Resumen
“La Noción de Raza a través de la Historia”
La Noción de Raza a través de la historia (1).
Durante los siglos XIV y XV la arquitectura naval experimentó un notable avance al incorporarse los conocimientos heredados de los romanos, árabes y vikingos. Al perfeccionamiento en la construcción de las embarcaciones se sumaron los notables adelantos en los instrumentos náuticos y el desarrollo de la cartografía. Los viajes europeos de exploración comenzaron a principios del siglo XV cuando los navegantes portugueses avanzaron hacia el sur, bordeando la costa de Africa en busca de oro, esclavos y especias, hasta que, en 1487, llegaron hasta el océano Indico. De allí en adelante las expediciones se multiplicaron, especialmente después de que las victorias otomanas hicieron peligrosa la antigua ruta hacia el Este vía Alejandría y el mar Rojo.
Mientras los portugueses exploraban la ruta oriental a Asia, los españoles zarpaban hacia el Oeste; los ingleses, franceses y holandeses hicieron lo propio en los últimos años del siglo XVI y la primera mitad del XVII. El descubrimiento de América por parte de los españoles en 1492 tuvo consecuencias insospechadas para sus protagonistas. Los europeos, especialmente España y Portugal -que llegó en 1500-, se enriquecieron a corto plazo debido al continuo flujo de metales preciosos que expoliaban de sus colonias de ultramar.
España era la potencia más rica de Europa en el siglo XVI, lo que produjo un reacomodamiento de la economía continental; Inglaterra y Francia, atrasadas con respecto a los descubrimientos -se aposentaron en América en 1607 y 1608 respectivamente-, sortearon la dificult ad integrando el flujo de estas nuevas riquezas en sus procesos productivos y capitalizaron los ingresos que se escurrían rápidamente de las arcas ibéricas. Estos viajes marcaron el inicio de la expansión europea a prácticamente todo el mundo. Europa tomó recién entonces conciencia de la gran diversidad de hombres y culturas que antes no conocía. Ese nuevo panorama estimuló en las mentes más ilustradas el estudio del fenómeno de la diversidad, sin escapar enteramente a la influencia que la empresa de la conquista y colonización suponían a la percepción de lo diferente, como algo ubicado en el plano inferior.
Uno de los naturalistas más ilustres de la segunda mitad del siglo XVIII, el biólogo francés George Louis Leclerc (1707-1788) escribió en su "Histoire naturelle, générale et particulière" (Historia natural, general y particular) que los hombres "difieren desde lo blanco a lo negro, en cuanto a color, desde lo doble hasta lo sencillo, en cuanto a estatura, gordura, ligereza, fuerza, etcétera". Y apuntaba: "Son variaciones de la naturaleza que proceden de la influencia del clima y del
La Noción de Raza a través de la historia (1).
Durante los siglos XIV y XV la arquitectura naval experimentó un notable avance al incorporarse los conocimientos heredados de los romanos, árabes y vikingos. Al perfeccionamiento en la construcción de las embarcaciones se sumaron los notables adelantos en los instrumentos náuticos y el desarrollo de la cartografía. Los viajes europeos de exploración comenzaron a principios del siglo XV cuando los navegantes portugueses avanzaron hacia el sur, bordeando la costa de Africa en busca de oro, esclavos y especias, hasta que, en 1487, llegaron hasta el océano Indico. De allí en adelante las expediciones se multiplicaron, especialmente después de que las victorias otomanas hicieron peligrosa la antigua ruta hacia el Este vía Alejandría y el mar Rojo.
Mientras los portugueses exploraban la ruta oriental a Asia, los españoles zarpaban hacia el Oeste; los ingleses, franceses y holandeses hicieron lo propio en los últimos años del siglo XVI y la primera mitad del XVII. El descubrimiento de América por parte de los españoles en 1492 tuvo consecuencias insospechadas para sus protagonistas. Los europeos, especialmente España y Portugal -que llegó en 1500-, se enriquecieron a corto plazo debido al continuo flujo de metales preciosos que expoliaban de sus colonias de ultramar.
España era la potencia más rica de Europa en el siglo XVI, lo que produjo un reacomodamiento de la economía continental; Inglaterra y Francia, atrasadas con respecto a los descubrimientos -se aposentaron en América en 1607 y 1608 respectivamente-, sortearon la dificult ad integrando el flujo de estas nuevas riquezas en sus procesos productivos y capitalizaron los ingresos que se escurrían rápidamente de las arcas ibéricas. Estos viajes marcaron el inicio de la expansión europea a prácticamente todo el mundo. Europa tomó recién entonces conciencia de la gran diversidad de hombres y culturas que antes no conocía. Ese nuevo panorama estimuló en las mentes más ilustradas el estudio del fenómeno de la diversidad, sin escapar enteramente a la influencia que la empresa de la conquista y colonización suponían a la percepción de lo diferente, como algo ubicado en el plano inferior.
Uno de los naturalistas más ilustres de la segunda mitad del siglo XVIII, el biólogo francés George Louis Leclerc (1707-1788) escribió en su "Histoire naturelle, générale et particulière" (Historia natural, general y particular) que los hombres "difieren desde lo blanco a lo negro, en cuanto a color, desde lo doble hasta lo sencillo, en cuanto a estatura, gordura, ligereza, fuerza, etcétera". Y apuntaba: "Son variaciones de la naturaleza que proceden de la influencia del clima y del
alimento". Leclerc fue de los primeros en aplicar el término "raza" a las variaciones somáticas que
observó entre las personas, algo que, hasta entonces, era empleado para referirse casi exclusivamente a los animales.
La primera clasificación de los grupos humanos según sus caracteres físicos fue realizada por los antiguos egipcios. Sus pinturas y monumentos distinguían cuatro clases de hombres: los "rot" o egipcios, pintados de rojo; los "namu", amarillos con nariz aguileña; los "nashu", negros con cabello crespo; los "tamahu", rubios con ojos azules. Ahora bien, esta clasificación sólo se aplicaba a las poblaciones vecinas de Egipto. El Antiguo Testamento también se ocupó de dividir a los hombres en hijos de Cam, de Sem y de Jafet .
También aquí sólo se trataba de pueblos que los judíos conocían y cuyas diferencias físicas eran, sin duda, mínimas.
Sin embargo, durante la Edad Media se hizo el esfuerzo de agrupar a todos los hombres, de cuya existencia daban cuenta los viajeros, en esas tres categorías. La llegada de los europeos a América, en particular, levantó vivas polémicas: ¿dónde había que ubicar a los habitantes originarios del Nuevo Mundo? A pesar de la intervención pontificia, las discusiones s e prolongaron durante mucho tiempo. Desde entonces comenzó a enraizarse la idea de la división de la humanidad en cierto número de razas, contribuyendo así a un esquema que sirvió, en gran medida, al fomento de los prejuicios raciales y el racismo. Muchos hombres de ciencia admitieron y fundamentaron la división de la humanidad en distintos tipos de razas, incrementándose profusamente los intentos por ubicar a cada ser humano en un grupo particular a partir de elementos tales como el color de la piel, la forma del cráneo, el tipo de cabello, el color de los ojos, la forma de los labios, las proporciones corporales, etcétera. Comenzó así la elaboración de un catálogo de las variaciones
físicas humanas a lo largo y a lo ancho del planeta. Surgieron un sinnúmero de clasificaciones, eminentemente tipológicas, sustentadas en la opinión de que todos los miembros de una raza
participan de su esencia y poseen sus características típicas. Estos procedimientos de clasificación racial del hombre no se detuvieron, incluso se extendieron también a las características bioquímicas, inmunológicas, fisiológicas y genéticas, llevando el número de razas hasta alrededor de doscientas.
Carl von Linneo (1707-1778), el gran naturalista sueco, primer gran clasificador de animales y plantas, colocó en su obra "Systema "S ystema naturae" (Sistema de la naturaleza) a todos los seres humanos en la especie Homo sapiens. Para Linneo la especie se subdividía en cuatro subespecies (a las que no llamó raza): Homo sapiens americanus (indígenas americanos): piel de color rojizo o cobrizo, cabello liso, negro y grueso; Homo sapiens europeus: blancos, sanguíneos y musculosos, pelo rubio y rizado, ojos azules; Homo sapiens asiaticus: de color amarillento, cabello negro, ojos oscuros. Homo sapiens afer (africano), negros y de piel aterciopelada, nariz aplastada y labios abultados. Por su parte, el anatomista alemán Johann Friedrich Blumenbach (1752-1840), considerado el fundador de la Antropología Física, propuso dividir la humanidad -según el color de la piel- en cinco variedades, a cada una de las cuales les dio el nombre de raza. Las cinco razas que Blumenbach describió en "De generis humani varietate nativa" (De las variedades naturales del género humano) eran: caucásica o blanca, mongólica o amarilla, etíope o negra, americana o roja y malaya mala ya o parda.
A éstos le siguieron Horace Desmoulins (1792-1825), que fraccionó la razas basándose en sus caracteres etnográficos hasta llegar a dieciséis; Thomas Huxley (1825-1895), que desarrolló la teoría vertebral del cráneo e hizo de los australianos una de las principales razas de la humanidad; Julien Joseph Virey (1775-1846), que utilizó el perfil de la cara, lo mismo que Etienne Geoffroy Saint-Hilaire (1772-1844), distinguiendo cuatro grandes razas fundamentales: ortognatos, eurignatos, prognatos, y simultáneamente eurignatos y prognatos. Otros autores preferían basarse en la forma del cabello, por ejemplo Ernst Haeckel (1834-1919), quien admitía cuatro grupos primitivos, subdivisibles en doce razas secundarias y definida por los caracteres: cabello lanoso l anoso en motas, cabello lanoso común, cabello liso, cabello ondulado. Paul Topinard (1830-1911), por el contrario, tenía en cuenta principalmente la forma de la nariz, y Joseph Deniker (1852-1918) se esforzó
en
formar
grupos
naturales
combinando
los
diversos
caracteres.
De todas maneras, durante muchísimos años abundaron las teorías sobre la diferencia de las razas, particularmente sobre su división en superiores e inferiores, con ciertos grados intermedios. inter medios. Todos los autores de esas teorías -en su mayoría pensadores distinguidos- pertenecían a la llamada raza blanca y, modestamente, colocaban a ésta en la cúspide de la superioridad. Si bien no puede negarse que existen hombres de distinto color y que eso establece una distinción entre unos y otros, afirmar que los de un color son superiores a los de otro es traspasar los límites de lo comprobable. El color de la piel, sobre el cual se establecieron las clasificaciones más antiguas y aparece tanto en los añosos libros sánscritos como en las antiguas representaciones egipcias, sólo depende de la presencia de un pigmento -la melanina- en las capas profundas del tegumento. Cuando se encuentran en gran cantidad, la piel es muy oscura; si hay menos, el rojo de la sangre que circula bajo la piel aparece por transparencia, y la mezcla de su color con el del pigmento da matices amarillentos; si el pigmento falta, la piel resulta blanco-rosada. Según la cantidad y densidad de ese pigmento puede haber toda una serie de matices. Estas variaciones de color se extienden exti enden al cabello y a los ojos, pero de manera más limitada. Una despigmentación pronunciada genera ojos azules con sus variedades gris o verde; si el fenómeno es poco marcado, se tienen ojos amarillos o pardos claros. En cuanto al cabello, una fuerte despigmentación produce cabello rubio, una despigmentación débil, castaño.
Otra característica de los humanos que se utilizó para establecer la diferencia de razas es el tamaño de los cráneos, a los que el anatomista sueco Anders Adolf Retzius (1796-1860) clasificó en dolicocéfalos y braquicéfalos, es decir, hombres de cráneo alargado y hombres de cráneo achatado, atribuyéndoles a los primeros una superioridad sobre los segundos y olvidando que algunos grandes pensadores -como Immanuel Kant (1724-1804), por ejemplo-, ej emplo-, eran braquicéfalos. O también por la forma de la cara, que puede ser estrecha o ancha, ovalada o cuadrangular, aplastada o abovedada. La variación más notable es el grado de desarrollo de las mandíbulas. En algunos, la mandíbula sale hacia adelante; es lo que se llama prognatismo. Si, por el contrario, el perfil es rectilíneo, se le denomina ortognatismo. También la nariz es susceptible de variaciones muy grandes en los seres
humanos, y se los clasificó en leptorrinos, platirrinos y mesorrinos, según su nariz sea delgada y alta, ancha y aplastada o de forma intermedia, respectivamente.
El antropólogo y paleontólogo francés Henri Vallois (1889-1981) publicó en 1944 "Les races humaines" (Las razas humanas), una obra que alcanzó el rango de clásico en los años '60. Allí decía que la humanidad se divide en cierto número de grupos que se distinguen por sus caracteres corporales y a estos grupos los llamó razas. "Corresponden -dice Vallois- aproximadamente a lo que los zoólogos denominan subespecies, mientras que los botánicos hablan más a menudo de variedades. Pueden definirse como agrupaciones naturales de hombres que presentan un conjunto de caracteres físicos hereditarios comunes, cualesquiera sean, además, sus lenguas, sus costumbres o sus nacionalidades". Y definía a las razas de acuerdo al conjunto constituido por cuatro órdenes de hechos: la estructura del cuerpo (caracteres anatómicos), el funcionamiento de sus órganos (caracteres fisiológicos), el mecanismo de su cerebro (caracteres psicológicos) y la manera como el hombre reacciona frente a las enfermedades (caracteres patológicos). Establecía además que las agrupaciones humanas pueden encararse desde puntos de vista muy diferentes. "El nombre de razas se reserva para las que se establecen según un conjunto de caracteres físicos; sólo éstas tienen valor antropológico. Las que constituyen una comunidad política se llaman, como es sabido, Nación o Estado. Finalmente, para las que se basan en caracteres de civilización -en particular una lengua o un grupo de lenguas idénticas- se ha creado un término que tiende a imponerse cada vez más: etnias. Razas, naciones y etnias forman tres entidades diferentes que no hay que confundir".
En 1971, el antropólogo belga Claude Lévi-Strauss (1908-2009) decía en "Race et culture" (Raza y cultura) que los especialistas de la antropología física discuten desde hace dos siglos lo que es o no es una raza, que jamás se han puesto de acuerdo, y que nada indica que estén más cerca de hac erlo respecto a una respuesta sobre la cuestión. Según ciertos antropólogos, dice Lévi-Strauss, "la especie humana debió de dar nacimiento demasiado pronto a las subespecies diferenciadas entre las cuales se produjeron, en el curso de la prehistoria, intercambios y cruces de todas clases: la
persistencia de algunos rasgos antiguos y la convergencia de otros recientes se habrían combinado para obtener la diversidad que se observa hoy entre los hombres. Otros estiman, por el contrario, que el aislamiento genético de grupos humanos apareció en una fecha mucho más reciente, que fijan hacia el fin del pleistoceno. En ese caso, las diferencias observables no podrían haber resultado de las separaciones accidentales entre los rasgos desprovistos de valor adaptativo, capaces de mantenerse indefinidamente en las poblaciones aisladas; más bien provendrían de diferencias locales entre los factores de selección. El término de raza, o cualquier otro término con el cual se quisiera sustituirlo, designaría por lo tanto una población o un conjunto de poblaciones diferentes de otras por la mayor o menor frecuencia de ciertos genes".
