Daniel Paul
Schreber
Memorias de un enfermo nervioso
N otas as de Traducción, Estudio preliminar y Not
Ramón Alcalde Prólogo de
Luis Gusmán
Daniel Paul Schreber
Memorias de un enfermo nervioso
En 1911 Sigmund Freud se vale de las Memorias Memor ias de Schreber para ejemplificar ejemplifi car el proceso de la paranoia en uno de sus historiales clínicos fundantes. Tanto en Las psic ps icos osis is como en un artículo esencial de Escritos Escr itos II, II, Jacques Lacan retoma el mismo texto para exponer aspectos centrales del tratamiento de la psicosis paranoica. Memorias de un enfermo nervioso es un texto ineludible y un testimonio emocionante sobre el dolor de la locura.
Daniel Paul Schreber
Daniel Paul Schreber ( 18431911) fue doctor en leyes y presidente de la Sala del Tribunal Provincial Supremo de Dresde. Víctima de delirios fue internado en el Hospital Mental de Sonnenstein donde escribió y organizó sus Mem M emor oria ias, s, que constituyeron la pieza fundamental de su propia defensa contra la sentencia de incapacidad jurídica que pesaba sobre él. El libro fue publicado en 1903, un año después de ganar el proceso. Schreber murió en 1911, tres años después de su tercera y definitiva internación.
Titulo original: Denkwürdig Denkwürdigkeiten keiten eines Nervenkran Nervenkr anken ken Traducción: Ramón Alcalde
© De esta edición: 1999, LIBROS PERFIL S.A. Chacabuco 271 (1069) Buenos Aires Diseño: Claudia Vanni ISBN: 950-639-326-5 Hecho el depósito que indica la ley 11.723 Primera edición: Agosto de 1999 Composición: Taller del Sur Paseo Colón 221, 8* 11 - Buenos Aires Impreso en el mes de julio de 1999 Ver V erla lap p S.A. S. A. P ro d u c cio ci o n e s G r á fic fi c a s Comandante Spurr 653, Avellaneda Impreso en la Argentina - Printed in Argentina Todos los derechos reservados.
Las Memorias de un enfermo nervioso es el material en el cual Freud se ba só para escribir uno de sus historiales clínicos fundantes en la historia del psicoanálisis y que llamó El caso Schreber. Los historiales inaugu ran u n gé nero inédito que no se subsume ni en la categoría científica ni en la ficcional, tampoco eá una con tinuación de los inform es psiquiátricos. Sin em bargo, las Mem orias, por su especificidad, exceden el espacio que le otorga el historial freudiano. Lo primero que atrapa al lector, incluso al más profano, es que aun en las imágenes más desbordantes, en los arrebatos más místicos, en los es tados más delirantes la capacidad de persuasi^ji domina el texto. La per suasión es el hilo rojo -la acepción pertenece al propio Schreber- que ad ministra cada una de las pruebas que este presenta para demostrar su verdad: haber sid o ele gid o por Dio s. La capacidad retórico-jurídica de Schreber -é l ocup ó el cargo de ju ris taestá al servicio de la verdad qu e q uiere dem ostrarle al m un do . Pero a su v ez mantiene u n diálogo y un a d iscusión con la psiquiatría de la época. Esto es paradigmático en el capítulo '"Referente a las alucinaciones”. En este caso su interlocutor directo es Krápelin y la polémica se plantea tam bién en tér m inos del alcance de la persuasión. Schreber no se explica el asom bro q ue expresa Krápelin por el hecho de que las "voces” sobre las alucinaciones vi suales y auditivas tengan un poder persuasivo m uch o m ayor que "todas las palabras de quienes están cerca”. Es que a comienzos del siglo xix un hombre descubre la existencia de una nueva lengua hablada por Dios. Descubre también que esa lengua “primitiva” que llama fu ndamental, está fundad a en "las vo ces ”: "Las alm as que debían pasar por la purificación aprendían durante la purificación el lenguaje hablado por el propio Dios, la así llamada lengua primitiva’, un alemán algo anticuado pero lleno de expresividad que se caracteriza por una gran riqueza de eufemismos...”. Una verdadera lengua de los contrarios donde predominan las antíte sis que van construyendo el esqueleto de las codificaciones delirantes de
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Schreber: recompensa adquiere exactamente el valor inverso de castigo, veneno el de alimento, impío el de piadoso, lo que descubre el doble có digo en que le hablan esas voces engañadoras. La lengua primitiva es el poder que Dios ejerce sobre pueblos que ha elegido a través de los tiem pos: de los antiguos judíos a los persas; y en la actualidad se sirve prefe rentemente del pueblo alemán. Una especie de metempsicosis lingüísti ca le permite a Dios, con el fin de la purificación universal de las almas, una comprensión por medio de la conexión nerviosa de los lenguajes de todos los pueblos. Este jurista que revela la importancia lingüística del delirio es a la vez to mado por la pasión de mostrar el valor de la verdad -contando con el privi legio que otorga el carácter de verdad revelada- que trasciende incluso lo que podríamos llamar el núcleo de su certeza delirante. Porque lo que sor prende en Schreber no es solamente la pericia para administrar las tres ra mas del árbol retórico: la dispositio, la docutio y la inventio, sino cómo estas están al servicio de la verdad de su revelación. La dispositio se desdobla en la argumentación delirante con una lucidez llamativa que le permite separar la historia de su vida de la historia de la enfermedad. Hasta tal punto que en la sistematización del delirio reclama para sus visiones un método que dé cuenta de la coherencia de las mismas. La traducción y el estudio de Ramón Alcalde que abre esta edición re construyen y deconstruyen el universo schreberiano en estos tres registros retóricos. Un verdadero trabajo filológico donde encuentra para ese ale mán arcaizante -la lengua fundamental- los equivalentes posibles. A la vez que sus notas a pie de página dan cuenta de un estado de lengua, sin renunciar por ello a lo que podemos llamar un estilo. Es difícil, ante el lector familiarizado con las Memorias, introducir res pecto a las mismas alguna novedad. No solamente los autores princeps -Freud con el historial, Lacan en su seminario sobre Las psicosis- sino tam bién libros como El asesinato de almas de Scwatman se convirtieron en tex tos privilegiados que establecieron lecturas fundamentales de las mismas. Quisiera entonces relevar para este prólogo algunas observaciones late rales para situarme en la fidelidad de lo que el espíritu schreberiano bauti zó como Pequeños estudios. Es decir, anotaciones a pie de página, apéndi ces, documentos periciales con que Schreber va desgajando su estudio mayor. El primer tópico a ubicar pertenece al orden del mito: el del Judío errante. Mito fundacional a partir del cual Schreber va a organizar el sistema de transformaciones que posteriormente afectará a todos los órganos de su cuerpo hasta concluir en una verdadera anatomía fantástica. Su punto cul minante, el más escandaloso de su conversión, será convertirse en la pros-
tituta de Dios y tener un hijo con él. Este Mesías sexual encuentra en la eternidad del personaje bíblico -inmortalizado después por la novela de Eugenio Sue- el sosias de su propia transformación: "El judío errante (en el sentido definido antes) tuvo que ser emasculado (transformado en una mujer) para poder engendrar hijos”. El segundo tópico es lo que podríamos considerar como la iconografía schreberiana: sus dibujos, que quizás heredó de aquellos dibujos del padre que describían aparatos correctivos destinados a fines educativos y que se mejaban verdaderos aparatos de tortura. Esta especie de Funes el memo rioso, para cada recuerdo, tiene una imagen. Este hombre capaz de dibujar la omnipotencia de su pensamiento: “si dibujo una casa la casa arde", este hombre, confiesa que con mucha frecuencia al tocar el piano lo acompaña “con dibujos pertinentes”, organizando “toda una puesta en escena de la ópera correspondiente o de partes de ella por separado, representando an te mis ojos interiores -a veces con sorprendente claridad- el transcurso de la acción, los personajes que entran en escena, la escenografía, etcétera...”. El delirio de Schreber reconoce un valor teatral cuando en uno de sus ac cesos delirantes es tomado por la compulsión a tocar el piano hasta el au llido. El bestiario schreberiano comienza con el mundo de pájaros parlantes que se da el gusto de dibujar burlonamente, como si los estuviera devorando un gato. Como un cuento o una pesadilla infantil se continúa con drago nes para desdoblarse bajo la forma de “milagros aterradores” en “osos blancos” y “osos negros”. Las moscas y las avispas són la mejor manera de graficar el valor punzante del parloteo de las voces, su zumbido. El desdo blamiento de lo aterrador se organiza en el mundo de Schreber en una je rarquía divina que reproduce un orden cósmico regido por un Dios Supe rior y un Dios inferior. El infierno de Schreber reconoce su purgatorio: “el tormento espiritual de la chachara de las voces”. Una especie de estado indefinido donde las al mas están detenidas. La figura nos permite describir la manera genial en que puede dar cuenta de la consistencia parasitaria de las “Voces” que ac túan sobre él. La “cháchara idiota de las voces” revela la manera en que la política de la lengua practicada por Dios llega a sus oídos. Hay una iconografía que da cuenta de ese instante de comunicación di vina del hombre con Dios. Filósofos, místicos, creyentes y teólogos, has ta lo que podríamos llamar el hombre común, han soñado el sueño de Schreber. Esto es: que Dios les hable personalmente.
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Estudio
pr e l im in a r
RAMÓN ALCALDE
SCHREBERIANA I: N o m i n a c i ó n , e m a s c u l a c i ó n , v i s i ó n
Desde hace pocos días contamos con una traducción integral1 de las Denkwurdigkeiteneines Nervenkranken (Memorias de un enfermo nervioso), publicadas en 1903 por el doctor juris Daniel Paul Schreber, presidente de Sala (en retiro) del Tribunal Supremo de la Provincia de Dresde, reino de Sajonia, uno de los estados confederados desde 1871 en el Imperio Ale mán. Daniel Paul Schreber ha dejado de ser para nosotros elcasoschreber o lépresiánschrebér, para importunarnos con la corporalidad' atemporal-actual de su “escrito", mediante el cual,,dice: “Intentaré proporcionar a otras per sonas una exposición por lo menos comprensible de las cosas sobrenatu rales cuyo conocimiento me fue proporcionado hace aproximadamente seis años” (59) y que considera probable pueda dar origen a algún nuevo sistema religioso (188, n. 80), Su otra corporalidad^ aquella triste carne teratológica de andrógino en vías de emasculación por obra de los Rayos di vinos, no logró realizar el deseo que lo movía al divulgar sus “destinos y vi vencias”: “Posibilitar, mientras aún estoy con vida, cualquier tipo de observaciones sobre mi cuerpo y mis vicisitudes por parte de personas es pecializadas” (53). Pero el examen corporal que permitiría advertir en su cuerpo “algunos fenómenos absolutamente inexplicables por la experien cia científica común” (352) no se realizó. No lo revisaron, no lo palparon, no lo examinaron con rayos Rötgen (ibídem). Ni el director del hospicio (248), ni el tribunal de apelación lo estimaron necesario. Tampoco esa Ciencia, “materialista, racionalista, iluminista” (114, n. 42), ciega para la 1 El imputable directo por esta versión es el autor de este artículo, quien en conciencia se ve obligado a declarar que jamás se hubiera puesto en este riesgo para sí y para los demás, de no haber entrado, para 1974, en conexión nerviosa con un alma probada la del instigador Jor ge Jinkis, la cual alma, abusándose del poder así obtenido sobre mi en contra del orden cós mico, no ha dejado de aguijonearme desde entonces. Por lo cual le estoy fraternalmente agra decido.* * Las remisiones al texto de Schreber en el cuerpo de este ensayo se indican entre parén tesis y con números arábigos en bastardilla, y corresponden al número de página de la pre sente edición. (N. del E.]
