CHRISTEL PETIT PETITCOLLIN COLLIN
Pienso demasiado Curso de mecánica y pilotaje para cere cerebros bros supereficien sup ereficientes tes
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Colección Psicología
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1.ª edición: noviembre de 2016 Título original: Je pense trop trop Traducción: Pilar Guerrero Maquetación: Compaginem, S. L. Corrección: M.ª Jesús Rodríguez Diseño de cubierta: Enrique Iborra © Guy Trédaniel Trédaniel Éditeur, 2010 (Reservados todos los derechos) © 2016, Ediciones Obelisco, S. L. (Reservados los derechos para la presente edición) Edita: Ediciones Obelisco, S. L. Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida 08191 Rubí - Barcelona - España Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23 E-mail: info@edicionesob
[email protected] elisco.com ISBN: 978-84-9111-1 978-84-9111-166-5 66-5 Depósito Legal: B-23.171-2016 Printed in Spain
Impreso en España en los talleres gráficos de Romanyà/Valls Romanyà/Valls S.A. Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona) Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, transmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
ÍNDICE
Introducción ....................................................................................7 Primera parte. UNA ORGANIZACIÓN MENTAL NATURALMENTE
.................................................................................15
SOFISTICADA
Capítulo 1. Captadores hipersensibles .........................................17
La hiperestesia ...........................................................................18 El eidetismo...............................................................................23 La sinestesia ...............................................................................24 Rarezas estésicas .........................................................................25 Inhibidores de información........................................................25 Capítulo 2. De la hipersensibilidad a la hiperlucidez .................29
La hipersensibilidad ................................................................... 29 La hiperafectividad .................................................................... 32 La hiperempatía .........................................................................35 La hiperlucidez ..........................................................................38 Capítulo 3. Un cableado neurológico distinto ............................. 43
Diferencias entre los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro ..............................................................................43
La supereficiencia mental ........................................................... 47 Diferentes formas de supereficiencia mental............................... 62 ¿Hay que pasar un test de CI? .................................................... 67 Segunda parte. UNA PERSONALIDAD ORIGINAL .................................73 Capítulo 1. El vacío identitario .................................................... 75
La autoestima ............................................................................77 El miedo al rechazo.................................................................... 79 Estrategias de adaptación ........................................................... 80 El falso yo ..................................................................................84 Capítulo 2. El idealismo ...............................................................91
La sed de lo absoluto ................................................................. 91 Fallos en el sistema de valores.....................................................94 Capítulo 3. Relaciones difíciles ....................................................99
Supereficiencia mental e influencia psicológica ........................ 100 Una inteligencia engorrosa....................................................... 105 Quiénes son los normopensantes .............................................109 La mentalidad del hemisferio izquierdo ...................................113 Vivir bajo el juicio de los normopensantes ............................... 117 Encuentra a tu familia del alma ...............................................118 El amor con una A grande ....................................................... 119 Profesión: diapasón .................................................................. 122 Tercera parte. V IVIR CON LA SUPEREFICIENCIA ................................125 Capítulo 1. El choque de la revelación .......................................127
El alivio ...................................................................................127 Cierre definitivo de la oficina del llanto ...................................130 Capítulo 2. Clasificar y organizar los pensamientos .................135
Mapas mentales para organizar el pensamiento ........................ 136 Los niveles lógicos.................................................................... 137
Capítulo 3. Restaurar la integridad ............................................147
¿Cómo resucitar la propia autoestima? .....................................148 Capítulo 4. Optimizar el funcionamiento del cerebro .............155
Vivir con un cierto agotamiento ..............................................155 Las cinco necesidades básicas del hemisferio derecho ...............156 Capítulo 5. Vivir bien la supereficiencia en sociedad ................163
Domesticar la soledad .............................................................. 163 Gestionar las críticas ................................................................ 164 Curar la herida del rechazo ...................................................... 165 Ajustar la buena voluntad ........................................................ 167 Vivir la supereficiencia en pareja ..............................................167 Conclusión...................................................................................171 Bibliografía...................................................................................175
INTRODUCCIÓN