"En la primera hipótesis -continúa Lévi-Strauss-, el carácter de raza se pierde en tiempos tan antiguos que es imposible conocer nada sobre ella. No se tr ata de una hipótesis científica, es decir, verificable aún indirectamente por sus consecuencias lejanas, sino de una afirmación categórica con valor de axioma que podría considerarse absoluto porque sin ella se esti ma imposible evaluar las diferencias actuales. En la segunda hipótesis se plantean otros problemas. Por lo pronto, todas las dosificaciones genéticas variables a las cuales se hace referencia comúnmente cuando se habla de razas corresponden a caracteres bien visibles: talla, color de la piel, forma del cráneo, tipo de cabellera, etc. Suponiendo que esas variaciones fueran concordantes entre sí -lo que está lejos de ser cierto-, nada prueba que concuerden también con otras variaciones, comprendiendo caracteres no inmediatamente perceptibles por medio de los sentidos. Sin e mbargo, unos no son menos reales que los otros, y es perfectamente concebible que los s egundos tengan una o más distribuciones geográficas totalmente diferentes de los precedentes y diferentes entre sí o que recuperasen las fronteras ya inciertas que se les asigna. En segundo lugar, ya que en todos los casos se tra ta de dosificaciones, los límites que se les fijan son arbitrarios. En efecto, estas dosificaciones aumentan o disminuyen por gradaciones insensibles, y el umbral que se instituye aquí o allá depende de los tipos de fenómenos que el encuestador elige retener para clasificarlos. En un caso, en consecuencia, la noción de raza se torna tan abstract a que se aparta de la experiencia y deviene una forma de suposición lógica que permite seguir una línea segura de razonamiento. En el otro caso, se adhiere hasta tal punto a la experiencia que se disuelve, ya no se sabe de qué se habla. No es nada sorprendente que gran número de antropólogos renuncien pura y simplemente a utilizar esta noción". Si bien durante mucho tiempo el concepto de raza biológica fue el eje central de la antropología, en la actualidad ya no goza de tal aceptación. Hoy la terminología racial y los sistemas de clasificación raciales están desapareciendo gradualmente de la literatura científica y de los programas de investigación en antropología biológica. Existe una tendencia creciente a considerar l as múltiples variaciones morfológicas presentes en la humanidad -evidentes al contrastar personas nativas de
diferentes continentes- como el producto de un proceso de adaptación evolutiva de poblaciones geográficamente diversificadas y no como la prueba de la exi stencia de razas en la especie humana. La antropología ha conocido en los últimos años, un prodigioso desarrollo, gracias sobre todo a los avances en la genética. Todos los descubrimientos de esta disciplina muestran que la clasificación racial es definitivamente imposible.
Rita Levi Montalcini (1909), neurobióloga italiana y Premio Nobel de Medicina en 1986, es categórica al respecto: "Las razas humanas no existen. La existencia de las razas humanas es una abstracción que se deriva de una falsa interpretación de pequeñas diferencias físicas que nuestros sentidos perciben, erróneamente asociadas a diferencias psicológicas e interpretadas sobre la base de prejuicios seculares. Estas abstractas subdivisiones, fundadas en la idea de que los humanos constituyen grupos biológica y hereditariamente muy distintos son puras invenciones que siempre se han utilizado para clasificar arbitrariamente hombres y mujeres en 'mejores' y 'peores' y, de esta manera, discriminar a los últimos (siempre los más débiles), después de haberles achacado que son la clave de todos los males en todos los momentos de crisis. La humanidad no está formada por grandes y pequeñas razas. Es una red de personas vinculadas que se forman, se transforman, se mezclan, se fragmentan y se disuelven con una rapidez incompatible con los tiempos exigidos por los procesos de selección genética".
El concepto de raza no tiene significado biológico en la especie humana. El análisis de los DNA humanos ha demostrado que la variabilidad genética en nuestra especie -menores que las de los chimpancés, gorilas y orangutanes- está representado sobre todo por diferenci as entre personas de la misma población, mientras que son menores las diferencias entre poblaciones y continentes diversos. Los genes de dos individuos de la misma población son, como promedio, ligeramente más similares entre ellos que las de aquellas personas que viven en continentes diversos. El escritor andaluz Antonio García Birlán (1891-1984) lo expresó muy bien en el prólogo de "Pueblos y razas": "Todos los hombres tienen cualidades comparables con las más altas de otros hombres. Lo
que a unos falta, brilla en otros. Nadie puede preciarse de ser superior, en todo, a nadie. Que un cualquiera se juzgue superior a no importa quién, hace sonreír. No son inferi ores unos a otros: son diferentes. Cuando esto se vea, y está ahí par a ser visto, no tendrá importancia alguna aquello en que son diferentes, en realidad sólo el color, que no dice nada. O, desde otro punto de vista, lo del cráneo alargado o achatado, que tampoco dice nada. Por otra parte, nunca pudo establecerse con rigor científico qué es una raza y, si algún día se lograse hacerlo, no se habrá es tablecido cosa que importe mucho".
La Noción de Raza a través de la historia (2). 1601: Pierre Charron
Hacia fines del siglo XVI y comienzos del XVII, Francia es recorrida por una indignada voz de alarma. Autoridades civiles y eclesiásticas alertan sobre la presencia en la corte de París de librepensadores escépticos y libertinos que cuestionan el universo religioso, político y ético sustancialmente cristiano- que determina el normal transcurrir de los acontecimientos. Es el surgimiento de un nuevo movimiento filosófico que somete a su imperio todos los dominios del pensamiento, especialmente la teología, la moral y la filosofía recibidas, y que rechaza toda regla exterior y todo principio de autoridad, propugnando una libertad filosófica sin tr abas de ningún tipo, especialmente de tipo religioso. Es el nacimiento de la Era de la Razón, una razón crítica que se materializará en un tenaz esfuerzo por construir una ética autónoma, sin hipotecas teológicas o dogmáticas, y por analizar rigurosamente la esfera de lo sagrado, cuestionando su papel fundamentador en los campos de la filosofía, la política y los modos de vida de los hombres.Es, en definitiva, la semilla de la que brotará el pensamiento ilustrado francés del siglo XVIII.
Suele considerarse a Pierre Charron (1541-1603) como uno de los más destacados escépticos de esa época. Sin embargo -dice José Ferrater Mora (1912-1991) en su "Diccionario de Filosofía"-, el citado adjetivo no es suficiente para caracterizar su pensamiento. Por un lado hay una evolución en el modo de pensar de Charron entre el tratado "Les trois vérités" (Las tres verdades), su obra de 1593 contra los ateos, los herejes y los no cristianos, y sus obras posteriores. Por otro lado, el escepticismo de Charron se halla muy matizado no solamente por consideraciones teóricas de índole consoladora, sino también por un temple de ánimo que considera el escepticismo o, mejor, la oposición al fanatismo y al dogmatismo como una defensa contra los sinsabores de la existencia y como un modo de conseguir la paz del ánimo. En la obra citada, Charron proponía cinco pruebas en favor de la existencia de Dios y de la religión verdadera. En las obras posteriores -"Discours chrétiens" (Discursos cristianos) de 1600 y, especialmente, en "De la sagesse" (De la sabiduría) de 1601- el abogado y clérigo francés desconfía, en cambio, de las afirmaciones dogmáticas, incluyendo las teológicas. Esto suscitó una violenta oposición a sus ideas, hasta el punto de que en un resumen posterior las expresó en forma más moderada. Para Charron la verdadera sabiduría se halla en el desapego de lo exterior, entendiendo por sabiduría la consecución de una uniformidad alegre y libre de la existencia que permita vivir sin sentirse aterrado ni por las desgracias del mundo exterior
ni
por
las
amenazas
del
infierno
tras
la
muerte.
En el tratado "De la sabiduría", mamotreto con el que obtuvo un gran éxito editorial y que durante años fue objeto de continuas reediciones y fue considerado el gran manifiesto del librepensamiento francés, Charron somete la fe a la razón y niega la espiritualidad del alma con el fin de lograr una moral humanista, terrenal y racional. Sostiene que ninguna de las formas de la religión es inherente al hombre por naturaleza, sino que es un fruto de la educación y del medio. "La ciencia verdadera yel estudio verdadero del hombre, es el hombre -dice-. Es decir, su origen, razón de ser y propósito final está en él y solamente en él; no hay un Dios que lo creó con un propósito específico. Los hombres se hacen por la aventura y el azar". Charron divide a los hombres en septentrionales, medios
y meridionales,
asignándoles
a cada habitante
de
esos
propiedadessegún su cuerpo, su espíritu, su religión y sus costumbres.
estratos
sus
respectivas
Así como los frutos y animales nacen diversos según las diversas comarcas, así los hombres nacen más o menos belicosos, justos, temperantes, dóciles, religiosos, castos, ingeniosos, buenos, obedientes, hermosos, sanos y fuertes. Por eso, Ciro no quiso conceder a los persas que abandonasen su país, áspero y accidentado, para ir a otro dulce y llano, diciendo que las tierras arcillosas y blandas hacen a los hombres flojos, y las fértiles los espíritus estériles. Según este fundamento, podemos de modo sumario dividir el mundo en tres partes, y a todos los hombres en tres maneras de naturaleza; haremos, pues, tres asientos generales del mundo, que son los dos extremos
de
Mediodía
y
Norte,
y
la
región
intermedia
entre
ambos.
Será cada parte y asiento de sesenta grados; la del Mediodía está sobre el Ecuador, treinta grados acá y treinta acullá, es decir, todo lo que está entre los dos trópicos o poco más, donde están las regiones ardientes y las meridionales, Africa y Etiopía entre oriente y occidente; Arabia, Calicut, las Molucas, las Javas, la Trapobana hacia el oriente; el Perú y grandes mares hacia el occidente. La intermedia es de treinta grados hacia fuera de los trópicos, por un lado y por otro hacia los polos, donde se hallan las regiones medias y temperadas; toda Europa con su mar Mediterráneo entre oriente y occidente; toda Asia, menor o mayor, que está hacia oriente, con China y Japón y América occidental. La tercera es la de los treinta grados más cercanos de los dos polos de cada lado, donde están las regiones frías y glaciales, los pueblos septentrionales, Tartaria, Moscovia, Estotilam y la Magallania, la cual aún no está bien descubierta.
Según esta división general del mundo, también son diferentes los naturales de los hombres en todocuerpo, espíritu, religión, costumbres, como se puede ver en lo que sigue porque los septentrionales son altos y corpulentos, pituitosos, sanguíneos, blancos y rubios, sociables, fuerte la voz, la piel blanda y vellosa, muy comedores y muy bebedores y fuertes. Toscos, pesados,
estúpidos, necios, complacientes, ligeros e inconstantes. Poco religiosos y brutos. Guerreros, valientes, indóciles, castos, exentos de celos, crueles e inhumanos. Los medios son mediocres y temperados en todo como neutros, o bien participan un poco de los dos extremos, teniendo más de la región de la cual son más vecinos. Los meridionales son pequeños, melancólicos, fríos y secos, negros, solitarios, cascada la voz, duro el cuero con poco pelo y éste crespo, abstinentes y febles. Ingeniosos, juiciosos, prudentes, finos, obstinados. Supersticios, contemplativos. No guerreros, y cobardes, lujuriosos, celosos, crueles e inhumanos.
Todas esas diferencias se demuestran fácilmente. En cuanto a las del cuerpo, se conocen al mirar; y si hay algunas excepciones, son raras y vienen de la mezcla de los pueblos, o bien de los vientos, de las aguas y de la situación particular de los lugares, en los cuales una montaña será notable diferencia en el mismo grado, hasta en la misma región o la misma ciudad: los habitantes de la ciudad alta de Atenas eran de otro humor que los del puerto del Pireo, dice Plutarco; una montaña en el lado del septentrión convertiría en meridional el valle que cae hacia el Mediodía, y lo contrario del mismo modo.
En lo que toca a las diferencias del espíritu, sabemos que las artes mecánicas y obras de mano son del septentrión, donde son penosas; las ciencias especulativas han venido del sur. César y los antiguos llaman a los egipcios muy ingeniosos y sutiles. Moisés fue instruido en su saber; la filosofía pasó desde allí a Grecia; y la mayoridad comienza en ellos más pronto a causa del espíritu de fineza. Los guardas de los príncipes, incluso de los meridionales, son del septentrión, porque tienen más fuerza, y menos fineza y malicia. Así los meridionales están sujetos a grandes virtudes y grandes vicios, como se dice de Aníbal. Los septentrionales tienen bondad y simplicidad. Las ciencias medias y mixtas, políticas leyes y elocuencia, pertenecen a las naciones medias en las cuales florecieron los grandes imperios y gobiernos.
En cuanto al tercer punto, las religiones han venido del mediodía, Egipto, Arabia, Caldea. Hay más superstición en Africa que en el resto del mundo, como atestiguan los juramentos tan frecuentes, los templos tan magníficos. Los septentrionales, dice César, poco cuidadosos de religión, se ocupan de la guerra y de la caza.
La Noción de Raza a través de la historia (3). 1762: Jean Jacques Rousseau
El pensamiento del siglo XVIII, el llamado Siglo de las Luces, estuvo orientado a profundizar el aspecto racional y científico del siglo precedente, aquel siglo XVII signado por el escepticism o que tuvo como objetivo la destrucción definitiva de toda noción metafísica enquistada en la doctrina del conocimiento. La naciente Ilustración -el movimiento cultural europeo que se desarrolló especialmente en Francia e Inglaterra desde principios del siglo XVIII hasta el inicio de la Revolución Francesa- se proponía disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la razón, e intentaba expresar acabadamente una época deter minada por la Revolución Industrial y por la consolidación de la burguesía en los aparatos del Estado.Una de las personalidades más representativas de la Ilustración fue el filósofo franco-suizo Jean Jacques Rousseau (17121778) con sus apasionadas ideas sobre la defensa de l a razón y los derechos individuales, aunque algunas de sus obras -"Julie ou la nouvelle Héloïse" (Julia o la nueva Eloísa) y "Les confessions"(Confesiones), por ejemplo- prefiguraron al posterior Romanticismo de principios del siglo XIX y de alguna manera influyeron también en la evolución de la li teratura psicológica, la teoría psicoanalítica y el existencialismo del siglo XX.
