EL MISTERIO REVELADO: Descubriendo a Cristo en el Antiguo Testamento /Edmund P. Clowney ©2014 ©2014 Poiema Poie ma Publicaciones e-mail:
[email protected] www.poiema.co Traducido del libro The U nfolding nfolding Mystery: Discovering Discovering Christ Christ in the Old Testament , second edition ©2013 por The Edmund P. Clowney Legacy Corp, publicado por P & R Publishing. Traducido por Cynthia Verónica Pérez de Canales, revisado por Patricia Cardona y Naime Bechelani de Phillips. Todos los derechos son reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio visual o electrónico sin permiso escrito de Poiema Publicaciones. Escanear, subir o distribuir a este libro por Internet o por cualquier otro medio es ilegal y puede ser castigado por ley. Las citas bíblicas han sido tomadas de la Nueva Versión Internacional NVI NVI ©1999 ©1999 de la Sociedad Bíblica Internacional. Internacional. Las citas marcadas con la sigla (RVC), de la versión Reina Valera Contemporánea ©2009, ©2009, 2011 por las Sociedades Bíblicas Unidas. Las citas marcadas con la sigla (LBLA), de La Biblia de las Américas © © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Las citas marcadas con la sigla (RV60) de la versión Reina Valera ©1960 ©1960 por las Sociedades Bíblicas Unidas. Otras citas bíblicas y extrabíblicas fueron tomadas de la Biblia Latinoamericana ©2004 ©2004 por Verbo Divino. Título de la imagen de la portada: “Los discípulos se encuentran con Jesús en el camino a Emaús”, grabado por Gustave Doré. SDG
2
3
ACERCA DEL AUTOR EDMUND P. CLOWNEY (1917 – 2005) fue pastor, profesor y teólogo. Después de pastorear iglesias en Connecticut, Illinois y Nueva Jersey, enseñó teología práctica en el Seminario Teológico Westminster y se convirtió en el primer presidente del seminario (19661982). Se desempeñó como teólogo residente en la Iglesia Presbiteriana Trinity en Charlottesville, Virginia, y en la Iglesia Presbiteriana Cristo el Rey en Houston, Texas, y también como profesor adjunto de teología práctica en el Seminario Westminster en California. A lo largo de sus años de ministerio, Clowney dio conferencias y predicó en iglesias, dirigiendo los corazones y las mentes de las personas hacia el testimonio que da el Espíritu Santo acerca del Hijo en cada texto de la Biblia, a través de cada época d e la historia de la redención. El Dr. Clowney recibió un B.A. (Grado de Licenciatura) de Wheaton College, un Th.B. (Grado de Licenciatura en Teología) del Seminario Teológico Westminster, un S.T.M. (Grado de Maestría en Teología Sagrada) de Yale Divinity School, y un D.D. (Grado de Doctorado en Divinidad) de Wheaton College. Sus libros y sus sermones están disponibles en la página web del Seminario Teológico Westminster. El Dr. Clowney estuvo casado con Jean Granger Wright (17 de febrero de 1920 – 7 de junio de 2008) por sesenta y tres años. Tuvieron cinco hijos, veintiún nietos y quince bisnietos. El Dr. Clowney le pidió a su nieta, la Sra. Eowyn Jones Stoddard, que escribiera preguntas para El Misterio Revelado. Las preguntas sobre el estudio y de aplicación se incluyen al final de cada capítulo.
4
PRÓLOGO J. I. PACKER LA BIBLIA ES UNA UNIDAD. Esta es, quizá, la más increíble de todas las cosas increíbles que son ciertas acerca de ella. Consta de sesenta y seis unidades distintas, escritas durante más de mil años en una amplia variedad de fondos culturales, por personas que en su mayoría trabajaron independ ientes la una de la otra y no mostraron ninguna conciencia de que sus libros se convertirían en la Escritura canónica. Los libros en sí mismos son de todos los tipos: pujante poesía en prosa, himnos codeándose con la historia, sermones con estadísticas, cartas con liturgias, visiones espeluznantes con una canción de amor. ¿Por qué reunimos esta colección entre dos pastas, la llamamos La Santa Biblia y la tratamos como un solo libro? Una de las muchas razones para hacer esto es que, una vez que comenzamos a explorar esta colección como un todo, esta prueba tener una coherencia orgánica que es sencillamente impresionante. Libros que fueron escritos con siglos de diferencia parecen haber sido diseñados con el propósito expreso de complementarse e iluminarse entre sí. A lo largo de toda ella hay un personaje relevante (Dios el Creador), una perspectiva histórica (la redención del mundo), una figura fundamental (Jesús de Nazaret, quien es tanto el Hijo de Dios como el Salvador) y un sólido cuerpo de enseñanzas armoniosas sobre Dios y la santidad. Verdaderamente la unidad interna de la Biblia es milagrosa: una señal y un prodigio, desafiando la incredulidad de nuestra escéptica época. Teología bíblica es el nombre genérico para aquellas disciplinas que analizan la unidad de la Biblia, ahondando en el contenido de los libros, mostrando las conexiones entre ellos y señalando el flujo continuo del proceso de la revelación y la redención, que alcanzó su punto culminante en Jesucristo. La exégesis histórica, que analiza lo que el texto significaba e implicaba para sus lectores originales, es una de estas disciplinas. La tipología, que busca en el ntiguo Testamento patrones de acción, operación e instrucción divinas que encontraron su cumplimiento final en Cristo, es otra. En ambas artes Edmund Clowney es un veterano y un maestro, combinando en él mismo la sobriedad de una mente sabia e instruida con la exuberancia de un corazón entusiasta y adorador. El Misterio Revelado, un estudio de la estructura del Antiguo Testamento para entender a Jesús, es el clásico Clowney. La importancia de este tema (el Antiguo Testamento apuntando hacia Cristo) es enorme; aunque por medio siglo los maestros de la Biblia, posiblemente apenados por el recuerdo de intentos del pasado que fueron demasiado fantasiosos en lo relacionado a la tipología, no le han sacado mucho provecho. (Su importancia perdurable, podríamos decir, ¡es proporcional a su descuido actual!). Por esta razón, el admirable enfoque que el Dr. Clowney hace de este tema se debe apreciar mucho; llena un vacío y suministra una necesidad palpable. Prepárate para que tu corazón se conmueva y que tu mente se aclare mientras lees este libro. DR. J. I. PACKER
5
6
INTRODUCCIÓN “LA MÁS GRANDE HISTORIA JAMÁS CONTADA”. Este título se ha usado para la Biblia y con buena razón. La Biblia es el mejor libro de historias, no solo porque está lleno de historias maravillosas, sino porque cuenta una gran historia: la historia de Jesús. Esta historia todavía se cuenta a miles que la escuchan por primera vez (quizá en un departamento en Hong Kong o en un dormitorio de una universidad norteamericana). Pero ¿dónde comienza en la Biblia esta antigua, antigua historia? No en el pesebre, en el establo de Belén, sino antes. ¿Qué tanto? El evangelio de Lucas comienza la historia por lo menos un año antes del nacimiento de Jesús. Un sacerdote anciano, Zacarías, estaba parado junto al altar del incienso en el Templo de erusalén. De repente no estaba solo en el santuario. Un ángel estaba parado ahí junto a él: “No tengas miedo, Zacarías, pues ha sido escuchada tu oración” (Lc 1:13). El ángel después le anunció a Zacarías que tendría un hijo: Juan. Lo increíble no era solo que una anciana pareja sin hijos tuviera un hijo, sino que su hijo sería un profeta. Habían pasado siglos desde que Dios había hablado por última vez a través de los profetas. Pero Dios haría que Juan fuera como el antiguo profeta Elías. Juan sería el precursor del Señor que vendría. Obviamente para Lucas el anuncio que el ángel le hizo a Zacarías no era el principio, aunque él tomó la historia desde ahí. El nacimiento de Juan cumplió una antigua profecía: “Estoy por enviarles al profeta Elías antes que llegue el día del Señor, día grande y terrible” (Mal 4:5). Esta profecía se encuentra en la última página del Antiguo Testamento. Pero ese tampoco fue el principio. Para descubrir el principio de la historia debemos retroceder, leer sobre Elías y descubrir cómo se preparó él para la venida del Señor. ¿Qué tan lejos debemos retroceder para poder comenzar en el mero principio? Lucas nos da una respuesta dramática cuando él da la genealogía legal de Jesús (Lc 3:23-37). La línea real retrocede hasta Zorobabel, Natán, David, la tribu de Judá, después a Abraham, después a Sem, Noé y Set, “hijo de Adán, hijo de Dios”. Lucas quería que comprendiéramos que la historia de Jesús comienza con la historia de la humanidad. Jesús era Hijo de Adán, Hijo de Dios. Para seguir la historia de Jesús debemos comenzar en la primera página de la Biblia. De hecho Juan, en la introducción a su Evangelio, nos lleva aún más lejos: “En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1:1). Juan testifica que Jesús es el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Creador y la Meta de toda la historia (Ap 22:13,16). Juan llegó a esta extraordinaria conclusión sobre Jesús, no solo por las palabras y los hechos de los que él fue testigo, sino porque él llegó a reconocer a Jesús como el Señor de la promesa, el Salvador de Israel. Juan comienza su Evangelio con “En el principio…” para señalarnos el verdadero comienzo de la historia. Él escribe para que nosotros podamos creer que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios (Jn 20:31). Para entender lo que Juan quiere decir tenemos que examinar algo que él conocía bien: la historia del Antiguo Testamento. A cualquiera que le hayan leído historias de la Biblia cuando era niño sabe que hay grandes historias en la Biblia. Pero es posible conocer las historias de la Biblia y, sin embargo, perderse la historia de la Biblia. La Biblia es mucho más que lo que declaró William How: “un alhajero 7
de oro donde se guardan las joyas de la verdad”. Es más que una colección desconcertante de oráculos, proverbios, poemas, instrucciones arquitectónicas, anales y profecías. La Biblia tiene una línea de historia. Traza un drama que se va desarrollando poco a poco. Esta historia sigue la historia de Israel, pero no comienza ahí; tampoco contiene lo que tú esperarías de la historia de una nación. La narrativa no le rinde tributo a Israel. Al contrario, a menudo condena a Israel y justifica los juicios más severos de Dios. La historia es la historia de Dios. Describe Su obra para rescatar a rebeldes de su locura, culpa y ruina. Y en Su operación de rescate, Dios siempre toma la iniciativa. Cuando el apóstol Pablo reflexiona sobre el drama de la obra salvadora de Dios, dice con asombro: “Porque todas las cosas proceden de Él, y existen por Él y para Él. ¡A Él sea la gloria por siempre! Amén” (Ro 11:36). Solo la revelación de Dios podría mantener un drama que se extiende por miles de años como si fueran días u horas. Solo la revelación de Dios puede hacer una historia en donde el final se anticipa desde el principio y donde el principio rector no es la suerte o el destino, sino la promesa. Los autores humanos pueden hacer una ficción en torno a una trama que hayan concebido, pero solo Dios puede plasmar una historia con un propósito real y esencial. El propósito de Dios desde el principio se centra en Su Hijo: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles[…] todo ha sido creado por medio de Él y para Él” (Col 1:15-16). Dios hizo la creación por Su Hijo y para Su Hijo; de la misma manera Su plan de salvación comienza y termina en Cristo. Incluso antes de que Adán y Eva fueran echados del Edén, Dios anunció Su propósito. Él enviaría a Su Hijo al mundo para traer salvación (Gn 3:15). Dios no llevó a cabo Su propósito enseguida. No envió a Cristo para que naciera de Eva a las puertas del Edén. Tampoco grabó toda la Biblia en las tablas de piedra que le dio a Moisés en el Sinaí. Por el contrario, Dios mismo se mostró como el Señor de los tiempos y las épocas (Hch 1:7). La historia de la obra salvadora de Dios está enmarcada en épocas, en periodos de historia que Dios determina por Su palabra de la promesa. Dios creó por Su palabra de poder. Él habló y fue hecho; Él mandó y todo quedó firme. Dios dijo: “¡Que exista la luz!” y fue la luz (Gn 1:3). De la misma manera Dios habló Su palabra de la promesa. Esa palabra no tiene menos poder porque esté dicha en tiempo futuro. Las promesas de Dios son seguras; se cumplirán en el tiempo señalado (Gn 21:2). Sin embargo, mientras que la historia es la historia de Dios y la salvación es Su obra, los hombres y las mujeres no son solo espectadores. Sin lugar a dudas hay momentos en los que se le dice al pueblo de Dios que se quede quieto y vea la salvación del Señor (Éx 14:13-14). Pero Dios también les manda que dejen sus casas y se vuelvan peregrinos, que se pongan en marcha por regiones áridas que no tienen agua, y que peleen contra naciones hostiles. La gracia de Dios al librarlos y guiarlos los llama a tener fe en Él, al compromiso de la confianza incondicional. Puesto que Dios promete lo que Él va a hacer, Su pueblo puede confesar con gozo que “la salvación viene del Señor” (Jon 2:9). Pero como Dios no hace enseguida todo lo que Él ha prometido, la fe de Su pueblo es probada y comprobada. Su anhelo se vuelve intenso. A veces la promesa parece no solo distante, sino ilusoria. Son víctimas de la incredulidad y claman: “¿Está o no está el Señor entre nosotros?” (Éx 17:7).
8
Los escritores del Nuevo Testamento nos recuerdan la realidad y la intensidad de la fe de los santos del Antiguo Testamento. El autor de Hebreos escudriña sus torturas y sus triunfos y concluye: “Todos ellos vivieron por la fe, y murieron sin haber recibido las cosas prometidas; más bien, las reconocieron a lo lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra” (Heb 11:13). Para animar y fortalecer a Sus santos que sufrían, el Señor muchas veces repitió Sus promesas. Por medio de los profetas Dios habló a Israel, denunciando el pecado de los que se rebelaban, pero describiendo cuadros aún más maravillosos de la bendición por venir. El apóstol Pedro reflexionó sobre el ministerio de esos profetas del Antiguo Testamento: Los profetas, que anunciaron la gracia reservada para ustedes, estudiaron y observaron esta salvación. Querían descubrir a qué tiempo y a cuáles circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando testificó de antemano acerca de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que vendría después de estos (1P 1:10-11). No solo los profetas, nos dice Pedro, sino hasta los ángeles del cielo anhelaban contemplar los misterios del grandioso plan de Dios. El drama de Dios no es una ficción que se revela paulatinamente ni es una leyenda que se desarrolla sorpendentemente. La historia de la Biblia es una historia verdadera, forjada en las vidas de cientos y miles de seres humanos. En un mundo donde la muerte reinaba soportaron confiando en la fidelidad de la promesa de Dios. Si olvidamos la línea de la historia del ntiguo Testamento, también pasaremos por alto el testimonio de la fe de ellos. Esa omisión elimina el corazón de la Biblia. Las historias de la escuela dominical se cuentan, por consiguiente, como versiones educadas de los cómics dominicales, en donde Sansón sustituye a Supermán. Por esta razón el encuentro de David con Goliat languidece convirtiéndose en una versión antigua escrita en hebreo de Jack, el mata-gigantes. No. David no es un muchacho valiente que no le tiene miedo al gigante enorme y malvado. Él es el ungido del Señor, escogido por Dios para ser rey y liberar a Israel. Dios escogió a David como un rey conforme a Su propio corazón con el fin de preparar el camino al admirable Hijo de David, nuestro Libertador y Campeón. La respuesta de David a las burlas de Goliat nos muestra que David era un guerrero de fe: “Tú vienes contra mí armado de espada, lanza y jabalina; pero yo vengo contra ti en el nombre del Señor de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado” (1S 17:45). Puesto que David peleó en el nombre del Señor, su lucha y su victoria tuvieron un significado más allá de la batalla inmediata. Él estaba seguro de la victoria porque sabía que Dios había llamado a Israel para que fuera Su pueblo. Él era el Dios de las huestes celestiales, pero también el Dios de los ejércitos de Israel. El profeta Samuel había ungido a David. Él sabía que el Señor lo había llamado de cuidar las ovejas de su padre para que se convirtiera en el pastor de Israel. David cumplió un papel. A través de él Dios concedió la liberación, no porque él fuera valiente o por el golpe mortal con la honda, sino porque él fue escogido y fue llenado del Espíritu de Dios. Cuando Dios prometió después dar un dominio eterno al Hijo de David, aclaró que la monarquía de David no era un fin en sí misma, sino que servía como una preparación para la venida del gran Rey. De esta manera el Antiguo Testamento nos da tipos que prefiguran el cumplimiento del Nuevo Testamento. Un tipo es una forma de analogía que es característico de la Biblia. Como todas las analogías, un tipo combina identidad y diferencia. Tanto a David como a Cristo se 9
les dio poder y dominio real. A pesar de las enormes diferencias entre la realeza de David y la de Cristo, hay puntos de identidad formal que hacen valiosa la comparación. Pero es exactamente este grado de diferencia lo que caracteriza los tipos bíblicos. Las promesas de Dios que están en la Biblia no nos ofrecen regresar a una época de oro del pasado. El Hijo de David que vendría no es solo otro David. Más bien, puesto que Él es mucho mayor, David puede hablar de Él como Señor (Sal 110:1). Los doctos en las escrituras de los días de Jesús no entendían esto. No pudieron contestar la pregunta de Jesús: “Si David lo llama “Señor”, ¿cómo puede entonces ser su Hijo?” (Mt 22:45). Tanto Jesús como Sus adversarios sabían que el Mesías prometido tenía que ser Hijo de David. Pero solo Jesús entendía por qué David en el Espíritu lo había llamado “Señor”. La historia de Jesús, entonces, no comienza con el cumplimiento de la promesa, sino con la promesa misma y con los actos de Dios que acompañaron Su palabra. Conforme retrocedemos al inicio de la historia, encontramos mucho que el Nuevo Testamento no nos dice porque ya se nos ha dicho. Cuando vemos a los jueces que Dios levantó para liberar a Israel de sus opresores, comprendemos mejor lo que Dios quiso decir cuando declaró que Él pondría la justicia como coraza y la salvación como casco y que Él mismo sería el Juez y Salvador de Su pueblo (Is 59:16-17). Cuando Dios redujo el ejército de Gedeón a tan solo trescientos hombres, reconocemos que fue Dios quien los liberó y no la fuerza de sus brazos. Cuando Dios redujo la fuerza de Israel todavía más, a un solo hombre (Sansón) comprobamos que Dios podía librar con un campeón, cuyas victorias en la vida fueron coronadas por victoria en en su muerte. Al mismo tiempo, cuando retrocedemos hacia el comienzo de la historia, encontramos que las diferencias son abrumadoras, no solo para nosotros, sino para los que por fe recibieron las promesas. El papel de Sansón, como juez, apuntaba hacia la liberación de Israel de todos sus enemigos, liberación que Dios había prometido; pero el desempeño de Sansón se quedó muy corto respecto a su llamado. De hecho, Sansón fue constituido juez casi a pesar de él mismo. Sus liberaciones a veces provenían de situaciones difíciles que él mismo propiciaba, mientras perseguía a las mujeres filisteas más que a los ejércitos filisteos. Aun así, ciego y escarnecido en el templo de Dagón, Sansón murió como un juez, investido por el Señor. Parado allí, empujó con sus manos las columnas del templo que se apoyaban en pedestales de piedra. Después oró con amarga ironía para vengarse de los filisteos, aunque sus últimas palabras fueron: “¡Muera yo junto con los filisteos!” (Jue 16:30). El sagrado escritor nos dice que en su muerte destruyó a más personas que en su vida. Aquí la Escritura nos muestra que Dios puede obrar Su salvación incluso a través de la muerte de Su poderoso juez. Los fracasos y los pecados de Sansón, no menos que sus victorias, son parte de la historia porque muestran que Uno mayor que Sansón tenía que venir si las promesas de Dios se tenían que cumplir. Sansón guardó solo la pureza externa del voto nazareo (y finalmente incluso rompió eso); la pureza interna y verdadera se manifestaría en el último Juez de Israel. El propósito de este libro no es contar toda la historia desde el principio. ¡Existe un Libro que hace eso! Más bien, su meta es seguir la línea de la trama, tocar episodios claves y ofrecer una guía a la historia que está oculta en todas las historias, para que po damos ver al Señor de la Palabra en la Palabra del Señor.
10
11
Preguntas sobre el estudio 1. ¿Cuál fue el último profeta que anunció la venida de Jesús? 2. ¿En dónde se profetiza en la Biblia el nacimiento de Juan el Bautista? 3. ¿Con quién empieza la genealogía de Jesús en Lucas? Así que, ¿en dónde realmente comienza la historia? ¿Por qué? 4. ¿Qué tiene de especial la revelación de Dios en comparación con cualquier otra historia del hombre? 5. ¿Qué papel juega el pueblo de Dios en el drama de la redención? ¿Por qué? 6. Define lo que es un tipo. ¿Qué es lo que caracteriza a los tipos de la Biblia? 7. Toma a Sansón como ejemplo y explica cómo él es un tipo de Jesús. ¿En qué se parece a Cristo y en qué se diferencia?
12
Preguntas de aplicación 1. “La más grande historia jamás contada” es un título que se ha usado para la Biblia. ¿Estás de acuerdo con esto? ¿De qué otra manera describirías la Biblia? 2. ¿De qué manera la introducción a El Misterio Revelado hace que desees leer el resto del libro? 3. ¿Alguna vez has sentido que leer el Antiguo Testamento se compara a ver una película extranjera sin subtítulos? Si es así, ¿cómo cambia esta introducción tu perspectiva del Antiguo Testamento? ¿Hace que te den ganas de leer la Biblia comenzando desde el principio? 4. En tus propias palabras, resume la tesis que Clowney proyecta para su libro. 5. Lee 2 Corintios 12:5, 9-11 y relaciona estos versículos con la pregunta 5 sobre el estudio.
13
CAPÍTULO UNO
14
EL NUEVO HOMBRE LA PRIMERA ESCRITURA que se escribió vino de la mano de Dios: Dios inscribió Su ley en dos tablas de piedra (Éx 31:18). Esa inscripción comienza así: “Yo soy el Señor tu Dios” (Éx 20:2). En el Monte Sinaí, Dios se identificó como el Dios de Israel. Sin embargo, el Dios de Israel no era una deidad tribal. Él era también el Rey de las naciones y el Dios de la creación. La revelación de Dios a Israel incluía no solo la ley mediante la cual se regulaban su vida y adoración, sino mucho más. Para conocer al Señor su Dios, Israel lo tenía que conocer como el Creador. Para discernir su llamado, el pueblo tenía que conocer la historia de su padre braham y su llamado. También era esencial que ellos conocieran el dominio de Dios sobre las naciones: las naciones que iban a ser bendecidas por medio de la nueva nación comenzaron con el hijo de Abraham. El primer libro de Moisés comienza con la narración de la historia que conduce al llamado de Israel y su éxodo de Egipto. Es el libro de las “generaciones” que rastrea, no solo las historias de los padres de Israel, sino que pone su llamado en el contexto de los tratos de Dios con toda la raza humana desde el tiempo de la creación. Aunque toda la la tierra era Suya, Israel era el pueblo escogido de Dios, Su preciosa posesión. Sin embargo, el llamado de Israel no fue solo por su propio bien. Fueron escogidos de entre las naciones para que pudieran dar testimonio a las naciones. Para hacer eso, Israel tenía que confesar al Dios que había llamado a Abraham, salvado a Noé y puesto a Adán en el jardín.
15
HECHO A LA IMAGEN DE DIOS
“Y Dios creó al ser humano a Su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó” (Gn 1:27). En una forma literaria bellamente diseñada, el primer capítulo de Génesis conduce al punto culminante de la creación: Dios hizo al hombre y a la mujer a Su imagen. Esto desecha toda la mitología de las naciones. La humanidad no se creó mediante un proceso de cópula divina o de la sangre sangre de un dios sacrificado. sacrificado. Un hombre hom bre no es un pedazo de un d ios ni el resultado de la unión de un dios y una bestia. Más bien, Adán y Eva son criaturas de Dios, y más aún criaturas que portan Su semejanza. Que son criaturas de Dios queda perfectamente claro. Su creación no se hizo en un día por separado en la obra divina: ambos, animales y hombres, son creados en el sexto día de la creación. Si a la primera pareja se le bendijo y se le dijo que fuera fructífera y se multiplicara, así también a los peces del mar (Gn 1:22, 28). 28 ). Ambos Amb os son criaturas criaturas que se reproducen. reprodu cen. El hecho hecho de que el hombre sea un ser creado se enfatiza aún más cuando el segundo capítulo sigue describiendo las “generaciones” de los cielos y de la tierra; es decir, lo que la mano de Dios produce de Su mundo creado. La tierra hace nacer criaturas vivas por mandato de Dios, pero el hombre también proviene de la tierra. Dios forma a Adán del polvo de la tierra y Eva es formada del cuerpo de Adán. Por otro lado, ambos capítulos enfatizan la singularidad de esta criatura humana. En el capítulo uno, la creación del hombre viene después de una decisión divina: “Hagamos al ser humano a Nuestra imagen y semejanza” (Gn 1:26). La mención del Espíritu de Dios al comienzo del capítulo sugiere que aquí Dios toma consejo de Él mismo, no solo como un hombre podría dirigirse a su propia alma, sino en la misteriosa riqueza del ser divino. En el segundo capítulo, la singularidad extraordinaria de la creación del hombre se muestra primero en el cuidado especial que Dios tiene para formar al hombre del polvo. Más allá del toque de las manos de Dios está el aliento de Su boca. En una imagen de comunión íntima, Dios sopla el aliento de vida en la nariz del hombre. El hombre es una criatura porque Dios lo hizo. Pero es una criatura única porque está hecho a la imagen de Dios. El término “imagen” se usa más adelante en el Antiguo Testamento Testamento para describir d escribir a los ídolos. Dios les prohíbe a los hombres hom bres hacerse imágenes para adorarlas, incluso imágenes de los hombres hechos a la imagen de Dios. El hombre es hecho no solo a la imagen de Dios, como si la imagen divina se reprodujera en el hombre, sino más bien el hombre es hecho como la imagen de Dios. Él es como Dios. Una vez más, el relato de Génesis se contrapone a las convicciones de las naciones. Las mitologías étnicas apartan a una tribu o a un pueblo como descendientes de los dioses. Un texto cuneiforme declara: “El padre del rey, mi señor, era la imagen de Bel, y el rey, mi señor, es la imagen de Bel” 1. En Génesis, sin embargo, la humanidad es creada a imagen de Dios: “[…] lo creó a imagen imagen de Dios. Homb re y mujer los creó” (Gn 1:27 ). Hecho a la imagen de Dios, la naturaleza y el papel del hombre son únicos en la creación. El hecho de que el hombre comparta la vida orgánica y corporal con toda la creación animada lo califica para representar a esa creación delante de Dios. Las alabanzas de la creación física se pueden dirigir a Dios por medio del hombre. La humanidad, el punto culminante de la creación, tiene un papel que cumplir. El hombre media entre el Creador y el mundo creado
16
del cual él es parte. En el hombre, Dios puede tratar con Su creación de manera personal. Dios habla al hombre, y con labios humanos el hombre contesta por la creación de la cual él es la cabeza. Ya que el hombr hom bree represen rep resenta ta la mismís mis mísima ima gloria de Dios en forma form a creada, cread a, él también tamb ién gobierna sobre la creación. Que el hombre sea el portador de la imagen se une a su dominio sobre la creación (Gn 1:26-27). La encantadora historia de Adán poniéndoles nombres a los animales no se cuenta solo para deleite de los niños. Indica el llamado de Adán por parte de Dios para comprender las formas de la creación y para ordenarlas. Por lo tanto, también muestra de manera dramática que ningún animal, por muy leal que sea en su servicio al hombre, homb re, puede ser su compañero com pañero e igual. igual. Todos conocemos una relación en la que uno es diferente del otro, aun así existe una notable semejanza. Muchas veces decimos que un niño es la misma imagen de su padre. La escritura afirma que cuando Set les nació a Adán y a Eva, Adán “tuvo un hijo a su imagen y semejanza” (Gn 5:3). Ya que esto se registra después de la caída en pecado, y en vista de que el capítulo reafirma la creación de Adán a la imagen de Dios, algunos han llegado a la conclusión de que la imagen se perdió p erdió en la caída y que lo que queda ya no es más la imagen de d e Dios, sino solo el débil reflejo de esa imagen en Adán. En el mismo libro de Génesis, sin embargo, el valor de la vida humana se establece apelando a la creación del hombre a la imagen de Dios (Gn 9:6; 9 :6; cf. Stg Stg 3:9). En vista de que la imagen de Dios, hasta cierto punto, sigue distinguiendo al hombre de los animales, podemos asumir que si Set fue creado a la imagen de Adán, significa que también fue creado a la imagen de d e Dios. Por esta razón Lucas Lu cas traza la genealogía genealogía de Cristo a Set, hijo de dán, hijo de Dios. El énfasis de Génesis es la continuidad de la imagen a pesar de la caída. Set, el hijo, es a la imagen de su padre y Adán es a la imagen de Dios. La conclusión a la que Lucas llama la atención es clara: Adán, como el portador de la imagen a la semejanza de Dios, puede ser llamado hijo de Dios. Al mismo tiempo, en Génesis es Set, no Caín, de quien se dice que porta la imagen de su padre, Adán. Es al linaje de Set, no al de Caín, al que se le da la promesa; prom esa; en ese linaje es que se llevará a cabo la verdadera filiación* filiación*. ¡Qué magnífica figura es Adán en el relato de Génesis! Formado por Dios y hecho semejante a Dios, es puesto en el jardín que Dios plantó, lleno de la riqueza de la vida creada: animales escabulléndose, árboles cargados con fruta, cielos brillantes con la luz del sol o cargados de niebla. Este primer hombre es el señor de todo; a través de él la creación levanta sus ojos al Creador y habla de la alabanza a Dios. Adán es quien cultiva el jardín y es libre para explorar sus riquezas y desarrollar el mundo más allá. Hay oro en Javilá. Grandes ríos riegan el jardín y fluyen fluy en más m ás allá de él. La libertad de Adán parecería tener solo una restricción. Dios le señaló un árbol en el jardín del cual no debía deb ía comer. com er. Sería difícil imaginar imagin ar una restricción restr icción m ás pequeña. pequ eña. Todas Tod as las frutas del Edén eran de él para que las disfrutara. Todos los árboles eran de él para que los cultivara. Todos los animales eran suyos para que les pusiera nombre y gobernara sobre ellos. Sin embargo, Adán, el hijo de Dios, estaba siendo probado en su obediencia a su Padre y Creador. Él, el primer hombre, tenía en sus manos el destino de todos sus descendientes porque el papel fundamental era suyo. Él era el padre de los que nacerían a su imagen; él representaría a la raza de los que descenderían de él. Por su obediencia puesta a prueba, su
17
justicia pasaría más allá de su inocencia original. Al escoger él, conocería la diferencia entre el bien y el mal. Él sería confirmado como el justo hijo de Dios, libre para comer para siempre del árbol de la vida. Pero Adán estaba solo en el paraíso. Dios formó de su mismo costado una mujer para que estuviera con él, su compañera y ayuda. Al papel de Adán como cabeza de la creación se le agregó un nuevo papel de dirección en relación con la mujer que era hueso de sus huesos y carne de su carne (Gn 2:23). Juntos podían ser fructíferos y llenar la tierra que era suya para que la poseyeran. Incluso antes de que se nos cuente la historia de la caída, el relato de Génesis nos prepara para el papel que Jesucristo desempeñaría en el plan de salvación de Dios. La figura de Adán en los albores de la historia del hombre nos recuerda que Dios trata con la humanidad de manera personal. Adán sirvió como el representante del hombre. Cristo vino como el Segundo dán (Ro 5:12-21; 1Co 15:22), no como una idea divina de último momento, sino como el Escogido desde la fundación del mundo para manifestar todo lo que la imagen divina en el hombre puede significar. Antes de que comenzara la historia de la redención se nos presenta la figura de Adán, el portador de la imagen de Dios. Él recibe el mandato y la promesa de Dios incluso antes de que se le dieran a Eva. Todo esto tiene un significado, no solo para el comienzo de la historia del hombre, sino para su culminación. Adán, el representante del hombre, nos prepara para Cristo. Cristo es más que un sustituto de Adán, es una contrafigura, por así decirlo, para tener éxito donde Adán fracasó. Cristo, quien es la Omega, la meta de la historia del hombre y de la humanidad creada, también es el Alfa, el verdadero Adán, Cabeza de la nueva y verdadera humanidad. Él es “la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación” (Col 1:15), porque Él no solo es el Príncipe de la creación; Él también es el Creador. Que Él sea el portador de la imagen excede infinitamente a que lo sea Adán porque como el Hijo eterno, Él es uno con el Padre. Finalmente, la filiación creada de Adán solo puede reflejar la mayor filiación del modelo divino. El apóstol Pablo se goza en que la filiación que ganamos en Cristo excede por mucho lo que perdimos en Adán (Ro 8:14 -17). También por esa razón Dios le prohibió al pueblo de Israel hacer imágenes de Dios en las que enfocara su adoración (Dt 4:15-24). Se les advirtió no solo contra la adoración de ídolos que representaran a otros dioses; también se les recordó que no habían visto ninguna forma cuando Dios les habló desde el Sinaí y que no debían intentar hacer una representación del Dios verdadero. Esto no quiere decir que no pueda existir ninguna representación de Dios; después de todo, Dios hizo al hombre a Su imagen. Significa más bien que el hombre no es libre para inventar una imagen para adorarla, ni siquiera una réplica de la imagen que Dios hizo: el hombre mismo. En el plan para el Tabernáculo, dado a Israel en el desierto, el arca del pacto representaba el mismísimo trono de Dios. La tapa de oro de esta arca era el propiciatorio, el lugar donde Dios se entronizaba en medio de Israel. Representaciones de querubines con las alas extendidas cuidaban el trono. Pero en el trono no había ninguna imagen. Para Israel solo la luz de la gloria shekinah representaba la presencia de Dios. ¿Parece esto extraño? Dios hace al hombre a Su imagen, pero el hombre no puede hacer una réplica de esa imagen como el centro de su adoración. Por supuesto, Israel tenía que aprender que Dios es un Espíritu invisible y no un ser material. Pero había una razón más. 18
Dios reclamaba un monopolio sobre Su propia revelación. Él se manifestaría a los hombres como Él lo deseara, no como ellos se lo pudieran imaginar. El asiento vacío encima del arca estaba reservado para Aquel que vendría. Cuando Felipe le dijo a Jesús: “Señor […] muéstranos al Padre y con eso nos basta”, Jesús le contestó: “Pero, ¡Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre. ¿Cómo puedes decirme: Muéstranos al Padre? ¿Acaso no crees que Yo estoy en el Padre, y que el Padre está en Mí?” (Jn 14:8-10). Jesús no rechazó la adoración de María cuando ella lo ungió antes de Su muerte (Jn 12:18). No es idolatría llamar a Jesús “Señor”. Por cierto, los cristianos son los que invocan el nombre de Jesús el Señor en su adoración (1Co 1:2). Reconocen que existe Uno que porta la imagen de Dios en carne humana y a cuyos pies nosotros podemos caer para adorarlo (Col 2:9; Ap 1:17). El que honra al Hijo, honra al Padre. Juan escribe sobre Jesucristo: “Este es el Dios verdadero y la vida eterna. Queridos hijos, apártense de los ídolos” (1Jn 5:20-21). Adán se erige como una figura que nos señala a Jesucristo. El Nuevo Testamento también distingue un significado metafórico en la historia de la formación de Eva. El apóstol Pablo regresa al relato de la creación para enseñar la relación correcta entre los esposos y las esposas. Ya que Eva fue tomada del cuerpo de Adán, él tiene que cuidar de ella como de su propia carne. La hermosa historia de la creación no solo enseña que el matrimonio es una unión de dos que se vuelven uno, sino que los dos fueron hechos de uno. Hechos el uno para el otro. Cuando Pablo escribe sobre esto en su Epístola a los Efesios, él no solo habla de Adán y Eva. Pasa inmediatamente a hablar sobre Cristo y la iglesia: Asimismo el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo. Esto es un misterio profundo; yo me refiero a Cristo y a la iglesia (Ef 5:28-33). Pablo cita el mandamiento de Génesis, pero lo aplica a los esposos y las esposas precisamente porque se trata de Cristo y de la iglesia. ¿Está Pablo simplemente creando una alegoría, una analogía imaginaria pero artificial, o existe una conexión más p rofunda? ¿Puede la institución del matrimonio en el relato de la creación ser un tipo de la relación de Cristo y de la iglesia? Sí, porque el principio respecto al matrimonio que se enunció en Génesis 2:20-25 se cumple en Cristo. El lazo de la unión íntima que se crea en el matrimonio tiene prioridad sobre los lazos que nos unen a los demás. Un hombre debe dejar a su padre y a su madre para unirse a su esposa. En Génesis el mandato viene después de la declaración de Adán (“hueso de mis huesos y carne de mi carne” [2:23]). El mandato de Dios se basa en Su acto de creación. La relación del hombre y su esposa es exclusiva. El amor que los une necesariamente es un amor celoso; es decir, es un amor que se enfoca en otro y que es centrado y que el adulterio rompería. Este principio se cita otra vez en los Diez Mandamientos cuando Dios le da Su ley del pacto a Su pueblo redimido. Ese mandamiento, “No cometerás adulterio” (Éx 20:14), no solo se da para proporcionarle a la sociedad israelita una vida hogareña estable. Se da para definir un amor especial e intenso que va más allá del mandamiento de amar a nuestro prójimo.
19
Este es el principio que Dios mismo invoca cuando se revela a Israel. Dios es un Dios celoso; Su nombre es “Celoso” (Éx 34:14). Él demanda de Israel una devoción exclusiva, un amor celoso del cual el matrimonio es un tipo y un símbolo. Su pueblo lo debe amar con todo su corazón, alma, fuerza y mente. Desde el principio hasta el fin de la historia de Israel, el pueblo fue culpable de adulterio espiritual. Considera a Salomón, el majestuoso rey en la cima del poder y de la bendición de Israel. Él construyó el Templo de piedra y cedro, y lo cubrió de oro. Él dedicó este Templo al servicio del Señor, y oró para que si el pueblo, en cualquier lugar de la tierra, se volvía al Templo para orar, Dios los escucharía. Pero después vemos a Salomón subiendo al Monte de los Olivos, inmediatamente al este del Monte del Templo. Está escogiendo un lugar para construir un santuario en la cima de la montaña. Ahí está Salomón: puede ver el oro reluciente del Templo del Señor a la luz del sol, pero él ahora se está preparando para la dedicación de un santuario a Quemós, el dios de los moabitas. Salomón ha llegado a este lugar por una habilidad política, llena de sabiduría mundana, pero vacía de fe. Ha comprado la seguridad de Israel haciendo tratados con las naciones a su alrededor y sellando esos tratados con alianzas matrimoniales. Construye el santuario a Quemós, no para él, sino para una de sus esposas moabitas. Sin embargo, de forma directa y descarada, desafía la ley de Dios, al celoso Dios de Israel, quien le había advertido a Su pueblo que debía destruir todos los altares de Canaán: “No adores a otros dioses, porque el Señor es muy celoso. Su nombre es Dios celoso” (Éx 34:14). Pero Dios detiene Su juicio y llama a Israel al arrepentimiento. Por medio del profeta Oseas Él muestra la maravilla del amor divino hacia la esposa adúltera. Sin embargo, con el tiempo, el juicio del Señor debe caer sobre la impenitente Israel. Cuando Jesús vino para reunir para Sí mismo al pueblo de Dios, Él se reveló como el Novio y vino a reclamar a Su iglesia como Su novia. La figura no es accidental. No es que Dios haya visto desde el cielo para discernir alguna relación humana que pudiera ser un símbolo adecuado de Su amor. La realidad es al revés. Cuando Dios formó a Eva del cuerpo de Adán, estaba dando los medios por los cuales estuviéramos preparados para entender el gozo de un amor exclusivo. Solo de esa manera podríamos estar preparados para captar algo de la intensidad vehemente del amor divino: amor que no soporta a ningún rival, porque Dios es un Dios personal y Su amor por Su pueblo es personal. La mayoría de las religiones del mundo podrían construir un santuario a Quemós con poca dificultad. La religión politeísta siempre puede agregar un dios más. En el panteísmo dios es todo, así que Quemós es solo otro nombre para el espíritu infinito. En el hinduismo, Brahma es el absoluto impersonal y Quemós se podría añadir solo como otra parte de una fase politeísta que facilita el camino para los que todavía no están preparados para tomar la montaña de frente. Incluso el deísmo, con su concepción de un creador lejano, puede razonar que se le puede abordar de muchas formas. Ciertamente esa distante deidad no se angustiaría con celos si la llamáramos Quemós o adoráramos a Quemós en su ausencia. El vínculo exclusivo entre Dios y Su pueblo es un tema principal en el Antiguo Testamento, pero se revela en su máxima expresión en el Nuevo: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hch 4:12). “Celo” y
20
“ardor” son dos traducciones para una sola palabra tanto en hebreo como en griego. El celo santo de Dios arde dentro del misterio de la Trinidad. El celo del Hijo por Su Padre se iguala al celo del Padre por Su Hijo. Cuando Jesús limpió el Templo de los vendedores que lo habían vuelto un mercado, Él mostró Su celo por la santidad de la casa de Dios, pero también por la bendición de la casa de Dios como la casa de oración para todas las naciones. Jesús tuvo celo por la gracia redentora de Dios que el Templo simbolizaba. Ese celo hizo que Él no solo levantara el látigo, sino que además pusiera Su espalda para recibir los azotes. Solo por el celo de Su amor se podía satisfacer el amor celoso del Padre por Su pueblo. Su celo por la casa de Dios lo consumía, incluso en la cruz. “Destruyan este templo”, dijo, hablando de Su cuerpo, “y lo levantaré de nuevo en tres días” (Jn 2:17, 19). Es el celo del amor de Dios en Cristo lo que reivindica a la iglesia como la novia del Señor.
21
PROBADO COMO EL HIJO DE DIOS
Cuando la Biblia coloca a Adán antes que a nosotros, al comienzo del registro que se le da al pueblo redimido de Dios, ya se nos está señalando al Segundo Adán que vendría. En la creación de Eva, y en el amor de Adán por Eva como hueso de sus huesos y carne de su carne (Gn 2:23), también se revela Cristo en Su amor celoso por la iglesia. El apóstol Pablo comparte ese amor de Cristo: “El celo que siento por ustedes proviene de Dios, pues los tengo prometidos a un solo esposo, que es Cristo, para presentárselos como una virgen pura” (2Co 11:2). La prueba de Adán en el jardín apunta hacia la prueba de Cristo, aunque la desobediencia de Adán convierte el paralelismo en contraste. Mateo, Marcos y Lucas hablan de la tentación de Cristo en el desierto. En los relatos evangélicos de la tentación hay una referencia oculta a la prueba de Adán en el jardín. La prueba de Cristo se dio al inicio mismo de Su ministerio. El Espíritu Santo llevó a Cristo al desierto: el Espíritu del Padre que vino sobre Él en Su bautizo (el Espíritu, por lo tanto, de Su filiación). “Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo” (Lc 3:22). dán fue probado para que pudiera ser confirmado en su filiación. Jesús también fue probado en Su filiación. Fue probado como el Hijo Mesiánico que también era el unigénito y amado Hijo del Padre: el Hijo divino en carne humana. Su encuentro con Satanás fue una prueba por ordalía **. Cristo invadió el mundo caído donde Satanás reclamaba los reinos de los hombres. hí se encontró con el “príncipe de este mundo” en un combate. De la misma manera que veremos cómo Génesis apunta a los Evangelios, así también debemos apreciar cómo los Evangelios nos señalan a Génesis. Cristo no soportó la tentación principalmente con el fin de darnos un ejemplo de cómo deberíamos tratar con la tentación. Las tentaciones que Satanás usó para atacar a Jesús seguramente no eran las tentaciones que él usaría con los pecadores que ya habían caído. Ciertamente Satanás sabe que no es necesario ofrecerle todos los reinos del mundo al pecador promedio. Él puede comp rar a la mayoría de los pecadores con unas pocas monedas. Satanás tampoco nos tienta para probar nuestros poderes para obrar milagros. No, las tentaciones con las que Satanás tentó a Jesús estaban dirigidas a la percepción que Jesús tenía de Sí mismo, que Él era el Hijo divino y que había venido a hacer la voluntad de Su Padre. Satanás tuvo como objetivo hacer que Jesús dudara de la bondad de Dios. Con ese mismo objetivo tentó a Eva: “¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?” (Gn 3:1). Exageró de manera grotesca la prohibición divina en el Edén para insinuar que Dios era increíblemente indiferente a las necesidades de los hombres y hostil al progreso del hombre. En el desierto parecería que Satanás tendría una tarea mucho más fácil. A Adán y a Eva no les faltaba nada; Jesús estaba en las últimas etapas de la inanición. Dios puso a Adán y a Eva en el jardín; Él llevó a Jesús al desierto. Sin embargo, Satanás no se acercó a Cristo de una forma tan directa. Él no dijo: “¿Realmente Dios te trajo a esta tierra estéril para dejarte morir aquí?”. Más bien, él solo sugirió que Cristo se proveyera ya que parecía que Su Padre no lo estaba haciendo. Al mismo tiempo, Satanás sugirió que al proveerse Él mismo, Jesús podría aclarar cualquier duda sobre Su propia identidad. Jesús había escuchado la voz del cielo que declaraba que Él era el Hijo de Dios. Satanás quería que Él dudara esa palabra. El “¿Dijo Dios?” de la voz de la serpiente en el jardín hizo eco en el desierto. 22
Jesús rechazó la tentación usando la Palabra de Dios citada de Deuteronomio. Jesús no solo desempeñó el papel del Segundo Adán, el verdadero Hijo de Dios. Él también fue el verdadero Israel, el Hijo de Dios. Israel, también, había sido probado en la filiación después de que Dios le había dicho a Faraón: “Ya te he dicho que dejes ir a mi hijo para que me rinda culto” (Éx 4:23). Dios guio al pueblo de Israel en el desierto durante cuarenta años para probarlos, para ver si aprendían que el hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Dt 8:2-3). Israel recibió las palabras de Dios desde el Sinaí en los Diez Mandamientos; esas palabras también se dieron para guiar la marcha de Israel, para saber cuándo levantaban el campamento o armaban sus tiendas a la palabra del Señor (Éx 17:1). Lo que el pueblo de Israel no hizo, Jesús lo hizo. Cuando tuvieron hambre fallaron en confiar en la palabra de Dios. No solo dudaron de la bondad de Dios; la desafiaron y despreciaron el maná que Él les proveyó. Pero Jesús, a diferencia tanto de Adán como de Israel, fue obediente como el verdadero Hijo de Dios. Él vivió por la palabra de Dios: no solo el precepto bíblico, sino la voz de Su Padre que venía desde el cielo y la voluntad del Padre que lo condujo al desierto. Después que fracasó su primera tentación, Satanás llevó a Jesús al pináculo del Templo y lo provocó para que se echara abajo. Esa tentación invitó a Jesús a cambiar la fe por la vista. Tenía más fuerza de la que reconoceríamos porque Satanás citó un salmo que claramente contenía la promesa de Dios a Su Mesías (Sal 91:11-12). Jesús fundó Su vida como Aquel en quien las Escrituras se cumplían. Satanás ahora le estaba pidiendo a Jesús que no desobedeciera la Escritura, sino que la cumpliera. De hecho, Satanás estaba proponiendo la presunción en nombre de la fe, porque él estaba sugiriendo que a Jesús le faltaba la fe si se negaba a poner a Dios a prueba. Seguramente, si Él no saltaba era porque no podía creer que los ángeles lo sostendrían antes de que cayera en el pavimento del Templo allá abajo. Por supuesto, hay un contraste importante entre esta tentación y la proposición de que Eva comiera del fruto prohibido. En el jardín, Satanás había contradicho de forma directa la palabra de Dios: “¡No es cierto, no van a morir!” (Gn 3:4). Pero al hablar con Jesús, lejos de contradecir la palabra de Dios, Satanás parece que está llamando a Jesús a creerla y actuar de acuerdo con ella. Pero no es fe exigir que Dios muestre, de una vez por todas, si Sus promesas son verdad. Esto no es recibir la prueba que Dios m anda; más bien es poner a prueba a Dios. Adán y Eva tentaron a Dios retándolo, por decirlo de algún modo, para que cumpliera Su amenazante castigo por la desobediencia. Satanás quería que Cristo retara la fidelidad de Dios de una manera mucho menos directa; quería que Él actuara con la misma clase de duda. No habría otra razón para saltar desde la parte más alta del Templo excepto comprobar, de una vez por todas, si Dios guardaría Su promesa. A Eva, Satanás le dijo en esencia: “Come, no vas a morir, porque Dios te ha mentido”. A Cristo le dijo: “Salta, no vas a morir, a menos que Dios te hubiera mentido”. Satanás tenía una tentación más, que se presenta como la última en el evangelio de Mateo. Llevó a Jesús a una montaña alta, le mostró todos los reinos del mundo en su gloria y prometió hacer a Jesús rey sobre todos ellos –si Él se postraba y adoraba a Satanás como el que estaba autorizado para dárselos– (Mt 4:8-9). Una vez más llama la atención el paralelismo con la tentación en el jardín. Dios le había dado a Adán el dominio sobre el mundo: era su legítimo llamado. Aun así, Satanás les sugirió que era posible un dominio mayor, uno en el que la realeza de Adán y Eva tomaría un carácter diferente, una gloria que apenas si se podían 23
imaginar. Podían ser como Dios: no criaturitas inocentes puestas para cavar en el jardín cercado de Dios, sino poderosos rivales de Dios, teniendo el conocimiento que Dios posee del bien y del mal. Como lo diría Satanás, a Dios no se le debía adorar, sino envidiar; no se le debía servir, sino boicotear. El hombre podía ser su propio dios, construir su propio dominio, poseer el mundo, no como el mayordomo de Dios, sino como un monarca absoluto. El Tentador, desde luego, crearía el supuesto de que él era el amigo y abogado del hombre; que él había intervenido para liberar al hombre de la explotación por parte de Dios y para abrirle el destino que deseara. Sin embargo, las implicaciones de la tentación son evidentes. Si sus propios deseos no hubieran cegado primero a Adán y a Eva, hubieran cuestionado la autoridad de la serpiente. ¿Quién era esta criatura que llamaba a Dios mentiroso? ¿Qué nueva relación resultaría de hacerle caso a la serpiente en vez de al Creador? Si la serpiente ofrecía hacerlos rivales de Dios, ¿cuáles eran sus propios deseos? Es bastante evidente que Adán y Eva no podían rechazar la palabra del Señor sin sentirse cautivados por la palabra del diablo. Satanás no pidió abiertamente el culto de Adán, pero ese fue claramente el resultado de su éxito. Al obedecer a la serpiente, Adán y Eva se hicieron amigos de Satanás y enemigos de Dios. Al tentar a Jesús, Satanás siguió la misma estrategia, pero una vez más la cuestión se agrandaba por la naturaleza y el llamado de Jesús como el verdadero Hijo de Dios. Él era el heredero de todos los reinos del mundo y el Señor de los principados y potestades por medio de los cuales Satanás mantenía a las naciones en esclavitud a su voluntad. Recibir Su propio domino de una vez obviamente significaría evitar el sufrimiento y la muerte que Él sabía que eran el llamado del Padre para Él. Satanás pretendía que Jesús ganara Su herencia intacta al precio de un breve reconocimiento de él como el Dador. Malcolm Muggeridge sugirió que si la tentación se promulgaba en el mundo contemporáneo, Satanás se acercaría a Jesús a través de los medios de comunicación, ofreciéndole tiempo de primera en la televisión para proclamar Su mensaje al mundo entero, con solo un pequeño reconocimiento. Al principio y al final del programa habría la acostumbrada línea de los créditos: “Este programa ha sido traído hasta ustedes por cortesía de Empresas Lucifer”. Jesús rechazó la oferta de Satanás y procedió a demostrar una autoridad que Satanás no había ofrecido: la autoridad de ordenarle a Satanás que se fuera. La analogía con el pecado de dán está presente en un contraste total. Adán deseaba una autoridad mayor que la que Dios le había dado y heredó vergüenza y condenación. Sería el rival de Dios y, por lo tanto, él mismo se colocó contra Dios, poniéndose del lado del Enemigo. Jesús deseaba servir a Su Padre y heredó un dominio que trascendía los sueños de Adán o de Satanás: un dominio que no rivaliza con el Reino de Dios, sino que es uno con Su Reino. A la diestra del Padre, Jesucristo, el Dios Hombre, ejerce el juicio total y gobierna sobre toda la creación. Incluso en la tierra, antes de Su exaltación a la diestra del Padre, Jesús mostró autoridad divina. No solo podía hablar con poder divino, sino que podía curar con facilidad divina. Él mandó que los demonios salieran, porque Él había atado al hombre fuerte, Satanás, en un solo combate y había prevalecido sobre él (Mt 12:24-30). * La palabra que se usa en inglés es “sonship” y se ha traducido aquí como filiación. La “filiación” o “calidad de hijo” es un derecho jurídico que existe entre dos personas donde una es descendiente de la otra por un hecho natural o por un acto jurídico. Aquí “filiación” o “calidad de hijo” no se refiere a la descendencia natural o por un acto jurídico, sino al estado producido por ambos casos.
