BERNABE FERREYRA EL IDOLO ARROLLADOR
Biografía, reseña y entrevista realizadas por Martín Millán para el Diario Clarín, publicada en ocho notas entre el 18 y el 26 de agosto de 1960.
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INTRODUCCION
ernabé Ferreyra, “El Mortero de Rufino”, el cañonero que no dejó nunca una valla invicta, fue un revolucionario del fútbol argentino y su presencia en las canchas clausuró una etapa y le dio vida a otra que virtualmente se cerró cuando se retiró de los fields. El fútbol argentino supo en sus albores de shoteadores temibles, los más famosos: el rubio Eliseo Brown y el veloz Maximiliano Susan. Luego, el pulimento de la técnica desdeñó el empleo del tiro desde cualquier posición y distancia, para preferir el fino tejido de pases y gambetas buscando la excesiva aproximación del arco para intentar el remate. Así, el fútbol argentino había ganado en belleza pero había perdido su gran ingrediente de emoción. Es entonces cuando aparece Bernabé Ferreyra. Y fue como el rayo. Sus taponazos, disparados desde cualquier distancia y posición, fulminaban a los arqueros. Marcó goles inverosímiles y los grandes descreídos, los que se burlaban de él porque su rusticidad campesina carecía de las finezas de los artistas del balompié, tuvieron que rendirse a la evidencia de sus tiros sensacionales y de sus goles electrizantes. Fue como el rayo que quema, preliminar instantáneo del trueno que atruena. Sus goles sacudieron el ambiente deportivo y conmovieron a la Nación entera. Su nombre llenó la crónica de su época. Su estampa paseó triunfalmente por las canchas porteñas. Los arqueros le temían. Sus adictos lo idolatraban. No tuvo par en el fútbol argentino, porque no hubo quien pudiera comparársele en la potencia de su shot, marcador del gol inverosímil. Así fue Bernabé Ferreyra y así se le evoca, como uno de esos ídolos que el pueblo jamás olvida.
Digitalización de texto e imágenes, diseño de tapa, diseño de interior, edición, diagramación y compaginación: MARIO FABIAN RACCA para el Museo y Archivo Histórico Municipal de la Ciudad de Rufino. Para la realización de este trabajo se ha transcripto textualmente el texto de las ocho notas periodísticas que componen el informe, como así también se incluyeron las fotografías y los epígrafes que acompañaron a cada publicación.
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PRIMERA NOTA LAS BOMBAS DE ESTRUENDO
ernabé Ferreyra, el Ñato Ferreyra, hace la pregunta: “¿Y? ¿Qué le parece Rufino?”, con un tono tal que si uno le dice: “Mire, en realidad no me gusta mucho”, toda su pólvora homicida se volcaría como para un fusilamiento. Pero no tenemos necesidad de mentir. Le decimos la verdad: “Es un lindo pueblo, Rufino”, y Bernabé entonces detiene su paso y mirando con el rabo del ojo, dispara la salva: “¿Cómo lindo pueblo?... Es el mejor pueblo del mundo…”. Se ríe, con su risa franca y sus ojos socarrones, trabajados de mirar tanto la distancia. Es un verdadero criollo este Bernabé, bromista lleno de picardía, ocurrente, infatigable en giros y dichos, que goza en la conversación con amigos y que cuando ríe -y eso es muy a menudo- invita a que se le haga coro. “Claro, claro, el mejor pueblo del mundo”. La patria chica de Bernabé Ferreyra, quien dentro de su perímetro no es ni el “Mortero”, ni la “Fiera”, ni nada de eso, sino, simplemente, el Ñato Ferreyra.
En el viejo pago…
Los laureles de su larga y fecunda actuación en las canchas no hicieron mella en su espíritu: bonachón, sencillo, sonriente, así fue y es ahora el gran Bernabé.
Y a Bernabé hoy hay que ir a verlo a Rufino. Cierto es que desde hace muchos años vive en Buenos Aires,
con su esposa y sus dos muchachos, pero igual no deja de pasarse su mes anual en el viejo pago. Suele ir por los veranos, aunque este invierno de 1960 también se ha dado su vueltita. “Pero usted siempre hace las cosas al revés”, le decimos. “Y, cuando jugaba al fútbol en Buenos Aires, vivía en Rufino. Ahora que está jubilado, vive en Buenos Aires”. No contesta y se pone a mirar cariñosamente lo que rodea sus ojos: la estación, la plaza, la avenida Cobo, en la que están los clubes a los que va a jugar un truco o a charlar simplemente, mientras toma el vermú en la mesa amistosa… Después de verlo transitar por sus escasas calles, de verlo entrar y salir de los negocios de sus amigos, de verlo responder al saludo cordial de los tantos ciclistas que en Rufino hay, uno se explica muchas cosas. Es una verdadera odisea caminar una cuadra por el pequeño pueblo con Bernabé. A cada momento hay que detenerse: -“Ñato, ya te estás por volver a Buenos Aires y todavía no viniste a comer a casa. Te espero esta noche…”. Ferreyra tiene que decir que esta noche y la que viene y la otra también, ya están comprometidas con otros amigos, pero que de todos modos antes de irse lo va a visitar, “aunque sea para tomar un vermú”. Si, uno se explica, por ejemplo, de qué manera el cariño que un hombre siente por su querencia, le puede ser devuelto por ésta con tanta fidelidad. Y se explica por qué Bernabé Ferreyra renace en su pueblo, cada vez que lo visita. Me habla de un médico, el doctor Luis Diez Dorneau, que dirige un sanatorio en Rufino: -Cada vez que vengo, me hago atender por él. Y pensar que hay algunos que de Rufino se van a Buenos Aires ni bien sienten la menor nana… Se me ocurre que Bernabé debe estar convencido de que hasta los remedios que venden en las farmacias de Rufino son mejores que los que se venden en Buenos Aires…
Silencio: Duerme la Fiera… Allí en Rufino transcurrió toda su infancia, la juventud también. Era ya el “Mortero de Rufino” o “La Fiera”, pero igual mantenía su domicilio en el pueblo. Los sábados a la noche partía en el tren con destino a Buenos Aires y a la tardecita del domingo, no bien el partido se había terminado, ya volvía a Retiro para instalarse en el vagón que de madrugada lo depositaría otra vez en el pago. Muchos domingos llegaba sin dormir a los vestuarios y se encerraba a descansar hasta la hora del partido. A veces alguien ponía un cartel amenazante: “No molestar que duerme la Fiera”. Eran otros tiempos, otro fútbol, otro espíritu, tal vez. Porque después del sueñito y aunque el entrenamiento no hubiera sido demasiado fuerte durante la semana, la pólvora del “Mortero” no se humedecía.
Ganó e Hizo Ganar Dinero ¿Cuánto dinero ganó Bernabé Ferreyra en su paso por el fútbol? Mucho, mucho para su tiempo, el de los albores del profesionalismo. La mayor parte se le escurrió de los dedos, habituado a la generosidad. Bernabé ganó mucho dinero. Si en alguien puede personalizarse el nacimiento del profesionalismo, el fútbol como espectáculo de grandes multitudes, las altas taquillas que engordaron las arcas de los clubes, ese alguien ha sido Bernabé. Su paso de Tigre a River en 1932 ya fue un récord y los contingentes de
hinchas que enronquecían discutiendo a favor o en contra del ídolo fueron el índice de una pasión nacional: el fútbol. Un sainete contemporáneo a los primeros impactos de Bernabé recordaba los tres berretines (y así se llamaba, precisamente) que movilizaban el fervor de los porteños. Uno era el fútbol y el símbolo de ese berretín se llamó Bernabé Ferreyra. River Plate tuvo un bautismo platudo: “Millonario”, porque fue el primero de los clubes que encaró seriamente esa orgía de pesos que se llamó profesionalismo. Primero fue Peucelle -¡10.000 mil pesos costó esa transferencia!- y después Bernabé, cuyo pase se cotizó en nada menos que 30.000. Hoy esas cifras -inflación medianteparecen chauchas y una decena de millones resultan pocos para asegurarse las gambas shoteadoras de Sanfilippo. Pero River era “millonario” en 1932 porque pagaba diez modestas lucas. De aquella primitiva danza de la fortuna, algo le tocó a Bernabé Ferreyra. Ahora no son más que recuerdos. Vive como un modesto jubilado -se retiró hace pocos años de sus funciones en la sede de Riveren su departamento de San Telmo, junto con su señora y sus dos hijos, que arriman también con su trabajo. Si viviera en Rufino, las cosas serían más fáciles. Allí se lo disputan los amigos -todo el pueblo, es claro- y a fuerza de invitaciones solucionaría todos sus problemas. Los aficionados que vivieron los años de gloria de Bernabé deben recordar lo que se decía sobre la plata que ganaba y la que exigía para seguir jugango. Las hinchadas rivales -la boquense sobre todo- hasta lo recibían con un cantito mordaz cada vez que salía a la cancha: “Bernabé, Bernabé, quiere un auto y no la vé”. La “Fiera” apretaba los dientes, y para demostrar que “la veía”, fusilaba a los arqueros sin paredón ni santos sacramentos. Ahora que anda pobre, todo eso es un recuerdo. Pero un recuerdo que Bernabé toma con sonriente calma. Necesita conversar con un amigo que trabaja en una agencia bancaria en Rufino y me invita a acompañarlo. Vamos, y al disponerse a abrir la puerta de vaivén insiste en empujar al revés. Después de forcejear se da cuenta del error y mientras logra abrirla cambiando el envión, me dice: -“Fíjese cuántas veces habré entrado a este Banco a depositar plata que ni sé cómo se abre la puerta…”. Y se ríe con una carcajada gruesa y sonora.
Bernabé y un Pingüino Casi enfrente de la casa donde nació -que aún se conserva, aunque coquetamente modernizada su fachada- estaba la can-
Así lo vimos muchas tardes de gloria, cuando los arqueros temblaban y la hinchada bramaba. Actitud característica de Bernabé llevando la pelota con la vista gacha, midiendo el arco para forzar uno de sus fulmineos remates.
