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L a a z o z o s s q q u u e e a a t a an n (The binds that tie) Bat Morda
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Índice Sinopsis……………………………………………………………….............................4 Sinopsis……………………………………………………………….............................4 Desde el punto de vista de Gabrielle.……………………………………..…………....5 Desde el punto de vista de Xena………………………………………………..……..42 Créditos…………………………………………………………………………..….....833 Créditos…………………………………………………………………………..….....8 Únete a la causa……………………………………………………………..………... 84 causa……………………………………………………………..………... 84
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Sinopsis Gabrielle va a recibir una verdadera educación cuando Xena accede a regañadientes a permitir que la bardo la acompañe a un reino donde las esclavas sexuales son la norma.
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Desde el punto de vista de Gabrielle
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—Kaltor, la respuesta es no. —¡Xena, por favor! —declaró Kaltor. Puse los ojos en blanco ante eso. Xena y el rey Kaltor, habían estado dándole vueltas a este tema durante una buena hora y media. Con aire ausente, mordisqueé mi pescado asado. La comida era excelente, pero había perdido el apetito. Empecé a elaborar imágenes en mi brócoli, como lo haría con el paso de las nubes mientras esperaba a que Xena capitulase. Sabía que lo haría, ¿cómo no iba a hacerlo? Ella me había explicado de camino a aquí cómo Kaltor había sido uno de los pocos reyes de su pasado que dio la bienvenida a la princesa guerrera y a su ejército dentro de los muros de su fortaleza. Ella había necesitado un lugar para que sus hombres se recuperaran de una batalla desagradable y, a cambio de dos favores, le había abierto sus puertas. Xena se echó a reír al recordar r ecordar los favores. El primero había sido que ella no le derrotaría y el segundo, que mantendría a raya a su rival, el rey Lothar, de los avances en sus territorios. En esa época Xena se quedó muy impresionada de que el rey asumiera que ella mantendría su palabra, y le permitió conservar su reino. —Entonces yo debería entregar las llaves de mi fortaleza a Lothar —continuó Kaltor deprimido. Tomé otro sorbo de mi oporto mientras Xena se encogía de hombros diciendo: —Incluso si fuera a ver a Lothar, me resultaría difícil de creer que continúe pensando que aún soy una señora de la guerra. Tuve problemas para conseguir que creyera lo mismo otro señor de la guerra hace dos años. —Pero sabes lo aislados que estamos, Xena —contrarrestó Kaltor— Kaltor —. Y Lothar nunca ve más allá de sus muros, a menos que sea en la dirección de mi reino. Tengo que trabajar duro para mantenerme en contacto con el mundo exterior. Él tiene sus diversiones y no ve más allá de eso —sacudió la cabeza con tristeza— tristeza —. Xena, sabes lo que pasa dentro de estos muros. He abierto mis puertas a muchos esclavos que se han fugado. Seguramente no puedes sentarte ahí simplemente mientras… —¡Está bien! —soltó Xena haciéndome saltar— saltar —. Voy a hablar con él, a ver qué puedo hacer, pero no prometo nada. —Sin promesas —acordó Kaltor, pareciendo aliviado —. Enviaré a algunos de mis mejores soldados para actuar como tus… P
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—No —dijo Xena interrumpiéndolo— interrumpiéndolo —. Iré sola con las primeras luces del alba. —Espera un momento —le dije sin apreciar a dónde se dirigía esta conversación. —No Gabrielle —respondió Xena con rotundidad, dejando poco espacio para la discusión— discusión—. No vas a ir. Kaltor parecía perplejo, pero se encogió de hombros. hom bros. —Quizás, pueda conseguir que una de mis criadas te acompañe, Xena. No serás creíble si no vas acompañada. Xena se detuvo como si estuviera considerando la oferta y negó con la cabeza. —No, voy a ir sola. —Lothar nunca se lo tragará —objetó Kaltor. —Yo no tenía esclavos en los viejos tiempos —contrarrestó Xena. —Pero seguramente, tú hiciste uso de los suyos —respondió Kaltor— Kaltor —. ¿Quieres hacerlo de nuevo o tomar a alguien que interprete el papel? —¿Qué está pasando aquí? —le exigí —. ¡¿No vas a dejarme ir pero pensarás en llevar a alguien que ni si quiera conoces?! —Me aparté de ella enojada. Habíamos viajado juntas el tiempo suficiente como para pensar que este tipo de comportamiento había quedado atrás. —Escúchame, Gabrielle —dijo Xena mientras se giraba hacia mí con voz suave —. El reino de Lothar no es lugar para ti. Ni si quiera era lugar para mí cuando era una señora de la guerra. —Suena colorido —me permití. —Es retorcido, Gabrielle. Lothar es un hombre enfermo y sus ideas sobre la conducta apropiada son deplorables. Si voy a hacerle creer que todavía soy una señora señora de la guerra aliada de Kaltor, tendré que hacer cosas… que preferiría que no vieras. —Pero Xena —insistí —, sabré que estás actuando. Si ese lugar es tan duro como dices, puede que necesites que vigile tu espalda. —Tiene razón —estuvo de acuerdo Kaltor. Xena le lanzó una mirada de puro veneno, pero él se encogió de hombros —. Las visitas que le hiciste en los viejos tiempos, le mantuvieron fuera de mis fronteras estos últimos seis años. Espero un recordatorio que lo mantenga fuera de mi camino para siempre. Pero si eres P
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desacreditada, no solo su ejército invadirá mis tierras, sino que puede que te encuentres con un collar al cuello y una correa. He visto luchar a Gabrielle. Yo estaba allí, en ese incidente en el mercado, ¿recuerdas? Si es capaz de actuar tan bien como lucha, no tendrás problemas en convencer a Lothar de que vas en serio y podrás salir de allí. Ella ya nos ha entretenido con historias sobre tus aventuras. Fue muy convincente como Markessa en ese concurso de belleza. Seguramente podrías… —No lo entiendes Kaltor —gruñó Xena— Xena—. No tengo intención de utilizar a Gabrielle para demostrar nada a Lothar. Estás equivocado. Fruncí el ceño ante esto. No estaba muy segura de lo que ella y Kaltor estaban hablando, pero la forma en la que dijo equivocado le hizo palidecer ligeramente. Me miró, luego a ella, con una expresión aún más perpleja en su rostro. —Pero pensé… —tartamudeó. —tartamudeó. —Déjalo —ordenó Xena. Y él lo hizo. Las cosas se estaban saliendo de control, c ontrol, así que decidí intervenir y poner remedio a la situación. —Rey Kaltor —le dije consiguiendo su atención —, comentó que varios antiguos esclavos trabajaban en su hogar —el asintió con la cabeza, así que continué —, sin duda alguno de ellos, podría decirme lo que necesito saber sobre el funcionamiento en el reino de Lothar sin levantar sospechas. —Olvídalo Gabrielle —advirtió Xena. —No, Xena —repliqué— repliqué—. Si piensas por un segundo que mi mejor amiga va a ir a un reino enfermo y retorcido sin el apoyo apropiado, estás muy equivocada. Y si estás convencida de que soy demasiado joven e inexperta para manejar lo que sea que este señor de la guerra espera, entonces me temo que no me conoces tan bien como crees. Y me apena escucharlo —Creo que conseguí su atención en esta última frase. Frunció el ceño a Kaltor una última vez y luego me miró. Había algo ilegible en su expresión, algo que me ponía nerviosa, pero no le hice caso. Ella no iba a dejarme atrás esta vez. Suspiró. —Está bien Gabrielle. Kaltor, trae a uno de tus sirvientes para que le diga a Gabrielle lo que sabe del reino de Lothar —Se volvió hacia mí con los ojos azules penetrantes, extrañamente sin alerta— alerta —. Si todavía quieres acompañarme después de escuchar lo que la sierva de Kaltor tenga que decir, te llevaré. Pero sinceramente, espero que lo reconsideres —Su cabeza se levantó para mirar al rey, sus defensas una vez más P
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eran impenetrables— impenetrables —. Seleccionaré a siete de tu guardia, para que monten con nosotras, no más que eso. ¿Alguna vez reparaste la vieja armadura que dejé aquí? El hombre asintió. —Tendré que llevarla a tu habitación.
Pasé el resto de la noche consiguiendo algo de educación. A veces me sonrojaba o reía de puro nerviosismo. La esclava, Miriam, fue paciente y abierta. Habló con sinceridad de sus experiencias en el palacio de Lothar. Resultó que había sido esclava allí cuando Xena lo visitó en otra ocasión. —¿Cómo era ella? —me encontré preguntando antes de que pudiera evitarlo. —Poderosa —respondió ella sin pausa. Xena venció a Lothar a los dados. Ya había ganado a varios de sus mejores m ejores caballos y una buena cantidad de dinero, por lo que ofreció mis servicios como incentivo. Ella aceptó, para la noche de todas formas, explicándole a Lothar que no tenía espacio para esclavas en su ejército, que era una distracción innecesaria. —¿Qué pasó? —le pregunté. Miriam sonrió con tristeza. —Era joven y estúpida. Muy estúpida. Era la esclava más preciada de Lothar y me molesto ser cedida para una noche a una señora asesina. Una vez que estuvimos solas, demostré mi peor comportamiento. Xena lo encontró divertido. No puedo describirlo realmente Gabrielle. Estaba aterrorizada, pero excitada al mismo tiempo. No me trató muy bien, pero comparada con Lothar fue como un sueño. Por la mañana no quería nada más que cabalgar con ella, unirme a su ejército como esclava. Después, cada vez que venía de visita, esperaba que me viniera a buscar, pero nunca ocurrió de nuevo. Era fría y despiadada… pero había algo más ahí. Algo primitivo y apasionado. Yo estaba confusa. Esto no sonaba como la mujer que había llegado a amar, como la amiga que había llegado a atesorar por encima de todos los demás. La Xena que conocía era poderosa, sin duda, pero también era cálida y amorosa. Aunque no podía saber cómo sería en el dormitorio, nunca sospeché que hubiera sido como un animal con Hércules o Marcus. Miriam se quitó la blusa, dejando al descubierto la P
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cicatriz ovalada en su hombro izquierdo. Mirando de cerca, me di cuenta de que era la marca de un mordisco, de un buen mordisco. —Xena me hizo eso —explicó Miriam— Miriam —. Es el peor insulto extraer la sangre de un esclavo de otra persona. Pero Xena me marcó de todas formas. Sabía que no lo contaría. Más tarde, me enteré de que durante sus visitas ocasionales al reino de Lothar, había marcado a un total de once esclavas. esclavas. Ninguna de nosotras dijo nada. —¿Por qué? —le pregunté, mi voz a penas un susurro. Ella se encogió de hombros, con la mano derecha tocando la cicatriz casi con reverencia. —Porque no quería compartirla con nadie –dijo en voz baja.
A la mañana siguiente me desperté temprano. Dormí inusualmente bien, teniendo en cuenta las historias inquietantes que había escuchado sobre el reino de Lothar. Me había quedado dormida tratando de imaginar a mi amiga como una señora de la guerra dominante. Por un lado, había visto la disciplina y la ira de Xena en más de una ocasión y, basándome en eso, junté piezas de imágenes de lo que debía haber sido en el pasado. Pero el relato de Miriam agregaba una nueva dimensión. Realmente nunca había pensado en Xena como una depredadora sexual. Quiero decir, sabía que en ciertas circunstancias irradiaba bastante energía sexual, y que podía ser francamente inquietante, pero los recuerdos de Miriam eran bastante detallados. Me sonrojé sólo de recordarlo. Aun así, Xena era mi mejor amiga y no estaba dispuesta a dejarla ir sola hacia el peligro sólo por mis inhibiciones mojigatas. Filosóficamente, decidí que la exposición al lado más sórdido de la vida sería bueno para mí, podría ampliar mis horizontes. Independientemente de lo que Xena pudiera tener que decir o hacer, confiaba en ella con todo mi ser, y sabía que nunca me haría daño.
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Me vestí y me puse las sandalias que Miriam me había prestado. Me había explicado que las esclavas no llevaban botas y me hizo tener que mirar hacia ellas. También me había dado algunos otros artículos. Los llevaba en un saco mientras iba a buscar a Xena. Tendría que ayudarme con el resto. Llamé a la puerta que estaba al otro lado del pasillo de la mía. —Adelante —fue la respuesta abatida desde el otro lado. Empujé la pesada puerta y entré. La primera cosa que noté fue que la cama de Xena estaba hecha, no parecía como si hubiera dormido en ella. Su familiar armadura marrón estaba sobre la cama, y en su lugar iba vestida con una armadura negra que yo nunca había visto antes. Estaba ajustando un brazalete cuando entré en la habitación. —Hola —dije en voz baja— baja —, ¿puedo ayudar? Ella sonrió brevemente y extendió su brazo. Me metí bajo el brazo y ajusté las correas detrás de ella. Podía sentir mi rubor en las mejillas y no quería que lo viera. —Espero que hayas decidido no ir —dijo dando conversación. Negué con la cabeza. —Después de mi charla con Miriam, estoy más decidida a ir ahora que antes. —¿Miriam? —Xena se preguntó en voz alta. —Era una esclava de Lothar, la ganaste para pasar la noche en un juego de dados — le solté con total naturalidad. Los ojos de Xena se abrieron, recordando. Una mirada de vergüenza nubló sus expresivos ojos azules. —Entonces me sorprende que me hables, y más que vayas conmigo —comentó. —Xena —le dije con seriedad, mi mano apoyada en su espalda —, necesitas a alguien allí en que puedas confiar, que confíe en ti. ¿Cuántas veces te he dicho que quien eras no me importaba? Mira, sé que no quieres ayudar a Kaltor, pero tienes que hacerlo. Le diste tu palabra hace años y sé que aún significa algo para ti. No puedo discutir ese punto. Si bien esto puede no ser la aventura más agradable que hemos compartido, no voy a darte la espalda simplemente porque las cosas se pongan un poco peligrosas. Giró la cabeza para buscar mi rostro con sus expresivos ojos. Cuando terminé de atar sus brazales, me encaró. P
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—Gabrielle, no me merezco una amiga como tú, nunca me la he merecido. Quiero disculparme ahora por cualquier cosa que... —Silencié su boca con mis dedos. —Xena, entiendo que lo que suceda, no serás tú. No hay necesidad de disculparse por nada. Vamos a acabar de una vez con esto, ¿de acuerdo? Ella asintió y me fui a la cama para recoger el saco. —Miriam me dio esto, pero no estoy segura de cómo ponérmelo —Arrojé el contenido en la cama, observando el ligero estrechamiento de sus ojos ante la vista. Xena cogió el primer brazalete de metal y me miró. —¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto? Puedo garantizarte que será bastante degradante —preguntó ella. Sonreí enmascarando mi nerviosismo. —Soy bardo, ¿recuerdas? Vergüenza y degradación vienen con el trabajo. Aunque nunca me han lanzado fruta podrida, es algo para lo que todos tenemos que estar preparados. —Nunca te han lanzado fruta podrida porque eres es una buena bardo —dijo Xena con una sonrisa. —Así es —estuve de acuerdo— acuerdo —, y mi mejor amiga es un poco intimidante. Ella sonrió y asintió hacia la cama. —Está bien, toma asiento. Vamos a vestirte. —Me senté en el borde de la cama y se arrodilló en el suelo. Alcanzando el tobillo, aseguró el primer brazalete de metal a su alrededor. La banda era de unos tres dedos de ancho y forrada con piel de ciervo suave. Un anillo grande de metal se unía al exterior. Xena cerró la banda en su lugar y puso uno igual en mi otro tobillo. Pude ver por qué las esclavas llevaban sandalias en lugar de botas. Sin embargo, mientras que las bandas alrededor de los tobillos se sentían inusuales, no eran incómodas. A continuación, adjuntó bandas similares en las muñecas. Eran de metal, forradas con piel de ciervo y se ajustaban perfectamente. Mis dedos se posaron en la muñeca de Xena mientras trabajaba y me sorprendí un poco por lo calientes que tenía las manos. Cuando giró su brazo para meter la banda por mis dedos, sentí su pulso frenético. —Xena —le pregunté— pregunté—, ¿estás bien? P
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—Estoy bien —respondió ella sin mirarme— mirarme —. Toma, tienes que aparte tu cabello — Había cogido el collar que quedaba, que era un poco estrecho, pero más grande en diámetro. Tenía cuatro aros equidistantes alrededor del exterior. Tragando saliva, me di cuenta de que era para mi garganta. Una extraña sensación se apoderó de mí mientras me incorporaba, apartando mi cabello cuando Xena me puso el collar. Su cuerpo se sentía muy cálido detrás del mío, al menos es lo que me imaginé al recorrerme el cuerpo un repentino escalofrío. Sólo quedaban dos elementos más del saco que volqué en la cama. Dos pequeños aros de oro, pero Xena me detuvo cuando fui a por ellos. —Eso no será necesario —dijo mientras metía la llave de mis ataduras en su escote. —Pero creo que debemos ser lo más realistas posible –Le contesté. –No voy a prestarte a nadie Gabrielle –aseguré– aseguré–. ¿A menos que desees tener tus pezones perforados? –preguntó. Miré a los aros con horror y luego hacia bajo de mi top verde. –Estás bromeando –Suspiré. –No, en absoluto Gabrielle, cuando prestas un esclavo a alguien tienden en a ser más combativos. Los aros son una manera rápida de conseguir su atención. –Te diré –estuve de acuerdo– acuerdo –, que creo podemos pasar de ellos. –Me lo tomaré como que eso significa que vas a comportarte bien –bromeó recogiendo el pequeño aro de oro y doblándolo. Hizo lo mismo con el otro aro. Me reí entre dientes. –Lo intentaré –Entonces me lo pensé durante un minuto –. ¿Cómo de mandona vas a ser? –le pregunté. Ella me miró, su rostro serio pero sus ojos brillantes de alegría. –Bastante mandona, pero te prometo que lo disfrutarás –Me entregó los aros de oro con una sonrisa– sonrisa –. Conserva esto. Si te encuentras en una situación en la que no lleves ropa como en los baños, póntelos. Los he desencajado, no deberían herirte, pero se verán bien. –Solo recuerda princesa guerrera –gruñí metiendo los aritos abiertos en mi escote –, que las venganzas son infernales. Entiendo el autoritarismo por las apariencias, pero empieza a disfrutarlo y me las pagarás. –Apenas puedo esperar –Se rio mientras empacaba sus cosas.
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El trayecto hasta el reino de Lothar fue aparentemente tranquilo. Fue inusual para mí el que Xena llevara su vieja armadura. Llevaba dos espadas a la cintura y una capa suave colgaba por su espalda. Normalmente cuando cabalgaba detrás de ella no tenía nada para descansar mi cabeza excepto una funda dura y una espada. Ahora lo único que me separaba de Xena era una delgada capa suave, lo cual hacía que el viaje fuera muy cómodo. Creo que en cierto punto, me apoyé contra su cálida espalda y me quedé dormida. Me desperté cuando Argo sorteaba una pequeña zanja. Podría haberme caído, pero Xena me había agarrado más fuerte, manteniendo mis brazos rodeando mi cintura. –Gracias –murmuré en la crin de pelo largo y negro. –¿Dormiste bien? –preguntó. –Lo hice –le contesté– contesté–. Esto es muy cómodo. Se rio y palmeó mi mano cariñosamente. –Espero que tengas eso en mente cuando Argo deba saltar una zanja grande y salgas volando. –Nah –disentí — Tú no dejarás que nada malo me pase —Ella no replicó, pero creí sentir su sonrisa.
