UNA CANCIÓN PARA JULIA Ann O'LEARY
Capítulo 1 Julia Moran avanzó hacia su asiento en la tribuna de prensa. El Melbourne Concert Hall estaba lleno hasta los topes y los aplausos eran ensordecedores. La banda telonera, un grupo de blues compuesto de mujeres, acababa de terminar su actuación y estaba saliendo. Parecía que había dejado al público preparado para el acontecimiento principal. La tribuna recorría todo un lado del escenario. Julia vio que el fotógrafo que le habían asignado estaba en el otro extremo y lo saludó con la mano. Cuando se sentó en su butaca, el aplauso se apagó para dar paso al clamor entusiasta de miles de voces. Se encendieron las luces de la sala y Julia miró a su alrededor. Los espectadores se agitaban en los asientos, llamaban a sus amigos, reían y hablaban en voz alta. La expectación electrizaba el ambiente. No se sorprendió al ver que casi la totalidad del público era femenino; todo el mundo sabía que la mujer a la que habían ido a ver aquella noche era lesbiana. Era sábado por la noche y se celebraba el primer concierto de la gira por la costa este de Australia de la famosísima cantante de rock estadounidense Samantha Knight. Las luces se empezaron a atenuar y en el auditorio se hizo el silencio. Cuando la iluminación desapareció por por comp complet leto, o, el el esce escena nario rio se fue tiñen tiñendo do de rosa rosa lentam lentamen ente. te. Uno Unoss hace hacess de de luz luz de un azul azul inte intens nsoo bañ bañaro aronn el telón de fondo, trazando rayas en el rosa, y el humo artificial le dio un aire brumoso al ambiente. A los
lados de la luz tenue, Julia podía ver a los músicos, la batería, los teclados y las guitarras relucientes. De repente, un potente foco iluminó el centro del escenario y apareció Samantha Knight. La multitud se volvió loca; las mujeres saltaron de sus asientos, gritando y vitoreando. Samantha abrió los brazos brazos y se quedó quedó quiet quieta, a, sonrien sonriendo do,, duran durante te un par de minutos, minutos, como si estuv estuvier ieraa espe esperan rando do a que que se calmaran. Julia había visto fotos que retrataban a Samantha Knight como una mujer atractiva, pero estaba claro que ninguna le había hecho justicia. Tenía el pelo rubio platino, bastante corto por los lados, un poco más largo en la nuca, y aún más largo y tupido por arriba, y le caía por la frente con un provocativo estilo, natural y revuelto. Lucía un bonito bronceado y su piel parecía radiante. Llevaba unos pantalones negros ceñidos, de viscosa brillante, y una chaqueta suelta a juego, arremangada de manera informal. La chaqueta estaba abierta y dejaba ver la parte superior de un bikini de color fucsia. Tenía un cuerpo espectacular, y Julia llegó a la conclusión de que era una mujer muy sexy. — Hola Hola a todos. Me alegro mucho de estar aquí — dijo dijo Samantha, y el público grito más aún. Tenía una voz
grave y seductoramente ronca, con un leve y aterciopelado acento sureño. Unos segundos después, el grupo hizo sonar la introducción de Take a Chance, su último éxito, y empezó el espectáculo. A medida que se desarrollaba el concierto, Julia se iba quedando cada vez más embelesada. Samantha tenía una voz potente y cargada de pasión. La actuación, enérgica, emocional y con un desenfado sexual subyacente, estaba perfectamente equilibrada por su calidez y su sentido del humor. Había momentos en los que Samantha tocaba la guitarra mientras cantaba, y otros, cuando cantaba una balada, en los que se pase paseab abaa por el escen escenar ario io y parec parecía ía canta cantarr excl exclusi usiva vamen mente te para para algun algunaa de las mujere mujeress que la adora adoraba ban. n. Tenía un carisma enorme, y a Julia no le pareció sorprendente que hubiera mujeres que se levantaban para acercarse al escenario. Algunas bailaban en los pasillos y el personal de seguridad se afanaba en bajar del escenario y contener a un grupo de admiradoras demasiado entusiastas. Parecía que Samantha se estaba divirtiendo, y el concierto duró media hora más de lo previsto. Las oficinas de la revista The Entertainer, donde trabajaba Julia, se hallaban en el céntrico barrio de negocios donde se agrupaban todos los periódicos importantes y otras publicaciones. El lunes, a primera hora de la mañana, Julia se reunió con Adele Winters, la directora de la revista, para presentarle su crítica de
Samantha Knight. El número de aquel mes estaba listo para entrar en imprenta y habían reservado un hueco para para el artíc artículo ulo de Julia Julia.. Adele tenía cerca de cincuenta años, y llevaba el pelo, de color negro, estilo paje. Tenía canas, pero eran mechas de peluquería, sutiles y colocadas con mucho cuidado. Sus oscuros ojos brillaban como el azabache, lo que hacía imposible mirarla fijamente.
Cuando termino de leer la crítica de Julia, se echó hacia atrás en la silla, llamó a su secretaria por el interfono para pedirle que les llevara café y le dio una calada al cigarrillo. Estaba prohibido fumar en el edificio. Julia recordó cierta ocasión en la que, en su presencia, un representante del departamento de administración con pinta de solicito, aunque algo tembloroso, había intentado recordarle las normas a Adele. «Oh, vete a la mierda — había había soltado ella, haciendo un gesto desdeñoso con la mano — , ¡y deja de hacerme perder el puto tiempo! Y, por el amor de Dios, diles a esos gilipollas grises y aburridos de arriba que se busquen la vida.» Adele miró a Julia a través del humo. — Bueno, Bueno, parece que te ha dejado una impresión de la hostia — dijo-. dijo-. ¿Es que esa mujer no hace nada mal?
Julia sonrió ante el tono lacónico de su jefa. — No. No.
Teng Tengoo que decir decir que el conc concier ierto to fue especta espectacu cular lar y que Sama Samanth nthaa Knigh Knightt es una de las mejores mejores
intérpretes que he visto en mi vida. — En En aquel momento llegó el café, y vio como Adele se ponía tres cucharadas cargadas de azúcar en la taza. Suponía que aquello era lo que mantenía con vida a su jefa, porqu porquee nunc nuncaa la hab había ía vis visto to come comerr nada, nada, y estab estabaa tan tan delga delgada da que que daba daba pen pena. a. Juli Juliaa bebió bebió un trag tragoo antes antes de seguir — . Su agente se ha puesto en contacto contigo para conseguir algo de publicidad local, ¿verdad? Me gustaría entrevistar a Samantha para el número del mes que viene. — ¡Qué ¡Qué
bien! — exclamó exclamó Adele, con los ojos brillantes por un interés repentino — . Quería ver tu crítica
antes de comprometernos. He visto a muchos artistas extranjeros famosos que vienen aquí e, inesperadamente, quedan como el culo ante el público australiano, pero, a juzgar por tu opinión, parece que la popularidad de esta chica va en aumento. — Y no soy la única que se ha quedado pasmada. ¿Has visto las críticas que han publicado The Weekend
Australian y The Age esta mañana?
Adele soltó un resoplido despectivo. — Ya, Ya,
pero muchas de esas reseñas no me las tomo en serio. A la mitad de esos gacetilleros les encanta
lamerles el culo a los famosos. — Julia Julia puso los ojos en blanco y río entre dientes. Adele tomó un poco de café y se quedó pensativa — . Puedo convertirla en la chica de la portada del mes que viene. Llamaré a su agente para concertar una entrevista. Sé que se quedan en Melbourne hasta el jueves. — Con Con una floritura y un clic de su costoso encendedor de oro, se encendió otro cigarrillo-. Quizá puedas sacar algo interesante desde la perspectiva lesbiana; algo sobre lo que todavía no se haya hablado, claro. Julia cogió la cucharilla y removió el café con aire distraído, mientras pensaba en la actuación del sábado por por noche noche.. Reco Recordó rdó alguna algunass de las canc cancion iones es de Saman Samantha tha,, apas apasion ionad adas as letras letras,, lo arreb arrebata atado dora ra que que estab estabaa y la sutil pero inconfundible sexualidad que proyectaba al público. Había revolucionado a miles de mujeres. — Si Si — murmuró murmuró — , eso podría ser interesante.
Capítulo 2 El martes a la diez de la mañana, Samantha estaba tumbada en la cama de la habitación del hotel, apoyada en un codo y con The Entertainer abierto al lado. Estaba comiéndose una tostada y tenía una bandeja con los restos del desayuno a los pies de la cama. Su grupo había actuado el domingo y el lunes por la noche, con lo que había concluido la etapa de Melbourne en su gira, y se estaban tomando un descanso de un par de días para hacer un poco de turismo antes de partir el jueves hacia Sydney. Danny Goldman, su agente, caminaba de un lado a otro de la habitación. — Es Es un comienzo genial — dijo-. dijo-. Sencillamente Esa es la revista de tirada nacional que marca el paso de
todas las demás publicaciones: todo el mundo se toma en serio lo que tenga que decir sobre cualquier espectáculo importante. — Llevaba Llevaba un traje liviano, de color oscuro y bien confeccionado, y una camisa carmesí con el cuello abierto. Mientras caminaba, mantenía una mano en el bolsillo y, con frecuencia, se pasa pasaba ba la la otra otra por por el el pelo pelo neg negro ro y per perfec fectam tamen ente te alis alisad adoo con con gomin gominaa — . Esta crítica tan buena nos allana el camino para el resto de la gira, y hemos tenido la suerte de que el número de este mes haya coincidido con los primeros conciertos. — Le Le lanzó una mirada — . ¡Gracias a eso, el disco se venderá por aquí como churros, Sam! Lo digo en serio. Samantha terminó la tostada y se desperezó lánguidamente.
— Sí, Sí, Danny, es fantástico, pero cálmate, cielo, que me estas mareando de tanto ir de un lado para otro.
Su agente resopló, exasperado, y Samantha rió entre dientes. Siempre estaba inquieto como un siluro colgando de una caña, y ella siempre le decía: «Cálmate, cielo». — Bien, Bien,
no olvides que esta tarde a las cuatro y media tienes una entrevista con Julia Moran. Es la que
escribió esa crítica tan elogiosa, y tengo entendido que es un peso pesado: una de las redactoras estrella de la revista. Se dice que una reseña suya puede suponer el éxito o la ruina para un espectáculo, así que más te vale ser rematadamente encantadora con ella. Samantha sonrió y le hizo ojitos. — Oh, Oh, no te preocupes por eso, cielo. Seré muy amable con ella.
Danny volvió a suspirar y se pasó la mano por el pelo, en un gesto nervioso. Samantha se echó a reír. Le gustaba burlarse de él, porque nunca sabía cuando estaba bromeando. Danny sacudió la cabeza con desconcierto y se marchó. A las cuatro y media en punto, Julia llamó a la puerta de la habitación del hotel. Cuando Samantha abrió, parec pareció ió levem levemen ente te impre impresio siona nada, da, como como si se sorpre sorprendi ndiera era de verla verla.. Julia Julia sonrió sonrió.. — Me Me esperabas, ¿verdad? Soy Julia Moran.
Entonces Samantha le dedico una amplísima sonrisa. — Por Por supuesto que te esperaba. Adelante, Julia. Es un placer conocerte.
Se estrecharon las manos y, mientras la periodista se sentaba en el sofá, sacaba la libreta y dejaba la grabadora sobre la mesita, Samantha llenó un vaso de agua y se sirvió un bourbon con hielo. Samantha se había puesto unos vaqueros negros y una camiseta blanca de tirantes. No llevaba nada de maquillaje, salvo un poco de rímel para oscurecerse las pestañas, y estaba aún más atractiva que en el escenario. Tenía esa tez radiante que poseen las rubias, y que adquiere con mucha facilidad un bronceado color miel. Julia observó que, mientras llevaba bebidas, se movía con suavidad y pausadamente, con leve balanceo de caderas, algo que contrastaba mucho la agilidad y la energía que había mostrado sobre el escenario. Samantha le dio el agua y se sentó en el sofá de enfrente. Le dirigió una sonrisa cálida, la miro directamente a los ojos y le sostuvo la mirada, mientras decía, con su voz aterciopelada y melódica:
— Cuando Cuando quieras podemos empezar, reina.
Los ojos de Samantha eran de un verde claro e intenso. Aunque estaban llenos de afecto y simpatía, Julia se sentía incomoda ante aquella mirada cautivadora. Con torpeza, intentó tomar notas y se le cayó el bolígrafo al suelo. — Parece Parece que esta tarde estoy un poco patosa — dijo. dijo. — No pasa pasa nada, nada, cielo cielo — replicó replicó Samantha con dulzura — . No hay prisa.
Julia empezó con las preguntas. Se había escrito mucho sobre la cantante y sabía que repasaría mucho terreno trillado, pero la dejó hablar, a la espera de ese momento especial, el momento en que surgiera algo de donde pudiera sacar un artículo. Samantha tenía 34 años, y había nacido y crecido en Atlanta, Georgia. Sus padres habían muerto en un accidente de tráfico hada casi diez años y tenía una hermana que vivía en Chicago, con su marido y sus tres hijos, a la que veía de vez en cuando. Después de terminar secundaria, había estudiado música a tiempo parc parcial ial en en la univ univers ersida idadd del del estad estadoo de Geo Georgi rgia, a, al al tiemp tiempoo que empeza empezaba ba a prof profes esion ionali alizar zarse se.. Duran Durante te siet sietee años había trabajado en bares y discotecas con diversos grupos, por lo general haciendo coros, hasta que le surgió una oportunidad con una banda de blues que en aquella época era muy famosa en Atlanta. — Me Me
contrataron como solista y, a partir de entonces, empezaron a ir bien las cosas. También fue allí
donde conocí a Ruby, hace ocho años. Tiene mucho talento, ¿sabes? En los créditos de mis discos verás que trabajamos juntas en los arreglos de muchas de mis canciones. En esa banda de blues tocaba los teclados y la guitarra, y hacia coros, igual que ahora conmigo. — Los Los cubitos de hielo tintinearon cuando bebió bebió un trago trago de bourb bourbon on — . Nos caímos bien de entrada y desde entonces ha sido mi mejor amiga. — Y, Y, a partir de ahí, ¿cómo seguiste? — Bueno, Bueno,
ya sabes, empecé a conocer a la gente correcta en las discográficas, grabé coros para varios
discos y, al cabo de cierto tiempo, monte mi propio grupo. Fue proceso de ensayo y error, hasta que conseguí dar con un sonido característico, y tuve un par de grupos antes de sentirme satisfecha con lo que estaba haciendo. — ¿Fue ¿Fue entonces cuando empezaste a interpretar tus propias canciones?
—Sí. —Sí. Hace unos cinco años años me hice notar con el rock rock “bluse “bluseado» ado» que que hago hago ahora. ahora. Cuando Cuando conseg conseguí uí el
primer primer contr contrato ato de graba grabació ciónn ten tenía ía a Rub Rubyy a bord bordoo y, y, a partir partir de ahí, ahí, todo todo sal salió ió rodad rodado. o. Julia estaba impresionada por la actitud relajada y modesta con la que hablaba de su trayectoria profesional, y por la poca importancia que daba a su enorme fama y éxito. El primer disco de Samantha había salido a la venta tres años antes y había alcanzado inmediatamente los primeros puestos de la lista de éxitos en Estados Unidos. Hacía seis meses que había sacado su tercer disco y había pasado tres meses de gira por su país antes de llegar a Australia para su primera gira internacional. — ¿Y ¿Y sigues viviendo en Atlanta? — pregu pregunto nto Julia Julia..
La expresión de los ojos de Samantha se tornó ausente, y sonrió. — Oh, Oh, no, reina, vivo en Savannah.
A Julia se le aceleró el pulso. «Savannah.» Era un lugar sobre el que había leído y del que le habían hablado unos cuantos amigos que habían estado allí, y en su mente era un lugar mágico, hermoso y excéntrico, que deseaba visitar algún día. Había estado un par de veces en la costa oeste, en breves viajes de trabajo, pero no había llegado tan al sur. En el acto imaginó a Samantha escribiendo sus canciones en una de aquellas maravillosas casas antiguas que había visto en las películas, inspirándose en el paisaje y en los coloridos personajes que, imaginaba, vivían allí. Le habría gustado hacerle la pregunta antes; era una de esas cosas en las que podía basar un artículo: la vida de Samantha en aquel lugar fascinante y húmedo, rodeado por los pantanos y el mar. Echó un vistazo al reloj y se sorprendió al ver que eran cerca de las seis y media. Habían estado hablando durante casi dos horas y se imaginaba que Samantha no quería seguir con la entrevista durante mucho tiempo más. Samantha se puso en pie, se acercó al minibar, volvió la cabeza y dijo con naturalidad: — No me has pregu pregunta ntado do por por mi mi vida vida sexua sexual.l. Es lo que suele suelenn hace hacerr los los peri period odist istas as.. — Estaba Estaba sonriendo, de — . ¿Te apetece tomar algo más? buen buen humor humor — Oh, Oh, no, gracias.
Julia se asomó a la ventana. Estaban en mayo, faltaba poco para el invierno y ya empezaba a anochecer. Las luces de los edificios de la ciudad brillaban en el ocaso y, a lo lejos, podía ver la bahía Port Philip, un destello plateado bajo aquella luz. — De De día debes de tener unas vistas geniales — comentó. comentó. — Sí, Sí, son espectaculares.
Julia oyó el tintineo de los cubitos de hielo y se giró hacia Samantha, que estaba tomando su bebida y mirándola. Vio que, de manera casi imperceptible, desviaba la vista de sus piernas y su cuerpo y la fijaba en sus ojos. — Si Si
quieres que te sea sincera — dijo-, dijo-, tenía intención de preguntarte sobre esa parte de tu vida, pero
después de conocerte me parece irrelevante. Quiero decir, ¿qué te podría preguntar? ¿Si ser lesbiana te supone un problema en el trabajo? Es evidente que no. Tampoco creo que tenga importancia cuando te dieras cuenta, ¿verdad? — Sonrió-. Sonrió-. Desde luego, si tienes algún amor en tu vida del que quieras hablarme, me serviría para el artículo. Samantha sonrió y sacudió la cabeza. — Me Me temo que no, cielo. Con eso no te puedo ayudar.
Julia empezó a recoger sus cosas. — Si Si tuviéramos más tiempo, me gustaría mucho hablar contigo de tu vida en Savannah. Es un lugar que
siempre me ha intrigado. — ¿Por ¿Por qué no cenamos juntas? — se se apresuró a decir Samantha. Julia se sorprendió y vaciló un instante — .
Te diré todo lo que quieras saber sobre Savannah — añadió, añadió, con una sonrisa cautivadora. Julia se echó a reír. — Bueno, Bueno, ¿cómo podría rechazar semejante oferta? ¿Adónde te gustaría ir? — A
algún lugar muy tranquilo y relajado. Llevo tanto tiempo lejos de casa que estoy harta de los
restaurantes ruidosos. En realidad, podríamos quedarnos aquí y pedir algo al servicio de habitaciones. La comida es bastante buena.
Julia lo pensó un momento. — S Sii de verdad quieres un lugar tranquilo y relajado, podrías venir a mi casa. Está a solo diez minutos de
aquí, en East Melbourne, y es mucho más acogedora que esta habitación. Pensaba prepararme algo sencillo. Si te apetece, estas invitada. — Sonrió Sonrió — . Aunque me temo que no será alta cocina. Samantha parecía encantada con la idea. — Si Si
no tienes inconveniente, me parece fantástico. No he estado en una casa desde hace meses. Me
encantaría. Julia le apuntó su dirección. — Ven Ven sobre las ocho. Te estaré esperando.
Cuando cerró la puerta detrás de Julia, Samantha se preguntó por qué estaba haciendo aquello. La había visto guardar las notas y la grabadora y, de pronto, había tenido la abrumadora sensación de que no quería que se fuera. Sin pensarlo, le había propuesto cenar juntas, y se alegraba muchísimo de que hubiera aceptado. Sin duda, Julia sería una compañía encantadora e inteligente, y no le molestaba en absoluto hablarle de Savannah. Sin embargo, tenía que reconocer que el verdadero motivo por el que le había propue propuesto sto la cena cena era era porqu porquee le le parec parecía ía muy mona mona y sexy. sexy. Al abrirle la puerta, se había encontrado frente a los ojos más bonitos que había visto nunca. Durante la entrevista había estado buscando la palabra exacta para describir su color. Según el ángulo, los tonos azules parec parecían ían cambi cambiar ar a verde, verde, y al final final hab había ía decidi decidido do que que eran eran turqu turquesa esa.. Esperaba que Julia no hubiera notado como la miraba. Mientras hurgaba en el ropero en busca de un jersey para para aque aquella lla noch noche, e, se dijo dijo que que en en realid realidad ad tampoc tampocoo sería sería tan terrib terrible le que que se se hubie hubiera ra dad dadoo cuen cuenta. ta. Le Le había había parec parecido ido que que Juli Juliaa estab estabaa inco incomo moda da al al princ principi ipio, o, pero pero enseg enseguid uidaa se hab había ía relaj relajad ado. o. La La recor recordó dó sen sentad tada, a, con con aquellas espectaculares piernas cruzadas, bebiendo y mirándola atentamente mientras respondía las pregu pregunta ntas. s. En más más de de una ocas ocasión ión había había tenido tenido que que apa aparta rtarr la la vista vista para para no perder perder la conc concen entra tració ción. n. Estaba casi segura de que era hetero. De todos modos, fuera lo que fuera, después de aquella noche no la volvería a ver. Por todos los santos, ni siquiera tenía importancia. Solo iba a cenar con una mujer agradable que compartía su pasión por Savannah.
Abrió un paquete de nueces de Macadamia que encontró en el minibar y encendió el televisor para ver el telediario, pero, durante todo ese tiempo, en el fondo de su mente solo veía a Julia con su elegante traje de chaqueta hecho a medida y sus tacones, caminando hacia la ventana. Tenía un andar muy seguro y elegante. La falda era corta; las piernas, largas. Y, cuando se había vuelto hacia ella con un movimiento de su pelo castaño, a Samantha se le había parado el corazón. Capítulo 3 Samantha pagó al taxista y miró la enorme casa victoriana de dos plantas. Echó un vistazo a la calle y vio que todas las casas eran parecidas y estaban igual de cuidadas. Al otro lado de la calle había un parque con muchos árboles. Abrió la puerta de hierro de color verde oscuro y subió la escalera de piedra gris azulada hasta la amplia galería de hierro forjado. Julia abrió la puerta con una sonrisa radiante y la invitó a pasar al vestíbulo. La casa era acogedora, y se oía la música de Jevetta Steele de fondo. Julia tenía una copa de vino tinto en la mano y parecía relajada. Se había puesto unos vaqueros gastados, un jersey color crema de lana fina y cuello de pico, y unos calcetines de lana, y aun así se las apañaba para estar elegante. Tenía una estatura por encima de la media, pero sin los tacones no era mucho más alta que Samantha. De repente, un gato de manchas blancas y negras cruzó el vestíbulo y empezó a restregarse contra las pierna piernass de de Saman Samantha tha.. — Te Te presento a Magpie — dijo dijo Julia, mientras Samantha se agachaba para acariciar la cabeza del animal — .
Le encantan las visitas. Samantha echó un vistazo a su alrededor. El pasillo que tenían delante era largo, con puertas a ambos lados y suelo de madera oscura encerada, con una alfombra oriental que lo recorría a lo largo. Delante de ellas, a la derecha del vestíbulo, había una escalera de madera tallada. — Es Es una casa preciosa — dijo. dijo. — Gracias, Gracias, te enseñaré el resto. Arriba no hay mucho que ver: solo tres dormitorios y los baños.
El despacho de la derecha tenía estanterías empotradas a lado y lado de una chimenea de mármol negro. Debajo de una ventana con vistas al jardín y al parque había una gran mesa de despacho antigua, de roble, con un ordenador.
Samantha vio la foto de una pareja de mediana edad en la repisa de la chimenea. La mujer era guapa y se parec parecía ía a Julia. Julia. — ¿Son ¿Son tus padres? — pregu pregunt ntó. ó. — Sí. Sí.
Viven en el sur de Australia. Cuando mi padre se jubiló se mudaron allí y compraron un pequeño
viñedo. — Julia Julia rio entre dientes — . Siempre fue su sueño, pero creo que mi padre ha descubierto que exige mucho más esfuerzo de lo que esperaba. Aun así, no les va mal por allí, y es un sitio fantástico para ir de visita. — ¿Tienes ¿Tienes hermanos? — No, No, soy soy hija hija única única..
El salón estaba al otro lado del pasillo, amueblado con un sofá rosa oscuro y dos sillones de respaldo alto a juego juego.. Un precio precioso so armari armarioo japon japonés és,, de estil estiloo clásic clásico, o, domina dominaba ba una pared, pared, y hab había ía un jarrón jarrón japoné japonéss enorme a cada lado de la chimenea. La última puerta del pasillo daba al comedor. En el centro de la estancia había una mesa de cerezo para diez pers persona onass y las las silla sillass estab estaban an tap tapiza izadas das con con la mism mismaa tela tela rosa rosa que el sofá sofá del del salón salón.. Contr Contraa una pared pared había había una chaise-longue cubierta de cojines. Samantha echó un vistazo a la recargada araña de cristal y pensó que no combinaba con el resto de la decoración. Julia se echó a reír. — Es Es un poco exagerada, lo sé. Estaba aquí cuando compré la casa y pensaba tirarla, pero, cuando termine
de decorar esta habitación, me había acostumbrado a verla. Imagino que alguno de los dueños anteriores, tal vez durante la década de 1940, la eligió con mucho cariño y tuvo muchos problemas para colgarla. Probablemente era muy cara y le parecía una preciosidad. — Se Se encogió de hombros — . En realidad es basta bastante nte bonit bonita, a, pero pero está está en un luga lugarr inadec inadecua uado do.. Puede Puede que que sea eso eso lo que que me gusta. gusta. En cual cualqui quier er caso caso,, ahora tiene un atenuador y, en las cenas, cuando está muy bajo, emite unos destellos mágicos. — Sonrió-. Sonrió-. Bueno, después de un par de copas también parece mágica. Samantha sonrió. — Me Me parece estupenda. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
Julia la guió por el pasillo y giró a la izquierda para entrar en la cocina. Estaba bien diseñada y era funcional, con encimeras de caliza grisácea y electrodomésticos de acero inoxidable. — Cinco Cinco
años — contestó contestó — . Tuve que hacer muchos arreglos en la casa. Cuando la compré estaba hecha
un desastre, pero, gracias a Dios, ya he terminado. La compré justo después de divorciarme. Quería instalarme cómodamente por mi cuenta, porque imagino que seguiré soltera: es lo que me va. ¿Qué quieres tomar? — Bueno... Bueno... Me tomaría un bourbon, si tienes, pero si no, un vino me parece bien.
Julia sacudió la cabeza, agitándose el pelo. — Te Te he comprado bourbon por el camino. Sabía que te apetecería. — Que Que amable. — Samantha Samantha sonrió-. Gracias.
Mientras Julia sacaba el hielo y le servía la bebida, Samantha no pudo evitar fijarse en cómo se le ceñían los vaqueros a las caderas y en cómo el fino jersey que llevaba le realzaba el pecho, bastante abundante. Se pregu pregunta ntaba ba por qué qué aqu aquell ellaa mujer mujer tan atrac atractiv tivaa se imagi imaginab nabaa solte soltera ra toda toda su vida. vida. — ¿Así ¿Así que ahora mismo no tienes ninguna relación? — le le pregunto. — B Bueno, ueno, sí, supongo que sí, con un tal Ben, pero lo nuestro es bastante informal. Él viaja mucho y yo viajo
basta bastante nte a men menud udo, o, así así que que no siem siempre pre nos nos vemos vemos,, lo cual cual está está bien bien.. — Bebió Bebió un poco de vino — . Debería empezar a cocinar. Espero que te guste el cordero. Voy a freír unos filetes y los serviré con patatas cocidas y ensalada. — Me Me
parece genial. ¿Te puedo ayudar con algo? Aunque no soy muy ducha en la cocina — reconoció reconoció
Samantha, encogiéndose de hombros. — No, No, no no tard tardaré aré nad nada. a.
Julia puso los filetes en una pequeña sartén de hierro colado y los roció con un poco de aceite de oliva, un chorro de limón, ajo picado y orégano fresco. Pronto, la cocina se llenó de aromas deliciosos y de un sonido chisporroteante. Julia lo hacía todo de manera organizada y relajada.
Samantha bebió un trago de bourbon. Era agradable estar allí, apoyada en la encimera, mirándola. Julia la hacía sentirse como en casa, de modo que no tenía la impresión de ser una intrusa en absoluto. Julia echó un vistazo a las patatas, se volvió hacia Samantha y bebió un trago de vino. — Mañana Mañana es tu último día en Melbourne. ¿Qué planes tienes? — Ruby Ruby
y yo iremos de compras. Los otros están planeando una excursión a Apollo Bay por la carretera
Great Ocean. Se llama así, ¿verdad? — Sí. Sí. Es una pena que no vayáis con ellos. Es un lugar precioso. Figura en algún registro como uno de los
recorridos más pintorescos del mundo. — Ya. Ya. — Samantha Samantha
frunció el entrecejo — . Pero nos han dicho que Melbourne es un buen sitio para ir de
compras y Ruby me matará si no voy con ella mañana. Esa mujer es adicta a las compras. Julia rió entre dientes. — Bueno, Bueno, antes de irte recuérdame que te de una lista de las mejores zonas. No vale la pena que te molestes
en ir a los grandes almacenes; las tiendas más interesantes y los mejores restaurantes están escondidos en los barrios residenciales. Puede que te parezca bastante diferente. Melbourne no les pone las cosas fáciles a los turistas; hay que saber adónde ir. — Estaría Estaría muy bien — dijo dijo Samantha con una sonrisa — . Ruby estará encantada.
En aquel momento se terminó la música y Samantha se ofreció a poner algo más. Julia la guió hasta el salón, moderno y despejado, que estaba junto a la cocina. El suelo también era de madera encerada, con grandes alfombras orientales. Había tres sofás, que parecían muy cómodos, y una mesita baja. La habitación tenía una pared de puertas ventana que daban a un pequeño jardín arbolado y con suelo de baldo baldosa sas. s. — Los Los discos están aquí — dijo dijo Julia mientras abría un gran aparador victoriano, donde había una colección
muy amplia, cuidadosamente catalogada. Al ver la cara de sorpresa de Samantha, se encogió de hombros y explicó — : Tengo que estar al día con todo lo que se edita. La gente me envía cosas, y gran parte de lo que hay ahí es una mierda. Será mejor que vuelva a la cocina. Samantha vio que encima del aparador había un montón de números de The Entertainer.
— ¿Te ¿Te importa si les echo una ojeada? — pregun preguntó. tó. — En En absoluto. Siéntate y ponte cómoda. La cena estará enseguida.
Julia volvió a la cocina. Samantha eligió unas sonatas para piano de Beethoven y se sentó en el sofá con unas cuantas revistas. Magpie saltó a su regazo y se acurrucó. Al cabo de un cuarto de hora, Julia volvió con una ensaladera, platos y cubiertos. — He He pensado que será mejor que comamos aquí; el comedor es espantosamente formal para dos personas — dijo, dijo, con una sonrisa — . Debo confesar que estoy bastante sorprendida por tu elección musical. — Oh, Oh, bueno, la vida no es solo rock-and-roll, cielo.
Julia se echó a reír y Samantha notó como le brillaban los ojos. Parecía que se le iluminaba toda la cara. — Veo Veo que Magpie te ha cogido especial simpatía. — Julia Julia se agachó junto a ella y frotó la frente contra la
cabeza de la gata — . Eres una caradura. — El El pelo le llegaba por debajo de los hombros y un mechón rozó la mano de Samantha — . Da por sentado que todo el mundo la va a adorar y va a querer que le llene la ropa de pelos pelos.. El perfume de Julia era suave y seductor, y su proximidad hacia que Samantha sintiera un hormigueo. — Tienes Tienes los ojos más bonitos que he visto en mi vida.
Apenas pronuncio aquellas palabras, Samantha se arrepintió. Como si se hubiera quedado atónita, Julia sostuvo la mirada durante un instante; luego apartó la vista y se puso en pie. — Gracias Gracias — dijo dijo en un tono neutro — . Voy a buscar el resto de la comida.
Y se fue a la cocina. «Mierda», pensó Samantha. Probablemente, Julia creía estaba tratando de ligársela o algo así. Avergonzada, se levantó, y la siguió. — ¿Te ¿Te ayudo? — Gracias. Gracias. Puedes abrir el vino y llevar las copas.
Samantha se sintió aliviada al ver que Julia no parecía alterada. Observó cómo cortaba la carne en pequeñas rodajas y luego las ponía en un plato. — Eso Eso tiene muy buena pinta — comentó. comentó.
Volvieron al salón y se sentaron en sofás enfrentados, los platos en el regazo. Julia bebió un trago de vino y miró a Samantha con una sonrisa en los labios. — Bueno, Bueno,
Savannah — dijo-. dijo-. Supongo que habrás leído Medianoche en el jardín del bien y del mal. ¿De
verdad es un lugar tan fantástico? — Oh, Oh, sí, ese libro es muy bueno. John Berendt supo captar muy bien el espíritu de Savannah. Está lleno de
pers persona onajes jes pint pintore oresc scos. os. — Sonrió Sonrió — . Pero el inconveniente que le encontramos algunos es que, desde que salió el libro, ha aumentado el turismo. Los fines de semana se llena. — Se Se interrumpió; de repente echaba de menos su casa y a sus amigos. Se preguntaba que habrían estado haciendo y que habría cambiado durante su ausencia — . Recuerdo vagamente haber estado de paso, de pequeña, pero no volví hasta hace seis años. Donna y Candice, unas amigas, se mudaron allí, y me pregunté por qué diablos querrían vivir en una ciudad tan pequeña. Pero, cuando fui a visitarlas, me enamoré del lugar, y hace tres años y medio me compré una casa. A Julia le brillaban los ojos, mientras la miraba atentamente. Se echó el pelo hacia atrás y dijo: — Háblame Háblame de tu casa. — En En
la ciudad hay un barrio histórico, con montones de mansiones antiguas y maravillosas,
completamente restauradas. Hay edificios de los siglos dieciocho y diecinueve. Mi casa está justo en la frontera de esa zona, cerca del río Savannah. También estoy cerca del muelle. En otra época fue un puerto importante, desde donde se exportaba algodón; actualmente, los antiguos almacenes se han convertido en galerías de arte, restaurantes y comercios. Mi casa es del típico estilo victoriano de Savannah: está pintada de blanco y es bastante grande. De hecho, es demasiado grande para mi sola, pero no me pude contener cuando vi la amplia escalera que sube en espiral desde el centro del vestíbulo. Domina toda la casa y es absolutamente espectacular. — Dioses Dioses — suspiro suspiro Julia — , ¿tiene contraventanas?
Samantha sonrió ante la expresión soñadora de Julia.
— Por Por
supuesto, reina. La verdad es que todavía le hacen falta algunos arreglos y una redecoración. He
reformado la cocina y los baños, y he remodelado el jardín, pero no he tenido ocasión de ocuparme de muchas otras cosas. En realidad, debería pedirte consejo, porque has hecho un trabajo fantástico con esta casa. Julia alzó la vista al techo. — Trabajar Trabajar en una casa como esa sería como estar en el paraíso — dijo. dijo. Rellenó las copas con el vino que
quedaba en la botella — . ¿Y qué hay de la gente? Siempre he imaginado que tendría la típica actitud pueb puebler lerina ina que que podía podía incom incomoda odarr a una estre estrella lla del del roc rock, k, sobre sobre todo todo si es lesbia lesbiana na.. — Es Es
un sitio incomparable. En algunos aspectos tiene ese rollo pueblerino, pero también tiene aires de
elegancia y sofisticación. Da la impresión de que todo el mundo quiere estar informado de lo que hacen los — . Mis vecinos son una demás, pero sin juzgar. — Samantha Samantha rio entre dientes al recordar a Doris y a Walter —
pare pareja ja de de anci ancian anos os que se pasa pasann por por casa casa alguna algunass tarde tardess a tomar tomar una una cop copa. a. Siem Siempre pre tiene tienenn cotil cotilleo leoss de todo todo el mundo y estoy segura de que, en cuanto se van, repiten todo lo que les he contado. Pero no critican; ni ellos ni nadie. Todo lo contrario: parecen alegrarse de todas las cosas que hace la gente de la zona, aunque solo sea porque los mantiene entretenidos. Samantha sonrió, y le vino a la mente una imagen de Doris y Walter, una agradable tarde de domingo, pase pasean ando do lentame lentamente nte por la ciudad ciudad en su Rolls Rolls Royce Royce desc descap apota otable ble de 1972 1972,, salud saludan ando do a todos todos los que que veían y gritando: «Bonito día, ¿verdad?». Julia se echó hacia delante para coger su copa y Samantha alcanzó a ver un canalillo muy tentador. — Hace Hace
un año estuve enrollada con una chica de la ciudad — continuó continuó — . Y yo creía que éramos
extremadamente discretas, pero resultó que todo el mundo lo sabía desde el principio. — Se Se encogió de hombros — . Y todos estaban encantados. Se echaron a reír. Julia se levantó a cambiar la música: conciertos para piano de Mozart. — Voy Voy a buscar otra botella de vino — anunció, anunció, mientras se llevaba los platos a la cocina.
Samantha trató de no pensar en el cuerpo espectacular que tenía y en lo sexy que era su forma de andar. Julia sirvió mas vino, se sentó y la miró, esbozando una sonrisa. — ¿Y ¿Y qué pasó con ella? ¿No funcionó?
Una vez más, Samantha se encontró mirándola embelesada, como una idiota. Los ojos de Julia estaban enmarcados por unas pestanas largas y tupidas, y tenía una manera de mirarla recatada y provocativa a la vez. Claro que Julia no tenía la culpa; no podía evitar tener unos ojos tan seductores. — No, No, des desde de luego luego que no funci funcion onóó — contestó, contestó, sacudiendo la cabeza con desdén. Lo último que le apetecía
era hablar de Elizabeth — . De todos modos, ya basta de hablar de mí. En una de esas revistas he visto unas fotos y un reportaje sobre una entrega de premios de periodismo, y parece que has ganado unos cuantos. Estoy impresionada. ¿Cuánto hace que escribes para The Entertainer? — Unos Unos ocho
El timbre del teléfono la interrumpió. El contestador saltó directamente y Julia espero a oír quien llamaba. — Hola, Hola, cariño — dijo dijo una voz de hombre — . Acabo de volver de Perth... Parece que no estás en casa... Te
llamare mañana. Te quiero. Samantha se sorprendió al ver que Julia no cogía el teléfono. Tenía el entrecejo levemente fruncido cuando cogió la copa y bebió un trago. — Supongo Supongo que ese era Ben — dijo dijo — . ¿No te apetecía hablar con él?
Julia se echó el pelo hacia atrás y se recostó en el sofá. — Puedo Puedo llamarlo mañana.
Samantha sabía que no debía seguir con las preguntas personales, pero no se podía resistir. Estaba fascinada por por aque aquella lla mujer mujer.. — Dices Dices que vuestra relación es informal, pero me ha parecido que él va en serio. Ha dicho que te quería.
Julia suspiró. — Sí, Sí, creo que probablemente me quiere. Pero yo no siento lo mismo. Aunque, a decir verdad, nunca siento
lo mismo. — ¿A ¿A qué te refieres? — La La curiosidad de Samantha iba en aumento.