cha donde ensayó sus primeras corridas, donde fue calibrando la fuerza de su balazo. Esa canchita era de un club, el Jorge Newbery, y su casaca fue la primera que vistió Bernabé. Era un club modesto, popular, con un origen tan común al de sus similares de otros pueblos y otros barrios. Al principio se llamó “Goal”, porque una fábrica de cigarrillos que llevaba ese nombre donó las camisetas, pero después decidieron honrar a ese padre del deporte argentino, cuyo recuerdo está fijado para siempre en la casaca del “globito” porteño. Ahora el “Jorge Newbery” de Rufino, peso a peso, esfuerzo a esfuerzo, ha construído una sede grande que es el orgullo de sus directivos y de sus asociados, algunos ilustres como Bernabé. Dentro de tantos sitios acogedores que hay en Rufino para el ídolo, ninguno tanto como el viejo club. Bernabé, bromeando, a veces se queja de la ingratitud. Presidiendo el salón central del edificio, como en un sitio de honor, hay un enorme retrato de cuerpo entero de Bernabé, cuando era la “Fiera” y hacía temblar a los arqueros. En cierta oportunidad, en ocasión de un baile, el gran retrato fue desplazado por un muñeco decorativo, un pingüino, parece, porque se trataba de un “Carnaval de Invierno”. Días después del bialongo, Bernabé, que acababa de llegar de visita a Rufino, concurre, sin previo aviso, al “Jorge Newbery”… -“¿Y sabe lo que pasó? Resulta que el retrato no estaba y cuando me vieron llegar lo fueron a buscar de entre los tratos viejos, mientras otros retiraban el pingüino. ¿Un pingüino en lugar de mi retrato? ¿Se imagina lo que significa? ¡Un pingüino!” Está bromeando, seguro. Pero como nunca se sabe bien cuándo habla en serio el “Ñato” y cuando macanea, alguno de los del Newbery que anda por ahí trata de demostrarle que aunque Bernabé esté en Buenos Aires su retrato en pie de guerra siempre está presidiendo el gran salón. -“¿Usted sabe por qué me llamaban el Mortero de Rufino?”. Bernabé dispara la pregunta en medio de la conversación. Me agarra de sorpresa y le contesto lo que todos saben: -“Me imagino que por la potencia de su shot…”. -“Pues, está equivocado. Me llamaban el “Mortero” porque desde chico, cada vez que había fiesta en el Prado Español, yo era el encargado de llevar el cañoncito con que se disparaban las bombas de estruendo…”. Como es una macana más grande que una casa, no puede evitar sonreirse. Fiel a su condición de criollo, Bernabé parece gozar con estas jugarretas sorpresivas. Caraciolo Urquiza, un gran amigo del “Ñato” que nos acompaña en la mesa del Club Español, también se rie generosamente. Y Bernabé agrega: -“El Mortero de Rufino” me pusieron en Buenos Aires por mis cañonazos, es cierto. Pero es cierto también que aquí siempre acompañaba al encargado de disparar las bombas en las fiestas. Era tan sordo que sus bombas se oían en varias leguas. En la medida en que menos oía, más pólvora les metía. Cada vez que las hacía estallar, los gorriones disparaban a Laboulaye…”. -“Una vez en Amenábar, cerca de Rufino, antes de disputar un partido, le pregunté al que llevaba las bombas para celebrar nuestros boles, los goles del Newbery, cuántas tenía. Me respondió que llevaba ocho. No te van a alcanzar, le dije. Y no le alcanzaron, porque ese día hice once goles, uno por cada rival…”. Cumplidor, el “Ñato”.
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SEGUNDA NOTA NACE UN FUTBOLISTA
uando a Bernabé Ferreyra se le pregunta por las tácticas actuales en el fútbol, frunce la cara. No cree demasiado en ellas y piensa, por el contrario, que el jugador aprende el ABC del deporte de innumerables maneras, pero que una vez que las posee, nadie puede enseñarle más. “La calidad de un jugador de fútbol es innata, y lo más que se puede hacer con él, es corregirle algunos defectos, si es que los tiene. Nada más”. En cierto modo, habla por experiencia propia, ya que él, según confiesa, fue un “totalitario” que no hizo demasiado caso a los consejos de los directores técnicos, una vez llegado a la primera división. La fuerza de Bernabé, su prestigio de jugador, lo mucho o poco que sabía sobre ese extraño juego de correr una pelota por el césped y tratar de hacerla trasponer el arco enemigo, lo aprendió en los difundidos baldíos de su Rufino natal. Allí ensayó su shot famoso, preciso, como orientado por una mira; fuerte, como impelido por varios barriles de pólvora. Un futbolista siempre nace de la aventura de los potreros, de los revolcones, de las alpargatas deshilachadas o los “timbos” que quedan dando lástima, aburridos y chuecos.
Una Pelota de Trapo El futbolista nace cuando un pibe siente al fútbol como un juego, más complicado, más divertido, más pleno que otros. Pero un juego, siempre. Donde hay un rival que puede ser vencido, doblegado por la clase o el coraje. Donde hay un premio: el gol convertido o el gol evitado; un premio real, concreto, compacto, que se mide viendo la
Este es un equipo del Jorge Newbery. Con el número 1 se lo ve al muy pibe Bernabé, casi mascota y ya jugador. A un costado, con el número 2, Paulino, su hermano mayor, consejero y primer maestro de “La Fiera”.
cara de bronca de los rivales. Y algo más: un objeto, una pelota de trapo, de goma o de cuero, a la que se puede amansar, ablandar, llevarla atada a uno como si el pie se prolongara en ella. Es a partir de ese sentimiento que nace el crack. No de un cálculo o de un plan, los que vendrán después, en todo caso; sino de una emoción saboreada en infinitas tardes, cuando se vuelve jadeante pero convencido de que importa más el “picado” que se jugó que la biaba que espera en casa. Un 12 de febrero de 1909 nació el sexto hijo del matrimonio de Bernabé Ferreyra y Gregoria Bravo. Era el quinto varón y fue el último retoño el que completó la serie de los Ferreyra. Lo bautizaron como al padre -Bernabé-, porque se acordadon que sumando cinco ya los masculinos, ninguno llevaba el nombre del viejo. Bernabé Ferreyra, pues, se llamaría ese nuevo rufinense que pronto, en compañía de sus cuatro hermanos y de los amigos de la cuadra de tierra, empezaba a armar lío en el vecindario. Como ustedes imaginan, fue al colegio del pueblo, y como imaginan también, fue un alumno de regular para abajo, porque le atraían mucho más los potreros que las aulas. Por los años de la infancia de Bernabé, el fútbol iba cobrando auge en nuestro país. Tanto, que su fama había trascendido que Buenos Aires y tomaba ya vuelo el fútbol chacarero, que se afirmaría en la década del 20 al 30, para decaer luego, absorbido para el profesionalismo porteño. Rufino no escapó a esa ley, y el fútbol fue la pasión de sus pibes. Lo fue por mucho tiempo, y lo sigue siendo ahora. Los porteños nos enteramos de esa pasión no sólo a través de Bernabé Ferreyra, sino de Báez, que fuera muy buen interior de River y Platense, y que luego buscara nuevos horizontes para su habilidad en Colombia; de Trillini, que jugara en las divisiones superiores de River como full-back; de Amadeo Carrizo. Un hermano de Bernabé -Paulino- también tentó fortuna en Buenos Aires.
Paulino, el Maestro -“El que me enseñó a jugar es mi hermano Paulino”, dice Bernabé. “Jugaba al fútbol mucho mejor que yo y tenía un shot tan potente como el mío”: Y la frase no entraña en simple reconocimiento fraternal: todos los rufinenses coinciden en que Paulino Ferreyra, mayor que Bernabé y también centreforward, las sabía todas. Cuando Bernabé doblaba la docena de su edad, ya Paulino jugaba en la primera del Jorge Newbery. Y el pibe, que se destacaba en los potreros, pasó a ser la preocupación mayor de Paulino. -“Te voy a sacar bueno”, le decía. Y juntos practicaban, el pibe con los ojos bien abiertos para no perderse ningún secreto de las lecciones.
La calle de tierra en su pueblo natal... A ella volvió un día Bernabé, ya triunfador, para recorrerla con un manojo de “cebollitas”, mientras recordaba, como un sueño, los días lindos de la infancia.
Un día -Bernabé tenía 12 años- Paulino decidió que su hermano ya podía lucir la casaca del Newbery. En la tercera división, por supuesto. La cosa no fue demasiado fácil, porque la edad del futuro “Mortero” no lo habilitaba todavía, según las normas del club, para integrar la tercera. Hubo que hacer una asamblea y en ella Paulino, elocuente abogado, defensor y autor de más de una manganeta, consiguió que se aprobara la incorporación de Bernabé en contra de la opinión de varios de los socios. El compromiso era grande, porque las virtudes que Paulino había enaltecido en el pibe obligaban a éste a una demostración cabal. Bernabé había seguido las deliberaciones de la asamblea con ansiedad y cuando Paulino le comunicó la noticia, la sensación que vivió fue entremezclada: alegría, pero a la vez temor, temor a la responsabilidad que se le venía encima. El tiempo que se iniciaba ese día en la vida de Bernabé Ferreyra, transformaría en una melancólica sonrisa, propia de los lindos recurdos, ese momento tenso y nervioso, esperado y a la vez inquietante, en el que Paulino Ferreyra, el admirado hermano mayor, le dijo solemnemente: “Bernabé, el domingo jugás por el clú. Suponto que no me harás quedar mal”.
El Debut de “La Fiera” -“¿Y, Bernabé? ¿Cómo le fue en el debut?”. -“A mí me fue regular, y a Paulino bastante mal, después de la patriada que había hecho para que se aceptara mi inclusión…”. Parece que en esa oportunidad los nervios triunfaron en el espíritu del debutante, abrumado por tantos pares de ojos que lo seguían fijamente alrededor de la modesta canchita. Ya iba a tener tiempo, sin embargo, para afirmar su prestigio. Partido a partido, Bernabé se iba superando. El equipo tenía que jugar no sólo en Rufino sino en pueblos cercanos a los que llegaba la delegación repartida en varias victorias. Junto con Bernabé, en la 3ª del Newbery jugaba otro hermano, Joaquín. La fama del shot del pibe iba creciendo. Era un shot seco, potente, bien ubicado por unos pies calzados no con la poderosa estructura del botín del fútbol, sino con blandas zapatillas. En cierta oportunidad, jugando todavía en el potrero, hizo nada más ni nada menos que 30 goles. Tanta era la potencia de su tiro, que siendo su puesto el de centro forward, lo decidieron poner de full-back… “Las canchas eran chicas”, dice Bernabé, sonriendo con el recuerdo. Cada excursión a un pueblito vecino era una aventura. Tempranito salían las victorias cargadas con los jugadores y con los hinchas más fieles. Iba también algo de comida y de bebida para pasar el día y si las cosas andaban bien, hasta algún musicante más o menos desafinado para acompañar el coro de la ida y a veces, según los resultados, el de la vuelta. El partido tenía algo (mucho) de guerra entre ciudades, como en el turbulento Renacimiento. Porque no habría grandes multitudes mirando a los jugadores, como los hay ahora, pero esté seguro que cada par de ojos valía por cien. El triunfo era una cuestión de orgullo lugareño y los jugadores se rompían todos para lograr que la vuelta, cuando el sol se escapaba de la llanura, fuera tan alegre, tan llena de cantos como la ida en la mañanita temprana. Partidos de hacha y tiza, como justas de gladiadores, en los que cada error era un crimen y cada virtud nada más que el testimonio de lo que se debía hacer.
Un Entredicho con el Comisario El debut de Bernabé Ferreyra en la 3ª del Jorge Newbery se produjo en el pueblo de Amenábar. Muchas veces aparecerá este nombre en los recuerdos de los primeros pasos futbolísticos de “La Fiera”, porque una rivalidad tradicional hacía que cada partido entre los equipos de ambas localidades, moviera hasta el fondo las pasiones de sus
habitantes. Fue en Amenábar, una vez que Bernabé hizo un gol de media cancha. El comisario -que alternaba las cuadreras con los partidos- empezó a armar batifindo diciendo que el gol estaba mal hecho y que había que anularlo. El lío que surgió de esa protesta fue descomunal y en un momento determinado a “La Fiera” no se le ocurrió nada mejor que encajarle un poderoso taponazo al belicoso representante de la “autoridá”. ¿Se imaginan lo que pasó entonces? Suerte que las victorias estaban preparadas y los jugadores, con pantalones cortos y camisetas, saltaron a ellas que empezaron a disparar por el desparejo camino lleno de polvo, en busca del retorno a su ciudadela. A Rufino al galope, sin parar en ninguna, mientras en el fondo se iban perdiendo las figuras del comisario, su tropa y los hinchas de Amenábar que querían justicia.