Llegamos al reino de Lothar justo después de mediodía. Xena dio varias instrucciones a los hombres que hacían de su guardia personal. Ellos reforzaron su formación y cabalgamos atravesando la puerta principal de la fortaleza como una sola entidad. A través de la fina tela de la capa, pude sentir sus músculos tensándose. Xena estaba en modo de guerrero completo. Dentro de la puerta, nos encontramos a un hombre enjuto, delgado, vestido de cuero negro. Tenía un grueso collar de pinchos alrededor de su cuello y su ropa estaba unida por cremalleras inusuales. Como sospechaba, se trataba de Hedge, el perro faldero de Lothar. Xena desmontó con gracia y se acercó al hombre. P
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—Estoy aquí para ver al Rey —afirmó rotundamente sin preámbulos. Hedge hizo una profunda reverencia y dijo bajando sus ojos: —El rey Lothar envía sus saludos, princesa guerrera, y espera que se una a él para la cena. Las instalaciones están a su disposición, por favor, siéntase como en casa. Su Majestad tiene varios clientes en la actualidad que estarán igualmente satisfechos por su llegada. ¿Puedo... ayudarle en algo más? —preguntó. Sin mirar en mi dirección, Xena pronunció una sola palabra —Abajo —supe que hablaba conmigo. Rápidamente me desmonté de Argo y me puse a su lado— lado —. No es necesario Hedge —le dijo al hombre delgado— delgado —, tengo toda la ayuda que necesito. Cuida de que mis hombres y mis caballos sean atendidos — Lo encaró mirándolo fijamente— fijamente —. Confío en que el rey sea un hombre tan honorable como siempre. Porque el resto de mi ejército está esperando pacientemente cerca. Tienen instrucciones explícitas de lo que deberían hacer si no se informara a intervalos precisos con los mensajes apropiados —Xena apartó la mirada, como si desterrara al hombre de su presencia y se alejó hacia uno de los edificios— edificios—. No te molestes en mostrarme los baños —comentó mientras caminaba fuera— fuera—, ya sé dónde están. Por desgracia, la zona de baño no estaba desierta. Mientras que el edificio tenía instalaciones separadas para hombres y mujeres para bañarse, ambos sexos estaban presentes. Tres mujeres estaban descansando en una piscina humeante, dos eran atendidas por hombres, la tercera por una mujer. Xena se acercó a un banco vacío y se sentó, pareciendo más bien aburrida. Captó mi atención con su mirada y miró fijamente a su armadura. Rápidamente me puse a retirarla. Una mujer gritó desde la piscina. —¿Xena? ¿Eres tú? Dioses, ha pasado mucho tiempo. —Arleia —respondió Xena suavemente con un movimiento de cabeza. No tuve la oportunidad de ver a la mujer, estaba demasiado centrada en quitarle la armadura con rapidez y eficacia. Mientras le quitaba cada pieza, las iba poniendo en un montón ordenado en el banco, colocando las piezas que necesitaría primero para volver a armar la parte superior de mi amiga. —Veo que has desarrollado bastante ojo para las esclavas —comentó Arleia— Arleia—. Sus dedos parecen muy ágiles. Vi la sensual sonrisa de Xena mientras cruzaba la pierna, ofreciéndome su bota. P
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—Se podría decir eso —concordó— concordó—. Ágil, sagaz y coordinada. Todas las descripciones son apropiadas. —¿De dónde la sacaste? —preguntó otra mujer en la piscina. —De Potedaia —contestó Xena— Xena—, como pago para no saquear la ciudad. Lo cual, naturalmente, hice de todos modos. Fruncí el ceño ante eso a pesar de mí misma y jalé de la bota desde su pie. Ella fingió no darse cuenta. Movió las piernas, ofreciéndome la otra bota. Me distraje un poco por los poderosos músculos de los muslos que se movían con tanta gracia cuando ella se movía. —Parece que lo ha superado —comentó Arleia. —Tiene sus momentos —observó Xena. Terminé con la otra bota y me puse de pie, colocándome detrás de ella y aflojando los cordones de su túnica de cuero. Distraídamente pasó su dedo hasta mi muslo —. Hemos llegado a un entendimiento — comentó como si hablase del tiempo. —¿Qué te trae a la Corte de Lothar? —preguntó Arleia. Xena se quitó la túnica de cuero. —He estado visitando al rey Kaltor y estoy preocupada por lo que he oído. Estoy segura de que todo es un malentendido, pero pensé en dejarme caer de visita para comprobarlo. Además, siempre encontré la estancia dentro de los muros del rey Lothar... lúdica —Caminó desnuda a la piscina, irradiando confianza y poder a cada paso. Volvió un poco la cabeza en mi dirección —. Quítate la ropa, saca el jabón y ven aquí —dijo con indiferencia. Me tomé un momento para echar un vistazo a los otros esclavos. Uno de los hombres estaba completamente vestido, de rodillas masajeando los hombros de su ama. Otro estaba completamente fuera del agua, lavando el cabello de su ama, estaba desnudo. La mujer se sentó en el borde de la piscina con las piernas en el agua, trenzando el cabello de su ama. Sólo llevaba una falda corta. Me di cuenta de que el hombre desnudo tenía un pequeño aro perforando en cada uno de sus pezones, como la mujer. Sólo ella, además, tenía una fina cadena suspendida de un pecho al otro uniendo los dos aros. Me desaté las botas, furiosa con Xena por insistir en que me uniera a ella, hasta que me di cuenta de que era la única forma de Xena para conseguir un baño para mí también. Ella estaba de pie más lejos, el agua humeante lamía contra sus senos. Preparándome contra la vergüenza de desnudarme en público, me quité la ropa. Me di la vuelta para sacar el jabón de mi bolsa y casualmente puse un aro de oro en cada uno de mis pezones. Hice una P
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mueca de dolor, pellizcaba un poco, pero no tenía mucho tiempo. Razonablemente segura de que no se caerían, me dirigí a la piscina. Sin saber por qué, me detuve en el borde. Xena sonrió y miró a las otras tres mujeres. —¿No hay objeciones? —preguntó ella. Las tres se miraron entre sí moviendo la cabeza. —Adelante —continuó Arleia— Arleia—, se ve bastante saludable. Una bonita pieza de artesanía —A lo que Xena asintió y me metí en el agua deliciosa. Caminé hacia donde Xena estaba, el agua me llegaba a los hombros. Casualmente me moví a donde hacía mejor pie. Xena me ofreció su espalda para lavarla. Sin dudarlo obedecí. Por el rabillo del ojo pude ver a la mujer esclava mirándome con desprecio, los hombres apartaron su mirada. —Muy buen comportamiento —una de las mujeres le dijo a Xena— Xena —, mucho menos enérgica que la tuya, Arleia —Ya que Arleia era la que tenía la esclava femenina. —Me gusta la mía luchadora, Frena. Son mejores en la cama. —No parece que Xena tenga quejas, y la de ella es tranquila como un cordero. —Hay un tiempo y un lugar para las luchas —comentó Xena mientras ella se metía bajo el agua, enjuagando el jabón de su cabello —. Me tomó un tiempo domar a Gabrielle, pero ya la tengo por algún tiempo. No tengo quejas —Lo último lo dijo con tal sensualidad que me sonrojé. —Gabrielle, qué nombre tan bonito —murmuró Frena con admiración. —Gracias —Xena respondió con una sonrisa, tomando el crédito de mi nombre. Hice una nota mental para estar molesta por eso más tarde —. Me gusta la forma en que suena. —Es curioso —bromeó la tercera mujer —nunca tuviste esclavas antes. Pero las visitas aquí tienden a contagiar a la gente. Tal vez se la prestes a Arleia para que vea lo buena que es. —Tal vez, —concordó Xena— Xena—, ¿estás segura de que no quieres probarla tú misma, Ione? Arleia y Frena compartieron una risa ante el comentario. —No, Xena —Ione respondió, sonriendo a sus amigas que se habían reído antes —, Arleia es la única de nosotras que comparte tu apetito por las esclavas femeninas. P
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Como ves, no tenemos la oportunidad de tener a los hombres todo el día a nuestro alrededor, así que para nosotras es toda una novedad. —Además —añadió Frena— Frena—, hay algunas cosas que los hombres pueden hacer que las mujeres no pueden. Xena sonrió ante el comentario —Esa no ha sido mi experiencia, a menos que por supuesto estés tratando de quedar embarazada —Ella se movió hasta la superficie final de la piscina para unirse a las mujeres en los escalones— escalones —. A asearse, Gabrielle —dijo mirándome nuevamente. Sin perder tiempo lavé mi cuerpo y mi cabello, muy consciente de que tenía una audiencia de tres. Oí a una mujer, Frena, murmurar algo a su esclavo y rápidamente entró al agua. Dio dos pasos hacia ella y se metió bajo la superficie. No pasó mucho tiempo para ver a dónde iba. En segundos tenía la cara pegada a la entrepierna de su propietaria con una expresión de satisfactorio alivio. Me lavé el pelo y me dirigí a las escaleras, no podía salir del agua demasiado rápido. Xena y las otras dos mujeres hicieron lo posible por ignorar lo que estaba pasando, como si fuera algo común. Entonces me di cuenta, recordando lo que Miriam me había dicho de que se trataba efectivamente de algo común. El joven salía a tomar aire cada minuto o así y luego volvía a su tarea. Frena era afortunadamente discreta en sus gemidos de placer, pero la expresión de su rostro cuando llegó a su clímax era inconfundible. Traté de no ruborizarme pero mi éxito fue limitado. Las demás seguían hablando como si nada hubiera pasado. Xena movió su cuerpo y me hizo señas para que me sentara a su lado en la piscina. Apoyándose en mis piernas estiró sus hombros una vez. No pude evitar sentirme irritada por la orden casi demasiado sutil. —¿Los hombros, princesa? —le pregunté con dulzura. Ella asintió con la cabeza, su lenguaje corporal mostraba una ligera molestia. —Por ahora —respondió ella y se relajó contra mis piernas mientras le masajeaba los hombros. Dejé que mi mente divagase un poco mientras trabajaba. Miriam me había advertido contra responder a las conversaciones que pudiese oír por casualidad de modo alguno. Se suponía que debía ser tan íntima como un mueble, centrada solo en la tarea a mano. Esa parte fue bastante fácil. Yo siempre había encontrado el cuerpo de Xena fascinante. Ella había perfeccionado su cuerpo de la misma manera que perfeccionó el borde de su espada o chakram. Los tres eran armas mortales. Aun así, mientras mis dedos empujaron contra los músculos de sus hombros y el cuello, se convirtieron en flexibles, líquido bajo mis manos. Eché una mirada de vez en cuando a los otros esclavos que como yo estaban trabajando. Los P
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dos hombres me prestaron muy poca atención. Algunas miradas curiosas a lo sumo. La mujer era una historia diferente. Me miraba con abierta hostilidad. Me sorprendió que no llegara a gruñir. Incluso una de las otras mujeres se dio cuenta. —Arleia, tu esclava procede del rey Lothar, ¿no? —preguntó Ione. —Sí, fue un regalo. ¿Por qué? —respondió Arleia. —Bueno, parece preferir el puesto de la esclava de Xena. ¿Tal vez tenía la esperanza de ser prestada a la princesa guerrera para la noche? —dijo Ione, y ella y Frena compartieron una carcajada. Los ojos de Arleia se estrecharon —. Estoy segura de que ha oído historias de otras esclavas —continuó— continuó—. Incluso he pillado a la mía hablando del tema más de una vez. Los hombros de Xena se movieron bajo mis manos. Su cuerpo se volvió ajeno a mí, y la tensión salió de ella en cascada como un extraño. Una leve sonrisa se deslizó por sus labios. Xena estaba disfrutando con esto. —No creo que ese sea el caso Ione —Arleia contrarrestó— contrarrestó —. Es muy nerviosa, lo admito. Pero así ha sido criada. Pertenece a un pueblo que recela de la debilidad, los hace enojar. —¿Estás llamando débil a mi esclava, Arleia? —preguntó Xena, emanando peligro a través de su voz. Arleia sonrió condescendientemente. —Bueno, es un poco pequeña. No se ha dicho nada acerca de su entrenamiento, querida, estoy segura de que es muy adecuado para sus... deberes. Xena sonrió y me dio un codazo. —Levántate —ordenó. Obedecí mientras se levantaba. Todos los ojos emitieron miradas agradecidas a su manera al ver como el agua caía en cascada fuera del cuerpo bien musculado de Xena. Sin que me dijeran nada, me apresuré al banco y cogí una toalla. Volví a Xena y comencé a secarla —. ¿Tal vez te gustaría una demostración de las capacidades de esta pequeña esclava? —preguntó Xena, con un tono juguetón en su voz. Tragué nerviosamente. Esto no era típico de Xena. Rara vez respondía a este tipo de retos y nunca cuando un desafío me implicaba a mí. —Muy bien —concordó Arleia— Arleia—. ¿Qué tienes en mente? Xena se acercó a una esquina de la casa de baños donde varias fregonas descansaban en un cubo de agua. Cogió dos de las fregonas y arrojó una a la esclava P
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de Arleia que estaba de pie a unos diez pasos de mí. Arrojó otra fregona hacia mí, sonriendo mientras estaba de espaldas a Arleia. —Vamos a ver si la tuya puede derribar a la mía —ofreció. Arleia se encogió de hombros. —No es muy deportivo, pero muy bien —Miró a su esclava— esclava —. Derríbala, pero no le hagas ningún daño permanente. Xena me miró, sus ojos azules ardieron sobre los míos. —Defiéndete —me ordenó en voz baja— baja —, y tírala en la piscina. Frena y Ione gritaron de alegría, haciendo apuestas. Ione apostó por mí, Frena se alió con Arleia. La esclava se acercaba, girando la fregona en círculos simples alrededor de su cuerpo. Eso me dijo que estaba familiarizada con el arma. Los círculos no eran elegantes, sin embargo, no estaba acostumbrada a la balanza extraña creada por la fregona mojada. Sin previo aviso, se abalanzó sobre mí, con el objetivo de golpear con el extremo del palo mi estómago. Paré el envite y giré hacia abajo hacia la parte baja de las piernas. Saltó sobre el mango de la fregona, casi aterrizando en él. Di un paso atrás rápidamente, estaba demasiado cerca. Casi había sido desarmada. Vino a mí otra vez, pero esta vez estaba preparada. Emprendió el camino con varios golpes bien apuntados hacia mí, dándose la vuelta con el último para útilmente exponer mi espalda. Yo había previsto que ella haría eso. Haciendo girar el palo con un movimiento inverso, el mango de la fregona golpeó firmemente en su tronco, haciendo escapar el aire de sus pulmones. Ella cayó, pero volvió a estar sobre sus pies en un instante. Retrocedí de nuevo, hacia la piscina esta vez. Ella se acercó más cautelosamente, dándome más tiempo para pensar y planificar entre movimientos. Esa fue su perdición. Tres golpes colocados estratégicamente más tarde la desarmaron y quedó flotando en el agua en la piscina. Cogí la fregona caída y la puse de nuevo en el cubo de la esquina con la mía. Ahora que el peligro había pasado tuve tiempo para estar enojada. Había sido utilizada como un gallo en una pelea de gallos. Recordándome a mi misma que Xena estaba actuando como una señora de la guerra, volví a su lado, con los ojos hacia abajo, sumisa. —Bien hecho, Gabrielle —ronroneó ella, acariciándome suavemente la mejilla con el dorso de la mano.
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—Es evidente que hay más en la chica de lo que se ve a simple vista —dijo Ione felizmente. —Oh, ¿no lo mencioné? —dijo Xena con fingida inocencia— inocencia —, es Amazona. —¡Qué! —explotó Arleia. Miré hacia ella por ese comentario. Ahora A hora Xena estaba yendo demasiado lejos. —No es exactamente una, por supuesto —Xena explicó posando sus ojos en los míos. Con los ojos me retó a desafiarla, esta mujer no era mi Xena. Bajé la mirada y recogí su ropa del banco. Ella continuó hablando mientras la vestía —. Enviada a Potedaia a causa de un defecto de nacimiento. Tenía seis dedos en un pie, pero me encargué de eso. Todavía con un poco de entrenamiento, mantiene esos instintos de dar patadas. Después de todo, la conquista es más dulce después de una batalla decente —Tiré de sus cordones tan fuerte como pude, no del todo dispuesta a renunciar a todo mi enojo. —Interesante —admitió Arleia— Arleia —. Todo el mundo sabe que las amazonas no viven mucho tiempo en cautiverio. Estoy segura de que has tenido ofertas para venderla. —Unas pocas —Xena estuvo de acuerdo— acuerdo —. Pero no está a la venta en estos momentos —Con una risa, se acercó y tocó el aro que parecía estar perforando a través de mi pezón izquierdo. Jadeé por la sorpresa, aunque estoy segura de que las otras mujeres pensaron que era otra cosa. Sonrió para sus adentros, encontrándose brevemente con mis ojos una vez más— más —. Vístete —dijo y luego se volvió a la conversación con las otras tres mujeres. Mi mente daba vueltas mientras me ponía la ropa. Entendía Entendía de actuación tanto como cualquier bardo, y lo que estaba viendo de Xena sin duda no era actuación. Si lo fuera, su talento se estaba desperdiciando penosamente como guerrera. Como ya me había puesto mi top, era dolorosamente consciente de los dos anillos que pellizcaban mi ahora pezones erectos, especialmente el izquierdo. Con una creciente sensación de aprensión, seguí a Xena desde el baño de la casa preguntándome lo que el resto de la tarde traería.
Atravesamos el patio principal en nuestro camino hacia el comedor. Xena miró como estaba Argo y habló brevemente con el capitán de la guardia de Kaltor. Estábamos a punto de salir cuando el chasquido de un látigo me llamó la atención. P
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Un hombre vestido con las galas de un noble habló en tono áspero a un hombre desnudo acurrucado a sus pies. El látigo cayó de nuevo sobre el hombre desnudo, gritó apretando su cara a las botas de su amo. La visión me puso enferma y me estremeció con cada chasquido del látigo que asaltó mis oídos. —Vamos —dijo Xena en voz baja y me llevó lejos de la escena. Caminamos a través de un pasillo vacío, los únicos sonidos eran los de sus botas y mis sandalias en el suelo de piedra— piedra —. ¿Estás bien? —me preguntó en voz baja, sin mirarme. —Considerando todas las cosas... —le contesté— contesté—. No estás actuando, ¿eres Xena? —le pregunté, con mi voz en apenas un susurro. Ella me miró y luego miró hacia el pasillo. —No mucho —contestó ella— ella —. Es lo que yo era. Mira siento lo de... Asentí con la cabeza, no había mucho que pudiera decir a eso. —Ya está olvidado —le aseguré, aunque no era del todo cierto. Entramos en un enorme salón comedor, dominado en uno de los extremos por los colores planteados del día. Había varias mesas largas de madera que estaban dispuestas en un cuadrado. El rey estaba sentado en un trono con centro en uno de los lados de la plaza creada con las mesas. Los nobles ocupaban lugares a lo largo de la parte exterior de la plaza y un malabarista los entretenía desde el interior del recinto. Había varios lugares libres en la mesa principal, y el rey hizo señas a Xena para que se sentara en uno de ellos. Todo el que estaba sentado era atendido por su propio esclavo. Algunos nobles parecían tener dos o tres. Los esclavos se sentaban en el suelo junto a sus dueños, algunos debajo de la mesa, otros junto a las sillas de sus amos. —Ha pasado demasiado tiempo Xena —dijo Lothar en saludo mientras Xena se sentaba. Me arrodillé en el suelo junto a ella. —Sí, es cierto —concordó— concordó—. Siento que mi visita sea en estas circunstancias inquietantes. —¿Qué circunstancias podrían ser esas? —preguntó mientras acariciaba a la sierva que llenaba su copa de vino. Hedge se sentó a su lado, la cabeza apoyada en el muslo del rey. Muchos de los esclavos presentes asistieron a sus deberes desnudos. Otros, como yo, estaban vestidos. Varios con trajes extraños. P
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—Estás poniendo a Kaltor nervioso, Majestad —dijo Xena simplemente, mientras examinaba su vino— vino —. Kaltor es un amigo, y no me gusta cuando mis amigos se ponen nerviosos. —Bueno, ¿espero que no estés aquí para derrocarme? —le preguntó en tono de broma. —Oh, no —replicó Xena dulcemente— dulcemente —. Si fuera así, estaría sentada en esa silla — dijo con un guiño señalando a su trono —. Pensé que podríamos tratar de hablar sobre lo primero. —¿Debo realmente creer que tu ejército está preparado para atacar? —preguntó con voz un poco preocupada. Ella se encogió de hombros. —Lord Malcom pensó que yo iba de farol y mira dónde está ahora. Lo que me recuerda, que tiene más o menos tu talla. ¿Interesado en la compra de su vestuario? Malcom no va a necesitarlo más. —Vamos, vamos, Xena —Lothar reprendió cuando se secó la frente ahora sudada con la servilleta— servilleta —, podemos hablar de negocios después de la cena —Me miró de arriba abajo y sonrió de nuevo a Xena —. Estoy impresionado Xena, veo que has aprendido una cosa o dos en tus visitas aquí —Ella sonrió y tomó otro sorbo de vino— vino—. Tú, escolta a la propiedad de Xena atrás, a la cocina —habló con dureza a la servidora de vino y ella se apresuró a mi lado. Miré a Xena y ella asintió en dirección a la cocina. —Ve —dijo. Miriam le había explicado que los esclavos eran los responsables de las comidas individuales de sus propietarios y comían la comida de sus mismos platos. Fue la solución de Lothar tras varias muertes por envenenamiento. La cocina estaba bien abastecida y bullía de actividad. El siervo de Lothar me mostró los alrededores, hablando en tonos suaves. Varias cabezas se levantaron al pasar y a continuación, volvieron a sus tareas. Sin saber cómo responder al sirviente, mantuve mis comentarios bajo mínimos. Me sorprendió la forma en que me sentí vulnerable sin la presencia de Xena. Di las gracias al esclavo por su ayuda y luego me puse a trabajar. Siguiendo el ejemplo de varios esclavos seleccioné un faisán, lo puse en un asador para cocinar. Escogí algunos condimentos, y comencé a cortar las verduras. Con los preparativos bien en la mano, elegí una bota de vino, degusté la cosecha en una P
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taza que me habían dado, y luego me dirigí al salón principal para volver a llenar la copa de Xena. Ella ni siquiera se detuvo en su conversación con Lothar mientras llenaba la copa y me retiraba a la cocina. No tardé mucho en acostumbrarme al ritmo del ritual de comedor. Cuando preparé su comida me arrodillé a su lado mientras comía. La mayoría de los otros esclavos hicieron lo mismo. Cada pocos bocados, los propietarios, arrojaban trozos al suelo para el consumo de los esclavos o pasaban la comida restante de los platos. Yo estaba un poco sorprendida cuando Xena bajó la mano, sosteniendo un pedazo de faisán. Hice contacto visual con ella y cuando fui a coger el trozo, ella negó con la cabeza ligeramente. Inclinándome hacia adelante tomé el bocado con los dientes. Ella asintió con la cabeza dándome una pequeña sonrisa. Tenía sentimientos encontrados sobre aquel gesto, pero decidí que era mejor que comer en el suelo. Llené la copa de Xena a menudo, y me sorprendió la cantidad de vino que bebió. Yo nunca la había visto borracha, y no lo parecía por ahora, pero estaba preocupada. De vez en cuando ella me daba su copa para bajar la comida. Al igual que con el faisán, me incliné hacia delante, no usé las manos, dejando que sostuviera la copa mientras yo bebía y sus ojos mirándome fijamente. Con cada vez con mayor frecuencia mis labios rozaban los dedos de Xena mientras comía, creo que era porque cada vez me entregaba bocados más pequeños. Si Xena era consciente de ello, no lo demostró. De vez en cuando sentí su mano en mi espalda o en los hombros, me acariciaba suavemente mientras continuaba hablando con el rey. Un gruñido en la mesa frente a nosotros llamó mi atención. Un noble había colocado su esclavo debajo de la mesa, y evité mirarlo cuando vi lo que estaba pasando. Xena me entregó la copa, un poco de vino se derramó sobre mi pecho mientras yo bebía. Mi cabeza estaba empezando a dar vueltas, podría haber sido la bebida, o la calidez surrealista de la sala del comedor, pero yo quería salir. Con cada vez con mayor frecuencia mis ojos se posaban en los actos sexuales que tenían lugar por todo el comedor. Esclavos, hombres y mujeres se postulaban a sí mismos en medio de las piernas de sus dueños sentados, y les prestaban servicio. —¿Postre princesa? —le pregunté en voz baja después de que Xena me entregase su última pieza de faisán. Sus penetrantes ojos azules recorrieron el comedor, tomando nota de las diversas actividades que se desarrollaban. —Algo que comer, por ahora —respondió ella sugestivamente. a
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Me dirigí a la cocina lo más rápido que pude. P
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Varios esclavos preparaban postres que iban desde pasteles a cuencos de fruta. Escuché a un par de ellos hablar sobre el entretenimiento que quedaba por venir. —Somos los esclavos los que lo tenemos peor en estos días —le decía uno al otro. —Sí —contestó el otro— otro —, a la hora de dar y repartir, siempre siempre llegamos en primer lugar. —¿De qué estás hablando? —le pregunté mientras enjuagaba algunas fresas en agua fría. —¿Quién es tu dueño?— dueño? — preguntó el primer orador. Era alto y delgado, vestido con un arnés y un taparrabos. —Xena —le contesté. Su compañero silbó con admiración. —Entonces lo serás con seguridad —dijo. —¿El qué? —Escogida —explicó— explicó—. Ellos escogen a varios esclavos y los hacen hacer cosas el uno al otro en esa área libre entre las mesas. O peor aún, otros propietarios te las hacen ti. —¿Por qué estáis tardando tanto? —alguien gritó a la cocina. Varios esclavos se apresuraron con sus preparativos para terminarlos. Los dos esclavos con los que estaba hablando desaparecieron rápidamente. Corrí con las fresas, sumergí con cuidado cada una en salsa de chocolate. Era uno de los postres favoritos de Xena, y después de lo que acababa de oír, no quería que estuviera de mal humor. Volviendo a la mesa con el tazón, me puse delante de Xena y estaba a punto de arrodillarme cuando ella me detuvo. —Ponte detrás de mí —dijo en voz baja— baja —. Sírveme. Me mudé a su espalda y ella se inclinó un poco hacia atrás. No lo suficiente para poner realmente su peso contra mí, pero lo suficiente para que yo pudiera sentir el calor que irradiaba de su armadura. Trazó un dedo perezoso hasta el exterior de mi brazo mientras seleccionaba una fresa y la sostenía para ella. La mordió, sus dientes rectos la cortaron cortaron en dos limpiamente. Al ir por el segundo bocado, sus labios rozaron mis dedos, la cálida humedad envió escalofríos por mi espina dorsal. Lothar hizo una llamada al entretenimiento, y como los esclavos en la cocina predijeron, dos dueños en la mesa del rey ofrecieron los servicios de sus esclavos. P
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Un bloque bajo como mesa fue llevada al centro de la plaza. Un hombre estaba atado a ella por medio de cuerdas cortas. Otro hombre procedió a hacer cosas con él que, bueno, yo nunca había considerado antes. Xena tenía razón, estaba siendo testigo de la humillación y la degradación como nunca había visto antes. Aun así, los participantes con entusiasmo fueron a sus tareas asignadas, los propietarios gritando instrucciones, entre los aplausos de los demás. Por extraño que pareciese yo estaba hipnotizada. Nunca había presenciado un hombre ser tan servil a otro antes. Me pareció inquietante e intrigante. La sensación de la lengua de Xena encrespándose alrededor de mi dedo trajo mi atención de nuevo a la mesa. Lothar estaba mirando a Xena intensamente, ya que casualmente lamió la salsa de chocolate a partir de las yemas de mis dedos. —¿Tal vez ofrecerás la tuya para un poco de entretenimiento esta noche? —Lothar preguntó esperanzado. Xena sacó dos de mis dedos de su boca mientras terminaba otra fresa y volvió a chuparlos durante varios segundos íntimamente. La sensación de su lengua era muy cálida y suave. Podía sentir mi pulso acelerarse en respuesta. —No —respondió simplemente cuando soltó mi mano. —Oh, vamos Xena, nunca has tenido reparos en esto antes —instó Lothar. —No soy tímida —Xena respondió con una sonrisa— sonrisa —, simplemente glotona. Yo no podía aguantar mucho más aquella conversación, o los gemidos constantes que venían de más allá de la mesa, así así que recogí los platos de Xena y me dirigí a la cocina. Para mi decepción suprema, la esclava de Arleia estaba allí también. Yo la había visto antes, y había hecho todo lo posible para evitarla. —Bueno, si es la amazona de Xena —se burló— burló—. Grettle, ¿no? ¿O era Laribell? Puse los platos en el fregadero, tomando nota de una escoba tirada en el piso. —Es Gabrielle —le dije mientras acomodaba mi pie bajo el palo de la escoba es coba —, pero admito que podría tener demasiadas letras para ti. La mujer gritó y se abalanzó sobre mí tan pronto alcé la escoba con el pie. Ella tropezó y salió volando por delante de mí golpeando contra una bandeja de sobras de la cena. P
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—¿Qué pasa aquí? —dijo una voz fría tras de mí. Me di la vuelta y vi a Arleia de pie en la puerta de la cocina. —Ama, la esclava de Xena me atacó mientras se postraba a sus pies.
