Algunas teorías acerca de la adolescencia Recorrido histórico-conceptual. Marta Piccini Vega Mabel N. Belçaguy Verónica Vega
Introducción La Psicología Evolutiva de la Adolescencia aborda un tema central del ciclo vital: la complejidad de los procesos psíquicos que conducen al adolescente desde la familia hacia la cultura, un proceso gradual, progresivo y doloroso. Es necesario, no obstante, realizar algunas precisiones iniciales acerca del contexto histórico y sociocultural en el cual surge la Psicología del desarrollo y que generó, en consecuencia, diversas teorías acerca de la adolescencia.
1-Contexto histórico y sociocultural Probablemente, el primero que utilizó el término Adolescencia, en el siglo XVIII, fue Jean
Jacques Rousseau, en su libro "Emilio"(1762), para referirse a un período específico del desarrollo humano, con características muy definidas y lo nombró como un segundo nacimiento. Se hizo eco de los conceptos de Platón,en "La República", postulando que los niños deberían ser libres de expresar sus energías para desarrollar sus talentos especiales. Esta perspectiva sugiere que el desarrollo normal tiene lugar en un ambiente no restrictivo, simplemente de apoyo, idea que hoy nos resulta muy familiar . Sin embargo, la adolescencia no recibió atención por parte de los investigadores hasta casi dos siglos después, en 1900, cuando la sociedad urbana e industrial necesitó prolongar los años de la infancia. Surge entonces en la segunda mitad del siglo XIX y los comienzos del XX como una segunda infancia, cuando los avances tecnológicos hicieron innecesaria la mano de obra infantil y juvenil. En consecuencia, comienza la aplicación de la educación obligatoria hasta los 16 años ya que era el único medio para socializar adecuadamente a las nuevas generaciones que estaban sufriendo estas transformaciones sociales, al mismo tiempo que se originan las primeras medidas que ofrecen un "trato especial" a los adolescentes infractores de las leyes. Nacen así las primeras ideas que imperan actualmente del adolescente como un individuo "en formación", al no exigírsele las mismas responsabilidades que a un adulto. También en el siglo XIX, la teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin dio
un fuerte impulso al examen científico del desarrollo. Su hincapié en el instinto de supervivencia de las distintas especies (lo que Freud llamaría las pulsiones de autoconservación) estimuló el interés por la observación, en principio de los niños, como medio de identificar los distintos modos en los que se adaptan al entorno y como forma también de aprender sobre el peso de la herencia en el comportamiento humano. La teoría darwiniana constituye un cuerpo doctrinal de carácter naturalista, con amplias influencias sociológicas y psicológicas (por ejemplo, Freud en "Tótem y Tabú"( 1913 ) o Stanley Hall en "Adolescence"(1904 ) que explica las transformaciones graduales, continuas e irreversibles del mundo sobre la base de la selección natural, que lleva a la supervivencia, propagación y combinación de los caracteres más adecuados. Los adultos del siglo XIX tenían autoridad y la sociedad les atribuía experiencia y sabiduría para coaccionar la conducta de sus hijos. La autoridad del hombre era considerablemente mayor que la de la mujer, ya que su vida se desarrollaba en el espacio público que estaba más jerarquizado que el ámbito privado concedido a la mujer. Desde su espacio íntimo, la madre servía de respaldo a la autoridad del padre. Proponían valores, normas y las defendían. La adolescencia duraba hasta los 21 años, aproximadamente y la educación se basaba en un fuerte control pulsional. El acceso a la adultez estaba determinado por el matrimonio. Es en este contexto histórico, político y sociocultural que se perfilan las primeras teorías sobre la adolescencia, nacidas en la primera mitad del siglo XX con la hegemonía del discurso moderno, cuando la familia constituía un sistema homogéneo, muy estructurado y organizado verticalmente.
2-Diferentes conceptualizaciones de la Adolescencia En 1904,
en Estados Unidos, Stanley Hall expone su Teoría
Biogenética de la
Adolescencia, en su libro: "Adolescence". Hall fue el pionero en la utilización de métodos científicos del estudio de la adolescencia; de hecho, es considerado el padre de la Psicología de la Adolescencia. Parte de la base de que el desarrollo obedece a factores fisiológicos y genéticos que determinarán el crecimiento, el desarrollo y la conducta del individuo. A partir de la Ley de Recapitulación de Ernest Haeckel,( "La ecología del desarrollo humano",1866) plantea que cada individuo repite en su desarrollo personal la evolución de la especie humana (Darwin). La ontogénesis sería una réplica de la filogénesis. Un año más tarde, Sigmund Freud publica "Tres ensayos de una teoría sexual" (1905) donde desarrolla "las metamorfosis de la pubertad", provocando
una verdadera revolución
intelectual. La teoría freudiana del desarrollo psicosexual plantea la evolución desde el nacimiento hasta la adolescencia, a través de la sucesión de etapas psicosexuales o libidinales: oral, anal, fálica y genital. “Metamorfosis de la pubertad” constituyó la piedra fundamental en el estudio psicoanalítico de la adolescencia, fue el trabajo en el que Freud
expuso sus primeros
descubrimientos sobre este período de la vida, caracterizado por una reedición de la problemática edípica y al mismo tiempo, por profundas transformaciones del aparato psíquico. En la adolescencia nos adentramos en la etapa genital en la cual las pulsiones sexuales requieren satisfacción. Se reedita la problemática Edípica y se resuelve con la elección de objeto sexual.