¿Quién Tiene una Copa? Lindos tiempos. Así daba gusto el fútbol, como una pelea, no como un oficio. Varios años jugó Bernabé en esa tercera, con lo que pasó por todas. Había un partido bravo en Leguizamón que prometía ser de órdago, pero para despertarlo era necesario que el Newbery pusiera en juego una copa. ¿Una copa? ¿De dónde se sacaba una copa? “Miren -dijo Barrente, uno de los jugadores-, mi hermano tiene una que la ganó en no sé dónde. Llevamos esa y listo…”. -“¿Y si perdemos el partido, y la copa?”. Es claro que nunca falta un pesimista. Pero el partido se ganó y no se entregó el ajeno trofeo que, en la misma noche, volvió al estante del hermano de Barrente. Una vez debían ir a jugar a Junín, con el B.A.P., club que apretaba en su sigla -Buenos Aires al Pacífico- a los trabajadores del ferrocarril. Bernabé Ferreyra se destacaba cada vez más y, por lo tanto, se decidió que en ese partido, contra rivales tan empinados, debía calzar su primer par de botines de fútbol. Así salió a la cancha, con los tarros lustraditos pero sofocantes en su pie, como una coraza. Comenzó el partido y pronto los juninenses se pusieron 3 a 0. Bernabé sentía los pies acalambrados por el instrumento de tortura que le habían obligado a usar. Hasta que no pudo más, se fue a un costado de la cancha, los cambió por un par de zapatillas bastante rantifusas y con una sonrisa de alivio entró otra vez al campo. Volvía tranquilo, seguro, como Popeye cuando termina de comer su lata de espinacas. Y así, alivianado y sin calambres acertó tres “balazos” y empató el partido. Después llegó a la primera del Jorge Newbery y se dio el gran gusto de jugar junto con su maestro Paulino. Trabajaba entretanto como pintor, y a trabajar de pintor en los ferrocarriles se trasladó a Junín. En seguida empezó a jugar en el famoso B.A.P. que hasta le había bajado el copete a cuadros de Buenos Aires que se trasladaban a esa ciudad. Una vez le ganaron por 7 a 1 a Argentinos Juniors, mientras los porteños se asombraban de la habilidad de estos “chacareros”. Dos años jugó en el B.A.P. a la par que trabajaba en los ferrocarriles. Hasta que un día se cansó de un persistente dolor en el estómago que lo perseguía y decidió irse a curar a Buenos Aires. Cuando Bernabé Ferreyra llegó por primera vez a Buenos Aires en 1927 ni soñaba con quedarse a jugar al fútbol. Iba, simplemente, a hacerse atender de su dolencia. El que lo alentó a hacer el viaje fue un gran amigo suyo, Alberto Monje, que trabajaba también en los ferrocarriles, pero vivía en la Capital. Le dio alojamiento y le indicó a los médicos que podían curarlo. La enfermedad, por supuesto, no era grave, por lo que al poco tiempo ya Bernabé estaba sano del todo. Se disponía a volverse a Rufino, o tal vez a Junín, aunque su puesto en los ferrocarriles lo había perdido. Pero tenía un oficio, el de pintor, y pronto iba a encontrar trabajo. Además, lo esperaba el bravo fútbol de sus
pagos para seguir matando el vicio. Por eso lo sorprendió Monje cuando le dijo: -“Pibe, ¿por qué no te quedás en Buenos Aires? Podés jugar en algún club de aquí y trabajo vas a conseguir fácil…”. -“¿Jugar aquí?”. Si. Jugar aquí. Eso parecía una ilusión, algo que por imposible ni siquiera había sido pensado. ¿Jugar en Buenos Aires? Bernabé había admirado desde muy pibe a Racing, a la gran Academia, y los nombres de Zavaleta, Olazar, Ohaco, estaban ligados a sus sueños, a sus más lindas memorias. Ahora, alguien le ofrecía la posibilidad de probar él también su suerte junto con los ídolos porteños. Valía la pena. Por eso, no le costó mucho a Monje convencerlo.
TERCERA NOTA UN PROVINCIANO EN BUENOS AIRES
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onfiéselo o no, todo muchacho que le ha dado dura a la de gajos en algún baldío del interior ansía llegar alguna vez a jugar en un club porteño. En nuestro país -lamentablemente- el camino de la consagración pasa por Buenos Aires y ¿quién no aspira al halago de lucir una camisola popular y desplazarse con ella en un estadio repleto de hinchas que corean su nombre? Muchas tardes -tardes de largos crepúsculos en Rufino o en Junín- Bernabé acarició lenta, dulcemente, la imagen de ese sueño. Admirador de Racing, la azul y blanca la habrá ceñido imaginariamente mientras pensaba en las hazañas de Ohaco o de Ochoa. Y finalmente, casi sin pensar que la oportunidad podía llegar tan pronto, le llega al pibe Bernabé la proposición como un susurro melodioso: “¿Por qué no te quedás a jugar en Buenos Aires?”. Pero la decisión no fue fácil, a pesar de todo, a pesar que el lejano sueño infantil comenzaba a tomar forma ante sus ojos. ¿Dejar Rufino? ¿Abandonar quién sabe por cuánto tiempo -tal vez para siempre- ese pedazo de tierra natal en el que estaba aquerenciado como un amante? Y tanto le tiraría desde lo hondo ese rincón de Rufino que, cuando transformado ya en ídolo de la multitud jugaba en la primera de River Plate, iba a mantener igual su domicilio en el pago. Pero para eso aún falta tiempo. Ahora era simplemente un muchacho que se había destacado como goleador y que había llegado a Buenos Aires nada más que para curarse una enfermedad pasajera. Que había llegado pensando en la vuelta. Sin embargo, a partir de ese viaje, imaginado como momentáneo, todo empezaría de nuevo en su vida. O, al menos, ella comenzaría a iluminarse con la burbujeante fuerte luz de los ídolos.
“Hay que Pensarlo Bien” Su amigo Monje le presentó una tarde el presidente de Tigre, don Víctor Micheli. Hablaron largo los dos, mientras Bernabé escuchaba y contestaba casi con monosílabos. Hasta que llegó la pregunta final, en boca de Micheli: -Y, Bernabé, ¿qué decide? ¿Qué decidir? No se comprometió a nada en esa conversación y se volvió a Rufino. Allí adoptaría la resolución; allí comentaría con los amigos, con los hermanos, con los compañeros del Newbery la oferta que se le hacía. “Hay que pensarlo bien”. Luego de su escala en Rufino volvió a Junín, hasta que un día preparó su “bagayo” y se largó a Buenos Aires. Ya había decidido: aceptaría la oferta, ingresaría en Tigre. Pero con una condición: no debutar en un match oficial. Palacios Zino, el gran cronista deportivo, parece ser quien bautizó la modesta canchita de Victoria con ese apelativo fúnebre: la cancha del lechero ahogado, porque alguna vez las inundaciones, tan frecuentes en la zona, habían arrastrado a algún vasco esforzado a quien el agua no dio tregua ni siquiera en la muerte. Dos inundaciones en 1910 y 1928, hicieron llegar la correntada del río Las Conchas hasta la sede de la institución, arrasando con los archivos y los muebles. Pero a pesar del agua caída, la camiseta de Tigre se había prestigiado en los años de la Asociación Amateur. Y ahora la vestiría este pibe de Rufino al que, para hacerle el gusto, lo hicieron debutar en un partido amistoso contra El Porvenir, que se jugó en el viejo field de la calle Rocha. El pibe le dio un alegrón a quienes confiaron en él: hizo nada menos que cuatro goles. Por un sendero de pólvora comenzaba el tránsito porteño de Bernabé Ferreyra.
En la Fonda de Tolbes En un principio Bernabé siguió viviendo en casa de Monje. Más tarde, cuando ya tuvo unos pesos, se trasladó con dos amigos -Alfredo Ajo, de Rufino, y Angel Azcárate, de Junín- a un almacén y pensión que quedaba en la calle Cazón, pleno Victoria, propiedad de un tal Tolbes. La pensión quedaba cerca de la cancha y a ella concurría todos los días Bernabé a practicar algo de fútbol y ensayar su puntería sobre los arcos. Su shot era su capital y había que cuidarlo, perfeccionarlo, ajustarlo, como los artilleros que se desvelan por su arma. Entretanto, a pesar de haber dejado Rufino, seguía haciendo vida de pueblo. El centro estaba lejos y además no había en el bolsillo demasiado dinero como para acercarse a sus tentaciones. Por eso, la mayor parte del tiempo la pasaba con sus amigos en el altillo o en el almacén de Tolbe. Cobraba 200 pesos por mes (a pesar del amateurismo) y cuando ganaban los partidos recibía una recompensa especial. Entre charla y charla se iban pasando los días hasta que llegaba el domingo, cuando la emoción del partido borraba todo tedio, hacía tallar la expectativa. Con él nacía la fiesta.
Un Fracaso Secreto Tigre tenía por ese entonces un cuadrito más que discreto. Jugaban con Bernabé, entre otros, Spadaci, Carmona, Simoni, Helsinger, Haedo, el negro Santillán y dos muchachos que junto con él vestirían más tarde la casaca riverplatense: Cuello y Dañil. Un pibe de escasos años contemplaba siempre con ojos curiosos los entrenamientos del equipo y gozaba cada vez que la pelota salía fuera de los laterales porque así te-
El equipo de Tigre en el que empezó a crecer la fama del “Mortero”. La foto es de los primeros momentos del profesionalismo y, junto con Bernabé pueden verse, entre otros, a Carmona, Haedo, Spadazzi y Cuello, quien posteriormente también fuera compañero del ídolo en la primera división de River Plate.
nía oportunidad de demorarse un rato con ella antes de devolverla. Se llamaba Jaime y era pariente de un jugador destacado de Tigre, compañero de Bernabé. No muchos años después la hinchada lo conocería como “Piraña” y llegaría a ser uno de los centreforwards argentinos más destacados, integrando la primera división de Boca Juniors. Era Jaime Sarlanga el chico de la anécdota, y a pesar de tener un estilo de juego diametralmente opuesto al de Bernabé, no es de extrañar que, ilusionado con el puesto, haya seguido desde la línea de cal, como vigía, todos los pasos del cañonero en la cancha. Bernabé se afirmaba cada vez más en su puesto. Ya se expandía su fama de goleador y si bien todavía no había rendido ni la mitad de lo que era capaz, se estaba reivindicando con creces de su primer partido en Buenos Aires. Seguramente usted, a esta altura, se preguntará: ¿Pero no era que había debutado haciendo cuatro goles contra El Porvenir? En cierto modo, sí, pero hay un partido previo a ese, un partido casi secreto, en el que el futuro “Mortero” fracasó rotundamente. Antes de su debut en Tigre, Bernabé se probó en Talleres, la vieja entidad de Remedios de Escalada. En esta historia está otra vez presente la mediación del ferrocarril, como en su paso por el B.A.P. de Junín o en su actuación en Tigre, debida a Monje, que era empleado de la línea. Otro compañero, cuyo nombre ha perdido la pequeña historia del fútbol, que había visto jugar a Bernabé en Rufino y que cinchaba por Talleres, le ofreció hacer una prueba en esa institución. Fue junto con otro muchacho de Newbery y ambos impresionaron bastante mal. Por lo menos a ninguno de los directivos de Talleres se le ocurrió ofrecerles integrar los equipos de la institución. Como en su debut en la 1ª de Jorge Newbery, otra vez los nervios le jugaron fiero. Por eso exigió como condición para jugar en Tigre hacerlo en un partido amistoso. La responsabilidad allí era menor y tendría menos cargos de conciencia en caso de fracasar. Es claro que esa vez no fracasó.