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comprensión de lo suprasensible, a la que no demasiado confiadamente recurre en tercera instancia (de la Wissenschafi mal informada a la Wisstns* chaft bien informada) al prologar su libro: Los nervios no son ni masculi nos ni femeninos adórnese el señor doctor Schreber, mientras no perturbe la tranquilidad pública, con cuantos collares y perifollos femíneos se le ocurra; pose ante el espejo, si así lo desea, con el torso desnudo: no es el primer Geisteskrank que lo hace. Y su autopsia hace innecesaria liminar* mente la nuestra. En cambio, el texto Schreber ha sido tempranamente examinado desde dos curiosidades: i) la histórica, que ve en las Memorias, como su título lo solicita, un fragmento autobiográfico y un documento sobre las condicio nes científicas, jurídicas, admistrativas, hospitalarias, imperantes a fin de siglo en Alemania y Europa; 2) la psiquiátrica (con acento en lo nosográfico), psicoanalítica o no, para la cual la obra, como también lo reclama el tí tulo, es el historial de una enfermedad (Freud, específicamente, la califica de Kranlcheitsgeschichte), relatada por el protagonista y diagnosticada por su clínico, el doctor Weber. El propio Schreber lo quiso así de alguna mane ra, publicando junto con su autorrelato los peritajes psiquiátricos de We ber en el juicio de incapacitación y la sentencia del tribunal. Pero tenía un doble objetivo: 1) aportar a la ciencia de la enfermedad mental materiales que de otro modo le serían inasequibles, obligándola a revisar un punto esencial para el diagnóstico de la psicosis, la teoría de la alucinación; 2) reivindicar mediante el pronunciamiento de sus jueces el primer miembro de su tesis fundamental: “He sido, y en parte sigo sién dolo, un enfermo nervioso, pero no un enfermo mental, JLos fenómenos y procesos paranormales que vivo son producto de fuerzas suprasensibles”. Lo que no entró ni podía entrar en su cálculo era el desplazamiento del eje de lectura que, mediante el quiasmo “Daniel Paul Schreber, enfermo nervioso (paranoico)” lo convertiría, para Freud, por ejemplo, en “El Para noico Schreber”. Y mucho menos que sus “vivencias y vicisitudes”, que pa ra él eran “dignas de recuerdo” (merkwürdig) en sí se convertirían en un simple casus del paradigma dementia paranoides; una mera ilustración o ejemplo permutable de ese mismo paradigma. Si efectivamente fuera así, si las Memorias hubieran ya rendido todo lo que podían rendir, no se comprendería su exhumación por Macalpine y Hunter medio siglo después (1955), el seminario de Lacan del '55-*56, la traducción francesa de 1977; las argentinas de Petrel (1976) y Lohlé (1980), las investigaciones de Baumeyer (1955 y 1970), Katan (1949» I95 °» 1952,1959); Niederland (1951,1960,1963,1969) y la continua aparición de artículos y ensayos. Es cierto que muchos de estos trabajos adolecen de una limitación metodológica sólo explicable por querer buscar en la perso
nulidad y relación real de Schreber con su padre durante la infancia los contenidos que aparecerían luego apenas elaborados en su delirio. Que una “máquina para oprimir la cabeza” (168) se la destroza: ¡Nada más senci llo!, basta una ojeada a los artilugios ortopédicos inventados por su padre y cuyos dibujos acompañan. Schreber ve “hombrecillos” (i6j): -Yo se lo explico: son las figuritas que ilustraban los ejercicios de la Aertzliche Zym mergymnastik de su padre, para los cuales, además, este posó como mode lo. ¡O sancta simplicitas!, volvería a exclamar filosóficamente Schreber hijo ( 345b Distinta ha sido la actitud dominante respecto de otro “caso” ilustre en la historia de la nosografía, el Perverso Sade, aun salvando todas las distan cias que haya que salvar. Al texto Sade se lo deja hablar y se lo escucha: se lo conjuga cum Kant y se lo encara con una perspectiva filológica, como tex to literario. La psiquiatría y el psicoanálisis no han salido por ello perjudi cados, sino que reportaron no menos de lo que aportaron. El presente trabajo intenta situarse en esta perspectiva filológica. Quie re mantenerse todo lo posible dentro de este límite, pero sin intimidarse si en algún momento tiene que rebasarlo porque la peculiaridad del texto lo exige. Y quiere analizar algunos aspectos de las Memorias como: 1) el producto singular de un trabajo de escritura prolongado a través de distin tas remodelaciones durante ocho años en una zona aledaña de la literatura: Schreber es Schreiher; 2) como un artefacto retóricopersuasivo; 3) como proyecto práctico de alguien que recurrió al escribir y publicar para modi ficar en su favor una situación dada. Finalmente intentará señalar que en tre tres temas centrales del discurso schreberiano -la nominación, la emascufadon y la vis ió n -se da una relación estructural comprobable tam bién en textos de importancia histórica fundamental dentro del campo donde el propio Schreber quiere situar su delirio: la experiencia proféticomística. Para cuya comprensión las Memorias mucho pueden contribuir. Para decirlo desde ya, Schreber no escribe para la posteridad ni para la supervivienda imaginaria (¿cómo podría, si por revelación divina sabe que no es mortal, o sólo en el curso de eones, en los que el mundo humano y los hombres iniciarán una nueva antropogénesis?, 258). Escribe para sus Mit menschen, sus prójimos y contemporáneos, o al menos para algunos de ellos. No ha recibido el onus, le falta la vocatio, pero filántropo en exceso, como Pro meteo, se subroga a las intenciones divinas y asume la prédica, el kérügma. Sus “experiencias y vivencias” personales interesan a la humanidad en cuan to que son revelaciones de una nueva intervención divina en la historia de los hombres y aun en la del cosmos creado. Pero esa subrogación, para alcanzar la eficacia que la legitime a posteriori, le impone -como cualquier profeta, por otra parte- la necesidad de probar la realidad de la revelación que procla-
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ma: ni está loco, ni se engaña a sí mismo, ni engaña a los demás, ni lo enga ñan a él dioses mendaces o el Padre de las Mentiras transformado en Ángel de Luz. Incurre, es verdad, en demasía, cuando, además de revelar a Dios, se propone explicarlo mediante una sistematización conceptual, y de profeta pasa a ser teólogo, adscripto a una doctrina concreta: el monismo de Hackel.
i. La producción del texto i. i. Escribir La redacción de las Memorias, que Schreber emprende en febrero de 1900, casi seis años después de su internación, va precedida de un trabajo de escribir cuyo sentido las incluía, entre otras, como posible consuma ción. En un pasaje nos informa él mismo de las fases del proceso: “Cuando se me proveyó de materiales para escribir [...] comencé a hacer algunos esbozos escritos; mi situación se había vuelto tan precaria, que un lápiz de gra fito o una goma de borrar eran conservados por mí como un verdadero te soro. Al principio, los esbozos consistían solamente en transcripciones inconexas de pensamientos o máximas aisladas; posteriormente -desde el año 1897- comencé a llevar un diario ordenado, en el que anotaba todas mis experiencias; antes -aún en el año 1896- me había tenido que limitar a anotaciones escuetas en un pequeño almanaque. Al mismo tiempo hice enton ces los primeros intentos de esbozar un borrador de mis futuras memorias, cuyo plan ya había concebido. Este está contenido en un cuaderno de color pardo, con el título 'Extractos de mi vida', y me ha prestado al elaborar las actuales Memorias un bienvenido refuerzo para mi recordación. [...] Final mente -a partir del otoño de 1897- redacté en las libretitas B, C e I destinadas para ello las consideraciones o pequeños estudios mencionados ya en la no ta 80 (293, las bastardillas son mías). Y en otro, sobre el sentido que asignaba a su tarea: "Estas anotaciones es tán contenidas en pequeñas libretas que llevo desde hace unos años y en las cuales he registrado con numeración sucesiva y con indicación de la fecha los comentarios sobre las impresiones que tuve, sobre el posible giro de la situación en el futuro, etcétera, bajo la forma de pequeños estudios. [...] Por otra parte, para muchas personas resultará incomprensible en gran parte el hecho de que yo haya hecho inicialmente los esbozos con el único fin de aclararme a mí mismo las circunstancias pertinentes y que estas carezcan para mí hasta ahora de aquellas explicaciones que serían necesarias para otros hombres”. (188, n. 80, bastardillas mías). En efecto, como lo certifica Weber (325), no bien salido del estupor alu-
dilatorio inicial (“la época santificada de mi vida”, ioj), Schreber comienza a escribir, o mejor dicho a grafiar, a trazar signos (estenográficos) sobre el papel (325), como la mano en el festín de Baltasar y esos otros rasguidos o crujidos en la pared no atribuibks a un ratón, que fueron las primeras señales (milagrosas) de su recidiva (83). Esta labor no cesa hasta el momento en que obtiene su liberación de Sonnenstein, e inmediatamente procede a la publicación de lo escrito (las Memorias). Pero ese escribir, que comienza, al igual que en el Aufschmbesystem *sistema de registro" (146), por trans cripciones inconexas de pensamientos aislados, se vuelve cmnográjico en las anotaciones del almanaque, adquiere la sistematicidad de un diario, con su connotación de plan de vida para un futuro (Cristóbal Haitzmann, otro im plicado en pactos de sangre y almiddios, también lo llevaba), y cambia cua litativamente al ininar con u n plan de composición el borrador de las memorabüia, acompañadas o seguidas de los ensayos inéditos de las libretitas y el incluido, por su pertinencia, como “Anexo". Pero la reladón de Schreber con la práctica de escribir precede a la enfer medad, inclu sive lo preexiste a él mism o, en su padre y en sus antepasados, y es ¿Lfundamento material de su subsistencia. El capital del que vive y que le permite ser internado com o padente “pensionado", es decir, no gratuito, está formado por: a) la pensión obtenida tras veintiocho años de burócrata judicial (redactor de sentencias); b) por los derechos de autor de su padre (362). Este capital le permite, sin incurrir en “riesgos irradonales” -
si con arrogancia en las “Presentaciones” que eleva a la "Real Dirección Hospitalaria” (léase al doctor Weber, que es a la vez su psiquiatra, el direc tor del Hospicio y el perito oficial en el juicio de incapacidad, con el cual, por otra parte, comparte cotidianamente la mesa familiar, 333). Muy proba* blemente, había escrito también ensayos o artículos jurídicos como el in« tercalado en las Memorias (311-323), que remitió, esta vez sin éxito, a revistas de jurisprudencia (243, n. 107). (Sería interesante comprobarlo, y estuve tentado de hacer la búsqueda, pero las dificultades de la investigación en esta metrópoli de una pampa cada vez menos húmeda y mi nativa indolen cia me lo disuadieron.) Hay un género, empero, en que su circunspección protesta no haberse despeñado nunca, salvo en la privacidad de aconteci mientos familiares que lo exigían por imperativo de la pitias: la Dichtung (poesía y ficción), que hubiera resultado por lo m enos disonante en alguien que, como el Doctor Juris -según podrían aseverarlo cuantos conocen su vida anterior-, es una persona “de una índole serena, desapasionada, de pensamiento claro, muy sensata, cuya aptitud individual se daba más en la línea de una fría crítica racional que en la de la actividad creativa propia de una imaginación campante por sus respetos [...]. No era yo lo que suele lla marse un poeta” (103). El acceso a la Erdichtung, a la poetización, requirió dos acontecimientos previos: 1) que en la “construcción maravillosa” cons tituida por la totalidad del orden cósmico (73) se produjera una fisura ( Rib: desgarradura, dilaceración, 74); 2) que Dios estableciera con él una “cone xión nerviosa” imposible de cortar. Pero la habitualidad del escribir y la posesión del organum para hacerlo no lo habían constituido formalmente en escritor (Schreiber), ni menos, como se firma en el “Prólogo”, en Verfasser (autor: etimológicamente “concebidor", y por metonimia restrictiva, “compositor”, “ordenador”, en el sentido de la redactio. Discrepo con Mannoni: Schreber es escritor). Para que ello sucediera, tuvo primero que ser recluido, segregado de su públi co sociológico habitual (die Öffentlichkeit); aislado dentro de un recinto amurallado (un castrum); privado de la voz o del uso vocal de su boca por la incapacitación sancionada contra él (Entmündigung). La misma enfer medad que corta en dos la temporalidad de su vida y lo recorta de su per tenencia cívica, genera en él una práctica nueva de escritura que, al culmi nar en la publicación (Veröffentlichung) de su texto (pudo quedar inédito), lo instala frente a un público distinto y para actuar sobre él de otra mane ra -Schreber cree que ese público lo forman su esposa, los familiares y co nocidos, y también “otras personas", y se remite a la Generalidad (54): veremos en qué medida es cierto-. Por el mismo acto, al abandonar formalmente el discurso jurídico y optar por un género literario (al cual, como a él su “gusano pulmonar”
