SYLVIA NOGUEIRA JORGE WARLEY
De la TESIS Guía para autores y editores
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De la TESIS al LIBRO Guía para autores y editores
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De la TESIS al LIBRO Guía para autores y editores
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C O L E C C I Ó N M E T O D O L O G Í A S Dirigida por Ana Lía Kornblit
SYLVIA NOGUEIR A JORGE WA RL EY
De la TESIS al LIBRO Guía para autores y editores
Nogueira, Sylvia De la tesis al libro: guía para autores y editores / Sylvia Nogueira y Jorge Warley. - l 5 ed. - Bu eno s Aires: B iblos, 2009 . 156 pp.; 23 x 16 cm. ISBN 978-950-786-713-2 1. Edición. I. Título CDD 410
Diseño de tapa: Luci ano Tirab as si U. Armado ¿ A tm S u m a © Los
autores, 2009 © Editorial Biblos, 2009 Pasaje José M. Giuffra 318, C1064ADD Buenos Aires
[email protected] / www.editorialbiblos.com Hecho el depósito que dispone la Ley 11.723
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Esta primera edición se terminó de imprimir en Primera Clase, California 1231, Buenos Aires, República Argentina, en abril de 2009.
índice
P re s e n ta c ió n ............................................................................................ 9 I n t r o d u c c i ó n ....................................................................................... 17 Los universitarios a comienzos del siglo XXI.................................... 19 Los géneros académicos........................................................................22 La t e s i s .....................................................................................................25 ¿Para quién?............................................................................................27 El libro .....................................................................................................32 C a p í tu l o 1 D e a u t o r e s y e d it o r e s ........................................................................35 Autor versus editor .............................................................................. 35 Antes de v is it ar al e d it o r......................................................................38 Las funciones del editor........................................................................40 Macro y m ic ro ed it in g ............................................................................ 52 Aspectos del original observables por el auto r y el ed ito r ............ 55
Capítulo 2 L a s p r i m e r a s d e c is io n e s d el a u t o r ............................................. 73 Esbozos iniciales del libro posible......................................................73 El perfil del d e s tin a ta rio ......................................................................83 La definición del a por te del libro ...................................................... 85 La ca pita liza ció n de los tópicos de la crític a .................................. 86 El libro desde a trá s .............................................................................. 88 La selección de una editorial...............................................................89 Capítulo 3 D e la te s i s a l l i b r o .............................................................................. 93 Dimensiones diversas del trabajo de reescritura de tesis...............93
La escritura de] libro: un trabajo coorientado en diferentes niveles tex tu ale s........................................................................................ 96 La reformulación de la tesis: una especie de traducción ............ 109 La claridad: cuestión de legibilidad e inteligibilidad ................... 113 La reorganización de la estructura de la tesis: explicitación y o rd e n ....................................................................................................... 115 La escritura del paratexto del libro: dedicarse a los nuevos lectores...............................................................................131 El manuscrito terminado: lecturas y escrituras finales antes de dirigirse al editor.................................................................. 146 D e c á l o g o ( g u í a -r e s u m e n d e o r i e n t a c i ó n g e n e r a l ).............. 149 B ib lio g r a fía ........................................................................................153
Presentación
Este breve volumen se dirige a diversos protagonistas de la difusión de conocimientos a través de los libros. Por un lado, inte n ta ofrecer un a orientación general pa ra todos aquellos un iversitarios que acaban de completar alguna fase superior de los estudios de su área y se encuentran con que en la actualidad, además de un diploma, tienen frente a sus ojos el producto de un duro empeño de investigación, elaboración, ordenamiento y escritura que juzgan que es de interés para un público mayor que las pocas personas que h asta ese ento nces h an tenid o acceso a él en el marco de un reducido espacio académico. También se dirige a profesionales que pueden tener ya una considerable carrera académica y una tesis de posgrado defendida, pero escasa experiencia o falta de entrenamiento en la escritura destinada a difundir sus conocimientos fuera de la comunidad de especialistas de su área. Por otro lado, esta obra se dirige a editores o estudiantes de carreras de edición que tengan particular interés en indagar en el mundo de la producción de libro s no ficcionales, no literarios, convencidos de que la com prensión de los esfuerzos y dilemas de los es critores aca démicos es una clave para lograr que una tesis se vuelva un buen libro, eventualmente un clásico de una disciplina que buena parte de las editoriales apreciaría incluir entre sus colecciones. En sentido recíproco, se apunta aquí no sólo a ayudar a los autores a desarticu lar re presentac iones sobre los editores que no hacen m ás que “enfermar” a los libros sino también a colaborar con los editores en la comprensión de las razones que, más allá de las habilidades de reescritura, tiene un autor para resistirse a “traducir” o modificar su tesis académica.
Permanentemente distintas formas del discurso político, el quehacer periodístico y hasta un extendido sentido común para nada ajeno a las aulas donde se cursan los estudios superiores repiten, casi a la ma ne ra de un eslogan, lo que puede co nsiderarse un “deber” social por pa rte del profesional recién egresado; se tr a ta de un m an dato del orden de la moral que puede sintetizarse en la necesidad de que el universitario que ha completado sus estudios “devuelva” a la comunidad aquello que de algún modo ella le ha brindado al posibilitar su formación especializada. El momento ad ecuado p ara comenzar con una tal devolución queda indicado, pues, con el cese de las cursadas de las materias, la entrega en fecha de los trabajos prácticos y la presentación periódica frente a las mesas examinadoras, y una certificación institucional que, además de brindar el regocijo y la satisfacción por la tarea cumplida, traza la raya después de la cual el tiempo por venir exigirá un desempeño y compromisos de otra na turalez a que los h as ta ese entonces asumidos. La referencia que antes se realizó acerca del trabajo de investigación es hacia la tesis. Esos cientos de borradores y páginas definitivas que, de acuerdo con la misma búsqueda y los mismos argumentos que el autor ha seguido para seleccionar un cierto tema de especialización y los modos de su tra tam ien to riguroso, se juzga que es importante e interesante ofrecer a la difusión pública una vez que se produce la pausa y la decantación necesaria que sigue a su evaluación y aprobación académicas. En otras palabras, aquellos interrogantes acerca del tema abordado, su interés y originalidad en el enfoque y tratamiento, que se debieron contestar de manera afirmativa y fundam entada antes de enc arar la labor y pa ra ir dá ndole vida y alimentando su vigor, se convierten con posterioridad es decir, ahora- en prueb a de su relevancia. E n síntesis: certifican su valor social. Se podría sumar, además, la certidumbre del carácter “útil” que supone ha be r relevado y ordenado u na bibliografía específica, en tre una masa de materiales de muy diversa procedencia, que a partir del aporte personal del investigador otras personas podrán tener más a mano para la consulta salteando la dura tarea de su detección y organización. Si bien se suele afirmar que las nuevas tecnologías (internet y la posibilidad de consulta rápida de bases de datos, en primer lugar) facilitan en la actualidad esta labor, la aseveración debe ser relativizada cuando se trata de la pesquisa de fuentes serias y confiables. En muchos casos regionales y nacionales, se podría añadir, las deficiencias estructurales en cuanto a la
disponibilidad de las bibliotecas y los archivos, la inexistencia de hemerotecas o microfilmaciones, etc., determinan que estas actividades valgan el doble. Colocar tales saberes prácticos, esos “trucos” y “atajos” que guían el trabajo cotidiano de la investigación en las páginas de un libro impreso, supone arrancarlos de los modos más vagos e imprecisos con que una generación de docentes y estudiantes se los “sopla” a otra siguiendo una suerte de costumbre propia de los avatares de los artesanos, maestros y discípulos, y comenzar a dotarlos de la claridad formal propia del ha cer científico que posibilite de tal m ane ra su acumulación, tran sm isión y difusión. Obligan incluso al propio autor a pasar revista y hacer memoria de aquellos obstáculos que en su momento supo salvar sistemática o espontáneamente y de una manera imprevista o esforzada para, a través de la reflexión y mediante la distancia conceptual que permite la escritura, convertirlos en una guía metodológica que puede ser de buen uso para quienes se interesen en esa misma problemática. Hay un viejo y conocido mito, que suele encarnar en sus consecuentes figuras estereotípicas, que muestra a los universitarios como cerradas sectas de iniciados que se inclinan hacia cuestiones que en nada interesan al común, y que de continuo recurren a nomenclaturas oscuras y lenguajes herméticos los cuales, más que encontrarse justificados por el asunto que tratan o de proteger el estudio de las ambigüedades del habla cotidiana, en realidad sólo sirven para disfrazar pomposamente la vacuidad de aquello que se inspecciona y exorcizar el temor a su discusión pública dado que la “utilidad” de lo actuado sólo es presunción de la institución que busca perp etu id ad para sí y cobijo seguro para sus habitante s. Más allá de lo exagerado de la caricatura, quizá pueda también agregarse a la necesidad de la publicación de un libro la intención más o menos explícita y consciente por parte del profesional de poner a pru eba lo hecho frente a opiniones que no son ya las esperables y en la misma medida relativamente previsibles dentro de la universidad. Tal extensión supone enfrentar con convicción el desafío de la validación social del conocimiento por él adquirido y desarrollado. Se trata en este caso de ver si los esquemas conceptuales ela borados, el objeto de estudio que so ju z g a de im porta ncia al igual que la riguro sidad de la metodología utilizad a y las conclusiones a las que se ha arribado “resisten” lecturas diferentes que aquellas a las que los años de la formación superior han ido acostumbrando y que a veces corren el riesgo de terminar alimentando una cierta
circularidad endogámica. Esta lectura ampliada bien puede ser considerada, en consecuencia, una suerte de “grupo de control” sui géneris. Suele afirmarse, en este mismo sentido y según ^se dijo antes, que los profesionales egresados universitarios deben encontrar la manera de “devolver” a la comunidad aquello que ella, de manera directa o indirecta, ha posibilitado y que es evidente a partir del sostenimiento económico del sistema de educación pública (y tam bién, en u n a buena proporción, la educación privada). Un señala miento general que no pretende, como bien podría hacerlo, agregar razones de índole ética. Pues bien, he aquí una buena e inmediata posibilidad para hacerlo; sobre todo porque de m anera la tente el desafío es una convocatoria profesional de valor en tanto y en cuanto supone que el universitario interpelado debe poder dar muestra de la suficiencia y la plasticidad suficientes en el manejo de patrones de investigación, metodologías, conceptos, hipótesis y teorías como para construir explicaciones claras y fundadas para un público que no es ya el de sus pares. Según relata Albert Einstein en su autobiografía, fue uno de sus tíos quien supo alim en tar sus intere ses científicos proporcionándole libros de ciencia a largo de la adolescencia. De esas lecturas científicas dirigidas a un público no especializado, cue nta E instein, na cería su constan te cu estionam iento de las afirmaciones de la religión; un libre pensam iento de marcado rechazo hacia el Estado y la autoridad, y que lo guió para que sobre fines del siglo xix ingresara en el Instituto Politécnico de Zurich, en su escuela de orientación matemática y científica, decidido a estudiar física. Como se sabe, el creador de la teoría general de la relatividad siempre insistió en la nece sidad de que fueran los propios científicos, incluso aquellos ocu pados de las cuestiones m ás complejas y ale ja das del pensar común, los encargados de llevar adelante la tarea de divulgación de sus conocimientos. Es más, para Einstein la capacidad de “traducir” para la comprensión bien genera lizada la s conceptualizaciones científicas es una señal definitiva de que el científico en cuestión sabe verdaderamente sobre aquello que se trae entre manos. Fue ésta una convocatoria a la simplicidad que más tarde el propio Karl Popper suscribiría. Para el epistemólogo autor de La lógica de la investigación científica constituye un atributo natural y en algún sentido necesario de todas las grandes teorías que la humanidad ha sido capaz de producir el hecho de que, finalmente, puedan ser expresadas en unos pocos renglones.
Asimismo, resulta evidente para cualquier egresado universitario que una porción relevante de aquellos artículos, libros y experiencias que lo formaron han seguido históricamente ese mismo camino, de la tesis al libro. En su obra Frorn Dissertation to Book, William Germano (2005) menciona como ejemplos de tesis doctorales que se convirtieron en libros de influencia para la vida intelectual estadounidense Dialectical Im agin ation de Martin Jay y Sexual Politics de Kate Millett; sin ir más lejos, la misma editorial que ha publicado el volumen que ahora mismo el lector tiene en sus manos podría mencionar de su catálogo, y a manera de ilustración de tesis universitarias convertidas en libros, el título Políticas de la maternidad y maternalísmo político de la historiadora de la Universidad de Buenos Aires Marcela Nari o Ser-en-el-sueño. Crónicas de historia y vida toba, de Pablo Wright, antropólogo y docente de la misma universidad, entre otros muchos. De seguro los ejemplos que podrían agregarse se cuentan por miles. De lo que se trata, entonces, es de que se perciba que tal tarea de publicación es la continuación de una práctica de acumulación, actualización y mejoramiento de los saberes necesarios p ara la reproducción de los estudios superiores, que por su propia naturaleza se encuentran en constante reelaboración y perfeccionamiento, así como del rico, complejo y contradictorio diálogo que el discurso universitario tiene establecido, desde su origen, quiera vérselo o no, con el conjunto de los discursos sociales y las necesidades de su comunidad. Así, este tomo busca acercar un conjunto de observaciones que posibiliten reflexio nar sobre lo hecho y orie ntar el quehacer con relación a los diversos pasos que integran la secuencia que conduce de la tesis al libro, y que parten de una simple constatación inicial: una tesis no es un libro , y, por lo tanto, identificar un género con el otro, o suponer que entre ellos hay una distancia mínima, es una gran equivocación y fuente de los mayores malentendidos. Hay una serie de transform acion es que med ian en tre un a y otro, la tesis y el libro, y para la explicitación y el análisis de ellas estas págin as buscan brin dar una guía general. En ese sentido, se busca enfatizar que el pasaje que lleva de la tesis al libro es producto de una tarea conjunta del autor y el editor. Resaltando lo obvio para que no se olvide, debe decirse que las normas académicas no coinciden con las que dicta la práctica editorial; de igual manera, los pocos profesores a lo sumo media docena de
alta calificación en la m ate ria específica que aseso ran, siguen en su evolución, indican errores y correcciones, y finalmente califican y aprue ban un a tesis univ ersitaria, no son en absoluto asimilables al público m ás am plio al que pretende lle gar el libro. Baste mencionar, para que se im agin e la distancia entre una y otra competencia lectora, que la tirad a de un editorial comercial de un título sobre algún tema universitario no puede ser inferior a los 1.500 ejemplares, según dicta la lógica básica y mínima de su rentabilidad. Con respecto a la lectura, vale la pena añadir aquí que ese pasaje que lleva de la in vestigación académ ica a la fo rm a del libro no se consuma simple y únicamente en el traspaso de unos “pocos conocidos” a la dimensión mayor del público Lector entendido como una entidad vaga y poco asible. Es más que eso. El modo de la circulación del libro perm ite de stac ar a lgun as lecturas particulares, para nada abstractas, ligadas a espacios institucionales y lectores relativ am en te calificados que firman con nombre y apellido, y cuyas opiniones e interpretaciones tienen verdadero peso social. Así ocurre tanto con las revistas especializadas o de divulgación más general y con las páginas, los suplementos y las publicaciones de diverso form ato (N, a d n , R ad ar, para citar los ejemplos nacionales más conocidos y prestigiosos, pero a los que se podrían agregar desde las revistas universitarias h asta m últip le s espacios en int er n et y program as de radio y de televisión) donde se ejerce un quehacer crítico más allá de la heterogeneidad de particular valor y que se encuentra en relación con los saberes académicos a través de múltiples vasos comunicantes. Son estos espacios, en definitiva, los que ese público lector amplio que se ha mencionado busca para actualizarse y estar al corriente de las novedades que las editoriales publican. No en vano, el crecimiento editorial desde mediados del siglo XIX fue de la mano de la extensión de los sistem as de educación pública que dieron v ida a ese “público lector”, a la vez que se fortalecía el quehacer periodístico y junto a él la figura del “crítico” que es precisamente quien, en medio de una cantidad de publicaciones cada vez mayor y más diversificada, actúa como un formador de gustos y guía de lecturas. De la tenis al libro. Guía p a ra autores y ed itores es un volumen eminentemente práctico, y si en esta presentación no se habla lisa y llanamente de “consejos” es en realidad para no caer en un exceso de informalidad o demagogia. De cualquier manera es inevitable que en varios puntos de la exposición se haga referencia a un con junto de conceptos y apreciaciones provenie ntes de los diversos
ámbitos de la lingüística y el análisis del discurso (de los que luego se da cu enta en las bibliografías gen eral y específica), pero en todos los casos se intenta acudir a ellos antes como herramientas que como nociones teóricas, es decir, con el objetivo de iluminar con intensidad los aspectos centrales de la tarea que se pretende estimular, para brindar un apoyo tanto al autor como al editor en sus tareas. El carácter “práctico” que se acaba de señalar apunta también en un a dirección complem entaria. Q uienes escribieron De la tesis al libro. Guía para autores y editores tienen una larga trayectoria como docentes especializados en la problemática relativa a la lectura y la escritura, tanto en las aulas de la escuela media como en los diversos niveles de los estudios su periores u niversitarios , fund amentalmente a través de la forma del taller, tarea que les posibilita ha sta el día de hoy es tar p articula rm en te a lertas frente a los inconvenientes que su experiencia cotidiana les ha posibilitado estimar como los más relevantes. De igual manera han trabajado y están en contacto permanente con editoriales comerciales como lectores evaluadores, directores de proyectos de colección, cumpliendo funciones de edición y, por supuesto, tam bié n como autores. Pued e decirse finalmente, que quienes firman en la tapa son, a la vez, autores y editores. Ese doble carácter les ha permitido ser testigos de las necesidades, quejas y demandas de uno y de otro, del autor y del editor, cuya relación muchas veces se precipita en una serie de malentendidos que term ina n por entorpecer y volver pesada y desagradable una relación que debería ser todo lo contrario, en primer lugar porque el objetivo final un libro bien hecho, interesante y agradable de leer así lo requiere. Sylvia Nogueira y Jorge Warley Buenos Aires, verano 2009
Introducción
A comienzos de la década de 1960 el investigad or francés Roland Barthes, uno de los fundadores de la semiología de tradición euro pea continenta l, en el marco del desarrollo de una se rie de trabajo s pioneros sobre la fotografía —fundam enta lm ente dos, “Retórica de la imagen” y “El mensaje fotográfico”, se decidió a enfrentar de un modo sintético y lapidario un sentido común. Tuvo en cuenta, sobre todo, que ya em pezaba a pro pag arse a travé s del periodismo y otros ámbitos de divulgación, como verdad que no necesita ser demostrada, la idea de que había arribado la “era de la imagen” y que de la mano de las nuevas tecnologías y diversas, deslumbrantes y novedosas form as de la comunicación no faltaba mucho p ara que los viejos instrum en tos lingüísticos escritos fueran guardad os en algún cajón hasta ser olvidados. “La duda principal acerca del futuro del libro se origina en la difusión de las llamadas nuevas tecnologías de la información y de la comunicación. El público, pero también, por cierto, los profesionales de la edición, ha comenzado a sospechar que la posibilidad de acumular y distribuir inmensos volúmenes de información a bajo costo y a gran número de usuarios pone en cuestión al libro como medio idóneo para satisfacer esa misma necesidad”, escribió Alejandro Katz (2002), y a continuación anotó como ejemplo significativo que en 1994 el Centro de Semiótica y Estudios Cognitivos de San Marino, que dirigía Umberto Eco, se dedicó a discutir el tema apuntado para reunir luego las discusiones en un libro llamado, valga la paradoja, El fu tu ro del libro. “Desde cierto punto de vista”, redondea Katz, “la aparición de las tecnologías digitales de transmisión de información hace las cosas más parecidas al modo en que
eran antes de la escritura”, o sea, un par de miles de años antes de la era cristiana. Cuando planteaba polémicamente la cuestión, hace poco menos de medio siglo y cuando la televisión recién mostraba sus dientes de leche, Barthes revisaba el argumento para colocar una conclusión que apuntaba hacia las antípodas de los presagios apocalípticos. En síntesis, el autor de Ele m ento s de semiología señalaba lo evidente: toda expansión de la imagen, su despliegue a través de cualquier soporte novedoso y deslumbrante tecnología, siempre va acom pañ ada de la pa lab ra oral y escrita. Así, ejemplificaba B arthe s y nosotros podemos continuar, sucede tanto con los eslóganes y las m areas que se suma n a las gran des fotos que ocupan la mayor pa rte del afiche publicitario, o a través del locutor que, junto al breve texto sobreimpreso en la parte inferior de la pantalla, continúa con su comentario la imagen del noticiero, la letra de la canción en el caso del videoclip además de la información escrita que lo inicia y cierra mentando al intérprete, el nombre del tema y otros datos generales, el epígrafe que se despliega al pie de la fotografía periodística que ocupa la mitad de la página tres del diario de hoy y se ubica inmediatamente debajo del título de tipografía de cuerpo inmenso, y así siguiendo. Aquellos artículos desconocían los ordenadores de textos e internet, los videogames, el correo electrónico y los mensajes de texto, que les hubieran posibilitado agregar otras m uchas ilustraciones de este punto de vista. En fin, aunque las revistas que acompañan los diarios, algunos magazines de radio y una catarata de rápidas opiniones vertidas a través de los televisores insistan cada tanto con énfasis altisonante que “vivimos una época de la imagen”, la verdad es que basta mirar con mínimo detenimiento alrededor para advertir que cada vez más formamos parte de una civilización de la lengua. En ella la escritu ra sigue siendo dete rm ina nte y las nueva s tecnologías, usos y costumbres no hacen sino constatar tal realidad que se ofrece con la forma de un cada vez más variado “menú” de opciones para su realización, desde las más sencillas y cotidianas hasta las más sofisticadas y complejas. A su manera, y más allá de cualquier discusión posible sobre errores de concepción e implementación y motivaciones ocultas, las reformas educativas que en las últimas dos décadas o más se han llevado adelante han debido hacerse cargo inevitablemente de esta realidad en los diversos niveles del sistema educativo. Ocurre, pues, que cada vez se habla, se escribe y se lee más, no menos. Cada vez las formas de la oralidad y la escritura se diversi-
fican en mayor medida y se estratifican en torno a pautas genéricas que, aunque no siempre sea posible percibir de manera inmediata y directa, corren en forma paralela a las cambiantes y renovadas necesidades de los hombres y las instituciones que los agrupan. Cumplen una ley de obligada “inercia social” que ya hace mucho tiempo el teórico ruso Valentín Voloshinov describió de m an era definitiva. Cada vez más los éxitos y los fracasos de la formación, en tanto se expresan en los diversos estratos del sistema de escolarización pero ta m bié n en los espacios la borale s, está n relacio nados con la demostración por parte de las personas de su capacidad y ductilidad para manejarse con la lengua oral y la lengua escrita. Se puede habla r, en consecuencia, de éxitos y de fracaso s au n q u e no de un modo causal exclusivo, por supuesto en el manejo productivo de la lectura y la escritura. Así es como queda demostrado en las múltiples pruebas de evaluación estatales y privadas, nacionales e internacionales, que intentan detectar los obstáculos princi pales del desarro llo educacional, y que explican , por ejemplo, el alto grado de abandono de las universidades en su ciclo de introducción y el porcentaje mínimo de las poblaciones que completa sus estudios superiores. El esfuerzo denodado que todos los sistemas educativos realizan en la actualidad para mejorar el desempeño por parte de los niños, adolescentes y jóvenes en el área de la lectura y la escritura da cuenta de este fenómeno. De igual modo se podrían citar muchos de los cursos de capacitación laborales que impulsan las empresas públicas y priv adas para m ejo rar tal desem peño. Se tra ta de una cuestión de primer orden, y los obstáculos y las dificultades que se enfrentan engordan habitualmente las ponencias en los congresos de educación, las declaraciones del ministro del área y las asignaciones presupuestarias de su cartera, los pronunciamientos de los sindicatos docentes y los centros estudiantiles, etcétera.