La tarea primordial del adolescente, será el logro de la primacía genital, el
desasimiento de la autoridad de los padres y la consumación definitiva del proceso de la búsqueda no incestuosa del objeto sexual. El psicoanálisis freudiano demostró que el niño que uno fue, está inserto en el adulto que uno es, a través de lapsus, olvidos, sueños, formación de carácter, teniendo en cuenta especialmente
la perspectiva epistemológica de los conceptos de evolución, desarrollo y
temporalidad y, en consecuencia, los conceptos de fijación, regresión, series complementarias y retroacción o resignificación "a posteriori". Desde el comienzo de sus trabajos, Freud, intenta establecer una sucesión de épocas en la infancia y en la pubertad y relaciona la elección de la neurosis con este desarrollo; se trata de una sucesión de acontecimientos que no guardan una correlación estricta con la cronología sino que suponen distintos momentos en la estructuración del aparato psíquico. Son momentos lógicos, no cronológicos, y el pasaje de una época a otra, de un sistema a otro, se compara a una traducción. La temporalidad lógica supone un tiempo de constitución del aparato psíquico en que no se puede acceder a una nueva estructura psíquica si la anterior no se constituyó, y al mismo tiempo, la nueva organización reordena y reestructura a los elementos preexistentes. Nos referiremos a algunos autores que continuaron sus exploraciones sobre el tema, a partir de este trabajo fundacional. Uno de ellos fue Sigfried Bernfeld (1923), quien tuvo una intensa actividad docente y clínica en Viena y estudió la adolescencia desde la perspectiva individual y grupal, se interesó por la influencia del contexto social y por el concepto de sublimación. Su principal contribución a la teoría fue su descripción de un tipo específico de desarrollo adolescente masculino, que en 1923 denominó “dilatado”, haciendo referencia a su prolongación en el tiempo más allá de los límites normales (A. Freud, 1957).
Este autor tuvo el mérito de desarrollar una metodología científica para el estudio sistemático de la psicología del adolescente a partir de los diarios íntimos (1927, 1931). Planteó que el diario está, en primer término, al servicio del proceso de identificación y luego proporciona un mayor conocimiento de la vida interna, lo que da al yo mayor eficacia en sus funciones de conocimiento y síntesis. Los relatos del diario de un adolescente pueden ser considerados como representaciones deformadas por tendencias concientes e inconscientes, al igual que los sueños, las fantasías y las producciones poéticas (Blos, 1971).
Otro autor que contribuyó de una manera decisiva a la apertura del campo del Psicoanálisis de la adolescencia, también en Viena, fue August Aichhorn (1925), quien abordó el problema del adolescente antisocial y criminal. Su interés recayó en los jóvenes que responden a las presiones con inadaptación, desarrollo superyoico deficitario y rebeldía contra la sociedad. Su libro Wayward Youth (Juventud descarriada , 1925) le dio prestigio como uno de los primeros psicoanalistas en investigar el campo de la delincuencia juvenil (A. Freud, 1957). En la década de 1920, adquirió fama internacional como un pionero en la comprensión psicoanalítica del comportamiento delictivo y por la implementación de técnicas innovadoras de rehabilitación y socialización del adolescente (Blos, 1979).
La obra de Bernfeld y Aichhorn tuvo influencia sobre Anna Freud, quien continuó por su parte, el trabajo de su padre, dando un desarrollo mayor al tema de las defensas del yo. Anna había nacido en Viena en 1895 y allí ejerció durante años su profesión de pedagoga. Con el tiempo se convirtió en la mano derecha de su padre, en especial después que le diagnosticaron el cáncer de mandíbula, en 1923. Se formó en la Sociedad Psicoanalítica de Viena y llegó a ser miembro titular y didáctico y por último, presidenta del Instituto (Balán, 1991). El Psicoanálisis de niños había alcanzado un importante desarrollo bajo la influencia de
Melanie Klein, en la Asociación Psicoanalítica Inglesa y de Anna Freud, en Viena, pero había importantes divergencias teóricas y técnicas entre ambas, que se hicieron públicas en el Congreso de Innsbruck de 1927. A pesar del debate abierto entre kleinianos y annafreudianos, ambas mujeres prosiguieron sus respectivas carreras sin interferencias, en forma paralela, hasta que años después, con la migración a Londres de los analistas perseguidos por el nazismo, se fortaleció la posición del grupo cercano a Freud y su hija. Entre mayo de 1943 y mayo de 1944 tuvieron lugar las famosas ‘Controversias’, entre los seguidores de Melanie Klein y los de Anna Freud, para definir “…quiénes eran los
