Discurso para recibir el Premio Rómulo Gallegos
Fernando Vallejo
Caracas, 2 de agosto de 2003
Amigos que me acompañan esta noche tan notable de mi vida: Como ustedes, o la mayoría de ustedes, yo nací en la religión de Cristo y en ella me bautizaron. Pero en ella no me pienso morir. Si Cristo es el paradigma de lo humano, la humanidad está perdida. En el evangelio de San Mateo está la parábola de los labradores del campo: que el dueño de la tierra les paga al final del día igual a los que contrató al amanecer que a los que contrató a mediodía o al anochecer. Y cuando los que llegaron al amanecer se quejan y le dicen: «Patrón, ¿cómo nos vas a pagar igual a los que trabajamos diez horas que a los que no trabajaron ni una», el patrón les contesta: «Los contraté por tanto y eso les estoy pagando, ¿de qué se quejan?» Con lo viejo que estoy y lo mucho que he vivido nunca he podido entender esta parábola. Se me hace inconsistente, caprichosa, y su personaje un arbitrario. A los que llegaron al final del día les tendría que haber pagado menos, ¿o no? O más a los que llegaron temprano. temprano. Pero como él era el dueño de la tierra y el que ponía las condiciones... ¿Hay que trabajar, o no hay que trabajar? ¿Hay que contratar, o no hay que contratar? El mensaje de la parábola no está claro. ¿Qué dirán de ella los comunistas? Me hubiera gustado que Castro se la hubiera comentado al Papa Papa.. Yo, si les digo la verdad, no soy partidario de darles trabajo a los demás porque después dicen que uno los explota. Y me pongo siempre, por predisposición natural, del lado del patrón y no de los trabajadores. ¡Ay, los trabajadores! ¡Qué trabajadores! Viendo a todas horas fútbol por televisión, sentados en sus traseros t raseros estos haraganes. ¡Que les de trabajo el gobierno o sus madres! O la revolución, que es tan buena para eso. Y si no vean a Cuba, trabaje que trabaje que trabaje. En Cuba todo el mundo trabaja. ¡Pero con las cuerdas vocales! Pero volvamos a Cristo y a su parábola. ¿No está reflejada en ella la prepotencia de Dios, que da según se le antoja, según su real gana? ¿Que a mí me hace humano para que aspire a la presidencia, y a la rata la hace rata para que se arrastre por las alcantarillas y a la culebra para que se arrastre por los rastrojos? A ellas les está dando menos que a mí. ¿Por qué? ¿O no será que es al revés, que a mí da la carga, el horror de la conciencia? Si es éste el caso, entonces la injusticia la está cometiendo conmigo y no con ellas. También está en los evangelios el episodio de los mercaderes del templo a quienes Cristo expulsó furioso a latigazos porque estaban vendiendo adentro sus baratijas. Si Cristo no quería que los mercaderes comerciaran en el templo, ¿por qué no los hizo ricos para que no tuvieran qué trabajar? ¿O por qué no les dio local propio, una tienda? ¿No era pues el hijo del Todopoderoso? ¡Le habría podido mover el corazón a su papá! ¿Y cómo es eso de que el paradigma de lo humano pierde los estribos y se deja llevar por la rabia? En México dicen que el que se enoja pierde. Yo no sé. ¿Y por qué resucitó a Lázaro y sólo a él y no también a los demás muertos? ¿Y cómo supo que Lázaro quería volver a la vida? A lo mejor ya estaba tranquilo, por fin, en la paz de la tumba. ¿Y para qué lo resucitó si tarde que temprano Lázaro se tenía que volver a morir? Porque no me vengan ahora con el cuento de que Lázaro está vivo. Un viejito como de dos 1
mil años. No, Lázaro se volvió a morir y Cristo no lo volvió a resucitar. ¿Por qué esas inconsecuencias? inconsecuencias? ¡Una sola resurrección no sirve! Si nos ponemos en plan de dar, demos; y en plan de resucitar, resucitemos. Y si resucitamos a uno, resucitémoslos a todos y para siempre. Así a los seis mil millones de Homos sapiens que hoy poblamos la tierra les sumamos otros tantos por lo bajito. ¿Con doce mil millones no se contentará este Papa? ¿O querrá más? ¿Doce mil millones copulando sin condón cuántos producen al año? A ver, saque cuentas, Su Santidad. ¿Dónde los va a meter? ¿En el Vaticano? Pero esto en realidad a mí no me importa. Que se hacinen, que se amontonen, amontonen, que copulen, que se jodan. A mí los que me duelen son los animales. A ver, ¿cuántos hay en los evangelios? evangelios? Hay una piara de cerdos donde dizque se metió el demonio. Un camello que no pasará por el ojo de una aguja. Una culebra símbolo del mal. Y un borriquito, en el que venía Cristo montado el domingo de ramos cuando entró en triunfo a Jerusalén. ¿Y qué palabra de amor tuvo Cristo para estos animales? Ni una. No le dio el alma para tanto. ¡Cómo va a estar metido el demonio en un cerdo, que es un animal inocente! A los cerdos, en Colombia, en navidad, los acuchillamos para celebrar el nacimiento del Niño Dios. Todavía me siguen resonando en los oídos sus aullidos de dolor que oí de niño. El demonio sólo cabe en el alma del hombre. ¿No se dio cuenta Cristo de que él tenía dos ojos como los cerdos, como los camellos, como las culebras y como los burros? Pues detrás de esos dos ojos de los cerdos, de los camellos, de las culebras y de los burros también hay un alma. Cristo viene de la religión judía, una de las tres semíticas, a cuál más mala. Las otras son el cristianismo, que él fundó, y el mahometismo, que fundó Mahoma. A estas estas dos religiones o plagas pertenece hoy la mitad de la humanidad: tres mil millones. Tres mil millones que se niegan a entender que los animales también son nuestro prójimo y sienten el dolor y tienen alma y no son cosas. Dos mil años llevamos de civilización cristiana sin querer ver ni oír, haciéndonos haciéndonos los desentendidos, desentendidos, atropellando a los animales, cazándolos por sus colmillos o sus pieles, experimentando con ellos, inoculándoles virus y bacterias, rajándolos vivos para ver cómo funcionan sus órganos y sus cerebros, maltratándolos, maltratándolos, torturándolos, vejándolos, enjaulándolos, enjaulándolos, asesinándolos, abusando de su estado de indefensión, con la conciencia tranquila y la alcahuetería de la Iglesia y la indiferencia de Dios. Por algo está la Biblia llena de corderos que el hombre sacrifica en el altar de Dios regándolo con su sangre. ¿En qué cabeza cabe sacrificar a un cordero, que es un animal inocente que siente y sufre como nosotros, en el altar de Dios que no existe? Y si existe, ¿para qué querrá la sangre de un pobre animal el Todopoderoso? Los animales no son cosas y tienen alma y no son negociables ni manipulables y hay una jerarquía en ellos que se establece según la complejidad de sus sistemas nerviosos, por los cuales sufren y sienten como nosotros: la jerarquía del dolor. En esta jerarquía los mamíferos, la clase linneana a la que pertenecemos nosotros, está arriba. Mientras más arriba esté un animal en esta jerarquía del dolor, más obligación tenemos de respetarlo. Los caballos, las vacas, los perros, los delfines, las ballenas, las ratas son mamíferos como nosotros y tienen dos ojos como nosotros, nariz como nosotros, intestinos como nosotros, músculos como nosotros, nervios como nosotros, sangre como nosotros, sienten y sufren como nosotros, son como nosotros, son nuestros compañeros en el horror de la vida, tenemos que respetarlos, son nuestro prójimo. Y que no me vengan los listos y los ingeniosos que nunca faltan a decirme ahora, para justificar su forma de pensar y de proceder, que entonces no hay que matar un zancudo. Entre un zancudo y un perro o una ballena hay un abismo: el de sus sistemas nerviosos. Varias veces al año las playas de las islas Faroe (al norte de Dinamarca) se transforman en campos de matanza de ballenas. Grandes grupos de ballenas son guiados hacia ellas y atacados desde las embarcaciones balleneras y sacrificados sin misericordia. misericordia. Primero les entierran un garfio metálico de 5 libras de peso, luego les cortan la médula espinal con un