Los universitarios a comienzos del siglo XXI A lo largo del último período las universidades de todo el mundo, aunque con diverso ritmo y proporción, han visto incrementadas en forma exponencial sus matrículas así como el número de los profesionales egresados que finalizan sus carreras de estudios superiores. Es sencillo arriesgar una primera causa que explique el fenómeno si se considera la tendencia de buena parte de los sistemas
educativos nacionales a “empujar” de una manera cada vez más decidida a una m ayor cantidad de persona s p ara que sigan estudios de formación superior. La prueba de tal empeño la brinda la sanción de renovadas leyes de educación y la implementación de reformas educativas que tienden a aumentar en años la obligatoriedad de escolarización, como, vale la ilustración, acaba de ocurrir en la Argentina con la promocionada Ley de Educación Nacional, sancionada a fines de 2006. En tre las razones básicas p ara ta l impulso, adem ás, debe enlistarse en primer término la percepción generalizada de que cada vez en mayor medida se necesita una fuerte capacitación profesional para conseguir puesto s de tra bajo m ás o menos estim ulante s y bien pagos. Adem ás, si bien la ante rio r se meja ser la causa princip al y directa, no debería ser dejada de lado la estimación de hasta qué punto la obtención de un diploma universitario supone un logro deseado de realización personal que tiene gran fuerza de atracción más allá de cómo pueda o no reflejarse finalmente en la vida laboral que se desarrolla y en el nivel del salario que se recibe al final de cada mes. De igual modo y en gran medida porque tal masividad ha determinado, directa o indirectamente, a la manera como lo haría un estímulo económico de sobreoferta, una cierta depreciación de los estudios llamados “de grado”, se han multiplicado las posibilidades de formación en los cursos de posgrado. A lo largo de los últimos años las licenciaturas, las maestrías, los doctorados y hasta los posdoctorados se han vuelto títulos cada vez más populares, necesarios y buscados por aquellos que siguen estudios superiores. La proliferación de las diversas formas de educación a distancia, favorecida por las nuevas tecnologías desde la consulta, el foro y la tutoría electrónica que puede reunir a dos o a cientos de personas , ha sta las teleconferencias, pa ra citar sólo algunos ejemplos ya usuales, o los cursados intensivos para aquellos que disponen de poco tiem po dadas su s ocupaciones la borale s han fortalecido aun más el fenómeno en desarrollo. Las reformas ed ucativas de las que se ha hecho mención con an terioridad insis ten, adem ás, y lo hacen a cada paso, en la necesidad de generar nuevas y permanentes formas de capacitación docente. Se considera que la implem entación de formas perm anen tes de actua lización profesional es imprescindible en virtud de que los campos disciplinarios son espacios de conocimiento en constante renovación, tanto en sus contenidos como en sus pedagogías.
Cada una de estas instancias supone formas de asistencia, cursado y evaluación propias. La ampliación del campo profesional, que va de la mano de un ritmo constante e indetenible de actualización, según se afirmó, obliga a sus miembros a concurrir a uno, dos o más congresos cada año, elaborar abstraéis, papers, artículos o informes de investigación, para proporcionar unos pocos ejemplos, que los enfrentan al desafío de mostrarse eficaces en el tratamiento por escrito de los tem as de su especialidad de acuerdo con convenciones de presentación de formas de la oralidad y, sobre todo, de la escritura fuerteme nte normativizadas. Frente a un panorama tal, no se muestra como una exageración afirmar que todo profesional debe prepararse denodadamente para ser un técnico en el manejo de la lengua escrita en sus diferentes formatos. Además, en tanto las demandas son cambiantes así como los múltiples factores que pueden incidir hasta último momento para determ inar su confección, se necesita de un man ejo previo, sólido y bien sedimentado, que se asiente en hábitos consolidados y por lo tanto perm ita una utilizació n fluid a de las herram ientas de la lengua; habilidades que posibilitarán la resolución de los inconvenientes “inesperados” o los cambios de última hora que deban enfrentar. Dentro de este repertorio de saberes técnicodiscursivos, una forma escrita clásica, como es la tesis, se utiliza cada vez con mayor frecuencia como requisito de aprobación exigido como instancia evaluativa que sirve de cierre para un determinado nivel de la educación superior. Sucede que el punto culminante de la formación profesional está dado por la capacid ad que debe dem ostrar el estu diante para desempeñarse en el ámbito de la investigación de una manera eficiente, creativa y personal, y es precisamente la elaboración de u n a tesis el pará m etro que posibilita m edir su virtu d en este sentido. La tesis es, de tal modo, un desafío, y su defensa y aprobación suponen un punto de llegada, de culminación, de cierre, pero tam bién una pla ta fo rm a firm e para que el profesional recién recibido comience, por fin, el desarrollo de su carrera sin más tardanza pre paratoria o “transic io nal”. Se comprende entonces que muchos autores busquen que sus tesis, a las que de seguro juzgan de importancia e interés para un conjunto amplio de personas más extenso que la media docena de especialistas que pueden haberla leído en el ámbito universitario, puedan emerger del cerrado ámbito académico para ser llevadas al “mundo”. Nadie que sienta que tiene algo
importante y fundamentado para decir deja de experimentar ese reclamo. El primer punto que debe quedar claro en relación con este anhelo por demás justo y razonable y sobre el cual no nos cansaremos de ins is tir es que un a tesis no es un libro, y por lo tan to hay aquí un nuevo trabajo que afrontar. Transformar una tesis en un libro acarrea una serie de operaciones que pueden ser estimadas simples, razonables y naturales o abstrusas e innecesarias, según se encare la tarea. Este volumen pretende ser un aporte que aproxime esos juicios extremos a una justa (y realista o pragmática) apreciación, de modo tal que interesantes proyectos de publicación no terminen abandonados debido a desacertadas representaciones del trabajo de reformulación de la tesis para transformarla en un libro.
Los géneros académicos Desde sus inicios y su expansión en Occidente, hacia la llamada Baja Edad Media, el desarrollo de las universidades supuso la utilización de formas fuertem en te convencionalizadas para el desarro llo de su labor. La tradición, en rigor, se remonta mucho más atrás, a la China imperial cientos de años anteriores a Cristo, pero basta aquí con la referencia a las universidades como instituciones típicas de la modernidad occidental. Desde el modo en que debe plantearse una investigación o los protocolos que debe se guir de m anera necesaria el trabajo en un laboratorio has ta la estru ctur a básica de un a clase, la m anera clara y precisa de redactar las consignas para un examen parcial, la participación en un congreso, una conferencia magistral o un examen ñn al, siempre se buscó establecer patron es fu ertes que sirviera n de guía en estas labores. En la medida en que las universidades se fueron consolidando como instituciones esas pautas normativas sedimentaron, ganaron una mayor determinación, lo cual se explica, naturalmente, por la necesidad de contar con un marco transparente y objetivo que garantice sólidas y eficaces formas de la acumulación y la transmisión de los conocimientos que se pretenden fundamentados, rigurosos y de gran utilidad social. Una de las características principales que constituyen a la cultura humana es su capacidad de conservación y reproducción, es decir, do acopio y transmisión de conocimientos de una generación
a la otra. Las instituciones educativas son claves para advertir el desarrollo de este aspecto en las sociedades mode rnas, y las un iversidades en particular en lo que respecta a la ciencia y la “alta” cultura. Dentro de ellas la escritura y los géneros escritos ocupan un lugar central. A los fines de este volumen interesa destacar particularmente el uso de la escritura universitaria. Resulta ya clásico en esta área mencionar, de manera rápida, el concepto de género discursivo acuñado por el investigador ruso Mijaíl Bajtín y que resulta ya de gran popularidad para los habitante s de las diversas in sta ncia s del sistema educativo argentino. Para el autor de Estética de la creación verbal cada esfera de la vida social se caracteriza por la emergencia y estabilización de cierto tipo de enunciados que en ella echan profundas raíces y, a la vez, van encontrando formas de estabilización, es decir ciertos esquemas particulares, constantes, de estilo, y repertorios temáticos que posibilitan su producción y reconocimiento. Acto seguido Bajtín clasifica a los géneros discursivos en p rim a rios o simples y complejos o secundarios. Los primeros son los que están ligados a las formas más sencillas de la oralidad, como ocurre, por ejemplo, con un diálogo cotidiano entre amigos o vecinos; los secundarios son los que se corresponden con los universos de la literatura, la ciencia o el periodismo. Es claro, en consecuenc ia, que los usos lingüísticos orales y escritos típicos de la unive rsidad corresponden a este segundo ítem taxo nómico, e incluso pueden ser vistos en su interior como un subcon ju nto de cla ra distinción. Esto es así, como se dijo ante rio rm ente , debido a la necesidad de las casas de estudios superiores de ofrecer normas claras y fuertes para identificar los discursos que caracterizan a la institución. Aquí se los llamará géneros académicos. Podría argumentarse en contra de lo dicho en los párrafos anteriores a partir de la constatación de que tales requerimientos normativos no son iguales en todas las carreras, facultades y universidades. Esto es cierto y evidente, pero no por ello deja de ser verdadera y fácilmente detectable en las disposiciones generales de los planes de estudio y los programas de las materias particulares la orientación general que se sigue de la anterior afirmación en cuanto al señalam iento de un a tende ncia global y la búsque da constante de consensos para la implementación de criterios únicos de identificación de tales géneros. Por ejemplo, en los últimos años ha comenzado a exigirse, en diversos niveles del sistema educativo argentino, la realización de
una tesina. El escrito debe ser elaborado a p ar tir de la asisten cia de un tutor o director y, en la mayoría de los casos, luego de aprobada en general debe ser defendida en una entrevista oral final. Las tesinas ya se realizan como requisito de egreso de la escuela media en un nú m ero creciente de escuelas sec und arias privad as y públicas de la ciudad de Buenos Aires y otros puntos del país. Ahora bien, también se recurre a la tesina como trabajo de investigación y escritura necesario para la obtención de una licenciatura en diversas carreras que se cursan en las universidades nacionales. Es evidente, entonces, que los requerimientos en un nivel y en otro son necesariamente diferentes aunque en los dos casos se apele al mismo nombre de tesina para caracterizar el tra bajo que debe realizars e. Es más, ni siquiera en el interior de una misma facultad los criterios son claros y distintivos. Así, puede ocurrir que se produzcan enfrentamientos de criterios entre el director de investigación o tu to r que aprobó un plan de trabajo y guió al estu dia nte, y el profesor encargado de su estimación y calificación final, que juzga lo realizado sobre la base de valores diferentes de los de sus colegas. Por esta razón en varia s un idad es académ icas —podemos cita r aqu í los casos de las facultades de Ciencias Sociales y de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires—se realizan con gran frecuencia reuniones y seminarios tratando de fijar criterios comunes. Algo similar ocurre en las escuelas medias entre las diversas áreas . Los tema s y los modos de enc ara r un a investigación, por más pequeña y acotada que ésta sea, así como las form as de su presentación formal por escrito, no encierran criterios compartidos entre liter atu ra y m atem ática o computación y biología; es ésta u na he terogeneidad que las indicaciones oficiales demasiado vagas e im pre cisas no permiten despejar. Si bien todas estas diferencias son ciertas, también lo es y este volumen resulta, al menos en parte, un reflejo de esa circunstancia el hecho de que se trata no de un fenómeno misterioso o del empecinamiento caprichoso por defender lo “propio” sino de una pro blem ática ya bien conocida y establecid a que los especialistas intentan resolver, hasta un cierto punto, a partir del establecimiento de mecanismos de consenso que en la mayor parte de los casos surgen de la resolución de los problemas y las necesidades cotidianas y bien prácticas. Acerca de la problemática de la “indeterminación” que afrontan el conocimiento humano y su enseñanza, Claude Bastien (1992)
anota que “la evolución cognitiva no se dirige hacia la elaboración de conocimientos cada vez más abstractos sino, por el contrario, hacia su contextualización”, la cual determina las condiciones de su inserción y los límites de su validez. Bastien agrega que “la contextualización es una condición esencial de la eficacia [del funcionamiento cognitivo]”, según lo ha afirmado Edgar Morin (1999) en el intento de sub ray ar la ce rtidum bre de que “el conocimiento no se puede considerar como una herramienta ready made que se puede utilizar sin examinar su naturaleza. El conocimiento del conocimiento debe aparecer como una necesidad primera que serviría de preparación para afrontar riesgos permanentes de error y de ilusión”. De cualquier modo, la “juventud” de la tesina (al menos para el caso del sistema educativo argentino) y su implementación reciente encierran inconvenientes que no se reproducen en igual grado cuando se considera el género académico tradicional del que ella deriva.
La tesis La tesis universitaria se muestra como una forma genérica más estabilizada en sus criterios generales que su hermana menor, la tesina, aun cuando a ella también le caben muchas de las observaciones que se hicieron precedentemente. De acuerdo con la definición ya clásica y bien general acuñada por el escritor ita liano Um berto Eco (1983), se debe ente nder por tesis: Un trabajo mecanografiado de una extensión media que varía entre cien y cuatrocientas páginas, en el cual el estudiante trata un problema referente a los estudios en que quiere doctorarse.