24
Adán es hijo de Dios por creación especial; nosotros somos hijos de Dios por adopción y regeneración; el Hijo es Hijo de Dios por ser eternamente filiado por el Padre. ** El término usado en inglés es “trial by ordeal” y se traduce aquí como “prueba por ordalía”. Cuando se habla de una “prueba por ordalía” la idea es de dar una prueba agonizante para corroborar si alguien es verdaderamente leal o está diciendo la verdad. Se tenía en mente que solamente alguien puro de corazón podría aguantar eso.
25
Preguntas sobre el estudio 1. ¿Quién escribió las primeras Escrituras? 2. Lee Génesis 1:27. ¿Qué es lo que es único sobre este relato de la creación? 3. ¿Cuál es la diferencia entre estas dos afirmaciones: “El hombre es hecho a la imagen de Dios” y “El hombre es hecho como la imagen de Dios”? 4. Explica la siguiente frase: “La humanidad, el punto culminante de la creación, tiene un papel que cumplir”. 5. ¿Cuál fue el propósito de la prueba de Adán en el jardín? 6. Lee Romanos 5:12-21 y 1 Corintios 15:22. Compara a Adán con Cristo. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian? 7. La relación de Adán y Eva señala la relación de Cristo y la iglesia. Lee Efesios 5:2833 y explica cómo establece Pablo la comparación. 8. Explica la siguiente declaración: “El vínculo exclusivo entre Dios y Su pueblo es un tema principal en el Antiguo Testamento, pero se revela en su máxima expresión en el Nuevo”. 9. Compara la prueba de Adán en el jardín con la prueba de Jesús en el desierto. ¿Qué es lo que Satanás quería que Adán y Jesús dudaran? 10. Compara y contrasta las reacciones de Jesús y de Adán a la tentación.
26
Preguntas de aplicación 1. Estás hecho a la imagen de Dios. ¿Cómo debería esto cambiar la manera… a. como te ves a ti mismo? b. como ves a otros cristianos? c. como ves a los incrédulos? 2. Si estás casado(a), ¿cómo refleja tu relación con tu cónyuge la relación de Jesús con Su novia, la iglesia? 3. Si eres soltero(a), ¿cómo te puedes preparar o cómo puedes ayudar a otros para que tengan una relación matrimonial que honre a Dios? 4. Lee Sofonías 3:17 y piensa en el amor de Dios por Su pueblo. ¿Amas a tu Creador? ¿Cuáles son algunas barreras que te impiden tener una relación profunda y amorosa con Dios? 5. ¿Cómo respondes ante la tentación? ¿Qué puedes aprender de la manera en que Jesús le respondió a Satanás?
27
CAPÍTULO DOS
28
EL HIJO DE LA MUJER
29
TRIUNFANTE COMO EL HIJO DE LA MUJER
Donde Adán se ubica, al comienzo de la historia del hombre, vemos a Jesucristo. Él es el Hijo que porta la imagen de Su Padre. Él vence en la tentación y Su filiación se demuestra en la obediencia. La mentira de Satanás se contradice de manera maravillosa en Él. La serpiente les había dicho a Adán y Eva: “Llegarán a ser como Dios” (Gn 3:5). Ellos creyeron esa mentira y por lo tanto regresaron al polvo del que fueron tomados. Lejos de probar la gloria con el fruto prohibido, la primera pareja probó el miedo y la vergüenza. Pero en Jesús se da el cumplimiento de la gloria celestial, en la promesa de la creación del hombre a imagen de Dios. Desde el principio la voluntad de Dios determinó que el hombre fuese como Dios, no en rebelión, sino en unión con la filiación de Cristo. La creación del hombre a la imagen de Dios no solo hizo posible la encarnación; fue el propio diseño de Dios de acuerdo con Su propósito de la encarnación. La creación de Adán, la formación de Eva, la prueba en el jardín –todo esto nos p reparó para Jesucristo–. No sabemos de qué manera Dios hubiera reconocido Su imagen en el hombre, por medio de Cristo, si Adán y Eva no hubieran desobedecido. Seguramente Adán, como un hijo obediente, hubiera sido llevado a conocer al Hijo amado. Pero sí sabemos que el pecado del hombre no frustró el plan de Dios. De hecho, el triunfo de Dios por medio de Cristo sobre el pecado es tan glorioso que somos llevados a concluir que si no hubiera sido por el pecado, tal amor y misericordia increíbles que estaban en el corazón de Dios nunca se hubieran mostrado. Casi podemos estar de acuerdo con Agustín que clamó: “ ¡Felix culpa! ” (¡Bendita transgresión!). La maravilla de la victoria de Dios en Cristo sobre el pecado apareció inmediatamente después de la caída. Adán y Eva estaban avergonzados ante Dios y entre ellos. Usaron como cubiertas hojas de árbol para tratar de esconder su sexualidad el uno del otro y sus personas de la presencia de Dios. Pero la obra de sus manos no podía restaurar la unidad que una vez habían tenido entre sí; sus obras tampoco los podían proteger del juicio de Dios. Dios los buscó en el jardín y tuvieron que responder a los llamados de Su voz. Se instituyó la escena de un juicio. Dios hizo una investigación sobre su transgresión. Pero entonces ellos buscaron refugiarse detrás de otra cubierta endeble: las excusas por medio de las cuales se echaron la culpa entre ellos. Adán culpó a Eva, convirtiéndose así en su acusador en vez de en su abogado. En el proceso él también culpó a Dios: “La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí” (Gn 3:12). Eva, a su vez, culpó a la serpiente: “La serpiente me engañó, y comí” (Gn 3:13). Lo que marcó la respuesta de los pecadores en el Edén no fue el arrepentimiento, sino el temor y la evasión. El Juez, habiendo investigado el caso, pronunció Su sentencia. Comenzó con la serpiente, a quien apuntaba el testimonio de Eva; después Él juzgó a Eva y finalmente a dán. Lo que sorprende mucho del juicio de Dios es su restricción y su misericordia. El castigo por la desobediencia fue la muerte; pero Adán y Eva no cayeron muertos al pie del árbol. La pena en efecto se decretaría: “Polvo eres, y al polvo volverás” (Gn 3:19). Pero antes de esa temida sentencia el Señor habló palabras de esperanza.
30
La serpiente fue juzgada antes que Eva y Adán y el juicio sobre la serpiente cambió todo. Dios daría un gran revés, es decir, cambiaría por completo las circunstancias, dando una ventaja a los que parecían estar perdiendo. Aunque Eva se había hecho amiga de Satanás y enemiga de Dios, Dios revertiría la situación. Él pondría la enemistad, no entre Dios y el hombre, sino entre el hombre y Satanás. La soberanía de la palabra de Dios brilla en medio de la promesa. Dicha en tiempo futuro es, a pesar de eso, la palabra del poder de Dios, el Dios que puede dar vida a los muertos y llamar las cosas que no son como si ya existieran (Ro 4:17). Específicamente fue la mujer y la descendencia de la mujer las que se hicieron enemigas de Satanás a través de generaciones de conflicto que seguirían. No Adán, sino la futura descendencia de Adán, sería la enemiga de Satanás. Los términos del oráculo no aclaran si la simiente prometida de la mujer sería su primer hijo o una larga lista de sus descendientes. Parece que Adán entendió que la promesa de Dios implicaba el cumplimiento del encargo de poblar la tierra porque él llamó a su esposa Eva (“viviente”), como la madre de todos los seres vivientes (Gn 3:20). Tal nombre contrasta con la sentencia de muerte que Dios había pronunciado; pero fue dicho, no como un desafío, sino como el reclamo de Adán de la promesa de Dios. Eva también habló en fe cuando su primer hijo nació: había dado a luz a un hombre con la ayuda del Señor. (Gn 4:1 se podría traducir “He dado a luz a un hombre: el Señor”). La promesa de Dios fue más allá de una declaración de enemistad entre la simiente de la mujer y la descendencia de la serpiente. Habría un resultado decisivo: la cabeza de la serpiente sería aplastada y el talón del hombre sería herido. La figura encaja con la maldición de la serpiente; corresponde a la aversión que el hombre les tiene a las serpientes venenosas. Pero así como la serpiente no es solo una bestia del jardín, sino la boca de Satanás, así también, el juicio apunta, más allá de la experiencia del hombre con las mordeduras de la serpiente, al cumplimiento final de esta profecía: el conflicto y la victoria en la que el Hijo de la mujer sufriría pero la serpiente sería aplastada. Pablo apoya esta interpretación cuando les escribe a los cristianos de Roma: “Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes” (Ro 16:20). La victoria de Cristo sobre Satanás daría la victoria al pueblo de Dios: los designios de Satanás serían completamente frustrados. Juan reporta las palabras de Jesús en la víspera del Calvario: “El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este mundo va a ser expulsado” (Jn 12:31). Pablo se goza en el triunfo que Dios consiguió en la cruz sobre todos los “poderes y potestades”, las fuerzas demoniacas del reino de Satanás (Col 2:15). La suprema ironía del Calvario es que la aparente victoria de Satanás fue su derrota. El libro de Apocalipsis retrata a Satanás, no solo como una serpiente, sino como un gran dragón rojo de pie ante la mujer que está a punto de dar a luz “para devorar a su hijo tan pronto como naciera” (Ap 12:4). Aunque el propósito de Satanás fue derrotado cuando Jesús escapó de la matanza de los niños de Belén ordenada por Herodes, parecía que Satanás lograba su objetivo en el Gólgota. Con las burlas inspiradas por Satanás, Jesús pendía de la cruz en aparente indefensión y ahí murió. Pero Jesús no solo se había levantado de los muertos y había sido exaltado a la diestra de Dios (Ap 12:5; Hch 2:32-33). Él venció en Su propia muerte. Fue Su muerte la que expió el pecado, satisfizo las demandas de la ley y trajo la salvación a los pecadores. Por medio de la 31
muerte de Cristo, Dios desarmó a los poderes y potestades, triunfando sobre ellos en la cruz (Col 2:15). A la sombra de la cruz Jesús pudo decir: “El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este mundo va a ser expulsado” (Jn 12:31). Jesús prevaleció por Su vida y por Su muerte. Él cumplió el llamado que se le había dado a dán. El mandato a Adán y Eva fue gobernar sobre la tierra. Cristo ahora ejerce el gobierno de dán. Como tantas otras veces en la obra de salvación, el cumplimiento supera por mucho las expectativas creadas por la promesa. Cristo ejerce un dominio mucho mayor que el dado a dán. Él es Señor, no solo de este planeta, sino del cosmos. El Señorío de Cristo se ejerce con una franqueza e inmediatez que refleja Su divino poder así como Su autoridad siendo el Segundo Adán. Él puede mandar al viento y al mar y ellos lo obedecen. Los peces llenan las redes a Su voluntad; el agua se convierte en vino; un pedazo de pan en Su mano alimenta a una multitud. Puesto que Jesús no usa medios tecnológicos para manifestar Su superioridad sobre la creación, fallamos al dejar de apreciar lo absoluta que es esa superioridad. Nos podemos maravillar con las conquistas técnicas que el hombre ha hecho del mar y del aire, pero nadie es capaz de caminar sobre el agua como lo hizo Jesús; mucho menos ascender al trono del Padre. Jesús también lleva a cabo el mandato dado a Adán de llenar la tierra. Pablo usa los términos “llenar” así como “dominio” para describir el actuar del Señorío de Jesucristo (E 1:20-23; 4:10). Jesús no solo viene a rescatar al hombre de las profundidades de su pérdida. Él viene a conseguir por nosotros el llamado de nuestra humanidad. Suyo es el dominio perfecto y final del hombre sobre el cosmos. Él, el Segundo Adán, puede decir: “Aquí me tienen, con los hijos que Dios me ha dado” (Heb 2:13; Is 8:18). Una gran multitud que ningún hombre puede contar se ha reunido de toda tribu y pueblo en el nombre de Jesús. Él, quien llena todas las cosas con Su poder, reúne la plenitud de Israel y la plenitud de las naciones en el día de Su gloria (Ro 11:12, 25; Ap 7:9). El hecho de que Él haya llevado a cabo el llamado de Adán no hace vano nuestro servicio. Al contrario, solo porque Él ha logrado llevar a cabo el llamado del hombre, nuestra obra puede tener sentido porque nuestra comunión es con Él. Su victoria es nuestra esperanza. Con humildad, no con arrogancia, recibimos del victorioso Señor un llamado renovado para hacer Su voluntad en este mundo.
32
LA SIMIENTE ESCOGIDA
La gran promesa de Dios permanece. La “simiente” de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente (Gn 3:15); la rebelión del hombre será vencida. Esta promesa le da significado a los siguientes capítulos de Génesis. La cláusula: “Estos son los orígenes de…” (Gn 2:4 RVC) marca la estructura del libro, llevándonos del tema de la humanidad como el “origen” del cielo y la tierra, al tema de los descendientes de Jacob, su “origen” o “generación”. Basta con observar la lista de Génesis de las fuentes de los “orígenes” o “generaciones”: cielo y tierra (Gn 2:4); Adán (5:1); Noé (6:9); los hijos de Noé (10:1); Sem (1 1:10); Taré, el padre de Abraham (11:27); Ismael (25:12); Isaac (25:19); Esaú (36:1, 9); Jacob (37:2). El punto en hacer énfasis en las generaciones es que Dios no ha olvidado Su promesa. El linaje escogido de los descendientes de la mujer debe continuar. A través de la oscura y sangrienta historia del pecado y la violencia del hombre, Dios prolonga el linaje de la promesa. La promesa continua comprende una separación continua. La separación se manifiesta en seguida, ya que Dios se complació con la ofrenda de Abel y no con la de Caín. En un ataque de celos, Caín asesina a su hermano Abel. Una vez más es evidente la sorprendente paciencia de Dios, como lo había sido en el Jardín del Edén. A Caín se le perdona la vida, aunque es llevado al exilio, así como Adán y Eva fueron echados del jardín. Se registran los descendientes de Caín. Se describe su progreso en la tecnología y en la urbanización. Pero a pesar de que liberan el potencial de la creación de Dios, siguen siendo rebeldes. Se desarrollan la metalurgia, la poesía y la música; pero el fruto de esta cultura es el himno de Lamec: la canción de la espada que conmemora las amenazas del primer militar del mundo (Gn 4:23-24). Génesis no presenta el linaje de Caín como un libro de las “generaciones”. En vez de eso la narrativa se vuelve a Set. Dios les da a Adán y Eva otro hijo. Él levanta otra tradición en la humanidad a diferencia de la violencia urbanizada del linaje de Caín. El nombre “Set” se vincula con el verbo que significa designar o establecer. Dios ha designado otra simiente en lugar de Abel (Gn 4:25). Este verbo es el que se usa en la promesa de Dios: “[ Designaré ] enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella” (Gn 3:15). El eco de la palabra apoya nuestra comprensión de que Eva no solo se está gozando por tener otro hijo en lugar de bel, sino que la cuestión es la promesa de Dios, y es la fidelidad de Dios la que es aclamada. División, juicio y bendición continúan a través de las secciones de “generación” de Génesis. Quizá el linaje de Set se corrompió por los matrimonios mixtos con el linaje de Caín. La maldad y la violencia del hombre alcanzan tal grado de degradación que Dios interviene con el juicio del gran diluvio. Esa separación de la humanidad por medio de un cataclismo reduce la historia de las generaciones de Noé y de sus hijos. Otra vez los tres hijos se dividen. Dios da la bendición a Sem con extraordinaria plenitud: se debe alabar a Dios como el Dios de Sem. Su hermano Jafet habitará en las tiendas de Sem, presuntamente para compartir la bendición de la que goza Sem. Luego siguen las generaciones de Sem en el relato. La división se manifiesta una vez más cuando los descendientes de Noé se unen en la construcción de la ciudad y la torre de Babel. Como en los días de los cainitas, la ciudad se construye, no para la gloria de Dios, sino para exaltar el nombre del hombre. Otra vez Dios juzga. Para impedir el crecimiento del mal totalitario en una humanidad unida, Dios
33
confunde el idioma de los habitantes de la llanura. Las naciones se dividen y esta división provee los antecedentes para el registro de las generaciones de Taré, la historia de Abraham y sus descendientes. Con claridad el libro de Génesis provee un relato de las “generaciones” que lleva de la creación a la identidad diferente de los descendientes de Jacob en Egipto. Con todo, la historia no es una mitología fantástica de una súper raza. El pueblo de Israel no es una opción, sino una elección. Sus pecados y sus fracasos se describen con dolorosa honestidad. El enfoque no es en las hazañas de los patriarcas, sino en la fidelidad de Dios quien llamó a los patriarcas para que Su promesa no pudiera ser anulada. El alcance del vasto panorama avanza hacia un cumplimiento más allá del éxodo, a una redención que alcanzará a las naciones. El término “simiente” es ambiguo en hebreo: se puede referir a los descendientes como un grupo social o a un descendiente en lo individual. Génesis no resuelve de manera específica esa ambigüedad. Pero ya que pone delante de nosotros el linaje de padres e hijos, seguramente apunta al Segundo Adán, una Simiente que es designada como Set, llamada como Noé, escogida como Sem y hecha una bendición para toda la tierra como la Simiente de Abraham.
34
Preguntas sobre el estudio 1. ¿Cuál fue el resultado de la prueba de Adán y Eva? 2. ¿Cuál fue la voluntad de Dios para el hombre desde el principio? 3. ¿Qué piensas de la opinión de Agustín de “Felix Culpa ” (Bendita Transgresión o Feliz Pecado)? 4. ¿Cómo trataron de escaparse Adán y Eva del juicio de Dios? 5. ¿Cuál fue el resultado del oráculo (o promesa) que Dios pronunció en medio del juicio? 6. Lee Rom anos 16:20. ¿Cuál es el argumento que Pablo está apoyando? 7. ¿Cuál es la suprema ironía de la cruz? 8. ¿De qué m anera cumple Jesús el mandato que una vez se le dio a Adán? 9. Compara y contrasta los linajes de Set y de Caín. 10. Explica: “El pueblo de Israel no es una opción, sino una elección”. 11. Describe la ambigüedad de la palabra “simiente”. ¿De qué forma la ambigüedad puede ser tanto confusa como útil al interpretar la Biblia?
35
Preguntas de aplicación 1. ¿Cómo tratas de escaparte o de protegerte de Dios cuando sabes que has pecado? 2. La promesa de la victoria de Dios sobre Satanás es para ti. ¿Experimentas esta verdad en tu vida o eres una indefensa víctima del pecado? De una manera u otra, la forma en que contestes esta pregunta afectará la manera en que vives, evangelizas y sirves en la iglesia. Da ejemplos. 3. Aplícate la siguiente declaración poniendo tu nombre en el espacio: “___________ no es una opción, sino una elección”. ¿Cómo cambia esto tu opinión de ti mismo(a)? ¿Cuáles son tus pecados y fracasos a pesar de los cuales Dios te ha escogido y te ha mostrado Su fidelidad?
36
CAPÍTULO TRES
37
EL HIJO DE ABRAHAM
38
EL JURAMENTO QUE OBLIGA A CUMPLIR LA PROMESA
Abram, un hombre anciano, caminaba en la oscuridad bajo los grandes árboles en el lugar donde se asentaban sus tiendas. Aunque era rico, era nómada y no era dueño de ninguna tierra fija en el país donde su ganado y sus rebaños pastaban. Fue a un espacio abierto más allá de su campamento y se detuvo para ver el esplendor del cielo, la negra expansión que vibraba con el brillo de un sinfín de estrellas. Su vida había sido larga y difícil. En su primera trayectoria había sido un ciudadano de Ur, una ciudad con grandes riquezas en las llanuras de Mesopotamia. Pero junto con su padre se había ido de Ur a Harán, un lugar muy al norte. Cuando su padre murió, Abram y su sobrino Lot se fueron de Harán, siguiendo las rutas de las caravanas alrededor del Creciente Fértil a la tierra donde sus tiendas estaban ahora asentadas. Abram podía pensar en un distante viaje a Egipto que había terminado casi en un desastre familiar. De regreso a la tierra había resuelto una amarga pelea entre sus pastores y los de Lot, ofreciéndole a Lot que escogiera la tierra de la montaña o el valle para pastar. Lot había escogido el valle y la ciudad de Sodoma. Pero cuando los ejércitos invasores capturaron a Lot junto con los residentes de Sodoma, Abram se movió rápidamente. Usando a su considerable séquito de sirvientes como una fuerza sorprendente, rescató a Lot y al resto de los cautivos. Pudo haber añadido sustancialmente a su propia riqueza quedándose con una porción del botín que liberó, pero se negó a tocarlo. ¿Qué llenaba los pensamientos de Abram mientras estaba parado mirando fijamente los cielos? Ni los recuerdos de su batalla, ni las visiones de la riqueza que había rechazado. Abram estaba teniendo comunión con Dios. Por décadas su corazón había llevado una gran carga. Él y su esposa, Saraí, no tenían hijos. La historia de Abraham no nos da una biografía completa. Se enfoca donde el corazón de bram se enfocaba: en la promesa de Dios. Dios había llamado a Abram a dejar su casa y la casa de su padre para ponerse en camino a la tierra que Él le mostraría. Abram se tenía que separar de Ur y hasta de sus parientes en Harán. Él tenía que ponerse en camino, no como parte de la migración de un pueblo, sino como la cabeza de una sola familia. Al mandato de Dios, él se separó para volverse así el padre del linaje de la promesa. Dios tomó la iniciativa en el llamamiento de Abram, así como había tomado la iniciativa en el llamamiento de Adán en el jardín o en el llamamiento de Noé para construir el arca en que se salvaría su casa. El llamado de Dios a Abram contenía una doble promesa: que Él bendeciría a Abram y que Él lo haría una bendición. Ambos lados de la promesa estaban relacionados al compromiso de Dios de hacer de la simiente de Abram una gran nación (Gn 12:2). Dios haría grande el nombre de Abram por el hecho de que Él levantaría un gran pueblo de sus descendientes. Ellos compartirían la bendición que Dios le había dado a Abram, y Abram sería bendecido por la bendición que Dios les daría a ellos. Nuestra conciencia de la presencia de Dios ha debilitado nuestra comprensión de la bendición. Bendición es la manifestación del favor de Dios. Incluye los dones que Dios da como evidencia de Su amor y favor, pero la bendición es más de lo que Dios da. Es el vínculo del favor que une al pueblo de Dios con Él. 39
Abram fue bendito porque podía invocar el nombre del Señor, quien se le reveló (Gn 12:7-8). Porque él era el bendito de Dios también podía orar por otros: el pueblo de Sodom a (Gn 18:2-33) o Abimelec (Gn 20:17). El que Abram haya sido bendecido es, por lo tanto, la clave para que él fuera una bendición. Como amigo de Dios, su nombre fue hecho grande y él dio testimonio del gran nombre de Dios. El llamado de Dios a Abram lo apartó para hacer una nación separada para Él. Pero Dios no olvidó a las otras naciones, aquellas generaciones de los hijos de Noé enumerados en Génesis 10. Al bendecir a Abraham, Dios se propuso bendecir a las naciones. Escucharían del Dios de Abram y serían atraídas a adorarlo como su Dios, en comunión con Sus descendientes: Jafet habitaría en las tiendas de Sem (Gn 9:27). Pero mientras Abram observaba las estrellas, estas promesas estaban lejos de cumplirse. Dios le había prometido una tierra, pero todavía era un nómada en la tierra que iba a ser suya. Dios había prometido hacer de él una gran nación, pero su esposa Saraí todavía era estéril y sus años de fertilidad ya habían pasado. Sin embargo, el mismo Dios había llevado a Abram a ver las estrellas, porque Dios se le había aparecido en una visión diciendo: “Yo soy tu escudo, y muy grande será tu recompensa” (Gn 15:1). Abram había escuchado esta promesa renovada, pero solo aumentó la agonía de su corazón: “Señor y Dios, ¿para qué vas a darme algo, si aún sigo sin tener hijos, y el heredero de mis bienes será Eliezer de Damasco?” (Gn 15:2). Aunque Dios una vez más le había hablado a bram, ¿no eran las palabras divinas solo palabras cuando la realidad era tan diferente? Dios prometió no solamente darle a Abram una recompensa, sino ser la Recompensa de Abram. No existía una mayor bendición posible. Dios mismo sería la heredad y la porción de Abram y su simiente. Parecía que Abram había perdido la magnificencia de la promesa, pero Dios no lo condenó. Más bien Dios lo llamó bajo este cielo de la noche para encender su fe. “Mira hacia el cielo y cuenta las estrellas, a ver si puedes. ¡Así de numerosa será tu descendencia!” (Gn 15:5). El Dios que había extendido las galaxias multiplicaría la simiente de Abram. La promesa de Dios era segura. Abram vio las estrellas y con los ojos de la fe vio la gloria del Señor: “Abram creyó al Señor, y el Señor lo reconoció a él como justo” (Gn 15:6). El apóstol Pablo también escoge ese versículo para apoyar su enseñanza de la justificación por fe. Abram no se había ganado el favor de Dios por hechos de justicia. Más bien, la justicia se le había acreditado. Él confió, no en lo que había hecho o podía hacer, sino en lo que Dios había dicho y haría. La fe de Abram se levantó de la oscuridad de sus dudas y temores, y ahí, viendo las estrellas, él le creyó a Dios. Sin embargo, a pesar de que era creyente, Abram buscó una mayor seguridad. ¿Cómo podía saber que realmente él heredaría la Tierra Prometida? (Gn 15:8). La respuesta de Dios fue una evidencia, incluso más abrumadora, de Su gracia y misericordia majestuosas. Abram no fue juzgado por pedir una señal. En lugar de eso, Dios le dio las instrucciones de sacrificar una ternera, una cabra y un carnero junto con una tórtola y un pichón de paloma. Los animales tenían que ser partidos por la mitad para que sus mitades formaran dos hileras con un pasillo entre ellas. Abram pasó el resto del día espantando a las aves de rapiña de este escaparate de carroña.
40
Cuando el sol se puso, Abram cayó en un profundo sueño y lo envolvió una oscuridad aterradora. Otra vez Dios comenzó a hablarle. Habló de las desconsoladoras noticias del exilio, la cautividad y la esclavitud de la descendencia de Abram. Sin embargo, una vez más, Él declaró la promesa de que en la cuarta generación regresarían y por fin poseerían la Tierra Prometida. En el silencio, después del oráculo, una luz terrible apareció en la oscuridad. Un rayo abrasador pasó por el pasillo formado por los pedazos divididos. La misma terminología que se usa en este relato para describir la oscuridad y el fuego se usa más adelante para describir el fuego del Señor en el Sinaí, donde Dios apareció en el fuego y la nube (Gn 15:12, 17; Éx 19:18; 20:18, 21). El simbolismo es claro en la profecía de Jeremías (Jer 34:18-20). Caminar entre las partes divididas del sacrificio de un animal era una ceremonia de una toma de juramento. El juramento era claramente una autom aldición en su simbolismo: “Si no cumplo el juramento que juro, que sea yo dividido como lo ha sido este animal”. Lo maravilloso de esta visión es que Dios mismo hace el juramento. Él le jura a Abram por Su propia vida que Él llevará a cabo la palabra que Él ha prometido. Este juramento divino sella el pacto que Dios hace con Abram. En ese pacto Él promete destruir a los malvados habitantes de la tierra y dársela a los descendientes de Abram. El pacto se enfoca en la simiente de Abram: la nación que Dios levantará, los descendientes (y el Descendiente) de la promesa. La inminencia de la presencia del Dios santo llenó la oscuridad y encendió el fuego. Dios no rompería Su palabra. Pero ¿qué pasaría con los pecados de Abram y de la nación que nacería de él? ¿No debían ser devorados por la misma llama del juicio que Dios traería sobre los amonitas, cuando se llenara la copa de su iniquidad? (Gn 15:16). Si Dios iba a cumplir Su juramento de bendecir a Abram, ¿cómo podía triunfar Su misericordia sobre Su ira? La respuesta no se reveló por completo hasta que la oscuridad de Dios cubrió el Calvario. hí el Hijo de Dios soportó la maldición de Su propia imprecación, no porque Él fuera culpable, sino porque Él tomó el lugar del culpable. Tal es el costo final del juramento de gracia por parte de Dios. Ese misterioso juramento tuvo una solemnidad terrible. Apuntó más allá de los siglos de esclavitud en Egipto, más allá del regalo de la Tierra Prometida; apuntó al día en que la promesa de Dios sería pagada con Su propia vida, con sangre (1P 1:18-19).
41
DIOS INTENSIFICA SU PROMESA
Abram creyó la promesa de Dios. El juramento de Dios así como la descripción específica de las dificultades reservadas para su descendencia lo estremecieron. Pero Abram todavía no tenía hijos. Habían pasado diez largos años desde que había llegado a la tierra de Canaán. Estaba ahora en sus ochenta años. La promesa de Dios no solo se había retrasado; era, de seguro, imposible. Saraí, su esposa, conociendo la desesperanza de su condición por no tener hijos, le propuso a Abram una estrategia. De acuerdo con las costumbres de la época, el hijo de una sierva podía ser considerado como suyo. Así que Saraí le dio a Abram su sierva Agar con la esperanza de que Agar pariera al hijo de la promesa. Como resultado, Agar sí quedó embarazada de Abram. Sin embargo, el gozo de Abram por la noticia se disminuyó de algún modo cuando Agar presionó su ventaja sobre su señora. Abram se vio forzado a soportar a Saraí en contra de Agar. Cuando Saraí la trató con dureza, Agar huyó, pero un ángel la persuadió de que regresara. Restaurada en el campamento, Agar tuvo un hijo: Ismael. ¿Era así, entonces, la manera en la que Dios cumpliría Su promesa? Así parecía. Dios había intervenido en la huida de Agar para ordenarle que regresara y se sometiera a Saraí. El nombre Ismael (“Dios Escucha”) lo dio el ngel del Señor para querer decir que Dios había escuchado la aflicción de Agar. Pasaron más años. En el año noventa y nueve de Abram, una vez más Dios se le apareció, estableciendo Su pacto con límites más amplios y grandes promesas. Ya que Abraham ahora tenía a Ismael como hijo, Ismael también encabezaría una nación. Abraham sería el padre de muchas naciones. Se le dio la circuncisión como señal del pacto (en un momento en que la circuncisión le podría haber parecido a Abram un símbolo especialmente inadecuado, haciendo referencia, como lo hizo, al fruto de la procreación). Dios cambió su nombre a braham: “Padre de una Multitud”. A Saraí le cambió el nombre al título real de Sara: “Princesa”. Dios confirmó Su pacto: Él sería el Dios de Abraham y de su simiente después de él. Su pacto sería eterno. Pero Dios también prometió otra vez que Abraham tendría un hijo de Sara, su esposa. Ella, también, sería madre de naciones y linajes reales estarían entre su descendencia. Era demasiado para Abraham. El recién nombrado “Padre de una Multitud” se rió a carcajadas. Todo había ido demasiado lejos. Ahora era ridículo. ¿Sara daría a luz un hijo? ¿A su edad? ¿Una mujer de noventa años daría a luz un hijo con un homb re de un siglo de edad? Lo absurdo del panorama parecía que le daba una irónica satisfacción a Abraham después de todos esos años de ansiosa espera. Ya que él ahora estaba convencido que esto no podía pasar, reírse era un desahogo. Pero ante el Señor, Abraham recobró la compostura. “¡Deja que Ismael viva para ti!”, dijo Abraham. (En otras palabras: “Señor, sé razonable. Después de todo, sí tengo un hijo –un buen muchacho de trece años de edad–. Ismael es un milagro suficiente, Señor. Solo hazlo a él la cabeza de la nación prometida. Escógelo como el linaje de la promesa. La promesa de Tu pacto es gloriosa, pero hablar de un hijo de Sara es demasiado…”). Las promesas de Dios siempre son exorbitantes y habría muchos que propondrían que Dios se contentara con Ismael. Lo milagroso en la Biblia, incluyendo la historia de Abraham y Sara, es ofensivo a los hijos contemporáneos del así llamado Siglo de las Luces. Sí, la historia es hermosa como una leyenda, pero biológicamente es realmente demasiado absurda. Dios destruye Su credibilidad prometiendo demasiado. Por supuesto, la ciencia podría acercarse a 42
algunos de los milagros de Dios: semen congelado, fertilización in vitro, trasplantes de órganos –la biología moderna lo podría lograr–. Pero antes de los avances de la ciencia moderna, cualquier cosa como esa tenía que ser considerada francamente imposible. La risa de la incredulidad moderna es bastante diferente de la risa de Abraham. Abraham estaba asombrado por la promesa, pero estaba genuinamente agradecido por Ismael y profundamente interesado en que el pacto de Dios se cumpliera para sus descendientes. Dios le aseguró a Abraham que Ismael no sería olvidado. Él, también, sería bendito de Dios. Pero el linaje de la promesa vendría a través del hijo de Sara. Y así Dios solo le dio a Abraham el nombre correcto para que le pusiera a su hijo: Isaac –“¡Risa!”. No solo Abraham se rió; Sara también lo hizo. El Ángel del Señor vino a visitar a Abraham con dos compañeros. Bajo los grandes árboles de Mamre, donde Abraham había visto las estrellas, los visitantes angelicales disfrutaron la hospitalidad de Abraham. Después preguntaron por su esposa Sara. El Señor le dijo a Abraham: “Dentro de un año volveré a verte… y para entonces tu esposa Sara tendrá un hijo” (Gn 18:10). Con esto, Sara, que estaba escuchando la conversación a la entrada de su tienda, se echó a reír. El Ángel del Señor la retó: “¿Por qué se rió Sara? ¿Es alguna palabra demasiado maravillosa para Dios?” 1 (Gn 18:13). vergonzada, Sara mintió: “No me reí”, dijo confundida. Pero el Señor quería la verdad en el registro –y en su corazón: “Sí te has reído” (Gn 18:15). La promesa de Dios, como bien sabemos, se mantuvo. Sara sí concibió y, al tiempo prometido por Dios, tuvo un hijo. Al niñito se le dio el nombre que Dios había escogido para él: Isaac –Risa. En la circuncisión de Isaac, Sara se rió otra vez, no en incredulidad, sino con alegría incrédula. “Dios me ha hecho reír”, dijo. “Y todos los que se enteren de que he tenido un hijo, se reirán conmigo. ¿Quién le hubiera dicho a Abraham que Sara amamantaría hijos?” (Gn 21:6-7). ¿Quién lo haría, sino el Dios que promete lo imposible y cumple Su promesa? En Isaac escuchamos la risa triunfadora de la gracia de Dios. Él se deleita en cumplir Su absurda promesa de bendición. Al jactancioso infiel se le debe recordar que “El que se sienta en los cielos se ríe” (Sal 2:4 LBLA), pero hay una risa de gracia así como una de juicio. Sara entendió el punto de vista de Dios; ¡ella se rió! Una vez más, no podemos perder el enfoque de la promesa. Abraham sería bendito en su linaje; se volverían grandes naciones. Pero el enfoque estaba en Isaac, el hijo de la promesa, el hijo que se le había dado para mostrar que ninguna palabra de Dios carece de poder. Dios aclaró eso cuando le pidió a Abraham que mandara lejos a Ismael: “En Isaac te será llamada descendencia” (Gn 21:12 RV60). Isaac, el hijo prometido, era el hijo amado. De hecho, se podría hablar de él como el único hijo de Abraham porque él era el heredero de la promesa. Con el tiempo nació el Hijo prometido de Dios. Cuando el ángel le anunció a María el maravilloso nacimiento, ella no se rió, sino que susurró con asombro: “¿Cómo podrá suceder esto puesto que soy virgen?” (Lc 1:34). La respuesta que ella recibió fue la misma que Dios le había dado a Sara: “Para Dios no hay nada imposible” (Lc 1:37; Gn 18:14) 2. ¿Es necesario que nos asombremos de que Jesús dijera: “Abraham se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se alegró”? (Jn 8:56). La fe fortalecida de Abraham se aferró a la promesa y su alegría le dio la bienvenida al nacimiento de Risa. Así también podía mirar hacia el futuro, al día en que toda la promesa de Dios se cumpliría en su Simiente.
43
44
¿SE CONTRADICE LA PROMESA?
La vida de Abraham fue una peregrinación por fe. Su fe había sido llevada al punto de lo absurdo, pero había aprendido que ninguna palabra de Dios carece de poder. La prueba que le quedaba a Abraham era, como diríamos, para no creerse. Isaac, el hijo de la promesa, era la evidencia viviente de la fidelidad de Dios. Él era Risa, la promesa cumplida, la fe convertida en vista. Pero ahora Dios probaba a Abraham con una orden que parecía hacer la fe completamente irracional. Él le mandó a Abraham ofrecer a Isaac como un holocausto en un lugar designado. ¿Qué podía estar pidiendo Dios? Una cosa era esperar, más allá de toda la razón, el cumplimiento de la promesa. Otra cosa era, en contra de toda la razón, destruir con sus propias manos la promesa que se había cumplido. ¿No sabía Dios el amor que ahora Abraham tenía por Isaac? Sí, Dios lo sabía: “Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moria. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré” (Gn 22:2). No se puede imaginar un crisol más ardiente para la fe. El costo para Abraham era todo. Todo el holocausto era un símbolo de consagración, de ofrecer a Dios un sacrificio sin reservas o demora, un cordero del rebaño o un buey de la manada. A la palabra del Señor Abraham había entregado a Ismael, lo había mandado lejos. Pero ahora a Abraham se le pedía entregar a Isaac, totalmente y sin reservas. No fue suficiente que Abraham dijera: “Todas las cosas las tengo como pérdida por amor del Señor”. No; él debía soportar la pérdida de todas las cosas, y por su propia mano debía llevar a cabo el terrible sacrificio. Parece que a Abraham se le demanda incluso más que el precio del amor. ¿Y qué pasaría con la promesa misma? ¿No se le estaba pidiendo a Abraham entregar incluso eso? Él iba a ser el “Padre de una Multitud”, pero Dios estaba demandando el sacrifico de su único hijo. ¿El mandato de Dios no destruía la promesa de Dios? ¿Cómo podía Abraham comprometerse a confiar en la palabra de Dios cuando esa misma palabra parecía contradictoria? Fue con ese dilema que Satanás trató de arremeter contra Jesús en el desierto. Si Él era de verdad el Hijo de Dios, enviado para ser el Redentor del mundo, ¿no estaba Dios en el proceso de destruir esa misma palabra de la promesa llevándolo al desierto y permitiendo que muriera de hambre? No se podía confiar en la orden que Dios le había dado a Jesús, pensó Satanás. Dios no lo estaba librando de la muerte y podría no librarlo de la muerte. Era el momento para que Él probara a Dios. Si Dios era Su Padre, Él solo le había dado piedras como pan; y ya que Dios no había tenido a bien convertir las piedras en pan para Él, debía dejar que Él las convirtiera. Así Abraham pudo haber sido tentado: desafiar el mandato de Dios y de esa manera aferrarse a la realidad de su situación, en vez de a la palabra pura de Dios. Pero, porque Abraham le creía a Dios, él no dudó de la bondad, sabiduría y fidelidad de Dios. Debemos recordar que Dios no le pidió asesinar a su hijo, sino ofrecerlo como un sacrificio. La diferencia es importante. En el Antiguo Testamento es evidente que, ante Dios, las vidas de todos los hombres pecadores están legalmente perdidas por incumplimiento de las obligaciones; Dios puede exigir la muerte de cualquier pecador. Además, la demanda del juicio de Dios se dirige contra el primogénito como el representante de todos. Como Creador, Dios le pidió a Israel que consagrara al primogénito de sus rebaños y manadas. Como Redentor, Él le pidió a Israel sus hijos primogénitos (Éx 13:15; 22:29). En la liberación de Éxodo, Dios reclamó los hijos primogénitos de los egipcios en un juicio contra sus pecados. 45
Pero Israel también era un pueblo pecador. Los hijos primogénitos de Israel también estaban bajo la amenaza del ángel de la muerte. Para que los hijos de Israel no murieran, Dios proveyó la ordenanza del cordero de la Pascua. El ángel vio la sangre del cordero en los dinteles de las puertas y pasó por encima de los hogares israelitas. Pero el reclamo de Dios todavía permanecía de una manera especial sobre el hijo primogénito (Éx 22:29). Los levitas sirvieron a Dios para saldar esta demanda, hasta completar el número. Además, la ley preveía el pago de un rescate. El primogénito sería redimido mediante el pago de la suma de cinco monedas de plata. Así él seguía siendo parte de la familia, pero pertenecía a Dios (Nm 3:11-13; 44-51; 8:14-19). La demanda que Dios hizo de Isaac estuvo de acuerdo con Su demanda de todo primogénito del linaje de Abraham. Dios no le estaba ordenando a Abraham cometer un crimen, sino ejecutar un juicio que justamente adeudaba. Además, todos los sacrificios que involucraban el derramamiento de sangre conllevaban el simbolismo de la expiación para satisfacer el pecado. Abraham también era un pecador. ¿Cómo podía ser aceptable a Dios? ¿Debía ofrecer el fruto de su cuerpo por el pecado de su alma? (Mi 6:7). Ya que la promesa de Dios de la bendición a Abraham tenía que incluir la redención del pecado, ¿no era necesaria una ofrenda mayor, para pagar el precio del pecado, que la ofrenda de corderos, toros y cabras? Si la promesa de la bendición salvadora de Dios iba a venir a través de la simiente de Abraham, ¿no era Isaac el que llevaba el pecado? ¿No se lo había dado Dios a Abraham para que Abraham se lo regresara a Dios? Por supuesto, como sabemos, el propósito de Dios era proveer un sustituto para Isaac: un carnero enredado en un matorral en el monte del sacrificio. En el resultado, el evento no proporcionó una justificación para los sacrificios humanos, sino al contrario: Dios prohibió tales sacrificios aceptando en cambio la ofrenda de animales. Con todo esto no debemos perder el significado del mandamiento. Dios puede y debe requerir de Abraham, no solo la dedicación de todo lo que él tiene y es, sino también la plena satisfacción debida a la santa justicia de Dios. Para Abraham, dar el fruto de su cuerpo por el pecado de su alma no sería un precio demasiado grande; de hecho, su propia vida como pecador estaba legalmente perdida por incumplimiento de las obligaciones, mereciendo la muerte como el juicio de Dios. El costo de la redención es todo. De hecho, incluso Isaac, el hijo de la promesa, no es suficiente. Isaac también es un pecador. La ofrenda de un p ecador por otro no puede ser aceptable para Dios. Un padre no se puede ofrecer a sí mismo por el pecado de su hijo, ni un hijo por el pecado de su padre. La docilidad de Isaac a la temerosa acción de Abraham puede indicar su disposición de servir a su padre incluso en la muerte; pero la muerte de Isaac no puede expiar el pecado de Abraham. Esto también es parte del significado de la provisión que Dios hace del carnero para el holocausto, el cual es el símbolo del perfecto Sacrificio que vendría. La fe de Abraham fue probada cuando Dios le pidió dar todo. La fe no puede ser menos que total. Confiar en Dios significa verlo solo a Él, encontrar en Él todas nuestras esperanzas, no retener nada, no tener ninguna reserva. La fe es compromiso. Pero solo porque la fe mira a Dios y no a nosotros, el dar de la fe es realmente recibir. En compromiso, el precio que la fe paga es todo. Pero en confianza total, el precio es nada. La fe mira a Dios, no al hombre, como el dador.
46
El autor de Hebreos llama la atención sobre este lado de la fe de Abraham. Por fe braham, cuando Dios lo probó, ofreció a Isaac como un sacrificio. El que había recibido la promesa estaba a punto de sacrificar a su único hijo, a pesar de que Dios le había dicho: “Tu descendencia se establecerá por medio de Isaac”. Abraham llegó a la conclusión de que Dios podía resucitar a los muertos; hablando en sentido figurado, él recibió a Isaac de los muertos (Heb 11:17-19). Abraham había recibido la promesa de Dios. La palabra de Dios no podía fallar. Si braham iba a entregar a Isaac, entonces él también tenía que recibir a Isaac otra vez. Hay una pista de esto en la narrativa de Génesis, a la que el autor de Hebreos está llamando nuestra atención cuando habla de la fe de Abraham en la resurrección. Cuando Abraham tuvo a la vista el Monte Moria, les pidió a sus siervos que lo esperaran. ¡No estaría bien tener a todo el grupo como público mientras él sacrificaba a su hijo! Pero mientras Abraham los dejaba, dijo: “Quédense aquí con el asno. El muchacho y yo seguiremos adelante para adorar a Dios, y luego regresaremos junto a ustedes” (Gn 2 2:5). Parece que el autor de Hebreos visualiza fe, y no un engaño, en las palabras de Abraham. A medida que Abraham ascendía al monte con Isaac, estaba extrañamente confiado de que regresaría con su hijo. La promesa de Dios no se podía anular. Quizá esta convicción por parte de Abraham se manifiesta también en la respuesta que dio a la pregunta de Isaac que le rompía el alma. Mientras ascendían juntos la montaña, Isaac iba cargando la leña para el sacrificio (evidentemente era un joven fuerte, no un niño pequeño). Abraham llevaba el fuego y el cuchillo. Y los dos siguieron cam inando juntos. Isaac le dijo a Abraham: —¡Padre! —Dime, hijo mío. —Aquí tenemos el fuego y la leña —continuó Isaac—; pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto? —El cordero, hijo mío, lo proveerá Dios —le respondió Abraham (Gn 22:6-8). Abraham no estaba diciendo una mentira cuando contestó la pregunta de Isaac que se clavó como un cuchillo en su corazón. Había ambigüedad en su respuesta, pero una ambigüedad que revelaba fe. En el texto en hebreo, la palabra de Abraham aquí literalmente es “ver”. Dios “vería” el cordero para el holocausto. Esto puede significar que Dios iba a escoger un cordero o que Dios iba a “ver” un cordero. Este término es el que Abraham usó cuando le puso nombre al lugar del sacrificio: “Jehová-jireh”. El nombre lo explica la declaración: “En el monte de Jehová será provisto” (Gn 22:14, RV60) o se “verá” (RV1862). El nombre que Abraham le puso al lugar era un grito del triunfo de la fe. En ese momento agonizante, cuando su hijo había preguntado dónde estaba el cordero para el sacrificio, braham se había arrojado a la fidelidad de Dios. Dios escogería el cordero. Él vería el sacrificio; Él contemplaría a Su escogido, al que Él había provisto. Efectivamente Dios había visto y ahora Abraham también había visto. Él conocía la misericordia de Dios y la provisión que Él había hecho para la redención de Isaac y de Abraham. El costo de la redención fue total, pero lo que Dios demandaba Él mismo lo proveía. La fe de Abraham no apunta a Abraham, sino nos señala a Dios, al Dios que ve, al Dios que provee.
