Venganza. Gabrielle Goldsby
— ¿Tú ¿Tú sabes lo que me hiciste pasar? No sé cómo tienes la osadía de venir a
saludarme. Me estaba regodeando en el hecho de que ya no era la enclenque de dieciséis años que se acobardaba ante sus penetrantes ojos azules. Ahora, diez años después, yo era la fuerte y, aunque ella seguía siendo muy guapa, estaba segura de que podía enfrentarme a ella de ser necesario. Cuando la vi al otro lado del atestado salón de actos del instituto, percibí en sus ojos que me reconocía al instante, y también otra cosa. Noté que esos ojos me seguían durante toda la velada mientras yo entablaba charlas banales con ex deportistas calvos y empresarias triunfadoras. Esos mismos ojos me vieron entrar en el vestuario de chicas. No tuve que esperar mucho tiempo hasta que me siguió. Era el sueño de todos los adolescentes que habían sido demasiado flacos, demasiado gordos, demasiado inteligentes o demasiado pobres para plantar cara al matón de sus años de colegio. La mía era Mackenzie Bryant. Me atormentó desde que tenía doce años, cuando vine a vivir a esta pequeña ciudad, hasta que cumplí los diecisiete, cuando ella dejó los estudios. Al parecer, le había ido bien, porque ahora era, quién se lo iba a imaginar, dueña de un vivero. Me subí el ajustado vestido negro por los muslos y me senté en una de las duchas. — ¿Cuántas ¿Cuántas ganas tienes ahora de conocerme? — Muchas Muchas — contestó contestó con humildad. — ¿Estás ¿Estás dispuesta a pedirme disculpas?
Agachó la cabeza y asintió. — ¿Por ¿Por qué es tan importante? — le le pregunté. Empezaba a sentir un poco de...
bueno, de lástima lástima por lo que estaba estaba a punto de obligarla a hacer. — Porque Porque siempre pensé que eras una persona a la que valía la pena conocer. No
como yo.
Le sonreí. Sabía que era una maldad, pero no podía evitarlo. Llevaba tantos años soñando con esto que se había convertido en el empujón que aprovechaba para correr ese kilómetro de más o levantar esas pesas de más. — Arrodíllate Arrodíllate — le le ordené y, sorprendentemente, obedeció. Con la cabeza
morena todavía gacha, su pelo, que antes siempre estaba despeinado, le caía ahora como seda por encima del hombro. — ¿Sabes ¿Sabes lo que quiero? — pregunté.
Asintió. — ¿Y ¿Y a qué esperas?
Se acercó más a mí al tiempo que yo apoyaba la cabeza en la pared. Apenas logré evitar gritar cuando su cálida boca se cerró alrededor de mi clítoris. Se puso a chuparme. Tuve que morderme el labio para evitar gritar de placer mientras ella me cogía en brazos, me tumbaba en el suelo y empezaba a pedirme perdón. Le agarré la cabeza y la guié justo donde quería. Cerré los ojos y mi mente me dijo que esto nunca había formado parte de mi plan de venganza. Su lengua seguía deslizándose sobre mi clítoris, estimulándome y lamiendo toda la humedad que encontraba allí. Cerré los ojos mientras la mujer a quien había llegado a odiar me llevaba al orgasmo no una, sino dos veces. Se me calmó la respiración. De repente, lamenté castigar con los sueños de una chiquilla flacucha a esta mujer que tan poco se parecía a la que me había atormentado en el pasado. Tenía la cabeza de lado, pero por su respiración supe que no estaba dormida. — ¿Por ¿Por qué? ¿Por qué me atormentabas de esa forma? — le le pregunté
suavemente. Esperé la respuesta y cuando estaba a punto de moverla para despertarla, me contestó, con voz ronca. — No sabía cómo hablar contigo. No sabía cómo hablar con nadie. Tenía tantos
problemas en casa que ya me daba todo igual. Era más grande que nadie y lo aprovechaba.
De repente deseé verle los ojos. — Además... Además... sentía cosas hacia... hacia las mujeres. No sabía cómo hacer frente
a eso. — Bueno, Bueno, no se le hace frente pagándolo con otras personas. ¿Por qué has
venido? No eras precisamente la persona más apreciada del instituto. — He He venido... para verte. — ¿Para ¿Para verme? ¿Cómo que para verme? — Quería... Quería... quería explicarte... decirte que lamento cómo te traté entonces.
Me entró una rabia inexplicable. — Ya, Ya, pues gracias por las disculpas, han sido muy satisfactorias. Pero no estás
perdonada. — La La aparté de un empujón y empecé a levantarme. — Espera. Espera. También quería preguntarte una cosa. — ¿El ¿El qué? — gruñí gruñí mientras me colocaba bien el vestido, pensando que no me
gustaba cómo me sentía por lo que acababa de pasar. — ¿Por ¿Por qué me dejabas? — Se Se levantó, sin mirarme. Observé a esta mujer alta
que tenía tan poco que ver con la adolescente que me atormentaba que era casi como si fuesen dos personas distintas. Esta persona era... bueno, humilde, agradable, alguien a quien sin duda me gustaría conocer y pedirle que saliera conmigo. Pero no podía, esta vez no, con ella no. De modo que me enfadé. — Corta Corta ese rollo misterioso, Bryant. Br yant. ¿De qué vas? ¿De qué hablas? — ¿Por ¿Por qué dejabas que me metiera contigo? — contestó contestó sin prisas, como si
estuviéramos charlando del tiempo — . El año antes de que me fuera, te atrapaba aquí y te obligaba a quedarte sentada conmigo durante horas. Te decía que no te t e pusieras cierta ropa y no te la ponías. Te obligaba a contarme historias y me las contabas. Y te amenazaba con hacerte daño si se lo contabas a alguien y, que yo sepa, jamás se lo dijiste a nadie.
— Bueno, Bueno, no tenía muchas ganas de que me sacaras un ojo con un clip — le le dije
con sarcasmo. Asintió y respiró hondo. — Pero... Pero... nunca te hice daño. Nunca te pegué ni nada. — ¿Crees ¿Crees que te hacía falta hacerme daño para dejarme las cosas claras? Yo ya
veía lo que les hacías a los demás. ¡No quería luchar contigo! Entonces no sabía luchar. Asintió y dio la impresión de que se tenía que obligar a continuar. — ¿Pero ¿Pero por qué estabas siempre aquí, Cameron? ¿Por qué te quedabas aquí
cuando terminaba la hora de gimnasia? Te podrías haber ido con las demás chicas, podrías haber hecho muchas cosas para evitarme, pero nunca las hacías. Si tanto me odiabas, ¿por qué estabas siempre aquí sola? Me quedé sin aliento como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago. ¿Por qué había dejado que me atrapara en el vestuario de chicas todos los días durante casi un año entero? — Esta Esta conversación se ha terminado. Ya he conseguido mis disculpas. Adiós,
Mackenzie. — Espera, Espera, Cameron. Yo... — Se Se irguió — . ¿Volveré a verte? — ¿Por ¿Por qué querrías verme? — le le pregunté sin dar crédito. — Porque Porque he cambiado. Quiero demostrártelo. Ya entonces sabía que merecía la
pena conocerte. conocerte. — Pues Pues yo también he cambiado, Mackenzie. No tengo muy claro que ahora te
vaya a gustar. No soy tan inocente como antes. Sonrió y tuve que obligarme a no sonreírle a mi vez. Me di la vuelta para marcharme. — ¿Volveré ¿Volveré a verte? — Tal Tal vez — dije dije por encima del hombro.
— ¿Cómo ¿Cómo sabrás dónde encontrarme? — Esas Esas cosas se me dan bien. ¿Cómo crees que te encontró el comité de la
reunión? La dejé para que lo pensara y salí del instituto sin mirar atrás. Cerré de golpe la puerta de mi coche de alquiler y me quedé sentada un momento con la cabeza apoyada en el asiento. Me alegré de haber dejado la capota bajada: la noche estaba tan despejada que me parecía poder tocar cada estrella con la punta del dedo. Arranqué y salí disparada del aparcamiento rumbo al aeropuerto. ¿La llamaré? Sí, seguro que la llamo. Tengo que reconocer que siento curiosidad por saber qué es lo que ha provocado un cambio tan milagroso en su vida. A lo mejor me puede ayudar a hacer algunos cambios en la mía. A lo mejor...
MAS VENGANZA — ¿Mac? ¿Mac? ¡Al teléfono!
Me quité los guantes y me sequé la frente. La mujer del tiempo había dicho que hoy iba a haber treinta y dos grados, pero más bien parecían cuarenta. Le cogí el teléfono a mi madre y le sonreí para darle las gracias. Me despedí de ella agitando la mano y eché a andar hacia el edificio que albergaba la refrigeración y mi oficina. — Flores Flores Mackenzie. — Cerré Cerré la puerta de mi oficina con aire acondicionado. — Así Así que ahora te llaman Mac, ¿eh? — El El tono burlón no me sonaba, pero la
voz... Llevaba oyendo esa voz en sueños casi todas las noches desde hacía un mes. Intenté no sonreír, pero fracasé por completo. — ¿Cameron? ¿Cameron? — En En carne y hueso, bueno, en cierto modo. — No pensé que que fueras a llamar.