El ciclo de vida que cubre una tesis supone, por parte de quien la realiza, un arduo esfuerzo de elaboración que se puede registrar en todos los niveles que atraviesa desde su planeamiento hasta su evaluación. De manera simplificada se pueden mencionar como pasos centrales de la investigación: 1) la selección de un determinado objeto de estudio bien delimitado;
2) la
3) 4) 5)
6)
7)
búsqueda de bibliografía y el diseño de formas diversas de la investigación y la exp erimentación; la labor de dar cuenta de un soporte teórico y metodológico adecuado y preciso; la ejecución de un ra stre o m uchas veces gigantesco pero necesario para dar cuenta de un cierto “estado de la cuestión” con relación al tema que se ha elegido; las periódicas consultas con el director a cargo, que en muchas ocasiones determinan la reelaboración de una parte importante sino de la totalidad de lo trabajado o la reorientación completa de la investigación; su plasm ación en un cue rpo escrito claro, convincente y ordenado. No se desarrolla aquí, pero tal trabajo de escritura encierra una serie de “pasos” que van desde los borradores iniciales, los informes de lectura de los textos relevados, los diversos tipos de fichas elaboradas, las correcciones y reescrituras sugeridas a partir de las observaciones y reorientaciones del trabajo que determine el tutor. Y, finalmente, la defensa oral de la tesis.
La tesis es un género discursivo académico que, como tal, supone condiciones de producción y esquem as de formalización bien delimitados. Esto es así tanto en lo que refiere a su extensión, las “partes” que constituyen su elaboración (aquellas que quedan plasmadas en el escrito final y aquellas que no, como los borradores, las consultas a diccionarios y enciclopedias, las charlas orientadoras con el tutor y otros esp ecialistas y colegas, los resúm en es o informes.de lectura), la obligatoriedad de que el enfoque teórico y el abordaje metodológico estén explicitados y fundamentados en su elección, como en lo que hace el carácter explícito de la hipótesis de la que se parte y a que las conclusiones a las cuales se arriba estén volcadas de m anera clara y lógicamente encadenadas. P ara insistir en un a definición de pocas palabras, a la m an era de Eco, se suele encontrar la afirmación que dice que la tesis se trata de un trabajo escrito extenso que desarrolla una investigación original. Su naturaleza, por lo tanto, es la de una tarea de carácter científico que debe ser encarada por su autor como el primero relevante de su vida profesional. Consiste en una labor de graduación de los estudios superiores, de la cual .muchos suelen subrayar su carácter “probatorio”, aunque otros especialistas parecen tener una perspectiva menos “drástic a”, como William Germ ano (2005), para
quien “una tesis es una argumentación antes que una afirmación que debe ser probada”. De acuerdo con Germano: Una tesis doctoral [...] ni siquiera es un argumento en sí, completo, sino una muy pequeña parte de un argumento mayor que ocupa un lugar en una disciplina específica o en la sociedad [...], o en el conjunto de la cu ltu ra considerado en su amplitud. Existe en ella una tensión entre el imperativo de ser creativo y original, y la necesidad de ocupar un lugar en el extenso diálogo que constituye un campo universitario.
La definición tiene la virtud y el valor de sacar a la tesis de los requerimientos de absoluta novedad y genialidad del trabajo para situarlo en un contexto mucho más realista y cercano. Más próximo a la “puesta en escritura” que al énfasis sobre su carácter científico. Para cerrar este apartado, podría decirse que no necesariamente la observación de Germano acerca del carácter argu m entativo de la tesis debe estimarse contrapuesta a la apreciación más tradicional que subraya el eco de “comprobación rigurosa” que la misma pala bra “in vestigación” a rra stra tra s de sí, y bien podría pensarse en términos complementarios o de “mezcla” de diversas proporciones según sea la disciplina de la que se trate, su problemática y el tratamiento particular que se le dé.
¿Para quién? Una de las cuestiones centrales que deben despejarse con relación a cualquier discurso es para quién se habla o se escribe. El lector, singular o plural, cercano o lejano, de características universales o de suma especialización, no es según vienen enseñando desde hace ya tiempo la lingüística de la enunciación y los estudios del discurso ni remite a una entidad concreta, empírica, ubicable materialmente en tiempo y espacio, sino que se trata más bien de un presupuesto teórico. Es decir, una hipótesis de trabajo acerca de cuyas características que en muchos casos es espontánea, implícita y surge de manera inmediata en la cabeza del emisor es necesario especular en tanto y en cuanto más compleja sea la forma comunicativa puesta en juego. Un lector ideal, hipotético que, como el punto de fuga que guía la perspectiva en una pintura renacentista, se puede postular
como exterior sólo de una manera figurada, dado que es esencial como horizonte ordenador de la interioridad misma del texto. La inquietud puede parecer superflua, insistimos, cuando se hace referencia a una simple conversación cotidiana, dado que aquel para quien se habla está frente a nosotros, y somos, por lo tanto, testigos de su edad, sexo, nacionalidad, ubicación geográfica e histórica, costumbres, etc., además de un puñado de conjeturas que podemos sumar de manera casi automática por el simple hecho de compartir con quien escucha un aquí y un ahora. Del modo como se vista y se peina o de los gestos con que recibe nuestras palabras podemos derivar tam bié n en muchos casos un cierto conocimiento sobre sus gustos y sabe res, así como del vocabulario que ha elegido, los modos de la pronunciación que pueden revelar un origen regional o extranjero... En fin, toda una serie de conjeturas que por lo general advertimos y absorbemos de manera inmediata, casi inconsciente, y que posibilitan calibrar y ajustar ia conversación con relación a la información que nos proporciona el conjunto de datos mencionados. Otra cosa bien diferente, según se empieza a enseñar ya en la escuela, sucede con la escritura. En este caso el receptor no está frente a nosotros, y ésta es la razón por la cual nos vemos obligados a realizar una serie de operaciones pa ra “ima ginarlo”. La ta re a es por demás sencilla y ráp ida cuando ese destinatario ausente es uno y bien conocido por nosotros, como sucede por ejemplo cuando se manda una carta al padre o u n correo electrónico a algún amigo o compañero de estudio s o tr a bajo. En esos casos su “reposición” no presenta inconveniente. Pero, por esa misma razón, la cuestión se transforma en una más compleja en la medida en que la “distancia” que separa al escritor de su receptor se convierte en mayor, se agiganta. En ese caso la conjetura sobre el destinatario se vuelve necesariamente más “marcada” convencionalmente, deviene fórmula burocrática, como ocurre cuando se envía una solicitud para un trabajo o una epístola elevando un reclamo o una queja hacia alguna empresa de servicios públicos. Se escribe: “Estimado señor director...”, aun cuando se esté seguro de que no será el mentado director quien lea la misiva ni se lo conozca como para profesarle estima. La proble maticidad se acrecienta doblemente cuando se trata de un destinatario múltiple: un artículo de opinión que se publica en un diario, por ejemplo. A partir de este último caso, resulta sencillo concluir que, cuando se llega al nivel de lo que por lo general se denomina
“medios de comunicación masiva”, la problemática se agudiza, y ni siquiera escapa de ella la lengua oral, puesto que la reproducción de la oralidad a través de los medios audiovisuales no puede ser considerada en los mismos términos que su uso en el intercambio inter personal y, por lo ta nto, se ve atr avesada por los señala miento s anteriores realizados en torno a la escritura en cuanto a la naturaleza hipotética, “virtual”, del destinatario. Bien puede tomarse como ejemplo de lo anterior el discurso radiofónico, aquel que remeda la direccionalidad, las marcas de apelación y hasta explota la emotividad directa propia del lenguaje fónico y sin embargo está fuertemente separado de aquel, porque se trata de un discurso unidireccional que fija una relación asimétrica entre emisor y receptores. La clasificación tradicional que separa la lengua oral de la lengua escrita para distinguir sistemas operacionales de base similar pero diverg entes en su ejecución traza los grandes ejes de la descripción de los usos de la lengua en las sociedades h um an as pero no agota tal descripción en lo que respecta a su carácter comunicativo. La oposición oralidad/escritura se encuentra, por ejemplo, atravesada por la nece saria distinción del carác ter m ás simple o m ás com plejo con que se visualiza el destinata rio y, por ello, se convierte en determinación del mensaje. ¿De qué manera resuelven las diferentes instituciones sociales la problemática sobre la determinación de un destinatario claro? Pu es lo hac en de un modo sencillo y concreto: las c aracter ística s del destinatario quedan establecidas por las propias pautas genéricas que el género contiene como instrucciones. No se trata de un a priori, aunque de esa m anera se percibe cuando se in ten ta dar cuenta de un esquema genérico ya consolidado, sino del resultado histórico que resulta necesariamente en la medida en que un con junto de enunciados va tomando posesión y, por lo tanto , ordenando la experiencia que los seres humanos recogen de su experiencia comunicacional real en una determinada esfera de la vida social. La escritura, por supuesto, existe y cumple otras funciones más allá del ámbito institucional. En consecuencia, cabe aquí, cubriendo el salto que va de la universidad a la librería, plantear la pregunta acerca de qué público tiene en su cabeza quien quiere publicar el contenido de su investigación académica. A pa rtir de esta in terrog ación se puede determinar el tipo de libro en que la tesis se convertirá, y la respuesta abre una serie de posibilidades; por ejemplo, de acuerdo con las denominaciones más convencionales, libro de con-
sulta, ensayo, libro de divulgación, edición crítica, libro de referencia. Se trata de opciones que habitualmente no se encuentran en forma pu ra, y a las que pueden sum arse otras. Puede establecerse al respecto un esquema muy simplificador según el lector hipotético que se tenga en mente: 1) Un libro de consulta dirigido a estudiantes y docentes terciarios o universitarios, que aspire a ser incorporado a las bibliografías recomendadas sobre el tem a que tra ta. 2) Un ensayo, cuyos hipotéticos lectores son el habitualmente considerado “público general”, una denominación imprecisa que califica a quienes están fuera del ámbito educativo sin, por supuesto, excluir a docentes y estu diante s. 3) Un libro de divulgación, que comparte con el ensayo su pretensión de llegada a un público amplio, y con el libro de consulta la solvencia en el dominio de su tema, que en el caso del libro de divulgación será más restringido. El carácter del libro de consulta es predominante informativo. Toda pretensión estilística deberá ser postergada para privilegiar la entrega de una gran cantidad de definiciones tradicionales de conceptos, así como suficientes y variados ejemplos o explicaciones claras sobre las distintas corrientes de las que se toman las definiciones propuestas. Una expansión de este tipo de libro es el tradicion alm ente llam ado “m an ua l”, donde predom ina el tono expositivo y la explicación es apuntalada con recursos narrativos y visuales: fotos, dibujos, mapas, etcétera. En el ensayo, el escrito carecerá de un a e stru ctu ra ta n definida como en el caso anterior. Su propósito no es tanto informar como persuadir o convencer, y por lo tanto puede pre scin dir del aparato crítico y la extensión que requiere un libro de consulta. El ensayo cuenta con una tradición propia, más cercana a la escritura literaria, razón por la cual los juegos retóricos y de estilo tendrán un espacio mayor para su desarrollo. En el libro de divulgación se revisan los conocimientos básicos sobre un tema específico y, generalmente, de gran actualidad (un suceso histórico reciente, la aparición de una nueva enfermedad...). Evita todo tipo de referencia erudita, y ofrece una estructura sencilla y amena. Los capítulos breves, con subdivisiones temáticas encabezadas por subtítulos seductores, son recursos aconsejables.
Si bien las anteriores suelen ser las transformaciones más frecuentes a las que tienden las tesis, se hará una rápida alusión a la edición crítica y al libro de referencia. La edición crítica plantea los problemas previos y propios que encierra la labor compleja de editar la obra de un tercero. Pone en prim er plano, re visa e incluso debate la s decisiones to m adas durante el proceso de edición luego del cotejo de las diversas versiones de la obra en cuestión. A diferencia de los casos anteriores, aquí hay que pensar en un conjunto de lectores más restricto y, a la vez, con una mayor especialización y conocimiento del tema tratado, de manera que los presupuestos que el libro trabaje serán mucho mayores así como la insistencia en una jerga lingüística (técnica) más especializada. Un libro de referencia es el que generalmente toma la forma de enciclopedia o diccionario especializado en un tema circunscripto. Se trata de una clase de libro que en las últimas décadas se ha diversificado en direcciones y ambiciones de diferente grado (cada una de ellas supone, por supuesto, determinado tipo de lector). Así, el “grado de especialización” no es único; las direcciones de realización del libro pueden, por lo tanto, concebirse con relación a diferentes “pactos” de lectura que se desprenden de la afirmación anterior. Es decir que su funcionalidad como diccionario puede estar pensada a la manera de una introducción general al tema y ofrecer el léxico básico constitutivo de una cierta áre a del saber, o posicionarse en un campo de mayor refinamiento y precisión. En el primer caso se asimilará al manual, del cual se diferencia por un menor énfasis didáctico. En el segundo deberá dirigirse al igual que la edición crítica hacia lectores de mayor competencia. En su grado de más alta especialización este tipo de obra busca agotar el repertorio de todos los conceptos posibles del área estudiada, ofrece claras definiciones de cada uno de ellos e incluso señala cuándo la comunidad científica los discute, y entrega adem ás ejemplos hab itualm ente considerados clásicos sobre el tema. Asimismo, en e sta especie la estructu ra de remisión supone un alto grado de solidez y elaboración. Como cierre vale la pena resaltar que la sumaria clasificación que se ha propuesto, además de esquemática, describe tipos abstractos generales. En la “realidad”, lo que ocurre habitualmente es que diferentes elementos de la tipología anterior se mezclan y yuxtaponen. No es un fenómeno alarmante sino más bien natural y hasta necesario en función del tema tratado, el ejemplo que se busque subrayar, etc. La clasificación suministrada intenta cumplir
una función orientadora para que el autor no pierda de vista que una cosa son las “mezclas” que se realizan de manera consciente para solucionar un problema expositivo partic ula r, y otra que este recurso derive en un híbrido caótico.
El libro El libro, dice Pierre Bourdieu (1999), “objeto de doble faz, económica y simbólica, es a la vez mercancía y significación, el editor es también un personaje doble, que debe saber conciliar el arte y el dinero, el amor a la literatura y la búsqueda de beneficio”. Podemos suponer que el concepto de industria cultural, atribuido a Theodor Adorno, tuvo, hace sesenta años, la tensión semántica que constituye un oxímoron; hoy ya no la tiene: el concepto de industria ha terminado por imponerse al de cultura, y quedan pocos editores supervivientes y algunos emergentes que conservan el carácter de personajes dobles, frente a los “técnicos finan cieros, los espec ialistas del marketing y los contadores”. La industria editorial, agrega Bourdieu, es un espacio “relativamente autónomo”, pero ya sabemos que la teoría de la autonomía relativa de los campos tiene mucho de coartada al no poder resolver un problema que, inevita blemente, debe derivarse al estudio de casos. “Así, por causas esp ecíficas que es menester analizar y deslindar, en ciertos momentos la autonomía es mayor y en otros, menor”, escribió como síntesis introductoria José Luis de Diego en el prólogo a Editore s y políticas editoriales en Ar ge ntina 1880-2000.
El libro es un medio de comunicación de masas. Quizá para muchos la anterior observación resulte obvia, pero aquí se insiste en destacarla teniendo en cuenta que un gran número de personas, según dicta al menos nuestra experiencia, suele dar tal nombre medio de comunicación masiva a las formas típicas del siglo xx como lo son la prensa escrita, la radio, la televisión o las diversas formas provenientes de las llamadas “nuevas tecnologías”, pero deja indebidamente al libro fuera de esta clasificación. Quizá, entre otras cuestiones, porque la lengua y la escritura atraviesan y ordenan la vida del hombre de manera tan intensa y profunda que a veces se pierde de vista que se trata de tecnologías adquiridas. En el capítulo inicial de su libro In troducc ión a las teorías de la comunicación de masas el especialista británico Denis McQuail describe la historia de los que define como “medios de comunicación
de masas” a partir de fines del siglo XV, es decir que de acuerdo con su periodización los mismos surgen en la época de la modernidad y la irrupción de la ciencia moderna, y encuentran en el libro su primer y decisivo jalón. Es decir que el libro abre la época de la comunicación de masas tal como por lo general se la entiende. Abre también la posibilidad de intervención a gran escala del factor tecnológico en el ordenamiento de la comunicación social. El libro, entonces, en tanto y en cuanto producto de las tecnologías que comienzan a desarrollarse de manera imparable y en aceleración desde aquel entonces y h as ta llegar a la actualidad, supone una nueva forma de reproducción y distribución del saber en el marco económicocomercial de esa entidad que, para abreviar, se suele d enom inar “mercado”. Pues bien, la relación mercantil reposa sobre la certidumbre de que un cierto contenido puede ser distribuido con la forma del libro a miles, cientos de miles y millones de personas a través de una relación económica que vuelve a los receptores cada vez más anónimos y “alejados” con respecto a quien escribe. En ese sentido, y de manera paralela, el escritor se convierte en “autor” y necesita una figura de intermediación con el impreciso conjunto de quienes lo leen, algo que era innecesario cuando el vínculo se establecía entre un campesino que contaba cuentos para otros campesinos alrededor de un fuego nocturno o entre el trovador y los miembros de la corte que lo aplaudían y le daban de comer. Y es en ese contexto donde emerge como nuevo y necesario actor el editor. Allí, entre el autor y sus lectores. Se podría afirmar, de m ane ra s intética, que la tar ea del editor se vuelve más necesaria en directa proporción a que la producción de libros se convierte en una actividad de alto nivel de profesionaliza ción —que implica una serie de ta re as complejas y convergentes, que van desde el productor editorial, el corrector, el diseñador de tapa e interiores, la papelera, el imprentero, el encuadernador, el distri buidor, el encargad o de pre nsa y difusión, el ven ded or... Como puede estim arse a través de este incompleto listado, la cadena que lleva el libro desde quien lo concibe y escribe originalmente hacia el conjunto de los lectores es compleja y esa complejidad alimenta cada vez más decisivamente la “distancia” que se mencionó con anterioridad. De algún modo, una de las funciones del editor es darle un contorno más o menos definido y preciso a ese público lector que se
mide en miles y se ofrece en las proporciones de la heterogeneidad, multiplicidad y ambigüedad. Tal es, en definitiva, su trabajo. Y en la medida y proporción en que se transforma en un requerimiento más decisivo y necesario bien pueden empezar a invertirse los términos de la relación y observarse al editor no como figura subsidiaria del autor sino todo lo contrario. Por las características que se acaban de enun ciar ca rá cte r mu ltitudinario, heterogeneidad, multiplicidad es por demás evidente que el público lector no es uno. Precisamente: ya que por definición queda claro que se trata de un conjunto de miles de personas con necesidades, gustos y valores por demás diversos, parte de la tarea fundamental de un editor es la de dar cuenta y “anticipar” los gru pos sociales que integran esa to ta lidad que aquí llamamos “público lector”. En la medida en que el editor haga bien su labor, la heterogeneidad puede convertirse en un factor positivo puesto que puede perm itir vis ualizar de una m anera m ás concreta el inte rés de lectura, que luego podrá alimentar más precisas temáticas, géneros, estructura general y modos de la escritura.