corroe desde adentro -sin que la suya y muchas otras inocencias lo ad viertan- dejándolo subsistir a la vez como una máscara cavada), se autoinstala en la literatura. Su práctica se ha reificado en un texto, y adquie re como objeto inerte una temporalidad y una eficacia específicas, la acronía, y una universalidad que sus fallos jurídicos no podían escalar. Pero también cambia el contenido de ese texto -o su pretexto-, la enfer medad nerviosa, que pudo haber quedado en “historial clínico” pero que ficcionalmente narrada, pasa a ser fábula, argumentum, müthos, trama o in triga, con una estructura que aun el que quisiera tomarla como síntoma tiene que com enzar por reconocer e interpretar com o tal: la form a es con tenido. Schreber no deviene Schreiber por imfiat, sino por un obstinado esfu er zo. Pero junto con él se empecinan otros y una ideología. Su estirpe, los Schreber, que escriben y lo adscriben; su padre según la carne, el “doctor Daniel Gottlieb Moritz Schreber (cuya) memoria es conservada aún hoy en día por num erosas sociedades sajonas que llevan su nombre. Médico muy competente y estimado, su labor en pro del desarrollo armónico de la juven tud, de la colaboración de la educación familiar con la escolar y de la im portancia de los cuidados corporales y el ejercicio físico para la conservación de la salud, ejerció gran influencia sobre sus contemporáneos [...] nada tiene de extraño que un tal padre fuera elevado a la categoría de Dios en el cariñoso recuerdo de su hijo, al que fue arrancado tempranamente por la Muerte”: la cita es del Privatdozent de la Universidad de Viena, doc tor en Medicina Sigmund Freud, vía doctor Luis López Ballesteros y de Torres. Todos los paréntesis, bastardillas y mayúsculas reverenciales, a mi cargo.2 Los psiquiatras que lo diagnosticaron y el discurso (Krápelin) que sostiene ese diagnóstico; el reino de Sajonia, que reglamenta progresiva mente la custodia de los enfermos mentales y les construye en Sonnenstein una especie de Sans Souci. Goethe, Schiller, Lord Byron; Spencer, Darwin y su progenie germánica. Su dilecta esposa, Sabine Behr, que tras las primeras extenuaciones (tan agobiadoras que tiene que abandonar a su esposo en la clínica de Leipzig para ir ella a Berlín a reponerse en la casa de su padre, #9), decide que lo terapéuticamente aconsejable es, como las Almas Probadas, “dejarlo olvidado” (liegen lassen), enviándole, eso sí, con 2 Aunque no hubieran servido para otra cosa, los trabajos de Baumeyer, Katan y Niederland merecen nuestra conmovida gratitud por habernos mostrado al ortopedista Schreber sénior bajo una luz un tanto menos ideológica: si terminó siendo visto por Daniel Paul como Dios, no es de extrañar que se transformara en el “dios singular” sobre el cual lla ma la atención Freud, siguiendo a Weber. Una última alevosía: Schrebergardener (literalmente jardinero Schreber”, es decir, propietario de un huertecillo en los suburbios proletarios), sig nifica en alemán “Persona de mente estrecha": un Bouvard o Pecuchet.
motivo de su cumpleaños, la pieza de bravura lirica almicida que obra a fojas 143-144, donde lo exhorta a esperar confiado el advenimiento de la Tregua o Paz de Dios (Gottesfriede). Incidentalmente, Friedeshof significa, en alemán, cementerio. ¿Tendrá esta seráfica criatura algo que ver con los Osos Negros y Blancos (Bär) milagrosos, uno de los innumerables espan tajos que fastidiaban a su marido? El cual, por su parte, en una de sus visiones (111) “cruza la tumba de su propia mujer”. Por supuesto, para no escribir Schreber tenía muchos recursos, que de hecho no empleó. El supremo, cumplir su amenaza inicial, jugada en el mejor estilo terroristico, de suicidarse. Pero Algo deseaba que escribiese. De ahí la Conjuración. Por otra parte, decidiera lo que decidiera sobre la tàbula rasa de su cuerpo Se escribía de mil maneras, tanto hipocondrías co mo alucinaciones, y de esa escritura que padece Schreber es urgente ocu parse (aquí es imposible). Si su escribir activo comienza junto con su actividad de delirar (aceptan do por hipótesis que el comienzo del delirio es el fin de la catatonia), y si este escribir está determinado dialécticamente por el proceso siempre reno vado de enfermamiento (Erkränkung)curación (Genesung), hay que pre guntarle por el sentido que le asigna. Y nos responde con su precisión y lu cidez habituales: “En cuanto a la expresión escrita de mis pensamientos (dice y subraya, pole mizando con el dictamen de Weber, 355) me creo aun ahora capaz de satis facer todas las exigencias que mi antigua función de juez me plantearía (...) En efecto, frente a la expresión escrita de mi pensamiento, todos los milagros resultan impotentes: la parálisis de los dedos que de vez en cuando se inten ta provocar, de ninguna manera lo imposibilita, y el intento de perturbar el curso de mis pensamientos es fácilmente superado en la expresión escrita de los pensamientos, en la cual uno tiene tiempo suficiente para concentrar la mente [...] lo que yo he escrito desde que se me puso otra vez a mi disposición material para escribir y yo manifesté inclinación a escribir, me ha mostrado siempre, aun en los primeros años de mi enfermedad como un hombre con plena claridad intelectual (Geistliche), Pero tratándose de la expresión oral de los pensamientos, la situación reviste una forma algo distinta. Aquí, los mi' lagros llevados a cabo sobre mis órganos del habla y de la respiración, suma dos a la dispersión de los pensamientos, provocan un efecto perturbador." Ese escribir, le reveló, entre muchos otros, el hecho fundamental, la quiebra originaria en el Orden Cósmico, al cual tanto él como Dios están sometidos. Sólo ese resquebrajamiento hace inteligible la excepcionahdad de su destino personal y es el fundamento del nuevo rango ontològico al que accede: "Que el propio Dios pudiera ser el consabidor, si no el instigador del plan dirigido al almicidio que se habría de perpetrar contra mí y la
entrega de mi cuerpo como prostituta femenina, es un pensamiento que se me ocurrió mucho tiempo después y que en parte, debo decirlo, se me hizo consciente sólo durante la redacción de este trabajo” (too, sin bastardi llas). Otro tanto le sucedió con el almicidio de Flechsig (¡6). En la titanomaquia trabada entre Schreber y su Dios, este retiene su om nipotencia sólo sobre el cuerpo (concebido como sarks, la carne), es decir los músculos, los huesos, las visceras del abdomen y del tórax, la médula espi nal y, especialmente, los nervios de su contrincante, a los que somete a to dos los milagros mecánicos prolijamente descriptos en el capítulo ti, in cluidos los estados ululatorios. Pero esto sucede sólo cuando Schreber habla, mejor dicho, cuando no escribe. Mientras, y en tanto que, escribe, su prime (aujhebt) la omnipotencia de Dios* Y esto es un resultado del "juego del gana-pierde”, en términos de San ta Teresa. Dios estableció la conexión nerviosa con Schreber (se la impu so). Es él mismo cruel encadenamiento que desgarró a Jeremías: "Me has seducido, Yahvé, y me dejé seducir; más fuerte fuiste que yo, y me vencis te; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí [...]. Y dije: No me acordaré más de él ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en. rriis huesos; traté de sufrirlo, y no pude [...] Maldito el día en que nací [...] Maldito el hombre que dio nue vas a mi padre diciendo: Hijo varón te ha nacido f l l porque no me mató en el vientre y mi madre hubiera sido mi sepultura” (Jer. 20, 7-17). Pero con Schreber, a Dios esto no le salió (¿o sí le salió?) como lo había previsto: los nervios femeninos desarrollados en este Hijo de Hombre re tienen Viscosamente, como una liga, a sus Rayos (es decir, los propios ner vios divinos no f autoenajenados” (223), por medio de la voluptuosidad fe menina, y los disuelven sin dejarse ablandar en lo más mínimo por sus hipócritas “gritos de socorro” (Hilfenrufe) dentro de la cabeza de Schreber. Pero al Dios que pierde ganando, por hipótesis podría llegar a ser aniqui lado, llegándose al “Ocaso de los Dioses” (79), si la absorción de sus ner vios por los de Schreber se prosiguieran indefinidamente. (La objeción teo lógica preventivamente planteada en el primer capítulo teologal (64), de que los nervios divinos, si bien sustancialmente idénticos a los humanos, son infinitos y eternos, carece de relevancia frente a la Erlebnis, que anula el tiempo), le toca luego el turno de ganar perdiendo (la metáfora teresiana recurre en el argot de los gay porteños). En efecto; el Dios (tanto el no-ario Ormuz como el indogermánico Arimán, sucesiva y alternativamente), que en el rigor del discurso teológico, podría, si quisiera (82), reducirlo otra vez a la Nada como a cualquier otra de sus criaturas -humanidades o galaxias enteras ( 1 0 8 no lo hace. Y como no co noce “el interior” de su propia hechura, el hombre viviente (79), o precisa-
mente porque no lo conoce y desea conocerlo aun a riesgo de extinguirse en él; como, además, “no puede aprender de la experiencia (187), termina la mentablemente convertido en una Hure {Whore, adúltera), como Schreber se encarga de recoidárselo, señalándoselo a gritos. Arimán, el Dios inferior, aparentemente más versado en estas cuestiones que su paredro, retribuye el epíteto a Schreber -y esta es la única vez que los dioses se le aparecen y le hablan cara a cara- saludándolo, lleno de jovialidad y camaradería, como Lu dcr!: “Canalla, bribón, carroña, prostituta relajada, cinedo”. Pero mucho más diáfanamente “jCebo!”, que se traga para morir por la boca, salvo que lo en ganchado en el anzuelo, como en “El pescador” de Goethe (21, n. 5) sea una sirena, que desde la otra punta de línea -en parte- arrastra al pescador, quien -en parte- se deja arrastrar... a las praderas lóbregas subacuáticas, a donde fue también arrastrado Narciso por su imagen reflejada en la super ficie (Salomé, 1921). Cuando Schreber escribe, él y el Dios reducido a la im potencia gozan. Mejor dicho, Schreber enseña a gozar humanamente a Dios. Porque a ese Dios no tan omnisciente (72) que tiene el goce divino asegura do, él ha llegado a conocerlo mejor de lo que él mismo se conoce, y le da la posibilidad de conocerse mejor y de revelarse, no a sus criaturas, sino a sí mismo. “Osemos decir -afirma Hermes Trismegisto- que el hombre es un Dios mortal, y que el Dios celestial es un hombre inmortal. De esta suerte, todas las cosas mejorarán, tanto para el hombre como para el mundo”. Meister Eckhardt radicaliza más: “Si no hubiera yo, no habría Dios”. Pero el Dios cautivado por la voluptuosidad (por más gottesfurchtig, piado sa o temerosa de Dios que se haya vuelto, 255) no termina de rendirse, y ape la sucesivamente a recursos cada vez más violentos. El primero que se le ocurre es la emasculación, en su modalidad contraria al orden cósmico. Pero Schreber lo descubre: “El motivo subyacente a todos los ataques que se han perpetrado en el curso de los años contra mi vida, mi integridad corporal, mi virilidad y mi intelecto ha sido y sigue siendo siempre el dicho pensamien to, el de sustraerse, en la medida de lo posible, a la fuerza de atracción de mis nervios excitados. Para ello, en un principio, se había pensado en mi emas culación, a partir evidentemente de la tendencia subyacente al orden cósmi co (véase capítulo IV). Pero lo que se tenía en la mente no era una emascu lación efectuada con el propósito, acorde con el orden cósmico, de una renovación de la humanidad (...) o tal vez fuera sólo un intento de autoengañarse (suponiendo) que un cuerpo emasculado perdería la fuerza de atrac ción sobre los Rayos” (147), y acepta sin vacilar la emasculación acorde con el orden cósmico. Tras la emasculación, puede incorporar vaginalmente como María (15, n. 1) un nervio de Dios (a Dios) y deificarse él mismo. Fracasada la primera maniobra, que había llevado a cabo en una conju ración con diversas Almas Probadas, en primer término la de Flechsig,