Julia bebió un trago y se quedó pensativa. Las preguntas no parecían importarle.
— Antes Antes
me molestaba, pero últimamente no pienso mucho en ello. Parece que mis relaciones nunca
funcionan. Creo que sería genial tener una relación en la que me sintiera realmente cerca... No sé, tener verdadera confianza con un tío, sentir que tengo una pareja con la que compartirlo todo. Mis amigas parec parecen en capac capaces es de conse consegu guirlo irlo... ... hasta hasta cierto cierto punto punto.. — Rió Rió con suavidad — . En realidad, creo que a menudo se tragan un montón de mierda, pero aun así parecen más felices que yo. — Miró Miró a Samantha a los ojos, con una expresión ligeramente angustiada, y añadió — . Los hombres siempre parecen estar en otra longitud de onda y, cada vez que trato de hablar de mis sentimientos y aspiraciones, se quedan desconcertados, se vuelven competitivos o se sienten amenazados. Eso hace que me retraiga emocionalmente. No se cómo lidian con eso las otras mujeres. — Se Se acurrucó el sofá. — Sí, Sí, yo tampoco sé cómo los entienden las mujeres — dijo dijo
Samantha con una sonrisa — . En lo que a mí
respecta, son de otro planeta. Julia se echó a reír. — Sí, Sí, bueno. Y me casé hace diez años, cuando apenas tenía veintitrés. Era un buen tipo y le tenía mucho
cariño pero no estaba enamorada de él. No había pasión; para mí era más bien un amigo. No me extraña que solo durase cinco años y que la mayor parte de la relación fuera difícil. Con Ben es lo mismo, solo que ahora sé que no debo esperar demasiado. He decidido conformarme con un arreglo cómodo: vivo mi vida y, cuando es posible tengo un amante con el que pasar un buen rato. — Se Se encogió de hombros — . Ben es un tipo genial, pero cuando paso demasiado tiempo con él, a menudo tengo ganas de salir corriendo. Eso suena fatal, ¿verdad? — pregu preguntó ntó,, con con una una sonr sonrisa isa.. Mientras la escuchaba, Samantha observó la expresión de pena y desilusión que transmitían los ojos de Julia y notó que algo se agitaba en su interior. La atracción que sentía por ella cobraba otra dimensión. Ya no era simple admiración por su belleza: experimentaba un poderoso deseo por aquella mujer. Sabía que no era procedente y no quería sentirse así, pero no podía evitarlo. Tragó saliva y sonrió con timidez. — ¿No ¿No te has enamorado nunca?
Julia la miró a los ojos con franqueza y sacudió la cabeza. — Supongo Supongo que no doy la talla.
«Oh, cielo, no cabe duda de que das la talla.» Samantha sintió la repentina necesidad de tenerla entre sus brazos brazos.. La La idea idea le tensó tensó el cuerp cuerpoo de deseo deseo.. Tomó Tomó un trago trago de vino. vino.
— Será Será que todavía no has conocido a la persona adecuada. — Puede Puede que no — dijo dijo Julia, sin darle importancia — . ¿Te apetece un café? — Sí, Sí, estaría bien. — Samantha Samantha se alegró de que cambiaran de tema y la acompañó a la cocina — . Hace un
rato se me ha ocurrido una cosa que me gustaría preguntarte. Es sobre la posibilidad de que hagas un reportaje sobre mi grupo. Julia puso a hervir agua para el café. — Suena Suena interesante. — Bueno, Bueno, cuando estaba hojeando las revistas he visto un reportaje tuyo sobre una banda de blues inglesa.
Es maravillosa la manera en que escribiste sobre ellos, sus aspiraciones, su estilo musical y todo eso. La pers persona onalid lidad ad de los miembr miembros os se traslu traslucí cíaa de de verd verdad ad.. Esta Estaba ba pensa pensand ndoo que que pod podría ríass cub cubrir rir el resto resto de nue nuestra stra gira. Ya sabes: viajar con nosotros y escribir sobre nosotros y los conciertos. En fin, esas cosas. Julia se pasó una mano por el pelo. — ¿Cuánto ¿Cuánto dura el resto de la gira? — Eran Eran dos semanas en total, así que quedan diez días. Tenemos tres conciertos en Sydney y otros tres en
Brisbane, con unos días libres en medio, para pasear un poco. Hicimos una gira tan agotadora en Estados Unidos que quería que esta fuera tranquila y agradable, para que todos tuviéramos un pequeño respiro. — Sonrió — . No estarías todo el día de aquí para allá; tendrías mucho tiempo para hablar con todos y divertirte. Julia sirvió el café y volvió al salón con las tazas. — Pues Pues
las fechas son perfectas para que salga en el próximo número, que es cuando se iba a publicar la
entrevista que te he hecho hoy. Samantha sonrió. — Eso Eso sería mucho mejor que esta entrevista.
Julia asintió, entusiasmada.
— El El calendario iría un poco ajustado, pero creo que estaría muy bien. En las próximas dos semanas no hay
ningún acontecimiento importante que tenga que cubrir por aquí, y estoy segura de que mi jefa no se opondría a que hiciera un reportaje sobre Samantha Knight. — Le Le dedicó una amplia sonrisa — . Eres el gran éxito del momento. Pero ¿no tendrías que hablarlo con tu agente? — Oh, Oh, no tenemos que preocuparnos por Danny. Le parecerá una idea fantástica. Nada le gusta tanto corno
la publicidad. — Te Te referirás a la publicidad publicidad positiva. — Bueno, Bueno, prefiere la positiva, pero, si no hubiera más remedio, se conformaría con la negativa. Siempre me
dice: «Tienes que conseguir que sigan hablando de ti, Sam. Cuando dejen de hablar estarás muerta. Lo digo en serio. ¡Acabada!». Se echaron a reír. — De De acuerdo — dijo dijo Julia — . Hablare con mi jefa mañana por la mañana y ya te diré algo.
La conversación siguió otros derroteros durante casi una hora. Cuando Samantha miró el reloj eran poco más de las doce de la noche. — Será Será mejor que me vaya. Muchas gracias por lo de esta noche. Me lo he pasado muy bien. — Yo Yo también — afirmó afirmó Julia — . Te pediré un taxi y te haré esa lista de tiendas que te he comentado. — ¡Qué ¡Qué bien! Ruby va a saltar de alegría. Ahora que lo pienso, te apuntaré mi dirección de Savannah. En
caso de que no puedas venir a la gira, llámame cuando estés en mi lado del mundo. — Oh, Oh, no te quepa duda. Gracias.
Intercambiaron notas, y Samantha oyó el claxon del taxi mientras Julia la acompañaba hasta la puerta. — Buenas Buenas noches, Samantha. Te llamo mañana.
Cuando Julia la besó en la mejilla, Samantha volvió a sentir que se derretía. Habría sido muy fácil pasarle el brazo brazo por por la la cintur cinturaa y besar besar aque aquella lla boca boca de aspec aspecto to delic delicios ioso. o. Sonrió Sonrió.. — Buenas Buenas noches, y gracias de nuevo.
En el viaje de vuelta al hotel, Samantha pensó, preocupada, en las sensaciones que le despertaba Julia. No podía podía permi permitirs tirsee el el lujo lujo de de sen sentir tir aque aquella lla atrac atracció ción. n. Era ridícu ridículo. lo. No obstan obstante, te, tenía tenía que recon reconoce ocerr que que era el motivo principal por el que le había propuesto que viajara con ellos e hiciera el reportaje. Sabía que sería buen buenoo para el grupo grupo,, porque porque Julia era era una period periodist istaa importa importante nte y trabaja trabaja para para una reputa reputada da revist revista, a, pero pero sobre todo era una excusa para pasar más tiempo con ella. Pensó que, gracias a Dios, Julia era heterosexual. De lo contrario, si hubiera demostrado algún interés por ella, las cosas se habrían complicado. No podía involucrarse en una relación que acabaría en diez días, y menos con una mujer como Julia. Recordó la manera en que la había mirado en algunos momentos y como la había hecho dudar. No, Julia era heterosexual, y más le valía que siguiera sin enterarse de la atracción que sentía por ella. Cuando el taxi paró en la puerta del hotel, suspiró. Le encantaba la costumbre que tenía Julia de echarse el pelo pelo hacia hacia atrás atrás;; aqu aquel el movimi movimien ento to desp despreo reocu cupa pado do de la cabe cabeza za era muy sexy. sexy. «Dioses Dioses — pens pensóó — , como se descuide, una mujer podría ahogarse en esos ojos.» Capítulo 4 Julia recogió la cocina y se preparó para irse a la cama. Samantha le caía muy bien, aunque había un plano de interés distinto al de otras mujeres que le caían bien. La miraba de una forma sutil, que le resultaba halagadora, e incluso había cierto deje sexual en sus reacciones, pero era algo afectuoso y reconfortante, que no se parecía en a nada a las miradas y reacciones de los hombres, las cuales la hacían sentir incómoda. Era toda una mujer, todas las cualidades que a Julia le gustaban de las mujeres. Por lo general eran más cálidas, reflexivas, sensibles y, según su experiencia, hasta más divertidas que los hombres. Pensó que resultaba interesante que siempre hubiera preferido la compañía de mujeres. Aunque acababa de conocerla, se había sentido muy cómoda hablando con ella de sus relaciones de pareja. Samantha parecía sinceramente interesada en lo que ella le había contado, como si le importaran sus sentimientos. Tenía una forma encantadora de hacerla sentirse la persona más importante del universo. Julia imaginaba que debía de ser igual con todo el mundo; formaría parte de su encanto y su carisma. Se metió en la cama y se quedó pensando en sus mejores amigas. Ni siquiera con ellas había hablado de lo que sentía por los hombres de la manera en que se había sincerado con Samantha. Sus amigas siempre le tomaban el pelo y le decían que no tenía relaciones serias y estables porque era demasiado exigente. Era más fácil reírse y darles la razón que tratar de explicarles cosas que había que no entenderían.
Eran cuatro mujeres, a dos de las cuales las había conocido en la universidad. Comían juntas con bastante frecuencia y, a veces, iban a cenar o a ver algún espectáculo, cuando sus parejas estaban ocupadas o de viaje. Su compañía le resultaba entretenida, y tenían trabajos exigentes, como ella, pero su prioridad eran sus maridos y amantes, y Julia no se identificaba ni física ni emocionalmente con lo que sentían por los hombres. Era la única que no se había enamorado loca y apasionadamente en ningún momento de su vida. Pensó que tenía sentido que Samantha la entendiera mejor que sus amigas. Sonrió al recordarla con el pelo rubio cayéndole por la frente. Le encantaba su costumbre de juguetear con un mechón entre los dedos, con aire distraído. Decidió que llamaría a Adele a primera hora de la mañana y quedaría para desayunar con ella y hablar del reportaje. Esperaba poder ir a la gira; sería muy divertido, e imaginaba que Samantha y ella se convertirían en grandes amigas. A la mañana siguiente, a las ocho y media, Julia y Adele estaban sentadas en un bar, a una calle de su trabajo. Julia se estaba comiendo una tortilla de queso y tomate con guarnición de champiñones, y pan tostado con mantequilla. Adele se terminó su café solo y encendió otro cigarrillo. A todas luces, la visión del desayuno de Julia le daba escalofríos. — Dioses, Dioses, ¿cómo puedes comer tanto a estas horas? — Porque Porque tengo hambre — contestó contestó con una sonrisa — . ¿Tú no comes nunca? — Si Si puedo evitarlo, ni de coña. Ahora cuéntame lo del reportaje.
Julia le explicó que a Samantha se le había ocurrido la idea después de echar un vistazo a unos números anteriores de la revista, y que parecía muy entusiasmada. — Y bien, ¿qué opinas? — concluyó. concluyó. — La La
verdad es que no me puedo creer que hayamos tenido tanta suerte. Debes de haberla impresionado
mucho. No tiene ningún problema para conseguir toda la publicidad que quiera. Hay publicaciones importantes de todas partes del mundo que desearían un reportaje como este. Puede elegir. Julia se terminó el café y la miró, con una sonrisa pícara.
— Pues Pues es exigente y quiere lo mejor. Y no será nada malo para las ventas de su disco en Australia.
Adele llamó al camarero y pidió más café para las dos. — Ya, Ya, bueno, sea cual sea el motivo, la directora de publicidad quedará en deuda conmigo después de esto.
Se va a pasar todo el mes fichando anunciantes gordos que querrán aparecer en nuestras páginas. — Dio Dio una larga calada a su cigarrillo y tosió -Tenía reservada media página para tú entrevista, pero ahora tendré que dejar al menos cuatro páginas completas, teniendo en cuenta que habrá muchas fotos. — ¿Así ¿Así que tengo el visto bueno para irme mañana con ellos? — Tengo Tengo
que hablar con su agente, por si pretende poner alguna condición — dijo dijo Adele — . Pero, por lo
demás, por mi está bien. Julia dejó a un lado el plato vacío y bebió un trago de café. — Como Como es lógico, necesitaré llevar a un fotógrafo, y esta mañana pensaba en Kerry Oliver. — Kerry Kerry
es una novata, y creo que este trabajo le queda demasiado grande. Sería mejor alguien con más
experiencia. Por casualidad, ¿no habrás pensado en ella porque es bollera? — H Hee
trabajado con ella lo suficiente como para saber que sería perfecta para este trabajo. Ilumina bien y
me gusta la mirada que tiene de las cosas. Y el hecho de que sea bollera y muy probablemente una gran admiradora de Samantha tampoco viene mal, ¿verdad? Adele parecía tener sus dudas. — Hay Hay fotógrafos con más antigüedad que me matarían si le encomendase a Kerry un trabajo como este. — La La quiero a ella, Adele. — Julia Julia la miró a los ojos. Sabía que su jefa podía ser una persona difícil, pero, si
era suficientemente firme con ella, conseguiría lo que quería. Adele se encendió otro cigarrillo y pareció ocultarse tras el humo. — Veré Veré que puedo hacer — dijo dijo — . Dentro de un par de días tendrás que informarme de tus planes para el
reportaje: que temas vas a cubrir y esa clase de cosas, para que podamos planificar el espacio y Miranda pued puedaa cap captar tar a los anunc anuncian iantes tes adec adecuad uados os.. — Miró Miró a lo lejos un instante y añadió — ¿Tendrán ¿Tendrán un convenio o
algo así con alguna compañía aérea? Los de publicidad deberían llamar a su agencia de prensa y averiguarlo. Julia se echó a reír y sacudió la cabeza con exasperación. — Dioses, Dioses, Adele, no tengo ni idea. Pero puedo decirte una cosa: veo un artículo muy de mujer..., femenino,
supongo. Esta banda tiene una líder, carece de cualquier influencia masculina, y la música de Samantha está dirigida a las mujeres. Quiero captar a la Samantha Knight por excelencia. Así que no me pidas que meta con embudo cosas del tipo «El grupo de Samantha Knight vuela con Quantas Airlines» ni ninguna mierda de ese estilo ¿de acuerdo? Adele no parecía impresionada. Se encogió de hombros. — No pasar pasaría ía nada nada por meter meter algo algo así — dijo, dijo,
con una sonrisa — . Sobre todo si Miranda puede sacar una
buen buenaa tajad tajadaa que que pue pueda da compa compartir rtir con con noso nosotra tras. s. Julia era muy consciente de que Adele era una buena redactora jefe. Sabía reconocer una buena historia cuando la veía, pero raras veces se sentía inspirada de antemano. Siempre tenía en la cabeza la visión más amplia del éxito económico de la revista y no le importaba compartir los cohechos, que se consideraban algo habitual y más o menos legítimo entre los publicistas. A menudo presionaba para que se incluyeran mensajes comerciales en los artículos: publicidad encubierta. — Aquí Aquí no, Adele — Julia Julia sacudió la cabeza — . Este reportaje va a ser bueno, lo presiento, y no voy a hacer
una chapuza con los de publicidad. Su jefa clavó en ella sus ojos negros durante un instante, como si tratara de someterla a base de miradas pene penetra trante ntes. s. Julia Julia sabía sabía que que preten pretendía día y se limitó limitó a sonre sonreír. ír. Adele Adele reso resopló pló,, firmó el el recibo recibo de la tarjet tarjetaa de crédito y se dirigieron a la oficina. Julia cerró la puerta de su despacho y pensó que tenía que llamar a Ben. Se sentía culpable por no haberlo llamado a primera hora de la mañana. A fin de cuentas, había estado de viaje de negocios durante tres semanas. Se le ocurrió, como en más de una ocasión, que no estaba siendo muy justa con él. Ben se hallaba casi al final de su lista de prioridades. Durante sus frecuentes ausencias, había momentos en los que Julia creía necesitarlo y esperaba impaciente a que volviera; pero hacía mucho tiempo que se había acostumbrado a
sentir una inexplicable desilusión cuando se reencontraban. Seguía sintiéndose desesperadamente sola cuando estaba entre sus brazos. Aquella mañana, al despertarse, no había pensado en él, sino en el proyecto que había planeado con Samantha. Llamaron a la puerta y, cuando levantó la vista, entró Ben. — Hola, Hola, preciosa — dijo dijo el, con una sonrisa radiante. — Estaba Estaba a punto de llamarte. — Julia Julia se le acercó; Ben la rodeó con los brazos y la apretó con fuerza. — Te Te
he echado de menos — declaró. declaró. La besó con desesperación, igual que siempre, como si estuviera
busca buscand ndoo algo algo de ella ella que no podía podía enco encontr ntrar. ar. Sonó el teléfono y Julia fue a contestar, pero el la retuvo. — Olvídate Olvídate del teléfono — murmuró murmuró y empezó a besarla de nuevo. Ella notó la erección contra el cuerpo y
se separó un poco. Le parecía un fastidio que no pudiera abrazarla afectuosamente sin excitarse. En aquel momento sonó el interfono y Tracy, su secretaria, anunció: — Julia, Julia, tienes a Samantha Knight en la línea uno. Julia se apartó de Ben rápidamente y cogió el teléfono. — Hola, Hola, Samantha, ¿cómo estás? — Bien, — . Danny acaba de darme Bien, cielo. Parece que mañana vienes con nosotros. — Sonó Sonó una risita gutural —
la noticia. Tu jefa ha hablado con el antes de que yo tuviera la oportunidad de informarle de nuestros planes. ¡Tendrías que haberlo oído! — Volvió Volvió a reír.
— Lo Lo siento. ¿Está de acuerdo con todo? — Oh, Oh, sí. Le encanta la idea. Oye, ¿por qué no volvemos a cenar juntas esta noche? Me gustaría llevarte a
algún lugar bonito, para compensar tú hospitalidad. — No es nece necesa sario rio..
— M Mee
apetece. Podríamos hablar de tus planes para el artículo. Si estas libre, claro. Un restaurante chino
sería genial. Si te gusta la comida china, claro. Julia también se echó a reír. El encanto de Samantha era muy persuasivo. — Me Me gusta y conozco el lugar perfecto. Reservaré una mesa. — Genial. Genial.
Ven al hotel hacia las siete y media, y te los presentaré a todos. Estaremos tomando algo en la
habitación de Danny. Es la 303. Adiós, cielo. Julia se giró hacia Ben, que parecía un tanto abatido. — Debía Debía de ser una llamada muy importante — dijo dijo en tono cansino. — Sí. Sí.
Perdón, pero ya sabes cómo es esto. El trabajo es el trabajo. — Julia Julia sonrió tan tiernamente como
podía podía.. Esto Esto no le le va a gusta gustar»r»-.. He queda quedado do para para cenar cenar con con Saman Samantha tha.. Es impor importan tante te que que hable hablemos mos de de un reportaje que estoy escribiendo sobre ella. — Sabías Sabías que estaría en casa. ¿Por qué has organizado una cena de trabajo para esta noche? — Ben Ben parecía
enfadado. Julia sintió otra punzada de culpa. No era estrictamente necesario que cenara con Samantha aquella noche; más adelante tendrían tiempo de sobra para hablar del artículo. Pero estaba emocionada por la gira, y le convenía conocer a Danny Goldman y a los miembros del grupo antes de irse de viaje con ellos. — Lo Lo siento, Ben, pero hasta ayer no sabía nada de esto. Las cosas han salido así, y ya sé que ha sido en el
peor peor momen momento, to, pero pero que se le va a hacer. hacer. Y eso no es todo: todo: mañana mañana me voy de gira gira con Saman Samantha tha y su grupo, a Sydney y Brisbane. Estaré fuera unos diez días. — Parecía Parecía que Ben se estaba preparando para iniciar una discusión. Julia pensó que él no permitía que nada se interpusiera en sus propias obligaciones y oportunidades laborales, pero siempre se ponía de mal humor cuando ella hacia lo mismo-. Tal vez, cuando termine mi trabajo, podríamos pasar unos días juntos en Noosa Heads o en Port Douglas. Estaría bien, ¿no? — Sonrió, Sonrió, con la esperanza de que se hubiera calmado.
Ben se encogió de hombros, derrotado.
— Supongo — . Supongo que sí. A ver si puedo tomarme unos días libres. — Avanzó Avanzó hacia ella y la volvió a abrazar —
Samantha Knight. Es bollera, ¿verdad? Más le vale que no te meta mano. — Rio Rio entre dientes — . Tendrás que andar con pies de plomo, mi amor. Julia se puso furiosa. — Es Es una mujer, no un hombre — dijo, dijo, consciente de que había respondido en un tono seco — . Teniendo a
varios millones de lesbianas que la adoran en todo el mundo, dudo que se tome la molestia de magrear a heteros, ¿no crees? — Vale, Vale, vale, era una broma. Estaría realmente preocupado si viajaras con un guaperas.
Julia no se calmó. Se preguntaba si lo que la ofendía era su actitud posesiva o la insinuación de que solo la amenaza potencial de un hombre merecería ser tomada en serio. Probablemente, a Ben le parecía que la alternativa era una especie de chiste. Ocultó su malestar con una sonrisa. — Tengo Tengo
mucho que hacer, Ben. Me voy por la mañana. Te enviare mi itinerario por fax y hablaremos
dentro de un par de días, ¿vale? Volvió a besarla y le prometió que la llamaría. Luego se despidieron. Cuando el salió del despacho, sonó el teléfono. Era Adele. — Ya Ya está todo organizado. Te vas de gira. Danny Goldman parece encantado con la idea. Te he asignado a
Kerry, como querías, pero ten en cuenta que varios fotógrafos con más experiencia querrán despellejarme viva por esto. ¡Tiene que hacer unas fotos fantásticas! Danny me ha enviado un fax con el itinerario y le he mandado una copia a Tracy. Asegúrate de que te esté haciendo todas las reservas. — Como Como siempre, Adele iba a un millón de kilómetros por hora. — Vale, Vale, voy a planificar unas cosas para el reportaje y pasaré a verte más tarde.
Julia se fue del trabajo un poco más temprano, para poder recoger a Magpie y llevarla a su refugio habitual. Como su dueña viajaba con frecuencia, Gum Nut era un segundo hogar para Magpie, y era un consuelo saber que la pareja que dirigía el albergue la malcriaba, porque siempre volvía relajada y feliz. Después se fue corriendo a casa para ducharse y cambiarse antes de ir al hotel de Samantha, situado en Southbank, junto junto al río Yarra, Yarra, en el centro centro de la ciudad ciudad..
Capítulo 5 Julia llamó a la puerta de la habitación de Danny Goldman. Tenía una clara sensación de excitación nerviosa, aunque no sabía muy bien por qué. Un momento después se abrió la puerta, y se encontró frente a los ojos verdes de Samantha. La manera de mirarla, como si llegara directamente a su interior, la había desconcertado el día anterior, pero ya no. — Hola Hola — dijo dijo Julia, con una sonrisa — . ¿No me invitas a pasar?
Samantha soltó una risita gutural y la beso en la mejilla. — Hola, Hola, Julia, entra a conocerlos a todos.
Samantha llevaba unos pantalones de cuero negro a juego con un chaleco entallado, que le llegaba por la cintura, con una cremallera en la parte delantera. Saltaba a la vista que el conjunto estaba maravillosamente confeccionado con cuero muy liso, de gran calidad. Ella tenía el cuerpo perfecto para usarlo y estaba impresionante. — Os Os presento a Julia Moran — anuncio anuncio Samantha — . Julia, Danny Goldman.
Danny le dio la mano afectuosamente y se pasó la otra mano por el pelo engominado. — Esto Esto va a ser fabuloso, Julia — afirmo, afirmo, radiante — . Sencillamente fabuloso. — Este Este es Don, nuestro batería — dijo dijo Samantha. Don era alto. Llevaba el pelo decolorado y cortado al uno,
y su sonrisa era afable — . Y aquí tenemos a Louis, nuestro bajista, y a Jenny, que hace los solos de guitarra y los acompañamientos. Louis y Jenny se habían estado mirando con adoración hasta que los presentaron, y se soltaron el tiempo justo justo para estrec estrechar harle le la mano mano a Julia Julia.. Louis Louis tenía tenía el pelo negro negro y muy corto, corto, con con un intrinc intrincad adoo dibuj dibujoo afeitado; Jenny lucía una melena castaña, con mechas rubias, que le llegaba por debajo de la cintura. Los dos llevaban numerosos pendientes en las orejas y pequeñas argollas relucientes en las cejas. Samantha le presentó a Ruby, una mujer atractiva, de piel oscura y tersa, que le dio la mano a Julia y la miró a los ojos con una franqueza que desarmaba. Le dedicó una sonrisa encantadora y sus ojos parecieron iluminarse con picardía. Su larga melena negra, alisada, brillaba con sutiles reflejos de color castaño rojizo. Iba vestida con varias capas de colores vivos: un chaleco de algodón amarillo sobre una camiseta roja y,
encima, una chaqueta holgada de algodón verde oscuro y azul. Las docenas de pulseras y esclavas que llevaba en los brazos creaban una sinfonía cuando se movía. — Bienvenida Bienvenida
a bordo, cielo — dijo, dijo, con un acento más fuerte que el de Samantha; luego le besó las dos
mejillas. Lisa, de Big Gig International, la promotora de la gira, era alta y corpulenta, pero no estaba gorda. Su pelo oscuro y corto mostraba algunas canas en la sienes, y cuando sonreía se le formaban unas atractivas líneas en el contorno de los ojos, azules y brillantes. Cuando le estrechó la mano a Julia, se situó entre Samantha y ella, obligando a la cantante a apartarse. Tenía las manos grandes y fuertes, y miraba a Julia fijamente. Julia notó que Samantha lanzaba una mirada hostil al perfil indiferente de Lisa, seguida de un intercambio de miradas con Ruby. Con un gesto de incredulidad, Ruby estalló en carcajadas guturales. — Huy, Huy, huy, esto va a ser divertido — farfulló farfulló con su acento sureño. — Es Es un placer — dijo dijo Lisa — . Hace mucho que admiro tú trabajo y estoy deseando charlar un rato contigo
durante la gira. — Gracias Gracias — contesto contesto Julia — . Estoy segura de que será muy interesante. — Pero, Pero, ahora mismo — intervino intervino Samantha con una sonrisa chispeante — , Julia y yo hemos quedado para
cenar, así que, Lisa, si nos disculpas... Acto seguido cogió a Julia del brazo y la llevó hacia la puerta. Se puso un tres cuartos de lino color crema y se acercó más a ella. Julia sintió su perfume, sutil y especiado. — Estas Estas lista para salir, ¿verdad?
Era una afirmación, no una pregunta, y se marcharon. Cuando salieron del hotel, Samantha preguntó: — Y bien, ¿adónde te llevo? — El El restaurante donde he hecho la reserva queda a cinco minutos en taxi, pero, si te apetece, podemos ir
andando. Hace una noche agradable.
Un montón de mujeres, probablemente unas cien, a las que Julia había visto al llegar, se animaron de repente y corrieron hacia la entrada, llamando a Samantha. Ella sonrió y las saludó con la mano. — Creo Creo
que no iremos andando, cielo. — Abrió Abrió la puerta del taxi más próximo y le hizo una señal a Julia
para para que que entr entrara ara — . Dese prisa — le le ordeno al conductor, y se alejaron a toda velocidad. — Yo Yo creía que eran un grupo de turistas — dijo dijo Julia. Samantha sonrió. — Siempre Siempre
averiguan donde estamos en cinco minutos. Están esperando en la puerta del hotel desde que
llegamos. Es muy de agradecer, pero no siempre puedo pararme a hablar. Reconozco varias caras: les he firmado autógrafos esta mañana. El restaurante estaba en Chinatown, en el centro de la ciudad. Tenía una fama excelente por la comida y el servicio, y a Julia le gustaba porque ofrecía cocina de varias provincias chinas. — Es Es una placer verla de nuevo, señorita Moran — dijo dijo el maître. Miró a Samantha y sonrió, encantado, al
reconocerla — . Buenas noches. El hombre les mostró una bonita mesa esquinada para dos, sacudió con una floritura las servilletas blancas almidonadas y se las tendió. Una música china sonaba de fondo, discreta, y los camareros se movían en silencio y con eficacia. Las paredes estaban decoradas con gruesos biombos chinos, lacados y muy elaborados, y la iluminación era cálida e íntima. — ¿Te ¿Te parece bien este Marsanne de Victoria? — pregu preguntó ntó Saman Samantha tha,, miran mirando do la carta carta de vinos vinos..
Julia arqueó las cejas, sorprendida. — Sí, Sí, es muy bueno. No conozco mucha gente a la que le guste el Marsanne.
Samantha esbozó una media sonrisa. — Oh, Oh, me gustan muchas cosas, cielo. — Todos Todos los de tú grupo parecen muy majos, incluido Danny. Creo que me va a caer especialmente bien
Ruby. Parece que tiene un gran sentido del humor. Samantha se echó a reír
— Oh, Oh, es fantástica. No me cabe duda de que os llevareis muy bien.
Julia recordó la franqueza y la calidez con que la había mirado Ruby, y la interacción entre Ruby, Samantha y Lisa. Lisa se había mostrado ligeramente insinuante. — ¿Ruby ¿Ruby es lesbiana? — Oh, Oh, sí, reina, claro que sí. Y Lisa también. — Igual Igual que la fotógrafa que me acompaña — dijo dijo Julia, sonriendo.
Samantha rio entre dientes. — Pues Pues vas a estar rodeada de bolleras, cielo. Espero que puedas lidiar con nosotras. — Oh, Oh, creo que me las apañare — murmuró murmuró Julia, y tomó un trago de vino.
Samantha la estaba mirando otra vez con aquella intensidad especial. Sus ojos reflejaban inteligencia y parec parecían ían estar estar tratan tratando do de interpr interpreta etarla rla.. Se estaba estaba mordis mordisque quean ando do el labio labio inferi inferior or;; no llevaba llevaba pintal pintalab abios ios,, pero pero sus labio labioss carnos carnosos os y perfect perfectame amente nte delin delinead eados os tenían tenían un tono tono rosa rosa claro claro de aspec aspecto to salud saludab able. le. Julia Julia pens pensóó que que era era como como si estuv estuvie iera ra mordis mordisque quean ando do un meloc melocotó otónn jugo jugoso. so. — Aparte Aparte de Ruby — añadió-, añadió-,
¿los otros miembros del grupo llevan mucho tiempo contigo? Parecen muy
jóven jóvenes es.. — Hará Hará
un año — dijo dijo Samantha, asintiendo — . Todos son músicos muy buenos, y eso que solo tienen
veintipocos años. Si todo va bien, es bueno tener un grupo estable; pero los músicos suelen ser muy suyos: van y vienen. Dudo que de aquí a un año sigan todos conmigo, aunque tampoco es tan grave. Los buenos músicos se adaptan rápidamente cuando se unen a un grupo. — Hizo Hizo una pausa — . Louis y Jenny se enamoraron cuando empezó la gira por Estados Unidos. Mientras eso dure, imagino que no habrá ningún proble problema ma.. Pero Pero no que querrí rríaa que quedar darme me sin Rub Rubyy jamás jamás.. En aquel momento les llevaron los entrantes: codorniz Sung Choi Bao, buñuelos de Shanghai y vieiras del oeste de Australia con jengibre. La camarera, una joven atractiva vestida con camisa blanca, fajín, pajarita y panta pantalon lones es neg negro ros, s, le dedic dedicóó una una sonris sonrisaa arre arreba batad tadora ora a Sama Samanth nthaa mientr mientras as serví servíaa la la comid comida. a. — Esto Esto tiene una pinta fantástica — dijo dijo Samantha. Julia probó una vieira.
— Humm. Humm. La comida de aquí siempre esta buenísima. — Bebió Bebió un poco de vino — . He tenido unas cuantas
ideas para nuestro reportaje. Samantha asintió mientras se quitaba el tres cuartos, que la camarera se llevó rápidamente. Julia admiró los músculos firmes y torneados de sus brazos. — Quiero Quiero escribir todo desde tu perspectiva. He
pensado en conseguir datos sobre los antecedentes de los
demás y después escribir sobre sus cometidos, lo que incluiría aspectos relevantes e interesantes de su historial, pero desde tu punto de vista. Así podre concretar mejor tus expectativas, tus planes, tu estilo y la dirección que seguirás. Samantha volvió a asentir. — Suena Suena muy bien. — Obviamente, Obviamente,
los que te rodean te influyen en más de un sentido y quiero que expliques esa influencia.
Tiene que ser un reportaje de Samantha Knight al completo. — Pero Pero no restarás importancia a la contribución de Ruby en nuestro sonido, o a lo bueno que es Danny en
la organización, ¿verdad? Samantha cogió comida con los palillos Llevaba las uñas sin pintar, cortas y perfectamente cuidadas. Julia sonrió. — El El
reportaje ira sobre ti, así que dejaré claro lo importantes que son ellos para el éxito de tu grupo.
Mientras tanto, captaré tus reacciones frente a los fans y en los lugares de actuación, e incluiré aspectos del viaje, para transmitir la sensación de movimiento. La expresión de Samantha indicaba que le gustaba la idea. Estaba escuchando muy concentrada, jugue juguetea teand ndoo con con un mechón mechón de pelo pelo entr entree los dedo dedos. s. A veces veces se qued quedaba aba un rato rato miran mirando do la boc bocaa de Julia Julia.. — Y
también trabajaré sobre tu proceso de composición de las canciones: que te inspira; e intercalaré las
ideas de las canciones y una selección de letras. — Se Se detuvo para beber un trago vino — . Desde luego, en esas partes me gustaría incluir atisbos de Savannah y de la sida que llevas allí. — Veo Veo que eres muy ingeniosa.
A Samantha le brillaban los ojos y Julia volvió a notar que tenía una sonrisa preciosa. Era verdaderamente cautivadora. — Me Me alegro de que pienses eso — dijo, dijo, sin apartar la vista.
En aquel momento llegó la camarera con el pato pequinés. La observaron mientras colocaba con rapidez y delicadeza las finas tiras de cebolleta y pepino en las pequeñas crepes, añadía el pato dorado y crujiente, y la salsa, y las enrollaba cuidadosamente. Pidieron otra botella de vino, y la conversación giró hacia otros asuntos. Más tarde, a Julia le costaba conciliar el sueño. Seguía pensando en Samantha y en sus desconcertantes reacciones hacia ella. Cuando volvieron al hotel, las admiradoras parecían haber desaparecido momentáneamente. Julia le tocó el brazo a Samantha y se acercó para besarla en la mejilla; la cantante había querido hacer lo mismo, pero calculó mal y se rozaron los labios. Samantha contuvo la respiración y Julia no dijo nada. Samantha acertó a esbozar una sonrisa divertida y, acto seguido, se despidieron. Julia se había fijado en todos los detalles, hasta en cómo se tocaba el pelo. Recordaba perfectamente sus manos, los anillos que llevaba, la bonita forma de sus hombros, los músculos de sus brazos y su voz, grave y ronca. A veces, cuando hablaba en voz baja, le evocaba la sensación de la seda en contacto con la piel. Además de su habitual sonrisa afable, Samantha tenía otra: una media sonrisa que esbozaba lentamente mientras le sostenía la mirada. Era una sonrisa reservada, intima e indudablemente sexy, y Julia tenía que reconocer que le gustaba. Se preguntaba por qué miraba así a Samantha. Siempre había visto cosas atractivas en las mujeres y las admiraba, pero no de aquella manera: era consciente de su atractivo sexual. Tal vez se debiera solo a que era la primera lesbiana de la que se había hecho amiga, por lo que le estaba despertando una mayor consciencia de la sensualidad femenina. Lo único malo de aquel razonamiento era que también había conocido hombres durante toda su vida y, a decir verdad, no los había mirado nunca de la manera en que miraba a Samantha. Aunque eran muchos los que se habían mostrado interesados por ella, solo había tenido cuatro amantes. Si era sincera, tenía que reconocer que era porque no les encontraba suficiente atractivo sexual como para fijarse en ellos. Otras mujeres sí se lo encontraban. Los amantes que había elegido se habían acercado a ella lenta y cuidadosamente, con una perseverancia nada agresiva. De repente se dio cuenta de que sus amantes siempre habían tornado la iniciativa en el terreno sexual y que su placer solo procedía de que la tocaran de
la manera en que pedía ser tocada. Su satisfacción, que era limitada, solo provenía de tomar lo que necesitaba. Su corazón empezó a palpitar con ansiedad. Se preguntaba por que siempre había ocurrido aquello. Incluso con Ben, a quien apreciaba de verdad. Sabía que la quería y que siempre trataba de hacerla sentirse bien, pero pero el sexo sexo seguía seguía siend siendoo tod todav avía ía una una expe experie rienc ncia ia unidi unidimen mensio sional nal.. Se tranquilizó pensando que Samantha tampoco la excitaba. Solo se había fijado en detalles, nada más, y se sentía bien con ella. Por Dios, tenía treinta y tres años; si tuviera inclinaciones lésbicas, sin duda tendría que haberse dado cuenta mucho antes. — Obviamente Obviamente no eres una persona muy sexual — se se dijo. Se dio la vuelta y empezó a dejarse llevar por el sueño, aunque no podía quitarse de la cabeza la imagen pers persist isten ente te del del roce roce de los labio labioss de Saman Samantha tha contr contraa los suyos, suyos, la forma forma en que que la otra otra mujer mujer había había contenido el aliento y el sorprendente cosquilleo que había sentido en el cuerpo. *** Samantha pasó por delante de la habitación de Ruby y, al ver que asomaba luz por debajo de la puerta, decidió pasar a verla. Ruby abrió, vestida con una camiseta que le quedaba grande. — ! Sam! ¿Qué tal la cena? — Muy Muy bien. — Samantha Samantha se dejó caer sobre la cama — . Demasiado bien. Julia es demasiado guapa.
Ruby apagó el televisor y la miró con una sonrisa. — Tan Tan guapa que corta el hipo. ¿Quieres un bourbon?