—dijo la mujer sacudiéndose la basura
—Ella tropezó —corregí. —¿Acusas a mi esclava de mentir? —Arleia exigió a medida que avanzaba hacia mí. —No señora —le contesté con respeto— respeto —, pero es es un error. —Vamos a ver eso —Arleia escupió e hizo un gesto a dos esclavos cercanos para agarrarme. Luché, pero era de poca utilidad. Creo que hice algunas contusiones, pero al final me arrastraron hacia un poste de soporte en el centro de la cocina. Intenté gritar, pero metieron una manzana en mi boca, y luego la ataron con un paño de cocina. Mis brazos estaban amarradas por encima de mi cabeza por una cadena que pasaba a través de los anillos en mis muñecas, y estaba unida a un gancho en la viga de apoyo para tal fin. Del mismo modo que mis piernas estaban encadenadas a ganchos en el suelo. Mi corazón empezó a latir con furia mientras sentía la viga de soporte en la espalda, aterrorizada por lo que podría pasar después. Arleia se paró frente a mí, con una leve sonrisa en su rostro mientras lentamente desenrollaba un látigo. Si no hubiese estado atada estoy segura de que me habría desmayado por el terror. —Vamos a hablar de respeto —dijo Arleia mientras desplegaba el látigo. Cerré los ojos en cuanto sentí el cuero morder mi piel por primera vez y me entró el pánico. Grité, aunque el sonido fue amortiguado, y luché por todo lo que valía la pena —. Y de disciplina —Arleia continuó con otro latigazo. Siguió golpeando con el látigo, más fuerte a cada golpe. Al tercer golpe me di por vencida, simplemente no había a dónde ir y moviéndome exponía más de mi cuerpo a la mordedura del cuero. Las lágrimas caían libremente de mis ojos, yo estaba simplemente esperando a que terminara. »Puedes pertenecer a Xena, pero no eres diferente de cualquier otra esclava — Arleia se burló. —No estoy de acuerdo con eso —gruñó Xena desde la puerta. Suspiré con alivio al oír la voz de Xena. 6 2
—¿Qué está pasando aquí? —el rey Lothar preguntó desde detrás de Xena. P
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—Esta escoria atacó a mi esclava, Su Majestad —explicó Arleia— Arleia—: Yo estaba reprendiéndola —Xena irrumpió en la cocina interponiéndose entre Arleia y yo. —Así que, ¿tú fuiste la que le hizo sangre? —preguntó Xena, mientras inspeccionaba mi abdomen, tocando suavemente una de las ronchas. —No me di cuenta de que su piel era tan fina —Arleia ofreció sin convicción. Llené mis ojos con la visión reconfortante del cuero de la armadura negra de Xena cuando ella se acercó y desenganchó la cadena que sujetaba mis brazos en alto. Apoyando mis miembros contra ella cuando suavemente me bajó a su lado, buscó mi cara con sus ojos antes de arrodillarse para desengancharme los pies. —Su piel es fina porque nunca había sido tocada por un látigo antes —dijo Xena con un tono lleno de advertencia —. Tú cogiste a mi amazona, le hiciste cicatrices y la azotaste hasta que sangró. Yo no tenía la fuerza para girar la cabeza para mirar a Arleia. Simplemente apoyé la cara contra el pecho de Xena, pero bien podía imaginar su expresión aterrorizada por como ella tartamudeó que fue un accidente. —Xena, realmente siento el deplorable comportamiento de uno de mis súbditos — dijo el rey Lothar en un tono tranquilizador —. Tienes derecho a la retribución que sientas que mereces — Xena me empujó suavemente hacia atrás y pude ver la rabia en su rostro mientras se movía a mi alrededor para hacer frente a Lothar. Señaló a la esclava a los pies de Arleia. —Dañaste mi propiedad, voy a dañar la tuya. Diles que la aten a la mesa —exigió del rey que señaló a dos de sus esclavos para llevar a la mujer lloriqueando. Al dar la espalda a ellos ladró a otro esclavo que estaba de pie cerca —tráeme el látigo, ¡ahora! —Xena, estoy bien —le susurré mientras cubría las ronchas a través de mi estómago con el ungüento de enfriamiento. —¿Ah, sí? —dijo mientras me mostraba sus dedos. Estaban ensangrentados, cubiertos con mi sangre. Hasta ahora yo había evitado mirar hacia abajo para no ver los daños. Cinco verdugones largos cubrían mi piel, dos de ellas sangrando ligeramente. Me dolió mucho más de lo que parecía. —Por favor, no le hagas daño a la esclava —le susurré. P
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—Oh, no voy a hacerle daño, Gabrielle, voy a arruinarla —Asustada por las duras palabras busqué en el rostro de Xena cualquier señal de la mujer a la que conocía. Esta mujer era una extraña, una extraña aterradora. Yo temblaba mientras esparcía el ungüento por mi piel. El fuego de las mordeduras de látigo se calmaba con el ungüento de enfriamiento. Mientras que la Xena que estaba delante de mí era aterradora en su ira, también era suave en sus cuidados. Ella me siguió desde la cocina de nuevo al comedor y me dijo que me sentara en la silla. Accedí, temerosa de cada movimiento suyo. No fue hasta que levanté la vista que me di cuenta de la posición en la que estaba la esclava de Arleia. Había sido atada a la mesa con los brazos lejos de sus costados y sus tobillos cerca del suelo atados a las patas de la mesa. No se veía muy cómoda. —¿Cuál es tu nombre, esclava? —Xena preguntó con dureza mientras daba vueltas alrededor de la mujer atada. Ella no respondió —. Ya veo —dijo Xena mientras paseó su dedo por el brazo izquierdo de la mujer. Se detuvo luego de forma casual y se quitó el cinturón de la espada, lo colocó con el resto de sus armas sobre la mesa, cerca de mí. Luego se quitó la capa —. ¿No tienes ganas de hablar? No importa — dijo Xena encogiéndose de hombros— hombros —, no son tus habilidades de conversación las que me interesan. —Podrías llamarla Gabrielle —Frena sugirió desde una mesa auxiliar. Xena asintió sonriendo, sus ojos vagaron desde la esclava atrapada, a Frena y a mí, para luego volver a la esclava. —Sí, sí que puedo. Pues bien, Gabrielle —me estremecí al oír mi nombre rodar por la lengua de Xena en la forma en que siempre lo hacía, como una caricia —, tu dueña arruinó mi propiedad, así que voy a arruinar la suya. ¿Sabes cómo tengo la intención de hacer eso? —preguntó con aire ausente pasando sus manos sobre el cuerpo de la mujer— mujer —. Estoy a punto de hacer que nunca mires a tu propietaria, o a cualquier otra persona de la misma manera otra vez. Cuando Arleia demande de tus servicios en la noche desearas que sea yo. Cada contacto que sientas, cada sensación que experimentes desearás que sea yo. Cuando la mires a ella, yo seré la cara que aparezca en tu mente, y ella no podrá hacer nada al respecto. Tuve que recordarme a mí misma parpadear. Había algo tan hipnótico en la voz de Xena, y algo aterrador. Por mucho que yo intentase no pude separar las palabras que pronunció de cómo las decía. Escuché mi nombre y era como si estuviera hablándome a mí. Casi podía sentir las sensaciones cuando tocaba a esa esclava. Me estaba excitando por lo que estaba viendo y eso me asustó. De manera eficiente y sin comentarios, quitó la ropa de la mujer. Le mandó mirarla y cuando se negó, tiró de la cadena que unía los dos aros de los pezones. Eso llamó su P
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atención. Con fuerza Xena apretó la boca de la esclava. Al principio vi las manos y los pies que luchaban en contra de los vínculos que la sujetaban, y luego se detuvo. Después de un profundo beso contundente, la esclava de Arleia se había rendido. Usando sus manos y su boca, Xena acarició a la mujer por una eternidad. Pode sentir un hormigueo por todo mi cuerpo y la humedad entre mis piernas. No podía imaginar cómo la esclava lo soportaba. Lentamente Xena sacó su dedo de entre los pliegues en el centro de la mujer. La esclava se quejó en voz alta y sacudió sus caderas. —Estas lista ahora ¿verdad? —Xena preguntó mientras se ponía el dedo en la boca. No sé si fue la quemazón residual de mis ronchas o el calor generado ante mis ojos, pero me sentí como si estuviera en llamas— llamas —. Es una lástima que yo no —bromeó pasando los dedos de nuevo a través de la carne húmeda de la esclava —. ¿Tal vez te gustaría animarme? Las caderas de la esclava se sacudieron de nuevo y oí decir algo, pero no pude distinguir las palabras. —Lo siento —Xena continuó— continuó —, no te entiendo lo suficiente. —Por favor —dijo la esclava claramente claramente— —, termínalo. Soy tuya. —¿En serio? —Xena ronroneó— ronroneó—, pensé que eras de Arleia. —Por favor —la mujer declaró de nuevo. Quería gritar. No sé lo que me estaba doliendo más, si ver a Xena jugar con la mujer como un gato sádico con un ratón, o desear que fuera yo la atada a la mesa. Todo mi cuerpo vibraba, el calor de mi abdomen me hacía consciente de cada centímetro de mi piel. Xena se inclinó y sacó algo de una cesta que estaba junto a la mesa. Sacó un instrumento de cuero que tenía un par de cinturones que colgaban de él. Lo colocó en su muslo. Me quedé con los ojos abiertos mientras me di cuenta de lo que era. Una pieza rígida de cuero había sido modelada para parecerse al miembro masculino. Se fijaba con una correa ancha alrededor de los muslos de Xena y se ataba en la espalda. El cuero era negro y brillaba como si hubiera sido aceitado. Colocándose en la mesa baja Xena colocó la punta de la piel en la apertura de la mujer. Muy lentamente apretó los muslos hacia la esclava, que intentó frenéticamente empujar sus caderas hacia arriba. No servía de nada, las manos de Xena la sostuvieron con firmeza, no había nada que pudiera hacer, salvo soportar las atenciones de la princesa guerrera. La esclava dejó escapar un grito que era la mitad de un gemido cuando Xena retiró el cuero. P
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—¿Te gusta eso verdad, Gabrielle? G abrielle? —preguntó. —¡Sí! —la esclava jadeó. —¿Quieres más? —Dioses, sí, por favor —volvió a jadear. El movimiento a mi lado me distrajo del acto de dominación total que tenía lugar ante mis ojos. Lothar había posicionado a Hedge entre sus piernas. Aparté los ojos cuando el esclavo comenzó a cumplir las órdenes del rey. No fue de mucha ayuda sin embargo. A medida que mis ojos veían a Xena retardando empujar el cuero al interior de la esclava y a continuación, retirarlo tan lentamente, el sorber húmedo de los sonidos que emanaban desde el espacio que había a mi lado, sólo aumentó mi tortura. Parecía continuar indefinidamente, Xena infringió un ritmo lentamente con el cuero, luego se detenía hasta que la esclava le rogaba más. Finalmente, F inalmente, se inclinó y tomó el aro del pezón de la esclava con los dientes mientras empujaba con fuerza sus muslos. El rey gimió, la esclava gritó, llegando al clímax al mismo tiempo. Había terminado. Xena retiró la cosa de piel de sus muslos, sin contemplaciones y la dejó caer de nuevo en la cesta. Regresó a la mesa y me miró brevemente mientras tomaba su copa de vino. —Eso fue exquisito —comentó el rey mientras Xena tomaba un largo trago. Ella se encogió de hombros, tratando de alcanzar su capa. —¿Creo que íbamos a hablar sobre los territorios de Kaltor? —preguntó mientras se ponía el cinturón de la espada de nuevo. —Por supuesto, por supuesto —dijo Lothar apresuradamente— apresuradamente —. Quédate esta noche, tu habitación siempre está lista para ti y tendré un nuevo tratado elaborado por la mañana. Una cosa se puede decir acerca de ti, Xena, cumples lo que dices. Creo que has arruinado a Gabrielle G abrielle para cualquier otra persona. —La próxima persona que ponga una mano, látigo o cualquier otra cosa en mi propiedad, muere —dijo ella ominosamente, con voz lo suficientemente fuerte como para se enterase toda la habitación —. Ahora, si me disculpa su Majestad, me gustaría retirarme por esta noche. —Pero Xena —le suplicó— suplicó —, la noche acaba de comenzar. P
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—Sí, bueno, si no estuviera obligada a hacer algunas curas a mi propiedad quizá me quedaría. De todas formas, ya he tenido suficiente. Ella asintió con la cabeza para que me levantase. Accedí haciendo una mueca a mi pesar por el dolor. Mientras me había sentado inmóvil, el ungüento se había endurecido y el movimiento de piel había provocado que se agrietase dolorosamente. Xena caminó hasta mi lado de la mesa y me levantó en sus brazos. Mientras caminaba por el pasillo se detuvo para mirar a Arleia que no podía mirarla a los ojos. —Si quedan cicatrices, —dijo mirando fijamente mi abdomen— abdomen —, voy a regresar y ajustar cuentas contigo. Eso —continuó señalando hacia donde la esclava estaba siendo liberada de la mesa— mesa —, fue por el insulto. Todavía no me he comenzado a conformar con el daño —Las palabras de Xena resonaban a través de la sala que estaba extrañamente tranquila. Mientras subíamos las escaleras, los sonidos lentamente llegaron a nosotras de como los juerguistas se preparaban para más entretenimiento retorcido. Ella me llevó por un largo pasillo más allá de los sonidos de la parte de abajo. Varios esclavos rápidamente se apartaron de su camino. Detuvo a uno de ellos con una mirada y luego ella misma m isma abrió de una patada la puerta de su habitación. —Tráeme vino, bálsamo, agua y unas vendas —El esclavo se alejó rápidamente y ella me llevó dentro. La cama era la más grande que jamás había visto y dominaba la habitación. Cuatro grandes postes ascendían de cada esquina de la cama y tenía una gran variedad de anillos redondos clavados en su superficie. Había tapices colgados en las cuatro paredes, posiblemente para el aislamiento y supuse, posiblemente, para la insonorización también. La habitación estaba iluminada por varias lámparas y velas que iluminaban la oscuridad con un resplandor naranja. Las tonalidades de púrpura, negro y carmesí bailaban en la luz de la lámpara. Xena me puso suavemente en la cama e inició una inspección de la habitación. No sabía por qué, pero me dio la impresión de que estaba tratando de evitarme. Cuando el esclavo regresó ella tomó el vino, y las otras cosas y las dejó en una cómoda ornamentada, mirando de reojo a sí misma en el espejo. Se quedó allí un momento, mirando a sí misma como si estuviera viendo a un familiar del que se había distanciado después de muchos años. Después de sacudir la cabeza se sirvió una copa de vino y bebió un largo trago. P
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—¿Xena? —le pregunté, queriendo llamar su atención, pero sin saber muy bien qué decir. —Si, Gabrielle —respondió ella. Estaba de espaldas a mí, empezó a abrir los cajones de la cómoda, inspeccionando el contenido. Su voz era baja y ronca, me pareció reconfortante y algo más. —Xena, por favor. Mírame. Apuró su copa de vino y luego volvió a llenarla antes de darse la vuelta. Sus ojos vagaron por mí. Tomando nota de mi cuerpo, mi abdomen, deteniéndose brevemente en mis pechos antes de acabar en mi cara. A pesar del dolor, me incliné hacia delante y sacudí mi mano sobre su antebrazo. Ella se echó hacia atrás como si se hubiera quemado. —No me toques, Gabrielle. No en este momento. —¿Qué pasa? —pregunté, aunque estaba empezando a sospechar la respuesta. Tomó otro largo trago de su copa. —Podemos hablar de eso más tarde, cuando estemos bien lejos de aquí —Con esfuerzo, sacudió la cabeza y reorientó sus pensamientos —. Esas heridas necesitan ser limpiadas —Se volvió hacia el aparador y sirvió sir vió un poco de agua en un recipiente y sumergió una de las vendas. —Tengo sed —le dije mientras se movía a un lado de la cama. Me tendió su copa de vino mirando mi boca mientras yo bebía. Puse la copa en el soporte al lado de la cama y relajándome, esperé a que retirase el ungüento apelmazado. Al primer contacto del agua fría sobre mi piel ardiente salté y me agarré a su brazo instintivamente. Ella se estremeció de nuevo, y una expresión de enojo apareció en su rostro esta vez. —Gabrielle, no estoy bromeando. ¡No me toques! No es seguro. —Pero me duele —protesté. —Te va a doler mucho más si sigues tocándome —murmuró. No creo que se diera cuenta de que había hablado en voz alta. Tal vez fue el efecto de todo el alcohol que había consumido. P
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—Pues átame —le dije con mi voz en apenas un susurro. Sus ojos me miraron de golpe, con una mirada tan intensa que me quemaba. Me encogí de hombros —. Tienes que limpiar las heridas, me duele, no puedo evitar moverme y no me dejas tocarte. —Gabrielle —dijo ella, con su voz casi goteando de seducción —, no sabes lo que estás... —Sé exactamente lo que estoy sugiriendo Xena. Mi pregunta es qué vas a hacer al respecto —Esta vez fui yo quien habló sin pensar. Ella me dio la espalda y se dirigió a la cómoda. Se quedó inmóvil durante unos momentos y luego abrió el cajón de la parte superior de la cómoda, extrayendo un largo trozo de cuerda. Era blanca, finamente tejida y no tenía el aspecto tosco deshilachado de cuerda de trabajo. No dijo una palabra mientras se movía a los pies de la cama, mirando mis piernas durante un largo rato antes de llegar a mi tobillo izquierdo. Midió la longitud de la cuerda y luego extrajo su daga de pecho para cortarla. —¿Qué... qué estás haciendo? —espeté mientras metía la cuerda a través del anillo en mi brazalete del tobillo para después unirla de forma segura con un nudo. —Te voy a dar lo que quieres, Gabrielle —respondió ella, sin siquiera mirarme —. Y lo que quiero. Después de todo, es tu sugerencia. Me sentía como un pez fuera del agua. Yo quería a Xena dolorosamente. Las imágenes de ella y la esclava de Arleia todavía estaban en mi mente, pero cuando se movió para atar mi otra pierna, tuve dudas. —Xena, tengo miedo —le susurré. Ella me miró mientras terminaba con el nudo. —Es lo que querías. En la forma en que mis piernas estaban atadas, yo tenía algo de espacio para doblar las rodillas, pero no mucho. Ciertamente, no podía levantarme. La cuerda fijaba cada pierna a un poste en cada esquina de la cama. Me sentí expuesta y muy vulnerable. Caminando hacia el lado derecho de la cama, me miró por un momento antes de llegar con más cuerda. —Quítate eso —dijo señalando mi top— top —. No lo vas a necesitar —Nerviosa ahora y asustada como el Tártaro, obedecí. Con mano temblorosa le pasé la prenda. P
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Ella se la llevó a la cara, e inhaló profundamente, luego la arrojó sobre una silla junto a la puerta. Cogió mi muñeca y tras mantenerla firme, deslizó la cuerda a través del anillo de metal. Hizo un nudo seguro y lo probó antes de envolver la soga alrededor de mi muñeca y la mano. Se sentía suave y fría al tacto. Cuando se convenció de que ello pasó el extremo de la cuerda a través de un anillo de metal en la esquina de la cama. Separó el brazo de mi costado y lo colocó ligeramente por encima de mi cabeza. Con la cuerda asegurada, tenía los movimientos limitados de mi brazo. Ella dio la vuelta hacia el otro lado de la cama y repitió sus acciones con el otro brazo. Cuando terminó, regresó a la cómoda. Con la espalda vuelta hacia mí, se quitó el cinturón de la espada y el chakram, poniéndolos en un banco a los pies de la cama. Luego se quitó la capa, siguió por las garras de sus hombreras y finalmente, la armadura de alambre. Puso su pie en la cama y yo estaba fascinada de nuevo por el grácil movimiento de sus músculos mientras se quitaba los guantes y las botas. Por último se quitó los brazaletes de sus brazos y con movimientos elegantes volvió a la cama. Como una pantera al acecho a su presa, se movió hacia mí y se sentó a horcajadas sobre mis caderas. Di un grito ahogado cuando las puntas de su falda de cuero rozaron los verdugones de mi abdomen. Me relajé un poco cuando vi que el ungüento apelmazado me protegió de las sensaciones dolorosas. Xena se inclinó hacia delante y mientras lo hacía me incliné hacia arriba tanto como mis brazos me permitieron y acarició mi rostro con el cuero de debajo de sus pechos. Mi mente se llenó de los aromas embriagadores del cuero y la excitación. Xena subió una mano lenta por mi espalda desnuda, parando en el collar alrededor de mi cuello. Pasó otra sección de la cuerda a través del anillo de mi cuello por la parte posterior y después lo unió a un anillo similar puesto en el cabecero de la cama. Con cuidado de no poner ningún peso sobre mí, ella se echó hacia atrás. Traté de moverme con ella, para estar cerca de su calidez fragante pero fui detenida por el cuello. Con un suspiro de derrota me dejé caer. Xena se levantó de la cama y dio un paso atrás a la cómoda, cogiendo el cuenco con el vendaje empapado. Sentada en el borde de la cama lentamente lavó los verdugones, quitando el ungüento con costra, limpiando las heridas. Siseé un par de veces, el agua fría no me dolió mucho, pero la sensación hizo que mis músculos temblaran. Después de volver a aplicar el ungüento curativo, Xena envolvió el vendaje de tela alrededor de mi cintura, cubriendo las ronchas por completo. Terminó y se sentó allí con la mirada fija en mí. P
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—Xena —le susurré. Ella me miró— miró —. ¿Qué vas a hacer? Ella sonrió mientras pasaba sus suaves dedos por mi mejilla. —Todo —susurró ella. Mirando hacia mi cuerpo, metió un dedo por debajo de bajo de la banda de mi falda. Temblé ligeramente, pero traté de mantenerme quieta. Con un rápido tirón, ella la desabrochó y la desenvolvió de mi cintura. Estaba completamente desnuda ahora, sintiéndome inquieta y excitada al mismo tiempo. Xena trazó lentamente el contorno de mis piernas con la punta de sus dedos. En realidad, no para molestarme, sino para explorarme con sus manos. Acarició mis pechos, pellizcando brevemente los aros alrededor de mis pezones. Di un grito ahogado ante la sensación, sin poder creer lo que me estaba pasando. —Eres tan hermosa, Gabrielle —susurró con fiereza con su cálido aliento contra el costado de mi cara— cara —. Traerte aquí fue un error —continuó en voz baja, mientras acariciaba suavemente mi cara— cara —. Te he deseado durante tanto tiempo, sabía que contenerme aquí sería casi imposible —Buscó mi cara con sus ojos de mirada intensa centrados en mi boca— boca —. Tus labios son tan suaves, serán el alimento de esta noche maravillosa. —Pues bésame —le susurré contra las yemas de los dedos que descansaban contra mis labios. Lentamente, dolorosamente despacio, bajó los labios a los míos. Luché en contra de mis ataduras para llegar a su boca y ella se movió más lento aún. Finalmente sentí el más ligero roce de sus labios contra los míos. Fue una bendición. Cálido, suave, seguro... amoroso. Este no era un beso del orden que había utilizado con la esclava de Arleia. Era un beso de seducción. Ese beso me dijo que debía rogarle, exactamente igual que como lo hizo la esclava, pero no porque yo fuera un reino a conquistar. Le rogaría porque yo ya poseía el corazón y el alma de Xena y la necesitaba tanto como ella a mí. Poco a poco, deliciosamente, la presión de sus labios contra los míos aumentó y me sentí a la deriva en esa sensación deliciosa. Su lengua rozó mi boca, solicitando una entrada que al instante concedí. La sensación de ella llenándome, moviéndose contra mí, buscando mis profundidades era positivamente gloriosa. Yo quería más, abrazarla contra mí, pero el tirón de mis ataduras me impedía alcanzar mi premio. Xena se echó hacia atrás un poco, invitando a mi lengua al calor de su boca. Fue maravilloso. Todo en ella era fuerte y suave al mismo tiempo. Lamentablemente, ella rompió el beso, y me dejó con hambre y sin aliento. P