Dios emprende una ofensiva total contra el cuerpo y los nervios de Schreber. Ya que no puede desprenderse de la conexión, lo que hay que conseguir es reducirlo a la idiotez (blodsinnigkeit), reintegrarlo a su pura materialidad de masa nerviosa, impedirle que piense. Contra el intelecto moviliza toda su mecánica y maquinaria obsidional: Voces interiores y exteriores (“Pájaros Parlantes”, 211), Insectos Creados Milagrosamente (226), la Orientación de la Mirada (Blickrichtung, 226), Hombres Hechos a la Ligera y Jugueteo con Hombres (199), alborotos de los verdaderos orates con los que convive en el hospital (200), el Sistema de Examen (227), la Compulsión a Pensar (208), el No Hablar con Frases Completas (208), la Simulación de los Sentimientos (227 ) y, principalísimamente los Aullidos (Brüllen) y los Estados Ululatorios (Brüllzustande), último remanente de la enfermedad nerviosa, que, aunque atenuado, sub siste cuando Schreber termina las Memorias y el único proceso o fenómeno (Erscheinung, Vorgang) para el cual no tiene explicación, ni la intenta. Increíblemente, Dios sigue hasta último momento esperanzado en algo tan absurdo y necio, que sólo el ethos científico de Schreber le obliga a mencionar, aunque sólo con la mayúscula inicial y puntos suspensivos: si Schreber c... o no. El Dios superior se encarga de producir y supervisar es te operativo: "La necesidad de evacuar es provocada mediante un milagro; este se produce impulsando el excremento én los intestinos hacia adelante (y muchas veces de nuevo hacia atrás) [...] Se trata en estos casos de un m i lagro del Dios superior, que se repite cada día por lo menos varias docenas de veces. Con esto está ligada la idea [...] de que el c... es lo último, es de cir, que al producir milagrosamente la idea de c... se logra el objetivo de la destrucción del intelecto y la posibilidad de una retirada definitiva de los Rayos [...] Hay que pensar en la existencia previa de una equivocación res pecto del significado del acto de evacuar [...]: que aquel que ha entrado en una relación con los Rayos divinos equiparable a la mía, en cierta medida tiene derecho a c... en todo el mundo” (215). Fueran varias docenas de veces o no por día, la presencia rectal del Dios superior -impulsando hacia adelante y hacia atrás las heces-, acompañada de la interpelación incesante y desafiante de las Voces, interesadas también en el asunto: "¿Por qué no c.., usted?”. Y la Compulsión a Pensar que dic ta la respuesta exigida: "Porque soy idiota”, termina abruptamente por la evacuación real, y "esto va ligado siempre con un desarrollo sumamente enérgico de la voluptuosidad del alma [..,] Al evacuar y orinar se reúnen to dos los Rayos [...] por esta razón se intenta, aunque la mayoría de las veces en vano, revertir milagrosamente la salida de las heces y de la orina” (215). En cualquier terreno, Schreber es imbatible. Por eso su epinicio: "Salgo vencedor de la lucha aparentemente tan desi-
guai de un solo hombre débil con el mismo Dios (...) porque el orden cósmico está de mi lado. Mi situación externa y mi salud corporal mejoran actual mente de año en año (...) toda esta confusión no representará sino un episodio que llevará de una manera u otra al restablecimiento de condiciones acordes con el orden cósmico [...] Con motivo de mi caso se le ha abierto a la humanidad de un solo golpe el conocimiento de verdades religiosas en una medida incomparablemente mayor de lo que hubiera sido posible en muchos siglos, o quizá nunca por el camino de la investigación científica, con todo el empleo de la inteligencia humana” (101102).
1.2. La elección del género literario. La dispositio Durante, y acerca de, su enfermedad nerviosa, Schreber escribió más de lo que publicó; y lo que no editó, lo retuvo. El borrador ya mencionado su pra, “escrito estenográficamente”, contenía "muchos rubros que no he in corporado a mis Memorias y que podrían dar al lector una idea de que el contenido de mis revelaciones ha sido infinitamente más rico del que he po dido incluir en el limitado espacio de estas Memorias” (193, bastardilla mía). Y lo retuvo “para el caso, que considero probable, de que mis Memorias [...] se conviertan algún día en una fuente importante para la construc ción de un sistema religioso” (188, nota 80). La razón de espacio, por supuesto, no es totalmente convincente. Como cualquier escritor, Schreber selecciona retroactivamente, a partir de la obra estructurada, los elementos que incluirá en ella. Y la subordinación entre to dos y cada uno y con la obra en su totalidad. Lo que los retóricos grecolatinos llamaban dispositio (podríamos traducir "montaje”) y veían como un momento posterior de la inventio. Al decidir la disposición, Schreber tuvo que decidir el género, o la variante dentro del género, histórico-testimonial. Pudo haber escrito una Selbstbesch reibung (Autobiografía); Erinnerungen (Recuerdos); Memorien; Lebenseinne rungen; un Tagebuch (Diario): en cada uno de estos carriles tenía predeceso res ilustres. Pero eligió Denkwürdigkeiten, germanización que coexiste con Memorabilien, la que prolonga a su vez el latín Commentarii y se retrotrae al griego hüpomnémata. Los de Jenofonte sobre Sócrates, precipuamente. Para escribir "cosas dignas de recuerdo” (denkwürdig) estaba sobredeterminado, aun cuando se prescinda de que memorial, recordatorio, sea sinó nimo de tumba. Las memorabilia tienen sobre sus análogos la ventaja de una menor rigidez del eje diacrònico pasado-presente sin que por ello se descentre el eje protagonista de la narración * relator, y permiten la convi vencia con el autorrelato de disquisiciones no digresivas. Galeno llama hü-
pomnémata a sus trabajos y süngrámmata (tratado sistemático) a los de Hi pócrates. El significado actual, comentario » glosa, es tardío, y se apoya so bre enthúmesis, meditación, reflexión. Con un encuadre así, Schreber pudo imbricar sin que la incongruencia resultara excesivamente palmaria varios discursos: i) el biográfico; 2) el científico-ideológico; 3) el psiquiátrico; 4) el jurídico; 5) el teológico-teosófico; 6) el del delirio. Respecto de este último no hay que perder de vista nunca, por obvio que sea, que Schreber no delira lo que escribe, sino que escribe sobre lo que delira o deliró. Es, por lo tanto, perder el tiempo buscar en las Memorias una “muestra del lenguaje psicòtico”, salvo en las transcripciones que hace del léxico y la fraseología de Voces, Rayos, Pájaros Parlantes, Almas, Dioses. Pero en este sentido, las Memorias sólo cumplen el papel de glosario (de muestrario selectivo, mejor). De estas seis especies o niveles de discurso (que es imposible tratar aquí) Schreber toma en cuenta tres al trazar la disposición final del texto, su montaje. El jurídico lo relega a los “Anexos”. Pero como la parte más sustancial de la controversia gira sobre el problema de la incapacidad, el discurso psiquiátrico se concentra allí, desgajado del teológico: Kräpelin en mano, deja sentada la distinción alucinación/revelación; síntoma/milagro (272 ss.), mientras que en el cuerpo de las Memorias se dedica exclusiva mente a la construcción (axiomática, 61) de su teología teosòfica. El pretex to del texto es el discurso biográfico. Digo pretexto (lo que se disimula bajo el texto el tejido, la vestidura orna mental) porque el relato de esta peripecia autobiográfica no está estructura do sobre la matriz de la narración épico-histórica sino sobre la de la diégesis, la narración oratoria. La epopeya con su progenie (cuento, novela, etcétera) y la historia se diferencian entre sí no por la intención con que narran sino por el contenido (profesadamente ficcional en aquella, pretendidamente real en esta). Si el historiador narra lo que no existió, miente; si deja de narrar algo pertinente, es infiel a lo que promete. La epopeya, por supuesto, está más allá de la veracidad fáctica. Es “más filosófica” que la historia: no narra lo que sucedió sino lo que podía o debía haber sucedido, enseñó Aristóte les. Si lo hace mal, no miente, pero es falsa, en el sentido de fallida. En cambio la diégesis relata para persuadir a un juez, los oyentes, el lec tor. Para persuadir que una de las dos partes litigantes tiene razón en la cuestión, siempre concreta y actual, sub lite. Miente necesariamente y no miente jamás. Necesariamente miente, porque aun cuando relate hechos realmente acontecidos, tiene que de -o con- formarlos con eficacia persua siva, operante. Y los hechos no son nunca persuasivos en sí, salvo los in fraganti, y aun entonces hay que persuadir de la intención. Nunca miente, porque la diégesis no tiene que hacerse cargo de todos los hechos y circuns
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tancias sino exclusivamente de los que son conducentes para persuadir aquello de lo que se propone persuadir. El orador (abogado) a quien su ad versario pone de manifiesto como habiendo mentido en los hechos, no ha faltado contra la verdad, sino contra el arte. El criterio de verdad de la diégesis no es extemo sino interno, y está dado por la coherencia o consecuencia del relato con el propósito del relato. La historia, la biografía y la autobiografía oscilan siempre entre lo épico y lo diegético, y 1a crítica tiene que mostrar hasta qué punto y cómo en ca da caso. Hacerlo con las Memorias de Schreber resulta bastante simple, porque él mismo lo solicita. Señalemos primero que el proceso temporal de redacción-edición se produjo en tres etapas: i) redacción propiamente dicha: 1901; 2) relectura y reelaboración: 1901-2; 3) publicación: 1903. Hasta qué punto existió una reescritura del texto en función de su pu blicación, no podemos decirlo. Schreber, en el “Prólogo”, aclara que hubie ra tenido que “dar un corte distinto a muchas de mis explicaciones en las Memorias, pero que, no obstante las dejó “en lo más importante” en la for ma con que las redactó originariamente (54). Pero lo cierto es que: supri mió íntegro el capítulo 3 donde había tratado “algunos hechos acaecidos a otros miembros de mi familia que concebiblemente podrían estar en rela ción con el presunto almicidio” (81) y que, según se deduce de distintos ca bos que le quedaron sueltos en el texto publicado, tenían que ver con la muerte de su padre y el suicidio de su hermano. Lo mismo sucede con un párrafo de la página 77. En ambos casos lo avisa. (A ello aluden Weber y el Tribunal con la expresión “desnudar a algunos miembros de la familia" (396), y Schreber se compromete en su “Alegato” a suprimir los pasajes, a la vez que no transa en absoluto en incluir las partes referidas a Flechsig.) Omitió asimismo algunas notas, políticamente desaconsejables (las 17,18, 28) y repitió con la misma numeración la 74, lo que indica una decisión de último momento, ¿en las pruebas de imprenta? Es muy probable que haya introducido retoques parciales en el cuerpo de la obra. Pero la reelabora ción más significativa gira sobre la dispositio. En primer término, las 135 no tas numeradas y algunas otras con asterisco, y los “Apéndices”.