47
Dios tenía un propósito adicional al convocar a Abraham al Monte Moria. Él no solo quería probar y fortalecer la fe de Abraham. Él también quería informar la fe de Abraham, para mostrar a Abraham por medio de un símbolo que Dios pagaría el precio de la redención. A braham se le mostró el día de Cristo; fue llevado hasta el área donde el Templo estaría después, hasta el monte donde la cruz del Calvario se levantaría. El Cordero que Dios proveería quitaría el pecado mediante el sacrifico de Él mismo. De hecho, el apóstol Pablo usa con atrevimiento la figura del sacrificio de Abraham para señalarnos la provisión del Padre en el cielo: “El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con Él, todas las cosas?” (Ro 8:32). La sangre de toros y cabras no puede quitar el pecado; Isaac, el hijo de la promesa, no puede ser el holocausto. Al fin, solo un sacrificio puede pagar el precio del pecado: el sacrificio del Amado y Unigénito Hijo de Dios. El misterio envuelve el milagro de ese último Sacrificio, y el relato de Génesis 22 apunta al corazón de esto. Dios, quien había provisto a Abraham de un hijo, también proveería el sacrificio para Abraham. Dios, no Abraham, pagó el precio de la redención. En efecto, solo Dios podía pagar el precio. Él lo pagó, no al proveer un carnero o un cordero, sino al dar a Su propio Hijo, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:29). El misterio radica no solo en la Encarnación: que el eterno Hijo de Dios tomara nuestra naturaleza humana para tomar nuestro lugar en la cruz. El misterio radica también en la entrega del Padre. Dios no es hombre, movido por emociones pasajeras, sujeto al tiempo y al cambio. Él es el Creador eterno e inmutable. Pero, como nos lo dice el apóstol Pablo, Él dio lo más querido para Él, por nosotros los pecadores. Cuando Pablo describe el amor que Dios tiene por nosotros, al mismo tiempo se vuelve a la muerte de Cristo: A la verdad, como éramos incapaces de salvarnos, en el tiempo señalado Cristo murió por los malvados. Difícilmente habrá quien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios demuestra Su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros (Ro 5:6-8). Atiende nuevamente a las palabras de Pablo… ¿No esperarías que él escribiera: “Pero Cristo demuestra Su amor por nosotros”? Fue Cristo quien murió por nosotros a pesar de que todavía éramos pecadores. Seguramente Cristo demostró Su amor por nosotros. Pero Pablo dice del Padre lo que tú esperarías que dijera del Hijo. El Calvario demuestra el amor del Padre por nosotros. ¿Cómo? Pablo nos señalaría la escena del Monte Moria. Él nos recordaría al hijo que era llamado el “amado”, el único hijo de braham (Gn 22:2). A Abraham se le pidió no escatimar a su amado hijo. Sentimos cómo se le parte el alma cuando Isaac le pregunta: “Padre, ¿dónde está el cordero?” (Gn 22:7). Aun así braham caminó con Isaac, subiendo el monte, los dos juntos. Así también Pablo nos recordaría que el Padre celestial llevó a Su Amado a la colina del Gólgota. Cuando el Hijo, que siempre complacía al Padre, clamó con fuerza: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46 ; Mr 15:34), el Padre pagó el precio con Su silencio. No podemos entender cómo puede ser esto; sabemos que no podemos pensar en el Dios eterno en términos meramente humanos. Sin embargo, como Pablo, Juan nos recuerda que: “… tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él
48
no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3:16). Dios hizo lo que Abraham no tuvo que hacer: Él hizo a Su Hijo una ofrenda por el pecado. Debemos confesar de manera reverente que, para Dios, el costo de nuestra salvación fue todo. Así manifestó Dios Su amor entre nosotros: en que envió a Su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a Su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados (1Jn 4:9-10). Sin la tipología del sacrificio de Abraham no podríamos entender, en el Nuevo Testamento, la profundidad del significado de la enseñanza sobre el amor de Dios al dar a Su mado. En la oscuridad del Calvario, el Padre también pagó el precio del amor. En esta prueba suprema de la fe de Abraham, la estructura de la tipología del Antiguo Testamento una vez más se manifiesta de manera clara. La fe es fundamental porque la promesa es fundamental. Abraham se aferra a la palabra de Dios, aunque parezca ser contradictoria. De este modo se revela la gracia de Dios. Dios resuelve la contradicción y al hacerlo apunta al mayor misterio de Su futura obra de gracia. El simbolismo de los tratos de Dios con Abraham encuentra su máxima resolución y cumplimiento solo en la venida de Cristo.
49
Preguntas sobre el estudio 1. ¿Cuál es la gran carga que Abram llevaba? 2. “El llamado de Dios a Abram contenía una doble promesa”. ¿Cuáles son los dos lados de la promesa? 3. Define la palabra “bendición”. 4. ¿Por qué fue el hecho de que Dios bendijera a Abram la clave para que él fuera una bendición? 5. Lee G énesis 15:6. ¿Qué doctrina importante ve Pablo para apoyarse en este versículo? 6. ¿Qué es lo importante en el hecho que Dios camina por en medio de los pedazos de un animal partido a la mitad durante la ceremonia del juramento con Abram? 7. ¿Cuál es el “costo final” del juramento de gracia de Dios? 8. ¿Cómo trató de arreglar Abram el problema de la esterilidad de Saraí? 9. ¿Cóm o llamó Abraham al hijo que Sara dio a luz? ¿Qué quiere decir el nombre y por qué es importante? 10. Dios le mandó a Abraham sacrificar a su hijo Isaac. ¿Por qué esta orden parecía completamente irracional? ¿Era injusto que Dios pidiera tal sacrificio? ¿Por qué sí o por qué no? 11. Explica las siguientes declaraciones: “El costo de la redención es todo” y “La fe no puede ser menos que total”. 12. ¿De qué manera Isaac es una imagen de Cristo? Si Isaac es una figura de Jesús, ¿de qué manera Abraham es una imagen de Dios Padre?
50
Preguntas de aplicación 1. Como Abraham, a veces nos impacientamos con las promesas d e Dios y tratamos de cumplirlas a nuestra manera. ¿Cómo tratas de tomar las situaciones en tus propias manos y encontrar tus propias soluciones, en vez de esperar en Dios? Da ejemplos. 2. ¿Alguna vez Dios te ha pedido ofrecerle algo o alguien muy querido para ti? ¿Qué sentiste? ¿Cómo tratas con esos sentimientos? ¿Se fortaleció tu fe a través de todo eso? 3. ¿Cómo aplicarías la siguiente declaración a tu propia vida: “La fe no puede ser menos que total”? Ora y pídele a Dios que te revele áreas de tu vida que todavía retienes. 4. ¿Qué te enseña Abraham sobre Dios Padre? ¿Qué significa esto para ti como hijo(a) de Dios?
51
CAPÍTULO CUATRO
52
EL HEREDERO DE LA PROMESA
53
LA ESCALERA DEL CIELO: LA PROMESA RENOVADA
Bajo las mismas estrellas que Dios le había mostrado a su abuelo Abraham, Jacob se preparaba para ir a dormir. Estaba cansado; el sol se había puesto sobre su largo día de viaje antes que él subiera la colina donde pasaría la noche. Pero no eran los kilómetros los que habían cansado a Jacob, ni tampoco la pequeña bolsa con sus pertenencias que había dejado caer en la cima de la colina. Era otra carga que no se podía quitar. Jacob estaba en el exilio. Había dejado las tiendas de su padre, Isaac, en Berseba, muy al sur. ¿Volvería a ver a su anciano y ciego padre? Cierto, se había ido con la bendición de Isaac; su padre lo había enviado a Harán a encontrar esposa entre el pueblo de su madre (Gn 28:2). Pero no se había ido de Berseba en paz. Había huido de su hermano mellizo Esaú. Esaú solo estaba esperando la muerte de su padre Isaac para vengarse con la sangre de Jacob. Jacob conocía bien la rivalidad que había convertido a su mellizo en su enemigo. Esaú había nacido primero y era, por lo tanto, el heredero principal de su padre. Pero Jacob nunca pudo estar de acuerdo con eso. Incluso en el nacimiento (así se lo había contado su madre) acob había cogido a su hermano por el talón. El favorito de su madre, Jacob, usó después su habilidad como cocinero para establecer un trato desaforado con Esaú. Cuando, un día, su fornido hermano llegó hambriento de cazar, Jacob estaba justamente tomando un plato de un guiso de lentejas que estaba en el fuego. “Rápido, ¡dame de ese guiso rojo! ¡Me estoy muriendo de hambre!”, gritó el mellizo mayor. “Primero véndeme tu primogenitura”, fue la respuesta de Jacob. Increíblemente Esaú estuvo de acuerdo. “Mira, ¡me estoy muriendo! ¿De qué me sirven los derechos de primogenitura?”. Y así Esaú vendió su lugar como el hijo primogénito por un plato de un guiso de lentejas (Gn 25:29-34). Lo que Jacob deseaba por encima de cualquier cosa no valía un almuerzo para Esaú. Eso había pasado hacía mucho tiempo, pero había sido un día que tanto Jacob como su madre Rebeca seguirían recordando. También recordaban cuando Isaac había anunciado que le daría a Esaú su bendición y transferiría su herencia. El tiempo del ajuste de cuentas había llegado. Rebeca tomó acción inmediata. Estaba decidida a que la oferta de Esaú se mantuviera. acob debía tener la primogenitura. Isaac había enviado a Esaú a cazar de la caza silvestre que amaba. Le daría su bendición después de haber gozado de la cena con su hijo el cazador. Bajo las instrucciones de Rebeca, Jacob trajo dos cabritos del rebaño. Rebeca los cocinó al gusto de su esposo (las especias podían cubrir cualquier falta de sabor fuerte). Después Jacob se hizo pasar por Esaú. Le sirvió a su padre ciego el “guisado del cazador” que había hecho su madre. Aunque no podía disfrazar su voz, por lo menos sus brazos se podían hacer auténticamente velludos: Jacob los envolvió con la piel de los cabritos. El engaño tuvo éxito. Las mentiras que Jacob preparó acabaron con las sospechas de Isaac: por supuesto que él era Esaú; había regresado muy rápido porque Dios había prosperado su caza. Convencido al fin, al sentir los brazos de Jacob, Isaac pronunció sobre Jacob la bendición del hijo primogénito, la bendición que Dios le había dado a Abraham y al linaje de la promesa de Dios. 54
Esaú, cuando por fin llegó con la caza silvestre que había conseguido, primero se desmayó y después se puso furioso. Su padre no retiraría, no podía retirar, la bendición que le había dado a Jacob. La bendición incluía el derecho de Jacob de señorear sobre Esaú su hermano (Gn 27:37). Lo mejor que Isaac le podía dar a Esaú era la promesa de que un día él se quitaría de encima el yugo de su hermano –una promesa que no era completamente reconfortante en vista de la rica bendición que Jacob tenía. Jacob tenía ahora lo que quería, lo que había ganado al engañar a su padre. No había duda de ello. Justo antes de que dejara Berseba, su padre Isaac había renovado la bendición, identificándola como la bendición de Abraham, la bendición que incluía la tierra y el linaje de la promesa (Gn 28:3-4). ¡Jacob la tenía! Pero ¿qué tenía? Isaac mismo había sido un residente temporal, un nómada que se movía de un lugar a otro cuando otros reclamaban los pozos que él cavaba. Pero Jacob estaba perdiendo ahora toda reivindicación de la tierra. La estaba dejando. ¿Qué podía significar la bendición de Abraham para alguien que no se atrevía a regresar a la tierra a la que Abraham había sido llamado? Bajo las estrellas, Jacob colocó una piedra que le sirvió como cabecera, recogió su manto sobre él y se acostó a dormir. Después soñó. El suyo no fue un sueño común. Dios, que les habló a los antepasados de diferentes maneras (Heb 1:1), se reveló a Jacob. En su sueño, Jacob vio una gran escalera de piedra que se extendía hasta el cielo 1. Unos ángeles subían; otros ángeles bajaban. En medio de los ángeles estaba el Señor mismo. Él bajó por la escalera y después llegó y se paró sobre Jacob 2. Seguramente Jacob conocía las torres de los zigurats que se habían construido en Mesopotamia, la tierra natal de su abuelo. Estas estructuras, construidas en capas como un pastel de boda cuadrado, tenían escaleras de piedras que se apoyaban en ellas y que llevaban al cielo. Los arqueólogos nos dicen que los escalones de esas escaleras eran muy altos para que los hombres los pudieran usar3. Estaban diseñados para los dioses. En la cúspide del zigurat había un pequeño santuario, y en la parte inferior un templo más grande. Aparentemente el santuario en la cúspide del zigurat representaba la morada celestial del dios. (¡Por lo menos podía servir como la sala de recepción de un helipuerto donde el dios aterrizaba!). El dios, entonces, podía descender los grandes escalones para visitar su templo que estaba en la parte inferior. No sabemos, por supuesto, si la torre de Babel fue diseñada con el patrón de un zigurat. ¿Los orgullosos constructores de Babel buscaron establecer comunicación entre el cielo y la tierra bajo sus propios términos? (El zigurat posterior de Larsa se llamó “La Casa de Enlace entre el Cielo y la Tierra”). En cualquier caso, se nos dice que los constructores de Babel planearon una torre que llegara al cielo (Gn 11:4). Esa misma frase describe la escalera del sueño de Jacob (Gn 28:12). La torre de los hombres no pudo alcanzar el cielo. (Los primeros cosmonautas rusos no lo alcanzaron tampoco cuando reportaron desde su cohete que ¡el espacio estaba vacío!). Dios sí descendió a la torre de Babel, pero no para santificar la presunción del hombre. Él bajó para juzgar la tierra y para interrumpir la orgullosa unidad de la humanidad, una unidad que amenazaba con encerrar a la humanidad bajo la oscuridad totalitaria. La torre-escalera del sueño de Jacob fue la respuesta de Dios a la torre de Babel. La parte de arriba de la escalera sí llegaba al cielo porque Dios era el constructor, no el hombre. Solo Dios establece la comunicación entre el cielo y la tierra. La verdadera religión no emana de la 55
búsqueda del hombre, sino de la intervención de Dios. La humanidad rebelde no ha buscado al Señor. Al contrario, las personas buscan escapar de Él erigiendo torres, templos e ídolos de su propia imaginación. Una pregunta penetrante que va a la raíz de toda clase de idolatría de los hombres es: “¿Qué has hecho con Dios?”. Dios, que llamó a Adán y a Eva cuando se escondieron en el jardín; Dios, que le dio las instrucciones a Noé para construir el arca; Dios, que llamó a Abraham para que dejara la casa de su padre… este mismo Dios tomó la iniciativa con Jacob. Pablo nos recuerda que Dios escogió a Jacob, y no a Esaú, aun antes que los mellizos nacieran (Ro 9:10-13). Jacob no tenía nada de qué presumir; sin embargo, tenía que aprender a decir con Pablo: “Porque todas las cosas proceden de Él, y existen por Él y para Él. ¡A Él sea la gloria por siempre!” (Ro 11:36). A Jacob, que huía de las consecuencias de su propio engaño, Dios le repitió la bendición de Abraham. Él m ismo se identificó como Yahweh, el Dios de Abraham y de Isaac, el Dios de la promesa, obligado por el nombre que Él después le revelaría a Moisés. Él reiteró los términos de la promesa: la tierra, el linaje de la descendencia, la bendición para todas las familias de la tierra (Gn 28:13-14). Sobre todo, el Señor prometió Su propia presencia con acob. El Dios del pasado y del futuro era el Dios de Jacob en el presente. Él estaría con Jacob, lo guardaría y lo regresaría a la tierra de la promesa. “No te abandonaré hasta cum plir con todo lo que te he prometido” (Gn 28:15). Dios no había descendido de Su escalera en vano. Él le mostró a Jacob que no estaba solo; Él le enseñó a Jacob el verdadero significado de Su promesa del pacto: “Yo seré su Dios, y ustedes serán mi pueblo” (Jer 7:23): este era el corazón del compromiso de Dios con Su pueblo. Sí, las promesas de Dios fueron más específicas. Dios le daría a Jacob la tierra en la que estaba acostado. Él podía sentir esa verdadera herencia bajo su manto. Y sus descendientes serían tan numerosos como el polvo (¡una figura más terrenal que las estrellas del cielo!). Se extenderían al oeste, al este, al norte y al sur. Pero cuando Jacob despertó de su sueño, no se paró en la colina para valorar la tierra que se extendía en todas direcciones. Tampoco pensó primero en la novia que lo debía estar esperando en Harán, si todas las promesas se iban a hacer realidad. Al contrario, el susurró: “En realidad, el Señor está en este lugar[…] ¡Qué asombroso es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!” (Gn 28:16-17). ¡Lo maravilloso de la Tierra Prometida era que Dios habitaría ahí! Jacob por fin vio lo que Abraham también había aprendido: que hay una patria mejor, la celestial (Heb 11:14-16). ¡Qué asombroso es el lugar que es la puerta del cielo! Jacob estaba abrumado por la presencia del Señor, el Señor que bajó por la escalera al lugar donde él estaba acostado. Llamó al lugar “Betel”, la casa de Dios. Jacob respondió a la promesa y a la presencia de Dios con fe. Tomó la piedra que le había servido como cabecera y la colocó como un memorial, no solo de la manifestación de Dios, sino también de su propio voto. Derramó aceite sobre la piedra para simbolizar su devoción, reclamó las promesas de Dios una por una y dio su palabra de su propia dedicación al Dios de sus padres. Esperando que el Señor lo prosperara y lo regresara a la tierra, Jacob prometió dar a Dios un décimo de todo lo que Dios le diera. No debemos apresurarnos a culpar a Jacob por negociar con Dios. Lo que él reclamó fue lo que Dios había prometido; lo que él prometió fue la adoración agradecida que siempre se le debe al Señor que salva. Jacob no perdió el asombro y la devoción que su sueño le había inspirado. 56
Dios sí llevó a Jacob de nuevo a Betel (Gn 35:9-15). Una vez más el Señor descendió y se identificó como el Dios de Betel: el Dios que había permanecido con Jacob como lo había prometido y el Dios que habitaría con los descendientes de Jacob. Jesús se refirió al sueño de Jacob cuando Natanael vino a Él al inicio de Su ministerio. Felipe llevó a Natanael a Jesús. Cuando se acercó, Jesús dijo: “Aquí tienen a un verdadero israelita, en quien no hay falsedad” (Jn 1:47). Ya que Jacob, cuyo nombre se cambió a Israel, era señalado por su astucia como el engañador de su padre, parecería que Jesús estaba comparando a Natanael de manera favorable con su antiguo ancestro. Natanael se sorprendió: “¿De dónde me conoces?”, preguntó (Jn 1:48). “Antes de que Felipe te llamara, cuando aún estabas bajo la higuera, ya te había visto” (Jn 1:48). La respuesta de Natanael a esta declaración parece extraordinaria: “Rabí, ¡Tú eres el Hijo de Dios! ¡Tú eres el Rey de Israel!” (Jn 1:49). Debemos suponer que Natanael tuvo sus razones para recordar ese momento bajo la higuera. Él sentía que Jesús verdaderamente lo conocía, en los más íntimos pensamientos de su corazón. Jesús dio la bienvenida a la fe de Natanael y prometió que él vería mayores cosas. Dirigiéndose a Natanael y a los demás, Jesús dijo: “Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre” (Jn 1:51). esús prometió una revelación que superaría muchas veces el sueño de Jacob. La escalera del sueño de Jacob era un símbolo de la comunicación que Dios facilita entre el cielo y la tierra. Por esa escalera los ángeles pueden subir al cielo desde la presencia de Dios en la tierra, y descender a la tierra desde la morada de Dios en el cielo. La escalera era una imagen en el sueño de Jacob. Pero lo que el sueño prometió se hizo realidad en la Encarnación de Cristo. Dios descendió en la persona de Su Hijo para morar en la tierra. Cristo es el vínculo entre la tierra y el cielo. Él es la verdadera Betel, la Casa de Dios, Emanuel, Dios con nosotros. Jacob ungió una piedra con aceite para conmemorar la presencia de Dios y llamó a la piedra “Casa de Dios”. Pero Dios ungió a Su único Hijo con el Espíritu. En Betel, Dios confirmó Su pacto con Jacob prometiendo nunca dejarlo, sino darle Su bendición. Cristo nos ha traído esa bendición y Él está presente con nosotros por medio de Su Espíritu. Como el Señor le dijo a Jacob: “Nunca te dejaré”, así el Señor Jesucristo les dice a Sus discípulos: “Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” ( Mt 28:20). acob podía describir toda su vida como un peregrinar (Gn 47:9). Como Jacob, los discípulos de Cristo eran peregrinos de viaje a la ciudad de Dios (Heb 11:13; 13:14; 1P 2:11). Sin embargo, nunca están solos. Cada mañana los cristianos pueden ungir al Ungido de Dios con el fresco aceite de la devoción y decir: “Esta es la puer ta del cielo. ¡Dios está en este lugar!”. Cristo, que es el Templo de Dios, también es la escalera: Aquel en quien el cielo baja a nosotros y por medio de quien nosotros subimos al cielo. Jesús le habló a Nicodemo, un miembro del sanedrín judío que le hizo una visita nocturna, de Su ascensión y descensión. Nicodemo reconoció que Jesús era un maestro que había venido de Dios. Sin embargo, estaba poco preparado para entender la manera en que Jesús había venido de Dios y quién era Él realmente. La enseñanza de Jesús sobre la obra del Espíritu en el nuevo nacimiento lo desconcertó. Pero si Nicodemo y los otros maestros de Israel no creyeron cuando Jesús habló de cosas terrenales, ¿cómo creerían cuando Él les hablara de las cosas celestiales? “Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre” (Jn 3:13). 57
Estas palabras de Jesús a Nicodemo reflejan un pasaje que se encuentra en el libro de Proverbios. Agur, el autor del pasaje, profesa ser ignorante y falto de sabiduría y entendimiento del Santo. Pero él sugiere que de ninguna manera está solo en su ignorancia: “¿Quién subió al cielo, y descendió?[…] ¿Quién afirmó todos los términos de la tierra? ¿Cuál es su nombre, y el nombre de su hijo, si sabes?” (Pr 30:4). Agur explica que para conocer a Dios tenemos que tener acceso a Dios: tener a alguien que suba al cielo y traiga de regreso la palabra de Dios. Jesús afirma que Aquel que ascendería al cielo, primero debía descender del cielo; de hecho, en esa venida Él también debía permanecer en el cielo, Su propio hogar (Jn 3:13). Él es el Hijo del Hombre; Él ciertamente ascendería al cielo, pero primero ha descendido del cielo y puede, por lo tanto, hablar de cosas celestiales. esús, el Hijo del Hombre, ha descendido para que Él pueda ser “levantado” primero en la cruz y después al trono del Padre. Un día Él vendrá en la gloria de Su Padre con los santos ángeles; pero Él ya está presente, hablando con Nicodemo. Jesús es quien ha ascendido la escalera al cielo. Él puede ascender porque Él primero ha descendido. Él nos puede guiar arriba de la escalera porque Él fue levantado en la cruz. Por medio de la cruz, Jesús es el camino al cielo, así como Él es la verdad, la revelación completa y final de la presencia de Dios. Venimos al Padre por medio de Él. El cielo se abre por medio de Él. Los ángeles le sirven.
58
LA ORDALÍA * DE ISRAEL: AFERRÁNDOSE A LA PROMESA
El Señor mismo se reveló a Jacob antes de que él abandonara la tierra de la promesa; Jacob sabía que él era el heredero de la bendición de Dios. Veinte años después, Jacob regresó a la tierra y una vez más Dios se dio a conocer al patriarca. Esas dos décadas de exilio habían sido años de lucha y bendición. Jacob se había ido como un solitario refugiado; regresó como el jefe de dos caravanas. Jacob el engañador había sido engañado por su astuto tío Labán. Sin embargo, la bendición de Dios anuló el deseo de Labán de hacerle daño. Todo lo que Jacob tocaba, prosperaba. Mientras iba en su viaje de regreso, su riqueza lo seguía en un mar de ovejas, cabras y ganado. Jacob tenía cuatro esposas: Raquel, a quien amaba y por quien había servido a Labán un total de catorce años; Lea, la hermana de Raquel, a quien Labán había impuesto a Jacob; Bilhá, la sierva que Raquel le dio a Jacob antes de que ella tuviera sus propios hijos; y Zilpa, la sierva que Lea le dio a Jacob en una época en que ella no tenía hijos. Los doce hijos de Jacob, nacidos de estas mujeres, se convirtieron en los jefes de las tribus de Jacob (a quien se le cambió el nombre por el de “Israel”). Un gran drama rodeó el regreso de Jacob a la tierra. Regresó en obediencia al mandato de Dios. Su partida de Harán, sin embargo, fue una huida poco ceremoniosa, una huida que no evitó la persecución de Labán. Los dos concluyeron su molesta tregua con una apelación al Señor para que supervisara su mutua desconfianza: “Que el Señor nos vigile cuando ya estemos lejos el uno del otro[…] recuerda que Dios es nuestro testigo, aunque no haya ningún otro testigo entre nosotros” (Gn 31:49-50). Escapar de su confrontación con Labán era solo una pequeña parte de la preocupación de acob. Él sabía que al regresar a la tierra se estaba exponiendo al odio de Esaú y a la venganza que había jurado. Con un creciente recelo Jacob se acercó a los límites de la tierra. Allí se encontró, no con Esaú, sino con unos adversarios potenciales de una clase diferente. Se dio cuenta de la presencia de dos compañías de ángeles. Al aparecer, como los guardianes de la tierra de la promesa, los ángeles acampados le ofrecieron a Jacob un reto. Le recordaron que su regreso era un encuentro, no solo con su hermano Esaú, sino con el Señor Todopoderoso (Gn 32:1-2). A pesar del asombro que Jacob debió haber sentido ante los ángeles, esto también le trajo seguridad. Le mostraron que el Dios de la promesa guardaba la tierra de la promesa. El que conoce y teme al Señor Todopoderoso no debe temer a nadie más. Con el fin de hacer las paces con Esaú, Jacob envió una delegación a su hermano, asegurándole de su prosperidad y buscando su buena voluntad. Los mensajeros de Jacob no trajeron ninguna respuesta de Esaú, sino noticias alarmantes: ¡Esaú estaba de camino con cuatrocientos hombres para encontrarse con él! A punto de caer en pánico, Jacob dividió las dos compañías de su séquito y corrió al Señor en oración. Le recordó al Señor que él había regresado en obediencia a Su mandato, confiando en Su promesa. Él confesó: “Realmente yo, Tu siervo, no soy digno de la bondad y fidelidad con que me has privilegiado[…] ¡Líbrame del poder de mi hermano Esaú!” (Gn 32:10-11). ¿Cómo se volverían los descendientes de acob tan innumerables como la arena a la orilla del mar, si las tropas de Esaú arrasaban con toda la familia? Para apaciguar a Esaú, Jacob preparó una serie de magníficos regalos: cabras, ovejas, camellos, ganado, burros. Jacob colocó cientos de animales y los separó en compañías. De las cabras, ovejas y ganado tuvo especial cuidado de proveer no solo un gran número de animales 59
hembras, sino los machos suficientes a fin de que sirvieran como ganado para cría. El regalo de acob era más que un presente; era un legado. Además, Jacob hizo esfuerzos extras para ver que sus regalos tuvieran un máximo impacto en Esaú. Los grupos de animales debían estar ampliamente separados; el siervo encargado de cada uno debía anunciar el regalo y decir que acob venía detrás de ellos. Pero supongamos que incluso esta caravana de presentes no aplacara a Esaú. Este era el miedo de Jacob. Así que hizo un último y desesperado arreglo. Él envió a sus dos compañías hacia el norte cruzando el arroyo de Jaboc. Jacob entró a la tierra por el este, moviéndose, al parecer, a lo largo del lado sur del arroyo de Jaboc 4. Esaú se estaba acercando por el sur. El movimiento de Jacob, por lo tanto, puso a su familia y a sus ganados en el lado más alejado del arroyo por donde las tropas de su hermano se acercaban. Si Esaú atacaba, él tendría que cruzar el arroyo. Si él caía sobre una compañía, la otra podría muy bien escapar. Jacob se quedó atrás m ientras llevaban a las últimas ovejas rezagadas al agua del vado, pero de pronto se dio cuenta que no estaba solo. En la oscuridad se encontró con otro, una figura misteriosa que en silencio lidió con él en un encuentro desesperado de lucha libre. En el antiguo Cercano Oriente la lucha libre tenía asociaciones que diferían mucho de la farsa que vemos en los episodios de la televisión en nuestra cultura 5. Una manera en que un caso legal se podía resolver era por la dura experiencia de un encuentro de lucha libre, una prueba por medio de un combate. Jacob sufría una prueba con esta lucha. Había pasado toda su vida en conflicto. En el vientre de su madre había luchado con su hermano mellizo Esaú y desde entonces habían estado en contienda. Jacob tenía miedo de que, con esa lucha, el amanecer pudiera traer la última batalla. Pero esta crisis trajo a su vida otra lucha más profunda. La lucha de Jacob era con Dios. Había buscado la bendición de la promesa de Dios con fervor y fiereza. Prevalecería a cualquier costo y por cualquier medio. La urgencia de este deseo en la vida de Jacob lo llevó contra su oponente, girando, agarrando, levantando. En algún punto de la jadeante agonía de la pelea, Jacob se dio cuenta que este era más que un combate mortal. Todo el significado de su vida estaba en juego; el costo valía la bendición que él buscaba. Aquel que luchaba con él era el mismo Ángel del Señor –Dios mismo apareciendo como un hombre. No era de extrañar que Jacob sintiera que su adversario era demasiado fuerte para él. La presión era muy grande. Ahora estaban de pie y los muslos de Jacob temblaban mientras se esforzaba por aguantar. No obstante, su temor trajo la desesperación. No podía rendirse, debía prevalecer. En ese momento su oponente tocó su cadera y Jacob sintió una sacudida paralizante. La fuerza de su pierna se había ido. No podía empujar con ella; ni siquiera podía poner su peso sobre ella. El encuentro se terminó; Jacob estaba cojo. Sin embargo, para Jacob la pelea no podía terminar. Cojo como estaba y cegado por sus lágrimas, se aferró más fuertemente a su impresionante adversario. No podía ganar por la fuerza; prevalecería en la debilidad. “¡Suéltame, que ya está por amanecer!”, dijo el extraño. Jacob respondió: “¡No te soltaré hasta que me bendigas!”. —“¿Cómo te llamas?”. —“Jacob”.
60
—“Ya no te llamarás Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido”. Jacob dijo: “Por favor, dime tu nombre”. Pero el Ángel contestó: “¿Por qué preguntas cómo me llamo?”, y después lo bendijo en ese mismo lugar (Gn 32:29). Siglos después, el profeta Oseas les recordó a los descendientes de Jacob la extraña victoria de su antepasado (Os 12:2-6). Las tribus de Jacob (Israel en el norte y Judá en el sur) eran igualmente culpables ante Dios. Déjalos que recuerden a Jacob: Dios trató con él en medio de sus decepciones, pero él persuadió a Dios cuando lloró y buscó Su gracia. La victoria de Jacob no fue, por supuesto, una conquista. No había dominado al Ángel de Dios. Cojo e indefenso solo podía aferrarse a Aquel que lo tenía asido. La suya fue una victoria de fe. No lo dejó ir porque no pod ía. La bendición de Dios era toda su esperanza y su deseo. La fe gana cuando sabe que todo está perdido y se aferra solo a Dios. “Israel”, el nombre que Dios le dio a Jacob, refleja esta ambigüedad. Por lo general se podría traducir como “Dios Prevalece”. Pero el Señor le da la vuelta al significado cuando le da el nombre a Jacob: Jacob ha persuadido a Dios. Con ese nombre el Señor reconoce la fe desesperada de Jacob. Por la mañana llamó a ese lugar “Peniel” (la Cara de Dios). “He visto a Dios cara a cara, y todavía sigo con vida” (Gn 32:30). Cuando el Señor había dicho: “¡Suéltame, que ya está por amanecer!” (Gn 32:26), significaba que existía un gran peligro para Jacob si, a la luz del sol naciente, él podía ver la cara de Dios. Así, tiempo después, Dios le dijo a Moisés: “No podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida” (Éx 33:20). Sin embargo, Jacob siguió aferrándose al Señor. Bajo la tenue luz de la madrugada, Jacob vio la cara de su Hacedor y siguió con vida. Más tarde, esa mañana, Esaú llegó con sus cuatrocientos. No atacó a Jacob, sino que lo abrazó. acob lo instó a que se quedara con los presentes que le había enviado: “Si me he ganado tu confianza, acepta este presente que te ofrezco. Ya que me has recibido tan bien, ¡ver tu rostro es como ver a Dios mismo!” (Gn 33:10). Lo que sea que esa expresión halagadora haya transmitido a Esaú, sus implicaciones para Jacob fueron fuertes. Después de haber visto la cara de Dios, no tenía que tenerle miedo a la cara de Esaú o de cualquier otro hombre. El favor que acob vio en la cara de Esaú era el favor dado por Dios. Él había sido salvado no solo de la mano de Esaú, como había orado, sino de la mano de Dios. En el rico simbolismo histórico de este relato, la revelación de Dios nos señala hacia Cristo de una manera doble. En la primera perspectiva, Cristo se manifiesta en esta narrativa como el Señor. Esta manifestación es más que un símbolo. La manifestación del Señor como un hombre, o como el Ángel del pacto, anticipa la Encarnación. El término “teofanía” describe tales apariciones del Señor. En el desierto, Dios le dijo a la nación de Israel que Él estaba enviando a Su Ángel delante de ellos para que los guardara en el camino y los llevara a la Tierra Prometida. “Guárdate delante de Él, y oye Su voz; no le seas rebelde; porque Él no perdonará tu rebelión, porque Mi nombre está en Él” (Éx 23:21 RV60). Como poseedor del nombre divino, el Ángel es el representante de la presencia de Dios, la forma en la que Dios mismo se manifiesta. Esta forma es diferente de la del Señor pero identificada con Él. Un misterio similar rodea esta representación en otros relatos de la manifestación de Dios. Los tres visitantes de Abraham en Mamre son identificados primero simplemente como hombres. Después, los dos que van a Sodoma se dice que son ángeles (Gn 19:1). Uno se 61
queda con Abraham y se identifica como el Señor (Gn 18:17, 22). Así también es el mismo Señor quien se manifiesta con el fin de retar a Josué; allí se identifica como el Capitán de Sus ejércitos (Jos 5:13-14; 6:2). En el momento en que un hombre apareció en la oscuridad para luchar con Jacob, la revelación de Dios había ido más allá de los sueños a través de los cuales se había comunicado con él anteriormente. Dios se manifestó como el oponente de Jacob y, con toda esta revelación, mostró Su propósito final de misericordia hacia Jacob. En la situación similar mencionada anteriormente, Josué vio al hombre con una espada desenvainada como un adversario y lo retó con la franqueza de un soldado. También Moisés, al inicio de su misión, fue confrontado por la amenaza del poder del Señor (Éx 4:24). Sin embargo, en cada caso el Señor estaba revelando no solo Su justicia (el reclamo que Su justo juicio hace contra el pecador), sino también Su misericordia: el plan de salvación por medio del cual Dios vendría, no solo en apariencia, sino como un verdadero hombre, el encarnado Hijo de Dios. La extraña derrota del Señor en Peniel muestra el vínculo seguro de Su promesa del pacto. Dios es fiel. Jacob, débil y errante como era, puede reclamar la bendición que Dios ha prometido. Cristo el Señor haría que nos aferráramos a Él totalmente. Hablar de “aceptarlo” es usar una expresión demasiado débil. Como Jacob, el creyente clama: “No te dejaré, si no me bendices” (Gn 32:26). ¡Qué extraña victoria gana el Señor en Peniel! Jacob parece ser el ganador en el episodio de la lucha. Él lucha con Dios y vence. El Señor no puede escapar de las garras del cojo Jacob sin conceder el premio por el cual Jacob pelea. Aunque pierde, el Señor gana. Sufre una derrota aparente para ganar la verdadera victoria. Lo débil de Dios es más fuerte que los hombres (1Co 1:25). El Señor de la gloria se humilla para que los pecadores indefensos puedan recibir Su bendición. El nombre del Señor es demasiado maravilloso a los oídos de Jacob; la cara del Señor es demasiado gloriosa para los ojos de Jacob. Aun así, el Señor mismo viene para que Jacob lo pueda conocer. Su venida a Jacob anticipó Su venida a nosotros. Jacob vio la cara del Señor pero de una manera borrosa; nosotros vemos la luz de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo. acob preguntó el nombre de Dios; nosotros somos bautizados en el nombre del Dios trino. Por medio del nombre de Jesús, exaltado sobre todo nombre, nosotros llevamos el nombre del Dios Todopoderoso como nuestro Padre celestial. Hay una segunda forma en la que Cristo aparece en esta narrativa. El pacto de Dios establecía una relación en la que Dios es el Señor y nosotros somos Sus siervos. La teofanía de la presencia de Dios anticipa la venida de Cristo como el Señor; el papel de Jacob anticipa la venida de Cristo como el siervo de Dios. Así como Jesús es el verdadero Rey, que cumple el papel de la monarquía representada en David, y así como Jesús es el verdadero Profeta, como Moisés, así también Jesús es el verdadero Israel que prevalece con Dios para recibir todas las promesas. (Ver Isaías 49:3, dirigido al Siervo único; y Romanos 15:8). Jesús fue el Siervo Sufriente de Dios. La agonía que sufrió se produjo porque fue herido, golpeado y afligido por Dios. Existe una conexión real entre la lucha de Jacob en la oscuridad de Peniel y la agonía de Cristo en la oscuridad de Getsemaní. Las diferencias entre Jacob y esús son enormes; pero Jesús sí cumplió, sin pecado, el llamado que el Jacob pecador solo pudo prefigurar.
62
Un detalle simbólico en la narrativa apunta a esta realidad. El Ángel golpeó a Jacob en el muslo. En el Antiguo Testamento el término “muslo” a veces se usa como un eufemismo para los genitales. Cuando Abraham hizo jurar a su siervo con su mano debajo de su muslo, el gesto simbólico relacionaba el juramento con el poder de la procreación y, por lo tanto, con los descendientes de Abraham (Gn 24:2, 9). El linaje de Jacob, que descendió con él a Egipto, se describe como los que provenían de su “muslo” (Gn 46:26; Éx 1:5) 6. El mismo término se usa en el relato del encuentro y la lucha de Jacob. El golpe de Jacob en el muslo se refiere, por lo tanto, a sus descendientes y de manera profética apunta hacia el gran Descendiente, quien soportaría el golpe del juicio para recibir la bendición de la promesa. El detalle profético del muslo herido solo ilumina un cuadro que es constante en el ntiguo Testamento. La salvación debe venir de la descendencia de Eva, de la descendencia de Sem, de la descendencia de Abraham. Al bendecir a Jacob con muchos descendientes, Dios estaba preparando la venida de Aquel. Como siervo de Dios y heredero de la promesa de Dios, acob nos señala al verdadero Israel que prevaleció en la agonía de Su muerte para llevarnos a Dios, para que veamos Su faz.
63
EL PRÍNCIPE PROMETIDO: LA BENDICIÓN DE ISRAEL
El libro de Génesis comienza cuando Dios crea la luz y la vida, y termina con el embalsamamiento de una momia en Egipto. Sin embargo, Génesis no se escribió como una sentencia de muerte que hace sonar la condenación del pecado del hombre. Fue escrito para seguir la pista de la esperanza en la liberación de Dios, Su promesa de salvación. La momia era el cuerpo de José, el hijo de Israel que llegó a ser príncipe en Egipto. Su cuerpo fue preservado por las artes de Egipto, pero no para ser enterrado con los Faraones. Más bien el último encargo que José les hizo a sus hermanos fue que su cuerpo fuera llevado con ellos cuando Dios sacara a los israelitas de Egipto y los llevara a la tierra de la promesa. José compartía la esperanza de Israel su padre: Dios todavía haría todo lo que Él le había prometido a Abraham. La historia de José, narrada de una manera muy bella en el libro de Génesis, es parte de la historia de Jacob o Israel. Jacob, que había luchado para ganar la bendición de Dios, terminó su vida dándoles a sus hijos la bendición de Dios (Gn 49). La bendición que Israel les dio expresaba su fe en Dios y también daba testimonio de la bendición de la salvación que Dios daría: “Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado sobre el extremo de su bordón” (Heb 11:21). La bendición de Jacob refleja algunas de las penalidades que él había superado en su peregrinación terrenal. Ya era un hombre anciano cuando llegó a Egipto. Cuando su hijo José lo presentó con Faraón, habló de sus luchas: “Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (Gn 47:9). Puede que nos sea difícil pensar en los años de Jacob como pocos; pero sin reservas podemos reconocer que fueron difíciles. Sus problemas no terminaron cuando regresó de aquellos veinte años de servicio a Labán en Harán. Su primer intento de establecerse en la tierra terminó en desastre. Compró una parcela cerca de Siquem e iba a poner sus tiendas, no como un viajero nómada, sino como un ganadero residente. Ese pacífico esfuerzo terminó, no obstante, en otra traumática huida. Siquem, el gobernante de la región, violó a Dina, la hija de Jacob; después buscó negociar un contrato de matrimonio para tomarla como su esposa. Simeón y Leví, hermanos de Dina, simularon estar a favor del contrato, estipulando que los hombres de Siquem debían estar de acuerdo con la circuncisión. Tomando ventaja de la dolorosa secuela de esta operación, Simeón y Leví atacaron la ciudad, mataron a espada a los hombres y, con la ayuda de sus hermanos, escaparon con el botín del lugar. Jacob se lamentó de su venganza asesina; su bendición sobre ellos se volvió, en parte, una maldición: “Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas […] Maldito su furor, que fue fiero; y su ira, que fue dura. Yo los apartaré en Jacob, y los esparciré en Israel” (Gn 49:5, 7). La profecía se cumplió de maneras que Jacob no previó. A la tribu de Simeón se le dio su heredad dentro de la de Judá; fue dispersada y se perdió a la vista como una entidad (Jos 19 :1, 9). La tribu de Leví, sin embargo, se unió a la causa del Señor durante las últimas pruebas de Israel en el desierto (Éx 32:25-29). Por esto la tribu de Leví fue elegida para el servicio del Señor. De hecho, fueron esparcidos, pero como ministros de Dios entre el pueblo (Jos 13:33; 21:1-3).
64
El relato de Génesis aclara, sin embargo, que incluso la forma impulsiva en la que Simeón y Leví tomaron el juicio en sus propias manos estaba regida por Dios para bien. El acuerdo de matrimonio que los heveos de Siquem habían propuesto apuntaba nada menos que a la incorporación de la familia de Jacob en la población cananita. El éxito de tal proyecto hubiera terminado la singularidad que Israel debía preservar, el canal de la bendición prometida por Dios, si iban a ser luz a las naciones. Los problemas de la familia de Jacob no se limitaban al comportamiento violento de Simeón y Leví. Su origen se podía rastrear en los celos y tensiones de su hogar polígamo. Rubén, el primogénito de Jacob, cuya madre era Lea, acarreó sobre sí mismo la desgracia al dormir con Bilhá, la concubina de Jacob que había sido la sierva de Raquel. En la bendición de Jacob, ese pecado también fue traído a la luz. Las palabras a Rubén no fueron tanto una bendición, sino un juicio (Gn 49:3-4; cf. 35:22). Las palabras severas de Jacob a Rubén, Simeón y Leví contrastan con la rica bendición que él le dio a José (Gn 49:22-26). El gozo de Jacob al bendecir a su hijo José refleja su gratitud hacia Dios. La pérdida de José había sido la gran pena de su vejez. Cuando Dios le restauró a osé, conoció el gozo de la resurrección. Su hijo regresaba, por decirlo de algún modo, vivo de entre los muertos. Desde el principio de sus días en Harán, Jacob había amado a Raquel; José era hijo de Raquel, que le había nacido después de muchos años de esterilidad. El amor de Jacob por la madre lo atrajo a su hijo. Su favoritismo se mostró en la bien conocida “túnica de colores” que le dio a José (Gn 37:3) 7. La preferencia de Jacob por José despertó los celos de sus hermanos, en esa familia dividida. José, un joven de diecisiete años, cuidaba las ovejas con los hijos de las concubinas de su padre; él hacía que ellos se enfurecieran cuando le reportaba a su padre sus malas acciones. Sin embargo, lo que llevó su odio al punto de ebullición fue el favor de Dios hacia José. Imagina su reacción cuando un día José les anunció: “Préstenme atención, que les voy a contar lo que he soñado. Resulta que estábamos todos nosotros en el campo atando gavillas. De pronto, mi gavilla se levantó y quedó erguida, mientras que las de ustedes se juntaron alrededor de la mía y le hicieron reverencias” (Gn 37:6-7). Eso solo se podía sobrepasar cuando José dijo algunos días después: “He aquí que he soñado otro sueño, y he aquí que el sol y la luna y once estrellas se inclinaban a mí” (Gn 37:9). Incluso Jacob sintió que una reprimenda estaría bien. ¿Los padres de José verdaderamente se inclinarían ante él? A pesar de eso, Jacob no olvidó el asunto. ¡Él recordaba que Dios podía conceder sueños imposibles! Pero si Jacob pensó que era posible que el Todopoderoso tuviera grandes propósitos para osé, un día sus esperanzas se hicieron añicos cuando vio algo horrible: el manto de José que le trajeron los hermanos. José había desaparecido, dijeron, pero habían encontrado su manto, roto y ensangrentado. ¿Podía identificarlo Jacob? La pena destrozó a Jacob. Evidentemente osé se había convertido en la presa de los leones y buitres del desierto. Jacob lo había enviado a buscar a sus hermanos; solo, en el campo abierto, aparentemente había sido atacado y devorado. ¿Dónde estaba la defensa que Dios le había dado a Jacob? A la luz de lo que siguió, Jacob podía afirm ar el cuidado de Dios. José estaba a salvo “ante el poder del Fuerte de Jacob(ante el nombre del Pastor, la Roca de Israel), ante el Dios de tu padre, que te ayudará,ante el Dios Omnipotente, que te bendecirá” (Gn 49:24-25 RVC). 65
De hecho, Dios sí guardó Su pacto con Israel en la vida de José. El salmista nos recuerda que, a través de José, Dios proveyó para la familia de Israel en tiempos de hambre: Dios provocó hambre en la tierra y destruyó todos sus trigales. Pero envió delante de ellos a un hombre: a José, vendido como esclavo. Le sujetaron los pies con grilletes, entre hierros le aprisionaron el cuello, hasta que se cumplió lo que Él predijo y la palabra del Señor probó que Él era veraz (Sal 105:16-19). Para Jacob, la calamidad de la hambruna parecía haberse sumado a la calamidad de la pérdida de su amado hijo. Pero Dios usó a uno para proveer al otro. José pudo decir a sus hermanos: “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente” (Gn 50:20). Jacob también percibió la mano de Dios al bendecirlo por medio de José. A Abraham, a Isaac y a Jacob, Dios les había prometido que traería bendición a las naciones a través de su “simiente” (un término que se podía referir a un descendiente). Ciertamente Dios había bendecido a la nación gentil de Egipto por medio de José. Dios le reveló a José el significado de los extraños sueños de Faraón. Por medio de esta revelación Dios advirtió a Faraón acerca de siete años de hambre que vendrían después de siete años de abundancia. Quizá el Faraón del tiempo de José era semítico: un gobernante de los invasores hicsos que había asimilado la cultura egipcia, pero que ponía a semitas en puestos administrativos. Sin embargo, incluso en tal escenario, es sorprendente ver la autoridad que Faraón estaba dispuesto a concederle a José como el intérprete de sus sueños. Evidentemente fue el Señor quien levantó a José para gobernar en Egipto. Jacob, cuando bendecía a José, estaba bendiciendo al Señor, no solo por rescatar a su hijo, sino por mostrar Su fidelidad a la gran promesa que era el centro de su vida. Dios estaba haciendo de sus descendientes una nación; más que eso, Dios levantó a un hijo de Israel para que fuera bendición a las naciones, para gobernar con sabiduría, para preservar la vida. Lo que Dios hizo fue extraordinario; la manera en que lo hizo fue aún más extraordinaria. Los hijos de Israel no obtuvieron el control en Egipto por medio del poder militar o político. No pusieron a José en su trono de visir. Todo lo contrario, buscaron matar a su hermano precisamente por el don profético que tenía. José había llegado a Egipto, no como un príncipe, sino como un esclavo. Incluso, como un esclavo en Egipto, había sido perseguido por el bien de la justicia, víctima de las falsas acusaciones de la esposa de Potifar al no cometer adulterio. José fue el siervo justo de Dios, sufriendo por su fidelidad a Dios. Con todo, el camino del sufrimiento lo llevó a un trono y al cumplimiento de la palabra de Dios dada por la revelación de sus sueños. Dios hizo de la vida de José una señal de la manera en la que Su bendición vendría. Por la palabra de Dios y el siervo de Dios, la misericordia de Dios sería dada a conocer a las naciones. La bendición que Jacob les da a sus hijos muestra su alegría por lo que Dios había hecho. Su bendición a José es particularmente rica. Parece inesperado, entonces, que cuando Jacob pronuncia su bendición al linaje real y la obediencia de las naciones, no aplica esta bendición a 66
osé, sino a Judá. Jacob ve que es a Judá, no a José, a quien sus hijos se inclinan (Gn 49:8). El sueño que se cumplió para José es ahora puesto en perspectiva por el anciano Israel para Judá. Compara a Judá con un león agazapado y sigue diciendo: “El cetro no se apartará de Judá, ni de entre sus pies el bastón de mando, hasta que llegue el verdadero Rey, quien merece la obediencia de los pueblos” (Gn 49:10). Sin duda Jacob conocía el liderazgo de Judá entre los hermanos y la manera fiel en que había enfrentado la prueba que José les había dado. Cuando fueron a Egipto para comprar grano, no reconocieron a José. Él los acusó de ser espías y los interrogó para obtener noticias de su hermano Benjamín, que no era su medio hermano. Él entonces fingió hacer de la existencia de Benjamín la prueba de su historia y retuvo a Simeón como rehén hasta que trajeran a Benjamín. Cuando la hambruna forzó a los hermanos a regresar a Egipto, Judá le garantizó a su padre que traería a salvo a Benjamín. Esa garantía fue duramente probada. José puso su copa de plata en el saco de grano de Benjamín. Después hizo que lo siguieran y lo arrestaran por ladrón. Los hermanos no abandonaron a Benjamín, sino que regresaron a Egipto con su hermano que había sido arrestado. Fue Judá quien se ofreció como rehén en el lugar de Benjamín para que el muchacho pudiera regresar a su padre. Esta evidencia del arrepentimiento de Judá abrumó a José. Con lágrimas dijo a sus hermanos: “¡Yo soy José!”. La intercesión de Judá por Benjamín mostró, como las palabras nunca lo podrían hacer, la sinceridad de su pena por la traición a José. Sin duda, el arrepentimiento de Judá proveyó el antecedente para la bendición que recibió. Sin embargo, la bendición de Jacob va más allá de cualquier cosa que el anciano patriarca pudiera controlar o entender. Habló por inspiración: la resolución de Dios era que el Mesías vendría de la tribu de udá. La bendición de Jacob le asignó a Judá el dominio entre las tribus de Israel. Más allá de eso, habló de la obediencia de las naciones que se le darían. Obviamente lo que el Señor había hecho por medio de José dio vida a la realidad de esta promesa. El Dios de Israel envió los años de abundancia y escasez; Él estaba a cargo de las vidas del panadero principal y el copero principal; Él levantó a un esclavo de la prisión y lo puso en el trono de Egipto. La bendición de Jacob miró hacia el porvenir con fe, al reino que Dios establecería para Su Simiente, pero la fe del anciano patriarca seguramente había sido fortalecida por la señal que Dios le había dado en la vida de José. ¿Fue difícil para el anciano Jacob, apoyado sobre su bastón, confesar una vez más las promesas de Dios? Después de todo, él estaba otra vez en el exilio. La tierra de Gosén en Egipto no era la tierra de la promesa. Además, Jacob seguramente conocía la profecía que se le había dado a Abraham: sus descendientes debían servir a una nación extranjera por cuatrocientos años (Gn 15:13). La bendición que Jacob dio en esta situación previó lo que Dios haría. Así como José había servido, así debía servir Israel; pero en el tiempo de Dios, la bendición a las naciones debía venir por medio de la simiente de Abraham. El Soberano de la elección de Dios finalmente vendría y el cetro sería Suyo. La traducción de la Biblia Latinoamericana: “hasta que venga aquel a quien le pertenece” (Gn 49:10) supone que el hebreo se debe leer con vocales diferentes a las que se insertaron en el texto tradicional. Otra interpretación, usando las vocales tradicionales, sería: “hasta que el Pacificador venga”8. Es mejor dejar la palabra sin traducir como un nombre propio: “Hasta 67
que venga Siloh” (RV60). Cualquiera que sea la dificultad para entender esa palabra, el sentido de todo el texto es claro. El Dios de Israel había determinado levantar al Soberano que traería bendición y paz a las naciones. La antigua profecía se recuerda una vez más en el último libro de la Biblia. Juan llora porque no hay nadie que pueda abrir el libro de los decretos de Dios. Uno de los ancianos en el trono celestial responde: “¡Deja de llorar, que ya el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido! Él sí puede abrir el rollo y sus siete sellos” (Ap 5:5). Jesús, el León de Judá, también es el Cordero que fue sacrificado. El que es Señor vino como Siervo. Hay más que una semejanza accidental entre la señal de José y el cumplimiento en Jesús. En lo profundo de la estructura del plan de redención de Dios está el principio de que Su poder se perfecciona en la debilidad. Las prom esas de Su palabra se cumplen, no por el poderío del hombre, sino por el poder del Espíritu de Dios. El Soberano escogido de Dios es Su Siervo Sufriente, traicionado por Sus hermanos, pero elevado para cumplir la promesa de Dios. * Una ordalía es una prueba ritual usada en la antigüedad para establecer la certeza, principalmente con fines jurídicos, y una de cuyas formas es el juicio de Dios.