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—Eres tan dulce —comentó Xena mientras llevaba sus dedos hasta la parte inferior de mi brazo. —Por favor, Xena —jadeé— jadeé—. Más. —¿Qué es lo que deseas, Gabrielle? —preguntó ella, con los ojos ardiendo en los míos— míos—. Voy a hacer lo que quieras. —La esclava —le susurré incapaz de mirarla a los ojos —. Lo que le hiciste a ella. Con un dedo gentil, me elevó la barbilla para mirarla. —Voy a hacer mucho más para ti que eso, mi amor —ronroneó. De pie a poca distancia de la cama se desató los cordones de la túnica de cuero, arrastrando la prenda por su cuerpo y fuera de sus caderas perfectas. Dio un paso fuera de él y me miró. Había visto a Xena sin ropa en numerosas ocasiones, pero nunca así. Su cuerpo prácticamente ondulaba con el poder. Ella subió nuevamente a la cama y me besó de nuevo, esta vez como un guerrero hambriento. Me relajé contra la fuerza de su boca, sin negarle nada, animándola con abandono. Movió sus dedos sobre mi piel y fue a besar mis clavículas, después, el hueco de mi garganta y, luego, finalmente, mis pechos. Di un grito ahogado de placer mientras su lengua jugaba con los anillos que todavía estaban entrelazados con mis pezones. Me dolió un poco ya que mi excitación había dilatado la zona pellizcada. Aun así, el dolor se vio eclipsado por el placer que experimenté y me empujé hacia arriba tanto como pude, ofreciéndome a la señora de la guerra al mando. Ella bajó una mano juguetona por mi costado hasta mi entrepierna y lentamente sacó sus dedos a través de mi humedad, empapados. Me miró con sorpresa, una ligera sonrisa se extendió lentamente por su rostro. —Estás empapada, Gabrielle —dijo lo que pasaba con total naturalidad. n aturalidad. —Sí —me quedé sin aliento. Deslizó el dedo a su boca, con un suspiro de satisfacción. —Sabes bien —Me miró por un momento, luego puso otro dedo sobre mi centro —. Quiero más —dijo. —Cógelo —gemí —. Todo lo que quieras... 3
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—No vas a ser virgen cuando haya terminado, Gabrielle. P
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—¡Xena, por favor! —le rogué mientras luchaba contra mis ataduras ignorando el dolor en mi abdomen. Jugueteó con sus dedos a lo largo de mi m i muslo y luego los llevó a mi centro, jugando con los pliegues de mis labios separados. Mi cuerpo tembló y se estremeció completamente fuera de control. Pensé que iba a salirme fuera de mi piel. Ella bajó su boca hacia mí y grité de felicidad. —Dioses Xena, siiiiii —gemí cuando poco a poco comenzó a mover su lengua contra mi carne. Todo en ella era poderoso, imponente. Se movió contra mí con gran habilidad; sondeó las profundidades de mi interior en un momento, como por casualidad, lamiendo toda la superficie próxima. Sus manos sostenían firmemente mis caderas contra su cara mientras me llevaba más alto, enviando remolinos de luz que se movían a través de mi campo visual, mientras su lengua se arremolinaba en mi humedad. No sé exactamente lo que hacía, pero nunca había experimentado nada igual en mi vida. Mis nervios comenzaron a temblar, la pasión, los sonidos de Xena dándose un banquete llenaban mis oídos. Con un grito, mi cuerpo se estremeció con la explosión de las emociones y las sensaciones. Lloré incontrolablemente por la intensidad de mi orgasmo. —Dioses, estás deliciosa —dijo Xena cuando quitó la boca de mis pliegues —. Podría seguir haciendo esto toda la noche. Tragué saliva un poco mareada por la implicación. Dudaba de que yo pudiera sobrevivir a una noche como esa. ¡Pero qué manera de morir! Bajó de la cama y volvió a la cómoda, abrió el cajón de arriba una vez más. Esta vez, extrajo un pedazo de cuero, similar al que había usado con la esclava. Mi cuerpo se estremeció ante la visión. Parecía bastante grande y empecé a ponerme nerviosa. —Xena, mmm... ¿dolerá? —le pregunté. —No es más que dolor, Gabrielle —respondió ella con una sonrisa— sonrisa —. No creo que te importe demasiado. Pero voy a parar si tengo que hacerlo —Ella se rio un poco— poco — . Pero no creo que vayas a querer que me detenga —Lo sostuvo cerca de una de mis atadas manos— manos—. Toca —dijo ella. Extendí mis dedos y ella movía la pieza de cuero de un lado a otro. Era suave, extrañamente suave. Rígido y flexible. Xena se sentó en la cama y se apoyó contra uno de los postes. P
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—No me duele —explicó mientras lentamente lo insertaba en ella misma. Miré fijamente, con los ojos clavados en el cuero, cómo desaparecía en el interior del cuerpo de Xena. Lo sacó y entonces lo empujó de nuevo, un alivio de sonrisa sensual atravesó su cara. Con un suspiro, lo sacó por completo de su interior —. ¿Ves? —dijo con una sonrisa. El cuero negro brillaba con su humedad mientras se la ataba a sus muslos— muslos—. Es mejor cuando está mojado —explicó avanzando hacia mí. Apoyando su peso en una mano, ella bajó su otra mano a la abertura, sondeando suavemente con sus dedos. Temblé, en un primer momento por el nerviosismo, luego de hambre. Ella fue jugueteando hábilmente, acercándome al borde de nuevo, para a continuación, dar marcha atrás. Movió sus muslos entre mis piernas y acercando el cuero, jugueteaba con la punta en mi abertura. Traté de empujarme a mí misma, pero no tenía mucho espacio para moverme. Tendría que esperar hasta que ella me diera lo que yo deseaba. Sin apartar sus ojos de los míos lentamente empujó hacia adelante, sólo un poco y luego se echó hacia atrás. Podía sentir cómo mi cuerpo se rebelaba contra la ligera molestia del objeto y de las maravillosas sensaciones que causaba. Pacientemente, casi demasiado pacientemente, Xena jugueteaba conmigo y hasta pensé que me iba a volver loca. Apoyándose en un beso feroz, finalmente empujó hacia delante, hasta el final. Grité contra su boca cuando sentí algo dentro de mi complemente, y luego gemí cuando ella se echó hacia atrás y empujó hacia delante de nuevo, esta vez sin problemas. Yo estaba cerca, muy cerca cuando ella sacó el cuero de mí por completo. —Noooo —gemí mientras se alejaba de mí. —Relájate —dijo— dijo—. No he terminado todavía. Cogió la llave de mis fijaciones del suelo y liberó los grilletes de mis tobillos. Desató mis brazos, pero no me dejaba tocarla. Seguidamente soltó el collar alrededor de mi cuello y luego volvió a atar las cuerdas en un aro diferente colocado en el cabecero. Ahora estaba de rodillas atada con las cuerdas a mis muñecas. Ella bajó la cabeza por debajo de mí, me degustó, una vez más, mientras yo murmuraba de satisfacción cada vez que su lengua se arremolinaba a través de mi propio ser. Cuando estaba cerca de llegar de nuevo, ella quitó su boca y volvió a colocar el cuero por debajo de mí. Esta vez tuve un cierto grado de control y pude bajar mi cuerpo. Gemí felizmente, ya que fácilmente se deslizó por mi humedad, mirando hacia abajo, a los ojos y la cara más bella que había visto nunca. Xena me sonrió, mientras P
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yo la veía montarme; disfrutando. Sus manos fuertes llegaron y se pusieron a juguetear con mis pezones cuando comencé a gritar. Con un potente empuje exploté de nuevo, con mis músculos aprisionando el cuero, retorciéndome en cada sensación de aquella dureza, ya que estaba bien exprimida. Me dejé caer contra mis ataduras, apenas capaz de mantenerme en pie. Xena se inclinó y abrió las esposas de mis muñecas cuando me desplomé contra ella. Unos brazos fuertes me sujetaron mientras sollozaba, incapaz de controlar la ola de sensaciones que me atravesaban. Cuando mis sollozos finalmente se detuvieron, me aparté un poco para coger la cara de Xena. —Soy tuya —susurré mientras colocaba un suave beso en sus labios. Ella negó con la cabeza. —No, Gabrielle, te amo. Asentí y sonreí. —Te amo, Xena —dije inclinando mi cabeza contra su hombro una vez más. Me sentía saciada, contenta y gastada por completo. Ella acercó mi cuerpo a ella con uno de sus brazos mientras con el otro tiraba de las mantas de la cama. Estando bajo las mantas ella se aseguró de nunca dejarme ir. Fue una noche perfecta, gastada por completo dentro de la calidez de su abrazo.
A la mañana siguiente yo estaba convencida de que Xena había estado completamente borracha. Me desperté primero. Aún presionada contra su cuerpo desnudo me separé un poco para poder echar un vistazo a mi amante. Estaba durmiendo profundamente. El abdomen me dolía un poco, pero podrían haber sido agujetas de la noche de pasión tanto como los verdugones del látigo. Curiosa paseé los dedos sobre su piel, deleitándome en su cálida suavidad. Le toqué el pezón y sonreí, ya que al instante se contrajeron, firmes y erguidos. Paré mi mano, cuando los ojos de Xena se abrieron. —¿Gabrielle? —dijo aturdida, parpadeando un par de veces. 3
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—¿Sí, princesa? —le pregunté con dulzura. P
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Al instante el brillo de sus ojos pasó de mi cuerpo desnudo al mobiliario de la habitación, a los postes de la cama, a su propia desnudez y luego de nuevo a mí. —Dioses... Yo... Yo… —tartamudeó. — tartamudeó. —Muuuuy bien —ronroneé, observando cómo sus mejillas se volvían de color rojo intenso. —Gabrielle —dijo con apuro— apuro —, lo siento mucho... yo nunca habría... —¿Qué? —pregunté indignada— indignada —. ¿Me hiciste el amor estando borracha? ¿Es eso lo que estás diciendo? ¿Sólo lo hiciste porque habías bebido demasiado? —Yo estaba al borde de las lágrimas y lista para escapar de la habitación. Ella apretó sus brazos alrededor de mí, lo suficientemente fuerte como para doler. —¡No! —insistió, mirándome fijamente— fijamente —. Nunca te hubiese atado a los postes tu primera vez si no hubiera estado completamente borracha. Gabrielle, en todas las veces que he imaginado hacer el amor contigo, de todas las diferentes formas que imaginaba, el que tú estuvieras atada a la cama no era una de ellas. ¡Dioses! ¡Podría haberte hecho daño! Sonreí apaciguada. Ella de verdad me amaba.
—Sé que nunca me harías daño Xena. No importa cuán borracha estuvieras o si volvieras a ser una señora de la guerra. En cuanto a mi primera vez —le sonreí tan cariñosamente como pude— pude —, no tengo ninguna queja. Ahora —añadí con una sonrisa diabólica— diabólica —, ¿por qué no terminamos tu negocio en este pequeño reino espeluznante y vamos a algún sitio bonito y aislado donde pueda atarte? Ella se echó a reír, acariciando mi mejilla con el dorso de la mano. —Estoy a favor de salir de aquí, pero ¡no me atarás jamás! —Ya veremos, princesa —le contesté pensativa— pensativa —. Ya veremos.
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Desde el punto de vista de Xena
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—Kaltor, la respuesta es no —dije firme y claramente, no tratando de ocultar la molestia que sentía por la súplica lamentable del rey. —¡Xena, por favor! —rogó por enésima vez. Tomé un respiro y exhalé lentamente, recordando lo que le debía a Kaltor por la decencia que me había mostrado en los viejos tiempos. No le separaría la cabeza del resto de su molesto cuerpo por el momento. Tenía que calmarme y recomponerme, así que me senté en el banco y tomé un buen sorbo de vino. Por el rabillo del ojo vi a Gabrielle poner sus ojos en blanco. Interiormente me hizo sonreír. Gabrielle había estado inusualmente tranquila mientras el rey Kaltor y yo estuvimos hablando. Sin duda, tuvo que esforzarse y recurrir a toda su autodisciplina para mantenerse fuera de la pelea. Un rápido vistazo a su plato me dijo que incluso había hecho mella en su apetito, normalmente voraz. —Entonces debería entregarle las llaves de mi reino a Lothar —Kaltor languideció, melodramáticamente. Quizás cortarle la cabeza no sería tan malo después de todo. No podía imaginar por qué nunca había matado a este rey en particular, sobre todo cuando yo era una señora de la guerra. ¿Estaba mi ejército en tan baja forma por aquel entonces? Con un suspiro triste me acordé de que había sido el caso. Mis hombres estaban tan agotados, débiles y heridos que las fuerzas lamentables incluso de Kaltor, podrían haberlos mantenido a raya. Pero él nos había abierto sus puertas y nos proporcionó comida a cambio de la misericordia de la Princesa Guerrera. Parecía poca cosa por aquél entonces. Ahora, sin embargo... —Incluso si fuera a ver a Lothar —le expliqué pacientemente— pacientemente —, me resultaría difícil de creer que continuara creyendo que aún soy una señora de la guerra. Tuve problemas para conseguir que creyera lo mismo otro señor de la guerra hace dos años —Es cierto que Lothar era más tonto que Myzantius, pero no vi ninguna razón para recordar a Kaltor ese hecho. —Pero sabes lo aislados que estamos, Xena —contrarrestó Kaltor— Kaltor —. Y Lothar nunca ve más allá de sus muros, a menos que sea en la dirección de mi reino. Tengo que trabajar duro para mantenerme en contacto con el mundo exterior. Él tiene sus diversiones y no ve más allá de eso —sacudió la cabeza con tristeza— tristeza —. Xena, sabes P
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lo que pasa dentro de estos muros. He abierto mis puertas a muchos esclavos que se han fugado. Seguramente no puedes sentarte ahí simplemente mientras… —¡Está bien! —le solté finalmente harta. Incluso un viaje al reino de Lothar sería preferible a escuchar el incesante lloriqueo de Kaltor —. Voy a hablar con él a ver qué puedo hacer, pero no prometo nada. —Sin promesas —acordó Kaltor, pareciendo aliviado —. Enviaré a algunos de mis mejores soldados para actuar como tus… Negué con la cabeza interrumpiéndolo. —No, voy a ir sola con las primeras luces del alba —Lo último que necesitaba era que Kaltor hiciera sonar esto como algo peligroso. Si lo hacía, sabía que Gabrielle insistiría en estar involucrada y no estaba dispuesta a que eso sucediera. Como si el destino hubiese conspirado contra mí, ella eligió ese momento para entrar en la conversación. —Espera un momento —comenzó. —No Gabrielle —respondí con el tono con el que suelo terminar nuestras discusiones desagradables— desagradables —. No vas a ir —Tomé otro sorbo de vino, obligando a mis pensamientos a mantener a Gabrielle lo más alejada posible de ese reino de hijos de putas enfermos. No sé lo que pensaría Kaltor. Se quedó sentado allí, pareciendo confundido, y entonces se le ocurrió la peor idea de la historia. —Quizás pueda conseguir que una de mis criadas te acompañe, Xena. No serás creíble si no vas acompañada. Con sus palabras, mis recuerdos comenzaron a salir a la superficie, recuerdos de las visitas que había hecho al Reino de Lothar en los viejos días: el poder embriagador, las indulgencias. Yo estaba vacía entonces; había sido muy fácil alimentar la lujuria que emergió a la superficie de tan diversas maneras. Pero no era quien soy ahora. Por supuesto, de vez en cuando me gustaba revivir los recuerdos de los viejos tiempos en un raro momento de intimidad física, pero los momentos y recuerdos eran pocos y muy distantes entre sí. La Xena en la que me he convertido no podía permitirse una estancia prolongada en el reino hedonista de Lothar. Necesitaba entrar, hablar con Lothar y salir. Preferiblemente antes de que Gabrielle se diera cuenta de que me había ido. —No, voy a ir sola —dije enérgicamente. —Lothar nunca se lo tragará —objetó Kaltor. 4
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Aunque él tenía razón, no estaba dispuesta a admitirlo. P
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—Yo no tenía esclavos en los viejos tiempos —repliqué. —Pero seguramente, hiciste uso de los suyos —respondió Kaltor— Kaltor —. ¿Quieres hacerlo de nuevo o tomar a alguien que interprete el papel? Con gran esfuerzo evité quejarme en voz alta, pero estoy segura de que sentía mi derrota. Él tenía razón, los dos lo sabíamos. Para tener una audiencia con el retorcido rey, tenía que jugar bien a sus juegos con sus juguetitos o actuar como si estuviera jugando a esos juegos con los míos. Obviamente, la única opción ahora era conseguir a alguien en la Casa de Kaltor para acompañarme y hacer el papel. La parte más difícil de ese plan sería convencer Gabrielle de que se quedara. Como si fuera una señal, Gabrielle soltó de golpe su copa de vino. —¿Qué está pasando aquí? —preguntó ella— ella —. ¡¿No vas a dejarme ir pero pensarás el llevar a alguien que ni si quiera conoces?! —Sus brillantes ojos verdes se clavaron en los míos con una furia fría. Pude ver que estaba realmente herida. Estaba claro que pensaba que había más en todo esto de lo que le había dicho, más de lo que podía explicarle. Gabrielle lo vio como que la estaba tratando como a una niña, de nuevo. ¿Cómo diablos podía decirle que sus temores no podían haber estado más lejos de la verdad? —Escúchame, Gabrielle —traté de explicar— explicar —. El reino de Lothar no es lugar para ti. Ni si quiera era lugar para mí cuando era una señora de la guerra. —Suena colorido —me espetó. Inhalé profundamente. Estaba muy molesta por esto. Tan suavemente como pude, traté de explicárselo. —Es retorcido, Gabrielle. Lothar es un hombre enfermo y sus ideas sobre la conducta apropiada son deplorables. Si voy a hacerle creer que todavía soy una señora de la guerra aliada de Kaltor, tendré que hacer cosas… que preferiría que no vieras. —Pero Xena —insistió— insistió—: Sabré que estás actuando. Si ese lugar es tan duro como dices, puede que necesites que vigile tu espalda. Dioses, sus ojos brillantes mostraban intenciones tan honestas... Hubiera dado cualquier cosa en ese momento para cambiar la decisión que habíamos tomado de ir al reino de Kaltor en el primer lugar. Pero fue una decisión que habíamos tomado juntas. Ella lo vio como ayudar a un viejo amigo, y no tenía ni idea de que ayudar Kaltor me empujaría al borde de la oscuridad una vez más. Cómo envidiaba su P
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inocencia. No podía pensar en volver a un momento en el que el sexo y el poder estuvieran íntimamente vinculados. —Tiene razón —estuvo de acuerdo Kaltor. Mis ojos se volvieron a su cara blanca pastosa. Sé que mi expresión y lenguaje corporal eran claras: si quería volver a ver la salida del sol, debía callarse inmediatamente. Pero como un perro que no sabe cuándo parar de ladrar, él parloteaba. »Las visitas que le hiciste en los viejos tiempos, le mantuvieron fuera de mis fronteras estos últimos seis años. Espero un recordatorio que lo mantenga fuera de mi camino para siempre. Pero si eres desacreditada, no solo su ejército invadirá mis tierras, sino que puede que te encuentres con un collar al cuello y una correa. He visto luchar a Gabrielle. Yo estaba allí, en ese incidente en el mercado ¿recuerdas? Si es capaz de actuar tan bien como lucha, no tendrás problemas en convencer a Lothar de que vas en serio y podrás salir de allí. Ella ya nos ha entretenido con historias sobre tus aventuras. Fue tan convincente como Markessa en ese concurso de belleza. Seguramente podría… Como me temía, el rey había pensado mal de la presencia de Gabrielle a mi lado. Él no fue el primero en hacer la falsa suposición de que éramos amantes, en este punto, él estaba siendo el más denso. Y con su reino tan cerca de Lothar como estaba, probablemente tenía ideas más vivas sobre qué éramos exactamente Gabrielle y yo la una para la otra. —No lo entiendes Kaltor —gruñí —. No tengo intención de utilizar a Gabrielle para demostrar nada a Lothar. Estás equivocado —Arqueé una ceja haciendo entender que ya había dicho la última palabra, con la esperanza de transmitir, sin ser grosera, que la bardo y yo no estábamos tan íntimamente familiarizadas como c omo sospechaba. Supongo que podría haber estado en lo cierto y lo dijo, sin duda me hubiera tenido que decir esas palabras a mí misma con más frecuencia, aun así, no podía. Ya era bastante doloroso pronunciarlas en la intimidad de mis propios pensamientos. Durante lo que pareció una eternidad había estado luchando contra el deseo que sentía por Gabrielle. No estoy segura de cómo lo había hecho, pero de alguna manera me había sacado de un lugar donde no podía sentir nada para encender un amor en mi corazón que quemaba más con cada día que pasaba. Era el amor que sentía lo que me dio la fuerza para soportar cada hora de dulce tortura. El estar tan cerca de la más maravillosa criatura en el mundo, a sabiendas de que nunca sería mía, a veces era difícil. Pero Gabrielle se merecía mucho más que una señora de la guerra reformada en el camino tortuoso hacia la redención. Si su amistad no me P
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hubiese cambiado tanto como lo hizo, o yo la amara menos, dudo que hubiera sido capaz de frenar la lujuria que vibraba en mis venas, deseándola constantemente. Como un idiota, Kaltor abrió la boca y la cerró varias veces de manera visible, me miró, miró a Gabrielle y luego de vuelta vuelta a mí nuevamente. nuevamente. —Pero pensé… —tartamudeó. —tartamudeó. —Déjalo —le grité con fuerza suficiente para hacerle saltar. Gracias a Dios, por su propio bien, lo hizo. —Rey Kaltor —dijo Gabrielle con voz engañosamente agradable —, comentó que varios antiguos esclavos trabajaban en su hogar —el asintió en un gesto mientras mis ojos se estrechaban. Ignorándome, continuó —, sin duda uno de ellos, podría decirme lo que necesito saber sobre el funcionamiento en el reino de Lothar sin levantar sospechas. —Olvídalo, Gabrielle —le advertí. No tenía ni idea de lo que estaba sugiriendo. —No, Xena —me replicó— replicó—. Si piensas por un segundo que mi mejor amiga va a ir a un reino enfermo y retorcido sin el apoyo apropiado, estás muy equivocada. Y si estás convencida de que soy demasiado joven e inexperta para manejar lo que sea que este señor de la guerra espera, entonces me temo que no me conoces tan bien como crees. Y me apena escucharlo. No podía creer lo que estaba escuchando. Mirándolo desde su punto de vista, no me resultaba difícil ver por qué estaba enfadada. No tenía forma de saber que no era por ella por la que me preocupaba, sino por mí. Sabía que ella tal vez no tenía experiencia, pero no era demasiado joven. De hecho, su madurez física era algo contra lo que había estado luchando durante meses. Yo tenía opciones, pero todas ellas llevaban unos riesgos asociados que no deseaba correr. Podía decirle que no y dejar que pensara que confiaba poco en sus capacidades, o podía explicarle exactamente por qué no quería llevarla y el riesgo de perderla, todo junto, o que podía llevarla al reino retorcido de Lothar, destruir su inocencia y, posiblemente, aprovecharme de ella en el proceso. Poco a poco, sin embargo, otra posibilidad me vino a la mente. Si alguna otra persona, alguien que hubiese estado en el pasado en el reino de Lothar le explicara a mi joven amiga exactamente lo que pasaría en... bueno, puede que dejara de estar interesada y yo pudiera olvidar su petición. —Está bien, Gabrielle —estuve de acuerdo— acuerdo —. Kaltor, trae a uno de tus sirvientes para que le diga a Gabrielle lo que sabe del reino de Lothar —Me volví hacia Gabrielle y me perdí en las piscinas de color verde de sus ojos. Si todavía quieres acompañarme después de escuchar lo que la sierva de Kaltor tenga que decir, te llevaré. Pero sinceramente, espero que lo reconsideres —Volviendo a Kaltor, me P
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decidí a ir a por todas. Lothar no necesitaba ver una señora de la guerra, sino que tendría que convertirme en una de nuevo —Seleccionaré a siete de tu guardia para que monten con nosotras, no más que esos —Mirando hacia abajo, a mi armadura, algo vino a mi mente— mente —. ¿Alguna vez reparaste la vieja armadura que dejé aquí? El rey asintió. —Tendré que llevarla a tu habitación. Me dirigí fuera del palacio a inspeccionar la Guardia Real del Kaltor. Gabrielle me había dicho que iba a su habitación para reunirse con la sierva, así que me entretuve con la selección de los siete guardias, agradecida por tener algo en qué pensar que no fuese la educación que Gabrielle, sin duda iba a recibir. Cuando terminé, me dirigí de vuelta a mi habitación, que estaba al otro lado del pasillo de la de mi amiga. Haciendo una pausa en la puerta de la habitación de Gabrielle, pude oír gritos de asombro y risa silenciosa, los sonidos de mujeres hablando y pasando un buen rato. Sonreí y me pregunté qué pensaría Gabrielle de todo eso. Caminando por el pasillo, abrí la puerta robusta de mi habitación y de inmediato noté mi vieja armadura colocada colocada claramente en la cama. Un cuenco de uvas y una jarra de vino en el tocador. Me serví una copa de vino y bebí pensativamente mientras estudiaba la armadura, que fue como mi segunda piel. Como Kaltor había prometido, se había reparado muy bien. La piel cortada por un corto tajo de espada había sido remplazada por completo y el metal abollado había sido reparado expertamente. Allí estaba, mirándome fijamente, como nueva. Negándome a sentirme provocada por una armadura, recogí los pedazos y los apilé correctamente en el aparador. Me quité los brazales y el pectoral, y consideré brevemente vagar hasta el otro lado del pasillo para comprobar como estaba Gabrielle. —Dioses, Xena, ¿no puedes estar un par de horas sin verla? —me reprendí a mí misma.