Capítulo 1
De autores y editores
A u t o r v er s u s e di t o r Casi desde el momento mismo en que el editor pasó a ser una figura relevante con relación al libro se estableció como el “contrario” del escritor. Desde los días de auge del movimiento rom ántico, ha cia fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, pasando por el período de las vanguardias históricas no bien se iniciaba la siguiente centuria y hasta llegar a la actualidad, el enfrentamiento ha ido adquiriendo un cará cter mítico y se puede recoger en diarios, cartas, e ntrev istas y ensayos con el fondo musical marcado de un himno épico que fogo nea el combate. Quizá no podría ser de otra forma, según lo han planteado historiadores y sociólogos, como Pierre Bourdieu (sobre todo en su obra Las reglas de l arte. Génesis y es tr uctu ra de l ca mpo literario), dadas las “posiciones” antagónicas que escritor y editor ocupan en el funcionamiento del campo de la literatura contemporánea. Se trataría, en definitiva, de determinaciones materiales, económicas y sociales, que luego se esconden con disfraces v ariado s en el terren o simbólico y del debate de ideas. De cualquier modo, el aserto es particularmente válido cuando se piensa en la literatura de ficción, en la novela y la poesía; es allí donde el oficio del creador, el valor estético y el carácter inefable y “trascendente” de la pieza de arte se muestran esencialmente antagónicos frente a quien aparenta sólo querer pensar, empaquetar, establecer un precio y hacer un buen negocio. En el caso de las tesis el conflicto no se suscita en el terreno ambiguo y difícil de apresar de lo estético sino en el del conocí
miento especializado, lo cual significa que el “choque”, en lugar de verse reducido, puede ser de igual o mayor porte. Finalmente, ¿quién es el editor para atreverse a cortar, pegar y sugerir achicamientos o cambios de vocabulario acerca de temas, conceptos y metodologías que únicamente los especialistas en una determinada disciplina alcanzan a manejar con cautela después de muchos años de estudio y capacitación? Ocurre que, como hemos dicho, la tesis es un género académico que en su hábitat natural, la universidad y los institutos de investigación, tiene como destinatario a los pares y superiores de quien escribe en una cierta área de especialización. Ahora bien, cuando se transforma en libro, la tesis naturalmente se orienta hacia otro tipo de lector, con el que guarda una relación asimétrica. La relación entre pares es de cercanía máxima, de verdadera “complicidad”. Como miembros de aquello que el epistemólogo Thomas Kuhn denomina “comunidad científica”, sus habitantes comparten un marco teórico y metodológico común. Este marco no excluye las polémicas y los enfrentamientos, pero tiene en sus cimientos un repertorio de conceptos comunes que han obtenido de los mismos artículos y libros como parte de su formación general, un lenguaje teórico com partido y un amplio y complicado m undo de presuposiciones que no necesitan ser vueltos a mencionar a cada paso porque se descuenta su reposición por parte de quien lee. Incluso, siguiendo la elaborada teoría de los paradigmas de Kuhn, hay una serie de presupuestos metafísicos que se comparten, es decir, una cierta cosmovisión o perspectiva para mirar el mundo que reúne y amalgama al conjunto de la comunidad de los físicos, los biólogos, los sociólogos, etcétera. Se trata de una red de contención que necesariamente cae cuando cambia la direccionalidad de la comunicación hacia un destinatario no especializado o del que se puede presumir incluso una formación de cierta competencia en el área, pero que así y todo se estima ajena al saber específico que se trata y sus diversas y más pro fundas implicaciones. De acuerdo con diversos especialistas, los profesionales universitarios enfrentan una serie de dificultades y carencias a la hora de encarar la “traducción” que lleva de la tesis al libro. En primer lugar porque desprecian al lector que no es un par; en segundo lugar, por, que se ven envueltos por una serie de prejuicios con relación a las tareas de la “divulgación” de su disciplina, pero también, tercero, porque no se han formado de m anera consistente en el terreno de la
confección de trabajos escritos y esa deficiencia les impide moverse con ductilidad mínima fuera de ciertos esquemas y vocabulario mecanizados en sus años de formación superior. En este último caso el rechazo esconde la realidad de que no saben muy bien cómo enfrentar la tarea de confeccionar un libro destinado a un público lector que no sea el habitual. Amalia Dellamea (2002), por ejemplo, enfatiza la necesidad ;'de un análisis de la magnitud y diversidad de problemas que presentan los textos que los «autores» entregan en calidad de «originales» p a r a los procesos de edición de m a te r ia le s técnicos, y que p ro lo n gan, a la vez que dificultan, considerablemente el trabajo de edición”. P ar a a po yar su pu nto de vista cita a la especialista arg en tina Patricia Piccolini (2002), profesora de la carrera de Edición de la Universidad de Buenos Aires: Escapa a los objetivos de este texto señ ala r las razones de esta debilidad en los autores universitarios, pero sí puede resultar pertinente mencionar dos faelores que seguramente ayuden a explicarla: por un lado, la notoria ausencia de un trabajo sistemático sobre la escritura a lo largo de la formación de grado y posgrado, aun en las carreras humanísticas, y, por el otro, la falta de una tradición de divulgación científica cuando no su poco prestigio académico en la mayoría de las áreas del conocimiento. “No caben dudas”, concluye Dellamea, “de que ambos factores enfatizados por la especialista argentina justifican, legitiman y, más aún, marcan de modo incuestionable la necesidad del trabajo de edición de los textos científicos, técnicos y académicos”. Seguramente habrá quien piense que quizá son exageradas las aseveraciones de estas dos autoras, en particular si se tiene en cuenta que ya hace muchos años que en diversas unidades académicas se vienen iinplementando materias, talleres, seminarios y cursos de extensión que buscan subsanar tales falencias. Claro que una cuestión es advertir un problema y otra bien distinta solucionarlo. Es decir que, más allá del reparo planteado, se puede coincidir de manera profunda con la preocupación planteada; y agregar incluso la observación de que se trata de una problemática no específicamente universitaria sino que los estudiantes arrastran a través de los diferentes escalones del sistema educativo, lo cual dificulta aun más su corrección. La conclusión es obligada. Cuanto mayor sea la inseguridad del
autor sobre sus herramientas expresivas, mayor razón habrá para que escuche y se deje guiar por las indicaciones del editor. Según observa Umberto Eco en “El arte de la edición”: El arte de la edición (es decir, la capacidad de controlar y volver a controlar un texto de modo de evitar que contenga, o contenga dentro de límites soportables, errores de contenido, de transcri pción gráfica o de traducción, allí donde ni siquiera el autor había reparado) se desenvuelve en condiciones poco favorables. [...] Establezcamos un dogma: el autor, que en cuestión de escribir y corregir se guía por los lineamientos “conceptuales” del texto, es la persona menos indicada para descubrir los propios errores.
Antes de visitar al editor El profesional que ha decidido que su tesis de doctorado puede (y debe) convertirse en un libro sabe que para llevar adelante esa aspiración debe contactarse necesariamente con una editorial para gestionar la publicación. La tarea parece ser bien sencilla; sin embargo, pa ra quien todavía no ha publicado un volumen completo y no ha tenido trato con editores y correctores no lo es tanto. ¿Por dónde empezar? ¿Haciendo un listado de las editoriales posibles para en los días sig uie ntes vis ita rla s de a una como quien busca trabajo y va tachando las ofertas de em pleo en la sección de clasificados del diario? No parece ser la mejor elección. Quizá sea aconsejable revisar en la propia memoria y experiencia aquellas editoriales que a lo largo de su formación el tesista percibe como posibles para interesarse en su oferta. La palabra “posi bles” in te n ta reunir en este caso el gusto y el deseo personales con un sentido de realidad. Es decir que es evidente que existen editoriales de larga tradición y prestigio en una cierta área de conocimiento que albergan en su catálogo una serie de autores y libros que el consenso de los especialistas en la mencionada disciplina ya coloca casi automáticamente dentro de las “bibliografías obligatorias” y de referencia ineludible, generalmente traducciones; por eso mismo, no parece indicado ni oportuno que aquel que va a publicar su primer libro intente por este rumbo. Mucho más aconsejable parece optar por aquellas editoriales más pequeñas que suelen dar cabida preferentemente a los nuevos
autores. En la misma dirección vale apuntar que en algunos casos ciertas editoriales medianas o grandes cuentan con colecciones específicas dedicadas a los “nuevos” ensayos y ficciones. El relevamiento de las opciones no sólo se relaciona con la elección de la editorial donde un poco más tarde se probará suerte, sino también con detener la mirada sobre aquellos títulos que, por las características del autor, del tema o del enfoque se asemejan en mayor o menor medida al que el tesista quiere que se le publique. El relevamiento quizá forma parte ya y está incorporado como hábito por parte del universitario que pretende y necesita mantenerse actualizado en función de las novedades bibliográficas que de continuo a lim en tan su campo disciplinario; pero au n cuando así sea se trata en este caso de dirigir, quizá sobre muchos de los volúmenes que ya se conocen, una mirada diferente. ¿En qué sentido? En que aquí no está puesta en primer plano una cuestión de contenidos sino más bien una estrategia de ordenamiento y presentación. No se tra ta , pues, en este caso, tanto de leer como de m irar con detenimiento. Algo así como el paseo que un lector interesado realiza por la librería levantando de la mesa o el anaquel el tomo que le interesa. ¿Por qué le interesal ¿Por las carac terística s de su tapa? ¿Su tamaño? ¿El precio? Quizá la respuesta que primero pueda o quiera arriesgarse es: por su tema. Pero no se debe olvidar que el tema es tema en tanto y en cuanto se lo presenta de una cierta manera. Por ejemplo, a través de la reflexión sobre un título atractivo. Como ya se repitió antes y ahora se insiste, una tesis no es un libro. Por lo tanto el trabajo de transformación comienza por el pro pio autor. Es inconcebible que aquel que quie ra publicar quede en una cita con un editor y el día acordado se presente, le dé la mano y a continuación deposite sobre su escritorio la tesis doctoral tal cual fue concebida originalmente, casi como quien dice: “Acá está, ahora hágase cargo usted...”. Antes se señaló que convenía que el au tor rep ase la “forma exterior” del libro antes de acercarse al editor con su propuesta, ahora agregamos que también es útil que reflexione sobre su “forma interna”: la lengua utilizada, las características de la introducción, el modo de presentación del tema que va a ser tratado. Es una tarea imprescindible que, si se encara con un mínimo de conciencia crítica, de inmediato va a llevar al autor a la revisión y reformulación de su tesis para acercarla a los requerimientos del formato del libro.
En el próximo apartado se describen tareas de las que tiene que hacerse cargo un editor y se dan lineam ientos generales de lo que se debe esperar que él naturalmente focalice en el manuscrito u original que se le entregue. El proyecto de publicación resulta mucho más viable si el autor entrega su trabajo con la convicción de que ha realizado su labor sin dejar cabos sueltos (por caso, bibliografías in com ple ta s u organizadas con distintos criterios), pero consciente de que muy probable m ente su escrito no se a to davía el libro acabado. ■
Las funciones de! editor Este apartado busca acercar inicialmente al autor una observación que es muy importante tener en cuenta. El editor recibe cantidades de originales y debe ev alu ar a veces con muy poco tiempo a su disposición no sólo la calidad intrínseca del original que pesa sobre su escritorio sino también, y por lo general en un muy destacado primer lugar, su perspectiva comercial. Por tal razón vale la recomendación de que el autor no debe ofrecer a la editorial la tesis en crudo, es decir exa ctam ente ta l cual fue entrega da y evaluad a en el espacio académico, sino que antes debe reformularla en función de las pautas generales que en esta publicación se indican. Todas ellas, en definitiva, y vale aquí sintetizarlas, se apoyan en la idea de que es necesario establecer una nítida distinción entre la tesis y el libro, tanto en lo que hace a su extensión como a su “dis posición” u ordenam iento la dispo.si.tio, según nombra la retórica clásica a la estructura del trabajo y su escritura. El trab ajo sobre la extensión r ela tiva de tesis y libros se impone con previsible obviedad en la ree sc ritur a si el au tor e stá prevenido de que textos que superan las 250 páginas (aproximadamente 700.000 caracteres) desalientan a la mayoría de los editores. Sin embargo, debe quedar claro al respecto que la reformulación de una tesis con el propósito de publicarla no consiste simplemente en una reducción, que toda la tarea no se limita a achicar o com pendia r la tesis, a componer una sín tesis o r esum en de aquella; la reelaboración de la tesis implica su reformulación general a pa rtir de la constatación de un público lector particular. Se trata de un público im agin ario, a la vez hip otético y deseado, que sin em bargo pu ede ser pensado ta m bié n como hete rogéneo y en parte no ajeno al ámbito académico donde originalmente el trabajo fue concebido.
Desde esta última perspectiva se trata de revisitar la problemática tratada desde otra perspectiva. En lo que a tañ e a la escritura, se tra ta de “trad uc ir” de un género a otro los elementos de estilo, para englobarlos en un vocablo general. El problema que queda planteado es cómo “bajar” (quizá la metáfora sea excesiva) la escritura académica, como ablandarla y quitarle la d ura caparazón de la jerga técnica; cambios que na tur almente están en relación con un universo de lectores diferentes y con otras expectativas que las del especialista universitario. El proceso de publicación de un libro a partir de una tesis se define, por un lado, por el género al que se lo destina, tema sobre el cual ya hemos hablado en la introducción y que se retomará en los capítulos siguientes. O tro factor que incide d ecisivamente en ta l proceso es la relación entre editor y autor, según ya se ha señalado. La historia de esa conflictiva relación ha abonado representaciones que no favorecen la producción de un libro y que conviene desarticular. En sus célebres M itolog ías Roland Barthes sostiene, a manera de un presupuesto teórico general y englobante, qu e posibilita sostener y dar sentido al conjunto, que toda acción humana en la med ida en q ue se rep ita y tiend a a con vertirse en convención o conducta social básica como ocurre con el uso del martillo que al pasar el tiempo convierte a alguien en “carp intero ” gen era casi por inercia semiótica un cierto proceso de simbolización. En la medida en que se organizan retóricamente esos símbolos pueden tomar la forma fuerte de los mitos y los estereotipos. Una vez creados, éstos no sólo sirven para hacer referencia, de manera más o menos “disfraz ad a”, más o menos directa, a un a cierta actividad, sino que tam bién vuelven sobre los hombres que los crearo n p ara regla r sus acciones como si fueran el mundo mismo. Son representaciones de la realidad que valen por la realidad misma; aquí se las llama “figuras”. En estas páginas se intenta acercar algunas consideraciones generales sobre las figuras del autor y, sobre todo, el editor. “«El libro, desde que existe, siempre estuvo acompañado por los gritos de Casandra, y mucho más desde la aparición de los medios audiovisuales. Marshall McLuhan había pronosticado para 1980 el fin del libro. McLuhan murió en 1980, su instituto en Toronto cerró y el libro sigue vivo», declaró a este periódico Siegfried Unseld [...J autor del libro E l auto r y su edito r, que acaba de aparecer, traducido al español por Genoveva y Antón Dieterich”, escribió José Comas para el diario El País (Madrid, 6 de junio de 1985).
Hace poco más de tres décadas, en 1978, se publicó una obra que los historiadores de la cultura y los periodistas especializados han bañado de un brillo casi mitológico en lo que respecta al universo de la edición, por su valor revelador y ejemplar. Como se pued e leer en la cita ante rio r, el libro se llam a El auto r y su editor y se publicó originalmente en Alemania; su segunda edición fue traducida al castellano en 1982. Parte del atractivo del libro es que da cuen ta de las a ve ntu ras y desv entu ras que con el quehacer editorial tuvieron algunos de los más grandes escritores del siglo XX, como R aine r M aría Rilke y Berto lt Brecht, pero son otros los aspectos que en este caso se desea subrayar. Su autor, Siegfried Unseld, es director de la editorial Suhrkamp, casa que hasta la actualidad sigue siendo una de las más importantes en el territorio germano. El origen de El autor y su ed ito r es una serie de conferencias que Unseld brindó a lo largo de los años en la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia y en la Universidad de Austin, Texas, Estados Unidos, que luego cobraron la forma de ensayos escritos. El apartad o inicial “Las tare as del editor litera rio” está dedicado a analizar los fund am entos de la edición literaria desde un punto de vista histórico y profesional, y abre con la siguiente cita tomada de una carta que el gran escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe envió al poeta Friedrich Schiller: Cuando no se habla de los escritos, como de los actos, con afectuosa simpatía, con un cierto entusiasmo fanático, queda tan poco que no merece la pena hablar de ellos; la alegría, el placer, la participación en las cosas, es lo único real, que a su vez produce realidad; todo lo demás es vano y sólo obstaculiza.
Se trata en consecuencia, según la opinión de Unseld, de desplazar la relación in teresa nte y compleja con los au tore s con el objetivo central de que los libros existan. Unseld da cuenta de la tensión ancestral que reúne y repele al autor y al editor a través de conocidas frases como “todos los libreros son hijos del diablo”, del propio Goethe, o “es más fácil caminar con Jesucristo sobre las aguas que con un editor por la vida”, del dramaturgo Friedrich Christian Hebbel. Es decir, los problemas de relación no son propios de los desplantes y caprichos de la actualidad contemporánea sino que se extienden a toda la época moderna, por lo menos, y en ese sentido los autores considerados clásicos ya solían mostrar los dientes no bien escu chaban el térm ino “lib rero ” (en el se ntido de nuestro “edi-
tor”, es decir, el que decide con relación a la confección material de los libros). Unseld pasa revista a una serie de intentos diversos (que agru pan a escrito res de la talla del filósofo Gottfried Leibniz y de Karl Marx, el autor de E l capital) de producción independiente por parte de los auto res, pero concluye que tales esfuerzos se m ostraron cada vez de manera más débil e ineficaz en la misma proporción en que la producción material de los libros se volvía más técnica y profesional, y, a la vez, crecía el público lector y las tares de la difusión y la distribución que cada mes engordaba con nuevos miles de ejemplares. Los “gestos de independencia” se resolvieron en un imposible, concluye Unseld, y en la misma proporción que el asunto se les escapaba definitivamente de las manos, los artistas y pensadores sintieron crecer en sus almas una mezcla de desconfianza, temor y desprecio hacia el editor, sobre el cual también desplazaron simbólicamente todos los males asociados al “contacto” con el dinero y la estimación de los productos culturales como mercancías. Desde entonces y hasta hoy, la imagen del editor está encadenada a las imposiciones del censor y el explotador; una caricatura que no ha cesado de desfigurar los rasgos grotescos del capitalista de gusto vulgar y mucho dinero que vive entre el banco y el banquete mientras el intelectual y el artista desfallecen de hambre. Si bien por momentos el propio Unseld se deja llevar por cierta exa gerada apelación rom ántica —al punto de que cuando enfa tiza la relación de amor, entusiasmo y pasión por los libros no está haciendo, en definitiva, otra cosa que desplazar sobre el editor predicaciones que normalmente se asocian con los artistas, en otros, los mejores, detalla que las verdaderas dificultades entre autor y editor se explican “por la doble vertiente de la curiosa función de este último que”, como dijo Brecht, “tiene que producir y vender «la sag rad a m ercancía del libro»; es decir, ha de conjugar el esp íritu con el negocio”. La vinculación “romántica”, que funde al editor con el autor, no es inhabitual. El cubano Severo Sarduy, por ejemplo, pone en la cabeza de un personaje que participa de su Solo en Frankfurt un pensamiento que conduce a definir la edición como una “epifanía, algo que ilumina y subvierte a la vez ese triángulo vibrante cuyos ángulos son el autor, el editor y el lector” (citado por Castañón, 2005). De ahí que no es extraño que el editor pueda ser, él también, considerado un artista, un hombre capaz de creación. Así, el acto de
crear encierra para él, por una parte, esa dimensión de trascendencia que el pensamiento romántico supo atribuirle y, a la vez, el com promiso ético propio de quien debe velar porque ese conjunto de valores —que es aquel tesoro mayor que una comunidad h a sido capaz de acumular—sea adecuada y debidamente conservado y transmitido. Se trata, pues, de una gigantesca responsabilidad intelectual y moral y un carácter inevitablemente mercantil del libro que, para Unseld, sólo podrían alterarse si cambiaran las estructuras económicas. Si bien este editor alemán, es claro, desarrolla su tarea y sus reflexiones en el contexto de la Guerra Fría y de un mundo dividido en los modelos que proporcionaban desde el mapa la Unión Soviética y Estados Unidos, su pensamiento se alimenta de la evidencia de que la tarea editorial sobre la que él puede reflexionar se nutre obligadamente de la naturaleza propia de la modernidad capitalista. De acuerdo con Unseld: Tradicionalmente, la cultur a n unca fue asunto de los más sino de los menos i....]. Quien lucha en este terreno por una transformación cree que la cultura debe democratizarse; quien entiende por cultu ra u n proceso de humaniz ación de la vida cotidiana, ineluctablemente entra en conflicto con su tiempo, y esto es válido especialmente para el editor que no part ic ip a en la caza del simple best seller, sino que publica libros para apoyar lo que puede y debe ser [...]. No es una contradicción organizarse de modo cap italista y editar liter atu ra pro gr esista.