Camille es una estudiante de veinte años. Vino a consulta por «una falta de confianza en sí misma». Desde el momento en que empezó a explicarme su problema, las emociones la invadieron. Se mordía los labios, se llevaba el puño a la boca, se aguantaba las lágrimas y se disculpaba incansablemente por su hipersensibilidad, intentando desesperadamente recuperarse y proseguir con sus explicaciones. Poco a poco, a través de lo que me iba contando, se fue dibujando la imagen de una jovencita brillante y creativa que no tenía ningún fracaso notable en su haber. Por el contrario, para su propia sorpresa, iba sacando exitosamente sus cursos universitarios. Lo cierto era que, objetivamente hablando, todo iba bien. A pesar de ello, cuanto más tiempo pasa, más duda de sí misma. Los demás estudiantes parecen ir cogiendo confianza a medida que pasa el tiempo y avanzan en su carrera. Se concentran en su orientación y, poco a poco, van encontrando su lugar en la sociedad. Por el contrario, Camille se siente cada vez más fuera de lugar y se pregunta si ha escogido bien lo que hacer en la vida. Es un sentimiento de impostura que va creciendo en ella. Lo mismo pasa con su vida social, se siente diferente a los demás. Los centros de interés y las conversaciones de sus compañeros no tienen nada que ver con lo que ella considera realmente importante o interesante. En las noches sociales, repentinamente, se produce un raro desgarro en su interior. De golpe, se pregunta qué está haciendo allí y 7
por qué la gente que la rodea parece pasárselo tan bien con chorradas superficiales. Le da la impresión de que toda la alegría es falsa. Entonces sólo le queda un camino: volver a su casa lo antes posible. Hace bastante tiempo que Camille intenta comprender lo que no marcha bien en ella. Llena de dudas, de preguntas, de pensamientos absurdos, va comiéndose el coco y acaba sintiendo angustia y desánimo. La depresión no parece estar lejos. Camille no es un caso aislado y excepcional. Como ella, un montón de gente, de todas las edades, vienen a mi consulta con la misma sensación de desubicación en su entorno, desvalorizándose a sí mismos y con un recalentamiento mental considerable. Este libro, como todas mis obras, sale de mi práctica profesional. Las horas pasadas escuchando a la gente hablarme de sí misma son ahora años. Tras diecisiete años, escucho, observo e intento comprender a cada cual. He aprendido a practicar lo que Eric Berne, padre fundador del Análisis Transaccional, llama «la escucha marciana». Como un magnetófono defectuoso, los oídos registran ciertas palabras, fragmentos de frases, unos más fuertes que otros. Esta extraña forma de escucha permite aislar las palabras más importantes, las frases-clave y las ideas mayores entre el discurso general. De este modo, se encuentran pequeñas frases que se repiten regularmente en el discurso de ciertas personas, que van llamando mi atención: Pienso demasiado. Los que me conocen dicen que me complico la vida y me hago demasiadas preguntas. Mi cabeza nunca se detiene. En ocasiones quisiera romper mi mente para no pensar más.
Otras frases-clave completan el perfil: Me siento como si viniera de otro planeta. No encuentro mi sitio. Me siento incomprendido.
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De frasecita en frasecita se va creando en mí el equivalente a una foto robot de esas personas que dicen pensar demasiado. Poco a poco he podido ir identificando los componentes de su sufrimiento y, felizmente, he podido ir proponiéndoles soluciones. Cuando decidí escribir este libro, les pedí que contribuyeran para completar la información. Siempre tuve alguna pregunta que hacerles para identificar con mayor exactitud su pensamiento y su funcionamiento, para comprender sus valores y sus motivaciones y, dado que uno de sus valores principales consiste en compartir información, siempre han querido ayudarme con información. En este sentido, la presente obra debe mucho a sus respectivas aportaciones, cosa que les agradezco infinitamente. ¿Quién podría imaginarse que ser inteligente produce sufrimiento y desgracia? Sin embargo, es de eso de lo que se quejan. Para empezar, no se reconocen a sí mismos como seres particularmente inteligentes. Pero luego dicen que su mente no les da un respiro, ni siquiera de noche. Están hartos de dudas, de preguntas, de esa conciencia tan aguda de las cosas, de unos sentidos tan sumamente desarrollados que ningún detalle se les escapa. Quisieran disgregarse de su mente. Y, sobre todo, sufren por sentirse diferentes, incomprendidos, heridos por el mundo actual. Por esa razón suelen concluir: «¡Yo no soy de este planeta!». Un hormigueo constante de pensamientos los conduce a una asociación de ideas sin fin, en el que cada idea produce ideas nuevas. El proceso es demasiado rápido para ellos. Tartamudean para seguir a flote o bien se callan, descorazonados, ante la sobreabundancia de información. Las palabras no resultan reductoras ni consiguen plasmar la finura, la complejidad de su pensamiento. Lo que más les falta son certidumbres sobre las que apoyarse. El incesante cuestionamiento vuelve su sistema de creencias tan inestable y angustioso como las arenas movedizas. Y es justo en ese punto donde se vuelven más críticos: «¿Por qué la gente no percibe lo que a mí me parece tan evidente?¿Y si soy yo quien lo analiza todo al extremo? ¿Y si soy yo quien se equivoca?». La sensibilidad, la emotividad y la afectividad son, evidentemente, proporcionales a la inteligencia. Las personas así son auténticas ampollas de nitroglicerina. Al menor choque explotan de ira, de frustración y, particularmente, de sufrimiento. ¡A este mundo le falta amor! Divididos entre un idealismo absoluto y una lucidez extrema, estos 9