Hubo un silencio al otro lado de la línea. — He He estado a punto de no hacerlo, pero... bueno, hoy estoy en la ciudad.
¿Cómo estás? — Yo Yo bien, ¿y tú? — Ojalá Ojalá pudiera decirle la verdad. Que llevaba semanas
pensando en ella, que me preocupaba que no me llamara y que, cuando ya habían pasado tres semanas, me había planteado conseguir su número de teléfono. Me costó, pero logré no hacerlo. Por mucho que me disgustara la idea, tenía que dejarlo todo en manos de Cameron. Si no quería verme, yo no podía hacer mucho al respecto. La cálida risa del otro lado del teléfono fue toda la respuesta que Cameron estaba dispuesta a dar. — Siento Siento haber tardado tanto en llamar.
— Lo Lo comprendo. No pensaba... — ¿Qué ¿Qué no pensabas, Mac? — Ha Ha pasado un mes. Pensaba... que para ti a lo mejor sólo había sido una
cuestión de venganza. Pensaba que nunca te volvería a ver. — Llevo Llevo aquí un par de días por asuntos de trabajo, pero no he tenido tiempo
para conversar... conversar... Claro que nuestra nuestra conversación conversación fue bastante rápida la última vez. — Ahora Ahora estás siendo cruel — dije dije como en broma, aunque sí que me dolía que
el momento que habíamos pasado juntas significara tan poco para ella. — Sí, Sí, es cierto.
Me pareció que convenía cambiar de tema. — ¿Vas ¿Vas a volver pronto? — ¿Por ¿Por qué? — Por Por curiosidad. — Curiosidad, Curiosidad, ¿eh? ¿Es sólo curiosidad? — Bueno, Bueno, es que quiero verte. — Me Me llevé la mano a la frente y me dejé caer en
la silla, pensando, pensando, ¿Cómo puedo ser tan estúpida? — . ¿Dónde estás? Cameron carraspeó. — ¿Qué ¿Qué estás haciendo, Mac? — Su Su voz era suave. Era como si me susurrara al
oído. — Nada, estoy estoy sentada en mi oficina. oficina.
Hubo otra pausa. — Me Me gusta que seas sincera conmigo.
— Lo Lo intento. — Me Me parece recordar que no te dejabas guiar mucho por la sinceridad en tus
años mozos. — Escucha, Escucha, no me conoces, Cameron. Y no me conocías entonces. Nunca
quisiste. Así que no te pongas... — Esto Esto no estaba saliendo como tenía planeado. Me froté el caballete de la nariz. — ¿Qué ¿Qué estamos haciendo? — La La voz de Cameron sonaba exasperada — . Me
parece que te sería más fácil catalogar esto como una oportunidad perdida. ¿Por qué te ibas a abrir a mí... a la posibilidad de sufrir? Ya sé que dices que has cambiado, pero... es evidente que yo aún siento rencor. — Tenía Tenía diecisiete años, Cameron, qué diablos, tú sólo tenías dieciséis. Dime
qué tendría que haber dicho, con quién podría haber hablado. No comprendía lo que sentía. Ya sé que eso no es excusa, pero quiero intentar compensarte. Si tienes la necesidad... de tratarme... de decirme cosas hirientes, también puedo aguantarlo. Me he llevado mis buenos palos y siempre he logrado l ogrado volver a levantarme. — Eso Eso sigue sin decirme por qué estás haciendo esto. ¿Es porque te sientes
culpable? — Sí... Sí... y no. También es porque... siempre me preguntaré qué habría pasado si... — ¿Si ¿Si qué? — Si Si te hubiera dicho que me quedaba mirándote en la sala de estudio. Que
pasaba por delante de tu casa con la moto a veces hasta cuatro veces al día con la esperanza de verte salir. Si te hubiera dicho que el único motivo que tenía para evitar que me expulsaran antes era que no podría verte de lunes a viernes. — Me Me preguntaba... preguntaba... — Carraspeó Carraspeó — . Me preguntaba por qué dejaste de pegar a la
gente en el último año. — Parecía Parecía estar pensando y cuando habló, su voz sonaba densa y avejentada, como si no hubiera estado hablando todo este tiempo — . Era como si te concentraras más en mí. Hiciste de mi vida un infierno.
— Ya Ya lo sé. — Eso Eso fue lo que dije, pero lo que no sabía era que me pudiera doler
tanto. Era ese dolor profundo que te llega hasta los huesos y que tiene la mala leche de dejarte dormir para que sueñes con momentos más felices — . Sé que no me vas a creer, pero me decía todos t odos los días que iba a dejar de insultarte in sultarte y que te iba a decir la verdad. Lo intenté, pero cada vez... cada día veía el asco en tus ojos. La única manera que se me ocurría de estar en contacto contigo era metiéndome contigo. Sabía que si no decía nada... si no iba a por ti, estarías encantada de no volver a dirigirme la palabra nunca más. — Y eso no lo podías permitir, claro está. — Su Su tono volvía a ser duro. — No, yo... no podía. Me moría por dejarlo. Me... me eché a llorar aquel día que
te hice llorar. — Te Te creo — suspiró suspiró — . Ojalá pudiera dejarlo todo atrás. — No espero que lo hagas. — Me Me agité en la silla, con la sensación de que nos
estábamos despidiendo, y me empezó a doler toda la zona entre el pecho y el cuello — . Ya no soy la misma persona que era entonces. Sé que te cuesta creerlo, pero ya no soy así. — ¿Me ¿Me vas a contar alguna vez qué causó esta metamorfosis, mi pequeña
mariposa? Intentaba aligerar las cosas y por alguna razón, eso también me dolió. ¿Llegaríamos alguna vez a un punto en el que no tuviéramos que hacer tanto esfuerzo? ¿Estaba haciendo mal al hacerla pasar por esto? A lo mejor estaba siendo egoísta. A lo mejor tendría que dejarla en paz. Sonreí con tristeza. — Tal Tal vez algún día, pero no por teléfono. — Ah, Ah, pareces convencida de que nuestros caminos volverán a cruzarse.
Me eché a reír. — Siempre Siempre he sabido que ocurriría.
— Mmm, Mmm, qué curioso, yo siempre he esperado que no ocurriera.
Abrí la boca para protestar, pero decidí no hacerlo. Se hizo un largo silencio. Me estaba esperando que Cameron me dijera que tenía que colgar. — Mackenzie, Mackenzie, ¿estás ahí? — Me Me gusta cómo dices mi nombre... en el instituto nunca lo decías, ¿por qué? — Por Por miedo a morir descuartizada, descuartizada, creo. — Se Se echó a reír y yo también, aunque
con cierto nerviosismo — . ¿Mackenzie? — ¿Sí? ¿Sí? — ¿Qué ¿Qué llevas puesto? — dijo dijo en voz baja, casi con timidez. No me hizo falta
mirarme los brazos para saber que tenía el pelo de punta. — Pues... Pues... acabo de terminar de trabajar. — Mmm, Mmm, ¿ahora vas a empezar a mentirme? — No, no miento, es que... que... mm, Dios. — Eché Eché la silla hacia atrás y contemplé los
rayos diagonales de sol que me cubrían las piernas enfundadas en vaqueros — . Llevo vaqueros desgastados y sucios, una camiseta blanca y botas sucias. — Me Me encogí a la espera de su reacción. — ¿Cómo ¿Cómo llevas el pelo?
Me arranqué el pañuelo rojo de la cabeza. — En En una trenza. — Ah, Ah, ¿sin sombrero ni nada? — Mm, Mm, no. — ¿No? ¿No? — Mm, Mm, bueno, tenía un pañuelo, pero... me lo he quitado.
— Seguro Seguro que estás guapa. — Estoy Estoy sucia. — Sonreí Sonreí y me puse a dar vueltas en la silla, desaforadamente
feliz por el cumplido. — Ya, Ya, pero guapa. ¿Dónde estás ahora mismo? — En En el trabajo. — Eso ya lo sabe, cretina, te ha llamado aquí — . Estoy en mi
oficina... ante mi mesa. — ¿Estás ¿Estás sola? — Sí, Sí, ya se ha ido todo el mundo. Hacemos casi todo el trabajo por la mañana.
Hace... más fresco. — ¿Mackenzie? ¿Mackenzie? — ¿Mmm? ¿Mmm? — ¿Tienes ¿Tienes un sofá en esa oficina tuya? tu ya?