Es claro y evidente que los límites para cualquier tarea que se intente llevar adelante existen, parece ser la conclusión de Unseld; de lo que se trata en consecuencia es de hacer de la mejor manera posible, tratando de im prim irle a la tarea un sesgo y una utilid ad democrática y progresista, que sirva, alcance y beneficie a la mayor cantidad de gente posible. Por este camino el editor alemán intenta contestar a la pregunta “¿en qué medida una editorial, que como las demás empresas está organizada según el modelo cap italista y tiene que producir ga na ncias, puede editar literatura?”, consciente de que no puede saltearse la interrogación pero tampoco dejar que la respuesta conduzca hacia una suerte de dilema inmovilista y asfixiante. Peter Hartling quien fuera en sus inicios director editorial y luego abandonara esa tarea para convertirse en escritor supo acu-
ñar la expresión libro enfermo. Se refería con ella a los efectos causados por los editores, quienes alguna vez fueron prestigiosos “creadores” de libros y a poco andar se convirtieron en esclavos del mecanismo de aumento de ventas, convirtiendo al libro en algo anacrónico y decadente. Unseld toma a Hártling como el representante de una extendida corriente de pensamiento y se detiene, en consecuencia, a polemizar con él. Antes de la irrupción de internet y el refuerzo de tal línea de pensam ie nto , H ártling encarna una posición apocalíptica que anuncia la muerte inminente del libro. Por supuesto que ese vaticinio, como intentó explicarse resumidamente en el comienzo de este volumen, no puede ser tomado en un sentido literal. Es sencillo explicar por qué; Unseld, para no abundar, lo fundamenta a través del proceso ge neral de demo cratización de las comu nidades contem poráneas y la consiguiente am pliación del alcance de los sistem as educativos que garantizan “por mucho tiempo el libro como fuente prim era de conocimiento”. De cualquier manera, y si no se toma su posición de manera tan literal y se áígue su estructuración lógica a partir de la imposición del imperativo económico sobre el conjunto de los productos que constituyen la vida cultural de las grandes sociedades modernas, vale la pena detenerse para la consideración de sus argumentos. Pre cisam ente, p arte del valor del libro de Unseld es que, a pa rtir de una mirada sutil y profunda sobre su presente, prevé para un futuro no muy alejado en el tiempo la expansión de las empresas que fabrican y venden libros sin una verdadera dimensión editorial, dirigidas en lo esencial por gerentes económicos. Se trata de un verdadero acierto puesto que es una tendencia en expansión, que ocurre en el presente, donde en el ámbito del “negocio editorial”, del mismo modo que ocurre en los sistemas educativos y de salud, los especialistas que finalmente prevalecen son los que manejan las cuentas y la ecuación costobeneficio. Las editoriales tradicionales tienden a ser reemplazadas por grandes consorcios que resulta imposible que sean gestionados por unos pocos individuos. En estos días la pre nsa escrita recoge diversos testimonios acerca de cómo el impacto de la crisis económica internacional ha repercutido en las empresas editoriales de mayor porte. Significativamente, las empresas estadounidenses más poderosas han empezado a “achicar” sus costos despidiendo a los editores que h as ta a yer nomás eran su mejor y más prestigiosa carta de presentación.
No se tra ta de un dato menor, y quizá los autores a la hora de decidirse por una editorial para llevar su obra deberían considerar la opción que, a la somb ra de las gigan tescas em presas editoriale s de por razones obvias y en relación directamente proporcional a su fuerza económica mayor influencia y renombre, ofrecen las editoriales medianas y pequeñas, que son las que (aunque no en todos los casos, es cierto) han m antenido u na dimensión “m ás hu m an a” en lo que respecta al tra to con el autor, en primer lug ar porque m antiene n de alguna m aner a y a la viaja u sanz a esa figura del editor clásico. Y, precisamente, “una editorial [...] se define por su relación con el autor”, sostiene Unseld. No en vano las páginas más perspicaces de E l auto r y su ed itor son las que fueron reunidas en el apartado que lleva por título “La relación con el autor”. Si bien las variantes a tener en cuenta para estimar la naturaleza de ese vínculo son de por sí muy amplias y heterogéneas, y se extienden desde el dato de la mayor o menor experiencia en el tra bajo de la publicación de libros que tengan ta nto el auto r como el editor hasta llegar a las cuestiones socioeconómicas y culturales que escapan de las m anos de uno y de otro, Unseld deja jug ar sus pen samientos en torno a un caso ideal: aquel en el que entre el autor y el editor se establece un juego de recíprocas influencias. Wilhelm F riedrich fue un editor cuya agitad a labor resultó de term inan te pa ra la liter atu ra a lem ana de fines del xix; ningún historia dor deja de subrayar este punto, pero también se trató para él de una tare a desgastante por demás, al punto que finalmente la aban donó porque no pudo soportar las constantes peleas y discusiones que se suscitaban con los autores. Inspirado por su figura, otro editor germano que desarrolló su trabajo en la centuria siguiente, Samuel Fischer, constituye para Unseld el ejemplo paradigmático. Desde su em presa S. Fischer Verlag, publicó título s de He nrik Ibsen, León Tolstoi, Émile Zola, Fiodor Dostoievski, Knut Hamsun y Hermán Hesse. A través de sus publicaciones Fischer posibilitó que se desarrollara la polémica fundamental en torno al naturalismo y su editorial fue un ejemplo de compromiso y reflejo de su tiempo. Fischer sintetiza y reúne las dos características básicas que deben entrelazarse en el quehacer de todo buen editor, sostiene Unseld: la claridad y la amplitud. Por haberlas poseído y no dejar que el prejuicio y los obstáculos menores se interpusieran en su quehacer, Fischer se convirtió en una guía para muchos de los editores más importantes del siglo XX. En palabras de Unseld:
El escritor no crea para las necesidades del público. Cuanto más original se manifiesta su naturaleza, tanto más le costará hacerse comprender claramente. Obligar al público a aceptar nuevos valores, que no desea, es la misión más importante y hermosa del editor.
Como puede verse, y al revés de aquellos que de continuo sostienen que la guía más importante es conocer el “gusto de la audiencia” para después adaptar a ella la oferta cultural, aquí la apuesta corre en el sentido contrario, y el editor se convierte en aquel cuyo mérito es crear un público receptivo de las ideas y las formas novedosas. La labor inestimable del editor, entonces, consiste en la creación de un público. Dado que un público no puede crearse desde la nada, el editor carga en sus espaldas la tarea de juzgar un cierto “estado” u “horizonte común” de los lectores de su época y, a partir de él, presentar de la manera estratégicamente más adecuada para su aceptación aquellas novedades que artistas y pensadores traen consigo, las que se han elaborado en los pequeños grupos de las revistas y los gru pos estéticos o en los proyectos de investigació n académ icos y buscan a co ntinuación un espacio social mayor p ar a ser leídos, compartidos y juzgados. El espacio de la comunidad, en definitiva. Que el “público lector” sea en v erda d u na vaga abstracción, que se teng a la certeza de que en realidad se trata de una entidad heterogénea y pasible de ser segm enta da en agru pam ie ntos m últip le s y menores, no hace sino volver todavía más valorable el desempeño de la tarea del editor. El editor, sostiene Unseld, debe guardar un respeto al autor que ninguna otra persona puede alcanzar de igual modo puesto que no existe otra perspectiva social que posibilite considerar con detalle las inconmensurables dificultades de tipo social y económico que acompañan la vida de un escritor y la génesis de sus libros; podría agregarse aquí todas aquellas eventualidades y esfuerzos que acompañan la tare a de investigación. E sa actitud resp etuosa debe, en consecuencia, plasmarse en la fidelidad del editor para con sus autores. Acorde con esta perspectiva, la labor editorial no puede estar definida a partir del “libro aislado prometedor de éxito sino en la obra y el escritor como conjunto [...] cada título es entonces como un anillo anual y con el tiempo surge lo que llamamos el perfil o cara de una editorial”, dice Unseld.
EL auto r y el ed itor incluye
tamb ién unos '‘Ap untes sobre la tare a del editor”. Es una especie de borrador que puntea aquellas consideraciones que guían a los autores para decidirse por tal o cual editorial. Según Unseld, los escritores eligen teniendo en cuenta los siguientes aspectos y en este orden: 1) E l catálogo de autor es con el que cuen ta la editorial. Como es sencillo advertir y argumentar, la “resonancia social” de una editorial se alimenta y apoya en la categoría, la influencia y las distinciones de los autores que ella publica y crece según el prestigio social e intelectual de los mismos. El viejo secreto del editor —sin tetiza U nseld—consiste en la saga cidad que demuestra para mezclar autores jóvenes y viejos; una amalgama que mixtura lo diferente pero que debe hacerse con la sabiduría suficiente para que no se vea la línea que separa a los unos de los otros y más bien se perciba entre ellos una natural continuidad. En esa mixtura el autor joven se beneficia del prestigio acumulado por los ya conocidos y consagrados, m ien tras que los escritores de mayor experiencia reciben como recompensa de su tarea la vitalidad contagiosa de los que recién comienzan. Aquellos traen la buena nueva de la actualización; éstos, la certid um bre de que no hay que dejarse deslumbrar por las modas fugaces y sólo guardar en saco los objetos de valor. Es decir, tradición y vanguardia, dualidad que incluso se proyecta sobre el cálculo económico que permite sostene r en con trapun to y equilibrio más o menos estable a los textos de venta segura y aquellos otros que se sabe desde el vamos son de rentabilidad dudosa. El investigador asociado de El Colegio de México Adolfo Castañón ha dedicado un volumen completo, que no en vano se llama Los mito s del editor, a recorrer buena parte de la literatura americana contem poránea, y no sólo ella, para rastrear los diversos y contradictorios modos en que esa representación aparece, en muchas oportunidades con un fuerte sentido humorístico. Siguiendo los textos revisados por Castañón (2005): De ahí que el editor pueda ser, el también, un artista, un hombre capaz de ennoblecer la creación de un catálogo al infundirle rigor y dignidad artística. [...] Artista, mártir, además de verdugo.
2) E l fo r m a to en qu e se e d ita n s u s Libros. Se hace en este ítem referencia tanto a una estimación “externa” como de contenido. Muchas veces el rasgo de “m od er ni da d” y “ate nció n al m un do en que se vive” por p a r te de u n a e d ito ria l se m a t e r i a l i z a en las c a r a c te rís tic a s glo ba le s del ta m a ñ o , la d ia g r a m a c ió n de t a p a e in te rio re s de su s li br os . Por ejemplo, si se sigue la histor ia de cu alqu ier editorial del mundo las argentinas, por supuesto, incluidas en ese conjunto se observará de qué manera cada cierto tiempo se produce una renovación de la diagramación y presentación generales. En un cierto grado tales cambios siguen la lógica de la actualización tecnológica tipo d e p a p e l , c a r t u l i n a q u e s e u t il i z a p a r a l a s t a p a s , c a r a c t e r í s t i c a s d el plastificado, m odos de im p re sió n , e tc ., pero en otro tie n e q ue ver con la necesidad de ofrecer una “cara” renovada, más acorde a los tiempos que corren. Aquí quedan involucradas incluso algunas cuestiones retórico estéticas. Por ejemplo, un uso excesivo del color en la tapa, que suele estar asociado a la literatura juvenil o infantil y las novelas que comúnmente se denominan “best sellers”, seguramente será rechazado para una colección de textos universitarios que busca p r e s e r v a r la se r ie d a d del t e m a elegido y lo s modos de su t r a t a miento. Algo similar puede decirse respecto del tamaño y las características de la tipografía seleccionada. 3) L a ca p a c id a d de tra b a jo y reso lu ció n de p r o b le m a s p a r a sa ca r a d e lan te los proyectos. El editor es, en definitiva, la figura central de un equipo de trabajo que involucra a lectores técnicos, diagramadores, correctores, especialistas en publicidad y prensa, empleados administrativos, etc. El autor elige a quien es capaz, en todo sentido, de “sacar adelante” su libro. Siempre ha habido y siempre presumiblemente habrá editoriales poco consolidadas y que sin embargo se las arreglan a través de una buena promoción para mostrarse atractivas, y sin embargo están destinadas a un rápido naufragio si no se muestran eficientes en cuanto al cumplimiento satisfactorio de las diferentes tarcas que involucran a un buen desempeño editorial. Los títulos confusos, las tapas poco efectivas para transmitir de u n a m a n e r a s i n té t i c a , c l a r a y a l a ve z l l a m a t i v a el c o n te n i d o t e m á tico básico del texto, o la aparición de una gran cantidad de errores en los textos por la ausencia de la lectura atenta de un buen corrector, son todos signos inequívocos de que la editorial en cuestión carece de una capacidad laboral adecuada, y por lo tanto lo mejor s e r á e v i t ar l a .
Esta capacidad se tiene que completar necesariamente con otra no menos importante: la de disponer de un sistema de distribución lo más extenso posible, que incluya la mayor cantidad de librerías y la posibilidad de llegada al exterior. 4) La “personalidad” del editor. Más allá de la observación obligada de que el término es ambiguo e impreciso y de la evidencia de que E l auto r y su editor es en buena medida un libro autobiográfico, la m entad a “personalidad” tr a ta de un aspecto que Unseld de staca en particular teniendo en cuenta que el editor es el prim er in te rlo cutor del escritor y es, ademá s, el responsab le de los tres p untos a n teriores. De acuerdo con Unseld: El editor es el primer socio del autor, su primer interlocutor en el enjuiciamiento del manuscrito y en un posible tra bajo que le proporcione ese máximo de sustancia y cla ri da d del que es capaz cada escritor. Es también el primero en enjuiciar las posibilidades materiales de un libro.
Lógicamente este grado de colaboración no puede practicarse del mismo modo con todos los autores, por razones diversas. Por ello se insiste, como ya se indicó, en una cierta relación “modelo” quizá en un punto inexistente e imposible que tiene la virtud de servir de regla general para la estimación posterior de los casos partic ulares. El editor cumple una labor pedagógica, tan to en lo que respe cta a sus autores como a sus empleados, indica Unseld, y antes de dar paso a los estudios sobre auto res concretos, concluye su texto sobre el oficio de editor haciéndose a sí mismo la pregunta acerca de cuáles son los libros que quiere publicar un editor. Aunque obviamente no hay una respuesta única, la que brinda Unseld es bien significativa: En un principio yo respondí que deseaba hacer libros que alegraran la vida a los lectores. Luego precisé que deseaba publicar los libros que mi em presa pu diera respaldar y que estuvieran en la línea de la misma como un todo, incluidos sus colaboradores y autores. Yo quiero hacer libros que tengan consecuencias...
A lo largo de la segunda parte del libro, la más extensa, Unseld da pormenorizada cuenta de algunos casos históricos de relación
intensa y determinante entre autores ya clásicos y sus respectivos editores que se ha demostrado como particularmente decisiva. El primer ejemplo emblemático es la relación entre Hermán Hesse y el ya m encionado Sam uel Fischer, un a sociedad intelectual que fue determinante incluso en la evolución y el pulimiento de la ambición estilística del autor de E l lobo estepario. Casi como una moraleja se citan las siguientes palabras de Hesse: Ambos tenemos funciones bien distintas. Sin embargo, comparto con él una cualidad: el tesón, el sentido del trabajo bien hecho [...]. En veinticinco años he aprendido a admirarle y a estimarle.
Después de esta ilustración emblemática, es el turno de otros importantes escritores de la cultura alemana como Bertolt Brecht, R ainer M aría Rilke y Robert Walser. En su tratam ien to q ueda claro que, si se buscan definiciones rápid as y com primidas, ba sta aquella que define al editor como el puente entre el escritor y los lectores. En las palabras del propio Unseld: Las tareas del editor pueden haber cambiado en los detalles del proceso de comunicación, pero en el fondo siguen s iendo las mismas: estar preparado para recibir al autor, para aceptar la novedad que comporta su obra y contribuir a su difusión.
De acuerdo con el reportaje que el periodista español le realizó a Unseld en ocasión de la reedición en lengua castellana de E l auto r y su editor, y a manera de colofón: El negocio editorial es, para Unseld, parte de una estructura capitalista, donde el libro “es una mercancía. Como decía Brecht, una mercancía sagrada”, pero mercancía al fin, que tiene que afirmarse en un mercado. La contradicción entre el editor capitalista y el autor que presenta una obra contra los cimientos del mismo sistema la ve Unseld como “un conflicto de papeles, que estalló con especial virulencia con ocasión de la revuelta estudiantil de 1968". Para Unseld, las cosas están muy claras, y el trabajo del editor no admite la cogestión: “Siempre hay alguien que tiene que decidir”.