intelectuales supereficientes sólo pueden escoger entre el autismo y la revolución. Por eso fluctúan sorpresivamente entre los sueños voluptuosos y la aflicción, entre la inocencia y la desesperación. Se desesperan por pedir ayuda porque saben que la buena voluntad está siempre cerca del problema. Los consejos del entorno los hunden más porque no los ayudan. ¿No hacerse tantas preguntas? ¡Menuda ayuda! ¿Cómo voy a conseguirlo? ¿Aceptar las imperfecciones del mundo? ¡Imposible! Irse a un psicólogo también plantea problemas. Les da miedo que alguien los tome por locos y ese miedo está muy arraigado en nuestra sociedad, desgraciadamente. ¿Cómo va a aceptar la gente con un comportamiento mental normal a alguien cuya mente funcione diferente? Las plantillas de análisis psicológicos en vigor fraccionan el pensamiento sutil y poderoso y lo vuelven anormal, patológico. Resulta un problema desde la escuela misma. La gente con altas capacidades es considerada hiperactiva, incapaz de concentrarse, porque su cerebro pluritareas no se conforma con hacer una sola cosa a la vez. Se cree que su mente revolotea por encima de los datos. Se cree que no asimilan conocimientos dada su extrema rapidez cuando, en realidad, tienen la capacidad de profundizar con rapidez y simultáneamente en diversos temas al mismo tiempo. A muchos les comen el coco con la letanía de los «dis», haciéndoles creer que su mente no funciona del todo bien: disléxicos, disortogáficos, discalcúlicos, disgráficos1… En la edad adulta, se diagnostican cosas peores: borderline, esquizofrenia, bipolaridad o maniaco depresivo. Así, allá donde esperaban encontrar ayuda y soluciones, les ponen etiquetas «disfuncionales» y se acabó. Es decir, exactamente lo contrario de lo que esperaban, porque necesitaban ser comprendidos para poderse aceptar tal como son: en absoluto disfuncionales sino, simplemente, diferentes. Por otra parte, como la supereficiencia intelectual está, aún, poco estudiada, no hay forma de enmarcar esta realidad con exactitud. Se podrían emplear términos que ya existen como «superdotado» o «de altas capacidades», pero esos términos están tan manidos y mal empleados que en la actualidad tienen connotaciones pretenciosas. Y eso es todo lo contrario de lo que pretenden las personas supereficientes. 1. Para saber más, véase el libro de Marie Françoise Neveu, Enfants autistes, hyperactifs, dyslexiques, dys… Et s’il s’agissait d’autre chose? Ediciones Exergues, 2010.
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Esa parte de «más que los demás» los desgarra profundamente. Parece que el término «supereficiencia mental» les entra mejor: a sus ojos, representa bien su efervescencia intelectual que los define. La noción de «hemisferio derecho predominante» también les satisface porque muchos no quieren ni oír hablar de un cociente intelectual elevado aunque no les duele reconocer una inteligencia singular. «Está claro que no pienso como todo el mundo» es una frase estrella que suele escuchar a menudo. Y, a través de esta dificultad para encontrar y aceptar la palabra que mejor les defina, aparece su enorme necesidad de precisión. Para empezar, una palabra que no sea sinónima de otra porque cada palabra tiene su matiz particular. Por lo tanto, lo que estas personas son debe poder expresarse con una única palabra exacta. ¿Cómo conseguirlo? Jeanne Siaud Facchin, autora de L’enfant surdoué ( véase «Bibliografía») renunció a llamarlos superdotados y escogió la palabra «cebra» para denominarlos. La palabra está cuidadosamente escogida: la cebra es un animal atípico, indomable y único, que sabe camuflarse con el paisaje. Pero, si nos ponemos a hacer comparaciones animalistas, les faltaría el componente perro por su lealtad, su fidelidad, su arraigo y su entrega. Les faltaría también el componente gato por su delicadeza, la agudeza de sus sentidos y su susceptibilidad. También el aspecto camello por su increíble resistencia y el aspecto hámster por ir dando vueltas incansablemente en una rueda. La GAPPESM (agrupación asociativa para la protección de personas congestionadas por la supereficiencia mental) los llama PESM (personnes encombrées de surefficience mentale) . Seguramente es un apelativo bastante próximo que resume correctamente su situación, pero lo cierto es que esta gente no se siente congestionada. Aunque reconozco que la abreviatura es pertinente, no podría utilizarla porque es cacofónica y suena a algo realmente malo. ¡Ser supereficiente no es lo mismo que ser un PESM! Yo, personalmente, les llamaría superdotados porque es el término objetivo más próximo pero, si se me ocurre ir escribiendo sobre superdotados más de un lector cerrará este libro y no querrá saber nada. Otros me dirán que no son tan inteligentes como para ser llamados así, de lo contrario habrían encontrado el modo de adaptarse a la sociedad. 11
Nadie suele estar cómodo bajo el cliché de los superdotados, suena a niñato sabelotodo, pretencioso y creído que va dando lecciones y ponderando. ¡Y es lo contrario de lo que estas personas son! Al principio de mi descubrimiento de este fenómeno de la supereficiencia mental, y siendo de esas personas a las que les gusta llamar al pan, pan y al vino, vino, tiré del término superdotado y así se lo soltaba a mis pacientes. Pero con todo mi entusiasmo me olvidé de su sensibilidad. Unos se asustaban, otros entraban en pánico y más de uno salió corriendo. Aprovecho la redacción de este libro para pedirles disculpas. En la actualidad, utilizo terminología variada para no ofender a nadie, hablando de cableado neurológico diferente o del hemisferio derecho dominante. La información, sin embargo, suele ser confusa. Aun sabiendo que son diferentes, no les gusta enfrentarse a esta realidad. He buscado durante mucho tiempo una palabra que sintetizara su perfil lo mejor posible. Ha habido muchos brain storming con mis aproximaciones. Términos como ADSL y Alto Rendimiento nos divirtieron mucho por un momento. También pude optar por Spidermind, tanto por su rapidez como por su particular pensamiento en tela de araña. Pero, finalmente, el término «supereficiente» me pareció el más adecuado. Pienso que da a entender lo que hay y, aunque es parcialmente insatisfactorio, no genera bloqueos ni ofende a nadie. De todas formas, este libro no tiene vocación de etiquetado sino de permitir la comprensión y facilitar la aceptación de todo lo que se es, aprendiendo a vivir serenamente con una mente en ebullición. Los que pensáis más de la cuenta os sentiréis, probablemente, identificados con el perfil del supereficiente mental. Tu cerebro, ese cerebro que piensa demasiado, es una auténtica joya. Su finura, su complejidad, su rapidez, son fascinantes. Y su potencia es la de un motor de Fórmula 1. Lo que pasa es que un Fórmula 1 no es un coche común y corriente. Con un mal conductor o por un camino de cabras será tan frágil como peligroso. Para que dé lo mejor de su potencial necesita un piloto magistral y un circuito a su medida. Hasta ahora es tu cerebro el que te ha llevado. Ahora te toca controlarlo tú. He organizado este libro en tres partes para poner de manifiesto los aspectos más remarcables de la supereficiencia: 12
La hipersensibilidad y la sobreabundancia mental. El idealismo y el desfase real con el resto de la gente. La tercera parte agrupa todas las soluciones que puedo proponer.