Miré el sofá heredado que estaba al otro lado de la habitación y del que había librado encantada a mi madre a cambio de transportarlo. — Mm... Mm... sí. A veces me quedo a dormir aquí... mm, cuando se hace muy tarde. — Ya. Ya. ¿Es cómodo? — Sí, Sí, sí, muy cómodo — dije dije con cierto exceso de entusiasmo y luego me puse
la mano en el caballete de la nariz. ¿Pero qué demonios me pasa? — . ¿A qué vienen todas estas preguntas, Cameron? ¿Necesitas un sitio donde dormir? Se echó a reír y luego hubo silencio al otro lado del teléfono. — He He pensado que podrías sentarte en él mientras hablamos. — Oh... Oh... puedo hacerlo si quieres. — Sí, Sí, me gustaría.
Me levanté y fui al sofá, contenta de que no viera lo temblorosas que tenía las piernas. — ¿Cómo ¿Cómo es?
Me quedé mirando el viejo sofá de cuero que tenía un trozo de cinta adhesiva por encima de cada brazo para para que no se saliera el relleno, y me encogí. — Pues... Pues... es de cuero. — ¿En ¿En serio? Me gusta el cuero. ¿Es bonito?
Miré atentamente el mueble, con la esperanza de que se hubiera hecho de repente más elegante desde la última vez en que me molesté en mirarlo. — Mm... Mm... no. La verdad es que no. — ¿No ¿No te gustaría quitarte esa ropa sucia?
Parpadeé y me miré los vaqueros. — ¿Me ¿Me vas a contestar o te t e vas a quedar jadeándome en la oreja? — Mm, Mm, sí, sí, me gustaría. — Pues Pues empieza por la camiseta.
Asentí y luego recordé que Cameron no me veía, así que dije que de acuerdo. Cameron se echó a reír. — No pasa nada nada si tienes que soltar el teléfono.
Asentí de nuevo, con las manos temblorosas mientras me quitaba la camiseta por encima de la cabeza. Cogí el teléfono, medio esperándome esperándome que Cameron hubiera colgado, pero todavía la oía respirar suavemente al otro lado de la línea. — Dime Dime cómo es tu sujetador.
Me miré temerosa y casi solté un suspiro de alivio al ver que era el sujetador negro bueno. — Es Es negro... de encaje, mm, creo que me queda bien. — Tragué Tragué con dificultad y
deseé tener un poco más de labia. l abia. Cameron se echó a reír de nuevo. — ¿También ¿También llevas bragas a juego? — Mm, Oh, Dios mío, por favor, haz que me calle. Me Mm, sí... había rebajas... — Oh,
agarré la frente y Cameron se echó a reír suavemente. — ¿Quieres ¿Quieres quitarte los pantalones y describírmelas? — Esto Esto no se me da muy bien — le le dije mientras me desabrochaba los
pantalones. — Lo Lo estás haciendo bien — dijo dijo suspirando. — Mm, Mm, vale... — Sostuve Sostuve el teléfono entre el hombro y la oreja mientras me
bajaba los pantalones pantalones por los muslos. muslos. — ¿Te ¿Te has acordado de quitarte antes las botas? — Mm, Mm, sí... — Miré Miré los vaqueros recogidos alrededor de mis botas, cerré los l os ojos
y solté un triste — : No. — No importa, tesoro, quítatelas primero y luego quítate los pantalones.
Avísame cuando lo hayas hecho. Se me puso la carne de gallina en los brazos al oír sus tiernas instrucciones. Dejé las botas en el suelo y doblé cuidadosamente los vaqueros. — Vale, Vale, ya está. — ¿Tienes ¿Tienes frío? — No, bueno, hace un poco de fresco, pero pero estoy bien.
— Háblame Háblame de las bragas. — Son Son negras, de encaje, como el sujetador. — Y lo conseguiste todo en las rebajas, ¿verdad? — Sí, Sí, de Victoria's... Secret. — Dios, ahora sé que se está riendo de mí. Seguro que piensa que no he hecho esto nunca. Que no es que lo hubiera hecho, pero no quería
que ella lo supiera. — Mmm, Mmm, ¿el sujetador se abre por delante? — Sí. Sí. — ¿Te ¿Te gustaría quitártelo? — Mm... Mm... sí, me gustaría. — Pues Pues quítatelo por mí.
Me solté el sujetador y mis pechos salieron despedidos de sus límites de tela como caballos al oír el disparo de salida. — No te vi los pechos pechos hace un un mes. — No, es cierto. — Me Me quité el sujetador y lo dejé en el suelo. — Recuerdo Recuerdo que pensé que eran de un buen tamaño. — Sí, Sí, yo diría que sí — dije dije con falsa seguridad. — Tienes Tienes los pezones marrones, ¿verdad? — ¿Cómo ¿Cómo lo sabes?
Me pareció que se encogía de hombros. — Por Por tu tono de piel, tendrían que serlo. ¿Te los puedes tocar por mí?
— Sí Sí — dije dije con timidez, como si fuese la primera vez que me tocaba a mí
misma. Hice una mueca. Jo, seguro que mis pobres pechos no recordaban la última vez que los tocó alguien que no fuera yo. — Siento Siento no haberte tocado. — ¿En ¿En serio? — Cerré Cerré los ojos y dejé que su voz suave me arrullara al oído. — Sí, Sí, tendría que haber pasado más tiempo contigo. — Me Me gustaría volver a verte. — Seguí Seguí acariciándome los pechos.
Pensé que no iba a decir nada, pero entonces la oí tragar saliva. — ¿Por ¿Por qué? — No lo sé — dije dije con sinceridad — . Es que... si vuelves por aquí, me gustaría
verte. — ¿Y ¿Y si entonces estás saliendo con alguien? — No estaré saliendo saliendo con nadie. nadie. — No pretendía que sonara como una promesa. — Quítate Quítate las bragas. — ¿Ahora? ¿Ahora? — Sí, Sí, ahora.
Me levanté y me bajé las bragas. — ¿Qué ¿Qué aspecto tienes? — preguntó, con tono repentinamente repentinamente brusco. — Pues, Pues, mm, no sé. Creo que estoy bien.
Cameron se echó a reír. — No eres muy dada a las descripciones, descripciones, ¿eh, ¿eh, Mac?
— No, creo que no. — No importa, no tienes tienes por qué hablar, hablar, ya lo hago yo. yo. Túmbate por mí, Mac. Mac. — Está Está bien. — ¿Estás ¿Estás cómoda? — Sí... Sí... sí — dije dije más alto, porque Cameron no contestó.
Carraspeó. — Te Te has... tocado ya otras veces, ¿verdad? — Sí Sí — reconocí reconocí al tiempo que me acariciaba los pezones hasta que se me
pusieron duros bajo los dedos, y cerré los ojos imaginando que era Cameron quien me tocaba. — ¿Qué ¿Qué quieres hacer ahora? — Quiero... Quiero... quiero tocarme. — Mmm, Mmm, ¿es que no lo estás haciendo ya? — Sí, Sí, por favor, Cameron, no te burles de mí. — Lo Lo siento, no era mi intención. ¿No preferirías un poquito de jugueteo previo? — Cameron Cameron todavía sonaba risueña, pero tenía la voz temblorosa y grave. De repente,
me pregunté si ella también se estaba tocando. La idea me acaloró el centro y me hizo gemir — . ¿En qué estás pensando? p ensando? — susurró. susurró. — En En que ojalá estuvieras aquí conmigo en este momento. — ¿Qué ¿Qué querrías que hiciera?
Abrí las piernas y bajé los dedos por mi estómago, cerrando los ojos. — ¿Te ¿Te estás tocando, Mac?
— Sí. Sí. — Lo Lo harás despacio por mí, ¿verdad?
Me moví más despacio, con los ojos cerrados, y oí que a Cameron se le aceleraba la respiración... mis sospechas se vieron confirmadas cuando a Cameron se le quebró la voz: — Eres Eres una mujer muy bella, Mackenzie Bryant.
Sonreí al recordar la cara de pasión de Cameron cuando estábamos echadas en el suelo del vestuario. — Tú Tú también. Cameron, no puedo... — Lo Lo sé, Mac. Adelante.
Moví los dedos despacio por encima de mi clítoris y luego pasé a mi entrada y me detuve. Como si percibiera mi duda, dijo: — No tienes por qué qué esperar.
Se me escapó un gemido de entre los labios cuando me penetré con la punta de los dedos, empujando despacio y con firmeza. Saqué los dedos hasta dejar sólo las puntas dentro y luego me penetré por completo. Mis caderas se encontraron con mis dedos. Cada embestida me causaba un placer creciente. — Estás Estás muy húmeda, ¿verdad? — Sí, Sí, Dios, sí. — Con Con una fuerza de voluntad que no sabía que tenía, seguí
moviéndome despacio. Por fin, no pude retrasar más el orgasmo. Me seguí moviendo despacio a lo largo de todo el orgasmo, y el placer era tan intenso que estuve a punto de perder el conocimiento. conocimiento. Cuando conseguí conseguí recuperar el aliento, me sonrojé de vergüenza. vergüenza. Saqué los húmedos dedos y los subí por mi clítoris hasta el estómago, dejando un rastro que se enfrió con el aire acondicionado de la habitación. — ¿Todo ¿Todo eso ha sido por mí?