La Prensa Habla de su Shot Aunque las cosas no le iban mal, Bernabé no podía eliminar de sí la nostalgia por su Rufino. No se habituaba a la ausencia del pago y varias veces estuvo tentado de mandarse a mudar de la fonda de Tolbes, de Victoria, del Club Tigre, de todo lo que lo retenía en Buenos Aires. Hasta que volvió a aparecer Paulino: -Te tenés que quedar. Aquí se te abre una gran carrera. En cambio, en Rufino… ¿qué vas a hacer en Rufino? Además, yo pienso probarme en Platense, de modo que podremos vivir juntos…”. Esta última razón fue, quizá, la que mayor peso tuvo para decidir su permanencia en Tigre. Paulino, efectivamente, vino a Buenos Aires y jugó para Platense. A pesar de sus grandes condiciones no pudo triunfar; cuando llegó no era ya un muchacho (para ese límite de edad tan especial que exige el deporte) y pasó inadvertido casi. Pero el triunfo de su hermano menor fue también su triunfo. Y en su mismo puesto: el de centreforward. Paulino fue testigo del match que le abrió a Bernabé las puertas, siempre celosamente custodiadas, de la popularidad. Fue contra River -¡contra River, nada menos!- y a poco de iniciarse el encuentro Bernabé ve el claro y enfila el shot potente, casi de rastrón y desde bastante distancia de los tres palos. La pelota se fue elevando lentamente y el arquero la vio entrar sin poder moverse. Poco después River empataba y Haedo, en seguidita, ponía en ventaja otra vez a Tigre. De nuevo River igualó y finalmente con un penal ganó el partido. Había perdido el cuadro de Victoria por 3 a 2, pero los diarios destacaron el lunes la gran actuación del cañonero. “Nace un crack”, decía uno de ellos. A partir de ese día, Bernabé no dudó más sobre su futuro en Buenos Aires.
Del Bote al Avión A pesar de todo, las cosas no eran muy fáciles. La lucha por imponer sus condiciones era dura, áspera, como una cuesta empinada. Seguía viviendo en el altillo de Tolbes, con los escasos 200 pesos iniciales. A veces, en épocas de inundaciones, debía ser sacado en bote de la fonda para poder llegar a la cancha y jugar. ¡Pensar que cuatro o cinco años después viajaría hasta en avión desde Rufino los fines de semana! En 1931, cuando ya se había iniciado el profesionalismo, Bernabé era un crack consagrado. Había sido designado para integrar la selección argentina en un partido contra Uruguay y en su debut como profesional enfrentando a Quilmes, el 30 de agosto de 1931, hizo los cuatro goles con que Tigre ganó ese partido. Pero de los últimos matches jugados con la casaca de Victoria, el que más se recuerda es uno en el que el rival fue San LoSus primeros años en Buenos Aires fueron de permanente nostalrenzo de Almagro. gia por el pago natal. En determinado momento estuvo dispuesto a dejar Tigre y su actividad de futbolista con tal de volver a Rufino. Hizo tres goles esa Pero el éxito, poco a poco, lo fue afincando, a pesar de que siempre tarde, en seis miañoró su rincón chacarero. nutos, y el último de ellos, con el que Tigre desempató el partido, quedó como una de las obras maestras del “Mortero”. Se jugaba en la cancha de Boca y el arquero de los “gauchos” era el chiquito Lema. San Lorenzo ganaba al comenzar el segundo tiempo por 2 a 0. Bernabé convirtió dos goles y cuando faltaban poquitísimos minutos para que el partido llegase a su fin, sucede lo inesperado. Haedo recibe un pase de Bernardelli y le entrega rápido la pelota a Bernabé. Fossa, el fullback, sale al encuentro de la “Fiera” y se inicia el duelo. La carrera es a muerte y cuando en determinado momento Fossa llega a tocar de costado la pelota, Bernabé da un salto y acierta un boleo formidable. No ve más; sólo escucha un rugido de miles de voces que aclaman el gol imposible. Esa fue su definitiva consagración, el certificado final que atestiguaba el nacimiento de una estrella de dimensiones poderosas. Y esa estrella arrolladora a quien llamaron la “Fiera” habría de nacer junto con el profesionalismo. Más que eso: sería su símbolo, su personificación, el nombre y apellido con que se identificaría esa nueva etapa de nuestro fútbol.
CUARTA NOTA POR TIERRAS DE AMERICA
E
stá por finalizar 1930. Dentro de poco tiempo comenzará una nueva etapa para el fútbol argentino, en la que se enrolará Bernabé y a la que dará, por virtud de sus goles, un significado y un sentido. La época será la del profesionalismo, la de los clubes poderosos, la de los jugadores pagados a precio de oro. Atrás iría quedando el lirismo de los amateurs, y el fútbol, además de ser un gusto, una alegría, sería una profesión. Las puertas del profesionalismo, fines de la década del 20, la “belle epoque” que concluye. Sombras del pasado, nostalgias del tiempo ido. Una ciudad casi sin memorias que, a pesar de todo, ya busca el reparo dulzón de los recuerdos: “¿Te acordás, hermano?”. Aquel inicio de los “ingleses locos” que pateaban una bola mofletuda iba a ser una pasión colectiva que movería dinero, intereses, anhelos de chiquilines que destrozaban zapatillas en los potreros, mientras soñaban con el crack y con la marea de voces surgidas de infinitas tribunas. Ya el fútbol argentino (o el rioplatense, mejor, porque con los orientales nacimos juntos) tenía fama internacional. Estaba el testimonio de los campeonatos mundiales y de las giras de equipos nacionales por el mundo. Boca Juniors en 1925 recorrió España, Alemania y Francia en gira triunfal. Ella fue decisiva para la historia de los “xeneizes” y para la evolución de nuestro fútbol. A su amparo creció el interés fuera de nuestras fronteras por contemplar de cerca a los cracks criollos. Otros equipos viajaron a Europa y América; uno de ellos, Vélez Sarsfield. Y junto con los velezanos, a préstamo, se fue Bernabé Ferreyra, ya en alza su cotización. Era a fines de 1929.
De Rufino a Nueva York El cuadro de Villa Luro decidió reforzar sus líneas para la gira que iba a emprender por tierras de América, hasta Nueva York inclusive. Además de sus titulares viajaron esa vez Volante, de Platense; Paternoster, de Racing; Chividini y Octavio Díaz, de Ñuls; el popular “cañoncito” Varallo y Bernabé Ferreyra, prestado por Tigre. Era casi un combinado argentino, y la gira tuvo el éxito que correspondía: sólo dos derrotas en veintiocho partidos jugados en cinco países: Chile, Perú, México, Cuba y Estados Unidos. Al lado de Panchito Varallo, Bernabé Ferreyra fue acumulando goles. Bernabé confiesa que esa gira fue muy importante para perfilar mejor su condición de shoteador temible, de cañonero que desde las distancias más inverosímiles fusilaba a los arqueros rivales. No tenía su juego lindezas ni arabescos; los contrarios no quedaban seducidos por su habilidad de apilador, pero pocos arqueros podían resistir la presión mortífera de su cañonazo y pocas eran las vallas que no se le entregaban. Las cálidas tierras de América y el invierno neoyorquino, entre el barro y la nieve, vieron deslizarse su capacidad de cañón. A medida que pasaban los partidos y transcurrían los países Rufino se perdía en la distancia. ¿Quién lo diría? Una tarde el tren que venía de México llevó a Bernabé Ferreyra a Nueva York. Aquel que se sentía perdido y nostálgico en la fonda de la calle Cazón, que añoraba a Rufino siempre y a quien Victoria le parecía una urbe fría, se iba a pasear por las calles de Nueva York, flanqueado de rascacielos, perdido entre gentes grises que nada sabían de los largos asados hasta el amanecer, de la charla y del vino entre los amigos, gustados, la charla y el vino, lentamente, para hacer juego con la mansedumbre querendona del pago. El primer país visitado fue Chile. Vélez jugó dos partidos contra el Colo Colo y otros
Esto es en Perú, cuando estaba allí integrando el equipo de Vélez. Si Bernabé no se hace a un lado, el expeditivo defensor peruano se le cae encima con todo. No lo dejaban mover, pero se movía. ¡Y cómo! La gira por América fue el primer paso de su consagración definitiva.
dos contra el Everton. Después, siguiendo por el Pacífico, llegaron a Perú en donde disputaron seis encuentros: contra Universitario, Alianza y el combinado, dos por cabeza. Allí en Perú, Bernabé mandó al hospital a un arquero, y no fue de un foul, sino de un pelotazo.
“¡Ahí va, Pardon!” Jugaban contra la selección nacional. El arquero limeño se llamaba Pardon, con un apellido tan decoroso y bien educado como para que el rival se sintiera incapaz de actuar groseramente frente a él. Pero Bernabé no lo respetó. Faltaba muy poco para que finalizara el primer tiempo cuando Varallo le corta a “La Fiera” una pelota. Estaba a veinte metros del arco, pero Bernabé vio el claro y con él la oportunidad de shotear. Lo hizo con tanta violencia que la pelota le pegó a Pardon en la cara y lo tiró adentro de la red. El asombro del público fue grande. Algunos rieron, pero los rostros empezaron a blanquearse cuando se advirtió que el peruanito no despertaba. Al final lo hicieron
reaccionar, pero de la cancha tuvo que irse al hospital. ¡Allí estuvo internado cuatro días con principio de conmoción cerebral! Se compuso luego y llegó el partido de la revancha. Cuenta Bernabé que cuando estaba aún internado lo fue a ver al hospital y que el peruanito, cortésmente, le dijo: -Si juego en la revancha, espero que antes de tirar me avise, así puedo tomar medidas de precaución. Pardon jugó nomás y en un momento determinado, otro pase de Varallo puso a Bernabé en ocasión de disparar su cañonazo. Y éste cumplió la promesa: antes de tirar gritó con todos sus pulmones “¡ahí va!”. Pardon se tiró pero ya la pelota había entrado. Suspiró hondo el peruano y con alivio se dirigió a Bernabé: “Gracias. Avisando antes es otra cosa…”.
Cuatro Veces un Penal Otra vez, en Cuba, le sucedió algo inverosímil. Un árbitro, antes de concederle la conversión de un penal, le exigió tres veces que lo tirara nuevamente. Jugaba Vélez contra el club Asturias, de La Habana, y en una combinación, Bernabé y Varallo se lleaban hasta el área enemiga. Un full-back mete una pierna y comete un foul evidente, pero a pesar de ello la pelota llega a la red. Es gol, sin lugar a dudas. Pero resulta que insólitamente llegan hasta el juez reclamos de penal. Es claro que la exigencia no parte de los argentinos, sino de los cubanos que pensaban que el gol ya estaba hecho y en cambio el penal… El árbitro accede, tira Bernabé y convierte. Los argentinos se disponen a retornar al centro de la cancha, cuando el referí dice que hay que tirar de vuelta porque el back se había movido. Tira otra vez y otra vez convierte. Los muchachos piensan que ya se habrá terminado el extraño procedimiento y se vuelven para reanudar la lucha. El referí otra vez, arguyendo no se sabe qué cosa, anula el tiro y pone otra vez la pelota en los doce pasos. Tira Bernabé nuevamente y nuevamente hace un gol. Pero el referí no cede: otra vez lo anula. La cosa ya mueve a risa y a bronca, al mismo tiempo. Con envidiable pachorra, el “Mortero” vuelve a ensayar distancia, se acerca a la pelota y, ¡gol!. Antes de que el referí diga nada, Bernabé se le acerca rápidamente y le dice: -“Mire, si quiere sigo tirando hasta que no haya luz, pero ¿no sería mejor terminar antes?”. El referí no dijo nada y de cabrero casi se traga el silbato.