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cuchillo ballenero de 6 pulgadas. El gancho se lo entierran varias veces hasta que las pueden enganchar bien para empezar a cortar. Como por instinto las ballenas luchan violentamente en medio de su agonía, es casi imposible matarlas con un solo corte. Deben soportar y sufrir varios antes de morir. A los nórdicos ahora se les han venido a sumar los japoneses. ¡Los japoneses! Los de Pearl Harbor, los que en la Segunda Guerra Mundial les hicieron a los chinos y a los coreanos ver su suerte. Ahora cazando ballenas. ¡Cómo vamos a comparar a un japonés —que es un hombrecito bajito, feíto, amarillo, cruel— con una ballena que es un animal grande y hermoso! Y los delfines, los otros mamíferos acuáticos, que protegen a los náufragos de los tiburones: en los últimos cuarenta años hemos matado setenta millones. El dolor es un estado de conciencia, un fenómeno mental y como tal nunca puede ser observado en los demás, se trate de seres humanos o de animales. Cada quien sabe cuándo lo siente, pero nadie se puede meter en el cerebro ajeno para saber si lo está sintiendo el prójimo. Que los demás lo sienten lo deducimos de los signos externos: retorcimientos, contorsiones faciales, pupilas dilatadas, transpiración, pulso agitado, caída de la presión sanguínea, quejas, alaridos, gritos. Pues estos signos externos los observamos tanto en el hombre como en los mamíferos y en las aves. Aunque la corteza cerebral está más desarrollada en nosotros y este mayor desarrollo es el que nos permite el uso del lenguaje, el resto del cerebro en esencia es el mismo en todos los vertebrados pues todos procedemos de un antepasado común. Así las estructuras cerebrales por las que sentimos el hambre, la angustia, el miedo, el dolor, las emociones son iguales en nosotros que en el simio, en el perro o en la rata. ¿Cuántos millones de simios, de perros y de ratas hemos rajado vivos para llegar a estas conclusiones? Los genomas del gorila y del orangután coinciden en el 98 por ciento con el humano, y el del chimpancé en el noventa y nueve. Y el ciclo menstrual de la hembra del chimpancé es exacto al de la mujer. Ya lo sabemos, somos iguales a ellos, ¿cuánto tiempo más nos vamos a seguir haciendo los tontos? Y los que duden de que los simios son como nosotros, mírenles las manos y mírenlos a las caras y a los ojos. No hay que saber biología molecular ni evolutiva ni neurociencias para descubrir el parentesco. Sólo hay que abrir el alma. Y sin embargo candidatos altruistas al premio Nobel de medicina, médicos y científicos generosos, siguen experimentando con ellos, con los chimpancés y los mandriles y los macacos inoculándoles el virus del sida dizque para producir una vacuna dizque para salvar dizque a la humanidad. ¡Mentirosos! ¡Pendejos! La humanidad no tiene salvación, siempre ha estado perdida. Que se jodan los drogadictos de jeringa y los maricas si se infectaron de sida, suya es la culpa. Y dejen tranquilos a los simios. En la medida en que nos parezcamos a ellos no podemos tocarlos, y en la medida en que no, ¿para qué experimentar con ellos? ¿Para qué si no sienten, si son objetos, si son cosas inertes sin alma? En el siglo XIX Pío Nono (el que convocó un concilio vaticano para elevar a dogma su infalibilidad, la infalibilidad del papa) prohibió que se abriera en Roma una Sociedad Protectora de Animales arguyendo que los animales no tienen valor intrínseco y que lo que hacemos con ellos no tiene que ser gobernado por consideraciones morales. Desde entonces esta inmoralidad es la norma en los países católicos. Con la conciencia tranquila, sin poner en riesgo nuestra salvación eterna, podemos cazar impunemente a los animales para hacer teclas de piano con sus colmillos, adornos con sus caparazones y abrigos con sus pieles; experimentar con ellos e inocularles cuantas bacterias y virus se nos antoje; encerrarlos de por vida en jaulas, practicar la vivisección en ellos, torturarlos en las galleras, en las plazas de toros y en los circos, transportarlos como bultos de cosas bajo el sol ardiendo sin importarnos su sed y acuchillarlos en los mataderos, porque ellos no son como nosotros ni sienten el dolor. ¿En qué círculo del infierno te estarás quemando, Pío Nono, cura bellaco? ¿Me alcanzarás a oír desde abajo? En las vacas acuchilladas en los
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mataderos de este mundo se revive día a día la pasión de tu Cristo. El mismo dolor, la misma angustia, el mismo miedo que él sintió colgado de una cruz lo sienten ellas cuando las acuchillan, así las pobres, las humildes, no se digan hijas de Dios. Y su sangre es igual a la suya: hemoglobina roja. Todo es cuestión de bioética, un sentido que no han desarrollado en lo más mínimo papas ni cardenales, curas ni obispos. ¿Cómo pueden ser los guías de una sociedad estos inmorales? Los que cazan animales para quitarles las pieles, los «tramperos», los agarran en trampas metálicas que les destrozan las patas. Luego les introducen un palo en el hocico abierto por la angustia de la agonía, y herido e inmovilizado el animal, pisándole las patas traseras lo asfixian por presión en el cuello y en la caja torácica. Toda la paciencia y la calma para producirles la muerte sin ir a maltratar la mercancía. ¡Y los musulmanes, estos devotos de Alá! Hoy andan los iraquíes muy ofendidos con los gringos porque irrumpen en sus casas con perros a buscar armas. ¡Con perros, qué ofensa, qué horror! Si un perro toca a un iraquí con el hocico, lo saló de por vida porque el perro es un animal sucio, impuro. ¡Ay, tan puros ellos, tan inodoros, tan limpiecitos! Arrodillados rumbo a la Meca con los zapatos apestosos afuera y los traseros al aire. Si supieran estos asquerosos que mis dos perras me despiertan todos los días con besos... ¡Y los indómitos afganos con los que no pudo ni Alejandro Magno, pero que cayeron en veinte días hace un año y se pusieron de moda! También son de los que ponen a pelear a los perros. ¿Por qué no pondrán más bien a pelear a sus madres estos esbirros de Alá? Que les quiten los velos y el bozal a esas viejas paridoras y que se saquen el alma a dentelladas. Mahoma es un infame. Un sanguinario, un lujurioso. Tuvo quince mujeres: catorce concubinas y una viuda rica con que se casó para explotarla. Y este mantenido lúbrico que ni siquiera hacía milagros, que despreciaba a los animales pero que se reproducía como ellos, propagó su religión con la sangre y con la espada. Hoy esa espada pesa sobre medio mundo. Los ayatolas y los imanes y demás clérigos rabiosos del Islam ladran desde sus mezquitas. Ladran, pero dizque no son perros. Las corridas de toros, las peleas de perros, las peleas de gallos, el tráfico con los animales, las tortugas de la Amazonia convertidas en objetos decorativos de carey y los zorros y los caimanes cazados para hacerles abrigos con sus pieles a las putas y cinturones y zapatos a los maricas y a las respetables señoras de la más alta sociedad que van a misa los domingos. ¿Y qué dice de todo esto el Papa? ¿Por qué no excomulga a los que participan en esos espectáculos infames? ¿Y a los maestros de biología que practican la vivisección y rajan sapos vivos en las escuelas dizque para enseñarles a los niños el funcionamiento del sistema nervioso? ¿Y a los que torturan animales en los circos? ¿Por qué no dice nada de las vacas y los toros y los terneros y los cerdos acuchillados en los mataderos? El que viaja en jet privado y habita en palacios y castillos atendido como un rey con Guardia Suiza no dice una palabra. No levanta su voz. Calla. Este Papa besapisos es un alcahueta de la infamia. Y se entiende, es el derecho canónico, es su Iglesia, su tradición, la de Pío Nono, el infalible. Hoy le pide perdón a Galileo, al que iban a quemar vivo en una hoguera, porque la tierra siempre sí resultó girando en torno al sol, y a los protestantes y a los musulmanes y a cuantos combatió y masacró su Iglesia. Ya vendrá otro como él cuando el actual se muera a pedir perdón por las iniquidades y las irresponsabilidades de éste. Dios no existe. Dios es un pretexto, una abstracción brumosa que cada quien utiliza para sus fines y acomoda a la medida de su conveniencia y de sus intereses. Caprichosa, contradictoria, arbitraria, inmoral, la religión cristiana no tiene perdón del cielo, si es que el cielo es algo más que el atmosférico. Una religión que no considera a los animales entre nuestro prójimo es inmoral. Por inmoral hay que dejarla. A los que están en ella no les pido,