Samantha asintió y Ruby sirvió dos vasos. — Se Se me han desatado todas las alarmas en la cabeza, Ruby. No dejo de recordar la última vez en que me
enamoré de una hetero. Ruby le dio la bebida y sacudió la cabeza con incredulidad. — Oh, Oh, no puedes comparar a Julia con esa tarada. Por el amor de Dios, esa chica solo estaba tonteando. —
Ruby se acercó al armario, sacó un recipiente pequeño de una maleta, se sentó al lado de Samantha con las pierna piernass cruza cruzada dass y empezó empezó a liar liar un canuto canuto.. Sama Samanth nthaa se beb bebió ió la copa copa de un trago trago y se tumbó tumbó con con las
manos detrás de la cabeza — . Nunca entenderé que viste en Elizabeth. Una mujer casada de Savannah; una puta puta choni choni de de la alta alta soc socied iedad ad,, con con el car cartel tel de «más «más hete hetero ro que que la la misma misma mierda mierda»» grab grabado ado en la la frente frente.. — Encendió el canuto, le dio un par de caladas antes de pasárselo a Samantha y rio entre dientes — . ¿Te acuerdas de esa fiesta suya a la que me llevaste? — Oh, Oh, no
me lo recuerdes. — Samantha Samantha gruñó — . Esa fiesta me abrió los ojos de verdad. Ahí fue cuando
empecé a darme cuenta de que yo era su penúltima distracción, su forma de echar una cana al aire. — Le Le dio una intensa calada al canuto — . La verdad es que no sé qué me pasó — Bueno, Bueno,
creo recordar que el verano pasado fue particularmente caluroso. Creo que debió de darte un
golpe de calor, cielo. 0 tal vez estabas despechada por lo de Mandy. — Samantha Samantha la miró confundida — . Bueno, después de un año y medio creías que teníais futuro, y te sentó fatal que de repente volviera con su ex de Virginia. Samantha sacudió la cabeza, desconcertada. — Pero Pero eso fue un año antes de lo de Elizabeth.
Ruby puso los ojos en blanco. — Estoy Estoy buscando excusas para tú absoluta falta de criterio, Sam. — Me Me quedo con el golpe de calor. — Sonrió Sonrió y se encogió de hombros. — Bien. Bien.
En cualquier caso, recuerdo haber entrado en esa fiesta, haber echado un vistazo a esos idiotas
preten pretencio cioso soss y haber haber pen pensa sado: do: «¿Qu «¿Quee le ha ha pasa pasado do a Sam Sam?? ¡Esta ¡Esta chic chicaa se ha ha vuelt vueltoo loca!» loca!».. — Samantha Samantha se echó a reír y Ruby dio otra calada a su cigarrillo — . Les parecías muy estimulante, cariño: toda una bollera famosa. Vi que el marido de Elizabeth se pasaba todo el rato tratando de manosear a las criadas, y me pregu pregunte nte como como le hacía hacía sentirs sentirsee que su mujer mujer se estuv estuvier ieraa tirando tirando a Samantha Samantha Knigh Knight.t. Debía Debía de saberlo; saberlo; todos los demás lo sabían. — Ruby Ruby rió y dió otro par de caladas — . Aunque a mí no me encontraron tan emocionante. Todos me dedicaban su mejor y más falsa sonrisa, pero todo el tiempo me miraban por encima de su distinguido hombro, sin dejar de preguntarse qué hacia esa negrita fuera de la cocina. Las dos estallaron en carcajadas. — ¿Te ¿Te acuerdas de aquel abogado famoso que te tiraba los tejos?
A Ruby se le iluminaron los ojos de diversión al recordarlo. — Sí, Sí,
no paraba de darle calabazas y alejarme de él, pero no captaba la indirecta. Era el carbón más
pega pegajos josoo que he cono conocid cidoo en mi vida. vida. Me sigu siguió ió a la piscin piscina, a, se acer acercó có por por detrás detrás y me dijo dijo en voy muy muy baja baja,, trata tratando ndo de ser seduc seductor tor:: «¿Te «¿Te apetec apetecerí eríaa tomar tomar otra otra copa copa de cham champa pan, n, cari cariño ño?» ?».. — Samantha Samantha empezó a revolcarse por encima de la cama, desternillada de risa. Le encantaba aquella anécdota — . Y yo le dije: «Oh, ¿eso era? Y yo, tonta de mí, preguntándome como habían hecho para meter estas burbujitas tan pequ pequeña eñass en en este este meado meado de gato» gato».. — Samantha Samantha temblaba de risa mientras se enjugaba las lágrimas. Ruby la miró con expresión seria — . Lo siento, cielo, pero, con toda la pasta que tiene Elizabeth, sirvió un champan de lo más barato. Se le nota a la legua que es una nueva rica. — Dio Dio una larga calada y le pasó el canuto a Samantha — . Total, que el maldito cabrón me dedicó una sonrisa empalagosa y me puso una mano en el culo. Así que le volqué la copa de champan de mierda en la entrepierna de su inmaculado Armani y dije: «Vaya, cielo, ¿no te han enseñado a usar el cajón?». Se me quedó mirando; entonces añadí: «¿Esa de la melena rubia y el culo estupendo es tú hija? Es mucho más de mi estilo, cielo». Acto seguido, tiré la copa vacía a la piscina de Elizabeth y me marché, toda digna. Samantha se recuperó lentamente. Le dolía el estómago de tanto reírse. — Lo Lo preocupante, Ruby, es que me deje engañar. Creía que significaba algo para Elizabeth. Me da miedo
pens pensar ar que estoy estoy hacien haciendo do lo mismo mismo con con Juli Julia, a, viendo viendo cosas cosas que que no exist existen en.. Ruby se tumbó a su lado, apoyada en un codo. Los ojos le brillaban con interés. — ¿Por ¿Por ejemplo?
Samantha miró al techo. — Me Me mira de una manera que parece sexual. Me siento muy atraída por ella, y es difícil de soportar. Estoy
segura de que no es consciente del efecto que tiene en mí, pero, si no estuviera escaldada, pensaría que... No sé, que también le gusto. — ¿Por ¿Por
qué estás tan segura de que no le gustas? Calculo que en los diez minutos que la he visto te ha
estado mirando durante nueve. Hasta cuando Lisa se le ha echado encima te miraba a ti. Samantha se puso roja de rabia al recordar como la había apartado Lisa de un empujón. — ¿Te ¿Te lo puedes creer? ¡Por Dios! Parecía que estaba a punto de comerse a Julia.
Ruby sonrió y dijo, en tono de broma: — Y
esta misma mañana me estabas comentando lo contenta que estas con la forma en que Lisa se está
ocupando de todo. — Ya, Ya, en fin... Es buena en su trabajo. — No quiere quieress ni ni pen pensa sarr en en que que se ocup ocupee de Julia Julia,, ¿verda ¿verdad? d?
Samantha sacudi6 la cabeza con desdén. — Julia Julia no entiende.
Ruby se echó a reír. — La La he observado y creo que sí. Tiene esa vibración, cielo. Estoy segura de que Lisa diría lo mismo.
Samantha suspiró con impaciencia. — Tiene Tiene un puto novio.
Ruby se sentó y la miro, estupefacta. — ¿Y ¿Y qué? Yo también tuve un bicho de esos antes de abrir los ojos y puedo decirte que follar con tíos es
una costumbre muy desagradable, a la que es extremadamente fácil renunciar. — Sonrió Sonrió — . Lo único que pasa pasa es que que Juli Juliaa aún aún no se ha dad dadoo cue cuenta nta y, ahor ahoraa que que has has entr entrad adoo en en su su vida vida,, está está empez empezand andoo a ver ver la luz. luz. — Samantha — . Solo hace Samantha apartó la vista de Ruby y volvió a mirar al techo. No era algo que quisiera oír —
dos días que te conoce, cielo, y puede que todavía no sepa que está haciendo exactamente al mirarte de esa manera, pero estoy segura de que está empezando a descubrirlo. No me ha dado la impresión de que esa mujer tenga problemas de aprendizaje. Samantha se levantó de la cama. — Bueno, Bueno,
debo reconocer que el bollorradar empezó a sonar en cuanto la vi por primera vez. — Avanzó Avanzó
hacia la puerta — . Me tengo que ir a dormir. Y más nos vale que nuestro instinto se equivoque, porque, de lo contrario, tendré un grave problema. — ¿Por ¿Por qué tiene que ser un problema, cielo?
Samantha vaciló durante unos instantes y trató de poner en orden sus sentimientos, mientras se pasaba una mano por el pelo, distraída. — Julia Julia es... Dioses, no se... Es tan diferente, tan especial... — Cerró Cerró los ojos durante un segundo y para sus
adentros — . No he conocido en mi puta vida a una mujer más sexy que ella. Solo estaremos diez días aquí, pero pero tengo tengo la sensa sensació ciónn de de que que,, si si Juli Juliaa me me dier dieraa la la men menor or esper esperan anza. za.....,, me me colg colgarí aríaa de de ella ella a lo bestia bestia.. Sue Suena na a desastre en potencia, ¿no te parece? Creer que no entiende y que esta fuera de mi alcance me mantiene a salvo. — A mí me suena más bien a amor a primera vista — dijo dijo Ruby, y suspiró-. Siempre te complicas la vida,
Sam. Capítulo 6 — Apártense, Apártense, por favor. Dejen el pasillo libre.
La voz del agente de seguridad se elevaba por encima los gritos y alaridos de las admiradoras de Samantha. Cerca de mil mujeres esperaban en el aeropuerto de Melbourne para tratar de verla, o tal vez de tocarla, antes que se fuera a Sídney. Samantha sonrió y saludó con la mano, mientras avanzaba por el pasillo acordonado que llevaba a la sala de embarque VIP. Saludó a tantas mujeres como pudo cuando paso junto a ellas y soportó que muchas le tiraran de la ropa. Dos la sujetaron y trataron de besarla, y se alegró de tener a su lado a Lisa, que le abría paso paso tan dep depris risaa como como era posib posible. le. Una periodista bastante joven le planto el micrófono la cara. Estaba muy mona, toda ruborizada. — ¿Podría ¿Podría hacerte unas preguntas, Samantha?
Ella sonrió. — Lo Lo siento. No tengo tiempo de parar, cielo, pero me gustaría decir que me lo he pasado muy bien en tú
precio preciosa sa ciuda ciudadd y que espe espero ro volve volverr muy pronto pronto.. — A su alrededor, los fotógrafos disparaban flashes cegadores. Se detuvo a firmar unos autógrafos, y un cámara de televisión avanzo hacia ella. — Solo Solo un par de preguntas, Samantha — grito grito otro periodista.
Ella sonrió, saludó con la mano y se alegró de ver que ya estaban frente a la puerta de la sala de embarque. Lisa la abrió y la guio rápidamente hacia el interior. Había conseguido meter a los otros antes, y estaban todos sentados alrededor de una mesa, tomando café. Samantha se sentó junto a Ruby, aliviada. — Espero Espero que en Sídney sean igual de entusiastas — dijo dijo Ruby. — Si Si — contesto contesto Samantha, distraída, mientras se preguntaba donde estaría Julia — . Por casualidad, ¿habéis
visto a Julia fuera? Salimos en quince minutos; espero que no pierda el avión. Ruby rió entre dientes. — ¿No ¿No puedes pensar en nada más que en ella?
Samantha estaba a punto de justificarse cuando, de repente, la multitud que acechaba fuera volvió a estallar en vítores y silbidos. Fue hasta la puerta y echo un vistazo por el ventanuco, y vio a Julia avanzando por el pasi pasillo llo.. A su lado lado había había una una mujer mujer que que llev llevab abaa una una cámar cámaraa y varia variass funda fundas; s; una una minib miniboll olloo que que no deb debía ía de de tener más de veinte años. Saltaba a la vista que formaban parte de la comitiva de Samantha y aquello era suficiente para hacer que la multitud se animara de nuevo. Julia estaba arrebatadora, con unos pantalones ceñidos de piel de melocotón, una camisa azul claro con el cuello abierto y un chaleco negro y largo, abierto y de aspecto sedoso. Llevaba las manos metidas en los bolsi bolsillo lloss de la gaba gabardi rdina na,, de estil estiloo clásic clásico, o, y camin caminab abaa con aplo aplomo mo y eleg eleganc ancia, ia, apa aparen rentem temen ente te ajen ajenaa a los gritos y alaridos de las mujeres que se amontonaban a los lados. Samantha pensó que era como una modelo en la pasarela. Les abrió la puerta y se apresuraron a entrar. Julia se echó el pelo hacia atrás y suspiro. — Joder, Joder, esa caminata se me ha hecho kilométrica. Menos mal que ya hemos dejado atrás a la multitud.
De pronto parecía un poco alterada y Samantha le pasó un brazo por los hombros. — Tranquila. Tranquila. Ahí fuera no se te notaba el nerviosismo. Parecía que habías nacido para esto.
Julia sonrió. — Tu Tu estas acostumbrada, pero yo me he sentido indefensa.
Samantha la miró a los ojos y contuvo el repentino deseo de besarla; tenía su boca tentadoramente cerca y podía podía senti sentirr el el calo calorr de de su su cuer cuerpo. po. Apa Apartó rtó el brazo brazo y notó notó que que la la joven joven que que iba iba con con Juli Juliaa deja dejaba ba los trasto trastoss en en el suelo. — ¿Así ¿Así que esta es nuestra fotógrafa? — Sí. Sí. Te presento a Kerry Oliver.
Kerry se quedó mirando a la cantante y, lentamente, el rubor le fue subiendo desde el cuello hasta la cara. Samantha sonrió y le cogió la mano. — Es Es fantástico tenerte con nosotros, cielo. — La La beso mejilla — . Ven, te presentare a los demás.
El vuelo a Sídney tardo cerca de una hora, y en el aeropuerto se encontraron con una cantidad parecida de fans que Julia consideró particularmente escandalosa. Lisa y unos cuantos ayudantes de BGI los llevaron rápidamente por una puerta trasera hasta las limusinas que los esperaban, y pronto los dejaron en el hotel, en el céntrico barrio residencial de Elizabeth Bay, con vistas al puerto. En la recepción, Julia pidió que le enviaran todas las mañanas un ejemplar del The Sydney Morning Herald Al día siguiente saldría algún artículo sobre Samantha como introducción para el primer concierto y estaba impaciente por verlo. Se instaló en su habitación, colgó la ropa, llevó los cosméticos al baño, se sentó junto a una mesa, cerca de la ventana, y encendió el portátil. Era la una y media, y pensaba pedir algo de comer al servicio de habitaciones y empezar a trabajar cuando sonó el teléfono. — Espero Espero
que no estés trabajando. — La La voz aterciopelada de Samantha tenía un tono bromista — . Lisa,
Danny y yo estamos en el comedor. ¿Por qué no bajas a comer con nosotros? — Estaba Estaba pensando en trabajar un poco esta tarde. — Pero Pero
si acabamos de llegar. Ven a comer y después puedes acompañarnos al Opera House. Vamos a
asegurarnos de que hayan llegado todas nuestras cosas y también quiero hacer una prueba de luces para mañana.
— Vale, Vale, nos vemos en unos minutos. — Julia Julia sonrió-. ¿Por qué me resultas siempre tan persuasiva? — 0yó 0yó
la risa, suave y gutural, de Samantha. — Pues, Pues, cielo, la verdad es que no lo sé.
Como hacia bastante calor, Julia se quitó el chaleco y la camisa, y se puso una camiseta roja sin mangas, pero pero no se camb cambió ió de panta pantalon lones es.. Se Se ret retocó ocó el pintal pintalab abios ios,, cog cogió ió una chaque chaqueta ta ligera ligera y bajó. bajó. *** El comedor estaba atestado de gente y Samantha no apartaba la vista de la puerta mientras esperaba a Julia, impaciente. Cuando apareció, echo un vistazo a su alrededor y vio que Samantha le hacía señas desde el otro extremo del salón. El rostro de Julia se iluminó con una de sus sonrisas, y se abrió paso. Samantha no podía podía quit quitar arle le los los ojos ojos de encim encima. a. Se dio dio cuen cuenta ta de que que Julia Julia atra atraía ía la aten atenció ciónn de casi casi todo todoss los pres presen entes tes mientras avanzaba entre las mesas. Con un gesto inusitado en él, Danny se puso de pie para recibirla. Para mayor fastidio de Samantha, Lisa también se levantó y le apartó la silla que tenía al lado. Pidieron un menú sencillo: sándwiches dobles y unas cervezas. — Lisa, Lisa, tengo que felicitarte por la forma en que has organizado las cosas en el aeropuerto — dijo dijo Julia — .
Todo estaba calculado con precisión militar. Lisa la miro, complacida, y se inclinó hacia ella. — Bueno, Bueno, no me gusta dejar nada al azar. Es bueno tener a los fans ahí, por la publicidad, y además añade
emoción a los próximos conciertos, pero me gusta sacar a mi gente con rapidez. Tengo un equipo que recoge el equipaje, lo entrega y se encarga del transporte. Cuantas menos complicaciones haya con esas cosas, más felices estaremos el grupo y yo. — La La multitud de aquí parecía mucho más agresiva y ruidosa que la de Melbourne.
Lisa le dedicó una sonrisa. A Samantha le pareció una sonrisita insinuante. — Bueno, Bueno, ya sabes cómo es Sídney. Esta es mi ciudad , y las mujeres de Sídney no nos reprimimos.
Samantha puso los ojos en blanco.
Julia y Lisa tenían varios conocidos en común, y entretuvieron a Samantha y a Danny con sus anécdotas sobre los músicos famosos con los que habían tratado y sobre las giras que habían cubierto. Samantha sabía que era una tontería, pero, a medida que avanzaba la comida, le resultaba cada vez más molesto el monopolio que tenía Lisa de la atención de Julia, sobre todo cuando veía que Lisa le tocaba constantemente el brazo o la mano. Julia miraba a menudo a Samantha y le dedicaba sonrisas especiales y privadas, o al menos lo parecían, y cada vez que eso ocurría Samantha experimentaba un escalofrío delicioso. Cuando terminaron de comer, Julia llamó a Kerry para que llevara la cámara y se uniera a ellos, y sobre las tres de la tarde salieron hacia el Opera House. — Esos Esos focos azules y dorados tienen que entrar lentamente... Ya sabes, un fundido lento cuando empiezo
con esta canción, vale? — Samantha Samantha estaba gritando las instrucciones al director de iluminación. Mientras ella comprobaba que estuviera siguiendo los pies del guión técnico de cada canción, Lisa y Danny estaban ocupados con el personal de la sala. Entraban y salían del escenario, y se aseguraban de que los instrumentos y el equipo estuvieran allí y funcionaran perfectamente. Julia estaba sentada en una de las mejores butacas de la sala y Kerry estaba dando vueltas por allí con su cámara, cambiando lentes y probando encuadres. Aparte de unos pocos miembros del equipo, eran las únicas que observaban los preparativos. Julia estaba embelesada con Samantha. Incluso sin el estímulo de un público que creara ambiente, sin el vestuario, el maquillaje ni el fantástico sonido de su grupo, Samantha emanaba un aire estelar impresionante. Cuando se movía por el escenario, conCuando se movía por el escenario, concentrada en su trabajo, parecía rodeada por un halo de luz. Se pase paseab abaa con con tan tanta ta confi confian anza za como como si estuv estuvier ieraa en el salón salón de su casa. casa. Al parecer, el director de iluminación no acababa de entender que esperaban de él, y Julia percibía cambios leves en Samantha. Mientras iba de un lado a otro del escenario, su paso relajado se iba volviendo más rápido y enérgico, y había una ligera tensión en su voz. — Vale Vale — gritó gritó
Samantha — , sé que las entradas de esta canción son un poco complicadas. Sigue el guion
mientras te la canto.
Se apagaron las luces de la sala y unos reflejos de luz azul y dorada iluminaron mágicamente el pelo y la cara de Samantha. Llevaba ropa muy sencilla: unos vaqueros gastados y una camiseta negra, y al verla allí, sola en medio del escenario, Julia pensó que estaba absolutamente preciosa. Samantha empezó a cantar una balada suave, con una voz sonora, limpia y cargada de emoción. Había algo conmovedor en aquella interpretación improvisada y a Julia se le hizo un nudo en la garganta. A medida que avanzaba la canción, el telón de fondo pasaba del negro al morado intenso y, luego, lentamente, viraba al rojo. Varios focos blancos convergieron desde distintas direcciones para capturar a Samantha en un círculo de luz. El efecto general era cautivador. Julia notó que se le aceleraba la respiración y le hormigueaba todo el cuerpo. Se sentía como si acabara de despertarse sobresaltada de un sueño. Se dio cuenta de que los últimos días había estado paseando con Samantha, feliz pero ignorante, por territorio desconocido, observando y sintiendo cosas que no sabía o no quería reconocer. La canción estaba llegando a su fin y se sintió renacer. Era innegable: se sentía atraída por Samantha. De repente se imaginó abrazándola y besando su preciosa boca, sus labios de melocotón, y sintió una oleada de deseo abrumadora. Jamás había experimentado nada parecido. Nunca. Se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas, y estaba a punto de hiperventilar. Quería salir rápidamente al aire fresco; quería salir al mundo que conocía, con gente que se empujaba por la acera, coches que avanzaban rápidamente por la calzada, barcos que navegaban por el puerto... Cosas normales y comprensibles. La canción terminó y, excepto por el runrún y los chasquidos de la cámara de Kerry, reinó el silencio. Durante unos instantes, todos parecían paralizados; después estallaron en aplausos. — ¡Ha ¡Ha
estado genial! — le le gritó Samantha al encargado de la iluminación. Sonreía, satisfecha. Se
encendieron las luces de la sala y miro a Julia — . ¿A ti que te ha parecido? Julia estaba tratando de recuperar la compostura. Tragó saliva y dijo: — Ha Ha sido perfecto. — ¿Habéis ¿Habéis oído eso? Para mí es suficiente. Me largo de aquí. Vamos a algún sitio a tomar algo fresco.
Lisa fue a pasar la noche a su casa y Danny regresó al hotel. Julia, Samantha y Kerry encontraron una mesa en un restaurante al aire libre, junto al Opera House, con vistas a la zona del puerto en la que estaban
amarrados los barcos y los yates. Eran las seis y media, y los bares y cafés cercanos se estaban llenando rápidamente de gente que había terminado la jornada laboral. Pidieron las bebidas, y Kerry partió en busca del baño. Había sido un día cálido y veraniego, pero se acababa de levantar una brisa fresca desde el agua, y Samantha se puso la chaqueta de algodón que había llevado. Estaba emocionada. La visita a la sala de conciertos la había tranquilizado: al día siguiente tendrían un ensayo vespertino y estaba segura de que los conciertos serían fantásticos. Bebió un trago de bourbon y miró a Julia. Sus ojos eran como zafiros en la penumbra; parecía tranquila mientras bebía vino y contemplaba los barcos que llegaban. De repente se giró y la miró de una manera que le hizo contener la respiración. Había algo diferente en su expresión. Samantha pensó que tal vez fueran imaginaciones suyas, porque aquellos ojos sensuales podían confundir a cualquiera, pero parecía haber algo más abiertamente erótico en Julia. Le miró la boca y después, de nuevo, los ojos, provocándola casi deliberadamente. Aunque no se lo quería creer, la expresión de Julia se había vuelto más íntima. Samantha sintió una repentina ráfaga de deseo y tuvo que apartar la vista. Se quedó mirando el agua que relucía bajo los últimos rayos del sol del atardecer. Kerry se dejó caer en la silla, al lado de Samantha. — He He
sacado varias fotos realmente buenas en la sala: primeros planos con el teleobjetivo. Sin falsa
modestia, creo que algunas servirían hasta para hacer carteles. A Samantha le gustaban el estilo práctico y el entusiasmo vivaz de Kerry. Imaginaba que se llevarían bien durante el resto de la gira. Sonrió y dijo: — ¡Qué ¡Qué
bien! Si lo tuyo no es falsa modestia, deben de buenas. ¿Alguna de vosotras tiene hambre? Yo
estoy hambrienta. — Tengo Tengo que volver al hotel — contesto contesto Kerry — . He quedado con Ruby para ir a un local de ambiente del
que nos habló Lisa, y no sé a qué hora querrá ir. — No estar estarás ás dejan dejando do que esa esa mala mala muje mujerr te te pervie pervierta rta,, ¿verda ¿verdad, d, cielo? cielo?
Kerry puso los ojos en blanco y suspiro. — Ay, Ay, qué más quisiera.
— Pues Pues
tendréis que cenar antes. Llamaré a Ruby y le diré que venga. Podéis ir a ese local después de la
cena — Se Se sacó el móvil de la chaqueta para llamar al hotel. — También También podríamos ir todas. — Es Es un local de lesbianas — dijo dijo Kerry. Parecía un poco sorprendida de que Julia quisiera ir. — Ya Ya lo sé — contestó contestó ella, con naturalidad.
Kerry se encogió de hombros con indiferencia, miró hacia el puerto e hizo girar su vaso sobre la mesa. A Samantha se le aceleró el corazón. Normalmente no lo habría pensado, pero en aquellas circunstancias intuía que el interés de Julia por ir al local de ambiente tenía cierta relevancia. Se había producido un cambio en ella. Cuando Ruby contestó se pasó un par de minutos explicándole donde estaban. Después dejó el teléfono a un lado y vio que Julia estaba mirando a la mesa, acariciando lentamente las gotas de condensación de su copa. Samantha sospechaba que lo que Julia tenía en mente podía no ser una noche divertida, sino una curiosidad que formaba parte de algún despertar sexual; algo que, con absoluta sinceridad, no sería una gran sorpresa. Su corazón empezó a latir con fuerza. Se sentía atrapada entre la emoción y el terror. Si sus sospechas eran ciertas, no quería estar allí y convertirse en parte de ello. No podía involucrarse afectivamente con Julia. Tal vez fuera mejor que le propusiera ir al cine o algo así. De repente, Julia la miró fijamente, con la misma intensidad en los ojos. Se echó el pelo hacia atrás y Samantha se derritió. Sonrió y dijo: — Claro Claro que sí, iremos todas. Sera divertido.
Pidieron otra ronda y hablaron de otros asuntos, mientras contemplaban la puesta de sol en el puerto y esperaban a Ruby, que llegó al cabo de una media hora. — Vaya, Vaya, cielo, allí están.
Se volvieron al oír la voz de Ruby, que ahogó la mayoría de las conversaciones del restaurante. Ruby le dió una palmadita amistosa en el brazo al abrumado camarero y avanzó hacia ellas. El murmullo se acalló y todos los clientes se quedaron mirándola mientras pasaba majestuosamente entre las mesas, con un sonido de joyas armonioso, nubes de perfume exquisito y una profusión de color. Saludó a cada una con un beso en la boca, lo que atrajo más miradas de los otros clientes.
— ¿Por ¿Por qué no me dejáis pedir? — propu propuso so Juli Juliaa — . He estado un montón de veces en este local. Podemos
pedir pedir una selecc selección ión de platos platos para para compa comparti rtir, r, y tiene tienenn una pasta pasta con con marisc mariscoo increí increíble ble,, que esta esta para para morirse. Las otras se mostraron de acuerdo en que aquello sonaba muy bien, y pronto estuvieron disfrutando de la cena. — Por Por cierto, Ruby — dijo dijo Samantha — , esta noche vamos todas al bar.
Ruby la miró con una sonrisa sutil de «te lo dije»; luego se echó hacia delante y besó a Julia en la mejilla. — ¡Qué ¡Qué bien, Julia, cielo! Te va a encantar. Por lo que dicen, es un local fabuloso.
Capítulo 7 El local estaba en un hotel imponente, construido en la década de 1930. Decidieron entrar por parejas, con la esperanza de que Samantha y Ruby llamaran menos la atención. Después de comprar las entradas en el vestíbulo, Julia y Samantha se adelantaron. El local tenía una iluminación tenue y había pequeñas mesas con manteles rosas y velas en candelabros de cristal. En un extremo había un escenario, donde un grupo integrado por mujeres estaba tocando sensuales canciones de Sergio Mendes y Brazil 66. Samantha vio una mesa para cuatro y guió a Julia hasta ella. Era agradable sentir la presión de su mano en la cintura y Julia lamentó que la apartara. Al cabo de minutos vieron entrar a Ruby y Kerry, y les hicieron señas para que se acercaran. Una mujer vestida con unos pantalones negros diminutos a juego con un top muy corto se acercó a tomarles el pedido. El grupo estaba tocando Más que nada y la pista estaba llena de mujeres que bailaban abrazadas. Julia observó que algunas llevaban traje de chaqueta y otras, vestido de coctel. Se tranquilizó al ver que también había muchas con vaqueros y una camiseta informal, aunque sentía no haberse puesto algo especial para para ir a aquel aquel lugar lugar fabulo fabuloso so.. Se acomodó en la silla y bebió un trago de su Campari con soda. En la mesa de al lado, una mujer morena de pelo corto, vestida con un traje de chaqueta con pajarita, le sonreía provocativamente. Llevaba los labios pinta pintado doss de de rojo rojo y estab estabaa fuman fumando do un puro. puro. A Julia Julia le parec pareció ió atrac atractiv tiva, a, y le devo devolvi lvióó la la sonr sonrisa isa.. La La muje mujerr la miró de arriba abajo lentamente, de modo insinuante. Ella siguió sonriendo y se sorprendió por lo mucho
que estaba disfrutando de su atención. Siempre que un hombre la miraba así apartaba la vista para desanimarlo. En otra mesa había dos mujeres que se besaban apasionadamente, y la escena le pareció muy erótica. Volvió a imaginarse besando a Samantha; experimentó una oleada de deseo y cerró los ojos un segundo. Cuando los abrió de nuevo, la mujer de la pajarita seguía mirándola y sonriendo. Samantha estaba sentada junto a ella y estaba claro que aquello le parecía divertido. — Creo Creo que le gustas. — Su Su voz aterciopelada fue como una caricia.
«No tanto como tú a mí.» Una mujer con una bandeja de puros se acercó a la mesa. — Ay, Ay, sí, cielo, ¡cogeré uno de estos! — ¡Estupendo! ¡Estupendo! ¡Yo también!
Ruby y Kerry encendieron sus cigarros y exhalaron alegremente una nube de humo aromático. La mujer de la mesa de al lado seguía mirando a Julia, que volvió a sonreír, embargada por una deliciosa sensación de felicidad. Aunque no se había visto nunca en una situación como aquella, tenía la sensación de que todo lo que ocurría estaba bien y, en cierto modo, aquello le transmitía una sensación placenteramente familiar. 0yó la risa sexy de Samantha y se volvió a mirarla. — Cielo, Cielo, creo que como no te invite a bailar, la doña me ganará por la mano.
El grupo empezaba a tocar música de Serge Gainsbourg: jazz lento y sensual de la década de 1950. Samantha cogió a Julia de la mano para llevarla a la pista, la miró a los ojos, la rodeó con sus brazos y empezaron a bailar. Era un placer sentir los brazos de Samantha alrededor de su cuerpo, los músculos tensos de su espalda bajo las manos y la presión del pecho contra el pecho. Julia apoyó la cara en su mejilla y sintió su perfume especiado. Notó que la respiración de Samantha se aceleraba y le pareció oírla murmurar: «Oh, Dios». El deseo que la había estado asaltando en oleadas se hizo más fuerte, y empezó a temblar.
Pasó las manos por los hombros de Samantha y esta entrelazó los dedos por detrás de su cintura. Se abrazaron. No era como abrazarse con un hombre; Julia no había sentido nunca nada parecido con un cuerpo masculino. Samantha tenía un cuerpo de curvas elegantes, fuerte pero femenino, terso y flexible, y la piel de sus brazos y de su rostro era suave como la seda. Julia se imaginó metiéndole las manos por debajo de la camiseta para acariciarle la espalda, y sintió un repentino torrente de deseo casi doloroso. Deslizó el muslo entre sus piernas y se unieron como un solo cuerpo. Samantha bajó las manos lentamente, le acarició las caderas y la besó en el cuello. Julia contuvo la respiración; el beso se le grabó a fuego y encendió una llama entre sus muslos. Samantha tenia las pupilas dilatadas y una expresión de puro deseo se reflejaba en sus ojos. Sentirla temblar hacia que Julia se estremeciera aún más. Sus bocas estaban cerca; casi se rozaban los labios. Bésame. — ¡Disculpa! ¡Disculpa! — Julia Julia tardó en reaccionar ante la voz de la intrusa — . ¿No eres Samantha Knight?
Alguien estaba tirando del brazo de Samantha. El mundo exquisito, sensual y privado que se había generado entre ambas se evaporó de repente. Samantha parecía desorientada, y se volvió hacia el grupo de mujeres como si estuviera mareada. Cuando Julia se apartó de sus brazos, la miró con cara de pena y le apretó la mano. — Vuelvo Vuelvo a la mesa.
En un abrir y cerrar de ojos, Samantha quedó rodeada por una docena de mujeres. Julia se dirigió al cuarto de baño; necesitaba un momento para recomponerse. Se echó agua fría en la cara y se miró al espejo. Se sentía tan diferente, tan cambiada, que casi se sorprendió de ver que tenía el aspecto de siempre. Se pasó las manos por el pelo, se retocó con el pintalabios que llevaba en el bolsillo, respiró profun profunda damen mente te y volvió volvió a la mesa. mesa. Ruby seguía fumándose el puro y Kerry estaba apurando una jarra de cerveza. — Han Han reconocido a Sam, ¿verdad, cielo? — dijo dijo Ruby. Julia asintió. Aun sentía un dolor erótico y sordo, y
no se encontraba repuesta del todo — . Era inevitable. Te pediré otro Campari. — Julia Julia la miró y, repentina e inexplicablemente, sintió que iba a echarse a llorar. Ruby sonrió con dulzura, le besó la mejilla y susurró — : No pasa pasa nad nada, a, cielo. cielo.
Kerry la miraba, asombrada. Era evidente que había presenciado su sensual baile con Samantha y debía de estar pensando que era un comportamiento extraño en su jefa, supuestamente heterosexual. A Julia le daba igual, pero por el rabillo del ojo vio que Ruby le daba un codazo. Samantha regresó al cabo de unos minutos. Se sentó al lado de Julia, le apretó la mano un instante por debajo de la mesa y le sonrió como por obligación. El momento especial había pasado y Samantha había vuelto a ser la de siempre. No trans transcur currió rió mucho mucho tiempo tiempo antes antes de que apare aparecie ciera ra otro otro grup grupoo de de fan fanss a la caza caza de un autóg autógraf rafo, o, de modo modo que se apresuraron a terminarse las copas. De vuelta en el hotel, de camino a los ascensores, Samantha se detuvo en la puerta del bar. — Te Te invito a un café, Julia.
Se despidieron de las demás y buscaron una mesa. El local era exclusivo para los huéspedes del hotel, por lo que había muy poca gente. El ambiente era íntimo y acogedor; las luces estaban bajas y, de fondo, sonaba una música desangelada. Pidieron café y se sentaron en silencio. Samantha la miró a los ojos durante un largo instante y Julia perc percibi ibióó su su perp perplej lejida idadd ante antess de de que que bajar bajaraa la vista vista a la mesa mesa y se pusie pusiera ra a jug jugar ar con con la carta carta de bebid bebidas as.. La La luz de la lámpara le hacía brillar el pelo y le arrancaba un precioso juego de sombras en el rostro. Se estaba mordisqueando el labio y Julia se moría por besarla. Mientras le miraba las manos, deseó poder volver a sentirlas sobre su piel. El camarero les llevó los cafés. Julia no sabía cómo expresarse. El deseo que sentía era tan intenso que no podía podía pen pensar sar con con clarid claridad ad.. Se sentí sentíaa total totalme mente nte perdi perdida da y que quería ría que que Saman Samantha tha se hicier hicieraa cargo cargo de la situación. — No sé qué qué me me pasa pasa exac exacta tamen mente te — dijo. dijo.
Samantha se puso azúcar en el café y lo revolvió. — Está Está bien, estas cosas pasan. Es culpa mía. Me he sentido muy atraída por ti desde el primer momento.
Julia no quería que se echara atrás. Quería que al menos la ayudara a entender sus sentimientos, porque imaginaba que sabría que hacer en una situación como aquella.
— Esta Esta
noche te he deseado como no he deseado a nadie en mi vida — confesó. confesó. Samantha se puso una
mano en la frente, como tapándose los ojos — . Y todavía te deseo. Samantha pareció estremecerse y Julia se dio cuenta de que tragaba saliva. — Joder, Joder, tú sí que eres directa, cielo.
Julia sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Todo estaba ocurriendo muy deprisa. Echó un vistazo a su alrededor con la mirada perdida y se concentró en sus esfuerzos por no llorar. Samantha la tomó de la mano y Julia sintió que una descarga eléctrica le subía por el brazo y le recorría el cuerpo. Mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, vio que a Samantha también le brillaban los ojos por por el el llan llanto to conte contenid nido. o. — Cariño... Cariño... — La La
palabra fue como un beso, y Julia se mareó-. Podría hacer lo que me pide el cuerpo y
llevarte a la cama. — Su Su voz era poco más que un susurro. Julia se estremeció y Samantha le apretó la mano con más fuerza — . Pero sé que te sientes confusa y que es un error tremendo meterse en el dormitorio cuando no se tienen las cosas claras. — Julia Julia se enjugó las lágrimas — . Puede que para ti esto sea un arrebato, cielo, pero, si no lo es, enrollarnos solo complicaría las cosas. Me voy a casa en diez días, y no tiene sentido empezar algo que no va a llegar a ninguna parte. — Hizo Hizo una pausa y parpadeo para disipar las lágrimas — . Creo que deberíamos concentrarnos en ser buenas amigas. No quiero perder eso. — Aparto Aparto el café que no había probado y añadió — : Creo que deberíamos irnos a dormir, ¿no te parece? Mañana nos espera un gran día: noche de estreno. — Me Me quedare aquí unos minutos más.
Samantha se puso en pie. Se la veía alterada; seguía teniendo las pupilas dilatadas y los ojos encendidos de pasió pasión. n. — Buenas Buenas noches, Julia — dijo, dijo, antes de marcharse.
A Julia le costó conciliar el sueño y, a la mañana siguiente, se levantó pensando de nuevo en Samantha. Al recordar el momento, durante la prueba de luces, en que había reconocido que la deseaba, y la sensación de los brazos de Samantha alrededor de su cuerpo, sintió un torrente de pasión y su corazón empezó a palpitar con inquietud.