— Sí, Sí, ha sido todo por ti. — Pues Pues imagínate cómo será cuando lo consigas de verdad. — Mmm. Mmm. — Estiré Estiré los brazos por encima de la cabeza y sonreí al techo — .
Supongo que tendré que fiarme de tu palabra. — Volveré Volveré dentro de una semana, dos como mucho. Me gustaría verte entonces. — Muy Muy bien. — No haces preguntas, ¿eh? ¿eh? — No hago preguntas. preguntas. ¿Te doy mi dirección? — Ya Ya la tengo. Fui yo la que dio contigo para la reunión, r eunión, ¿recuerdas? ¿recuerdas? — Sí, Sí, pero ¿y la dirección del trabajo? A veces me quedo aquí hasta tarde y no
quiero... y no quiero que no me encuentres. Cameron no dijo nada. Sus silencios me asustaban porque no sabía qué estaba pensando. — Ésa Ésa también la tengo. — ¿Y ¿Y tienes una idea de cuándo vas a volver? — pregunté, intentando intentando no parecer
demasiado ansiosa. — Eso Eso no te lo puedo decir. Tendrá que ser una sorpresa. No te importan las
sorpresas, ¿verdad? — Viniendo Viniendo de ti, no. — Pues Pues muy bien, quedas avisada. Prepárate para llevarte una buena sorpresa.
Sentí una oleada abrumadora de felicidad. Su voz sonaba ligera y risueña: estaba a gusto conmigo. A lo mejor ganarme su confianza no iba a ser tan difícil como yo pensaba. Bajé la mano por mi estómago y mi dedo jugó con el aro que tenía en el ombligo, al tiempo que hablaba con voz más grave:
— Te Te convendría no ponerte el mismo perfume que llevabas en la reunión. —
Cerré los ojos y se me dilataron las aletas de la nariz al imaginarme que captaba su olor en el aire. La excitación se apoderó de mi vientre — . Si estás a tres metros de mí, lo sabré. — ¿En ¿En serio? — Mmmm, Mmmm, en serio. — Interesante. Interesante. ¿Mackenzie? — ¿Sí, ¿Sí, Cameron? — Muy Muy bonito ese aro que llevas ll evas en el ombligo.
Sonreí de nuevo al tiempo que rodeaba el aro con el dedo y tiraba ligeramente de él. — Gracias, Gracias, a mí también me gusta. — Me Me senté de golpe — . Cómo... cómo has
sabido... si no... no me quité la ropa cuando estuvimos juntas. Cameron se echó a reír. — Te Te convendría cerrar las persianas la próxima vez que decidas pasarlo bien en
la oficina, cariño. Me levanté de un salto y corrí a la ventana, bajando un poco las tiras de las persianas para mirar fuera. Cameron estaba estaba sentada en su pequeño pequeño deportivo al otro lado lado de la calle. Unas gafas de sol le tapaban los ojos, pero no la gran sonrisa que tenía en la cara. Me lanzó un beso. — Oh, Oh, Dios... oh, Dios mío. — Solté Solté las persianas y dejé caer el teléfono a mi
lado. Pero no me puede haber visto desde el otro lado de la calle, ¿verdad? Bajé ligeramente las tiras de las persianas y por primera vez vi la huella borrosa de una mano en la ventana. Apoyé la mano en el cristal. Mi palma era mucho más grande que la huella. Se me dilataron las aletas de la nariz, al reconocer una vez más el perfume que
se me había quedado en los labios durante horas después de nuestro último encuentro. Me puse con cuidado el teléfono en la oreja — . Mm... ¿Hola? Cameron soltó una sonora carcajada. — Nos vemos pronto, ¿vale?
El teléfono se desconectó en mi oreja. Lo tiré a la mesa y me dejé caer en la silla, sin hacer caso del frío fr ío que sentía en el trasero. Una lenta sonrisa fue extendiéndose por mi cara. Nos vemos pronto, había dicho. Eso de pronto no sonaba nada mal.
RECUERDA — Soy Soy Mac.
Intenté no emocionarme al oír su voz. El hecho de tener el corazón atravesado en la garganta seguramente hizo que mi voz sonara más áspera de lo habitual. — Quiero Quiero verte.
Hubo silencio al otro lado del teléfono. — ¿Cameron? ¿Cameron? ¿No habías dicho dos semanas? — Ya, Ya, estás ocupada. — Me Me dejé caer en la cama y cerré los ojos para esperar la
respuesta. — No, no, no lo estoy. Me alegro alegro de que hayas hayas llamado — dijo. dijo. — Te Te dije que lo haría, ¿no? — Mm, Mm, no, la verdad es que no lo dijiste. A mí también me gustaría verte. — Estoy Estoy en el Pan Pacific. ¿Cuándo puedes venir? — Me pregunto si me oirá sonreír.
— No lo sé. Tengo Tengo que hacer hacer una llamada. ¿Puedes... me das dos horas? horas? — ¡Sólo ¡Sólo tengo esta noche, Mac! — No logré disimular la frustración de mi tono.
Lo que quería decir era: hoy es el Día de los Enamorados y por culpa de esos pelmazos del trabajo, ya casi se ha terminado. — Lo Lo sé. Lo siento... no me queda más remedio. — Vale, Vale, da tu nombre en recepción. Te dejaré una llave. — Colgué Colgué antes de que
pudiera cambiar de idea y luego llamé al servicio de habitaciones — . Hola, llamo de la habitación 129. Cancelen la langosta. Traigan sólo la ensalada, galletas saladas y fruta o algo así. Sí, y el champán... fresas me parece bien. Espere, ¿tienen... pueden rebozarlas en chocolate? Sí, eso estaría muy bien.
Colgué el teléfono y entré en el cuarto de baño para cerrar el grifo. No podía negar la decepción que sentía. ¿En qué demonios estaba pensando? Se trataba de Mackenzie Bryant, la única persona a la que sin lugar a dudas había odiado en toda mi vida. Y ahora me dedicaba a encargar cenas con langosta y preparar baños de burbujas. ¿Por qué, porque era el Día de los Enamorados? La idea de que Mackenzie Bryant fuese mi enamorada era ridícula. ¿No? Dejé caer la bata y me metí en la bañera. Con los ojos cerrados, me recosté, dejando que el agua caliente me relajara r elajara los músculos. Dios, cómo estaba de deliciosa cuando la estuve mirando por la ventana. No sé qué se apoderó de mí, pero tenía que verla. Mi intención era mirarla mientras trabajaba en el vivero y luego seguir adelante. Ni siquiera me di cuenta de que había marcado su número. Jo, ¿y cuándo me había aprendido su número de memoria? Y cuando la vi... Parecía cansada y sudorosa. — Qué Qué cosa más guapa — murmuré. murmuré. ¿Cómo es que no la recuerdo tan guapa en el instituto? Seguramente porque estaba siempre martirizándome. La idea me hizo reír,
pero Mac tenía razón, nunca me había hecho daño. Sí, me había dado miedo unas cuantas veces. Incluso me había arrugado algunas camisas, pero poco más. ¿Por qué le estoy buscando excusas? Recordé
el aspecto que tenía tumbada en ese sofá, con las
piernas abiertas. Yo estaba prácticamente pegada a la ventana y me importaba un bledo que llegara alguien y me pillara. Ni podía ni quería apartar los ojos de ella. Cómo deseaba verla desde otro ángulo. Casi no veía lo que hacía su mano desde donde estaba, pero sí veía su cara y vi cómo se movía más despacio cuando se lo pedí. Oía el suave susurro de su respiración y el móvil pareció calentarse junto con el aire que me rodeaba. Vi cómo se tensaba su cuerpo al llegar ll egar al orgasmo. Se me abrieron los labios como para corresponder a su suave gemido y mis dedos ardían por tocarla cuando cerró las piernas alrededor de su propia mano. Respiré hondo y abrí los ojos de par en par. Tenía que dejar de pensar en ella a todas horas. Me sumergí en el agua, salí de nuevo y bostecé. Había tenido que coger dos aviones para venir aquí, sólo para verla durante unas horas. Tendría que marcharme en un vuelo de las seis de la mañana si quería llegar a Oregón a tiempo para la reunión. Hice una mueca. Tal vez tendría que haber esperado una semana más. Me eché en la cama y pegué un puñetazo a la almohada. — ¿A ¿A quién demonios quiero engañar? No habrá más semanas.
Se acabó. Me dije que la vería una vez más y luego la dejaría en paz. Me estaba enloqueciendo enloqueciendo por algo que había ocurrido diez años antes. Dios, pero cómo estaba de buena en ese sofá. Si hubiera pensado que podía hacerle el amor y regresar a tiempo, me habría colado por esa ventana. Pero era imposible, de modo que me quedé mirando, observándola como una pervertida en un espectáculo para mirones, y ahora mis sueños estaban atormentados por esas imágenes. Miré el reloj. Dos horas, había dicho. Me echaré una siesta. Cuando llegue, estaré muy descansada.
