, pero sé que en el fondo reconocerán la verdad que hay en ellas. Y en dónde mi experiencia me ha permitido entender esto con mayor claridad ha sido en el movimiento sindical.
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Una de las responsabilidades más importantes que ha tenido el PCP ha sido su presencia mayoritaria en la estructura orgánica del movimiento sindical peruano. Tanto en la confederación como en muchas federaciones y sindicatos de empresa. El movimiento sindical peruano no logra recuperar su inserción en la fuerza laboral, una propuesta sobre el mundo del trabajo actual y la capacidad ca pacidad de movilización (representación) de los trabajadores y trabajadoras del país. Todo lo cual supone una amplia renovación de cuadros, prácticas y discursos. El partido debería ser el principal interesado en este proceso proc eso de renovación, pero lo real es que, en las actuales circunstancias, es un elemento conservador dentro del movimiento sindical. A pesar incluso, del encomiable esfuerzo de muchos militantes comunistas que son valiosos dirigentes gremiales, como el actual secretario general de la CGTP, Gerónimo López o en su momento Juan José Gorriti y Mario Huamán. Sin embargo, la presencia colectiva del partido no logra consolidarse como un soporte para el movimiento sindical. Por el contrario, en algunos sectores o territorios se embarca en absurdas disputas hegemónicas con otras fuerzas políticas; juega a relegar fuerzas renovadoras; mantiene divisiones absurdas en espacios gremiales o guarda silencio cuando se avasalla la autonomía sindical de una organización gremial. Y eso es lo que más me molesta. Porque realmente, si una persona o colectivo se considera de izquierda y más si pretende ser comunista, debe mantener un compromiso real en el fortalecimiento de los trabajadores organizados, respetando su autonomía e independencia. Y si no, por lo menos, tampoco ser obstáculo. Colofón
A lo largo de las líneas precedentes he tratado de ordenar mis principales objeciones o bjeciones al trabajo político del PCP que me obligan a desafiliarme del mismo. No todas aparecen al mismo tiempo ni son equivalentes. Trate de luchar contra algunas con diferente resultado. He sido un firme convencido de la necesidad de una radical renovación del partido. Por ello, me han señalado como revisionista, socialdemócrata y otros adjetivos igualmente cariñosos. Por allí hay dos dirigentes mineros que dedicaron su tiempo a promover una denuncia en la Comisión de Disciplina en base a un malentendido tan insulso que no merece nada salvo una sonrisa conmiserativa. Igual, la Comisión de Disciplina liderada por otro dirigente minero con mayores luces descarto hace tiempo dicha queja. Algunos pocos camaradas que conocen mi decisión me señalan que sería más prudente esperar nuevos y mejores tiempos. “Esperar” ha sido y es la estrategia seguida por muchos militantes del PCP. Se basa en la confianza del futuro descalabro de los que dirigen la organización en cualquier momento dado. “Esperar” era la consigna hace más de treinta años, cuando la JCP reclamaba a Jorge Del Prado por el apoyo acrítico a Barrantes. Ya tengo más de medio siglo de vida y “esperar” no es una opción sincera ni muy viable. Hacer política no puede reducirse a esperar. Que se entienda bien. Estoy desafiliándome del PCP de manera pública, pero no estoy renunciando a mis convicciones en la necesidad de un cambio social; en la pertinencia de un análisis teórico y político cuyo centro es el marxismo; en la necesidad de construir una estructura orgánica que permita articular los esfuerzos individuales en una praxis política colectiva. Todo lo cual, ahora tengo la certeza, no es posible de desarrollar dentro del PCP.
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La militancia política me sigue pareciendo la forma más adecuada de compromiso ciudadano en una sociedad desigual en términos económicos y políticos. Al inicio de este ya demasiado largo texto, señalaba que una de las razones por las que me mantenía en el PCP era -como señalaba Manuel Vásquez Montalbán- , el “militante de base”. En los últimos años, he visto cada vez menos militantes de base y más viejos camaradas que han ritualizado su militancia. Hace muchos años, leí que uno debía escoger siempre con quien comparte la mesa y la trinchera de combate. En buena cuenta, esta es mi razón última para renunciar al PCP y buscar otras alternativas. Me despido de mis camaradas sin rencores ni pesares. Tanto de los buenos, como de los no tan buenos. No contestaré de forma pública ningún comentario, adjetivo, ataque personal o intento de troleo. No es para tanto. Muchas gracias a los que han tenido la paciencia de leer hasta aquí, lo cual en estos tiempos de millenials tiene su mérito, ojalá que les haya sido útil. Y si buscaban revelaciones, chismes o ataques personales, sinceramente no lamento haberlos decepcionado. Que el viejo topo de la revolución nos permita reencontrarnos del mismo lado, aunque sean trincheras diferentes. Lima, 12 de enero de 201 9
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