Conozco a mucha gente que gusta de leer los libros en diagonal. En general, eso les permite impregnarse ligeramente del espíritu de un libro y, normalmente, no tienen ni que acabarlo porque les parece que ya han visto lo suficiente. Por eso necesito hacer la siguiente advertencia: si vais directamente a la tercera parte del libro os faltarán todos los elementos necesarios para juzgar objetivamente la pertinencia o no de las soluciones aportadas. Por eso, invito a todos los lectores a seguir el camino trazado por el libro sin quemar etapas, según los pasos que propongo. Hay que tomarse el tiempo para descubrir que la hipersensibilidad es enteramente neurológica, para ver cómo hierven multitud de ideas y para descubrir que la inteligencia supereficiente sólo es una inteligencia diferente. El idealismo es una de los aspectos más notables de esta personalidad. El falso Yo es otro problema, y no el menor, que puede ser un notable obstáculo relacional. El desfase que se siente con el entorno es objetivo. Por eso hay que comprender de una vez por todas las diferencias concretas que lo forman. Cuando se han explorado todos los aspectos del problema, las soluciones aportadas cobran todo su sentido. Habré conseguido mi objetivo si, al final de la lectura, te has reconciliado con lo que eres y con el magnífico cerebro que tienes. Para sacar lo mejor de él sólo necesitas aprender a pilotarlo. Finalmente, encontrarás al final de la obra cursos de mecánica (neurológica), un mapa de carreteras (emocional y relacional) y lecciones para pilotar (la mente). Si eres de los que piensan demasiado, en este libro encontrarás las explicaciones útiles sobre tu propio funcionamiento. ¡Y, naturalmente, soluciones! A lo largo de toda la obra hago referencia a los autores en los que me he inspirado y a los textos en los que me he apoyado. Habría sido muy pesado llenar este libro con notas a pie de página cada vez que hablo de alguien en concreto. Todas las obras y autores a los me refiero están listados en la bibliografía. Siento una debilidad especial por Jill Bolte 13
Taylor, Daniel Tammet, Tony Attwood y Béatrice Millêtre, a todos los cuales agradezco por sus valiosas aportaciones a mis conocimientos. Las obras de Arielle Adda y Jeanne Siaud Facchin también me han resultado útiles. Gracias a ambas.
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PRIMERA PARTE
UNA ORGANIZACIÓN MENTAL NATURALMENTE SOFISTICADA
1
CAPÍTULO
Captadores hipersensibles
«Ese tío es too much, ese tío es demasiado… Demasiado, demasiado, demasiado», cantaban las coco girls en los años ochenta. Ese compás resume perfectamente la problemática de la supereficiencia mental. Todo lo tienen en demasía: demasiadas ideas, demasiadas preguntas, demasiadas emociones… y encima son superlativos, aunque habría que decir «hiperlativos»: hiperactivos, hipersensibles, hiperafectivos… Los supereficientes mentales viven los acontecimientos de su vida con una intensidad fuera de lo común. Lo que les afecta, en positivo o en negativo, parece resonar en ellos como campanadas brutales. Incluso los incidentes menores pueden adquirir proporciones inéditas, particularmente si afectan a su sistema de valores. Percepciones, emociones, sensibilidad: todo se multiplica. De hecho, es todo el sistema sensorial y emocional lo que es hipersensible. Esta agudeza de percepción es de tipo neurológico y empieza por la percepción de la propia realidad. Captamos la información a través de nuestros cinco sentidos. Sabemos que hay gente un poco sorda o con mala visión. Sin embargo insistimos en que todo el mundo debe tener la misma percepción de la realidad. Evidentemente, es mentira. Cada cual tiene su particular forma de ver el mundo, que es subjetiva y única. Haz que diez personas visiten la misma habitación y luego hazles detallar lo que han percibido. Tendrás la impresión de que se han visto diez habitaciones diferentes. 17
Cada cual tiene su canal sensorial preferido. La persona con dominancia visual se focalizará en lo que ve: estética, colores, luminosidad, panorama, etc. Otra, con dominancia auditiva, se fijará en si el entorno es tranquilo o ruidoso. Los kinestésicos hablarán de calidez, de espacio y de confort. Algunos se sentirán más atraídos por lo que huelan y hablarán de que allí se ha fumado o que la atmósfera está cargada. Así, cada cual habrá seleccionado una parte de la realidad como la más importante y digna de interés, pasando más de puntillas por el resto de aspectos. De igual modo, cada persona atribuirá una relevancia especialmente intensa a las sensaciones recibidas. Quizá unas encuentren el entorno «un poco ruidoso», otras «muy ruidoso» y otras ni se habrán fijado en que hay ruidos. Cada cual selecciona una cantidad de información que considera necesaria y suficiente para valorar el sitio. La sobreficiencia mental hace que se capten más informaciones que el resto de la gente y con una intensidad mucho más fuerte. A eso se le denomina hiperestesia. Si un supereficiente visita la mencionada habitación, recordará detalles que a la mayoría le habrán pasado inadvertidos y habrá reparado en ínfimas y anecdóticas particularidades sobre pequeñas cositas sin importancia que el resto del mundo consideraría accesorias.