En la realidad luminosa y soleada de aquel viernes, lo que había pasado parecía irreal. De no haber sido por el deseo que persistía en su cuerpo, no se habría creído que había ocurrido de verdad. El timbre del teléfono la sobresaltó. Era Ben, que la llamaba para decirle que la echaba de menos, que parec parecía ía que podía podía tomarse tomarse unos unos días días libres libres para reunirs reunirsee con ella en algún algún sitio sitio del norte norte de Que Queen ensla sland nd cuando terminara el trabajo y que le hacía mucha ilusión. Julia se sintió aliviada al oír su voz y las imágenes eróticas de Samantha desaparecieron rápidamente de su cabeza. Hablaron durante un rato sobre cosas reconfortantes y familiares: asuntos cotidianos, cosas formaban parte de la vida organizada que se había montado. Se duchó y, cuando le llevaron el desayuno y el periódico, se sentó a la mesa, encendió el ordenador y revisó el correo. Había un mensaje del director artístico, que quería tratar con ella unas ideas relacionadas con la maquetación del reportaje. Ya se pondría en contacto con el más adelante. Se tomó el café y trató de pens pensar ar en cuanto cuanto le gusta gustaría ría volve volverr a ver a Ben. Ben. Hacía Hacía tiempo tiempo que no pasaban pasaban unos unos días días juntos juntos y tenían tenían mucho de qué hablar. Hojeó el periódico para ver si decía algo sobre la llegada de Samantha a la ciudad o sobre el concierto de aquella noche. Había un artículo de media página con una foto tomada en el aeropuerto. De repente se le apareció una imagen de Samantha mirándola a los ojos y el impacto la dejó sin aliento. Alargó la mano, vacilante, para coger la taza de café, pero la volcó. Mientras limpiaba la mesa, trató de poner sus sentimientos en algún tipo de perspectiva. Pensó que todo aquello no era más que una tontería que se le había ido de las manos. Por supuesto que se lo había pasado bien bien en en el el bar bar la noche noche anter anterior ior.. Solo Solo hab había ía mujere mujeres; s; era lógic lógicoo que que se hubie hubiera ra senti sentido do como como en en cas casa. a. No era nada terrible y, tal como había dicho Samantha, lo que le había ocurrido había sido un arrebato. Se había dejado llevar, nada más. Menos mal que Samantha era sensata y se había dado cuenta. En aquel momento recordó el rostro de Samantha, con los ojos llenos de lágrimas, susur rando: “Cariño…”. Debilitada por un nuevo estremecimiento, se desplomó en una silla y se sirvió otro café con manos temblorosas. Debería alegrarse de que, de alguna manera, Samantha le hubiera provocado reacciones sexuales que nunca se hubiera creído capaz de experimentar. Evidentemente, en su interior había permanecido latente una profun profunda da pasión pasión y quiz quizás ás,, a par partir tir de de ento entonce nces, s, pud pudier ieraa espe esperar rar más más de sus sus relac relacio iones nes.. Quizá Quizáss había había llega llegado do
el momento de seguir adelante y dejar a Ben, porque nunca podría hacerle sentir nada parecido. Tal como había dicho Samantha, su único problema era que aún no había conocido a la persona adecuada. Tenía que quitarse aquel asunto de la cabeza y concentrarse en su plan de trabajo para aquel día. Había quedado en reunirse con Louis, Jenny y Don a las nueve en la piscina, antes de que se fueran al ensayo, y tenía previsto comer con Danny para recopilar información de trasfondo sobre los miembros del grupo. Aquella noche iba a ir al concierto y estaba impaciente por ver cómo reaccionaría el público de Sídney. Tenía tiempo para darse un chapuzón antes de que los otros llegaran a la piscina. Se puso un bañador y un albornoz, cogió una toalla, la libreta y la grabadora, y bajó al jardín. Aquel día, más tarde, Julia estaba sentada a la mesa de su habitación, tomando notas de las conversaciones que había grabado antes para ordenarlas con arreglo a algún criterio. Sonrió mientras escuchaba la voz de Danny en la cinta. Había sido una comida agradable. Le contó que hacía más de veinte años había entrado en el negocio de la música, como guitarrista de un grupo relativamente famoso, aunque, en palabras del propio propio Danny Danny,, carecía carecía del talento talento nece necesar sario io para llega llegarr a ser realme realmente nte buen bueno, o, de modo modo que se pasó a la parte parte admin administ istrat rativa iva del del neg negoc ocio. io. Al princ principi ipio, o, Saman Samantha tha solo solo era una más más entre entre los artis artistas tas a los que representaba, pero abandonó a los demás clientes en cuanto aumentó la popularidad de la cantante. Era indudable que lo emocionaba mucho formar parte de la fama y el éxito de Samantha; le brillaban los ojos y se revolvía, emocionado, en el asiento cuando describía conciertos memorables y agotadoras negociaciones de contratos. Le había proporcionado varios detalles fascinantes sobre el funcionamiento del negocio de la música en general, y había resultado muy ameno. Julia hizo una pausa, se echó hacia atrás en la silla y bebió un trago de agua mineral, mientras echaba un vistazo al fax que le había enviado Adele, que incluía copias de las críticas que había recibido Samantha durante su gira por Estados Unidos, por si le servían para el artículo. Miró el reloj. Eran las cinco y media, y pens pensóó que ya ya iba siend siendoo hora de de dejar dejar el el trabajo trabajo y prep prepara ararse rse para para el el concie concierto rto.. A las siete siete había había que queda dado do con Kerry en el restaurante del hotel, para cenar antes de ir al Opera House. Recogió sus notas, fue al cuarto de bario y se duchó. Mientras se maquillaba, se dio cuenta de que estaba cada vez más tensa. Había estado muy ocupada durante todo el día, había pasado gran parte del tiempo acompañada y había sido capaz de dejar de lado la preoc preocup upac ación ión por por lo que sentía sentía por por Samanth Samantha. a. Sin emba embargo rgo,, la idea de verla verla más más tarde tarde en el escenar escenario io le hacía sentir un hormigueo de expectación y ansiedad.
Se puso unos pantalones negros y una chaqueta entallada de raso, de color crema, una cadena y unos pend pendien ientes tes de oro oro sen senci cillo llos, s, y un un poco poco de de perfu perfume. me. De De pront prontoo recor recordó dó los los braz brazos os de de Sama Samanth nthaa rodeá rodeánd ndola ola,, las manos bajando por sus caderas, y se estremeció. Respiro profundamente y se pintó los labios de un rosa oscuro. «No seas ridícula — se se reprendió — . Compórtate como una profesional.» Cogió el bolso y bajó a reunirse con Kerry. El público estaba gritando y aplaudiendo. El auditorio del Opera House estaba repleto y el ambiente era electrizante. Samantha salió al escenario y se situó bajo los focos. — Vamos Vamos allá — dijo dijo con su voz grave, y el público gritó más
Llevaba un frac blanco, sin camisa debajo, de forma que la chaqueta revelaba buena parte de su escote, y en el cuello se había puesto una pajarita fucsia. Desde su asiento en la tribuna de prensa, cerca del escenario, Julia podía verla claramente: su piel lucía un bronce broncead adoo radiante radiante y llevab llevabaa los labios labios pintad pintados os de color color rosa. rosa. «Sexy» «Sexy»,, pensó, pensó, y su mente vibró vibró una una vez más con los recuerdos eróticos de la noche anterior. Cerró los ojos en un intento de acallar el deseo que la dominaba. No entendía por que no podía controlar aquellos sentimientos. Miró las caras embelesadas a su alrededor y se preguntó cuantas de aquellas mujeres se sentían como ella, cuantas fantaseaban con Samantha y, cuantas veces, en cuantas ciudades, Samantha había abrazado a una mujer como la había abrazado a ella la noche anterior. Quizá fuera el amor propio lo que le hacía pensar que la atracción que sentía Samantha por ella era especial, o quizá fuera su falta de experiencia con el verdadero deseo. Volvió su atención al escenario. Tenía que dejar de pensar en sí misma y juzgar objetivamente la actuación. La puesta en escena era excelente, y Samantha y los demás estaban en plena forma. Una vez más le maravilló la voz de la cantante. Si la vida de Samantha hubiera seguido otros derroteros, podría haber cantado opera en aquel famoso auditorio perfectamente. Habría sido una gran mezzosoprano. La iluminación y el ritmo de la música cambiaron y, de repente, Samantha quedó bañada por luces azules y doradas. A Julia se le puso la carne de gallina cuando empezó a cantar la balada que tanto la había conmovido el día anterior; se mordió el labio y se obligó a contener las lágrimas. Al final de la primera estrofa, Samantha la miró y Julia empezó a temblar, azotada por una ola de deseo. «Dioses.» Era inútil que
tratara de dejar de pensar en sus sentimientos; su reacción sexual ante la mera visión de Samantha le impedía pensar con claridad. Decidió que lo mejor que podía hacer era mantenerse alejada de ella durante un par de días, como mínimo durante el fin de semana. El martes volaban a Brisbane y, con suerte, en ese parén paréntes tesis is conse consegu guiría iría poner poner las cosa cosass en en perspe perspect ctiva iva.. Antes de que terminara el concierto se escabulló discretamente y volvió al hotel. El sábado por la mañana, Julia estaba sentada a la mesa de su habitación, cerca de la ventana, tomándose un café con tostadas. El cielo era de un azul perfecto, con unas pocas nubes altas, como bolas de algodón, y la brisa brisa cáli cálida da y suave suave promet prometía ía una una jorn jornad adaa calur caluros osa. a. Igu Igual al que que el el día anter anterior ior,, se hab había ía des desper pertad tadoo pens pensan ando do en Samantha. Temblaba cada vez que pensaba en ella y sabía que aquella atracción se estaba convirtiendo en un deseo desesperado. Se preguntaba si aquello sería la famosa pasión y el deseo que siempre había anhelado. Era difícil de asumir que hubiera hecho falta una mujer para ponerlo de manifiesto, y no entendía por por que que hasta hasta enton entonce cess no no había había senti sentido do lo mismo mismo por por ning ningun unaa otra. otra. Creía conocerse muy bien. A fin de cuentas, tenía claras las relaciones. Le había costado casi un decenio saber quién era y forjarse un espacio cómodo y próspero. Hacía años que había dejado de preocuparse porqu porquee no se ena enamor moraba aba per perdid didam amen ente, te, com comoo sus amiga amigas. s. Había Había ensa ensaya yado do las las conver conversa sacio ciones nes,, tenía tenía todas todas las explicaciones y excusas, y soportaba con aplomo que sus padres y sus amigos le preguntaran con frecuencia cuando iba a sentar la cabeza, cuando iba a casarse y formar una familia. Aquellas cosas ya no le molestaban. Se sentía cómoda, por no decir completamente feliz. Le parecía increíble que a Samantha Knight le hubieran bastado cinco días para poner del revés su mundo cómodo y acogedor. Suspiró y alejó el plato. Le convenía avanzar un poco con el trabajo. Cogió el periódico, buscó la reseña de la noche del estreno de Samantha y puso los ojos en blanco al ver el titular: «Que noche! Samantha Knight sacude el Opera House». La crítica era tan favorable como esperaba. Encendió el portátil y, concentrada solo parcialmente en el trabajo, de manera mecánica, estableció el formato de los títulos de sección para empezar a escribir su reportaje, y volvió a mirar al puerto por la ventana. Sabía que mantenía las relaciones emocionales más estrechas con sus amigas, y era consciente de que para ella significaban más que para las otras. Aun así, algo le impedía abrirse con ellas por completo. Era completamente distinto con Ruby, Lisa, Kerry y Samantha, sobre todo con Samantha. Con ellas se sentía
como en casa. Recordó la noche del jueves en el bar y a la mujer de la pajarita que había coqueteado con ella. Le había seguido el juego y le había encantado. Se concentró en la pantalla del ordenador y empezó a escribir: Las luces cambian, y Samantha se queda mirándonos completamente inmóvil. Percibimos su tensión y nos pone ponemos mos tenso tensos. s. La lenta lenta cade cadenc ncia ia del del bajo bajo desp despier ierta ta una ansie ansieda dadd primit primitiva iva y mister misterios iosaa en nue nuestr stroo interior. Samantha está cubierta de sudor y clava la vista en una mujer, en todas las mujeres..., en mí, con una desesperación y una pasión persuasiva y aterradoramente seductora. La guitarra empieza a sonar con acordes lentos y el ritmo se acelera al compás de nuestros corazones. Los labios de Samantha casi tocan el micrófono. Toma aire, y su respiración es deliberadamente sexy. Contenemos el aliento..., esperando. Empieza a cantar con voz sensual; se está conteniendo, pero sabemos que pronto va a estallar. «Te he estado mirando, nena. / He visto tus sonrisas. / Te he cogido la mano, / pero se que todo el tiempo...» La acusación de su voz nos atrapa y sabemos que Samantha puede ver nuestro interior: sabe que estamos pens pensan ando do.. Vue Vuelve lve a respir respirar ar lentam lentamen ente te y nos hace hace estre estremec mecer er.. Julia decidió que no iría al concierto de aquel día. De haber estado en Melbourne, podría haber pasado la noche en casa de algún amigo. Quizá Jane y Robert hubieran organizado una de sus maravillosas cenas. Asistirían Helena y Don, Vicki y Adrian, y Justine, que en aquel momento no tenía pareja, y la conversación sería polémica y divertida. Julia iría con Ben, que la miraría constantemente y a menudo le cogería la mano y la besaría con dulzura, mirándola a los ojos. Ben esperaría pasar la noche juntos, y ella pens pensar aría: ía: «¿Po «¿Porr qué no? no? Hace Hace tiempo tiempo que que no no lo hacem hacemos» os».. Y se irían irían a casa casa,, se acos acostar tarían ían jun juntos tos y esta estaría ría bien, bien, y a la la mañan mañanaa sigu siguien iente, te, desp despué uéss de de tomar tomar café café en en el el jard jardín, ín, empe empeza zaría ría a desea desearr que que se fuera fuera.. «Puedes sentir que soplan nuevos vientos, / vas a querer arriesgar, / se que querrás tocar el fuego, / desearás verme bailar...» Ahora, Samantha canta a pleno pulmón. Se mueve por el escenario, inquieta, con la frustración de desear algo o a alguien que esta fuera de su alcance... Y se que me habla a mí. Quiero conocerla como no he querido conocer nunca a nadie... Quiero ser ella y que ella sea yo.
Y si su voz resuena furiosa en mi cuerpo, y si sus palabras me atraviesan, su respiración orgásmica me hace estremecer. Sonó el teléfono. Era Kerry, que llamaba para preguntarle si quería comer con ellos. A Julia le pareció curioso que no la hubiera llamado Samantha. — Gracias, Gracias, pero creo que aprovechare el fin de semana para avanzar con el reportaje. No iré al concierto de
esta noche, aunque tampoco es que me necesitéis ahí. Os las arreglareis sin mí. Cuando colgó, se preguntó si Samantha estaría pesando en ella, si sentiría el mismo deseo y si sería ese el motivo por el que no la había llamado aquel día ni el anterior. No le cabía duda de que tendría otras cosas en que pensar, pero tal vez estuviera molesta con ella Quizá pensara que solo había estado coqueteando, tonteando. La idea le resultaba aterradora. No podía soportar que Samantha pensara algo así de ella. Dejó el trabajo a un lado. De repente se sentía cansada y falta de inspiración, y se tumbó en la cama al calor de la tarde. Se imaginó en su casa, sentada en su cómoda cama, leyendo un libro rodeada de cojines. Tendría un café en la mesilla y Magpie estaría durmiendo a su lado, acurrucada. La luz del sol entraría por los ventanales, ya se habrían caído la mitad de las hojas del roble del jardín y entre las ramas se vería el parq parque, ue, al otro otro lado lado de la calle calle.. Arrulla Arrullada da por por aquell aquellaa imagen imagen reco reconfo nforta rtante nte,, durmió durmió duran durante te el resto resto de la tarde. Aquella noche pidió que le llevaran la cena a la habitación y, liberada por la decisión de mantenerse alejada del concierto, se instaló cómodamente a ver una película. El domingo, Julia sacó las anotaciones que había hecho el viernes sobre Danny y los demás, y trató de concentrarse en el reportaje, pero su mente seguía divagando. Tenía la sensación de que la imagen que tenia de sí misma se estaba desdibujando y, cuanto más se esforzaba por retenerla, mas imprecisa se volvía. Dejar de ver a Samantha y de hablar con ella no había aplacado su deseo en absoluto y, por si fuera poco, echaba de menos su compañía. A última hora de la mañana se sentó ante el ordenador, abrió el documento que había empezado a escribir el día anterior y lo leyó. — ¿Por ¿Por todos los dioses, despierta! — dijo dijo entre dientes — . ¿Qué crees que es una lesbiana?
Suspiro. Desde que había conocido a Samantha había cambiado. Había cambiado por dentro. No se le ocurría como iba a conciliar aquel cambio con la vida que tenía establecida, pero no podía pensar tan a largo plazo. Lo único de lo que estaba segura era de su deseo por Samantha, y sabía que, tras haberlo reconocido, tenía que seguir el dictado de su corazón. Las reticencias de Samantha eran comprensibles. A Julia se le ponían los pelos de punta cada vez que recordaba que se iba a marchar una semana después, pero, si sentía lo mismo que ella, encontrarían una solución. En aquel momento, su mayor preocupación era saber que sentía Samantha. Decidió que tampoco iría al concierto de aquella noche y que la llamarla al día siguiente para quedar con ella. Con suerte, Samantha se alegraría de saber que había reflexionado mucho antes de llegar a aquellas conclusiones. Entonces se daría cuenta de que ya no estaba confundida y de que no bromeaba con lo de mantener una relación. Seleccionó todo el texto de la pantalla y pulsó la tecla de borrado. Tenía que concentrarse en el trabajo y empezar a escribir algo que pudiesen leer otras personas. Pero, antes de ver a Samantha, tenía que hacer algo muy importante, y le daba pánico. Tenía que llamar a Ben para decirle que lo suyo se había acabado. Capítulo 8 El lunes a última hora de la mañana, Julia ya había escrito un borrador del reportaje, aunque todavía quedaban muchos detalles por añadir, y necesitaba seguir hablando con Samantha para completar el cuadro. Se alegraba, porque, si la cantante se había enfadado con ella, eso le daría una excusa para verla. Adele había llamado más temprano para preguntarle cómo iban las cosas y para pedirle que le enviara el borra borrado dorr y las las fotos fotos que se hubi hubiera erann hech hechoo hasta hasta el mome momento nto,, para para pod poder er dist distrib ribuir uir el el espa espacio cio en la la revis revista. ta. Ya habían revelado las fotos que había tomado Kerry en el Opera House durante la prueba de luces, y a Julia le parecían extraordinarias. Le envió el archivo a Adele por correo electrónico y llamo a Kerry para que mandara los negativos con un servicio de mensajería urgente. Después de haber pasado dos días recluida en su habitación, le apetecía tomar el aire y hacer un poco de ejercicio, y decidió ir a nadar. Cuando volviera, llamaría a Samantha. Era el día de descanso del grupo y quería invitarla a cenar. Cuando volvió a su habitación, media hora después, estaba sonando el teléfono. — Cielo, Cielo, creo que has estado trabajando demasiado y ya va siendo hora de que salgas a divertirte.
Julia se estremeció al oír la voz sensual de Samantha. Se le había secado la boca por el deseo que la embargaba y le costaba hablar. Trago saliva. — Estaba Estaba pensando lo mismo. De hecho, estaba a punto de llamarte.
Samantha rio entre dientes, con aquella risa sorda y gutural que tanto le gustaba a Julia. — Vaya, Vaya, me alegro de oír eso. Ruby, Lisa y yo queríamos salir a pasear por King's Cross y a buscar un sitio
para para comer comer.. ¿Te ¿Te apun apuntas tas?? A Julia se le levantó el ánimo. Por lo menos, Samantha no estaba enfadada con ella. — Suena Suena muy bien. Nos vemos abajo en veinte minutos.
Como fuera hacía calor, se puso una camiseta de tirantes de color turquesa y se la metió por dentro de los vaqueros. Se secó el pelo, se maquilló un poco, se echó una pizca de perfume y se dirigió a la planta baja. Samantha estaba esperando en el vestíbulo con Lisa y Ruby, cerca de los ascensores. Se volvió al oír que se abría la puerta y se estremeció de deseo al ver a Julia. Llevaba aquellos vaqueros desgastados que se ceñían a cuerpo a la perfección y una camiseta que permitía apreciar cada centímetro de su preciosa figura. Julia se echó el pelo hacia atrás y esbozó una de sus arrebatadoras sonrisas antes de besarla en la mejilla, envolviéndola con un perfume seductor. Samantha se sintió aliviada al ver que la trataba con el mismo cariño que siempre; estaba preocupada por la posibilidad de que lamentara lo que había ocurrido y estuviera enfadada con ella. Aunque, durante el fin de semana, más de una vez había tenido ganas de llamarla, era obvio que Julia la había estado evitando y había decidido dejar que se tomara su tiempo.
Samantha sonrió y le acarició la mano. — Te Te he echado de menos, cielo. Todos te echábamos de menos. — Sí, Sí, chica, ¿qué has estado escribiendo? ¿Guerra y paz? — Ruby Ruby le dio un abrazo, y las cuatro salieron al
sol de la tarde. Casi inmediatamente, Lisa le pasó un brazo por los hombros a Julia y se las ingenió para dejar atrás a Ruby y Samantha.
— ¿Cómo ¿Cómo va el reportaje? — pregu preguntó ntó..
Samantha estaba indignada por lo avasalladora que podía llegar a ser Lisa. — ¿Lisa? ¿Lisa? ¿Qué le parece a Ángela que mañana te vengas a Brisbane con nosotros? — Ángela Ángela era la novia
de Lisa — ¿Te ¿Te echa de menos cuando viajas? — Esperaba Esperaba que su voz no revelara su inquietud. Lisa se volvió hacia ella. — Como Como bien sabes, tenemos una relación abierta y muy relajada. Ángela hace su vida; no creemos en la
monogamia. No somos posesivas — subrayó, subrayó, en un tono cortante. Samantha esbozo una sonrisita de satisfacción cuando Lisa le quito el brazo de encima a Julia. Ruby le dio codazo y sonrió ampliamente. — Tus Tus
dardos no han hecho mella, cielo, pero hay que reconocer que la versión bollo de Otelo te ha
quedado bordada. Dieron una vuelta por el barrio y pasaron por delante de bares de mala muerte, locales de estriptis y unas cuantas tiendas y restaurantes de moda. Los trabajadores del sexo desfilaban por la calle. «Parece que todas las ciudades tienen una zona de este estilo», pensó Samantha. Era como estar en medio de una película cutre. Eligieron un café y se sentaron en una mesa de la terraza; pidieron bocadillos y capuchinos, y se dedicaron a ver pasar a los turistas y las putas mientras comían. Ruby se echó la larga melena hacia atrás, haciendo tintinear las pulseras y esclavas. — No te deb debee de de falt faltar ar mucho mucho para para term termina inarr el el repor reportaj taje, e, Julia. Julia. ¿Ya has has esc escrit ritoo la la par parte te en en la la que que se habla habla de
mí? — pregu pregunto nto,, con con un brillo brillo en los ojos ojos.. Jul Julia ia se echó echó a reír. reír. — Se Se
habla mucho de ti en muchas partes, pero todavía no he terminado. — Se Se volvió hacia Lisa — . En
algún momento me gustaría hablar contigo de todo lo relacionado con la promoción. Lisa parecía encantada y Samantha pensó que la sonrisa que le dedicaba a Julia era prácticamente lasciva. — Sí, Sí,
cuando quieras. Podemos quedar algún día en Brisbane. Puedo contarte montones de anécdotas y
darte mucha información. A Samantha aquello le sentó fatal. «Ya, y me conozco el resto.»
— También También necesito hablar más contigo, Samantha. Necesito tú punto de vista sobre los antecedentes que
he estado recopilando. La mirada de Julia era tan directa y encantadora que, durante unos segundos, Samantha se sintió hipnotizada. La expresión de sus ojos tensa un atisbo de complicidad mezclado con una promesa tentadora. Y, cuando se sacudió el pelo, Samantha sintió que el calor latente de su cuerpo se convertía en una llama. Se alegraba de que Julia no estuviera enfadada con ella, pero esperaba fervientemente que ya se le hubiera enfriado la pasión; no sabía si podría volver a resistirse. Trago saliva y sonrió. — Si, Si, por supuesto. — Pues Pues más te vale que sea pronto — dijo dijo Ruby — , porque nos vamos en seis días. El tiempo pasa volando,
¿verdad? Samantha se apresuró a mirar a Julia y esta apartó la vista y empezó a hacer dibujos con las migas que había en la mesa. Parecía tan afectada por el recordatorio de Ruby como ella. — ¿Hay ¿Hay alguien que te esté esperando en Savannah? — pregu preguntó ntó Lisa Lisa a Saman Samantha tha,, en en un un tono tono insid insidios ioso. o. — Bueno, Bueno, mis amigas Donna y Candice viven cerca y le echan un ojo a mi casa cuando estoy de viaje. Y
Tom y Mike, que viven en la otra punta de la ciudad y se ocupan de mimarme. Me muero de ganas de verlos. — Me Me refería a si te esperaba alguna amante.
Julia se puso visiblemente tensa. — No — dijo dijo Samantha.
Lisa rio con sequedad, sin el menor sentido del humor. — Es Es algo que me resulta difícil de creer. Las chicas se te echan encima todo el tiempo.
Samantha estaba empezando a enfadarse; era obvio que Lisa estaba jugando aquellas cartas para granjearse los favores de Julia. Sabía que había empezado ella y que era mejor cambiar de tema, pero no podía.
— Lo Lo creas o no, Lisa, no conozco a muchas mujeres con las que de verdad quiera meterme en la cama. No
todas vamos por la vida en plan «aquí te pillo, aquí te mato». Lisa se ruborizó ligeramente. No cabía duda de que estaba a punto de salir con otro comentario ingenioso cuando, afortunadamente, Ruby la interrumpió. — Pues Pues yo sí. Soy terrible, ¿verdad, Sam? — Le Le hizo ojitos, y Samantha se alegró de que Julia se echara a
reír — . Creo que deberíamos volver. Quiero acostarme temprano. Estoy molida. Se levantaron para irse y, de repente, Lisa dijo: — Julia, Julia,
¿por qué no cenamos juntas esta noche y así aprovechas para preguntarme lo que sea para el
reportaje? — Lo Lo siento, Lisa — espetó espetó Samantha — , pero ya ha quedado para cenar conmigo.
Julia le dedico una de sus sonrisas y Samantha sintió un temblor peligroso. No tenía ni idea de cómo iba a hacer para resistirse a aquella sonrisa y a aquellos ojos durante toda la cena, pero tenía que verla. La echaba de menos. Cuando Lisa volvió a adelantarse con Julia, Ruby dijo entre dientes: — Por Por
el amor de Dios, Sam, ¿qué mosca te ha picado? Nunca te había visto así. Te estas comportando
como una colegiala celosa. — Lisa Lisa me pone de los nervios. No parece dispuesta a dejarla en paz, y lo último que necesita Julia es que le
tiren los tejos de esa manera. — Julia Julia
sabe cuidarse sola. No me da la impresión de que le moleste mucho. — Samantha Samantha frunció el
entrecejo. Sabía que su comportamiento resultaba ridículo, pero estaba loca por Julia — . Mira, creo que Lisa y tú tenéis que acabar con esto de una vez por todas — prosig prosiguió uió Rub Rubyy — . ¿Por qué no os buscáis una calle tranquila y polvorienta en algún sitio y mantenéis un duelo al amanecer? A Samantha no le hizo mucha gracia la idea y puso cara de tedio. Al parecer, su reacción solo sirvió para divertir más a Ruby, que se pasó todo el camino de regreso riendo e incordiando.
Lisa se despidió de ellas en la puerta del hotel antes de volver a su despacho de BGI. Mientras Ruby avanzaba hacia los ascensores, Julia le tocó el brazo a Samantha. — Nos Nos vem vemos os aquí aquí a las och ocho, o, ¿vale ¿vale?? Res Reserv ervare are mesa mesa en algún algún sitio. sitio. ¿Te gusta gusta la comid comidaa tai tailan lande desa sa??
Samantha tembló al sentir el contacto y al pensar que estaría a solas con ella. — Sí, Sí, cielo, me parece perfecto.
De vuelta en su habitación, Julia reservó mesa en un restaurante que le gustaba y que quedaba al otro lado del puerto. Era un sitio tranquilo e íntimo, donde podría charlar con Samantha. Mientras se arreglaba, las ideas se agolpaban en su cabeza. Aún no se podía creer que Samantha quisiera pasa pasarr un rato rato con con ella. ella. Se preg pregunt untab abaa por por qué qué daba daba mue muestr stras as de sen sentir tir celo celoss por por la aten atenció ciónn que que le ded dedica icaba ba Lisa. No tenía claro si el interés que le demostraba Lisa era sincero o fingido, pero le daba igual, y Samantha no tenía por qué preocuparse. Decidió ir a la cena preparada para hablar del reportaje. Si Samantha se iba a tomar las cosas con calma, ella estaba segura de poder soportar una conversación sobre trivialidades. Se puso un traje rojo de tela fina. Era entallado, falda corta y chaqueta por la cintura, con hombreras escote redondo, abotonado hasta el cuello. Samantha también había tenido un par de días para reflexionar y quizá no estuviera dispuesta a permitir que volviera a surgir ninguna intimidad entre ellas. Julia esperaba desesperadamente que fuera todo lo contrario. Se puso los pendientes de oro pequeños y brillo rojo en los labios. Esperaba que Samantha estuviera tan consumida por el deseo como ella. Se echó un poco de perfume. Quería hacer el amor con Samantha aquella noche. La idea la hacía estremecerse de deseo, pero también la ponía nerviosa. Significaba dar un paso paso defin definiti itivo vo e irreve irreversi rsible ble hacia hacia un futur futuroo nuev nuevo, o, y no se podía podía quita quitarr de la cabe cabeza za su falta falta de experiencia. Le aterraba pensar que podía decepcionar a Samantha. « ¿Y si no se me da bien?» Con los hombres no se había preocupado nunca por ser una buena amante. De hecho, sabía que no lo era, pero pero peor peor para para ellos ellos.. En aque aquella lla oca ocasió sión, n, sin sin embar embargo go,, le impo importa rtaba ba much muchísi ísimo mo.. Cada Cada nervi nervioo de su su cuerpo cuerpo parec parecía ía impuls impulsad adoo por por una nuev nuevaa sensu sensuali alidad dad y le parec parecía ía muy import importan ante te hacer hacer feliz feliz a Saman Samantha tha..
Mientras el camarero les servía el vino, Julia miró a Samantha, sentada enfrente de ella. Llevaba un traje de chaqueta y pantalón holgado, de lino gris claro, con rayas finas de color granate, una camisa blanca con el cuello abierto y arremangada con desenfado, y una fina cadena de oro que le llegaba justo al escote. La cantante apuró lo que le quedaba de bourbon y le dijo al camarero: — Creo Creo que me tomare otro antes de pasarme al vino. — Miró Miró a Julia y sonrió — . Esta noche estas preciosa. — Gracias. Gracias. Tu también. — A Samantha se le dilataron las pupilas, y tragó saliva. Julia se estremeció. Era un
momento incómodo. Samantha apartó la vista y empezó a mordisquearse el labio — . He traído unas cuantas notas y la grabadora. He pensado que podría contarte lo que he conseguido del historial de los otros para que me hagas comentarios. Después podemos hablar de tus canciones y de que las inspira. Samantha sonrió con alegría, visiblemente aliviada. — Vale. Vale. — Se Se bebió de un trago el bourbon que le acababan de servir.
Les llevaron los entrantes: diminutos rollitos de primavera con salsa agridulce y una ensalada templada de ternera, sazonada con zumo de lima, cilantro y chile. Julia encendió la grabadora y, mientras comían, hablaron de la música de Samantha y de los miembros del grupo. Samantha se animó con la conversación: cuando hablaba de sus canciones y de los arreglos musicales con Ruby, le brillaban los ojos y una sonrisa espectacular iluminaba su rostro. Julia pensó que debía de ser la mujer más sexy del mundo. No era de extrañar que la adoraran tantas chicas. La comida estaba buena, pero Julia descubrió que la desazón y los nervios le habían quitado el apetito. Samantha también estaba comiendo con desgana. El plato principal, pollo al curry rojo con espárragos y guarnición de arroz, llegó con otra botella de vino y un tercer bourbon para la cantante. Julia apagó la grabadora. Sam no se lo estaba poniendo fácil, pero tenía cosas importantes que contarle. — Quería Quería decirte que he roto con Ben.
Samantha tomó un trago de bourbon. — Bien. Bien. No eras feliz y mereces algo mejor.
— No es solo eso eso — replicó replicó
Julia. Samantha la miró los ojos durante un largo instante, bajó la vista y se
puso puso a jugue juguetea tearr con con un mechó mechónn de pelo pelo — . Se han acabado los hombres. He comprendido que no encontraba al adecuado porque no es lo que me va. — ¿Qué ¿Qué quieres decir? — Samantha Samantha la miraba muy seria. — ¿A
ti que te parece? — Sonrió Sonrió — . ¿Tengo que decirlo con todas las letras para demostrar que soy
sincera? — Samantha Samantha no se inmutó, pero le sostuvo la mirada — Vale, Vale, soy lesbiana. ¿He aprobado? Samantha se bebió el resto del bourbon de un trago. — Me Me pediré otro. — Tenía Tenía la voz ronca. — ¿De ¿De verdad necesitas otro, cariño?
« ¡Virgen Santa! Cariño.» Se le había escapado. Samantha parecía afectada: de repente se le llenaron los ojos de lágrimas y se quedó mirando la boca de Julia. Esta sintió que le temblaban las piernas. — No, No, no no nec neces esito ito otro otro bour bourbo bonn — contestó contestó Samantha con una voz que era poco más que un susurro. — Tienes Tienes
que saber que has provocado un gran impacto en mí..., en mi vida. Lo que siento por ti me ha
hecho pensar en cosas que me confundían desde hace años. Lo de la otra noche no fue un arrebato; fue el detonante para que me aclarara. Samantha tragó saliva e inspiró entrecortadamente. — Has Has
dado un paso muy importante, pero la verdad es que no me sorprende. Aunque algunas cosas
pued puedan an res result ultart artee difíc difícile iless dura durante nte un tiem tiempo po,, estoy estoy segura segura de que que será seráss muy muy feliz feliz.. — Se Se le quebró la voz y se tapó los ojos con la mano, como si tratara de controlar sus emociones — . Sin embargo, la otra noche hicimos lo correcto. No tiene sentido que empecemos nada. — Levantó Levantó la vista — . Lo entiendes, ¿verdad? Julia le sostuvo la mirada. Quería decirle que no estaba de acuerdo, pero no quería presionarla más. Ya parec parecía ía basta bastante nte alterad alterada: a: tenía los ojos llenos llenos de lágrim lágrimas as y la propia propia Julia tuvo tuvo que que parpa parpadea dearr para para no llorar. No quería molestarla y, aunque se moría por hacerlo, no podía abrazarla y consolarla en el restaurante. Optó por cambiar de tema.
— Esta Esta
mañana nos han dado los contactos de las fotos. Son fantásticas. Kerry ha hecho un trabajo
excelente. Samantha pareció animarse un poco y, durante el resto de la velada, la conversación se limitó a los conciertos y a hacer conjeturas sobre la reacción del público de Brisbane. Ninguna de las dos comió mucho del segundo plato, pero la cantante parecía más relajada. Julia no sabía si era por el alcohol o porque había digerido lo que le había dicho, pero, al final de la cena, no le cabía duda de que Samantha la seguía deseando. Salieron del restaurante y cruzaron a la parada de taxis. — ¿Te ¿Te apetece ver las fotos? Podríamos tomar un café mi habitación.
Samantha vaciló un instante antes de dedicarle una de sus medias sonrisas tan sexys. — Claro Claro que me gustaría verlas, cielo.
Durante una fracción de segundo, Julia creyó que se iba desmayar. Cuando llegaron al hotel, Julia encendió una lámpara y miró a Samantha. Esta se quitó la chaqueta y la lanzó a un extremo del sofá. Le encantaban aquellos gestos tan naturales y lánguidos. La imaginó avanzando hacia ella, estrechándola entre sus brazos y besándola apasionadamente. Samantha se arremangó la camisa, se metió las manos en los bolsillos y se quedó mirándola. Julia se estremeció, envuelta en una ola de deseo. Los ojos de Samantha adquirieron una expresión más intensa; empezó a mordisquearse el labio y terminó por apartar la vista. — Creo Creo que pasare del café y me tomare un bourbon
Mientras servía las copas, Julia sintió que Samantha la observaba atentamente y se le aceleró el corazón. Se sirvió un brandy, dejó los vasos en la mesita, se sentó el sofá y señaló la carpeta que contenía los contactos. — Ahí Ahí están las fotos que quería enseñarte.
Samantha se sentó a su lado, cogió su vaso y se bebió la mitad de un trago. Julia se echó hacia atrás en el sofá y tomó un poco de brandy, sin quitarle los ojos de encima. Cruzó las piernas lentamente y notó cómo se las miraba. Samantha apuró el resto del bourbon antes de sacar las fotos de la carpeta.
— Todas Todas son muy buenas — dijo dijo Julia. Se acercó un poco más, le cogió las fotos con delicadeza y le mostro
sus favoritas — . Pero estas son impresionantes. Samantha las miró sin hacer comentarios. Parecía que estaba pensando en otra cosa. Julia inspiró su encantador perfume y se preguntó, angustiada, porque no la tocaba. Sabía que la deseaba. Samantha cerró los ojos y respiró profundamente. Julia ya no pudo aguantar más. Se moría por un beso. — Samantha... Samantha... — murmuró murmuró
Samantha se levantó repentinamente y se dirigió al otro extremo de la habitación, dándole la espalda. — Lo Lo siento, no puedo con esto. — Le Le temblaba la voz. Cogió la chaqueta y avanzó hacia la puerta. Julia se
puso puso en en pie, pie, se le ace acercó rcó y esti estiró ró la man manoo para para toca tocarle rle el brazo, brazo, pero pero ella ella se apartó apartó — . No, cielo — murmuró murmuró con los ojos llenos de lágrimas. — Quiero Quiero que te quedes conmigo esta noche.
Samantha parecía abatida cuando sacudió la cabeza. — Me Me
voy a casa el domingo y no puedo empezar contigo algo que habrá terminado en menos de una
semana. — Apartó Apartó la vista con expresión de impotencia y se mordió el labio — . Me importas mucho. — Se Se tapó los ojos y trató de serenarse — . Puede que a ti te de igual, pero para mí sería terrible. — Abrió Abrió la puerta y le lanzó una última mirada apasionada — . Lo siento, cariño — dijo, dijo, y se marchó. Julia no se lo podía creer. La había tenido allí, deseándola, y había dejado que se fuera. Se había quedado mirándola, muriéndose de ganas de abrazarla, pero no había hecho nada. Podría haberla besado cuando estaban sentadas en el sofá, pero se había contenido, esperando a que Samantha diera el primer paso. Se echó a llorar, frustrada, al darse cuenta de que durante toda su vida había esperado a que los demás tomaran la iniciativa. Samantha estaba dejando que sus temores sobre el futuro ensombrecieran la enorme atracción que sentían, mientras que, para ella, lo único que importaba eran los sentimientos. Ya tendrían tiempo de ocuparse de los problemas que pudieran surgir a largo plazo; en aquel momento eran lo de menos. Por muy inteligente que fuera Samantha, estaba claro que no siempre tenía la razón. Se metió en la cama y trató de hacer caso omiso de aquel dolor que no la abandonaba. No estaba dispuesta a renunciar a Samantha; la deseaba demasiado y era evidente que tendría que mostrarse más firme y
enérgica hasta entonces. «La próxima vez será diferente.» Cerró los ojos y se vio seduciéndola. La imaginó entre sus brazos y su deseo se intensificó. Deslizó una mano por su cuerpo desnudo. Estaba sudando. Se acarició, temblando de placer. Estaba muy mojada. Fantaseó con Samantha: se imaginó abrazándola y besándola, hasta que al fin gimió, se estremeció y se quedó tendida, conteniendo la respiración y con el corazón latiendo con fuerza. «La próxima vez no dejaré que Samantha me rechace», pensó. Capítulo 9 El martes por la mañana, Julia salió del hotel con Kerry más temprano que los demás. Quería que sacara una serie de fotos que mostraran a Samantha abriéndose paso entre la ruidosa multitud de fans, mientras avanzaba hacia la sala de embarque para tomar el vuelo a Brisbane. Había estado hablando de la maquetación con el director de arte, y pensaban poner en cada página del reportaje una tira de fotos en vertical, como si fueran tramos de película. En Brisbane también sacarían fotografías, sobre todo el domingo, cuando Samantha se fuera a casa. A Julia le asaltaba el pánico cada vez que recordaba que Samantha se marcharía el domingo a las once de la mañana. Le parecía inconcebible que dejaran las cosas como estaban y se despidieran sin más, como preten pretendía día Saman Samantha tha,, apar aparen entem temen ente. te. Se preg pregun untab tabaa que que podía podía hacer hacer par paraa venc vencer er su su obsti obstinac nación ión y enco encontr ntrar ar una oportunidad para hablar con ella, para estar con ella. No le cabía ninguna duda de que era muy terca y de que estaba acostumbrada a que las cosas se hicieran a su manera. Cuando Kerry y ella llegaron al aeropuerto, ya había varios centenares de mujeres, varios equipos de televisión y un montón de personal de seguridad esperando a Samantha. A Julia le sonó el móvil y entró en la sala de embarque para contestar. Era Adele, que llamaba para decir que le habían encantado el borrador y las fotos. De repente estalló una ovación fuera, señal de que había llegado el grupo. La puerta se abrió de golpe y entraron todos menos Samantha. — Hola, Hola, cielo — gritó gritó Ruby, mientras un ayudante de Lisa los escoltaba hasta el avión.