Oí sus pasos vacilantes cuando llegó a la puerta. Se detuvo como si se hubiera olvidado de algo y luego oí que metía la tarjeta en la cerradura. Por alguna razón, sentí la necesidad de hacerle creer que seguía dormida. Se quedó de pie a mi lado largos instantes antes de hablar. — ¿Cameron? ¿Cameron? — Mac. Mac. — Abrí Abrí los ojos y miré el reloj. Había dormido tres horas y media. — Siento Siento llegar tarde. Es que...
Esperé, pero se limitó a sacudir la cabeza. — ¿Qué ¿Qué pasa, Mac? ¿Es que tu marido no quería que salieras en el Día de los
Enamorados? — Detestaba Detestaba el hecho de que bajo la burla, de verdad quería saberlo. Me importaba de verdad saber si estaba disponible o no. Le pasé la mano por el brazo. Estaba estupenda con sus pantalones negros y una blusa sin mangas, muy poco maquillaje y un perfume ligero que no conseguía reconocer. reconocer. Me senté y la sábana se me resbaló por los pechos y cayó sobre mi regazo. Nuestros ojos combatieron un momento hasta que los suyos se rindieron. — Nunca me he casado — dijo. dijo. — Lo Lo sé. — ¿Cómo ¿Cómo puedes saberlo? ¿Has hecho que me investiguen?
El drástico cambio de su tono me hizo fruncir el ceño. — ¿Y ¿Y si así fuera? ¿Te vas a ir, Mac? — No... No me voy voy a ir. — ¿Entonces ¿Entonces qué más da?
Yo no había hecho que la investigaran. Pero si hubiera querido, ya lo creo que habría podido. — Supongo Supongo que da igual — dijo. dijo. — ¿Qué ¿Qué me estás ocultando, Mac? — bromeé.
Su reacción fue de todo menos humorística. — ¿Y ¿Y a ti qué coño te importa? — gruñó gruñó — . He venido para que puedas follarme.
¿Recuerdas? Eso es lo único que quieres, ¿no? ¿Qué demonios te importa si estoy casada o si oculto algo? Quieres follarme, pues fóllame y deja... deja de comportarte como si te importara un carajo. Me tiré de la cama y agarré a Mac por los hombros. La necesidad de hacerla callar me quemaba casi tanto como la necesidad de demostrarle el daño que me hacían sus palabras. Mis dedos se enredaron en su pelo y acerqué su cara a la mía. — ¿Es ¿Es esto lo que quieres, Mac? — El El beso, pensado como castigo, no hizo más
que aumentar mi deseo por ella. Cuando caímos encima de la cama, mis labios se trasladaron a su garganta — . Muy bien, puedo hacerlo. Si te gusta esa blusa, será mejor que te la quites ya. Se quitó la blusa y la tiró al suelo. Las dos estábamos furiosas y ninguna sabía por qué. Tendría que haber haber parado en ese momento momento y haberla enviado a su su casa. Pero no lo hice.
Se le pusieron los pezones duros bajo mis manos y apreté con fuerza entre sus piernas con mi muslo. Luchó por quitarse los zapatos con los pies y yo forcejeé con la cremallera de sus pantalones. Cuando la cremallera cedió, le metí la mano por la parte delantera de los pantalones e inmediatamente me hundí en su calor. — Oh Oh — susurré susurré sin saber por qué y me quedé paralizada. Se me cerraron los
ojos y apoyé la frente fr ente húmeda en su hombro. — Cameron Cameron — dijo dijo jadeante.
A Mac se le aceleró la respiración y sus movimientos se hicieron desesperados cuando me puse a acariciar despacio la prueba endurecida de su excitación. Una parte de mí quería hacerla esperar, hacerle pagar esas palabras acaloradas. He venido para que puedas follarme. ¿Recuerdas?
Se le escapó un grito sofocado de entre los labios y sus movimientos se aceleraron. Ahora tenía los pantalones casi por los muslos. No la penetré, aunque me di cuenta de que eso era lo que ella quería. Aceleré el ritmo y ella se mordió el labio inferior. Intenté no hacer caso de mi propia excitación mientras manipulaba la suya con dureza. Lo único que quiero es follármela, me dije. — Ca... Ca... Cameron — susurró susurró mi nombre cuando se corrió. Cerré los ojos mientras
su cuerpo se estremecía bajo mis dedos insistentes y me incliné y le susurré al oído: — No es... lo que que quería.
Suspiró y yo alargué la mano y apagué la luz. Ante mi sorpresa, dejó que la abrazara y cerré los ojos. Se marcharía dentro de unas horas y yo no volvería a llamarla. ¿Cuándo me había vuelto tan mezquina? ¿Cuándo había empezado a desearla hasta el punto de la enajenación? Sabía perfectamente cuándo empezó todo, cuándo la provocación se convirtió en otra cosa y mi rabia se transformó en frustración.
— Eso Eso es mío. — El El vestuario amplificaba el miedo de mi tono. Me había dejado
el anuario en un banco y había vuelto corriendo para recuperarlo antes de que me lo robaran. No podría describir lo que sentí por el cuerpo cuando vi la cabeza morena de Mackenzie Bryant inclinada sobre mi libro mientras garabateaba algo en sus páginas. Al principio se quedó como una niña pequeña a la que hubieran pillado escribiendo en la pared con una de sus ceras preferidas. La culpabilidad no tardó en convertirse en rabia y se levantó del banco y se acercó a mí, mostrándome el libro. — ¿Esto? ¿Esto? ¿Esto es tuyo?
No pude evitarlo. evitarlo. Retrocedí un paso. paso. Ella sonreía levemente y me entraron tentaciones de mirar a mi alrededor para ver si había alguien más en el vestuario, pero sabía que estábamos solas. No habría nadie más hasta que terminara la siguiente clase. Una vez más, me había quedado atrapada a solas con Mackenzie. — ¿No ¿No quieres tu anuario? — La La burla era evidente en su tono y lo sostenía lo
bastante lejos de de mí para que no pudiera arrebatárselo arrebatárselo y poner pies en polvorosa. Alargué la mano, agarré el borde del libro y, tras calibrar su reacción, empecé a tirar de él. — Gr... Gr... gracias — dije dije y hasta conseguí sonreír, pegándome el anuario al pecho
como si fuese una armadura. Estaba segura de que lo había conseguido. Ya había retrocedido un paso y estaba a punto de salir pitando de allí, pero Mackenzie parecía tener otras ideas. Ni siquiera recuerdo ver cómo alargaba la mano, pero de repente me encontré con el dorso de su mano debajo de la barbilla y agarró mi anuario con tal fuerza que habría sido inútil intentar evitar que me lo quitara. Deja que se lo quede, cretina,
chilló mi mente y llegué al extremo de asentir ligeramente dándome por
enterada, pero mis dedos se negaban a soltarlo. Me entraron ganas de llorar por su traición. — Espera Espera un momento. ¿Cómo sé que es tuyo?
— Lleva Lleva mi nombre. — Mi Mi voz, aguda y quejumbrosa, rebotó hacia mí en las
paredes y el el suelo de piedra del vestuario. Me arrancó el libro de los dedos inútiles y yo seguí apartándome de ella. — Tengo Tengo que hablar contigo. ¿Dónde vas? — Ladeó Ladeó la cabeza al hacer la
pregunta, con con los ojos extrañamente extrañamente amables. Me entró el pánico. — Te Te lo puedes quedar. No lo quiero.
De repente, se enfureció de nuevo y yo me di de tortas por haber abierto la boca. De dos largas zancadas, Mackenzie no sólo cruzó la distancia que nos separaba, sino que me agarró la blusa con fuerza f uerza con los puños y me metió a empujones en las duchas. Me choqué con la pared del fondo con un ligero golpe y cerré los ojos. Esperé algún tipo de ataque físico, pero no se produjo. Abrí los ojos con cautela. La rabia que había visto instantes antes ahora había desaparecido. — No vuelvas a ponerte esta blusa blusa — dijo. dijo. — Pero... Pero... ¿pero por qué? Me la compró mi madre... — Me Me importa un carajo quién te la haya comprado. No te la pongas. — Vale, Vale, no me la pondré. — Apreté Apreté la cabeza contra la pared. Se me revolvió el
estómago cuando el puño de Mackenzie me agarró la blusa con más fuerza. Parecía tener la vista clavada en algo y cuando bajé la mirada, vi que se me notaban muchísimo los pezones debajo del sujetador. Me subió un rubor por el cuello que me inundó las mejillas. — Lo Lo siento — dijo dijo suavemente. Se me abrió la boca por la fuerza de la
costumbre para decirle que no pasaba nada. Pero me detuve, porque no se trataba de alguien que se hubiera chocado conmigo en los pasillos. Se trataba de la persona que hacía que se me acelerara el corazón cada vez que me miraba, que hacía que cada vez
me costara más levantarme por las mañanas para venir a este agujero infernal. ¿Y ahora se creía que con decirme que lo sentía, todo estaba arreglado? Apreté los labios y miré al suelo — ¿Oye? ¿Oye? — Su Su voz sonaba demasiado cerca y mi rabia desapareció tan deprisa como había surgido. Fuera lo que fuese lo que se hubiera fumado, el efecto acabaría pasando y yo yo todavía estaría estaría en peligro de recibir recibir una buena paliza. — ¿Sí? ¿Sí? — He He dicho que siento lo de la blusa, ¿vale?