verdaderos freudianos” (Balán, 1991). El grupo kleiniano siguió a su mentora en las concepciones acerca del psiquismo temprano, ubicando a las fantasías inconscientes, al complejo de Edipo y al Superyó, en un período de la vida anterior al considerado por Freud. Jerarquizaron la concepción de la envidia primaria, constitucional y minimizaron la importancia del papel de la madre en la constitución del psiquismo. Mientras que los annafreudianos defendieron el interjuego de los factores innatos y ambientales; reconocieron el autoerotismo y el narcisismo primario, pero asignaron una influencia mayor a la madre real en el proceso de formación del niño. En lo que respecta a la adolescencia, el punto de partida de Anna Freud fue su interés por la lucha del yo para dominar los conflictos y presiones que se originan en los derivados de las pulsiones. En los casos normales, esa lucha lleva a la formación del carácter y en los casos patológicos, a la enfermedad psíquica, si bien advierte que en este período no siempre es sencillo diferenciar normalidad y patología. Mientras que la latencia constituye una tregua en los enfrentamientos entre el Yo y el Ello, la pubertad altera la distribución de fuerzas a causa de la modificación cuantitativa y cualitativa de las pulsiones; esto genera angustia y entonces el Yo debe instrumentar las defensas de las que dispone, con resultados variables . “Normalmente, la organización del yo y del superyó se modifican para dar lugar a las nuevas formas de sexualidad adulta”. En los casos menos favorables, un yo muy rígido inhibe la maduración sexual o bien los impulsos del Ello crean una situación caótica en el yo antes ordenado de la latencia. La autora concluye que la adolescencia es un período en que el analista puede observar “… cuadros que ilustran el interjuego y la secuencia de peligros internos, ansiedades, defensas, formación de síntomas permanentes y transitorios y colapsos mentales” (A. Freud, 1958). Entre las defensas que el sujeto asume ante las exigencias pulsionales, hay dos que se destacan en este período: el ascetismo y la intelectualización (A. Freud, 1950). El ascetismo: “Alternando con los excesos instintivos, las irrupciones del ello y otras actitudes aparentemente contradictorias, en el adolescente siempre podemos observar un antagonismo frente a los instintos, cuya magnitud sobrepasa en mucho la habitual en la represión instintiva de la vida normal y en las condiciones más o menos graves de las neurosis”. Este ascetismo, dice A. Freud, se asemeja al de ciertos fanáticos religiosos. Su punto de partida es la represión de las fantasías incestuosas del período prepuberal y del incremento pulsional, expresado en actividades masturbatorias; pero luego el proceso
represivo puede dirigirse a la vida entera y entonces los adolescentes oponen al apremio de sus deseos, las prohibiciones más estrictas. Entre sus manifestaciones, encontramos la evitación de cualquier tipo de actividad sexual, el aislamiento social y el renunciamiento a la recreación, pero se vuelve peligroso cuando se extiende a necesidades vitales, como pueden ser la de alimentarse, protegerse del frío y cuando se expone la salud a riesgos innecesarios o se fuerza el cuerpo a través de actividades físicas extremas. A. Freud observó que, mientras que la represión siempre da lugar a algún tipo de gratificación sustitutiva, esto no ocurre en el ascetismo, en el cual la única salida posible, casi invariablemente, es su reemplazo o alternancia con excesos pulsionales. Lo que desde el punto de vista psicoanalítico sería una curación espontánea del estado ascético, constituye para el entorno la irrupción indeseada de todo lo que el adolescente se había prohibido hasta ese momento, sin consideraciones ni restricciones de ningún tipo. La intelectualización: A. Freud describe un tipo especial de adolescente que presenta un salto brusco en su desarrollo intelectual; sus intereses se vuelcan sobre lo abstracto y, en particular aquellos que Bernfeld había caracterizado como de “pubertad prolongada”, exhiben un insaciable deseo de meditar y de discurrir sobre temas importantes que tratan de resolver. Algunos de los temas de la época eran “... el amor libre, el matrimonio, los fundamentos de la vida familiar, la libertad, la vocación o la bohemia” , entre otros. Si bien han variado los contenidos, subsiste el hecho de que los adolescentes de nuestros días siguen compartiendo discusiones y reflexiones, con la misma agudeza, empatía, ingenio e “ilimitada amplitud y libertad de pensamiento” que describió Anna Freud. Pero observó que toda esta actividad intelectual está poco relacionada con la conducta y con las decisiones de estos mismos jóvenes. El intelectualismo del adolescente no parece tener otra mira que la “
de contribuir a los ensueños diurnos... es evidente que él deriva su satisfacción ya del simple proceso ideativo, al pensar, sutilizar o discutir”. El análisis de estos procesos intelectuales descubre que los temas que polarizan el interés del adolescente son los mismos que promovieron los conflictos entre las diferentes instancias psíquicas a causa de la pubertad, es decir, entre la realización o el renunciamiento a determinados impulsos sexuales, la rebelión o el sometimiento a la autoridad u otros. Anna Freud no fue muy optimista con respecto a las posibilidades de análisis en la adolescencia. “Uno no puede analizar en la adolescencia. Es como correr junto a un tren expreso” (Geleerd, E., 1957). En otro artículo también planteó que “… la experiencia demuestra que el tratamiento analítico de adolescentes presenta especiales dificultades en los períodos
inicial, intermedio y terminal. En otras palabras, se trata de una empresa azarosa desde el principio al fin, durante la cual el analista debe enfrentar toda una gama de resistencias de intensidad poco frecuente” (A. Freud, 1957).