68
Preguntas sobre el estudio 1. ¿Cómo le quitó Jacob la primogenitura a Esaú? 2. ¿Qué vio Jacob en su sueño en Berseba? 3. Compara la torre que los hombres construyeron en Babel con la escalera que Jacob vio en su sueño. 4. Comenta: “La verdadera religión no emana de la búsqueda del hombre, sino de la intervención de Dios”. 5. ¿Qué le prometió Dios a Jacob? 6. ¿Qué era “lo maravilloso de la Tierra Prometida”? 7. ¿Qué nombre le puso Jacob al lugar donde Dios lo había encontrado? ¿Qué significa el nombre? 8. Lee Juan 1:51. ¿A qué promesa se está refiriendo Jesús? 9. ¿De qué manera Jesús es la escalera al cielo? 10. Lee Proverbios 30:4. ¿Cómo habla este versículo de Jesús? 11. ¿Cuál es el significado del encuentro de la lucha de Jacob con la misteriosa figura? 12. ¿Quién era la misteriosa figura? 13. ¿Qué significa el nuevo nombre que Dios le dio a Jacob? 14. ¿Cuál fue la victoria de Jacob? 15. ¿Qué es una teofanía? 16. ¿En qué sentido la derrota del Señor también es Su victoria? 17. ¿De qué manera la teofanía del Ángel del Señor prefigura la Encarnación? 18. ¿Qué es lo que quiere decir que el Señor haya golpeado a Jacob en el “muslo”? 19. Explica: “Existe una conexión real entre la lucha de Jacob en la oscuridad de Peniel y la agonía de Cristo en la oscuridad de Getsemaní”. ¿Cómo apunta la victoria de Jacob a la cruz? 20. Brevemente describe los problemas familiares de Jacob. ¿Cóm o afectaron a José? 21. ¿Cómo se cambió el sufrimiento de José en honor? 22. ¿Quién es Siloh? 23. “Hay más que una semejanza accidental entre la señal de José y el cumplimiento en Jesús”. Explica la cita en tus propias palabras y medita en porqué es tan importante.
69
Preguntas de aplicación 1. ¿A veces te sientes como el engañador Jacob? 2. ¿Buscas la bendición de Dios de maneras pecaminosas? ¿Cómo te bendice Dios a pesar de tu pecaminosidad? 3. ¿Hay maneras en las que construyes torres de Babel en tu vida? Si así es, ¿has experimentado la verdad de la declaración: “La verdadera religión no emana de la búsqueda del hombre, sino de la intervención de Dios”? 4. ¿Has aceptado completamente el hecho de que Jesús es la única escalera al cielo? ¿Qué consecuencias debería tener esta realidad en tu vida? 5. “En lo profundo de la estructura del plan de redención de Dios está el principio de que Su poder se perfecciona en la debilidad”. ¿Eres lo suficientemente débil para que Dios te use o todavía estás convencido de que debes de ser fuerte en ti mismo? 6. ¿Alguna vez sientes que estás luchando contra Dios? ¿Qué actitud debes tener hacia Dios en tales situaciones? 7. ¿Cóm o la lucha de Jacob es un m odelo de la fe? ¿Cuáles son las luchas que enfrentas, las que te obligan a aferrarte al Señor? 8. Da ejemplos de acontecimientos en tu vida que parecían malos, pero que Dios pensó para bien. ¿Cómo se ve la soberanía de Dios en estos ejemplos? 9. El Ángel del Señor estaba tan cerca de Jacob que él pudo luchar físicamente con Él. Ahora piensa cómo la cercanía de Dios a Jacob nos señala la Encarnación y la promesa de Emanuel (Dios con nosotros). 10. ¿Cómo puedes estar cerca de Dios ahora que Jesús ya no está físicamente presente? 11. ¿Cuál es la conexión entre el sufrimiento y la exaltación… a. en la vida de José? b. en la vida de Jesús? c. en tu vida?
70
CAPÍTULO CINCO
71
EL SEÑOR Y SU SIERVO
72
DIOS GUARDA SU PROMESA: EL ÉXODO
Moisés se había retirado; sus años de vida en la corte de Egipto habían pasado hacía mucho tiempo. Él ahora disfrutaba la vida tranquila en el calor y los cielos azules de la península del Sinaí. Tenía recuerdos suficientes para meditar por largos años. Había vivido en Egipto durante 40 años antes de que comenzara su retiro anticipado y obligatorio. De hecho, había llevado no una, sino dos vidas en aquellas turbulentas décadas. Era un príncipe egipcio, criado en el palacio del Faraón, un hijo adoptivo de la familia real. Sin embargo, cuando sus siervos lo atendían bajo el toldo de una embarcación real en el Nilo recordaba de nuevo la historia de su madre, de otra embarcación: una pequeña canasta convertida en un barco gracias a una capa de brea. Moisés era un bebé hebreo que había nacido cuando el Faraón había decretado el genocidio para la población hebrea de Egipto. Los egipcios tenían que matar a todos los bebés varones. Por aquel entonces, a las mujeres hebreas se les podía ocupar como siervas y amantes en la nación egipcia. La “solución final” tal y como se practicaba en Egipto había sido todo menos que efectiva. El Dios de Israel produjo un boom en la natalidad de los hebreos esclavizados. Las madres encontraban formas de esconder a sus hijos recién nacidos. Sin embargo, pocos habían encontrado una estrategia tan efectiva como la que Jocabed había ideado. Ella puso a su pequeño hijo en el Nilo en el momento y el lugar donde la princesa de Egipto venía a bañarse. Miriam, la hermana de Moisés, había sido encargada de vigilar. La princesa efectivamente descubrió al niño abandonado. Ella no solo le salvó la vida; lo adoptó y aceptó el ofrecimiento de Miriam de encontrarle una nodriza (una acción que sin duda no era inocente de su parte). La estrategia fue sabia, pero Moisés sabía muy bien por qué había sido efectiva. El Dios de sus padres había tocado el corazón de la princesa. Bajo la sentencia de muerte él había sido, como José antes que él, criado para ser un príncipe en Egipto. ¡De qué manera tan drástica había cambiado la situación de Israel en Egipto! En los años desde que Egipto había llorado la muerte de José, Israel había experimentado un rápido crecimiento. Las familias de los doce hermanos aumentaron a una minoría importante en la tierra de Egipto, una minoría de extranjeros que eran vistos con recelo por los egipcios y por un Faraón que veía a los semitas como una amenaza dentro de su reino. ¿Qué llamado tenía Moisés como príncipe en Egipto? Dios había hecho de José una bendición para Egipto y para Israel por igual. Pero ahora los egipcios estaban explotando al pueblo como mano de obra esclava. Sus látigos golpeaban para explotar, torturar y abusar. ¿Debía Moisés convertirse de alguna manera en su libertador? Sí, él debía escoger; escoger entre Egipto e Israel, entre el señorío y la esclavitud, entre el lujo y la agonía. ¡De qué manera tan vívida Moisés recordaba el día en que había atacado para defender a su pueblo! No había seguido ningún plan; no había buscado el consejo de los ancianos del pueblo. Solo había estado parado observando, con ira creciente, como un salvaje capataz egipcio golpeaba la ensangrentada espalda de un indefenso esclavo hebreo. No había manera de refrenar a ese tirano. Su deseo de sangre servía a las políticas del Faraón. Para detenerlo tendría que matarlo. Moisés miró a su alrededor. Ningún otro egipcio estaba a la vista. La acción se llevó a cabo velozmente, y con igual rapidez Moisés enterró a su víctima en la arena. 73
Después vino una gran desilusión. ¿Se difundió la palabra entre la población esclava de que tenían un héroe en la corte del Faraón? ¿Reconoció Israel que Dios había levantado a un libertador, un líder preparado para comprometerse con la causa de ellos? El siguiente día trajo la respuesta. Mientras otra vez estaba observando a su pueblo en su sufrimiento, Moisés vio a dos hebreos que peleaban. ¿No era suficiente que fueran golpeados por los egipcios? ¿Debían también golpearse entre ellos? Moisés confrontó al hombre que actuaba mal: “¿Por qué estás golpeando a tu compañero hebreo?”. Su respuesta cambió la vida de Moisés de manera instantánea y absoluta: “¿Y quién te nombró a ti gobernante y juez sobre nosotros? ¿Acaso piensas matarme a mí, como mataste al egipcio?” (Éx 2:13-14). Moisés se dio cuenta que su acción se conocía. En la maldad de ese israelita él vio, no solo el rechazo a su liderazgo, sino la certeza de su traición. Ningún egipcio había sido testigo de su golpe para la liberación, pero su propio pueblo estaba listo para usar tal acción en su contra. Muy pronto las noticias llegaron a Faraón, pero Moisés escapó al desierto del Sinaí. Ahí en su “retiro” sirvió como pastor, cuidando los rebaños de Jetro, quien se convertiría en su suegro. Quizá solo fue curiosidad lo que hizo que Moisés se diera cuenta que una zarza en la distancia ardía en llamas. Ese hecho, en sí mismo, era más bien inusual; pero más extraordinario fue que, mucho después, cuando él la volvió a ver, la zarza seguía ardiendo. Moisés se apresuró a investigar este extraordinario espectáculo. Dios le habló a Moisés desde el fuego de Su gloria, gloria que descansaba en la zarza, sin quemarla. Este discurso en la voz del Señor marcó el inicio de una nueva época en el plan de Dios para la salvación. Dios se había revelado a Jacob y a José por medio de sueños y visiones; Él se revelaría a Moisés de una forma tan directa como la de un hombre que habla con su amigo. Sin embargo, la sinceridad del discurso de Dios no significaba que no habría un abismo que salvar. Moisés se tuvo que quitar los zapatos de sus pies; estaba parado en tierra santa. Las laderas del Monte Sinaí se habían vuelto el lugar más santo sobre la tierra porque ahí el Señor mismo apareció en gloria. Es Dios quien tomó la iniciativa. Llamó a Moisés desde la zarza, le declaró que había escuchado el gemir de Israel en la cautividad y que recordaba la promesa que había hecho a sus padres. Se identificó como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Dijo que había descendido para liberar a sus descendientes, para ser su Dios y Salvador. El pueblo por sí mismo no se podía liberar. Su causa estaba desahuciada; estaban indefensos ante el poder del imperio egipcio. Además, las promesas de Dios eran tales que solo Él podía cumplirlas. Dios prometió más que una exitosa revuelta de una población esclava; Él prometió que serían echados de Egipto cargados con regalos que los egipcios les darían. Sin un solo golpe de espada (ya que no tenían armas), sacarían los tesoros de Egipto como el botín de un ejército conquistador. Además, se les daría la tierra de la promesa, una tierra que ahora estaba habitada por otras naciones pero que Dios había constutido como su heredad. También se le prometió una bendición aún mayor. Israel fue llamado de Egipto para encontrarse con Dios y adorarlo en la misma montaña donde Moisés había estado. Dios llamó a Israel “Su pueblo”; Israel era Su hijo primogénito. Si Faraón no ponía en libertad al primogénito de Dios, entonces el juicio de Dios caería sobre el primogénito de Faraón y sobre
74
el hijo mayor de cada familia egipcia (Éx 4:22-23). Más allá de todo lo que Dios haría por Israel está lo que Él sería para Israel: su Dios, el Dios del pacto que Él establecería con ellos en el Sinaí, como lo había prometido a sus padres. Ya que la situación de Israel era tan desesperada (¡y qué bien lo sabía Moisés!) y ya que las promesas de Dios eran tan grandiosas, Dios mismo tenía que venir para guardar Su palabra. Moisés hizo bien en preguntarle a Dios Su nombre. Tiempo atrás Jacob había preguntado el nombre del Ángel del Señor, cuando la madrugada ponía fin a su encuentro de lucha. Podríamos suponer que Moisés pidió el nombre de Dios porque muchos en Israel habían olvidado al Dios de sus padres. ¿Estarían en peligro de confundir al Dios de Abraham con los dioses de los egipcios, con Ra o Amón u Osiris? Moisés pudo muy bien haber reconocido tal peligro, pero existía una razón más profunda para que él preguntara el nombre del Dios cuya gloria brillaba en la zarza. Moisés quería conocer por nombre al Señor que lo había llamado. Él buscaría para él y para el pueblo el privilegio de dirigirse a Dios por nombre. Correctamente hablamos de los nombres como “alias”, porque nos aferramos a la persona que llamamos por nombre, sobre todo con un nombre íntimo o personal. El nombre que Dios le dio a Moisés es el nombre YHWH. Él es “YO SOY”, el Dios cuya existencia la determina Él mismo. El nombre que se le dio a Moisés no lo entenderíamos en un sentido filosófico. Dios no le estaba anunciando a Moisés que Él es puro Ser. Él estaba declarando Su Señorío. Él es el Dios personal, a quien uno se puede dirigir por nombre. Él se revela dónde y cuándo Él lo desea. Más tarde, cuando Dios una vez más le proclamó Su nombre a Moisés, Él dijo: “Tendré misericordia del que tendré misericordia” (Éx 33:19). El Dios “YO SOY” determina Sus propios propósitos de misericordia. Podemos meditar en las implicaciones del poderoso nombre de Dios. Su nombre “YO SOY” afirma Su existencia como única y personal. Dios no se define como un miembro de una clase de seres; Él no es, por ejemplo, el dios del cielo en contraste con una diosa de la tierra. Se desechan, así, los Panteones de las deidades que los hombres adoran. Sin embargo, por mucho que aprendamos del nombre de Dios y por mucho que nos atrevamos a especular acerca de él, somos convocados por ese nombre a escuchar la voz del Dios viviente, para estar de pie delante de “El que fue y es y vendrá”. Cuando Jesús declaró “YO SOY” en el huerto de Getsemaní, los que habían ido para arrestarlo retrocedieron y cayeron al suelo (Jn 18:6). Cada palabra del Señor está llena de poder. Dios habla y se hace, Él manda y se mantiene firme. Pero cuando Dios dice Su propio nombre, el poder de Su palabra adquiere un significado especial. Un arqueólogo israelita cuenta la emoción que sintió al reconocer la identidad de un texto del antiguo Israel recientemente excavado. La inscripción estaba en caracteres arcaicos y las palabras faltaban en parte. Pero tres veces Yahweh1*, el nombre del Señor, se repetía. El texto fue la bendición que Dios les dio a Aarón y a los sacerdotes para que pronunciaran sobre el pueblo: El SEÑOR te bendiga y te guarde; el SEÑOR te mire con agrado y te extienda Su amor; el SEÑOR te muestre Su favor y te conceda la paz (Nm 6:24-26). 75
Era la primera vez que el nombre del Señor se encontraba en un texto tan antiguo. parentemente era una clase de medallón alguna vez usado por un antiguo israelita. Cuando Dios dio la bendición que los sacerdotes debían usar, Él dijo: “Así invocarán Mi nombre sobre los israelitas, para que Yo los bendiga” (Nm 6:27). Sin duda el poder del nombre de Dios a veces era degradado a lo supersticioso. Así como Israel una vez pensó forzar la bendición de Dios al llevar el arca a la batalla, había veces en que usaban Su nombre como un dije en los amuletos. Pero el poder del nombre de Dios no es menor que la magia; es infinitamente superior. El error aquí es suponer que el poder divino se pueda manipular con encantamientos o rituales. La verdad de la gracia es que Dios se compromete con Su propio nombre. El Dios viviente no es el genio de la lámpara de Aladino. Fue Dios quien convocó a Moisés y no a la inversa. Sin embargo, Dios se nombró como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Él es el Dios de las promesas; el mismo nombre que declara que Él es el Señor declara que Él es el Señor de Su pueblo escogido. Él los llama por nombre; mejor aún, Él los llama por Su nombre (Is 43:7). No es accidente que tantos nombres del Antiguo Testamento se compongan de -ías o Jo- (Elías, Adonías, Jeremías, Jonatán). Todas estas son formas del nombre santo de Dios que Su pueblo porta. Dios llamó a Moisés de la zarza no solo para anunciar Su presencia y Su propósito, sino para comisionar a Moisés para actuar en Su nombre: “Así que disponte a partir. Voy a enviarte al Faraón para que saques de Egipto a los israelitas, que son Mi pueblo” (Éx 3:10). La liberación de Israel fue obra de Dios. Él escuchó su gemido y había venido para salvarlos. A pesar de eso, Dios escogió salvarlos por medio del ministerio de Moisés, Su siervo. Por un lado, Israel era el siervo del Señor. Dios exigió que Faraón dejara ir libre a Israel, Su hijo, “para que me sirva” (Éx 4:23 RVC) 2. Por el otro, Moisés era el siervo de Dios en un sentido único. Fue llamado para ser el instrumento de Dios en la liberación de Israel. A Moisés, Dios le hablaría “cara a cara, claramente y sin enigmas. Él contemplaría la imagen del Señor” (Nm 12:8). Israel debía tener temor de hablar contra “Mi siervo Moisés”. Rebelarse en contra de Moisés era rechazar al Señor que servía. Los patriarcas fueron los siervos de Dios; llevaban a cabo un papel especial como cabezas de sus familias. Ese papel continuó con los jefes de las tribus, reconocidos como los ancianos del pueblo. Pero Dios llamó a Moisés para ser Su siervo de una nueva manera. Él tenía autoridad como profeta para llevar la palabra de Dios al pueblo; él era el gobernante y juez de Israel; él los guio por el desierto, intercedió por ellos ante Dios cuando pecaban y los instruyó en el camino. La figura de Moisés fue el modelo primigenio para los profetas que vendrían. Más que eso, en Su llamado a Moisés, Dios estableció un patrón que apuntaba a la obra del Mesías: “Por eso levantaré entre sus hermanos un profeta como tú; pondré Mis palabras en su boca, y Él les dirá todo lo que Yo le mande” (Dt 18:18 ). Moisés, el gran siervo sobre la casa de Dios, nos prepara para los cánticos del siervo de Isaías y para la venida del Hijo de Dios como el último Siervo enviado por el Padre. Moisés estaba menos que entusiasmado de aceptar la comisión de Dios. Podía imaginar las líneas de batalla de los carros de Faraón; también podía oír el reto del israelita pendenciero de hacía cuarenta años: “¿Y quién te nombró a ti gobernante y juez sobre nosotros?” (Éx 2:14). Moisés ahora reconocía sus propias limitaciones. Dijo: “¿Y quién soy yo para presentarme ante el Faraón y sacar de Egipto a los israelitas?” (Éx 3:11). Moisés conocía el poder de Faraón y la 76
debilidad de Israel; mas no conocía aún el poder del Señor. Con todo, le creyó a Dios y fue a Egipto. La próxima vez que estuvo parado en el Monte Sinaí fue con los miles y miles del pueblo de Israel. La gran liberación de Israel, por parte de Dios, de la explotación de su esclavitud fue, antes que nada, una obra de juicio. José, como el siervo del Señor, había llevado bendición a Egipto; a Moisés se le asignó una tarea más difícil. Los milagros que Dios obró por medio de Moisés fueron plagas. Dios castigó a los egipcios hasta que estuvieron felices de ver a Israel irse. El sagrado Nilo se convirtió en sangre; la tierra que adoraba al sol fue sumida en una total oscuridad. Con las plagas, Dios mostró Su poder sobre todos los ídolos de Egipto. El drama de la liberación de Israel fue interpretado por Moisés (como el portavoz del Señor) y Faraón (como el adversario del pueblo de Dios). Moisés no condujo una revuelta de esclavos; incluso Israel se quejó de sus demandas para su liberación, ya que el resultado inmediato fue que aumentó la opresión por parte de los egipcios. Israel no se ganó la liberación; Dios se la proporcionó y Moisés fue el portavoz de Dios. Esta lección se hizo inolvidable en el último acto del drama. En repetidas ocasiones Faraón se retractó de su promesa de dejar ir libre al pueblo. Cuando ellos ya habían comenzado su marcha, cambió de opinión una vez más y envió sus carros hechos una furia detrás de ellos. Los carros de guerra del antiguo Egipto era la gran fuerza móvil de choque de su tiempo temidos por los ejércitos del mundo antiguo. Vieron a su presa como una chusma de esclavos que escapaban sin armas y cargados de niños, ganado y carretas llenas con enseres domésticos. Escapar era imposible porque el ejército egipcio los acorraló contra la orilla del Mar Rojo (o el Mar de los Juncos). Otra vez el pueblo atacó a Moisés con amargura: “¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto? […] Ya en Egipto te decíamos: ¡Déjanos en paz! ¡Preferimos servir a los egipcios! ¡Mejor nos hubiera sido servir a los egipcios, que morir en el desierto!” (Éx 14:11-12). Moisés no pidió gente que luchara por la libertad. La resistencia no tenía esperanza. Él dijo: No tengan miedo […] Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes. A esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes (Éx 14:13-14). Dios mismo en la columna de fuego hizo retroceder a los egipcios y los mantuvo a raya durante la noche. En la mañana Dios abrió el mar para que Israel pudiera pasar por tierra seca. Los egipcios intentaron perseguirlos y fueron destruidos cuando el agua regresó a su lugar. En el otro extremo del mar Moisés e Israel cantaron a Yahweh: “Cantaré al Señor, que se ha coronado de triunfo arrojando al mar caballos y jinetes. El Señor es mi fuerza y mi cántico; Él es mi salvación” (Éx 15:1-2). Este cántico de triunfo se repite en los Salmos y en Isaías para describir la salvación futura del pueblo de Dios (Sal 118:14; Is 12:2). Evidentemente toda la narrativa tiene el propósito de mostrar que la gran liberación de Israel fue obra de Dios. “La salvación es del Señor” es el gran tema de la Biblia. En ningún otro lado se retrata el poder superior y salvador de Dios de forma más gráficamente que en Su grandioso acto de rescatar a Israel de Egipto.
77
El evento del éxodo suele gustarles a los defensores de la “teología de la liberación”. Quieren volver a definir la doctrina cristiana de la salvación para centrarse en la liberación política. Llaman a los cristianos a tomar las armas contra los regímenes opresores en el nombre de Cristo. (Por lo general la opresión a la que desean oponer resistencia es a los regímenes de derecha en vez de a los de izquierda). Critican a la iglesia por “espiritualizar” el éxodo cuando lo usan como una analogía de la salvación del pecado en vez de un ejemplo de la liberación social y política. Sin lugar a dudas Israel fue liberado de la esclavitud y de la opresión política. Dios sí escuchó los gemidos de Su pueblo bajo el látigo. Sin embargo, Israel no fue liberado por medio de una guerra de guerrillas. Fue la milagrosa intervención de Dios la que juzgó a Egipto y liberó a Israel. El apuro del pueblo de Israel podría describirse en términos políticos y espirituales, pero el medio de su liberación fue el poder y la gracia de Dios. La manera en que Dios libertó a Israel apunta a Su propósito de hacerlo así. Dios es verdaderamente su Libertador: “Yo soy el Señor su Dios, que los saqué de Egipto para que dejaran de ser esclavos. Yo rompí las coyundas de su yugo y los hice caminar con la cabeza erguida” (Lv 26:13). El propósito de Dios, sin embargo, no era solo liberar a Israel del yugo de Faraón. Era traerlos bajo Su yugo. Dios exigió que Faraón dejara ir al pueblo para que le sirviera a Él. Cuando el pueblo llegó al Monte Sinaí y acampó ahí, Dios tenía este mensaje para ellos: Ustedes son testigos de lo que hice con Egipto, y de que los he traído hacia Mí como sobre alas de águila. Si ahora ustedes me son del todo obedientes, y cumplen Mi pacto, serán Mi propiedad exclusiva entre todas las naciones. Aunque toda la tierra me pertenece, ustedes serán para Mí un reino de sacerdotes y una nación santa (Éx 19:4-6). El Señor sacó a Israel de Egipto para reunirlos a Sus pies. Fueron llevados en alas de águila a la misma presencia de Dios para que Él pudiera reclamarlos como Su pueblo santo, el tesoro de Su gracia. La Pascua simboliza de manera poderosa el derecho que Dios tenía sobre Israel. Ya que Faraón no dejaría ir libre al hijo primogénito de Dios (Israel), entonces Dios, en un juicio, exigiría al hijo primogénito de la casa de Faraón y de toda familia de Egipto. Podríamos suponer que este juicio no plantearía ninguna amenaza para Israel. (En las plagas anteriores, Israel había sido perdonado en la tierra de Gosén). Pero descubrimos que el ángel de la muerte también fue enviado para traer juicio sobre cada casa israelita. En la ley ceremonial dada después a Israel, los primeros frutos de la cosecha y el primogénito del ganado eran vistos como el representante de todos los demás. Dios estableció Su derecho sobre él para hacer saber que todo le pertenece. La vida del hijo primogénito legalmente se perdió por dos razones muy diferentes: en primer lugar, porque Dios podía reclamar a cada criatura como Suya; en segundo lugar, porque las criaturas pecadoras están bajo el juicio de Dios. La imposición de ese juicio sobre el primogénito representaría el castigo que todos merecían. Si Dios, en Su justicia, debía exigir este castigo de los egipcios pecadores, Israel no podía escapar y ser perdonado. Todos han pecado y han sido privados de la gloria de Dios, tanto Israel como Egipto. La provisión que Dios hizo del cordero de la Pascua muestra claramente que la demanda de la justicia de Dios se debe cumplir si Su misericordia se ha de mostrar. Cada familia de los israelitas escogió un cordero sin mancha. Se mataba el cordero y su sangre se ponía en los 78
dinteles de las puertas de la casa. El ángel de la muerte, al ver la sangre, pasaba por encima de esa casa. La sangre mostraba que la muerte se había llevado a cabo. El cordero había muerto en lugar del hijo mayor y, por lo tanto, también en lugar de los demás representados por el hijo mayor. Israel, en el simbolismo de la Pascua, fue liberado, no solo de la carga de la esclavitud, sino de la culpa del pecado. Comer el cordero y las ofrendas de paz marcó la comunión restaurada con Dios que viene por medio de la expiación que Dios provee. Debían comer la Pascua vestidos con sus ropas de viaje porque la promesa de Dios era segura. El cordero pascual proveyó una imagen de la obra de salvación que Dios llevaría a cabo. De manera similar, el evento del éxodo de Egipto fue revelador, mezclando el simbolismo ceremonial e histórico. Dios prefiguró tanto con Sus hechos como con Sus palabras lo que para Él significaba reclamar a pecadores como Su preciosa posesión. Jesucristo cumplió la ley ceremonial. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Él es nuestra Pascua, sacrificado por nosotros. Nuestra comida de comunión con Dios es Su santa cena. No solamente los símbolos apuntan a Cristo. ¡El relato entero apunta a Cristo! Es significativo que en el Monte de la Transfiguración, Moisés y Elías hablaran con Jesús acerca del “éxodo” que Él tenía que cumplir en Jerusalén. Él, que fue ofrecido como el Cordero del sacrificio, era también el Salvador y el Libertador. Él vino a proclamar libertad a los cautivos y rompió el último yugo de esclavitud para liberar a todo el pueblo de Dios.
79
DIOS ESTABLECE SU PACTO
Si Dios existe, ¿por qué no lo prueba? ¿Por qué Dios no aparece con truenos y relámpagos para acompañar Su presencia? La historia de la Biblia da una respuesta total a esta pregunta. Dios sí apareció; Él volverá a aparecer. La razón por la que Él no ap arece ahora no es porque Él esté renuente a persuadir a los ateos, sino todo lo contrario. Dios detiene la ardiente revelación de Su santa presencia porque Él detiene el día del juicio que esta debe traer. El Dios de gloria ya se ha revelado como el Padre de misericordia al enviar a Su Hijo al mundo. Él refrena la gloria de Su aparición para que los hombres puedan responder al llamado de Su misericordia y gustar la maravilla de Su amor. ¡Los hombres que exigen que Dios se manifieste no saben lo que están pidiendo! “¿Quién podrá soportar el día de Su venida? ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando Él aparezca?” (Mal 3:2). Dios sí apareció en gloria en el Monte Sinaí. Moisés guio al pueblo al mismísimo lugar donde Dios le había hablado desde la zarza en llamas. Pero esta vez no solo una zarza, sino toda una montaña estaba en llamas. La tierra tembló; las rocas se partieron. Pero lo más terrible de todo fue un sonido más escalofriante que un estrepitoso trueno: el sonido de la voz del Dios vivo. El autor de Hebreos describe el terror de la escena: la montaña ardiendo con fuego, la oscuridad, la penumbra y la tormenta (Heb 12:18-21). Después sonaron las trompetas celestiales y Dios habló. El pueblo que escuchó esas palabras rogó nunca volver a ser expuesto a tal terror. Le pidieron a Moisés que interviniera por ellos. ¡Dejen que él suba esa espantosa montaña y escuche la voz de Dios! Observa la manera en la que el autor de Hebreos habla de ese evento. Nosotros no hemos venido al Monte Sinaí. Nosotros no nos hemos acercado a lo que él llama un “fuego palpable”. No escuchamos las trompetas y la voz de Dios. ¿Sugiere, entonces, el autor de Hebreos que todas esas insinuaciones de la gloria celestial se han terminado y finiquitado? ¿Nos aconseja vivir en un mundo secular donde la presencia de Dios ya no es evidente y donde no h ay nada más que temer? De ninguna manera. El Sinaí es una montaña en esta tierra. El fuego en el Sinaí, tan escalofriante como era, era un fuego físico, un fuego que se podía tocar. Cuando nos reunimos para adorar, nos dice el inspirado escritor, no vamos al Monte Sinaí, sino al Monte Sión. Nos reunimos delante de Dios, no en la montaña en el desierto (el lugar del encuentro amoroso donde Dios se reunió con Su pueblo redimido), sino en la meta de su peregrinaje, en Sión, la montaña de la morada de Dios, el lugar donde Su gloria permanece. De hecho, la montaña a la que venimos no es el Monte Sión terrenal. Es el Sión celestial, la erusalén que está arriba. En la adoración cristiana nos congregamos con todos los santos de Dios, las legiones y legiones de ángeles santos y espíritus de hombres justos hechos perfectos. Nuestro acercamiento en la adoración no es a un santuario terrenal, porque entramos a la presencia de Dios con Jesucristo, nuestro Sumo Sacerdote celestial. La sangre de Cristo, rociada en el trono mismo de Dios, es la certidumbre de nuestro perdón. Nuestra adoración no es menos sobrenatural que la experiencia de Israel en el desierto. Es infinitamente más que eso. Hemos emergido de las sombras a la realidad. El fuego en el Monte Sinaí solo era palpable, pero el fuego al que vamos es la llama de la presencia misma de Dios. “Nuestro Dios es fuego consumidor” (Heb 12:29). Nosotros también escuchamos la voz de Dios de una manera más inmediata porque Dios nos ha 80
hablado en Su propio Hijo: “Tengan cuidado de no rechazar al que habla, pues si no escaparon aquellos que rechazaron al que los amonestaba en la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si le volvemos la espalda al que nos amonesta desde el cielo” (Heb 12:25). Cuando Jesús, orando en la cima de la montaña, se transfiguró en la presencia de Pedro, Santiago y Juan, ellos vieron a Moisés y a Elías con Él. Moisés había escuchado la voz de Dios en la cima del Sinaí; después, Elías había sido llevado a esa misma montaña para escuchar a Dios hablar, no en el fuego y en la tempestad, sino en el suave susurro de la palabra soberana de Dios. La nube de la gloria que había rodeado a Moisés en el Sinaí envolvió una vez más a esús y a Sus discípulos. La voz de Dios habló de nuevo desde la nube. Pero Dios no proclamó otros diez mandamientos para que se añadieran a las palabras de Su pacto de mucho tiempo atrás. Más bien, la voz desde la nube dijo: “Este es Mi Hijo, Mi Escogido; escúchenlo” (Lc 9:35). Dios habló desde el Sinaí, llamó a Abraham, se reveló a Jacob en sueños y se dirigió a Israel por medio de los profetas: “En estos días finales nos ha hablado por medio de Su Hijo. A Este lo designó heredero de todo, y por medio de Él hizo el universo” (Heb 1:2). En la maravilla de la Encarnación, Jesucristo nos ha hablado las palabras que el Padre le dio. Jesús es la última palabra de Dios. Las palabras que Él nos habla son espíritu y vida. Israel no podía soportar escuchar la voz de Dios. Moisés, el profeta de Dios, recibió las palabras de Dios y se las habló al pueblo. Moisés fue el gran siervo en la casa de Dios, pero Jesús es el Hijo sobre la casa. El Sinaí era de hecho la cima de una montaña en la revelación de Dios. Los que discuten sobre la autoridad de la Escritura y cuestionan si la verdad de Dios se puede expresar en lenguaje de hombres tienen que pararse con Israel al pie del Sinaí y escuchar la voz de Dios. Sin embargo, Dios había planeado una revelación mayor para la cual el Sinaí era todavía la preparación: Su revelación en Jesucristo. La palabra de Dios para nosotros es: “¡Escúchenlo!”. El autor de Hebreos, quien nos describe la asamblea celestial a la que entramos en nuestra adoración, también nos dice que no dejemos de congregarnos en la tierra (Heb 10:25). La iglesia de Cristo es Su asamblea. De hecho, ese es el significado de la palabra del Nuevo Testamento para iglesia: ecclesía . Jesús usó la palabra “asamblea” cuando contestó la confesión de Simón Pedro. Jesús dijo: “Sobre esta piedra edificaré Mi iglesia” (Mt 16:18). Sus discípulos debieron haber entendido muy bien Su término porque Israel era la asamblea de Dios. Tres veces al año Israel se tenía que congregar delante del Señor en Jerusalén para celebrar Sus fiestas. Esas asambleas recordaban la gran asamblea en el Monte Sinaí, cuando el Señor reunió a Su pueblo delante Él y estableció Su pacto con ellos. Israel era una “congregación” porque fueron llevados a la asamblea de los santos de Dios. Moisés, en su bendición al pueblo antes de su muerte, pintó un cuadro espectacular del significado de la asamblea en el Sinaí (Dt 33:1-5). Ahí estaba Dios, entronizado como Rey en medio de diez mil de Sus ángeles santos. Israel estaba reunido a Sus pies para recibir Sus palabras. Esta imagen del Antiguo Testamento estaba viva en los pensamientos de los firmantes del Pacto de Qumrán, cuyos rollos se descubrieron en las cuevas de la costa occidental del Mar Muerto. Esta secta reconoció que unirse a la congregación de Dios era entrar en la asamblea donde los santos terrenales se unían con los ángeles celestiales3.
81
Como el Mediador del Nuevo Pacto, Jesús reúne a los perdidos y esparcidos del pueblo de Dios. Su llamado cumple las asambleas festivas de la ley ceremonial. Él llama a Su pueblo a Su mesa porque Él es la verdadera Pascua. Él envía Su Espíritu sobre Sus discípulos que están reunidos en la fiesta de Pentecostés. Queda una gran fiesta: la fiesta de los Tabernáculos, la gran fiesta de la cosecha de todos los redimidos. En la Jerusalén celestial, nos dice el autor de Hebreos, esa asamblea festiva ya se ha reunido. Llamamos a las naciones de la tierra a esa fiesta. En la Gran Comisión Jesús nos envía a reunirnos con Él. Él es levantado para que pueda atraer a Él a todos los hom bres. En la gran asamblea en el Sinaí, Dios habló a Su pueblo. Les dio Su ley en el contexto de Su redención. Los Diez Mandamientos comienzan con la descripción que Dios da de Sí mismo como el Redentor de Israel: “Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país donde eras esclavo” (Éx 20:2). El gran error del legalismo es separar la ley de Dios del Dios que la dio. Los Diez Mandamientos no son un código abstracto de deberes colgados en el vacío. El primer mandamiento gobierna al resto: “No tendrás dioses ajenos delante de Mí”. El pueblo de Dios está en Su presencia. Él es su Dios; ellos son Su pueblo. Convocados ahí, delante de Él, lo deben reconocer como el único Dios. Deben amarlo con todo su corazón, alma, fuerza y mente. El Señor es un Dios celoso (Éx 20:4-5). Él no consentirá que se le adore como el dios de un panteón de deidades. Los celos de Dios no son como la pasión envidiosa y vengativa que muchas veces describimos con palabras. El término que nosotros traducimos “celo” también se podría traducir “ardor”. Se refiere al amor intenso y exclusivo que Dios tiene por Su pueblo, un amor que debe ser correspondido con la devoción pura de Israel. Todos los mandamientos del pacto de Dios se enfocan en el corazón de la relación del pacto, el vínculo entre Dios y Su pueblo. Ya hemos visto que el Señor instituyó el matrimonio en la creación de Adán y Eva, y que Él reveló en esa ordenanza la misteriosa intensidad de un amor exclusivo. El séptimo mandamiento, por lo tanto, tiene su marco en el pacto de Dios con Israel. Dios mismo presenta el amor celoso de la devoción conyugal como un patrón del amor de Su pacto. Evidentemente, la fidelidad conyugal debía fortalecer la vida familiar en Israel cuando el mandamiento de Dios se obedecía. Sin embargo, ese mandamiento siempre apuntaba, más allá de sí mismo, hacia el amor de Dios por Su pueblo y Su llamado a su celosa devoción a cambio. El mandamiento “No cometerás adulterio” (Éx. 20:14) se aplica a la más íntima de las relaciones humanas, la demanda de amor que tiene su origen en Dios, el Dios del pacto. No es una mera metáfora cuando Oseas y Ezequiel claman contra el adulterio espiritual que representa la adoración de los ídolos. Pablo muestra la prioridad del amor de Dios en esucristo cuando se dirige a las esposas y los esposos cristianos (Ef 5:22-33). Él no está confundiendo la figura con la realidad; nos está señalando el amor de Dios, del cual todo el amor verdadero del hombre debe brotar. No podemos entender los Diez Mandamientos separados de Jesucristo. Si los vemos solo como una lista de “no hagas”, de la cual podemos inferir una lista correspondiente de los “haz esto”, olvidamos al Señor que habló las palabras desde el Sinaí y el contexto en el que las habló. Los mandamientos de Dios llaman a Su pueblo a reconocerlo como su Salvador y Señor.
82
Sin embargo, Israel no guardó los mandamientos de Dios. Pablo puede concretar en Romanos que todos hemos pecado: no solo los gentiles que Dios abandonó en su propia rebelión, sino también Israel que tenía la ley y no la guardó. Por lo tanto, la ley condena el pecado de los que la quebrantan. En esa forma negativa, la ley nos indica a Cristo. Muestra lo que la justicia de Dios exige y por lo tanto nos muestra que no podemos satisfacer las demandas justas de Dios. Necesitamos a Cristo para que nos salve de la maldición de la ley, llevando Él el castigo en nuestro lugar (Gá 3:10-14). Cristo no solo sufre el castigo que nosotros merecemos. También guarda la ley en nuestro lugar. Cristo, el que lleva nuestros pecados, nos da el manto perfecto de Su justicia. “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en Él recibiéramos la justicia de Dios” (2Co 5:21). La salvación que es nuestra en Cristo no es solo una restauración a la inocencia con la deuda del pecado cancelada. Mucho menos es una segunda oportunidad para ganar nuestra propia salvación haciendo borrón y cuenta nueva. Lo que recibimos en Cristo es Su justicia; somos adoptados a la perfecta filiación del Segundo Adán y el verdadero Israel (Ro 9:5; 10:4; 1Co 15:22, 45). Para empezar, la ley del Sinaí expresa la demanda de Dios de una obediencia perfecta. Dios es perfectamente santo y no puede exigir nada menos. A ese respecto, Su ley solo nos puede condenar. Pero Dios no sacó a Su pueblo de Egipto para consumirlo en la llama del Sinaí. Su propósito era salvarlos. Hay, por lo tanto, otro aspecto en la ley que Dios dio. Es la ley del pacto de Dios con Su pueblo redimido. El pueblo entró en un pacto con Dios. Ellos prometieron guardar todas las palabras que Dios habló (Éx 24:3). Se ofrecieron sacrificios y tanto el altar como el pueblo fueron rociados con la sangre del sacrificio. Desde el primer momento, por lo tanto, fue evidente que se debía hacer una expiación y que la expiación debía venir del altar de Dios. La venida de Cristo no fue una idea divina de último momento. La sangre del pacto rociada en el Sinaí da testimonio del sacrificio del Cordero de Dios escogido desde la fundación del mundo. Podemos distinguir entre los Diez Mandamientos y la ley ceremonial, pero tenemos que recordar que se dieron juntos. Dios no hablaba palabras que solo podían condenar a Su pueblo sin dar los símbolos de la expiación. Ya que esto es así, podemos entender que incluso el contenido de los Diez Mandamientos puede apuntarnos a Jesucristo. El celo de Dios por Su propia justicia también es un celo por Su plan de salvación. Considera el segundo mandamiento. ¿Por qué prohibió Dios hacer imágenes para adorarlas? Ya hemos visto que no fue porque una imagen sea imposible de hacer, ya que Dios hizo al hombre a Su imagen. ¿Por qué, entonces, le prohibió Dios al hombre adorarlo por medio de imágenes? La respuesta es que Dios estaba celoso de Su revelación que vendría por medio de Jesucristo. Ninguna imagen o semejanza debía colocarse entre los querubines en el “propiciatorio” porque Dios, a Su debido tiempo, enviaría a Su Hijo encarnado a cuyos pies el perfume de la devoción de María se podía derramar de manera justa. esucristo es la imagen del Dios invisible. En Su naturaleza hum ana, Él revela al Padre: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn 14:9). La adoración separada de las imágenes significa la adoración separada de cualquier imagen menos la que Dios ha enviado: Su Hijo unigénito. El tercer mandamiento expresa el celo de Dios por Su santo nombre. Dios muestra la profundidad de ese ardor en Su celo por el nombre de Jesús, el único nombre dado a los hombres para que podamos ser salvos. Dios exalta el nombre de Jesús sobre todo nombre, 83
para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor. Si Jesús no fuera el eterno Hijo de Dios, tal adoración sería un sacrilegio. Pero Dios reserva Su propio nombre haciéndolo santo y glorioso mientras levanta el nombre de Jesús. Así también, el mandamiento del Sabbat está hecho para el hombre, pero especialmente para el Hijo del Hombre quien es el Señor del Sabbat y lo transforma en el día del Señor por Su resurrección. Todo lo demás que representa el Sabbat es el reposo final que Cristo provee (Heb 4:9,11). Por lo tanto, cuando escuchamos que la ley de Dios se dio desde el Sinaí, no solo debemos temblar ante Su trueno y huir a Cristo buscando Su perdón y justicia. Debemos escuchar en ella el celo de Dios por Su propio Hijo, y encontrar en ella un testimonio del propósito de la redención del Dios que redimió a Israel de la casa de servidumbre. Jesús cumplió la ley por nosotros; aprendió la obediencia por las cosas que Él sufrió. En Su obediencia, Él no solo fue nuestro representante, sino nuestro ejemplo. Él transformó y profundizó la ley con precisión mientras la cumplía. Él nos capacita para entender la voluntad de nuestro Padre celestial mientras entendemos el pacto hecho en el Sinaí. Sobre todo, Él nos renueva por Su Espíritu para que podamos hacer lo que la ley pide: amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, alma, fuerza y mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. * Las Biblias en español, por lo general, traducen el nombre Yahweh como “SEÑOR” todo con letras mayúsculas, o bien, la primera letra mayúscula y las demás minúsculas.
84
Preguntas sobre el estudio 1. ¿Cómo había cambiado la situación de los israelitas en Egipto desde los días de José hasta los días de Moisés? ¿Por qué? 2. ¿De qué manera se reveló Dios a Moisés? 3. En respuesta a la petición de Moisés, ¿qué nombre le dio Dios a Moisés y qué significa? 4. Explica la doble identidad del Siervo del Señor y cómo Moisés prefigura a Jesús como el Siervo. 5. “La gran liberación de Israel, por parte de Dios, de la explotación de su esclavitud fue antes que nada una obra de juicio”. Explica. 6. ¿Cómo malinterpretan los defensores de la “teología de la liberación” los eventos del éxodo? 7. ¿Cuál fue el doble propósito de la liberación de Israel? 8. ¿Cuál fue el significado de la muerte del cordero pascual? ¿Cómo es Cristo el Cordero de Dios? 9. Explica la siguiente cita: “¡Los hombres que exigen que Dios se manifieste no saben lo que están pidiendo!”. 10. Compara y contrasta el Monte Sinaí con el Monte Sión. 11. ¿Cuál es el gran error del legalismo? 12. Explica: “No podemos entender los Diez Mandamientos separados de Jesucristo”. 13. Lee Gálatas 3:10-14. ¿Por qué necesitamos a Cristo? ¿Cóm o es posible hacer lo que la ley pide?