Por el rabillo del ojo vi que alzaba otra vez la mano y cerré los ojos, esperando el puñetazo. Noté una cálida presión en el pecho justo encima del corazón y abrí los ojos. Me quedé mirando incrédula las uñas destrozadas de una mano sorprendentemente femenina. Se las come, pensé. ¿Qué podría poner a Mackenzie Bryant nerviosa hasta el punto de comerse las uñas? La idea me produjo tal curiosidad que tardé un momento en darme cuenta de que su mano me alisaba la blusa delicadamente moviéndose de lado a lado justo por encima de mi pecho. Se me calmó la respiración. — Quieres Quieres que la gente te vea con esta blusa, ¿verdad? — preguntó mientras
alisaba metódica e inútilmente las arrugas que había formado. Su tono al hacer la pregunta sonaba sonaba casi pensativo, pensativo, como si intentara intentara desentrañar desentrañar una cosa. — ¿Qué? ¿Qué? No. — Vale, Vale, ahora lo entendía. Está loca y nadie sabe siquiera que estoy aquí con ella. Me
aparté de ella todo lo que pude. Vale, ¿qué hacen en las
películas? Hacer que hablen, ¿no? — . No quiero que nadie...
Aspiró una temblorosa bocanada de aire y por fin me miró. Los ojos que yo me esperaba fríos y penetrantes parecían confusos y tal t al vez incluso asustados. ¿Alguna vez los había mirado de verdad? Meneé la cabeza, preguntándome por qué, cuando estaba a punto de recibir una paliza, me estaba preguntando si alguna vez me había fijado fi jado en los ojos de la persona que me maltrataba. A lo mejor no era ella la que estaba loca después de todo. — ¿Qué ¿Qué quieres de mí? — murmuré. murmuré. De repente, dejó de alisarme la blusa y me
atreví a echar un vistazo a su cara. Se cernía por encima de mí y para mirarla a los ojos haría falta mucho más valor del que yo poseía. Pero vi lo suficiente para saber que tenía
los labios tan apretados que se estaba formando un círculo blanco a su alrededor y que su cara estaba por lo menos un tono más oscura que de costumbre. ¿Qué demonios había hecho ahora? — ¿Tienes ¿Tienes novio? — No. Sabes que no — solté. solté. La incredulidad se coló en mi tono sin que pudiera
evitarlo. — ¿No? ¿No? No es eso lo que he oído.
El alivio se apoderó de mi estómago, calmando la náusea nerviosa, cuando me di cuenta de qué iba todo esto. — ¿Te... ¿Te... te refieres a Eddie? No es mi novio, es... ¿es el tuyo?
Eddie Fletcher me había besado, todo por una apuesta, según descubrí más tarde. Recuerdo que intenté apartar mi boca de su aliento, que era una mezcla de cigarrillos Pall Mall y chicle Hubba Bubba de sandía. Pareció a punto de echarse a reír en ese momento e hizo un gesto negativo con la cabeza. Pensé que me iba a dejar marchar, pero se quedó sonriendo. Mis ojos se posaron en sus labios, porque me resultaba muy extraño extraño verla sonreír. Levanté Levanté la mirada para ver si la sonrisa se le l e extendía a los ojos. Me sonrojé y sus largas pestañas bajaron como para ocultar el hecho de que sus ojos la habían dejado expuesta. Me puso la mano debajo de la barbilla y aunque en realidad no presionó, volví a levantar la vista hacia ella. — ¿Entonces ¿Entonces por qué dejaste que te besara? — preguntó. — No le dejé... no me gustó nada. nada. Lo aparté de de un empujón. — Mmm, Mmm, él me dijo que te gustó. Que querías que lo hiciera. — Sí, Sí, ya, como que me apetece que ese descerebrado de mierda me bese delante
de todo el mundo — dije dije y luego me calmé rápidamente. No sería la primera vez que mi boca me había había metido en problemas. problemas.
— Bien, Bien, porque no lo volverá a hacer. Le dije que si lo hacía, caminaría raro
durante el resto de su vida. — Me Me miró a la cara un momento y luego asintió, como si le hubiera dicho algo. Yo seguía confusa. ¿Ahora era mi protectora o yo había entendido mal su interés por Eddie? — . Dijo... dijo que besas bien. — Yo Yo no... ¿sí? — Eso Eso no me lo esperaba. Que me exigiera dinero, tal vez, pero
no que dijera que besaba bien. Todavía me sentía un poco desequilibrada, sin saber muy bien qué podía podía y qué no podía podía decir, de modo modo que no me atreví atreví a abrir la boca. boca. — Mmmm. Mmmm. Sí, eso dijo. — Oh. Oh. — Pero Pero yo no me lo creo. Le dije que él no sería capaz de reconocer un buen
beso ni aunque aunque lo comprara. Yo no parecía capaz de decir palabra. — Se Se me ha ocurrido probar. Ya sabes, para ver de qué va tanto alboroto.
Se me quedó mirando como si esperara que yo dijera algo. Abrí los labios y hasta conseguí humedecérmelos, pero hasta ahí llegó mi comentario. De repente, dobló las rodillas y cuando se irguió, teníamos los labios pegados. Noté que se me resbalaban las gafas por la nariz y que mi frente constantemente húmeda se cubría de sudor. Me soltó la blusa cuando el beso se hizo más profundo y todo lo demás se quedó inmóvil. Noté que algo me rozaba el pecho a través de la blusa de seda. Oh, Dios, ¿ha sido su mano? Sin duda, se trataba de una prueba. No tardaría t ardaría en parar, se reiría de mí
y le diría
a todo el mundo que yo era una pervertida, ¿a que sí? Le puse la mano en el pecho para apartarla y me detuve pasmada. Por alguna razón, me esperaba que fuera dura, toda músculo, y lo era, pero también era blanda. ¿Por qué no era capaz de abrir los ojos? Algo se tensó en mi estómago y se extendió hacia abajo. La sensación no me era desconocida. Ya sabía cuánta presión hacía falta y cómo debía tocarme para darme el máximo placer. Casi como si me hubiera oído, Mackenzie puso la pierna entre las mías y se apretó contra mí.
— ¿Bien? ¿Bien? — Me Me murmuró la pregunta al oído cuando por fin me dejó respirar.
Sus dedos volvían a acariciar la pechera de mi blusa. Por segunda vez en otros tantos días, me veía obligada a besar a alguien. al guien. Sólo que esta vez, ante mi vergüenza, me había gustado. Me vencí sobre ella y asentí. No podía mirarla por miedo a ver que se reía de mí, de modo que cerré los ojos y esperé a ver qué hacía. Los labios que cubrieron los míos esta vez no lo hicieron con la fuerza del beso anterior. Eran sorprendentemente delicados, casi como si ahora tuviera miedo de que yo la mandara a paseo. Noté la delicada presión presión cuando abrió abrió más la boca y, ante mi pasmo pasmo absoluto, su lengua se coló en mi boca y se puso a jugar con la mía, y me sentí agradecida por tener la pared detrás. No se estaba burlando de mí, no era posible. Esto tenía que ser algo más, ¿verdad? Me estremecí y la respiración de Mackenzie se aceleró a medida que el beso se hacía más exigente. El aire que salía de su nariz me hacía cosquillas en la mía. Me empezó a dar la sensación de que me iba a desmayar si no cogía aire pronto. Por fin me soltó y me obligué a abrir los ojos. — Tienes Tienes que respirar por la nariz — dijo dijo amablemente y yo asentí con la cabeza
como una lunática. Sus ojos observaban mi cara. Parecía estar esperando algún tipo de reacción y, como siempre, obedecí torpemente. — ¿Qué... ¿Qué... qué haces? — Tenía Tenía la lengua como si se s e me hubiera quedado dormida
por su beso. Siguió mirándome, con los ojos llenos de algo que había advertido en ella desde que empezaron las clases. Seguía mirándome con desdén, eso no había cambiado. Pero también había algo más. — ¿Qué ¿Qué crees que hago, mmm? — Se Se echó hacia delante de nuevo y me besó — .
¿Mmm? ¿Qué te parece que hago? Era como si me acabara de robar el aire de los pulmones. Quise preguntarle por qué me había besado así. ¿Por qué había parado? Noté las lágrimas que me escocían los ojos y mis labios adormecidos por el beso se abrieron como para decir "Oh, no" antes de que la primera lágrima resbarala por mi mejilla.
— ¿Por ¿Por qué, por qué lloras? Yo no he...
