lo que no se debe hacer. Creo por ello que la preceptiva no es solamente una disciplina, sino una actitud moral. 6
No le afectaba que la voz fuera femenina o masculina, como en el caso de “Estar vivo”; allí cede la palabra al marido agobiado por las obligaciones domésticas, la crianza de los hijos y el aborto de su amante; o de “Wanda”, algo confuso, por ello poco estudiado. Quizá su germen se halle en la muerte ¿suicidio? de su hermano Francisco José, que se ahogó a los veintiuno en un río próximo a Eldorado. O “Para siempre”, contado en primera persona por un varón. Empieza con una frase espléndida complemento del desenlace: “Es extraño cómo llega a coincidir lo que nos sucede con lo que queremos que nos suceda”, y enseguida descubrimos un bello cuento erótico, no exento de rudeza ni de ternura. En realidad es una violación. Nada importa. Importa que ese acto, ese orgasmo intenso y hasta cierto punto incomprensible, se recordará como lo más estimulante de una vida. Seleccionaba adjetivos neutros para no quitarle fuerza a las acciones pues pretendía excavar en el corazón de los hombres. Se apoyaba en los verbos. Señalaba también el ámbito donde ocurrían los sucesos descritos con pistas sueltas. Sus locaciones no fueron siempre los chaparrales resecos de su tierra, el polvo, la sequía y el calor que superaba los cuarenta grados en determinadas épocas. A menudo dejaba �ltrar la presencia del océano, hermoso y temible, amado océano cuyas playas cabalgó; recordaba los mangles enanos, la arena salitrosa, las marismas, los esteros, los caminos iguales que se recorren sorprendiendo al peregrino con su belleza desnuda e inhóspita; pero si tuviéramos que hablar del escenario al que volvía añorante, hablaríamos de Eldorado, una hacienda azucarera entre el mar y la margen norte del río San Lorenzo. La evocó idealizada, deformada por las imágenes de la luz, una peculiar luz dorada prueba de su aguda sensibilidad y de la claridad de sus recuerdos. Evocó las huertas, los pájaros, las frutas, la línea de agua cristalina. Alguna vez dijo: “[…] seguí con los ojos verdaderos en Eldorado, donde el estilo de vivir se iba inventado día a día. Ahora, quiero, simplemente, que mis historias sean como si hubiera seguido con la atención puesta allí”. 7 Sin embargo a�rmaba que desde su nacimiento no creía en los determinismos ni siquiera en Inés Arredondo, “La cocina del escritor”, op. cit. Inés Arredondo, Los narradores ante el público, Instituto Nacional de Bellas Artes/Joaquín Mortiz, México, agosto de 1966, p. 124. 6
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Inés Arredondo o las pasiones desesperadas