Aunque esencialmente filósofo político y teórico social, durante muchos años Rousseau se ganó la vida trabajando como profesor y copista de música, y escribió artíc ulos sobre esta materia para la
prestigiosa Enciclopedia Francesa. Incluso alcanzó a presentar en la Academia de Ciencias de París un novedoso sistema de notación musical cifrada, compuso varias óperas y publicó en 1767 su "Dictionnaire de Musique" (Diccionario de Música). El ensa yo "Du contrat social" (El contrato social), aparecido en 1762, cambió la mirada sobre la política tal y como se la conocía hasta entonces. Rousseau partió del convencimiento de la inadecuación de las rel aciones sociales de hecho, y de su necesidad de transformación y cambio. El análisis mítico que hizo del hombre primitivo, permite comprender la estructura íntima y esencial de la especie humana: la libertad. A partir de este descubrimiento, toda sociedad que no tuviese como fundamento de las relaciones entre los individuos el derecho natural, no sólo será injustificable, sino también injusta. La libertad, que funciona como la clave niveladora de los hombres, a la vez que pone al descubierto la azarosa constitución de las sociedades, sienta las bases de las organizaciones políticas futuras. Las opiniones poco convencionales del filósofo acerca del poder corruptor de las instituciones sociales sobre la humanidad (fundamentalmente el absolutismo de la Iglesia y el Estado) le acarrearon problemas con las autoridades parisinas y le costaron que la obra fuese proscrita en Francia. Sin embargo, Rousseau tuvo un breve período de celebridad. Un día del verano de 1749 leyó en el periódico "Mercure" la convocatoria a un concurso organizado por la Academia de Dijon sobre el tema: "Si el progreso de las Ciencias y de las Artes ha contribuido a corromper o a depurar las costumbres". La paradoja desarrollada en el trabajo que presentó -"Discours sur les sciences et les arts" (Discurso sobre las ciencias y las artes)- le hizo saltar a la fama. La Academia de Dijon premió su trabajo, el que se publicaría a fines del año siguiente. En 1753 el "Mercure" publicó el nuevo tema del concurso propuesto por la Academia de Dijon: "Cuál es el origen de la desigualdad de los hombres y si se justifica por la ley natural". El resultado fue "Discours sur l'origine et les fondements de l'inégalité parmi les hommes" (Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres) que aparecería en 1755. Cinco años más tarde comenzó a escribir la que sería una de sus obras fundamentales: "Emile, ou De l'éducation" (Emilio, o De la educación), libro en el que plasmó s us ideas acerca de la educación que todo individuo necesitaba recibir para formar ciudadanos de provecho. Rousseau expuso una nueva teoría de la educación, subrayando la importancia de la expresión antes que la represión para que un niño sea equilibrado y librepensador. Con el tiempo, la teoría de la educación de Rousseau llevó a métodos de cuidado infantil más permisivos y de ma yor orientación psicológica e influyó en varios pioneros de la educación moderna. Impreso en París en 1762, la c ondena del Arzobispo de París no tardó en llegar: "Jean Jacques Rousseau es un hombre versado en el lenguaje de la filosofía, sin ser verdaderamente un filósofo; espíritu dotado de una multitud de conocimientos que no lo han iluminado a él y que han entenebrecido a los demás; temperamento dado a las paradojas de opiniones y de conducta, que une la simplicidad de las costumbres con la fast uosidad de pensamiento, el celo por las antiguas máximas con el furor por las novedades, la oscuridad del retiro
con el deseo de ser conocido por todos. Se le ha visto la nzar improperios contra las ciencias que él mismo cultivaba, preconizar la excelencia del Evangelio cuyos dogmas destruía, pintar la belleza de las virtudes que arrancaba del alma de sus lectores. Se ha hecho preceptor del género humano para engañarlo, monitor público para extraviar a todos, oráculo del siglo para acabar de perderlo".El tratado fue denunciado ante el Parlamento, el que mandó quemar la obra y dictó la orden de prisión en contra del autor. Rousseau debió marchar al destierro.
Los antiguos viajaban poco, leían poco, escribían pocos libros; y sin embargo se ve, en los que nos quedan de ellos, que se observaban mejor unos a otros que como nosotros observamos a nuestros contemporáneos. Sin remontar a los escritos de Homero, el único poeta que nos transporta a los países que describe, no se puede negar a Herodoto el honor de haber pintado las costumbres en su 'Historia', aunque sea más en narraciones que en reflexiones, mejor que lo hacen todos nuestros historiadores cargando sus libros de retratos y de caracteres. Tácito ha descrito mejor a los germanos de su tiempo que ningún escritor ha descrito a los al emanes de hoy. Incontestablemente, los que son versados en historia antigua conocen mejor a los grie gos, a los cartagineses, a los romanos, a los galos, a los persas, que ningún pueblo de nuestros días conoce a sus vecinos. Es preciso confesar también que los caracteres originales de los pueblos, borrándose de día en día, llegan a ser por la misma razón difíciles de interpretar. A medida que las razas se mezclan, y que los pueblos se confunden, se ve poco a poco desaparecer esas diferencias nacionales que antaño sorprendían a la primera ojeada. Antiguamente cada Nación permanecía más encerrada en sí misma; había menos comunicaciones, menos viajes, menos intereses comunes o c ontrarios, menos relaciones políticas y civiles de pueblo a pueblo, no tantos de es os enredos reales llamados negociaciones, nada de embajadores ordinarios o permanentes; las grandes navegaciones er an raras; había poco comercio alejado, y el poco que había era hecho por el príncipe mi smo, que se servía para ello de extranjeros, o por gentes menospreciadas que no daban el tono a nadie y no
aproximaban en modo alguno las naciones. Hay cien veces más relaciones ahora entr e Europa y Asia que había antiguamente entre la Galia y España. Europa sola estaba más dispersa que la tie rra entera lo está hoy. Añádase a esto que los antiguos pueblos, considerándose la mayor parte como autóctonos u originarios de su propio país, lo ocupaban desde bastante largo tiempo para haber perdido la memoria de los siglos remotos en que sus antepasados s e habían establecido en él, y para haber dejado tiempo al clima de producir sobre ellos impresiones duraderas; mientras que, entre nosotros, después de las invasiones de los romanos, las recientes emigraciones de los bárbaros lo han mezclado todo, lo han confundido todo. Los franceses de hoy no son ya los altos cuerpos rubios y blancos de otro tiempo; los griegos no son ya los bellos hombres hechos para servir de modelos al arte; la figura de los romanos mismos ha cambiado de carácter, así como su natural; los persas, originarios de Tartaria, pierden diariamente su fealdad primitiva por la mezcla de la sangre circasiana; los europeos no son ya galos, germanos, íberos, allobroges; no son todos sino escit as diversamente degenerados en cuanto a la figura, aún más en cuanto a las costumbres.
La noción de raza a través de la historia (4). 1817: Georg W.F. Hegel
Aunque situado en la confluencia de las corrientes del i dealismo y del romanticismo, al filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831) se le considera elmáximo representante del idealismo y uno de los teóricos más influyentes en el pensamiento universal desde el siglo XIX. Para el autor de "Phänomenologie des geistes"(Fenomenología del espíritu) la historia es un camino hacia la libertad.
La historia tiene un sentido y una finalidad inmanente al espíritu, su verdadero sujeto. Un orden social estará a la altura de su tiempo si es un paso hacia la libertad; si no es así, es un anacronismo, un obstáculo contingente. Por lo tanto -dice el catedrático de Filosofía Política en la Universidad de Barcelona José Manuel Bermudo (1943) en su "Hegel, una filosofía de la totalidad"-, el mundo es su historia y la historia del mundo es el movimiento del espíritu hacia la libertad, desde su unidad indiferenciada a su diferenciación en la unidad, de su ser "en sí" a su ser "en sí y para sí". En el mundo griego el espíritu logró su libertad respecto de la naturalez a y comenzó entonces su historia propiamente dicha. Muchos pueblos han hecho avanzar este concepto en algún aspecto: el mundo germánico, por ejemplo, a partir de la Reforma Protestante avanzó rápidamente al imponer la razón en las ciencias, el derecho y las costumbres por sobre la tiranía de la Iglesia Católica y sus ideas medievales.
Animado por su padre para que se hiciera pastor protestante, en 1788 Hegel ingresó en el seminario de la Universidad de Tubinga, donde entabló amistad con poetas y filósofos de filia ción romántica, compartiendo con ellos su entusiasmo por la Revolución Francesa y la antigüedad clásica. Pero, luego de completar un curso de Filosofía y Teología, decidió abandonar la carrera reli giosa y, tras trabajar como preceptor en Berna y en Frankfurt, se trasladó a la Universidad de Jena, donde estudió, escribió y logró un puesto como profesor. Más adelante trabajó co mo redactor en el periódico "Bamberger Zeitung" de Baviera y, antes de acceder a la cátedra de Filosofía en la Universidad de Heidelberg, publicó en Nuremberg uno de sus más afamados escritos, "Wissenschaft der Logik" (Ciencia de la Lógica). Poco después, publicó de forma sistemática sus pensamientos filosóficos en su monumental obra "Enzyklopaedie der philosophischen wissenschaften" (Enciclopedia de las ciencias filosóficas), obra que recoge la síntesis ordenada, completa y sistemática de su filosofía, examinando desde la antropología, la mecánica y la f ísica, hasta el derecho, la moral y la ética, pasando por el arte y la religión. Cuando Hegel murió era el filósofo alemán más importante. Sus ideas estaban muy difundidas y gozaban de gran prestigio intelectual, pero no por ello dejaron de suscita r grandes debates que tuvieron como consecuencia la formación de varias tendencias dentro del hegelianismo. A partir de su idea de que la historia se rige por un proceso dialéctico, algunos pensadores posterioressustituyeron su idealismo por el materialismo; otros evolucionaron hacia el ateísmo y, en el plano político, adoptaron posturas revolucionarias. También hubo quienes adscritos en los primeros tiempos a la ortodoxia hegeliana, se fueron radicalizando paulatinamente inclinándose unos por elpanteísmo naturalista y otros por la crítica de los dogmas religiosos. De todas maneras, la influencia de su pensamiento se extendió a otros países. En Francia, por ejemplo, desembocó en eleclecticismo; en Italia derivó hacia el positivismo, y en Inglaterra se asimiló al idealismo y al individualismo romántico. Durante el siglo XX el pensamiento de Hegel se reavivó en país es como
Estados Unidos, Rusia, Suecia y Holanda; no así en España, donde el hegelianismo ejerció menosinfluencia.
En su "Enciclopedia de las ciencias filosóficas", Hegel escribe: "La Fisiología diferencia en primer término las razas caucásica, etiópica y mongólica, a las que se agregan aún las razas malaya y americana". Para su caracterización de las razas suscribe al sistema ideado por el antropólogo alemán Johann Friedrich Blumenbach (1752-1840) -la antropología física- el que recurre a métodos anatómicos de medición del cráneo para su clasificación. A pesar de que incluye razas diferentes como parte de la construcción de lo absoluto, puntualiza que "esta diferencia exterior, como identidad de lo referido, es igualdad; como no identidad es desigualdad". Para He gel las esencias raciales residen en la mente o el espíritu, y son educables y no invariables. Su concepción es etnocéntrica como la de todos los pensadores europeos de su época, pero admite que no se trata de absorber otras culturas dentro de un universal abstracto, es decir, se compromete con la heterogeneidad y no se centra en la pureza raci al. El espíritu del mundo no pertenece a ninguna nación individual.
En lo relativo a las diferencias de las razas humanas, debería, ante todo, declararse que la cuestión puramente histórica de si todas las razas proceden de una sola pareja o de varias, no interesa de ninguna manera a la filosofía. Se ha concedido importancia a esta cuestión porque, haciendo derivar las razas humanas de muchas parejas, se puede explicar la superioridad de una especie s obre otra, y hasta se ha creído poder demostrar también que los hombres, en sus aptitudes espirituales, son desiguales por naturaleza, de tal forma que entre ellos hay, como entre los animales, quienes han nacido sólo para obedecer. Pero la descendencia no podría suministrar ningún argumento para demostrar que los hombres están hechos o no están hechos para la libertad o para el dominio. El
hombre es, virtualmente, razonable; y aquí es donde reside la posibilidad de la igualdad de derechos de todos los hombres y donde se demuestra también el absurdo de una división absoluta de las especies humanas en especies que tienen derechos y especies que no los tienen.
La diferencia de las razas es todavía una diferencia natural, una diferencia, queremos decir, que se relaciona al principio con el alma natural. Como tal, ésta está en relación con las diferencias geográficas de la comarca en donde los hombres s e reúnen en grandes masas; esas diferencias de comarcas son lo que llamamos partes del mundo. En estas divisiones de la individualidad de la tierra domina una necesidad, cuya explicación más detallada pertenece a la geografía. Después de haber tratado de señalar que la diferencia de las diversas partes del globo no es accidental sino necesaria, vamos a determinar las diferencias físicas y espirituales de las diversas razas humanas, que se ligan con las primeras. En lo relativo a las diferencias físicas, la Fisiología distingue las razas caucásica, etiópica y mongólica, a las que se unen las razas malásica y americana, que forman más bien un agregado de elementos diversos que una raza. La diferencia física de todas estas razas aparece, sobre todo, en la conformación del cráneo y del rostro. Se determina la forma del cráneo por dos líneas, una horizontal y otra vertical: la primera va de la extremidad exterior de la oreja a la raíz de la nariz y la segunda del frontal a la mandíbula superior. La cabeza del animal se distingue de la del hombre en el ángulo formado por estas dos líneas, pues este ángulo es, en los animales, más agudo. Otra determinación importante para la distinción de las razas y que pertenece a Blumenbach, es la prominencia más o menos acentuada de los huesos maxilares. La curvatura y la amplitud de la frente también desempeñan aquí su papel. En la raza caucásica el ángulo facial es casi recto, especialmente entre los italianos, los georgianos y los circasianos. En esta raza, la parte superior del cráneo es redonda, la frente ligeramente convexa, los huesos maxilares están como replegados en la parte interior, los dientes incisivos caen como perpendicularmente de la mandíbula, el color principal es el blanco, con las mejillas rosadas, y el cabello es largo y flexible. Los rasgos característicos de la raza mogólica son: la prominencia del hueso maxilar, los ojos poco pro¬fundos y sin redondez, la nariz aplastada, la piel ama¬rillenta y el cabello corto, áspero y negro. Las razas malásica y americana ofrecen caracteres físicos menos distintamente acentuados que las razas descritas anteriormente. Los malasios tienen la piel morena y los americanos la piel cobriza. En cuanto a la relación espiritual, estas razas se distinguen de la manera siguiente: se debe representar a los negros como una nación de niños que no sale de su estado de simplicidad. Por el contrario, los mongoles se destacan de ese estado de simplicidad infantil; su rasgo característico es una movilidad inquieta que no llega a ningún resultado definitivo, que les impulsa a esparcirse como bandadas de langostas en las otras comarcas, pero les obliga a recaer en seguida en ese estado de indiferencia, vacío de pensamiento y de reposo estúpido que había precedido a la explosi ón. Por
esto nos presentan la oposición de lo sublime y lo gigantesco por una parte y del pedantismo más minucioso por otra. En la raza caucásica es en donde el espíritu se eleva a su unidad absoluta. Aquí es en donde entra en una oposición completa con la naturaleza, donde se toma en su absoluta independencia y se arranca de este estado de oscilación entre dos extremos. Se desenvuelve y se determina a sí mismo, engendrando así la historia del mundo.