De repente, su cuerpo dejó de presionarme contra a la pared y sentí a la vez alivio y desilusión. Tardé unos momentos en darme cuenta de por qué ya no estaba ahí. La señora Graves, mi profesora de gimnasia de segunda hora, tenía a Mackenzie agarrada por el brazo y la apartaba a la fuerza de las duchas rumbo a la puerta. Era casi tan alta como Mackenzie y el doble de ancha. — Estoy Estoy harta de ti, Mackenzie Bryant — dijo dijo al tiempo que empujaba a
Mackenzie por delante de ella. Corrí detrás de ellas, intentando recuperar el aliento para decirle a la señora Graves que estaba cometiendo un error. — ¿Cameron? ¿Cameron? Cameron. Espere, maldita sea. — Mackenzie Mackenzie intentó sujetarse a la
puerta mientras sus sus ojos suplicaban suplicaban algo. — Señora Señora Graves, por favor — la la llamé — . No lo entiende... — Me Me callé, sin
aliento. ¿Qué le iba a decir? ¿Que me había gustado el beso? ¿Que yo deseaba lo que estaba pasando? ¿Cómo podía decirle eso? ¿Cómo podía decírselo a nadie? Miré a Mackenzie y me tapé la boca. ¿Qué quería ella que dijera? Mackenzie no paraba de mirarme, con ojos suplicantes, como cuando estábamos en las duchas. ¿Qué quería de mí? La señora Graves le apartó por la fuerza los dedos de las jambas de la puerta. En su cara se formó una sonrisa torcida y sus ojos se apartaron de mí. — Ha Ha sido divertido, Cameron. — Su Su voz había vuelto a adoptar ese tono brusco
de matona que siempre me había dado miedo y la señora Graves la obligó a salir por la puerta hacia el el despacho de dirección. Las seguí, todavía incapaz de decir nada. Tres veces consiguió Mackenzie detener a la señora Graves lo suficiente como para mirar atrás. Y cada vez que lo hacía, sus ojos se ponían más fríos al darse cuenta de que yo no iba a decir nada. La señora Graves abrió de un tirón la pesada puerta del despacho y metió en él a Mackenzie de un empujón. — Vete Vete a clase, Cameron. Yo me ocupo de ésta.
Me quedé mirando cuando la puerta de cerró despacio. Algo dentro de mí deseaba que diera un portazo para poder librarme por fin del hechizo que me había provocado Mackenzie Mackenzie Bryant. Pero no fue así. Se cerró en silencio. Y, como en sueños, me di la vuelta y obedecí. Me fui a clase. Cuando llegó la hora de comer, creo que todo el mundo se había enterado de que yo era la responsable de la expulsión permanente de Mackenzie Bryant. Estaba harta de ver las expresiones de lástima total en todas esas caras y traté de no hacer caso. Un día de clase parece demasiado corto cuando te preocupas por lo que te estará esperando cuando salgas. Estaba convencida de que Mackenzie estaría esperando para darme una paliza en cuanto saliera del edificio. ¿Por qué no había podido decir que no me estaba pegando y que en realidad estábamos...? Bueno, es que se trata de eso, ¿verdad, Cameron? No sabes muy bien qué estabais haciendo. Entré
en el comedor
arrastrando los pies y deposité mi bandeja con cansancio. Notaba las miradas clavadas en mi espalda y cerré los ojos, dándome de bofetadas mentales por no haber salido a comer al jardín. Un par de bandejas se posaron atronadoramente a cada lado de la mía. Eddie, el del mal aliento y los besos desmañados, y Lisa, la única chica a quien Mackenzie toleraba, se sentaron a mi lado. Me quedé mirando el plato, a la espera de los insultos. No tuve que esperar esperar mucho. — Así Así se hace, chivata. — Lisa Lisa se lanzó la melena por encima del hombro,
golpeándome de lleno en la boca y llenándome de pelos rubios el tenedor con que sujetaba la pasta. Dejé discretamente la comida estropeada en la esquina del plato y abrí un nuevo envase de cubiertos y servilleta. — Sí, Sí, qué forma de conseguir que expulsen a Mackenzie — intervino intervino Eddie, el
borrego por antonomasia. antonomasia. — No he sido yo yo — murmuré. murmuré. — Ya. Ya. ¿Y entonces quién ha sido? Porque yo no, ¿y tú, Eddie? — No, a mí me ha parecido oír que ha sido la chivata. chivata.
— Da Da igual — dije dije por lo bajo. — ¿Has ¿Has dicho algo?
Levanté la mirada y luego la volví a posar en mi comida. — No. — ¿Cómo? ¿Cómo? No te he oído. — He He dicho que no. Ahora dejadme en paz. — Claro, Claro, te dejo en paz. — Lisa Lisa se puso a quitar la comida de su bandeja y a
colocarla ordenadamente encima de la mesa. Yo seguí masticando mi horror de pollo y bebiendo leche leche por la pajita — . Oye, Eddie, ¿te importa colocarme la bandeja? Ni lo vi venir. Tal vez tendría que haberlo visto, pero estaba estaba demasiado ocupada ocupada intentando desaparecer dentro de mí misma. El dorso de la bandeja de Lisa se estampó contra mi nariz. Parpadeé, cegada por el dolor y la l a conmoción, y aspiré aire por la boca. Intenté sorber, pero el dolor, agudo y penetrante, me obligó a cerrar los ojos de nuevo. — Escucha, Escucha, yo no quería que la expulsaran. Intenté decirle a la señora Graves...
Me callé al ver la expresión de horror auténtico con que me miraba Lisa. Fue entonces cuando noté el sabor metálico de un líquido lí quido que sólo podía ser sangre. — ¡Oh, ¡Oh, mierda, le has jodido la nariz! — Eddie Eddie se levantó y empezó a apartarse
como si yo fuese Carrie durante el baile de fin de curso. Alcé la mano y la aparté de golpe cuando el dolor me atravesó la cara y me llegó directo a la nuca. Miré la sangre que me cubría la mano, sin saber de quién era. Entonces todo se puso negro. Me enteré más tarde de que me había caído de espaldas, golpeándome la cabeza en el suelo, y que me tuvieron que llevar corriendo al hospital, donde me pusieron tres puntos y un vendaje en la nariz rota. Ah, y además con aquello también conseguí unos estupendos ojos morados. Cuando volví a clase, me dijeron que todo el asunto se atribuía a Mackenzie Bryant. Decían que había sido una especie de venganza por haber hecho que la
expulsaran. Lisa y Eddie fueron expulsados unos días y al volver me evitaban como a la peste, lo cual cual me venía muy bien. Pasaron diez diez años hasta que que volví a ver ver a Mackenzie. Pero sólo un mes hasta que soñé por primera vez que hacía el amor con ella.
Cerré los ojos y me puse la mano en la frente. Todas las demás cosas que me había hecho Mac empezaban a difuminarse y ésta parecía la más importante. ¿Empezaba a verlo con otros ojos ahora que habíamos hecho el amor? No, Cameron, ahora no empieces a engañarte. Habéis hecho sexo. Pero la expresión de sus ojos había
sido tan... Me volví de lado y le puse la mano en el estómago. Mac pegó un respingo, como si saliera de un sueño, y se volvió hacia mí. — ¿Qué ¿Qué pasa? — Tengo Tengo cosquillas ahí — dijo. dijo. — ¿Sí? ¿Sí?
No pude evitarlo y mis dedos se acercaron de nuevo al estómago de Mac. Ella se puso boca abajo, con el pelo extendido por la almohada, y volvió la cara sonriéndome. — Jamás Jamás me vas a dar cuartelillo, ¿verdad, Cameron? — bromeó. Me quedé
mirándola un momento, sin devolverle la sonrisa. La suya desapareció poco a poco — . ¿Qué ocurre? — preguntó con un matiz de miedo en el tono. — Nada. Es que... me preguntaba por qué nunca me había fijado en lo
expresivos que son tus ojos. Mac sonrió. — Recuerda Recuerda que siempre llevaba gafas de sol. — Yo Yo creía que era porque así molabas más.
Mac se encogió de hombros y se puso de lado, dejando que la sábana le resbalara hasta la cintura. — Eso Eso también. Era muchas cosas cuando era niña. Estaba hecha un lío. — ¿Por ¿Por tu sexualidad? sexualidad?
Mac asintió y sus dedos se posaron vacilantes en mi brazo y me acariciaron los músculos. — Incluso Incluso antes de saber que era lesbiana, nunca me vi a mí misma haciendo un
papel tradicional. tradicional. — Mm, Mm, ahora que lo pienso, yo tampoco te veía así.
Nos sonreímos y ella fue la primera en mirar a otro lado. Vaya, fíjate, pensé mientras esperaba a que volviera a mirarme. Es tímida. Acabamos de revolcarnos como dos cerdas salvajes y es tímida. Bajé la mano y le levanté la barbilla. Me miró y sonrió,
sonrisa que se reflejó en sus ojos y que obtuvo una punzada de respuesta entre mis pechos. Me eché hacia delante y la besé. Abrí despacio la boca y ella también abrió la suya obedientemente. Sus manos me rozaron los pezones a través de la sábana. Aunque podría haberlas metido perfectamente por debajo, las dejó encima, atormentándome. atormentándome. Cuando se me escapó un suave gemido de la garganta, las palabras Recuerdo este beso resonaban con fuerza en mi cerebro. Casi como si me oyera, apoyando una mano en mis riñones, Mac me dio la vuelta hasta colocarse encima de mí, con el pelo cayéndole por los hombros y derramándose en la almohada a mi lado. — ¿Bien? ¿Bien? — Dijo Dijo la palabra como si fuera un esfuerzo tremendo para ella. Su
voz era baja y ronca. También recuerdo esta voz. Asentí y esta vez también contesté. — Bien. Bien.