Una Cena por un Gol Bernabé fue la sensación de la gira. Hizo en total 44 goles, todo un récord. Su fama ya era continental o por lo menos abarcaba los países que iba visitando. Los amigos de Rufino, por sus cartas y por artículos periodísticos, seguían paso a paso la trayectoria del ídolo. Paulino, orgulloso de lo que era casi su obra, decía: -“Está clavado: Bernabé va a ser el shoteador más importante de la Liga…”. Y sus compañeros del Newbery o del B.A.P. comenzaban a vivir su parte en la gloria. Al fin y al cabo eran ellos los que lo habían acompañado en sus comienzos y los relámpagos de un ídolo iluminan también a quienes de alguna manera acercaron su vida a la de él. De vuelta ya para el país, la escuadra de Vélez tocó nuevamente Chile. Debían medirse con el Everton y tanto era lo que los diarios habían dicho sobre sus condiciones de goleador que el día del partido la defensa contraria no le perdía
pisada. La consigna era impedir que hiciera goles Bernabé… aunque los hicieran los otros delanteros. Varallo, por ejemplo, que se mandó dos. Las tribunas gozaban porque pasaban los minutos y el temible cañonero no podía acertar con el arco. Cada vez que agarraba la pelota un “¡uuuuu!” estruendoso salía de los cuatro costados. Faltaban dos minutos y el encuentro privado que los chilenos tenían con Bernabé parecía que iba a terminar con el triunfo de aquellos, porque lo habían dejado zapatero, aunque estuvieran perdiendo el partido. El juez da entonces un tiro libre desde media cancha favorable a los argentinos. Bernabé corre hacia la pelota haciendo señas de que quería tirarlo él. Varallo lo detiene y le dice: -“No lo tirés vos. Es inútil, vas a errarlo y va a ser peor”. Pero Bernabé que ha sido uno de los jugadores con mayor amor propio le contesta nervioso: -“Te juego una cena en Buenos Aires que lo hago”. -“Jugada”. Mientras preparaba el shot iba en aumento el titeo en las tribunas. La pelota entró por un ángulo alto, ubicada como con mira. Nadie se rió más en las populares y el partido terminó después que Bernabé hiciera su golcito, como si éste fuera un ingrediente inevitable. Y es que ya lo era.
El Gran Horizonte Volvían a Buenos Aires. Bernabé ignoraba lo que estaba pasando allí. Su nombre comenzaba a interesar y su fama se había robustecido tanto en su ausencia que en la estación ferroviaria fue de los más coreados por los hinchas. El periodismo había popularizado su figura durante su ausencia y pronto, muy pronto se habría de producir su pase sensacional a River. Un gran horizonte se abría.
Cuarenta y cuatro goles hizo Bernabé en veintiocho partidos jugados por Vélez Sarsfield. La fama de cañonero hacía que las defensas se volcasen a marcarlo, pero el “Mortero” siempre encontraba la oportunidad para meter su golcito.
QUINTA NOTA HACIA LA CUMBRE
L
a época del amateurismo concluía. El fútbol, que había comenzado en la Argentina por ser una rara diversión de extranjeros, se transformaba en una pasión nacional. Mucha gente concurría a los estadios, las hinchadas eran legión y el crack, un personaje más importante que el presidente de la República. ¿Podría esa estructura en crecimiento, en la que convergían intereses cada vez más poderosos, mantenerse libre de los halagos del dinero, pura y limpia como un juego de muchachos? No, no podía, y tanto era así que el amateurismo riguroso no existía desde hacía tiempo, a pesar de que las apariencias lo indicaron. “Marronismo” se llamaba popularmente a ese amateurismo, al que le daba vergüenza aceptar el nombre de profesional, aunque adoptaba sus prácticas. La necesidad de vincular al fútbol con la verdad determinó que a fines de 1930 se hablase ya, en serio y firmemente, del pase a la nueva etapa. Mucho se discutió, entonces. Algunos, los más sabios, se dieron cuenta que ese fenómeno inevitable era como el sepulcro de una época, pero que había que aceptarlo, porque a su vez la nueva época que se abría lo exigía. En 1931, la Liga Argentina de Fútbol se embarca en el profesionalismo. Dieciocho clubes son los que participarán en el primer campeonato profesional: Argentinos Juniors, Atlanta, Boca, Chacarita, Estudiantes, Ferro, Gimnasia y Esgrima, Huracán, Independiente, Lanús, Platense, Quilmes, Racing, River, San Lorenzo, Talleres, Tigre y Vélez Sarsfield. Ese primer campeonato, lleno de imperfecciones en su organización, terminó a fines de enero de 1932. Bernabé Ferreyra jugaba todavía en Tigre. Pero su fama era grande y su nombre había comenzado a secretearse desde hacía un tiempo en la sede de River Plate, que ya había comprado a Peucelle y a Dañil, este último compañero de Tigre. Pero Bernabé vivía ajeno a ese trajinar de su flamante prestigio. River había terminado su primera campaña de profesional en el tercer puesto, compartiéndolo con Estudiantes y a seis puntos del primer campeón profesional: Boca Juniors. Dispuestos sus directivos a tomar bien en serio las posibilidades que el profesionalismo abría. Antonio Liberti, que presidía la comisión de fútbol, se transformó en el abanderado de la compra de un centroforward. El nombre de Bernabé Ferreyra estaba presente en la ambición riverplatense de Liberti y de Araujo, sobre todo después de la gira que el cañonero había hecho con Vélez por toda América. Mientras Bernabé estaba todavía de viaje se hicieron las primeras conversaciones informales. Don Víctor Micheli, que había sido quien trajo a Tigre al goleador, recibió una tarde a Araujo y a Liberti, quienes, como sin querer la cosa, buscaron informarse sobre las condiciones que el club de Victoria ponía para la venta del crack. -Tigre -dice Micheli- no tendría inconvenientes en dar la transferencia del jugador Ferreyra, si hay acuerdo en el precio… En la pequeña sala donde se lleva a cabo la entrevista hay un momento de silencio. Se trata de las primeras transferencias de jugadores y el público no está todavía muy acostumbrado a oir la danza de miles alrededor del nombre de un futbolista. Pero la intención de Liberti es clara. Por eso no tarda en decir: -¿Y cuál es esa suma? -Treinta mil pesos. Una Dura Pelea ¡Treinta mil pesos! A Liberti, personalmente, no le pareció un precio inalcanzable,
pero, ¿cómo convencer a los demás? En la sede de los “millonarios” -¡y vaya si merecían el nombre por esos años!- ubicada todavía en la Boca, comenzaron a hervir los comentarios. Pero la pelea era dura para los partidarios de la compra. ¡Treinta mil pesos! Lo que valía una tribuna o algo más aún. Sin embargo, River necesitaba un centreforward imperiosamente y al mismo tiempo no podía alardear mucho acerca de esa necesidad porque los de Tigre iban a hacérsela pagar. Un domingo el equipo de River fue a Rosario a enfrentarse con Ñuls. A pesar de que River gana, el desempeño del titular Zatelli no conforma. Sin embargo, nadie habla de esa performance irregular. Está claro: si se batiera mucho el parche con ese fracaso, los tigrenses se restregarían las manos de satisfacción pensando en lo que podían exigirle a River. Por fin se realizó una reunión de la comisión de River para decidir qué se hacía con la propuesta de Tigre. Las cosas estaban tan peleadas, que en un momento se empató la votación: seis votos aprobaban la compra y otros seis la rechazaban. Pero entonces Liberti decidió la entrada de las “masas”, como una pueblada. Porque resulta que en la sede de River se habían apiñado más de doscientos socios que “queriendo saber de lo que se trata”, coreaban el nombre del cañonero. “¡Bernabé!”, “¡Bernabé!”, “¡Bernabé!”. El rumor llegó hasta la sala de reunión y Liberti usó la carta de triunfo que los hinchas le proporcionaban. Por fin triunfó su critero. Sólo faltaba ahora la palabra de Bernabé.
Bernabé se Decide Un día, poco después de esos trámites ardorosos y peleados, Liberti se encuentra con Bernabé y le lanza la propuesta. Bernabé lo mira, y con esa cachaza rufinense le dice, más que como un consejo o una advertencia, como una respuesta: -Se está jugando una carta muy brava, señor Liberti.
Este es el equipo de River que, después de 12 años, ganó el campeonato de 1932. Fue ese el gran año de “La Fiera”, que llegó a ser scorer absoluto del torneo con 44 goles convertidos. Su récord sólo fue superado años más tarde por Arsenio Erico.
Parecía que hablaba de otro. Tanto que Liberti se sorprendió, aún cuando en seguida el crack agregó, decidido: -¿Usted me tiene fe, en realidad? -Por supuesto. -Entonces no tengo problemas. Voy a cumplir con River con todas mis fuerzas. La transferencia de Bernabé estaba ya virtualmente concluída. River iba a contar con el cañonero para el campeonato de 1932, segundo certamen del profesionalismo.
Un Año Histórico El comentario de los diarios, las conversaciones de los hinchas en los cafés y en las tribunas, todo se volcaba sobre Bernabé, aumentando su responsabilidad. Como aquella vez en Rufino -¿se acuerdan?-, cuando Paulino logró que la asamblea del Newbery aprobara la inclusión antirreglamentaria de Bernabé en la 3ª. Ha pasado el tiempo, pero la responsabilidad es en el fondo la misma, porque los hombres somos responsables en cada momento y por cada cosa. De Newbery a River las distancias de un pibe de 12 años a un jugador de primera división también las hay, pero en las semanas previas a su debut en River recorrió el espinazo de Bernabé Ferreyra la misma emoción que años atrás. Y la pregunta, siempre presente: ¿Responderé a la confianza de tanta gente que se ha jugado por mí? Por fin llegó la fecha del debut. Fue un 13 de marzo, contra Chacarita. El año 1932. Recordémoslo: fue un año histórico en su vida. Para el fútbol fue el año del “Mortero de Rufino”; el año en que River Plate, después de 12 campeonatos, obtenía el máximo laurel.
Por fin el Debut Esa tarde dominguera en la que Bernabé vestiría por primera vez la vieja camiseta listada de los “ex darseneros”, el equipo formó de la siguiente manera: Poggi; Cuello e Iribarren; Santamaría, Dañil y Malazzo; Peucelle, Arrillaga, Bernabé, Lago y Sciarra. El partido no tenía gran importancia para un desenlace en el campeonato, pues todos suponían lógico el neto triunfo de los riverplatenses. Pero para Bernabé era como si se tratara de una final por el campeonato del mundo. En un principio no se ubicó bien en el match. Desconocía a los compañeros y la emoción y la nerviosidad estaban presentes sobre él. Pero alrededor de la media hora consiguió empalmar un tiro violento que el arquero de los funebreros desvió apenas, mientras Sciarra, que entraba a la carrera, logró convertir en gol. Bueno, ¡por fin! No lo había hecho él, es cierto, pero las tribunas habían medido la violencia de su shot y se regocijaban dándole al cañonero su parte en el tanto de Sciarra. Las cosas ya iban pintando mejor. Bernabé hubiera dado todo lo que tenía para poder meterse en las tribunas y oir lo que comentaba la gente. Es como un monstruo ese público apiñado uno al lado del otro, como un monstruo con miles de ojos y oídos que se mueve y grita y a veces parece abalanzarse sobre uno, sin que nadie pueda detenerlo. En el segundo tiempo, después del descanso, las cosas siguieron poniéndose lindas… Hubo un penal que convirtió Bernabé. Pero le hacía falta todavía el gol, “su” gol, al estilo de Tigre y de la gira, esos cañonazos sorpresivos disparados desde media cancha, para los que casi no había tiempo de verlos, y hasta que lo que buscaba también llegó, en su partido del debut. Hizo uno de sus clásicos tantos y miró a las tribunas, para dedicárselo a Liberti y a Araujo, que habían peleado por él en las altas esferas del club, y a los miles de Libertis y Araujos que, sin ser directivos, confiaron en el crack y sostuvieron en discusiones amistosas la necesidad de su compra, cualquiera fuera la
suma a invertir. Aún treinta mil pesos. Ese día Bernabé durmió tranquilo y hasta soñó con Rufino, con los goles hechos a zapatillazos en las disputas bravas contra los de Amenábar. ¡Quién lo diría! Todo después anduvo sobre rieles. Mil novecientos treinta y dos fue, como dijimos, el año de River y el de Bernabé. No había partido en el que no convirtiera un gol, y era tanta la sensación que su paso por las canchas producía, que un vespertino decidió dar una medalla de oro al primer arquero que impidiera que “La Fiera” -ya es, definitivamente, “La Fiera”- convirtuera un gol. Y pasaron muchas fechas antes de que Bernabé quedara zapatero. El autor de la hazaña y ganador de la medalla fue Cándido de Nicola, arquero de Huracán. Flaco y narigón, De Nicola -que después jugó en Racing y en Rosario Central- parecía un tercer poste. Pero era arrojado y valiente. A él le tocó la honra de ser el primero no batido por Bernabé Ferreyra en el año de sus más grandes triunfos.