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sin embargo, que la dejen porque ya sé lo que es el vacío de la vida y el espejismo del cielo y la fuerza de la costumbre. Pero entonces sean consecuentes y aprendan de Cristo: no se reproduzcan, así como él no se reprodujo; y absténganse de la cópula con mujer, así como él se abstuvo. El 1º de septiembre de 1914 a las 5 de la tarde murió la última paloma migratoria en el zoológico de Cincinnati. Ya acabamos con las palomas migratorias, con el tejón rayado, con la musaraña marsupial, con el potoro de Gaimard, con el kanguro-rata achatado, con el balabí de Toalach, con el lobo de Tasmania, el bisonte oriental, el bisonte de Oregón, el carnero de Canadá, el puma oriental, el lobo de la Florida, el zorro de orejas largas, los osos Grizzli, el asno salvaje del Atlas, el león de Berbería, el león de Caba y el león de Cuaga, la cebra de Burchell y el blesbok. Ya no existen más, a todos los exterminamos. ¡Qué bueno, benditos sean! ¡Qué bueno que se murieron y se acabaron! Especie que se extingue, especie que deja de sufrir, especie que no vuelve a atropellar el hombre. ¡Y que se jodan los ecologistas que ya no van a tener bandera para que los elijan al parlamento europeo! Al ritmo a que vamos dentro de unos años este planeta estará habitado sólo por humanos. Entonces no tendremos qué comer, y en cumplimiento de nuestra más íntima vocación nos comeremos los unos a los otros. ¿Y el papa, qué va a comer? ¡Que coma obispo! El hombre no es el rey de la creación. Es una especie más entre millones que comparten con nosotros un pasado común de cuatro mil millones de años. Cristo es muy reciente, sólo tiene dos mil. Al excluir a los animales de nuestro prójimo Cristo se equivocó. Los animales, compañeros nuestros en la aventura dolorosa de la vida sobre este planeta loco que gira sin ton ni son en el vacío viajando rumbo a ninguna parte, también son nuestro prójimo y merecen nuestro respeto y compasión. Todo el que tenga un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro prójimo. Gracias a Venezuela por el premio que me da, y por haberme escuchado y concedido el privilegio de hablar desde esta tribuna, una de las más altas de América.
Declaraciones alarmantes de escritor Fernando Vallejo
Manuel Delgado Fernando Vallejo es polémico donde quiera que esté. Así, por ejemplo, no deja de predicar su pesimismo, de condenar el matrimonio y la reproducción y de repudiar toda la literatura actual de nuestra lengua. "La mayoría de los escritores no saben escribir", afirma, y de paso señala que Gabriel García Márquez carece de originalidad y que sus obras están muy mal escritas. También, como ya antes lo hizo con Darwin, acusa de impostores a Newton y a Einstein. En una entrevista especial con Clubdelibros.com, el escritor colombiano afirma que deja la literatura, y anuncia su próximo fin como literato y como ser humano. Clubdelibros: La primera pregunta que uno se hace es cuánto tienen de autobiográficos
sus libros... Fernando Vallejo: Hombre, esa es una pregunta que se hace siempre todo lector. Si es una
novela escrita en tercera persona, y obviamente como un libro de ficción, dice: ¿Cuánto tendrá esto de verdad? Y si, por el contrario, la siente como autobiográfica, se pregunta lo contrario: ¿Cuánto estará inventado y cuánto tendrá de mentira? 5
Pero eso yo no te lo voy a contestar. Uno saca la literatura de uno mismo. Clubdelibros: Le pregunto esto porque usted empezó su vida de escritor haciendo
biografías. Fernando Vallejo: Así es. Yo escribí la biografía de Barba Jacob, uno de los grandes poetas
de Colombia; después escribí otros libros y con el tiempo terminé escribiendo una segunda biografía, la de José Asunción Silva, el precursor del modernismo, uno de los grandes poetas del idioma. Pero la biografía es un género muy distinto al otro, al que le ponen la etiqueta de novela y en el cual caben mucho tipo de libros. De todas maneras este que llaman novela es el gran género de la literatura, y lo es desde hace varios siglos, como lo fue antes la epopeya. La biografía, sin embargo, ha sido un género menor de la literatura, desde Plutarco y Suetonio hasta los modernos. Yo pensé, cuando escribí la biografía de Barba Jacob, que podía hacer de este género menor un gran género literario. Fracasé, no es posible. Será siempre un género menor. Evidentemente, hay buenas biografías y malas biografías. Y existen también novelas biográficas y biografías noveladas. Esas ya no son un género menor, esas son literatura especial. Clubdelibros: ¿Qué es su obra? ¿Biografía novelada o biografía? Fernando Vallejo: Todo lo que aparezca en letra de molde, en letra impresa, es verdad,
mientras los procedimientos del escritor no digan lo contrario, no revelen que es mentira. Clubdelibros: Hay dos grandes temas o dos grandes ámbitos en su obra. El primero es
Colombia, ese país al que usted trata con tanto dolor, a veces con tanta ira, y que usted abandonó hace 31 años. Fernando Vallejo: Mira. Yo he vivido fuera de Colombia la mitad de mi vida, y es como si no
me hubiera ido. No ha habido día en mi vida en que no haya tenido puesta la cabeza en ella. Colombia, que es el país de mi niñez y de mi juventud, me va a acompañar hasta la muerte. Vivir en México tanto tiempo me ha permitido descubrir cuánto tenía yo de idioma local en la cabeza, cuánto tenía de colombianismo. Porque el idioma que uno tiene en la cabeza es el idioma local el de su país. Ese tomar distancia del idioma mío, antioqueño más que colombiano, creo que es uno de los grandes servicios que me he hecho a mí mismo, porque me ayudó a tomar distancia de mi idioma local. Eso no quiere decir que uno cuando escriba no puede utilizar localismos, por el contrario. Yo pienso que el gran idioma literario es la lengua escrita con sus procedimientos y vocabulario enormes, pero vivificada por el habla. Y uno puede vivificar este idioma español, común a todos los hispanohablantes, con el idioma regional. Yo creo que ese es el eje de la gran literatura. Ese fue el cálculo que yo me hice. Clubdelibros: Después de tantos años, usted sigue hablando como colombiano y no como
mexicano... Fernando Vallejo: Yo hablo como colombiano pero con muchos mexicanismos, y hablo de
tú, siendo que en mi tierra, Antioquia, se habla de vos, como aquí en Costa Rica. Clubdelibros: Pero le pregunto por esa amargura con que usted retrata a Colombia, que a
uno lo conmueve. Hay una actitud como de odiar ese país que usted tanto quiere y de mostrarlo con toda su violencia y todo su dolor.
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Fernando Vallejo: Colombia es una mezcla de muchas cosas, maravillosas y terribles,
como es la vida..., como es la vida. Yo he vivido siempre enfermo de nostalgia, pero una nostalgia incurable, porque la Colombia que yo dejé no es la ahora. La Colombia que yo añoro es la de mi niñez y de mi juventud. Esa ya no existe, y la gran mayoría de los que me acompañaron en la vida ya se han muerto. Esa desapareció. Evidentemente que lo que más se parece a esa Colombia es la de ahora, con ser tan distinta. Muchas veces he pensado venirme a vivir a Costa Rica que se parece al Medellín de cuando yo nací. Aquí hablo de la Costa Rica de mi primer viaje, hace 28 años, cuando San José era una ciudad de unos 300 mil habitantes. Un poco más grande era mi Medellín. Yo estaba hecho para vivir en ciudades así. Pero mientras Colombia iba cambiando por su lado yo iba cambiando por el mío, entonces nos fuimos alejando cada vez más, y ahora el retorno es imposible, porque yo puedo retornar en el espacio, pero no en el tiempo, porque la máquina para viajar en el tiempo no existe. Clubdelibros: El otro gran tema que se repite es el del destino humano. Podríamos decir
que aquí estamos en el ámbito de lo universal. Es el tema que incluye a la religión y su actitud iconoclasta hacia ella.