Donald Woods Winnicott (1896-1971) fue una de las figuras más destacadas del psicoanálisis inglés. “La palabra creador lo define como teórico ya que supo tomar los conocimientos disponibles, procesarlos y hacer un aporte propio y original a la teoría psicoanalítica sin pretender jamás constituir dicho aporte en dogma. Por el contrario, él mismo revisó permanentemente sus postulados a través de una confrontación con su práctica clínica” (Belçaguy, 1995). Su escritura se caracterizó por una aparente sencillez que enmascara la complejidad y sutileza de su pensamiento. Se recibió de médico en 1920 y ejerció en el Hospital de Niños Paddington Green desde 1923 hasta 1963, donde contribuyó a constituir la Pediatría como especialidad, y luego hizo su tránsito al Psicoanálisis. S upervisó durante seis años con Melanie Klein, a partir de 1935 y fue analista de su hijo. Durante las Controversias que tuvieron lugar en la Sociedad Británica de Psicoanálisis, a las que se ha hecho referencia previamente, estuvo del lado de su mentora, razón por la cual Anna Freud lo consideraba un adversario; no obstante, reconoció el valor de algunos de sus aportes, tales como el concepto de ‘objeto transicional’ (Rodman, F. R., 1987). Para evitar la escisión de la institución, después de las ‘Controversias’ se formaron dos programas separados de formación de analistas: el Grupo A de los kleinianos y el Grupo B de los annafreudianos. Renuente a incorporarse a cualquiera de ellos, Winnicott se sumó al ‘Middle Group’, junto con M. Balint, R. Fairbairn, Sylvia Payne, Ella Sharp y Marjorie Brierley. Intentó desde este lugar, mantener enlaces con ambas posiciones, pero terminó desairado por Klein y Anna Freud, que le dieron un espacio muy limitado en sus cursos, a pesar de su vasta experiencia en la clínica con niños (Rodman, 1987: Carta 31 a Sylvia Payne). Tenía un enorme respeto intelectual hacia la obra de Melanie Klein, pero cuestionó sus teorías sobre el instinto de muerte y la envidia constitucional. Su larga experiencia pediátrica y analítica lo conducía a asignar un papel más importante a la influencia de la madre real y su comportamiento en el desarrollo de la primera infancia, una concepción que guardaba, al mismo tiempo, equilibrio con la significación otorgada a la fantasía. Durante la Segunda Guerra Mundial fue nombrado psiquiatra consultor en el Plan Oficial de Evacuación de Personas, para supervisar los albergues de niños que necesitaban atención especial. De esta experiencia nacen muchas de sus observaciones acerca de la tendencia
antisocial en particular, y de los adolescentes en general (1984). En un artículo de 1968 que dedica por completo a este último tema (1971), plantea que el adolescente es inmaduro, que adquiere madurez en forma gradual y que en este proceso, necesita de manera especial de su familia. Winnicott plantea que en la infancia, las fantasías de crecimiento tienen un contenido de muerte, en referencia a las numerosas pérdidas que le son inherentes; mientras que en la adolescencia, el contenido es de asesinato. “Aunque el crecimiento en el período de la pubertad progrese sin grandes crisis, puede que resulte necesario hacer frente a agudos problemas de manejo, dado que crecer significa ocupar el lugar del padre. Y lo significa de veras. En la fantasía inconsciente, el crecimiento es intrínsecamente un acto agresivo. Y el niño ya no tiene estatura de tal”. La adolescencia es mucho más que la pubertad física; el paso de niño a adulto es un proceso “…que se logrará por sobre el cadáver de un adulto”, haciendo la salvedad de que se trata de una fantasía inconsciente, ya que en la realidad, los jóvenes atraviesan esta etapa en un marco de acuerdo con sus padres reales. De hecho, cuando se produce el pasaje al acto de impulsos agresivos u homicidas, se está en presencia de un fracaso de la operación simbólica de “asesinato del padre”. En la psicoterapia a estas edades, se observa que la muerte y el triunfo personal aparecen como algo intrínseco a la adquisición de la categoría de adulto. Este movimiento hacia la madurez, inevitable y necesario, plantea dificultades a los padres quienes “…lo mejor que pueden hacer es sobrevivir, mantenerse intactos y sin cambiar de color, sin abandonar ningún principio importante”. La lucha es ‘de vida o muerte’, dice Winnicott, con lo cual refleja de una manera muy vívida la intensidad de los afectos puestos en juego en este momento de la vida, en que es necesario que los padres no abdiquen ni comprendan, sino que confronten. “Aquí se emplea el vocablo confrontación de modo que signifique que una persona madura se yergue y exige el derecho de tener un punto de vista personal, que cuente con el respaldo de otras personas maduras”. La confrontación es un modo de contención que tiene su propia fuerza y que excluye la venganza. La inmadurez en la adolescencia es salud y ‘se cura con el paso del tiempo’, pero además constituye el fermento de las nuevas ideas y del pensamiento creador, a los que no se da lugar si los adultos no se hacen cargo de su responsabilidad y renuncian a su papel de adultos, con lo cual los jóvenes deberán convertirse en adultos en forma prematura.
Desde un abordaje antropológico un estudio realizado en 1930 con adolescentes de Samoa, resultó sumamente polémico. Pertenece a Margaret Mead (1930) quien inició el uso de la fotografía como fuente de análisis. Junto con su esposo, Gregory Bateson, ella considera que la adolescencia no es una época tormentosa dentro de la sociedad africana, y que en otras sociedades los conflictos que los jóvenes tienen que enfrentar se deben a un medio social que los limita y a que los adultos no los ayudan. A partir de las investigaciones
de la Antropología Social,
Erikson E., revisa los
planteamientos freudianos y cuestiona la universalidad de la problemática adolescente. Afirma que en su teoría, la exploración sobre el concepto de identidad es tan importante como lo fue para Freud la investigación sobre la sexualidad. Además de sus ideas sobre la importancia de los contextos socioculturales en la formación de la identidad, Erikson ( 1968 )plantea que
el núcleo fundamental del desarrollo lo constituye la adquisición de una
identidad del yo que varía según la cultura. En su tratado ¨Las ocho etapas del hombre", modifica la teoría freudiana del desarrollo psicosexual a la luz de los hallazgos de la Antropología Cultural. El concepto nuclear de su teoría del desarrollo
lo constituye la adquisición de una
identidad del yo que cumple de diferentes maneras según la cultura de pertenencia. Para Erikson (1968) existe una influencia constante y mutua entre las ideologías y las cosmovisiones del contexto sociocultural, y los jóvenes que forman parte de esa cultura. Esto es, que el contexto se retroalimenta de los jóvenes y sus vivencias y viceversa. El adolescente se inserta en la cultura gradualmente, aunque de hecho viene atravesado por ella desde antes de su nacimiento. Independizarse emocionalmente de los padres es una ardua tarea para ellos y para los mismos padres. Plantea que para cada etapa del ciclo vital ¨ existe una crisis de conflictos interiores y exteriores que la personalidad soporta, re-emergiendo de cada crisis con un aumentado sentimiento de unidad interior...¨ (Erikson,E. 1968, p. 75). El logro de esa tarea
evolutiva
contiene un elemento común a todas las culturas y es la idea de que el niño, con el fin de adquirir una identidad del yo fuerte y sana debe recibir un gran reconocimiento de sus logros. Es decir que, en cada una de las etapas surge un conflicto entre dos desenlaces posibles y cada una depende de la resolución e integración de la etapa anterior. Erikson destaca que la tarea primordial de la adolescencia consiste en establecer una identidad dominante del yo. Para el autor, si la identidad no se establece satisfactoriamente, existe el riesgo de que el rol a desempeñar se torne difuso y esto hará peligrar el desarrollo ulterior del yo. Durante los
intentos iniciales de establecer la identidad del yo existe cierta difusión del papel a desempeñar: en ese período el adolescente se identifica con héroes, campeones, ídolos, etc. La confianza básica es, para Erikson, el primer sentimiento de integridad, aquel sobre el cual el bebe podrá posicionarse para continuar su camino hacia la identidad.