Julia siguió hablando con Adele, pero su corazón empezó a acelerarse ante la inminente llegada de Samantha.
Al cabo de unos minutos, la cantante entró en la sala seguida de Lisa, echo un vistazo rápido a su alrededor y, al verla, se paró en seco. Julia sintió un escalofrío en todo el cuerpo cuando notó la intensidad y la complicidad con que la miraba y, de repente, le resultó imposible concentrarse en lo que le estaba diciendo Adele. Le sostuvo la mirada y vio que su expresión se transformaba en una sonrisa afable, antes de marcharse con Lisa para subir al avión. Terminó de hablar por teléfono y se quedó esperando a Kerry. Al cabo de diez minutos, Julia avanzaba a duras penas entre los asientos, seguida por Kerry, cuando reparó en que Samantha ya estaba sentada junto al pasillo, unas filas más adelante. Esperaba que levantara la vista, pero pero no fue fue así así,, y cuando cuando pasó pasó por por su lado lado vio vio que que tenía tenía una revist revistaa abie abierta rta en el rega regazo. zo. Parec Parecía ía que que estab estabaa leyendo muy concentrada, pero solo se trataba de una foto a toda página de un avión de una compañía australiana que volaba por un cielo despejado, y no pudo evitar sonreírse. Se hallaban a unos centímetros de distancia y Julia estaba segura de que Samantha también sentía la electricidad que había entre ellas. Se moría de ganas de tocarle el pelo, rubio y brillante. Don estaba en el asiento de al lado y Julia lo saludó con una sonrisa antes de seguir adelante. Se sentó con Kerry y se ajustó el cinturón mientras el avión empezaba a despegar. — ¿Crees ¿Crees que seguirá haciendo calor en Brisbane? — pregu pregunto nto la fotóg fotógraf rafa. a. — Sí, Sí, más que en Sídney, desde luego.
Lisa estaba en la fila de atrás y se apoyó en sus respaldos. — No olvidé olvidéis is que que esta esta noc noche he tenem tenemos os una cena cena en el hotel hotel con con tod todos os los jefaz jefazos os de BGI. BGI. Es Es imp import ortan ante. te. —
Julia gruñó para sus adentros. Se le había pasado por completo. Era bastante improbable que pudiera hablar en privado con Samantha aquella noche — . Mi jefe está deseando conocerte, Julia. — Que Que bien — dijo. dijo. Esperaba que su sonrisa resultara convincente, porque lo último que le apetecía aquella
noche era reunirse con un ejecutivo de BGI. Aterrizaron en Brisbane a las dos, después de una hora de vuelo. Hacía calor, cerca de veintisiete grados, y había bastante humedad. En cuanto llegaron al hotel, Kerry se fue con los otros a ver el Lyric Theater, la sala donde darían los conciertos. Julia declinó la invitación de Ruby para que los acompañara; habría sido una situación tensa porque Samantha seguía muy distante. Pidió en la recepción del hotel que le llevaran
todas las mañanas The Courier Mail, el periódico local, para mantenerse al día con todo lo que se pudiera publ publica icarr sobr sobree Saman Samantha tha,, y se dirig dirigió ió a su habit habitac ación ión.. Cuando cerró la puerta, suspiró, aliviada, y salió a la terraza para contemplar las vistas de la ciudad y del río Brisbane. Estaba cansada, porque no estaba durmiendo bien, y decidió descansar un rato. Se quitó los vaqueros y la camisa, y se tumbó en la cama, mientras una brisa suave le refrescaba la piel. Recobró el conocimiento lentamente, cuando tomó conciencia de que el teléfono no paraba de sonar. Desorientada, echó un vistazo al reloj de la mesilla y vio que eran las cinco y media. Había dormido tres horas. — Hola Hola — dijo dijo Lisa — . Quería avisarte de que la cena es a las siete y media en el salón Globe, en la planta
baja baja.. — Vale, Vale, gracias — farfulló farfulló Julia medio dormida. — Tu Tu habitación me queda de camino. Pasaré a recogerte.
Lisa cortó antes de que pudiera protestar. A Julia no le interesaba ir a la cena con ella. En realidad, no le interesaba la cena en general. Pero al menos podría ver a Samantha y, con un poco de suerte, tal vez no se pasa pasaría ría la noc noche he tratan tratando do de eludi eludirla rla..
Cuando salió de la ducha se sentía radiante y recuperada por la siesta, y llena de optimismo en relación a Samantha. No podía dejar de tener pensamientos eróticos mientras se ponía la ropa de gala. Era un vestido negro de corte clásico, con tirantes finos, escotado, corto pero no demasiado, entallado y con cremallera en la espalda. Le parecía sexy y elegante, y esperaba que Samantha opinara lo mismo. Se ajustó un collar de oro con esmeraldas diminutas y unos pendientes a juego, y se echó perfume. Acababa de pintarse los labios de rosa cuando oyó que Lisa llamaba a la puerta. Se puso unos zapatos de tacón de color negro, cogió el bolso y fue a abrir. — Hola Hola — dijo, dijo, y empezó a avanzar hacia el pasillo, pero Lisa le puso una mano en el brazo y la detuvo. — Eh, Eh, no hay prisa — dijo, dijo, con una sonrisa — . ¿No vamos a tomar algo antes?
Julia se apartó, reticente, mientras Lisa entraba en la habitación y cerraba la puerta.
— Son Son las siete y media. ¿No deberíamos bajar? Ya habrá llegado todo el mundo. — Estarán Estarán tomando copas y hablando durante horas. Tenemos tiempo.
Julia estaba impaciente por ver a Samantha, pero Lisa la había puesto en un compromiso y no quería pone ponerse rse borde borde con con ella ella,, porqu porquee le caía caía bien bien.. Con Con la esp espera eranza nza de ocu oculta ltarr su impac impacien iencia cia,, sonri sonrióó y se se acerc acercóó al minibar. — ¿Que ¿Que te apetece? — Una Una cerveza.
Julia sentía como la miraba mientras sacaba la bebida y se servía un vaso de agua mineral. Cogió una copa para para servir servir la cerve cerveza, za, pero pero Lisa Lisa no la quiso. quiso. — Beberé Beberé de la botella. — Destapó Destapó la cerveza y declaró — : Me gusta tú vestido. — Gracias. Gracias. — Julia Julia
tomó un trago de su Perrier. La mirada de Lisa era turbadora — . Deberíamos darnos
prisa prisa.. Tu Tu jefe jefe te te estar estaráá busc buscan ando do.. Lisa le miró el escote. — ¿Te ¿Te pongo nerviosa? — No, No, claro claro que no — le le aseguró, y la miró directamente con lo que esperaba que fuera una sonrisa normal
y afable. Lisa se estaba mostrando más insinuante que de costumbre, y no pudo evitar pensar que, si se hubiera encontrado en la misma situación con un hombre, a solas en una habitación de hotel, se habría sentido extremadamente nerviosa e incómoda. Sin embargo, el interés Lisa le resultaba halagador, aunque no fuera correspondido. Lisa bebió un trago de cerveza y dejó la botella en mesita. Se acercó a Julia, que seguía de pie junto al mini bar, bar, y le acari acarici cióó el el bra brazo zo con con un dedo dedo.. — Me Me gustas mucho. Puede que lo hayas notado.
Julia se alegró de haber dejado el vaso en la encimera, porque, de lo contrario, se le habría caído al suelo. No espe esperab rabaa que que Lisa Lisa fuera fuera tan direc directa ta con ella. ella. Tragó Tragó saliva saliva..
— Gracias, Gracias, Lisa, pero... — Pero Pero te interesa otra persona, ¿es eso?
Julia asintió, cogió el vaso y tomó un trago de agua. Lisa esbozó una especie de sonrisa de resignación. — Me Me pregunto quién será — dijo dijo con cierta ironía. Julia no supo que contestar, de modo que se encogió de
hombros. Lisa siguió tan cálida y amable como siempre — . Bueno, no sé si debería preocuparme mucho. A fin de cuentas, no está aquí, ¿verdad? — Julia Julia se quedó mirando el vaso. Le habría gustado que Samantha estuviera allí y que fuera a la cena con ella — . En fin, será mejor que nos vayamos — añadió añadió Lisa, avanzando hacia la puerta. Mientras Julia cogía el bolso para salir pensó en cuanto más agradables eran las mujeres con aquellas cosas. En su experiencia, los hombres siempre se tomaban mal los rechazos y se volvían fríos, malhumorados o algo peor. También notó que Lisa la consideraba lesbiana, y aquello era algo que la complacía enormemente. Samantha estaba rodeada de un grupo de mujeres efusivas en exceso: las esposas y las novias de los ejecutivos de BGI, hombres en su mayoría. Hacia lo posible por entretenerlas, pero estaba nerviosa esperando a Julia. Aquella tarde, al llegar al hotel, habían intercambiado una mirada y la evidente pasión que reflejaban los ojos de Julia la había estremecido. Después, Julia se había dirigido a su habitación y no la había vuelto a ver. Le preocupaba que estuviera dolida o enfadada por lo de la noche anterior. Sabía que tenía que dejar las cosas como estaban, pero su deseo se hallaba en guerra continua con su sentido común. De repente se abrió la puerta, y Samantha se interrumpió en mitad de una frase cuando vio que Julia entraba en el salón. Estaba despampanante. Lisa entró detrás de ella y, poniéndole una mano en la espalda, se la prese presentó ntó a un ejecu ejecutiv tivoo de BGI. BGI. Julia Julia se echó echó el pelo pelo hacia hacia atrás atrás,, esbo esbozó zó una sonrisa sonrisa encanta encantado dora ra y le estrechó la mano. Samantha se estremeció al recordar el roce de aquel pelo suave y perfumado contra su rostro, la única vez que se había permitido tenerla entre los brazos. Le parecía que había pasado una eternidad.
El hombre se marchó y Lisa se acercó más a Julia para susurrarle algo al oído. Samantha no lo pudo soportar. — Lo Lo siento — les les dijo a las mujeres que la acompañaban — . Tendréis que disculparme un momento.
Atravesó rápidamente el salón para acercarse a Julia cuando, por fortuna, Lisa se apartó de su lado. Se sentía cohibida y hechizada por su visión. Parecía tan tranquila y segura de sí misma que resultaba inquietante. No decía nada y Samantha se puso muy nerviosa. Su corazón se aceleró y, en un intento de pone ponerse rse a salvo salvo,, bajó bajó la vista vista y se topó topó con con el can canali alillo llo de de Julia Julia,, lo que que la la pertu perturbó rbó más aún. aún. Trag Tragóó saliv salivaa y se atrevió a mirar directamente aquellos ojos brillantes de color esmeralda. — No estas estas enfa enfadad dadaa con conmig migo, o, ¿verda ¿verdad? d?
Julia se echó el pelo hacia atrás, con un movimiento muy sexy. — No, No, enfa enfada dada da no estoy estoy — contestó contestó con la voz ronca, sin aliento.
Lo único en lo que podía pensar Samantha era en estrecharla entre sus brazos y en besarla allí mismo. El resto del salón era una mancha borrosa. — Hola, Hola, Samantha — dijo dijo Lisa, provocándole un sobresalto. Volvió a ponerle la mano en la espalda a Julia
y la empezó a alejar — . Están sirviendo la cena. Creo que deberíamos ir a sentarnos. Samantha se quedó en el lugar, impotente, mientras Julia se despedía con una mirada seductora y se dejaba llevar. — Aquí, Aquí, Sam — gritó gritó Ruby indicándole una silla, a su lado.
Se estaban sirviendo platos, maravillosamente presentados, de bogavante, gambas, ostras, ensaladas, cangrejos con salsa de chile y pasta especiada, y los camareros se afanaban llenando las copas de vino. Samantha se sentó, pero no dejó de mirar a Julia, que estaba en el extremo opuesto de la mesa. Julia estaba guapísima. Sonreía y hablaba con todos. Manejaba a aquellos ejecutivos a su antojo. Lisa apoyó un brazo en el respaldo de la silla de Julia y se le estaba acercando. Samantha sintió una punzada de celos y le dijo a Ruby, entre dientes: — Por Por el amor de Dios, fíjate en Lisa. Está todo el tiempo encima de Julia. Es patético.
Ruby miró a Lisa y se echó a reír, mientras se servía bogavante. — Está Está haciendo lo que te gustaría estar haciendo a ti, cielo. Nada más.
Samantha estaba sufriendo una lucha interna. Había tomado una decisión. Si no estaba dispuesta a tener una relación con Julia, lo que Julia hiciera con otras personas no era asunto suyo. Pero le resultaba difícil reprimir el impulso de levantarse para llevársela de allí, lejos de Lisa, a un lugar donde pudieran estar solas. Bebió un trago de vino y se sirvió una ración de cangrejos con chile. — B Bueno, ueno, Lisa puede tratar de ligársela todo lo que quiera, pero está perdiendo el tiempo. Julia no se la va a
tirar. — No mientr mientras as estés estés cerca cerca,, ciel cielo. o. Esta Esta loca loca por por ti. — Ruby Ruby miro a Lisa con especial atención. Sumida en sus
pens pensam amien ientos tos,, pare pareció ció olvida olvidarr don donde de estab estabaa y, y, con con su tono tono estr estride idente nte de costu costumb mbre, re, dijo dijo en en voz voz alta alta — : Pero, si se me presentara la ocasión, creo que yo sí que me la tiraría si ella me lo propusiera. Me da que es contundente y directa. — Aquellas Aquellas palabras retumbaron en todo el salón. — Por Por
Dios, Ruby — musitó musitó Samantha mientras bajaba la vista, muerta de vergüenza. Notó que a su
alrededor se habían quedado todos mudos y oyó que Kerry reía entre dientes al otro lado de la mesa. Levantó la cabeza lentamente y se encontró frente a los ojos azules y asustados de una jovencita rubia. Estaba sosteniendo un tenedor lleno de pasta con la mano temblorosa y llevaba un anillo de compromiso, con un diamante enorme y resplandeciente. — ¿Todo
va bien? — Samantha Samantha esperaba que su sonrisa pareciera cálida y tranquilizadora — . ¿Te estas
divirtiendo? — La La mujer asintió levemente y apartó la vista — Huy Huy — murmuro murmuro Ruby, y las dos estallaron en carcajadas. Se serenó y tomó un poco de agua — . Tienes
que dejar de torturarte, Sam. Cuando Julia salga del armario las chicas pedirán turno para estar con ella, cielo. Es muy guapa, y no puedes enfadarte con Lisa por tratar de ligársela. Dentro de unos días estarás en el otro lado del mundo y no te enterarás de nada. — Bebió Bebió un trago de vino — . Por supuesto, las cosas podrí podrían an ser difer diferen entes tes si no fueras fueras tan tan cabe cabezo zota. ta. Samantha alejó su plato. Se le había quitado el apetito. — Es Es imposible.
— Imperfecto, Imperfecto,
cielo.
— Imposible. Imposible.
Ruby rió entre dientes. — Para Para ti es lo mismo, ¿verdad?
El resto de la cena se le hizo cuesta arriba. Samantha habló de trivialidades y se sintió aliviada cuando por fin empezaron a recoger y todo el mundo se levantó a charlar y a tomar el café y los licores en el salón. Observó que Julia entablaba conversación con una persona tras otra, y que Lisa no se despegaba de ella en ningún momento. Kerry, Ruby y los otros miembros del grupo decidieron ir a una discoteca, pero Samantha no estaba de humor para acompañarlos. Aunque deseaba desesperadamente hablar con Julia, sabía que sería inútil tratar de mantener una conversación amistosa e intrascendente. El mero hecho de estar allí observándola le resultaba doloroso. De vez en cuando veía que la miraba, y se derretía por la pasión que había en sus ojos. Y cada vez que veía que Lisa la tocaba, apretaba los puños, angustiada. Capítulo 10 Apenas eran las once, y Samantha no estaba en disposición de poder dormir. Se sentía tensa y abatida, y no sabía que hacer, salvo servirse un vaso enorme de bourbon. Cogió una novela que había empezado a leer, pero pero no se podí podíaa conc concen entra trar. r. De De repen repente te se se le ocu ocurri rrióó que que podía podía meter meterse se en en una una bañer bañeraa llen llenaa de espu espuma ma.. En el baño había un televisor, y podría relajarse un rato y ver una película. Cinco minutos después de que se hubiera metido en el agua, con el vaso de bourbon en una mano y el mando a distancia en la otra, llamaron a la puerta. — Por Por
todos los dioses — gruñó, gruñó, mientras salía y se envolvía en una toalla. Si era Danny, le pediría que
volviera más tarde — . ¿Quién es? — Julia. Julia. — A Samantha se le paró el corazón al oír su voz, y no dudó en abrir la puerta. El corazón le dio un
vuelco cuando la vio allí, con aquel vestido arrebatador, los ojos brillantes y una expresión decidida. Julia la recorrió con la mirada muy despacio y, con un movimiento de cabeza muy seguro, dijo — : ¿No me invitas a entrar?
Samantha sintió que se le hacía un nudo en la garganta y se echó a un lado sin decir una palabra. Julia no hizo ademan de sentarse, sino que se quedó de pie junto a la puerta, mirándola. Samantha recupero la voz con dificultad. — Voy Voy a vestirme.
Cuando se giró para dirigirse al baño, Julia estiró la mano y cogió la toalla. Samantha contuvo la respiración y sostuvo la toalla firmemente contra su pecho, pero Julia no la soltó y se quitó los tacones. Incapaz de oponer resistencia, Samantha se estremeció de deseo; cerró los ojos, y la toalla cayó al suelo. De repente, Julia estaba entre sus brazos, besándola apasionadamente y acariciándole la piel húmeda. Samantha estaba en llamas. Julia deslizó las manos desde sus caderas hasta la parte delantera de los muslos y, cuando le acercó la boca a los pechos y le pasó la lengua por los pezones, Samantha creyó que iba a desmayarse. La sujetó por las muñecas y, mientras la abrazaba, le bajó la cremallera y le dejó el vestido a la altura de las caderas. «Oh, Dios.» El diminuto sujetador de media copa, de encaje negro, ofrecía una tentadora visión de sus pezones, tensos y rosados, y era tan sexy que mareaba. Julia estaba temblando. Mientras le besaba los hombros perfumados, Samantha pensó que debería ir más despacio; era la primera vez para Julia. Le besó el cuello y le recorrió el canalillo con la lengua. Julia contuvo la respiración. Samantha deslizó los dedos por por un un pech pechoo y le pelli pellizcó zcó suave suavemen mente te un pezón pezón.. Julia Julia se estre estremec meció ió y murmu murmuró ró algo algo incomp incompren rensib sible. le. Dios. No podía ir más despacio. Julia notó que la cama se hundía cuando se tumbó de espaldas, con Samantha encima, y devorándole la boca boca.. Sam se apa apartó rtó para para quit quitarl arlee la ropa ropa y, acto acto seg segui uido do,, se dedic dedicóó a sus pech pechos os:: le pasó pasó la lengu lenguaa por el borde borde del del sujetad sujetador or y le mordisq mordisque ueóó los pezone pezoness hinchad hinchados os por encima encima del enca encaje. je. Mientr Mientras as su deseo deseo se intensificaba, Julia se aferró a los hombros de su amante. Samantha le recorrió la cara interior del muslo con la yema de los dedos, dejando una estela febril a su paso, y luego la acarició, solo una vez, entre las piernas. Julia soltó un grito ahogado y, cuando sintió que le introducía los dedos, gimió, cerró los ojos y arqueó la espalda. Samantha empujó la mano un poco más. Julia se quedó en blanco y sintió un calor abrasador en todo el cuerpo. No podía dejar de jadear. Se estiró para para tocar tocar la mano mano de Saman Samantha tha,, los los ded dedos os húmed húmedos os que que empu empujab jaban an hacia hacia su interi interior or,, retr retroc oced edían ían un poco poco y se tensaban para aplicarle presión, y el pulgar que estaba fuera, acariciándola.
Sintió que alcanzaba un máximo de tensión electrizante, pero lo sobrepasaba una y otra vez. Era como si estuviera en la oscuridad de la noche, volando a una velocidad increíble hacia un lugar donde no había estado nunca. Abrió los ojos lentamente y vio que Samantha la estaba mirando, con los músculos de la cara tensos y los ojos llenos de pasión y empañados por las lágrimas. — Sí, Sí, cariño — murmuró murmuró Sam.
Julia volvió a cerrar los ojos; en vez de oscuridad, vio luces cegadoras. Sintió que su cuerpo se rendía y que una humedad increíble fluía de ella. Se aferró de nuevo a los hombros de Samantha, sacudida por espasmos de placer. Mientras los temblores se apaciguaban poco a poco vio como Samantha le besaba los pechos. Le hundió los dedos en el pelo y notó que se estremecía contra su cuerpo. Se sentía tan llena de gozo y de dulce melancolía que no pudo evitar que las lágrimas surcaran sus mejillas. Se quedaron tumbadas, abrazándose, durante un rato. Samantha le seco las lágrimas a besos. Julia le acarició la espalda y, al sentir como le latía el corazón, tomó su cara entre las manos y la besó. Quería acariciarle y besarle todo el cuerpo, pero se sentía insegura; no sabía que esperaba Sam. Deslizó los dedos por por sus sus pech pechos os y le acar acarició ició un pezó pezón, n, rosa rosa clar claro. o. Saman Samantha tha se estre estremec meció. ió. En un arreba arrebato to de pasió pasión, n, Julia Julia la hizo tumbarse boca arriba y, cuando la oyó suspirar, dispuesta a dejarle hacer lo que quisiera, se le aceleró el corazón. Le habría gustado saber qué hacer. Empezó por besarle el cuello, los hombros y los pechos. La piel piel parecía parecía de raso raso bajo bajo su lengu lengua. a. Se situó situó entre entre las piern piernas as de Saman Samantha tha y sintió sintió la humed humedad ad contr contraa el estómago. Bajó lentamente, trazando una línea de besos, hasta que se detuvo al llegar a las caderas. Quería seguir, tener la relación más íntima posible; quería besar a Samantha entre los muslos, acariciarla con la lengua. Pero tenía miedo. Aunque daba por sentado que le iba a gustar que lo hiciera, no sabía por dónde empezar y no quería decepcionarla. Samantha empezó a respirar entrecortadamente y cada exhalación era un leve gemido. Le acarició la cara y el pelo, y su contacto fue tranquilizador. Julia le pasó la lengua por la piel sensible del nacimiento de los muslos. Las caderas de Samantha se sacudieron y soltó un quejido de placer. Fue el estímulo que necesitaba Julia. Acercó la boca, se dejó embriagar por el olor acre del sexo y, fascinada con su sabor salado e indescriptible, la acarició tímidamente con la lengua. Samantha gimió. Abrumada por la pasión, Julia se estremeció mientras apretaba la boca contra la cálida humedad del deseo de su amante. Los dedos de Samantha, entrelazados en su pelo, le sujetaban la cabeza y la guiaban, hasta que Julia encontró el ritmo y se lanzó a devorarla.
La línea divisoria entre el dar y el recibir se había desdibujado. Darle placer a Samantha era casi un gesto de egoísmo. Julia gimió al pensarlo, mientras se llenaba la boca con la pasión de Samantha. Su preocupación previa previa sobre sobre su capa capacid cidad ad para para sati satisfa sface cerla rla hab había ía des desap apare arecid cidoo y tuvo tuvo la sensac sensación ión de que había había estad estadoo toda toda la vida esperando aquel momento. Se abrazó a las caderas de Samantha, notó como se le tensaba el cuerpo y se estremeció con un torrente de deseo al sentir las primeras contracciones palpitantes contra la boca. Cuando Samantha gimió y arqueó las caderas, Julia se sintió atravesada por sus espasmos de placer y supo que estaba enamorada de ella. A la mañana siguiente, Samantha estaba dormida a su lado. El deseo se reavivó y Julia se sintió dominada por por una una delic delicios iosaa lang languid uidez. ez. Se sen sentía tía abs absolu olutam tamen ente te feliz feliz.. Miró Miró el relo relojj de la la mesil mesilla la y se se sobr sobresa esaltó ltó al ver ver que ya eran las ocho y media. Samantha tenía un ensayo a las diez y ella también tenía un día ajetreado. Samantha parecía tan relajada que le daba pena despertarla. Se levantó sin hacer ruido y sonrió al ver el estado en que había quedado la cama. Las sabanas estaban revueltas, y las mantas y las almohadas se habían caído al suelo. Samantha solo estaba tapada con una esquina de la sabana y estaba durmiendo sin almohada. Julia se puso un albornoz del hotel, llamó al servicio de habitaciones y pidió el desayuno. Tapó a Samantha con el resto de la sabana, procurando no despertarla. Mientras esperaba a que llegara el desayuno se sentó en la terraza a mirar los barcos que cruzaban el rio. En cuanto llevaron el desayuno, pidió que lo sirvieran en la mesa de la terraza. Samantha se desperezó justo cuando el camarero estaba saliendo de la habitación. El chico las miró y se ruborizó. Julia sonrió mientras se despedía de él y cerraba la puerta. Acto seguido se acercó a Samantha, la estrechó entre sus brazos y la besó besó.. Saman Samantha tha gimió, gimió, adorm adormila ilada da,, le devol devolvió vió el beso beso apasio apasionad nadam amen ente te y empe empezó zó a atrae atraerla rla de nue nuevo vo hacia la cama. A regañadientes, Julia dijo: — Tenemos Tenemos que levantarnos, cariño. Es tarde. Ya he pedido el desayuno.
Samantha la soltó con un ggruñido ruñido de desilusión, se restregó los ojos, se puso una bata y la siguió hasta la terraza. En la mesa había un plato con rodajas de papaya, mango y pina, una bandeja de cruasanes calientes y una jarra de café.
Samantha se sentó y se quedó en silencio, mirando a Julia, con su sonrisa tan sexy y especial, y los ojos llenos de una intimidad tan erótica que le hacía sentir cosquillas en la piel. Julia sirvió el café y desayunaron en un silencio cómodo. Samantha le cogió las piernas, se las puso en el regazo y se las acaricio, mientras bebía café y la miraba. Julia sintió que el deseo palpitaba en su interior. Le costó reprimirlo, pero por fin se puso en pie y la besó en la mejilla. — Son Son
las nueve y cuarto, cariño. Será mejor que me vista y me vaya a mi habitación, y tú deberías
ducharte. — Ahora Ahora mismo, preciosa.
Samantha la atrajo hacia su regazo y empezó a besarla. Deslizó una mano bajo el albornoz y le pasó los dedos por el muslo, provocándola. Luego soltó el cinturón y le hundió la cara en el canalillo. — Hueles Hueles a sexo y a Chanel — murmuró murmuró — . Menuda combinación.
Julia no pudo seguir resistiéndose al deseo y se sentó a horcajadas en las rodillas de Samantha. Su corazón latía a toda velocidad y le faltaba el aire. Cuando un instante después sintió los dedos en el centro de su ser, contuvo la respiración, apoyó la cabeza en el hombro de Samantha y empezó a moverse. La pasión que la consumía se intensificó rápida y ferozmente, hasta que sintió que se le derretía todo el cuerpo y empezó a temblar. Sus espasmos sujetaban con fuerza y firmeza a Samantha en su interior. Cuando abrió los ojos, la luz del sol reemplazó lentamente a las luces cegadoras que se proyectaban detrás de sus parpados. Samantha le estaba mordiendo el hombro. Julia suspiró y trató de deslizar la mano bajo su bata bata,, per peroo ella ella se la retuv retuvoo y se la besó besó.. — No tenem tenemos os tiempo tiempo,, ciel cielo. o. Teng Tengoo que que irme. irme.
Julia se lavó la cara y se arregló el pelo con el peine de Samantha. Cogió el vestido arrugado que había caído el suelo y, mientras se lo ponía, se echó a reír. — Espero Espero no cruzarme con nadie en el camino. Es muy evidente lo que estuve haciendo anoche.
Samantha también rio, pero, cuando la abrazó y la besó para despedirse, Julia vio que tenía los ojos llorosos. Preocupada, le preguntó que ocurría, Sam sacudió la cabeza y se mordió el labio.
Pensó que entendía aquellas lágrimas. Ella también estaba tan abrumada por las emociones que a menudo sentía que estaba a punto de llorar. -Iré al concierto. Nos vemos aquí cuando vuelvas. En mi habitación, ¿vale? Samantha la abrazó con fuerza y la besó una vez más y Julia sintió las lágrimas en su rostro. -Adiós, cielo- murmuró. Capítulo 11 — Por Por
Dios, Louis, ¿no puedes tocar bien esa introducción? Los acordes del bajo tienen que ser perfectos
para para que pued puedaa seguir seguir el ritmo ritmo cuand cuandoo entro. entro. — Samantha Samantha se apartó el pelo de la frente con impaciencia. Louis la miraba, perplejo, y ella le gritó — : ¿Cuantas veces vamos a tener que repetir esta mierda? — ¡Samantha! ¡Samantha! — Ruby Ruby sonó cortante — . Lo ha hecho bien las dos últimas veces. ¡Eres tú la que lo ha hecho
mal! Entras medio compas antes de tiempo. — ¡0h,
vaya! Así que ahora no sé cómo cantar mis putas canciones. — En En aquel lugar hacia un calor
sofocante. Samantha se quitó el jersey y lo arrojó a un lado del escenario — . ¡Olvidaos de esta mierda! ¿Dónde está Danny? Él tuvo la estúpida idea de hacer esto. — Sabía Sabía que estaba en alguna parte, hablando con el ingeniero de sonido — . ¡Danny! — gritó. gritó. Danny salió de la oscuridad y se colocó al pie del escenario. — ¿Si? ¿Si? — No interp interpret retare aremos mos la otra otra canc canción ión.. Es peor peor que un grano grano en el culo. culo. Estam Estamos os perdi perdien endo do el tiempo tiempo.. — ¡Que
dices! Es la oportunidad perfecta para presentar otra canción del nuevo disco; las del anterior
empiezan a oler. Sabes que estoy tratando de aprovechar el momento de meter algo más en la lista de éxitos. ¿Qué te pasa? Samantha sintió que se le hacía un nudo en la garganta y se le llenaban los ojos de lágrimas. Tenía la cabeza hecha un lio y se sentía descontrolada ante aquella mezcla de emociones tan confusa que experimentaba. Se mordió el labio y se encogió de hombros. — El El problema es que necesitamos tomarnos un descanso para comer — dijo dijo Ruby con la voz tensa.
Danny se acarició el pelo engominado con movimientos rápidos y nerviosos. — ¿Y ¿Y a mí que me contáis? ¡Tomaos el maldito descanso, coño! ¿Algo más? — No, No, ciel cielo, o, nada nada más. más. La La can canció ciónn saldrá saldrá bien. bien.
Danny sacudió la cabeza y volvió a desaparecer en la oscuridad, farfullando para sí. Ruby la miraba, enfadada, y Samantha se dejó caer sobre una caja, a un lado del escenario, desde donde vio como Louis, Don y Jenny desconectaban sus instrumentos y se iban. — Nos Nos vem vemos os aquí aquí en una hora hora — les les dijo Ruby, mientras se acercaba a Samantha. Se situó delante de ella y
se cruzó de brazos. Las pulseras repicaron como campanas de alarma — . ¿A ti que coño te pasa? Te estas comportando como una verdadera zorra. Samantha no pudo seguir conteniéndose, se tapó la cara con las manos y se echó a llorar. Ruby se sentó a su lado y la rodeó con el brazo. — Estoy Estoy enamorada, Ruby. He pasado la noche con ella, y ahora estoy coladita... Sabía que esto iba a pasar. — Se Se enjugo las lágrimas, impaciente — . Estoy tan confundida... No sé qué hacer.
Para su asombro, Ruby se echó a reír. — Oh, Oh,
vaya, eso sí que es una sorpresa. — Volvió Volvió a reír entre dientes — . Bueno, cielo, lo que hace la
mayoría de la gente cuando se enamora es ponerse contenta, hacer planes emocionantes y cosas así. — ¿Qué? ¿Qué?
¿Ser feliz hasta el domingo? ¿Cuatro putos días? ¿No te das cuenta de que no podemos hacer
plane planes? s? ¡Me ¡Me he ena enamo morad radoo de la la mujer mujer más más gua guapa pa y mara maravil villos losaa del del mundo, mundo, y tengo tengo que que renu renunc nciar iar a ella! ella! — Se Se puso en pie y empezó a dar vueltas por el escenario. — No tienes tienes por qué. qué.
Samantha sentía que iba a estallar de frustración. — Ya, Ya,
claro, puedo quedarme a vivir aquí, ¿verdad? voy a la embajada esta misma tarde y asunto
resuelto — La La fulminó con la mirada, pero Ruby no parecía impresionada. — Si Si estáis enamoradas, encontrareis una solución. Tendréis que transigir un poco, cielo.
— ¿Transigir? ¿Transigir?
¿En qué? ¿En vernos unas pocas semanas un par de veces al año? ¿Crees que no lo he
pens pensad ado? o? — Se Se mordió el labio, amenazando con echarse llorar otra vez — . ¡Esto no es un lio más! Jamás he querido tanto a nadie. Sufriría cada día que no estuviera ella. — Le Le dio una patada al cable de un amplificador que estaba en el suelo. — De De modo que, como siempre, es todo o nada. Samantha sacudió la cabeza, exasperada. — ¡Es ¡Es imposible! No soportaría tener una relación a medias con ella. No puedo transigir. — Por Por supuesto que no — dijo dijo Ruby con sequedad — Vayamos Vayamos a comer algo.
Al atardecer, Julia y Kerry estaban cenando en el asador de enfrente del hotel, al otro lado del rio. Estaban sentadas en la terraza con vistas al agua. Era una tarde cálida, y Julia tenía plena conciencia de la brisa que le acariciaba la piel. El rio era una fusión compleja de verdes y azules, con luces y sombras cambiantes que no había observado hasta entonces, y los primeros rayos de aquella puesta de sol, que se ocultaba tras las escasas nubes, tenían tonos anaranjados y rojos intensos. Terminó el plato de ñoquis con ensalada, sorprendida por lo bien que le sabia la comida. Desvió la vista hacia el hotel y pensó que Samantha ya debía de haber vuelto. Imaginó que estaría tomando un tentempié y que luego se vestiría para el concierto. Se preguntaba que estaría comiendo y que llevaría pues puesto. to. Sintió Sintió que que la recorr recorría ía un temblo temblor, r, como como al agua agua agita agitada da por la brisa brisa.. Suspiró con satisfacción y bebió un trago de vino. Kerry estaba tomando cerveza y mirando el agua. El resplandor del sol del atardecer en el vaso proyectaba una luz ambarina en la cara de la fotógrafa. Le brilla brillaba bann las las punta puntass del del pelo, pelo, cortís cortísimo imo,, y la luz expon exponía ía la piel piel rosa rosada da y vulne vulnerab rable le de de la sien sien.. Llev Llevab abaa una una camisa de raso rojo y Julia pensó que era todo un cambio en comparación con las camisas de cuadros de colores apagados que solía ponerse. — Me Me gusta tu camisa. — Sonrió. Sonrió.
El rostro de Kerry se iluminó. — Me Me la regaló Ruby un día que fuimos de compras por Sídney. Era muy cara, y traté de negarme, pero me
dijo: «No seas tonta, cielo, y llévate la puta camisa. Te queda bien». — Se Se echaron a reír por la imitación que había hecho del acento de Ruby. — ¿Hay ¿Hay algo entre vosotras?
Kerry suspiró. — Me Me temo que no. A mí me parece guapísima y muy legal, pero me tiene de mascota. — Empezó Empezó a hacer
dibujos con las gotas de agua que se habían formado en el exterior del vaso — . ¿Y tú? — Le Le dirigió una mirada tímida — . Esto..., no pude evitar fijarme en Samantha y en ti la semana pasada... Ya sabes, cuando estuvisteis bailando y todo eso. Julia sonrió alegremente. — Sí. Sí. No cabe duda de que hay algo entre nosotras. — ¡Hostia! ¡Hostia! Yo creía que eras hetero. — Supongo Supongo que yo también, pero me preguntaba por no se me daban bien las relaciones.
Kerry sacudió la cabeza con incredulidad, visiblemente impresionada. — ¡No ¡No me lo puedo creer! ¡Samantha Knight! Es la mujer más guapa del mundo.
Julia se echó a reír — Eso Eso no te lo discuto. — ¿Y ¿Y qué pasará cuando regrese a casa?
Julia se terminó el vino. — Aún Aún no lo hemos pensado. Tenemos mucho de qué hablar, pero ya encontraremos la manera de arreglar — . Dioses, son las siete y cuarto. Será mejor que volvamos y nos las cosas. Estoy segura. — Miró Miró el reloj —
prepa preparem remos os para para el conc concier ierto. to. De vuelta en el hotel, Julia llamó al servicio de habitaciones y pidió que le subieran una botella de Moet Chandon y dos copas a última hora de la noche. Mientras se duchaba y se vestía no dejaba de pensar en el concierto. La última vez que había visto a Samantha en escena le había dedicado miradas furtivas e inexpresivas, pero aquella noche sería diferente. Cuando Samantha la mirara, transmitiría la intimidad emocionante y seductora de una amante.
Julia tenía intención de decirle que estaba enamorada de ella aquella misma noche. Tal vez fuera demasiado pronto pronto para para rev revela elarr algo algo así, así, pero pero no hab había ía tiempo tiempo para para anda andarse rse con con rem remilg ilgos os.. Nun Nunca ca le hab había ía dicho dicho aquel aquellas las pala palabra brass a nad nadie, ie, y esper esperab abaa que Saman Samantha tha sintier sintieraa lo mismo mismo;; el instin instinto to le decía decía que que era así. así. Luego Luego,, después de hacer el amor, hablarían del futuro. Se puso un vestido entallado de seda, de color verde esmeralda, a juego con una chaqueta holgada, unos pend pendien ientes tes de oro oro y tacon tacones es.. Lueg Luegoo se ech echóó perfu perfume. me. Aca Acaba baba ba de de pint pintar arse se los los lab labios ios de colo colorr marró marrónn claro claro cuando llamaron a la puerta. Se sorprendió cuando un mozo le entregó una caja de flores enorme. — Más Más
tarde vendrá el encargado a ponérselas en un jarrón, señorita — dijo dijo con una sonrisa, mientras
recibía la propina. Julia cerró la puerta y abrió la caja. Estaba llena de los lirios más preciosos que había visto en su vida. Eran de un azul perfecto e imponente, y por lo menos había cuatro docenas. Encima había un sobre cerrado, y lo abrió con ansiedad. No daba daba créd crédito ito a sus ojos ojos y crey creyóó que que se iba a desma desmaya yar. r. El El cora corazón zón amena amenazab zabaa con con salír salírse sele le del del pec pecho ho y se le hizo un nudo en el estómago que parecía de plomo. Se desplomó en una silla y leyó la carta una y otra vez. Las lágrimas que resbalaban por sus mejillas acababan en el papel que tenía en la mano; la tinta se emborronaba y la cabeza le daba vueltas. Aquello no era posible. El timbre del teléfono la sobresaltó. Mareada y desorientada, se levantó lentamente para contestar. — Llevo Llevo
diez minutos esperándote en el vestíbulo. Si no nos vamos ya, llegaremos tarde. — La La voz de
Kerry sonaba distante y amortiguada por los latidos ensordecedores que retumbaban en su cabeza. — Esto... Esto... No puedo ir. Vete sin mí. — Estas Estas rara. ¿Qué pasa? — Nada. Nada. Ve Vete, te, ¿vale? ¿vale?