Fernando Vallejo: El sentido del hombre en la vida es ninguno. No hay ningún sentido, ni
del hombre ni de ningún ser vivo en la tierra, puesto que vamos a muerte y a la nada, a volver a la materia de donde salimos. En cuanto a la religión, ella es muy reciente. Cristo tiene dos mil años, y el ser humano como especie tiene por lo menos siete millones de años. ¿Dónde estaba Dios entonces durante todos esos millones de años en que el hombre estaba sobre la tierra? Clubdelibros: Usted habla mucho contra la maternidad, contra el matrimonio... Fernando Vallejo: La opinión que tengo con absoluta claridad ahora, cuando ya voy de
salida de todo, es que nadie tiene derecho a imponer la existencia, que tener hijos es el crimen máximo, nadie tiene derecho a sacar al que no lo está pidiendo de la paz de la nada. Segundo, que vivimos en la infamia, comiéndonos a nuestro prójimo, que son los animales. Eso nunca lo dijo Cristo. Cristo nunca calificó a los animales como nuestro prójimo, y yo creo que todo el que tiene un sistema nervioso para sentir y sufrir es nuestro prójimo. Clubdelibros: Esa actitud hacia la Iglesia Católica que vemos en su literatura, ¿usted la
comparte en su vida personal?
Fernando Vallejo: Lo que yo digo lo digo con palabras muy claras. Pero yo no escribo para
sostener tesis. Si ese fuera el caso escribiría ensayos, y no novelas. Yo en mis libros no sostengo tesis. Si algo trasciende de lo que allí digo es otra cosa. Yo nunca he escrito libros para sostener la tesis de que no hay que tener hijos. He escrito libros que muestran que la vida es terrible en la mejor de las circunstancias, con dinero, con salud, con educación. Clubdelibros: ¿Hay una intención moral en su literatura?
Fernando Vallejo: Yo no tengo intenciones en la literatura. Cuando escribo no lo pienso así.
Pero sí es moral lo que yo te estoy diciendo. Lo que te acabo de decir es una tesis moral y no pragmática. No se trata de que haya menos gente porque el planeta está superpoblado, no. Voy más allá de eso: lo que digo es que no hay derecho a reproducirse, no por razones
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de conveniencia, utilitaristas o ecologistas, sino por razones morales, que son más profundas. Clubdelibros: Uno siente en toda su obra la crueldad de ese ser humano subhumano, pero
que de pronto es capaz de actuar con una ternura y una compasión que sorprenden... Fernando Vallejo: Entre los seres humanos tú encuentras santos, gente buena y
bondadosa, gente de alma grande. La mayoría no tiene por qué serlo así. Lo mismo pasa en todas las especies animales. Hay perros de perros; hay perros malos y perros buenos. Tal vez la diferencia es que la mayoría de los perros son buenos, y no podemos decir lo mismo de los seres humanos. Tú la bondad y la santidad la encuentras en el ser humano, pero eso no le da algún sentido a la vida, ni es razón para producir más santos de estos. Clubdelibros: Usted ha dicho que se retira de la literatura. ¿A qué se va a dedicar
entonces? Fernando Vallejo: Yo la vida le he ido llenando paso a paso y tengo proyectos siempre a
muy corto término. La vida mía es un vacío muy grande, que yo la llené escribiendo mucho tiempo. ¿Cómo la voy a llenar ahora? Tengo proyectos para unos cuantos meses más, para escribir unos libros sobre física, donde sostengo que la gravedad y la luz no son comprensibles, y los que nos están dando a entender con ecuaciones matemáticas que las entendieron, como Newton, Einstein y los físicos de la física cuántica, son unos impostores. El hombre produce grandes impostores. Los de la política y la religión son muy fáciles de desenmascarar. Pero es muy difícil desenmascarar a estos físicos, porque están ocultos por la impostura matemática, construida con un signo de igual que se usa abusivamente en ecuaciones que equiparan el lado izquierdo y el lado derecho como cuando decimos: "2+1=3". Entonces ellos dicen: "Materia = energía por velocidad de la luz al cuadrado", y creen que así están explicando algo, pero lo que hacen es usar ese signo de igualdad de una manera indebida. Clubdelibros. Se retira usted de la literatura en el momento cumbre, cuando se ha
convertido en una celebridad. ¿Por qué se retira?
Fernando Vallejo: Mira, yo estoy escribiendo el libro de mi muerte, en sentido estricto y en
sentido figurado. Ya siento que se está acabando mi programa.
En cuanto a la literatura, no tengo nada más que decir, ni ganas de decir nada más. Este libro que estoy terminando ahora, y que se llama La rambla paralela, será lo último que yo escriba de literatura. Escribiré, pero ensayos de otras cosas. Pero no voy a repetirme, no tengo que repetirme... Además, el que se muere ya no vuelve a escribir. Clubdelibros: Me sorprende que usted no lea... Fernando Vallejo: Yo no leo literatura, pero sí leo libros científicos... Clubdelibros: Me refiero a literatura.
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Fernando Vallejo: Literatura no leo. De niño sí era muy buen lector y leí infinidad de libros;
me leí toda la biblioteca que la gente llamaba piloto, sobre todo las novelas. Cuando comencé a escribir, dejó de interesarme lo que los otros me tenían que contar. Primero que nada porque ellos comenzaron a ser más jóvenes que yo, habían vivido menos que yo. Era yo el que tenía que contarles cosas a ellos. Los más viejos, ya los había leído y siento que no me van a hacer ningún descubrimiento. Además todos los libros en lengua española están muy mal escritos. La mayoría de los escritores de este idioma no saben escribir. Clubdelibros: ¿Qué siente usted por su literatura, por ese cúmulo de páginas que usted ha
escrito? Fernando Vallejo: Yo me siento como Lot huyendo de Sodoma y Gomorra y con la
prohibición de Dios de no volver la vista atrás. Nunca leo lo que escribo y me tiene sin cuidado lo que se haya dicho. Me sirvió para los fines que me propuse, que eran estos: llenar el tiempo vacío, y ayudarme a olvidar, porque me he hecho la ilusión de que lo que yo paso al papel lo borro de la memoria. No es así, pero es en gran parte así. Sería muy bueno que tuviéramos en la cabeza un borrador de recuerdos como el que tienen las grabadoras, para borrar tanta basura, porque cuando uno ha acumulado muchas cosas la maquinaria se atasca. A mí los libros que he escrito me han servido para llenar el tiempo y para borrar recuerdos. Y una razón más por la que escribo: para molestar a los hipócritas. Clubdelibros: Usted fue también director de cine. ¿Le interesa todavía el cine? Fernando Vallejo: El cine para mí es nada más un embeleco y una novelería del siglo XX.
No es un arte como se pretendió ni es un gran lenguaje, como se dijo. Es un lenguaje infinitamente limitado. Eso de que, como dice el proverbio chino, una imagen vale por mil palabras, es falso. Al contrario, las palabras no son traducibles en imágenes. ¿Cómo vas a decir "eternidad" en imágenes? En cine, salvo que pongas un letrero, tienes que hacer maroma y media para dar a entender que ha pasado una semana o un mes. El gran lenguaje del hombre es la palabra, que es además la que nos distingue de los animales. La literatura, al lado del cine, es un gran arte. Y al lado de la música es un arte menor... Clubdelibros: Ah, que usted también es músico... Fernando Vallejo: Lo intenté, y toco algo el piano. Pero nunca pude componer, que es lo
que me hubiera gustado. ---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------Escribe siempre sus novelas en primera persona, en un español puro, sin anglicismos ni atropellos. El autor de ‘La virgen de los sicarios’, un testimonio brutal de amor y violencia, lleva Colombia en todos los poros de su cuerpo. Adora también España, a la que no volverá por la ley de extranjería.