Odiaba admitirlo, pero era verdad. Mientras que estaba segura de que Gabrielle disfrutaría de tener a alguien nuevo con quien hablar, yo me sentía muy sola sin ella. Era una contradicción a la que me había acostumbrado. Odiaba la idea de que Gabrielle estuviera en peligro, garantizada por la proximidad a mí, pero había tantas cosas de ella que adoraba, que esa separación causaba un dolor en mí como nunca había experimentado antes. Me senté en la cama y pensé en ello, tratando de recordar si podía determinar exactamente cuando empecé a sentir eso con tanta claridad. Mi éxito como señora de la guerra había llegado en gran parte por la posibilidad de pensar y actuar sin sentimientos. Estaba sin duda sintiendo ahora, y lo más P
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sorprendente, no me molestaba. El sonido de su voz, la bondad de su alma, me llenaba de mucha calidez. Justo en ese momento escuché una carcajada, la risa de Gabrielle, desde el otro lado del pasillo, y mi corazón saltó, latiendo dolorosamente en mi pecho. Ahí estaba yo, la temida Destructora de Naciones, actuando como una adolescente enferma de amor. Había tenido innumerables experiencias con hombres y mujeres en el dormitorio y más allá, sin embargo, aquí estaba, fantaseando con Gabrielle, con abrazarla y amarla. Me preguntaba lo que podría gustarle, ¿qué tipo de toques la encenderían, la harían temblar de necesidad? Una parte de mí se sentía culpable pensando en Gabrielle como lo estaba haciendo, pero el quid de la cuestión era que era una persona muy física enamorada de mi mejor amiga. Además, no veía mis ociosas fantasías como dañinas. Ciertamente no eran algo que fuera a hacer realidad, o que interfirieran en la cercanía que compartíamos. Caminé hacia la puerta y eché el pestillo. Mi amiga iba a estar ocupada esta noche, así que no había ninguna razón para no disfrutar de algunos placeres privados sola. Me sentí relajada, ya había hecho un recorrido por el castillo, los guardias estaban bien equipados y alerta. Además, Gabrielle tenía su personal, y si algo andaba mal no tenía dudas de que oiría signos reveladores al otro lado del pasillo. Después de terminar mi vino, me quité mis ropas sin prisas, mientras que mis dedos se deslizaban a través de mi piel. En mi mente, podía imaginar claramente a Gabrielle ayudándome a vestirme y desnudarme como tantas veces antes había hecho. Previendo sus dedos en mi piel, mi pulso aumentó y lancé un suspiro audible. ¿Cómo iba a tocarme? ¿Serían sus manos tímidas y vacilantes? ¿O me sorprendería con un toque de mando, haciéndome rogar bajo el dominio de sus dedos y su boca?
Sin hacer nada, me pregunté si eso podría alguna vez suceder. Lo dudaba. Energía, la necesidad y las prisas de la misma, tenían tal fuerza en mi vida, que eran gran parte de mí, y dudaba que jamás fuese capaz de rendirme a nadie, incluso a mi querida Gabrielle. ¿Querría ella mi rendición? ¿Querría ser amada lentamente, con cada toque suave hasta que me estremeciera de deseo?
Tal vez le gustaría ser tomada devastadoramente por la pasión salvaje que ella misma hubiera encendido. Suspiré y cerré los ojos. Me gustaría tener a Gabrielle de las dos formas. Mis pensamientos cambiaron cuando los recuerdos del reino de Lothar se mezclaron con la autoexploración de mis manos. Me acosté en la cama, aliviando mis muslos mientras pensaba en Gabrielle. Cerrando mis ojos con fuerza, la imagen P
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de unas manos vagando por mi cuerpo como las de ella, al principio tímidas y vacilantes, a continuación, valientes y exploradoras. Una sonrisa recorrió mi cara cuando me imaginé mechones de pelo dorado rojizo derramándose a través de mi abdomen mientras su boca buscaba mi pecho. Metí un dedo en mi boca, mojándolo, trazando con él el contorno de mi pezón izquierdo, haciendo como si mi dedo fuese su lengua. Un gemido escapó de mi garganta al sentir una oleada familiar de energía entre mis piernas. Bastaba con pensar en Gabrielle, imaginar su cuerpo desnudo presionado contra el mío, para hacer que me derritiese por dentro. Las pruebas se dejaban sentir en mi centro. mano se deslizaba por mi abdomen. —Siiiii — gemí mientras una mano
A medida que mis dedos jugueteaban en mi entrada húmeda, una imagen destelló en mi mente, de forma espontánea desde hace ya mucho tiempo. Una esclava, encadenada a la cama, su única obligación, la de darme placer. Los dedos juguetones dejaron mi pezón mientras mi mano bajaba por mi cuerpo para unirse a la otra. Mi cuerpo saltó por acto reflejo en el primer toque a mi dolorosa necesidad. Pude claramente imaginar la cara de Gabrielle mientras sus labios se retiraban de los míos y comenzaba su camino hacia abajo, por mi cuerpo, las esposas en sus muñecas, le daban sólo el espacio suficiente para maniobrar. Se arrodilló delante de mí, extendió la mano con hábiles dedos que jugueteaban con mis pliegues separados. A mi orden llevó su boca a mi centro, tomándose su tiempo en complacerme. Me imaginé mirando por mi cuerpo para ver una corona de cabello rojo dorado flotando en un ritmo constante entre mis piernas. Un gemido o gruñido salido de mí acapararían su atención, y me miraría viendo mi rendición. Independientemente de quién llevase las cadenas en mi fantasía, Gabrielle era la que mandaba en mi corazón, y por ahora no podía pretender otra cosa. Con un gemido deslicé un dedo a través de la humedad de mis pliegues y me estremecí con la placentera sensación. Seguí acariciándome a mí misma, imaginando siempre que Gabrielle era quien me amaba. Con una sola mano mantuve mis pliegues separados mientras me tocaba con la otra. Mis pensamientos me tenían ya más que lista. Parecía que apenas había comenzado cuando las vibraciones del clímax se apoderaron de mí, haciéndome gemir contra la almohada para no gritar el nombre de Gabrielle. Con un potente empujón introduje tres dedos dentro de mi apertura, lista para subir ese pico de nuevo. Esta vez me imaginé mi cuerpo moviéndose contra el de ella, volviéndola loca de necesidad. Casi podía sentir sus fuertes dedos clavándose en mis hombros y bíceps mientras me introducía en el cuerpo de Gabrielle. Imaginé el cálido aliento contra mi cuello mientras jadeaba violentamente, la empujé con más fuerza, llevándola más alto. Sentí que los músculos de mi interior P
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abrazaban mis dedos mientras yo imaginaba que eran los suyos. Mis caderas se levantaron de la cama cundo un segundo clímax estremecedor me atravesó. Tardé un buen rato en tranquilizar mi forzada respiración. Una sonrisa perezosa escapó a través de mis labios con la visión de Gabrielle en mis brazos, deleitándome en la suavidad de su piel y su cabello. En algún momento del sueño, saqué mi mano de entre mis piernas. Creo que dormí durante varias horas. Cuando desperté, el castillo estaba tranquilo, en silencio. Me levanté de la cama y desatranqué la puerta. Mirando a ambos lados por el largo pasillo, se confirmaron mis sospechas: era tarde. Los guardias sólo se oían a lo lejos, el débil crujido de las armaduras de pieles llegaba a mis oídos al moverse para hacer sus rondas designadas. En silencio crucé al otro lado del pasillo para escuchar tras la puerta de Gabrielle. Al instante escuché la cadencia constante de su respiración. Estaba profundamente dormida. Consideré abrir la puerta de su habitación para comprobarlo, a continuación, con una sonrisa culpable volví a mirar a mi propia habitación. No me hubiese gustado que me viera tal y como estaba hace apenas unos un os instantes. Dejándole su privacidad, regresé a mi propia habitación, me metí bajo las sábanas y me fui a dormir.
A la mañana siguiente casi había terminado de vestirme cuando oí un suave golpe en mi puerta. Frustrada por un brazalete que no cooperaba, alcé la voz para que Gabrielle entrara. —Adelante —le dije mientras trataba una vez más de fijar la correa. —Hola —replicó Gabrielle con su voz suave y lírica —. ¿Puedo ayudarte? Le ofrecí mi brazo mientras ella depositaba una pequeña bolsa en la cama, luego dio un paso atrás. Sus hábiles dedos hicieron el trabajo rápidamente sobre la correa errante. Una vez en su lugar, sentí sus manos moverse por encima de mi cuerpo, comprobando el resto de las correas y hebillas, haciendo ajustes cuando era necesario. —Espero que hayas decidido no ir —comenté, sintiéndome un poco culpable por lo mucho que disfruté mientras ajustaba mi armadura. —Después de mi charla con Miriam, estoy más decidida a ir ahora que antes — respondió mientras se movía frente a mí, continuando su inspección. P
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—¿Miriam? —le pregunté. Gabrielle encontró una correa retorcida cerca de mi hombro y trabajó en ella con atención mientras contestó, con cuidado de no mirarme. —Era una esclava de Lothar, la ganaste para pasar la noche por un juego de dados —dijo con voz neutra. Terminó con la correa y me m e miró. Antes de que pudiera apartar la mirada, sus ojos se encontraron con los míos y los retuvieron. Miriam. La imagen destelló en mi mente, una morena musculosa, su cuerpo resbaladizo por el sudor cuando se sentó a horcajadas sobre mi regazo, frente a mí, sus pechos firmes temblando delante de mis ojos mientras bombeaba mi mano con furia en su interior; sus sollozos de éxtasis se hicieron eco en mi mente mientras mis dientes se hundían en la carne de su hombro, haciéndola sangrar. Me acordé de los despojos del juego de los dados, aunque yo no lo sabía en ese momento, su nombre era Miriam. —Entonces me sorprende que me hables, y más que vayas conmigo —me las arreglé para decir con voz seca y tirante. Gabrielle me sonrió, una sonrisa amable mientras me tocaba la espalda. Fue un gesto familiar. Cuando tocaba un tema importante, Gabrielle tocaba con frecuencia mi brazo o apoyaba su mano en la funda de mi espada para darme a entender que estaba prestándome atención, supuse. Sólo que ahora no llevaba una funda en la espalda y mi piel vibró con el contacto, separada de sus dedos sólo por el cuero. —Xena, necesitas a alguien allí en que puedas confiar, que confíe en ti —ella comenzó en serio— serio—. ¿Cuántas veces te he dicho que quien eras no me importaba? Mira, sé que no quieres ayudar a Kaltor, pero tienes que hacerlo. Le diste tu palabra hace años y sé que aún significa algo para ti. No puedo discutir ese punto. Si bien esto puede no ser la aventura más agradable que hemos compartido, no voy a darte la espalda simplemente porque las cosas se pongan un poco peligrosas. Giró la cabeza para buscar mi rostro con sus expresivos ojos. Cuando terminé de atar sus brazales, me encaró. Giró su cabeza, esos ojos verdes suaves volvieron su atención a mi otro brazalete. Cuando terminó su inspección, dio un paso atrás para mirarme. La expresión de su cara me dijo todo lo que necesitaba saber, no iba a dejarla atrás. No importaba lo que hice, lo que podría hacer con ella, había oído las historias, conocía los riesgos y quería estar a mi lado de todos modos. Si no había manera de que pudiera garantizarle seguridad, sentía la necesidad de ofrecer algo. P
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—Gabrielle —le dije sin encontrar las palabras adecuadas —, no me merezco una amiga como tú, nunca me la he merecido. Quiero disculparme ahora por cualquier cosa que... Ella negó con la cabeza mientras sus dedos se posaron en mis labios, silenciándome. Dioses, yo no quería nada más en ese instante que coger esos dedos con mi boca, para tocar cualquier parte de ella, con los labios y la lengua. Me obligué a no responder y simplemente aguanté la suavidad de su tacto. —Xena, entiendo que lo que suceda, no serás tú. No hay necesidad de disculparse por nada. Vamos a acabar de una vez con esto, ¿de acuerdo? —dijo con una seriedad que hizo que me doliera. Se apartó de mí y cogió el pequeño saco de la cama— cama—. Miriam me dio esto, pero no estoy segura de cómo ponérmelo —dijo mientras vació el contenido sobre la colcha. Cogí un brazalete de metal, y luego volví a mirar a Gabrielle. —¿Estás segura de que quieres seguir adelante con esto? Puedo garantizarte que será bastante degradante —le dije sin dejar rastro de humor en mi voz. Gabrielle sonrió nerviosamente, luego trató de encogerse de d e hombros. —Soy bardo, ¿recuerdas? Vergüenza y degradación vienen con el trabajo. Aunque nunca me han lanzado fruta podrida, es algo para lo que todos tenemos que estar preparados. —Nunca te han lanzado fruta podrida porque eres una buena bardo —repliqué con una sonrisa. —Así es —estuvo de acuerdo— acuerdo —, y mi mejor amiga es un poco intimidante. No pude evitar sonreír ante eso. —Está bien, toma asiento. Vamos a vestirte. Gabrielle se acercó al borde de la cama alta y se sentó. Con el primer brazalete todavía en mi mano, me arrodillé en el suelo y lo até alrededor de su tobillo. Desde mi situación, era imposible no darse cuenta de las musculosas piernas que llenaban mi campo de visión. Gabrielle tenía problemas para montar a Argo y sus piernas lo mostraron claramente. Una vez que los cierres encajaron alrededor de cada tobillo, me levanté y busqué los de sus muñecas. Evitaba mirarla mientras trabajaba, me daba miedo de que pudiera leer el deseo que sentía y con el que luchaba para que no se reflejara en mi cara. Mi pulso se aceleró furiosamente mientras cerraba el metal de unión en torno a una muñeca y luego la otra. Sus dedos rozaron el interior P
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de mi antebrazo, eran frescos y suaves. suaves. Mis rodillas se debilitaron, debilitaron, pero mantuve mi compostura. —Xena —me preguntó— preguntó—, ¿estás bien? —Estoy bien —le contesté mientras le pasaba el collar —. Toma, tienes que apartarte el cabello —Mientras recogía su hermoso cabello, manteniéndolo lejos de su cuello. Dejó al descubierto su espalda, era impresionante, bellamente esculpida con músculos fuertes y bien definidos, que se agrupaban y relajaban mientras se movía. Yo humedecí mis labios pensativamente. Gabrielle era impresionante. Me puse de pie tan cerca como pude y ajusté el collar alrededor de su exquisita garganta. Su cuerpo tembló cuando puse la cerradura en su lugar, la ligera contracción de sus músculos capturaron mi atención por completo. Vi su brazo moverse y coger las argollas para pezones de la cama. —Eso no será necesario —le dije mientras me metía la llave de sus ataduras en mi escote. —Pero creo que debemos ser lo más realistas posible –respondió ella. —No voy a prestarte a nadie Gabrielle —le contesté. Como aun veía confusión en su rostro, traté de explicarle mejor —. ¿A menos que desees tener tus pezones perforados? Las mejillas de la bardo se ruborizaron mientras miraba una vez más a las pequeñas argollas. —Estás bromeando. —No, en absoluto Gabrielle, cuando prestas un esclavo a alguien tienden a ser más combativos. Los aros son una manera rápida de conseguir su atención. —Te diré —ella estuvo de acuerdo— acuerdo —, que creo que podemos pasar de ellos. Tuve que sonreír ante eso. Mi amiga estaba haciendo todo lo posible para tomarse todo con calma. Se me ocurrió que las argollas de los pezones podían venir muy bien después de todo, así que apreté abriéndolos por los extremos. —Me lo tomaré como que eso significa que vas a comportarte bien. —Lo intentaré —dijo Gabrielle con una sonrisa suave —. ¿Cómo de mandona vas a ser? P
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—Bastante mandona —le contesté mientras le entregaba los anillos —. Pero te prometo que no disfrutaré con ello —Sabía que era una promesa que muy probablemente no sería capaz de mantener. En cierto modo, la novedad de Gabrielle haciendo lo que le dijese, cuando le dijese, era difícil de resistir —. Conserva esto. Si te encuentras en una situación en la que no lleves ropa como en los baños, póntelos. Los he desencajado, no deberían de herirte, pero se verán bien. —Solo recuerda princesa guerrera —gruñó con fingida ferocidad— ferocidad —, que las venganzas son infernales. Entiendo el autoritarismo por las apariencias, pero empieza a disfrutarlo y me las pagarás. Le sonreí mientras la veía meter las argollas en su escote. Como no quería ser atrapada mirando, me forcé a mirar a otro lado. —A penas puedo esperar —Se rio mientras empacaba sus cosas.
