Introducción a la Filosofía (UAZ Virtual)
Helenismo y filosofía de la antigüedad tardía
Tras la muerte de Platón, su Academia pierde lustre filosófico y la escuela de Aristóteles se dedica cada vez más a las ciencias particulares. Eso sitúa en un primer plano a otras tres escuelas, la de Epicuro, el escepticismo y la Estoa, influidas por pensadores anteriores: Parménides, Demócrito y Sócrates. Lejos de ser unos epígonos, estas nuevas corrientes desarrollan ideas que dejan en Occidente una impronta poco menor que las de Platón y Aristóteles. En las escuelas helenísticas posteriores al clasicismo se quiebra la unidad entre política y bienestar personal. Las instituciones políticas pierden importancia; el propio cosmopolitismo de la Estoa es casi siempre apolítico. En una época en que, tras el ocaso de las polis griegas, había desaparecido casi cualquier posibilidad de intervención política, la idea de la naturaleza política del ser humano se sustituye por una búsqueda individual de la felicidad que, sin embargo, no se concibe ya como teoría. A pesar de las diferencias en los planteamientos y de la preferencia por ciertos temas, las tres escuelas mantienen una misma doctrina de principio respecto a la preocupación por el bienestar personal. Para ellas, la felicidad “privatizada” se encuentra en la calma y la independencia interior. Epicuro y el escepticismo definen el objetivo de la vida como ataraxia, como la suma de “imperturbabilidad” y “ecuanimidad”. La Estoa, como apatheia, como “impasibilidad” en el sentido más amplio de la palabra, una libertad respecto a todo lo que experimenta el hombre en contra de su voluntad. En vez de buscar, como en la Edad Moderna, un poder cada vez mayor sobre la naturaleza externa, el estoico se pliega a lo ineludible y limita sus propias pretensiones. No se desea un cambio del mundo natural y social sino, preferiblemente, el de uno mismo, el de los propios pensamientos e impulsos: para poder obtener lo que queremos, debemos desear lo que podemos. Quien alcanza ese ideal de profundo sosiego, es decir, el sabio, vive “como un dios sobre la Tierra”. Las escuelas helenísticas tienen otra característica común: el fundamento último del conocimiento y la acción son las percepciones teóricas o prácticas). El epicureísmo es uno de las tres corrientes más importantes de la filosofía helenística. Es fundado por Epicuro junto con sus colaboradores Metrodoro, Hermaco y Poliaeno. Epicuro llega a fundar comunidades practicantes de su filosofía en Mitilene, Lampsaco y finalmente en Atenas, donde el nombre de su escuela, “el Jardín”, llega a ser sinónimo de epicureísmo. Estos grupos se proponen vivir el ideal de vida epicúrea, apartada de la sociedad política, aunque sin una oposición activa a la misma, y dedicarse a la discusión filosófica y al culto de la amistad. Su correspondencia es convertida en una antología y estudiada como modelo de vida filosófica por los epicúreos posteriores, para los que los escritos de Epicuro y de sus tres colaboradores, conocidos de forma colectiva como “el Hombre”, alcanzan virtualmente un status bíblico. Epicuro escribe abundantemente, pero todo lo que se conserva son tres breves epítomes (la Carta a Herodoto, sobre física, la Carta a Pitocles , sobre astronomía, y la Carta a Meneceo , sobre ética), una colección de máximas y algunos fragmentos en papiro de su obra magna Sobre la naturaleza. Por lo
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demás, dependemos enteramente de noticias de segunda mano, de la doxografía y de los escritos de sus seguidores posteriores. La teoría física epicúrea es de tipo atomista, desarrollada a partir del sistema del siglo V ideado por Demócrito. Los entes que existen per se se dividen en cuerpos y espacio, cada uno de ellos en cantidad infinita. El espacio es, o incluye, el vacío absoluto, sin el cual el movimiento resultaría imposible, mientras que el cuerpo está formado por partículas físicamente indivisibles o “átomos”. Los átomos se pueden analizar a su vez como conjuntos de minima absolutos, los cuantos últimos de magnitud, postulados por Epicuro para evitar las paradojas que Zenón de Elea deriva a partir de la hipótesis de la divisibilidad infinita. Los átomos sólo poseen las cualidades primarias de forma, tamaño y peso. Todas las propiedades secundarias, por ejemplo, el color, son generadas a partir de compuestos atómicos. Dado su status dependiente, no se pueden añadir a la lista de entes existentes per se , lo cual no significa, como ha sostenido la tradición escéptica en el atomismo, que no sean reales. Los átomos se hallan en un constante y rápido movimiento y a una velocidad igual, ya que en el puro vacío no existe nada que pueda disminuir su velocidad. La estabilidad surge como una propiedad global de los compuestos, los cuales son formados por grandes grupos de átomos al acomodarse a patrones regulares de movimiento complejo. Éste se ve gobernado por los tres principios causales del peso, las colisiones y un movimiento mínimo y aleatorio denominado de “vacilación”, el cual es responsable de iniciar nuevos patrones de movimiento, alejando así el riesgo del determinismo. Nuestro propio mundo, como el resto de los otros incontables mundos, es un compuesto de