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"La literatura está para molestar a los hipócritas y para ayudarme a borrar recuerdos, aunque eso es una ilusión" "Yo preconizo la libertad sexual siempre que no se maltrate a nadie, ni ese ejercicio esté ligado a la reproducción"
Este hombre es un heterodoxo extraordinario. Durante años se pensó que jamás haría un viaje, que no volvería a su casa (Colombia), que no vendría a España, que no sería capaz de enfrentarse al público. Su timidez es extraordinaria, su dulzura también lo es, y lo son también su sinceridad y su dureza. Es escritor, o novelista, pero también es músico, biólogo, cineasta. Fernando Vallejo nació en Medellín, en 1942; una de sus ficciones más extraordinarias es La virgen de los sicarios (1994; Alfaguara, como la mayoría de sus libros), que dejó boquiabiertos a los que no estaban acostumbrados a que la novela contuviera un testimonio tan brutal de amor y de violencia en una sociedad acostumbrada a la ternura y a la barbarie (Medellín). La novela fue luego película, de Barbet Schroeder, y es de las pocas adaptaciones que además han hecho amigos al director del filme y al autor de la novela. Quienes sólo lean ese libro, o El desbarrancadero (en el que su madre, o Colombia, aparecen en primer plano, derrumbándose), o Mi hermano el alcalde (un retrato de la corrupción y de la ansiedad del poder) pensarán que Vallejo es despiadado, brutal también en persona, como acaso lo fueron Genet o Boris Vian, a quienes se le asocia, o como lo fue el ultrasilencioso Samuel Beckett. Para nada. Es tímido, y acaso eso le hace, al principio, aparentemente inaccesible. Su cara suave y tersa, sus ojos oscuros y penetrantes, sus manos de pianista son enseguida extraordinarios instrumentos de comunicación tranquila. Todo lo escribe en primera persona –y éste es uno de sus caballos de batalla narrativos: no lee novelas, pero desprecia las que se escriben en tercera persona–, y casi todos sus relatos guardan la apariencia de la autobiografía. Pero sólo habla de sí mismo si le insistes mucho. Una vez fuimos con él a la Feria de Guadalajara (México) y le escuchamos hablar de Mi hermano el alcalde. En lugar de dirigirse al público, y a los periodistas, se dirigió al Papa de entonces (Wojtyla); no dijo nada de su novela, y lanzó una diatriba contra la resistencia de la Iglesia católica a aceptar los métodos anticonceptivos que impidan que el mundo se siga poblando… Cuando le dieron el Premio Rómulo Gallegos en Venezuela, en 2003, donó el dinero del galardón a las asociaciones que defienden a los perros; muestra una ternura extraordinaria por los animales, y es cierta la leyenda de que a sus perros les lava los dientes cada día. En su pacífica casa de México, donde vive desde hace más de treinta años con su compañero, David Antón, un dramaturgo y escenógrafo de primera categoría, recibe a amigos, a los que escucha –es feliz escuchando, se le ve–, e invita a comer un arroz fabuloso. No permite que el fotógrafo le retrate allí, junto a sus cuadros y a su piano, y prefiere trasladarse a la azotea o a la calle; pero ése es acaso el único rasgo que
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afirma la timidez, o la introversión, de Fernando Vallejo. Cuando ya ha roto ese velo tras el que a veces se le ve escondido, es un hombre de una amabilidad apabullante que con la velocidad de los sinceros va desgranando definiciones en su contra –“yo soy un caos”–, que dice con la suavidad con que nombra a las flores. Cuando se le lee, también se le ve en primera persona, pero él dice que no está en sus libros; pero es inevitable leerle y verle, sobre todo si alguna vez has sostenido su mirada cuando está en silencio y va pasando de la ternura al ensimismamiento. Mientras hablamos con él sentimos ese latido que se nota cuando se toca a una persona que a la vez abraza y quema; incapaz de simular, pero también incapaz de herir si él no se ha herido antes. Ya viaja, se encuentra con otros, asiste a congresos de escritores y acepta entrevistas, aunque a veces corta como un cuchillo si no se siente cómodo o feliz en los ambientes a los que es convocado. Tiene un tabú: España. Un país del que lo sabe todo, cuya literatura es para él una referencia, pero adonde no volverá a no ser que a sus paisanos les levanten las barreras que impone la ley de extranjería… Él firmó una carta, con otros colombianos célebres, como García Márquez o Álvaro Mutis, para anunciar que no volvería a este país a no ser que estas puertas se abrieran a los colombianos, y es el único que no ha ido en contra de su promesa. Después de hablar con él dejamos reposar la conversación, como si también quemara, y ahora, unos meses después de haberla tenido, es cuando la hemos sacado del magnetófono al que él miraba como si estuviera asustado ante un espejo. Me gustaría leerle esta definición que hace usted de un personaje, el doctor Flores Tapia, en el libro que está escribiendo, y del que la revista colombiana ‘El Malpensante’ ha ofrecido fragmentos: “Tímido, discreto, modesto, cordial, sencillo, complaciente, atento, afectuoso, amable, cortés, risueño, encantador, benévolo”. Qué señor.
Es una lista de adjetivos; se los puse para contraponerlos a los que merece su mujer, que es muy mala. Es un procedimiento literario: enumerar cosas. Y ésta es una lista de adjetivos, así que los puse todos buenos. ¿Tienen que ver con usted esos adjetivos?
No, yo soy muy malo. Aquí hay otra lista suya. “Soez, sagaz, mordaz, feliz, falaz, olvidadizo, espontáneo, insensato, inmoral, payaso, cuentavidas, deslenguado, hijueputa…”.
Ésa es otra lista antigua, y si mal no recuerdo describen a alguien en mi libro El desbarrancadero, pero no soy yo. 11
Búsqueme unos adjetivos para usted.
Un ser humano cabe en muchos adjetivos; es revolucionario, inteligente, pobre… A mí los adjetivos me los tienen que poner los demás porque yo no me doy cuenta muy bien de cómo soy yo. ¿Qué es lo que le interesaría saber de usted?
Yo soy un caos. Un caos de recuerdos, y de olvidos; sobre todo en los últimos años, en los que he estado perdiendo la memoria. Dice usted que los psiquiatras borran los recuerdos… Y los malos recuerdos. ¿Y para qué está la literatura?
Para molestar, porque me gusta molestar a los hipócritas. Y para ayudarme a borrar recuerdos, aunque eso es una ilusión. Si escribo de la infancia, me libro de esa carga, y si escribo de la juventud, también me quito ese fardo. Siempre he tenido la idea de que la novela sirve como un borrador del recuerdo. Pero el verdadero borrador es el paso del tiempo. En ese libro inconcluso que ha adelantado ‘El Malpensante’ se transparenta un Vallejo más feliz: no está Colombia, no está su rabia.
Sí, no tiene que ver con otros libros míos. Empecé a escribirlo con mucha facilidad y luego me aburrió. Me dije: no vale la pena escribirlo, no lo tengo tan en el corazón. Estaba diciendo cosas que son necesarias de escribir, pero lo estaba haciendo con demasiada facilidad. Es un libro que empecé a escribir sin fe en él y con ganas de molestar. ¿A quién quería molestar?
A la tartufería de la sociedad, a la nuestra de ahora; a la tartufería cristiana, y musulmana, y puritana, y mentirosa, que no hace sino atropellar. Este libro es mucho más malicioso que los otros míos, porque en los otros presento a un personaje anormal dentro de lo que se supone que es la normalidad. Y sin embargo, este psiquiatra que protagoniza la nueva novela, el doctor Flores Tapia, se presenta como una persona normal desde el punto de vista social y sexual; es un charlatán y un farsante, un suplantador de personalidad, y dice que como tiene el alma grande puede entender todas las debilidades de los demás, así que los alcahuetea. Es burletero, cínico.