Nos pusimos en marcha para el reino de Lothar después de un desayuno ligero. Bueno, ligero para mí. Mi compañera consumió su cantidad habitual de carne, huevos, gachas de avena, pan, patatas y leche. De vez en cuando me m e lanzaba alguna mirada furtiva. Le estaba costando un poco acostumbrarse al nuevo equipo. Me sorprendió lo bien que me encajaba la vieja armadura. Habían pasado dos años desde la última vez que me la puse y todavía me quedaba como un guante. Después de caminar un poco, me volví a familiarizar con llevar dos espadas en mis caderas, a diferencia de una a la espalda. Me sentía un poco extraña por vestirme así otra vez, pero no era desagradable. Gabrielle notó la diferencia también. Cabalgó detrás de mí en Argo. Sin mi espada entre nosotras, su cuerpo se sentía mucho más cerca, ya que presionaba contra la longitud de mi espalda. Sus brazos envolvían apretadamente mi cintura, y podía sentir la brisa soplar su pelo largo contra mis brazos. Me costaba mucho recordar cuando había disfrutado en otra ocasión de un agradable paseo en Argo así. Argo saltó una pequeña zanja, despertando a mi compañera de su sueño con un sobresalto. Sostuve con las riendas en su lugar a la yegua, así como las manos de mi amiga para que no se cayera. —Gracias —le dijo a mi espalda, enviando maravillosos escalofríos por mi espina dorsal. P
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—Pensé que habías dormido bien anoche —le dije decidida a mantener mi voz casual. —Lo hice —respondió ella— ella —. Es que esto es demasiado cómodo. Palabras más ciertas nunca se habían dicho. Me reí y le acaricié suavemente la mano, esperando que mis palabras lograran distraerla del lenguaje de mis acciones. —Espero que tengas eso en mente cuando Argo deba saltar una zanja grande y salgas volando. —Nah —ella disintió— disintió — Tú no dejarás que nada malo me pase. Sonreí con tristeza. Podría mantenerla a salvo en Argo, pero aquí estábamos metiéndonos en una cueva que era cualquier cosa menos segura. ¿Seguiría confiando en mí cuando fuera evidente que ser arrojado de un caballo era la menor de sus preocupaciones?
El reino de Lothar se alzó ante nuestra vista justo cuando el sol alcanzó su punto más alto en el cielo. Los siete guardias a mi mando que nos acompañaban, apretaron su formación. Habían descartado su armadura adornada con el emblema de Kaltor y se habían vestido con las piezas no coincidentes de armaduras usadas por merodeadores. Aunque carecían de uniformes, uniformes, sus movimientos dejaban claro que eran una fuerza de combate de élite y como tal, iban escoltando a la Princesa Guerrera. Era fácil volver a los viejos tiempos. Los guardias de Lothar se pusieron firmes cuando entramos en la torre del homenaje. No había necesidad de mantener una sonrisa perezosa de mi cara. Yo era la Princesa Guerrera, necesitaba un poco de relajación. Donde quiera que posara mis ojos, la gente sabía que debía salir de mi camino. Hedge era fácil de detectar. Le había hablado a Gabrielle sobre el sirviente personal de Lothar en el camino. Era tan miserable y patético como recordaba. Desmonté a Argo y me acerqué. No había necesidad de bromas con este mequetrefe. —Estoy aquí para ver al rey. Hedge se inclinó, su espeso cabello negro casi tocaba suelo. Sabía que no debía mirarme directamente, así que habló con el el rostro hacia abajo, sus ojos ojos apartados, respetuoso. —El rey Lothar envía sus saludos, princesa guerrera, y espera que se una a él para la cena. Las instalaciones están a su disposición, por favor, siéntase como en casa. Su P
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Majestad tiene varios clientes en la actualidad que estarán igualmente satisfechos por su llegada. ¿Puedo... ayudarle en algo más? Esta no era la primera vez que trataba de ayudarme, pero no estaba más interesada en su ayuda de lo que lo había estado durante mi última visita aquí. —Abajo —dije con mi voz tranquila pero imponente. Tenía la esperanza contra todo pronóstico de que mi mejor amiga estuviera prestándome atención. Me Me sentí aliviada al escuchar escuchar los sonidos de cómo desmontaba ágilmente. Se detuvo detrás de mí y no a mi costado. No nos estábamos tocando, pero podía sentir su cercanía. —No es necesario Hedge —le dije— dije—, tengo toda la ayuda que necesito. Cuida de que mis hombres y mis caballos sean atendidos —Con la decisión que se requería, agarré la cara del hombre forzándolo a que me mirara. Su miedo era real, y me encontré encantada por su incomodidad— incomodidad —. Confío en que el rey sea un hombre tan honorable como siempre. Porque el resto de mi ejército está esperando pacientemente cerca. Tienen instrucciones explícitas de lo que deberían hacer si no se informara a intervalos precisos con los mensajes apropiados —Lo liberé y bajó rápidamente la mirada, asintiendo con la cabeza. Mi trabajo con él había terminado, así que me dirigí hacia el edificio de los baños —. No te molestes en mostrarme los baños —llamé por encima de mi hombro mientras Gabrielle siguió obedientemente detrás— detrás—, ya sé dónde están.
Nada había cambiado mucho en el reino de Lothar. Las losas del patio eran como las recordaba, los árboles, las vistas familiares de esclavos, todo. Iba vestida como lo hacía hace cinco años, aunque ahora yo era diferente. Costó trabajo, pero mi antigua fachada se había instalado firme en su lugar. En cierto modo me quedé sorprendida y tal vez incluso un poco decepcionada por lo fácil que era volver a los viejos hábitos. Sin embargo, por dentro me aferraba a la creencia de que ya no era la mujer que una vez se s e sintió como en casa allí. Si lo fuera, no habría manera de que Gabrielle estuviese a mi lado. Tomé nota de los ocupantes de la casa de baño tan pronto como entramos. Reconocí a Arleia al instante. Estaba siendo atendida por una esclava, al parecer, mi tutela de hace cinco años no había sido en vano. Me senté en un banco y miré a Gabrielle. Sólo tardó un segundo en leer mi expresión. Inmediatamente, empezó a P
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quitarme la armadura. Me sorprendió ligeramente el ver lo bien que había leído mi lenguaje corporal. Brevemente me pregunté si esto era una nueva habilidad o una que había estado utilizando desde hace algún tiempo. Mis reflexiones fueron interrumpidas por el saludo de Arleia. —¿Xena? ¿Eres tú? Dioses, ha pasado mucho tiempo. —Arleia —le contesté en reconocimiento. —Veo que has desarrollado bastante ojo para las esclavas —comentó— comentó—. Sus dedos parecen muy ágiles. Oh, así que ahora ella era la experta en mujeres. No me importaban sus alardes, podía jugar a este juego mejor que ella. Sonreí mientras cambiaba de posición, observando la mirada de Arleia fija en mis pechos. Casualmente crucé una pierna sobre la otra, cambiando la posición de mi torso mientras me movía. —Se podría decir eso —estuve de acuerdo, mientras Gabriel se puso a desatar los cordones de mis botas— botas —. Ágil, sagaz y coordinada. Todas las descripciones son apropiadas. Los ojos de Arleia se elevaron al cielo y vi como capturaba aliento en su garganta. Después de todo este tiempo, todavía me quería, o más bien, quería a quien yo era antes. Arleia era adicta al poder y se encontró conmigo. Supongo que estaba acostumbrada a blandirlo y no a someterse a él. —¿De dónde la sacaste? —preguntó otra mujer que reconocí como Frena. —De Potedaia —contesté— contesté—, como pago para no saquear la ciudad. Lo cual, naturalmente, hice de todos modos —Eso parecía bastante creíble. Gabrielle estaba obviamente escuchando porque eligió ese momento para tirar de la bota y sacarla del pie. Interiormente sonreí. Incluso ahora, adoraba su espíritu. Por suerte ninguna de las otras se dieron cuenta de su sutil acto de desafío. Aun así, no había manera de reprender a mi amiga, así que decidí distraerla, esa sería la forma más inteligente de actuar. Conocía a Gabrielle lo suficientemente bien como para saber que encontraba mi cuerpo fascinante. A menudo le gustaba ver como me ejercitaba, como practicaba con la espada o cuerpo a cuerpo. No me importaba, yo también la miraba con bastante frecuencia. Cambié la posición de mis piernas, tensando mi muslo mientras le ofrecí la otra bota. Como había esperado, su ira momentánea parecía casi olvidada. —Parece que lo ha superado —Arleia comentó. P
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—Tiene sus momentos —dije en pie. Gabrielle se movió detrás de mí para desatar los cueros, mientras yo pasaba un dedo lentamente por la parte externa de su muslo— muslo—. Hemos llegado a un entendimiento —De nuevo me quedé impresionada por lo bien que Gabrielle estaba interpretando su papel. No hizo ningún movimiento para apartarse de mi contacto. Esto iba a ser más fácil de lo que había esperado. Solo rezaba para que Gabrielle no me lo tuviera en cuenta cuando estuviéramos lejos de este reino. Después de todo, no era más que una actuación, me recordé a mi misma con severidad —¿Qué te trae a la corte de Lothar? —preguntó Arleia. Salí de mi túnica de cuero y estiré mi cuello antes de contestar. —He estado visitando al rey Kaltor y estoy preocupada por lo que he oído. Estoy segura de que todo es un malentendido, pero pensé en dejarme caer de visita para comprobarlo. Además, siempre encontré la estancia dentro de los muros del rey Lothar... lúdica —Di un paseo a la piscina, sonriendo mientras las cálidas aguas envolvieron mis pies. El agua estaba deliciosa. —Quítate la ropa, saca el jabón y ven aquí —le ordené. Si Gabrielle estaba prestando tanta atención como esperaba, entendería que era una invitación a bañarse. Observé con una extraña sensación de orgullo como mi amiga se desnudaba. Arleia, Frena y la otra mujer miraban a Gabrielle con admiración por sus formas musculosas cuando aparecieron de debajo de la ropa. Se volvió hacia su bolso y vi, que cuando ella cogió el jabón, discretamente se puso las argollas para los pezones falsas. Gabrielle estaba prestando atención a todos los detalles. Se volvió y se dirigió hacia mí, haciendo una pausa en la piscina. No traté de ocultar mi sonrisa, Gabrielle estaba clavando todos los detalles. —¿No hay objeciones? —pregunté mirando al agua. Como esperaba, no había ninguna. —Adelante —dijo Arleia— Arleia—, se ve bastante saludable. Una bonita pieza de artesanía. Asentí mientras Gabrielle se acercaba a mí, su mirada se estabilizó en mi clavícula. Podía ver mis instrucciones faciales, pero no hacer contacto visual. Miriam debió ser bastante detallada en su formación. Gabrielle se movió detrás de mí, y en segundos sentí sus manos untadas en jabón moviéndose a través de mi espalda. Ahora el desafío iba a ser aparentar que no disfrutaba de esto en exceso. Fingí una expresión de aburrimiento mientras que trataba de mudarme a aguas menos profundas, dándole a entender a Gabrielle que tenía que lavarme el pelo. Con sus manos P
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fuertes y seguras me masajeó el cuero cabelludo y el cuello. Hice una nota mental para devolverle el favor en algún momento. —Muy buen comportamiento —Frena comentó— comentó—, mucho menos enérgica que la tuya, Arleia. —Me gusta la mía luchadora, Frena. Son mejores en la cama —Arleia replicó, con algo de molestia flotando en su voz. —No parece que Xena tenga quejas, y la de ella es tranquila como un cordero — Frena presionó feliz de poder contradecir a su amiga. —Hay un tiempo y un lugar para las luchas —le dije mientras me lavaba el pelo —. Me tomó un tiempo domar a Gabrielle, pero ya lo hice hace tiempo. No tengo quejas. —Gabrielle, qué nombre tan bonito —Frena arrulló. —Gracias, me gusta como suena —le contesté con una sonrisa, feliz finalmente por poder decir algo cierto. —Es curioso —bromeó la tercera mujer, que finalmente recordé que se llamaba Ione— Ione—nunca tuviste esclavas antes. Pero las visitas aquí tienden a contagiar a la gente. Tal vez se la prestes a Arleia para que vea lo buena que es. —Tal vez —estuve de acuerdo, mirando a Ione. Como recordé, era otra que me deseaba desde tiempo atrás, pero en su caso, ella ni si quiera se lo admitía a sí misma. Tal vez había descubierto lo que realmente deseaba su corazón en estos últimos cinco años— años —, ¿Estás segura de que no quieres probarla tú misma, Ione? — pregunté juguetonamente. Arleia y Frena compartieron una risa ante el comentario. —No, Xena —Ione respondió con una sonrisa— sonrisa —, Arleia es la única de nosotras que comparte tu apetito por las esclavas femeninas. Como ves, no tenemos la oportunidad de tener a los hombres todo el día a nuestro alrededor, así que para nosotras es toda una novedad. n ovedad. —Además —Frena añadió— añadió—, hay algunas cosas que los hombres pueden hacer que las mujeres no pueden. —Esa no ha sido mi experiencia —repliqué. Aunque yo sabía que Frena nunca había estado ni remotamente interesada en tener sexo con una mujer, pero había tenido esperanzas de que Ione pudiera unirse a Arleia en algún descubrimiento audaz —. A menos que por supuesto estés tratando de quedar embarazada —Añadí con una P
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sonrisa. Me moví unos pasos para unirme al trío e inconscientemente echar un vistazo hacia atrás, a mi amiga— amiga —. A asearse, Gabrielle —añadí haciendo que mi mirada pareciera intencionada. Me senté en una de las escaleras y observé con las demás cómo Gabrielle G abrielle se bañaba. Esta fue una oportunidad única para que mis ojos disfrutaran sin causar sospechas incómodas. Estaba empezando a darme cuenta de cuántas fantasías me gustaría ser capaz de disfrutar aquí, supuestamente por el bien de las apariencias. Independientemente de las preferencias de Frena por los hombres, la vista del cuerpo desnudo de Gabrielle estaba teniendo algunos efectos. Murmuró algo a su esclavo, que se hundió bajo las aguas para prestarle servicio. Arleia, Ione y yo continuamos hablando sobre cosas intrascendentes en su mayoría, mientras Frena disfrutaba de las atenciones de su esclavo. Poco había cambiado en el reino de Lothar. No parecían dispuestas a hablar de Kaltor, el cual me habían dicho que se había hecho valiente haciendo incursiones en las tierras de sus vecinos y que éstos estaban preocupados. Varios minutos más tarde Frena llegó a su pico de placer, para gran vergüenza de mi bardo, estaba segura. Decidí que la distracción sería la mejor política a seguir, asentí a Gabrielle para que se sentase en el borde de la piscina. Incliné la espalda y le hice un gesto con los hombros solicitando un masaje. —¿Los hombros, princesa? —Preguntó en un tono demasiado encantador para su propio bien. Asentí mientras casualmente miraba a mis compañeras. —Por ahora —le contesté. Arleia miró a Gabrielle, al igual que su esclava. Al parecer, no oyó el sarcasmo en la voz de la bardo; Ione era ajena, y Frena estaba disfrutando afortunadamente de su orgasmo. Parecía que mi bardo había h abía tenido mucha suerte una vez más. No iba a ser necesario que la disciplinara delante de estas mujeres. m ujeres. Mi molestia por Gabrielle no duró mucho. Mi cuerpo estaba vibrando, respondiendo fuertemente al contacto con ella. Había pasado mucho tiempo desde que me había dado un masaje. La última vez que le había devuelto el favor, había estado a punto de convertirlo en mucho más. Era todo lo que podía hacer para frenar las ansias de mis dedos inquisitivos por conocer por sí mismos mucho mejor el cuerpo de Gabrielle. Sabía que ella había salido perdiendo, pero ya no confiaba en mis manos. La voz de Ione interrumpió mis pensamientos, y yen silencio me maldije por no prestar más atención a lo que pasaba a mi alrededor. P
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—Arleia, tu esclava procede del rey Lothar, ¿no? —preguntó Ione. —Sí, fue un regalo. ¿Por qué? —Arleia respondió. —Bueno, parece preferir el puesto de la esclava de Xena. ¿Tal vez tenía la esperanza de ser prestada a la Princesa Guerrera para la noche? —dijo Ione, y ella y Frena compartieron una carcajada. Los ojos de Arleia se estrecharon mientras Ione continuaba— continuaba—. Estoy segura de que ha oído historias de otras esclavas. Incluso he pillado a la mía hablando del tema más de una vez. Imágenes de Miriam brillaron en mi mente otra vez, nuestros cuerpos resbaladizos por el sudor, el gemido de la liberación, ella rogando por más. No me sorprendió que hubiesen hablado de mí. Les había dominado, después de todo. Habían pasado muchos esclavos por mí, hombres y mujeres, todos prestados o ganados, por alguna razón u otra, y cada uno, de alguna manera cambiados por nuestro encuentro. Recordé vagamente un fin de semana de trabajo fuera del fragor de la batalla. Había agotado a cuatro hombres juntos, entonces requerí los servicios de tres mujeres para finalmente deshacerme de la rabia en mi sangre. —No creo que ese sea el caso, Ione —Arleia contrarrestado— contrarrestado —. Es muy nerviosa, lo admito. Pero así ha sido criada. Pertenece a un pueblo que recela de la debilidad, los hace enojar. Me molestó el comentario. Gabrielle era cualquier cosa menos débil, y yo casi había tenido suficiente de Arleia y su ego. —¿Estás llamando débil a mi esclava, Arleia? —le pregunté peligrosamente. Arleia sonrió condescendiente. —Bueno, es un poco bajita. No se ha dicho nada acerca de su entrenamiento, querida, estoy segura de que es muy adecuado para sus... deberes. Oh, esto iba a ser bueno, pensé. —Levántate —le dije a Gabrielle, dándole un codazo. Me puse de pie, sonriendo, cuando me di cuenta de que todos los ojos estaban clavados en mí, de esclavos y propietarios por igual. Incluso Gabrielle estaba mirando mi cuerpo desnudo con atención. Esto último significaba más que las miradas apreciativas de todos los demás juntos. Agarró una toalla y comenzó a secarme con ella. Dioses, debí sentirme al menos un poco culpable por tal placer, pero no era así. P
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—¿Tal vez te gustaría una demostración de las capacidades de esta esclava bajita? —le pregunté arqueando una ceja a Arleia. —Muy bien —Arleia estuvo de acuerdo— acuerdo —. ¿Qué tienes en mente? Miré a mi alrededor durante un minuto hasta que mis ojos se posaron en un par de fregonas, lo más parecido a una vara aquí y algo que sabía que Gabrielle podría manejar sin ningún problema. Arleia estaba a punto de recibir una lección de humildad. —Vamos a ver si la tuya puede derribar a la mía —le ofrecí, mientras arrojaba una fregona a la esclava de Arleia y otra a Gabrielle. Arleia se encogió de hombros. —No es muy deportivo, pero muy bien —Miró a su esclava— esclava —. Derríbala, pero no le hagas ningún daño permanente. Gabrielle me miró, sus ojos verdes ardieron sobre los míos. —Defiéndete —le ordené a mi bardo— bardo —, y tírala a la piscina —Podía leer algo en la expresión de Gabrielle, pero no tenía tiempo, no me podía permitir el lujo de encargarme de eso en ese instante. Sólo podía esperar que Gabrielle tomara la pelea en serio y evitara grandes errores. Feliz por la nueva diversión, Frena e Ione hicieron apuestas. Ione era inteligente y apostó por Gabrielle; Frena eligió la lealtad y apostó por una causa perdida. La esclava de Arleia se acercó a Gabrielle, con valentía mostrando la fregona mientras se movía. Sonreí, ya que había mostrado a Gabrielle su nivel de habilidad con el arma, que era bueno, pero no tan bueno como el de la bardo. Se lanzó sin problemas y sin previo aviso, pero Gabrielle esquivó fácilmente el envite. Predecible para mi bardo, se fue para las piernas a continuación, pero la esclava de Arleia era ágil y con un salto decente casi le quitó la fregona a Gabrielle. Una ligera arruga en la frente de mi bardo me dijo que había aprendido la lección y quería que ésta terminara. Cuando la esclava atacó de nuevo, Gabrielle la esquivó sin problemas y asestó varios golpes sin problemas. Ella y la fregona se movían como si fueran una, y podía sentir mi deseo por ella intensificándose mientras su cuerpo se movía con tanta poesía. Después de golpear a la esclava de Arleia en las rodillas, estuvo lista para el arranque de ira. La empujó hacia la piscina, algo sencillo para planificar su siguiente movimiento y ganar. El abdomen de Gabrielle se apretó con fuerza balanceándose hacia atrás, consiguiendo finalmente su objetivo, que la esclava cayera al agua, y pude sentir cómo la boca se me hacía agua al verlo. P
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Después de poner las fregonas en su sitio, regresó a mi lado, no realmente agitada pero sí jadeando ligeramente. Sus ojos me dijeron algo más: que estaba enfadada conmigo. —Bien hecho, Gabrielle —dije con mi voz ronca por la necesidad. Ella bajó la mirada. Incapaz de detenerme, extendí la mano y le acaricié con el dorso la mejilla. Sonreí de nuevo cuando vi que retenía el aliento en sus pulmones. Lo supiera ella o no, Gabrielle había respondido a mi contacto. —Es evidente que hay más en la chica de lo que se ve a simple vista —dijo Ione felizmente. Yo estaba feliz, pero pensé que Arleia no había aprendido tanto de la lección de humildad como deseaba. —Oh, ¿no lo mencioné? —le pregunté— pregunté—, es Amazona. —¡Qué! —Arleia explotó. Por el rabillo del ojo vi la furiosa mirada de Gabrielle. Ni siquiera estaba tratando de ocultarlo ahora. Mi bardo acababa de decidir que había ido demasiado lejos. Bajé los ojos a los de ella. Disfruté de una batalla de voluntades, la victoria era más dulce después de una batalla bien luchada. Quizás Gabrielle había decidido que no quería comprometerse. La idea de conquistarla empezaba a llevarse a cabo con una gran cantidad de apelación. —No es exactamente una, por supuesto —le expliqué sin mirar en ningún momento a los profundos ojos verdes de Gabrielle. Arqueé una ceja, pidiendo silencio si no quería retarme, que me encantaría probarme a mí misma con ella. No vi miedo en ella, sino que era una batalla que sabía que iba a perder. Mientras se agachaba para recoger mi ropa y vestirme, volví mi atención a las demás —. Fue enviada a Potedaia a causa de un defecto de nacimiento. Tenía seis dedos en un pie, pero me encargué de eso. Todavía con un poco de entrenamiento, mantiene esos instintos de dar patadas. Después de todo, la conquista es más dulce después de una batalla decente. Gabrielle apretó con fuerza el cordón de mi túnica de cuero. Todavía estaba enojada. No importaba. Decidí que cualquier contacto que tuviera con mi cuerpo era agradable. —Interesante —Arleia admitió, tratando de conseguir algo más de su derrota —. Todo el mundo sabe que las amazonas no viven mucho tiempo en cautiverio. Estoy segura de que has tenido ofertas para venderla. P
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—Unas pocas —estuve de acuerdo— acuerdo —. Pero no está a la venta en estos momentos —Gabrielle tiró de mi cordón de nuevo y decidí que ya era suficiente. Me reí y extendí la mano para tocarle el pezón. Miré fijamente a los ojos de Gabrielle mientras lo pellizqué ligeramente con el pulgar y el índice. Ella se quedó sin aliento por la sorpresa, pero su cuerpo me dijo más. Sus pupilas se dilataron y su carne se puso instantáneamente dura en mi mano. Mi mejor amiga se encendió por mi toque. Si jugaba mis cartas correctamente, esta podría ser la mejor misión de misericordia que hubiese podido esperar —. Vístete —le ordené arrancando mis ojos de las piscinas aterrorizadas de verde.