La noción de raza a través de la historia (5). 1839: Samuel G. Morton
El interés por la taxonomía (del griego "taxis", ordenamiento; "nomos", regla) -esto es, la ciencia de ordenar y clasificar sistemática y jerarquizadamente los organismos vivos según sus características físicas compartidas- se remonta en Europa al año 1583, cuando el botánico italiano Andrea Cesalpino (1519-1603) propuso una clasificación científica de los vegetales, basada es encialmente en las características de sus frutos y semillas.Pero fue en el siglo XVIII que la taxonomía cobró estatura científica gracias al botánico y zoólogo sueco Carl von Linneo (1707-1778), autor de "Systema naturae. Per regna tria naturae, secundum classes, ordines, genera, species, cum characteribus, differentiis, synonymis, locis" (Sistema natural. En tres reinos de la naturaleza, según clases, órdenes, géneros y especies, con características, diferencias, sinónimos, lugares), obra en la que creó un sistema de clasificación natural de los seres vivos ordenados en reino, clase, orden, familia, género y especie. A partir de allí, los afanes clasificatorios de los naturalistas del siglo XVIII aplicados al género humano tuvieron considerables consecuencias, ya que surgieron los primeros intentos de clasificar al ser humano según sus diferencias físicas siguiendo el principio linneano de especie. De esta manera, se utilizó el concepto de raza considerada como una subdivisión de la especie humana basada en criterios biológicos.
Fue así que empezó a prestarse una atención cada vez mayor a la antropometría (del griego"anthropos", hombre; "metron", medida), especialmente a la craneometría (medición cefálica), mediante la cual los antropólogos pretendían estudiar los componentes innatos de la conducta. En ese contexto, el fisiólogo alemán Franz Joseph Gall (1758-1828) fundó en 1825 la craneología ofrenología, doctrina según la cual la mente humana constaba de una seri e de facultades diferentes, cuya fuerza o debilidad podía detectarse midiendo las distintas regiones del cráneo.La antropología encontró en ello, a principios del siglo XIX, un argumento biologista para las teorías racistas, que culminó en 1842 con el establecimiento del índice cefálico por el entomólogo suecoAnders Retzius (1796-1860), un índice que se podía obtener con considerable precisión y que se convirtió en el ele mento clave de la antropometría durante el resto del siglo. Aunque Gall no aplicó la frenología para demostrar diferencias raciales, sus seguidores sí la utilizaron para este fin, entre ellos los médicos ingleses William Lawrence (1783-1867) y W.F. Edwards (1796-1851), y el abogado y ensayista es cocés George Combe (1788-1858). Este último fue el autor de "The constitution of man" (La constitución del hombre), una obra que animó a Samuel Morton a empezar su impresionante colección de cráneos por la que se haría famoso. El médico norteamericano Samuel George Morton (1799-1851), profesor de Anatomía y creador de la American School -institución dedicada a la antropología- sostenía que cada raza tenía una filogenia (del griego "philon", tribu, raza; "gen", producir, generar; "ía", acción, cualidad) separada y específica que se remontaba a varios miles de años, intentando evadir, en un primer momento, la cuestión del origen bíbilico del hombre para evitar un conflicto con los dogmas teológicos. Basó su postura en mediciones hechas a su colección de cráneos humanos entre los cuales contaba con especímenes caucásicos, malayos, americanos y etíopes. Considerado el padre del racismo científico -una doctrina que encontró en Estados Unidos un caldo de cultivo más que apropiado-, Morton estimaba que se podía determinar la capacidad intelectual de una raza según el tamaño del cráneo: un cráneo grande implicaba un cerebro grande y destacadas capa cidades intelectuales, todo lo contrario que uno pequeño. Sus observaciones fueron volcadas en "An illustrated system of human anatomy" (Sistema ilustrado de anatomía humana" y, sobre todo, en "Crania americana. A comparative view of the skulls of various aboriginal nations of North and South America" (Crania americana. Una visión comparada de los cráneos de varias naciones aborígenes de América del Norte y del Sur) y "Crania aegyptiaca. Observations on egyptian ethnography, derived from anatomy, history, and the monuments" (Crania egipcia. Observaciones sobre la etnografía de Egipto, derivadas de la anatomía, la historia y los monumentos), obras todas ellas que gozaron de gran prestigio al momento de su publicación. Morton dividió a la humanidad en cuatro razas principales: caucás ica (europeos), mongólica (asiáticos), negra (africanos) e indígena (americanos), las que definió jerárquicamente a partir de su capacidad craneal, siendo la caucásica la que encabeza el orden y la negra la que está al final.
La raza caucásica se caracteriza por una piel naturalmente hermosa, susceptible de todos los matices. Cabello fino, largo y rizado, y de varios colores. Cráneo grande y ovalado, y su porción anterior completa y elevada. La cara es pequeña en proporción a la cabeza, de forma oval, con características bien proporcionadas. Esta raza se distingue por la facilidad con la que alcanza las más altas dotes intelectuales. La fertilidad espontánea del caucásico ha hecho multiplicar a muchas naciones, y la ampliación de sus migraciones en todas l as direcciones han poblado las mejores partes de la Tierra, y dio a luz a sus más bellos habitantes. Los asiáticos, esta gran división de la especie humana, se caracterizan por una piel de color amarillento o verde oliva, que parece estar dibujado con fuerza sobre los huesos de la cara. De largo cabello lacio negro y barba rala, la nariz es ancha y corta, los ojos son pequeños, negros y en posición oblicua, y las cejas son arqueadas y lineales. Los labios se convierten, los pómulos son anchos y planos. En su carácter intelectual los mongoles son ingeniosos, imitativos, y muy susceptibles de aprendizaje. Pero los chinos, tan versátile s en sus sentimientos y acciones, por sus actos tan veleidosos han sido comparados con la raza de los monos, cuya atención salta permanentemente de un objeto a otro. La raza americana se caracteriza por una tez morena, pelo largo, negro, lacio, barba deficiente y escasa pilosidad corporal. Ojos negros y profundos, frente baja, pómulos altos, nariz grande y aguileña, boca grande, labios hinchados y comprimidos. En su carácter mental, los i ndígenas americanos se oponen al cultivo y su temperamento es adverso a la incorporación de conocimientos. Vengativos, inquietos y amantes de la guerra, desprecian las aventuras marítimas. Son astutos, sensuales, ingratos, obstinados e insensibles, y gran parte de su af ecto por sus hijos puede deberse a motivos puramente egoístas. Devoran los más repugnantes alimentos, crudos y sin limpiar, y no parecen pensar en otra cosa que en la satisfacción de las necesidades del momento. Sus facultades mentales, desde la infancia hasta la vejez, no maduran. Los indios no sólo son contrarios a las
restricciones de la educación, en su mayor parte son incapaces de desarrollar un proceso de razonamiento sobre temas abstractos. Quizá no exist a ninguna nación que los iguale en voracidad, egoísmo e ingratitud. Son una simple horda de rapaces bandidos. Su estructura mental resulta ser diferente de la del hombre blanco, y sólo en la esc ala más limitada puede existir armonía en las relaciones, sociales entre uno y otro. Los espíritus benevolentes pueden lamentar la incapacidad del indio para la civilización, pero el sentimentalismo debe rendirse a la evidencia; aunque, sin duda, bajo la influencia de un gobierno justo, sus intuiciones morales adoptarían un aspecto mucho más estimable. Los africanos se caracterizan por su piel negra, pelo negro lanoso, ojos grandes y prominentes, nariz ancha y plana, anchos de espesor los labios y la boca ancha. Tienen la cabeza larga y estrecha, frente baja, pómulos prominentes, mandíbulas salientes. La disposición es que el negro es alegre, flexible e indolente; mientras que los de muchas naciones que componen esta raza presentan una diversidad singular de carácter intelectual, de los cuales la extrema medida es el grado más bajo de la humanidad. El carácter moral e intelectual de los africanos es muy diferente en las distintas naciones. Los hotentotes, por ejemplo, son la aproximación más cercana a los animales inferiores. Su tez es de un color pardo amarillento, y los viajeros la han comparado con el tono peculiar que adquiere la piel de los europeos en la última fase de la ictericia. Se dice que la apariencia de las mujeres es aún más repulsiva que la de los hombres. Los negros son proverbialmente cariñosos en sus diversiones, en las que participan con gran exuberancia del e spíritu; un día de trabajo de ellos no es impedimento para una noche de diversión. Al igual que las naciones bárbaras, s on con frecuencia caracterizados por la superstición y la crueldad, y parecen ser aficionados a las empresas bélicas ya que no son deficientes en valor personal. Pero, una vez superadas éstas, se dejan llevar por su destino y se acomodan con asombrosa facilidad a cualquier cambio de l as circunstancias. Los negros tienen poca habilidad para inventar pero gran capacidad de imitación, de modo que adquieren fácilmente artes mecánicas. Tienen un gran talento para la música y todos sus sentidos externos son muy agudos.
La noción de raza a través de la historia (6). 1845: Alexander von Humboldt
El mismo año en que Charles Darwin (1809-1882) publicaba su innovador "On the origin of species by means of natural selection, or the preservation of favoured races in the struggle for life" (El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida) fallecía en Berlín el naturalista y explorador alemán Alexander von Humboldt (1769-1859), un prominente intelectual apasionado por la botánica, la geología y la mineralogía que alcanzó gran reconocimiento en su época por sus notables aportes en la descripción de nuevas especies, por sus investigaciones geológicas y, sobre todo, por haber elevado al rango de ciencia a la Geografía. Interpretó a ésta como una ciencia sintética, que trabaja con relaciones entre los diversos fenómenos que se expresan en la superficie terrestre con el objeto de establecer leyes. Humboldt, exponente de una época de transición, conjugó en forma compleja y a veces contradictoria perspectivas científicas de corte positivista con filosofías de corte idealista y racionalista. Sensible a la libertad de pensamiento, la fe en la razón y la idea de progreso, en él subyace una concepción totalizadora y armónica de la naturaleza. Al igual que Darwin haría treinta años más tarde, Humboldt realizó viajes de exploración científica por buena parte del mundo. El resultado de ese periplo fue el acopio de ingentes cantidades de datos sobre el clima, la flora y la fauna de las regiones que recorrió -América, Europa, Asia-, así como la medición de longitudes y latitudes, medidas del campo magnético terrestre y unas completas estadísticas de las condiciones sociales y económicas de las distintas sociedades que visitó. De entre los hallazgos científicos derivados de sus expediciones, cabe citar el estudio de la corriente oceánica de la costa oeste de Sudamérica, un novedoso sistema de representación climatológica en forma de isobaras e isotermas, los estudios comparativos entre condiciones climáticas y ecológicas geográficamente distantes, la elaboración de la primera representación gráfica de la medición transversal de altitudes para grandes masas de tierra, el descubrimiento del ecuador
magnético, y sus conclusiones sobre el vulcanismo y su relación con l a evolución de la corteza terrestre. Como producto de su gran cosecha científica, la Alemania de mediados del siglo XIX se convirtió en el país donde más estudios biológicos se realiz aban. Humboldt abrió también líneas culturales e históricas de investigación. Sacudió a Europa al asegurar que las civilizaciones precolombinas -los "pueblos primitivos", como se los llamaba allí- habían sido civil izaciones avanzadas, y teorizó sobre los contactos transoceánicos de diversos pueblos, en particula r entre Asia y América, en épocas pretéritas. A partir de este tipo de "observaciones pensantes" -como él las llamabadesarrolló uno de sus más grandes descubrimientos: el reconocimiento de que las características similares de los estratos geológicos, en cualquier parte del mundo que se les encuentre, provenían todas de un mismo proceso formativo y compartían rasgos comunes. La visión que tenía Humboldt de la naturaleza era la de un organismo vivo, en constante movimiento y en una interacción continua de fuerzas. "Kosmos. Entwurf einer physischen Weltbeschreibung" (Cosmos. Ensayo de una descripción física del Universo), su obra cumbre, representa una síntesis filosófica de todos los conocimientos de su tiempo. Programada en cinco volúmenes, alcanzó a publicar en vida cuatro de ellos, mientras que el último, inconcluso, se publicó póstumamente. Allí escribió: "La naturaleza considerada de manera racional, es decir, sometida al proceso del pensamiento, es una unidad en la diversidad de los fenómenos; una armonía que reúne a todas las cosas creadas, no importa que tan distintas en forma y atributos sean; un gran todo animado por el aliento de la vida. El resultado más importante de una investigación racional de la naturaleza es, por tanto, el establecer la unidad y armonía de esta estupenda masa de fuerza y materia". Y en otro párrafo: "Al sostener que la raza humana es una, nos oponemos al desagradable supuesto de que hay razas superiores e inferiores. Algunos pueblos tienen mayor acceso a la educación y al ennoblecimiento cultural que otros, pero no hay razas inferiores. Todas están predestinadas por igual a alcanzar la libertad".
En tanto que nos atuvimos a los extremos en las variaciones del color y del rostro, y que nos dejamos influir por la vivacidad de las primeras impresiones, fuimos llevados a considerar las razas no como simples variedades sino como troncos humanos, originariamente distintos. La permanencia de ciertos tipos, a pesar de las influencias más contrarias de las causas exteriores, sobre todo del clima, parecía favorecer esa manera de ver, por muy cortos que sean los períodos de tiempo cuyo conocimiento histórico nos ha llegado. Pero, en mi opinión, razones más poderosas militan en favor de la unidad de la especie humana, a saber, l as numerosas gradaciones del color de la piel y de la estructura del cráneo, que los progresos rápidos de la ciencia geográfica han hecho conocer en los tiempos modernos; la analogía que siguen, alterándose, otras clases de animales, tanto salvajes como domésticos; las observaciones positivas que se han recogido sobre los límites prescritos a la fecundidad de los mestizos. La mayor parte de los contrastes que tanto sorprendían en otro tiempo se han desvanecido ante el trabajo penetrante de Dietrich Tiedemann sobre el cerebro de los negros y de los europeos, ante las investigaciones anatómicas de Willem Vrolik y de Martin Weber sobre la configuración de la pelvis. Si se observa en su generalidad a las naciones africanas de color obscuro, sobre las cuales la obra capital de James Prichard ha derramado tanta luz, y se comparan con las tribus del archipiélago de las Indias y de las islas de la Australia occidental, con los papúes y alfurúes (harafures, endomenes), se descubre claramente que el tinte negro de la piel, los cabellos ensortijados y los rasgos de la fisonomía negra est án lejos de hallarse siempre asociados. En tanto que una escasa parte de la tierra estaba descubierta para los pueblos de Occidente, dominaron entre ellos puntos de vista exclusivos. El calor abrasador de los trópicos y el color negro de la tez parecían inseparables. "Los etíopes -cantaba el antiguo poeta trágico Teodectes de Faselis- deben al dios sol, que se acerca a ellos en su carrera, el sombrío brillo del hollín que colorea sus cuerpos". Fueron menester las conquistas de Alejandro, que despertaron tantas ideas de geografía física, para provocar el debate relativo a esa problemática influencia de los climas sobre las razas de hombres.