Un Récord de Goles Ese campeonato Bernabé se clasificó primero en la tabla de goleadores con 44 tantos. Era un récord, que sólo después el gran bailarín, más goma que huesos, que se llamó Arsenio Erico, lograría superar. Hubo goles inolvidables. Como aquel contra Racing. Era la 15ª fecha y los dos equipos se mantenían invictos. En un momento del partido, Lago, el pícaro uruguayo Lago, le corta una pelota a 30 metros del arco. Bernabé tiró con alma y vida y Botasso, la “cortina metálica”, no pudo hacer nada. Era inatajable el tiro y Bernabé vió cómo corrían las lágrimas por el rostro de ese gran guardavallas. Contra Vélez hizo tres de los cuatro goles con que River venció. Contra Atlanta, cuatro de los cinco. Y así siempre, durante ese campeonato inolvidable. Sólo a un arquero no venció: a Lema, el chiquito de San Lorenzo. Pero cuando llegó el final de 1932, la hinchada riverplatense, loca de júbilo, saludaba su nombre como el de un ídolo inolvidable: “La Fiera” ya tocaba la cumbre.
Así entraba en el área. Como una luz, dispuesto a fusilar a quemarropa a los arqueros. La foto es de un partido contra Ferro, pero la escena puede valer para cualquiera de las presentaciones de Bernabé. Era su estilo de juego, sin mucho lucimiento personal, pero de gran efectividad.
“
SEXTA NOTA PREPARANDO LA POLVORA
¡Otro gol. Bernabé!”. La hinchada reclama del ídolo su tributo. Era una única voz, potente, impagable, como un viento o una llamarada. “¡Otro gol. Bernabé!”. Otro. Otro. Y “La Fiera” escuchaba el clamoreo que lo picaneaba y le daba fuerzas, cuando éstas flaqueaban. Siempre igual: una pelota cortada por alguno de los insiders, el pique fulmíneo del ídolo y la pelota allá, clavada en las redes como si por fin hubiera encontrado querencia. Afuera del estadio, vendedores ambulantes ofrecían su mercadería: botones con la efigie del ídolo, tarjetas con su fotografía. La gente no iba a ver a River o al rival de River: iba a ver a Bernabé. También los hinchas del contrario, que no lo confesaban, por elementales razones de lealtad, pero que en el fondo se sentían atraídos por el poderoso imán de ese provinciano que le había dado al fútbol potencia de artillería pesada. En el interior y en los barrios surgían los clubcitos -11 camisetas y una enorme, ardiente, voluntad- que adoptaban el nombre de Bernabé Ferreyra. De Norte a Sur, el retrato del ídolo, en las piezas de Buenos Aires o en los ranchitos de Catamarca. Era algo más que un jugador: era una época toda del fútbol que se llenaba con su shot. River conseguía altas recaudaciones que compensaban con creces lo gastado por su pase. Y venían nuevos socios y pronto se irían poniendo las bases de cemento para el estadio poderoso que mira al río.
Presencia de los Goleadores En un principio, la escuela “criolla” de fútbol, que sorprendió a los europeos por su enorme madurez, a mediados de la década del 20 no le daba al centreforward la función de goleador, de “punta de lanza”, como ha dado en llamarse. Tampoco ahora se considera técnicamente necesaria la condición de shoteador, de hombre-gol, para quien se desempeña en el centro de la línea delantera, pero hubo un momento en que eso pareció imprescindible. Tal vez se pueda ver en Domingo Tarasconi -el “Tarasca” del Boca inolvidable- al precursor de esa modalidad por la que el eje delantero deja de ser conductor del ataque para convertirse en un temible shoteador cuya función específica es ensayar puntería contra el arco contrario. Tal vez, sí, sea Tarasconi un antecedente, pero es indudable que con Bernabé Ferreyra ese modo de jugar pasa a ser moda en el fútbol argentino por varios años. Cada club ansiaba, en los primeros tiempos del profesionalismo, tener su cañonero propio. Y surgieron varios al amparo de la fama de Bernabé. Cosso en Vélez, Lamanna en Independiente, Barrera en Racing. En Boca estaba Panchito Varallo y el propio River preparaba al sucesor de “La Fiera” en el rubio y atildado Luis María Rongo. Años después de esa época, Adolfo Pedernera y René Pontoni, Jaime Sarlanga y Rubén Bravo, entre varios otros, restaurarían el viejo concepto criollo del centreforward como director de línea, pero la costumbre del cañonero seguiría presente en las tribunas, a veces, como una urgente necesidad. Cuando el “atómico” Mario Boyé jugaba de wing derecho en Boca Juniors y el equipo iba perdiendo por la mínima diferencia, la hinchada reclamaba, nerviosamente y a voz en cuello, la ubicación de “¡Boyé al centro!”, confiando en el ímpetu de ese jugador que con su shot potente podía hacer el gol de la agonía. Allá por el 33 o 34 y hasta el 40 todos los clubes querían, como dijimos, emular la fama del “Mortero”. Los nombrados Cosso, Lamanna, Barrera, Varallo, y también el “Machetero” Benítez Cáceres, o el vasco Lángara. Durante la carrera futbolística de Bernabé varios le ganaron en la estadística de scorers: Varallo en el 33, Barrera en el 34 y el 36, Cosso en el 35. Erico en el 37 hizo 48 goles y un año después 43. Fue el único que superó a Bernabé en cantidad de goles en un campeonato. Desde 1931 a 1939, es decir durante su actuación en el profesionalismo,
hizo 201 goles, cifra que no es la mayor, ya que Erico, por ejemplo, hizo 298. Pero lo que nadie tuvo en la dimensión en que lo tuvo Bernabé (salvo tal vez Rongo), fue la potencia homicida de su shot.
Las Razones de su Shot ¿Cuáles eran las razones de su tiro tan poderoso? Bernabé Ferreyra había tenido, desde pibe, esa condición, pero él la fue afinando a medida que el tiempo transcurría. Su hermano Paulino -a quien hay que recordar como su primer maestro-, también tenía un disparo temible, por lo que no es extraño que le haya enseñado su ciencia desde muchacho. Era una habilidad, como puede serlo la gran velocidad o la capacidad de gambetear sin perder la ball, y por eso podía ser aprendida, pero para que fructificase, hacían falta condiciones físicas especiales. La complexión atlética de Bernabé Ferreyra era muy particular: poseyendo una amplia caja y unos fuertes y anchos muslos, sus piernas eran desproporcionadamente delgadas. Este hecho determinaba que la oscilación de la pierna, previa al shot, tuviese la característica de un péndulo: ágil, liviana, pero con toda la fuerza de que era capaz el peso robusto de su cuerpo. Además, Bernabé posee un pie muy diminuto -calza el número 38- lo que da a la extremidad la seca capacidad de un muñón, evitando, en el choque con la pelota, que el empeine sirva como colchón que amengüe la justeza del impacto.
Virtudes de Cazador Pero en Bernabé no sólo se admiraba la fuerza del shot, sino también la dirección que le imprimía desde largas distancias. “Al arco hay que tenerlo en el ojo”, dice cuando se le pregunta por esa condición suya. “Para tirar, no se puede perder un minuto, porque ese minuto puede ser fatal”. Que él no perdía un minuto, lo recuerdan los hinchas… y los arqueros que, de repente se encontraban con una pelota venida quién sabe de dónde, pero que había que ir a buscarla al fondo de la red. Esa exacta ubicación del arco en la memoria, deriva de una vista muy aguzada, que encuentra su objetivo rápidamente. Tal vez para esta virtud de Bernabé haya tenido influencia su condición de experto cazador. Esto no es muy sabido: junto con el fútbol, otra de las pasiones del “Mortero”, fue (y es aún) la caza. Rufino es un pueblo de buenos tiradores, y todos
Va a comenzar el partido... Los jugadores de River dan las hurras en medio de la cancha y, agarrado a la pelota, “La Fiera” ya está pensando en los golazos con que hará temblar las redes y las tribunas. Nadie pudo empardar su fama de shoteador, aunque otros jugadores hayan convertido mayor número de goles.
los domingos andaba Bernabé con sus amigos buscando perdices y martinetas en las llanuras vecinas. Quien tiene buena puntería para abatir un pájaro en el aire, puede tenerla también para embocar una pelota desde larga distancia en un ángulo inverosímil del arco. A estas condiciones naturales hay que sumar las que le dio la práctica. Bernabé, efectivamente, nunca creyó mucho en los entrenamientos. Y eso de que en sus tiempos no se hablaba de WM, 4-2-4 y otras yerbas. Pero si bien descreía de los sistemas, nunca dejó de ejercitarse en su función de artillero. Solía entrenarse con una pelota pesada, de dos cámaras, para poner a prueba la fuerza de su disparo. Siempre pensó que para shotear con violencia era necesario estar bien parado en la cancha, pegarle a la pelota secamente y con justeza y, con la ball parada (en tiros libres, por ejemplo) no tomar demasiado impulso. Para afirmarse bien en el field, Bernabé solía sacarle algunos tapones a los zapatos, que así se nivelaban con el declive del terreno. En el caso de los tiros libres, era condición de la violencia de su shot que la pierna que debía afirmarse estuviera cerca de la pelota, mientras que con la otra efectuaba la oscilación pendular que le permitía descargar toda la potencia de su cuerpo, a la vez que medir bien el sitio en el que efectuaría el impacto. Además, Bernabé, si bien no era excesivamente veloz en la distancia, tenía un gran pique y pateaba con las dos piernas con similar fuerza. A esto hay que sumarle la visión que casi de reojo tenía del arco para comprender el por qué de sus goles espectaculares. “La Fiera” reconoce que hubo un jugador que tiraba más fuerte que él. Era su sucesor en ese sueño de los hinchas: Luis María Rongo, que venía de las divisiones inferiores de River (y que a menudo se entrenaba con Bernabé). Sin embargo, le faltaron otras virtudes del juego de Bernabé o, quizás, cuando le iba a tocar su turno, estaba por terminar ya la época de los shoteadores. Después de Bernabé, River formó su famosa “máquina”, en la que Pedernera, Moreno y Labruna dieron cátedra de fútbol y de goles.
Lago y Arrillaga -“Para qué me voy a romper. Si le doy tres pelotas a Bernabé y éste se manda dos goles”. El que decía esto era Pedrito Lago, el “mulero Lago”, crack oriental que vivió al lado de Bernabé los mejores momentos del ídolo. El uruguayo, aparte de sus “mulas” (tirarle un terrón a la pelota, en momentos en que el contrario iba a shotear un tiro libre, obstruir la visión del arquero), tenía un sentido extraordinario del pase y supo aprovechar las condiciones de goleador de Bernabé. Junto con él, completando el terceto, estaba Arrillaga, el “gordo Arrillaga”, muchas de cuyas cortadas fueron prólogo de los goles de “La Fiera”. Estos dos jugadores, junto con Peucelle y, posteriormente, con Moreno (éste en plena juventud, el “Mortero” en sus últimos años) fueron quienes grandemente contribuyeron al éxito de Bernabé. No se trata de rebajar los méritos de jugador especialmente dotado para un tipo de juego como lo era “La Fiera”. Por otra parte, él no tiene empacho en reconocer la ayuda que sus compañeros le brindaron. Porque toda la ayuda del mundo no invalida la dureza del cañonazo ni la oportunidad encontrada para esos goles increíbles que hacían lagrimear de bronca e impotencia a señores arqueros de pelo en pecho.