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¿Es usted?
No, yo no estoy en él. Si usted estuviera en un libro, ¿cómo sería?
Yo no sería capaz de ponerme en un libro. Porque soy demasiado caótico, y enredado, y contradictorio, y no me puedo apresar en palabras. Yo no tengo más que dos causas en mi vida: la defensa de los animales y el amor por la lengua española. Siempre he buscado escribir en un español correcto, sin los descuidos de casi toda la gente que escribe en español. Yo voy a ser el último defensor de este idioma; España no tiene más que esta grandeza. Lo identifican con el franquismo, y lo atropellan porque así creen estar atropellando ese pasado que detestan, el franquismo. Una persona puede abanderar causas justas e injustas, y Franco abanderó el español. Fue un dictador puritano, defendió la Iglesia católica, habría que censurárselo, pero defendió el español. Escribió un libro.
Sí, y también pretendía ser guionista de cine, pero nadie lo tomó en cuenta. Pero si defendía el español, en eso yo soy franquista, y si defendía la Iglesia católica, en eso soy antifranquista. ¿De dónde le viene la pasión por el español?
Viene de Colombia, que es mi país, y del amor que tuvo mi país por la lengua. De 1880 a 1930 fue gobernada por presidentes conservadores que eran gramáticos, más preocupados por el idioma que por defender el territorio nacional, y así permitieron que Estados Unidos nos quitara Panamá. ¿Y de dónde le viene ese amor por los animales?
El amor no se tiene, se va adquiriendo, y ahora veo claramente que los animales son iguales a nosotros. Por supuesto, hay una escala de complejidad en los animales, porque no son lo mismo los mamíferos que el resto de los vertebrados y los invertebrados. Tenemos que respetar a los animales en la medida de su sistema nervioso. Mientras más tengan la capacidad de sufrir y de sentir el temor, o el miedo, o la piedad, o la sed; cuanto más sean como nosotros, más los tenemos que respetar. Yo, por eso, ya no volví a comer carne, me volví vegetariano. Usted dice que ‘Kim’, su perra de ojos azules, es la transfiguración de una persona que conoció.
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Carlo Coccioli, un escritor italiano que vivió en México, que ya murió y que amaba intensamente a los animales, decía que Kim era la reencarnación de Mary Douglas, una actriz amiga nuestra, que murió. Pero yo no creo en la reencarnación. Yo creo que la muerte es absoluta. No hay más vida que esta pobre y miserable que arrastramos ahora. ¿Qué sentimientos tiene ante la muerte?
De deseo y de terror. A mí la muerte me produce terror, pero la vida también. Así que no estoy muy apegado a la vida, pero es todo muy complicado. Algo pensará que va a echar de menos.
No. Algunas cosas me pueden gustar, pero todo es tan pasajero, la mente es tan cambiante; se pasa de estados de alegría a estados de depresión, a estados de temor… ¿Y cómo es cuando siente felicidad?
Los momentos felices existen no más en el recuerdo, porque debe ser condición sine qua non de la felicidad el que uno se dé cuenta; si uno es f eliz no debe darse cuenta. Uno se da cuenta de que fue feliz en el recuerdo. En general, he vivido felizmente si lo comparamos con la mayoría de la humanidad y he hecho en mi vida prácticamente lo que he querido, y casi nadie puede decir eso. Aquí, en la portada de ‘El desbarrancadero’, se le ve feliz, con su hermano Darío.
La tomó mi tío Argimiro, que era fotógrafo. Yo escribí ese libro por la foto. Me dije: quiero hacer un libro feliz de mi infancia. Teníamos cosas que casi nadie tenía entonces, un carro, fincas, un televisor cuando apenas llegaban televisores a Colombia. Y mi padre era un hombre bueno, nunca nos abandonó, nunca hubo traumas en la casa mía. ¿A qué se dedicaba su padre?
Era abogado, y terminó de ministro de Fomento y de senador. No tenía vocación de político ni vocación de poder; mi papá lo que quería eran las fincas, construir casas, y sembrar. ¿Cómo influyó en usted?
Pienso que mucho; a mi papá nunca le vi hacer ningún acto innoble, pese a que estaba en la política, que es una actividad que puede rebajar tanto a la gente. En casi todos sus libros hay una evocación de su madre.
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Mi madre tiene 89 años. Corté las relaciones con ella algunos años después de la muerte de mi papá. No sé si será algo injusto por mi parte, pero es un asunto muy doloroso, que lo traté en aquel libro, El desbarrancadero. Cuando uno tiene una mala relación con su papá lo puede contar, pero no es muy frecuente que se cuente una mala relación con la mamá. Yo he resuelto contarla porque no hay más verdad que la de uno, como principio literario. ¿Y cómo lleva ese desencuentro con su madre?
No le volví a hablar. Hasta que se muera ella o me muera yo. Por lo demás, yo pienso que los padres, tanto mi mamá como mi papá, son culpables de un crimen muy grande, que es el de traer a una persona a este mundo. La vida es muy miserable y dolorosa, y nadie tiene derecho a imponerse a los demás. De todas maneras, yo estaría dispuesto a perdonarle estas cosas a ella si no hubieran ocurrido las otras cosas que cuento en el libro. ¿Es lo más doloroso que le ha pasado, la ruptura con su madre?
Lo más doloroso es la muerte de mi hermano Darío, que murió de sida, y lo cuento en El desbarrancadero. Es de las cosas más dolorosas de mi vida, pese a que mi hermano Silvio se pegó un tiro en la cabeza; y la muerte de mi abuela, que es a la que yo más he querido del mundo. Pero la muerte que me derrumbó fue la de mi hermano Darío. ¿Cuándo murió?
Hace cinco o seis años. No llevo la fecha; uno se va muriendo de a poquito, uno no se muere de golpe. Se va muriendo con la muerte de sus familiares más queridos, de sus amigos. Tuvo nueve hermanos.
Alguna vez he dicho que tuve 24, o 18; es una manera de decir que tuve muchos. En ‘Mi hermano el alcalde’ hay mucho humor entre ustedes, parece que se ll evaban muy bien.
Siempre hemos estado muy unidos, muy alegres, nunca fuimos trágicos. ¿Y cómo reciben ellos sus libros?
Muy bien. Mi hermano el alcalde es un libro que me resultó muy fácil. Mi hermano Carlos, que es el protagonista, me escribía y me mandaba cosas, y mi hermana Gloria, y mi hermano Aníbal me escribía también, y yo escribía lo que ellos me contaban. Así que tenía tres versiones de la historia, y eso me ayudaba mucho.
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Dice usted que, de niño, uno no entiende nada, que a los 40 ya se empiezan a ver “algunas cositas”, y ahora dice que ve claro “muy poquitas cosas”, pero que las ve “con una claridad inmensa”. ¿Qué ha descubierto?
La primera, ya la había descubierto Aristóteles: que la lengua hablada es muy diferente de la lengua escrita; la primera se aprende sin esfuerzo y la otra hay que aprenderla como si fuera una lengua extranjera. Y después descubrí cómo funciona el fenómeno biológico porque aprendí a ver el bosque sin quedarme atrapado por los árboles. Y escribí mi libro de biología para explicar los grandes problemas de la ciencia biológica hasta llegar al cerebro. A Darwin le da duro.
Darwin pretendió explicar cosas que él nunca llegó a entender. Y ha permeado toda la ciencia biológica; ha escrito un libro estúpido en el que cuenta su teoría de la selección natural, y es todo una perogrullada que no explica nada. ¿Cuándo descubrió usted que quería ser un artista?
Quería ser compositor, pero no tenía música en el alma, ni era el momento de hacer música clásica allá, en mi país. Desde hace mucho tiempo, la humanidad no produce grandes músicos, quizá el último fue Sibelius. Y en la música popular, yo creo que el último fue José Alfredo Jiménez. Descubrí que tendría más facilidad para escribir y terminé escribiendo. Y lo intentó con el cine.