La hiperestesia Éste es el mail que recibí de François tras su primera visita a mi consulta: «Quiero contarte lo que vivo a diario, poniéndote como ejemplo lo que pasó el primer día que fui a verte (no te ofendas). Aparco. Me pregunto si tú aparcarás dentro o fuera del parking. Entro y me pregunto cuál será tu coche, intento averiguar cuál puede ser. ¿Te gustarán los coches? Creo que sí. Sin embargo, no encuentro ningún coche interesante. Se me ocurre que me estoy equivocando en todo. Tanto en los buzones como en el timbre, tu nombre está escrito con un tipo de letra diferente a la de los osteópatas. Eso significa que no llegaste al edificio al mismo tiempo que ellos. ¿Por qué? ¿Dónde estabas antes? ¿Más 18
lejos de tu casa? ¿En tu casa misma? ¿No es un engorro para tus pacientes que hayas cambiado la ubicación? Entro. El timbre de la puerta no funciona. Habría que arreglarlo. ¿Por qué no lo arreglas? Voy a la sala de espera. No hay nadie. ¿Qué pasa, que los osteópatas no tienen trabajo o qué? Claro que tú pareces estar bien organizada para no hacer esperar a la gente. Tus revistas están desfasadas. Buen número de ellas son de “…”, revista un poco “…”, al menos para mi gusto. ¿Te gustarán a ti estas revistas? ¿Habrás votado a “…”? ¡Qué horror! Miro por la ventana y no hay ninguna maravilla. Me siento oprimido. Ese seto tan cercano a la ventana elimina cualquier perspectiva. Oigo tu voz e intento imaginar tu físico. Te imagino alta, fortachona. Oigo tus tacones sobre el parquet de melanina. (No me gusta este parquet, es frío, no tiene calidez). Pero ¿para qué te pones tacones siendo tan alta? Ahora te veo: ¡Bingo! Eres exactamente como te había imaginado. Me tiendes la mano. Yo habría preferido un beso para obtener más información pero está claro que no puede ser. Me conformo con el apretón de manos. Lo aprecio: es firme pero no en exceso. No vas perfumada o lo vas muy poco, con un perfume muy ligero. La verdad es que lo prefiero así, odio los perfumes fuertes o la gente que se baña en colonia. Te sigo hacia tu despacho. Me pregunto dónde estarán los osteópatas y cómo trabajarán. Primera habitación, tu despacho. Está bien ordenado, demasiado para mí, como tu escritorio. La verdad es que me parece frío, le falta una planta grande, las vistas son las mismas que en la sala de espera, opresivas. Nada remarcable en el despacho, excepto que hay muchos estilos mezclados ¿Por qué? Segunda habitación, mucho mejor. Me gusta el sofá rojo, parece más viejo que el resto de mobiliario. ¿Lo habrías tenido en el otro despacho, antes? Seguro que sí. Nos sentamos. Me intereso por ti. Analizo tu vestido (ya había empezado a analizarte en el pasillo), muchos colorines, deslumbran, y vas muy ajustada. Está claro que no tienes problemas con tu cuerpo, te gustas a ti misma y se nota. Analizo tu peinado en relación a dos fotos que ya había visto antes. Me gusta. Estás morenita así que imagino que te gusta la playa. Casi no llevas joyas. Eso me cuadra contigo. 19
Me parece que eres de las que prefieren una pulserita de fantasía que algo ostentoso. Me fijo en tus manos, lo hago con todo el mundo. Tus manos me gustan. Es importante para mí. Me tranquilizo un poco pero sigo desconfiando. Me digo que sería fácil para ti manipularme. Estas cosas no son por ti en concreto, yo vivo permanentemente así. Antes de nuestra cita estuve en la sala de prensa. Estuve allí tres minutos y me hice lo menos veinte preguntas…» Ésta es la forma en que un supereficiente vive su día a día, bombardeado por información de todo tipo, memorizando un mar de detallitos, intentando anticipar, adivinar el resto de información que aún no tiene, haciéndose mil preguntas en un estado emocional de desconfianza, particularmente en una primera cita. Si piensas demasiado, la primera característica de tu cerebro es la hiperestesia. Ése es el término científico para describir el hecho de tener los cinco sentidos dotados de una agudeza excepcional. También es un estado de vigilia, de vigilancia, incluso de alerta permanente. Igual que François, tienes una gran capacidad para percibir detalles ínfimos o matices imperceptibles para el resto de la gente. Aunque siempre molestos por algún ruido, un olor o el tono de la luz, los hiperestésicos no se dan cuenta de que sus percepciones se salen de lo corriente. Les hablo de esto y me escuchan con asombro. Luego, poco a poco, en el transcurso de la conversación, se dan cuenta de que, efectivamente, tienen un desarrollado sentido del detalle, que son capaces de reconocer una canción con las dos o tres primeras notas o de adivinar los ingredientes de un plato… Pero nunca se imaginan que los demás no son iguales, aunque lo experimenten diez veces al día. Los que conocen su hiperestesia tienen tendencia a vivirla de manera negativa reprochándose su intolerancia cuando la sobredosis de información los lleva al límite. «No soporto la música fuerte en los supermercados ¡salgo corriendo!», confirma Nelly. Para Pierre, el disgusto es visual: «Desde mi oficina veo unos neones muy agresivos que me queman los ojos, pero como soy el único que se queja, paso por ser un tiquismiquis». Hay algunos cuyas quejas abarcan todos los sentidos. 20
La hiperestesia visual