ese tipo, generado accidentalmente y de duración finita. No hay ninguna mente divina tras ello, o tras la evolución de la vida y la sociedad: los dioses han de ser vistos como seres ideales, modelos de la vida epicúrea, y por ello ciegos ante nuestros asuntos. De una forma canónica, la teoría epicúrea del conocimiento se basa en el principio de que “todas las sensaciones son verdaderas”. Rechazar el conocimiento empírico se considera una forma de derivar en el escepticismo, el cual es a su vez rechazado como una posición autorrefutadora. Las sensaciones son, si se consideran como meras representaciones, verdaderas. En el caso paradigmático de la visión, sutiles películas de átomos (en griego eidola, en latín simulata) fluyen constantemente de los cuerpos, y nuestros ojos captan de forma mecánica aquellos que los alcanzan, sin adornarlos o interpretarlos. Inferir desde estos datos ciertos, casi fotográficos, la naturaleza de los objetos externos en sí mismos involucra un juicio, y entonces sólo el error puede tener lugar. Las sensaciones constituyen así uno de los tres “criterios de verdad”, junto con los sentimientos, un criterio acerca de los valores y la información introspectiva, y la prolepsis, o conceptos genéricos adquiridos de forma natural. A partir de la base suministrada por la evidencia sensorial, nos vemos autorizados a inferir la naturaleza de los fenómenos microscópicos o remitos. Los fenómenos celestiales no son algo que pueda ser considerado como obra de los dioses, lo cual entraría en conflicto con la prolepsis que considera a los dioses en reposo, y, por tanto, es la experiencia la que suministra una plétora de modelos que pueden adecuarse a ellos de una forma naturalista. Estos fundamentos se reducen a la consistencia con los fenómenos directamente observados y reciben el nombre de ouk antimarturesis
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(“falta de evidencia en contra”). Paradójicamente, cuando diversas explicaciones alternativas del mismo fenómeno pasan esta prueba, entonces es preciso aceptarlas todas, aunque sólo una de ellas pueda ser verdadera para cada fenómeno instanciado. Las otras, dada su posibilidad intrínseca y la infinidad espacial y temporal del universo, deben ser ciertas para otras instancias del mismo tipo en alguna otra parte. Afortunadamente, cuando se pasa a los logros básicos de la física, se considera que sólo una teoría pasa la prueba de consistencia con los fenómenos. Las éticas de inspiración epicúrea son hedonistas. El placer es nuestro objetivo natural innato, al cual todos los demás valores, incluyendo la virtud, se ven subordinados. El dolor es el único mal, no habiendo estados intermedios. La tarea de la filosofía consiste en mostrar de qué modo es posible maximizar el placer, del siguiente modo: el placer corporal resulta más seguro si adoptamos un modo de vida sencillo que satisfaga sólo nuestros deseos naturales y necesarios, contando para ello con el apoyo de amigos que piensen de igual modo. El dolor corporal, cuando es inevitable, puede ser atenuado por el placer mental, el cual supera al primero, ya que alcanza al pasado, presente y futuro. El mayor placer, ya sea corporal o espiritual, es un estado de satisfacción denominado “placer katastemático”. Los placeres que precisan estimulación o “placeres cinéticos”, incluyendo aquellos que proceden de la lujuria, pueden variar este estado, pero no tienen capacidad para incrementarlo: el intento de acumular placer no incrementa su cantidad total, aunque sí aumenta nuestra vulnerabilidad a los giros de la fortuna. Nuestro objetivo principal debería ser por todo ello minimizar el dolor. Este fin se logra para el cuerpo siguiendo un modo de vida sencillo y para el alma a través del estudio de la física, la cual lleva a alcanzar el último placer katastemático, “la libertad ante toda perturbación” ( ataraxia), al eliminar las dos principales fuentes de la angustia humana, el temor a los dioses y el temor a la muerte. Esto nos enseña: a) que los fenómenos cósmicos no son consecuencia de la amenaza de los dioses y b) que la muerte es una mera desintegración del alma en la que el infierno es una mera ilusión. Sentir temor ante nuestra futura no existencia es tan irracional como añorar la no existencia que disfrutábamos antes de haber nacido. La física también nos enseña cómo huir del determinismo, el cual convertiría a los agentes morales en fatalistas carentes de mente: la doctrina de la vacilación asegura cierta dosis de indeterminismo, del mismo modo que lo hace la doctrina lógica según la cual las oraciones en futuro no son ni verdaderas ni falsas. Los epicúreos son los primeros en hacer una defensa explícita del libre albedrío, aunque carecemos de los detalles correspondientes a la explicación positiva de esa posición. Por último, los grupos epicúreos, aunque pretenden retirarse de la vida pública, muestran un vivo interés por la defensa de la justicia ciudadana, la cual analizan no como un valor absoluto, sino en términos de un contrato entre los seres humanos por el cual evitamos conductas lesivas sobre el fundamento de una mayor utilidad, admitiendo constantemente su revisión con el cambio de las circunstancias. El epicureísmo goza de una amplia popularidad, pero a diferencia de su gran rival, el estoicismo, nunca llega a figurar entre las principales corrientes de pensamiento del mundo antiguo. Sus posiciones son tachadas por muchos de filisteas, especialmente por lo que se refiere a su rechazo de todas las actividades