Una colación de la Tabla de Contenidos (hay que tener presente que Schreber numeró correlativamente los capítulos, pero no les puso título, los que se incluyen son agregados por el editor alemán) y la Figura i, don de se presenta gráficamente el proceso de la inventio y redacción de las partes estructurales del texto definitivo permite observar los siguientes hechos:
PR ÓLOGO
CARTA ABIERTA A FLECHSIG INTRODUCCIÓN
1. Dios y la inmortalidad 2. ¿ Una crisis en los reinos de Dios? Almicidio. 3. (Suprimido.) H echo s acontecidos a otros m i e m b r o s de mi familia.
I O T A L E R
4. Experiencias personales vividas durante la prim era y el c o m i e n z o de la segunda enfermedad nerviosa, 5. Continuación. El lenguaje de los nervios (Vo ces interio res). C o m pulsión a pensar. La emasculación como postulado del orden del mundo. 6. Experiencias personales, continuación. Visiones. “Visionario.” 7. Experiencias personales, continuación; manifestaciones particu lares de la enfermedad. Visiones. 8. Experiencias personales durante la permanencia en el hospital del doctor Pierson. “Almas probadas.” 9. Traslado a Sonnestein. Cambios en el trato con los Rayos. "El sis tema de registro.” "Atarse a las tierras.” 10. Experiencias personales en Sonnestein. "P ertu rbacion es” co m o fenómenos concomitantes del trato con los Rayos, "Simulación de los sentimientos.” 11. Lesiones a la integridad corporal mediante milagros. 12. Contenido del parloteo de las Voces. "Constitución de las almas." Lenguaje de las Almas. Continuación de las experiencias perso nales. 13. La voluptuosidad del alma como factor de atracción. Fenómenos consiguientes. 14. Almas probadas. Su destino. Experiencias personales, continua ción. 15. Jugueteo con los hombres y con milagros. Gritos de socorro. Pá jaros parlantes. 16. Compulsión a pensar. Sus expresiones y fenómenos concomitan tes. 17 - Continuación del anterior. "Dibujar” según el lenguaje de las al mas.
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18. Dios y los procesos de la creación; procreación originaria; insectos formados milagrosamente. “Orientación de la mirada.” “Sistema de examen." 19. Continuación del anterior. Omnipotencia de Dios y li bre arbitrio del hombre. 20.Concepción egocéntrica de los Rayos en lo concerniente a mi persona. Nuevo giro de mi situación personal. 21. Bienaventuranza y voluptuosidad del alma: sus relaciones recí procas. Consecuencia de esta relación para la situación personal 22. Reflexiones finales.
APÉNDICES (Primera y segunda serie) ANEXO SUPLEMENTOS (fragmentos de las Actas del Proceso de incapacitación) A. B. C. D. E.
Dictamen pericial del médico forense. Dictamen pericial del médico del distrito. Alegato de la Apelación. Dictamen pericial del consejero privado doctor Weber. Sentencia del Real Tribunal Provincial Supremo de Dresde.
Tabla de contenidos: estructuración manifiesta
I) Tabla de Contenidos: estructuración manifiesta 1) El montaje final de las Memorias adopta una repartición cualitativa mente tripartita: A) Memorias "propiamente dichas"; B) Apéndices y Anexos; C) Carta Abierta a Flechsig. 2) El desarrollo de las Memorias (A), a su vez, está organizado en cua tro segmentos: 1) capítulos narrativos, en dos bloques: (I) 4-17 y (II) 20-22. Antes de cada uno de estos bloques aparecen dos excursus expositivos (teológicos), capítulos 1 y 2 y 18, 19, respectivamente, que pretenden dar "axiomáticamente” las premisas conceptuales necesarias para asignar sentido metabiográfico a las "experiencias” relatadas en I y II. La colocación del segundo excursus no es arbitra ria: está determinada por el "vuelco en la enfermedad” resultante de la epifanía de Arimán. 3) En el relato I predomina la narración de las "circunstancias exter nas” sobre la descripción de las "vivencias”, lo cual se justifica ple namente, porque aquellas son las que determinan a estas. En cam bio, a partir del capítulo 7, cumplido el traslado a Sonnenstein y estabilizadas esas circunstancias, comienza la verdadera "historia sagrada” de la enfermedad. Es interesante el hecho de que Schre ber intercale dos planos, el de la clínica de Pierson (donde sólo es tuvo pocos días) y el de Sonnenstein. La vinculación de estos planos con el relato es sumamente escasa. Sospecho que tienen algún va lor simbólico y/o dan informaciones cifradas, pero la premura del presente trabajo me ha impedido rastrearlas. Cumplo con llamar la atención al respecto. 4) Aunque la cronología minuciosa de Schreber tiene que ser tomada con cautela y constituye, según se señaló supra, página 326, un dis fraz de la intención profunda del montaje, parece ser esencialmen te fiel en cuanto a la descripción de las fases de su enfermedad. De hecho coincide con la "historia clínica” (los tres Dictámenes Peri ciales) de Weber, cualquiera sea el valor que se dé a la descripción diagnóstica.
II) El trabajo de la dispositio: estructuración subyacente (Figura 1)
Guiándonos por las dataciones del propio Schreber sobre la fecha de composición de cada una de las partes estructurales de las Memorias com probamos una remodelación permanente del texto en función de dos va-
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riables a) cambios en el público virtual ; b) desplazamiento de los objetivos prácticos: 1) El pasaje de la colección de materiales y anotaciones cuyo proceso conocemos (véase supra, p. igj) a la redacción del "borrador con un plan" se inicia entre el Dictamen A de Weber y la Sentencia (desfa vorable) de Primera Instancia. Schreber deja de escribir para sí para tener (como el Conde de Montecristo o Robinson Crusoe) alguna conexión con el tiempo histórico, para poder comparar cada ahora con un antes e (?) imaginar un después. Su primer público virtual es el Tribunal y, secundariamente, los médicos del Hospital. Su propó sito es poder oponer en sede judicial su propia descripción y explicadón de los hechos al Peritaje de Weber. De no hacerlo así, o de no pedir un perito de parte, el Tribunal hubiera debido fallar atenién dose al dictamen de Weber y a las objeciones que Schreber hiciera en su alegato; 2) Con el mismo propósito y el mismo público compone, paralelamen te, el ensayo sobre la reclusión forzosa de los jurídicamente insanos, que retiene como “Anexo”. El cariz que toma el juicio a raíz del Dic tamen A y del fallo de I Instancia le hace comprender que el núcleo de la controversia y el punto de decisión será el diagnóstico psiquiá trico y no la cuestión de derecho; 3) Por ello, apelado el fallo, redacta el Apéndice I, mientras Weber de mora once meses su Dictamen B. Schreber pretende reforzar lo expuesto en el cuerpo de las Memorias, pero tomando en cuenta los Peritajes A y B. Público y propósito no han variado; 4) Redacta y presenta su "Alegato”. La inclusión de este y del fallo de II Instancia es, evidentemente, una decisión posterior a la finalización del juicio, que Schreber debió tomar para la fecha de redacción del “Prólogo”, con otro público y propósito ante la vista; 5) Ganado el juicio, recuperada su libertad de acción y la disposición de sus bienes, revisa el texto, introduce los cortes y redacta las 1 3 5 notas. El público virtual es nuevo: a) su esposa, familiares, conoci dos y colegas; b) el público en general; c) los teólogos y científicos especializados (neurólogos): a unos les habla de los nervios, a los otros, de la mente o del espíritu (Geist). 6) Las Memorias podían haber terminado aquí, tendrían que haber terminado aquí: ha relatado sus vivencias los sucesos milagrosos las
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(capítulo 22, que cierra el relato), va a reiniciar la vida en común con su esposa, editar su libro, esperar para ver si su mensaje o revelación proféticos son escuchados o no: no queda nada por decir. 7) Es entonces cuando, siete años después de haber visto a Flechsigpor última vez y -aparentemente- sin haber tenido nada que ver con éi te rapéuticamente, vuelve todo a foja cero y antepone al texto completo la “Carta Abierta*. En cierto sentido, era político hacerlo. Como lo ha bía anticipado en su “Alegato": había que dar alguna satisfacción a l Consejero Privado, zaherido por las Voces como almicida y conspi rador para la brutalización contra ordinem mundi de Schreber (5 9 ) . Pero pudo hacerlo de otra manera. Bastaba dedicarle un párrafo en el “Prólogo", una visita personal, una carta privada, la mediación oficiosa de Weber, etcétera; 8) La carta abierta -como recurso literario- supone otra cosa: es un reto, un “cartel de desafio", una manera de poner a alguien frente a sus palabras y sus hechos. Y una “opinión” pública interesada o afectada por ellos. El pathos y el estilo de tales piezas es, de una u otra manera, agresivo, de igual a igual o de arriba para abajo, desde ñoso, supercilious dicen insuperablemente los ingleses. 9) Y esta “Carta Abierta" parece precisamente lo contrario: Comienza por el regcdo de un ejemplar de autor, pero no bajo la for ma de una dedicatoria o expresión del agradecimiento, por ejemplo, de un paciente curado, ni como reconocimiento de un igual a otro igual, como podría serlo un envío de funcionario a funcionario o de colega a colega: lo que le ruega es que lo someta a un examen (Prü fung) benévolo, como un discípulo ya independizado de su maestro cuya ratificación, sin embargo, le es imprescindible o como un autor a un crítico o censor de oficio. Vienen luego las excusas: no hay intención de atentar contra su honor es lo mismo que había aclarado en su “Alegato”, pero con un cambio de matiz. Entonces se defendía contra la acusación de que las Memorias con tenían injurias contra Flechsig, y aclaraba que lo único que había hecho “era relatar ciertos procesos que, de acuerdo con el informe de las Voces que hablan conmigo tuve que considerar verdaderos y que si fueran verdades y se refirieran a (...) Flechsig en cuanto hombre podrían ser adecuados para disminuirlo en la consideración pública” (368). Confiaba en la probidad e interés científico de Flechsig, pero si este decidiera querellarlo por in jurias, está decidido a soportar este nuevo martirio (397)- Ahora no pone a cargo de las Voces la acusación, sino que la asume él: “Me resultaid u a-n ble que el nombre de usted desempeña un papel esencial en la evolución
genética de las circunstancias correspondientes, en la medida en que algu nos nervios, extraídos de su sistema nervioso, se convirtieron en almas pro badas (...) y ejercieron durante años sobre mí un influjo nocivo, y hasta es te día lo siguen ejerciendo” (55). Aunque en todos los pasajes en que alude al almicidio arcaico y a la con juración para sodomizarlo plantea la duda si se trató efectivamente de un acto de las personas flechsig o de sus almas, lo cierto es que siempre ter mina imputándolo a las personas. Y es lo que hace aquí. Pero para rogar (“casi diría, conjurar”) que declare si: lo hipnotizó; si tuvo, especialmente en sueños, visiones sobre la emasculación, sobre sus parientes y amigos o sobre los propios, y en particular sobre “Daniel Fürchtegott Flechsig”, nombrado como “quien por primera vez atentó contra el orden cósmico mediante el abuso de una conexión divina” (75), perpetrando el almicidio contra algún schreber, a raíz de lo cual las estirpes Flechsig y Schreber que daron enfrentadas y se siguieron “otros almicidios más contra las almas de otros hombres, de acuerdo con la máxima Vappétit vient en mangeant” (75). Y este es el almicidio que verdaderamente interesa: el del illo tempore (Mircea Eliade), el de “en el principio”, que ha subvertido definitivamente el Orden del Cosmos, por más que este, en el caso de Schreber, haya esta do a su favor en la lucha contra Dios. Hay una Moirá a la cual hombres y dioses están sometidos, una Dike, y una Até que ciega, enloquece y castiga más allá de la justicia humana. Flechsig es el único que puede tener la clave de este hecho de incalculable importancia (57). De ahí que él sea el destinatario final de las Memorias, a través de su complicadísima disposición. Si la Figura 1, con su estructu ra de capas de cebolla superpuestas, se transformara en un laberinto del cual se comienza a salir desde el cuadrado central, saltaría a la vista cómo el recorrido, a través de cada uno de los públicos termina desembocando en un solo lector. Lamentablemente, Flechsig resultó un Dios inexorable (“Eloi, Eloi, ¿lama sabactani?”), definitivamente alejado, y el breve respiro de Schreber fuera de la Caverna terminó volviéndolo a ella con la tercera y definitiva internación. Muere mental y corporalmente deteriorado el mis mo año que se publican las “Observaciones sobre un caso de paranoia au tobiográficamente descripto”.