Dice: ¨ como
requisito fundamental de la vitalidad mental, ya he propuesto un sentimiento de confianza básica, una actitud penetrante hacia uno mismo y hacia el mundo, derivada de las experiencias del primer año de vida. Esta primer tarea que se le presenta al bebé tiene como polo negativo el de la desconfianza básica¨ (Erikson, 1968 p. 79). De este modo, postula 8 etapas en las cuales surge un conflicto con dos desenlaces posibles: si el conflicto es elaborado positivamente, la cualidad positiva se incorpora al yo y puede producirse un desarrollo ulterior saludable; pero si el conflicto persiste, el yo se debilita porque se integra una cualidad negativa. Las 8 etapas fundamentales son enumeradas a continuación siguiendo un orden cronológico. Cada etapa tiene una resolución positiva y su opuesto negativo.
1. CONFIANZA VS. DESCONFIANZA BÁSICA 2. AUTONOMÍA VS. VERGÜENZA Y DUDA 3. INICIATIVA VS. CULPA 4. LABORIOSIDAD VS. INFERIORIDAD 5. IDENTIDAD VS. DIFUSIÓN DEL PROPIO ROL 6. INTIMIDAD VS. AISLAMIENTO 7. FECUNDIDAD VS. ESTANCAMIENTO 8. INTEGRIDAD O GENERATIVIDAD VS . DESESPERACIÓN Para este autor, la crisis del adolescente reside principalmente en el conflicto de la identidad versus la difusión del propio rol (Erikson, 1968,1956); ve a la adolescencia como una crisis normativa, una fase normal de conflicto acentuado, caracterizado por una aparente fluctuación en la fortaleza yoica y también por un alto potencial de crecimiento. El adolescente se enfrenta con una revolución fisiológica en su cuerpo que amenaza su imagen corporal y su identidad del yo; empieza a preocuparse por lo que parece ser ante los ojos de los demás y ello es medido con respecto a
su sentimiento de sí. En la
adolescencia se debe establecer una identidad positiva del yo. Erikson (1982) sostiene que muy pocas veces el adolescente se identifica con sus padres, en la medida que necesita discriminar y separar su propia identidad de la de sus ellos y
agrega que los adolescentes se sobreidentifican con héroes y campeones y en este sentido, la pandilla, la barra, ayudan al individuo a encontrar su propia identidad dentro de contexto social. El adolescente busca su identidad sobreidentificándose con sus compañeros, a través de la estereotipia de sí mismo y de sus ideales, ya que el estereotipo ofrece identidades convenientes y certezas. La madurez comienza cuando se estableció la identidad del yo y surge un individuo integrado e independiente, “cuando ya no tiene que poner en tela de juicio su propia identidad”. La integridad
del yo implica la integración de las ambiciones, las aspiraciones
vocacionales y las identificaciones constitutivas de la primera infancia. La adquisición de la integridad como cualidad del yo permitirá el amor sensual, los vínculos amistosos profundos, la intimidad y otras situaciones en la vida que tienen como condición el compromiso personal. Para Erikson, la identidad del yo debe ser lograda previamente a entablar una relación de pareja: ¨Es necesario que toda persona sepa quién es y quién puede llegar a ser para poder elegir un compañero conveniente para tal proyecto¨. La madurez comienza cuando la identidad se ha establecido y ha surgido un individuo integrado e independiente. La integridad de la identidad del yo permite la intimidad y el amor sexual y afectivo sin el temor de perder la identidad del yo en esa fusión. La forma especifica de la identidad difiere de una cultura a otra y la meta terapéutica es ayudar a establecer formas socialmente aceptadas de identidades del yo. Erikson señala la importancia de la organización social en que debe arraigarse el yo para desarrollarse favorablemente. Si la adolescencia trata de construir una identidad, en este camino el sujeto ha de contar con las adquisiciones de la primera infancia sobre las cuales se ha de montar ahora el trabajo de construcción. Según Erikson (1968), tales adquisiciones son las 4 etapas previas: la confianza básica, la autonomía, iniciativa y laboriosidad. Al respecto sostiene que ¨...suponemos que sólo en la adolescencia el individuo desarrolla realmente los requisitos de crecimiento fisiológico, maduración mental y responsabilidad social que le permiten experimentar y superar la crisis de identidad. En realidad podemos referirnos a la crisis de identidad como el aspecto psicosocial de la adolescencia¨ (1968, p. 75). El estado de confianza implica no sólo que uno ha aprendido a apoyarse en la mismidad y continuidad de los proveedores externos, sino también que puede confiar en sí mismo y en su capacidad para enfrentar necesidades y en su capacidad de ser lo suficientemente merecedor de confianza. Es necesario destacar que la sistematización de las etapas de desarrollo de la identidad formuladas por Erikson coincide con la teorización