Como cuenta François, la visión hiperestésica es, ante todo, una visión de precisión donde el detalle se percibe antes que la globalidad. Sería interesante verificar lo que otros pacientes ven en comparación con su experiencia. François captó un mar de pequeños detalles: estilos, el sofá usado, las vistas por la ventana, las revistas de la sala de espera. Su mirada es penetrante, como un rayo láser que escanea continuamente todos los datos. A mí me analizó de la cabeza a los pies: joyas, vestido, peinado, manos… En la vida cotidiana, esa mirada se vive como algo desgarrador, escrutador e incluso inquisidor por los que son objetos del escaneo. Sin embargo, su objetivo no es juzgar sino comprender y, en el caso de François, tranquilizarse. La memorización se construye sobre detalles insignificantes. Otro aspecto de la hiperestesia visual puede ser la gran sensibilidad a la luminosidad. La hiperestesia auditiva
Un hiperestésico puede escuchar diversos sonidos simultáneamente. Puede oír la radio al tiempo que sigue una conversación, sintiéndose molesto por un ruido de la vajilla del piso de al lado que, a su juicio, entorpece la audición del resto. En realidad, es una bendición poder escuchar la música de una forma tan fina y aguda que se pueda percibir la frase musical del saxofón en medio del resto de instrumentos. Lo malo es no poderse abstraer de la cortadora de césped, fuera, siendo el único al que le molesta. A menudo, los hiperestésicos auditivos oyen mejor los sonidos graves que los agudos. Lo mismo pasa con los ruidos lejanos, que los perciben mejor que los próximos. Por eso pueden sentirse molestos por una música de fondo que les impide seguir bien una conversación. Por ejemplo, los titulares de los informativos de la radio o de la tele suelen darse junto con la musiquita genérica del programa. Para un hiperestésico auditivo eso es terrible porque se esforzará en entender los titulares al tiempo que sigue la música con total atención, siendo el resultado un desbarajuste insoportable. François oye mi voz, mis pasos, percibe el sonido del frío parquet y remarca la ausencia de ruidos molestos. 21
La hiperestesia kinestésica
El ambiente de un lugar, la humedad o la sequedad ambiental, el calor, el tacto rugoso o suave de algo, el contacto con la ropa, todas esas informaciones son captadas continuamente por un hiperestésico. François dice que le hubiera gustado darme un beso cuando nos presentamos. No se atrevió por ser la primera vez que me veía. Pero, tras esa primera vez, no es raro que un hiperestésico quiera que nos demos el par de besos habitual. En ciertas circunstancias emocionalmente recargadas, le gustaría estar rodeado por mis brazos o abrazarme él a mí. No hay segundas intenciones en este deseo. Necesitas consuelo y afecto en determinados momentos, un abrazo de oso, que diríamos. Y no sólo porque eso les brida seguridad sino, como dice François, con ello obtiene más información. La regla de oro en la psicoterapia tradicional impide que paciente y terapeuta se toquen, pero con ellos esto no funciona. Son personas muy táctiles. La hiperestesia olfativa
Poco utilizado por el común de los mortales, el olfato es un sentido muy animal, rico en informaciones. Yo me meto con mis pacientes hiperestésicos y les digo que en vez de nariz tienen una trufa. Como François, entran en mi despacho con el olfato listo para el ataque, perciben mi perfume y reflexionan sobre él, arrugan la nariz buscando restos de olor a tabaco o a sudor que haya dejado tras de sí el paciente precedente. Florence me pidió que ventilara la consulta antes de sus visitas porque le parece que el aire de mi despacho «está ya respirado». La hiperestesia olfativa es una bendición cuando se trata de catar un buen vino u oler un perfume. Pero es una pesadilla cuando se huelen sustancias nauseabundas o perfumes artificiales como los ambientadores de vainilla o de pino. François detesta los perfumes insistentes. La hiperestesia gustativa
El sabor va con el olfato de la mano. Los hiperestésicos suelen ser grandes gourmets. Si confían en su instinto, son capaces de detectar hasta 22
el menor toque de canela o de paprika en una comida o de detectar el lugar de origen de un café o un chocolate. En general, están a salvo de las intoxicaciones alimentarias porque son capaces de percibir el menor sabor raro en cualquier alimento. La mayoría de la gente percibe poca información en relación a un supereficiente mental. De vez en cuando, éstos se ven obligados a dar cuentas. De repente, tienen la impresión de que los individuos que los rodean están aletargados o que son un poco brutos. Pero, como esta idea los disgusta, la abandonan rápidamente. No juzgan a los demás ni tienen en cuenta una diferencia tan desestabilizante. Esta diferencia, no obstante, es neurológica y objetiva. Ha sido estudiada y mesurada científicamente. Hay que hacer frente a esta realidad. Es el principio de la explicación del desfase constante que el supereficiente siente respecto de la mayoría. Observa detenidamente tu entorno y verifica por ti mismo la calidad de la atención que prestan unos y otros al entorno. Es sorprendente. François se dio cuenta bruscamente: «¡Por eso tengo la extraña sensación de que la gente que me rodea está adormecida!».