2. Nominación, emasculación, visión
2.1. Nominación ...Las aves migratorias hacen cría: las cigüeñas, en el cam po; las golondrinas, en los tejados; aquí y allí, los tordos, que aunque por su nombre sean machos, en realidad son también hembras. 3.7 V a r r ó n , De re rustica, 5 En el capítulo 17 de las Memorias, Schreber, refiriéndose a la compul sión a pensar (Denkzwang), que en el capítulo precedente había presenta do (208) como una de las armas más crueles empleadas por los Rayos di vinos “en la lucha de exterminio” llevada contra su intelecto, se siente obligado a hacer una aclaración: aun a esta inmisericordia ha logrado re vertiría en su favor. “La coacción [...] a traer a mi conciencia la relación de causalidad de cada acontecimiento [...] me ha llevado a una penetración en la esencia de las cosas [...] como la que no puede lograr aquel que no con sidera que valga la pena reflexionar, como la mayoría de los hombres, so bre las experiencias comunes de la vida cotidiana” (217, bastardilla mía). Y agrega: “De manera especial me he ocupado, movido por la compulsión a pensar, de cuestiones etimológicas, que ya antes, en la época en que esta ba sano, habían atraído mi interés”. Pero, etimológicamente, ethümología es la búsqueda del origen verdadero, en primer lugar -como lo dicen las Musas de Hesíodo (Teogonia, 27 j - del m undo, de los dioses, de los hom bres; luego de las palabras, en cuanto nombres originarios de las cosas. No bien Jahvé dijo: “Sea la luz”, “llamó a la luz, Día”. Lo contrario de éthümon es espurio, bastardo. “Un ejemplo para aclarar lo dicho (prosigue Schreber) que me propor ciona un hombre conocido por mí, de apellido Schneider (cortador, sas tre; como Schürig, esquilador, es el ministro de Justicia que anuncia a Schreber su designación como presidente de Sala y lo pone en excitación nerviosa a la que atribuye el desencadenamiento de su segunda enfermedad; como Weber, tejedor, es el psiquiatra en cuya trama de significaciones y prescripciones se encuentra atrapado); si yo veo a esa persona, v o-in luntariamente surge, como es natural el pensamiento: ‘Este hombre se llama Schneider’, o 'Es el señor Schneider'. Después de form ado este pensamiento resuena en mis nervios un ‘P or qué sólo' o ‘Por razón de qué'. Si tal pregunta en el contexto estuviera dirigida por un hombre a otro dentro de la relación humana, la respuesta verosím ilm en te rezaría: '¿orP qué? ¡Qué pregunta tan tonta; el h om bre sencillam en te se llama Schnei-
der! [...] Pero mis nervios pierden la paz no bien se les plantea la pre gunta de por qué el hombre es el señor Schneider o se llama señor Schneider [...] Puede suceder entonces que mis nervios sean llevados inmediata mente a la respuesta: Sí, el hombre se llama Schneider porque también su padre se llamó Schneider. Pero mis nervios no alcanzan verdadero sosie go con esta respuesta trivial. Con ella se desencadena un nuevo proceso de pensamiento acerca de las razones por las cuales se introdujeron los apelativos (Namensbezeichnungen) entre los hombres; sobre las formas en que aparecieron en distintos pueblos y en distintas épocas y sobre los distintos aspectos (rango, linaje, cualidades corporales específicas, etcétera) de donde fueron tomados" (218, bastardillas mías). Adviértase el deslizamiento: los Nervios pierden la paz ante la pregunta "por qué el hombre es (I) el señor Schneider o (II) se llama Schneider”, pero la respuesta reza: “El señor se llama Schneider porque su padre se llamaba Schneider". Por qué es Sch neider, queda sin responder. De la misma manera, al tratar en su primer capítulo teológico el proble ma de la “perduración eterna” de la conciencia después de la muerte y la reabsorción de los nervios (almas) de los difuntos en Dios, Schreber se pro nuncia en contra y pregunta retóricamente: Qué interés, en efecto, hu biera podido tener para un alma acordarse del nombre que otrora habían llevado entre los seres humanos y ,de sus relaciones personales?” (289, con bastardillas añadidas). Y cuando lo que está en cuestión es la persona del almicida, lo que se dice es que se trata del nombre (56). Nombre y quidditas son la misma cosa. La preocupación por el éthümon, por el origen genuino, la tuvo particu larmente Schreber respecto de su propio linaje, ya antes de su enfermedad. Cuando las Voces le dicen que Había existido anteriormente “otro Daniel Paul Schreber intelectualmente mucho más dotado”, lo descarta sin vaci lar, porque “en el árbol genealógico de mi familia, que conozco muy exactamente, nunca existió antes de mí ningún Daniel Paul Schreber” (71, bastar dillas añadidas). El riguroso trabajo publicado en el número 4 (1973) de Scilicet con el título “Une étude, la remarquable famille Schreber”, logra re construir este árbol hasta mediados del siglo xvir. Y es el que figura a con tinuación:
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(I) Johannes David Schreber (directeur d’école) deuxième moitié du XVIIe et début du XVIII* siècle.
(II) Daniel Gottfried (juriste économiste) 1777
(III) Johann Christian Daniel (naturaliste) 1739-1810
(IV) Daniel Gottfried-Frederike Grosse (juriste) 1766-1846 1754-...