Entrando en el comedor de Lothar, rápidamente tomé nota de los guardias, sus armas y sus posiciones. Con aire ausente me preguntaba cómo el pervertido había logrado mantener su reino. Todo, hasta el último guardia, era exactamente como había sido hacía cinco años. El hombre era un animal de costumbres. No me sorprendería si había dispuesto para mí, dormir en exactamente las mismas habitaciones que había usado siempre. Había un asiento vacío al lado de su trono; me dirigí hacia la derecha, estuviera reservado para mí o no. —Ha pasado demasiado tiempo, Xena —dijo Lothar como saludo cuando tomé mi lugar. Siguiendo el ejemplo de los otros esclavos, Gabrielle se arrodilló a mi lado. —Sí —estuve de acuerdo— acuerdo —. Siento tener que visitarte en estas circunstancias inquietantes. Le di el crédito. Él tuvo la decencia de tratar de parecer sorprendido. —¿Qué circunstancias podrían ser esas? —preguntó mientras acariciaba el pecho de su siervo semidesnudo que llenaba su copa de vino. Como siempre Hedge se sentó a su lado, la cabeza apoyada en el muslo del Rey. —Estás poniendo a Kaltor nervioso, Majestad —dije saboreando el vino— vino —. Kaltor es un amigo, y no me gusta cuando mis amigos se ponen nerviosos. —Bueno, ¿espero que no estés aquí para derrocarme? —preguntó en tono de broma. —Oh, no —le contesté— contesté —. Si así fuera, estaría sentada en esa silla —comenté con un movimiento de cabeza señalando a su trono —. Pensé que podríamos tratar de hablar primero —Lothar era un tonto si creía que iba a engañarme. P
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—¿Debo realmente creer que tu ejército está preparado para atacar? —preguntó tratando de parecer indiferente. Me encogí de hombros. —El Señor Malcom pensaba que yo iba de farol y mira dónde acabó. Lo que me recuerda que era más o menos de su tamaño. ¿Interesado en la compra de su vestuario? Malcom no va a necesitarlo más —Eso hizo que la frente de Lothar se llenara de gotas de sudor y se riera nerviosamente. Estaba dispuesto a jugar con cualquier tipo de vida salvo la suya. Y como yo había esperado, él todavía estaba completamente aislado del mundo exterior. El Señor Malcom murió bien, se ahogó con un pedazo de cartílago. —Vamos, vamos, Xena —Lothar reprendió cuando se secó la frente ahora sudada con la servilleta— servilleta —, podemos hablar de negocios después de la cena —Buscando una conversación más cómoda, recorrió con sus ojos hambrientos a la arrodillada Gabrielle —Estoy impresionado Xena, veo que has aprendido una cosa o dos en tus visitas aquí —Tomé otro sorbo de vino para evitar reírme en su cara. Mi conocimiento de las mujeres era varios años anterior a mis visitas a su reino. Cuando su sierva de vino de regreso, habló con dureza a Gabrielle —. Tú, escolta a la propiedad de Xena a las cocinas. Gabrielle me miró, con incertidumbre, clara solo a mis ojos. —Ve —dije esperando que pudiera oír la dulzura en mi voz que mi expresión no podía permitirse. —Supongo que no deseas apostarla a los dados —el rey dijo cuando Gabrielle nos dejó. Me uní a él en la observación de su forma de retirarse, fuertes piernas, elegantes en sus movimientos. —¿Tienes algo que ofrecer que pudiese compararse? —le pregunté, sabiendo en mi corazón que la respuesta era no. —Tal vez —dijo pensativo mientras regresaba a su comida. Momentos más tarde Gabrielle regresó de la cocina con una copa de vino para mí. Lo probé y me quedé impresionada con su selección: fuerte, pero con un sabor sorprendentemente suave. Una vez que tuve mi vino, ella se retiró a la cocina de nuevo y distraídamente consideré que, aunque Gabrielle nunca había sido realmente una esclava, habría pagado el rescate de un rey por tenerla.
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Volví a mi pequeña charla con Lothar. Hice un comentario sobre las batallas que no había luchado recientemente, victorias que no había celebrado, y muchas otras mentiras. Él se las tragó. Cuanto más sórdidas, más le gustaban. Algunos otros invitados escucharon con atención, también deleitándose con el engaño. A medida que la noche avanzaba me sentía más y más como la señora de la guerra que estaba fingiendo ser, la señora de la guerra que una vez fui. Gabrielle llegó con el faisán asado, preparando el plato delante de mí y arrodillada con gracia. Una vez que me disponía a comer, consideré mis opciones. Podía alimentar a Gabrielle en un plato, lo que parecía suave, podía lanzarle la comida al suelo, lo que sería poco amable, o podía ser completamente auto-indulgente y alimentarla de mi mano. Elegí la última. Desde el primer bocado sabía lo que me esperaba y ella no me defraudó. Mi corazón latía más rápido cuando los labios de Gabrielle rozaban por un tiempo mis dedos una y otra vez. Busqué algo para apagar el fuego de mi lujuria, bebía constantemente. Tal vez, consideré beber lo suficiente para que no se me pasara hasta que la noche hubiese terminado y así evitar cometer un gran error con mi mejor amiga. Compartí mi vino con Gabrielle, con cuidado de no dejar que bebiese en exceso. Necesitaba su ingenio con ella, aunque el papel que estaba jugando actualmente era esencialmente de estúpida. Mientras sostenía la copa para que ella bebiera, pequeñas cantidades de vino corrieron por su barbilla y su cuello, para ir a descansar entre sus suaves pechos. Nunca habría un recipiente más elegante para la sangre de las uvas, y ansiaba degustar su dulzura del cuerpo de Gabrielle. Lothar y yo continuamos hablando, aunque a decir verdad, no tengo ni idea de lo que me dijo. Mi cara estaba puesta en él, asintiendo y comentando sus palabras, pero mi atención y toda mi conciencia estaban puestas sólidamente en la mujer a mi lado. Me permití muchas indulgencias durante esa comida. Libremente tocaba su pelo sedoso, deleitándome en la suave textura contra mis dedos. Le acaricié la espalda, sintiendo sus músculos tensarse y relajarse contra mi mano. Presté atención a su respiración, observando que al aumentar el contacto de mis dedos con sus labios, se volvía más superficial. Eso, junto con caricias frecuentes, la hacían casi jadear. Estaba realmente comenzando a preguntarme sobre el efecto que claramente parecía estar teniendo sobre ella. Cada vez era más posible que el deseo que ardía en mí, también lo hiciera en mi amiga. Cuando los nobles terminaron sus comidas, la siguiente fase de la noche comenzó. Uno a uno, los esclavos se colocaron al servicio de sus dueños en infinidad de maneras íntimas. Gabrielle había sido advertida y su educación estaba a punto de comenzar. P
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—¿El postre, princesa? —preguntó ella, su voz rayaba lo sensual. Me aseguré de que me viera mirar alrededor de la sala, señalando con los ojos a lo que estaba pasando. Creo que pensó que era una broma ya que mis ojos la desafiaron. ¿Estaba lista para ir al siguiente nivel?
—Algo de comer, por ahora —dije haciéndole saber que su indulto íntimo era temporal. Me reí para mis adentros mientras casi corrió hacia la cocina. Volvió con uno de mis favoritos, fresas bañadas en chocolate. Cuando comenzó a ponerse de rodillas, la detuve. —Ponte detrás de mí —le dije con suavidad— suavidad —. Sírveme. Gabrielle tomó su posición, y me eché hacia atrás deleitándome con su calidez. Cogió una fresa, proporcionándome una longitud elegante del brazo para tocar. Saqué mi dedo lentamente por la parte externa de su brazo mientras mordía en la fresa. Cuando di mi segundo bocado, me aseguré de que mis labios rozaran sus dedos. Sonreí en mi interior al notar el estremecimiento que recorrió todo su cuerpo. Se había sentido bien y no pudo evitar responder. Casi me había olvidado de Lothar, por lo mucho que estaba disfrutando del postre, cuando el hijo de puta hizo una llamada al entretenimiento. Un par de propietarios ofrecieron voluntariamente a sus esclavos y el show comenzó. La mesa de enlace fue traída a la zona interior de la plaza hecha por el espacio que dejaban las mesas del comedor. Un hombre fue atado a ella y otro hombre jugaba con él. En realidad no me interesaba el espectáculo que tenía delante de mí. Vi a Gabrielle en la periferia de mi visión. Sólo tenía que girarme ligeramente para obtener una visión sin ser vista de ella. Sus ojos estaban clavados en la escena de la dominación y la sumisión que tenía lugar ante ella. Su expresión estaba lejos de ser horror. De hecho, parecía bastante interesada. Cuando la vi inconscientemente humedecerse los labios con la lengua, sonreí. No sólo estaba recibiendo educación, mi bardo aprendía rápido. Tan absorta estaba en el show que se olvidó de darme otra fresa. No me importó, ya que me dio la oportunidad de simplemente disfrutar del chocolate en la punta de sus dedos. El contacto de mi lengua rodeando su carne, hizo que volviese su atención de nuevo a mí. Continué mi asalto lentamente, manteniendo su atención donde yo quería. Desafortunadamente Lothar también me había dado su completa atención.
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—Tal vez ofrecerás la suya para un poco de entretenimiento esta noche —preguntó esperanzado. Sostuve la mano de Gabrielle constante mientras lo miraba a él, luego saqué deliberadamente sus dedos de mi boca, atrayéndolos nuevamente para volverlos a sacar varias veces mientras lo chupaba. Ahora no estaba escondiendo su respuesta física. —No —le respondí cuando finalmente le solté la mano, para su decepción. —Oh, vamos, Xena. Tú nunca has sido tímida con esto —Lothar desafió. —No soy tímida —repliqué con una sonrisa— sonrisa —, simplemente glotona. No cabe duda de que llamé la atención de Gabrielle. Rápidamente recogió mis platos y se dirigió a la cocina. Ahora estaba segura, Gabrielle había disfrutado de lo que estaba haciendo, tanto que se asustó. —Venga, Xena —continuó Lothar— Lothar —. Me pides demasiado. ¿Esperas que simplemente deje a Kaltor y sin embargo no eres capaz de entretenerme o proporcionarme entretenimiento a través de tu esclava? Así que ese era su precio, me di cuenta. —¿Yo te entretengo —le dije con cuidado— cuidado — y te vas de las tierras de Kaltor para siempre? Él se echó a reír. —Oh, vamos, Xena. ¿De verdad crees que eres tan entretenida? Tal vez tú y tu esclava, pero eso está por ver... Hice el ademán de considerar sus palabras. —Tal vez —dije finalmente. Algo no estaba bien. Gabrielle había estado visitándome cada poco tiempo cada vez que iba a la cocina durante toda la noche. Ya debería haber vuelto. Miré hacia la entrada de la cocina y vi a varios esclavos salir corriendo en pánico. Algo estaba mal. —¿Qué está pasando en las cocinas? —gruñí a Lothar cuando me levanté de la mesa, tirando mi servilleta en el proceso. Los dos llegamos a la puerta a tiempo para oír a Arleia burlándose de mi mejor amiga. P
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—Puedes pertenecer a Xena —dijo con una sonrisa burlona— burlona —, pero no eres diferente de cualquier otra esclava. —No estoy de acuerdo con eso —gruñí desde mi punto de vista en la puerta, loca como el Tártaro por la escena. Gabrielle estaba atada a la viga de soporte en la cocina, con los brazos atados por encima de la cabeza, las piernas atadas al suelo, su abdomen musculoso cubierto por varias marcas de látigo desagradables. Estaba sangrando. —¿Qué está pasando aquí? —Lothar exigió detrás de mí. —Esta escoria atacó a mi esclava, Su Majestad —contestó Arleia con bravuconadas— bravuconadas—. Yo estaba reprendiéndola. En un instante, estuve al otro lado de la cocina, por encima de aquella perra, tirando del látigo de su débil mano. —¿Así que tú le hiciste sangre? —Exigí inspeccionando las lesiones de Gabrielle. —No me di cuenta de que su piel fuera tan fina —Arleia ofreció sin convicción, todavía tratando de burlarse de mí. Centrando mi atención primero en las cosas importantes, me estiré y desenganché las muñecas de Gabrielle de la cadena que las unía. Tan suavemente como pude bajé cada uno de sus brazos a su lado, con ganas de acariciar la carne dolorida con mis labios. Ofreciéndole todo el consuelo que pude, miré a la cara de Gabrielle unos segundos antes de liberar sus pies. Asegurándome de que estaba esencialmente bien, volví mi atención e ira a donde estaba Arleia. —Su piel es fina porque nunca había sido tocada por un látigo antes —dije peligrosamente —Tú cogiste a mi Amazona, le hiciste cicatrices y la azotaste hasta que sangró. En ese momento, Gabrielle se inclinó hacia delante, apoyando la cabeza en mi pecho. En ese momento casi perdí toda pretensión de actuar como una señora de la guerra. Con cada fibra de mi ser, luché contra el deseo de abrazarla entre mis brazos. Casi no escuché la admisión de Arleia. —Fue un accidente. —Xena, realmente siento el deplorable comportamiento de uno de mis súbditos — dijo el rey Lothar en un tono tranquilizador —. Tienes derecho a la retribución que sientas que mereces. P
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Por mucho que lo odiara, moví suavemente a Gabrielle lejos de mí. Ahora tenía el incentivo que necesitaba. Lothar conseguiría su entretenimiento, Kaltor obtendría su reino y tal vez, sólo tal vez, Gabrielle se salvaría de sufrir alguna desilusión más. Miré a Arleia, luego a su esclava. —Dañaste mi propiedad, voy a dañar la tuya —le dije razonablemente— razonablemente —. Diles que la aten a la mesa —Hice una señal a varios esclavos para llevar a cabo mi demanda— demanda—. Tráeme el látigo, ¡ahora! —Xena, estoy bien —susurró Gabrielle. Yo estaba poniendo el bálsamo curativo sobre su torso sangrante. Formaría una barrera protectora si secaba sin ser cubierto. Estaría a salvo de las infecciones y ayudaría a cicatrizar. —¿Ah, sí? —le dije mostrándole la sangre en mis dedos. —Por favor, no le hagas daño a la esclava —susurró ella, mirando hacia la puerta. Como una señora de la guerra firmemente plantada, me armé de valor para lo que estaba a punto de hacer. —Oh, no voy a hacerle daño, Gabrielle —le aseguré a mi amiga— amiga —. Voy a arruinarla —Con una mirada le prohibí que fuera más lejos en sus comentarios y me dirigí de nuevo a la sala del gran salón. Gabrielle me siguió. Sostuve mi silla para que se sentara y ella obedeció. La esclava de Arleia estaba en posición, por lo que antes de tomarme mi venganza, eché una mirada más a los verdugones de Gabrielle para asegurarme de que estaban completamente cubiertos. —¿Cuál es tu nombre, esclava? —exigí rodeando a la mujer atada a la mesa baja. No era de extrañar que no respondiera —. Ya veo —continué paseando mi dedo por el brazo izquierdo de la mujer. Dejándola pensar en la caricia que acababa de recibir, me detuve para quitarme la espada y el chakram. Después de depositarlos en la mesa del comedor, me quité la capa. Gabrielle me miró con los ojos muy abiertos. Con una leve sonrisa me alejé de mi amiga de vuelta a la esclava —. ¿No tienes ganas de hablar? —le pregunté— pregunté—. No importa. No son tus habilidades para conversar lo que me interesan. —Podrías llamarla Gabrielle —Frena sugirió desde una mesa auxiliar.
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Oh, eso era una idea. Miré a Frena, a la esclava, y finalmente a Gabrielle. Durante meses había querido decir ese nombre apasionadamente. Ahora parecía que tendría mi oportunidad. —Sí, sí, podría. Muy bien, entonces, Gabrielle —dije mirando lentamente a mi bardo cuando lo dije. Ella temblaba visiblemente, tal vez esta pequeña representación significara algo para ella también —. Tu dueña arruinó mi propiedad —continué— continué—. Así que voy a arruinar la suya. ¿Sabes cómo pienso hacer eso? —le pregunté, recorriendo lentamente con mis manos el cuerpo de la mujer —. Estoy a punto de hacer que nunca mires a tu propietaria, o a cualquier otra persona, de la misma forma. Cuando Arleia demande tus servicios en la noche, desearás que sea yo. Cada contacto que sientas, cada sensación que experimentes, desearas que sea yo. Cuando la mires, será mi cara la que veas en tu mente, y ella no va a poder hacer nada al respecto. Los ojos de la esclava se agrandaron cuando se dio cuenta de que las historias que había oído sobre mí, eran ciertas. Yo era una buena amante por la misma razón que era una señora de la guerra invencible: prestaba atención, atención a un millar de pequeños detalles que la mayoría de las personas encontraban insignificantes. Eso, y que había practicado mucho. Casualmente quité la ropa de la esclava. Me di cuenta de que sus brazos eran más sensibles que sus piernas, y su clavícula era especialmente sensible. Le pedí que me mirara para presenciar el poder, eso sería someterla, pero ella volvió la cabeza, decidió luchar. Un tirón de la cadena que unía las argollas de los pezones y tuve toda su atención. Lista para terminar con esto, me incliné hacia delante, capturando sus luchadores labios. Trató de apartarse, pero no era lo suficientemente fuerte. Jugueteé con su labio inferior antes de forzar la entrada en su boca. Con una mano sujetando la parte de atrás de su cuello y la otra acariciando su clavícula mientras mi lengua se movía dentro de su boca, ella dejó de luchar. Bueno, había dejado de luchar contra mí en cualquier caso. Pero no me estaba rogando y, en pocas palabras, yo quería que eso. Seguí asaltando su boca, su cara y su cuello con besos, arrastrando la lengua a donde era más sensible, pellizcando en lugares con mis dientes, donde no estaba tan sensible. Gimió cuando saqué mi mano por el costado de su pecho, y parecía que estaba lista. Probé su centro con mis dedos, descubriendo que estaba más húmeda de lo que imaginaba im aginaba que estaría. —Ya estás lista, ¿no es así, Gabrielle? —le pregunté deslizando el dedo mojado en mi boca— boca—. Es una lástima que yo no lo esté —me burlé cuando la toqué de nuevo — . ¿Tal vez te gustaría… gustaría … animarme? animarme? P
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Las caderas de la esclava se sacudieron mientras jadeaba. —Sí, por favor. —Lo siento —le dije en beneficio del resto de oyentes de la habitación —. No te he entendido. —Por favor —dijo claramente— claramente —, termínalo. Soy tuya. —¿En serio? —le pregunté en voz alta— alta —. Pensé que eras de Arleia. —Por favor —me rogó de nuevo. Di un paseo alrededor de la mesa de nuevo. Eché un vistazo a Lothar y vi que él estaba más que disfrutando de su pequeño entretenimiento. Arleia parecía que quisiera desaparecer, y Gabrielle parecía como si quisiera huir y unirse al mismo tiempo. Tenía las mejillas encendidas y los ojos muy abiertos. Quise terminar con un poco de juego, así que seleccioné un falo de cuero de la canasta que había debajo de la mesa. Después de atármelo con las correas, me incliné hacia la mujer que se retorcía y presioné sus caderas hacia abajo. Yo era la que mandaba y dejé ese hecho dolorosamente claro. Empujando sólo un poco cada vez, prolongué mi entrada, un hecho que la volvió tan loca como sospechaba que lo haría. Cuando retiré el falo, ella gimió con desesperación. —Te gusta, ¿verdad, Gabrielle? —pregunté imaginando que era mi bardo la que se retorcía bajo mis manos. —¡Sí! —jadeó. —¿Quieres más? —exigí. —Dioses, sí, por favor —jadeó ella de nuevo. Presioné hacia adelante, más suavemente esta vez, pero rápido, hasta construir un ritmo que se hizo urgente y necesario. Entonces reduje la intensidad deliberadamente, volviéndola frenética con la decepción. Cansada y aburrida de esta conquista, ya era hora de acabar con ella. Me incliné, tomando la argolla del pezón de la esclava en mi boca, y la sujeté con mis labios mientras mis muslos empujaron con fuerza hacia adelante. La esclava gritó, y luego sollozó incontrolablemente mientras salía de su cuerpo y me levantaba. Me quité las correas, dejando caer el falo de nuevo en la canasta, y di la espalda con indiferencia a la mujer atada. Con una significativa mirada a Gabrielle, cogí mi vino y bebí. a
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—Eso fue exquisito —dijo Lothar con una sonrisa. P
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—Creí que íbamos a hablar sobre los territorios de Kaltor —le dije mientras me puse mi capa y las armas de nuevo. —Por supuesto, por supuesto —dijo Lothar apresuradamente— apresuradamente —. Quédate esta noche, tu habitación de siempre está lista y voy a tener un nuevo tratado elaborado por la mañana. Una cosa se puede decir de ti, Xena, cumples lo que dices. Creo que has arruinado a Gabrielle para alguien más. Sonreí, aunque realmente no me preocupaba por Arleia o su esclava. Aun así, era necesaria una advertencia por lo que había ocurrido. —La próxima persona que ponga una mano, látigo o cualquier otra cosa en mi propiedad, muere —prometí a la audiencia en general —. Ahora, si me disculpa, Su Majestad —continué volviendo mi atención a Lothar una vez más —, me gustaría retirarme por esta noche. —Pero Xena —me suplicó— suplicó—. La noche sólo acaba de empezar. —Sí, bueno, si no estuviera obligada a hacer algunas curas a mi propiedad quizá me quedaría. De todas formas, ya he tenido suficiente —La excusa era plausible. Mi sangre hervía de rabia, poder y lujuria. Lo que estaba claro para mí era que si seguía otros cinco minutos más en este entorno, tendría a la verdadera Gabrielle atada a una mesa, con verdugones de látigo o sin ellos. Asentí con la cabeza para que ella se levantara pero inmediatamente me sentí horrible cuando vi su mueca de dolor. El bálsamo se había endurecido, y sus movimientos tuvieron efectos dolorosos en sus heridas. Pasando a su lado, la levanté suavemente en mis brazos. Obligándome a no suspirar por su cercanía con felicidad, me decidí a burlarme de Arleia en su lugar. —Si quedan cicatrices —le advertí —, voy a volver y ajustar cuentas contigo. Eso — continué señalando con la cabeza a su esclava —, fue por el insulto. Todavía no he comenzado a retribuirme por los daños. Me marché hasta las escaleras, lejos de la sala del gran salón. Por suerte, mi habitación estaba en el otro extremo del castillo, lejos de los ruidos de la juerga y el sexo. Ordené suministros a un esclavo cercano, mientras pateaba la puerta abierta para poder pasar. —Tráeme vino, bálsamo, agua y unas vendas. Mi habitación estaba justo como la recordaba. La cama era grande y cómoda, con sábanas exquisitas. Una cosa que había que reconocerle a Lothar, es que era el propietario de las camas más cómodas que había tenido el placer de disfrutar. P
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Suavemente deposité mi preciosa carga sobre la cama, atrapando el fresco aroma de su cabello al moverse. Dándole la espalda a mi amiga, me rencontré a mí misma con la habitación. Todo parecía estar en orden. Momentos más tarde el esclavo regresó. Cogí el vino para mí y puse el resto de las cosas en el aparador. Mientras me movía, me vi a mí misma en el espejo. Qué diferente debía de parecer a Gabrielle, vestida con mi antigua armadura, con las viejas pasiones corriendo a través de mis venas. Medio me dije que no era demasiado tarde, que podía terminar esta misión sin violar el cuerpo de mi mejor amiga. Unas cuantas jarras de vino eran todo lo que necesitaba, tal vez. O tal vez un golpe en la cabeza. Sin hacer nada me preguntaba si Gabrielle estaría decepcionada de dejar el reino de Lothar con sólo unos verdugones de látigo que mostrar de su terrible experiencia. —Xena —preguntó suavemente, su voz suave hizo crecer mi voraz necesidad. —Sí, Gabrielle —le contesté. No estaba dispuesta a mirarla, segura de que la necesidad que sentía se mostraría en mi cara como un faro, así que abrí el cajón de la cómoda. Eso fue un error, debería haber recordado que el primer cajón era para cuerdas y juguetes. —Xena, por favor. Mírame —insistió. Vacié mi vino, y luego me serví otra copa antes de darme la vuelta. Allí estaba ella, mi corazón, tendida en una cama suave ante mí. Sus piernas, torso, todo músculo flexible y carne. Vacié mi copa como una mujer que moría de sed. Finalmente mis ojos se posaron en su rostro y en el corazón algo se clavó dolorosamente. Estaba cerca, demasiado cerca, y mi resolución estaba empezando a debilitarse. Como si hubiera leído el hambre de mis pensamientos, se inclinó hacia delante y me tocó el brazo. Me alejé con la poca voluntad que me quedaba. —No me toques, Gabrielle. No en este momento —le advertí. —¿Qué pasa? —preguntó, mirándome fijamente. Tomé otro trago de mi copa de vino. —Podemos hablar de eso más tarde, cuando estamos bien lejos de aquí —le contesté. Tenía que pensar en algo que hacer —. Esas heridas se deben limpiar —le dije decidiéndome a mí misma que si me centraba en una parte de su cuerpo podía impedir que asolara todo. La decisión estaba tomada, me volví hacia la cómoda y P
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llené un recipiente con agua. Si le quitaba el ungüento apelmazado, le ponía nuevo y luego le envolvía sus heridas, tendría los beneficios del ungüento curativo sin el doloroso agrietamiento. —Tengo sed —anunció mientras preparaba un vendaje para quitar la vieja pomada. Le entregué mi copa, hipnotizada por su boca mientras ella bebía. Sus labios eran carnosos y acogedores. Dejé la copa en el suelo, me senté de nuevo, pero su cuerpo era una invitación. Apreté los dientes. Podía hacer esto, me aseguré a mí misma. Después de todo, era Gabrielle, mi mejor amiga. Un poco más de auto-control y estaría hecho. Tal vez incluso se durmiera, y me diera así la oportunidad de saciar mi deseo, ya fuera sola o con alguna otra esclava. Mi forma de actuar estaba decidida, apreté un poco el exceso de agua del empapado vendaje y toqué la carne de mi amiga. Ella me agarró del brazo en ese instante, sus fuertes dedos se clavaron en mi carne. Estuve peligrosamente cerca de perder en ese mismo momento el control. —Gabrielle, no estoy bromeando —le advertí a través de los dientes apretados —. No me toques. No es seguro. —Pero me duele —protestó. Dioses, ¿no veía lo cerca que estaba, el tipo de control que tenía que ejercer sobre mí misma?