El eidetismo En la hiperestesia existe también el aspecto cuantitativo: el número de elementos percibidos eventualmente y el nivel de detalles, más o menos pequeños, identificados. También tenemos el aspecto cualitativo: la sutileza de los matices que se pueden percibir entre dos colores prácticamente iguales o la pequeña notita desafinada en mitad de un fragmento musical. La intensidad de la atención y la memorización forman también parte del fenómeno, así como el menos conocido aspecto del «eidetismo» de la percepción sensorial. ¿Has observado alguna vez a un niño escrutando una mariquita? Su mirada es un auténtico microscopio. Todo lo detalla, todo le maravilla. El brillo del exoesqueleto, las nervaduras, los ojos en facetas, las antenas móviles, la extraordinaria tecnología de ese caparazón que se abre para desplegar las diáfanas alas. Se habla de eidetismo para calificar el refinamiento cualitativo de la percepción. Qué placer percibir la textura aterciopelada de una compota sobre la lengua, admirar el brillo de la 23
hoja de un árbol, las vellosidades de un pétalo de rosa o el nácar de una perla de rocío, estremecerse voluptuosamente al ponerse un jersey de cachemir o quedarse embelesado con la delicada melodía de unas notas de piano. La hiperestesia cuenta también con esta cualidad, la agudeza de la atención, que conduce directamente a la poesía, al arte y a la admiración. A parte de los niños pequeños, ¿cuántas personas de tu entorno consiguen ese nivel de refinamiento en la percepción del mundo?
La sinestesia En la mayoría de casos de supereficiencia mental, la hiperestesia se combina con la sinestesia, es decir, con la activación cruzada de los sentidos en el cerebro. Los sinestetas pueden ver, por ejemplo, las palabras en colores o los números en relieve. Catherine me contaba: «Yo escucho con mi piel, las palabras juntas me producen escalofríos incluso antes de haber comprendido su significado». François percibe el sonido del parquet como falto de calor (combinación de sonido y tacto) y ve mi imagen (me visualiza cuando me imagina alta y corpulenta) cuando oye mi voz. La sinestesia favorece la memorización. Por eso, los supereficientes mentales se acuerdan de un montón de detalles que parecen insignificantes a ojos de los demás. La sinestesia suele ser una capacidad inconsciente. Cuando le pregunto a un supereficiente si es sinesteta, la respuesta es, invariablemente: «¿Yo? No, en absoluto». Evidentemente no me lo creo. A través de mi práctica he podido constatar que la hiperestesia y la sinestesia van de la mano. Entonces, en mitad de una conversación les pregunto, inopinadamente: «¿De qué color es el martes?». Y la respuesta siempre es espontánea: «¡Amarillo!», (o verde o lo que sea). Sorprendido por su propia respuesta, mi supereficiente mental de turno se empieza a defender. Que si no ha reflexionado la pregunta, que ha contestado a boleo, que en realidad no tiene ni idea… Así las cosas, sólo me falta una verificación. Espero que pase un rato más de conversación y, a traición, pregunto: «La palabra “mesa” de qué color es?». Y la respuesta es automática: «Verde». El supereficiente se queda descolocado. Sí, ve las palabras de colores. ¡Es irracional pero es así! Y a veces afloran re24
cuerdos de infancia: la B que tenía una gran tripa, el 2 que era un cisne dorado, el 1 que era un arpón negro. Y el ruido de la cascada que sonaba en la boca del estómago y el olor del pollo, que era amarillo… ¡Hay que dejar de censurarse! Hay que tomarse el tiempo para recuperar esas ideas absurdas de la niñez. Todas ellas fueron la base de la sinestesia.