Julia sacó una botella de vino de la nevera. Cuando se sirvió la primera copa, le temblaba la mano. Se la bebió bebió de un trago trago,, se se sirvió sirvió otra otra copa copa y se volvió volvió a senta sentarr para para releer releer la carta carta..
Querida Julia: No sé de de qué otra otra mane manera ra hace hacerr esto. esto. Espe Espero ro que que lo entie entienda ndas. s. Dese Desearía aría de de todo todo coraz corazón ón que que las cosa cosass no tuvieran que ser así, pero nuestras vidas están en sitios diferentes y muy lejanos. No tenemos futuro. Me va a resultar muy duro subirme a ese avión el domingo, dejarte, pero, si paso estos últimos días contigo, será insoportable. Creo que es mejor que no volvamos a vernos a solas: eso sólo complicaría más las cosas. Tengo que seguir con mi vida, y tú con la tuya. Prefiero decirte adiós ahora. Eres la mujer más hermosa que conozco, y sé que pronto encontrarás a una mujer que te haga tan feliz como te mereces. Espero que en el futuro podamos ser amigas. Nunca Nunca te olvida olvidare, re, Samantha. *** Entre bastidores, Samantha estaba histérica y se sirvió el cuarto bourbon de la noche. Cada vez le dolía más el pecho, y la bebida no la estaba ayudando. Estaba maquillada, lista para salir a escena, pero, por mucho que lo intentara, no podía contener las lágrimas y tenía que secarse los ojos con un pañuelo para evitar que se deslizaran por su rostro. Tenía tal nudo en la garganta que no sabía cómo iba a hacer para cantar. — No te beb bebas as eso, eso, cielo. cielo. Salimo Salimoss en en diez diez minut minutos os..
Samantha oyó que los teloneros empezaban a tocar la última canción. Le daba pavor salir a actuar aquella noche. No dejaba de imaginar a Julia leyendo su carta y sentía nauseas al pensar en lo herida que estaría. Cuando había decidido acabar así sabía que sería difícil, pero no dejaba de repetirse que era para evitar un dolor posterior aún mayor. «Por Dios, ¿cómo podría ser peor que esto?» — ¿Crees
que lo entenderá, Ruby? — pregun pregunto. to. Rub Rubyy seguía seguía atón atónita ita por por lo que Samanth Samanthaa acab acabab abaa de
contarle y sacudió la cabeza con incredulidad. — ¡No ¡No me puedo creer que la hayas dejado! ¡A Julia¡ — Suspiró Suspiró — . Y no, no creo que lo entienda. Estoy
segura de que no. Aquella respuesta no hacía que Samantha se sintiera mejor.
— ¿Habría ¿Habría sido mejor esperar a que estuviéramos en el puto aeropuerto para decir: «Hasta luego, cielo. Nos
vemos dentro de seis meses o un año. No te olvides de escribir»? ¿Eso habría sido más fácil? ¿Después de haber tenido más tiempo para conocernos mejor y para que me enamorase todavía más? Ruby se encogió de hombros con tristeza. — No lo sé. sé. — ¿Ves? ¿Ves? ¡No había más remedio! No podía permitir que las cosas siguieran su curso. Si no se tiene cierto
control de la propia vida, todo se va al garete. — Sí, Sí, ya veo. Tus técnicas de control de daños me tienen alucinada.
Samantha suspiró con impaciencia. No tenía sentido tratar de hacérselo entender a Ruby. — ¿Puedes ¿Puedes
llamarla cuando volvamos al hotel? Habla con ella e intenta explicárselo, para que se sienta
mejor. — No es es conmi conmigo go con con quie quienn quer querrá rá habla hablar. r. — Se Se oyeron los aplausos del público cuando el grupo telonero
terminó de actuar — . Vamos, arréglate la cara. Tenemos que entrar. — ¿Hablarás ¿Hablarás con ella, Ruby? — Vale, Vale,
cielo, la llamare. — La La tomó del brazo — . Ven aquí. Por Dios santo, mira la pinta que tienes. —
Cogió maquillaje de la mesa, le puso más base en la cara y le quitó los restos de rímel que tenía debajo de los ojos — . Píntate los labios. En las últimas filas hay mujeres con putos prismáticos. Danny irrumpió en el camerino con una sonrisa radiante. — Venga, Venga, salid y dejadlos boquiabiertos.
Un instante después, Samantha estaba en el escenario, la multitud aplaudía calurosamente y gritaba, desaforada, y empezó el espectáculo. Julia se había tomado toda la botella de vino. Aturdida, se levantó para abrir la puerta y, al darse cuenta de que había estado sentada a oscuras, encendió una lámpara. Las flores, que una camarera había puesto en un jarrón jarrón,, que quedar daron on ilumin iluminada adass de repen repente. te. Se apres apresuró uró a apart apartar ar la vista vista,, afec afectad tadaa por por la la image imagen. n.
El servicio de habitaciones había llegado con el champan. La botella estaba en una cubitera de plata, rodeada de hielo picado y flanqueada por dos elegantes copas. El camarero dejó la bandeja sobre la mesa y sonrió. Estaba a punto de irse cuando Julia lo detuvo. — Por Por favor, ¿podrías abrirla y servir las copas?
El echó un vistazo rápido y sutil a la habitación, como si estuviera buscando al acompañante de Julia, y volvió a sonreír. — Por Por supuesto, señorita. — Llenó Llenó las dos copas y se marchó. Julia se las llevó a la mesilla, junto al sofá.
Mientras bebía su copa se preguntó como se podía haber equivocado hasta aquel punto. Menos mal que no le había dicho a Samantha que la quería. Samantha era una mujer hermosa, con talento, adorada, literalmente, por millones de mujeres. « ¿Cuantas veces se le habrán declarado?» Se tomó la copa de Samantha y decidió que sabía cuál era su problema: era una novata en el juego amoroso. Había pensado de verdad que su amor era correspondido. Se sirvió otra copa. En realidad, estaba segura de que Samantha la quería. Sencillamente, lo sabía y no podía podía enten entender der por qué se nega negaba ba a hab hablar lar con ella de la situac situación ión.. Tal Tal vez vez estuv estuvier ieraa preoc preocupa upada da por la posib posibilid ilidad ad de que le exigi exigiera era demas demasiad iado. o. Apuró Apuró el champa champann y pensó pensó angu angust stiad iada, a, que probab probablem lemen ente te no andaba tan errada. Estaba enamorada de ella y lo quería todo. Cuando se terminó la botella se sintió más tranquila. Estaba algo embotada y decidió que necesitaba salir de la habitación; se estaba asfixiando. Se lavó la cara y se retocó el maquillaje. No tenía ni idea de adonde ir, pero pero no que quería ría estar estar allí allí cuan cuando do volvi volviera era Saman Samantha tha,, prob probab ablem lemen ente te no much muchoo más más tarde. tarde. Se dirigió a la planta baja y, sin pensarlo, entró en el pequeño y tranquilo bar del hotel. Solo había un par de pare parejas jas hablan hablando do en priva privado do,, y la luz tenue tenue y la música música clásica clásica eran eran relaja relajante ntes. s. Se pidió pidió un brandy brandy y se lamentó de no tener a nadie que pudiera decirle que todo saldría bien. No conocía a nadie que pudiera entender su amor por Samantha y el dolor que la atenazaba. Quería hablar con Samantha, solo con ella, pero pero estab estabaa claro claro que que Saman Samantha tha no quer quería. ía. Se terminó el segundo brandy y miró el reloj. Tuvo que parpadear para enfocar y la cabeza le daba vueltas. Eran las diez y media, y Samantha no tardaría en volver. Tenía que pensar adónde podía ir. Hizo girar la copa vacía y miró el reflejo que la lámpara arrancaba al cristal.
De repente se puso furiosa. Tenía que plantar cara a Samantha y exigirle que le explicara como podía actuar así, como podía alejarse sin más, pero sabía que, cuando la viera, sería incapaz de reaccionar; le faltaría valor. Seria patética. Probablemente se echaría a sus pies, llorando desconsolada, y le diría que la quería y la adorada. — ¿Puedo ¿Puedo invitarte a otra ronda?
Julia se sobresaltó al ver a Lisa y sintió pánico. — ¿El ¿El concierto ha terminado? ¿Ya habéis vuelto? — Era Era consciente de que tenía lágrimas en los ojos. — No, No, me he ido antes antes.. — Lisa Lisa pidió otro brandy y un whisky; luego le quitó la copa vacía a Julia, la cogió
de la mano y le acarició el dorso con el pulgar. Era una caricia cálida y reconfortante — . Has estado llorando. ¿Es por Samantha? Julia había estado reprimiendo las lágrimas, pero el tono amable de Lisa la desarmó, y se sintió abrumada. Cuando la hizo ponerse en pie, sintió que todo le daba vueltas. Lisa la sostuvo mientras la sacaba del bar y la llevó a su habitación. — Tranquila Tranquila — dijo dijo Lisa en voz baja. Julia había dejado de llorar y se sentó en un sillón, agradecida. Tomó
el vaso de agua fría que le dio Lisa y se sintió un poco menos mareada. Pensó que ya podía volver a su habitación, que ya sería capaz de dormir. Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón. No le había contado nada a Lisa. No podía decirle que estaba enamorada de Samantha. Imaginaba que se reiría y diría: «Tu y todas las bolleras del mundo!». Pensó que Samantha era tan encantadora y seductora que tal vez hubiera malinterpretado sus sentimientos. Afortunadamente, Lisa no le pedía explicaciones. De hecho, estaba siendo muy comprensiva. Lisa volvió del baño con una toalla humedecida en agua fría, se arrodilló junto al sillón y empezó a refrescarle la cara manchada de lágrimas. Julia suspiró y cerró los ojos. Era una sensación agradable. Sintió una caricia en la mejilla y volvió a suspirar. Un beso leve en la mejilla, otro en el cuello, y sintió que se le despertaba el cuerpo. Lisa la besó en la boca; Julia gimió y su cabeza se llenó de imágenes eróticas. Se imaginó a Samantha tumbada, mirándola con sus ojos cargados de intensidad, mientras ella le recorría el cuerpo con besos cálidos y prolongados. En su mente la oía jadear cuando la tocaba.
Cuando Lisa la volvió a besar, apasionadamente, Julia sintió un torrente de deseo. Le echó los brazos al cuello y murmuró — No te vay vayas. as.
La habitación volvió a girar mientras Lisa la sostenía y la desvestía. Julia tenía calor y quería librarse de la ropa cuanto antes. Tenía prisa. Fue un alivio sentir la sabana fría contra la piel. No tenía nada en mente, salvo una necesidad desesperada. Sentía los pechos hinchados y sus pezones pedían a gritos caricias cálidas y húmedas, que no tardaron en llegar cuando Lisa se los besó. Julia imaginó el precioso rostro de Samantha con tanta claridad que casi podía podía tocarl tocarlo. o. Sintió que le separaban las piernas. Lisa la estaba acariciando y le hacía sentir descargas eróticas en todo el cuerpo. Julia se agarró a la sabana y se dejó llevar fuera de control. Y cuando Lisa le introdujo los dedos, gimió y se estremeció a medida que la tensión se incrementaba en su interior. Sintió una caricia cálida entre las piernas e imaginó que era el sedoso pelo de Samantha, que le rozaba la piel. El orgasmo la asaltó inesperadamente, y se quedó tendida, temblando y jadeando. Estaba aturdida. 0yó un leve gemido y pensó que debía de haber sido ella misma, hasta que, horrorizada, se dio cuenta de que había sido Lisa, que se desplomó a su lado, empapada de sudor y temblando. Lisa la abrazó y le acarició la mejilla, pero Julia no podía ni devolverle la mirada. Volvió la cara hacia otro lado y, mientras su cuerpo vibraba con una odiosa sensación de placer, las lágrimas rodaban por sus mejillas. Pronto se sumió en un sueño profundo. — ¡Por ¡Por Dios, Ruby, son las dos de la madrugada! ¿Dónde coño se habrá metido?
Samantha estaba dando vueltas por la habitación de su amiga. Ruby había telefoneado insistentemente a Julia durante casi dos horas y había ido varias veces a llamar a la puerta de su habitaci6n. En recepción le habían confirmado que Julia había recibido las flores cerca de las ocho menos cuarto y que no había entregado la llave de la habitación. — Como Como te he dicho, cielo, sencillamente habrá ido a algún lado y se habrá olvidado de dejar la llave. — ¿Pero ¿Pero adónde va a ir? — Samantha Samantha se sirvió otro bourbon. — No es de las que que desap desapare arece cenn sin sin deja dejarle rle un
mensaje a nadie. Esto no tiene sentido. — Se Se tomó la bebida de un trago.
— ¿Que ¿Que
esperabas que hiciera? ¿Leer tu carta y sentarse cómodamente a ver una película? — Ruby Ruby se
encogió de hombros — . Tal vez se haya registrado en otro hotel para pasar la noche y esquivarte. Samantha tenía taquicardia y estaba mareada por la preocupación. Se le empezaron a saltar las lágrimas. — Solo Solo
quiero saber que está bien. No puedo quedarme cruzada de brazos sin saber cómo esta, si le ha
pasa pasado do algo. algo. — Ruby Ruby la rodeo con los brazos y Samantha se derrumbó. — Estará Estará bien, cielo. No te preocupes. — No esper esperab abaa que que hicier hicieraa ning ninguna una locura locura.. Sab Sabía ía que que esta estarla rla dolid dolida, a, igual igual que que yo, yo, pero pero creí creíaa que que enten entender dería ía
que lo que le he dicho tiene sentido. — Es Es posible. Pero puede que también este enfadada.
Ruby le dio unas palmaditas en la espalda para consolarla y Samantha se enjugo las lágrimas. — No podría podría
sopo soporta rtarr que me odiar odiaraa por esto. esto. Espera Esperaba ba que el domingo domingo pudiéra pudiéramos mos despe despedir dirno noss como como
amigas. — ¡Joder! ¡Joder! No pretendes nada, chica.
Samantha se alejó de Ruby y se sirvió otra copa. De repente pensó en el rostro de Julia y sintió que se le desgarraba el corazón. Deseaba desesperadamente volver a tenerla entre sus brazos. — Tal Tal
vez no debería haber mandado esa carta. — Se Se volvió hacia Ruby, con un estremecimiento — . Tal
vez debería haber permitido que las cosas se resolvieran solas. Ruby abrió los ojos desmesuradamente, fingiendo que estaba horrorizada. — ¿Que ¿Que dices? ¿Dejar que las cosas siguieran su curso? En ese caso tendrías que haber hablado de esto con
la mujer a la que amas y deberías haberle permitido tomar parte en las decisiones, pero eso es impensable, ¿verdad, cielo? Samantha se mordió el labio tratando de contener el llanto. Su cabeza era un amasijo de inseguridades y convicciones enfrentadas. Ruby le quitó el vaso de la mano.
— Todo Todo
tendrá mejor aspecto por la mañana — dijo dijo con ternura — . Probablemente Julia estará durmiendo
en algún hotel del centro y volverá mañana. — La La acompañó hasta la puerta y la besó en la mesilla — . Ve a dormir un poco, cielo; esta noche no puedes hacer nada salvo volverte loca.
Según el reloj de la mesilla eran las tres. A Julia le dolía la cabeza y tenía la boca seca. Las puertas de la terraza estaban abiertas y entraba una brisa fría que la hacía tiritar. Lisa estaba dormida a su lado y respiraba lenta y profundamente. Julia se desesperó al recordar lo que había pasa pasado do aque aquella lla noc noche. he. Con Con cuid cuidad ado, o, se se quitó quitó de de encim encimaa el braz brazoo y la pier pierna na de Lisa Lisa par paraa poder poder levan levantar tarse se.. Lisa se agitó y se dio la vuelta sin despertarse. Julia cogió su ropa, se vistió rápidamente en la oscuridad y se marchó de puntillas. Capítulo 12 Los lirios azules se erguían majestuosos en un florero de cristal, en la mesa que estaba bajo la ventana. Julia sintió un retortijón en el estómago y, por un instante, se quedó helada, paralizada por su belleza y por el horror que representaban. Se le escaparon las lágrimas. Mareada, abrió una botella de agua mineral, se sirvió un vaso y se sentó a tomarlo sin poder parar de llorar. Echó un vistazo desganado a su alrededor, buscando la carta de Samantha, pero no estaba. La camarera debía de haberla tirado. Mejor. No necesitaba leerla de nuevo. Se la había aprendido de memoria y sospechaba que jamás se le olvidaría. Parecía que el mundo entero se había vuelto del revés y que nada tenía sentido. Por primera vez en su vida se había enamorado, no un poco, sino desesperada y apasionadamente, de una mujer; una mujer tan adorada podía podía tener tener a quie quienn quis quisier iera. a. Una mujer mujer que vivía vivía en Estad Estados os Unidos Unidos.. Tenía que despejarse, por lo que se dirigió al cuarto de baño para tomar una ducha. Pensó que, en una noche, la mujer a la que amaba le había roto el corazón. El dolor que sentía en el pecho era tan fuerte como el dolor lujurioso que sentía entre las piernas, aquel dolor erótico que, a pesar de todo lo que había ocurrido, no desaparecía.
El agua caliente en la piel resultaba relajante. Tenía la impresión de que todo su ser se había vuelto líquido, de que ya no tenía sustancia. Estaba húmeda de deseo todo el tiempo y no podía parar de llorar. Se pasó la toalla por el cuerpo y empezó a secarse e! pelo con movimientos mecánicos y distraídos. Parecía que su cerebro también se había vuelto líquido. No tenía ningún sentido que, estando tan enamorada de Samantha, se hubiera acostado con Lisa y la hubiera deseado físicamente. No, pensó, no la había deseado; su cuerpo la había necesitado, nada más. Su mente y su cuerpo habían discrepado y, evidentemente, el cuerpo había tornado el mando. No se fiaba de su propio comportamiento. Tenía que salir de allí cuanto antes. Tenía que alejarse de Samantha. Se maquilló y se puso los vaqueros y una camiseta de tirantes de color verde oscuro. Aún era de noche, pero pero más tarde tarde haría haría calor calor,, y mucho mucho más más en el sitio al que que iba. Se puso puso el reloj; reloj; eran eran las cuatro cuatro y media media.. Recogió cuidadosamente sus anotaciones y sus carpetas, y las metió en el maletín. Fue metódica y se tomó su tiempo; a aquellas horas no había prisa. Sacó la ropa del armario y de los cajones, la guardó en las maletas y retiró sus cosméticos del baño. Después de hacer el equipaje, llamó al servicio de habitaciones y pidió un desayuno ligero. Después del café y la tostada se sentía mejor. Había dejado de llorar y estaba decidida. Como solo eran las cinco y media y era demasiado temprano para llamar a la agencia de viajes con la que trabajaba normalmente, llamó a Qantas Airlines y reservó un billete en clase preferente para el siguiente vuelo disponible a Bali. A las seis y cuarto llegó el botones para bajarle el equipaje y Julia echó un último vistazo a la habitación. Cuando vio las flores, sintió que la garganta se le obstruía y los ojos se le volvían a llenar de lágrimas. Una furia repentina le invadió el pecho. Sacó las flores del jarrón impulsivamente, las llevó a la terraza y las tiró. Temblando, vio como aterrizaban en el jardín y sintió que le habían clavado un puñal en el corazón. A las ocho y media, Julia ya había facturado el equipaje y había pasado por la aduana. Llamó a Kerry al hotel por el móvil. — JJulia, ulia, ¿dónde estas? Ruby me acaba de decir que te has ido del hotel esta mañana. Dice que se ha pasado
media noche buscándote. — Dile Dile que lo siento si se ha preocupado, pero no voy a volver, Kerry. Me ha surgido un imprevisto y he
tenido que irme. Si te llama Adele, dile que luego la llamo. No te olvides de las fotos que nos faltan. Tú ya sabes lo que hay que hacer.
— Sí, Sí, por supuesto, pero... — El El lunes, cuando vuelvas a la oficina, no estaré para ver las pruebas, así que quiero que tú misma elijas
las mejores fotos, ¿de acuerdo? Sabes que quiero. No dejes que las elija Adele. — ¿Y ¿Y qué les digo a los de aquí? — Despídete Despídete de mi parte y diles que siento haber tenido que irme tan repentinamente. — ¿Y ¿Y a Samantha? ¿A ella que le digo?
Julia sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Le ardían los ojos a causa de las lágrimas. Trago saliva. — Que Que gracias por las flores.
Se despidió de Kerry y llamó a Gum Nut para prolongar la estancia de Magpie durante un par de semanas. Después apagó el teléfono, lo guardó en el maletín y subió al avión. Julia bajó por la escalerilla del avión y avanzó por la pista de aterrizaje hacia el edificio de la terminal de Denpasar, la capital de la isla indonesia. El aire húmedo y perfumado la envolvió y la llenó de una sensación de paz. Echó un vistazo al reloj y vio que marcaba las dos menos cuarto de la tarde. Seguía con la hora australiana. Allí ya eran las cuatro menos cuarto. No hab había ía reserv reservad adoo alojam alojamien iento, to, pero pero no hab había ía empe empezad zadoo la tempor temporad adaa alta alta y estab estabaa segu segura ra de que conseguiría una habitación en su hotel favorito. Se subió a un taxi y emprendió el viaje de una hora hacia las montañas, en dirección a Ubud, el pueblo artístico. Se relajó en el asiento y contempló como las calles de la ciudad daban paso a los verdes campos y a los arrozales. A medida que subían por las montañas, las laderas se convertían en bancales con arroz y otros cultivos. Vio a mujeres que caminaban por el arcén y llevaban en la cabeza canastas de plátanos, cocos, aguacates y rambutanes de un rojo intenso. Entre la vegetación tropical alcanzó a ver varios muros cubiertos de buganvillas que rodeaban las urbanizaciones. Un joven con un sarong a la cintura y flores rojas en el pelo guiaba a unos gansos muy ruidosos por la carretera. Había patos de vivos colores nadando en los arrozales que brillaban al sol. Llegaron a Ubud y pasaron por el concurrido mercado de la calle principal. Al cabo de unos minutos, el taxi giró por el camino de grava que llevaba al hotel: un grupo de pequeñas cabañas situadas en una ladera. La
frondosa vegetación de plumerías, hibiscos y buganvillas estaba atravesada por estrechos senderos que llevaban a las cabañas privadas y al comedor, un techo de paja sobre pilares de madera. Como había muchas cabañas libres, Julia eligió una que quedaba cerca de la piscina de agua de manantial, en una de las terrazas ajardinadas que daban al río. Acalorada y cansada, se sentó en una silla de mimbre, en el porche, y miró el antiguo templo hindú, situado al otro lado del río. 0yó un tintineo de campanas y los acordes de unos instrumentos musicales evocadores e inquietantes, y alcanzó a ver el movimiento de gente detrás de los muros de piedra. Pensó que debían de estar preparándose para alguna fiesta. Dejó el vaso de agua helada en una mesilla cercana, donde, encima de un lecho de hojas, había una ofrenda religiosa, a base de arroz y flores, para alejar a los espíritus malignos. Por incongruente que pareciera, junto a la ofrenda había un teléfono. Con un suspiro melancólico, Julia devolvió sus pensamientos a la realidad y a sus responsabilidades. Tenía que llamar a Adele para darle una explicación. Había conseguido dejar de pensar en Samantha durante unas horas, pero, de repente, se agolparon docenas de imágenes suyas en la cabeza: recuerdos maravillosos de su cara, de la sensación que tenía al besarla y de sus manos acariciándola se mezclaban con imágenes horribles de las flores y la carta. Mientras se estremecía de deseo, derramaba lágrimas de angustia y dolor. Se pregu pregunta ntaba ba duran durante te cuán cuánto to tiempo tiempo se sentirí sentiríaa así así y cuant cuantoo más más podrí podríaa sopor soportar tarlo. lo. Aunque la temperatura era más fría en las montañas que en la costa de Denpasar, el clima tropical aumentaba la humedad y el calor resultaba más sofocante. Entró en la cabaña oscura y relativamente fresca, se quitó la ropa pegajosa y se puso el bikini. Bajó hasta la piscina por un tramo corto de escaleras de piedra, oculto tras una mata de hibisco. No había nadie cerca cuando se zambulló en el agua
— No agu aguan anto to más más,, Ruby Ruby.. He perdid perdidoo el el contr control ol.. ¡Mira ¡Mira como como estoy estoy!! No pue puedo do actu actuar ar esta esta noc noche. he. Es así así de de
sencillo: no puedo. — Samantha Samantha tenía los ojos hinchados y llorosos. — Venga, Venga,
cielo, puedes sobrellevar el concierto de esta noche. Mañana tenemos el día libre y podrás
angustiarte a gusto.
Llamaron a la puerta de Samantha y Ruby abrió. Era Danny. — ¿Qué ¿Qué tal? — dijo, dijo,
radiante — . Las críticas locales del concierto de anoche son fantásticas. Simplemente
fantásticas. — Se Se metió una mano en el bolsillo y empezó a ir de un lado a otro, acariciándose el pelo--. Un concierto más el sábado por la noche y después nos vamos a casita. Samantha apartó cansinamente la vista de la terraza para mirar a Danny y bebió un trago. No estaba de humor para compartir la euforia de su agente. — Por Por todos los dioses, cielo, cálmate.
El se paró en seco. — ¡Joder! ¡Joder! ¿Y a ti qué coño te pasa?
Samantha se mordió el labio y se quedó mirando el vaso. — Está Está hecha polvo por lo de Julia — contestó contestó Ruby. — Ah, Ah, sí, cierto. Es una pena que se fuera de esa manera. — Danny Danny empezó a caminar de nuevo y le lanzó
una mirada avergonzada — . No sabía que... ella y — Carraspeó---. Carraspeó---. No sabía que significara tanto para ti. A nivel personal, digo. — Pues Pues sí — dijo dijo Samantha en voz baja. — Ya, Ya, bueno, tengo una noticia excelente que te va a animar. Acabo de cerrar un trato fantástico para dar un
concierto en Atlanta dentro de dos semanas. Los promotores lo llaman «Samantha Knigth viene a casa». Será un solo concierto, y las entradas salen a la venta mañana mismo. Samantha apuró el resto del bourbon y miró por los ventanales de la terraza. No quería que le recordaran de nuevo que se iba en pocos días, cuando aún no sabía dónde se había metido Julia. — Sera Sera un éxito de taquilla, por supuesto. ¡Están pensando en diez mil localidades! — Es Es fantástico, Danny, pero mejor lo hablamos en otro momento, cuando Sam este un poco más animada,
¿vale? — Ruby Ruby abrió la puerta para que se fuera.
— Vale, Vale, vale. — Danny Danny se detuvo en el umbral, con la misma vitalidad de siempre — . Estoy negociando con
Adele el uso como cartel publicitario de una de las fotos que me enseñó Kerry. Ha sacado varias muy buen buenas as,, rea realme lmente nte bue buenas nas.. — ¡Qué ¡Qué bien, cielo! Hasta luego. — Ruby Ruby le cerró la puerta en las narices y sacudió la cabeza, exasperada — .
¡Dios! A veces este tipo es insoportable. Se sentó en el sofá al lado de Samantha y la rodeó con brazo. — No esper esperab abaa que se lo tomara tomara tan mal, mal, Ru Ruby by.. ¿Cre ¿Crees es que me odia odia por hab haberl erlee envi enviad adoo esa esa carta carta?? — Bueno, Bueno,
creo que, si te odiara, no se habría largado de esa manera; se habría quedado esperando a que
volvieras. Yo en su lugar me habría quedado, para poder tirarte las flores a la cara y decirte que te las metieras por el culo. Eso es lo que habría hecho, cielo. — Samantha Samantha esbozó una sonrisa entre las lágrimas — . Estoy segura de que no te odia; yo diría que más bien es todo lo contrario. Ahora ponte las pilas, chica. Salimos a escena en una hora y media. — Ruby Ruby avanzó hacia la puerta. La noche caía suavemente sobre las montañas, como un velo de seda negro, y las criaturas nocturnas tropicales empezaban a emitir sus gritos nostálgicos. Julia estaba sentada en el porche de su cabaña, todavía en bikini, tomando una copa de vino helado. Había lamparillas titilando tras los muros del templo y los acordes de la música eran más nítidos. Era un sonido misterioso y melancólico. Mientras sentía la caricia de la brisa aromática en la piel, cerró los ojos y, durante unos segundos, fue capaz de vaciar su mente de problemas y pudo escuchar los ritmos del templo y los insectos nocturnos. Entonces, en algún lugar no muy alejado, se oyó el grito de unos monos y aquello la devolvió a la realidad. Eran las ocho y media en la costa este de Australia. Cogió el teléfono y llamó a casa de Adele. Le oyó dar una larga calada al cigarrillo. — Dime Dime
que andas tras una exclusiva que va a ser la mayor primicia de la historia del periodismo de
espectáculos. — Aquellas Aquellas palabras estuvieron seguidas por una tos perruna y otra calada a fondo. — Me Me temo que no. Solo tenía prisa por irme. Era un asunto personal. — Por Por cierto, ¿dónde coño estas?
— En En
Bali, pero no quiero que se entere nadie. He dado instrucciones a Kerry para que haga las fotos de
cierre que necesitamos, y terminaré el reportaje en un par de días. Si me puedo conectar, te lo envío por correo electrónico, o por fax o... — ¡Por ¡Por Dios, Julia! No estoy preocupada por nada de
eso. ¿Qué te pasa? ¿Cuando tienes previsto volver?
Nos Nos está estánn lleg llegan ando do temas temas import importan antes tes... ... Te nece necesit sitoo aqu aquí.í. — No lo sé. sé. En En este este momen momento to estoy estoy muy con confu fund ndida ida.. Ni Ni siqu siquier ieraa sé sé si si quie quiero ro volve volverr a la rev revis ista. ta. Lo siento siento... ...
Es que no lo sé. Julia hizo un esfuerzo para contener las lágrimas que amenazaban con traicionarla. 0yó el clic del mechero de oro de Adele y otra inhalación profunda. — ¿Has ¿Has
tenido alguna discusión con Samantha Knight? Hoy me ha llamado dos veces para preguntarme
dónde estabas. Julia apartó la cara del auricular, se enjugó las lágrimas, tragó saliva y trató de reponerse. Después, impulsivamente, decidió decirle la verdad a Adele. Más tarde o más temprano todo el mundo se enteraría de que había cambiado, de que se había hecho lesbiana. No era algo que se limitara a su relación con Samantha. Era preferible que Adele se enterara por ella. Respiró a fondo. — Me Me enrollé con ella. La cosa no funcionó y estoy tratando de superarlo. — ¡Joder! ¡Joder! — Al Al
ataque de tos lo siguieron unos momentos de silencio, roto solo por el sonido de unas
frenéticas caladas — . Mira, no quiero oír nada sobre tu posible dimisión. Tómate todo el tiempo que necesites para resolver..., bueno, lo que sea que tengas que resolver. Tal vez solo necesites un cambio de aires, un nuevo reto. «¡Por Dios! Creo que ya tengo bastantes cambios es mi vida.» Hubo otra larga pausa. — Siempre Siempre estoy comprando artículos procedentes del extranjero y pagando una verdadera fortuna por ellos — añadió añadió
Adele — . Tal vez te gustaría trabajar en otro lugar durante un tiempo. Si fuese así, a la revista le
vendría bien. — No lo sé, sé, Ade Adele, le, pero pero gracia gracias. s. Me lo pensa pensaré ré
Julia le prometió que se mantendría en contacto con ella, y se despidieron.
Julia entró en la cabaña, se puso una camiseta y unos vaqueros, y dio un paseo por el sinuoso sendero de piedra piedra,, ilum ilumina inado do por faroli farolillo llos, s, hasta hasta llega llegarr al al come comedo dor. r. No tenía tenía hambr hambree y estuvo estuvo jugue juguetea teando ndo con con el el arro arrozz con pollo y especias que le habían servido. Las risas y la conversación de los otros huéspedes quedó en segundo plano mientras se imaginaba a Samantha en escena aquella noche. Podía adivinar cada expresión de su precioso rostro, podía oír cada matiz de su voz sensual, y por encima de todo deseaba estar con ella. Se preguntaba si Samantha se sentiría mal, si también la echaría de menos, o si solo se sentiría culpable. Pensó con amargura que tal vez la hubiera estado buscando solo para convencerla de su punto de vista. En la carta había dicho que quería que siguieran siendo amigas, pero Julia había decidido que eso era imposible. Capítulo 13 El sábado a última hora de la mañana, Samantha estaba en su cuarto, viendo la televisión sin ningún interés, cuando llamaron a la puerta. Eran Ruby y Lisa. — Ven Ven a comer con nosotras, cielo. No puedes volver a quedarte aquí encerrada todo el día.
Samantha se metió las manos en los bolsillos del albornoz y se dejó caer pesadamente en el sofá. — No, No, no no me me ape apetec tece. e.
Ruby se sentó en la silla de enfrente y apoyó los pies en la mesilla. — Si Si llama Julia, dejará un mensaje.
Samantha sacudió la cabeza. — A Ayer yer por la mañana hablé con Adele. Me dijo que Julia ha salido del país y que no quiere que la llamen.
Prácticamente le supliqué que me dijera donde estaba, pero se negó. Sé que Julia no va a llamar ahora, pero quiero estar aquí, por si acaso. Samantha miró a Lisa, que estaba de pie junto a la puerta, examinando muy concentrada el botón del puño de su camisa. — ¡Necesitas ¡Necesitas
tomar un poco el aire, chica! Ayer te pasaste el día y la noche metida aquí, sola. Nos lo
pasa pasamos mos muy bien bien en en Gold Gold Coas Coast.t. Me hab habría ría gust gustad adoo que que vinier vinieras as,, cielo. cielo. — Ruby Ruby bostezó y se desperezó;
las pulseras tintinearon alegremente — . Nos quedamos allí hasta las tantas. Encontramos un local de ambiente muy interesante y nos lo pasamos en grande, ¿verdad, Lisa? — Sí. Sí.
Lisa había pasado a dedicarle todo su interés a su reloj. Estaba cambiando la configuración y los pitidos estaban sacando de quicio a Samantha. — Vamos, Vamos, cielo. Vístete y sal con nosotras.
Samantha la escuchaba a medias. Se dio cuenta de que no había visto a Lisa desde el miércoles por la noche, justo antes de que empezara el concierto. Todos sabían que estaba muerta de preocupación por la desaparición de Julia pero, Lisa era la única que no le había preguntado nada sobre aquel asunto. De repente, Lisa la miró con expresión asustada, como un conejo iluminado por un foco de luz. — ¿Por ¿Por casualidad viste el miércoles a Julia, Lisa?
Lisa se metió las manos en los bolsillos y apartó la vista. A Samantha se le empezó a acelerar el corazón. Lisa volvió a mirarla y enderezó los hombros. — Pues Pues sí, la vi. — ¿Donde? ¿Donde? — En En el bar de abajo, a eso de las diez y media — contestó, contestó, desafiante.
Samantha sintió que se le hacía un nudo en el estómago. — ¿Fuiste ¿Fuiste la última que la vió y no has dicho nada? ¿Cómo estaba? ¿Qué dijo?
Ruby se levantó de la silla lentamente y se situó junto a Samantha. Los ojos de Lisa pasaron de una a la otra. — No dijo nada. nada.
Estab Estabaa borra borrach chaa y llorand llorando. o. — A Samantha se le llenaron los ojos de lágrimas y sintió
nauseas — . La llevé a mi habitación y la cuidé. A Samantha le daba vueltas la cabeza y creyó que se iba a desmayar. Sintió que se le erizaba el cuero cabelludo cuando dijo, sin alzar la voz:
— ¿La ¿La cuidaste? ¿Cómo?
Lisa vaciló; luego se encogió de hombros y sonrió con suficiencia. — Por Por el amor de Dios, Samantha, pasó la noche conmigo, ¿vale? Cuando me desperté se había ido. ¿De
verdad quieres todos los detalles? Samantha se estremeció, cegada por la ira. Apretó los puños y arremetió contra Lisa. Ruby la cogió de las muñecas y la sujetó con fuerza, y Lisa la esquivó, horrorizada. — ¡Zorra ¡Zorra de mierda! — gritó gritó Sam — . ¿Cómo fuiste capaz? ¡Te voy a matar, hija de puta! — ¡No ¡No fui yo quien la hizo llorar! — replicó replicó Lisa, indignada — . No sé qué hiciste que la alteró tanto, pero no
se fue por mi culpa. Samantha no podía contener las lágrimas y creyó que iba a estallar. Forcejeó con Ruby para que la soltara. — ¡Te ¡Te mato! — ¡Vete ¡Vete de aquí, Lisa! — dijo dijo Ruby.
Lisa les dirigió mirada y se marchó, dando un portazo. Cuando Ruby la soltó Samantha corrió a dar un puñe puñetaz tazoo en en la pue puerta rta.. — ¡La ¡La
voy a matar! — Asaltó Asaltó el bar y se sirvió un bourbon, que apuró de un trago, temblando, antes de
servirse otro. Caminó por la habitación con pisadas fuertes y apenas notó que Ruby le quitaba el vaso de la mano cuando pasó junto a ella — . ¿Cómo pudo hacer algo así? — Sacudió Sacudió la cabeza — . No entiendo cómo se puede ser tan cruel. — Aprovechó Aprovechó la oportunidad. Lisa es así.
Ruby estaba llamando por teléfono. Samantha se dio cuenta de que no tenía bebida y se sirvió otra copa. Cuando se desplomó en el sofá, la cabeza le daba vueltas. No dejaba de imaginar a Julia con Lisa, y sentía un dolor desgarrador e insoportable en el pecho. Tomó un buen trago de bourbon. No podía soportar que mientras ellas se habían pasado la noche buscándola desesperadamente. Julia hubiera estado con Lisa, echando un polvo. Se puso a llorar. Ruby colgó el teléfono y se acercó a abrazarla. — ¿Por ¿Por qué haría eso Julia?
Ruby le habló con ternura. — Porque Porque
estaba angustiada, confundida, desconsolada, furiosa: todo eso a la vez. — Suspiró Suspiró — La
pobre pobrecit citaa debía debía de estar estar muy mal, mal, cielo. cielo. — Dios Dios mío, ¿qué he hecho? — B Bueno, ueno, chica, si quieres que sea sincera, creo que la has cagado hasta el fondo. Te has roto el corazón y
se lo has roto a ella. — No espera esperaba ba que doliera doliera tanto. tanto. No
espe esperab rabaa que reacc reaccion ionara ara de esta manera manera.. Creía Creía que estab estabaa siendo siendo
racional. — Ya, Ya, es un auténtico incordio que la gente no siga los putos guiones que le escribimos, ¿verdad, cielo? —
Ruby sacudió la cabeza — . ¡Los demás van por ahí haciendo y diciendo cosas que no habíamos planeado en absoluto! — 0jala 0jala
no lo hubiera hecho. — Se Se le caían las lágrimas sin parar y se sentía deshecha. Quiso apurar el
bourb bourbon on de un trago trago,, pero pero Ruby Ruby le quitó quitó el vaso vaso de la mano mano — . Dame eso, Ruby. — De De ninguna manera. — Se Se puso en pie y lo vació en el lavabo — . He pedido ensalada y zumo de frutas. Si
no comes, te pondrás enferma. Samantha se sonó la nariz. — ¿Que ¿Que voy a hacer?