Hay que agregar, además, que el trabajo de los editores com prende otras tres tareas que, aunque no suelen ser reconocidas, son trascendentes: proteger las obras de la piratería, facilitar la llegada del libro a puntos remotos y promover su traducción. Estas tres metas requieren no sólo una infraestructura a través de la cual se las pueda alcanzar efectivamente sino también una alto grado de profesionalización.
M ac r o y m i c r o e d i l i n g El libro es un objeto de producción industrial. Su materialización, por lo tanto, es el producto de una secuencia organizada que tiene como objetivo su fabricación y distribución adecuadas. Como ya se indicó con anterioridad, ese ciclo productivo involucra quehaceres diferentes y de cada uno de ellos se desprende una función. A lo largo de la historia esas diferentes funciones fueron exigiendo la especialización de quienes las desempeñan. De acuerdo con Leandro de Sagastizábal (1995): La edición de libros es uno de los momentos más evidentemente sociales de la producción intelectual. Es una actividad que conjuga dimensiones básicas de la sociedad: la economía, la política, la cultura. Aunque proviene de una producción intelectual nacida casi siempre en la intimidad individual a veces, nace de un equipo de trabajo, de un pequeño grupo, plasmada en un texto va ampliando progresivamente su radio de llegada. De los primeros lectores allegados al autor, expertos o no en la materia, el texto pasa a la lectura profesional en una editorial.
Y continúa: Luego de aprobada esta etapa se ingresa en el momento de la edición: en el proceso de transformación del lexto en libro intervienen múltiples personas y diversas especialidades técnicas, a través de una compleja red de comercialización el libro llegará a un número considerable de lectores.
En este contexto y en el cruce técnicoprofesional que queda así delineado se pueden describir una serie de tare as básicas que constituyen el quehacer del editor. Esos quehaceres se distribuyen en
una secuencia que habitualmente se denomina el “proceso de edición”; esto es así aun cuando algunas de estas tareas no son materia exclusiva del editor (como el diseño o la corrección de pruebas), pero si bien no son llevadas adela nte por él en pers ona sí han sido determinadas, delegadas y supervisadas por el editor, y por lo tanto forman parte del mismo proceso. En la última década se ha extendido, a veces borrosamente, la utilización del término editing para dar cuenta de aquello que se considera el “núcleo duro” y decisivo de la tarea de la edición y que se extiende desde el mom ento mismo en que se acepta u n original, se establecen los cambios que deberán introducirse para su publicación como libro y la determ inación de un público lector hacia el que es tará dirigido a partir de establecer la colección de la que formará pa rte, su título y subtítulo y las características de la tapa, la solapa y la con tratap a, principalmente. Por supuesto que muchas de estas apreciaciones luego podrán ir siendo total o parcialmente modificadas en la medida en que la fabricación material del libro se vaya concretando. En síntesis, ¿en qué consiste la tarea de la edición? Si se sigue la explicación de Piccolini (2002): La edición es el proceso por el cual un original o, incluso, un conjunto de ideas acerca de un posible impreso se transforma en una matriz o un prototipo del cual se obtienen, por medios industriales, cientos o miles de copias idénticas. Cuando este proceso tiene como fin la publicación de obras no literarias, se habla de proceso de edición técnica, denominación que, en cierto modo, oculta la amplia variedad de géneros editoriales originados mediante este trabajo. La edición técnica no es simplemente una réplica del proceso por el cual se generan los impresos literarios, sino que presenta algunos aspectos diferenciados.
La autora agrega en el renglón siguiente: En un sentido estricto la edición es la preparación de un original para su publicación. Para diferenciarla del proceso de edición en un sentido amplio, se la suele llamar edición pr op iamente dicha o ed.iting, como se la conoce en inglés. La edición o editing es entonces la etapa del proceso de edición situada inmediatamente antes de la corrección de estilo. Cuando se refiere a originales no literarios se habla de edición técnica (tec.hnicul. editing).
Aquí resulta pertine nte aclarar, con relación a la cita a nterior y aunque sea a grandes rasgos, la diferencia entre edición y corrección de estilo, denominación corriente de lo que con más rigor se entiende por “corrección literaria” (Martínez de Sousa, 1981) o “revisión de originales”. La edición consiste en la evaluación y consideración global de un original en todos sus aspectos con vistas a la publicación, mientras que debe entenderse por corrección de estilo dos tareas más específicas: la lectura minuciosa de ese original con el objetivo de detectar y corregir los errores ortotipográficos que pudiera tener y la adecuación del texto a ciertas convenciones pro pias de la editorial, convenciones que suele n ser compendiadas en manuales de estilo, propios de cada sello. Como si buscara anticipar parte de las tareas que caerán sobre las espaldas del editor, Piccolini redacta a continuación un subtítulo que casi puede entenderse como una consigna o guía de tra bajo, en particular para quienes se encargan de convertir técnic amente las tesis académicas en libros. Dice: “Los autores de las publicaciones técnicas no son escrito res”. En las publicaciones para los estudiantes o dirigidas a quienes ya ejercen tareas de edición se puede advertir que algunos especialistas prefieren distinguir entre lo que denominan macro y microediting. El primer término remite a las decisiones mayores que de alguna manera rodean el contenido y la forma del trabajo pero casi no “ingresan” a él. Por ejemplo, la ubicación del futuro libro en el ámbito de una determinada colección, disposición que supone la relación de ese texto con otra s obras que el editor juzg a de ca racterísticas y temá ticas similares. E sta disposición puede ser ventajosa cuando se tra ta de un a colección editorial que ya es tá consolidada y que, por lo tanto, cuenta en su haber con el conocimiento que un público m ás o menos am plio tie ne de ella. Las colecciones, adem ás, son ya u n recurso trad icional de las editoriales pa ra orde nar sus diversos títulos, y no debe perderse de vista que constituyen incluso un señalamiento claro para su detección y ubicación por parte de los libreros. El encargado de una lib rería difícilmente tenga tiempo y capacidad pa ra in teres arse en todos los tít u los que recibe casi diariamente. El título de la colección, una contratap a y un a solapa bien escritas son p ara él un a ayuda indispensable. Es evidente que cada obra es única, o al menos pretende serlo, en el sentido de su aporte original en un cierto campo de estudios, pero su ubicación en el inte rio r de un a cie rta colección le otorga al libro un a visibilidad tem ática inm ediata. P ara el lector bastan sim
pies y descrip tivas indicaciones como “Pedagogía”, “N arrativa contemporánea”, “Historia argentina”, “La naturaleza y el hombre”, para brin darle una prim era orientación. Otro tanto ocurre con el título. Los que suelen encabezar las tesis doctorales son excesivamente extensos y tienen un carácter descriptivo puntilloso y “seco”; en la mayor parte de los casos tal extensión se relaciona con la necesidad e intención de su autor de que de alguna manera quede “comprimido” en él la hipótesis central que guía la investigación. Por eso el nombre suele incluir tam bién la periodización y la ubicación geográfica, así como una pista sobre las características teóricometodológicas del abordaje. Cuando la tesis se convierte en libro se necesita otro tipo de titu lación. Es parte importante de la intervención del editor proponer uno a la vez simple, directo y suge ren te e s decir, “comercial”, en el mejor sentido de la palabra que reemplace la dureza de la enunciación académica. Un recurso interesante del cual el editor suele echar mano es el uso de subtítulos, que buscan aclarar y complementar aquello que el título principal, más económico y “ganchero”, necesariamente deja fuera. Queda aquí presupuesto que, dadas las características temáticas y de investigación rigurosa que supone la tesis académica, a nad ie se le ocurriría, incluso por el más común sentido comercial, dejar que esa necesidad de “creatividad” e “ingenio” para plasmar títulos y tap as con atractivo hacia los lectores pued an convertirse en apelaciones absurdas y ridiculas caricaturas. Es decir que el editor sabe muy bien el límite de su tarea de seducción, y el auto r puede qued arse tran quilo al respecto si ese tem or lo ha asaltado: sus ideas de base no se verán alteradas en función de un juego comercial inescrupuloso e inmoral, que por otra parte supondría un suicidio económico. Pero un miedo así sólo puede esperarse de un autor que se ha dejado llevar en demasía por las figuras mitológicas que antes se mencionaron y que demuestran que, en el fondo, no entiende qué es un editor y cuál es su misión.
Aspectos del original observables por el autor y el editor Quizá la m ane ra m ás sencilla de explicar qué es un editor es dar cuenta de las finalidades que persigue dentro del universo de la producción editorial. En su libro Edic ió n y corrección de textos Jo
Billingham desarrolla un concepto sencillo que posibilita exponer, de acuerdo con su criterio, qué se propone todo editor. El concepto al que recurre y que utiliza como eje interpretativo es el de “barreras de la comunicación”. La metáfora que sugiere Billingham es bien sim ple y directa, y tien e la v irtu d , p re c is a m e n te , de il u s t r a r de una manera inmediata y comprensible la necesidad y el objetivo p rim o rd ia l de la t a r e a de la edic ión. Sucede que los editores, explica Billingham, a menudo piensan en esos términos para diseñar y proyectar su trabajo. Nada varía dem asiado si se añad e que la postulación de tales obstáculos puede ser o bien una tarea consciente por parte del editor o bien un reflejo inconsciente y automatizado a partir de su tarea habitual y por lo tanto producto de quien analiza ese quehacer y no del propio editor: en cualquier caso su valor explicativo permanece. Por si hace falta su explicitación, se puede agregar que debe entenderse por “barrera” todo aquello que se interponga anulando o dificultando el lazo comunicativo que une a los autores y sus d estinatarios . Qued a así delineada de manera general la direccionalidad que nutre y resume toda la tarea de la edición: la eliminación lisa y llana de todos esos impedimentos. Las barreras que pueden conspirar para que se logre una eficaz comunicación autorlector pueden y deben ser clasificadas con vistas a su m ejor visualización y análisis, tr as el objetivo obvio y final de su superación. B i l l in g h a m d e s a r r o l l a s u p e r s p e c t i v a de u n a m a n e r a g e n e r a l e n relación con la tarea de la edición, es decir que no se refiere a tesis o a ensayos universitarios sino a todo tipo de textos. Por esta razón, y a los fines del presente trabajo, sus observaciones deben ser con textualizadas en función de lo que aquí interesa destacar en el camino de la transformación de la tesis al libro. A continuación se retom a de m an er a libre y en función de inst ru m en ta r el proceso que lleva de la tesis académica al libro la lista que figura en Edic ió n y corrección de textos.
1) E n prim er lu gar está la co nside ra ción del aspecto. El término remite a las características más generales y evidentes de la presentación del material. El texto que se lleva a una editorial con vistas a su publicación debe ser presentado como un todo coherente y bien estructurado. Más tarde podrán sobrevenir los cambios que se estimen necesarios, pero el texto que se presenta no puede ser un “espacio de consulta” o un “texto en construcción”. No puede tener
partes a medio escrib ir o concebidas a la m anera de punteos de temas y problemas que después podrán o no desarrollarse. Ese “efecto de totalidad” es el primer dato a tener en cuenta con relación al aspecto del texto que se presenta. Una tesis académica es un tipo de escrito que naturalmente observa un cuidado ordenamiento y prolijidad, no son por lo tanto éstos los datos que pueden repeler a los potenciales lectores. Habría que pensar más bien al revés: si no es en este caso un exceso de meticulosidad, las taxonomías jerárquicas demasiado puntillosas, los títulos y subtítulos “duros”, las notas de presentación, los numerosos apéndices y los índices que insisten en subrayar la rigurosidad metodológica y conceptual y la claridad en el recorte de un cierto objeto de estudio, por ejemplo, los que ofrecen en definitiva una sustancia carente de interés para todo aquel que no sea un estricto especialista. Aquí es indispen sable hac er el señ alam iento de que la seducción es un arma indispensable para atraer e impulsar la lectura. Y para que esa seducción sea efectiva no se debe perder de vista cuál es el auditorio hacia el cual el libro está dirigido. Hace ya muchos siglos, Aristóteles señalaba que el discurso argum entativo o sea, de m ane ra sintética, aquel que pretende convencer de una determinada hipótesis a partir de la presentación ordenada de un conjunto de pruebas debe integrar las dimensiones del convencer y el conmover. Si bien las observaciones del Estagirita se centraban en las características que debía tener un discurso del orden de lo persuasivo, sus observaciones no cambian drásticamente cuando se desplazan hacia un escrito científico. Porque si bien es cierto que hace ya varios siglos que la irrupción de la ciencia moderna y sus discursos disciplinarios obligan a recon textualizar las definiciones de los retóricos de la Antigüedad, no es menos cierto que un discurso científico es necesariamente, valga la redundancia en este caso, un discurso y por lo tanto supone de manera obligada la contemplación de una “puesta en texto” y un conjunto de estrategias discursivas que sostienen el conjunto de: la red lógicoepistemológica que se busca vertebrar. El filósofo griego indicaba, incluso, que había ciertos lugares particulare s del discurso donde era conveniente depositar esa fuerza de la sensibilización: la introducción y el epílogo. Hijo de su época, Aristóteles pensaba mayormente en la estructura del discurso oral que podía desplegarse en las asambleas políticas y en los estrados judiciales de su época, es decir que podría-
mos muy bien hoy “ajustar” sus indicaciones a otro marco de civilización y a otro conjunto de convenciones semióticoculturales. Aquel lugar estratégico que la retórica aristotélica encontraba en el exordio para situar la fuerza del conmover en el soporte libro se pued e encontrar hoy en día “desparram ada” desde la ta pa, la im agen y el título, el paratexto (solapa, contratapa, índice, etc.) al que dedicaremos un apartado en el capítulo 3 hasta la inclusión del libro en cuestión en una colección determinada en la que estará “acompañado” de otra serie de títulos y autores. Incluso las gacetillas, folletos o volantes que la editorial envía regularmente a las librerías y a los diversos medios de prensa forman parte de esta constelación paratextual, o el modo en que el libro es presentado en el sitio de internet con que seguramente, como ya es de rigor, cuanta el sello para publicitar sus novedades. Puede aquí anticiparse uno de los temores propios del autor: el “ablanda m iento” de esa totalidad du ram ente estru ctur ada ¿no concluirá precipitando la falta de rigor, devolviéndole confusión a aquel cúmulo de material que tanto ha costado ordenar? El temor carece de sentido si el editor que se hace cargo de la tarea es una persona mínimamente seria y con experiencia en su campo. El autor quizá piensa que su relación con el editor, incluido el trato amable que se prodiguen y los cafés que en algunas ocasiones compartan para amenizar la charla y el intercambio de opiniones, es en realidad de pura cortesía, dado que en el fondo está alimentada por una profunda desigualdad: la asimetría que nace de la evidencia de que el autor sabe y el editor no. La aseveración es cierta a medias. Por un lado es evidente que es el auto r qu e acaba de doctor ars e, por ejemplo, en biología, sociología o de rec ho quien conoce a fondo la disciplina sobre la que el libro versa; pero tam bién es evidente que el autor no sabe cómo hacer un libro, editarlo, fabricarlo, distribuirlo y disponer los modos para que llegue a un determinado público lector. Si se ob serva la segunda parte de la oración anterior, res ul ta claro que la fórmula se invie rte y aho ra es el editor quien se convierte en poseedor del conocimiento, no el autor. Se trata de conocimientos diferentes y lo que se busca en definitiva es fundirlos en una tarea común antes que establecer una suerte de inútil e infértil competencia. Además, es también relativamente falso que los conocimientos de uno y de otro no encuentren puntos comunes y osmóticos. Fin alm ente , el auto r se ha formado leyendo libros así que, aunque sea de una manera empírica, “algo” sabe sobre ellos; mientras que cualquier editor mínimamente expe-
rimentado a lo largo do los años y las lecturas también ha ido sedimentando un repertorio amplio de los conceptos, los autores y las corrientes básicas de aquellas disciplinas con que trabaja. 2) Las consideraciones acerca de la es tructura ocup an el segun do lugar. Billingham sostiene que “una estructura difícil de seguir es una excusa para abandonar la lectura” y la observación es por demás justa en un sentido general. Pero no siempre resulta sencillo distinguir entre qué se debe considerar una estructura “fácil” y una “difícil”, y esto es así porque una u otra calificación están atadas de manera convencional a objetivos y expectativas particulares. De tal manera que, siguiendo esta lógica, es posible imaginar una estructura de una sencillez tan extrema que, por eso mismo, carezca de interés alguno para un considerable número de lectores. Valdría en este punto, entonces, hacer una serie de observaciones que bien se pueden derivar del término o concepto mismo de estructura, que remite a un conjunto de partes perfecta y coherentemente integradas, al punto de establecer el carácter absolutamente necesario para la existencia de cada una de ellas y para el modo en que se ofrece su ordenamiento, jerarquía y relación. Se trata de un armado artificial cuya mayor virtud consiste en ofrecerse como natural. Ahora bien, la palabra “estructura”, además de esa asociación con un todo cohe rente y cohesionado, tamb ién se vincula connotativamente con una cadena de términos que describen lo duro, lo metálico y maquinal, la técnica y el artificio. Y en ese sentido una tesis doctoral y un libro son estructuras de diferente tipo. La primera bien puede, validándose, aceptar ser apreciada en térm inos de esas asociaciones “d u ras ”. La durez a, puede sup onerse, es al parecer el costo a pagar para la acreditación de un cierto estatuto epistemológico o científico. La gran cantidad de gráficos y material estadístico compilado en apéndices, los apartados dedicados al “marco teórico” o el “marco histórico”, las extensas definiciones de un concepto o un cierto perfil teórico, el exceso de ejemplos, el lenguaje técnico de difícil acceso para los no especialistas, tales son las hu ellas que provienen de la búsq ued a del rigor conceptual y metodológico. El “sacrificio” de los juegos de lenguaje, de las productivas ambigüedades de las imágenes rotóricas, de los brillos de la ironía, etc., persigue como meta la objetividad y la precisión. El libro, por el contrario, supone una plasticidad y un dinamismo mayores; su atractivo consiste en subrayar los aspectos más
directamente estilísticos se podría incluso decir literarios que encierra la calificación de ‘‘ensayo’’, sin por ello perder el sustento de una armazón clara y definida o que pierda rigurosidad el encadenamiento explicativo o argumentativo. Finalmente la preocupación por la “estructura” de la exposición no es algo privativo de los tratados científicos, sino que ha preocu pado a los escritores de ficción y poetas desde siempre, y de m anera agigantada en la contemporaneidad, cuando la cuestión se ha convertido incluso en una problemática tematizada en los propios textos. Como la crítica y la teoría estética han subrayado repetidas veces, una de las características más destacables del arte moderno es su autoconciencia y los muchos caminos por los cuales los aspectos metadiscursivos se desarrollan entrelazados con los personajes y cursos de acción. Como ocurre, para citar al menos una figura para dig m ática, desde ia poderosa narrativa del novelista francés Gustave Flaubert. En el sentido en que los escritores y poetas apelan a ella, una estructura no involucra únicamente un cierto ordenamiento cuidadoso y efectivo de un repertorio de materiales, sino que obliga tam bién a brin dar una resolución im agin ativa a tal disposición. El tra slado de la tesis al libro abre la posibilidad y enfrenta la necesidad de encontrar esa formulación creativa. Una mención especial merecen en este punto los títulos y subtí tulos.