Rarezas estésicas En función de la forma en que se expresa la superdotación, la hiperestesia puede adquirir una forma particular. Por ejemplo, a nivel auditivo: la persona será hipersensible a ciertos sonidos y no a otros. Lo mismo pasará con el tacto: algunas texturas provocan fenómenos de atracción y placer o de repulsión absoluta. Esto puede conllevar problemas de alimentación. Por ejemplo, las cosas cocidas pueden dar asco o la fruta imposible de comer. William, afectado por síndrome de Asperger, encuentra el canto de los grillos insoportable y dice que lo vuelven loco, en cambio, otros ruidos mucho peores que volverían loco al más pintado, no le molestan en absoluto. Extrañamente insensible al dolor y a los olores desagradables, siente verdadera repulsión por la ropa sintética pero le encanta el tacto del relleno de los peluches, que no se cansa de manosear.
Inhibidores de información La hiperestesia, hasta cierto punto, es una suerte. Es útil para conseguir mucha información del entorno. Induce un estado de vigilia y una curiosidad activa hacia el mundo exterior. Esta multisensorialidad exacerbada provoca una voluptuosidad sensorial excepcional. Pero la hiperestesia puede resultar agotadora y muy incómoda cuando los captadores son demasiado sensibles y las percepciones demasiado amplificadas. A veces la claridad deslumbra. Los ámbitos demasiado coloridos o recargados agreden los ojos. La música puede estar demasiado alta, el ruido puede ser intenso o el parloteo insoportable. Puede que haga mucho calor o demasiada humedad. O bien el ambiente está reseco o 25
demasiado electrizado. La etiqueta del jersey que raspa la espalda es una microagresión permanente. Y esa gente demasiado perfumada o que no se han duchado provocan náuseas. Además, el supereficiente mental no puede abstraerse de lo que percibe ni de desconectar su sistema sensorial. La explicación es, una vez más, neurológica. Se habla de déficit de inhibición latente. En la mayoría de la gente, se opera una selección automática de las informaciones sensoriales disponibles. La información inútil se descarta de manera natural e inconsciente. Entonces, el cerebro queda libre para enfocarse en lo que es esencial. Esta jerarquización automática de los estímulos permite concentrarse sin esfuerzos en lo que es pertinente. En los supereficientes, dicha selección no se produce automáticamente, debe hacerse de manera manual, mediante el aprendizaje. La persona deberá decidir lo que merece su atención y lo que no, haciendo el consiguiente esfuerzo mental por abstraerse y pasar los estímulos inútiles a un segundo plano. Esta jerarquización manual es difícil, requiere de un esfuerzo consciente. De manera general, en su vida cotidiana, los supereficientes llevan mal esta selección de lo que es importante y lo que no. El problema está a nivel de la selección sensorial en sí misma. A fin de cuentas, es tan difícil pasar de los estímulos no pertinentes como prestarles atención. Por lo tanto, por muy cansado que sea, el supereficiente se acostumbra a vivir sumergido en un mar de informaciones sensoriales, el hiperestésico las resiste constantemente, día y noche. Por eso los supereficientes sueñan con poder desconectar. Ante tal invasión informativa que no logra comprender, un normo-pensante se encoge de hombros y dice: «Bah, ni caso», como si fuera evidente que no tiene que hacer caso de ciertas cosas. ¡Y para él será realmente una evidencia! Le basta con no hacer caso. Por ejemplo, paseando por la ciudad, la atención del supereficiente se verá incesantemente atraída por el ruido de los coches, los peatones que lo rodean, el contenido de los escaparates, las luces, etc. Todo eso lleva la atención de un sitio a otro en todas direcciones y cuesta centrarse en lo que haya que estar centrado. Al caer la noche, a Nelly le pareció que la música ambiente del restaurante estaba demasiado alta. Además, se le unía el parloteo de la gente, los ruidos propios del restaurante, las conversaciones diversas 26
que no podía seguir, los cubiertos resonando en los platos, el ir y venir de los camareros estresados, el olor de las comidas, los movimientos de los comensales, la gente que entra y sale, las luces intensas. Intentar concentrase en la conversación de sus amigos requiere un enorme esfuerzo. Intentar convertir esa experiencia en una velada agradable es casi imposible. La vida entra en nosotros a través de los cinco sentidos. Ser hiperestésico es, pues, estar hipervivo. La alegría de vivir se vive en el momento presente, saturando los sentidos de informaciones agradables: imágenes bonitas, sonidos melodiosos, sensaciones voluptuosas, perfumes y sabores. Los supereficientes siempre están dispuestos a disfrutar, a conmoverse con una puesta de sol o con el canto de un pajarito. En esos momentos pueden ver sus propias diferencias. Intentan compartir su asombro con sus seres queridos y suelen toparse con la incomprensión: «Sí, vale, una puesta de sol. Muy bonita. ¿No has visto nunca una o qué? Venga ya, vámonos». Eso si no se burlan directamente: «¡Cu-cu, cu-cu, dice el pajaritooo! ¿Pero tú cuántos años tienes?». Pero esta hiperestesia explica también por qué, en vez de episodios depresivos, los supereficientes mantienen la alegría de vivir, latente y poderosa, presta a renacer al menor rayo de sol.
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