“Si no Protesta…” A pesar de la rudeza de su juego, Bernabé era un jugador de extrema limpieza. No golpeaba al contrario, ni entraba en camorras, ni devolvía los golpes cuando el contrario, desesperado, apelaba a alguna brusquedad. Una vez, jugando contra Racing, lo tenía a mal traer a Scarcella. El defensor académico perdía la compostura muy a menudo, y se le iba encima del rival sin asco. No era malintencionado, pero sí muy recio,
y las tribunas lo llamaban Pepe “el Herrero”, aludiendo a su condición de ex herrero del ferrocarril, y también, al fierro que repartía en la cancha. Ese domingo, Bernabé sufrió varios martillazos, como si sus piernas fueran de metal maleable. No protestaba ni se achicaba. Eso una y otra vez, hasta que De Mare, impresionado por la actitud del “Mortero”, le hizo señas al full-back para que disminuyera la reciedumbre. Y Scarcella, ni bien pudo acercarse a su compañero, le dijo, asombrado y como pidiendo perdón: -“Seguro que no le voy a dar más. Si no protesta siquiera y tampoco se achica…”.
Bernabé Ferreyra, “La Fiera”, en una sesión de entrenamiento. Lo acompañan Sirni, Peucelle y Renato Cesarini. Al fondo se ven, en construcción, las tribunas de la actual cancha de River, en Núñez. Las altas taquillas cobradas gracias a la fama del cañonero contribuyeron en gran parte al ascenso económico de los ex darseneros.
“
SEPTIMA NOTA EN MEDIO DE LA GLORIA
Yo le debo todo a River. Gracias a él salí del anonimato”. Bernabé dice esto convencido, con la misma modestia que emplea siempre que habla de sí mismo. Es difícil lograr que “La Fiera” (lo que de ella queda, ahora que Bernabé Ferreyra es un alegre y manso cincuentón) se conciba como el personaje de una narración. Elude referirse a su actuación en el fútbol y es fácil darse cuenta que las cargosas insistencias del periodista lo fastidian. Ahora va muy poco a las canchas, aunque los domingos viva pendiente de la actuación de River, de “su River”. “Escucho por radio el partido, tranquilamente, y es mucho mejor”. Después, quizá se marche a dar una vuelta por las calles de San Telmo para recalar en algún café -el de Bolívar y Humberto, seguramente-, donde comentará con los amigos, en medio del vermú, los resultados y las chances. Pero nada más. Atrás queda como un eco sofocado el fervor clamoroso de los días de gloria. De los días en que el fútbol, por su presencia, se consagraba definitivamente como espectáculo y no sólo como deporte. Si no hubiera tenido otros méritos en su trayectoria de jugador, eso solo bastaría para no traspapelarse su nombre en el olvido. Puede hablarse en nuestro fútbol de una época de Alumni, de otra de Racing, de otra de Boca Juniors. Siempre se trata de divisas, que endulzaron la vista de los espectadores, que descubrieron la magia de ese fútbol criollo nacido en el potrero, como un yuyo. Equipos, divisas. Sólo un jugador, así individualmente, por su única gravitación, pudo empardar esa hazaña colectiva. Alumni, Racing, Boca, marcan épocas que se recuerdan con su nombre. Y al lado de ellos -prodigio de una pasión, de un shot sideral y explosivo- otra época: la de Bernabé Ferreyra. Se temía a Bernabé, se adoraba a Bernabé, se iba a ver a Bernabé. Ningún jugador ha logrado tanto como logró el “Mortero de Rufino”. Hasta 1939 Bernabé Ferreyra vestiría la camiseta de River. Ese año y el anterior ya casi no jugó, por lo que puede decirse que su verdadera carrera terminó en 1937. Durante los cinco años que jugó en absoluta plenitud de medios, River Plate ganó tres campeonatos: 1932, 1936 y 1937. Bernabé no volvió a conquistar el certamen de goleadores, pero continuó siendo la pesadilla de los arqueros, con su juego simple y efectivo. Sus tantos seguían siendo espectaculares, sorpresivos y su shot mantenía la pólvora de otrora. La fama llenó por esos años la vida de Bernabé Ferreyra. Firpo, Suárez, Gardel, Leguisamo. A su tiempo y cada uno en su esfera, proyectaron su fama por encima de los demás y se transformaron en ídolos de la multitud. Bernabé Ferreyra, a partir del fútbol, de River, de sus goles sensacionales que eran el comentario de toda la semana, fue también un ídolo de similar dimensión.
“Muchachos, tengan cuidao que se aproxima la Fiera…” Así lo recordaba un tango, muy popular por sus días, que Canaro contribuyó a difundir. El cine también se apropió de su historia. Era una historia estimulante: un muchacho provinciano cansado de arruinar redes en su pueblo se venía a Buenos Aires y a taponazos demolía a los contrarios. Ganaba dinero, mucho dinero, pero no olvidaba el pago lejano, los amigos, la ancha sencillez íntima de su vida primera. Una película, olvi-
dada ya, se llamó “La barra de Taponazo”. Otra, que todavía se recuerda, la protagonizó Sandrini, que también por esos años nacía a la fama, y se llamó “El Cañonero de Giles”. No eran exactamente biografías de Bernabé, pero usaban de su vida los elementos que más directamente repercutían en los hinchas, elementos simples de una existencia estelar, que cumplía con la corazonada de la multitud: de la nada a la fama; del pueblito a la ciudad multicolor. Es que esa existencia era como un desafío: todos podemos ser así. ¡Y cuántos, en lejanos potreros, no habrán soñado también con esa posibilidad, como una perspectiva abierta! La fama es un espejo en el que todos queremos mirarnos.
Las Exigencias de Bernabé Así como se lo admiraba, así también se lo discutía. Los hinchas de los otros equipos, con la sangre en el ojo por los golazos que se tragaban, buscaban los peros. A partir de ese hecho, de esa secreta e inocente venganza, nacieron las mentas de sus exigencias. -Dicen que Bernabé no juega si no le dan cinco mil pesos… -Se va a tirar a muerto si River no le compra un auto… -El domingo no viene de Rufino, si no le mandan un avión a buscarlo… Esto del avión tiene su historia. Porque, efectivamente, Bernabé -a pesar de jugar en la primera de River- vivía en Rufino, no había variado para nada su domicilio ni tampoco mucho su vida. Los sábados a la noche partía de Rufino para Buenos Aires y el domingo, ni bien terminaba el partido, se iba a Retiro rápidamente para no perder el tren que lo devolvía a la querencia. Algunas veces, a efectos de no restarle horas a su permanencia en el pueblo, “La Fiera” llegó a viajar en avión a Buenos Aires. -¿Cómo era, Bernabé, ese famoso asunto del avión?
Antes de dirigirse a Rufino, Bernabé hizo escala una vez en Rosario, para conversar con los amigos. En la foto aparece con el “Oso” Díaz, que fue con él en la gira de Vélez, y con José Fabrini y el “Potro” Gómez, entre otros jugadores de Ñuls.
-Resulta que un amigo mío, César Spinetto, era el representante de una empresa de aviación en el pueblo. Vendía pasajes para los vuelos a Mendoza y como en el Aero Club de Rufino había una muy buena pista de aterrizaje, varias veces me invitó a venir a la ciudad por avión. Pero el avión me lo pagaba yo y no el club ni el Banco de la Nación. Mis buenos sesenta pesos de entonces me costaba la travesía…”. En su tiempo se hizo mucha cáscara con lo del avión, era un símbolo bien extravagante para hacer resaltar aquello que se buscaba: las exigencias caprichosas del crack. Ahora, como para todo lo que pasó en su vida de jugador, lo bueno y lo malo, Bernabé tiene sólo una leve sonrisa y una broma en el recuerdo: -Menos mal que desde Rufino a Buenos Aires no hay agua. Si no hubieran dicho que yo obligaba a River que me mandara un submarino para llevarme y traerme…”.
La Pasión por Rufino Curiosa fidelidad la de Bernabé por su ciudad. No concebía celebrar sus éxitos de crack fuera de su ambiente. A veces también llevaba a algunos compañeros de River para que contemplaran con sus propios ojos el milagro de su pueblo. Partidas de caza y asados abundantes, farras con los viejos amigos de la infancia, era el programa. Macanudo programa. Bernabé dice que todos los días se iba a entrenar a la cancha del Jorge Newbery y que con eso compensaba la ausencia a los entrenamientos porteños. El lector queda autorizado para no creer excesivamente en la dedicación atlética y en las prácticas futbolísticas que “La Fiera” afirma que cumplía de lunes a viernes en su pueblo. Eran días lindos, propios de su juventud, vivida intensamente y sobre los que no puede dejarse caer la más mínima sombra de reproche. Porque siempre el crack cumplió con su club y en los partidos, bravos o fáciles, dio toda la energía y la habilidad de lo que era capaz.
¿Cuánto ganó Bernabé? Muchos se han hecho y se hacen aún esta pregunta. Va a ser difícil sacarle alguna palabra al ídolo sobre el tema. Para su tiempo, efectivamente, ganó bastante, pero eso era lo menos que se podía dar a quien, por el influjo de sus actuaciones arrolladoras, hacía llenar los estadios y cimentaba la salud financiera de su institución y del sistema profesional en su conjunto. Así como lo ganó, se le fue. Y después de la burbujeante carrera, llena de halagos materiales, debió volver a trabajar duramente. Lo hizo sin protestar y hoy su jubilación y alguna otra entradita le ayudan a vivir dignamente. Tuvo la virtud de los grandes ídolos: la generosidad. Esa generosidad para la que siempre hay aprovechados, pero esa misma generosidad que se brinda lealmente a quienes estuvieron con uno desde la infancia y no tuvieron la suerte o la capacidad para llegar a las alturas. No quiso que los halagos fueran solitarios: los deseó en compañía de sus amigos verdaderos y cumplió con su deseo. ¿Quién puede hacer cuentas ahora sobre esas cosas? Ya en Tigre o en la gira con Vélez había comenzado a ganar algunos pesos con el fútbol. Pocos, muy pocos. Doscientos o trescientos por mes, que en la excursión por América tuvieron la ventaja de ser libres de gastos. ¿Pero alguien imagina, de todos modos, que pudiera sobrarle un peso a un contingente de argentinos en el extranjero? Con su pase a River cobró, en el momento de la firma, diez mil nacionales. Eso sí ya era mucha plata. Y con ella cumplió con un sueño: comprar una casita a la madre. En 1933, luego del gran éxito obtenido el año anterior, que siguió siendo el mejor año de Bernabé, firmó contrato por una prima de veinte mil pesos. Después… bueno, después
es difícil obtener de “La Fiera” datos más precisos, porque, evidentemente, ya se cansó de hablar de estas cosas. Queda el convencimiento de que sí, efectivamente, ganó bastante. Pero que mucho más fue lo que hizo ganar.