Los documentos largos y sin títulos son difíciles de leer y de com prender. Cumplen una función ord enadora y sirven para organi zarle al lector su lectura. En la expresión oral los seres humanos recurrimos a una serie de elementos que perm iten m odelar aquel mensaje que queremos hacer llegar a uno o más receptores. La primera herramienta de que dis ponemos son los múltiples matices que nos brin da nuestro apara to fonatorio. Elevamos el tono o susurramos, colocamos un repentino énfasis en una palabra que queremos que se retenga particularmente (como hace un docente para que advirtamos que tal concepto es central y por ello casi lo grita en clase para que sus alumnos lo subrayen en el cuaderno). Contamos también con los que se denominan “sistemas paralingüísticos”: la gestualidad y las posiciones de las manos y el cuerpo en su conjunto, etcétera. Creer que la comunicación lingüística supone las palabras, así, desnudas y nada más, como cuando se despliegan en un pizarrón para enseñar estr ucturas sin tá cticas básicas, es no co mprender la
complejidad y la riqueza de la acción de comunicar que envuelve sistemas múltiples y que se apoyan en soportes bien materiales. Otro tanto sucede con la escritura. Todo texto escrito incluye, además de lo que en el apartado siguiente y para abreviar se denom ina “contenido”, una su erte de m anu al de instrucciones que ayuda a su comprensión y lo guía. Lo que ocurre es que tales “instrucciones” una vez que se han interiorizado dejan de ser percibidas como tales y se naturalizan. Hace unos años el periódico La N ació n tenía un spot publicitario televisivo que decía: “El diario que se puede leer en dos horas o en quince minutos”. Supongamos que efectivamente la totalidad del diario puede leerse en dos horas, ¿cómo es posible, pues, que se lo pueda leer también en quince minutos? Sin duda la publicidad hacía mención a lo que comúnmente llamamos “lectura cruzada” o de “barrido”; ésa que de continuo se tiene reservada para el diario en la mañana mientras se desayuna rápido y antes de p a rtir hacia el trabajo . Ahora bien, ¿cómo es posible que tal lectura se complete en tan pocos minutos y el lector en cuestión se quede con la sensación de que efectivamente ha leído el diario? Pues ocurre que hay un conjunto de elementos guías que ayudan el lector en ese cometido: recuadros, diversos tamaños de la tipografía, subrayados, uso de negritas y bastardillas, color, títulos, subtítulos, epígrafes, copetes, ante y sobretítulos, “bajadas”, tildes, bochitas, números... Si se está leyendo un informe sobre la marcha de la economía de la semana pero lo único que interesa es ver cuáles han sido las definiciones del ministro del área, ¿cómo se las encuentra? Fácil: se busca el nombre y apellido del funcionario que está destacad o en medio del artículo con una letra más densa y oscura para ayudar a su localización y que vienen seguidos de las comillas que sin duda indican la aparición del discurso directo, es decir las “palabras textuales” del hombre de gobierno. A veces se insiste con demasiada liviandad en la utilidad de las herramientas que los ordenadores de textos han traído consigo. A manera de ejemplo, detengámonos un momento en la función “buscar”: es sencillo advertir que la escritura hace ya mucho tiempo dio a la cultura humana un “antecesor” de esta función, no por viejo menos eficaz y necesario, como puede ser todo tipo de resalte tipográfico: subrayados, bastardillas, cabezales, viñetas, que guían el ojo del lector ante el diario con singular rapidez y eficacia. Sin la espectacularidad que supone la diagramación de la doble página del
periódico desp legada sobre la mesa, el lib ro se vale de los mismos recursos y hay que saber aprovecharlos adecu adam ente. Se señaló antes que los documentos largos y sin títulos son difíciles de leer y de comprender, lo cual es cierto, pero también es cierto que la sobrebundancia de títulos y subtítulos puede generar un efecto contraproducente e inhibitorio del acercamiento para la lectura. Tal exceso impondría a la actividad lectora un bien molesto “tartamudeo” que terminaría conspirando contra la integración de las secuencias y de éstas en la totalidad discursiva. No hay una fórm ula exacta al resp ecto, no hay una “receta ” que el editor puede soplar al autor para resolver el punto. No se puede establecer un a priori general que estipule como recomendable un subtítulo cada tres o cuatro páginas, dado que son múltiples las variables a tener en cuenta en cada caso, desde la temática de cada caso ha sta su tratam ien to específico. Una sue rte de justo medio, de equilibrado ordenamiento que el trabajo conjunto de autor y editor deben encontrar. Otro espacio decisivo que autor y editor deben atender es el índice, que en la tesis tiene una retórica bien distinta de la que es admisible en un libro. Por ejemplo, los sistemas de números para ordenar la investigación que suelen ser muy comúnmente utilizados en las investigaciones: 1.
1 .1 . 1. 1. 1.
1 . 1 .2 .
1.1.3.
1.2 . . . ,
o particiones similares se presentan de un modo excesivamente engorroso para el lector típico; en la búsqueda de un ordenamiento claro y preciso terminan desordenando la cabeza de quienes leen y espantando sus ganas de acercarse a un trabajo. Lo peor que le puede pasar a un texto es que un lector se acerque a él y después de ojearlo unos segundos decrete convencido: “Esto no es para mí”. Para combatir tal inconveniente se deben buscar título s y subtítu lo s que por un lado cumpla n con su tra d icional y básica función explicativa del contenido que viene a continuación pero que, a la vez, sean capaces de atraer la atención de quien lee.
Una de las marcas evidentes de qu e la tarea de la titulación no funcion a bien en lo que hace al formato del libro es la repetición evidente de palabras y construcciones más o menos similares, que en muchos casos y para peor ofrecen variantes más o menos cercanas a las que han sido seleccionadas para el título y, eventualmente, el subtítulo que brillaran en la tapa. No pued e ser, por ejemplo, que un en sayo que trabaje alrededor de la relación entre los medios de la comunicación de masas y la sociedad someta al lector al padecimiento de volver a encontrar esas mismas dos o tres p alabras con algunas pequeñas varian tes en su ordenamiento o juegos en la línea de una misma familia de pala bras (“m asas”, “m asas”, “de m asas”, “m asiv a”, “masificación”...) que insisten con su cacofónica emergencia. El autor primero, luego el editor, deben evitar esta torpeza. Otro tanto debe observarse en lo que respecta a la articulación entre títulos de capítulos y de parte, subtítulos, subtítulos secundarios, etc. Si bien pueden establecerse jerarquías gráficas (tamaños y tipos de letras red on da o blanca, negra, bas tard illa, puntos, tildes, subrayados), se debe tener en cuenta que quien lee un libro no lo hace con la misma disposición que el catedrático que sigue puntillosamente el armado lógicoepistemológico de una investigación científica presentada para su evaluación como tesis de investigación. Por esta razón debe evitarse en este caso también que el “desfile” de las variantes gráficas y tipográficas antes señalado no termine alimentando la confusión antes que la claridad expositiva. 3) En tercer lugar, el contenido. Presentar
los diversos aspectos que se relacionan con la edición de manera separada para que puedan ser juzgados en su variedad por el autor busca, precisamente, que se pueda observar claramente y desde el vamos que no todo se reduce pese a lo que el sentido común, incluso el de los académicos, a veces indica casi con las maneras de un reflejo condicionado ai contenido. Este es precisamente uno de los puntos que suele sacar más chispas en tre ed itor y au tor en la m edida en que el libro va tomando forma. Las razones, a primera vista, son sencillas de entender. El autor puede permitir que se cambie tal o cual elemento que se estima como propio del modo en que se ofrece la investigación, hasta allí puede ceder, pero no en lo que respecta a su contenido. Queda claro que un razonamiento tal parte de la falacia que ya la lingüística y los estudios sobre los discursos sociales y la literatura
llevan por lo menos un siglo atacando, y que es la pertinencia de la dicotomía contenido/forma. De cualquier modo no es el punto sobre el que aquí se busca insistir y más bien, al menos operativamente y de manera ilustrativa, se acepta tal distinción. Según como se lo mire, se puede decir que el contenido de la tesis y el libro que de ella surge es el mismo o no. Seguramente lo es en la mayor parte, pero se podrían hacer algunas puntualizaciones y brin dar un caso para dem ostrar que la iden tificación puede pre starse a confusión, y no se trata de una confusión menor dado que remite al auditorio que un género y otro imaginan y al cual se dirigen. Por ejemplo, en una investigación sociológica sobre los efectos de la producción minera el autor utiliza el término “lixivición” sin explicar su significado, puesto que se trata de un término que da cuenta de un procedimiento técnico propio de esa industria y que muy probablemente quien escribe, después de unos años de estar trabajando sobre el tema, ya considera parte de un vocabulario inmediato y “conocido”. Sin duda va a encontrar en el margen de su trabajo una marca a través de la cual el editor, o el corrector, le sugiere que introduzca una breve y concisa explicación del signfi cado de la palabra. El verbo es “lixiviar”; el sustantivo, “lixiviación”; de modo que el editor propon drá al au tor que incorpore un a definición lisa y llan a del término o que realice un a reformulación qu e la incorpore, del tipo: Los metales, cada vez más escasos, se encuentran en estado de diseminación y sólo pueden ser extraídos a través de nuevas tecnologías, luego de producir grandes voladuras de montañas con el uso de la dinamita, a partir de la utilización de sustancias químicas (cianuro, ácido sulfúrico, mercurio, entre otros) para disolver (lixiviar) los metales del mineral que los contiene.
Se trata de un señalamiento habitual y es claro que no supone una reescritura en profundidad del texto, pero sí agregados mínimos que indican que el destinatario es otro que aquel que, más o menos inconscientemente, ha quedado flotando en la cabeza del autor. Todo texto supone la disposición y el encadenamiento de una serie de enunciados expuestos y muchos otros supuestos; su eficacia se desenvuelve precisamente en que se dice algo y se dejan implícitas otras muchas cosas en función de los saberes que se especula que el lector trae consigo. Si la estimación no es correcta, el peligro
es que el trabajo que se ofrece se vuelva difuso e ineficaz, predicaciones que en última instancia determinan y precipitan el fracaso comunicativo y comercial. Con relación al contenido, se trata de encontrar un punto de equilibrio entre la “demasiada” información que apabulle y confund a al lector y la muy m uy po poca, ca, que lo lo deje deje insatisfecho y produzca su irritación. Una parte importante de los trabajos de investigación académicos la constituye el llamado “estado de la cuestión”, es decir el rele vamiento pormenorizado de las principales y diversas corrientes teóricas que se consid eran de valor acerca de la problem pro blem ática que se se trata. No es simplemente una cuestión “subjetiva”, no es una mera “opinión personal” del autor la que lleva a considerar tal o cual autor o marco teórico y a descartar otros. No, tal “estado de la cuestión” supone más bien dar cuenta del balance y la evaluación que la pro p ro p ia co m u n idad id ad cie ci e n tífi tí fica ca h a he hech choo de u n a d isci is cipp lina li na.. P or lo ge general se trata de relevamientos exhaustivos, que suponen la compilación de muchos nombres y títulos de obras, su clasificación en escuelas escue las o corrien tes, la fijac fijación ión de sus presu pu puesto estoss teóricos teóricos fundafun damentales y también, con la forma de la exposición, incluso la cita directa de aquellas definiciones apropiadas para condensar una u otra postura. También se desarrollan, aunque de manera compendiada, las polémicas que enfrentan a un enfoque teórico con otro y las diferencias metodológicas que entre ellos pueden advertirse. Pues bien, en la medida de lo posible, el “estado de la cuestión” debe ser eliminado, o apenas señalado, muy brevemente, en la introducción del libro. En aquellos casos en que se juzgue que algunos de los puntos de tal sección de la investigación son fundamentales, entonces lo mejor será que se los reescriba integrándolos al desarrollo de la demostración. Es importante recordar aquí que, a diferencia de lo que ocurre en una tesis, la introducción, a su vez, debe ser una invitación a la lectura, no un relevarniento de la totalidad de las hipótesis en circulación sobre el tema. Basta, por lo tanto, con justificar la importancia del tema, y agregar a lo sumo un “Me apoyo en... y me distingo de...” si se estima que es imprescindible tal agregado para situar a grandes rasgos las fuentes y las polémicas teóricas. Pa ra los los aspectos metodol metodológi ógicos cos se puede brin da r la misrna m isrna recorecomendación que para el estado del arte: más que detallar, nombrar los instrum ento s a los los cuales cuales se ha echado mano p ara desa rrollar el tema y llegar a ciertas conclusiones. Hay que recordar que una tesis
es un trab ajo de investigación que debe ser “defendido” “defendido” frente a un tribunal de especialistas académicos en el área; por lo tanto la minuciosa reconstrucción del quehacer metodológico y su sólida fundamentación por parte del autor son labores imprescindibles, al pu p u n to q u e m u c h a s ve vece cess se t ie n e e n c u e n ta q u e el rig ri g o r m eto et o d o lóló gico y el del campo teórico que constituye a la disciplina serán más tenidos en cuenta como virtud que la originalidad del tema pro pu p u e sto st o . C u a n d o la te s is se c o n v iert ie rtee en libro lib ro,, los p re s u p u e s to s son otros y por lo tanto también los énfasis. El uso de ilustraciones, tablas, gráficos, apéndices y anexos que llenan muchas páginas de los trabajos de investigación deben ser sopesados también siguiendo similar criterio. La regla es que resu lta imposible imposible reproducirlos en su totalida totalida d, p uesto que la mayoría del público lector ni siquiera va a detenerse en ellos. Lo conveniente es reducirlos, “narrar” su contenido y dejar aquel mapa o gráfico realmente imprescindible y que cumpla una tarea resumi dora e indicativa del conjunto. 4) Por último, la lengua utilizada. Se agregan aquí una serie de observaciones en cuanto al lenguaje que se utiliza y que también pu p u e d e g e n e ra r “i n te r fe r e n c ia s ” en la co com m u n icac ic ació iónn qu quee se b u sc a establecer con el público lector. El auto r debe debe tene r en cue nta que un libro libro se se escribe escribe básicamente teniendo en me nte un horizonte de la lengua, que es aquel de su uso uso actual. Pod ría de inm ediato hacerse el reparo acerca de que quizá la metáfora “horizonte” empuja a percibir la lengua de una época como un ente excesivamente homogéneo, algo obviamente falso, o como el modo en que el conjunto de los hablantes de una lengua supongamos, el castellano la utiliza de manera oral y escrita de acuerdo con norm as estrictas que en su cumplimiento cumplimiento de term inan un a especi especiee de de igualación entre todos los enunciados y textos producidos, una estimación cuya falsedad es también muy fácil de demostrar. Sin embargo, convengamos que quienes efectivamente se constituirán en los lectores de la tesis convertida en libro comparten a grandes rasgos las normas, los usos y las costumbres de una lengua localizada temporal y espacialmente, y así conformada como un conjunto socialmente identiñcable. Pues ésa es la lengua de referencia que debe tener el libro. Un lenguaje inapropiado, por lo tanto, conspira grave y decisivamente contra la difusión y la lectura de un texto. Se entiende aquí po p o r “i n a p ro p iad ia d o ” aq a q u e l qu quee no tie ti e n e en c u e n ta ta le s d e term te rm in a c io -
nes geográficas e históricas que, aunque quizá no haga falta subrayarlo, no se relacionan con un universo tan vasto como la lengua castellana sino que tienen que ver en nuestro caso con un recorte ba b a s t a n t e m e n o r d e n tro tr o de ella el la:: la l e n g u a r io p la te n s e de la s ú l tim ti m a s décadas del siglo xx y hasta hoy. Si, por ejemplo, un texto abunda en formas arcaizantes, el lector sentirá sin duda que se trata de una obra cuyo lenguaje está “fuera de moda”, moda”, y por lo tan to exp erim en tará que se tra ta de algo algo ajeno ajeno y alejado de sus experiencias y expectativas. Si la elecció elecciónn es por un leng uaje dem asiado técnico o formal, producirá también un extrañamiento perturbador e inconveniente. El lector lector es tim ará que se tr a ta de una “jer g a de esp ecialistas”, y en ese ese sentido es probable que la evalúe en el peor sentido, es decir, considerando que la jerga aparece aquí como una escritura deliberadamente hermética, que se niega a compartir sus temas y problemas con un público más amplio. El hermetismo se convierte, en consecuencia, casi en una huella de aristocratismo y quizá, si se permite cierta exageración para que quede doblemente subrayado lo que se quiere decir al respecto, hasta de fanfarronería. Las jergas de tal tipo desaniman sin duda a los lectores. Hay un viej viejoo sentido común bien arra iga do po pu larm en ente te —y h a st a un cierto punto la actividad pedagógica escolar, los docentes y los manuales, así como la transmisión de conocimientos de diverso tipo po p o r los m ed edio ioss de co com m un unic icac ació iónn m a s i v a q u e s o s tie ti e n e qu quee el m ás sabio es aquel capaz de poner en forma sencilla las cuestiones más complejas. Y si bien no se trata de ensalzar las fórmulas del sentido común común a las las cuales cuales rápidam ente p ueden hacérseles diferentes diferentes rep aros, conviene considerar la lengua en la que se va a escribir el libro en los términos de esa orientación general. Se pueden hacer también unas cuantas puntualizaciones en lo que hace a la sintaxis misma del texto. Una tesis académica vuelta libro reúne básicamente las marcas genéricas del ensayo, y si bien un a obra ensayística contempla, h as ta u n cierto cierto punto, los los vaivenes vaivenes del estilo subjetivo de su autor, no es una obra estrictamente literaria, y no conviene olvidarlo. Se trata, por lo tanto de evitar las oraciones complicadas, largas, con puntos y puntos aparte que nunca llegan. Si se observa con cuidado esta advertencia podrá verse que no se trata de negar el tra bajo ba jo prop pr opio io qu quee co conl nlle leva va cie ci e rto rt o esti es tilo lo sino, sin o, po porr el c o n tra tr a rio ri o , ob obli ligg ar al autor a realizar una tarea más fina y cuidada en lo que respecta a los aspectos formales.