freudiana acerca de la evolución psicosexual, que en la Argentina reformuló D. Liberman (1963). Basándose en las ideas de Erikson anteriormente expuestas, Peter Blos (1962) concibe a dichas transformaciones como “tareas evolutivas”, tomando en cuenta que cada fase está signada por un conflicto específico, una tarea psíquica particular y una resolución, requisito para pasar a otro nivel de mayor complejidad. Blos, un destacado psicoanalista en el campo de la adolescencia, se doctoró en Biología en la Universidad de Viena, en 1934; pero luego su carrera tuvo un desvío que lo vinculó con el psicoanálisis, a través de Anna Freud y August Aichhorn. La influencia de Aichhorn, a quien Blos consideró su maestro, fue decisiva para su vuelco hacia el campo de la adolescencia, como él mismo lo relata en el prólogo de La transición adolescente (1979). “Rememorando los comienzos de mi labor psicoanalítica, quiero dejar consignada aquí la influencia personal que August Aichhorn ejerció en mi vida profesional… Hice, pues, del psicoanálisis mi profesión; el psicoanálisis de adolescentes pasó a ser mi interés fundamental y mi principal campo de investigación”. Su carrera prosiguió luego en Estados Unidos, donde contribuyó con el primer programa de investigación en gran escala para estudiar al adolescente normal. De esta investigación y de su trabajo como clínico devienen dos textos clásicos: Psicoanálisis de la adolescencia y La Transición adolescente. En el primero de ellos (1962) define a la adolescencia como ¨la etapa terminal de la cuarta fase del desarrollo psicosexual, la fase genital, que había sido interrumpida por el periodo de latencia¨ . Afirma que veremos a la adolescencia como la suma total de los intentos de ajustarse a la etapa de la pubertad, al nuevo grupo de condiciones internas y externas - endógenas y
exógenas-
que confronta el individuo¨
(Blos, 1962).
En este sentido, la
diferencia entre pubertad y adolescencia no está signada por una dimensión temporal (en el sentido de sub-fases como por ejemplo: prepubertad, pubertad, adolescencia); sino por la visión con la cual el observador se acerque al fenómeno en cuestión. Blos (1962) utiliza el término pubertad para calificar a las manifestaciones biológicas de la maduración sexual (caracteres sexuales primarios y secundarios), y reserva el de adolescencia para calificar a los procesos psicológicos de adaptación a las condiciones de la pubertad. Blos (1962) plantea que dentro del período adolescente es posible diferenciar distintas etapas, cuya duración no puede fijarse por una referencia rígida a una edad cronológica. El
adolescente puede atravesarlas rápidamente o quedar detenido en alguna de ellas, pero no le será posible sustraerse a las transformaciones psíquicas esenciales de cada una. La conducta del adolescente es diversa, plástica y cambiante, sin embargo existe una secuencia en el desarrollo evolutivo. Blos (1962) concibe a dichas transformaciones como “tareas evolutivas”, tomando en cuenta que cada fase está signada por un conflicto específico, una tarea psíquica particular y una resolución, requisito para pasar a otro nivel de mayor complejidad. . Blos (1962) afirma que en las dos primeras décadas de la vida se produce una diferenciación e integración progresiva de la personalidad, siendo la adolescencia el segundo paso hacia la individuación definitiva. De esta manera, se va realizando un pasaje gradual, pero no por ello lineal ni ordenado, que va desde la dependencia infantil hacia la gestación de un adulto que es modelo y protector de la generación siguiente. Se trata de un proceso de cambio y de transición a la vida adulta que halla sus rudimentos en la niñez temprana. En cuanto al proceso de hallazgo de objeto, Blos plantea que al resurgir los impulsos sexuales, se dividen los caminos de niños y niñas puesto que no se da de igual manera ni al mismo en unos que en otras. En las niñas suele presentarse con anterioridad. Según Blos (1962) en la pubertad los varones son hostiles con ellas, las atacan, las agreden y tratan de evitarlas precisamente por el resurgimiento de la angustia de castración. En un segundo momento, alrededor de los 14 ó 15 años, los cambios corporales se han estabilizado y por lo tanto, el adolescente puede efectuar ciertas elaboraciones mentales, lo cual se traduce en ¨una vida emocional más intensa, más profunda, de mayores horizontes¨ (Blos, 1962). Blos ha destacado que los temas que ocupan al adolescente medio (así llama a esta subfase) son: •
la desinvestidura del vínculo con los padres, o dicho de otro modo el duelo por los padres de la infancia,
•
el hallazgo de objeto exogámico,
•
la prevalencia del narcisismo y de ciertas defensas ligadas a él. El adolescente medio sale en búsqueda del objeto sexual mediante un desplazamiento
de investiduras libidinales desde el propio cuerpo hacia el objeto externo. A este proceso Blos (1962) lo denomina ¨hambre de objeto ¨. En relación a ello, el autor observa que los adolescentes medios que comen en grandes cantidades, disminuyen la ingesta cuando han hallado ¨un objeto heterosexual, significativo y gratificante¨ (Blos, 1962). Finalmente, en la última fase de la adolescencia, ¨ Los impulsos han de cambiar hacia la genitalidad y los objetos sexuales cambian de preedípicas y edípicos incestuosos a objetos heterosexuales no incestuosos¨ (Blos 1962).