...Haase-Juliana Emilia
(VI) Daniel Gottlieb Moritz-Pauline Haase (médecin) 1815-1907 1808-1861
(V) Daniel Gustave mort à trois ans, probablement 1796-1799
(VII) Daniel Gustave (chimiste, expert des tribunaux) 1839-1877
Anna (ép. Jung) 1840-1935
Daniel Paul (juriste) 1842-1911 (VIII)
Sidonie 1846-1924
Figura 2 : Arbol genealógico de los Schreber
Klara 1848-1917
Una primera inspección permite aislar los hechos siguientes: 1) En cinco generaciones hay ocho varones (que numeram os de I a VIH en el árbol). Uno de ellos (V) muere de niño. Los autores del ár bol aclaran que pueden haber existido más hijos o hijas, pero que no han podido comprobarlo. 2) De los siete varones supérstites, cuatro son juristas o tienen que ver con la actividad tribunalicia (II, IV, VII, VIII). Hay un pedagogo (I) autor de tratados morales y religiosos, y dos científicos dedicados a las ciencias naturales (VI y III). El (VI) hereda los dos nombres del tío muerto prematuram ente (V), y une en sí las dos profesiones: quí mico y perito forense. También se suicida a los treinta y seis años, cuando su hermano Daniel Paul (VIII) tiene treinta y cinco. 3) Siete de los ocho varones se llaman Daniel. El único antecesor que tiene nombre distinto es el (I), tatarabuelo del autor de las Memorias. Pero que se llame Juan y Cristiano no es del todo ajeno, como vere mos, al eje semántico privilegiado de estos daniélidas. 4) Los varones vinculados con la justicia tienen todos dos nombres propios, el primero de los cuales es Daniel. 5) De los nom bres (ocho, no contando las repeticiones) asignados a los varones, sólo dos, Gustavo y Mauricio, no son nombres bíblicos o pietistas (véase injra). Y estas dos anomalías son nombres segundos. 6) Las mujeres de la familia, en cambio, llevan nombres profanos, algu no hasta fantasioso, como Sidonia (= Dido), y Sabine, la esposa de Daniel Paul, salvo Ann a y Paulina. Ninguno de los hijos hereda el nombre de la madre excepto, precisamente, Daniel Paul (VIII). 7) Daniel Paul Schreber (VIII), el autor de las Memorias, su hermano mayor, el suicida (VII) y su padre (VI) tienen los tres el mismo primer apelativo, Daniel. 8) De los siete varones llegados a la edad adulta, cinco se convierten en escritores reconocidos o famosos (el padre de Daniel Paul, directa mente en bestseller de quiosco). Las excepciones son (IV) y (VII), se gún lo averiguado en el trabajo que usamos aquí como fuente. Los nombres favorecidos por los Schreber son: o bíblicos o acuñados por el Pietismo (Gottfried = Paz de Dios; Gottlieb = Amor de Dios). Esto está perfectamente de acuerdo con la orientación del luteranismo imperante en la familia. Frente a los nombres germánicos-teutónicos gratos a la nobleza (Gunther, Hedwig, Hildelgard) o a quienes necesitaban pasar inadvertidos (Sigmund), la burguesía protestante del siglo XVII gustó de neologismos co mo los mencionados o el de Fürchtegott (temeroso de Dios, piadoso, que
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hemos visto reaparecer en “el lenguaje de las Almas"), Entre tanto, la ple be campesina siguió adicta a los nombres del Santoral católico, sin la meñor intranquilidad por el origen sospechoso de algunos de ellos, como, por ejemplo, el de Santa Walpurga. Pero, evidentemente, la onomástica de los Schreber, con su replicación infatigable, no puede explicarse sólo desde las pautas culturales a las que están adscriptos. Es comprensible que para Daniel Paul no tenga nada de contingente que el señor Schneider se llame Schneider. El “¿Qué es?” pregunta por la esencia, pero el “¿Quién es?” pregunta por la identidad perso nal no duplicable. Si a la pregunta “¿Qué es?” respondiéramos: “Daniel", la respuesta sólo tendría sentido si equivaliera a “Un Daniel” o “Un Daniélida." Que es lo que podían hacer los bene Yisrael, los Israelitas, los Atridas o los Labdácidas, los descendientes de un epónimo. Y en este sentido sí va le que el nomen sea omen, destino. Destino, en el caso de las confesiones cristianas, sellado por el sacramento del bautismo, que borra el pecado original por los méritos de Cristo, in corpora al infante o al neófito a la Iglesia y al cuerpo místico y constituye una marca indeleble, inanulable aun por la apostasía. Y el nombre “propio" pasa a ser nombre “de pila” (Taufname), como el padrino o la madrina pa san a ser padre o madre del ahijado, con el cual no puede contraer matri monio sin incurrir en sacrilegio (incesto). Muchas órdenes religiosas cam bian el nombre, “rebautizan” al novicio al incorporarlo: las de mujeres, casi sin excepción, porque las profesas pasan a ser esposas de Cristo. En cualquier caso, la nominación está sobre determinada por el deseo de los padres, que imponen el nombre como una cifra que actualice per manentemente a su hijo el deber de ser lo que ese nombre “significa”. Y los nombres "propios” impuestos significan de muy distintas maneras y en muchos niveles a la vez. Estos son sólo los más evidentes: i) por su contenido semántico (Benigno, Leticia); 2) por su significado paradigmático (Juan Domingo, Hipólito, localmente); 3) por asignación de un rango socialcultu ral (inmigrantes que desgracian in aeternum a sus hijas como Italias, Américas; anarquistas que -patria potestad por delante- inscriben Osiris, Li bertarios y Fraternidades en atónitos Registros Civiles; dueños de la tierra tan seguros de sí mismos que no temen al ridículo de ser Saturninos o ar caízan grafías como Exequiel). Los parámetros de referencia son infinitos, y cada caso requiere su hermenéutica. El caso de los Schreber, la adscripción es a un epónimo, el Schreber (II). 1 bablemente la matriz para el almicida primigenio “Daniel Fürchtegott Flechsig". La elección de este Urvater trae algunas consecuencias para los sucesi vos miembros del clan, agravadas por la acumulación de generaciones refrendantes. El tótem Schreber no es tal por naturaleza (mítica), por origen,
por generación de un Olímpico desmandado que viola, seduce, llueve en llu via de oro sobre un útero desprevenido; lo es por sus obras (posterior y secularizadamente, un selfmade man). De sus obras en dos sentidos: el teológico, dentro de la polaridad grada/obras, y el profano, en cuanto trabajo productivo. “Sólo el trabajo endulza la vida”, comenta Daniel Paul, citando el prover bio en contraposición con el otium divino de la autocontemplación (70). Las obras escritas por el Urvater Daniel Gottfried Schreber (II), que se autotitulaba Kameralist, profesión intraducibie a ninguna lengua actual, por obsoleta, designaba en la Alemania del siglo XVIII, que todavía no era un estado unificado y centralizado, al “funcionario de una corte principes ca”, en especial “experto en finanzas estatales”, llenaban en 1763 ocho den sos volúmenes (poligrafió ensayos, tratados y artículos). Este proto Daniel, que por su especialización en lo que hoy llamaríamos economía política, cubría no solamente lo jurídico sino lo científ iconatural, con el agregado de desempeñarse como burócrata y como consejero-cortesano (Haydin usaba, muy agradecido, la librea de los Esterhazy y, los días de pago esperaba tur no junto con los capellanes, cocineros y mozos de trailla) proporciona a los Schreber un modelo sintético, que sus epígonos, Daniel Paul incluido, aca taron fielmente. Lo que posiblemente el proto Daniel no sospechara es que su autodefinición como Kamerer (camerarius) decía más de lo que él sabía. Si el primer Daniel (el justo, Gerechte = recto) era tal, no resulta extra ño que su hijo fu era enderezador de agravios (abogado) y su nieto, Daniel Gottlieb Moritz (VI), el Padre de nuestro Daniel Paul, fuera orto-pedista (orthós — recto) y ortho-pediatra (ver aparatos correctivos) y que este, el último portador del apellido, llevara a la hipérbole -o a la plenitud- los tres aspectos: 1) funcionario de una Casa Real; 2) Richter (juez); 3) amateur en tusiasta de las ciencias naturales (sobre todo las de los orígenes, astrono mía, geología, biología, bien presentes en sus delirios, capítulo 18 y ad nauseam). Pero lo que el primer Daniel no podía decir, porque el Kamer alist no lo sabía (?), el Enfermo Nervioso lo aprendió en el Lenguaje Ori ginario de las almas, y lo llevó a sus consecuencias. Daniel (el Justo por antonomasia, el profeta del Mesías y del fin del m un do) por parte de padres y Pablo (el apóstol de los gentiles, arrobado hasta el tercer cielo, “que quisiera más bien que todos los hombres fueran como él” y no tomaran mujer), por parte de madre, Schreber, es en 1885 el último re presentante de una casta que se extinguirá con él si no tiene algún hijo va rón. Su padre ha muerto en 1860; su hermano se ha suicidado en 1877; él tiene ahora cincuenta y dos años. A pesar de su mirífica potenda genital, que le permite, en una de las primeras noches de su intemadón, “un nú mero absolutamente desusado de poluciones (quizá media docena) esa mis ma noche” (89, Freud acepta el dato como bueno), no ha tenido hijos. Su
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mujer le abortó obstinadamente (lo sabemos por la fic h ad eadmisión en Sonnenstein), detalle que Schreber transfigura en la pudibunda perífrasis de ‘reiterada frustración de la esperanza de recibir la bendición de los hi jos" (83), única mácula de la vida conyugal entre su primera y segundain ternación. Por su parte -según la misma Ficha- él ha sido tratado por sífilis, lo cual difícilmente sea ajeno a sus preocupaciones delirantes por las cuatro clases de lepra y las cuatro clases de pestes, de distintos colores (123); a su idea de la destrucción de la humanidad debido a la impureza y los desenfrenos voluptuosos (100) y podría asignar un significado más, por homofonía, a Luderlues. Finalmente, acaba de ingresar al senado, donde los otros senes, los conjueces, son mayores que él. Ha llegado, en el cursus ho norum al último escalón de su currículum vitae. Secuestrado finalmente en dos sucesivas clínicas y un hospicio, como Daniel en Babilonia y Pablo en Roma: ¿en qué otro discurso hubiera podido dar razonablemente expresión a sus nuevos Geschehenisse (acontecimientos) y Erlebnisse -oposición válidamente establecida por Lacan para Aimée, pero que en él, como en cualquier profeta o místico, se neutraliza: la Erleb nis es Geschehenis— sino en el que ya Pablo, el fariseo, y el autor del Libro de Daniel encontraron constituido? Y, efectivamente, ese sagrado discurso, esencialmente figurativo e hiperbólico, palabra sagrada o escritura sacra, lengua franca para todas las megalomanías y utopías, como la experiencia diaria del más distraído lector de cotidianos lo confirma, le proporciona a él las categorías más importantes de su ideología delirante (lo inerte de su delirio) y a sus Voces un vocabulario básico en que autorizarse. Unos ejemplos tan sólo: Dios “examina”, “escruta” o “prueba” el corazón y los riñones (73)= Sal. 7, 9; Jer. 17,10; Ap. 2, 23) y las almas son “probadas”; el “hablar mediante imágenes y símiles” (59 = Juan 16,25); la aniquilación de la humanidad p o r Dios a consecuencia de la “creciente corrupción moral” (171 = Jer., Ez, Is. passim); la catástrofe cósmica en que desaparecen astros y constelacio n e s enteras (108 = Ap. 6); el alejamiento de Dios (108 = Jer. 23, 23); los “ojos espirituales” (la intervención de Dios en la historia mediante fenómenose-m teorológicos para favorecer a personas o pueblos elegidos (65 = Is. 38,8, 10,13). Las “cosas ocultas” (verborgene); las revelaciones (Offenbarungen); los enigmas (Rätsel); los milagros (Wunder) y las señales (Zeichen); l a i n s piración (Eingebung) y sobre todo las visiones, para las cuales hayd aesign ciones distintas según que hable el relator de las Memorias o las Voces(éstas utilizan Gesicht con el valor de “aspecto” pero ese es eltérm o in sistemáticamente empleado por Lutero para traducir “visión"), e t c é t e r a . Pero lo innovador de su delirio está en la versión daniélica l i d
2.2. Dan iel
Bal ta sar o Belt shassar