85
Preguntas de aplicación 1. Lee G álatas 3:19-25. ¿Cuál es el propósito de la ley? 2. Da ejemplos de las formas específicas en las que luchas con el legalismo en tu hogar, con tu cónyuge, con la familia, en el trabajo, en la iglesia, etc. 3. Aplica Gálatas 3:10-14 a tus situaciones específicas. ¿Qué es lo que tiene que cambiar sobre tu perspectiva de la ley? 4. Lee los Diez Mandamientos (Éxodo 20). 5. Ahora aplica a cada uno de los mandamientos la afirmación: “No podemos entender los Diez Mandamientos separados de Jesucristo”. ¿Cuáles son tus observaciones? 6. ¿Puedes tú guardar la ley? Si así es, ¿cómo?
86
CAPÍTULO SEIS
87
LA ROCA DE MOISÉS: ¿ESTÁ EL SEÑOR ENTRE NOSOTROS? EN EL SINAÍ Dios le dio a Israel no solo la ley de Su pacto, sino también la tienda de Su morada. Dios sería su Dios a través de Su presencia y también a través de Su palabra. En la nube en el Monte Sinaí, Moisés recibió instrucciones detalladas para la construcción del tabernáculo, la tienda que sería la casa de Dios en medio de las tiendas de Israel. Por cuarenta días Moisés permaneció en la cima de la montaña, oculto de Israel por la nube de la presencia de Dios. Cuando por fin comenzó su descenso, llevaba en sus manos las tablas de piedra en las que Dios había escrito las palabras de Su ley. Sin embargo, el peso de la ley de Dios que llevaba en sus manos era menor que el peso que llevaba en su corazón. Dios le había dado a Moisés un mandamiento final: ve y desciende a un pueblo que ya se ha vuelto del pacto que tan solemnemente había ratificado. Moisés llevaba el mandamiento que Dios había pronunciado, en tono amenazador, desde el Sinaí: “No te hagas ningún ídolo” (Éx 20:4). Pero Dios le dijo a Moisés que el pueblo allá abajo ya se había hecho un ídolo con forma de becerro de oro. Lo habían adorado y le habían hecho sacrificios. La premonición de Moisés se intensificó cuando escuchó los sonidos que venían del campamento allá abajo. Josué, que servía a Moisés, pensó que escuchaba gritos de guerra. Moisés contestó: “Lo que escucho no son gritos de victoria, ni tampoco lamentos de derrota; más bien, lo que escucho son canciones” (Éx 32:18). Cuando Moisés pudo ver y oír la orgía licenciosa al pie de la montaña, fue demasiado para él. Con ira arrojó las tablas de la ley de Dios; se hicieron añicos a sus pies. El juicio de Dios acabó con la revuelta de la rebelde idolatría. Moisés se paró a la entrada del campamento y llamó a los que estuvieran a favor del Señor. Solo los levitas, la propia tribu de Moisés, se reunieron con él. Moisés los comisionó para ejecutar la sentencia de Dios sobre los rebeldes. Unos tres mil israelitas murieron mientras los levitas llevaban a cabo su triste tarea. Moisés regresó para encontrarse con el Señor. ¿Qué futuro podía haber para Israel? Si el pueblo quebrantaba completamente el pacto de Dios al pie de la montaña donde Dios también estaba hablando, ¿qué caso tenía continuar la relación del pacto? ¿No había sido ya Israel juzgado y rechazado? Moisés le suplicó a Dios no borrar a Israel del libro de la vida, sino borrar su propio nombre. El apóstol Pablo, siglos después, hizo eco de esa súplica de Moisés. Pablo, también siervo del Señor en el Nuevo Pacto, dijo que estaría dispuesto a ser anatema y separado de Cristo “por el bien de mis hermanos, los de mi propia raza, el pueblo de Israel” (Ro 9:3-4). El Señor no quitaría el nombre de Moisés de Su libro (Éx 32:32). En cambio, le propuso a Moisés un plan alterno para la relación de Dios con Israel. Dios no moraría en medio de Israel. Eso sería demasiado peligroso, pues era un pueblo terco, arrogante y rebelde. Si Dios iba a ir en medio de ellos, incluso por un momento, Su presencia los destruiría (Éx 33:5).
88
El plan alterno de Dios no incumplió Sus promesas. Él iría delante del pueblo en la presencia de Su Ángel. Él los guiaría a la tierra de la promesa, derrotaría a sus enemigos, expulsaría a los malvados habitantes de la tierra y les daría a ellos su posesión prometida. Pero Él no iría en medio de ellos. Entonces no habría necesidad de construir el tabernáculo, porque el objetivo de esa construcción sería proveer una tienda en la cual Dios pudiera morar en medio del pueblo de Israel. Su tienda estaría en el centro del campamento, y las tiendas del pueblo estarían puestas alrededor, de acuerdo con sus tribus. En vez de poner el tabernáculo, Moisés continuaría con la práctica que aparentemente ya había empezado. Él tendría una “tienda de reunión” puesta fuera del campamento. Dios vendría a la puerta de esa tienda en la nube de gloria para encontrarse con Moisés. Cuando Moisés saliera a la tienda, el pueblo estaría parado respetuosamente para verlo ir. Cuando la nube descendiera debían adorar. Si algún hombre necesitaba consultar al Señor, él podía salir a la tienda y hablar con Moisés. El cambio que Dios propuso no era en sustitución del Ángel que indicaba Su propia presencia. El Ángel del Señor era una teofanía, la manifestación de Dios en forma de Su mensajero. “Préstale atención y obedécelo. No te rebeles contra Él, porque va en representación Mía” (Éx 23:21). La cuestión más bien era si el Señor iría delante del pueblo en la presencia de Su Ángel, expulsaría a sus enemigos y les daría la tierra, o si Dios iría en medio de ellos. ¿Se debía construir el tabernáculo para que Dios pudiera estar en medio de ellos o debería Dios seguir viniendo a la puerta de la tienda de reunión, a una cierta distancia del campamento? Podríamos suponer que Moisés hubiera recibido cordialmente la propuesta de Dios. Seguramente el peligro de la santa presencia de Dios en medio del campamento de Israel era obvio. ¿Qué ventajas perdería Israel bajo el nuevo arreglo? También tenían acceso a Dios. Todavía tenían a Moisés como su mediador. Aún tenían a Dios guiándolos por el desierto y la garantía de Su don de la tierra. De hecho, lo que Dios propuso parece ser precisamente lo que muchas personas hoy quieren de la religión. No quieren perder todo contacto con Dios, pero prefieren que sus relaciones con Él las maneje un profesional. Dejan que un clérigo ore. Es bueno tener disponible a Dios a no mucha distancia. Podríamos necesitar Su ayuda (en un centro de consejería, quizás, o como una deidad nacional capaz de frenar al Kremlin). Pero tener a Dios en el centro de nuestras vidas… ¡eso es definitivamente demasiado cerca! Su presencia sería muy inconveniente para algunos de nuestros tratos de negocios, para nuestro entretenimiento y para disfrutar de las comodidades que nos ofrecen los comerciales de la televisión. Conociendo a Israel como lo conocía, ¿de una vez cerró Moisés la oferta con Dios, dándole las gracias por decidir, consideradamente, alejarse a una distancia conveniente? ¡Todo lo contrario! Moisés estaba desconsolado y entró en un profundo duelo. Siguiendo su guía, Israel también se lamentó. Se quitaron sus joyas (el oro que no había sido fundido para el becerro de oro) y esperaron mientras Moisés iba a hablar con Dios. Una vez más Moisés derramó su corazón ante el Señor. ¿No había dicho Dios que conocía a Moisés por nombre? ¿No era Israel el pueblo de Dios? “Si Tú no vas a venir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Cómo vamos a saber Tu pueblo y yo que en verdad me he ganado Tu favor? ¡Lo sabremos sólo si vienes con nosotros, y sólo si Tu pueblo y yo somos apartados de todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra!” (Éx 33:15-16 RVC). 89
Nada se podía comparar con la presencia inmediata de Dios en medio de Su pueblo. El favor por el que Moisés oró obviamente no se basaba en el registro del rendimiento de Israel. Él estaba suplicando por el favor de la gracia, el favor del llamado de Dios que había distinguido a Su pueblo de todas las demás naciones. Si Dios no iba a sellar ese favor con Su propia presencia, toda esta iniciativa sería inútil. En todo caso, ¿para qué ir a la tierra de la promesa? Moisés buscó la tierra, no porque la leche y la miel de Canaán fueran mejores que el pescado y las lentejas de Egipto, sino porque la tierra de Israel era el lugar donde Dios pondría Su nombre, el lugar de Su casa entre Su pueblo. Si Dios no iba a morar entre Su pueblo, no tenía sentido ir al lugar de Su elección. El pacto de Dios fue que Él sería su Dios y ellos Su pueblo; la comunión con Dios era el corazón del pacto. Para sellar su petición, Moisés buscó exactamente lo que ofrecía la presencia de Dios en medio de ellos: la revelación de la gloria de Dios. “Te ruego que me muestres Tu gloria”, oró Moisés (Éx 33:18 RVC). ¿Era esta una petición extraña? ¿No había visto Moisés la gloria del Señor en la nube? ¿No había tenido comunión con Dios mientras recibía Sus mandamientos? Sí, pero Moisés añoraba un conocimiento más pleno del Señor. Dios había dicho que Él conocía a Moisés por nombre; de la misma manera Moisés quería conocer a Dios por nombre en un encuentro personal y pleno. Moisés no podía suplicar por la continua presencia de Dios sobre la base de lo que Israel había hecho o haría. No le podía dar a Dios la clase de excusas que Aarón le había ofrecido a él acerca del becerro de oro. Si él iba a asegurar la continua presencia de Dios, su único recurso tenía que ser la naturaleza de Dios mismo, la fidelidad del pacto del Dios de la gracia. Para asegurar el favor de Dios, Moisés le pidió que se revelara, que diera a conocer Su nombre. Esto es lo que Dios hizo. No podía permitir que Moisés viera toda la gloria de Su faz, pero le daría permiso de ver Su espalda. Dios cubrió a Moisés en la hendidura de una roca mientras Su gloria pasaba. Él le proclamó de nuevo Su nombre a Moisés: “YO SOY” Dios, quien sería misericordioso con quien Él quisiera ser misericordioso. Su misericordia soberana era la esperanza de Moisés y de Israel. Él es eternamente el Dios que es “lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). La oración de Moisés fue contestada. Dios iría con Su pueblo. Se construiría el tabernáculo para simbolizar Su presencia en medio de ellos. El plan del tabernáculo presenta una imagen doble: por un lado, había barreras que acordonaban la santidad de Dios; por el otro, un camino de acceso se abría por Su gracia. Las cortinas del tabernáculo ocultaban la gloria de la presencia del Señor, pero se proveyó una forma para acercarse. El adorador podía entrar al atrio y ofrecer su sacrifico en el gran altar de bronce, en el atrio delantero. Los sacerdotes, después de lavarse en la fuente de bronce, podían entrar al lugar santo para orar a Dios en el altar del incienso. Después del lugar santo estaba el lugar santísimo, donde se guardaba el arca del pacto. En ese santuario solo podía entrar el sumo sacerdote, y eso solo una vez al año, en el día de la expiación. A pesar de eso, el tabernáculo proveía el camino abierto a la presencia del Señor que moraba en medio de Su pueblo. Otorgada su petición, Moisés oró una de las más bellas oraciones de la Biblia: “Señor, si realmente cuento con Tu favor, ven y quédate entre nosotros. Reconozco que este es un pueblo terco, pero perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y adóptanos como Tu herencia” (Éx 34:9). 90
Ya que el pueblo de Israel era terco, Dios había dicho que no iría en medio de ellos, pero por esa misma razón Moisés le había pedido a Dios que fuera con ellos, perdonando su iniquidad y su pecado. Él no le pidió a Dios que le diera a Israel su herencia, sino que tomara a Israel como Su herencia. Moisés echó mano de la gracia de Dios y oró para que Dios hiciera de Israel Su preciada posesión. Juan pone este pasaje a la vista en el primer capítulo de su Evangelio (Jn 1:14-18). Nos recuerda que la ley le fue dada a Moisés, pero que la “gracia y la verdad” de las que escribió Moisés (Éx 34:6) vinieron por medio de Jesucristo. Por todo el Evangelio de Juan aprendemos la manera en la que Moisés testificó de Cristo. Jesús dijo: “Si le creyeran a Moisés, me creerían a Mí, porque de Mí escribió él” (Jn 5:46). Cuando Juan dice: “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn 1:18), está pensando en la revelación que Dios le dio a Moisés. A Moisés no se le permitió ver a Dios, pero toda la gloria de Dios ha sido revelada ahora en Jesucristo. Algunas traducciones de la Biblia pierden la fuerza del testimonio de Juan al no traducir literalmente la palabra de Juan como “acampar en tiendas” o “habitar en tabernáculos”: “Y la Palabra se hizo carne, puso Su tienda entre nosotros, y hemos visto Su gloria: la gloria que recibe del Padre, el Hijo único; en Él todo era don amoroso y verdad” (Jn 1:14 BLA). Aquí Juan está declarando el cum plimento de la revelación de Dios dada a Moisés. El tema era la presencia de Dios en medio de Su pueblo. El símbolo de esa presencia continua era el tabernáculo; ahí se revelaba la gloria del Dios que está “lleno de gracia y de verdad”. Pero lo que era un símbolo en el tiempo de Moisés se ha vuelto una realidad en Jesucristo. El verdadero y permanente Tabernáculo no es una tienda de pieles de cabra, sino el Señor encarnado. Incluso la nube de gloria es solo un símbolo de la presencia del Señor; Jesús es el Señor, el verdadero Templo. Jesús le podía decir a la mujer de Samaria que ni siquiera Jerusalén era el lugar donde Dios debía ser adorado, porque la hora había llegado cuando Él debía ser adorado en Espíritu y en verdad (Jn 4:23-24). En Espíritu, porque Jesús le podía dar el Espíritu; en verdad, porque esús era la verdad, la realidad de la cual el Templo era el símbolo. Esa hora estaba llegando con la muerte y resurrección de Jesús; de hecho, esa hora ya había llegado porque Jesús ya había venido: “Ese soy Yo, el que habla contigo” (Jn 4:26). En el Sinaí, Dios entregó tanto las tablas de la ley como el tabernáculo. Ambos apuntan a Cristo, que es el cumplimiento de la ley a todos los que creen y que es el Sacerdote celestial, el Cordero de Dios y el verdadero Tabernáculo. Tanto la ley como la adoración en el Sinaí eran expresiones del pacto de Dios, un pacto que se cumplió en Jesucristo y en quien se hizo nuevo. Sin embargo, no era solo en las instituciones del pacto que Cristo se anticipaba. Él también se prefiguraba en la historia del pacto. La historia de la redención en el Antiguo Testamento es la historia de Jesús. Dios guio a Israel desde el Sinaí mientras viajaban hacia Canaán. Su propósito al guiarlos no era el traslado rápido. Era la educación. Moisés meditaba en el currículo de Dios mientras el pacto se renovaba con una segunda generación en la frontera de Canaán: Recuerda que durante cuarenta años el Señor tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no Sus mandamientos. Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te 91
alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor […] Reconoce en tu corazón que, así como un padre disciplina a su hijo, también el Señor tu Dios te disciplina a ti (Dt 8:2-5). La palabra del Señor, por la cual Israel debía vivir, no era solo la palabra que se había hablado desde el Sinaí. También era la palabra de Dios que dirigía las jornadas de Israel día tras día. El pueblo fue humillado, probado, se le enseñó que Dios era fiel y se le mostró Su provisión constante. Dios le mostró a Israel su propia incapacidad para descubrir que Él era su ayuda en cada angustia. Su instrucción fue más allá de la prueba. Por Sus hechos de liberación Él también retrató la realidad espiritual del pacto. El que Dios los hubiera alimentado con maná, por ejemplo, representó gráficamente la verdad de que la vida es un regalo de Dios y que el Padre les da a Sus hijos el pan del cielo. Jesús señaló esto a las multitudes que alimentó en el desierto. Él alimentó a más de cinco mil con cinco panes y dos peces que había en la canasta del almuerzo de un niño. Pero para muchos el milagro no fue lo suficientemente espectacular. Exigieron una provisión de pan más extraordinaria: “Ciertamente les aseguro que no fue Moisés el que les dio a ustedes el pan del cielo… El que da el verdadero pan del cielo es mi Padre. El pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo” (Jn 6:32-33). Como lo muestran las palabras de Jesús, el hecho de que Dios les dio el maná es mucho más que una alegoría superficial. La provisión que el Señor hace de la vida que proviene de arriba apunta más allá de la alimentación física. Si la comida fuera lo único que le faltara al pueblo, no tenían que haber dejado Egipto. De hecho, muchos de ellos prefirieron los puerros y el pez de Egipto que el maná: “¡Ya estamos hartos de esta pésima comida!” (Nm 21:5). Dios dio el maná para enseñar sobre Su regalo de la vida espiritual por medio de la fe. Dios le enseñó a Israel a confiar en Él para la provisión del pan diario más que en un sentido físico. Por lo tanto existía una buena razón por la que un frasco de maná se colocara dentro del arca del pacto. El contenido de la enseñanza de los incidentes en el desierto apuntaba hacia adelante y hacia arriba. A Israel se le enseñó a anticipar las bendiciones futuras que se habían prometido en el pacto de Dios. Por ejemplo, cuando el agua amarga de Mara fue sanada por el mandato de Dios, Dios hizo del incidente una señal de Su promesa del pacto: “Yo soy el Señor, que les devuelve la salud” (Éx 15:26). El árbol que Moisés arrojó al agua amarga se convirtió en una señal de que Dios cambiaría la maldición por la dulzura y el bálsamo del árbol de la vida (Gn 2:9; Ez 47:12) 1. En el curso de la historia de los tratos de Dios con Su pueblo del pacto, esta promesa se repitió. Jeremías clamó: “¿No queda bálsamo en Galaad? ¿No queda allí médico alguno?” (Jer 8:22). Él oró: “Sáname, Señor, y seré sanado; sálvame y seré salvado, porque Tú eres mi alabanza” (Jer 17:14). En respuesta, Dios repitió Su promesa a Su profeta y a Su pueblo: “Pero Yo te restauraré y sanaré tus heridas” (Jer 30:17; 33:6). El mismo Dios vendría a quitar la maldición y a sanar y restaurar a Su pueblo: “Dios mismo viene, y Él los salvará. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, lo mismo que los oídos de los sordos. Entonces los cojos saltarán como ciervos, y la lengua del mudo cantará” (Is 35:4-6 RVC).
92
Dios mismo prometió ser el Sanador de Su pueblo; sin embargo, Su obra de sanación se lograría a través de Su Ungido. Este Mesías vendaría a los quebrantados de corazón y consolaría a los que sufren, porque Él traería el año del favor de Dios (Is 61:1-2). En la sorprendente descripción que Isaías hace del Siervo Sufriente del Señor, aprendemos que Él vendría a llevar nuestros dolores y enfermedades y que por Sus heridas seríamos sanados (Is 53:5). Mateo describe el ministerio de sanación de Jesús en un Sabbat por la tarde en Capernaúm y después nos recuerda estas palabras: “Él cargó con nuestras enfermedades y soportó nuestros dolores” (Mt 8:17; cf. Is 53:4). La señal de Dios al sanar las aguas en Mara y todo Su cuidado por Israel en el desierto eran la preparación en la pantalla de la historia para el cumplimiento que estaba aún por venir con Jesucristo. Esto es evidente en otro incidente increíble en el desierto. Cuando una segunda generación de israelitas errantes se rebeló en contra de que Dios dirigiera su marcha, Dios juzgó su sublevación enviando serpientes venenosas entre ellos. Clamaron por la liberación y Dios le ordenó a Moisés forjar una serpiente de bronce y levantarla en un asta (quizá la vara del Señor). Se le ordenó al pueblo ver la serpiente de bronce y los que la veían eran sanados y vivían (Nm 21:4-9). Jesús se refirió a este evento cuando Él le describió Su misión a Nicodemo, un miem bro del sanedrín que fue a Él de noche. “Como levantó Moisés la serpiente en el desierto, así también tiene que ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna” (Jn 3:14-15). La serpiente de bronce, la imagen de la maldición sobre Israel, fue levantada como una señal del poder de Dios sobre la maldición y Su liberación de ella. Jesús debió haber dejado sorprendido a Nicodemo al comparar el “levantamiento” del Hijo del Hombre con el levantamiento de la serpiente. El Hijo del Hombre era la figura gloriosa descrita en la profecía de Daniel (Dn 7:13-14). Daniel lo representó como viniendo en las nubes del cielo para recibir el dominio del Reino eterno de Dios. ¿Cómo podía esa figura gloriosa compararse a la efigie de metal de la serpiente venenosa? La comparación es insondable. Jesús es el Hijo del Hombre; Él habló de ser levantado a la gloria empezando por ser levantado en la cruz. Cuando Él dijo: “Pero Yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a Mí mismo” (Jn 12:32), Él se estaba refiriendo no solo a Su ascensión, sino a “de qué manera iba a morir” (Jn 12:33). Jesús fue “levantado” y expuesto en la cruz como un maldito. Eso fue suficiente para convencer a Saulo el fariseo de que Jesús no podía ser el Mesías. Jesús había sido crucificado y la ley de Dios decía que cualquiera que fuera colgado de un árbol era maldito (Dt 21:23). Pero después que Cristo se le apareció a Saulo en el camino a Damasco, llegó a comprender que el mismo evento que parecía desacreditar a Jesús como el Mesías era su demostración. Saulo el perseguidor se convirtió en Pablo el apóstol, resuelto a no saber de alguna cosa excepto de Cristo y de Él crucificado (1Co 2:2). Él enseñó que “Cristo nos rescató de la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros, pues está escrito: Maldito todo el que es colgado de un madero” (Gá 3:13). Como la serpiente en el asta, Cristo en la cruz era la personificación de la maldición. Él soportó el juicio de muerte porque llevó la culpa del pecado. Fue herido por Dios y afligido, porque el Señor puso en Él la iniquidad de todos nosotros (Is 53:6). “Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en Él recibiéramos la justicia de Dios” (2Co 5:21). En la cruz Dios triunfó sobre los poderes de la oscuridad; al 93
levantamiento de Cristo en la cruz le siguió la resurrección y Su alzamiento a la gloria (Jn 13:31; Hch 5:31). Jesús también tenía a la vista Su ascensión a la gloria: “Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre” (Jn 3:13). Como vimos en relación al sueño de Jacob, Jesús mismo era la respuesta final a la pregunta de Agur en el libro de Proverbios (30:4): “¿Quién subió al cielo y descendió? ¿Quién encerró los vientos en Sus puños? […] ¿Cuál es Su nombre, y el nombre de Su Hijo, si sabes?”. Jesús, que descendió del cielo, ascendió al cielo: Su “levantamiento” comenzó en la cruz. Dios triunfó sobre la maldición en la victoria del Calvario (Col 2:13-15). De los primeros viajes de Israel en el desierto viene la más vívida imagen del triunfo de la gracia de Dios en Su pacto con Israel. Solo unos cuantos meses después de la liberación de Israel de Egipto, el Señor los llevó a Refidín, en el camino al Monte Sinaí (Éx 17:1-7). No había agua donde acamparon. En el clima árido del desierto del Sinaí, la deshidratación se produce en horas más que en días. Cuando sus odres se vaciaron, la muerte era segura. “Así que altercaron con Moisés. –Danos agua para beber– le exigieron” (Éx 17:2). Desafortunadamente, la palabra “altercar” no expresa de manera adecuada el significado del término en hebreo. Decir: “Ellos presentaron una denuncia a Moisés” sería más exacto. La palabra es la raíz de “Meriba”, el nombre que se le dio al lugar de este incidente (Éx 17:7) 2. Este es un término legal que describe la institución de una demanda. En los profetas se usa para expresar la demanda que Dios entabló contra Israel porque quebrantaron Su pacto (Mi 6:1-8). Meriba designaba la demanda de Israel contra Dios. La acción legal que el pueblo propuso tomar fue primero contra Moisés. “¿Para qué nos sacaste de Egipto? […] ¿Solo para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestro ganado?” (Éx 17:3). Acusaban a Moisés de ser culpable de traición, por lo cual merecía ser ejecutado por lapidación. Apedrearían a Moisés, no como un acto de violencia del populacho, sino como la ejecución de la sentencia de muerte por parte de la comunidad. Si los huesos de ellos se iban a decolorar bajo el feroz sol, entonces que Moisés pague primero el castigo. Comprensiblemente Moisés protestó: “¿Por qué [levantan cargos contra mí]? —se defendió Moisés—. ¿Por qué provocan al Señor?” (Éx 17:2). No era realmente a Moisés, sino a Dios a quien el pueblo pondría a prueba: “¿Está o no está el Señor entre nosotros?” (Éx 17:7). Dios había llevado a Israel al desierto para hacer Su pacto con ellos. Él los guio con el fin de enseñarles; la prueba era parte del proceso de entrenamiento. Al final del viaje Moisés finalmente les diría: Recuerda que durante cuarenta años el Señor tu Dios te llevó por todo el camino del desierto, y te humilló y te puso a prueba para conocer lo que había en tu corazón y ver si cumplirías o no Sus mandamientos. Te humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida que ni tú ni tus antepasados habían conocido, con lo que te enseñó que no solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor (Dt 8:2-3). Dios le acababa de mostrar a Israel Su cuidado y provisión al darles el maná para saciar su hambre; sin embargo, no confiaron en Él para que les diera agua para saciar su sed. No pudieron ver que eran ellos, y no Dios, los que estaban a prueba en Refidín.
94
No fue ni la primera ni la última vez que los rebeldes contra Dios invirtieron la situación para convocar a Dios a juicio. Poco después de la Segunda Guerra Mundial se produjo una obra en Alemania escrita por Guenter Rutenborn 3, La Señal de Jonás . En la obra salía cómo el pueblo alemán había sido confrontado con los horrores del holocausto. Belsen, Dakau y uschwitz acababan de ser expuestos: los campos de concentración donde los nazis intentaron la “solución final” del genocidio. La obra planteaba la pregunta: “¿A quién hay que culpar?”. Tanto los actores como el público se vieron envueltos en la respuesta; pero nadie en lo personal se sintió culpable. El ama de casa había luchado con el racionamiento de comida; el industrial se había mantenido al día respecto a la producción de acero; y hasta el guardia de las tropas de asalto solo había estado siguiendo órdenes. Pero al defender su inocencia, los acusados se volvieron acusadores; se acusaron unos a otros. Todos eran culpables en grados diferentes; algunos por las palabras y otros por el silencio; algunos por lo que hicieron y otros por lo que dejaron de hacer. Bajo su culpa, comenzaron a usar la misma excusa: la culpa viene de más arriba: más arriba en el ejército, más arriba en el partido político… de más arriba. “La culpa verdadera viene de mucho más arriba. Dios es el culpable. A Él es al que hay que poner a prueba”. ¿Quién sería incapaz de llamar a cuentas a Dios por la miseria de la guerra? ¿Quién realmente? La Biblia da la respuesta: el que vive por fe. Los cargos que Israel presentó en Masá–Meriba muestran lo que la Biblia llama “un corazón pecaminoso e incrédulo” (Heb 3:12). Más adelante Moisés le advirtió a Israel no poner a prueba a Dios como lo hicieron en Masá–Meriba (Dt 6:16). Dios es justo y es el Juez de toda la tierra. Israel había entablado una demanda contra Él; el caso se escucharía y el juicio se ejecutaría. Dios le dijo a Moisés: “Adelántate al pueblo […] y llévate contigo a algunos ancianos de Israel, pero lleva también la vara con que golpeaste el Nilo. Ponte en marcha” (Éx 17:5). La orden de Dios trae el drama a la escena. “Adelántate al pueblo” puede significar solo adelantarse a ellos, pero también sugiere que el pueblo estaba consciente de la partida de Moisés4. Moisés se adelantaba para encontrarse con Dios. No iba como un criminal acusado, sino como el juez de Israel, llevando en su mano la vara del juicio. El golpe de esa vara había convertido el río Nilo en sangre, juzgando así a los dioses de Egipto. Moisés tomó con él a varios ancianos de Israel. Hicieron una corte de jueces y testigos; su presencia era necesaria debido a la formalidad legal de la situación5. La vara de Moisés era única en poder y autoridad porque representaba el juicio de Dios mismo. Pero una vara era el símbolo común de la autoridad judicial. Nuestro término “fascista” viene del vocablo romano fasces , el bulto de varas que llevaban los antiguos lictores * romanos para representar su oficio. Un homb re que era encontrado culpable de un crimen en Israel podía ser sentenciado a postrarse ante el juez y ser golpeado. La ley limitaba a cuarenta el número de azotes que podía recibir (Dt 25:1-3). El pueblo entendía bien el símbolo de la vara en la mano de Moisés, su juez. Había visto al Nilo teñirse de rojo cuando Moisés lo golpeó con la vara. ¿Qué juicio vendría si Moisés levantaba ahora su vara contra ellos? El profeta Isaías vio la vara del juicio de Dios cayendo sobre los gentiles: El Señor hará oír Su majestuosa voz, 95
y descargará Su brazo: con rugiente ira y llama de fuego consumidor, con aguacero, tormenta y granizo. La voz del Señor quebrantará a Asiria; la golpeará con Su bastón. Cada golpe que el Señor descargue sobre ella con Su vara de castigo será al son de panderos y de arpas; agitando Su brazo, peleará contra ellos (Is 30:30-32). Al mandato de Dios, Moisés sí levantó la vara de juicio, pero lo que a continuación sucedió es uno de los incidentes más extraordinarios de la Escritura. Dios dijo: “Yo estaré esperándote junto a la roca que está en Horeb. Aséstale un golpe a la roca” (Éx 17:6) 6. En el Antiguo Testamento, Dios no estaba delante de los hombres; los hombres estaban delante de Dios. En Deuteronomio los litigantes de un caso legal eran citados a estar parados delante del Señor y de los sacerdotes y jueces (Dt 19:17). “Ante la faz” de Moisés el juez, con su vara levantada, está el Dios de Israel. El Señor está en el banquillo de los acusados. Moisés no puede golpear el corazón de la gloria shekinah de Dios. Dios le manda que golpee la roca. Pero la roca se identifica con Dios en el cántico de Moisés: “¡Alaben la grandeza de nuestro Dios! Él es la Roca, Sus obras son perfectas, y todos Sus caminos son justos” (Dt 32:3-4, 31). En los mismos salmos que conmemoran esta prueba de Masá–Meriba, el nombre “Roca” se usa para Dios: “la Roca de nuestra salvación” (Sal 78:15, 20, 35; 95:1). Dios, la Roca, se identifica con la roca al pararse sobre ella. Israel pondría a Dios a prueba por romper Su pacto con sus padres. Dios se pone en el lugar del acusado y el castigo del juicio se inflige. Entonces, ¿Dios es culpable? No, el pueblo es el culpable. En rebelión se ha negado a confiar en la fidelidad de Dios. Sin embargo, Dios, el Juez, soporta el juicio; Él recibe el golpe que su rebelión merece. La ley debe satisfacerse: si el pueblo de Dios ha de ser perdonado, Él debe sufrir su castigo. En la obra de Rutenborn Dios es juzgado, declarado culpable y sentenciado “a volverse un ser humano, vagar por la tierra, privado de sus derechos, sin hogar, hambriento, sediento. ¡Él mismo debe morir! Y perder un hijo y sufrir las agonías de la paternidad y, cuando por fin muera, ser ridiculizado y deshonrado”. Lo anterior es algo que nosotros, los rebeldes, gritamos con furia, pero Dios en Su justicia perfecta ha hecho más de lo que la blasfemia de nuestra maldición se atreve a demandar. Isaías declara: “Si ellos se angustiaban, también Él se angustiaba; Su Ángel mismo acudió a salvarlos. Por Su amor y Su clemencia les dio libertad; los puso en pie y los llevó en Sus brazos, como lo hizo siempre en el pasado” (Is 63:9 R VC). A través de todo el Antiguo Testamento fluye un mar de misericordia que tiene sus orígenes en el trono de Dios. El Pastor de Israel es el Rey de amor, un Dios lleno de misericordia y verdad. El Dios que está parado sobre la roca es el Dios que perdonó a Isaac, el amado hijo de Abraham, del cuchillo del sacrificio, con la promesa: “El Señor provee” (Gn 22:14). La redención de Dios de Su pueblo rebelde debe ser más que un acto de liberación; debe ser un acto de amor expiatorio.
96
En Su propio Hijo, Dios vino a sufrir nuestra condenación. ¡Qué asombro, qué temor debió haber sentido Moisés cuando golpeaba la roca de Dios! En el tiempo de Dios ese símbolo se hizo realidad. Dios “no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Ro 8:32). En la cruz, el Hijo de Dios tomó el lugar de Su pueblo condenado y sufrió el golpe del juicio. De manera correcta Pablo, cuando habla de Israel en el desierto, dice que ellos “tomaron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que los acompañaba, y la roca era Cristo” (1Co 10:4). Juan nos dice que Jesús se puso de pie en el Templo en el último gran día de la fiesta de los tabernáculos y exclamó: “¡Si alguno tiene sed, que venga a Mí y beba! De aquel que cree en Mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva” (Jn 7:38). Cuando Moisés golpeó la roca, un río de agua viva salió en el desierto. Cuando Jesús fue crucificado, Juan nos dice que de Su costado salió sangre y agua (Jn 19:34). Al recordarnos del agua y la sangre, Juan nos trae a la memoria el clamor de Jesús en la fiesta. En el Calvario fluyeron de Su corazón ríos de agua viva. El agua que Cristo da es el agua del Espíritu Santo (Jn 7:38-39). El soplo del Cristo resucitado simbolizaba el don del Espíritu (Jn 20:22-23); lo mismo el agua que fluyó con la sangre de Cristo crucificado. El Espíritu de vida se da por medio de la muerte de Cristo. No nos debe sorprender que Moisés fuera juzgado severamente por golpear la roca por segunda vez, cuando se le había dicho que le hablara (Nm 20:7-13). Solo una vez, a Su tiempo señalado, Dios soporta el golpe de nuestra condenación. El Dios que es la Roca de Israel es el Salvador, el Dios de misericordia que soporta Su propio juicio por el pecado de Su pueblo. El pueblo había gritado en la acusación de incredulidad: “¿Está o no está el Señor entre nosotros?” (Éx 17:7). Sí, el Señor estaba entre ellos; entre ellos de una manera que no podrían haber imaginado. Ahí estaba parado sobre la roca; no solo entre ellos sino en su lugar, soportando su condenación. Antes de que Dios diera Su pacto en el Sinaí, Él prometió Su presencia en el Calvario. La historia de la redención de Dios va de gracia en gracia. La gracia de la promesa de Dios a los patriarcas y la gracia de Su liberación del éxodo apuntan hacia la máxima gracia que vendría en Jesucristo. Esto es evidente en la visión profética de la historia de la redención que se encuentra en Deuteronomio (30:1-10). Moisés mandó a las tribus de Israel dividirse en dos grandes asambleas después de que entraran a la tierra. La mitad de las tribus se debía reunir en el Monte Gerizim y recitar todas las bendiciones que Dios traería sobre ellos cuando guardaran Su pacto (Dt 27:12; 28:1-14). La otra mitad debía estar parada en el Monte Ebal y recitar las maldiciones que vendrían sobre ellos si eran desobedientes (Dt 27:13; 28:15-68). Después nos enteramos que estas no eran solo dos posibilidades, sino que ambas se llevarían a cabo. Al comienzo del capítulo 30 vemos que Moisés declaró lo que sucedería después de que tanto las bendiciones como las maldiciones se derramaran. El pueblo sería esparcido en cautividad entre las naciones, pero cuando se volvieran otra vez al Señor, Él no solo los restauraría a su tierra, sino que: “Circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas” (Dt 30:6). Esta estructura se extiende por toda la historia bíblica. Israel, de hecho, sí recibió las bendiciones que Dios había prometido. Cuando el rey Salomón bendijo al pueblo en la dedicación del Templo, declaró: “Bendito sea Jehová, que ha dado paz a Su pueblo Israel,
97
conforme a todo lo que Él había dicho; ninguna palabra de todas Sus promesas que expresó por Moisés Su siervo ha faltado” (1R 8:56). Este mismo rey Salomón, sin embargo, construyó altares a otros dioses en Jerusalén para facilitar la idolatría de sus esposas paganas. Después de su muerte, su reino se dividió. Israel en el norte y después Judá en el sur se sumieron en la idolatría y la apostasía. Los profetas advirtieron de la creciente tormenta de juicios que vendría, pero el pueblo se burló de su predicación sobre la ruina y la destrucción. Los asirios destruyeron Samaria y llevaron a Israel en cautividad. El imperio babilonio trajo el mismo destino sobre Judá. Prendieron fuego a erusalén, sus murallas fueron derribadas, el Templo destruido. El juicio, total y devastador, había seguido a la bendición. Con todo, las promesas de Dios no se olvidaron. Los profetas que advertían del desastre vieron hacia adelante a un tiempo por venir: los “días postreros” después de la bendición y la maldición. Dios salvaría a un remanente, los restauraría a la tierra después de su cautividad y renovaría Su pacto con ellos en una gloria inimaginable. La reseña de la historia de Israel en Deuteronomio 30 se convirtió en la carga de los profetas. Proclamaron el juicio de Dios, pero después del juicio la gloria de la obra de redención de Dios llegaría a su punto culminante en los últimos días. La magnífica gracia de Dios, la Roca, triunfaría en la salvación de Su pueblo. El triunfo de Dios sería la obra de un Profeta mayor que Moisés; sería la obra del Ungido del Señor. *Lictor : Entre los romanos era el ministro de justicia que precedía con las fasces a los cónsules y a otros magistrados.
98
Preguntas Preguntas sobre el estudio 1. ¿Cuáles son las dos cosas que le dio Dios a Israel en el Sinaí y por qué son tan importantes? 2. ¿Con qué se encontró Moisés cuando bajó del Monte Sinaí con las tablas de piedra? ¿Cuál fue su reacción? 3. Moisés le suplicó a Dios por su pueblo. p ueblo. ¿Cuál fue su súp lica? lica? 4. Lee Romanos R omanos 9:3-4. 9 :3-4. En este pasaje, ¿en qué se parece Pablo a Moisés? 5. Dios propuso prop uso un plan alterno alterno al de quitar quitar el nombre nomb re de Moisés de d e Su libro. ¿Cuál fue? 6. Explica: Exp lica: “El “El Ángel del Señor era una teofanía”. 7. ¿Por qué tenemos la tendencia a pensar que tener a “Dios en el centro de nuestras vidas… es definitivamente demasiado cerca”? 8. ¿Qué es lo que está en el corazón del pacto de Dios? 9. ¿Le permitió Dios a Moisés ver Su gloria? 10. ¿De qué manera Cristo cumple la ley y la adoración del Sinaí? 11. Lee Deuteronomio 8:2-5. Resalta los elementos que pertenecen en este pasaje a la educación. ¿Qué lecciones aprendió el pueblo de Dios? 12. “El contenido de la enseñanza de los incidentes en el desierto apuntaba hacia adelante y hacia arriba”. Explica. Exp lica. 13. Lee Juan 3:14-1 5 y compara comp ara con con Números 21:4-9. 21 :4-9. ¿Qué paral p araleli elismos smos importantes ves? 14. ¿Qué ¿Q ué es tan asombroso en la declaraci declaración ón de Dios a Moisés en Éxodo 17:6? 1 7:6? 15. Explica en tus propias palabras cómo “la historia de la redención de Dios va de gracia en gracia”.
99
Preguntas Preguntas de aplicació aplicaciónn 1. Repasa Rep asa tus respuestas a las preguntas preguntas 3 y 4 sobre el estudio. ¿Qué le sup licaron licaron Moisés y Pablo a Dios por los pecadores? ¿Tu vida muestra un amor que se sacrifica sacrifica por los pecadores? ¿Por qué sí o p or qué no? 2. ¿Cóm o suplica Cristo por los pecadores? 3. ¿Está Dios en el centro de tu vida o eso sería demasiado cerca para estar a gusto? ¿En qué áreas en particular te hace Dios sentir incómodo? ¿Por qué? 4. ¿Está la comunión con Dios en el centro de tu ser? 5. Lee Éxodo Éxod o 34:9. 34 :9. ¿Qué hay h ay en la oración oración de Moisés que la hace “una de las más bellas oraciones de la Biblia”? B iblia”? 6. ¿Alguna vez has deambulado d eambulado por el desiert d esierto? o? ¿Qué ¿Q ué currículo te enseñó enseñó Dios y con qué resultados? Da ejemplos. 7. Cuando las serpientes venenosas mordieron a los israelitas en el desierto, Dios les dio una forma de escapar. Sin embargo, algunos israelitas se negaron a ver la serpiente de bronce y murieron. Otros la vieron y vivieron. ¿Qué es lo que debes ver para sanar tu pecado? 8. “El Espíritu de vida se d a por medio m edio de la muerte mu erte de Cristo”. Cristo”. Esto es una paradoja. ¿Por qué Cristo debe morir m orir para que tú puedas tener el Espíritu de vida? 9. ¿Tu vida se caracteriza por la queja? Si así es, ¿qué es lo que está en el fondo de tu problema?