El grupo kleiniano de la Sociedad Británica de Psicoanálisis, al que hicimos referencia previamente, tuvo una fuerte influencia en la formación de los primeros psicoanalistas argentinos. La más importante difusora de la teoría kleiniana, a la que enriqueció con aportes propios, fue Arminda Aberastury, psicoanalista argentina desaparecida en 1972, que
es
considerada una destacada autoridad en el campo del psicoanálisis de niños. Aberastury trabajó con Mauricio Knobel, quien fue profesor de Psicología Evolutiva en nuestra facultad. Ambos autores consideran que el adolescente atraviesa por desequilibrios e inestabilidad extremos y que ello configura una entidad semipatológica a la que dio el nombre de ¨Sindrome normal de la adolescencia ¨. Mauricio Knobel, acuerda con Aberastury en remarcar que la adolescencia es un fenómeno específico dentro de la historia del desarrollo del ser humano. Para poder construir su identidad, el adolescente no sólo debe enfrentarse al mundo de los adultos, para lo cual no esta aún preparado, sino también desprenderse de su mundo infantil en el cual vivía en relación de dependencia, con necesidades básicas satisfechas
y roles
claramente establecidos. Los autores sostienen que todo adolescente debe atravesar tres duelos que acompañan el proceso normal adolescente y que son fundamentales para la constitución de la identidad adulta: 1) el duelo por el cuerpo infantil: cuya base biológica comienza en la adolescencia y hace que en ocasiones, el adolescente se extrañe de lo que ocurre en y con su propio cuerpo, 2) el duelo por la identidad infantil ( que es una identidad bisexual, no atravesada por la castración) que lo obliga a asumir responsabilidades y por lo tanto a renunciar a la dependencia infantil 3) el duelo por los padres omnipotentes de la infancia, situación que se complica pues los padres también deben aceptar la caída de la propia imagen de omnipotencia que poseían frente a sus hijos. En "La adolescencia normal" (1970) los autores caracterizan a la adolescencia como un periodo de transición entre la pubertad y la adultez, cuyas manifestaciones varían en distintas sociedades. En esta etapa el individuo busca establecer su identidad adulta basándose en las primeras experiencias objetales-parentales internalizadas y verificando la realidad externa con el uso de elementos biofísicos en desarrollo a su disposición que tienden a la estabilidad de la personalidad en un plano genital lo que sólo es posible si se realiza el duelo por la identidad infantil.
La normalidad de las conductas disruptivas propias del adolescente
pueden ser
sintetizadas en el concepto de ¨ SINDROME NORMAL DE LA ADOLESCENCIA¨. Este sindrome está compuesto por 10 manifestaciones: 1. Búsqueda de sí mismo y de la identidad. 2. Tendencia grupal. 3. Necesidad de intelectualizar y fantasear. 4. Crisis religiosas que van desde el ateísmo más intransigente hasta el misticismo más fervoroso. 5. Desubicación temporal, en la cual el pensamiento adquiere las características del proceso primario. 6. Evolución sexual manifiesta que va desde el autoerotismo hasta la heterosexualidad genital adulta. 7. Actitud social reivindicatoria con tendencia antisociales de diversa intensidad. 8. Contradicciones sucesivas en las manifestaciones de las conducta, dominada por la acción. 9. Separación progresiva de los padres 10. La intelectualización del conflicto parece ser un medio conveniente para manejar el conflicto, ya que de este modo la actividad mental mantiene una ‘tensa vigilancia’ de los procesos pulsionales, cuya percepción se expresa por desplazamientos en el plano del pensamiento abstracto. En síntesis, los procesos pulsionales se expresan en términos intelectuales, lo cual constituye una tentativa de dominio de los mismos en un nivel psíquico diferente. Una autora destacada dentro del Psicoanálisis francés Françoise Dolto, considera a la adolescencia como la fase de transición y transformación hacia la adultez. En su libro "La causa de los Adolescentes"(1988) dice que la adolescencia es la fase de mayor vulnerabilidad del ciclo vital. Para ilustrarlo, recurre a una metáfora y compara al adolescente con la langosta. Dice: ¨... en un determinado momento pierde su caparazón y se oculta bajo la roca mientras segrega una nueva. Pero, si mientras son vulnerables reciben golpes quedan heridos para siempre; su caparazón recubrirá las heridas y las cicatrices, pero no las borrará ¨ (Doltó, 1988 p. 13). Sostiene que a la familia se le es infiel y que esa es la ley. Coincide con Winnicott en que no hay que precipitar las responsabilidades de los adolescentes y considera que la adolescencia termina cuando la angustia de los padres no produce un efecto inhibitorio en los hijos.