"Las familias de los animales y de las plantas -dice uno de los más grandes anatomistas de nuestra edad, Johannes Müller, en su 'Fisiología del hombre'- se modifican durante su propagación sobre la superficie de la tierra, entre los límites que determinan las especies y los géneros. Esas familias se perpetúan orgánicamente como tipos de la variación de las especies. Del concurso de diferentes causas, de diferentes condiciones, tanto interiores como exteriores, se han originado las razas presentes de los animales; y sus variedades más sorprendentes se encuentran en los que comparten la facultad de aumento más considerable sobre la tierra. Las razas humanas son las formas de una especie única, que se acoplan permaneciendo fecundas, y se perpetúan por la generación. No son las especies de un género, porque si lo fueran, al cruzarse se volverían estériles. Saber si las razas de hombres existentes descienden de uno o de varios hombres primitivos, es cosa que no se podría descubrir por la experiencia".
La noción de raza a través de la historia (7). 1851: Arthur Schopenhauer
A comienzos del siglo XIX el idealismo filosófico rebosaba un optimismo que lo esperaba todo de la ciencia, de la historia y del Estado. Mientras el socialismo perseguía una práctica científica y Occidente se arrojaba complacido en brazos del progreso y de la Revolución Industrial, Arthur Schopenhauer (1778-1860) elaboraba una filosofía que hablaba de la insignificancia del mundo, de la desgracia, la angustia, el pesimismo, el aburrimiento, la desesperación y, finalmente, de la nada. A los ojos de Schopenhauer, el curso de la historia no era sino una representación -siempre idéntica a sí misma y siempre dolorosa- de la voluntad de vivir, que hacía que "la vida oscile como un péndulo de derecha a izquierda, del sufrimiento al tedio". El carácter personal de la filosofía de Schopenhauer, y sobre todo su oposición al hegelianismo entonces triunfante, hizo que sus ideas no encontraran resonancia en la coyuntura histórica sino al cabo de una larga época de fracaso. Publicada en 1819, "Die welt al s wille und vorstellung" (El mundo como voluntad y
representación), una de sus obras capitales, cayó casi en el vacío: resultó un fracaso económico y no suscitó ningún eco. Pero con "Parerga und paralipomena. Kleine philosophische schriften" (Parerga y paralipómena. Escritos filosóficos menores) de 1851, halló el éxito y la fama, no sólo por el admirable estilo de sus fragmentos aforísticos sino también -y en especial- por sus aspectos éticos y estéticos. Schopenhauer rechazaba allí el método y el contenido de la filosofía romántica sin deja r de oponerse simultáneamente al racionalismo entendido en el se ntido de la Ilustración. En 1848 una oleada revolucionaria convulsionaba a buena parte de Europa con la intención de acabar con el absolutismo y el autoritarismo de las monarquías. Durante las jornadas revolucionarias llevadas a cabo en Frankfurt, ciudad en la que se había radicado en 1831, Schopenhauer adoptó una actitud contrarrevolucionaria militante colaborando activamente con los gendarmes que reprimían a los rebeldes al invitarlos a subir a su piso para que pudieran disparar desde la ventana de su salón e incluso indicándoles dónde se escondían y contra qué blanco debían apuntar. Después de las refriegas, la burguesía, triunfante -pero consciente de la infinita complejidad de los conflictos que tenía por delante-, experimentó un notorio cambio de ánimo.Cundió el pesimismo y el escepticismo. En filosofía se puso de moda el i rracionalismo, el voluntarismo y el pesimismo, doctrinas en las que las ideas de Schopenhauer se ensamblaron cabalmente. Tras el fracaso de la revolución, muchos prestaron atención a una filosofía que subrayaba el mal en el mundo y la vanidad de la vida, y que predicaba una actitud ascética y nihilista. De pronto, Schopenhauer obtuvo un extraño privilegio: el de encabezar el pensamiento reaccionario y el nacionalismo germánico. Schopenhauer representó entonces el irracionalismo, en el sentido de que el mundo no era para él sino la representación de una inmensa, feroz y ciega voluntad. La idea de la Historia comorepresentación de la humanidad en un progreso permanente hacia su reconciliación en una sociedad racional, tuvo en el autor de "Eudämonologie" (Eudemonología) su primera negación de este esquema conceptual fundamental y, por lo tanto, un viraje decisi vo en el pensamiento occidental. No hay progreso -afirma Schopenhauer-, es decir, no hay historia: por el contrario, la existencia humana en el mundo es siempre idéntica, una misma r epresentación, aunque los personajes y sus vestimentas cambien, la misma miseria y dolor, la misma tragicomedia. De esta manera,Schopenhauer rompió con la tradición filosófica que había arrancado en el Renacimiento y que postulaba, sin discusión alguna, la armonía de la existencia. Al criticar este postulado intocable, Schopenhauer dio paso a una evolución filosófica totalmente opuesta, que ya no se reclamaba heredera ni del racionalismo del siglo XVII, ni de la Ilustración, ni de la filosofía hegeliana del Idealismo alemán. Schopenhauer conoció la fama en los últimos diez años de su vida. "Ha empezado a leérseme escribió- y ya no se dejará de hacerlo... Se le s ha agotado el recurso, habiéndoseles delatado el secreto; el público me ha descubierto. Grande es, pero impotente, el resquemor de los profesores de
filosofía, pues una vez agotado aquel recurso, único, eficaz y con éxito aplicado por tanto tiempo, no hay ya ladridos que puedan impedir la eficacia de mi palabra, sie ndo en vano que digan esto el uno y el otro aquello. Harto han hecho con lograr que se haya ido a la tumba la generación contemporánea de mi filosofía, sin enterarse de ésta. No era, sin embargo, más que una dilación; el tiempo ha cumplido, como siempre, su palabra". Schopenhauer escribió sobre las razas humanas en uno de los capítulos de la segunda parte de "Parerga y paralipómena", el titulado "Philosophie und wissenschaft der natur" (Filosofía y ciencia de la naturaleza).
La raza humana ha tomado origen muy verosímilmente sólo en tres lugares. No poseemos, en efecto, sino tres tipos claramente diferenciados que indiquen razas originales: los tipos caucásico, mongólico y etíope. Y ese origen no ha podido efectuarse sino en el mundo antiguo. Porque en Australia la naturaleza no ha podido producir ningún mono, y en América ha producido los monos de cola larga pero no las razas de monos de cola corta, con mayor razón las razas superiores sin cola que ocupan el primer puesto detrás del hombre. "Natura non facit saltus" (l a naturaleza no actúa a los saltos). Luego, el origen del hombre no ha podido tener lugar sino en los trópicos, porque, en las otras zonas, habría perecido desde el primer invierno. Aunque no privado de cuidados maternales, hubiera crecido sin enseñanzas y no habría heredado conocimientos de ningún antepasado. El crío de la naturaleza debía pues, desde luego, reposar s obre su seno generoso antes de que ella pudiera lanzarle al áspero mundo. En las zonas cálidas, el hombre es negro o cuando menos moreno oscuro. Ahí está, pues, sin distinción de raza, el ve rdadero color natural y particular de la raza humana, y no ha habido jamás raza naturalmente blanca. Hablar de tal raza y dividir puerilmente a los hombres en raza blanca, amarilla y negra, como hacen aún todos los libros, es demostrar una gran pobreza de espíritu y falta de reflexión. Ya en los "Suplementos" a "El mundo como voluntad y representación" (cap. XLIV) he estudiado rápidamente el asunto y emitido la opinión de que jamás un hombre
blanco ha salido originariamente del seno de la naturaleza. En los trópicos solamente el hombre está en su casa, y allí es en todas partes negro o moreno oscuro; no hay excepciones sino en América, porque esta parte del mundo ha sido poblada en su mayor parte por naciones ya descoloridas, principalmente por chinos. Entretanto, los salvajes de los bosques brasileños son, sin embargo, moreno oscuro. Sólo cuando el hombre se ha perpetuado largo tiempo fuera de su patria natural, situada en los trópicos, y cuando, a consecuencia de ese desarrollo, su raz a se ha extendido hasta las zonas má s frías, su piel llega a ser clara y finalmente blanca. Así pues, sólo la influencia climática de las zonas moderadas y frías ha dado poco a poco a la raza humana europea el color blanco. Con qué lentitud lo vemos por los gitanos, tribu indostánica que, desde el principio del siglo XV, lleva en Europa una vida nómada, y cuyo color conserva aún poco más o menos el término medio entre el de los indostánicos y el nuestro. Sucede lo mismo con las familias negras esclavas, que desde hace trescientos años se perpetúan en América, y cuya piel no ha llegado a ser sino un poco más clara; e s cierto que eso proviene de que se mezclan de vez en cuando con recién llegados de un color negro de ébano, fenómeno que no acontece entre los gitanos. La causa física inmediata de esta decoloración del hombre desterrado de su patria natural la imputo al hecho de que, en el clima cálido, la luz y el calor producen sobre la capa de Malpighi de la piel una lenta pero constante desoxidación del ácido carbónico que, en nosotros, se derrama por los poros sin descomponerse; deja después bastante carbono para el tinte de la piel. El olor específico de los negros está verosímilmente en relación con este hecho. Si en las poblaciones blancas las clases inferiores sometidas a un penoso trabajo son de ordinario de un tinte más oscuro que las clases elevadas, ello proviene de que sudan más, lo cual obra, en un grado mucho más débil, de manera análoga al clima cálido. Que el color blanco del rostro indica una degeneración y no es natural lo prueban el disgusto y la repulsión senti dos por algunos pueblos del interior de Africa cuando lo ven por primera vez: les parece como una marchitez mórbida. Unas jóvenes negras africanas, que habían acogido muy amistosamente a un viajero, le ofrecían leche cantando esto: "¡Pobre extranjero, cuánto nos apena que seas blanco!". Se le e en una nota del "Don Juan" de lord Byron (canto XII, estrofa 7) : "El doctor Denham dice que al regreso de sus viajes por Africa, cuando volvió a ver por primera vez las mujeres de Europa, le hicieron el efecto de tener rostros anormalmente enfermizos". Entretanto, los etnógrafos continúan hablando tranquilamente como su predecesor Buffon (véase P. Flourens, "Historia de los trabajos y las ideas de Buffon") de las razas blanca, amarilla, roja y negra, tomando ante todo el color por base de sus divisiones mientras que, en realidad, éste nada tiene de esencial y su diferencia no tiene otro origen que el alejamiento más o menos grande, más o menos reciente también, de una tribu de la zona tórrida, la única, en efecto, en que la raza humana sea indígena; mientras que, fuera de ella, esta raza no puede
subsistir sino con ayuda de cuidados artificiales, pasando el i nvierno en invernaderos como las plantas exóticas, lo que acarrea poco a poco su degeneración, en primer lugar en cuanto al color.
La noción de raza a través de la historia (8). 1853: Joseph Arthur de Gobineau
La faena de la filosofía de la historia en el siglo XIX excedió la fijación material del proceso histórico basada en factores económicos para plantearse también el interrogante acerca de los portadores y sujetos peculiares de la historia: la vida del hombre individual en su honda raigambre natural fue examinada a la luz de su penetración mutua por fuerzas tanto espirituale s como naturales. Partiendo de una concepción empírica de la hist oria, se desarrollaron nuevas caracterizaciones y nuevos estudios sobre cuestiones como pueblo y raza en relación a su significación ontológica para la historia, sea ésta política o cultural. Quien sentó el precedente de considerar el tema de la raza como factor y portadora de la vida histórica fue el diplomático y escritor francés Joseph Arthur de Gobineau (1816-1882), un aristócrata autor de novelas, obras teatrales, libros de viajes y de poesías, y ensayos sobre religión, filosofía e historia. Su obra más conocida es el "Essai sur l'inégalité des races humaines" (Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas) publicada en cuatro tomos entre 1853 y 1855, por la que se convirtió en el primer teórico de la tesis sobre la supremacía de las razas arias. En este voluminoso ensayo estudió el problema de la decadencia de las civilizaciones. Esta decadencia no era debida, a su entender, a las causas que usualmente se citan: la corrupción, la irreligión o la lujuria. Tampoco era debida a la acción de los gobernantes. Un pueblo degenerado o decadente, dice Gobineau, es aquel que ya no posee el mismo valor intrínseco que antes, es decir, "el que no posee ya la misma sangre en sus venas" a causa de haber sido afectada su sangre por
"continuas adulteraciones". Esto supone que hay diferencias de valor entre raz as humanas y que, por consiguiente, una raza puede "contaminar" a la otra. El biologismo que se desprende de esta noción de Gobineau no fue negado por su autor. Todo lo contrario; él mismo comparó un pueblo con un cuerpo humano e hizo consistir el valor primordial de éste en su "vitalidad". De ahí que Gobineau se ocupase especialmente de señalar cuáles eran las condiciones que debía cumplir un pueblo para mantenerse inmune a la degeneración. Pero como estas condiciones dependían esencialmente, a su entender, de la pureza de la raza, resultó que la raza primero y su pureza después, serían para él el fundamento de cualquier filosofía de la historia. Según razona el filósofo y ensayista catalán José Ferrater Mora (1912-1991) en su grandioso"Diccionario de Filosofía", la exaltación de la raza germánica debe ser comprendida a la luz de esta idea, pues la raza germánica es, afirma Gobineau, la más alta variedad del tipo blanco, superior a las demás variedades y, por supuesto, incomparable con los tipos amarillo y negroide (para Gobineau, el ínfimo tipo). En último término, decir "raza" es decir "raza germánica", en el mismo sentido en que se dice de alguien que es "un hombre de raza". "Pero el término 'raza' -dice Ferrater Mora- se puede aplicar también, a los efectos de la medición de valor, a los diversos tipos. En la raza radican, según Gobineau, todos los valores (o disvalores), no sólo físicos sino también espirituales. Reducir la multiplicidad racial a la idea de un humanismo es, a su entender, una degeneración de la historia y el principio de la dec adencia para todas las razas superiores. La desigualdad de las razas es, por consiguiente, una desigualdad física y espiritual; su mutua relación no es una función de su diferencia sino de su necesaria subordinación. Por eso es preciso conservar pura la raza y en particular la raza germánica como natural dominadora de las restantes, pues su mezcla significaría necesariamente su desaparición". La filosofía de la historia de Gobineau se reduce de este modo a un naturalismo idealista, en el cual el primer término es representado por la interpretación de la historia a base de un factor real natural, y el segundo por la determinación de una finalidad.