—Te va a doler mucho más si sigues tocándome —murmuré para mí misma. Sus siguientes palabras me golpearon como un rayo. —Pues átame —susurró. La miré fijamente para asegurarme de que la había oído bien y que sabía exactamente lo que estaba sugiriendo. Ella se encogió de hombros una vez. —Tienes que limpiarlas, me duele, no puedo dejar de moverme, y no dejas que te toque. No había manera de que pudiera significar lo que pensaba, sin embargo, aquí me estaba invitando a tomarla. —Gabrielle —le advertí, dándole una salida final —. No sabes lo que estás… —Sé exactamente lo que estoy sugiriendo, Xena —dijo ella interrumpiéndome— interrumpiéndome —. Mi pregunta es… es … ¿qué vas a hacer al respecto? —Así que mi amiga había tomado su decisión. Me había escogido, una señora s eñora de la guerra. P
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Le di la espalda, preguntándome si podría de hecho llegar hasta el final. Una sonrisa surcó mi cara. Abrí el cajón del aparador y cogí un poco de cuerda. Decidí que podía. Volví mi atención a mi bardo y pronto amante. Medí un trozo de cuerda y procedí a atarle el tobillo al poste de la cama. c ama. —¿Qué... qué estás haciendo? —preguntó sonando asustada mientras le ataba el primer nudo. Si había sido un farol, iba a tener un duro despertar. —Te voy a dar lo que quieres, Gabrielle —respondí mientras trabajaba— trabajaba —, y lo que quiero. Después de todo, ha sido sugerencia tuya. —Xena, tengo miedo —las palabras susurradas llegaron a mis oídos mientras terminaba el amarre de la otra pierna. La miré, haciéndole disfrutar de la adrenalina que sabía estaría bombeando por sus venas. —Es lo que querías —le dije. Tomando mi tiempo mientras me movía hacia el otro lado de la cama, miré a Gabrielle por un momento antes de mirar fijamente su top. Tras un debate interno de un segundo, decidí no romperlo —. Quítatelo —le dije— dije—. No vas a necesitarlo. Las manos de Gabrielle temblaban mientras luchaba con los cordones, pero consiguió encogerse de hombros y me lo entregó. Oh, yo estaba disfrutando esto demasiado.
Me llevé la prenda a la cara e inhalé el aroma de la piel de mi bardo antes de tirarlo a un lado. Conseguí atar una de sus muñecas a la pata de la cama, pasando cuidadosamente la cuerda alrededor de su muñeca y su mano, así como a través de la argolla de unión. Una vez que el brazo estuvo asegurado, me pasé al otro lado de la cama y repetí el procedimiento. Cuando terminé, me dirigí de nuevo a la cómoda. Saqué mi espada y el chakram, poniéndolos en el tronco a los pies de la cama. Luego mi capa, seguida del resto de mi armadura. Al ver los ojos de Gabrielle estudiar cada uno de mis movimientos, me incliné ligeramente hacia delante cuando me quité las botas. Terminé con la eliminación de mis brazaletes hasta que estuve vestida sólo con mi túnica de cuero. Volviendo a la cama, me subí y monté sobre las caderas de Gabrielle. Ella abrió la boca, luego se relajó, al darse cuenta de que el ungüento duro en su abdomen la protegía del cuero de falda contra su piel. Cuando me incliné hacia delante para sujetarle el cuello al cabecero de la cama, se inclinó hacia mí. Suspiré mientras sentía su cara debajo de mis pechos. Esto iba a ser tan bueno. Paseé una lenta mano por su espalda desnuda, deteniéndola en su cuello, le até un trozo de P
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cuerda entre el anillo en el cuello y el de la cabecera de la cama, y luego se echó hacia atrás. Volviendo a la cómoda, cogí la taza y el vendaje una vez más. Me senté junto a ella y poco a poco, fui lavando cuidadosamente las ronchas. El ungüento convertido en costra se desprendió limpiamente y las ronchas se veían bien. Dudaba de que quedara alguna cicatriz. De hecho, sospechaba que la mayoría de los rastros de lo pasado se habrían ido en una semana. Cuando terminé de limpiar, cogí una generosa cantidad del ungüento curativo con los dedos y lo apliqué con cuidado en la sensible piel. Había analgésicos en la pomada, y confiaba en que en unos instantes Gabrielle no sentiría ninguna molestia. Tan pronto como terminé de aplicar el ungüento, envolví cuidadosamente un vendaje alrededor de su cintura. Eso lo mantendría húmedo. Estaba inspeccionando mi trabajo cuando Gabrielle susurró: —Xena, ¿qué vas a hacer? La miré y sonreí, pasando mis dedos por su mejilla. —Todo —fue mi susurrada contestación. Volviendo mi atención hacia el cuerpo de mi bardo, metí mis dedos por debajo de la cinturilla de su falda. Una vez que se la quité, dejé que mis manos vagasen, deleitándose en la sensación de la piel con la que tan a menudo había fantaseado. Sus pechos eran firmes pero suaves, con pezones que al instante se contrajeron a mi tacto. Se quedó sin aliento mientras yo jugaba con ella y esperaba ser capaz de extraer una serie de sonidos de placer de aquellos labios perfectos. »Eres tan hermosa, Gabrielle —dije en voz baja cerca de su oído— oído —. Traerte aquí ha sido un error. Te he deseado durante tanto tiempo. Sabía que contenerme aquí, sería casi imposible —Un poco sorprendida por mi propia admisión, respondió a la verdad de mis palabras, tal vez haciéndose eco de verdades conocidas sólo por su propio corazón— corazón—. Tus labios son tan suaves —continué, rozando mis dedos contra sus labios perfectos— perfectos —. Alimentarte esta noche fue maravilloso. —Pues bésame —susurró. En ese momento me di cuenta de quién tenía el control aquí. Yo era incapaz de hacer otra cosa que cumplir con cada uno de sus deseos. Me moví lentamente, sin querer que el momento pasara demasiado rápido. Levantó la mano para satisfacerse de mí, pero fue detenida por las restricciones. Cuando la espera terminó y mis labios rozaron los de ella, fue increíble. Sus labios eran suaves, acogedores y P
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muy sensibles. Los tomé tan lentamente como pude, guardando cada nueva sensación en mi memoria. Puse mis manos a ambos lados de su cara y cuello, soportando el peso para que ella no tuviera que luchar contra sus ataduras. Cuando mi lengua pidió permiso para ingresar en los cálidos confines de su boca, se movió contra mí de nuevo, dándome la bienvenida. Nunca antes un simple beso me había afectado tanto. Mi boca se hizo agua y mi corazón latía furiosamente ante la idea de que el cuerpo de mi bardo fuese tan sensible en todas partes. Continuamos besándonos, ambas disfrutando de esa perfección durante un largo rato. Con cada segundo que pasaba su confianza creció y en poco tiempo su lengua estaba en mis labios, exigiendo la entrada. El beso de Gabrielle era exquisito, satisfaciendo e intensificando mi necesidad al mismo tiempo. —Eres tan dulce —murmuré cuando rompí el aire. —Por favor, Xena, más —suplicó. —¿Qué es lo que deseas, Gabrielle? —le pregunté, incapaz de negarme— negarme —. Voy a hacer lo que quieras. Tragando saliva nerviosamente, me dijo el deseo de su corazón. —La esclava —susurró— susurró—. Lo que le hiciste a ella. Ella no me miró, así que atraje su rostro hacia el mío. Con los ojos le dije que tendría el deseo de su corazón. —Voy a hacer mucho más por ti que eso, mi amor —le dije. Me levanté de nuevo, me moví a una corta distancia de la cama, me encogí de hombros para quitarme el resto de prendas de vestir. Salí de mis cueros y observé que Gabrielle me miraba con ojos hambrientos. No me era posible contenerme por más tiempo, me dejé llevar. Pudo haber sido el vino, o los deseos de mi corazón más profundos, pero necesitaba tenerla ahora. Y lo hice. Volviendo a la cama, reclamé sus labios hambrientos como míos. Gabrielle no animó mi abandono con sus respuestas y los pequeños sonidos que escapaban de su garganta. Mis manos y mis labios estaban por todas partes, saboreando su carne, deleitándose con cada sensación. Fui creando un camino desde su cuello hasta sus hombros y luego más abajo hasta finalmente reclamar sus pechos con mi boca. Era difícil creer que me estuviera pasando, la perfección de la experiencia era muy intensa. Cuidadosamente quité las argollas falsas de alrededor de cada pezón, después me llevé cada uno de los picos rígidos a los dientes y la lengua. P
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Ella jadeó y gimió, avivando el fuego de mi deseo. Empecé en su cuello y como una pluma toqué su cuerpo, mirando cada músculo temblar bajo mis dedos. Tomándome mi tiempo, finalmente llegué a su centro centro y coloqué una suave caricia lenta allí. Complaciéndome de mi descubrimiento. »Estás empapada, Gabrielle —le dije. —Sí —jadeó ofreciéndome su cuerpo con un temblor de sus caderas. Puse los dedos empapados en mi boca y sonreí ante mi primera experiencia con Gabrielle. Dioses, era maravilloso. Había superado mis fantasías. —Sabes bien —le dije tratando de degustarla de nuevo —. Quiero más —Luego volví a probarla. Mi amiga se quejó. —Todo lo que quieras... Oh, aquello estaba genial. Sin embargo, yo quería que supiera las reglas. —No vas a ser virgen cuando haya terminado, Gabrielle —le expliqué, mirándola atentamente para encontrar cualquier signo de duda. —¡Xena, por favor! —rogó luchando contra las ataduras. Me moví entre sus piernas y paseé mis manos por sus muslos. Ella se retorcía de placer, moviéndose con anticipación. Deliberadamente lenta, la abrí las piernas y bajé mi boca a su entrada reluciente. —Dioses, Xena, siiiiiii —gimió bajo en su garganta mientras yo lamía con dulzura. Era más sensible de lo que me atreví a esperar, reaccionando a cada toque con pasión. Me tomé mi tiempo, disfrutando de ella por completo, aprendiendo todos los secretos de su cuerpo. Gabrielle tenía muchas respuestas sutilmente diferentes a cada caricia ardiente que le prodigaba. Dejé que se acumulara el fuego en ella lentamente, sin darle demasiado de nada. Mientras experimentaba y jugaba, su cuerpo se volvió gradualmente más exigente, insistente en su necesidad. Decidiendo que ya había esperado el tiempo suficiente, centré mi atención en su clítoris y lo asalté. Por la tensión que se había ido acumulando, comenzó a temblar. Por último lanzó un potente grito, luego sollozó abiertamente. —Dioses, estás deliciosa —le dije quitando la cara empapada de su centro —. Podría hacer esto toda la noche. P
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No era una mentira. Acababa de desarrollar un apetito insaciable por ella. Aun así, no habría tiempo para más hasta más tarde. Ahora era el momento de terminar su educación. Regresé a la cómoda y extraje un falo de cuero. Gabrielle miró el objeto con nerviosismo. —Xena, mmm... ¿Dolerá? —preguntó. Después de los azotes que había h abía recibido, ¿estaba preocupada por esto? —No es más que dolor, Gabrielle —le contesté con una sonrisa— sonrisa —. No creo que te importe demasiado. Voy a parar si tengo que hacerlo, pero no creo que quieras que me detenga —Sostuve el falo cerca de su mano— mano —. Tócalo —le dije. Abrió la mano y la sostuvo con sus dedos. Moví el cuero entre sus manos y vi una sonrisa en su rostro. Estaba lista para cualquier cosa, ella confiaba en mí. Me recosté contra uno de los postes y guie el cuero hacia mi propio cuerpo. —No me duele —le expliqué mientras las sensaciones de placer recorrían mi ser. Lo empujé de nuevo, luego me di cuenta de que tendría que parar. Era el placer de Gabrielle lo importante en este momento. Un poco más y mi propia necesidad se haría cargo— cargo—. Mira —le dije, mostrándole la mancha de humedad en el cuero —. Es mejor cuando está mojado. Me até el juguete al muslo, luego me incliné por encima de mi amor. La toqué, asegurándome de que estaba bien y lista. Cuando estuvo cerca de otro orgasmo, jugueteé con el cuero en su abertura. Trató de seguir adelante, pero me eché atrás. El encuentro de sus ojos con los míos, me empujó de nuevo. Esta vez abrió la boca un poco, pero me dejó hacer el trabajo. Seguí así, tomándome mi tiempo, disfrutando de cada matiz de nuestra pasión. Cuando parecía que no podía aguantar más, empujé hacia adelante plenamente, uniendo su boca con la mía. Me tragué los gritos de Gabrielle, junto con sus besos, y su virginidad se hizo un recuerdo. Era magnífica. Le monté por un rato más, hasta que sintió otro clímax. Decidiendo que le gustaría tomar el control, salí de ella por completo. —Noooo —gimió en señal de protesta. —Relájate —le aseguré— aseguré—. No he terminado todavía —Metiendo la mano en mi ropa tirada en el suelo, cogí la llave de sus ataduras. Solté sus tobillos y cuello, asegurándome de que las cadenas no habían dañado piel. Cuando terminé con esa tarea, reposicioné las cuerdas que sujetaban sus brazos sobre su cabeza. Tenía atados los brazos a la altura del hombro, por lo que, de rodillas tendría espacio para maniobrar. P
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Incapaz de resistirme, agaché la cabeza por debajo de sus muslos, saboreando su dulzura, una vez más. Ella jadeó con entusiasmo, empujando su cuerpo contra mi cara. Reposicionamiento una vez más, me moví para que ella pudiera descender su cuerpo hasta el cuero atado a mi muslo. Sonrió con una sonrisa lenta y sexy mientras se movía, mirándome a los ojos, radiante por el hambre. Movió su cuerpo hacia arriba y hacia abajo en un sensual movimiento, disfrutando del paseo, recibiendo un placer indescriptible. Acaricié su cuerpo mientras se movía, mis manos llegando finalmente a descansar en sus pechos. Se movió más rápido mientras la acariciaba, sus caderas se movían casi fuera de control. Con otro grito poderoso cayó hacia delante, respirando con dificultad. Abrí los grilletes de sus muñecas y cuello mientras su cuerpo se desplomaba contra el mío. Estaba saciada, agotada y completamente feliz, y sentí que mi corazón latía alegremente en respuesta. Sollozó durante unos momentos, dejando a todos los sentimientos reverberar a través de ella. Cuando su respiración se ralentizó, paseé mi dedo por su mejilla húmeda. —Soy tuya —susurró colocando un tierno beso en mis labios. Negué con la cabeza enfáticamente. —No, Gabrielle, te amo —A día de hoy no creo que palabras más verdaderas se hayan dicho. Ella sonrió, y luego asintió con la cabeza. —Te amo, Xena Conteniendo las lágrimas que amenazaban con caer de mis propios ojos, la abracé. No quería dejarla ir nunca, ni siquiera por un instante, me bajé con cuidado la ropa de cama. Sin dejar que se fuera, nos acurruqué debajo de las mantas. Pasaron horas antes de que me quedase dormida, tan sorprendida como estaba por el tesoro que tenía entre mis brazos. Gabrielle me amaba, el mismo tipo de amor que sentía por ella. A pesar de todo, mi pasado y todo lo demás, Gabrielle me amaba. Ella se movió un par de veces en su sueño, haciendo pequeños ajustes para estar más cómoda. La mayoría del tiempo, se acostó encima de mí, con la cabeza apoyada en mi pecho, su cálido aliento acariciando mi piel. Cuando finalmente me quedé dormida, fue con una enorme sonrisa grabada en mi cara. ¿Qué sueño podría ofrecerme el dormir que pudiese compararse con el que dormía plácidamente en mis brazos?
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Cuando me desperté varias horas más tarde, tarde, fue por una suave caricia en mi pezón. —¿Gabrielle? —pregunté atontada, parpadeando un par de veces. —¿Sí, princesa? —ronroneó. Mi mente daba vueltas con mis sueños vívidos. El dormitorio, los grilletes, nuestros cuerpos desnudos... parecía que había hecho, no soñado. —Dioses... Yo... yo... —balbuceé. —Muyyyyyy bien —dijo con un tono sensible en su voz mientras sus manos vagaban por mi cuerpo. Pude sentir que me sonrojaba mientras mi cuerpo al instante respondía a sus caricias. No estaba aturdida por el vino, aunque me hubiera gustado que hubiera sido así. Si había hecho todas las cosas que soñé... —Gabrielle —le dije con cuidado, tanto por mi bien como por el de ella —, lo siento mucho... yo nunca habría... —¿Qué? —preguntó indignada— indignada —. ¿Me hiciste el amor estando borracha? ¿Es eso lo que estás diciendo? —Su voz comenzó a alzar el volumen, la ira y el miedo se reflejaban en ella— ella —. ¿Sólo lo hiciste porque habías bebido demasiado? —Estaba lista para salir de la cama, así que me aferré a ella como para salvar mi vida. —¡No! —insistí obligándola a mirarme— mirarme —. Nunca te hubiera atado en tu primera vez si no hubiese estado completamente borracha. Gabrielle, en todas las veces que he imaginado hacer el amor contigo, todas las diferentes maneras en que me lo imaginaba, atarte a la cama no era una de ellas. ¡Dioses! ¡Podría haberte lastimado! —Todavía no podía creerme que en realidad lo hubiese hecho. Hades, ¿en qué había estado pensando?
Ella me sonrió, una cálida sonrisa de invitación. Esta Gabrielle sí había recibido efectivamente una educación. Jugó sus cartas. Me tocó la cara suavemente. —Nunca me harías daño, Xena. No importa lo borracha o señora de la guerra que seas. En cuanto a que mi primera vez haya sido así, no tengo ninguna queja —Ella sonrió mientras sus manos continuaron su asalto, haciéndose más audaz con cada caricia íntima— íntima—. Ahora —continuó— continuó—, ¿por qué no terminas tu trabajo en este pequeño reino espeluznante y nos vamos a algún sitio bonito y aislado donde pueda atarte? P
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Me reí de eso. Esta era una Gabrielle educada. Aun así, yo era quien era y por desgracia, no era capaz de ese tipo de acciones. Toqué su mejilla con el dorso de mi mano. —Estoy a favor de salir de aquí, pero ¡no me atarás jamás! —Ya veremos, princesa —respondió pensativa— pensativa—. Ya veremos. A medida que continuó su asalto amoroso, tuve que admitir que si alguien era capaz de encadenarme a una cama, esa sería Gabrielle. Mi única plegaria, me daba cuenta, sería la de mantenerla distraída de manera adecuada... para la eternidad.
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Créditos Xena: Warrior Princess es copyright de 1997 de MCA Televisión Traducido y revisado por Mom1977, Lau_Tap y Dardar Diseñado por Dardar
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Únete a la causa. ¡¡Traigámoslas de vuelta!! https://www.facebook.com/Xena2011MovieCampaign http://www.gopetition.com/petitions/xena-warrior-princess-movie.html
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