FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO
Nicolás SHUMWAY.* La invención de la Argentina, Historia de una idea.
Buenos Aires, Emecé, 1993, pp. 131-141. * Profesor Asociado de Español en la Universidad de Yale.
La generación del 37 fue un grupo de jóvenes entusiastas, casi todos ellos entre veinte y treinta años, que en 1837 organizaron una Sociedad Literaria, como parte de una reflexión crítica sobre el país; de ahí saldrían con el tiempo algunas de las más perdurables ficciones orientadoras de la Argentina. Pese al siglo y medio que nos separa de sus primeros escritos, la Generación del 37 sigue siendo probablemente el grupo de intelectuales más notable del país. Los hombres del 37 se asignaron dos altas tareas intelectuales: identificar sin idealización los problemas que enfrentaba el país, y trazar un programa que hiciera de la Argentina una nación moderna. Al describir los problemas del país, crearon lo que con el tiempo se transformó en un género lamentable de letras argentinas: la explicación del fracaso. Es fácil entender por qué el fracaso los obsesionó. Durante sus años formativos, todos los miembros de la generación del 37 presenciaron la incapacidad de las diversas provincias de formar una unidad, el fracaso de los liberales porteños de proporcionar un liderazgo inclusivo, el fracaso de las masas de elegir funcionarios responsables, y el fracaso de las teorías europeas, que tan sólidas parecían, de ofrecer una alternativa constitucional a la ley de los caudillos. No puede sorprender la explicación de los fracasos, con una crudeza que se acerca al negativismo constructor, sea la ocupación más característica de esa generación. En cuanto a su segunda tarea, la de crear un programa para resolver los problemas de la Argentina, tomaron el grueso de las ideas de sus contemporáneos europeos, al punto de repetir el error rivadaviano de creer demasiado en el poder redentor de las nuevas teorías europeas y norteamericanas, en las palabras altisonantes y en los decretos bien redactados. La historia de los hombres del 37 no puede empezar con ellos, empero, puesto que su desarrollo intelectual e identidad de grupo están paradójicamente vinculados con el reinado de su enemigo político y “bestia negra” ideológica, Juan Manuel de Rosas, el dictador que dominó la política argentina de 1829 a 1852. Mientras Rosas estuvo en el poder, los hombres del 37 se vieron obligados a considerar cómo su país podía producir semejante dictadura, y porqué las altas ambiciones de los rivadavianos habían dado un resultado tan lamentable. Sólo contra el fondo de la dictadura de Rosas puede apreciarse plenamente la Generación del 37; de ahí que este capítulo exponga la elevación, naturaleza e importancia del rosismo, y después estudie las teorías con las que los hombres del 37 empezaron a explicar los males del país (...).
De ninguna manera Rosas era un intelectual; de hecho, su punto de orgullo académico fue al parecer su ortografía casi perfecta. No obstante fue considerablemente influido por su educado y reaccionario primo, Tomás Manuel de Anchorena (hombre de ideas rancias y antisociales, según Iriarte, IV, 72... versado en el pensamiento de Edward Burke, Joseph de Maistre, Gaspar Re de Curbán y otros críticos de la Revolución Francesa y la soberanía popular (Sebreli, Apogeo, pp. 72-73). Autoproclamado “El Restaurador de las Leyes”, Rosas representó en gran medida una vuelta a las prácticas coloniales (...). En resumen, aunque Rosas gozó de gran popularidad, no fue en ningún sentido un verdadero populista. Las teorías de inclusión, proteccionismo y nativismo enunciadas por Artigas e Hidalgo le repugnaban tanto como el liberalismo afrancesado de los unitarios (...). A pesar de su atraso y crueldad, el gobierno de Rosas no careció de logros. La economía creció significativamente en el período (Scobie, Argentina, pp. 102104). Siguiendo la fórmula de enfiteusis de Rivadavia, se liberó nueva tierra, que por lo general terminó en manos de los ya ricos estancieros (Lynch, p. 51-59). Rosas negoció hábilmente con los acreedores británicos, asegurándose que los pagos de la deuda no lo incapacitaría para pagar a sus propios soldados y funcionarios civiles, cuya lealtad necesitaba (Ferns, pp. 218-224). De hecho, Rosas se llevó muy bien con los ingleses. Como le escribía el agente norteamericano, Williams Harris a Daniel Webster en una carta fechada el 20/9/1850: “Una de las peculiaridades más inexplicables del gobernador, y como necesaria consecuencia también de todos los principales hombres de nota de este país, es la extraordinaria parcialidad, admiración y preferencia por el gobierno inglés, y los hombres ingleses, en todas las ocasiones y bajo todas las circunstancias. Calificó esta parcialidad y preferencia como inexplicable en razón de la política arrogante y egoísta, y las influencias siniestras e impertinentes que el gobierno y los ciudadanos ingleses siempre han mostrado respecto a estos países ” (Citado en Lynch, p. 293) (...) Hoy, los historiadores rosistas hacen mucho hincapié en sus intentos de recapturar la provincia perdida del Uruguay y en su exitosa resistencia al bloqueo anglofrancés (por ejemplo Carlos Ibarguren, Rosas, pp. 414-417; Julio Irazusta, Breve historia, pp. 126-127). Aun San Martín desde su lecho de muerte en Paris en 1850, dio orden que su sable fuera entregado a Juan Manuel de Rosas por “la firmeza con que sostuvo el honor de la república contra... los extranjeros que quisieron humillarla” (citado en Haring, p. 638). Pero otro de los logros de Rosas fue uno que con toda seguridad nunca se propuso: su gobierno reaccionario estimuló el desarrollo de la primera generación importante de intelectuales en la Argentina, la Generación de 1837 (...) (pp. 138 -141).
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