Encuentro solamente tres razas bien caracterizadas: la blanca, la negra y la amarilla. Si me sirvo de denominaciones tomadas del color de la piel, no es porque juzgue la expresión just a y acertada, pues las tres categorías de que hablo no tienen precisamente por rasgo distintivo el color de la carne, cada vez más múltiple en sus matices: se añaden a él hechos de conformación más importantes aún. Pero, a menos de inventar yo mismo nombres nuevos, a lo que no me creo con derecho, es preci so que me resuelva a elegir, en la terminología en uso, designaciones no absolutamente buenas, pero menos defectuosas que las demás, y prefiero decididamente las que empleo aquí, que despues de advertencia previa son bastante inofensivas, a todos e sos apelativos sacados de la geografía o de la historia que tanta confusión han arrojado sobre un terreno ya bastante embrollado por sí mismo. Así, advierto, de una vez para siempre, que entiendo por blancos a los hombres que se designan también con el nombre de raza caucásica, semítica, jafética. Llamo negros a las chamitas, y amarillos a la rama altaica, mongólica, finesa, tártara. Tales son los tres elementos puros y primitivos de la humanidad. No hay más razones para admitir las veintiocho variedades de Blumenbach que las siete de Prichard: uno y otro clasifican en s us series híbridos notorios. Cada uno de los tres tipos originales, en lo que les es particular, jamás presentó probablemente una unidad perfecta. Las grandes causas cosmogónicas no habían solamente cr eado en la especie variedades definidas; en los puntos en que su efecto se había producido, habían determinado también, en el seno de cada una de las tres variedades principales, la aparición de varios géneros que poseían, además de los caracteres generales de su rama, rasgos distintivos particulares. No hubo necesidad de cruzamientos étnicos para causar esas modificaciones especiales: preexistían a todas las mezclas. Vanamente se trataría hoy de comprobarlas en la aglomeración mestiza que constituye lo que se llama la raza blanca. Esa imposibilidad debe existir también en cuanto a la amarilla. Tal vez el tipo melanio se ha conservado puro en algún lugar; por lo menos, ha permanecido ciertamente más original, y demuestra así, por lo visto mismo, lo que podemos admitir para las otras dos categorías humanas, no según el testimonio de nuestros sentidos, sino según las i nducciones suministradas por la historia. Los negros han seguido ofreciendo diferentes variedades originales, tales como el tipo prognato de cabellera lanosa, el del negro indio del Kauman y del Dekkan, el del pelagiano de la Polinesia. Muy ciertamente se han formado variedades entre esos géneros por medio de mezclas, y es de ahí que se derivan, tanto para los negros como para los blancos y los amarillos, los que se pueden llamar tipos terciarios. Los hombres de la raza amarilla son generalmente pequeños; en algunas de sus tribus, incluso, no rebasan las proporciones reducidas de los enanos. La estructura de sus miembros, la potencia de sus músculos, están lejos de igualar lo que se ve en los blancos. Las formas del cuerpo son rechonchas, achaparradas, sin belleza ni gracia, con algo de grotesco y muchas veces de horrible. En la fisonomía, la naturaleza ha economizado el dibujo y las líneas. Su liberalidad se ha limitado a lo esencial: una nariz, una boca, pequeños ojos son lanzados en caras anchas y aplastadas, y parecen
trazados con una negligencia y un desdén completamente rudimentarios. Los cabellos son raros en la mayor parte de las tribus. Se ven, sin embargo, y como reacción, excesivamente abundantes en algunas y descendiendo hasta la espalda; en todas s on negros, ásperos, tiesos y toscos como crines. He ahí el aspecto físico de los hombres de la raza amarilla. En cuanto a sus cualidades intelectuales, no son menos particulares, y están en oposición tan cierta con las aptitudes de la especie negra, que habiendo dado a ésta el título de femenina, aplico a la otra el de varonil, por excelencia. Una falta absoluta de imaginación, una tendencia única a la sat isfacción de las necesidades naturales, mucha tenacidad y perseverancia aplicadas a ideas vulgares o ridículas, cierto instinto de la libertad individual manifestado, en el mayor número de las tribus, por el apego a l a vida nómada y, en los pueblos más civilizados, por el respeto a la vida doméstica; poca o ninguna actividad, ninguna curiosidad de espíritu, ninguno de esos gustos apasionados por el adorno tan notables en los negros: he ahí los rasgos principales que todas las ramas de la familia. Se ha realzado un hecho muy digno de nota, del cual se aspira a servirse hoy como de un criterio seguro para reconocer el grado de pureza étnica de una población. Es el parecido de los rostros, de las formas, de la constitución y, por tanto, de los gestos y del aspecto. Cuanto más una nación estuviera exenta de mezcla, más todos sus miembros tendrían en común esas similitudes que enumero. Cuanto más, al contrario, se hubiera cruzado, más diferencias se encontrarían en la fisonomía, la talla, el porte, la apariencia, en fin, de los individuos. El hecho es indiscutible, y el partido que se puede sacar de él es precioso; pero no es enteramente como se imagina. Asisto con interés, aunque con mediana simpatía, lo confieso, al gran movimiento a que los instintos utilitarios se entregan en América. No desconozco el poder que despliegan; pero, bien contado todo, ¿qué resulta, de ellos, desconocido? Y aún, ¿qué ofrecen seriamente original? ¿Pasará allí algo que en el fondo sea extraño a las concepciones europeas? ¿Exis te allá un motivo determinante al cual se puede ligar la esperanza de futuros triunfos para una humanidad joven que estaría aún por nacer? Pésese maduramente el pro y el contra, y no se dudará de la inanidad de semejantes esper anzas. Los Estados Unidos de América no son el primer Estado comercial que ha ya habido en el mundo. Los que le han precedido no han producido nada que se pareciera a una regeneración de la raza de que eran originarios. Cartago ha lanzado un resplandor que será difícilmente igualado por Nueva York. Cartago era rica, grande en todas especies. La costa septentrional de Africa en su completo desenvolvimiento, y una parte de la región interior, estaba en su mano. Había sido más favorecida a su nacimiento que la colonia de los puritanos de Inglaterra, porque los que la habían fundado eran los retoños de la s familias más puras del Chancán. Todo lo que Tiro y Sidón perdieron, Cartago lo heredó. Y, sin embargo, Cartago no ha añadido el valor de un gramo a la civilización se mítica, ni impedido su decadencia por un día. Constantinopla fue a su vez una creación que parecía deber eclipsar en esplendor el presente, el pasado, y transformar el porvenir. Gozando de la más bella situación que
existe sobre la tierra, rodeada de las provincias más fértiles y más populosas del imperio de Constantinopla, parecía exenta, como se quiere imaginar en cuanto a los Estados Unidos, de todos los impedimentos que la edad madura de un país se lamenta de haber recibido de su infancia. Poblada de letrados, colmada de obras maestras de todos géneros, famil iarizada con todos los procedimientos de la industria, poseedora de manufacturas inmensas y dueña de un comercio sin límites con Europa, con Asia, con Africa, ¿qué rival tuvo jamás Constantinopla? ¿Para cuál rincón del mundo el cielo y los hombres podrían jamás hacer lo que fue hecho para esa majestuosa metrópoli? ¿Y a qué precio pagó tantos cuidados? No hizo nada, no creó nada: ninguno de los males que los siglos habían acumulado sobre el universo romano supo curarlos; ni una idea reparadora salió de su población. Nada indica que los Estados Unidos de América, más vulgarmente poblados que esta noble ciudad, y sobre todo que Cartago, deban mostrarse más hábiles. Toda la experiencia del pasado se ha reunido para probar que la amalgama de principios étnicos agotados no podría suministrar una combinación remozada. Es ya mucho prever, mucho conceder, suponer en la República del Nuevo Mundo una cohesión bastante extensa para que la conquista de los países que la rodean le sea posible. Apenas ese gran éxito, que le daría un derecho cierto a compararse con la Roma semítica, es aún probable; pero basta que lo sea para que deba tenerse en cuenta. En cuanto a la renovación de la sociedad humana, en cuanto a la creación de una civilización superior o al menos diferente, lo cual, a juicio de las masas interesadas, viene a ser siempre lo mismo, son fenómenos que no son producidos sino por la presencia de una raza relativamente pura y joven. Esta condición no existe en América. Todo el trabajo de ese país se limita a exagerar ciertos aspectos de la cultura europea (y no siempre los más bellos), a copiar lo mejor que puede el resto, a ignorar más de una cosa. Ese pueblo, que se llama joven, es el viejo pueblo de Europa, menos contenido por leyes más complacientes, no más inspirado. En el largo y triste viaje que lanza a los emigrantes a su nueva patria, el aire del Océano no los transforma. Tales como habían partido, tales llegan. El simple traslado de un punto a otro no r egenera a las razas sino a medias agotadas.
La noción de raza a través de la historia (9). 1864: Herbert Spencer
En 1855, cuatro años antes de que Darwin formulase su teoría de la selección natural, el naturalista y filósofo británico Herbert Spencer (1820-1903) comenzó a publicar sus "Principles of Psychology" (Principios de Psicología), obra en la que concibió la idea de una interpretación general de la realidad en base al principio de la evolución. Esta idea tomó cuerpo en un programa que, a partir de 1860, realizó casi íntegramente en los siguientes treinta años de su vida con singular tenacidad. El conjunto de la doctrina fue llamado por su autor "A system of synthetic philosophy" (Sistema de filosofía sintética), que abarcó, además, otros cuatro volúmenes: "First principles" (Primeros principios), "Principles of Biology" (Principios de Biología), "Principles of Sociology" (Principios de Sociología) y "Principles of Ethics" (Principios de Etica).La f ilosofía debe tener por misión, según Spencer, el conocimiento de la evolución en todos los aspectos de la realidad dada, que de ninguna manera es igual a la realidad absoluta. Lo dado, explica José Ferrater Mora (19121991) en su "Diccionario de Filosofía", es la "sucesión de los fenómenos, la evolución universal como manifestación de un Ser inconcebible, de un absoluto último que Spencer designa alternativamente con los nombres de Incognoscible o Fuerza. En este reconocimiento de un Absoluto, pero a la vez en esta limitación de la ciencia a lo relativo, que es lo único positivo, radica la posibilidad de una conciliación entre la religión y la ciencia. La evolución es la ley universal que rige todos los fenómenos en tanto que manifestaciones de lo Incognoscible". No es sólo una ley de la Naturaleza, sino también una ley del espíritu, pues éste no es más que la parte interna de la misma realidad y justamente aquella parte cuya evolución consiste en adaptarse a lo externo, en ser formado por él. Para Spencer "lo Incognoscible no es -continúa Ferrater Mora-, por consiguiente, una realidad material o una realidad espiritual; es algo de lo cual no puede enunciarse nada más que su inconcebibilidad y el hecho de se r el fondo último de la realidad universal. Limitada a esta tarea, la ciencia -como conocimiento parcial de l a evolución- y la
filosofía -como conocimiento total y sintético de la misma- deben ser enteramente positivas; lo que la ciencia y la filosofía pretenden es sólo el examen de una realidad no tras cendente, pero de una realidad sometida a una ley universal que proporciona los primeros principios del saber científico". Esta ley es la evolución, definida como "la integración de la materia y la disipación concomitante del movimiento por la cual la materia pasa de un estado de homogeneidad indeterminada e incoherente a un estado de heterogeneidad determinada y coherente". El supuesto implícito de la evolución es, por consiguiente, la conservación de la materia y la conservación de la energía. Sólo porque la fuerza y la energía se conservan puede el aspecto interno, esto es, el espíritu, entrar dentro de la órbita de la ciencia y ser regido por la evolución. En la biología, específicamente, la evolución se manifiesta en el proceso de adaptación de lo interno a lo externo, en la progresiva diferenciación de l os seres vivos que conduce de la homogeneidad a la heterogeneidad. Para Ferrater Mora, con esta concepción "se enlaz a la integración del darwinismo como doctrina biológica en el sistema spenceriano: la supervivencia del más apto es un ejemplo de la mencionada adaptación, en el curso de la cual a parecen formas vivas cada vez más complejas y perfectas. En la evolución no hay ningún punto final; todo equilibrio es sólo el punto de partida de una nueva desintegración y por eso el universo entero se halla sometido a un ritmo constante y eterno, a un perpetuo cambio, a la disolución de todo supuesto finalismo en un simple movimiento de compensación y equilibrio". Aunque considerada por sus defensores como el único método científico, la teoría de la evolución recibió múltiples críticas. El filósofo idealista alemán Wilhelm Windelband (1848-1915), por ejemplo, en su "Lehrbuch der geschichte der Philosophie" (Historia general de la Filosofía) juzgaba que el evolucionismo científico-natural de que echa mano la teoría de la evolución mediante la selección natural "puede, a decir verdad, explicar el fenómeno de la variación, pero no la idea de progreso: no puede justificar se que el resultado de la evolución sea un estadio siempre más elevado, es decir, más valioso". La obra de Spencer, no obstante, constituye el cuadro más complejo de la cultura positivista de tendencia evolucionista. Su obra filosófica fue, en efecto, una imponente enciclopedia de las ciencias biológicas y sociales construida desde la óptica de la "ley universal de la evolución". Fue Spencer quien popularizó el término "evolución" e introdujo expresiones como "supervivencia del más apto", que después adoptaría Darwin, quien consideraba a Spencer "el más grande de los filósofos vivos en Inglaterra". Aunque suele llamarse incorrectamente "darvinismo social" a las teorías socio-culturales de Spencer, lo cierto es que, independientemente e incluso antes de conocer la obra de Darwin, Spencer ya concebía la s ociedad como un organismo viviente que está sometido a los mismos mecanismos que cualquier ser vivo, así como al principio de la "supervivencia del más apto". Al igual que la naturaleza asegura la supervivencia de las razas más adaptadas sometiéndolas a una dura lucha por la existencia, así también la sociedad debía, según Spencer, constreñir a sus miembros a desarrollar la fe en sí mismos, la industriosidad, etc.,
sometiéndoles a la dura competición económica. De este modo se aceleraría la elevación del hombre de su originario estado salvaje a la sociedad perfecta, que, eliminadas las razas inferiores, estaría constituida por hombres superiores capaces de vivir sin gobierno.En cualquier caso, el progreso era, según Spencer, inevitable, y veía la sociedad británica de su tiempo como el grado más alto de desarrollo alcanzado hasta entonces. Sus tesis en este sentido son una explícita defensa del "liberalismo económico", así como un ataque al social ismo y al comunismo.