Su Vergüenza Profesional No debe pensarse que hay en Bernabé el menor asomo de reproche. Tiene por River verdadero agradecimiento y efectivo cariño. Después de algunas alternativas se acogió nuevamente a la vieja amistad con la casaca y trabajó en el club por varios años. Por eso dice: -¿Usted cree que si yo hubiera tenido tantas exigencias con la gente de River podríamos haber quedado tan amigos? Fue un profesional consciente, que se puso íntegramente al servicio de la institución. Tuvo siempre mucho amor propio, mucha vergüenza profesional. Y si fue -como él mismo dice- “totalitario” frente a los directores técnicos, ello hay que verlo más como característica de su temperamento, reflejado en su tipo particular de juego, que como forma de indisciplina o de desorden. “En 1932 -recuerda- Independiente nos hizo cinco goles. Un día después del partido, Liberti me llamó y me preguntó qué es lo que le había pasado al equipo. Estuvimos mal, le dije. Y Liberti me respondió: tuvieron seis días para estar mal; el domingo no podrían estarlo, ese día tenían que estar bien. No tuve más remedio que darle la razón, porque no caben excusas para que un jugador, si está bien de salud, no se entregue por entero a su divisa”. Era un profesional, un hombre con vergüenza deportiva. En el temple de esta faz de su carácter está también el recuerdo y el ejemplo de Paulino: “Él me enseñó a respetar a los demás, pero también a hacerme respetar…”. Y esta condición, aprendida de pibe, que es cuando se aprenden las cosas, de hombre, la llevó consigo para siempre.
Uno de los últimos equipos de River Plate integrados por “La Fiera”. Juegan en él varios jóvenes recientemente ascendidos que harían historia en el fútbol argentino: Bruno Rodolfi, José Manuel Moreno y Adolfo Pedernera, entre otros. El pibe a quien sostiene Moreno es el pequeño hijo de Bernabé Ferreyra.
ULTIMA NOTA EL FIN DE LA EPOCA DE BERNABE
E
l deporte tiene una ley. Es inflexible, y nadie puede violarla. Esa ley de los años, que obliga al deportista a abandonar su profesión, su oficio, su alegría, porque ya “está viejo”. Estar viejo en el deporte es tener treinta años, cuanto más treinta y cinco. El deporte obliga a aceptar una rara dualidad, una contradicción: se es veterano para practicarlo, al mismo tiempo que uno se siente plenamente joven para todas las otras actividades de la vida. Por eso el retiro de los deportistas suele tener características desgarrantes: ¿quién se anima a reconocer que no da más, que está “viejo”? Esto es en el box todavía más doloroso, pero también el fútbol plantea a sus deportistas la terrible disyuntiva. Bernabé Ferreyra, la “Fiera”, el “Mortero”, el “Balazo” Ferreyra se encontró un día frente al problema. La potencia de las piernas flaqueaba, ya no tenía el pique veloz de otrora, su taponazo se ablandaba. Algo marcaba ya en su calendario el momento de la declinación. Un día de 1936 Bernabé Ferreyra concurre a ver un match de box. Después de 13 años de aquella trompada histórica en Polo Grounds, Luis Angel Firpo volvía a subir a los rings. Le había ganado a dos italianos desconocidos y debía ahora enfrentar a un joven chileno. Su nombre: Arturo Godoy. Firpo ya andaba por los cuarenta; su rival tenía todo el fuego de la juventud. Esa noche fue la última noche en el boxeo del “Toro Salvaje de las Pampas”. Era lógico, pues Firpo quiso violar la ley inexorable del deporte. Y no pudo hacerlo. Bernabé, todavía en su apogeo, pensó mucho en esa noche en que fue espectador del ocaso doloroso de un ídolo. Pensó en que él tampoco era ya el mismo que en 1932 había desfondado arcos de todas las divisas. Que a pesar de que las hinchadas seguían vitoreando su nombre, y que él, la “Fiera”, el “Mortero” o el “Balazo”, continuaba siendo una atracción de boletería, había algo en su interior que lo alejaba cada vez más de sus jornadas de gloria. Y esa noche se dijo: “Yo no voy a pisar una cancha el día que vea que no puedo entregarme por entero”. Esto pensó esa noche de 1936, confundido entre un público que se lamentaba ante la imagen en quiebra de un verdadero ídolo del ring que no comprendió en ese momento la ley inflexible del deporte.
Como Esa Escalera… Le pregunto en Rufino a Bernabé sobre las causas por las que se retiró del deporte a los 28 años de edad. Se habló mucho de eso. ¿Una enfermedad? ¿La irremisible decadencia? Estamos con el Ñato Ferreyra en el comercio de unos amigos. En un costado de la habitación hay una escalera de madera. Bernabé la señala y me dice: -¿Ve esa escalera? Yo subí, en el deporte, todos los peldaños de ella. Cuando llegué al de arriba elegí bajar solo, por mis propios medios, para no caerme…”. Cuando se retiró todavía era un ídolo. “Noté, sin embargo, que ya no tenía potencia en las piernas. ¿Para qué dar el triste espectáculo de un jugador que intenta sobrevivirse?”. Ya había ganado con el fútbol bastante dinero y bastante gloria. Desde los potreros de Rufino a las canchas repletas de Buenos Aires; desde el Jorge Newbery a River Plate. Incluso al seleccionado nacional, aunque las veces que lució la azul y blanca sus performances no estuvieron a la altura de su fama.
Su Fracaso en las Selecciones En mayo de 1930 Bernabé Ferreyra, que aún jugaba en Tigre, fue invitado a integrar la selección nacional que debía enfrentar a los uruguayos por la tradicional Copa Lipton. El equipo argentino, que finalmente venció a los celestes trayendo el trofeo a Argentina, formó así: Bossio; Tarrio y Cuello; Juan Evaristo, Zumelzú y Orlandini; Perinetti, Varallo, Bernabé Ferreyra, Nolo Ferreyra y Mario Evaristo. El desempeño de Bernabé fue de regular para abajo, los diarios comentaron desfavorablemente su actuación que no empardaba con el prestigio que el crack acrecentaba en cada presentación de Tigre. Bernabé no dijo nada. Se calló la boca y dejó que los diarios hablasen. Mucho tiempo después, se supo la realidad: Una hermana de la “Fiera” estaba enferma en víspera del partido. Y Bernabé, la mañana en que debía disputarse el match, dio varios litros de sangre. ¡Como para jugar bien después contra los celestes! Aparte de esa situación -que habla bien a las claras del espíritu gaucho del ídolo-, es un hecho irrefutable que en sus posteriores presentaciones vistiendo la casaca argentina, tampoco su desempeño fue satisfactorio. Tres o cuatro veces fue internacional en su carrera deportiva. La última, durante el Campeonato Sudamericano jugado en Buenos Aires en 1936. Aquel campeonato en que se destacó un purrete, rosarino y jovencito, que se llamaba Vicente, pero que para la historia del fútbol criollo fue y será “Capote” De la Mata. No jugó en todos los partidos de ese campeonato, uno de los más emocionantes y disputados de la historia de ese torneo. Brasil y Argentina fueron esa vez los rivales por el título. Los uruguayos -a pesar de que habían derrotado a nuestro equipo- no tenían chance porque habían perdido puntos en matches con otras representaciones. En la final se enfrentaron brasileños y argentinos; Brasil, con sólo empatar ganaba el trofeo. Pero perdió. Hubo que jugar entonces un desempate por el título, y en los últimos minutos de ese partido jugó Bernabé Ferreyra en reemplazo de Zozaya. Lo hizo un poco a disgusto, aunque una vez que lució la camiseta se entregó por entero a
En 1935 Bernabé se casó y -como corresponde- la esposa fue también de Rufino. Dos hijos nacieron del matrimonio y ninguno de ellos piensa en ser jugador de fútbol. En la foto lo acompaña uno de sus hermanos, otro familiar y Robles, actual subgerente de River.
su defensa. “No quería que me designaran para el seleccionado. Pero los dirigentes del fútbol me dijeron que si no jugaba por el combinado tampoco podría jugar por River”. La cuestión es que algo inhibía a Bernabé para vestir el blanco y celeste de la selección nacional. Tal vez el hecho de no jugar con sus compañeros habituales, que tan bien conocían su estilo, y que de tal manera sabían aprovecharlo en beneficio del conjunto.
Bernabé Cazador En otro lugar de la nota ha quedado anotado que Bernabé era (y es ahora, a pesar de que no puede moverse con agilidad por su reumatismo) un gran cazador. Rufino es tierra de cazadores. En una estancia ubicada en el partido hay una selva en miniatura en la que viven y se reproducen enormes jabalíes, que son la codicia de los tiradores de la zona. Pero para los que no pueden darse el lujo de la caza mayor quedan miles y miles de perdices y martinetas divagando por las inmediaciones, hasta que encuentran un rifle en su camino. Los domingos parten las expediciones de los cazadores. Y cuando Bernabé era crack y se podía pasar toda la semana en su pueblo (entrenándose en el Newbery, según dice), casi no había día en el que no saliera de caza. Tenía un perro
“La Fiera” no quería que su esposa fuera a las canchas. Una vez ésta violó la norma y concurrió a ver al crack, con el hijo mayor, entonces un purretito. La foto muestra también a Bernabé, del lado de adentro de la cancha, con el infaltable “Machín”.
-“Ford” se llamaba- que parece que era un animal extraordinario, que lo acompañaba en sus jornadas de enemigo de las perdices. Un día algo le anda mal a Bernabé y no acierta ni con una perdiz ni martineta. La puntería del goleador está chueca esa vez. Meta tiros por todos lados y los animales -presuntas víctimas- siguen muertos de risa. Los amigos que lo acompañaban lo han dejado solo y escuchan los sucesivos disparos. Corren hasta donde está Bernabé, ansiosos por ver las presas, y se encuentran con que éste, muy seriamente, le está diciendo al famoso “Ford”: -Mirá, viejo; tirá ahora vos que yo husmeo… Bernabé llevaba a sus amigos de River para Rufino a fin de que participasen en las excursiones de caza. Una vez fue Cesarini a probar puntería y, recién llegado de Europa, traía un equipo completo de cazador. Pero con equipo y todo no paraba de asombrarse al ver la cantidad de perdices y martinetas que había. Tanto habrá hablado, que Bernabé recuerda ahora el hecho y comenta: -Como para no asombrarse. Si en Europa, cada vez que se ve una perdiz salen a la calle hasta los panaderos…
Comerciante Fracasado El Ñato Ferreyra se había casado en 1935. Y como es lógico, con una rufinense, Juana Bonetto. Dos hijos nacieron del matrimonio: Bernabé Daniel en 1936 y Carlos Alberto en 1940. A ninguno de los dos se le ha dado por el fútbol, y ahora trabajan como cualquier hijo de vecino, arrimando al sostén del hogar. Al filo de su retiro del fútbol, Bernabé compró un bar ubicado en pleno centro -Maipú entre Corrientes y Sarmientoque llevó su nombre. No le fue muy bien en su aventura de comerciante (“hubo mala administración”, dice) porque allí serían muchos los que tomaban las copas, pero pocos, bastante pocos, los que las pagaban. Bernabé vivía con su esposa y su hijo mayor en frente del bar, hasta que en 1939, comerciante fracasado, se marchó a Rufino. En 1943 volvió a Buenos Aires porque un hermano -Benigno- andaba enfermo y se quedó para siempre en la ciudad. Consiguió ese mismo año un empleo en River del que se retiró, jubilado, en 1954. Ahora es un vecino de San Telmo, en donde tiene tantos amigos como en su pueblo.
Un Vecino de San Telmo Ahí en San Telmo -en la República de San Telmo, como le gusta decir- está su vida. También, como en Rufino, basta que asome sus narices en la calle Humberto I, para que hasta las piedras lo saluden. Sabe ir al café de la esquina de su casa, en Humberto I y Perú, o correrse hasta Bolívar, donde también para una barra amiga. Pero a pesar de todo, sigue soñando con Rufino. Se le hace dura la vuelta cuando concluye el mes anual que se ha fijado para visitar los pagos. Allí, en su patria chica, suele vivir en casa de Ciro Angellini, “Yiyito”, un napolitano ocurrente que hace “como 30 años que está en Rufino”. Todo lo que en su pueblo vive y ve, lo maravilla.