Ruby se sentó enfrente de ella. — Sam, Sam, crees que puedes hacer y deshacer en tu vida con la misma facilidad con que haces y deshaces en
tus canciones. Estas enamorada de ella y no puedes evitarlo solo porque te venga mal. — Ojala Ojala
supiera donde esta Julia. Quiero decirle que estoy enamorada de ella. — Samantha Samantha suspiró,
frustrada, y se apartó el pelo de la frente — . No puedo soportar esta situación. — Pues, Pues, cielo, eliges un mal momento. Puede que hayas perdido tu oportunidad.
Llamaron a la puerta. Ruby se levantó para abrir al servicio de habitaciones y sirvió la comida en la mesa de la terraza. — Ven Ven a comer, Sam. Esta noche tenemos un concierto y tienes que hacer una buena función.
Samantha miró con nostalgia hacia el minibar, se sentó a la mesa y, bajo la mirada severa de Ruby, se obligó a comer.
Los aplausos eran atronadores y el público estaba de pie pidiendo otro bis. Las fans arrojaban ramos de flores y otros regalos al escenario. Un potente foco iluminó una vez más el centro y Samantha entró corriendo, mientras el grupo empezaba a tocar la introducción introducción del tema nuevo de su disco. Sentía que tenía al público en el bolsillo. Aquella noche le había resultado muy dura y se alegraba de que al parec parecer, er, nadie nadie hubie hubiera ra notad notadoo que que su actua actuaci ción ón no había había sido como debería debería.. De Dedic dicóó a los asisten asistentes tes su sonrisa más cariñosa, mientras seguían los aplausos. Sabía que Julia no iba a llamar. Volvía a Savannah al día siguiente y se sentía tan abatida que anhelaba las comodidades del hogar y el consuelo de los amigos. — Gracias. Gracias. Lo hemos pasado muy bien esta noche.
Empezó a cantar, segura de que el público no se daría cuenta de que se le partía el corazón. El domingo por la mañana, cuando la limusina aparcó a la puerta del hotel, Samantha y los demás estaban reunidos en el vestíbulo. Lisa, que desde su altercado se había mantenido lejos de Samantha, se había encargado de que llevaran todas las maletas y el equipo al aeropuerto. Mientras el grupo avanzaba hacia la limusina, una multitud de fans y miembros de la prensa local se abalanzó sobre Samantha. Ella sonrió, habló con tantos seguidores como pudo y firmó varios autógrafos, aunque en realidad no estaba de humor para todo aquello después de haber pasado otra noche de insomnio pens pensan ando do en Julia Julia.. Una hora y media después se instaló en su asiento y esperó a que despegara el avión. Se alegraba de volver a casa, aunque también era consciente de que aquello significaba la despedida definitiva del mundo de Julia y, al parecer, de Julia.
*** Julia estaba sentada en el comedor del hotel, sola. Ya hacía calor y una brisa cálida recorría el pabellón. Las flores de una mata cercana caían dentro y rodaban por el suelo. Unas flores perfumadas, de color fucsia, aterrizaron en la mesa de Julia, que se armó de valor y bebió un trago de su café balinés, de fuerte sabor, mientras trataba de relajar la creciente tensión de los hombros. Quería olvidarse de la hora, no dejaba de mirar continuamente el reloj, que seguía con el horario del este de Australia, donde era dos horas más temprano. Tenía grabada en la mente la hora exacta de la partida de Samantha y cada nervio de su cuerpo estaba concentrado en aquel momento. Cuando, por fin, el reloj marcó las once, Julia cerró los ojos y contuvo las lágrimas. Se estremeció y respiró profun profunda damen mente. te. «Y «Yaa está. está. Se ha termin terminad ado.» o.» Tal Tal vez vez a parti partirr de ese ese momen momento to pud pudier ieraa tratar tratar de recomponerse. Desde que había llegado, el jueves por la tarde, no había hecho nada salvo tumbarse cerca de la piscina, o en la cama, llorando y compadeciéndose de sí misma. Pensó que se había estado ocultando como un animal herido y que había llegado el momento de cambiar de actitud. Cuando volvió a su cabaña se dejó los vaqueros y se cambió el sujetador del bikini por una camiseta turquesa. Se situó delante del espejo del baño, se cepilló el pelo y se puso un poco de rímel y pintalabios. Era la primera vez que se molestaba en maquillarse desde que había llegado. Se puso las gafas de sol, cogió la cartera y avanzó por el sinuoso sendero de piedra hasta la calle principal, en dirección al mercadillo. La plaza del mercado estaba atiborrada de gente. La mayoría de los presentes eran lugareños, pero también había unos cuantos turistas. Pasó por delante de exposiciones de cuadros, mesas desvencijadas con tallas de madera de vivos colores y tiendas llenas de rollos de batik. Pensó que tenía que comprar un par de sarongs. La encargada del local, una mujer atractiva de mediana edad, la miró con una sonrisa. — Adelante Adelante — le le dijo.
Julia obedeció y al cabo de un rato salió con seis sarongs. Sonrió mientras seguía andando por la calle. Si echaba un vistazo a la ropa que tenía en su casa, probablemente se encontraría con que, a lo largo de los años había comprado un centenar de sarongs. Se le acercó un adolescente para ofrecerle una flauta de madera con una talla muy intrincada. Julia sonrió y sacudió la cabeza. También tenía dos flautas como aquellas en casa. El chico le tocó el brazo para que se detuviera y empezó a tocar una melodía dulce y sencilla. La miró con ojos límpidos y sonrió. Julia se echó a reír, le dio el dinero y se quedó con la flauta.
Decidió dejar el mercado y subir más por la montaña para ir a comer a un restaurante que conocía. Cogió la carretera que atravesaba el bosque de los monos, donde la sombra de los arboles permitía escapar del calor del sol. 0yó un crujido encima de su cabeza, levantó la vista y vio tres monos pequeños saltando de rama en rama. Le gritaron y, de repente, apareció otro corriendo que le golpeó la bolsa de las compras. Ya se sentía mejor. La gente superaba los desengaños amorosos y ella superaría lo que sentía por Samantha. Tenía que tratar de aprovechar aquella experiencia. En dos semanas había descubierto la pasión, el amor verdadero y el desengaño. Se podía decir que había recuperado el tiempo perdido. No quería estar enamorada de Samantha con un amor unidireccional; el deseo no era ni la mitad de dulce cuando no era correspondido. De pronto se imaginó besando a Samantha y sintió un escalofrío que la derritió. Se dio cuenta de que pasa pasaría ría mucho mucho tiempo tiempo antes antes de que dejar dejaraa de dese desearl arla. a. Salió de la sombra del bosque a un camino abierto. El restaurante estaba en la cima de una colina, justo delante de ella. Se sentó a una mesa junto a los ventanales con vistas panorámicas. Podía ver un barranco profun profundo do,, cubie cubierto rto de selv selvaa tropi tropica cal,l, con con el el río serpe serpente ntean ante te corr corrien iendo do deb debajo ajo.. Por Por las ven ventan tanas as entr entrab abaa una una ligera brisa y en lo alto se movían silenciosamente los ventiladores de ratán. El dulce perfume de las flores tropicales se mezclaba con los apetitosos aromas del arroz nasi goreng y los satais que se asaban en la parri parrilla lla abier abierta. ta. Mientr Mientras as oía el canto canto de los pájar pájaros os,, Jul Julia ia pidió pidió un zumo zumo de gua guaya yaba ba y satai satai de polio. polio. Era difícil imaginarse de nuevo en casa, viviendo una vida que no se parecía en nada a la anterior. Samantha había salido de su existencia, pero la había cambiado Para siempre. Le había descubierto una profun profunda da pasión pasión en su interior interior y una capac capacida idadd para para amar amar que no sabía sabía que tenía tenía enter enterrad rada, a, y en aquel aquel momento miraba la vida con otros ojos. De repente sintió miedo. Al principio no había pensado en el futuro, pero, cuando se enamoró de Samantha, dio por sentado que su amor era correspondido, y no había nada más que le importara. Empezar una vida completamente nueva como lesbiana sin tener a su lado a la mujer a la que amaba se le haría cuesta arriba. «Mierda.» Tal vez no debería haberle contado a Adele de su aventura. En la revista, todo el mundo la trataría un modo diferente, y ya sabía cómo iban a reaccionar sus amigos de toda la vida. Se bebió el zumo frío de un trago y pidió otro. Imaginaba que sus amigos de verdad se acostumbrarían a la idea. Además, con el tiempo tendría nuevas amigas, otras lesbianas, si conseguía enterarse de donde estaban. Se preguntaba si alguna vez se sentiría atraída por otra mujer, y recordó a Lisa. «Joder, ¿por qué lo hice?» Supuso que se
había sentido atraída por ella de alguna forma, lo que demostraba que era posible. Suspiró. Aun así, le iba a resultar imposible desear seriamente a otra mujer mientras siguiera enamorada de Samantha. El camarero le llevó el plato y Julia trató de disfrutar de la comida mientras volvía su atención al paisaje. Tal vez pudiera trabajar por su cuenta como cronista de viajes, así nunca tendría que pasar mucho tiempo casa. Podría eludir a todos sus conocidos y sus preguntas, y dedicarse a viajar por el mundo. 0 quizá podría alquilar una casa en aquellas montañas y ocultarse eternamente en aquel lugar tranquilo. Si vendía todas sus perte pertene nenc ncias ias,, podría podría vivi vivirr en Bali Bali duran durante te vario varioss años. años. La idea idea era era reco reconfo nforta rtante nte,, y durante durante un un rato rato se dejó dejó llevar e imaginó como sería su casa balinesa. Pensó que plantaría un montón de buganvillas moradas, plume plumería rías, s, agua aguaca cates tes,, mango mangoss y cocote cocoteros ros.. Terminó de comer. Era la primera vez en varios días que se terminaba un plato, por lo que se sintió más tranquila. Pidió un café y observó a una pareja de turistas de mediana edad que acababa de entrar y estaban sentándose. Amontonaron las bolsas llenas de regalos en el suelo, junto a la mesa, y sacaron las cámaras. La mujer la miró y sonrió. — Aquí Aquí arriba se está estupendamente, ¿verdad?
Julia sintió que un escalofrió le recorría la espalda. La mujer tenía un acento igual que el de Samantha. Asintió y le dedicó una sonrisa escueta. — ¿Hablas ¿Hablas inglés, cielo?
Julia tragó saliva. — Sí. Sí. — Se Se le quebró la voz. — Somos Somos estadounidenses, de Atlanta. ¿Tú de dónde eres? — De De Melbourne. — ¿Y ¿Y eso donde queda, cielo? — En En
Australia. — La La mujer parecía muy amable, pero Julia no podía soportar escuchar su acento suave y
cantarín. La estaba mareando, y necesitaba salir de allí. Se apresuró a dejar el importe de la comida encima de la mesa — . Encantada de conoceros. Que lo paséis bien.
Cogió el bolso y se marchó. De camino a la puerta oyó que el hombre comentaba en voz baja: — Tenía Tenía entendido que los australianos eran simpáticos...
Julia bajó por la ladera hasta su hotel. Pensó que no había hecho falta mucho para alterarla. «Por Dios, ¿cuándo acabara esto?» Aquella tarde llamó a su casa para ver si tenía mensajes en el contestador. Había uno de Ben: le pedía que lo llamara con urgencia y le decía que estaba cometiendo un gran error. También había un par de mensajes de amigos que pretendían invitarla a cenar. Pero no había nada de Samantha. Colgó el auricular, furiosa consigo misma. Desde luego, Samantha sabía que no estaba en casa y era lógico que no llamara allí. Pero Julia había albergado la estúpida esperanza de que pudiera haberle dejado algún mensaje. Se recordó que, de todas maneras, Samantha no iba a dejar el mensaje que ella quería oír. No le serviría de nada oírle decir que aquello era lo mejor para las dos, y se prometió a sí misma que no volvería a comprobar los mensajes. Capítulo 14 Para Samantha y para todo su equipo fue un vuelo largo y agotador. Volaron de Sídney a Los Ángeles, y allí se separaron. Los tres miembros más jóvenes del grupo Vivian en Los Ángeles; Danny tomó un vuelo a Nueva Nueva York; York; Ruby Ruby y Sama Samanth nthaa hicier hicieron on con conex exión ión con con un vuelo vuelo a Atla Atlanta nta,, donde donde vivía vivía Ruby Ruby,, y Saman Samantha tha tuvo que coger otro avión a Savannah. Cuando por fin aterrizó en el aeropuerto de Savannah, el domingo, era tarde y hacia una noche calurosa y húmeda. — ¡Eh, ¡Eh, guapa, estamos aquí!
Samantha se volvió hacia aquella voz que le resultaba conocida. Tom y Mike la aguardaban en la sala de espera del aeropuerto. Fue un gran alivio verlos, y los abrazó, agradecida. — Gracias Gracias por venir. No deberíais haberos molestado. Es muy tarde.
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Le gustaba viajar, pero, cuando pasaba mucho tiempo lejos, siempre se emocionaba cuando llegaba a su ciudad.
— No seas seas tont tonta, a, tesoro tesoro.. No pod podíam íamos os dejar dejar que que,, des despu pués és de semeja semejante nte viaje, viaje, tuvier tuvieras as que que ir sola sola a una casa casa
vacía — dijo dijo Tom, mientras le daba un abrazo. Ella no pudo evitar pensar que, si las cosas hubieran sido diferentes, tal vez no habría vuelto sola. Mike fue a recoger el equipaje y Tom se quedó con ella. Le dijo que parecía muy cansada y que necesitaba un poco de comida casera, después de haber pasado tantos meses comiendo en restaurantes. Mike metió las maletas en el coche. — Debes Debes
de tener toneladas de noticias, Sam. Hemos leído lo bien que te recibieron en Australia. ¿Viste
canguros y koalas? Samantha se echó a reír y se frotó los ojos, mientras emprendían la vuelta a casa. — Puede Puede que te sorprenda saber que en realidad no hay canguros saltando por las calles. Pero vimos unos
cuantos en el zoológico de Melbourne. Dos días antes de que conociera a Julia. — Más Más
importante que eso: ¿qué tal con las mujeres de allí? — dijo dijo Tom — . ¿Algún ligue que merezca la
pena pena conta contar? r? A ella se le hizo un nudo en la garganta. — Uno. Uno. — ¿Y ¿Y bien?
Samantha se mordió el labio para contener las lágrimas. — Ahora Ahora mismo no me apetece hablar de ella. Ya os lo contare en otro momento.
Respiró profundamente y les relató unas cuantas anécdotas de la gira. Cuando aparcaron frente a la casa, se encendieron las luces automáticas de la entrada y del jardín. La antigua mansión parecía muy acogedora y la iluminación permitió que Samantha viera que el jardinero había trabajado a fondo durante su ausencia. Mike abrió la puerta con su propia llave y llevó las maletas arriba. — Las Las chicas han venido hoy para prepararte unas cosas — dijo dijo Tom.
Samantha fue de habitación en habitación, feliz de estar de nuevo en su casa. Había flores frescas por toda la casa y comida en la nevera, además de una botella de champan con una tarjeta de Donna y Candice, en la que se leía: «Bienvenida a casa, Sam. No la abras hasta que lleguemos mañana. Estamos deseando verte. Recuerdos y besos». El jardín trasero estaba verde y exuberante, y la piscina se veía reluciente. Arriba, Samantha encontró su cama con sabanas limpias, y toallas suaves en el cuarto de baño. Estaba tan cansada, y angustiada por Julia, que aquel despliegue de afecto y generosidad por parte de sus amigos fue demasiado para ella, y se echó a llorar. — Oh, Oh, tesoro, ¿qué te pasa? — pregu preguntó ntó Tom, Tom, mientr mientras as la rodea rodeaba ba con con un un bra brazo. zo. — No lo lo sé. sé. Creo Creo que es por por la fal falta ta de sue sueño ño y porq porque ue todo todo es es tan tan bonit bonito.. o.... Estar Estaréé bien bien desp despué uéss de dorm dormir ir
durante un mes. Les volvió a dar las gracias antes de despedirse. Luego se sirvió un bourbon y decidió darse un baño caliente para relajar la tensión muscular. En la bañera, mientras disfrutaba de su bebida, pensó en lo agradable que era estar de vuelta en su preciosa casa. La había echado de menos. Pensó que tendría que terminar de una vez con las reformas. Había mucho que hacer para restaurar las elaboradas molduras de las techos, pulir los suelos de madera y arreglar las barandas decorativas de las galerías. “Julia sabría que hacer exactamente», pensó. Sabría de qué color pintar las habitaciones y que muebles y
antigüedades comprar. Cerró los ojos e imaginó lo maravilloso que sería vivir allí con ella. Sabía que a Julia le encantaría la casa. Se divertirían mucho arreglándola. Si hubiera sido posible, habrían tenido una vida maravillosa juntas. Se terminó la copa y salió de la bañera. Una vez más se preguntó donde estaría Julia y que estaría haciendo. Imaginó, acongojada, que no tardaría en conocer a otra mujer y en empezar a olvidarla. Apartó las mantas de su cama antigua de bronce y se tumbó, desnuda, sobre las frescas sabanas de algodón. Había empezado a lloviznar y oyó el suave golpeteo de la lluvia sobre las hojas al otro lado de la ventana. El sonido era casi un susurro y por las ventanas abiertas se filtraba un aroma fresco y dulce, de madreselva y tierra húmeda. Miró el reloj de la mesilla. Era la una y media; las tres y media de la tarde en Melbourne. Decidió llamar a Julia antes de dormir. Probablemente sería una pérdida de tiempo, pero tal vez estuviera en casa o comprobara los mensajes. El corazón le latía con fuerza mientras oía sonar el teléfono en casa de Julia. Por
extraño que pareciera, oír los timbrazos era como estar en contacto con ella. Saltó el contestador y, una vez más, se le llenaron los ojos de lágrimas cuando oyó la cálida voz de Julia en el mensaje grabado. Habló con dificultad, tratando de controlar la emoción en su voz. — Julia, Julia, espero que estés bien. Sé que estarás enfadada conmigo, pero necesito que me llames. Estoy muy
preoc preocup upada ada por por ti. Te Te echo echo de meno menos. s. No sé qué qué hacer hacer,, pero.. pero.... Quiero Quiero que que sepas sepas que que te quiero quiero.. Por favo favor, r, llámame. Se reclinó sobre las almohadas y dejó que las lágrimas corrieran por su rostro. Una vez más, imaginó a Julia entre sus brazos, y haciendo el amor con ella. Se estremeció de deseo. Pensó que, si supiera donde estaba, se subiría corriendo a un avión e iría a verla. Al cabo de un largo rato se durmió, agotada. El lunes por la noche, Samantha fue a cenar a casa de Tom y Mike. Donna y Candice también fueron, y le parec pareció ió marav maravillo illoso so volve volverr a esta estarr con con ello ellos. s. Se sentí sentíaa más más tranq tranquil uilaa y feliz feliz de lo que que se había había senti sentido do en los últimos días. Hacia una noche cálida, y estaban sentados fuera, bajo una pérgola de la que caían cascadas de jazmines de agradable fragancia. Samantha había llevado el champan que le habían dejado Donna y Candice en la nevera, y se lo tomaron, mientras la ponían al día de los cotilleos y las noticias locales. El jardín estaba lleno de palmeras, helechos y flores, y el agua de una pequeña fuente caía por un jardín de roca cubierto de musgo, hasta un estanque de peces de colores. Samantha siempre había admirado aquel jardín. Mike era paisa paisajis jista ta y tambié tambiénn hab había ía diseñ diseñad adoo el el jard jardín ín de la canta cantante nte.. — He He pensado que debías de echar de menos algo hogareño, tesoro — dijo dijo Tom cuando llevó la cena a la
mesa — . Así que te he preparado una cena tradicional, casera y sana. Samantha miró los platos repletos de pollo frito, patatas fritas y buñuelos de maíz, y se preguntó donde estaría lo sano. No recordaba cuando había comido por ultima vez algo que contuviera tanta grasa, pero Tom era un buen cocinero, y la cena tenía un aspecto sabroso. — Me Me encanta, Tom. Gracias — dijo, dijo, con una sonrisa afectuosa.
Se sirvieron mientras Mike llenaba las copas de vino. — Ahora, Ahora,
antes de que nos lo cuentes absolutamente todo sobre la gira — dijo dijo Donna — , queremos
información sobre esa mujer tan especial que dicen los chicos que mencionaste anoche.
La cabeza de Samantha se llenó en el acto de imágenes de Julia. Todo habría sido perfecto, completo, si Julia hubiera estado sentada a su lado. Les explicó como se habían conocido, la atracción que había sentido por por ella: ella: todo todo había había ido evolu evoluci ciona onando ndo tan rápid rápidame amente nte que hab había ía escap escapad adoo de su contr control ol y se había había convertido en una pasión compartida, que la había dejado perdidamente enamorada de Julia. — S Soy oy tan idiota que de verdad creí que sería mejor que lo dejáramos antes de que alguna de las dos saliera
lastimada --explicó Samantha — . Pero estaba muy equivocada. Parece que la he herido enormemente; estoy segura de que, como mínimo, está furiosa conmigo, y siento que no soy capaz de vivir sin ella. Todavía no sé cómo podría funcionar una relación cuando vivimos tan lejos, pero sé que sería más feliz si supiera que me quiere y que es mía. — Pues Pues sería difícil de cojones mantener una relación en esas circunstancias — dijo dijo Mike. — ¿No ¿No tienes tres meses de vacaciones dentro de poco, Sam? — pregu preguntó ntó Donn Donnaa — . Por lo menos podrías
pasa pasarr ese ese tiempo tiempo allí allí con con ella. ella. Au Aunqu nquee te te ech echarí aríam amos os muchís muchísimo imo de meno menoss — añadió, añadió, con una sonrisa. Candice la miró con los ojos empañados. — Te Te llamará, cielo. Es que aún no ha oído tu mensaje. Tienes que darle la oportunidad de poner en orden
su cabeza y volver a casa. Samantha tomó un trago de vino y sintió que la tristeza se cernía sobre ella como una sombra. Pensó en su jardín jardín solea soleado, do, dond dondee se había pasad pasadoo la tarde senta sentada da fantas fantasea eando ndo con con Julia. Julia. La penumbr penumbraa del atarde atardecer cer había avanzado por el césped devorando la luz dorada, centímetro a centímetro, y ella había experimentado una súbita sensación de soledad. La sombra, agradable y tranquila, de las palmeras se había vuelto lúgubre e inquietante, y los vivos colores de las flores parecían apagados y sin brillo. A pesar del calor, Samantha se había estremecido y se había preguntado si la vida sin Julia sería siempre así. — Me Me
preocupa que poner en orden su cabeza signifique pasar de mí. Le deseo lo mejor, pero soy tan
egoísta que no quiero que conozca a otra. Y, creedme, no tardará mucho. — Por Por el amor de Dios, cielo — dijo dijo Candice — . Eres la primera mujer de su vida. Y, por la forma en que lo
has contado, suena a que estaba enamorada de ti. Yo diría que durante un buen tiempo no va a mirar a otra. Samantha sintió que se le subía el corazón a la garganta cuando recordó, con una claridad abrumadora, el momento en el que se enteró de que Julia había pasado aquella noche terrible con Lisa. Tembló de celos y
se preguntó si los demás lo habrían notado. Le parecía increíble que Candice no hubiera oído hablar de las aventuras por despecho, pero no estaba en condiciones de mencionar el tema. — Ten Ten paciencia, Sam — dijo dijo Donna con delicadeza.
Tom se echó a reír. — ¿Paciencia? ¿Paciencia? ¿Samantha?
Los demás también rieron, y la hicieron sonreír. Se alegró de que, a partir de aquel momento, la conversación se centrara en su gira por Australia, y se relajó, decidida a disfrutar de la velada. Durante el resto de la semana, Samantha estuvo más tranquila y, a pesar de la ansiedad y de lo mucho que echaba de menos a Julia, disfrutó de sus momentos de soledad en la casa. Llamaba a Julia todos los días, pero pero ella ella no con contes testab tabaa ni le dev devolv olvía ía las las llama llamada das. s. Si Si oía los mensa mensajes jes del del conte contesta stado dor, r, era era evid eviden ente te que que su su declaración de amor no había servido para nada. Pero tal vez no los hubiera oído. Samantha no dejaba de torturarse pensando en ello. No estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones, al hecho de no poder controlar las cosas, y eso era algo que la frustraba de una manera terrible. Irónicamente, Julia tenía el control de la situación y daba la sensación de que la vida y la felicidad de Samantha estaban en sus manos. Samantha repasó mentalmente lo sucedido una y otra vez, tratando de imaginar que podía estar pensando Julia. No estaba segura de sí su reacción era fruto de la ira y el orgullo, o si se sentía profundamente herida. Por encima de todo, Samantha estaba enfadada consigo misma. Cuando le envió la carta, contaba con que Julia no estaba enamorada de ella. Había actuado así para protegerse. En cambio, en aquel momento esperaba, desesperada, que Julia estuviera enamorada de ella y que la perdonara. Ninguna mujer le había llegado tan adentro; estaba obsesionada con ella. Nada Nadaba ba en su piscina piscina y, a menudo, menudo, en las tardes tardes calur caluros osas as y húmedas húmedas,, se senta sentaba ba en el jardín jardín a leer leer a la sombra de los plataneros. Se había perdido la floración de los magnolios, que ya estaban cargados de hojas verdes y densas, y las últimas flores primaverales del jazmín se estaban mustiando con el calor del sol. El martes de la semana siguiente, tres días antes del concierto de Atlanta, Samantha se pasó el día en el estudio, trabajando en una canción a la que le había estado dando vueltas en la cabeza durante días. Era su habitación favorita de la casa. En otra época se había usado como salón de baile y tenía las propor proporci cione oness perfec perfectas tas.. Como Como en el resto resto de la casa casa,, el suelo suelo era de madera madera noble. noble. El techo techo,, de cuatro cuatro
metros y medio de altura, estaba adornado con las molduras de yeso originales, y era imposible no mirar la soberbia ventana ornamentada de manera espectacular que daba al jardín delantero. A un lado había un equipo de grabación digital, una mesa de mezclas, un par de guitarras y un teclado. En un extremo había dos sofás muy cómodos y una mesita; y cerca de la zona de la ventana, su valioso piano de cola Steinway. Era un día muy agradable y tranquilo, y el sol de la tarde se colaba por las contraventanas entreabiertas y proye proyecta ctaba ba rayos rayos dorad dorados os en en el suelo, suelo, mien mientra trass Saman Samantha tha esta estaba ba al pian piano. o. Cuand Cuandoo termin terminóó de escri escribir bir una una bala balada da sencill sencilla, a, grabó grabó la melod melodía ía y le mandó mandó a Ruby el archiv archivoo de sonido sonido por correo correo electró electrónic nico. o. Ruby tendría tiempo suficiente para pulirle los arreglos antes del ensayo del viernes con el grupo. Samantha pens pensaba aba inter interpre pretar tar aque aquella lla canc canción ión en Atlan Atlanta ta el vierne vierness por por la noc noche he.. Capítulo 15 Julia fue nadando hasta la escalera de piedra y salió de la piscina. Había sido otro día caluroso y húmedo, y aún estaban a treinta y dos grados. Sin tomarse la molestia de envolverse en una toalla, avanzó en bikini por el camino de regreso a su cabaña. Sobre su piel brillaban unas refrescantes gotitas de agua. Eran cerca de las diez de la noche del miércoles y no le apetecía irse a dormir. Se sentó en la galería y se sirvió una copa de vino de la botella que tenía en una cubitera, sobre la mesa. Notó que estaba muy bronce broncead ada, a, a pes pesar ar de que que usa usaba ba cons constan tantem temen ente te protec protector tor solar solar.. Mien Mientra trass beb bebía ía un trago trago de vino vino pen pensó só que, que, después de dos semanas de no hacer nada más que nadar, tumbarse junto a la piscina y pasear por el mercado del pueblo, era inevitable alcanzar aquel tono bronceado. Se sentía mucho más relajada que cuando había llegado, en estado de conmoción, buscando un lugar donde esconderse. El calor, la paz y la tranquilidad la habían serenado. Se sentía más fuerte y ya no era propensa a derramar lágrimas inesperadas. Pensó que había llegada el momento de seguir adelante con su vida. Miró las polillas que se reunían para dar vueltas alrededor de la lámpara de la pared. Aunque estaba más centrada, seguía echando de menos a Samantha. No podía evitar calcular que hora era en Savannah y no dejaba de preguntarse que estaría haciendo, como se sentiría y con quien estaría. Las noches eran lo peor, cuando estaba tumbada en cama bajo el mosquitero sin más compañía que los extraños e inquietantes sonidos de la noche tropical. En aquellos momentos, sin otras distracciones, no hacía más que pensar en Samantha. Cada noche se dormía ardiendo de deseo por ella y cada mañana se despertaba habiendo soñado con ella. Se dio cuenta de que, a pesar de todo, el dolor que le había provocado aquella carta y su rechazo, se había desvanecido, mientras que su amor era cada vez más intenso.
De repente se le aceleró el coraz6n y lo vio todo claro. En realidad, lo único que quería en el mundo era estar con Samantha. Las ideas vagas que había tenido sobre los cambios de profesión y estilo de vida eran irrelevantes. Lo que quería era a Samantha. Se puso en pie, agitada, y volvió a la piscina. Miró el resplandor de la luna en el agua y observó a las salamanquesas que se perseguían alrededor de las rocas, soltando sus extraños gritos claqueantes. Estaba enamorada de Samantha y se negaba a renunciar a ella tan fácilmente. Estaba segura de que Samantha la deseaba y necesitaba saber si su amor era correspondido. Samantha tenía que quererla, estaba segura. Normalmente, su instinto no se equivocaba. Tal vez se tratara únicamente de que, a pesar de su fortaleza general, Samantha carecía del valor suficiente para lidiar con los proble problema mass que que pudie pudieran ran surgi surgirr de de su relac relación ión.. Pero Pero ella ella si tenía tenía el valor valor.. Tomó una decisión: se iría a Savannah a ver a Samantha. No la llamaría antes; no era algo que pudiera resolver en una conversación telefónica. Se marcharía al día siguiente. Después de dos semanas de sentirse confusa e impotente, de pronto estaba llena de energía y determinación. Llegar y presentarse sin avisar suponía un gran paso, pero tenía que saber si su futuro incluía a Samantha o no. Necesitaba poner punto final a la espera. Aquella noche, mientras se preparaba para ir a la cama, imaginó a Samantha dándole vueltas a la decisión de poner fin a su aventura. La geografía, el océano que las separaba, era un motivo ridículo. Julia sonrió al recordar la oferta de Adele. Podía escribir para The Entertainer desde Estados Unidos. La revista siempre compraba artículos de allí. Pensó que, si la distancia era el único problema que veía Samantha, no había ningún problema. Si Samantha la quería, se iría a vivir con ella en el acto. Desde luego, tendría que llevarse a Magpie, pero eso eran cosas que se podían resolver. Estaba impaciente y deseosa de llegar a Savannah. Se imaginaba abrazando a Samantha, besándola y diciéndole que todo saldría bien. Con aquella maravillosa imagen en su mente, pensó que Samantha parecía tener una veta negativa, de la que tendría que encargarse más adelante. Suspiró, satisfecha, y se quedó dormida. ***
El miércoles por la noche, Samantha había invitado a Donna y a Candice a una barbacoa y había montado la mesa junto a la piscina. Abrió una botella de Chablis para sus amigas y puso los filetes en la parrilla mientras bebía su bourbon. — Joder, Joder, que calor — dijo dijo Donna — . Me voy a meter un rato en la piscina.
Como el jardín amurallado era seguro y privado, se quitó casi toda la ropa y se tiró al agua en bragas. — ¿Sam? ¿Sam? — gritó gritó
Candice desde la cocina, que daba al jardín — . ¿Dónde están las cosas para aderezar la
ensalada? Samantha sonrió. Cada vez que sus amigas iban a cenar a su casa se metían en la cocina, porque la consideraban una incompetente en lo que se refería a la preparación de la comida. Samantha sabía que no era buena cocinera, pero se le daban bien las barbacoas, y cualquier idiota sabía preparar una ensalada. — En En la puerta de la nevera, cielo — contestó. contestó.
Al cabo de un momento, Candice salió al patio con cara de angustia y sosteniendo la botella de aderezo de marca a tanta distancia como le era posible, como si contuviera estricnina. — ¡Sam! ¡Sam! No me refería a esta mierda. ¡Te he enseñado a preparar una vinagreta de verdad! — Ya, Ya, pero se me ha olvidado. Lo siento. — Samantha Samantha trató de parecer tan arrepentida como correspondía.
Donna reía entre dientes — . Esas botellas de cosas que me compraste están por ahí. — ¿Tienes ¿Tienes ajo y limones?
Samantha dio la vuelta a los filetes. — Esto... Esto... Ajo no, pero hay un limón verde en el árbol. ¿Servirá?
Cogió el limón y se lo dio a Candice, que se mostró razonablemente satisfecha y desapareció de nuevo en la cocina. Samantha cogió su vaso de bourbon y se acercó a la piscina. Llevaba unos vaqueros cortos viejos y una camiseta de tirantes. Se sentó en el borde y metió las piernas en el agua. Donna emergió después de bucear un poco.
— No has has men mencio cionad nadoo a Julia. Julia. Imag Imagino ino que eso eso sign signific ificaa que que no te ha llamad llamado, o, ¿verda ¿verdad? d?
Samantha sacudió la cabeza lentamente. — No. No. Y no pue puedo do sopor soportar tar la espe espera ra mucho mucho más. más. — Probablemente Probablemente no ha oído tus mensajes. Es la única explicación posible. — 0 me odia, o ha conocido a otra persona... — Sam, Sam, cielo, tienes que ponerte en su lugar. Se da cuenta de que entiende, se enamora y la dejan plantada
en el acto. Ni siquiera tiene un grupo de amigos homosexuales a los que recurrir. Debe de sentirse fatal. Samantha sintió que se le hacía un nudo en la garganta. La idea de que Julia se sintiera sola y abandonada la había estado atormentando, y estaba muy preocupada. Sabía por qué Julia había terminado entre los brazos de Lisa aquella noche: porque no había podido contar con nadie más. La aterraba pensar que, si se sentía tan mal como ella, habría una larga lista de Lisas hasta que Julia consiguiera sentirse afianzada en su nueva vida. Se bebió el bourbon de un trago. Estaba furiosa consigo misma. — Dime, Dime, Donna, ¿por qué coño no me imaginé que pasaría esto cuando escribí esa maldita carta? — Puede Puede que no quisieras darte cuenta. Tal vez estabas demasiado ocupada buscando una forma de evitar
un compromiso difícil. Samantha la miró, perpleja. — ¿Qué ¿Qué quieres decir?
Donna nadó hasta el borde de la piscina, cogió su copa de vino y bebió un trago. — Veamos Veamos
tus antecedentes. Mandy es el ejemplo reciente. Parecía que estabais muy bien juntas, pero
después de un año y medio seguías sin llegar a nada serio con ella. Samantha se encogió de hombros. — No veía veía que tuvier tuvieraa ningún ningún sentid sentidoo vivir junta juntas, s, eso es todo. todo. Habría Habría sido sido una estupi estupide dezz que se
vinier vinieraa
aquí, lejos de sus amigos y de su trabajo en Atlanta, cuando yo me paso la vida viajando. Y ni loca pensaba irme de aquí para vivir en Atlanta.
Donna puso los ojos en blanco. — ¿Ves? ¿Ves? ¡A eso me refería! — Apuró Apuró su copa de vino y la sostuvo en alto para que se la rellenara. — Supongo Supongo que piensas que Elizabeth entra en la misma categoría.
Samantha cogió la botella y le sirvió. — Eso Eso era una tontería. — Donna Donna sacudió la cabeza con un gesto de desprecio — . Esa no tenía intención de
dejar a su marido y estoy segura de que no la querías de verdad. — Ya Ya — farfulló farfulló Samantha. «Es cierto», pensó, mientras se terminaba el bourbon y echaba unos cubitos de
hielo al vaso. Se desplomó en una tumbona, junto a la piscina. No le había supuesto ningún problema poner fin a su breve aventura con Elizabeth y, aunque estaba dolida por haber perdido a Mandy y lo lamentaba, no se parecía en nada a lo que sentía ante la posibilidad de perder a Julia — . El caso es que no lo vi antes o que, como tú dices, no quería darme cuenta. Pero ahora sé que necesito a Julia y que quiero que me necesite. Nunca Nunca hab había ía sen sentid tidoo nada nada parec parecido ido por nadie nadie.. Y no no pued puedoo dejar dejar de preo preocu cupa parme rme por ella. ella. Me está está matan matando do no saber dónde está ni que piensa. — Samantha Samantha sintió que un puño le atenazaba la garganta y, de repente, se le llenaron los ojos de lágrimas. l ágrimas. — ¿Y ¿Y qué vas a hacer? — ¡Sam! ¡Sam! — gritó gritó Candice desde el patio — . ¡Se está empezando a quemar la carne! — ¡Mierda! ¡Mierda!
Samantha corrió a sacar los filetes de la parrilla. Afortunadamente, estaban bien. Los llevó a la mesa cuando Candice apareció con la ensalada. Donna se puso la camiseta y se sentó. — Bueno, Bueno, Sam, ¿qué vas a hacer?
Samantha se sirvió un vaso de agua fría de la jarra y tomó un trago mientras pensaba. Tenía que hacer algo. No podía podía seguir seguir así. Miró el reloj. reloj. Eran Eran las ocho en pun punto; to; serían serían las diez diez de la mañan mañanaa del del jueve juevess en Melbourne. — V Voy oy a llamar a su jefa y a conseguir que me diga donde esta Julia. Le voy a decir que es un caso de vida
o muerte, porque de hecho lo es. — Respiró Respiró a fondo — . Y después voy a volver a llamar a Julia.
A Candice y a Donna les pareció muy buena idea, si podía conseguir la información. Y mientras la conversación tomaba otros derroteros, Samantha se sintió mejor con solo pensar que, si tenía suerte, oiría la voz de Julia aquella misma noche. De momento, no se permitió pensar demasiado en la posibilidad de que la acogieran con cajas destempladas.
El jueves a las siete de la mañana, Julia llamó a su agencia de viajes en Melbourne. Allí eran las nueve y, al cabo de un par de horas, le devolvieron la llamada para facilitarle los datos del vuelo. Tenía que hacer escala en Sydney para coger desde allí el vuelo internacional. Como la mayoría de los aviones que salían de Bali estaban completos, el primero que podía tomar despegaba a las once y media de la noche. Tendría que pasa pasarr la la noc noche he en Sydne Sydneyy y salir salir rumbo rumbo a Los Los Áng Ángele eless el el vier vierne ness por por la tarde tarde.. Estaba impaciente por partir y no podía soportar la idea de quedarse vagando por el hotel como un alma en pena pena.. De Deci cidió dió irse irse en aque aquell momen momento to y pasar pasar el día en De Denp npasa asar. r. Hizo Hizo una llamad llamadaa a Gum Nut para para prolon prolonga garr la estanc estancia ia de Magp Magpie ie otra otra seman semanaa como como mínimo mínimo,, se apre apresur suróó a guarda guardarr sus cos cosas as en la la maleta maleta,, pagó pagó la fact factura ura del del hotel hotel y, a las diez diez y media media,, metió metió su equip equipaje aje en en un taxi taxi y empren emprendió dió el viaje viaje hac hacia ia la costa.