En el prefacio a su obra ¿Qué es esa cosa llamada ciencia ?, una suerte de manual o introducción a la epistemología, su autor, el profesor de origen británico Alan Chalmers, escribió a la hora de prologar una nueva edición corregida y aumentada de su texto que, además de la incorporación de algunas nuevas corrientes de la filosofía de la ciencia y la revisión de ciertos ejemplos históricos utilizados, la razón última y su mayor preocupación había sido seguir reescri bie b iend ndoo lo y a e scri sc rito to con el ob objet jetivo ivo de h a c erlo er lo c a d a vez m á s llano lla no y sencillo, cosa que había conseguido del todo en la versión anterior. Chalmers afirma allí, lamentándose incluso por todavía no hab erlo logrado del todo todo:: 110
A juzga r por las las resp uest as a la pr ime ra edición edición de este este libro, parece que los ocho primeros capítulos del mismo cum plen pl en m u y bien bi en la func fu nció iónn de ser se r “un “u n a in tro tr o ducc du cció iónn simp si mple le,, clara y elemental a los modernos puntos de vista sobre la natu ralez a de la ciencia” ciencia”.. También parce ser universal mente aceptado que los cuatro últimos no la cumplen. Por consiguiente, en esta edición revisada y ampliada he dejado los capítulos 18 prácticamente intactos y he reemplazado los cuatro últimos por seis totalmente nuevos. Uno de los problemas de la última parte de la primera edición es que había dejado de ser simple y elemental. He tratado de conseguir que mis nuevos capítulos sigan siendo simples, aunque temo que no lo haya conseguido del todo al tratar de las difíciles cuestiones de los dos últimos capítulos.
Unas líneas después agrega: Otro problema de la última parte de la primera edición es su falta de claridad. Aunqu e sigo sigo conve convencido ncido de que la mayor pa p a r te de lo qu e me p ro po nía ní a allí al lí iba ib a po r b u e n cami ca mino no,, c ie r ta mente no fui capaz de expresar una postura coherente y bien argumentada, como han dejado en claro mis críticos.
Como se vio, el de Chalmers es un muy buen ejemplo de humildad intelectual y conciencia crítica del autor sobre el texto que ha escrito, y la necesidad de seguir revisando lo ya hecho con el fin de terminar de dinamitar los “obstáculos de la comunicación”. Tal es en este caso el desafío del escritor, la simplicidad, y no al revés como a veces suele pensarse. Muchas veces, vale la pena agregar, los autores se “refugian” en supuestas cuestiones de estilo o de
elecciones retóricas particulares, lo que en realidad es la negación a aceptar que hay párrafos y capítulos completos que ya se creían cerrados hace tiempo y que ahora la lectura diferente del editor obliga a reconsiderar. Ciertos excesos retóricos e innecesarias oscuridades sintácticas y repeticiones constituyen ese tono inapropiado que el editor busca evitar le al lector e indica consecuentem ente en el texto pa ra su revisión. Es por demás evidente que los errores gramaticales harán que los lectores pierdan la confianza en los hechos, en las estadísticas y en el análisis; por esta razón es necesario arrancarlos de cuajo en las primeras lecturas del texto que se convertirá en libro. La cuestión es que si bien en algunos aspectos la ortografía, hasta cierto límite la puntuación—el acuerdo entre autor y editor es casi inmediato, no ocurre a veces lo mismo con la sintaxis o el armado general del texto. Los procesadores de texto, a través de las funciones de “cortar” y “pegar”, han conducido en el último período a la repetición en diferentes capítulos de oraciones y párrafo s —en ocasiones b astan te extensos similares, que el autor realiza muchas veces de manera autom ática e inconsciente dado que le perm iten volver sobre un tem a o cuestión y encontrar un “punto de arranque” para su tratamiento. Si el tram o repetido es e xactam ente igual, es trab ajo del editor detectarlo y hacer el señalam iento pa ra su supresión o reelaboración; pero ocurre que por lo general no es exactamente igual al anterior, hay una reelaboración parcial falta alguna palabra, se ha cambiado el verbo o utilizado algún sinónimo o forma perifrástica, e tc —, con lo cual la corrección se vuelve problemática si el autor no acepta que se trata de una repetición tal cual el editor se lo ha indicado. Los autores suelen hacer uso también de palabras complejas o largas sólo con el afán de impresionar. Existen, al parecer, términos y alocuciones, voces en lenguas extranjeras que cargan sobre sus espaldas los brillos de cierto prestigio. Seguramente es bien difícil explicar cuáles son los caminos por los cuales estas cristalizaciones se producen, pero lo cierto es que lo hacen de continuo como puede testimoniar cualquier estudiante o docente universitario después de padecer durante algunos años los ecos que resuenan en aulas y bibliografías. Es verdad que en algunas ocasiones el uso y la repetición de ciertos términos apuntan en un sentido pedagógico, es decir, se reiteran para que sedim enten en su im portancia y se vayan volviendo necesarios y familiares para los estudiantes, pero en la mayor parte del
resto de los casos, sobre todo a la hora de pensar el lugar que ocu pan en el libro, son in necesario s y fácilm ente podrían ser trocados por otros vocablos m ás habit uale s y, como le gusta ba decir a Adolfo Bioy Casares, amables con el lector. Citemos algunos ejemplos de tales términos: Weltanschung (visión de mu ndo o cosmovisión), campo intelectual (en el sentido en que lo usó y popularizó el sociólogo francés Pierre Bourdieu) o experticia (término muy usado en ciencias de la educación) aparecen muy comúnmente para procurar llevar sobre el nombre del autor los supuestos fulgores del saber que arrastran consigo, pero nada impide que en la mayor parte de los textos en los que aparecen reproducidos de una manera general puedan ser reemplazados por visión del mundo, representación o ideología, en el primer caso; vida cultural, cultura, esfera o mundo de los intelectuales, en el segundo, y saber especializado, en el tercero. En un sentido similar, conceptos como habitus ya son casi de sentido común y suelen encontrárselos semanalmente en los suplementos culturales de los diarios es decir que han sido adoptados por el discurso periodístico; no parece necesario, por lo tanto, repetir las definiciones de Bourdieu como si se las estuviera descubriendo. Se podría aquí a brir u n debate. P or sup uesto que no es el objeto de estas líneas plantear que nada hay de riguroso en los conceptos y en las teorías, razón por la cual pueden ser reemplazados sin más por las ambiguas y poco p recisas palabras de todos los días; nada de eso. Es más bien al revés: precisamente por el cuidado intelectual que se debe tener en el manejo de los conceptos y las teorías se busca aquí señalar que flaco favor se les hace si se los utiliza m ás como una suerte de connotadores de las luces que la ciencia trae consigo an tes que con un verd ade ro afán científico y de bús qu eda de establecimiento de conocimientos rigurosos. Se dijo antes que al respecto se podría abrir un debate, y en realidad ello muchas veces ocurre cuando el editor hace alguna observación sobre ciertos términos técnicos a los que el autor echa mano con demasiada abundancia. Parte de la discusión consiste en establecer si el uso de algún término de este tipo tiene verdadera necesidad o no, y eso es algo que no se puede prever desde aquí y que habrá que considerar en cada caso. N uestra experien cia sobre el tem a, la s confidencias que algunos autore s han realizado de m ane ra priv ada o que se puede recoger en sus declaraciones públicas, permiten sostener la sospecha, y por lo tanto hacer el consiguiente señalamiento, de una utilización inde-
bida muchas veces acompañada de una “defensa” que casi roza el capricho. Para sumar otro ejemplo: está “de moda” en sociología y antro pología habla r de “ju venil/e s” como sustantivo. Cuando, por caso, se lee: “En este marco, las acciones de las familias y los juveniles objeto de la acción institucional mostraban una constitución cultural que desbordaba al dispositivo legal”, es inevitable preguntarse si la falta de un sustantivo modificado por “juveniles” es una errata. Se trata de un caso evidente en el que el cuidado por los matices propios de la jerga del especia lista no hace más que agre gar un obstáculo al lector. Es posible que tal utilización sea pertinente en un cierto marco intradisciplinario, pero nada hace suponer que sea conveniente introducir este uso en un texto dirigido a un público amplio.
En fin, los cambios que introducen los editores cubren una amplia variedad de áreas y pueden afectar a una mayor o menor porciones del texto entregado para su publicación de acuerdo con las características del original. Sin duda el quehacer del editor no consiste meramente en tomar documentos largos y complejos y, a la manera de una máquina de picar carne, convertirlos en folletos y manuales simples; aun cuando su tarea, por lo menos a la hora de convertir una tesis académica en libro, por lo general sí supone casi necesariamente una labor de reducción y reescritura. Para muchos autores, la actividad de la edición se reduce a “arreglar” un texto para garantizar su precisión y claridad, más el agregado de algunos elementos de color sumados a su presentación general (tapa, título, contratapa, solapa, gacetillas de difusión). Como probablemente se haya podido concluir de los apartados anteriores, en su b úsqu eda el trabajo del editor no se aleja mucho de esa creencia, siempre y cuando se acepte que la consecución de la “precisión” y la “claridad” como variables para seducir a un público lector relativamente amplio son sustantivos que, si se los mira bien, encierran cuestiones variadas, diferentes y de diversa complejidad. Son propósitos que, si se les dedicara la totalidad del tiempo que una edición perfecta requiere, podrían hacer que autores y editores se toparan con la certidumbre de que ese tiempo no es menor que aquel que los poetas conciben para los versos verdaderamente trascendentes. Así, se terminaría enfrentando la realidad de un período
interminable de realización y un costo impagable de incontables horas de trabajo. En el ya mencionado artículo “El arte de la edición”, Eco afirma: Si se manda un manuscrito a una university press norteamerican a, tienen que pasa r dos años antes de que salga. En esos dos años hacen composición y editing a travé s de los cua les io mismo se escapa algu na to nte ría [...]. Estos dos años de trabajo cuestan.
En el límite de la búsqueda de perfección, quedaríamos de cara no sólo al trabajo inacabable de la creación del autor sino también a otra infinitud complementaría, la que encierra la tarea de un editor embarcado en idéntica búsqueda. Como conclusión, y para ilu m ina r con un a hipérbole lo que se ha querido afirmar: que las tareas utópicas propias del deseo de perfección sean concebidas como necesario aliciente no significa que el au tor y el editor no pue dan y deban convenir, a la vez y de hecho, la deposición de las propensiones narcisistas que subyacen en estas ambiciones. Lo harán, claro, en función del objetivo de que los libros impe rfectos y siempre m ejorables, como el que lector tiene ante sí finalmen te lleguen y sean bien recibidos por nu estra s m anos, las de los lectores.
Capítulo 2
Las primeras decisiones del autor
El capítulo anterior se concentró en la figura del editor. Las conclusiones que de él se desprenden permiten al autor de una tesis intuir qué clase de trabajo le espera si quiere hacer de ese escrito académico un libro publicado y, lo que sería mejor, leído. En los siguientes apartados, el punto de vista focaliza más en la figura del autor y la exposición apunta a ayudarlo a definir un proyecto para reescribir su tesis de manera oportuna y económica, en el sentido de optimizar los esfuerzos y no invertir tiempos demasiado dilatados en tal reformulación. Las siguientes páginas se proponen, sim ultáneam ente, afina r p ara el editor la descripción de los aspectos que tiene que observar en los manuscritos surgidos a partir de tesis y ayudarlo a detectar qué trabajo ha hecho o dejado de hacer un autor.
Esbozos iniciales del libro posible Como hemos repetido, una tesis aprobada tiene que convertirse en un manuscrito presentable a una editorial antes de llegar a ser un libro. Ese proceso implica la m etamo rfosis nece saria de un escritor universitario, que tiene que pasar a dominar hábitos de composición distintos de los requeridos en los ámbitos de producción del conocimiento. La transformación no es sencilla, como atestiguan los ya cristalizados mitos de las relaciones de amor y odio entre editores y autores. Para que la difusión en forma de libro de sus saberes no le sea traumática al tesista, es recomendable que se dé un espacio propio,
privado y (rela tivam ente ) in dependie nte tanto de la academ ia como del mercado de la cultura, antes de lanzarse a una editorial con el fin de que ésta publique su trabajo. Ese espacio puede considerarse un tiempo de transició n en el que se tome distanc ia del género tesis y se organice la tarea de revisión de ella sin ingenuidad, sin creer que la futura obra ya está escrita o que se la puede elaborar sin mayor dedicación. Tal actitud suele frustrar el proyecto de convertir la tesis en libro, objetivo al que dedican su año sabático muchos autores académicos, aunque por cierto con más facilidad fuera de la Argentina. Lo que es relevante de este dato, de todos modos, es que la elaboración de un libro a p ar tir de un a tesis debe ocupar un lug ar importante en la agenda del autor, al que convendrá tener bien avanzado su manuscrito editorial, si no terminado, antes de ofrecerlo a una. Pero no es esa la única producción que hay que genera r en ese espacio: el auto r tam bién tiene que d isponerse, por ejem plo, a hacer una segunda vuelta de reescritura una vez que concrete el vínculo con una editorial: ésta podría solicitarle cambios. Las dinámicas editoriales y las académicas son lo suficientemente diferen tes como par a re qu erir no sólo la transform ación de la tesis sino también, hasta cierto punto, del tesista, que debe pasar a ser un autor de un texto, que se convertirá en libro a través del trabajo en equipo editorial. En las universidades, las investigaciones que se vuelcan en informes, artículos y tesis llevan bienios, trienios, lustros y has ta décadas de trabajo; los textos que se escriben durante esos períodos se van puliendo en las sucesivas revisiones y reescrituras que generan las diversas instancias que atraviesan las comunicaciones: las ponencias, que luego se adecúan p ara ser publicadas en actas; las rendiciones periódicas de informes a las instituciones en las que se radican los estudios; los artículos para revistas especializadas que los someten a referatos, a evaluaciones de pares que suelen imponer reformulaciones como condiciones de publicación; las tesis cuya composición debe ir ajustándose a indicaciones de los directores de ellas y a las normas institucionales que rigen el género. La ductilidad que semejante entrenamiento en escritura académica debería generar no es directamente transferible al ámbito editorial: en éste, los tiempos de producción de textos no suelen admitir períodos tan extensos como los que implica la producción de conocimiento; además, algunos escritores universitarios desconocen la autoridad específica del editor y sus colaboradores en cuanto a la producción y circulación de libros. Si el escrito r univ ersitario se
parapeta en tal desconocimiento de cualq uie r auto rid ad que no sea la académica, si es refractario a toda revisión o ajuste que se le pro ponga para su m anuscrito , es probable que la tesis no se convierta en libro o tenga el formato de uno pero el impacto esperable de un mimeo o una publicación interna de la universidad. El panorama no se pinta sólo de ese modo, sin embargo. Puede preverse una escena diferente , aunque ig ualm ente perniciosa para la concreción del libro. Un escritor puede confiar demasiado en su editor y de hecho demandarle la redacción final del libro al entregarle un manuscrito mal redactado, que será desechado o rearmado por otros corriendo todos el riesgo de que el auto r desconozca luego el texto que tendría que firmar como suyo. Puede suceder también que el tesista tenga premura de ser publicado y entonces no admita los tiempos que implican las evaluaciones de los consejos editoriales, que bien pueden ocupar al menos un año, o los cronogramas de publicación, que atienden a variable s como la oportunidad de venta y promoción de un libro. El análisis de la viabilidad económica de la publicación, la edición del m anuscrito, los pedidos de autorizaciones para reproducciones de im ágenes o texto s, la im presión, las le ctu ras de prueba, la indexación de la obra, son etapas del proceso editorial que prolongan la concreción del manuscrito en libro. El autor debe seguir esos pasos, estar al tanto de ellos, pero con paciencia pru dente . Si no tolera los procedimientos de una editorial y si un contrato no se lo impide, el autor tal vez retire su manuscrito y se precipite en otras ed itoriales ha sta en con trar su editor perfecto o can sarse de ser rechazado. De estas dos posibilidades, la primera es prácticamente utópica si la tesis no es cuidadosamente revisada y reescrita por su auto r en función de la nueva difusión a la que aspira; la segunda situación, la de los sucesivos rechazos en editoriales, es un duro aprendizaje que puede evitarse si de entrada se entiende que en tre las hab ilidades que hay que despleg ar en el mundo de la difusión del conocimiento está la argumentación en el interior del equipo de publicación, conformado por el autor, el editor y todos los profesionales que concurren en la conversión del m anuscrito de autor en libro. El tesista, de todos modos, debe dejarse gan ar por el desaliento que provoca el rechazo de una editorial, que no necesariamente dice algo del manuscrito ofrecido: puede la empresa misma estar atravesando una coyuntura para la cual no sea adecuado el texto en cuestión y no han faltado editores que se han arre pentido de rechazar una obra que luego hallan editada por otra 11 0
compañía. Si los rechazos se repiten, sin embargo, habrá que reeva luar la potencialidad de la tesis o del manuscrito elaborado a partir de ella para transformarse en libro y, lo que no es menos importante, la capacidad y disposición del tesista para colaborar con el equipo editorial. Para evitar reevaluaciones tardías que hacen desaprovechar ocasiones de publicación y desgastan al tesista y a la tesis, es muy aconsejable dedicar un buen esfuerzo a las primeras reflexiones sobre el libro al que puede aspirarse con entusiasmo y racionalidad. Como parte de ese esfuerzo, vale la pena rememorar libros surgidos de tesis que se hayan leído o que estén en las bibliotecas personales, preguntarse cuáles se leyeron con gusto o provecho, cuáles se desestimaron y, en uno y otro caso, conviene clarificar los motivos que generaron tales efectos de las obras. Hacerlo a partir del análisis de fragmentos que se juzguen logrados o fallidos en ellas es una estrategia para ir diseñando con precisión la propia composición del futuro libro. Las primeras reflexiones sobre la revisión de la tesis se enriquecerán con consultas a colegas que tengan experiencia de difusión de su trabajo académico y puedan recomendar o desaconsejar editoriales o editores con fundamento, siempre que el tesista relati vice vice esos esos juicios juicios tenien do en c ue nta que un editor que no sea bueno pa p a r a u n e s c r ito it o r p u e d e r e s u l t a r m u y efic ef icie ienn te p a r a otro ot ro.. M ie n t ra s tanto se pueden citar aquí comentarios de reconocidos escritores que no se dedican exclusivamente a la literatura, discurso más transitado en las memorias y crónicas de editores como Esther Tusquets, Carlos Barral o Jorge Herralde, cuyos relatos, de todas maneras, son reveladores de que la producción de libros es una cuestión que afecta manuscritos y personas. Alejandro Horowicz, Horowicz, profesor de la la F ac ulta d de Ciencias Sociales Sociales de la Universidad de Buenos Aires, autor de textos como Lo s cuat cu atro ro pe p e ro n ism is m o s y experimentado en el trabajo editorial por sus tareas de director de colecciones, ha aseverado: “El editor puede ser el mejor amigo de un escritor o su peor enemigo [...] Un libro como Rev R ev o luc lu c ión ió n y g u er ra , de Tulio Halperín Donghi, no tuvo editor sino imprentero. Uno se da cuenta por las elaboraciones extremadamente farragosas, el uso inadecuado de los puntos y aparte y un modo de construir oraciones subordinadas que hace que muchas de las afirmaciones terminen resultando extenuantes para el lector. Un editor profesional hubiera podido con pocos señalamientos resolver la cuestión con mucha solvencia y el libro hubiera ganado
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