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no asociadas al modo de vida epicúreo. También es considerado progresivamente como una filosofía atea y su hedonismo ascético es impropiamente representado como cruda sensualidad. Pese a ello, sigue creciendo hasta el final del periodo helenístico y más allá. En el siglo I a.C. sus mayores representantes incluyen a Filodemo, cuyo tratado titulado De los signos , que ha sobrevivido de forma fragmentaria, da fe de los sofisticados debates habidos entre los estoicos y los epicúreos acerca de la inducción, y Lucrecio, autor romano a quien se debe el gran poema didáctico De rerum natura. En el siglo II d.C. otro epicúreo, Diógenes de Oenoanda, ve como se esculpen sus escritos filosóficos en una columnata pública, de los cuales han sobrevivido, además, algunos pasajes. A partir de este momento, la importancia del epicureísmo comienza a declinar. Durante el Renacimiento se vuelve a suscitar un serio interés por parte de los humanistas y también se puede decir que el atomismo ha sido una influencia importante en los inicios de la física moderna. Hoy en día se llama “estoicos” a quienes que soportan con calma, con una “indiferencia estoica”, las contrariedades de la vida. Este ideal de vida del sabio que conserva su libertad interior incluso en medio de circunstancias adversas caracteriza, realmente, a la Estoa. Su filosofía posee, no obstante, un alcance mayor. La filosofía estoica, fundada por Zenón de Citio y Crisipo, y continuada por Panecio y Posidonio, consiste en una combinación de lógica (incluida una teoría del conocimiento, una filosofía del lenguaje y una retórica), física (en el sentido de filosofía natural) y ética. La Estoa no adquiere sus rasgos de filosofía popular hasta una época tardía. En Séneca, que es educador y, durante un tiempo, el consejero más influyente de Nerón, en Epicteto, esclavo liberto de un funcionario de la corte imperial, y en el emperador Marco Aurelio, las reflexiones más fundamentales sobre lógica y filosofía natural quedan relegadas a un segundo plano por las recomendaciones de tipo moral y por una sabiduría práctica de la vida. El neoplatonismo, pensamiento dominante en la Antigüedad Tardía, es algo más que una simple renovación de las enseñanzas platónicas. Sus grandes representantes, Plotino, Porfirio y Proclo, buscan también una síntesis con Aristóteles, por lo que se podría hablar igualmente de un neoaristotelismo. No obstante, las ideas predominantes son las platónicas, y Aristóteles no influye de manera significativa ni como estudioso de la naturaleza ni como teórico constitucional. La ética aparece rigurosamente limitada en cuanto a su temática, y falta por completo la filosofía política. En cambio, se recuperan la idea estoica del logos y cierto componente místico. Se produce, además, una especie de teologización de la filosofía, pues el concepto de “Dios” adquiere un peso mucho mayor. Al mismo tiempo, frente a la preponderancia de las cuestiones prácticas de la vida, la teoría vuelve a desempeñar el papel más importante en las escuelas helenísticas, aunque en este momento corre el riesgo de ser objeto de una sobrevaloración “idealista”. El neoplatonismo ejerce una enorme influencia. Transmitido a través de los Padres de la Iglesia, deja huella en la filosofía y la teología cristianas de casi toda la Edad Media, así como en el pensamiento islámico y judío. Más tarde influye en el humanismo italiano, la Escuela de Cambridge (siglo XVII), Leibniz, los idealistas alemanes Schelling y Hegel y, en especial, en Herder, Goethe y Novalis.
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El gnosticismo (del griego gnosis, “conocimiento”), surgido en el helenismo tardío, se enfrenta desde el siglo II d. C. a los Padres de la Iglesia. En sus diversas corrientes se mezclan elementos mágicos, religiosos y filosóficos en un saber secreto y elitista. Mientras que la filosofía y el Antiguo Testamento consideran el mundo como un cosmos, un orden bello, en el gnosticismo aparecen en primer plano el sufrimiento de las criaturas, la maldad del ser humano y cierta hostilidad hacia el cuerpo. Según el gnosticismo existe una marcada contraposición o dualismo entre espíritu y materia, entre Dios, o causa última divina, y el mundo, así como entre el Bien y el Mal. El ser humano debe superar con sus propias fuerzas la enajenación en que vive, interesándose sobre todo por el conocimiento de Dios, su plan de salvación y los secretos del mundo: la redención por el saber. Bibliografía
Abbagnano, Nicolás. Historia de la Filosofía, Volumen 1. (Tr. Juan Estelrich.) Barcelona: Editorial Hora, 1994. Audi, Robert. The Cambridge Dictionary of Philosophy, Second Edition. Reino Unido: Cambridge University Press, 1999. Chevalier, Jacques. Historia del Pensamiento I: El pensamiento antiguo. Madrid: Ediciones Aguilar, 1968. Preus, Anthony. Historical Dictionary of Ancient Greek Philosophy . Reino Unido: The Scarecrow Press, 2007