"En el lenguaje de las almas, hada la época tratada en este capítulo (la del estupor alucinatorio) se me llamaba ' El Visionario' (Geisteiseher) [...] en especial, el alma de Flechsig solía hablar de mí como ‘el más grande visio nario de todos los siglos', a lo cual yo objeté [...] que había que hablar por lo menos del más grand e visionario de todos los milenios [...] Visionarios de grado inferior pueden, ciertamente, haber existido en mayor o menor nú mero antes de mi caso. Para no remontarme a sucesos bíblicos...” (113, bas tardilla mía). Dejaremos pendiente, por ahora, la continuación de esta cita y, como Freud en La negación, prescindiremos del no, para remontarnos di rectamente al “suceso” bíblico pertinente, la historia de Daniel, el profeta apocalíptico y quiliástico, del Milenio . Como profeta, Daniel, su texto, su figura, la interpretación de sus visiones y profecías, es también un “caso” único. Los rabinos no se animaron a desconocerlo terminantemente cómo tal, pero dentro de la tripartición del Antiguo Testamento lo excluyen del lugar que le correspondería (los Profetas de Israel, y lo relegan, no en mala compañía por cierto, a los ketûbîm (los Hagiógrafos) entre Esther y Esdras, otros dos exitosos aventureros, pero mar ginales también. Los helenizados Septuaginta lo colocan en la frontera que separa los Profetas Mayores de los Menores y aportan la historia de Susana, la dracotonía, y el canto de los Tres Jóvenes en el hórno, que no figuran en el texto hebreo. Pero alteran la secuencia (biográfica) de Teodotión, situan do la historia de Susana y la muerte del dragón al final del libro. Jerónimo acepta todos los episodios, pero retiene el des-ordenamiento de los LXX. Lutero y la Reforma atetizan el episodio de Susana, la muerte del dragón y el canto de los Tres Jóvenes. La Vulgata Triderttina transa con los tres pasajes siguiendo a Jerónimo. Todos, desde su óptica de lectura, aciertan. A los ra binos de la Gran Sinagoga no se les escapó la profanización-humanización de las “profecías” daniélicas, que rebasan el berit (el pacto) con el pueblo es cogido y al ocuparse de la historia de la humanidad abren las compuertas de un Jehová menos preocupado por los prepucios. Por la misma razón, pe ro con eficacia inversa, los LXX se sienten menos acorralados en su especi ficidad hebraica dentro de la cosmópolis helenística. Jerónimo, gran políti co y ecuménico-romano, no puede sino coincidir con ellos. Además, Daniel ha pasado a ser el profeta de Cristo. Lutero intenta retrotraerse a la situa ción anterior a la Hurerei (prostitución) de la Segunda Babilonia (Roma). Trento no deja de sentir el impacto de la filología humanística germánica, pero no puede prescindir de la tradición patrística, en gran medida consti tuida sobre los LXX, en la cual la figura de Susana ha sido objeto de reite radas interpretaciones simbólicas (como la Iglesia, entre otras): Hipólito,
Orígenes, S a n Ambrosio, etcétera. Schreber, por supuesto leyó a Lutero, aunque pudo leer los Setenta: lee en griego, y las almas en conexión nerviosa con él lo entienden consiguientemente (69, n. 8). Tal maquiavélica política de exégesis estaba, valga la excusa, latente en el textodaniélico. Además de los problemas de montaje rozados en el párrafo anterior, se destaca dentro de todo el corpus vétero-testamentario por singularidad: los pasajes 1 ,1-2 ,4a; 8,1 -12,13 están en hebreo; en cambio, el 2,4b - 7,28 en arameo, y el texto griego de los LXX difiere del texto he breo, especialmente en 4-6. Por otra parte, el libro en su conjunto está di vidido en dos partes cualitativamente distintas y, hasta cierto punto, incohe rentes: 1-6: la historia (Geschehnis) del cautivo Daniel; 7-12 las visiones (no son, en sentido estricto, profecías), del Daniel que pasó por las Erlebnisse del cautiverio, la disimulada esclavitud, la alteración de identidad, y otras Erfahrungen (experiencias) no menos decisivas que se le derivaron de ello En los seis primeros capítulos, Daniel es el intérprete de dos sueños de Na bucodonosor (la estatua con pies de barro, que simboliza los cuatro impe rios mundiales sucesivos; el árbol cortado de raíz, que preanuncia la locura de siete años de Nabucodonosor) y de la escritura de la mano que aparece durante el festín de Belsasar, al que, equivocadamente, el relato llama hijo de Nabucodonosor (las tres palabras significan la conquista del imperio ba bilónico por los medos y los persas, que se lo reparten). Intercalado, apare ce el martirio de los Tres Jóvenes hebreos en el homo de fuego (3). La pri mera mitad se cierra con la intriga de los sátrapas de Darío contra Daniel y su encierro en el foso de los leones. Dos temas manifiestos de esta prime ra mitad nos interesan por su relación con las Memorias de Schreber: 1) la profecía de los cuatro imperios (las 4 Bestias del Mar, interpretadas a partir de Josefo como Babilonios, Persas, Griegos, Romanos), paralela, con defor mación, de los cuatro pueblos elegidos “sucesivamente y en el curso de la historia -por ser en cada momento los pueblos moralmente más sobresaÜentes- los antiguos judíos, los antiguos persas (estos en una medida muy especialmente destacada), los ‘grecorromanos’ [...] y finalmente los alemanes" (69); 2) la locura de Nabucodonosor, que durante siete años (la duración de la internación de Schreber) “fue echado de entre los hombres; y comía hierba como los bueyes, y su cuerpo se mojaba con el rodo del cielo. hasta que su pelo creció como plumas de águila y sus uñas como las de las ave" ( Dan. 4, 35). Como buey, Nabucodonosor tuvo que mugir: brüllen,el verbo alemán para mugir, rugir, aullar, en los Brüllzustände (“siento como algo indigno tener que aullar en cierta medida como un animal”, 278). Pero hay coincidencias más significativas, estructuralmente. Nabucodoue “estaba tranquilo y fl ci nt i laci vi sueño
beza me turbaron” ( Dan. 4, 4-5). Llama a los “magos, astrólogos, caldeos y adivinos” para que lo interpreten, y ante su fracaso recurre a Daniel. El con tenido del sueño es un árbol (el propio Nabucodonosor), que por orden de un “vigilante y santo que desciende del cielo” es derribado, se le cortan las ramas, se le quita el follaje y se dispersa el fruto. “Pero la cepa de sus raí ces dejaréis en la tierra con atadura de hierro y de bronce" (Dan. 4, 5-15). También Schreber tuvo sueños premonitorios de su segundo brote psicótico (83) entre ellos el de su Entmannung, y “cepa” en alemán Stamm es lo que tradujimos como “árbol genealógico".
2.3. Emasculación y visión
¿Cuáles son los hechos de la historia (o novela, plastón, helenístico, co mo la de Esther, véase Trenkner, 1958) que precedieron a esta segunda in tervención de Daniel en la vida onírica de Nabucodonosor? 1) Nabucodono sor se apodera de Jerusalén en el tercer año del reinado de Joacín; 2) se lleva los vasos sagrados y utensilios del templo, que luego profanará Belsasar en el festín, entre vino, esposa y concubinas; 3) encargó al jefe de sus eunucos, Aspenaz, que “trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes, muchachos en quienes no hubiera tacha alguna, de buen pare cer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimien to, idóneos para estar en el palacio del rey; y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos" (Dan. I. 3-4); 4) a estos cuatro jóvenes elegidos, Da niel, Ananías, Misael y Azarías, de los hijos de Judá, Aspenaz les cambia el nombre; 5) a Daniel lo llama, según los LXX y Jerónimo, Baltasar; según Lutero y las ediciones modernas Beltsasar. Volveremos sobre ello; 6) Daniel “se propuso en su corazón no contaminarse con la porción de comida del rey ni con el vino que él bebía, pidió, por tanto al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse (en Lutero: verunreinigen, la palabra schre beriana para las almas difuntas que, como nervios, vuelven a incorporarse a Dios, de donde habían emanado, 6669 y passim); 7) transcurridos tres años de educación caldea, Nabucodonosor los incorpora a su corte. Dentro de ella, Daniel permanece como funcionario durante cuatro reinados (Na bucodonosor, Belsasar, Ciro y Darío dice el texto, pero la cronología es im posible); 8) de todos estos reyes, Daniel logra convertirse en el hombre de confianza y pasa sucesivamente de jefe de los magos a sátrapa y uno de los “tres gobernadores” que Darío pone luego al frente de sus ciento veinte sá trapas. El desterrado y cautivo se adueña de sus captores. Su antecedente ilustre fue otro israelita, intérprete también de sueños, José (Gen. 41), abandonado por sus hermanos, vendido como esclavo al eunuco Putifar, so-
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licitadoenvanoporZuleika-laesposadeesemismo eunuco-, virrey de Egipto por haber logrado interpretar los sueños delF . arón Eunuco es la palabra griega, etimológicamente “el que tiene (= custodia) el tálamo". Entra en griego sin desplazar a ektomós, castrado, para designar un tipo especial de castración, la practicada por asirios, babilonios, medos y persas para disponer de esclavos encargados -en principio- de la cus todia de sus harenes. En época histórica, la castración, para griegos y hebreos constituye un acto abominable, impío, aunque los antiguos he breos la practicaran con los pueblos vencidos. Los Setenta y Jerónimo re tienen el término griego; el hebreo es sarús, “castrado”. Lutero, o por popu lismo o por las razones que habrá tenido, traduce siempre -fiel a una parte del sentido- Kammerer (camarero, camarlengo), salvo cuando el texto re quiere ineludiblemente el empleo de la forma verbal; sólo en esos casos emplea verschnitteter. José no fue eunuco, pero fue casto; de Daniel, una tradición firme y tem prana, tanto rabínica (Targum de Esther, Josefo) como patrística (Jerónimo, Orígenes) dice que fue convertido en tal. La no mención explícita del he cho en el texto que nos ha llegado es perfectamente comprensible, dado el sentimiento nacional judío. Pero la tradición se apoya en la profecía de Isaías a Ezequías: “De tus hijos que saldrán de ti y que habrás engendrado, tomarán y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia” (39, 8); la acu mulación de los pasajes de Heródoto sobre el eunucato hace sencillamen te inimaginable que un joven judío llevado como esclavo para ser funcio nario de la corte no fuera convertido en eunuco; el léxico empleado por los LXX, opacado en las traducciones modernas, es inequívoco: los jóvenes eran “hermosos de mirar” y se los reservaba para “estar en la casa del rey”. Los exégetas piadosos recientes tratan de contrarrestar estas evidencias aduciendo citas de Jenofonte y Platón sobre la educación de los jóvenes persas, pero precisamente esto hace que sean insostenibles: a los jóvenes persas no los educaban los eunucos y no vivían en el palacio del rey ni co mían de su mesa. De todas maneras, si el Daniel bíblico fue o no eunuco (y su conducta con la “casta" Susana que se baña desnuda en su jardín donde todos los judios cautivos en Babilonia acudían cotidianamente, lo muestra “cuidador del lecho” (adulterino) de la “casta” Susana, al impedir que se la castigue por la “mentira” de los provectos malos-jueces que, al desearla ellos, la juzgaron bien en su deseo y terminan, por ello, muriendo) en la realidadfic cional del relato, no es lo que interesa para comprender su don de intérprete y visionario resulta decisivo. El, que por no comer los manjares de la mesa del rey, cosa que el rey Joaquín, cautivo de Evil-Merodac,h ií
ta que le cambien su nombre de Da-niel (juez del Señor, el señor es mi juez, justicia del Señor Jahvé) para convertirse en Baltasar o en Beltsasar (prín cipe de Bel, o favorecido por Bel, el dios idolátrico más opuesto a Jahvé). A primera vista, resulta incomprensible que los LXX y sobre todo Jeró nimo confundan el primer formante bel - o bal - con belt. Y más incompren sible aún que lo retenga la Vulgata Clementina. Al decidirse por Bal-tasar, el nombre que Daniel acepta es el mismo que el del “hijo” de Nabucodonosor, al que Daniel interpreta el Mene, Tekel, Peres. "La misma noche fue muerto Baltasar (Belsasar), rey de los Caldeos" (Dan. 5, 30). Por supuesto, hubiera muerto igual, aunque su homónimo no se lo interpretase. La aceptación del cambio de nombre es la aceptación de la castración, en tendida como Entmannung, emasculación, desexualización. En Schreber, la desexualización (primer momento de la emasculación) va seguida de una sexualización secundaria, adquirida, la feminización. El primer momento, que lo pone en la línea de los grandes visionarios y místicos (Pablo, Juan), y del “consejo evangélico” de Jesús: “Hay eunucos que a sí mismos se hi cieron eunucos por causa del reino de los cielos” (Mt. 19,12), seguido, paratácticamente, por la orden a los discípulos: “Dejad a los niños venir a mí [...] porque de los tales es el reino de los cielos”, es neutralizado por el se gundo. La época visionaria de Schreber (capítulo 6) termina cuando deja de rebelarse a la emasculación. Pero esta le abre el camino a una contempla ción gozosa, la de su propio cuerpo transformado en cuerpo de mujer y el dibujarse (capítulo 17) como realizando el coito consigo mismo feminizado. Me es imposible desarrollar aquí, como era mi intención inicial, los te mas resumidos en este último párrafo: la extensión desmedida que ha to mado esta primera Schreberiana me obliga a dejarlos meramente esboza dos. Pienso retomarlo en la próxima, en conexión con una revisión de la concepción de Dios en las Memorias.*
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