Las razas humanas tienden a diferenciarse y a integrarse lo mismo que se diferencian y se integran los demás seres vivientes. Entre las fuerzas que operan y conservan las segregaciones humanas, podemos nombrar en primer lugar las fuerzas exteriores llamadas físicas. El clima y el alimento que son más o menos favorables a un pueblo indígena, son más o menos perjudiciales a un pueblo de constitución diferente, llegado de una región remota del globo. Las razas del Norte no pueden perpetuarse en las regiones tropicales; si no perecen en la primera generación, sucumben a la segunda, y, como en la India, no pueden conservar sus establecimientos si no de una manera artificial por una inmigración y una emigración incesantes. Quiere decir esto que las fuerzas exteriores obran igualmente sobre los habitantes de determinada localidad, tienden a eliminar a todos los que no son de cierto tipo, y por ese medio a conservar la integración de los que son de ese tipo. Si, en otra parte, entre las naciones de Europa, vemos una especie de mezcla permanente debida a otras causas, notamos, sin embargo, que une razas que no pert enecen a tipos muy diferentes y que están acostumbradas a condiciones poco diferentes. Las otras fuerzas que concurren a producir las segregaciones étnicas son las fuerzas mentales reveladas en las afinidades que atraen a los hombres hacia los que se les asemejan. De ordinario, los emigrantes tienen el deseo de v olver a su país; y si su deseo no se realiza, es únicamente porque son retenidos por lazos muy fuertes. Los individuos de una sociedad obligados a residir en otra, forman en ella por lo común colonias, pequeñas sociedades. Las razas que han sido divididas artificialmente tienen una fuerte tendencia a unirse de nuevo. Ahora bien, aunque las
segregaciones que resultan de las afinidades naturales de los hombres de una misma familia no parezcan poder explicarse por el principio general antes expuesto, son, sin embargo, buenos ejemplos de él. Cuando hemos hablado de la dirección del movimiento, hemos visto que los actos que los hombres realizan para la satisfacción de sus necesidades eran siempre movimientos en el sentido de la menor resistencia. Los sentimientos q ue caracterizan a un miembro de una raza son tales que no pueden encontrar su satisfacción completa sino en otros miembros de la misma raza. Esa satisfacción proviene en parte de la simpatía que aproxima a los que tienen sentimientos semejantes, pero sobre todo de las condiciones sociales correlativas que se desarrollan en dondequiera reinan esos sentimientos. Así pues, cuando un ciudadano de una nación es, como vemos, atraído hacia otros de su nación, es porque ciertas fuerzas, que llamamos deseos, le impujan en la dirección de más débil resistencia. Como los movimientos humanos, lo mismo que todos los demás movimientos, están determinados por la distribución de las fuerzas, es indispensable que las segregaciones de razas, que no son el resultado de las fuerzas exteriores, sean producidas por las fuerzas que las unidades de esas razas ejercitan unas sobre otras. La naturaleza, en su infinita complejidad, está accediendo siempre a nuevos desarrollos. Cada resultado sucesivo se conviene en el progenitor de una influencia adicional, destinada en cierto grado a modificar rodos los resultados futuros. Cuando volvemos las hojas de la historia primitiva de la Tierra, encontramos el mismo cambio que no cesa, que perpetuamente recomienza. Lo vemos por igual en lo orgánico y en lo inorgánico, en las descomposiciones y recombinaciones de la materia y en las formas en constante variación de la vida animal y vegetal. Con una atmósfera cambiante y una temperatura decreciente, la tierra y el mar perpetuamente producen nuevas razas de insectos, plantas y animales. Todas las cosas cambian. Sería verdaderamente extraño que en medio de esta mutación universal sólo el hombre fuera constante, inmutable. Mas no lo es. También él obedece a la ley de la infinita variación. Sus circunstancias están cambiando constantemente y él está constantemente adaptándose a ellas.
La noción de raza a través de la historia (10). 1867: Pierre Joseph Proudhon
Algunos estudiosos lo sitúan entre los socialistas utópicos, aceptando la definición marxistaengelsiana de que socialista utópico es aquel que desea el socialismo, que sueña una sociedad socialista, pero que no conoce las leyes que rigen la marcha de la sociedad hacia el socialismo, los ritmos y los tiempos de la marcha, las transformaciones sociales previas necesarias. Otros, en cambio, acentúan su carácter anarquista, su radical oposición a cualquier gobierno, su rechazo de las instituciones políticas. En todo caso, el teórico político y filósofo francés Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) es considerado por todos como una mente lúcida, capaz de las frases profundas que definen una situación y constituyen una sentencia. Su pensamiento ha sido objeto de las más variadas y más disparatadas interpretaciones. Vilipendiado por los marxistas como pequeño burgués, bien visto por la derecha francesa como teórico de la autoridad familiar, reconocido por los socialistas liberales como su precursor, considerado como padre tutelar e intelectual por el sindicalismo revolucionario, redescubierto por el socialismo consiliario como iniciador de la autogestión obrera, en fin, criticado, discutido y respetado como uno de los fundadores del pensamiento anarquista. Para el catedrático de Filosofía Política en la Universidad de Barcelona José Manuel Bermudo (1943), en "el origen de esta variedad interpretativa est á el pensamiento del propio Proudhon, siempre contradictorio, disperso, llevado más por arranques e intuiciones q ue por esquemas". La matriz de esta característica contradictoria viene dada por el empleo absolutamente original del método dialéctico: contrariamente a Marx y Hegel, que definen la realidad mediante la tríada conformada por una tesis y una antítesis que se resuelven siempre en una síntesis superior, Proudhon afirmaba que las oposiciones y las antinomias son la estructura mi sma de lo "social" y que el problema no consistía en resolverlo en una síntesi s para llegar a la "realidad", sino en encontrar o construir un equilibrio funcional capaz de hacer convivir aquellas tendencias de por sí contradictorias. Para Proudhon, las oposiciones entre orden establecido y progreso, entre propiedad
privada y propiedad colectiva, entre socialización e individualismo, forman parte de la trama de la vida social. Los contenidos específicos de su doctrina, privilegiando a veces distintos aspectos de la multiplicidad socioeconómica, pueden definir a Proudhon como un teórico tanto de una como de otra tendencia, haciendo prácticamente imposible una lectura anarquista de su pensamiento, el que, además, ha sufrido una continua evolución que, en según qué épocas, se decantó más hacia un cierto reformismo que hacia el anarquismo. Lo concreto es que el autor de "Qu'est-ce que la propriété?" (¿Qué es la propiedad?) quiso hacer del pensamiento filosófico una norma para todos los actos humanos, dirigidos principalmente a una reorganización de la sociedad según principios de justicia. Igualmente alejado del individualismo atomista y del socialismo estatal, Proudhon concibió la justicia como una armonía universal, un principio general no sólo de los actos y pensamientos humanos, sino inclusive de las propias relaciones físicas. En nombre de la justicia es inadmisible todo dominio de un grupo humano sobre otro y por eso debían sustituirse las formas imperantes de la relación económica y moral, que tienden a la destrucción del equilibrio esencial de la sociedad humana, por nuevas formas apoyadas en el mutualismo entendido como una cooperación libre de las asociaciones y, por consiguiente, con la completa supresión del poder coercitivo del Estado. De esta manera quedaría abolida no solamente la coacción estatal sino el absolutismo del individuo, que conduce necesariamente a la arbitrariedad y a la injusticia. El anarquismo es, para Proudhon una doctrina social basada en la libertad del hombre, en el pacto o libre acuerdo de éste con sus semejantes y en la organización de una sociedad en la que no deben existir clases ni intereses privados ni leyes coercitivas de ninguna especie. "El hombre, movido por sus dos instintos paralelos, el egoísmo y el alt ruismo, que con él nacen y en él viven, sin imposiciones ni educaciones destinadas a dominarlo y a malearlo, sabrá, por egoísmo, ponerse de acuerdo con los demás hombres, para facilitar su trabajo, su defensa y el medio en que debe desenvolverse, y, por altruismo, sabrá aportar su apoyo solidario a los más débiles y desvalidos". A diferencia de otros autores del socialismo utópico, Proudhon era firme partidario del igualitarismo en la sociedad y proponía la asociación mutualista como la posible solución de los problemas sociales. Un mutualismo en el que los miembros asociados se garantizasen recíprocamente "servicio por servicio, crédito por crédito, retribución por retribución, seguridad por seguridad, valor por valor, información por información, buena fe por buena fe, verdad por verdad, propiedad por propiedad, libertad por libertad". La libertad para Proudhon se funde con la solidaridad, y ésta se traduce en la esfera política en forma de un Estado como federación de grupos a su vez confederados a escala internacional . Pensaba Proudhon que de esta forma se podrían socializar los medios de producción sin recurrir al Estado y no existiría beneficio de capitalistas ni banqueros, por lo que, de nuevo la autoridad estatal no tendría sentido. Mutualismo y federalismo entrañarían a la larga la caída del capital y del Estado.
Proudhon, para quien la justicia era una facultad que podía desarrollarse y ese desarrollo era lo que constituía la educación de la raza humana, publicó en vida varias obras trascendentales, entre ellas "Philosophie de la misère" (Filosofía de la miseria), "De la création de l'ordre dans l'humanité" (De la creacion del orden en la humanidad) y "La justice poursuivie par l'Eglise" (De la justicia en la Revolución y en la Iglesia). Póstumamente aparecieron otras no menos importantes como "De la capacité politique des classes ouvrières" (De la capacidad política de la clase obrera), "Amour et mariage" (Amor y matrimonio) y "France et Rhin" (Francia y el Rin). En esta última realizó una curiosa clasificación de las razas según sus hábitos alimentarios.
La especie humana, como todas las razas vivientes, se conserva por medio de la generación. La fisiología da una primera razón acerca de esta ley. El individuo, desde que ve la luz, comienza a gastarse y a envejecer; la nutrición y el reposo no lo renueva por completo; la misma vida lo echa a perder, y pronto ha de ser reemplazado. Ese reemplazo tiene lugar por medio de la generación; he aquí lo que cree descubrir la primera ojeada sobre el movimiento de las existencias. Ese motivo enteramente fisiológico no sólo es el único. Diré más, es el principal. Aparte de la evolución vital está la sociedad, fin supremo de la creación. Yo no pregunto, pues, si la renovación de los individuos por la generación es sencillamente una condición impuesta a la humanidad por la disolución inevitable del organismo, lo cual subordinaría el reino del espírit u al de la materia y repugnaría a nuestras ideas de libertad y progreso; o si lo que ocurre es más bien que la sociedad, necesitando para desenvolverse rejuvenecerse sin cesar en cada uno de sus miembros, como el animal se renueva por medio de la alimentación, la generación, más que una necesidad del organismo, resulta una necesidad de la constitución social. Entre los pueblos se pueden distinguir los voraces y los sobrios; las grandes mandíbulas y las pequeñas; los comedores de carne y los comedores de legumbres. Los pueblos meridionales son pueblos sobrios; el griego es muy sobrio, el árabe más aún; el italiano, el español, los galos del Mediodía son muy sobrios. El judío antiguo fue también sobrio: la ceremonia del cordero pascual lo
indica suficientemente. El judío comía carne una vez al año, en las fiestas, después algunas veces, en las grandes ocasiones, cuando se ofrecía un sac rificio. La idea de ofrecer a Dios un buey asado, un carnero, un macho cabrío, supone que la carne era cosa preciosa, que el judío no podía permitirse todos los días. Los indios no comían carne; tampoco los pitagóricos. Los judíos se abstenían de la carne de puerco, de anguila y de multitud de otros animales. Los antiguos arios, sectarios de Zoroastro, eran muy sobrios. Se distinguían aún entre los antiguos los galoptófagos, los ictiófagos, los lotófagos, etc. El trigo es un descubrimiento de las razas sobrias: ni los caníbales, ni los ingleses, ni los flamencos, hubiesen instituido el culto de Ceres y Triptolemo. Estas razas prefieren consumir su grano en bebida mejor que en pan. Por eso es de notar que el griego, el italiano, el español, el francés del Mediodía, lo mismo que el indio, se distinguen por una fisonomía menos animal, la retracción de la mandíbula, la pequeñez de la boca, lo saliente de la frente y de la nariz, mientras que sucede lo contrario entr e los alemanes, etc., como entre los caníbales. Sin embargo, hay que notar aquí que algunos pueblos que consumen poca carne, tales como los secuaneses, tienen la mandíbula fuerte; es que su régimen vegetal, tal como lo suministra su país, se componía de granos duros, cuyo aplastamiento exigía cierta potencia. Así sucede también con el árabe, que vive de un puñado de granos. Antes de juzgar a una nación en sus actos políticos, sociales, industriales, hay que reconocerla en sus disposiciones naturales. Porque todo tiene su principio en la naturalez a misma. Las razas voraces, bajo pena de permanecer bárbaras, o aún de perecer , han debido trabajar mucho más que las otras y, por consiguiente, organizar mejor que todas las otras la explotación humana. Los ingleses son grandes trabajadores, y grandes explotadores; son también los más grandes comedores del globo. Lo que devora un inglés bastaría a una familia griega de s eis personas. De ahí necesariamente toda una serie de diferencias en el carácter, las costumbres, el talento, las manifestaciones. De ahí el maltusianismo. El comedor es más positivista, más sensualista, más materialista, más utilitario. En Inglaterra es donde han nacido las teorías de Malthus y de Bentham. El frugal será más idealista, más artista; tendrá más necesidad de vanidad, de espíritu, de alma; en Grecia, en Italia, es donde han nacido los grandes ar tistas; de allí es de donde vienen las teorías espiritualistas. El comedor es más feroz, el frugal más sociable. La libertad política será a veces más débil en el último, en razón misma de su tendencia a la unión; pero la libertad social estará siempre incomparablemente más desarrollada en él que en las razas comedoras. Hasta bajo los reyes absolutos y los emperadores ha habido en Francia un espíritu de tolerancia, de independencia de opinión y de acción, que no existe en Inglaterra. Son las razas del Mediodía las que han impuesto sus ideas (cristianismo, derecho romano, política italiana) a las del Norte, que, en recompensa, se preparan para explotarlas y devorarlas. Si la raza sobria se contenta con poco, vive en imaginación tanto como en carne y hueso, estará menos dispuesta a salir de su casa, será menos viajera, menos emigrante, menos colonizadora; a
menos, sin embargo, como los antiguos griegos y romanos, de realizar sus empresas en gran asociación y por enjambres, lo que no es propio de los alemanes, de los normandos ni de los ingleses, aunque se puedan citar las grandes migraciones de los pueblos del Norte en los siglos XV y XVI. Las razas frugívoras serán las primeras civilizadas. Las carniceras no se civilizarán sino mucho tiempo después. Las primeras inventaron las ciencias, las artes, los oficios, la pequeña industria; las segundas, para las que la necesidad de comer constituye una ley de explotación humana, organizaron la gran industria. Estas son más burguesas, aquéllas más democráticas. En todos los países, ¿qué animal más comedor, más consumidor que el burgués?