Desde otra perspectiva, la teoría psicogenética del desarrollo cognoscitivo plantea que durante la adolescencia se produce el acceso al pensamiento formal . Para Piaget (1932) las personas construyen categorías de significados para poder asimilar las experiencias. Cuando nuevas
experiencias no pueden asimilarse a
las categorías pre-
existentes, el sujeto revisa estas últimas. Este desequilibrio cognitivo que produce la nueva experiencia
es una condición necesaria para el desarrollo que se realiza
a través de
distintos estadíos entendiendo por estadío modalidades de estructuras variables y progresivas o formas sucesivas de equilibrio que marcan las diferencias de un nivel a otro de la conducta, desde los comportamientos elementales del recién nacido hasta llegar al pensamiento formal abstracto de la adolescencia. Constituye un sistema hipotético-deductivo que organiza las operaciones con proposiciones, se apoya en las operaciones concretas y las integra en una nueva forma de equilibrio. Piaget
(1932) distingue seis estadíos o períodos de desarrollo que marcan la
aparición de estructuras construídas de manera sucesiva: 1) Estadío de los reflejos o montajes hereditarios, 2) Estadío de los primeros hábitos motores, 3) Estadío de la inteligencia sensorio-motriz o práctica (anterior al lenguaje), 4) Estadío de la inteligencia intuitiva, 5) Estadío de las operaciones lógico concretas, 6) Estadío de las operaciones intelectuales abstractas y de la formación de la personalidad. Cada uno de ellos se define por la aparición de estructuras originales cuya construcción lo distingue de las precedentes. Lo esencial de cada una persiste en el curso de los estadíos posteriores en forma de subestructuras y sobre ellas se edifican las nuevas. De ello se deduce que, en el nivel adulto, cada uno de los estadíos pasados corresponde a un nivel más o menos elemental o elevado de la jerarquía de las conductas.
El contexto sociocultural actual El siglo XX padeció fuertes golpes a sus ideales, entre otros al ideal de progreso basado en el esfuerzo personal. La modernidad significó la ilusión de la emancipación del individuo del sometimiento al medio familiar. Por el contrario, en la postmodernidad predomina el sentimiento de estancamiento, la indiferencia; la vida ocurre en un eterno presente, sin esperanzas de trascendencia. El modelo de referencia es ‘todo sin esfuerzo’ y la realización tiene que ser inmediata.
La postmodernidad propone a la adolescencia como modelo social, tanto desde su cuerpo como de su forma de vida y a partir de esto se adolescentiza la sociedad misma. La adolescencia deja de ser una crisis de un grupo etario para transformarse en un modo de ser que amenaza con teñir todo el tejido social. Se trata de llegar a la adolescencia y permanecer en ella. El adulto deja de existir como modelo y el adolescente no tiene con quién confrontar. Los padres ya no deben enseñar ni transmitir experiencia, sino por el contrario aprender sobre todo el secreto de la eterna juventud. Dice F. Doltó (1990): " Lo que más hace sufrir a los adolescentes es que los padres tratan de vivir a imagen de sus hijos y compiten con ellos. Los hombres tienen ahora amiguitas de la edad de sus hijas y a las mujeres les gusta hoy agradar a los compañeros de sus hijos, porque precisamente ellas no parecen haber vivido su adolescencia. Están presas en la identificación con sus hijos ..." Si entendemos la moratoria psicosocial de la adolescencia como condición para que una sociedad se transforme, es imprescindible que ocurra la confrontación, el cuestionamiento y la impugnación de lo aprendido. La sociedad postmoderna tiende a neutralizar este espacio de confrontación generacional. Dice Erikson: ..."El adulto era el frontón necesario para que el joven tenista hiciera sus prácticas, se probara ...y resultara, no sin desgaste para el frontón, un adulto hecho y derecho, es decir un buen jugador. Así el adolescente que crecía se entrenaba peloteando con otra generación...conociendo su propio estilo, sus errores y sus virtudes ..." En este sentido, agrega Doltó: "Ante las necesidades de su progenie los padres dejan hacer y se abstienen de educar. Si ya no hay niños, tampoco hay adultos. Los adolescentes se ven obligados a ser padres de sí mismos, situación que les da una libertad, que no saben ni para qué, ni cómo usar, porque carecen de reglas de autopaternalización". Recordemos que Winnicott (1959) afirmaba que el núcleo más importante de la adolescencia es la confrontación con el padre y la llamaba "el asesinato del padre", que tiene como condición ineludible la confrontación generacional. En lugar de confrontación nos encontramos con otra manifestación, la indiferencia generacional. El adolescente actual no tiene padre a quien matar; no puede desasirse de la autoridad si nadie la porta, si el adulto desocupó el lugar de modelo y se constituyó en un par. Dice Doltó (1990): "Después de 1950, la adolescencia ya no es una crisis , sino un estado, por lo tanto estos conceptos modifican en gran parte las características de los padres y por ende de los adolescentes". Y agrega:"el conflicto generacional no se da como antes; los jóvenes no se enfrentan con los adultos (docentes,padres,etc) que huyen. La desidealización de
las figuras parentales los sume en el más terrible desamparo. " A propósito de las transformaciones psíquicas en los adolescentes actuales reflexiona
Florence Guignard (2001) en su artículo “El Psicoanalista y el adolescente“:...“Hoy en día diría que la desdiferenciación de las etapas que van del período llamado de “latencia” hasta la adolescencia avanzada se prolonga por una coexistencia de promiscuidad cada vez más importante entre los jóvenes adultos con sus padres, en los avatares sexuales y sentimentales de unos y otros. La generación adulta experimenta un placer cierto, incluso una gran complacencia narcisista en “rejuvenecer” de esta manera, favoreciendo al mismo tiempo en los adolescentes la evitación del reconocimiento de la diferencia de los sexos y de las generaciones, así como el doloroso trabajo de soledad que aguarda a todo sujeto en devenir...” “...El borramiento social de la diferencia de los sexos por parte del grupo que los rodea permite, incluso favorece, la expresión de una cierta forma de excitación pulsional en un modo mayoritariamente unisex, alentado por los medios por motivos comerciales“.
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