100 10 0
CAPÍTULO SIETE
101 10 1
EL UNGIDO DEL SEÑOR
102
GUERREROS DEL PACTO
Josué, el comandante de los ejércitos de Israel, estaba solo, viendo las murallas de Jericó. Conocía bien las ciudades fortificadas de Canaán; años antes había explorado la tierra. Hacía años Israel se había negado a seguir su valiente consejo; había regresado a vagar por cuarenta años en el desierto. Ahora los años de ese vagar habían terminado. Moisés había muerto, pero el Señor, que había dividido el Mar Rojo para guiar a Israel en su salida de Egipto, había dividido el río Jordán para llevarlos a la Tierra Prometida. El maná había cesado; ahora debían vivir en la tierra que el Señor les había dado. Cuando Josué vio las murallas y las torres de Jericó, el encargo que Dios le había dado resonó en su corazón: Durante todos los días de tu vida, nadie será capaz de enfrentarse a ti. Así como estuve con Moisés, también estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré […] Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas (Jos 1:5, 9). Josué tenía la garantía de la presencia de Dios y la encomienda de guardar los mandamientos de Dios. ¿Qué estrategia debía seguir ahora? ¿Cómo debía atacar Jericó? Mientras Josué lo consideraba, se espantó al ver un guerrero confrontándolo con una espada desenvainada. La mano de Josué se dirigió a su propia espada conforme avanzaba para retar al extraño: “¿Es usted de los nuestros, o del enemigo?” (Jos 5:13). —“¡De ninguno! Me presento ante ti como comandante del ejército del Señor.” (Jos 5:14). Josué cayó rostro en tierra delante del Señor: “¿Qué órdenes trae usted, mi Señor, para este siervo suyo?” (Jos 5:14). En la zarza ardiendo en el Sinaí, el Señor le había dicho a Moisés que se quitara sus sandalias. Ahora le dijo a Josué que hiciera lo mismo: “el lugar que pisas es sagrado” (Jos 5:15). El Señor había prometido estar con Josué. Él ahora revelaba Su presencia. El Señor vino con la espada como el Comandante, no solo de los ejércitos de Israel, sino de las huestes celestiales. El comandante Josué se encontró con su supremo Comandante. Estuvo bien que osué cayera postrado ante Él. Ningún hombre está preparado para enfrentarse a la espada desenvainada del Señor. Dios una vez se había encontrado con Moisés en su camino de regreso a Egipto y amenazó su vida hasta que sus hijos fueran circuncidados (Éx 4:24). Bajo el liderazgo de Josué, Israel acababa de ser circuncidado en Gilgal (Jos 5:2-9). Allí los israelitas habían celebrado la Pascua, y recordaron la amenaza de muerte sobre los primogénitos de Israel y de los egipcios. Josué muy bien pudo haber temido que el Señor viniera contra él como un adversario dispuesto a combatir, como había combatido con Jacob en Jaboc. Josué no necesitaba una zarza ardiente para recordar que el Santo de Israel es fuego consumidor (Mal 3:2). El Señor era el Comandante, no Josué. Dios no descendió para ejecutar las órdenes de osué; Él no podía ser convocado para dar apoyo militar como el Comandante de un batallón auxiliar de ángeles. Más bien, si no hubiera sido por Su propia misericordia gratuita y la gracia de Su pacto, el Señor de hecho estaría como el adversario de Josué y de Israel. 103
Sin embargo, el Señor no había venido con Su espada desenvainada contra Israel, sino contra la maldad de los cananitas. La copa de su iniquidad estaba llena; el día de su juicio había llegado (Gn 15:16; Lv 18:24-25). El Señor no había llevado a Israel a la tierra como conquistadores invasores, sino como ángeles vengadores, los que ejecutarían Su juicio. La condenación de Canaán se debe comparar con la condenación de Sodoma y Gomorra: un adelanto en la historia del juicio final de Dios. El Señor es el Comandante; vino para llevar a cabo Su propia voluntad, Su propio plan. Él vino como un Guerrero porque Su misión era ser el Capitán de la salvación de Israel. Él habló con Josué para instruirlo en la estrategia divina mediante la cual Jericó sería tomada. Su espada de juicio estaba desenvainada a favor de Su pueblo. Josué podía estar seguro de que el Señor estaba de su lado porque él estaba del lado del Señor. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Ro 8:31). Antes de la primera campaña de Israel bajo Josué, antes de los años de lucha que le dieron a Israel la segura posesión de la tierra, Dios se había aparecido como el Guerrero Divino. Si el pueblo le temía a Dios, no tenían por qué temer a nadie más. Antes de Su crucifixión Jesús dijo: “El juicio de este mundo ha llegado ya, y el príncipe de este mundo va a ser expulsado” (Jn 12:31). El lenguaje de batallas y victorias llena la Escritura, pero no porque el derramar sangre se tome a la ligera o porque las armas de guerra se valoren. Más bien la terminología de la guerra se aplica a la máxima lucha entre el Señor Todopoderoso y el “príncipe de este mundo” (Jn 14:30). En la guerra santa a la cual Israel había sido convocado, esta lucha se prefiguraba con escalofriante claridad. Israel luchaba, no con quien debería, sino solo con los que el juicio de Dios había marcado para destrucción. Esto explica por qué Israel no era libre de perdonar la vida de los que Dios había condenado. Cuando el rey Saúl le perdonó la vida a Agag, el rey de Amalec, Samuel el profeta pronunció el veredicto de Dios contra Agag y ejecutó la venganza de Dios con su propia mano (1S 15:33). Ya que Saúl había rechazado el mandato explícito de Dios, fue rechazado como rey teocrático. Por la misma razón, para Israel era un crimen de calidad blasfema tomar para ellos el botín de la ciudad o el pueblo que Dios había condenado a la destrucción. Tal desobediencia pervirtió el papel judicial de Israel y los hizo asesinos para obtener su propia ganancia, como los imperios agresores de sus días. De igual manera, cuando Jericó estaba por caer ante los ejércitos de Israel, debía ser totalmente destruida, salvo la casa de Rahab, que había mostrado su fe en el Dios de Israel protegiendo a los espías que Josué había enviado para extraer información. Acán, un guerrero de Israel, fue víctima de su propia codicia; supuso que podía esconder un pequeño tesoro que había tomado de la ciudad: un hermoso manto babilónico, doscientas monedas de plata y una barra de oro. El juicio de Dios fue veloz. Israel sufrió una desastrosa derrota en la pequeña ciudad de Hai; no fue sino hasta que el robo de Acán fue expuesto y su pecado juzgado, que la victoria regresó a los ejércitos de Israel. Puede que nos sea difícil aceptar el concepto de una guerra santa, en parte por la manera en la que el Islam ha tomado posesión del concepto del Antiguo Testamento. Reaccionamos en contra de la proclamación de la yihad por parte de los mulás del fundamentalismo islámico en Irán. Sin embargo, la comisión de Dios para Israel se fundó en Su justo juicio contra el pecado. 104
Los juicios de Dios todavía caen sobre la maldad del hombre: el Reich de Hitler cayó en llamas. Vivimos, sin embargo, en el tiempo en que el último juicio de Dios se pospone –se pospone para que los hombres se arrepientan y reciban la misericordia de Dios revelada en el Calvario– (Ro 2:3-6). Dios le dio la espada a Israel para que la usara en Su nombre. Jesús detuvo la espada de la iglesia (Mt 26:52; Jn 18:11, 36). El Nuevo Testamento reconoce el derecho que Dios le da al Estado para usar la espada (Ro 13:4), pero Dios no ha puesto al Estado para ser el que ejecute Su justicia total. Ese juicio final se le da a Jesucristo, y espera Su regreso (2Ts 1:7-10). La ley teocrática de Israel, como el pueblo de Dios, continúa en la iglesia, pero transformada por medio del cumplimiento de Cristo. Sus sanciones son espirituales, no físicas. La naturaleza espiritual de la batalla de Cristo y de Su victoria fueron prefiguradas en la conquista de Jericó. El Señor, apareciendo como el Comandante, le dio instrucciones a Josué sobre el ataque extraordinario a la ciudad. Los soldados no debían sitiar la ciudad ni construir montículos contra sus paredes. Tampoco se debían construir arietes. En lugar de eso, se debía ordenar una procesión religiosa. El ejército debía marchar en silencio alrededor de las murallas de la ciudad. Atrás de ellos irían los sacerdotes con el arca del pacto tocando siete trompetas. En el Sinaí, el sonido de las trompetas había anunciado la presencia de Dios (Éx 19:13). En el punto culminante del calendario sagrado de Israel, el Año del Jubileo se tenía que pregonar con el sonido de la trompeta de plata. El arca representaba la presencia del Señor en Israel y el sonido de la trompeta anunciaba Su presencia para juicio. Cada día la solemne procesión revolvió el polvo alrededor de las murallas de Jericó. Al sexto día, sin duda, los habitantes se estaban burlando de la aparente inútil demostración. Al séptimo día la larga marcha comenzó temprano por la mañana. Siete veces Israel marchó alrededor de Jericó. Cuando las trompetas sonaron al final de la séptima vuelta, el ejército gritó y las murallas de Jericó se derrumbaron. Entonces los soldados de Israel entraron rápidamente a la desmoralizada ciudad y la destruyeron. Israel usó la espada por orden de Dios, pero no fue su destreza en la batalla lo que le dio la victoria. La batalla era del Señor y la victoria Suya. Esto siguió siendo el tema de la historia de los conflictos armados de Israel. El tema se volvió a repetir con innumerables variaciones, pero el mensaje fue el mismo. La salvación es del Señor. Él estaba a cargo, el Comandante que estuvo parado delante de Josué. Al sonido de la trompeta de Dios cada muralla caería. El apóstol Pablo una vez usó la espada para perseguir a la iglesia de Cristo. El Señor, sin embargo, postró a Pablo en el camino a Damasco; él abandonó su espada. Pero no quedó sin armas, m ás bien se gozaba en las armas del Espíritu para la lucha espiritual en la que estaba involucrado. Pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo (2Co 10:3-5). Pablo fue un heraldo del evangelio. El tocó la trompeta del evangelio y vio caer las fortalezas del mal. De una manera vívida describió el poder de su ministerio entre los gentiles. Era como un sacerdote presidiendo sobre la ofrenda de los gentiles a Dios (Ro 15:16). Los
105
viajes misioneros de Pablo fueron verdaderamente una procesión triunfal, pero el triunfo no fue suyo, sino de Cristo (2Co 2:14). Él era prisionero de Cristo, encadenado a Su carruaje mientras Cristo cabalgaba en triunfo. La promesa dada a Josué, mientras el Señor estaba delante de él, fue una promesa que ahora se ha cumplido por medio de la victoria de Cristo sobre los principados y potestades. El Dios que le prometió a Josué que nunca lo dejaría ni lo abandonaría (Jos 1:5) es el mismo Señor que dijo a Sus discípulos: “Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). En el rico simbolismo del encuentro de Josué con el Comandante tenemos un adelanto de toda la historia de la redención en el formato de la guerra santa. Jesús viene como el Príncipe y el Comandante, el Señor Todopoderoso que conquistará y reinará. Sin embargo, la figura de osué también es importante. Su nombre da testimonio del hecho de que el Señor salva. Él es el comandante escogido del pueblo de Dios; él está en el lugar de Moisés como el siervo del Señor. Como tal, él nos prepara para Jesús, su m ayor homónimo. El papel de Josué como el líder militar del pueblo de Dios prepara el camino a los siguientes jueces y reyes de Israel. Él anticipa, por lo tanto, el papel de Cristo como el Ungido del Señor, el Hijo de David, quien es el Salvador y Libertador del pueblo de Dios. Jesús cumple ambos lados del pacto de Dios. Él es el Señor, el Guerrero Divino, que viene por la salvación de los Suyos. Él también es el Siervo, el Ungido del Señor, a través de quien se gana la victoria. Josué y sus sucesores, los jueces y reyes de Israel, pelearon las batallas del Señor a lo largo de los siglos del conflicto armado de Israel en la tierra. Sus luchas se registraron, no para describir su ingenio militar, sino para mostrar cómo Dios los usó para liberar a Israel. Todos ellos prefiguraron al mayor Libertador y Salvador que vendría. El registro del libro de Jueces describe con claridad la historia del gobierno de Dios sobre Su pueblo descarriado. Al principio no destruyeron ni echaron a todos los habitantes de la tierra; los que se quedaron se convirtieron en una fuente de corrupción para Israel. Una y otra y otra vez se olvidaron del Señor y cayeron en la idolatría y la inmoralidad imitando los mismos pecados por los cuales Dios había juzgado a los cananitas. En el juicio, Dios los entregó a sus enemigos. Las tribus se dividieron, el pueblo fue hecho esclavo. Despojados de las armas que pudieron haber usado para su defensa, fueron forzados a entregar a sus opresores el fruto de la tierra. Movidos por la desesperación, clamaron al Señor y Él levantó jueces para liberarlos y dar periodos de orden y lugares de paz (Jue 3:9, 15; 6:7-8, 11). La misericordia de Dios se manifestó en que continuamente envió salvadores y jueces. Cuando Su pueblo una vez más clamó a Él después de regresar en repetidas ocasiones a su apostasía, se nos dice que “el Señor no pudo soportar más el sufrimiento de Israel” (Jue 10:16). Incluso antes de que se arrepintieran, cuando todavía estaban bajo la explotación de los filisteos, el Señor comenzó Su obra de liberación enviando a Su Ángel para anunciar el nacimiento de Sansón. Puede parecer extraño que el nacimiento de un juez tan ineficaz como Sansón se dé a conocer en todo un capítulo que describe dos manifestaciones del Ángel del Señor, primero a la esposa de Manoa y después a la pareja junta (Jue 13). De hecho, el arte literario de la historia de Sansón y su dramático poder también nos pueden confundir. ¿Por qué se debe
106
prestar tanta atención a un juez que derrochó sus dotes e ignoró su llamado? ¿Se cuenta la historia de Sansón solo por ser entretenida? ¿Es Sansón un R ambo israelita o un Supermán de una tira cómica de la Biblia? La respuesta aparece en el testimonio que Sansón dio, casi a pesar de él mismo, de su papel como un salvador del pueblo de Dios. Sansón fue llamado a ser un nazareo, uno consagrado a Dios de una manera especial, apartado por su voto de abstenerse del vino y la sidra. Su cabello sin cortar mostraba su voto a los ojos de su tribu y de los gobernantes filisteos. En los días de Sansón la nación de Israel no solo estaba oprimida, sino desmoralizada. Cuando Sansón se vengó de la atrocidad de los filisteos, su propia tribu lo reprendió. “¿No te das cuenta de que los filisteos nos gobiernan? ¿Por qué nos haces esto?” (Jue 15:11). Amenazado por un ejército filisteo, su propio pueblo con mucho gusto lo ató y lo entregó al enemigo. Bajo el gobierno de Débora, jueza de Israel, el pueblo se había ofrecido por su propia voluntad en el día de la batalla (Jue 5:2, 9). En el tiempo de Sansón, sin embargo, no existía esa disposición de confiar en el Señor para la victoria. Dios había mostrado que podía liberar a Israel con un ejército de voluntarios dispuestos; también había mostrado que podía salvar con tan solo trescientos guerreros esforzados. La pequeña fuerza de Gedeón había sorprendido y derrotado a un gran ejército invasor de madianitas. Pero cuando el Espíritu de Dios vino sobre Sansón, el Señor mostró que Él no necesitaba ni siquiera trescientos. Él podía liberar mediante uno. Atado por su propia nación, entregado a los gentiles, sin seguidores ni armas, Sansón arrinconó a miles de filisteos. Su arma estaba a su alcance cuando rompió sus ataduras: la quijada de un asno (no es tan extraño como pudiera parecer; las quijadas adaptadas con cuchillos afilados se usaban como armas primitivas). El grito de victoria de Sansón fue un extravagante juego de palabras. El término “asno” en hebreo es el mismo que la palabra “montón”. El grito de Sansón (Jue 15:16) usa el mismo término tres veces en línea: “Con la quijada de un ‘montón’ [asno], amontono montones”. (“Con la quijada de un asno maté a mil hombres”). Por supuesto que el juego de palabras es difícil de traducir. “Con la quijada de un asno los he amontonado”: tal frase no consigue transmitir bien esta idea. Al instante el amargo estado de ánimo de Sansón se convirtió en una oración desesperada. l borde del colapso por el agotamiento y la deshidratación, arrojó lejos la quijada 1 y clamó a Dios pidiendo agua. Dios proveyó un manantial en la hondonada de Lehi (“Quijada”). En el lugar de muerte y juicio, Dios abrió un manantial de vida (Jue 15:19). En el Salmo 110, David describe el triunfo del Mesías, quien tendría sed después de la mortandad de la batalla: El Señor está a tu mano derecha; aplastará a los reyes en el día de Su ira. Juzgará a las naciones y amontonará cuerpos2; aplastará cabezas en toda la tierra. Beberá de un arroyo junto al camino, y por lo tanto cobrará nuevas fuerzas (Sal 110:5-7). El apóstol Pablo medita en la exaltación de Cristo a la diestra de Dios, predicha en este salmo (Ef 1:20-22). Medita en el triunfo espiritual de Cristo mientras el evangelio alcanza a las naciones. Usando el vocabulario de este salmo Pablo afirma, no que Cristo llena a las naciones 107
con cadáveres, sino que Él llena el cuerpo, la iglesia. Levantará Su cabeza, porque Él es cabeza sobre todas las cosas en la iglesia (Ef 1:22). Quizá la debilidad de Sansón, el hombre fuerte, nos ayuda a distinguir entre el hombre mismo y su llamado (el papel que el Señor le asignó para que lo cumpliera). Sansón tuvo un oficio en Israel: se mantuvo firme al nombramiento de Dios de un cargo que se definía por el llamado de Dios, y que era reconocido, al menos en retrospectiva, por el pueblo al que servía. sí es como se resume su carrera: “Y Sansón gobernó a Israel durante veinte años en tiempos de los filisteos” (Jue 15:20). Como hemos visto, los papeles asignados a los siervos de Dios apuntan hacia el futuro, a su cumplimiento en el último Siervo de Dios, Jesucristo. Tienen una función simbólica, dando una clave a la manera en que las narrativas históricas del Antiguo Testamento demuestran los tipos de la obra de Cristo. A pesar del abuso que Sansón hizo del don de su fuerza, Dios lo usó para mostrar Su poder para salvar. La fuerza física de Sansón fue un don del Espíritu que lo equipó para combatir como un campeón del Señor. En la batalla él fue invencible. Con todo, él nunca guio a Israel contra el enemigo, ni buscó establecer el Reino de Dios de acuerdo con Su promesa. El hombre fuerte mató a un león con las manos; pero lo hizo mientras iba de camino para tomar una esposa filistea, en desobediencia a la ley de Dios. Mató a treinta hombres de Ascalón; pero lo hizo para conseguir sus vestiduras y poder saldar una apuesta. Arrancó las puertas de Gaza junto con sus postes y se las llevó a la cima del monte; pero llevó a cabo esa hazaña para escapar de una trampa que le habían tendido mientras pasaba la noche con una prostituta en la ciudad de Filistea. Sansón cumplió la separación externa de su voto como un nazareo, pero como lo hace ver ohn Milton en Sansón Agonista : Pero, ¿de qué aprovechó esta abstinencia, incompleta en contraste con otro objeto más seductor? Lo que en una puerta sirve para defenderse, y en otra para dejar entrar al enemigo, ¡dejándose vencer como una mujer! En el último momento, la coraza de su dedicación externa al Señor se cayó. Su concesión, que cada vez aumentaba más, lo llevó a confiarle su secreto a Dalila. Ella le cortó el cabello, y su fuerza sobrenatural lo abandonó. Traicionado y en manos de sus enemigos, los filisteos, estaba indefenso. Había vivido por la lujuria de los ojos; ahora los filisteos lo habían dejado ciego. Sus apetitos lo habían hecho prisionero de las mujeres que buscaba; ahora fue puesto a moler grano, siendo forzado a hacer el papel de una esclava. Las bromas habían sido su placer; ahora los filisteos hacían escarnio a sus costillas. Celebraron su triunfo en el templo de su dios Dagón, e hicieron traer a Sansón ante ellos para burlarse de su ciega impotencia. Pero Dios no había abandonado a Sansón. En la prisión su cabello creció (la señal de su separación como nazareo al Dios del pacto). Sansón fue llevado al templo en medio de miles de burlones. Comenzaron un canto de victoria que hizo eco en la vasta multitud que estaba en la parte superior, mirando hacia abajo en el patio. Le exigieron que los d ivirtiera y le ofrecieron pruebas de fuerza para mostrar su debilidad. Sansón soportó la burla. Después se dio cuenta que estaba parado en el centro del templo, cerca de las grandes columnas de madera puestas
108
sobre bases de piedra; columnas que soportaban el techo. Sansón le dijo al muchacho que lo guiaba: “Ponme donde pueda tocar las columnas que sostienen el templo, para que me pueda apoyar en ellas” (Jue 16:26). Después Sansón oró: “Oh soberano Señor, acuérdate de mí. Oh Dios, te ruego que me fortalezcas solo una vez más, y déjame de una vez por todas vengarme de los filisteos por haberme sacado los ojos” (Jue 16:28). Con cada mano apoyada contra cada una de las columnas, Sansón se inclinó y las empujó arrancándolas de sus bases. Una última oración salió de sus labios: “¡Muera yo junto con los filisteos!”. El techo junto con la vasta multitud se colapsó encima de Sansón y de la muchedumbre que estaba abajo. El relato concluye: “Fueron muchos más los que Sansón mató al morir que los que había matado mientras vivía” (Jue 16:30). La narrativa no hace nada para hacer de Sansón un santo. Murió buscando venganza, y la amargura de sus palabras finales son consideradas más amargas aún por los traductores, al punto que creen que la traducción más literal del texto no puede ser correcta *. ¡Cómo podía Sansón traer esta destrucción sobre sí mismo y sobre los filisteos por vengar solo uno de sus dos ojos! Sin embargo, las palabras se ajustan tanto a la ira de Sansón como a su amor por las adivinanzas mortales; el devolvería la burla de sus enemigos sobre sus propias cabezas. ¿Puede la trágica vida de Sansón apuntarnos a Jesucristo? Si captamos la fuerza de la narrativa, veremos que debe hacerlo. Obviamente la historia de Sansón no se cuenta para que los jóvenes puedan imitarlo. ¡Este relato frecuentemente es bastante censurado en la escuela dominical! Pero tampoco es presentado como un contra ejemplo, uno que muestra la locura del pecado y la necesidad del arrepentimiento. Su muerte no se presenta como un juicio divino ni sus últimas palabras confiesan el pecado y buscan el perdón. Sin lugar a dudas, bien podemos comparar la historia de Sansón con la de Samuel, cuyo nacimiento también fue profetizado. Pero el impulso de la narrativa de Sansón no es prepararnos para tal comparación; más bien procura mostrar cómo Dios puede traer un juicio sobre los enemigos de Su pueblo por m edio de un hombre equipado con el Espíritu Santo. La debilidad de Sansón y sus pecados solo sirven para resaltar la brecha que existe entre su propia vida y su llamado como juez de Israel. No somos llamados a admirar las virtudes de Sansón, sino a reconocer su fe. Él sabía que su fuerza era un don de Dios; y él murió en fe, clamando a Dios para que juzgara a Sus enemigos (Heb 11:13, 32-34). Jesucristo es el Salvador poderoso que el simbolismo del llamado de Sansón prefigura. En comparación con Sansón (y con Juan el Bautista), Jesús está apartado para Dios, no por una inconformidad externa, sino por una santidad interna. Él es el nazareo espiritual, llamado por el Padre desde el vientre de Su madre. Su singularidad se muestra en Su obediencia perfecta, obediencia reconocida por la voz de Su Padre que se oyó desde el cielo (Mt 3:17; 17:5). Sansón fue investido con el Espíritu Santo, señalando el patrón que se cumpliría en Cristo como el Portador del Espíritu. Como Sansón, Jesús fue atado por los líderes de Su propio pueblo y entregado a los opresores gentiles. Como Sansón, también se burlaron de Jesús por indefenso; no ciego, sin lugar a dudas, pero con los ojos vendados fue la burla de Sus captores. Por Su propia voluntad Jesús dio Su vida. En Su muerte Él logró un rescate que excedió los rescates que hizo durante Su vida.
109
Los aspectos típicos de la vida de Sansón no se deben buscar en la semejanza de los detalles. Las puertas de Gaza, arrancadas por Sansón y llevadas a las alturas de Hebrón, no se pueden identificar de manera directa con las puertas de la muerte. No son simbólicas por sí mismas. La estructura en la cual se fundamenta la tipología de las narrativas del Antiguo Testamento es la continuidad de la obra de redención de Dios, conforme se desarrolla poco a poco a través de la historia. El papel del juez como un investido de forma divina y un libertador designado anticipa al Juez que vendría. La fuerza invencible de Sansón en el poder del Espíritu nos lleva a la revelación final de ese principio en la victoria de Jesucristo. Se nos cuenta cómo Sansón arrancó las puertas de Gaza para que podamos entender que ningún poder puede detener al campeón del pueblo de Dios, que ha sido investido con el Espíritu. Su proeza, por lo tanto, sí prefigura, de forma vaga pero verdadera, la victoria de Cristo cuando la muerte no lo pudo retener. El rechazo de Sansón por parte de su tribu encaja en el patrón del siervo rechazado del Señor; un patrón que se extiende a lo largo de la historia de la redención. De la sangre de Abel a la del último profeta que sufrió por su llamado, la historia de los siervos de Dios es una de rechazo. Por otro lado, el patrón una y otra vez continúa con un giro contrario. Dios no solo usa y bendice a Sus siervos rechazados; Él incluso usa su rechazo para impulsar Sus propósitos. Los de la tribu de Dan entregaron a Sansón a los filisteos, pero al hacerlo desataron el juicio de Dios sobre sus enemigos. El tema de la victoria por medio de la aparente derrota no es accidental en la historia de Sansón. Es otro ejemplo del poder dominante de la salvación de Dios. Su poder se perfecciona en la debilidad. En el periodo de los jueces Dios levantó guerreros del pacto para liberar a Su pueblo de sus opresores. Sansón mostró que el Señor podía liberar por medio de un campeón solitario. Sansón, sin embargo, no fue un verdadero líder de Israel. Después del tormentoso periodo de los jueces fue por medio del rey, y especialmente del rey David, que se levantó un libertador que llegó a ser campeón y líder.
110
EL REY GUERRERO
A petición del pueblo, Samuel, el mayor de los jueces de Israel, inauguró la monarquía. De niño Samuel vivió con Elí, el sacerdote del Señor, en el santuario. En las épocas oscuras de la desunión de Israel había poca revelación del Señor. El Señor le habló a Samuel, haciéndolo su profeta. Samuel guio y juzgó a Israel como un ministro de la palabra de Dios y un hombre de oración. El liderazgo de Samuel puso un claro contraste con el modo en el que Sansón peleó contra los filisteos. Samuel no peleó con la quijada de un asno, sino con el sacrificio de un cordero. Llamó al pueblo a arrepentirse de su pecado, a quitar los ídolos y a orar al Señor por la victoria sobre los opresores filisteos. El pueblo le pidió orar cuando fueron a la batalla contras los invasores. Y Samuel así lo hizo. Mientras los filisteos atacaban, Samuel ofrecía el sacrificio al Señor (1S 7:10). Dios trastornó el avance de los filisteos con el trueno de Su juicio; a los israelitas se les dio la victoria. Samuel alabó a Dios y levantó el memorial de Ebenezer (“la piedra de ayuda”) (1S 7:12). El pueblo, sin embargo, no estaba contento con que la oración fuera su defensa. Reconocieron que los propios hijos de Samuel no eran herederos de sus dones proféticos y no buscaron al Señor para que les levantara otro Samuel para guiarlos. No; querían tener un rey como las otras naciones. Preferían tener su defensa institucionalizada. Samuel estaba angustiado por la rebelión del pueblo, pero Dios lo instruyó para que les otorgara lo que pedían, advirtiéndoles del precio que pagarían por tener una monarquía terrenal. Saúl, el primer rey de Israel, trajo las primeras victorias, pero fracasó miserablemente en su llamado de ser el ungido de Dios. Él simplemente no podía creer que Dios fuera capaz de liberar con unos cuantos. Cuando vio que su ejército voluntario menguaba, él mismo ofreció el sacrificio en vez de esperar la demorada llegada de Samuel (1S 13:9). Entonces, cuando el Señor le encargó arrasar con los amalecitas como la acción de un juicio divino, le perdonó la vida a lo mejor de las ovejas y los bueyes así como al rey Agar. Samuel se apartó de Saúl para mostrarle que el Señor lo había rechazado (1S 15). Al mandato de Dios, Samuel ungió a David, el escogido por Dios para suceder a Saúl como rey de Israel (1S 16). En los relatos de David, el rey guerrero de Israel, se nos da el máximo adelanto de la victoria del futuro Salvador. Como Sansón y los otros jueces, David fue un luchador, valiente y hábil en las batallas. A diferencia de Sansón, él además fue un líder, considerado con sus tropas y agradecido por su servicio. Como Samuel, él fue un hombre de oración que atesoraba la palabra del Señor. Mientras que David no fue un profeta en el sentido en que lo había sido Samuel, sí recibió revelación por parte de Dios (Hch 2:30-31) y fue el autor inspirado de muchos de los salmos. En el registro que el Antiguo Testamento hace del servicio del rey David al Señor, leemos la historia de Jesús. El ministerio del mayor Hijo de David se prefigura en la vida de David. Esto es evidente en las pruebas y sufrimiento que David soportó precisamente porque él era el ungido del Señor. El tema del siervo justo del Señor que soporta el desprecio y la aflicción por el nombre de Señor se describe de manera elocuente en los Salmos de David: Por Ti yo he sufrido insultos; mi rostro se ha cubierto de ignominia. Soy como un extraño para mis hermanos; 111
soy un extranjero para los hijos de m i madre. El celo por tu casa me consume; sobre mí han recaído los insultos de tus detractores. Cuando lloro y ayuno, tengo que soportar sus ofensas; cuando me visto de luto, soy objeto de burlas. Los que se sientan a la puerta murmuran contra mí; los borrachos me dedican parodias (Sal 69:7-12). La experiencia del sufrimiento de David por el nombre del Señor surgió en parte por la enemistad de los filisteos y las naciones circunvecinas. David recordó en el Salmo 56 la experiencia que tuvo en Gat cuando buscó refugiarse en la ciudad filistea de la celosa persecución de Saúl: Ten compasión de mí, oh Dios, pues hay gente que me persigue. Todo el día me atacan mis opresores, todo el día me persiguen mis adversarios; son muchos los arrogantes que me atacan. Cuando siento miedo, pongo en Ti m i confianza (Sal 56:1-3). En esa ocasión David pudo lograr su buen escape solo por la actuación más humillante. Fingió ser un loco, dejando que la saliva corriera por su barba, rasgando con las uñas como un animal a las puertas de la ciudad. Aquis, el rey de Gat, suponiendo con razón que su corte estaba constituida por locos, ordenó poner en libertad a David (1S 21:14-15). Las mayores aflicciones de David, sin embargo, no vinieron de los enemigos gentiles, sino de su propio pueblo. El rey Saúl tuvo unos celos enfermizos por las proezas de David y por su popularidad entre el pueblo. Mientras David tocaba el arpa para calmar al atormentado rey, estuvo a punto de ser clavado en la pared por la lanza que Saúl de repente le lanzó. Un escape milagroso siguió a otro. En una ocasión Mical, la hija de Saúl y esposa de David, le avisó a su esposo para que huyera y simuló la figura de una persona en la cama para quitarse de encima la búsqueda. David se volvió un fugitivo en el desierto de Judá; una banda de hombres malos y desesperados se reunió a su alrededor. En una ocasión en que Saúl perseguía a David, su persecución quedó a unos metros de tener éxito. Cuando las tropas del rey lo rodearon un día, las noticias repentinas de una invasión de los filisteos atrajeron a Saúl para que desempeñara su propio deber como rey. Las historias se cuentan de manera vívida. Vemos a Saúl apartándose para hacer sus necesidades en una cueva, la misma cueva en la que David y su banda de hombres se estaban escondiendo. Los oficiales de David vieron esto como la oportunidad que Dios le daba para eliminar al rey asesino y terminar con todos sus problemas. Pero David no hizo caso de una sola palabra al respecto. Él furtivamente cortó la esquina del m anto que Saúl había dejado a un lado, pero no tocó al rey. Hasta esa pequeña alteración al manto de Saúl le preocupaba a David: “¡Que el Señor me libre de hacerle al rey lo que ustedes sugieren! No puedo alzar la mano contra él, porque es el ungido del Señor” (1S 24:6). 112
Un poco después, cuando Saúl estuvo a una distancia segura, David mostró el trozo del manto de Saúl y ganó un alivio temporal al avergonzar a Saúl para que reconociera la buena voluntad de David. A partir de la prueba severa de la persecución de Saúl y después de la de su propio hijo rebelde Absalón, David derramó su corazón al Señor en salmos de lamentación. Se negó a tomar venganza por su propia mano contra Saúl. Su respeto por la unción de Saúl como el rey de Israel era además, por supuesto, un reconocimiento de su propia unción por parte del Señor para suceder a Saúl. Pero David no tomó su propia unción como una licencia para usurpar el trono destruyendo a Saúl. Más bien encomendó su causa a Dios y confió en que Dios juzgaría a Sus enemigos y guardaría Su promesa. Las aflicciones y las pruebas de David proyectaron la sombra de muerte en el valle donde David confesó que el Señor era su Pastor. Las victorias de David fueron victorias de fe. Vemos esta dedicación de la fe de David en el comienzo mismo de sus batallas: su encuentro con el campeón filisteo Goliat. Fue su fe, su celo por el honor del Señor de los Espíritus, lo que lo movió a ofrecerse como voluntario para pelear contra el gigante. Leemos en la historia cómo su padre lo envió al frente de batalla con comida para sus tres hermanos y sus compañeros. Ahí escuchó del reto jactancioso de Goliat y se sorprendió d e que nadie estuviera listo para aceptarlo y poner fin a la blasfemia. Eliab, su hermano mayor, mostró más que el desprecio normal por un hermano menor: “¿Qué has venido a hacer aquí? ¿Con quién has dejado esas pocas ovejas en el desierto? Yo te conozco. Eres un atrevido y mal intencionado. ¡Seguro que has venido para ver la batalla!” (1S 17:28). Evidentemente a Eliab lo atormentaba el celo de David. En el marco de la narrativa, sin embargo, vemos que David estaba actuando como el ungido del Señor (1S 16:12-13). El Espíritu del Señor estaba sobre él en virtud de su llamado. La narrativa nos recuerda la unción de David cuando repite la descripción de él como un muchacho “trigueño y buen mozo”. El texto usa esta frase cuando Goliat vio a David; también la usó Samuel al referirse a la apariencia de David cuando lo ungió para ser rey (1S 16:12; cf. 17:42). A pesar de que era realmente joven fue ungido con el Espíritu. Goliat lo vio avanzar sin armadura y con solo un cayado en su mano. El campeón de Gat se sintió insultado: “¿Soy acaso un perro para que vengas a atacarme con palos?”. Maldijo a David por sus dioses. Y “añadió: —¡Ven acá, que les voy a echar tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo!” (1S 17:44). David no se sintió intimidado ni por la jactancia de Goliat ni por su altura y sus armas. “Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina, pero yo vengo a ti en el nombre del Señor Todopoderoso, el Dios de los ejércitos de Israel, a los que has desafiado” (1S 17:45). El Dios de los ejércitos de Israel es el Dios de las huestes del cielo. Él tiene todo el poder en el cielo y en la tierra. El valor de David es el valor de la fe. No importa que Goliat mida 2.70 metros y avance con un armamento como un tanque de combate. Su oponente no es un muchacho con un cayado, sino el ungido del Señor, investido con el Espíritu de Dios. Sin lugar a dudas el misil balístico de David demuestra ser tecnológicamente superior a la punta de lanza de 6.8 kilogramos de Goliat, pero es la bendición de Dios la que le da la victoria a David. Los episodios de David de los años en el desierto muestran las pruebas y los triunfos de la fe de David. Hay días de depresión en los que ha perdido la esperanza del alivio de la persecución de Saúl. Sin embargo, una y otra vez el Señor le renueva la esperanza. Al final del 113
relato de la vida de David se da un resumen de algunas de las proezas de los guerreros de David. Se conmemoran, en su rango de héroes, los caballeros de la mesa redonda de David. Uno de los registros en este salón de la fama muestra claramente el significado de la devoción en las batallas del rey (2S 23:13-17). Los hom bres de David fueron tremendamente fieles a su jefe. Esa lealtad se llevó al punto extremo de la devoción. Hoy en día esa gran lealtad no es extraña entre las bandas de la guerrilla perseguidas por los regímenes dictatoriales. Muchas veces la encontramos de forma artificial en el mundo de los deportes. No es suficiente sentir una ligera devoción hacia a un equipo deportivo local. Hay que estar obsesionado como un “Fanático del Manchester United”. La historia de la devoción en los anales del rey tiene su marco en los primeros días del reino de David como rey de Israel. Después de la muerte de Saúl, David fue reconocido como rey por su propia tribu de Judá. Siete años después fue proclamado como rey sobre todo Israel. Los filisteos, al escuchar de su entronización, avanzaron contra él. Habían derrotado a Saúl y pretendían capturar a David y cortar su reino de raíz. El ejército filisteo avanzó dentro del territorio de Judá y ocupó Belén con una fuerte guarnición (2S 5:17-18). David, que todavía no contaba con un ejército completo para defender su reino, se refugió en un punto fuerte en el desierto de Judá, un bastión que conocía desde los días en que había andado como un forajido perseguido por Saúl. Ahí se le unieron leales voluntarios, incluyendo, sin duda, muchos veteranos de su pasado como forajido. Era la estación de la cosecha, un mal tiempo para reclutar, pero entre los voluntarios del día aparecieron tres hombres especialmente consagrados a la causa del rey. Hacía calor bajo el sol del desierto y David murmuró al oído de estos tres un intenso deseo: “¡Ojalá pudiera yo beber agua del pozo que está a la entrada de Belén!” (2S 23:15). Por supuesto que en la fortaleza de David había un manantial. Ningún campamento podría existir sin uno. Pero David anhelaba el agua de Belén, la guarnición de los filisteos. Belén era la ciudad natal de David, como los filisteos bien lo sabían. Quizá David tuvo recuerdos nostálgicos de las tardes calientes como esa, cuando en su niñez llegaba de los campos para pedirle de beber a un amigo que sacaba agua del pozo. Pero seguramente había más que nostalgia en el deseo de David. Él era el rey ungido de Dios, entronizado sobre todo Israel; sin embargo, el ejército filisteo ocupaba su ciudad natal. ¿Le entregaría el Señor una vez más a Belén en sus manos? ¿Los filisteos podían ser derrotados? Pronto David le haría esa pregunta al Señor (2S 5:19). Los tres guerreros escucharon el deseo de su rey. Intercambiaron miradas, se ciñeron sus espadas, tomaron una jarra y comenzaron a cruzar el desierto hacia Belén. Por cierto, las narrativas del Antiguo Testamento escatiman los detalles al dar las descripciones de los escenarios de la acción. Incluso las hazañas de los héroes no se adornan románticamente. No se nos dice cuándo o dónde los tres espadachines encontraron primero oposición o qué puesto de avanzada de la guarnición filistea los desafió primero. Pero se nos dice que irrumpieron por en medio de las líneas filisteas y entraron a Belén. ¿Tuvieron que abrirse camino peleando por la colina hacia la puerta de la ciudad? Si no, seguro tuvieron que pelear cuando entraron. La puerta de la ciudad debió haber sido el puesto de mando de la guarnición filistea. El área abierta ahí era el lugar donde las tropas debían estar reunidas. ¿Una mujer de la ciudad les sacó el agua? ¿Un soldado la sacó mientras los otros lo defendían? No se nos dice. 114
Obviamente, escapar de la ciudad con el agua sería la lucha más difícil. Quizá lo más difícil de todo sería su regreso por el desierto después de su combate, ¡ llevando el agua en vez de tomársela! David no había ordenado esta irrupción. Ni siquiera había pedido voluntarios para ella. Estos hombres seguramente hubieran obedecido la orden del rey. Seguramente se hubieran ofrecido como voluntarios si David hubiera pedido hom bres que dieran un paso al frente para una misión peligrosa. Pero David solo había expresado un deseo, como lo deja claro la manera de hablar. El deseo del rey era una orden para ellos. La comunidad del pacto de Dios está unida por cuerdas más inexplicables que la lealtad. Los lazos que unen al pueblo de Dios son los lazos de la devoción mutua. Charles Colson describió la hermandad de la Fraternidad Washington que le mostró el amor de Cristo. Ese movimiento se toma en serio el encargo del apóstol Pedro: “Amen a los hermanos” (1P 2:17). En la iglesia de Jesucristo los líderes no son hombres que tengan que andarles torciendo el brazo a las personas. Están animados y apoyados por el servicio alegre de hombres y mujeres a los que no se les tiene que pedir que actúen. Los guerreros pueden haber estado casi exhaustos cuando regresaron al campamento y buscaron a David, su rey. Él había deseado agua del pozo de Belén. Ellos le dieron la jarra. La reacción de David ha desconcertado a algunos lectores de la historia. Él tomó la jarra y lentamente derramó el agua en el suelo. Los hombres vieron un pequeño charco mientras el agua se hundía en la tierra seca. Los rayos del sol rápidamente secaron el lugar. ¿Era David un desconsiderado por desdeñar el sacrifico de sus soldados? Todo lo contrario. David apreciaba su devoción. No bebería el agua porque era demasiado preciosa para beberse. “¡Que el Señor me libre de beberla! ¡Eso sería como beberme la sangre de hombres que se han jugado la vida!” (2S 23:17). David derramó el agua como una ofrenda al Señor. La humildad de David respalda su devoción al Señor. Siempre han existido pastores del rebaño de Dios que tienen su propio estilo y que han explotado al pueblo de Dios para su propia ganancia: comiendo la carne, vistiendo la lana, pero no cuidando al rebaño (Ez 34:1-10). Pocos pueden olvidar la imagen del video de Jim ones** en Guyana, sentado en una silla, en una plataforma de madera, mientras sus seguidores bebían veneno a su dicho. Un pastor no tiene que construir un Templo del Pueblo con el egoísmo demente de Jim Jones con el fin de señorear sobre aquellos que se le confiaron. El deber del pastor es servir a su comunidad. David no aceptó el regalo del agua que había implicado un sacrificio como si él se lo mereciera. Lo recibió como lo que se entrega a Dios. El apóstol Pablo habla de la misma manera de un regalo que los filipenses le enviaron como “una ofrenda fragante, un sacrificio que Dios acepta con agrado” (Fil 4:18). Sin duda, por el mismo acto de consagrar el agua al Señor, David alentó a sus hombres a entender su propio llamado. Ellos servían al Señor Dios de Israel. El agua no era el trofeo de su habilidad con las armas; era el regalo de la victoria del Señor. En la adoración de David percibimos su humilde gratitud hacia Dios por esos hombres consagrados. Al mismo tiempo vemos la renovación de la fe de David. Si Dios permitió que tres de sus hombres penetraran al pozo de Belén, seguramente Dios entregaría a los filisteos en su mano y le daría una victoria completa.
115
Esta hermosa historia muestra la sensibilidad de David, su devoción al Señor y a aquellos a través de los cuales el Señor daría la victoria. Leemos en el capítulo y descubrimos que, después de los relatos de las proezas de los poderosos hombres de David, tenemos el cuadro de honor con sus nombres. Al final de la lista leemos: “Sélec el amonita, Najaray el berotita, que fue escudero de Joab hijo de Sarvia, Ira el itrita, Gareb el itrita, y Urías el hitita. En total fueron treinta y siete” (2S 23:37-39). Al leer la lista, llegamos al último nombre: ¡Urías el hitita! Él, también, fue uno de los hombres poderosos de David (tan consagrado al rey como los tres que le trajeron el agua de Belén). El nombre de Urías se acuñó en el capítulo más oscuro de la vida de David. Más tarde en el reinado de David, él se quedó en Jerusalén mientras su ejército estaba en el campo sitiando la ciudad amonita de Raba (2S 11:1-27). Muy cómodo en la azotea de su palacio, David vio a una mujer que se bañaba en un jardín cercano. Se le dijo que era Betsabé, la esposa de uno de sus guerreros, Urías, que estaba luchando con el ejército. David la hizo traer a él y la llevó a su cama. Ella regresó a casa y aparentemente David, habiendo satisfecho su lujuria, consideró terminada la aventura. Pero Betsabé envió las noticias a David de que estaba embarazada. David concibió una vergonzosa estrategia para hacer parecer que Urías era el padre del niño. Mandó traer, de la batalla a casa, a su veterano guerrero, confiado en que dormiría con su esposa. Su plan fracasó por la devoción de Urías a sus compañeros y a su rey. Urías se negó a ir a casa; él estaba en servicio, no de licencia: “El arca como los hombres de Israel y de Judá se guarecen en simples enramadas, y mi señor Joab y sus oficiales acampan al aire libre, ¿y yo voy a entrar en mi casa para darme un banquete y acostarme con mi esposa?” (2S 11:11). Después de reportarle a David el progreso de la campaña, Urías se quedó a la puerta del palacio, durmiendo con los soldados de la guardia. A la tarde siguiente David le dio de beber y comió con él hasta que estuvo borracho, pero sin ningún efecto. Cuando vio que Urías no se iría a casa, David le envió de regreso a su general Joab con una nota que sería su sentencia de muerte: “Pongan a Urías al frente de la batalla, donde la lucha sea más dura. Luego déjenlo solo, para que lo hieran y lo maten” (2S 11:15). El devoto Urías llevó el mensaje del rey a su jefe y unos pocos días después estaba muerto. David el adúltero se había convertido en David el asesino. Trajo a Betsabé a su palacio, a costa de la vida de Urías. Después, Natán el profeta denunció el crimen de David. David sinceramente se arrepintió del mal que había hecho; el Salmo 51 expresa la angustia de su corazón. Dios lo perdonó; sin embargo, David había minado su propia autoridad en la vida de su familia. Con el tiempo cosechó lo que había sembrado, en la rebelión de su hijo Absalón. David, como Sansón, era un pecador. Su lugar en la historia de la redención de Dios se basa en su llamado, no en su obediencia. De manera bastante evidente, David está lejos de ser para nosotros un ejemplo perfecto. Con todo, David fue un hombre de fe que se arrepintió de su pecado y confió en la salvación del Señor. En su papel como rey, David nos señala a Jesucristo, el Hijo de David, a quien David llamó “Señor” (Sal 110:1; Mt 22:41-46; Hch 2:34-36). Es al Rey Jesús, no al rey David, que traemos el agua de nuestra devoción espontánea. Jesús, de hecho, busca nuestra devoción. Cuando Él sanó a los diez leprosos y solo uno regresó a alabar a Dios a los pies de Jesús, el 116
Señor preguntó: “¿Dónde están los otros nueve?” (Lc 17:17). Ya que Él les había ordenado que se presentaran a los sacerdotes, podía cubrir su ingratitud afirmando que estaban haciendo exactamente lo que Jesús les había dicho que hicieran. Después de todo, ¡Él no había dicho una sola palabra sobre regresar a dar las gracias! Pero la verdadera devoción es espontánea. Como en el caso de los guerreros de David, los siervos consagrados del rey no esperan a que se les pida que actúen. De hecho, la devoción se goza en las sorpresas. Sin lugar a dudas no podemos sorprender al Señor de la Gloria, ¡pero podemos intentarlo! Jesús nuestro Rey ofrece nuestra devoción al Padre porque Él también es nuestro Sumo Sacerdote. En el santuario del cielo Él ofrece, como incienso, las oraciones de los santos. Las maneras pobres e imperfectas en las que buscamos glorificar a nuestro Padre son tomadas por nuestro Mediador real y presentadas como ofrendas agradables a Dios. Jesús, que está en el lugar de David, también es nuestro Rey Guerrero. Es Él quien se abre camino entre las líneas enemigas para traernos el agua de vida. El agua de Belén era preciosa para David porque la vio como “la sangre de hombres que se han jugado la vida” (2S 23:17). La copa que Jesús nos ofrece la trae, no solo a riesgo de Su vida, sino a costa de Su vida. Es la copa del Nuevo Pacto en Su sangre. La sorprendente gracia de Dios se manifiesta en la devoción que Él nos tiene. El término que se usa en el Antiguo Testamento para lealtad o devoción ( chesed ), se usa casi exclusivamente, no para nuestra devoción hacia Dios, sino para Su devoción hacia nosotros3. David, en su oración de penitencia después de su terrible pecado, se atrevió a pedir la misericordia de Dios a causa de la chesed de Dios: “Ten compasión de m í, oh Dios,conforme a tu gran amor [ chesed ]” (Sal 51:1). Por medio del profeta, Dios dice: “Yo te amo con amor eterno. Por eso te he prolongado Mi misericordia [chesed ]” (Jer 31:3 RVC). El desarrollo paulatino del plan de Dios para la salvación revela Su chesed en el don de Su Hijo unigénito. Evidentemente fue la fidelidad de Dios hacia David la que llevó a cabo Su promesa a pesar del pecado de David. La historia de David narra el pasado para apuntar hacia el futuro. El que Dios haya escogido a David es la base de la historia del libro de Rut. El libro llega a su punto culminante con el nacimiento de Obed, el padre de Isaí, el padre de David. Es una hermosa historia de amor. Sobre todo muestra el poder de la devoción. Las tragedias en la vida de Noemí probaron su devoción al Señor. Exiliada por las presiones que trajo la hambruna, Noemí perdió a su marido y a sus dos hijos. Regresó vacía a la tierra de sus padres. Era una viuda sin hijos que pudieran reclamar la herencia de la familia o que pudieran continuar el nombre de la familia en Israel. Sin embargo, ella no regresó sola. Su nuera Rut se negó a separarse de ella. Ella se aferró a Noemí en devoción, reclamando la tierra, el pueblo y el Dios de Noemí como suyos. Se volvió la proveedora de la empobrecida viuda, espigando en los campos de Belén de acuerdo con las instrucciones de Noemí. La misericordia fiel de Dios guio a Rut a las tierras de Booz, quien mostró gran bondad a la joven extranjera. La devoción se encuentra ahora con la devoción. Rut, quien era mejor que siete hijos para Noemí (Rt 4:15), estuvo dispuesta a convertirse en la esposa de Booz, un hombre mayor, con el fin de asegurar para Noemí la herencia de su
117
familia. Booz, a cambio, estuvo dispuesto a poner en peligro su propia hacienda con el fin de redimir la herencia confiscada de Noemí y establecer como su heredero al hijo que Rut le diera a luz. Por medio de esta encantadora historia de devoción dentro del pacto, brilla el amor de Dios y la devoción de Su gracia. Booz estuvo calificado para redimir las tierras del esposo de Noemí porque él era un pariente cercano. La ley de Moisés especificaba la función del go’el , el pariente cercano–redentor (Lv 25:25, 48-49). Pero Dios mismo es el Go’el de los huérfanos y las viudas (Pr 23:10-11). Cuando Booz conoció a Rut, él la bendijo en el nombre del Señor, el Dios de Israel, “bajo cuyas alas has venido a refugiarte” (Rt 2:12). Noemí, conmovida por la bondad de Booz hacia Rut, confesó: “El Señor no ha dejado de mostrar su fiel amor [ chesed ] hacia los vivos y los muertos” (Rt 2:20). C uando Rut dio a luz al pequeño Obed, las mujeres que la atendían dijeron: “¡Alabado sea el Señor, que no te ha dejado hoy sin un redentor!” (Rt 4:14). La historia de Rut traza los antecedentes para las narrativas del rey David. Se continúa el linaje de la promesa. Obed es el hijo de Booz, pero ya que Booz ha redimido la herencia de Noemí, las amigas de ella ponen a Obed en su regazo y dicen con placer: “Noemí tiene un hijo” (Rt 4:16). La misericordia de Dios dirige el camino hacia el nacimiento de David por la fidelidad de un pariente-redentor. La chesed de Dios para Noemí es una con Su chesed para David. El propósito de la misericordia de Dios que conduce hacia David también conduce más allá de David. Su promesa a David señala al Hijo de David. Además, en la figura de Booz, se retrata la gracia redentora de Dios. Dios, quien redimió a Israel de Egipto (Éx 6:6), es el Pariente-Redentor. Él consigue la herencia de Su pueblo como unido a ellos con lazos de sangre, por así decirlo. El Señor, el Go’el de Su pueblo, los librará de su cautividad (Jer 50:34). Isaías usa los términos pariente-redentor para describir la futura salvación del Señor (Is 43:1, 14; 44:22-23; 48:20; 52:3; 63:9, 16). El Nuevo Testamento habla del alto costo de la redención pagada por el Padre: la sangre de Su propio Hijo (1P 1:18-19). Al mismo tiempo nos señala la obra de Cristo como nuestro Redentor. Él se ha convertido en nuestro pariente cercano, hecho una carne con nosotros para que nos pudiera comprar la herencia eterna de Su salvación (Ro 8:3, 29). Entonces el libro de Rut da los antecedentes para el llamado de David mostrando cómo el hilo de la promesa de Dios no se rompió. El linaje que conduce a David es importante, no solo como la genealogía real, sino como la obra continua de Dios para llevarlo al cumplimiento final. Al mismo tiempo, la figura del pariente-redentor en Rut apunta a la profunda necesidad que debe satisfacer el ungido de Dios. El pueblo de Dios debe ser redimido más que de la pobreza y la opresión. La propia experiencia de David muestra qué profunda es esa necesidad. Él suplica por la chesed que el Señor ha mostrado a sus padres; él necesita la liberación, no solo de sus enemigos, sino también de sus transgresiones (Sal 39:8; 51:14; 109:21). David fracasó, de una forma miserable, en su devoción a los que estaban consagrados a él. Su esperanza era la devoción fiel de su Dios. La historia de David va de los insultos y la persecución que injustamente sufrió en la primera parte de su vida, a la disciplina del Señor que marcó la siguiente parte. Dios en Su misericordia perdonó su pecado con Betsabé; no perdió ni su vida ni su corona. Después de que el hijo de la unión adúltera murió en un juicio de Dios, Betsabé le dio a luz otro hijo a 118
David. David le puso por nombre “Salomón”, pero el Señor lo llamó “Jedidías” (“Amado del Señor”) (2S 12:25). La fidelidad de Dios no abandonó a David. El Señor no dejó sin efecto Su promesa de que un Hijo del linaje de David heredaría el reino eterno (2S 7:13). A pesar de esto las palabras solemnes del profeta Natán se cumplieron en la vida de David. Escucha la formulación de los cargos que Natán hizo cuando confrontó a David con su pecado: “Por eso la espada jamás se apartará de tu familia, pues me despreciaste al tomar la esposa de Urías el hitita para hacerla tu mujer” (2S 12:10). El gobierno de David sobre su propia casa fue menos sabio que su gobierno sobre Israel. A veces fue demasiado indulgente y a veces demasiado estricto al tratar con el incesto y la rebelión entre sus propios hijos. La cosecha de su pecado y de su debilidad la segó en la rebelión de su hijo Absalón y la escandalosa violación por parte de Absalón de las esposas de David, cuando sacó a su padre de Jerusalén. Cuando David huía por su vida con sus hom bres fieles, Simei, un antiguo enemigo de la casa de Saúl, lo maldijo y se burló de él. Simei siguió a la banda de David, aventando piedras y lanzando insultos. Abisai, uno de los generales de David, se ofreció para silenciar a Simei: “¿Cómo se atreve este perro muerto a maldecir a Su Majestad? ¡Déjeme que vaya y le corte la cabeza!” (2S 16:9). David reprendió la amarga sed de venganza de Abisai. “Si el hijo de mis entrañas intenta quitarme la vida, ¡qué no puedo esperar de este benjaminita!” (2S 16:11). David aceptó la humillación como de la mano de Dios. “A lo mejor el Señor toma en cuenta mi aflicción y me paga con bendiciones las maldiciones que estoy recibiendo” (2S 16:12). En lo profundo de su humillación, David buscó al Señor para que lo liberara y lo reivindicara. Su fe se apegó a Dios. Al mismo tiempo, David, aunque injustamente atacado y perseguido, estaba lejos de ser inocente. Disciplinado por el Señor, fue restaurado a su trono y pudo presidir sobre la entronización de su hijo Salomón, el sucesor escogido de Dios. Por un lado, David fue un hombre conforme al corazón de Dios, el rey cuya devoción al Señor llevó a todo Israel a la adoración. Por el otro lado, el gran pecado de David mostró la imperfección de su devoción. Ambos lados de la vida de David se reflejaron en la promesa que Dios le había hecho. Como el siervo devoto del Señor, el rey David anheló construir una casa a Dios en Jerusalén, el lugar donde Dios pondría Su nombre y moraría entre Su pueblo. Puesto que David deseaba construir la casa de Dios, Dios prometió edificar la casa de David: establecer su reino para siempre (2S 7:11, 16). Pero debido a que David no cumplía con la medida del ideal del ungido de Dios, la promesa de Dios se dirigió a un futuro Hijo de David (2S 7:12-13). Al principio, la promesa de Dios apuntaba a Salomón, quien construiría el Templo en Jerusalén usando los recursos que David había provisto. Pero tal y como David mismo lo reconoció, el Hijo prometido sería mucho mayor que Salomón: “Así dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a Tus enemigos por estrado de Tus pies” (Sal 110:1). La fe de David en el Señor no solo abrazaba la promesa, sino que se extendía hacia adelante en esperanza, anhelando el cumplimiento en un Hijo que sería su Señor, sentado en un trono celestial y al que se le daría el dominio universal. La historia de David en el Antiguo Testamento puso el fundamento para nuestra comprensión de los salmos. David mismo fue un salmista por excelencia. Desde su temprana juventud tocaba el arpa en los campos de las ovejas. Como rey, todavía fue el “dulce salmista”
119
de Israel (2S 23:1 LBLA). Además de los salmos que escribió, proveyó lo necesario para que los compositores y los cantores guiaran las alabanzas de Israel. Los salmos de David y los otros cánticos inspirados de Israel nos conducen a la historia de Jesús. Esto es bastante claro en los salmos que reconocemos como mesiánicos. El Salmo 22, por ejemplo, comienza con el grito que salió de los labios de Jesús en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Sal 22:1). El salmo describe con detalles gráficos la agonía del Crucificado (“Dislocados están todos mis huesos[…] me han traspasado las manos y los pies” [Sal 22:14,16]) y la burla de Sus enemigos (“Cuantos me ven, se ríen de mí; lanzan insultos, meneando la cabeza. Este confía en el Señor, ¡pues que el Señor lo ponga a salvo! […] Se reparten entre ellos Mis vestidos y sobre Mi ropa echan suertes” [Sal 22:7, 8, 18]). No conocemos ningún momento de la vida de David en el que haya sido tan torturado y avergonzado. En este salmo él describe sus sufrimientos en un lenguaje vívido que era una hipérbole figurativa de su experiencia, pero fue literal de una manera sorprendente cuando sus palabras inspiradas se cumplieron en el Calvario. No solo en los salmos (que de una manera tan específica se refieren a Cristo) se nos apunta hacia Él. Cuando examinamos el Salmo 22, por ejemplo, observamos que es parecido a muchos otros salmos4. Tiene la forma de un lamento, el lamento de un individuo. Esta es la forma más común que se encuentra en el Salterio. (Ahí hay salmos de “nosotros”, tales como el Salmo 100, así como salmos de “yo”, tal como el Salmo 22). El Salmo 22 comienza con el grito de abandono, un grito que se convierte en lamento: Dios mío, clamo de día y no me respondes; clamo de noche y no hallo reposo (Sal 22:2). A esta queja le sigue una confesión de confianza: Pero Tú eres santo, Tú eres rey. ¡Tú eres la alabanza de Israel! En Ti confiaron nuestros padres; confiaron, y Tú los libraste; a Ti clamaron, y Tú los salvaste; se apoyaron en Ti, y no los defraudaste (Sal 22:3-5). Después de estas palabras de confianza, David otra vez regresa a lamentar su condición: “Pero yo, gusano soy y no hombre; la gente se burla de mí, el pueblo me desprecia” (Sal 22:6). Describe la amarga burla de sus enemigos y después, una vez más, recuerda la fidelidad de Dios. Pero Tú me sacaste del vientre materno; me hiciste reposar confiado en el regazo de mi madre. Fui puesto a Tu cuidado desde antes de nacer; desde el vientre de mi madre mi Dios eres Tú (Sal 22:9-10). Las descripciones alternadas de angustia y confianza conducen a un grito por la liberación: No te alejes de m í, porque la angustia está cerca y no hay nadie que me ayude 120
(Sal 22:11). Otra vez el salmista regresa a describir la agonía de su situación. Él habla de la fiereza de sus enemigos. Son como toros salvajes, leones rugientes, perros que gruñen. Por el contrario, él está desprotegido e indefenso; su fuerza se ha ido; está traspasado y muriendo. Una tríada constante aparece en el lamento: ellos, yo y Tú. Ellos , mis enemigos, son asesinos; yo estoy indefenso; Tú, Señor, me has abandonado. En esa situación desesperada, el siervo sufriente del Señor solo puede clamar desde las profundidades hacia las alturas: Pero Tú, Señor, no te alejes; fuerza mía, ven pronto en mi auxilio. Libra mi vida de la espada, mi preciosa vida del poder de esos perros. Rescátame de la boca de los leones; sálvame de los cuernos de los toros (Sal 22:19-21). ¿Se escuchará el grito del siervo abandonado del Señor? ¡Sí! Después del grito por la salvación, David estalla en un juramento de alabanza: Proclamaré Tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré (Sal 22:22). La alabanza de Dios en medio de la congregación es una referencia a la ofrenda de acción de gracias (Lv 7:11-18). En una profunda agonía un adorador oraría a Dios pidiendo la liberación y juraría traer una ofrenda de alabanza cuando la oración fuera escuchada. Aunque el salmista todavía está en la angustia de su sufrimiento, habla con confianza de la ofrenda de alabanza que traerá al Señor cuando llegue su liberación. Con esa salvación a la vista, David cierra el salmo con una magnífica doxología, acabando con un grito de alabanza: “Él hizo esto” (Sal 22:31 RV60). Por inspiración David va mucho más allá de su propia experiencia. Anticipa el sufrimiento y la liberación de Aquel que está por venir, su Hijo y Señor. El autor de Hebreos reconoce esto porque él le atribuye a Cristo el juramento de alabanza del salmo: En efecto, a fin de llevar a muchos hijos a la gloria, convenía que Dios, para quien y por medio de quien todo existe, perfeccionara mediante el sufrimiento al Autor de la salvación de ellos. […] Por lo cual Jesús no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: “Proclamaré Tu nombre a mis hermanos; en medio de la congregación te alabaré” (Heb 2:10-12). A Jesús no solo le pertenece el grito de abandono al inicio del salmo; el juramento de alabanza también es Suyo. Jesús es un Salvador que canta guiando las alabanzas de los redimidos. Pablo describe a Cristo como cantando entre los gentiles un cántico de alabanza. En Romanos, el apóstol a los gentiles declara: Les digo que Cristo se hizo servidor de los judíos para demostrar la fidelidad de Dios, a fin de confirmar las promesas hechas a los patriarcas, y para que los gentiles glorifiquen a Dios por Su compasión, como está escrito: “Por eso te alabaré entre las naciones; cantaré salmos a Tu nombre” (Ro 15:8-9).