Me hice la ilusión de que el cine era el gran arte del siglo XX; ahora pienso que ni siquiera fue un arte, fue un embeleco del siglo XX, es muy poca cosa al lado de la literatura, y a la vez pienso que la literatura es muy poca cosa al lado de la música. Colombia es su tema, está en todo.
Para mí es como una tabla de salvación. No creo en nada, ni siquiera en mi causa a favor de los animales, porque es un acto de fe irracional, emotivo, de amor [Kim, que está a los pies de Vallejo durante la entrevista, ladra]. Así que me agarro a Colombia como una tabla de salvación. Sé que es un país más de los doscientos que hay. Los colombianos creen que es el país más feliz de la Tierra; yo no sé si será el más feliz o no, sé que es un país que ha vivido con una intensidad muy grande. ¿Y esa intensidad incluye la violencia?
Incluye la violencia. Por eso es el país más violento de América Latina. En ese país transcurrió mi infancia y mi juventud, y me he querido aferrar a la idea de que soy 16
colombiano, y sigo hablando en colombiano, y sigo siendo en esencia colombiano. Y nunca ha habido un solo día de mi vida en que no haya sentido la presencia de Colombia. ¿Es ‘La virgen de los sicarios’ una metáfora de ese país?
Nunca la pensé así. Lo que quise contar en La virgen de los sicarios es la historia de un hombre que vuelve a Colombia después de 20 o 30 años y lo encuentra todo cambiado. Ese viaje es el resumen de 20 o 30 regresos míos a Colombia. ¿Qué produce esa sensación de que Colombia es un país sin arreglo?
Sin arreglo está la humanidad, no sólo Colombia. Toda la humanidad va hacia el desastre. ¿Y cómo fue su vida en Colombia?
Muy desenfrenada. ¿Cómo en ‘La virgen de los sicarios’?
Como en mi libro El fuego secreto, llena de incidentes y de cosas. Yo estuve muchas veces al borde de matarme; no soportaba tantas locuras, tantas cosas. ¿En qué consistía la locura?
En el choque del que no entiende que el mundo no se pliegue a sus caprichos. En El río del tiempo, un niño de pocos años se da de cabeza contra el piso porque no hace su voluntad. Así me sentía. Y siempre que escribe hace referencia a esos tiempos.
La mayoría de la gente no tiene nada que contar, porque no le ha pasado grandes cosas. Pero a mí me pasaron muchas cosas. Lo que se advierte es que usted siempre ha buscado el peligro. ¿Adónde le ha llevado esa tendencia?
Yo nunca he buscado el peligro por el peligro en sí. En esa época de El fuego secreto, yo estaba interesado en los muchachos. El doctor Flores Tapia de mi libro buscaba a los niños, pero yo no buscaba niños; con toda franqueza, yo buscaba muchachos, eran mucho más difíciles de conseguir que las muchachas. Yo preconizo la libertad sexual siempre y cuando no se maltrate a nadie, ni ese ejercicio esté ligado a la reproducción.
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¿Qué consecuencias tuvo para usted esa tendencia a buscar muchachos?
Colombia, con su inmensa locura, es un país tremendamente libre; nosotros no hemos tenido tiranos, no hubiéramos podido soportar nunca a un Castro o a un Chávez. Nosotros sólo tuvimos a Rojas Pinilla en 1952, y duró tan sólo cuatro años. No era un tirano, era un dictador, y lo tumbamos pacíficamente. ¿Qué huella le dejó aquel desenfreno?
Fue una época de mi vida que se quedó atrás. Siempre hice lo que quise, y sigo haciéndolo. Le veo más reconciliado con Colombia.
Bueno, yo nunca me he peleado con Colombia; a mí Colombia me divierte, me divierte hacer rabiar a la gente. Lo que pasa es que los curé de espanto en Colombia y ya ni me hacen caso. ¿Por qué se fue?
Porque se me metió en la cabeza hacer cine. Me fui a estudiar a Roma, y como en Colombia no había forma de hacer películas terminé viniendo a México. Hice tres películas que quedaron muy mal; pero estar aquí me ayudó a tomar distancia del colombiano, de los colombianismos, de los localismos. Viaja usted mucho últimamente. Estuvo en España. ¿Cómo ve a los españoles?
La juventud española renunció a los mil años de su idioma. El mundo se está desintegrando, están desapareciendo las barreras nacionales y las barreras lingüísticas, por culpa de Internet y de otros medios de comunicación. Así que los muchachos españoles ya no son muy diferentes a los jóvenes argentinos o mexicanos. Los jóvenes de todo Occidente ya son muy parecidos. Vimos en Sabaneta a los sicarios de los que usted habla en su libro. ¿Cómo es el alma de esos chicos?
Muy simple. Son chicos sin mucha cultura, viven en las barriadas. Puede que el día anterior no fueran sicarios, pero en el agobio de la vida los contratan para que maten, y ya está. ¿No le dieron miedo?
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Bueno, en Colombia todo el mundo está acostumbrado a vivir en un ambiente de violencia y de riesgo. En Colombia no está seguro nadie: ni el rico, ni el pobre, ni el presidente, ni el policía… Uno de los últimos tabúes contra los que usted ha ido ha sido el incesto.
Me tomó toda una vida llegar a decir eso alto y claro. Yo pienso que el sexo es inocente menos cuando esté involucrada la reproducción, que entonces es un crimen, o cuando se atropelle a alguien o no sea de mutuo acuerdo. Puede haber un tabú en el incesto por los problemas genéticos que producen los primeros cruces consanguíneos. En lo único que usted es ortodoxo es en el uso de la gramática.
Ahora también soy heterodoxo en eso, porque a nadie le importa que el español se esté volviendo un dialecto malo del inglés, a nadie le importa atropellarlo, y no lo digo por los políticos, los locutores o la gente de la calle, lo digo por los escritores. Ha escrito contra los militares, contra Dios, contra los ‘narcos’, contra el diablo, contra los ricos. ¿Contra qué no escribiría nunca?
Nunca escribiría contra los que quieren a los animales. A la gente le resultó raro que usted entregara el dinero de su Premio Rómulo Gallegos a los animales.
Sí, me reprocharon que no lo diera a los niños abandonados. O sea, querían que siguiera alcahueteando la plañidera que el Papa sigue azuzando. Yo le digo “¡recoja a todos esos niños!” al Papa que tanta leña ha echado a la hoguera demográfica. Al otro Papa le llamó usted de todo.
Este Papa es más discreto, pero forma parte de ese mundo falso, mentiroso, miserable, de la alta jerarquía católica. Pero tiene cosas que lo hacen menos odioso, como que toca Mozart al piano, y tiene gatos y los quiere. Así que ya estoy viendo una diferencia muy grande entre éste y el anterior. Para bien. En España, esa jerarquía ha desfilado en la calle contra el matrimonio homosexual.
Sí, lo sé. Los homosexuales están manteniendo sus derechos a tener un matrimonio como el de los heterosexuales. Se me hace medio ridículo que los homosexuales se pongan a adoptar niños. Yo les sugeriría que adopten perros abandonados y no niños; porque cuanto
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más adopten, más van a seguir asquerosos trayendo niños al mundo sin importarles qué sea de ellos. ¿Y cómo se lleva usted con ese niño que fue, y que está retratado ahí, en la portada de ‘El desbarrancadero’?
Lo veo lejanísimo, como si no fuera yo, totalmente desvaído en el pasado. ¿Cómo es Fernando Vallejo hoy?
No lo sé, el caos. ¿Le gustaría saberlo?
No. Un caos.