A las once y media, después de que Donna y Candice se fueran a casa, Samantha se sentó junto al teléfono con un vaso de bourbon en la mano y llamó a Adele Winters. — ¿Cómo ¿Cómo estas, Samantha? Me alegro de que hayas llamado. Te gustará saber que el reportaje es fabuloso.
Creo que es uno de los mejores trabajos de Julia. Prácticamente se había olvidado del reportaje y la idea de que Julia hubiera estado escribiendo sobre ella en algún lugar del mundo la hizo temblar. — ¡Qué ¡Qué bien! — Tenía Tenía palpitaciones. Hizo una pausa, tragó saliva y oyó que Adele encendía un cigarrillo —
. ¿Has tenido noticias de Julia? — No, No, nada nada.. Per Peroo le le dije dije que se tomar tomaraa su su tiem tiempo po..
Samantha se dio cuenta de que se había enrollado el cable del teléfono alrededor de los dedos y se le estaban poniendo blancos.
— ¿No ¿No estas preocupada por ella? — No, No, seg seguro uro que está está bien. bien.
Samantha se indignó. Adele no tenía ni idea de lo que estaba sufriendo Julia. «¿Cómo coño puede decir que está bien?» — Pues Pues yo estoy muy preocupada y quiero hablar con ella.
Sabía que su tono era cortante. 0yó que Adele daba una calada y hubo un silencio incómodo antes de que contestara. — Antes Antes que nada, le debo lealtad a Julia y me ha pedido que respete su intimidad.
Adele también sonaba muy cortante. Samantha respiró profundamente. Tenía que esforzarse para no gritarle, pero era capaz de coger un avión e ir a estrangularla si no le decía donde estaba Julia. Las yemas de los dedos se le estaban quedando heladas y desenrolló el cable para recuperar la circulación — Por Por favor, Adele, tienes que decirme cómo ponerme en contacto con ella. — Sintió Sintió que se le llenaban los
ojos de lágrimas — . Es personal y muy importante. Hubo otro silencio desesperante. — Julia Julia me contó algo sobre lo que ocurrió entre vosotras. — ¿Te ¿Te lo contó? — Samantha Samantha sintió cierto alivio. No había querido darle tanta información personal a la jefa
de Julia. En aquel momento se dio cuenta de que, si Julia se lo había mencionado a Adele, debía de ser porqu porquee lo que que sen sentía tía por por ella ella era muy serio serio — . Entonces, me entiendes. 0yó que Adele suspiraba. — Espera. Espera. Voy a ver si puedo hablar con Julia por la otra línea. Le diré que quieres ponerte en contacto con
ella. Samantha oyó un clic y escuchó con impaciencia el hilo musical, mientras apuraba su vaso de bourbon. Se pregu pregunta ntaba ba por por qué Adele Adele no no le daba daba directa directamen mente te los dato datoss para loca localiz lizar arla. la. Julia Julia podía podía nega negarse rse a habla hablarr con ella y la llamada no habría servido para nada. 0yó otro clic.
— Estaba Estaba en Bali, pero, lo creas o no, ha dejado el hotel hace una hora. Eso tiene que haber sido sobre las
diez y media de allí. Dicen que ha cogido un taxi al aeropuerto. El corazón de Samantha empezó a latir desenfrenadamente. «¡Joder! Por qué no abre llamado más temprano” — ¿Y ¿Y cuándo crees que llegará a casa? — pregu pregunt ntóó sin sin alien aliento. to. — No sab saben en a qué qué hora hora salía salía su su avión avión,, pero pero ese ese aerop aeropue uerto rto tien tienee much muchoo tráfic tráficoo aéreo aéreo,, así así que deb deberí eríaa estar estar
de vuelta a lo largo del día. Son seis horas de vuelo más o menos. — Gracias, Gracias, Adele.
Después de cortar la comunicación, Samantha se rindió ante las lágrimas que había estado conteniendo. Julia había estado en Bali aquellas dos últimas semanas. Imaginaba que debía de haberse sentido muy sola. Probablemente no había comprobado los mensajes mientras estaba fuera y tal vez la llamara nada más regresar a casa. Se sirvió otra copa y se dijo que tenía que tratar de dormir un poco. Julia tardaría seis horas como mínimo en llegar a Australia. Pero, después de tantos días de espera insoportable, el hecho de saber que solo faltaban unas horas para que pudiera hablar con ella la ponía demasiado nerviosa y le impedía dormir. Se llevó la copa al estudio y tocó un poco el piano, tratando de distraerse. Medianoche; las dos de la tarde en Melbourne. Julia no llegaría a casa hasta las siete como muy temprano. Samantha fue a la cocina para prepararse un café y se lo llevó al porche trasero. Seguía haciendo calor y estaba lloviznando. Miró las hojas del platanero, relucientes bajo las luces del jardín. Estaban dobladas por el peso de las gotas de lluvia, que caían lentamente por los bordes, como si la planta estuviera llorando. Se terminó el café y volvió adentro. Se sirvió otro bourbon y deambuló, inquieta, por las habitaciones. Imaginó a Julia llegando a casa y trató de recordar detalles del lugar. Le habría gustado ver la primera planta planta,, porqu porquee así ten tendrí dríaa más más recuer recuerdos dos.. Segura Seguramen mente te haría haría frío frío;; Julia Julia encen encender dería ía la cale calefac facció ciónn y su gata gata correría de un lado a otro, feliz de tenerla de nuevo en casa. Probablemente habría parado en el camino para comprar algo de cena. Julia sabía preparar vinagretas. Subió a la habitación, espaciosa y aireada, de la parte delantera de la casa. Como tantas otras, Samantha no la usaba nunca. Solo había un sofá antiguo de la década de 1930 y dos sillones a juego, que habían
perte pertene neci cido do a sus padre padres. s. Ten Tenían ían las línea líneass sólid sólidas as y elega elegante nteme mente nte redon redonde deada adass prop propias ias de la époc épocaa y solo solo necesitaban un tapizado. La habitación ofrecía una vista de la calle, tranquila y arbolada, y entre los jardines frondosos se podían ver las preciosas casas de enfrente. Pensó que era el lugar perfecto para ubicar el despacho de Julia. Su enorme mesa de roble quedaría muy bien junto a los ventanales con contraventanas que tanto le gustarían. Miró hacia su dormitorio. Sería el dormitorio de ellas. Tal vez Julia quisiera colocar su preciosa chaiselongue entre las dos ventanas. De repente la invadieron recuerdos eróticos, mientras se imaginaba haciendo el amor con Julia en aquella cama. Se tomó el resto de la bebida de un trago y trató de aplacar los temblores. Con aquellas fantasías solo se ponía las cosas más difíciles. «Soy una estúpida. He sido una estúpida todo este tiempo.» Bajó a la cocina. Sabía que Julia era especial desde el momento en que la vio por primera vez. Al cabo de un día ya se había dado cuenta de que podía enamorarse de ella y había notado instintivamente que existía la posibilidad de que Julia la deseara. Probablemente, como había dicho Ruby, había sido amor a primera vista. Se había quedado fascinada en una especie de mareo narcisista mientras era testigo y parte involucrada del creciente deseo que sentía Julia por ella. Podría haber aprovechado aquella oportunidad para para inten intentar tar ser felic felices es y haber haberse se ded dedica icado do a trat tratar ar de plane planear ar un futuro futuro con con Juli Julia, a, en vez vez de de con conce centr ntrars arsee en en el dolor y la desilusión que podía depararles el futuro. Le estaba empezando a doler la cabeza. Pensó que necesitaba dormir un poco. Fue al baño y se duchó ante de meterse en la cama. Echó un vistazo al despertador de la mesilla antes de apagar la luz. Era la una de la madrugada; como mínimo, cuatro horas más de espera. Se sumió en un sueño ligero e inquieto. Samantha miró los números iluminados del despertador. Estaba medio dormida y, durante unos instantes se sintió desorientada, hasta que procesó la hora. Eran las cuatro de la madrugada; las seis de la tarde en Melbourne. Le iba a estallar la cabeza y cerró los ojos. Estaba caminando por una calle con mucho movimiento cuando veía a Julia a cierta distancia, por delante. La llamaba, pero, no conseguía hacer que se volviera. Empezaba a correr tras ella, pero, por muy deprisa que corriera, no conseguía acercarse. De repente, la calle concurrida se convertía en un tramo largo de playa de arena blanca, y no había nadie más cerca. Seguía persiguiéndola y llamándola a gritos, y notaba que Julia no dejaba huellas en la arena. Entonces, Julia se detenía y ella corría a su encuentro, jadeando. Julia estaba mirando algo a sus espaldas y parecía que no la veía. Le empezaba a gritar desesperadamente, pero no podía podía oírla. oírla. Se estira estiraba ba para para tocar tocarla, la, y Julia Julia desap desapare arecía cía..
Samantha se despertó sobresaltada. Estaba sudando y tenía el corazón acelerado. Eran las cinco de la madrugada. Julia ya tenía que estar en casa. Se dirigió a la planta baja y puso agua a hervir para preparar un café. La luz matinal todavía era escasa, pero hacía calor y persistía la humedad tras la lluvia de la noche. Mientras esperaba a que hirviera el agua decidió darse un chapuzón. Cogió una toalla del respaldo de una tumbona que había en el patio y se metió en la piscina, desnuda. El agua fría la despejó y borró de su cabeza los sueños angustiosos. Trató de sentirse optimista. Miró las vetas del cielo, de color rosa claro y amarillo, y oyó el canto de los pájaros. Las copas de los arboles ya estaban bañadas por la luz del sol y supo que sería otro día caluroso. Julia se pasó la tarde paseando por Denpasar, tratando de dominar la impaciencia que sentía por empezar el viaje. A última hora de la tarde entró en una cafetería y, agradecida por el aire acondicionado que aliviaba el calor pegajoso de las calles, se sentó a tomar un café con hielo. Calculó que en Savannah serían las cinco de la madrugada del jueves y que Samantha estaría durmiendo. Esperaba que estuviera bien y que no tuviera ningún problema, pero también deseaba, desesperadamente, que la echara de menos. Se sentía feliz porque por por fin estab estabaa hacien haciendo do algo, algo, pero pero la rondab rondaban an somb sombras ras de duda duda.. Quizá Quizá Saman Samantha tha no no se alegra alegrara ra de verla verla tanto como esperaba. Tenía que combatir aquellas dudas o perdería el valor. Se dijo que era una oportunidad que tenía que aprovechar. En solo dos días ya conocería su futuro. *** Envuelta en la toalla, Samantha entró en la casa y preparó el café. Se llevó la taza afuera y se sentó en una tumbona con el teléfono al lado. El reloj de pared de la cocina marcaba las seis y media; las ocho y media de la tarde en Melbourne. Marcó el número de Julia. Saltó el contestador y dejó otro mensaje. Después subió a la primera planta, se duchó y se vistió. Las ocho de la mañana; las diez de la noche en Melbourne. Samantha volvió a llamar a Julia y, cuando saltó el contestador, colgó de golpe. — ¡Tienes ¡Tienes que estar en casa! — gritó gritó furiosa — . Deja de castigarme. Ya basta.
Cuando afloró la tensión, Samantha se derrumbó y se echó a llorar con amargura. Julia tenía que estar en casa, y era evidente que no quería hablar con ella. No iba a llamar. Si había pensado que no saber que sentía Julia por ella era doloroso, saber que no la quería era un martirio.
Al día siguiente era viernes, y Samantha llegó a Atlanta a última hora de la mañana. Danny y los otros miembros del grupo tenían previsto llegar después de comer y reunirse en la sala de conciertos para realizar una prueba de luces y sonido, más un ensayo. Vio a Ruby en la sala de espera del aeropuerto y se abrazaron afectuosamente. — Vayamos Vayamos a comer algo — dijo dijo Ruby, mientras iban a recoger el equipaje de Samantha. Se le agrandaron
los ojos cuando la vio sacar dos maletas grandes de la cinta transportadora — . Por todos los dioses, creía que solo te ibas a quedar una noche en mi casa, cielo. No sabía que te venias a vivir. Samantha se echó a reír. — No te te asus asustes tes;; solo solo me me qued quedaré aré esta esta noch nochee conti contigo go.. Me voy a Austr Austral alia ia maña mañana na a primer primeraa hora. hora. — Ruby Ruby
parec parecía ía anona anonada dada da — . Vamos, te lo contaré mientras comemos. Quiero saber que has estado haciendo durante los últimos diez días. Se sentaron en su restaurante favorito y pidieron unas hamburguesas. — ¿En ¿En qué andas, chica?
Parecía que Ruby estaba a punto de reventar de curiosidad. Se echó el pelo hacia atrás con un gesto nervioso, acompañado por un sonido metálico más cacofónico que de costumbre. Samantha la puso al corriente de su llamada a Adele el miércoles por la noche, y luego dijo: — Ayer Ayer me pasé la mayor parte del día desesperada. No había estado tan deprimida en toda mi vida. Pero
anoche tomé una decisión: no puedo dejar las cosas así — Samantha Samantha estaba jugando con la pajita de su vaso, doblándola y estirándola — . Sabía que me pasaría el resto de mi vida llamando a Julia por teléfono y que entablaría una relación con su maldito contestador. — I-lizo I-lizo una pausa para tomar un trago de refresco, pero antes quitó la pajita del vaso — . Me estaba volviendo loca, Ruby; tanto es así que me organizaba los días en función de las llamadas a Julia. De modo que decidí que tenía que ir a verla. Ruby sacudió la cabeza como si no hubiera oído bien. — Me Me acabas de decir que Julia lleva por lo menos un día y medio en su casa, que evidentemente ha oído
los mensajes que le has dejado a diario durante diez días y que no te ha llamado. ¿Y quieres ir hasta allí para verla? Es un viaje demasiado largo para que te den con la puerta en las narices, cielo. Samantha se puso a juguetear con un mechón de pelo y trató de mantener la confianza.
— No hará hará nada nada de eso eso cuando cuando me vea. vea. — Sé Sé que eres guapa y encantadora, pero puede que necesites algo mas — dijo dijo Ruby con una sonrisa.
A Samantha se le hizo un nudo en la garganta y se le llenaron los ojos de lágrimas. Se mordió el labio para controlarse. De repente, Ruby parecía preocupada y le acarició el brazo. — Lo Lo siento, cielo — añadió--. añadió--. Era una broma.
Samantha tragó saliva. — Lo Lo
sé, pero tienes razón. Sigo teniendo unas dudas horribles. ¿Quién coño me creo que soy? ¿Qué me
hace pensar que me sigue queriendo después de lo que hice, o incluso que me quería antes? Julia podría conseguir a cualquiera. — Miró Miró a Ruby a través de las lágrimas — . No dejo de imaginarla echándose a mis brazos brazos,, pero pero ¿po ¿porr qué qué lo va a hacer? hacer? — Porque Porque eres maravillosa, generosa y sincera — dijo dijo Ruby con dulzura — , y estaría loca si no se echara a
tus brazos. Pero solo quiero que estés preparada en caso de que este loca y diga que no. — Me Me aferro a la creencia de que en tan poco tiempo no puede haber dejado de sentir lo que sentía por mí.
Quiero creer que está siendo muy orgullosa, o muy terca, y que bastará con que le diga que lo siento y que estoy segura de que todo saldrá bien. — Hizo Hizo una pausa y respiró profundamente — . Si me equivoco, que me lo diga a la cara. Eso me resultaría extremadamente difícil de soportar, pero así sabría que tengo que dejarla en paz. — ¿Te ¿Te parece buena idea viajar hasta allí por tu cuenta? ¿Y si la prensa te da el coñazo?
Samantha suspiró con impaciencia. Lo último de lo que quería preocuparse era de las cuestiones prácticas. Se había metido en aquel embrollo por ser demasiado racional. — Si Si
no hay ningún despliegue publicitario, nadie se enterará de que estoy viajando por mi cuenta. No te
preoc preocup upes es.. — En En
mi opinión, sería mejor esperar a que se calmen las cosas, cielo, pero te conozco y, si no lo haces,
nunca te quedarás tranquila. — Samantha Samantha asintió y sintió otra punzada de angustia — . Por cierto, me gusta la canción — añadió añadió Ruby con una sonrisa — . He compuesto una melodía muy bonita para introducir después de las estrofas, para hacer que todo suene distante y etéreo.
— Tiene Tiene buena pinta. — Samantha Samantha sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas una vez más. — Venga, Venga, cielo, cuéntame que has estado haciendo con tus colegas de Savannah.
Samantha se alegró de cambiar de tema y sintió que se tranquilizaba mientras hablaban de otras cosas, antes de irse a ensayar con el grupo.
Julia aterrizó en Los Ángeles el viernes a media mañana. Estaba cansada por el vuelo, pero la perspectiva de ver a Samantha era como una inyección de adrenalina. Faltaban dos horas para que saliera el avión a Atlanta. Usó las instalaciones del aeropuerto para ducharse y ponerse la ropa limpia que había dejado en el equipaje de mano. Se puso unos pantalones negros de lino, entallados, y una camiseta sin mangas, de seda blanca blanca;; se se secó secó el el pelo pelo,, se se maquil maquilló ló y decid decidió ió que que cas casii se se sentí sentíaa human humanaa de nue nuevo vo.. Paso el resto del tiempo tomando café y tratando de leer alguno de los libros que había comprado en la tienda del aeropuerto. Había momentos en que su cabeza se llenaba de dudas y se sentía dominada por un miedo enfermizo. Pero no dejaba de recordarse que tenía que adoptar una actitud positiva y confiar en su instinto. Cuando el avión aterrizó en Atlanta aquella noche, Julia estaba indudablemente nerviosa. Aquella era la parte parte del del mundo mundo de Samant Samantha ha y se acerc acercaba aba el moment momentoo de la verdad. verdad. Sólo quedab quedabaa un tramo tramo de aquel aquel largo viaje; el vuelo a Savannah salía aquella noche. Cogió un puñado de folletos del mostrador de la oficina de turismo y les echó una ojeada. Buscaba un hotel. Pensó que podría reservar una habitación para pasar la noche y, al día siguiente, cuando se sintiera renovada después de una noche de sueño reparador y, como cabía esperar, estuviera con todos los sentidos despiertos, cogería un taxi para ir a casa de Samantha. Estaba sentada en el bar tomando más café cuando, de repente, se sintió presa del pánico. Se le ocurrió que quizás el viaje hubiera sido una pérdida de tiempo y que tendría que haber llamado antes por teléfono. Sabía que el grupo tenía previsto un descanso prolongado después de la gira por Australia, pero no sabía que le había hecho pensar que Samantha estaría en casa. Podía estar en cualquier parte. Sintió que se le cortaba la respiración y se le hacía un nudo en el estómago. Lo peor no sería que Samantha no estuviera en casa, sino que no estuviera sola. Tal vez hubiera conocido a alguien. Julia se pasó las manos
por por el pelo, pelo, respi respiró ró prof profund undame amente nte y se se dijo dijo que estab estabaa dema demasia siado do can cansa sada. da. Por supue supuesto sto que que Saman Samantha tha no había conocido a nadie más en aquellas dos semanas. Tenía que creer que la quería, o no estaría allí. Echó un vistazo a su alrededor para distraerse. — Por Por el amor de Dios, contrólate — farfulló farfulló para sí misma.
Vio un quiosco, cogió un periódico y empezó a hojearlo lentamente, tratando de interesarse por las noticias locales. De repente casi se desmaya por la impresión. Miró con incredulidad una foto de Samantha a toda págin página. a. Era Era una de las las que había había sac sacad adoo Kerry Kerry en el Opera Opera House House,, en aquel aquellos los días días en los los que la vida vida de Julia había cambiado para siempre. Anunciaba el concierto que daba aquella noche en Atlanta. Le temblaban las manos. Miró el reloj. En aquel momento debía de ir por la segunda mitad. — Es Es
fantástica, ¿verdad? — Julia Julia se sobresaltó. Una mujer que se levantaba de la mesa de al lado estaba
mirando el anuncio — . Quería ir al concierto, pero no conseguí entrada. — ¿En ¿En serio? — dijo dijo Julia, distraída.
La cabeza le daba vueltas, estaba cansada y se sentía hecha un lío. Tenía que llegar al concierto. Cogió el bolso bolso y corrió corrió al mostra mostrador dor de la compa compañía ñía aérea aérea.. — Tengo Tengo que cancelar mi vuelo — espetó, espetó, sacando el billete.
El empleado lo miró y empezó a teclear en el ordenador. Julia estaba temblando y el corazón le latía con fuerza. Se preguntaba cuanto tardaría en llegar a la sala de conciertos con un taxi. — Pues Pues su equipaje ya está a bordo del avión, señorita, y no podemos descargar... — Olvídelo Olvídelo — Julia Julia salió corriendo y cogió el primer taxi de la fila.
Capitulo 16 Mientras el taxi se alejaba del estadio, Julia se quedó unos minutos en la entrada, escuchando los gritos y aplausos apagados. Pensó que Samantha estaba allí, tan cerca, pero el gigantesco edificio y lo que sonaba como una multitud enorme eran una barrera imponente que inhibía a cualquiera. Miró a un grupo de mujeres que estaban cerca.
— Llegamos Llegamos
demasiado tarde — le le dijo una — . Tenían entradas de última hora, pero se han acabado. Diez
mil localidades vendidas. «Dioses» pensó Julia. El siguiente problema era conseguir entrar. Cogió el bolso, hinchó los pulmones y avanzó hacia el interior del estadio. Inmediatamente oyó los compases de aquella música que conocía tan bien. bien. Pas Pasóó por delan delante te de la taqu taquilla illa cerra cerrada da y se se acerc acercóó a los los dos dos celad celadore oress que que estab estaban an de de pie junto junto a una una puer puerta ta de entra entrada. da. Les Les dedic dedicóó una sonri sonrisa sa confi confiada ada y sacó sacó su pase pase de prens prensaa aus austra tralia liano no.. — No os podé podéis is ni imagi imaginar nar lo difíci difícill que que ha sido sido llegar llegar.. Cre Creía ía que que no no lo conse consegu guiría iría nunca nunca..
Uno de los jóvenes miro su identificación. — ¿Me ¿Me deja ver la entrada?
Julia pensó con rapidez. Tenía prisa por entrar, y probablemente, la forma más fácil de conseguirlo consistía en apelar al ego masculino. Se echó el pelo hacia atrás, esbozó lo que esperaba que fuera una sonrisa dulce y encantadora, y le hizo ojitos, porque sabía que eso funcionaba. — Mira, Mira, me da una vergüenza terrible, pero no encuentro la entrada. Con las prisas por salir de Australia y
llegar a tiempo, creo que me la he dejado en casa. — Los Los dos hombres vacilaron; ella sonrió y les dedicó otra caída de ojos — . Acabo de cruzar el planeta para estar aquí. De fondo, la música se detuvo y estalló un aplauso ensordecedor. — Ya Ya no tiene mucho sentido que se preocupe, señorita. Solo va a pillar los bises.
A Julia se le aceleró el corazón. — Está Está bien. — Cogió Cogió el bolso. Los hombres se echaron a un lado y le abrieron la puerta.
Julia entró en la oscuridad del auditorio y se quedó embelesada cuando miró al escenario. El grupo esperaba a media luz; Samantha se hallaba fuera de escena y el público estaba de pie, pidiendo que volviera con una ovación. Julia bajó por la escalera que llevaba a la tribuna de prensa. Como era de esperar, no había butacas libres, de modo que se apoyó en la pared al final de una fila que recorría el lateral del escenario. El sutil telón de fondo, de un negro azulado, cambió lentamente al morado con reflejos fucsia. De repente, cuatro reflectores iluminaron el centro del escenario, formando un estanque de luz. El humo que flotaba bajo las
poten potentes tes luces luces crea creaba ba un un efect efectoo surre surreali alista sta De Desde sde la izq izquie uierda rda,, Sama Samanth nthaa avan avanzó zó has hasta ta la luz luz y los los aplau aplauso soss se redoblaron. A Julia se le llenaron los ojos de lágrimas cuando la vio. Estaba preciosa, impresionante. Llevaba el mismo conjunto que la noche en que la vio por primera vez. La multitud se tranquilizó y se sentó. Samantha rió con su risa seductora y gutural, y Julia creyó que se iba a derretir. — Gracias. Gracias. Habéis sido un público maravilloso. Es genial estar en casa, y esta noche nos lo hemos pasado
muy bien tocando para vosotros. — La La gente vitoreó y aplaudió. Samantha esperó a que se hiciera el silencio, pegó la boca al micrófono y, con voz grave y sensual, dijo — : Dioses, que calor hace aquí, ¿verdad? Se quitó la chaqueta lentamente, la lanzó a un lado y se quedó con sus pantalones negros, ceñidos y brilla brillante ntes, s, y con con la la part partee sup superi erior or de un bikini bikini,, de de colo colorr rosa rosa brilla brillante nte.. Diez Diez mil fans fans se se vol volvie vieron ron locos locos.. Jul Julia ia la miró embelesada. Le parecía increíble que Samantha y ella hubieran sido amantes. El recuerdo de las caricias de aquella mujer espectacular y de lo que le habían hecho sus manos y su boca exquisita le parecía una fantasía erótica inmejorable. — ¡Una ¡Una canción de nuestro último disco!
El grupo tocó una famosa canción de rock y las mujeres de las primeras filas se levantaron a bailar. Samantha se movía por el escenario con elegancia y agilidad; el sudor le brillaba en la piel, y Julia recordó aquel sabor entre dulce y salado. Estaba tan radiante y feliz que era difícil imaginar que la hubiera echado de menos. La canción terminó y, al cabo de unos segundo, cesaron los aplausos. — Antes Antes
de que nos vayamos, tengo una canción especial que no hemos tocado nunca y que me gustaría
cantar. Significa mucho para mí, y espero que os guste. Mientras la iluminación de fondo pasaba lentamente a tonos esmeralda y azul intenso, Ruby empezó a tocar la introducción en los teclados. Un efecto de iluminación creó un mar de luces titilantes, que se movían constantemente por el escenario, como si fueran un millar de estrellas diminutas. El público estaba en silencio y la expectación electrizaba el ambiente. Julia tenía el corazón henchido de amor por Samantha, pero pero jamás jamás se hab había ía senti sentido do tan lejos lejos de ella. ella. Saman Samantha tha parecía parecía lejan lejanaa e intoc intocab able. le. Jenny Jenny entró entró con con la guitarra y Louis con el bajo. Samantha volvió a hablar, con su voz grave y ronca: — Esta Esta es una canción para Julia.
A Julia le dio vueltas la cabeza y creyó que se iba a desmayar. Con una voz clara, potente y aterciopelada, Samantha empezó a cantar. Creía que el fuego y el agua no se podían mezclar, pero pero supe supe que que no era cierto cierto el día en que que te te conoc conocí.í. Me ahogaba en el mar de tus ojos mientras ardía de deseo por ti. Creía que el océano era demasiado amplio y demasiado altas las olas de pasión. No tenía tenía fuerz fuerzas as para para naveg navegar ar por por el el mar mar esmer esmeral alda da de tus ojos. ojos. Te abandoné mi amor, salté del barco para salvarme. Pero me he estrellado contra las rocas y lo he perdido todo. Ruby, Jenny y Louis hacían los coros, y Don se sumó con la percusión en el estribillo. Julia no podía dejar de llorar. Ahora la tristeza inunda mi corazón. Pero, cariño, he pagado mi falta. He llorado un mar de lágrimas y he aprendido a nadar. El haz de un foco recorría lentamente la zona del público. Mientras cantaba, Samantha seguía la luz y dedicaba su actuación a cada una de las mujeres que iluminaba. La verdad me atravesó como un cuchillo, tu sinceridad fue brutal. Pero te llevo en la sangre, cielo, y te deseo cada día más. Te abandoné mi amor, salté del barco para salvarme. Pero me he estrellado contra las rocas y lo he perdido todo. Perdóname por dejarte, cariño. Este fuego esta fuera de control. Déjame volver, cielo, mi corazón es tuyo y te ofrezco mi alma. Te necesito, preciosa Me dejaré llevar por la corriente. La única verdad está en tus ojos. Solo tu amor puede alcanzarme. Todo lo demás es mentira. Julia no daba crédito a sus oídos. Aquellas palabras expresaban el amor que sentía Samantha de una manera mucho más convincente de lo que podría haber soñado.
La luz recorrió lentamente el lateral del escenario y avanzó por la tribuna de prensa, hasta posarse en Julia. — «Te «Te abandone...»
Samantha soltó un grito ahogado. Se quedó inmóvil y, por un instante, se olvidó por completo de donde estaba. No daba crédito a sus ojos. Julia era como una visión salida de un sueño. El corazón estaba a punto de estallarle. Se quedó pasmada, mientras el grupo tocaba sin ella. De pronto, el foco dejó de iluminar a Julia, y Samantha, totalmente desconcertada, se volvió y miró a Ruby, que estaba cantando el estribillo con los otros. Esta sonrió y asintió, para indicarle que también había visto a Julia. Se acercaba una repetición del estribillo y, sin dejar de mirar a Ruby, Samantha sacudió la cabeza con un gesto de impotencia. No podía contener las lágrimas y sentía que estaba a punto de perder el control. Ruby se hizo cargo de los solos de voz y Samantha se volvió hacia el público. Se tapó los ojos con la mano y trató desesperadamente de recuperarse, mientras Ruby cantaba. — Lo Lo siento — dijo, dijo, haciéndose oír sobre el grupo.
El público estalló en una ovación estrepitosa, conmovido por su emoción. El ingeniero de sonido bajó el volumen de la música cuando Samantha volvió a hablar. — Lo Lo
siento mucho. No puedo seguir. — La La gente aplaudió y gritó con más fuerza. Las mujeres de las
primer primeras as filas filas arroja arrojaron ron flores flores al esce escenar nario io — . Gracias. Buenas noches. Julia se apresuró a pasar por delante de los asientos de su fila, mientras la gente la miraba. Subió corriendo las escaleras y salió por la puerta principal. Estaba mirando a su alrededor, preguntándose como llegar a los camerinos, cuando se le acercó una mujer con una larga melena castaña. Llevaba unos vaqueros y una camiseta, en la que se leía: «Samantha Knight viene a casa». — Tú Tú
debes de ser Julia — dijo dijo con una sonrisa — . Soy Paula. Sam me ha enviado a buscarte. — Fueron Fueron
hasta una puerta que se hallaba cerrada con llave. Paula la abrió y Julia la siguió por varias escaleras y pasi pasillo lloss estre estrech chos os.. Encima Encima de de ellas ellas,, el grupo grupo esta estaba ba toca tocand ndoo uno de de sus sus viejos viejos éxit éxitos, os, con con Ruby Ruby de soli solista sta.. Llegaron a otra puerta — . Esta aquí. Hasta luego. — Paula Paula se alejó por el pasillo. Julia se quedó mirando la puerta, temblando. Casi no se podía creer que Samantha estuviera al otro lado. Abrió, y Sam se volvió a mirarla. Julia creyó que le iban a fallar las piernas.
Samantha la estrechó entre sus brazos; después la hizo entrar y cerró la puerta. A Julia se le caían las lágrimas y no podía hablar. Samantha la miró durante unos segundos, con cara de asombro, la empujó suavemente contra la puerta y la besó con una pasión que encendió la llama del deseo. Julia le pasó las manos por la espalda y los hombros, y sintió la fuerza de los latidos de su corazón contra el pecho. Samantha la miró con lágrimas en los ojos. — No me
puedo pue do creer creer que estés estés aquí. aquí. Me estab estabaa muriendo muriendo sin ti — Volvió Volvió a besarla — . Lo siento tanto,
cariño... Ha sido el peor error que he cometido en mi vida. Te prometo que nunca volveré a dejarte. Julia se estaba derritiendo entre los brazos de Samantha, y le murmuró contra la boca: — Prométeme Prométeme que no volverás a enviarme lirios.
Samantha esbozó una sonrisa entre las lágrimas. — No me impo importa rta lo que que haga haga falta falta ni ni lo que que tenga tenga que que hacer hacer.. — Se Se
besaron — . Tenemos que estar juntas.
— Se Se volvieron a besar — . Encontraremos la forma, ¿verdad? — Sí, Sí, cariño, no te preocupes. Ya la he encontrado.
Julia estaba mareada. Lo único que quería era hacer el amor con Samantha. Era vagamente consciente de que la música había dejado de sonar en el escenario y el público estaba aplaudiendo. — Venga, Venga,
cariño, vámonos de aquí. — Samantha Samantha se puso la chaqueta y cogió un bolso que había en el
suelo — . Paula nos está esperando con un coche en la puerta trasera. — Le Le agarró la mano y abrió la puerta. Julia la miró, apabullada — . Tenemos que coger un avión, cariño. Tengo una casa enorme con contraventanas que quiero enseñarte. — Esbozó Esbozó una de sus medias sonrisas tan sexys — . Te llevo a Savannah. Capítulo 17 El taxi aparcó en la entrada de la casa de Samantha cerca de la una de la madrugada. Habían recuperado el equipaje de Julia en el aeropuerto de Savannah. Mientras el taxista llevaba las maletas al porche, Samantha vio que Julia avanzaba lentamente hacia la casa, vacilante, y se detenía para mirar el edificio, perfilándose contra la luz. Pagó el viaje y el taxi se marchó.
Durante la media hora que había durado el vuelo desde Atlanta no se habían soltado la mano, mientras Samantha escuchaba embelesada el relato de Julia sobre Bali y su viaje por medio mundo para llegar hasta ella. Entre el bronceado que acentuaba el increíble color de sus ojos y los reflejos dorados de su pelo castaño, por pasar tanto tiempo al sol, Julia estaba más guapa que nunca. Y, cada vez que hacia una pausa y la miraba de manera seductora a los ojos, Samantha se quedaba sin aliento por el deseo. Cuando Julia le contó lo de la oferta de la revista y se dio cuenta de que se podía quedar, de que podrían vivir juntas, fue incapaz de contener las lágrimas. Casi no se podía creer lo que estaba pasando y se sentía más feliz que en toda su vida. Julia no había dicho nada, y Samantha empezó a inquietarse. Trató de ver la casa desde la perspectiva de Julia, preocupada por la posibilidad de que no le gustara. No quería que se sintiera decepcionada; quería que todo fuera perfecto para ella. Se acercó y la cogió de la mano. — Vamos Vamos a entrar, cielo.
Julia sonrió. — La La casa es preciosa. — No pasa pasa nada nada si no te gusta. gusta. Podem Podemos os compr comprar ar otra, otra, cualq cualquie uierr cas casaa que que quier quieras as..
Julia la besó en la mejilla cuando Samantha abrió la puerta. — Dioses Dioses — murmuró murmuró
Julia, mientras entraba en el amplio vestíbulo. Parecía paralizada por la espléndida
escalera — . Es aún más bonita de lo que había imaginado. Samantha suspiró aliviada. Julia estaba incluso más sexy de lo que la recordaba y se moría por estrecharla entre sus brazos y llevarla directamente a la cama, pero se dijo que tenía que dejarle echar un vistazo al lugar y acostumbrarse a su nueva situación. Se acercó por detrás, le pasó los brazos alrededor de la cintura y hundió el rostro en su pelo. — ¿Quieres ¿Quieres una copa o algo, cielo? — sintió sintió cómo se estremecía.
Julia se dio la vuelta entre los brazos de Samantha, la miró a los ojos, se echó el pelo hacia atrás y susurró: — Quiero Quiero algo.
Tenía una expresión decidida y cargada de deseo, y un temblor recorrió el cuerpo de Samantha. Julia le bajó la cremallera de la chaqueta, se la quitó por los hombros para dejar a la vista el sujetador, de color rosa, y le pasó pasó los dedo dedoss por por los pezone pezones. s. Saman Samantha tha se estre estremec meció ió mientr mientras as sentía sentía un repe repenti ntino no calor calor en todo todo el cuerpo y la besó apasionadamente. — ¿No ¿No te gustaría ver antes la primera planta? — murmuró. murmuró.
La habitación estaba iluminada por la luna: unas vetas de luz cruzaban la cama. El cuerpo bronceado de Julia era una silueta imprecisa contra la sábana blanca; las zonas de piel más clara, con forma de bikini diminuto, ofrecían una guía erótica para la boca de Samantha. Tenía los brazos estirados y los ojos nublados de deseo, y respiraba entrecortadamente. Con las piernas separadas y una rodilla flexionada, todo su cuerpo parec parecía ía llamar llamarla. la. En un arrebato de pasión, Samantha la besó, saboreando su boca deliciosa. Julia le devolvió el beso con avidez y se arqueó para apretarse contra ella. Samantha bajó la cabeza hasta los senos de Julia, sintió su perfu perfume me exqu exquisi isito, to, se metió metió un pezón pezón en en la boca y succio succionó nó suave suavemen mente. te. Cuan Cuando do la oyó oyó jadear, jadear, no pudo pudo esperar más y se situó entre sus piernas. Le puso las manos bajo las caderas, las empujó contra su boca y le pasó pasó la lengua lengua entre entre los muslo muslos. s. Julia Julia gimió gimió de placer placer.. Estab Estabaa empap empapad ada. a. La boc bocaa y las mejill mejillas as de Samantha se llenaron de flujo mientras la acariciaba y le introducía la lengua, y gimió al darse cuenta de lo mucho que había echado de menos el sabor de aquella mujer a la que amaba. Julia tensó el cuerpo y Samantha se estremeció con sus propios espasmos, dominada por la fuerza del deseo. Entonces Julia le puso las manos en la cabeza y arqueó la espalda para empujarse contra su boca. — Dios Dios — gimió, gimió, sacudida por fuertes temblores.
Samantha la abrazó. Julia estaba temblando, con el corazón acelerado, y se besaron. Mientras le lamía las lágrimas, Sam pensó que se iba a derretir de amor. Julia suspiró y le acarició la espalda y las caderas, haciéndole sentir una descarga eléctrica en todo el cuerpo. Samantha le besó con ternura el cuello y los hombros. — Ahora Ahora deberías dormir, cielo — susurró susurró — . Debes de estar agotada.
Julia sonrió y sacudió la cabeza. Le pasó los dedos por la espalda y el estómago, y se estiró para introducírselos en la húmeda suavidad de su sexo. Samantha contuvo la respiración y Julia se estremeció con un torrente de deseo renovado al sentir la contracción en los dedos.
— Túmbate, Túmbate, cariño — dijo, dijo, en voz baja — . Voy a hacer lo que he estado soñando estas dos últimas semanas.
Con un gemido, Samantha se acostó boca arriba. La miró a los ojos y le regaló una de sus sonrisas arrebatadoras. — ¿Por ¿Por qué me resultas siempre tan persuasiva?
Julia volvió a sonreír antes de pasarle la punta de la lengua por los pezones. Samantha se estremeció y lanzó un gemido. Julia se echó el pelo hacia atrás e, imitando lo mejor que pudo el acento sureño, dijo: — Pues, Pues, cielo, la verdad es que no lo sé.