121
La cita de Pablo es del Salmo 18:49. ¿Quién es el “Yo” en el pasaje como él lo cita? Evidentemente es Cristo. Pablo dice que Cristo ha sido hecho un ministro de la circuncisión, no en el sentido de que Él ministra a la circuncisión, sino que Él ministra para la circuncisión5. Cristo mismo está circuncidado y Él cumple el llamado de la circuncisión para confirmar las promesas dadas a los patriarcas. Dios le prometió a Abraham que en él serían benditas todas las familias de la tierra. La circuncisión fue el sello de esa promesa de Dios. Jesucristo cumplió el pacto de Dios con Abraham y con Israel. Él heredó todas las promesas de Dios y Él proclama la victoria de la salvación de Dios a los gentiles. En el Salmo 18, David describe su solemne promesa de alabanza que ofrece a Dios, no solo delante del pueblo de Dios, sino delante de todas las naciones. Piensa acerca de la casa de Dios como establecida en medio de la tierra para que la presencia de Dios pueda ser dada a conocer a todos los pueblos. La misma liberación de David da testimonio del poder y de la gracia de Dios para que todo el mundo lo sepa. David escribió este salmo para orar a fin de ser liberado de Saúl; sin embargo, su inspirada comunión con Dios captó el más profundo significado de su victoria como el ungido de Dios: “El Señor da grandes victorias a Su rey; a Su ungido David y a sus descendientes les muestra por siempre Su gran amor” (Sal 18:50). Pablo reconoció que la liberación de Dios se dio por fin a la Simiente de David, el verdadero Rey de las naciones (Gá 3:16). Por lo tanto, describió a Cristo cantando las alabanzas del Padre en un himno misionero sobre el triunfo del evangelio. El uso que Pablo le da al Salmo 18 con referencia a Cristo nos ayuda a reconocer que no solo en los salmos claramente mesiánicos se debe ver a Cristo. Los salmos son celebraciones del pacto de Dios con Su pueblo. Proclaman la promesa de Dios d e ser el Dios de Su pueblo. El salmista, ya sea David u otro, le habla al Señor del pacto como Su siervo 6. Ya que Cristo es el Señor del pacto que viene como el Siervo del pacto, los salmos se centran en Él, en quien el pacto se cumple. No solo existen numerosos salmos que tienen la forma del Salmo 22; los elementos de ese salmo muchas veces se encuentran en otros salmos de confianza, de seguridad, de alabanza por la respuesta de Dios a las oraciones o de doxología. El salmo 23, por ejemplo, es un salmo de confianza. Hay salmos de otros tipos; ellos también apuntan a Cristo como lo muestra el Nuevo Testamento. Estamos acostumbrados a ver a Cristo revelarse como el Señor, nuestro Pastor, en el Salmo 23 (Jn 10). Y de la misma manera, Él es el Señor de todos los salmos, nuestro Creador y Redentor (Is 43:15; Sal 102:25-28; Heb 1:10-12; Sal 68:18; Ef 4:8) que camina sobre las olas del mar para liberar a los Suyos (Sal 77:19; Job 9:8; Mt 14:25, 33). Cristo, el gran Hijo de David, es el Siervo de los salmos reales (Sal 45:6-7; Heb 1:8-9; Sal 2:7; Heb 1:5; Sal 110:1; Mt 22:4-6 ; Sal 118:26; Mt 21:9). Él es el Segundo Adán, la Cabeza de una nueva humanidad (Sal 8:4-6; Heb 2:6-9). Él es el Siervo Justo que asciende a la colina del Señor y el Señor de Gloria para quien se abren las puertas eternas (Sal 24). Los salmos de sabiduría apuntan a Él, quien es nuestra Sabiduría (1Co 1:24, 30). * En el margen del versión American Standard (ASV), traducen al inglés la última parte de este versículo así: “que me vengue yo por uno de mis dos ojos”. ** Jim Jones fue un estadounidense que fundó la secta Templo del Pueblo. Los miembros del grupo le siguieron desde California hasta la selva de Guyana, donde, según la doctrina de salvación de su líder, se edificaría un paraíso en la tierra, lejos de EEUU y de la sociedad capitalista. Allí Jones compró una amplia propiedad rural donde edificó una comunidad llamada Jonestown. El 18 de noviembre de 1978, con ayuda de los demás líderes del Templo del Pueblo, Jones incitó (y en algunos casos obligó) al resto de sus seguidores a suicidarse con él, pereciendo en total 913 individuos, incluyendo unos 270 niños.
122
123
Preguntas sobre el estudio 1. ¿Quién se le apareció a Josué mientras consideraba una estrategia para destruir a Jericó? 2. Enumera algunas de las implicaciones de la siguiente cita: “El Señor era el Comandante, no Josué”. 3. ¿Por qué Israel no era libre para perdonarles la vida a los que Dios había condenado? 4. ¿Qué diferencia hay entre la guerra santa de Dios y la yihad del islam? 5. ¿Por qué se le ha quitado el poder de la espada a la iglesia? 6. ¿Cómo tomaron Josué y el ejército de Israel a Jericó? 7. Explica el significado del nombre Josué . ¿De qué manera Josué prefigura a Cristo? 8. Describe el periodo de los Jueces. 9. Sansón fue llamado a ser un _____________. Explica. 10. Describe la debilidad de Sansón y cómo Dios lo usó a pesar de él mismo. 11. Responde la siguiente pregunta hecha por Clowney: “¿Puede la vida trágica de Sansón apuntarnos a Jesucristo?”. Compara a Sansón con Cristo y concluye lo que piensas. 12. Jesús es el “Nazareo espiritual”. Comenta. 13. ¿De qué manera el liderazgo de Samuel fue un claro contraste con el de Sansón? 14. ¿Por qué el pueblo de Dios quería un rey? 15. ¿Por qué Samuel se apartó de Saúl? 16. Enumera algunas de las cualidades de David como el rey guerrero de Israel. 17. “Las victorias de David fueron victorias de fe”. Explica. 18. ¿De qué manera el pecado de David con Betsabé minó s u autoridad en la vida de su familia? 19. “La verdadera devoción es espontánea”. Medita en esta frase. ¿Qué significa esta frase en las vidas de los guerreros de David? 20. ¿Cóm o es Jesús nuestro Rey Guerrero? 21. ¿Cuál es el término que el Antiguo Testamento utiliza para lealtad o devoción? ¿A qué o a quién revela el desarrollo del plan de Dios para la salvación como el máximo don de chesed ? 22. Lee Rut 4:14. Explica lo que es un pariente-redentor. ¿De qué manera Dios es el Pariente-Redentor de Su pueblo? 23. ¿Cómo los salmos conducen a la historia de Jesús? 24. Lee el Salmo 22. “Por inspiración David va mucho más allá de su propia experiencia”. Explica esto a la luz de lo que acabas de leer en el salmo.
124
Preguntas de aplicación 1. ¿Qué quiere decir que Dios sea el Comandante de tu vida? ¿De qué forma estás tentado(a) a idear tus propias estrategias para la victoria? ¿Funcionan? 2. Dios quiere sentarse en el asiento del conductor de tu vida. ¿Cómo te resistes a Su control y soberanía? Da ejemplos. ¿De qué manera saldrías beneficiado(a) si Dios estuviera al mando? 3. Muchas veces al mundo le parecen disparatadas las soluciones de Dios (por ejemplo, caminar alrededor de Jericó con el fin de destruirla). Piensa en otros ejemplos de las Escrituras o de tu propia vida en los que Dios ha conquistado por medio de un aparente disparate. 4. ¿Qué armas usas para la guerra espiritual? Lee Efesios 6:10-18. ¿Con qué armas tienes que familiarizarte mejor y ser más competente? 5. ¿A veces tu vida se parece al libro de Jueces (es decir, fracaso tras fracaso)? ¿Cuál es la respuesta de Dios a tu fracaso? 6. ¡Sansón no era un santo! Y no obstante Dios lo usó en su debilidad para lograr Su voluntad. ¿En qué área de tu vida te sientes más débil? ¿Cómo te ha usado Dios en esta área y cómo has aprendido a jactarte en tu debilidad? Da ejemplos. 7. ¿Se caracteriza tu vida, como la de Samuel, por una confianza fervorosa en Dios, o eres más como los israelitas que querían un rey para poder ser como todos los demás? 8. ¿Alguna vez sientes como si tus pecados pasados o incluso presentes arriesgaran la efectividad de tu testimonio hoy? Si así es, ¿qué puedes hacer al respecto? 9. ¿Es tu devoción a Dios espontánea o calculada? 10. ¿Qué actos de servicio le ofreces a Dios por un mero deber en vez de por amor y placer? Da ejemplos. Piensa en lo que Dios hizo por ti. ¿Cómo debe eso cambiar tu reacción a lo que Él requiere de ti? 11. ¿De qué manera es real en tu vida hoy la chesed de Dios? 12. Lee el Salmo 18 y encuentra ahí los temas mesiánicos.
125
CAPÍTULO OCHO
126
EL PRÍNCIPE DE PAZ DAVID, EL UNGIDO DEL SEÑOR, celebró la promesa que Dios le dio del Rey Mesiánico que vendría (Sal 110). La gloria del pacto de Dios con David permanece como un tema de las alabanzas de Israel (Sal 89; 132). Los profetas siguieron recordando esa promesa antes del exilio (Am 9:11; Mi 5:1-5; Is 9:5-6), en vísperas del exilio (Jer 23:5-6; 30:9), durante el exilio (Ez 34:23-24; 37:21-25) y después del exilio (Zac 12:8) 1. La promesa de Dios del Mesías que vendría fue dada a David cuando había resuelto construir un templo al Señor. Dios le negó su petición. David no podía construir la casa de Dios; más bien, Dios le haría casa a David. Establecería el trono de Su Hijo para siempre (2S 7:11, 16). David no fue llamado a construir el Templo porque él había sido un guerrero, un hombre que había derramado sangre en batallas (1Cr 28:3). Cuando las guerras de David se terminaran, cuando el Señor hubiera sometido a todos los enemigos de su reino, entonces, y solo entonces, el Templo se construiría (1R 5:3). El reinado de Salomón complementa el reinado de David. En el antiguo Cercano Oriente la culminación de las campañas militares de un rey con frecuencia se conmemoraban construyendo un palacio o un templo. David ganó las victorias sobre las cuales se estableció el reinado pacífico de Salomón. Él hizo los preparativos para el Templo al reunir una gran cantidad de materiales para su construcción (1R 7:51; 1Cr 22:2-5). Por lo tanto, los dos reinos deben tomarse juntos; ambos, David y Salomón, prefiguran al Rey del Señor. David, el guerrero real, es sucedido por Salomón, el príncipe de paz (“Salomón”, de shalom, quiere decir “pacífico”; ver 1Cr 22:9). Mientras que Salomón no es el Hijo de David en quien todas las promesas se cumplen, sí es como un tipo de Cristo, el Príncipe de Paz. Los salmos de realeza idealizan el reino de Salomón, usándolo como un modelo para apuntar hacia el verdadero y último Rey (Sal 2; 45 ; 72). Los sufrimientos de David, expresados de una forma muy vívida en sus salmos, lo señalan como el siervo sufriente del Señor. Saúl lo odió y lo persiguió sin motivo (Sal 35:19; 69:4). Fue traicionado por uno muy cercano a él (Ahitofel, su amigo y consejero; 2S 15:12). “Hasta mi mejor amigo, en quien yo confiaba y que compartía el pan conmigo, me ha puesto la zancadilla” (Sal 41:9). El evangelio de Juan llama nuestra atención a la manera en que los sufrimientos de David apuntan a Cristo (Jn 13:18; 15:25). Hasta los detalles geográficos tienen similitudes claras. David también salió de Jerusalén y cruzó el Valle de Cedrón en la subida del Monte de los Olivos. En medio de sus sufrimientos y humillación, David constantemente mostró misericordia hacia sus enemigos, tanto que su general Joab lo acusó de amar a los que lo odiaban (2S 19:6). En una ocasión, en sus días de forajido, estuvo a punto de usar su espada para exigir tributo y vengarse de Nabal, cuyos rebaños él había estado protegiendo (1S 25:9-13). Pero escuchó la súplica de Abigail, la esposa de Nabal, cuando ella lo encontró para interceptar su ataque. labó a Dios por haberle impedido ejecutar su propia venganza. El Señor se vengó de la locura de Nabal. 127
Por otro lado, David sí le encargó a Salomón la ejecución de la jus ticia severa contra los que lo habían odiado y traicionado (1R 2:2-9), un encargo que Salomón cumplió. Esta acción por parte de David no tiene que verse como una debilidad en su carácter, como si se amilanara por las consecuencias de administrar la justicia. Podemos, de hecho, sentir que David a veces fue débil al tratar con la transgresión y el crimen. Pero el encargo de David a Salomón da cuenta de la diferencia en sus reinados. David soporta, no solo la agonía de la batalla, sino también el reproche de los que lo traicionaron y desobedecieron. Salomón inicia el reino en el que la paz se funda en la justicia severa. David prefigura la paciente sujeción de la humillación de Cristo. Salomón tipifica a Cristo como el Juez, quien marca el comienzo del Reino para juzgar con justicia. El gobierno de Cristo como el Príncipe de Paz se basa en la justicia perfecta de Su juicio. El cumplimiento es, por supuesto, mucho más rico que la figura. No podemos simplemente tomar al rey David como el tipo de la primera venida de Cristo y al rey Salomón como el de Su segunda venida. Por un lado, el gobierno del reino de Cristo fue evidente hasta en los días de Su sufrimiento: los demonios lo obedecían. Por el otro lado, la justicia que traerá con Él cuando venga otra vez es la justicia del Cordero en el trono. La gloria del gobierno de Cristo no es futura; ya está establecida en el cielo. Jesús no solo fue a preparar un lugar para nosotros; Él ya ha construido el nuevo Templo por Su resurrección y por la unión de Su pueblo con Él. A pesar de eso, el marcado contraste entre David y Salomón nos ayuda a reconocer el contraste entre la humillación y la exaltación de Cristo: Su paciente gracia y Su justicia final. El reinado de Salomón llevó la historia del pueblo de Dios a la cima. Los artesanos habían dado los toques finales al cedro tallado y al oro labrado del Templo; Hiram de Tiro había echado el bronce en las enormes columnas y en los delicados capiteles, los tazones, las palas y los cuencos. Siete años de construcción habían convertido un gran tesoro en la gloria de un Templo que no tenía rival. Salomón reunió a los ancianos y a los líderes de Israel para dedicar la casa de Dios, el lugar en la tierra donde el Señor pondría Su nombre, donde Su gloria moraría. Cientos de sacerdotes ofrecieron incontables ovejas y ganado. Los sacerdotes y levitas llevaron el arca del Señor al lugar santísimo; la nube de la presencia de Dios llenó Su casa con la gloria y los corazones de Su pueblo con temor reverente. La larga marcha de los siglos había llegado al reposo. Dios había llevado a Su pueblo de la oscuridad de la esclavitud en Egipto a los relámpagos del Sinaí y después al Monte Sión, el lugar de Su morada en medio de Su heredad. Salomón se puso de pie ante el pueblo y alabó a Dios por guardar todas Sus promesas: no solo Su promesa a David de que su hijo construiría el Templo, sino también Sus promesas a Moisés. “¡Bendito sea el Señor, que conforme a sus promesas ha dado descanso a Su pueblo Israel! No ha dejado de cumplir ni una sola de las gratas promesas que hizo por medio de Su siervo Moisés” (1R 8:56). Es en este escenario del cumplimiento de las promesas de Dios que el tema de la sabiduría pasa a primer plano. Salomón, cuando se le ofreció optar por las bendiciones de Dios, pidió sabiduría y su petición fue abundantemente concedida (1R 3:4-15). De hecho, la sabiduría que Dios le dio a Salomón se volvió la bendición que cumplió la promesa de Dios, no solo para Moisés, sino para Abraham. En la simiente de Abraham todas las naciones de la tierra
128
serían benditas. Cuando Israel se estableció en la tierra y la casa de Dios fue fundada, había llegado el tiempo de que la bendición fluyera a las naciones. Esto sucedió en el reinado de Salomón. Dios le dio a Salomón sabiduría e inteligencia extraordinarias; sus conocimientos eran tan vastos como la arena que está a la orilla del mar. Sobrepasó en sabiduría a todos los sabios del Oriente y de Egipto […] Por eso la fama de Salomón se difundió por todas las naciones vecinas. Compuso tres mil proverbios y mil cinco canciones. Disertó acerca de las plantas, desde el cedro del Líbano hasta el hisopo que crece en los muros. También enseñó acerca de las bestias y las aves, los reptiles y los peces. Los reyes de todas las naciones del mundo que se enteraron de la sabiduría de Salomón enviaron a sus representantes para que lo escucharan (1R 4:29-34). La visita de la reina de Sabá para escuchar la sabiduría de Salomón ha sido tan moldeada por la versión de Hollywood, que hemos olvidado su lugar en la historia de la redención. No solo la realeza envió embajadores a la corte de Salomón. En el caso de Sabá, la reina misma fue a descubrir la verdad de los reportes que había escuchado. Se quedó asombrada: no se le había contado ni la mitad. ¡Qué afortunados habían sido los siervos del rey, pues tenían el privilegio de estar delante de él y escuchar la sabiduría de sus juicios! (1R 10:8). La reina bendijo al Dios de Israel: “En Su eterno amor por Israel, el Señor te ha hecho rey para que gobiernes con justicia y rectitud” (1R 10:9). Las naciones fueron atraídas no solo por Israel, que prosperaba bajo la bendición de Dios, sino por el rey de Israel a quien se le había dado una sabiduría enciclopédica. La sabiduría de Salomón se comparaba con la de los hombres sabios del mundo antiguo: excedía a todos. El ideal de la sabiduría incluye una investigación exhaustiva en el mundo de la creación. Pero Salomón diligentemente se dedicó a la biología así como al arte de gob ernar y a la literatura. Su sabiduría no era pueblerina, sino internacional, cosmopolita. Sin embargo, vendría un Rey humilde que en voz baja declararía: “Aquí tienen ustedes a uno más grande que Salomón” (Mt 12:42). Los proverbios de Salomón (en no menor grado que los salmos de David) nos señalan a esucristo. El texto de oro del libro de Proverbios es: “El comienzo de la sabiduría es el temor del Señor; conocer al Santo es tener discernimiento” (Pr 9:10). Separados del Señor, el adquirir conocimiento no tiene sentido. La máxima y suprema realidad no es el fuego o el agua, como se lo imaginaba la filosofía griega, ni tampoco es un conjunto abstracto de ideas. No es “Ser”. Es el Dios viviente, quien se reveló a Israel y convocó a las naciones de la tierra a prestar atención a Su palabra. Estamos preparados para aprender que el Logos no es un principio abstracto, sino el Hijo del Padre. Dios es el Poseedor de la sabiduría (Pr 3:19). De hecho, en una figura increíble, la sabiduría de Dios se personifica como Su compañera, presente con Él en la creación del mundo (Pr 8:22). La sabiduría de Dios se revela en Sus obras: el mundo creado y el curso de la naturaleza y la historia (Pr 8:22-31; Sal 33:6-21). Dios expresa Su sabiduría en Su palabra. Su palabra no solo controla todas las cosas, sino que le habla a Su pueblo para que conozca al Señor (Sal 147:18-19). Conocer y temer al Señor es, por lo tanto, el comienzo de todo nuestro pensamiento, el pensamiento razonable que guiará nuestras vidas (Pr 3:5, 7; 12:15). La sabiduría no solo es información que se almacena y se recupera; es la conciencia informada de quiénes somos y 129
delante de quién estamos. Al hacernos el llamado para hacer de Dios el Señor de nuestro conocimiento así como de nuestra vida, la literatura de la sabiduría nos dirige hacia la revelación personal de Dios en Jesucristo. Por otro lado, los libros de la sabiduría y los salmos del Antiguo Testamento también nos preparan para Cristo en una forma negativa: “¡Vanidad de vanidades!¡Vanidad de vanidades!¡Todo es vanidad!—Palabras del Predicador” (Ec 1:2 RVC). La desesperación que se expresa en el libro de Eclesiastés tiene un lugar singular en la historia de la obra salvadora de Dios. Las promesas de Dios se han guardado. El pueblo de Dios ahora vive en su tierra; no solo tiene su pan diario, sino además leche y miel. Un hombre puede disfrutar la sombra de su propia higuera mientras el sol brilla en sus viñedos. La heredad que el pueblo de Israel había anhelado, y por la que había luchado, se ha adquirido. Es tiempo de reflexionar. Algunos anuncios de cerveza en la televisión norteamericana han retratado a un grupo de amigos sentados en el porche de una cabaña después de un día de pesca. El sol se está poniendo y están compartiendo algunas latas de cerveza. “¡No hay nada mejor que esto!”, dice uno de ellos. Este anuncio publicitario plantea una pregunta inquietante, incluso para un pescador que puede ver una tarde de cervezas como el placer supremo de la vida. La vida no podría ser mejor, pero sin duda empeorará. La vida misma se dirige hacia una puesta de sol, si es que no falla antes. ¿Qué significado tiene la vida, que la muerte no anule? Muchas latas de cerveza se han bebido en un esfuerzo por posponer esa pregunta, pero la pregunta sigue ahí. Si el israelita promedio que está debajo de su higuera no se está planteando esa pregunta, entonces el hombre sabio sí. Aunque a Israel se le han dado las bendiciones de paz y abundancia, ¿puede ser esto todo lo que hay? El trabajador trabaja toda su vida, pero ¿qué fruto puede mostrar al final? Debe dejar todo por lo que él ha trabajado (Ec 5:15). El hombre sabio puede ser muy diligente en perfeccionar su comprensión, pero al final muere como el necio (Ec 2:16). Los ciclos de la vida pasan aprisa, pero ¿qué significado pueden tener? El “Predicador” de Eclesiastés de hecho señala a la única solución posible a los enigmas de la vida. La clave se encuentra en Dios. Este filosófico autor de Eclesiastés compara la vanidad del trabajo del hombre con la obra escondida de Dios (Ec 8:17; 11:5). Él confiesa que la sabiduría de Dios es insondable y les aconseja a los hombres temer a Dios y guardar Sus mandamientos, confiando en Él para lo que no pueden comprender (12:13-14). Sin embargo, la sobria fe de esta respuesta apunta poderosamente a una respuesta más plena que vendría, una respuesta que se desarrollaría poco a poco en los profetas. Hay más por venir: un reposo mayor que el descanso por la ausencia de los invasores filisteos, una paz mayor que la que Salomón podía dar, una mayor herencia que la tierra de la promesa. Hay más por venir porque Dios estaba por venir. Cuando Él venga, la devoradora muerte será devorada en victoria (Is 25:8; 1Co 15:54-56). El sufrimiento, así como la muerte, es un problema que se enfrenta en las secciones de sabiduría del Antiguo Testamento. El clamor de David al Señor en los lamentos de sus salmos nos conduce a la promesa de la liberación de Dios. El libro de Job enfrenta el misterio del sufrimiento del justo. Las respuestas fáciles de los consoladores de Job se hacen a un lado y al final Job debe postrarse ante la soberanía de Dios y buscar la solución que puede venir solo de Él. No solo el justo sufre mientras parece que el malvado prospera.
130
Las naciones malvadas también conducen a los indefensos ante ellas, mientras la redada de su poder militar barre la tierra. Jeremías se lamenta no solo de su propia condición, sino también de la desolación del pueblo de Dios. El profeta Daniel también fue un erudito. Sus visiones dieron la respuesta de la sabiduría divina al triunfo temporal de los imperios mundiales paganos. El Reino de Dios vendría como una piedra cortada sin manos, golpeando a la imagen del poder imperial y demoliéndola. Al fin, solo el Reino de Dios cubriría la tierra como las aguas cubren el mar. Jesús viene como el Hijo de David, el Guerrero divino, para triunfar sobre las huestes de las tinieblas. Él también viene como Aquel mayor que Salomón. Él es el Príncipe de Paz que es la mismísima Sabiduría de Dios. El Evangelio de Mateo nos dice cómo Jesús se gozó en la sabiduría de Su Padre: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue Tu buena voluntad” (Mt 11:25-26). Jesús llama al cansado y al agobiado a que vayan a Él y lleven Su yugo de sabiduría: “Vengan a Mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de Mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque Mi yugo es suave y Mi carga es liviana” (Mt 11:28-30). Jesús usa aquí el lenguaje de la sabiduría. Hay un pasaje sorprendentemente similar que se encuentra en la Sabiduría del Hijo de Sirac ( Eclesiástico): ¡Acérquense, ustedes que no saben, vengan a pasar un tiempo en la escuela de la sabiduría! ¿Por qué dicen que la sabiduría no es p ara ustedes, siendo que están sedientos de ella? Les declaro con toda convicción: ¡Adquiéranla, y sin pagar nada! ¡Doblen su cuello para que reciban su yugo, y obtendrán la instrucción! Salgan a su encuentro, que ya está cerca. Abran los ojos y vean que he penado poco para llegar a un tal descanso (Eclesiástico 51:23-27 Biblia Latinoamericana) 2. Como en el pasaje de la sabiduría, Jesús lanza una convocatoria: llama a Sus oyentes a que vayan, tomen el yugo y aprendan. El hijo de Sirac promete mucho descanso con poco trabajo; esús también promete reposo y dice que Su carga es ligera. Sin embargo, hay una impresionante diferencia. Jesús no nos llama a tomar el yugo de la sabiduría, sino a tomar Su yugo. Él habla no solo como un maestro de la sabiduría, sino como el Señor de la sabiduría. Él nos llama a aprender, no de la sabiduría en lo abstracto, sino de Él en Persona. Como Señor, Él entra en el rol de la sabiduría y nos llama hacia Él. La base de la sorprendente afirmación de Jesús se da en el versículo anterior del Evangelio de Mateo: “Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo” (Mt 11:27). Jesús, el eterno Hijo del Padre, reclama el exclusivo conocimiento de Dios. En un sentido, cualquier hijo conoce a su padre de una manera única; esta relación humana nos da una débil analogía de lo que es verdad acerca de la divina Trinidad. Separados de la revelación del Hijo, quien es la Imagen eterna del Padre (Col 1:15; 2:9; Jn 1:18), no puede haber ningún conocimiento de Él. Ya que Dios Hijo no es menos divino que el Padre, también es verdad que el Hijo solo puede ser conocido como le place al Padre (Jn 6:44). L a verdadera sabiduría no es el logro del esfuerzo del hombre; es el don de la gracia de Dios. Ni la investigación
131
científica ni los mantras que se repiten entre dientes revelarán la verdad que le da significado a nuestras vidas. Al final la verdad es personal: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida […] Nadie llega al Padre sino por Mí” (Jn 14:6). El evangelio que el Nuevo Testamento proclama nos señala a Jesucristo como la Sabiduría de Dios. La personificación de la sabiduría en Proverbios 8 prefiguraba la revelación de una realidad más profunda. La sabiduría no solo es un atributo de Dios que se puede pintar poéticamente como al servicio de Dios en Su obra de creación. La sabiduría es personal en el ser del Hijo de Dios. El Evangelio de Juan comienza con la afirmación de que la Palabra de Dios es personal, compañero de Dios e Hijo eterno, verdadero Dios que se hizo hombre. Al llamar al divino Hijo ‘la Palabra’ ( Logos ), Juan le estaba atribuyendo a Él el papel de la Sabiduría, un tema muy buscado en la meditación judía del Antiguo Testamento. (Él también estaba presentando una perspectiva del Hijo frente al Logos de la filosofía griega). Pablo hizo la misma conexión en Colosenses. Él habla de Cristo como la Imagen del Dios invisible, Aquel por medio del cual Dios se revela y en quien reside la “plenitud”, la totalidad del ser de Dios (Col 1:15, 19; 2:9). En la Sabiduría de Salomón, un libro apócrifo escrito antes del nacimiento de Cristo, la sabiduría se describe como “la irradiación de la luz eterna” y una imagen de la bondad de Dios (Sabiduría de Salomón 7:26 Biblia Latinoamericana) Cuando Pablo describe al Hijo de Dios como el Agente de la creación y la Imagen de Dios, le está atribuyendo a Cristo el lugar de la Sabiduría divina. De hecho está haciendo más, porque afirma que Aquel, cuya gloria él vio en el camino a Damasco, es Aquel por quien todas las cosas fueron creadas y en quien todas las cosas subsisten: Él es la misma persona de Dios en forma corporal (Col 2:9). El apóstol dio testimonio de la verdad de la afirmación de Jesús: Él es la Sabiduría de Dios. La majestad de la afirmación de Cristo en Mateo 11:27-30 no es más impresionante que la gracia de la misma. Jesús llama a los hombres a aprender de Él que es manso y humilde de corazón. El poderoso Señor de la sabiduría inclina Su propio cuello para llevar el yugo de la palabra de Su Padre y la cruz de la voluntad de Su Padre. La cruz es locura a la sabiduría de este mundo, pero es la sabiduría de Dios para nuestra salvación. En el Calvario, Jesucristo es hecho para nosotros sabiduría, justicia, santidad y redención (1Co 1:18-31). En Cristo se da la respuesta de Dios a los enigmas que desconcertaban la sabiduría de Salomón. La muerte es sorbida en victoria porque Cristo ha sacado el aguijón de la muerte al pagar el precio del pecado. Él ha destruido las garras de la muerte en el poder de Su resurrección. El misterio del sufrimiento de las personas justas se transforma por Su sufrimiento, por el sufrimiento del que es el Santo de Dios. Él sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo para que sigamos Sus pisadas (1P 2:21). Para nosotros ahora el sufrimiento se convierte en el privilegio de la comunión con Jesús. Los reinos seculares pueden levantarse y caer, pero el Reino de Cristo ha sido establecido. Él ya está a la diestra de Dios y volverá otra vez para juzgar y establecer la justicia de Dios para siempre en los cielos nuevos y la tierra nueva. Por medio de la palabra y el Espíritu de Cristo, Sus discípulos crecen en la verdadera sabiduría. La palabra de Cristo, que habita en nosotros, con toda su riqueza ilumina nuestro entendimiento cuando nos dirigimos a los demás en salmos, himnos y cánticos espirituales a
132
Dios, cantando con gracia en nuestros corazones (Col 3:16). Crecemos en sabiduría cuando demostramos en nuestras vidas las cosas que son agradables a Dios. El Señor ha quitado el Urim y el Tumim, los misteriosos objetos en el efod del sumo sacerdote, que le permitieron a David asegurar respuestas de un “sí” o un “no” por parte de Dios (1S 23:2, 9). Los niños deben ser guiados por tales respuestas, pero cuando son m ayores de edad aprenden a comprender algo de la mente de sus padres. Así también el Señor quiere que crezcamos en sabiduría, llegando a entender la mente de Cristo. No podemos obtener por adelantado el plan de acción de nuestras vidas. La sabiduría crece justo en la situación; así que de una manera piadosa demostramos la puesta en práctica de la palabra de Dios. En esta situación y ante esta oportunidad, discernimos lo que más le agrada a Dios. Si el menor en el Reino de Cristo es mayor que Juan el Bautista, entonces el creyente, lleno del Espíritu de Cristo, instruido por Su palabra y en comunión con Él, puede también tener la sabiduría que excede a la de Salomón. La sabiduría de Salomón, de hecho, le falló porque él descuidó su propia enseñanza. Comenzó a confiar en su propia sabiduría más que en la del Señor, cuyo temor es el principio de la sabiduría. Ya que el suyo era un pequeño reino encajado entre superpotencias, y ya que él era un hombre de paz, no de guerra, le pareció prudente buscar su defensa en los tratados de paz. ¿Qué mejor manera de sellar un trato que casándose con una hija del rey cuyos ejércitos pudieran ser una amenaza? Ignorando la ley de Dios, Salomón se casó con veintenas de esposas por razones políticas, así como de placer. Sus acciones estaban en contradicción directa a la palabra de Dios dada por medio de Moisés, que le advertía al pueblo no hacer tratados con los paganos o casarse con sus hijas (Éx 34:10 -17). Salomón dedicó el Templo de Dios mientras la nube de gloria llenaba el santuario. Pero ese mismo Salomón, tiempo después en su reinado, se paró en el Monte de los Olivos con su espalda hacia el reluciente oro del Templo de Dios para escoger un lugar para un altar a Quemós, el dios de Moab (1R 11:7). Salomón, con toda su sabiduría, olvidó que el Señor es un Dios celoso que no compartiría Su gloria con un ídolo (Éx 34:14). Se pronunció el juicio de Dios contra Salomón. Se había alcanzado el cenit de la bendición. Ahora, por medio de la desobediencia idólatra de Salomón, comenzó el largo descenso hacia el punto más bajo de la cautividad. Se necesitaba uno mayor que Salomón para traer rectitud y justicia al pueblo de Dios.
133
Preguntas sobre el estudio 1. ¿Por qué Dios le negó a David su petición de construir Su casa? 2. ¿Cuándo se construiría el Templo? 3. ¿Por qué los reinos de David y Salomón se deben ver juntos? 4. “David prefigura la paciente sujeción de la humillación de Cristo. Salomón tipifica a Cristo como el Juez que introduce el Reino para juzgar con justicia”. Explica. 5. Lee 1 Reyes 3:4-15. ¿Cuál fue la petición de Salomón? ¿De qué manera se le concedió (ver 1R 4:29-34)? 6. “Separados del Señor, el adquirir conocimiento no tiene sentido”. ¿Qué quiere decir Clowney con esto? 7. ¿Qué es la sabiduría? ¿Qué no es? 8. ¿Cuál es el objetivo del libro de Eclesiastés? 9. Jesús es el “Príncipe de Paz que es la mismísima Sabiduría de Dios”. ¿De qué manera Mateo revela este aspecto de Jesús? 10. “La sabiduría es personal en el ser del Hijo de Dios”. Explica esto a la luz del inicio de Juan y Colosenses 1:15, 19 ; 2:9. 11. ¿Cuál es la locura de la cruz? 12. ¿Cómo quiere el Señor que crezcamos en sabiduría?
134
Preguntas de aplicación 1. ¿De qué manera tratas de buscar la sabiduría? Da ejemplos. 2. ¿Has crecido en sabiduría desde que eres cristiano(a)? Si es así, ¿cómo? Si no, ¿qué medidas tomarás para comenzar a madurar en sabiduría? 3. ¿A veces tu vida te ha parecido sin sentido? ¿Qué te puede enseñar el libro de Eclesiastés sobre esos tiempos? 4. Medita en la afirmación: “La sabiduría es personal en el ser del Hijo de Dios”. Si todavía no te rindes a Cristo, medita en lo que quiere decir que Cristo sea la mismísima Sabiduría de Dios. ¿Qué debería significar para ti? 5. La sabiduría de Salomón le falló porque comenzó a confiar en ella en vez de confiar en el Señor. ¿Ha sido esto una tentación para ti? Da ejemplos. Ora para que Dios te capacite para confiar en Él en vez de en los buenos dones que Él te ha dado.
135
CAPÍTULO NUEVE
136
EL SEÑOR QUE VENDRÁ
137
EL SEÑOR DEBE VENIR
Después de los días de Salomón, la historia de Israel es una historia de creciente apostasía y juicio. El reino de Salomón se dividió cuando su hijo Roboán enfrentó una protesta por los impuestos con arrogancia real en vez de sabiduría. Bajo Jeroboán, las diez tribus del norte rompieron con el trono de David. Para consolidar la independencia del Israel del norte, eroboán estableció una nueva e idólatra forma de adoración. Para que los israelitas no siguieran adorando en Jerusalén erigió dos becerros de oro, uno en Dan y otro en Betel, cerca de las fronteras norte y sur de su reino (1R 12:28-30). Él declaró: “¡Israelitas, no es necesario que sigan subiendo a Jerusalén! Aquí están sus dioses, que los sacaron de Egipto”. Sus palabras fueron una repetición abominable de la inauguración de la adoración del becerro, al pie del Monte Sinaí. Jeroboán estableció todas las formas e instituciones de la adoración apóstata: sacerdotes, días de fiesta, sacrificios, un culto de la invención del hombre que imitaba pero pervertía las ordenanzas del Señor. Autorizó la adoración en los altares de los lugares altos. Las formas cananitas de religión, que siempre habían sido una tentación al pueblo de Dios, recibieron un reconocimiento oficial. En el registro profético de la historia de Israel, la sentencia de Dios contra el pecado de Jeroboán se repitió una y otra vez. Esta sentencia repicó en contra de cada rey posterior que siguió las prácticas de la apostasía de Jeroboán: “Basá hizo lo que ofende al Señor, pues siguió el mal ejemplo de Jeroboán, persistiendo en el mismo pecado con que este hizo pecar a Israel” (1R 15:34). Con todo eso el Señor no desechó por completo a Israel. Les envió profetas, comenzando en los días de Jeroboán. Ellos llamaron a Israel al arrepentimiento, pronunciaron los juicios de Dios y prometieron Su perdón a los que se arrepintieran. Sus mensajes fueron ignorados de manera resuelta. El profeta Jeremías habló durante veintitrés años de ministerio sin ninguna respuesta; y añadió: “Además, una y otra vez el Señor les ha enviado a Sus siervos los profetas, pero ustedes no los han escuchado ni les han prestado atención” (Jer 25:4). En un momento dado, la apostasía de Israel tomó una forma aún más malvada. Jezabel, la reina pagana del rey Acab, tuvo éxito en hacer de la adoración del dios de Tiro, Baal, el culto real y oficial en Israel. Su éxito llevó a Israel a dar un último paso fatal en la apostasía religiosa. Fueron de la idolatría en la adoración del Señor a la adoración de otro dios. Para romper la inclinación a este paganismo popular, el Señor envió el juicio de la sequía. El profeta de Dios, Elías, anunció la sequía y le declaró a Acab: “Tan cierto como que vive el Señor, Dios de Israel, a quien yo sirvo, te juro que no habrá rocío ni lluvia en los próximos años, hasta que yo lo ordene” (1R 17:1). Conforme pasaban las estaciones sin lluvia, la hambruna llegó a Israel y el rey Acab montó una búsqueda internacional de Elías. El Señor le había dado a Elías refugio y un ministerio con una viuda en Sarepta, una ciudad gentil cerca de Sidón. La palabra del Señor vino otra vez a Elías; él hizo una dramática reaparición en Israel. Una vez más confrontó a Acab y exigió un encuentro de poder entre los sacerdotes de Baal y él como el único profeta del Señor. ¡Dejen que el verdadero Dios muestre Su poder dando lluvia a Israel! 138
El Monte Carmelo fue la escena del concurso. El rey Acab reunió a los cientos de profetas que servían a Baal y a Asera, el dios y la diosa de la fertilidad cuya adoración Acab había patrocinado. Miles de israelitas cubrieron las laderas de la montaña para ser testigos del encuentro. Ya que la lluvia traía la fertilidad y la fertilidad era la especialidad de Baal y de sera, el pueblo debió haber esperado que la produjeran. Elías les dio a los profetas de Baal todas las ventajas en el concurso. Dejó que ellos ofrecieran el primer sacrificio, pero que dejaran que Baal diera el fuego para mostrar su aceptación del toro que ofrecieran. Baal era un dios-tormenta; dejen que encienda la leña con un rayo y después de eso que traiga la lluvia. Los profetas de Baal comenzaron a invocar a su deidad, pero sin éxito. Hicieron un espectáculo dramático, pero sin fuego ni lluvia. Los cientos cantaban, bailaban y profetizaban la respuesta de Baal. Después de horas de hacer esto, Elías comenzó a burlarse de ellos. “¡Griten más fuerte! —les decía—. Seguro que es un dios, pero tal vez esté meditando, o esté ocupado o de viaje. ¡A lo mejor se ha quedado dormido y h ay que despertarlo!” (1R 18:27)1. Incitados por el ridículo que Elías hacía de ellos, los profetas de Baal entraron en un frenesí, cortándose con espadas y gritándole a Baal. No fue sino hasta la hora del sacrificio de la tarde que Elías puso fin a esto y levantó el altar del Señor. Usó doce piedras por las doce tribus de Israel (no las diez tribus del reino de Acab). Cavó una zanja alrededor del altar y acomodó el sacrificio en la leña. Después ordenó que el sacrificio y el altar se empaparan con agua. Se derramó el agua hasta que la zanja se llenó. Elías, entonces, oró a Yahweh, el Dios de braham, Isaac y Jacob: “¡Respóndeme, Señor, respóndeme, para que esta gente reconozca que Tú, Señor, eres Dios, y que estás convirtiendo a ti su corazón!” (1R 18:37). El fuego del Señor cayó. Consumió no solo la leña empapada y el sacrificio, sino las piedras, el agua y la misma tierra que estaba debajo del altar. La multitud aterrorizada cayó rostro a tierra y clamó: “¡El Señor es Dios, el Dios verdadero!” (1R 18:39). En nuestra era escéptica muchas personas exigen una demostración como esa de la existencia del Dios vivo. Que Dios muestre con una explosión atómica que Él es el Señor, que puede hacer o deshacer según Su palabra. A Jesús se lo exigieron. Ignorando los milagros que esús había hecho, los escépticos hostiles exigieron que Él hiciera uno más a la orden. Jesús se negó. Cuando Él quiere, Dios puede hacer notorio Su poder como lo hizo en el Monte Carmelo. Pero el Todopoderoso no presenta Sus credenciales con base en una orden para nuestra inspección. Para los pecadores rebeldes, ¡exigir fuego del cielo es el colmo de la locura! Sin embargo, si el fuego del cielo es demasiado, mucho más de lo que habíamos esperado, también hay un sentir de que es muy poco. El fuego de Dios que cae del cielo podría consumir a los pecadores como consumió a Sodoma y Gomorra. Pero el fuego del cielo no puede salvar a los pecadores; no puede lograr el misterio del plan de Dios. A Elías se le tenía que enseñar esa lección. Después de la victoria en el Monte Carm elo, Elías pudo ordenar la ejecución de la sentencia de Dios contra los profetas de Baal. Dios envió una lluvia torrencial. Parecía que el triunfo de Elías estaba completo, que había restaurado los corazones de los hijos a los padres y los corazones de los padres al Dios de Israel. Pero sabemos que la reina Jezabel, furiosa por la ejecución de los profetas de Baal, juró matar a Elías. El profeta tuvo que huir.