Por Patricia Kolesnicov
No se entiende esa sonrisa de niño en la boca del hombre que escribe con todo el odio del mundo. Se diría, a la primera lectura, que ha hecho gárgaras de odio con esa boca y escupió sobre el papel sus tres últimas novelas - La virgen de los sicarios, El desbarrancadero, el reciente La Rambla paralela-. Y que hay algo discordante entre las
palabras y estos ojos brillantes. Pero eso equivaldría a haber caído en la trampa. El hombre que a principios de diciembre, en el Hotel Milton de Guadalajara, México, se sienta manso y cordial a conversar, escribe en primera persona. En ocasiones su personaje se llama "Fernando" o no se llama de ninguna manera pero es un colombiano, de Antoquía, que ama a los animales, añora una Colombia que no existe más y se considera muerto… justo como Vallejo- el entrevistado. Es que él teje su trampa -la de la autobiografía- en cada oración. Cuando escribe -el narrador- sobre "la vagina vil que perpetúa la pesadilla del ser y empuerca el mundo" y luego se cansa de decir -el escritor- que parir es imperdonable. Cuando dice que Jesús no comprendió que los animales también eran sus prójimos y escribe que Cristo es "ese loco que ni una vez defendió a un pobre animal". Pero él no es un narrador en tercera persona, que si acaso los narradores se creen Dios Padre, para saberlo todo, que no son más que chismosos los novelistas en tercera, desde Balzac hasta García Márquez. El mismo es el protagonista de todos sus libros, pero si todo texto es ficción, ¿qué tiene eso de particular?
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Un escritor colombiano de 60 años es un escritor a la sombra de García Márquez ¿Cómo escribir en Colombia después de ese patriarca? Para empezar, Vallejo agarra a patadas -a puteadas- la idea tradicional de ficción. Hay una situación la Feria del Libro en La Rambla…; la espera de la muerte de su hermano en la casa materna en El desbarrancadero- y la voz que la cuenta habla, además, de todo lo que duele en el
Universo, de la burocracia, de una empresa de aviación, de los políticos con nombre y apellido. Habla -mal- de su madre en particular y de la maternidad en general. En diciembre, Vallejo anduvo por la Feria del Libro de Guadalajara declarando que La Rambla paralela, es su última novela porque "la literatura ya no me sirve para llenar el vacío de la vida". Algo de eso dice una de las voces de la novela: "vivo de verdad no está nadie". Y por ahí empezamos. Son las nueve de la mañana. Vallejo mira con ojos suaves. -Pero se puede estar vivo de verdad, ¿o usted no lo cree?
-La mente es un caos cambiante. Creemos que existe una realidad fuera de nosotros. No está muy claro. El cerebro es un caos cambiante y va cambiando a veces en prácticamente segundos. Y pasando de una realidad a otra, a otra, a otra… (Silencio. Dos, tres, cinco segundos.) El mejor momento del hombre es cuando está dormido. Y no sueña. -¿Y ahí es cuando está vivo de verdad?
-Estamos muriéndonos en cada momento en la vida. Vivir es morir. Yo me siento muerto desde hace mucho tiempo. Eso significa que me estoy desconectando de todo. De lo que se llama la realidad. -Que usted acaba de decir que no es seguro que exista…
-No estamos seguros de que exista. Tenemos los sentidos: la vista, el olfato, el oído, que nos dan indicio del mundo de afuera. Para mí ese mundo de afuera es cada vez más caótico. -Los sentidos pueden engañarnos.
-Así es. Ocurren las alucinaciones. Lo que no sabemos es si el estado normal es una alucinación. Vallejo es un exagerado, se ha dicho. Capaz de definir a Rimbaud como "un poeta marihuanero y sucio que jamás se bañó" y a Bolívar como un "granuja venezolano". Capaz de soñar; "¡Qué hermosa sería España sin gente". Tanto improperio contra todo y sarcasmos in crescendo terminan produciendo un efecto cómico. Da risa, y sin embargo no desaparece
la verdad de lo que dice, como un rezongo cruel, pero impotente. -Usted toma distintas instituciones y las denuncia justamente en lo que se supone que las define; la eficiencia de las empresas, la moral de la iglesia, la honorabilidad de
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las altas jerarquías.
-Todo está devaluado. Están devaluadas las personas, porque somos muchos. Están devaluadas las imágenes porque nos bombardean con ellas a todas horas y está devaluadas las palabras… y el peso argentino, ni se diga. -¿Si hay más personas cada una vale menos?
-Así es, así es. Hoy vale más un chimpancé que un hombre. Porque hay tan pocos chimpancés… Ahora están como a 150.000 dólares cada uno. -¿Hubo un origen donde la gente fue más valiosa? ¿Hubo una edad dorada?
-No, la vida siempre ha sido una pesadilla. La vida no tiene sentido, dure mucho o poco. Así durara eternamente no tendría sentido. -¿Por qué tendría que tener sentido?
-Queremos darle un sentido a todo, pero ¿cuál puede ser? Un sentido puede ser el de cumplir el plan creador de Dios, pero Dios no existe. Otro sentido, es que estemos aquí cumpliendo el plan quinquenal del Partido Comunista… Pero el Partido Comunista ya se derrumbó. ¿Cuál sentido nos podríamos inventar? Yo no tengo ninguno, no tengo ganas de inventarme ninguno. La muerte como alivio. Lo ha dicho antes y quizás no sea original. Ha dicho que es una suerte que su hermano Darío esté muerto, fuera de la pesadilla de la vida. "La vida no es una fiesta sino una desgracia y no hay forma de pasarla bien. La mayor parte del tiempo son momentos de vacío, de angustia, de dolor", dice ahora, que se le acabó el café y no pide más y habla como si de verdad no necesitara nada. -¿La angustia es por la conciencia del propio fin?
-No. Porque el fin no llega. El dolor más terrible es el dolor espiritual, el miedo de estar aquí. A mí me duele mucho el dolor de los animales, a quienes considero mis prójimos. Me duele su desamparo. -¿Usted cree que los animales sufren ese dolor espiritual?
-Los animales han de vivir en el terror. -¿Tienen conciencia de estar acá?
-Son como nosotros, nosotros somos animales. Viven el mismo terror que nosotros pero no te lo pueden expresar en una entrevista. Yo no tengo ambiciones, no vale la pena nada que alcance, no tengo muchas inquietudes. Me gustaría que no hubiera perros abandonados en las calles, por ejemplo. Ni que estuvieran las pobres ratas en la oscuridad de las alcantarillas tratando de sobrevivir. -¿Usted vive en el terror?
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-Yo vivo en el terror. Vallejo ha escrito que "la condición de la felicidad es el egoísmo". Lo sostiene y se distancia: "Pues mira, yo he dicho muchas cosas en mis libros… No puede ser feliz quien no es egoísta. Si estás rodeado de un mundo de dolor y no lo quieres ver, puedes ser feliz. Si lo vez, no puedes serlo", dice, como quien explica que uno más uno… Y dice otra vez, otra vez, otra vez, que lo mejor es dormir y no soñar, que despiertos "cargamos con todo nuestro pasado, con infinidad de recuerdos" y que ese es un peso muy grande y que "mientas vivamos no podemos estar en paz". -¿Tanto dolor es el de Colombia, el de los desplazados, el de los chicos convertidos en sicarios?
-Colombia es la vanguardia del desastre pero la condición humana en esencia es igual en todos lados. Con unos asesinatos de más o de menos, unos secuestros de más o de menos, con mayor o menos desempleo, con secuestros o sin ellos, con librerías o sin ellas, la condición humana es la misma. Estamos condenados a la enfermedad y a la muerte. Será eso, tanto dolor, y no el argumento de mercado -son tantos los humanos que valen poco- lo que lo tiene en una cruzada contra la maternidad. "Nadie tiene el derecho a reproducirse, imponer la vida es el crimen máximo. El hombre es la única especie que puede distinguir entre el sexo y la reproducción. Estamos programados para el sexo, está metido en las conexiones nerviosas con las que nacemos y que están especificadas en el genoma humano, como en el de cualquier especie que se reproduzca por el sexo. Sólo nosotros podemos darnos cuenta de esta separación. ¡Entonces, hagámosla! El sexo no tiene importancia, la reproducción sí. El sexo es inocente, la reproducción es criminal." No hay énfasis. Vallejo dice esto, dice todo, como si no importara. Como si no fuera el mismo que escribió que "para dominar un libro hay que acostarse con él". Como si todo el odio del mundo se dijera así en un medio tono impiadoso que, sabe, no hará justicia.
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