Su boca se posó sobre la mía para darme un beso tan delicado y enternecedor que supe que esto era lo que podríamos haber tenido largo tiempo atrás. Así era como tendría que haber sido nuestra primera vez, pero no lo fue. La abracé largo rato, acariciándole la espalda, sin movernos. La besé en los hombros y acaricié con los dedos la carne de gallina que se le puso de inmediato. — ¿Mac? ¿Mac? — Sshhh Sshhh — susurró susurró y me besó otra vez. Me calmé inmediatamente y Mackenzie
sacó una pierna de entre las mías. Me rodeó un pezón con sus suaves labios y tiró ligeramente antes de emprender una delicada succión que no tardó en hacer que me frotara contra ella. No lo permitió mucho rato, me rodeó la cintura con los brazos y cerré los ojos cuando se trasladó tr asladó al otro pezón. Se movía lenta y metódicamente y pensé que me iba a morir antes de que pasara del pecho. Un siglo después se acomodó entre mis piernas. Una lágrima me cayó por la mejilla y hundí las manos en su pelo, instándola a terminar lo que había empezado antes de que lo terminara yo por ella. Los labios que me besaban eran tiernos, casi demasiado. Yo quería un orgasmo rápido y fuerte antes de que me volviera loca. Lo que me daba era lento y delicado y me estaba matando. — Mac, Mac, por favor, no puedo esperar. — Lo Lo sé — dijo dijo y cogió delicadamente mi clítoris entre los labios. Y
exactamente de la misma forma en que me había chupado el pecho, se ocupó con ternura de mi clítoris. Gemí por la maravillosa tortura y no estaba preparada para la primera oleada del orgasmo. or gasmo. Fue profunda y arrebatadora. Empezó en un sitio sit io y acabó haciendo que mi cuerpo entero fuese una gigantesca contracción. Mac me seguía teniendo presa con sus suaves labios y su lengua persistente, cuyo movimiento no pasaba ni un un solo momento de delicado delicado y no se aceleraba nunca. Dejó de moverse y se quedó tumbada en silencio con la mejilla apoyada en mi cadera hasta que se me calmó la respiración. — Cameron, Cameron, ¿estás cansada? — La La pregunta habría tenido gracia de no haber
sido por ese tono de su voz. Ese mismo tono de súplica que me había atormentado
durante más años de los que debería. ¿Por qué seguía allí incluso después de haber hecho el amor? — No — dije dije suavemente y le puse las manos en los hombros para subirla y darle
un beso. — No es eso, no me refiero a eso — dijo, dijo, pero dejó que tirara de ella y la besara.
Me encantó saborearme en sus labios. — ¿Qué ¿Qué es lo que quieres, tesoro? Dímelo — dije dije suavemente. Noté que me
estaba excitando por todas las posibilidades. En ese momento se me ocurrió brevemente que debería preocuparme que mi deseo por Mackenzie fuese igual de fuerte que la primera noche. — Esta Esta vez quiero sentirte — dijo, dijo, con los labios a meros centímetros de los
míos. — ¿Sentirme? ¿Sentirme? — pregunté tontamente, tontamente, sin comprender comprender lo que quería decir.
Esta vez ella acercó sus labios a los míos y asintió con la cabeza. — Te Te lo enseño, ¿vale?
Una mano grande bajó por mi costado y se posó en mi cadera. Mackenzie pasó una pierna por encima de la mía y con la otra me abrió las piernas. Los dedos que manipulaban mi clítoris eran tan firmes que al instante pensé que iba a volver a tener un orgasmo. Y cuando se metieron en mi abertura, no me sorprendió que encontraran calor y humedad. Gemí, muy cerca ya del orgasmo, cuando ungieron mi clítoris con mi propia excitación. Esto pasó dos veces y entonce me di cuenta de que Mackenzie se metía poco a poco cada vez más hondo dentro de mí y que yo se lo estaba facilitando al abrir las piernas todo lo que podía y tirar con fuerza de sus hombros. Me mordí el labio inferior y noté que el cuerpo de Mackenzie se ponía rígido. — ¿Te ¿Te hago daño? — preguntó — . ¿Paro? — No. No, me das das mucho gusto. gusto.
— Y tú a mí. — Sonrió Sonrió trémula — . Me gustaría sentirte cuando te corras. ¿Te
parece bien? — Sí Sí — asentí, asentí, y reemprendió sus movimientos. Las embestidas lentas y
profundas, como sus anteriores atenciones, me daban un placer enloquecedor. enloquecedor. Me descubrí intentando prolongar el tiempo que estaba dentro de mí contrarrestando sus embestidas con mis propios movimientos. A Mac no parecía molestarle mi estrategia y me seguía el ritmo sin dificultad. Abrí los ojos para asegurarme de que estaba bien y me quedé pasmada al ver que me estaba mirando. Sus ojos, llenos de placer y hambre, fueron lo que me lanzó por el borde del precipicio. Le sujeté la cara entre mis manos y con los ojos abiertos de par en par y sus dedos hundidos en mi interior, me sumí en el orgasmo con un grito ronco. Casi no oí a Mac diciendo mi nombre al tiempo que cerraba despacio los ojos y se hundía dentro de mí. La abracé, percibiendo, inexplicablemente, que era ella quien necesitaba consuelo, aunque fuese yo la que estuviera teniendo el orgasmo. Por un momento dio la impresión de que Mac me aplastaba en la cama y acogí gustosa su solidez. Alzó la cabeza y dijo: — Llevo Llevo mucho tiempo soñando con hacer eso.
Le aparté suavemente el pelo de la frente húmeda y susurré: — Yo Yo también.
Mac volvió a echar la cabeza hacia atrás ligeramente y una pequeña sonrisa confusa bailó en sus labios hasta transformarse en incredulidad. — ¿De ¿De verdad? — dijo dijo y yo asentí. — Mac... Mac... yo... ¿Crees que he jodido todo este asunto o existe la posibilidad de
que podamos empezar de nuevo? — ¿Empezar ¿Empezar de nuevo? — repitió. repitió.
Asentí.
— Si Si tú quieres, estoy dispuesta a olvidar ciertas cosas y a intentarlo. Mira, no sé
qué es lo que tenemos, pero por alguna razón ha sobrevivido a diez años de ideas falsas y, bueno... no sé, es que creo que aquí hay algo que podría valer la pena... — ¿Valer — . ¿Entonces se acabaron las ¿Valer la pena comprobar? — bromeó, y asentí —
venganzas? — Mmm, Mmm, yo no diría eso. A mí me ha gustado lo de la venganza — bromeé y le
di un beso. Sonrió y me besó a su vez. — ¿Estás ¿Estás segura? — Estoy Estoy segura — dije dije — . Y para lo que valga, lo siento. s iento. — Yo Yo también, pero esto no, esto jamás. Tengo que decirte una cosa, Cameron. — ¿El ¿El qué? — Hoy Hoy iba a ser el último día que pensaba verte.
Me puse rígida. Por alguna razón, me sentí herida al pensar que iba a zanjar la situación. No pensé que yo había planeado hacer exactamente lo mismo. Me eché hacia atrás. — No te culpo. Las Las cosas no eran eran precisamente precisamente sanas. — No, no lo eran. He cambiado en muchas cosas. No soy la misma persona que
era hace diez años. Y por mucho que lamente lo que ocurrió entre nosotras, no puedo pasarme la vida entera pidiéndote perdón. perdón. Asentí. — Bueno, Bueno, no creo que tengas que hacerlo. — Bien. Bien. — Mac Mac se incorporó y pasó las piernas por el borde de la cama — .
Tengo que irme.
— ¿Tan ¿Tan pronto? — exclamé exclamé y al instante me sentí llena de rabia. Había dejado
que se volvieran las tornas. Era yo la que se tenía que ir. No ella. — Tienes Tienes que coger un avión. ¿Recuerdas?
Miré el reloj. — Oh, Oh, mierda — dije, dije, al tiempo que me levantaba de la cama de un salto y me
ponía a buscar buscar mi ropa y a meterlo meterlo todo en la maleta abierta abierta del rincón. — ¿Cameron? ¿Cameron? — ¿Mmm? ¿Mmm? — dije dije distraída. — ¿Tienes ¿Tienes tiempo para ducharte?
Me volví para mirarla y sonreí. — Mmmm Mmmm — dije, dije, dejando caer el camisón al suelo y decidiendo mentalmente
que si alquilaba un coche, podría llegar l legar a Oregón en unas diez horas.