La noción de raza a través de la historia (11). 1887: Ernest Renan
Huérfano de padre desde muy pequeño, su madre lo destinó al sacerdocio. Fue así que, hasta 1845, recibió una rígida educación católica en los seminar ios de St. Nicholas du Chardonnet, Issy-lesMoulineaux y St. Sulpice. Sin embargo, Ernest Renan (1823-1892) perdió la fe en el transcurso de su exégesis de las Sagradas Escrituras, "esa metafísica abstracta que tiene la pretensión de ser una ciencia aparte de las otras ciencias y de resolver por sí misma los altos problemas de la humanidad". Dejó entonces el seminario y abandonó la religión católica para estudiar lenguas orientales en la Académie des Inscriptions et Belles Lettres de París. Entre 1861 y 1863 fue profesor de Lenguas Semíticas en el Collége de France, del que fue expulsado tras la publicación de "La vie de Jésus" (La vida de Jesús) -primer volumen de la "Histoire des origines du christianisme" (Historia de los orígenes del cristianismo)-, una obra en siete volúmenes en la que ofreció una lectura del Nuevo Testamento expurgada de toda referencia a lo sobrenatural y una visión de rechazo a la divinidad de Jesús y la singularidad de la religión cristiana. Ya en 1948, en su ensayo "L'avenir de la science" (El porvenir de l a ciencia) -que recién se publicaría en 1890-, Renan exponía que la religión podía perfectamente ser reemplazada por la
ciencia. Consideraba que sólo la ciencia podía resolver los problemas humanos en tanto mantuviese su escepticismo y la dialéctica comparativa, llegando a la conclusión de que "la ciencia positiva" era "la única fuente de verdad". Aunque este "espíritu positivo" lo aplic ó luego a sus estudios históricos, tenía sus raíces en los estudios de ciencia natural a los que Renan se inclinó en algunos momentos de su vida por considerarlos fundamentales: "la química por un lado, la astronomía por el otro, y sobre todo la fisiología general, nos permiten poseer verdaderamente el secreto del ser, del mundo, de Dios, o como quiera llamársele". La inclinación de Renan hacia lo positivo lo alejó del espiritualismo y lo acercó al idealismo. "Romántico en protesta contra el romanticismo, atraído por la filosofía del devenir, Renan -dice José Ferrater Mora (1912-1991) en su 'Diccionario de Filosofía', unió a una convicción positivista en el método e inclusive en los fundamentos, cierto idealismo utópico que se manifestó, en primer lugar, en su fe en la ciencia como sustituto de la religión, y, en segundo término, en la idea de un progreso de la Humanidad por medio de la asimilación del contenido moral de la religión y particularmente de la religión cristiana, si n necesidad de admitir su estructura dogmática". La crítica de los orígenes del cristianismo -crítica que tendía en su aspecto meramente científico a considerar dicha religión como un elemento de la historia, someti do a las mismas leyes y condiciones de todo proceso histórico- condujo a Renan a una plena afirmación de su valor espiritual, con independencia de su verdad o falsedad. Pero, por otro lado, explica Ferrater Mora, "el positivismo en el método histórico no significaba para Renan un dogma; justamente la aplicación consecuente de un método positivista demuestra, a su entender, que la historia no es el producto de una serie de determinaciones constantes sino más bien el producto de la libre actuación de los individuos superiores en un medio dado y la consiguiente modificación de éste. Esta influencia es, por lo demás, indispensable si se pretende que el progreso de la humanidad sea incesante; los individuos superiores deben inclusive, cuando es necesario, dominar por la fuerza a las masas, imponerles las formas espirituales cuyo contenido es dado por el progreso de la ciencia y por las verdades morales de la religión". La noción de raza es oscura y resbaladiza, una abstracción difícil de concretar. Igual que la lengua, procede de troncos comunes y las combinaciones y mezclas son muchas. Darwin sostenía que cada clasificador tenía su propia clasificación de raza. En "Qu'est-ce qu'une Nation?" (¿Qué es una Nación?), una conferencia que dictó en la Sorbonne de París el 11 de Marzo de 1882, Renan manifestaba que "tanto la consideración exclusiva de la lengua como la atención excesiva concedida a la raza tiene sus peligros e inconvenientes. Cuando se cae en la exageraci ón respecto de ellas, uno se encierra en una cultura determinada, reputada por nacional; uno se limita, se enclaustra. Se abandona el aire libre que se respira en el vasto campo de la humanidad para encerrarse en los conventículos de los compatriotas. Nada peor para el espíritu, nada más perjudicial para la civilización. No debe abandonarse el principio fundamental de que el hombre es un ser racional y
moral antes de ser encerrado en tal o cual lengua, antes de ser un miembro de esta o aquella raza, un adherente de tal o cual cultura. Antes que la cultura francesa, la cultura alemana, la cultura italiana, está la cultura humana". Entre las principales obras de carácter filosófico escritas por Renan pueden mencionarse "Questions contemporaines" (Cuestiones contemporáneas), "Essais de morale et d e critique" (Ensayos de moral y de crítica), "Examen de conscience philosophique" (Examen de conciencia filosófico), "Dialogues et fragments philosophiques" (Diálogos y fragmentos filosóficos), "Drames philosophiques" (Dramas filosóficos) y "Discours et conférences" (Discursos y conferencias), obra esta última publicada en 1887 en la que analizó detenidamente el tema de la raza.
En la época de la Revolución Francesa se creía que las instituciones de pequeñas ciudades independientes, tales como Esparta y Roma, podían aplicarse a nuestras grandes naciones de treinta a cuarenta millones de almas. En nuestros días, se comete un error más grave: se confunde la raza con la nación, y se atribuye a grupos etnográficos, o más bi en lingüísticos, una soberanía análoga a la de los pueblos realmente existentes. La consideración etnográfica no ha estado presente para nada en la constitución de las naciones modernas. Francia es céltica, ibérica, germánica. Alemania es germánica, céltica, eslava.Italia es el país más complicado en materia de etnografía: galos, etruscos, pelasgos, griegos, sin hablar de otros muchos elementos, se cruzan allí en una mezcla indescifrable. Las Islas Británicas, en su conjunto, ofrecen una mez cla de sangre céltica y germana cuyas proporciones son muy difíciles de establecer. La verdad es que no hay una raza pura, y que hacer reposar l a política sobre el análisis etnográfico es asentarla sobre una quimera. Los más nobles países -Inglaterra, Francia, Italia- son aquellos donde la sangre está más mezclada. ¿Representa Alemania respecto de esto una excepción? ¿Es un país germánico puro? ¡Qué ilusión! Todo el sur ha sido galo. Todo el este, a partir del Elba, es eslavo. Y las partes que pretenden ser realmente puras, ¿lo son en efecto? Tocamos aquí uno de los problemas sobre los cuales importa más hacerse ideas claras y evitar equívocos.
Las discusiones sobre las razas son interminables porque los historiadores filólogos y los antropólogos fisiólogos han tomado la palabra raza en dos sentidos enteramente diferentes. Para los antropólogos la raza tiene el mismo sentido que en z oología; indica una descendencia real, un parentesco por la sangre. Ahora bien, el estudio de las lenguas y de la historia no conduce a las mismas divisiones que la fisiología. Los términos braquicéfalo y dolicocéfalo no tienen cabida ni en historia ni en filología. En el grupo humano que creó las lenguas y la disciplina arias h abía ya braquicéfalos y dolicocéfalos. Lo mismo puede decirse del grupo primitivo que creó las lenguas y las instituciones llamadas semíticas. En otros términos: los orígenes zoológicos de la humanidad son enormemente anteriores a los orígenes de la cultura, de la civilización y del lenguaje. Los grupos ario primitivo, semita primiti vo y turanio primitivo no tenían ninguna unidad fisiológica. Estas agrupaciones son hechos históricos que tuvieron lugar en cierta época, posiblemente hace quince o veinte mil años, mientras que el origen zoológico de la humanidad se pierde en tinieblas incalculables. La raza, tal como la entendemos los historiadores, es, por consiguiente, algo que se hace y se deshace. El estudio de la raza es capital para el sabio que se ocupa de la historia de la humanidad. No tiene aplicación en política. La conciencia instintiva que ha presidido la confección del mapa de Europa no ha tenido en cuenta para nada la raza, y las primeras naciones de Europa son de sangre esencialmente mezclada. El hecho de la raza, capital en su origen, va, por lo tanto, perdiendo cada día más su importancia. La historia humana difiere esencialmente de la zoología. La raza no lo es todo, como en los roedores o en los felinos, y no hay derecho a ir por el mundo manoseando el cráneo de las gentes y a tomarlas luego por el cuello diciendo: "¡Tú eres de mi sangre, tú eres de los nuestros!". Fuera de los caracteres antropológicos existen la razón, la justicia, lo verdadero y lo bello, que son lo mismo para todo el mundo.
La noción de raza a través de la historia (12). 1894: Gustave Le Bon
Hacia fines del siglo XIX, en ciertos ámbitos de la medicina comienza a gestarse la "teoría de la degeneración", una teoría que presentaba una imagen pesimista de la civilización moderna y sacudía profundamente la confianza del liberalismo europeo. Varios biólogos y antropólogos consideraron que los avances económicos y sociales parecían conspirar contra el progreso humano en vez de favorecerlo. A esta degeneración se la definía como el desvío morboso respecto de un tipo original, sosteniéndose que -como había dicho Gobineau- "cuando un organismo se debilita bajo toda suerte de influencias nocivas, sus sucesores no semejan el tipo saludable y normal sino que forman una nueva subespecie", que con creciente frecuencia le ga sus peculiaridades a su prole. Así, el pensamiento racista se fue estructurando poco a poco en doctrinas que preconizaban la eugenesia, es decir, la aplicación de las leyes biológicas de la herencia para el perfeccionamiento de la especie humana; esto es, intervenir en los rasgos hereditarios para lograr el nacimiento de personas más sanas y con mayor inteligencia. En otras palabras, s ustituir la selección natural darwiniana por una selección artificial. Uno de sus promotores fue el médico francés Gustave Le Bon (1841-1931), quien estudió medicina en la Universidad de París pero no pudo superar la prueba de la lectura de la tesis doctoral. Se dedicó primero a la problemática de la higiene y ejerció como médico militar durante la guerra franco-prusiana. Luego emprendió numerosos viajes por Europa, Africa y Asia, experiencia que volcó en "L'homme et les sociétés. Leurs origines e t leur histoire" (El hombre y las sociedades. Sus orígenes y su historia) antes de orientarse hacia el campo de la sociología y la antropología en general y al de la psicología en particular. Inicialmente realizó investigaciones fisiológicas sobre el tamaño del cráneo y del cerebro, estableciendo que en la sociedad de su época, el cerebro de los hombres tendía a ser más grande -indicio de una c reciente capacidad intelectual- mientras que el de las mujeres se encogía. Consagró luego su atención a la conducta en la sociedad industrial, sobre todo la de las multitudes, el fenómeno de las masas y el comportamiento de los individuos cuando
se mueven en fenómenos colectivos. El resultado fue "Psychologie des foules" (Psicología de las masas), un libro que de alguna manera encierra ci ertos embriones ideológicos del fascismo y el nacionalsocialismo: "A su manera atávica, la multitud busca un líder, vale decir, una figura poderosa que encauce sus energías irracionales hacia fines constructivos". Según Le Bon, el líder natural de la multitud, irradiaba el mismo aura que distinguía al reyezuelo o médico brujo de una tribu primitiva. Para Le Bon, la interacción entre individuo y masa producía una conducta masiva ret rógrada. Cuando los individuos se encontraban reunidos en la calle o en un mitin político, se activaba un retroceso masivo a un estado primitivo: "Por el mer o hecho de formar parte de una multitud organizada, un hombre desciende varios peldaños en la escalera de l a civilización. Si bien por sí mismo puede ser un individuo cultivado, en una multitud, es un bárbaro y se vuelve capaz de los actos brutales e irracionales que caracterizan un disturbio callejero. Los instintos de ferocidad destructora propios de las muchedumbres, y que se plasman en sus act os criminales, no son sino residuos de edades primitivas que duermen en el fondo de cada uno de nosotros". "Entre los caracteres especiales de las muchedumbres -escribió- hay muchos que se observan igualmente en los seres que pertenecen a formas inferiores de evolución, tales como la mujer, el s alvaje y el niño. Las muchedumbres son femeninas, a veces; pero las más femeninas de todas, son las muchedumbres latinas". En un contexto histórico donde imperaba una masiva vida urbana moderna y dominaba la política democrática, se creaban muchas oportunidades para es ta clase de conducta "retrógrada", razón por la que, para Le Bon, enormes peligros se cernían sobr e la sociedad industrial europea: "El advenimiento de las masas al poder ma rca una de las últimas etapas de la civilización occidental. Ahora su civilización carece de estabilidad. El populacho es soberano y crece la marea de barbarie". Le Bon empleaba con frecuencia el término "raza": "raza anglosajona", "raza mongólica", "raza negra" y hasta "raza francesa". También "raza latina", lo que llevó al eminente neurólogo y antropólogo francés Paul Broca (1824-1880) a decir: "La raza latina no existe por la misma razón por la que tampoco existe un diccionario braquicéfalo". Desde una postura de simple observador cínico, concedía importancia a las religiones como los verdaderos ejes de las culturas. Opinaba que todo ser poseía un alma invisible -el alma de las razas- que se expresaba en su vida personal, en las artes y en las instituciones, y consideraba que el verdadero progreso era siempre y en última instancia fruto de la obra de las minorías operantes y las elites intelectuales. Por sus frecuentes alusiones al inconsciente, para algunos historiadores la obra de Le Bon fue precursora de "Studien über hysterie" (Estudios sobre la histeria) de Sigmund Freud (1856-1939), e inclusive le asignan ser el precedente de "Der untergang des Abendlandes" (La decadencia de Occidente) de Oswald Spengler (1880-1936) por la idea de que todas las civilizaciones tenían la propiedad de pasar por determinados estadios, cumpliendo ciclos sorprendentemente semejantes.
Además de sus obras "Psychologie des foules" (Psicología de las masas), "L'evolution de la matière" (La evolución de la materia), "Psychologie politique" (Psicología política) y "Bases scientifiques d'une philosophie de l'histoire" Bases científicas de una filosofía de la historia", Le Bon publicó el ensayo "Lois psychologiques de l'évolution des peuples (Leyes psicológicas de la evolución de los pueblos). En esta obra desarrolló la tesis que la Historia es, en una medida sustancial, el producto del carácter racial o nacional de un pueblo, siendo la fuerza motriz de la evolución social más la emoción que la razón. En ella postuló también la evolución inalterable de los grupos raciales y la preeminencia de los rasgos físicos y psicológicos sobre las influencias sociales e institucionales, sosteniendo que los "extraños alteran el alma de los pueblos".
Cuando se examinan, en un libro de historia natural, las bases de la clasificación de las especies, se comprueba en seguida que los caracteres irreductibles y, por consiguiente fundamentales, que permiten determinar cada especie son muy poco numerosos. Su enumeración cabe siempre en algunas líneas. Es que el naturalista, en efecto, no se ocupa sino de los caracteres invariables, sin tener en cuenta los caracteres transitorios. Estos caracteres fundamentales arrastran fatalmente, por lo demás, toda una serie de otros caracteres. Lo mismo sucede con los caracteres psicológicos de las razas. Si observamos los detalles, comprobamos divergencias numerosísimas y sutiles de un pueblo a otro, de un individuo a otro; pero si sólo nos interesan los car acteres fundamentales, reconocemos que para cada pueblo esos caracteres son poco numerosos. Y no es sino con ejemplos -pronto suministraremos algunos- como se puede mostrar claramente la influencia de ese pequeño número de caracteres fundamentales en la vida de los pueblos. No pudiendo ser expuestas las bases de una clasificación psicológica de las razas sino estudiando en sus detalles la psicología de diversos pueblos, tar ea que exigiría ella sola muchos volúmenes, nos limitaremos a indicarlas en sus líneas generales. Si sólo se consideran sus caracteres psicológicos