139
Solo y exhausto en el desierto del Arabá, el exiliado Elías perdió toda esperanza por su vida. ¿Qué victoria había sido la de Carmelo, que dejó a Acab como rey y a Jezabel como reina? ¿Quién, de hecho, se había quedado para proclamar la palabra del Señor sino Elías, y ahora su vida una vez más estaba en peligro? Elías se echó al suelo debajo un árbol. “¡Estoy harto, Señor!, protestó. Quítame la vida, pues no soy mejor que mis antepasados” (1R 19:4). El Señor procedió a instruir a Su desmoralizado profeta. Refrescó a Elías con sueño y comida y lo guio a Horeb, el monte de Dios en Sinaí. Cuando Elías expresó su queja: “Soy el único que ha quedado”, el Señor le reveló Su gloria como una vez lo había hecho con Moisés en el Monte Sinaí. Elías se protegió dentro de una cueva cuando un viento que excedía la fuerza de un huracán rompió las piedras de la montaña. Un terremoto estremeció la montaña. Fuego cayó del cielo en el Monte Horeb, como lo había hecho en el Monte Carmelo. Sin embargo, se nos dice que el Señor mismo no estaba presente en ninguna de esas manifestaciones de poder supremo. Después del fuego, sin embargo, Elías escuchó un suave murmullo. Cubrió su cara con su manto y salió de la cueva para encontrarse con el Señor. El control de Dios del mundo y de la historia no necesita fuego del cielo. Para Él es suficiente hablar para que Su voluntad se haga. Su palabra es soberana y todopoderosa; Sus propósitos no fallan. El Señor le habló a Elías ordenándole que ungiera a tres personas que serían, de maneras distintas, los instrumentos de Dios en el derrocamiento del culto a Baal en Israel. Jazael debía ser ungido rey de Siria; Jehú, rey de Israel; y Eliseo, el profeta de Dios que sucedería a Elías. Un invasor gentil, un usurpador violento y un ministro fiel de la palabra de Dios serían todos usados en el tiempo y a la manera de Dios. Elías no estaba solo como él pensaba. El Señor había preservado un remanente fiel: siete mil israelitas que nunca habían doblado sus rodillas ante Baal (1R 19:18). Se le mostró a Elías que ni Acab y ni Jezabel habían perturbado el gobierno de Dios del mundo; Elías no tenía que perder la esperanza en los propósitos de Dios. Aún había algo más implícito en la palabra que Dios había susurrado en Horeb. Dios no había olvidado Su promesa a Abraham y a David. El juicio debía venir sobre Israel, pero Dios todavía mostraría misericordia por medio del juicio. Ciertamente, Israel pronto olvidó el fuego que cayó en Carmelo, pero Dios tenía otro propósito más allá de mostrar Su poder. Su palabra todavía se hablaría, una palabra que expresaría el misterio de Su salvación. Elías encabezó la larga sucesión de profetas que ministraron esa palabra de Dios. No en el relámpago del Sinaí, no en el fuego del Carmelo, sino en la palabra apacible de la revelación a Sus profetas, el Señor dejaría ver el increíble diseño de Su misericordia salvadora. Mucho después, el último de los grandes profetas, Juan el Bautista, vendría en el espíritu y poder de Elías para pregonar el cumplimiento del diseño de Dios: el Señor mismo había venido a salvar a Su pueblo. Como Elías, Juan había esperado fuego del cielo. Él pensó que Jesús, Aquel que vendría, tenía que cortar a los malvados como árboles con el fin de introducir la bendición del Reino. Cuando Jesús obró milagros de bendición en vez de juicio, Juan se confundió. Las denuncias que él había hecho sobre la maldad de otros lo habían encerrado en la prisión del rey Herodes. hí escuchó que Jesús incluso estaba resucitando a los muertos (Lc 7:18). Pero ¿dónde estaba Su obra de liberación? ¿Cómo podían el pobre y el oprimido recibir la bendición de Dios si sus opresores no eran juzgados?
140
Juan envió a sus discípulos a Jesús con una pregunta: “¿Eres Tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?” (Lc 7:19). Como Elías, Juan esperaba que el Señor trajera destrucción sobre los enemigos del Reino de Dios. Ante los discípulos de Juan, Jesús llevó a cabo más de Sus milagros, milagros que cumplían exactamente las profecías (Is 35:5-6). Después dijo: “Dichoso el que no tropieza por causa mía” (Lc 7:23). La voz apacible del Señor instruyó a Juan, así como había instruido a Elías. Él haría Su obra a Su manera. Si en verdad el fuego de la santidad descendiera, todo debería ser consumido. Sería el día del juicio, no solo para el rey Herodes que había encarcelado a Juan, sino para el mismo Juan y sus discípulos. Jesús había venido, no para traer juicio, sino para sufrirlo. Cuando Elías estuvo con Moisés en el Monte de la Transfiguración, habló con Jesús sobre Su muerte. Era claro que el misterio de la redención de Dios solo se podía llevar a cabo por medio del sacrificio del Calvario. Desde Elías hasta Juan el Bautista, todos los profetas se estuvieron preparando para Aquel que vendría. El mismo Moisés predijo la venida de un Profeta mayor a quien el pueblo debía prestar atención (Dt 18:18). Los profetas escribieron la historia de Israel, describiendo la fidelidad o infidelidad de los jueces y reyes de Israel. Escribieron un doloroso mensaje de apostasía, juicio y condenación. Sin embargo, no fueron meros agoreros que reflexionaron en los recuerdos del pasado. Más bien, estuvieron como atalayas sobre las murallas de Jerusalén, esperando la futura salvación del Señor (Is 62:6-7). Cuando Israel entró a la tierra bajo el mando de Josué, recitaron las bendiciones y los juicios del pacto de Dios que están registrados en Deuteronom io 27-29. Las promesas de Dios se habían guardado. A pesar de la desgastante historia de la desobediencia de Israel, Dios les había dado la tierra y Salomón pudo alabar a Dios por hacer lo que había prometido. Pero la apostasía de Israel, evidente hasta en el reinado de Salomón, trajo los juicios de Deuteronomio. Sin embargo, en Deuteronomio 30 vemos que Dios había prometido aún más. Después que el juicio hubiera llevado a Israel al exilio, Dios reuniría a Su pueblo una vez más y circuncidaría sus corazones (Dt 30:6). Los profetas fueron fieles a este mensaje. Le advirtieron al pueblo acerca de la manera en que Dios usaría a las naciones gentiles como Sus instrumentos para juzgar a Israel. También les advirtieron a las naciones. Los invasores que devastaron a Israel no estaban haciendo la guerra santa de Dios. No fueron los santos vindicadores del Señor, como fue llamado Israel a serlo cuando entraron a Canaán. Más bien, fueron como bestias rapaces devorando su presa. doraron la redada de su propio poderío militar. De hecho Dios los usaría, pero también los juzgaría (Is 10:5-19; 34:2-4). Incluso en medio de los juicios de Dios sobre Israel, era seguro que Sus propósitos se lograrían. Dios había llamado a Abraham a ser una bendición a las naciones. Si por desobediencia Israel faltaba a ese llamado, entonces el castigo por su desobediencia llevaría a cabo el diseño de Dios. La hambruna que Elías trajo sobre Israel llevó la palabra del Señor a una viuda gentil (1R 17:8-24; Lc 4:26). Naamán, un general sirio que se levantó como un azote contra Israel, fue curado de su lepra por el profeta Eliseo (sanado, sin lugar a dudas, para seguir con su carrera militar contra Israel, 2R 5). La imagen más completa de cómo el juicio sobre Israel podía llevar bendición a los gentiles se encuentra en la historia de Jonás. El Señor le mandó al profeta Jonás ir y predicar la sentencia de juicio de Dios contra Nínive (Jon 1:2). Jonás desobedeció al Señor; se fue en 141
dirección contraria, comprando un pasaje para un barco que se dirigía a Tarsis, al oeste. Su razón es obvia: Nínive era en ese tiempo la capital de la superpotencia asiria. Pero sus ejércitos amenazaban la existencia de Israel. (La única representación que nos queda hoy de un rey de Israel está en el “Obelisco Negro” de Salmanazar III en el Museo Británico 2. La estela asiria muestra a Jehú, el rey de Israel, besando el suelo ante el rey de Nínive. Detrás de Jehú están los cargadores llevando el tributo que él había llevado a Asiria). Jonás había profetizado alivio para Israel. La nación, de hecho, gozó de prosperidad bajo eroboán II (2R 14:25). Pero ahora, como lo confiesa al final del libro (Jon 4:2), Jonás estaba lleno de pavor. Suponiendo que los ninivitas hicieran caso a su advertencia profética, ¿qué sucedería si Nínive se arrepentía de su maldad? ¿No les perdonaría Dios la vida? Si Nínive era perdonada, ¿cómo podía ser Israel una nación segura? Jonás decidió que era prescindible. Dios lo había llamado para que le advirtiera a Nínive que en cuarenta días sería destruida. Suponiendo que él se retirara de la acción, los ninivitas no recibirían la advertencia y la destrucción de Nínive sería segura. Jonás estaba dispuesto a morir para que Israel fuera preservado. Su decisión explica no solo su plan de hacer un viaje, sino también la impresionante calma que le permitió dormir en medio del ventarrón que pronto arrasó con el barco. Cuando su identidad se descubrió ante los aterrorizados marineros, ofreció un segundo plan que parecía incluso más efectivo. Que lo tiraran por la borda. La tormenta venía del Señor; Jonás era el objeto de la ira de Dios. Jonás se ahogaría, los marineros sobrevivirían y Nínive no escucharía la advertencia. Dentro de la gran criatura que Dios envió para rescatar a Jonás, el profeta confesó que la salvación es del Señor. Había descendido, por decirlo de algún modo, a las mismas profundidades de la tumba, pero el Señor le había salvado la vida. Arrojado en la orilla de la playa, Jonás finalmente fue a Nínive. Predicó como Dios le había ordenado y sus peores temores se hicieron realidad. Los ninivitas sí se arrepintieron, desde el rey hasta el siervo de más bajo rango. Vemos a Jonás sentado afuera de la ciudad, esperando durante cuarenta días, con la esperanza de que el arrepentimiento de Nínive no alcanzara los estándares de Dios. Le sacó a Dios su “Te lo dije”: “¡Oh Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando todavía estaba en mi tierra? Por eso m e anticipé a huir a Tarsis, pues bien sabía que Tú eres un Dios bondadoso y compasivo, lento para la ira y lleno de amor, que cambias de parecer y no destruyes. Así que ahora, Señor, te suplico que me quites la vida. ¡Prefiero morir que seguir viviendo!” (Jon 4:23). Jonás tenía razón, por supuesto, en todos los sentidos. ¡Tenía razón en conocer la compasión y el amor de Dios! También estaba en lo cierto en cuanto a Nínive. Aunque Dios perdonó a esta nación, después de algunos años los ejércitos sí marcharon de Nínive para conquistar Israel y deportar a su gente al exilio. Lo que Jonás olvidó fue el llamado de Israel de dar testimonio de la justicia y la misericordia de Dios para que los gentiles escucharan. Dios había bendecido a Abraham, pero también lo llamó a ser bendición a todas las familias de la tierra. A pesar del celo de Jonás por Israel, esa nación pecadora no pudo escapar del juicio de Dios. Dios perdonó a Nínive para usarla como su arma contra Israel. Si el pecado
142
de Israel hacía que el nombre de Dios fuera blasfemado entre las naciones, entonces al juzgar a Israel Dios haría que Su nombre se conociera. Al juzgar a Israel, Dios trajo bendición a las naciones. La historia de Jonás se volvió una parábola de esperanza para el pueblo exiliado de Dios. Tragado en el mar de las naciones, el Señor no olvidó a Su pueblo. La salvación es del Señor. Dios verdaderamente liberaría a Su pueblo y lo haría así por medio de la resurrección de los muertos. La señal de Jonás tiene su cumplimiento en Jesucristo (Mt 16:4). De Él se afirmó proféticamente que era mejor que un hombre muriera para que la nación no pereciera (Jn 11:50-52). Jesús, el obediente Siervo del Señor, hizo lo que Jonás estuvo dispuesto a hacer en la locura de su desobediencia. Jesús dio Su vida para traer la salvación al pueblo de Dios. ¡La salvación es del Señor! El Señor mismo debe salvar, porque el lamentable estado de la humanidad pecadora es demasiado desesperado para cualquier salvador menor. A Ezequiel se le dio una visión del pueblo de Dios en su cautividad. Llamarlos “la asamblea de Dios” sería grotesco. Llenaban el valle, pero todos estaban muertos y en descomposición, con los huesos ya secos. Ezequiel ni siquiera vio a los esqueletos en orden mientras caminaba en el enorme valle de la muerte. La pregunta del Señor parecía absurda: “Hijo de hombre, ¿podrán revivir estos huesos?” (Ez 37:3). Ezequiel no dio la respuesta obvia. Tenía cierto conocimiento de Dios: “Señor omnipotente, Tú lo sabes” (Ez 37:3). Y así el Señor le dio a Su profeta su encargo más extraordinario. Debía dirigir se mensaje profético a los huesos secos: “¡Huesos secos, escuchen la palabra del Señor!” (Ez 37:4). Ezequiel nos da la descripción de una escena pavorosa pero triunfante. Los huesos secos hacían ruido y se sacudían mientras se juntaban; tendones, carne y piel aparecieron en ellos. Una vez más Ezequiel profetizó y a su palabra el aliento de vida entró en la asamblea: “Los huesos revivieron y se pusieron de pie. ¡Era un ejército numeroso!” (Ez 37:10). La promesa de Dios que acompañó la visión habló, no solo de liberar a Israel de las tumbas de su cautividad, sino también de que Dios pondría Su Espíritu en ellos para que vivieran. Ningún israelita exiliado podía pintar un cuadro más oscuro de la condición de un pueblo cautivo y disperso. La situación estaba más allá del remedio humano. Solo Dios podía dar la vida de Su Espíritu al valle de la muerte. La imagen del valle de Ezequiel estaba delante del apóstol Pablo cuando describió la condición de un mundo perdido: muertos en delitos y pecados (Ef 2:1; Col 2:13). El Señor tenía que venir, no solo porque la condición del hombre era imposible, sino porque Sus promesas también eran imposibles. Abraham se había reído con la promesa imposible de que un hijo nacería de Sara en su vejez. Él hubiera hecho que Dios redujera Sus promesas y se conformase con Ismael, el hijo de Agar, la sierva de Sara. Pero ninguna palabra es demasiado para Dios (Gn 18:14). Isaac, “Risa”, nació de acuerdo con el tiempo de Dios. Separadas de la venida del Señor, las promesas de Sus profetas hubieran sido pura fantasía. Pregonaron, al son de la trompeta, el desastre y la condenación; pero también anunciaron que el Señor no había terminado con Su pueblo. Isaías describió la caída del cedro del orgullo de Israel. ¿Se había perdido entonces toda esperanza? No, porque la cepa del árbol permaneció en la tierra y un vástago nacería para convertirse en un m odelo, una enseña a la que las naciones se reunirían (Is 10:33-34; 11:1, 10). 143
Se dieron dos respuestas a las preguntas de desesperación que incluso los profetas compartían. Primera, la destrucción no sería total: Dios salvaría a un remanente . Segunda, la destrucción no sería final: Dios traería un renuevo . La cepa del cedro era el remanente que quedaría; el vástago sería el renuevo de Dios. El remanente, de hecho, puede haber sido lastimosamente pequeño: como los rebuscos que se dejan en la esquina de un campo o unas cuantas aceitunas en las ramas más altas de un árbol (Is 17:6). Amós comparó el remanente a un solo tizón encendido que se deja en una fogata, o a las piernas y las orejas que se dejan después de matar a un león (Am 4:11-12). Pero Dios guardaría a los Suyos. El buen grano no caería a la tierra (Am 9:9). Después de la tormenta del juicio vendría el brillante arcoíris de la promesa. Dios no solo liberaría a Su pueblo; quitaría sus corazones de piedra y les daría corazones de carne (Ez 36:26-27). Él establecería un Nuevo Pacto con ellos (Jer 31:31-34). La paz y la justicia universales se establecerían en los cielos nuevos y la tierra nueva (Is 11:6-9; 65:17-25). De hecho, ríos de agua fluirán por cada ladera de las colinas. La luna sería tan brillante como el sol. El Señor sanaría las heridas de Su pueblo (Is 30:23-26). Un remanente de las naciones enemigas sería liberado junto con el remanente de Israel (Jer 48:47; 49:6; Sal 87:45). El Señor extendería Su banquete a todos los pueblos: Sobre este monte, el Señor Todopoderoso Todopod eroso preparará para todos los pueblos un banquete de manjares especiales, un banquete de vinos añejos, de manjares especiales y de selectos vinos añejos. Sobre este monte m onte rasgará el velo que cubre a todos los pueblos, el manto que envuelve a todas las naciones. Devorará a la muerte para siempre (Is 25:6-8). De hecho, tan inconcebible será el desbordamiento de la bendición, que tanto Egipto como Asiria adorarán al Dios de Israel. Los egipcios viajarán del sur justo por en medio de la tierra de Israel para adorar a Dios en Asiria, y los asirios repetirán la peregrinación a la inversa, pasando por Jerusalén Jerusalén para adorar a Dios en Egipto Egipto (Is 19:23). 1 9:23). L os nombres nom bres entrañables entrañables que el Señor le dio a Su pueblo del pacto serán dados como bendición a estas naciones enemigas: “Bendito sea Egipto Egipto Mi pueblo, y Asiria obra de Mis M is manos, e Israel Mi heredad” (Is 19:25). 1 9:25). Después del regreso del exilio, algunos lloraron ante la aparente insignificancia de su Templo, recordando la grandeza pasada. ¿Dónde estaba la gloria que Dios había prometido? El profeta Zacarías no sugirió que Dios podía haber prometido demasiado y que el pueblo tenía que estar contento con lo que tenía. Al contrario, una vez más comenzó a describir lo indescriptible: una Jerusalén donde cada olla es tan santa como una vasija del Templo, donde los frenos de los caballos llevan la inscripción de la placa de oro de la tiara del sumo sacerdote (“Santidad al Señor”), y donde el habitante más débil es como el rey David (Zac 12:8; 14:2021). Queda una pregunta. ¿Cómo será el Rey en ese día? “La casa real de David será como Dios mismo, como el Ángel del Señor que marcha al frente de ellos” (Zac 12:8). Sin lugar a dudas, los oráculos de los profetas están llenos de simbolismo y poesía. Isaías no necesitaba a un científico moderno para insinuarle la posible dificultad de un sol siete veces más brillante del que abrasaba los campos de Israel en el verano. No obstante, el lenguaje 144 14 4
figurativo de los profetas se usa para describir una bendición no menor que sus palabras, sino mayor. De la misma manera, las visiones que se le dan a Juan en el libro de Apocalipsis describen la gloria inimaginable de la verdadera y última Ciudad de Dios.
145 14 5
EL SEÑOR VENDRÁ
Las promesas p romesas de los profetas profetas se remonta rem ontann más m ás allá allá de lo que puede p uede ser expresado. Deben, porque es Dios mismo quien las cumplirá. Aquel que trae una luz más brillante que el sol es el Dios de Gloria: ¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti! Mira, las tinieblas cubren cubr en la tierra, y una densa oscuridad se cierne sobre los pueblos. Pero la aurora del Señor brillará sobre ti; ¡sobre ti se manifestará Su gloria! (Is 60:1-2). Si el pueblo escogido de Dios se ha de juntar en uno, Dios mismo debe ser su Pastor. Ezequiel trae la palabra del Señor contra los falsos pastores que cuidaron del rebaño de Dios de una manera miserable: Así dice el Señor Se ñor omnip om nipotente: otente: Yo estoy en contra de Mis pastores pas tores.. Les L es pediré ped iré cuentas cuen tas de Mi rebaño; les quitaré la responsabilidad de apacentar a Mis ovejas, y no se apacentarán más a sí mismos. Arrebataré de sus fauces a Mis ovejas, para que no les sirvan de alimento […] Como un pastor que cuida de sus ovejas cuando están dispersas, así me ocuparé de Mis ovejas y las rescataré de todos los lugares donde, en un día oscuro y de nubarrones, se hayan dispersado (Ez 34:10-12). Isaías describe, de una manera poderosa y tierna, al Señor como el Pastor, guiando a Israel para salir de la cautividad en un segundo éxodo de liberación. Handel, en su Mesías , ha puesto esa Escritura con música: “Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en Sus brazos; los lleva junto a Su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas” (Is 40:11). El Señor vendrá como un Guerrero y como un Pastor. En un mundo de explotación e injusticia, donde la verdad no se encuentra en ningún lado, el Señor ve y se disgusta: Lo ha visto, y le ha asomb asombrado rado ver que no hay h ay nadie que intervenga. Por eso Su propio brazo b razo vendrá a salvarlos; salvarlos; Su propia justicia los sostendrá. Se pondrá la justicia como coraza, y se cubrirá cub rirá la cabeza con el casco de la salvación; se vestirá con ropas de venganza, y se envolverá en el manto de Sus celos (Is 59:16-17). Los pastores y los jueces del pueblo de Dios han fracasado; necesitan un Salvador divino. Salvación quiere decir liberación de todos los malvados opresores que devoran al pueblo de Dios. Dios vendrá con poder para destruir a los que los tienen cautivos. Sin embargo, su cautividad cautividad es más oscura y su calabozo calabozo es más m ás hondo que cualquier cualquier cosa que los brazos puedan fabricar. Son retenidos cautivos por sus propios pecados. Miqueas, por lo tanto, proclama que Dios triunfará no solo sobre sus enemigos, sino sobre sus pecados. Cuando Dios muestre Su salvación, las las naciones verán, se s e avergonzarán y temerán: ¿Qué Dios hay como Tú, que perdone la maldad 146 14 6
y pase por alto el delito del remanente de Su pueblo? No siempre estarás airado, porque Tu m ayor placer es amar. Vuelve a compadecerte de nosotros. Pon Tu pie sobre nuestras maldades y arroja al fondo del mar todos nuestros pecados (Mi 7:18-19). Dios tiene el poder para salvar. Ningún enemigo puede resistir al Guerrero divino cuyos carros son las nubes. Los milagros del éxodo, la caída de Jericó, las victorias de David, todo esto mostró el poder de Dios. Pero los profetas proclamaron una salvación mucho más insondable. El Señor no solo debe liberar a Su pueblo de las cadenas; Él los debe librar del pecado. Para libertar a Su pueblo Dios debe cautivar sus corazones. Dios viene, por lo tanto, no solo en la majestad de Su poder, sino en la compasión de Su amor. El Guerrero y el Juez, que también es un Pastor, tiene cuidado de Su pueblo: Declaró: Verdaderamente son Mi pueblo, hijos que no me engañarán. Así se convirtió en el Salvador de todas sus angustias. Él mismo los salvó; no envió un emisario ni un ángel. En Su amor y misericordia los rescató; los levantó y los llevó en sus brazos como en los tiempos de antaño (Is 63:8-9). De hecho, el Pastor de Israel es Esposo y Padre de Su pueblo. El profeta Oseas es enviado a tomar otra vez a Gómer, su esposa adúltera, para mostrar el amor de Dios por la apóstata Israel. Las figuras se combinan en Ezequiel, donde se describe que el Señor encuentra a Israel como una bebé abandonada en el campo abierto, todavía en la sangre de su nacimiento. El Señor le otorga vida y crecimiento en madurez, la limpia y la viste y la hace Su novia (Ez 16:114), solo para que ella se aparte de Él para ir con otros amantes y usar, para seducirlos, los mismos dones que el Señor le ha dado. Los amantes de Israel se volvieron contra ella y se convirtieron en los instrumentos de Dios para juzgarla. Sin embargo, al final Dios restableció Su pacto. Su pueblo con el tiempo se arrepentiría y se avergonzaría: Yo estableceré Mi alianza contigo, y sabrás que Yo soy el Señor. Cuando Yo te perdone por todo lo que has hecho, tú te acordarás de tu maldad y te avergonzarás, y en tu humillación no volverás a jactarte. Lo afirma el Señor omnipotente (Ez 16:62-63). La figura cambia: como Padre, Dios guía a Su pequeño hijo Israel para salir de Egipto, tomándolo de la mano y enseñándolo a caminar (Os 11:3). La rebelión de Su hijo trae juicio, pero el Señor clama: ¿Cómo podría Yo entregarte, Efraín? ¿Cómo podría abandonarte, Israel? ¡Yo no podría entregarte como entregué a Admá! ¡Yo no podría abandonarte como a Zeboyín! Dentro de mí, el corazón me da vuelcos, 147
y se me conmueven las entrañas. Pero no daré rienda suelta a Mi ira, ni volveré a destruir a Efraín. Porque en medio de ti no está un hombre, sino estoy Yo, el Dios santo, y no atacaré la ciudad (Os 11:8-9). El oráculo del profeta prosigue para declarar que el Señor rugirá como un león para reunir a Sus hijos del oeste y del este. Cuando el Señor venga a juzgar y a salvar, los mismísimos árboles del bosque cantarán de gozo delante de Él (Sal 96:12-13), y Su pueblo se unirá al cántico: ¡Lanza gritos de alegría, hija de Sión! ¡Da gritos de victoria, Israel! ¡Regocíjate y alégrate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor te ha levantado el castigo, ha puesto en retirada a tus enemigos. El Señor, Rey de Israel, está en medio de ti: nunca más temerás mal alguno. –––––––––— Porque el Señor tu Dios está en medio de ti como guerrero victorioso. Se deleitará en ti con gozo, te renovará con Su am or, se alegrará por ti con cantos (Sof 3:14-15, 17).
148
EL SIERVO DEL SEÑOR VENDRÁ
La palabra de Dios acerca de la promesa no regresará vacía. Su gracia no se frustrará. Su compasión triunfará. La temible destrucción de Su ira contra la apostasía no será total o final, porque Dios proyecta la salvación más allá de lo imaginable. Sin embargo, Dios no puede ser burlado. Debe haber una respuesta a Su amor. Si Él es Señor, entonces Él debe ser amado y servido como Señor. Si Él es Padre, Él debe reclamar a Su verdadero hijo. A menos que nuestra desobediencia sea superada, la venida del Señor debe temerse en vez de recibirse con regocijo: “Pero ¿quién podrá soportar el día de Su venida? ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando Él aparezca?” (Mal 3:2). Dios había guardado Su pacto; Su pueblo era el que había roto el pacto. Si iba a haber un nuevo pacto de la promesa no era suficiente que Dios viniera en gloria. El pueblo, también, tenía que ser representado. Abraham, Isaac, Jacob, José, Moisés, Josué, Sansón, Samuel, David, Salomón, Elías, Eliseo, Jonás, Isaías, Jeremías, Daniel –todos los profetas, sacerdotes y reyes de Israel se quedaron muy cortos. Guiaron a Israel, oraron por el pueblo, razonaron con el pueblo, pelearon por ellos y contendieron con ellos, pero no pudieron guardar por ellos el pacto de Dios. No se pudieron poner en el lugar del pueblo o tomar la parte de ellos. Se necesitaba un Salvador mayor. Ese Salvador también vendría. Siguiéndole el paso a la promesa de que el Señor vendría, está la promesa de que el Siervo vendría: un Profeta como Moisés, pero un mejor Mediador; un Sacerdote como Aarón, pero Uno de la orden real de Melquisedec; un Rey como David, pero que se le daría un trono eterno. La nueva humanidad tenía que ser fundada por un Segundo Adán, el descendiente de la mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente. La promesa a Abraham se tenía que cumplir en otro Isaac, la verdadera Simiente en quien las naciones serían benditas. La nueva Israel tenía que ser establecida en la Persona del Siervo del Señor. Esta es la declaración de ese Siervo singular: Me dijo: “Israel, tú eres Mi siervo; en ti seré glorificado” –––––––––— Y ahora dice el Señor, que desde el seno materno me formó para que fuera yo Su siervo, para hacer que Jacob se vuelva a Él, que Israel se reúna a Su alrededor… –––––––––— “No es gran cosa que seas Mi siervo, ni que restaures a las tribus de Jacob, ni que hagas volver a los de Israel, a quienes he preservado. Yo te pongo ahora como luz para las naciones, a fin de que lleves Mi salvación hasta los confines de la tierra (Is 49:3-6). El Siervo de Dios iba a ser identificado con Israel y llamado con el nombre de Israel; sin embargo, también se distinguiría de Israel porque Él regresaría y restauraría a los que serían preservados de Israel y serían la luz de Dios a los gentiles. El llamado y la elección de Israel por 149
parte de Dios habían sido burlados cuando Israel escogió otros dioses. Por lo tanto Dios escogería a Su siervo y pondría Su Espíritu en Él (Is 42:1). El Siervo de Dios cumpliría el llamado de Israel entre las naciones y en Él se fundaría el nuevo y verdadero Israel (Ro 9:6-8; 15:8-9). El Siervo escogido de Dios iba a ser Su deleite; sin embargo, Él sería llamado a la humillación y al sufrimiento. Los enemigos del Señor serían Sus enemigos; los insultos dirigidos a Dios se amontonarían sobre Él (Sal 69:9). El asombroso mensaje respecto al Siervo Sufriente de Dios llevó el ministerio de los profetas a un punto culminante (Is 53). Los sufrimientos del Siervo de Dios serían brutales y asombrosos. Los hombres estarían de pie horrorizados por el abuso que sufriría. Debía ser un hom bre de agonía: golpeado, molido, azotado, herido y ejecutado. Sería desfigurado en Sus aflicciones hasta que Su apariencia fuera a duras penas la de un hombre. Estaría sin belleza; nadie lo querría. Experimentaría dolor, abandono, descuido: hombre de dolores y familiarizado con las aflicciones. Los orgullosos y poderosos lo despreciarían como insignificante; la gente lo acusaría de depravado. ¿Sus torturas no lo catalogarían como alguien rechazado por Dios? No obstante, el Siervo debía padecer todo eso con mansedumbre sumisa. Él sería justo e inocente; sin embargo, no se resistiría. Debía ser llevado como un cordero al matadero o como una oveja para ser trasquilada (Is 53:7). Sorprende todavía más que Su tragedia tendría un significado. La agonizante muerte del Siervo de Dios iba a ser un sacrificio. Él sufriría por decreto de Dios (Is 53:10). Él no sería un transgresor, mas sería contado con los transgresores porque Él llevaría el pecado de muchos. Nosotros somos como ovejas que nos hemos descarriado, pero el Señor pondría en Él la iniquidad de todos nosotros (Is 53:6). “Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte; nadie se preocupó de Su descendencia. Fue arrancado de la tierra de los vivientes, y golpeado por la transgresión de mi pueblo” (Is 53:8) 3. Su alma sería hecha una ofrenda por el pecado (Is 53:10). Él sufriría como el sustituto de aquellos a los que les correspondía recibir el golpe. Él lo haría de buen grado porque llevaría activamente sus tristezas, penas y enfermedades. Intercedería por los transgresores. Por Sus heridas ellos serían sanados. El sacrificio del Siervo terminaría en victoria, una victoria real y sacerdotal proclamada a las naciones. Sería un Vencedor majestuoso. El Siervo triunfante de Dios sería un completo éxito, exaltado y muy enaltecido (Is 52:13). La voluntad del Señor prosperaría en Su mano. ustificaría a muchos y compartiría con ellos el botín de Su triunfo. Como Sacerdote, rociaría a muchas naciones e intercedería por los pecadores. Las naciones escucharían con asombro el significado de Sus sufrimientos. Por fin está aquí la culminación de la larga historia del sufrimiento de los siervos de Dios. Moisés sufrió el reproche de Israel. Elías huyó por su vida. Jeremías fue echado en un cepo. Pero Isaías describe a Uno que es más que un profeta. Como ellos, Él es perseguido; pero a diferencia de ellos, Él es sin pecado. David también soportó el vituperio por el nombre del Señor, pero trajo vergüenza a su reinado por su propio pecado. El Señor lo libró y restauró su trono, pero David nunca fue exaltado a la diestra de Dios. Los sacerdotes ofrecieron diariamente los sacrificios, pero el Siervo se ofreció a Sí mismo como la ofrenda por el pecado. La unción del Siervo es con el Espíritu Santo; el ministerio del Siervo es lograr la salvación de Dios hasta lo último de la tierra. 150
En el mensaje de los profetas, la venida del Siervo ungido de Dios se aproxima de manera progresiva y estrecha con la venida de Dios mismo. Cuando Dios venga para ser el Pastor de Su pueblo, David será su pastor (Ez 34:23). Cuando el más débil de los ciudadanos de erusalén sea como el rey David, la Casa de David será como Dios, como el Ángel del Señor que marcha al frente de ellos (Zac 12:8). Los nombres divinos se le dan al Rey prometido: “Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre Sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Is 9:6). El nombre “Dios fuerte” Isaías se lo atribuye al Señor en el siguiente capítulo (Is 10:21). ¿Cómo puede este nombre ser llevado por el Mesías? “Por eso, el Señor mismo les dará una señal: La joven concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamará Emanuel” (“Dios con nosotros”) (Is 7:14). Ya que Adán fue hecho a la imagen de Dios, de cierta forma puede ser llamado hijo de Dios (Lc 3:38). Los ángeles, también, son llamados hijos de Dios en el Antiguo Testamento (Job 1:6). Pero en la exaltación del Mesías majestuoso, una única filiación, o calidad de Hijo, se le atribuye a Él (Sal 2:6; cf. Sal 72). Jesús les recordó a Sus críticos que David se dirigió a su Hijo prometido como su Señor (Sal 110:1; Mt 22:43-45). El Ángel del pacto que vendría a Su Templo no era otro que el Señor mismo (Mal 3:1). Malaquías, el último profeta del ntiguo Testamento, predijo la venida de Elías como Su heraldo (Mal 4:5). Juan el Bautista, que vino en el Espíritu y en el poder de Elías, cumplió esa promesa y proclamó la venida de quel cuyo calzado él no era digno de desatar. La suya fue una voz clamando en el desierto: “Preparen el camino para el Señor” (Mt 3:3). La historia de Jesús en el Antiguo Testamento se convierte en la historia del evangelio en el Nuevo. En el milagro de la Encarnación, el Señor mismo viene a proveer la salvación de Su pueblo. “Ninguna palabra es imposible para Dios”: Su promesa hecha a Sara fue guardada para María (Gn 18:14; Lc 1:37). La virgen concibió como el ángel lo había prometido: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con Su sombra. Así que al santo niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios” (Lc 1:35). El que nació de María no solo era el Cristo del Señor (Lc 2:26); Él fue, como lo dijo el ángel, Cristo el Señor (Lc 2:11). Vino como la luz a los gentiles y la gloria de Israel (Lc 2:32). “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado Su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1:14). “A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo unigénito, que es Dios y que vive en unión íntima con el Padre, nos lo ha dado a conocer” (Jn 1:18). Jesús podía decir: “El Padre y Yo somos uno […] El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn 10:30; 14:9). Como Señor, Jesús m andaba a las tormentas y a los demonios. Caminaba sobre las olas y resucitaba a los muertos a la palabra de Su mandato. Hablaba con autoridad, perdonando pecados y demandando la adoración de Sus discípulos. Tomás cayó a Sus pies cuando vio al Señor resucitado y confesó: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20:28). Pedro reconoció por todos ellos que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente (Mt 16:16). Años después de la ascensión de Cristo, Pedro les escribió a los cristianos de Asia Menor para animarlos mientras enfrentaban la persecución por el nombre de Cristo. Él citó la profecía de Isaías, que dice: “No teman lo que ellos temen, ni se dejen asustar” (Is 8:12). Pero
151
donde Isaías continúa: “Santifiquen al Señor” (Is 8:13, RVC), Pedro en cambio escribe: “Santificad a Cristo como Señor” (1P 3:15, LBLA). Para Pedro, Jesucristo, quien había dormido en su bote b ote pesquero, debía ser santific santificado ado como el Señor mism o. Cristo el Señor es confesado como Dios Hijo en el Nuevo Testamento. También se revela como el Siervo. Él viene a hacer la voluntad de Su Padre, para dar Su vida en rescate por muchos. Israel era la viña de Dios en los profetas (Is 5), pero Jesucristo es la Vid verdadera. Él cumple el ministerio de la circuncisión por la verdad de Dios para que Él pueda confirmar las promesas dadas a los padres y para que los gentiles puedan glorificar a Dios por Su misericordia (Ro 15:8-9). Aunque Au nque Él fue fu e tentado en todo tod o como com o nosotros nos otros,, Él fue fu e sin pecado p ecado.. Él cum plió toda justicia. ju sticia. De manera resuelta fue a Su muerte en la cruz: “Él mismo, en Su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia. Por Sus heridas ustedes han sido sanados” sanados” (1P 2:24). 2 :24). Al tercer día Él É l resucitó resu citó de d e los m uertos, uer tos, se s e mostró m ostró a Sus discípu dis cípulos los duran d urante te cuarenta cuare nta días, días , y después ascendió al cielo para recibir Su gloria a la diestra del Padre. Selló Su victoria sobre el pecado y la muerte, enviando al Espíritu desde Su trono. Ahora Él es el Señor del universo y Cabeza de Su cuerpo, la iglesia. Toda la historia se revela progresivamente para completar la historia de Jesús, hasta el día en que Él regrese otra vez. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación, porque por medio de Él fueron creadas todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados principados o autoridades: autoridades: todo ha sido creado creado por p or medio med io de Él y para p ara Él. Él es anterior a todas las cosas, que por medio de Él forman un todo coherente. Él es la cabeza del cuerpo, que es la iglesia. Él es el principio, el primogénito de la resurrección, para ser en todo el primero. Porque a Dios le agradó habitar en Él con toda Su plenitud y, por m edio de Él, reconciliar consigo todas las cosas, tanto las que están en la tierra tierra como las que están en el cielo, haciendo la paz mediante la sangre que derramó en la cruz (Col 1:1520).
152 15 2
Preguntas Preguntas sobre el estudio 1. Enumera los elementos de la adoración pagana que Jeroboán introdujo en la adoración al Señor. 2. ¿Abandonó el Señor a Israel por los pecados de Jeroboán? ¿Qué ¿Q ué hizo Dios? 3. ¿Qué pasó en el Monte Carmelo? ¿Cuál fue el papel de Elías? ¿Qué lecciones tenía que aprender Elías? 4. ¿De qué manera Juan el Bautista fue como Elías? 5. ¿Cuál fue la respuesta de Jonás al llamado de Dios? 6. ¿Qué le preocupaba a Jonás que hicieran los habitantes de Nínive? ¿Qué olvidó Jonás? Jonás ? 7. ¿Cómo ¿C ómo se s e cumplió en Jesucristo la señal señal de Jonás? 8. Describe la visión visión de Elías. Elías. ¿Qué ¿Qu é promesa prom esa de Dios acompañó su visión? 9. Explica: “El Señor tenía que venir no solo porque la condición del hombre era imposible, sino porque Sus p romesas también eran imposibles”. 10. ¿Cómo ¿C ómo describe d escribe Isaías Isaías al Señor Señor en Isaías Isaías 40:11? 40:11 ? ¿Y en Isaías Isaías 59:16-17 59 :16-17?? 11. ¿Qué ¿Q ué se le ordenó a Oseas que hiciera? hiciera? ¿Por qué? 12. El Siervo de Dios sería llamado a ____________ y _____________. Explica. 13. Pon en tus propias palabras: “Él sufriría como el sustituto para aquellos a quienes correspondía el golpe”. 14. ¿Quién era el Siervo del Señor? 15. ¿Cómo selló Jesús Su victoria sobre el pecado y la muerte? 16. Lee L ee Colosenses 1:15-20 . Escribe una breve conclusión conclusión para El Misterio Revelado basado en este pasaje.
153 15 3
Preguntas Preguntas de aplicació aplicaciónn 1. ¿De qué maneras ves vivo el paganismo hoy en día en nuestra cultura? ¿Hay elementos paganos que se estén infiltrando en la iglesia? Si así es, ¿cuáles son y qué se debe hacer al respecto? 2. ¿Te sientes a veces como Jonás (es decir, no quieres que las personas desagradables reciban la misericordia de Dios)? ¿Qué dice la Biblia sobre los que necesitan más a Dios? Lee Mateo Mateo 9:12-13. 9:12-1 3. 3. ¿Se ve a veces la iglesia como el valle de los huesos secos? Da ejemplos. ¿Cuál es la promesa de Dios para la iglesia? Lee Mateo 16:18. 4. Dios se describe como el Pastor y el Guerrero. ¿Cómo concuerdan ambas ideas? 5. Lee el Salmo 23. ¿De qué manera Dios es tu Pastor? 6. ¿Cóm o sabes con certeza certeza que resucitarás resucitarás de los muertos? Lee Rom anos 8:11. 7. ¿Cuál o cuáles son las verdades principales que has aprendido al leer y estudiar El Misterio Revelado? 8. ¿Recomendaría ¿R ecomendaríass este libro a otras personas? ¿Por qué?
154 15 4
NOTAS DE TEXTO Capítulo uno: El Nuevo Hombre 1. Citado en Henri Blocher, In the Beginning: The Opening Chapters of Genesis, (En El Principio: Los Capítulos Iniciales de Génesis) , D. G. Preston, trans. (Leicester, Inglaterra: InterVarsity Press, 1984), página 86. Capítulo tres: El Hijo de Abraham 1. El término hebreo daba y la traducción griega rhema pueden significar ya sea “palabra” o “cosa”; en el contexto del poder de la palabra de Dios, es mejor “palabra”. 2. Ver nota previa. Capítulo cuatro: El Heredero de la Promesa 1. La palabra en hebreo usada aquí se refiere a un tramo ascendente de peldaños de piedra más que a una escalera de pintor. 2. Algunas traducciones interpretan el texto para que quiera decir que Dios estaba arriba de la escalera en vez de sobre Jacob. La palabra hebrea puede significar ya sea “arriba de ella” o “al lado de él”. El significado se decide, por lo tanto, por la expresión similar que se usa en Génesis 35:13. Ahí Dios se le aparece a Jacob por segunda ocasión en Betel después de su regreso del exilio. El pasaje afirma que Dios, después de hablar con Jacob, “subió de su lado al lugar donde Él le había hablado”. La misma preposición se usa en Génesis 28:13. Es claro que en ambos casos Dios bajó para estar junto a Jacob. 3. Ver Andre Parrot, The Tower of Babel, (La Torre de Babel), (N.Y.: Philosophical Library, 1955). 4. Ver el artículo de K.A. Kitchen sobre “Mahanaim” en J. D. Douglas, ed., The Illustrated Bible Dictionary, (Diccionario Ilustrado de la Biblia), Parte 2 (Wheaton, Ill.: Tyndale House Publishers, 1980), página 936. 5. En la “Epopeya de Gilgamesh”, el héroe se encuentra primero con su amigo Enkidu en una lucha furiosa. El antiguo relato babilónico de la leyenda data de principios del segundo milenio a.C. Puede ser que Jacob haya conocido la historia. James B. Pritchard, ed., The ncient Near East, (El Antiguo Cercano Oriente) , Vol. 1 (Princeton, N.J.: Princeton University Press, 1958, 1973), página 50. 6. “El muslo de Jacob es el linaje de Jacob”. P. A. H. de Boer, “Genesis XXXII 23-33: Some Remarks on the Composition and Character of the Story”, (“Génesis XXXII 23-33: lgunos Comentarios sobre la Composición y el Carácter de la Historia”), Nederlandisch Theologisch Tijdschrift, Vol. 1 (1946-1947), páginas 149-163. Ver J. Pedersen, Der Eid bei den Semiten (Strassburg: 1910), página 151. 7. Otra posible traducción es “Túnica larga con mangas”. R. E. Nixon, en el artículo “José” en The Illustrated Bible Dictionary, (Diccionario Ilustrado de la Biblia), favorece “multicolores”. El diccionario muestra una fotografía a color de un mural egipcio representando dicha túnica usada por un líder asiático de las caravanas – Parte 2 (Wheaton, Ill.: Tyndale House Publishers, 1980), página 813. 8. Esta traducción la defiende E. W. Hengstenberg, Christology of the Old Testament, (Cristología del Antiguo Testamento), (Grand Rapids: Kregel Publications, 1970), páginas 30 ss. 155
Capítulo cinco: El Señor y Su Siervo 1. Ya que el nombre Yahweh era considerado demasiado santo como para pronunciarse, en la sinagoga se leía “Señor”. En el texto masorético del Antiguo Testamento, las vocales de la palabra para “Señor” (Adonai) estaban escritas en las consonantes de Yahweh (Y o J, H, W o V y H), produciendo un compuesto que la ASV (American Standard Version) transliteró como “Jehová”. El hebreo antiguo se escribía sin vocales. “Yahweh” es una probable, pero no segura, forma del nombre. El Nuevo Testamento, siguiendo la versión griega del Antiguo Testamento, usa “Señor” (Kurios) para Yahweh. 2. La NVI traduce “para que me rinda culto”. La idea de la adoración realmente puede ser lo más importante aquí, pero el término describe el servicio que Israel le rinde al Señor. Israel es librado de servir a Faraón para servir a Dios. 3. “Dios les ha dado [bendiciones celestiales] a Sus escogidos como una posesión eterna y ha hecho que ellos hereden la parte de los Santos. Él ha unido a Su asamblea, a los Hijos del cielo”. (1QS 11:7-8—G. Vermes, The Dead Sea Scrolls in English, (Los Rollos del Mar Muerto en Inglés), [Baltimore: Penguin Books, 1962], página 93). Ver también Songs of the Sabbath Sacrifice , (Cánticos del Sacrificio del Sabbat), de Carol Newsom, (Atlanta: Scholars Press, 1985). La palabra en español “santos” se aplica a los seres humanos y en algunas versiones a los ángeles; tanto en el hebreo como en el griego el término para “santos” también se puede referir a los ángeles. Capítulo seis: La Roca de Moisés 1. El verbo que Dios usa para mostrar el árbol a Moisés es la raíz del término torah, la ley de Dios como un puntero que muestra el camino. Dios elige tanto la señal como el mandamiento. 2. Para una descripción docta del uso de este término, ver H.B. Huffmon, “The Covenant Lawsuit in the Prophets”, (“El Juicio del Pacto en los Profetas”), Journal of Biblical Literature , LXXVII, páginas 285 ss.; B. Gemser, “The RIB or Controversy Pattern” (“El RIB o Patrón de Controversia” en Wisdom in Israel and the Ancient Near East ( Sabiduría en Israel y el Antiguo Oriente Cercano) ( Vetus Testamentum , Suplemento III, Leiden: 1955). 3. Guenter Rutenborn, The Sign of Jonah, (La Señal de Jonás) , (Nueva York: Thomas Nelson and Sons, 1960). 4. La misma frase se usa para describir a los sacerdotes que llevaron el arca del pacto a través del Jordán delante del pueblo de Israel (Jos 3:6). Se usa para cuando el Señor pasó delante de Moisés en la hendidura de la roca (Éx 34:6). Dios no solo se adelantaba a Moisés, sino que pasó por delante para ir adelante, cubriendo con Su mano a Moisés mientras lo hacía. 5. La situación es diferente cuando a Moisés se le ordena hablarle a la roca un tiempo después. Entonces Israel tenía que ser convocado y el milagro iba a ocurrir delante de sus ojos (Nm 20:8). Pero los ancianos no fueron requeridos como testigos; Moisés debía llevar la vara, pero no usarla; y el escenario ya no es el de una prueba. 6. La traducción de la NVI debilita la fuerza del hebreo al omitir, por razones de estilo, el enfático “He aquí”. Las versiónes de la RV60 y LBLA sí lo incluye. La traducción más natural es que Dios estuvo sobre la roca, no junto a ella. La preposición puede significar junto a al describir la posición de una persona que está parada en relación a una que está sentada o boca abajo; el sentido de “encima” todavía está presente. Capítulo siete: El Ungido del Señor 1. Otro juego de palabras: el lugar se llama “Ramá Lehí”, las “Alturas de Lehí”. Ramá , sin 156
embargo, también se relaciona con el verbo “lanzar”, como si la colina tomara su nombre del lanzamiento de la quijada (expresado por otro verbo). El nombre del manantial es “el manantial de uno que llama”, que se aplica al clamor de Sansón, aunque el término describe a una perdiz como un pájaro “que llama” (“el manantial de la perdiz”). 2. He cambiado la traducción al español de “cadáveres” a “cuerpos”. La palabra no solo quiere decir cadáveres. “Cadáveres” es una traducción favorable en el contexto del Salmo, pero la alusión de Pablo retoma la palabra y le da otro significado a “cuerpos”. También he omitido “los lugares” en el versículo 6, ya que la traducción más literal aclara el uso que Pablo hace del vocabulario. 3. Ver Francis I. Andersen, “Yahweh, the Kind and Sensitive God” (“Yahweh, el Dios Bueno y Tierno”), en P. T. O’Brien & D. G. Peterson, eds., God Who Is Rich in Mercy (Dios Que Es Rico en Misericordia) , (Grand Rapids: Baker Book House, 1986), páginas 41-88. 4. Para conocer la forma literaria de los Salmos, ver The Art of Biblical Poetry (El Arte de la Poesía Bíblica), de Robert Alter, (Nueva York: Basic Books Inc., 1985). 5. La traducción de la RVC de R omanos 15:8, “Cristo Jesús vino a ser siervo de los judíos”, oscurece el punto que Pablo está rem arcando. La NVI lo traduce así: “Cristo Jesús vino a ser siervo de la circuncisión”. Y LBLA lo traduce: “Cristo se hizo servidor de la circuncisión”. 6. Ver el título del Salmo 36: “Salmo de David, siervo del Señor”. Capítulo ocho: El Príncipe de Paz 1. Yves M. J. Congar ha comparado a David y a Salomón como tipos de Cristo: “David et Salomon, Types du Christ en ses Deux Avénements” (“David y Salomón, Tipos de Cristo en sus Dos Venidas”) en Les Voies du Dieu Vivant (Los Medios del Dios Vivo), (Paris: du Cerf, 1964), páginas 149-164. Estoy en deuda con sus ideas, aunque no estoy de acuerdo con el lugar que le da a las buenas obras en la salvación. 2. Traducción de R. H. Charles, The Apocrypha and Pseudepigrapha of the Old Testament in English (Los Apócrifos y la Pseudopigrafía del Antiguo Testamento en Inglés) , (Oxford, Inglaterra: Clarendon, 1913). Capítulo nueve: El Señor que Vendrá 1. “Ocupado” en la traducción de la NVI es un eufemismo. La burla de Elías era más terrenal. El asunto que él sugirió tenía que ver con el inodo ro. 2. J. D. Douglas, The Illustrated Bible Dictionary , (Diccionario Ilustrado de la Biblia), Parte 2, página 742. 3. Para esta traducción, ver a Henri Blocher, en Songs of the Servant (Cánticos del Siervo) , (Downers Grove, Ill.: InterVarsity Press, 1975), página 64.
157
CONTENIDO Acerca del Autor Prólogo por J. I. Packer Introducción 1. El Nuevo Hombre 2. El Hijo de la Mujer 3. El Hijo de Abraham 4. El Heredero de la Promesa 5. El Señor y Su Siervo 6. La Roca de Moisés 7. El Ungido del Señor 8. El Príncipe de Paz 9. El Señor que Vendrá Notas de Texto
158