Jorge Baños Orellana, “De cómo la señorita Gélinier transfiguró la lectura lacaniana del Psicoanalál isis , n°8-9, San José de Costa Rica, caso Dick”, Página Literal, Revista de Psicoanalálisis 2008, pp. 116-132.
De cómo la señorita Gélinier transfiguró la lectura lacaniana del caso Dick
Jorge Baños Orellana Quisiera ilustrar mis palabras; siempre hay que dar una breve ilustración ilustración de lo que se cuenta. J. Lacan, “Lo simbólico, lo imaginario y lo real” (8-VII-1953)
Es sabido que los textos hablan entre sí, aunque nadie espera que lo hagan siguiendo la etiqueta de las reglas de la conversación. A veces, la réplica textual es imposible, porque el autor del texto aludido (el autor, ese apéndice incómodo que cada tanto se pretende extirpar) se ha ido desde hace rato de este mundo; sin embargo, ello no constituye el menor obstáculo: es sabido que los textos hablan fluidamente con los muertos e incluso los toman por interlocutores predilectos. Por eso, sin buscar hacerse el ingenioso, Whitehead definió el largo milenio de la filosofía occidental como una colección de anotaciones a pie de página de los textos de Platón. Nadie objetaría decir otro tanto del siglo del psicoanálisis: anotaciones en los márgenes de Sigmund Freud, Melanie Klein y Jacques Lacan. Aunque sólo es cierto, en filosofía como en psicoanálisis, si a esos envíos intertextuales les concedemos amplios derechos a la amnesia y la tergiversación. El mismo Whitehead advirtió que el valor de verdad de su fórmula dependía de que se la leyese con suficiente vaguedad: “Últimamente nada descansa en la garantía de la autoridad: la Suprema Corte de Apelaciones carece intrínsecamente de razonabilidad. La caracterización más segura de la tradición filosófica europea es que consiste en una serie de notas al pie de la obra de Platón. Y no me refiero al esquema sistemático que, sin mayor convicción, los académicos extrajeron de sus escritos; aludo a la riqueza genérica de las ideas allí dispersas.” 1
1
Es say in Cosmology , The Free Press, New Whitehead, Alfred North [1929], Process and Reality: An Essay York, 1978, p. 39. (Tr. del a.).
¿Pero cuáles son los límites de la renegación del esquema y la busca de perlas dispersas en textos ajenos? Quiero decir, ¿a partir de cuándo deja de ser honesto afirmar que tal texto habla o reproduce efectivamente de tal otro texto? Y si así lo hiciese, queda aún pendiente la pregunta de qué es lo que guía su propósito: un texto puede hacer muchas cosas con otro texto. Por ejemplo, puede invocarlo para una cita ocasional o puede plagiarlo, disimulando la invocación, o retenerlo, pretendiéndolo dote de su herencia. ¿Se hereda la propiedad de los textos? Si aceptamos la ficción de que los textos guardan relaciones de parentesco, hay que subrayar que los linajes textuales son altamente inestables. ¿Quiénes son los auténticos herederos de un texto? Nada más difícil. No los confundimos con los legítimos legatarios de los derechos de autor, porque a los lectores no nos incumbe el autor como persona jurídica, ni como voluntad última (Kafka ordenó a su albacea, Max Brod, que quemara todo papel inédito que encontrase, afortunadamente fue desatendido). Tampoco podrían equipararse a los mastines de la Biblioteca, porque la lengua de un texto caduca si las relecturas de cada nueva generación no la sacude de anacronismos o no explicita sobrentendidos olvidados, y porque la vida de un texto se marchita si no corre la aventura de la traducción a otras lenguas. Al respecto, los suscriptos a Página Literal tendrán bien presente “El pasaje al español del comentario de J. Lacan al caso Dick de Melanie Klein”, 2 el artículo de Ginnette Barrantes y Nora Garita que no se contentan con señalar, como puede sugerir el título, las pifias de la traducción oficial de las lecciones del 17 y el 24 de febrero de 1954 del Seminario Los escritos técnicos de Freud de
Jacques Lacan, sino que —alineándose junto a otros partidarios de la
necesidad de una edición crítica de los Seminarios— ponen bajo la lupa, además, el modo en que Jacques-Alain Miller, en carácter de albacea testamentario, transpuso al francés escrito las lecciones orales de Lacan. Cuando me brindaron la feliz oportunidad de conjugar sus pareceres con los míos,3 a propósito del examen de Lacan del caso Dick, adopté como nuevo punto de partida la observación capital de Barrantes y Garita. Aquella de que la transposición oficial del seminario Los escritos técnicos había suprimido dieciocho de las treinta y 2
Ginnette Barrantes y Nora Garita, “El pasaje al español del comentario de J. Lacan al caso Dick de Melanie Klein”, rev. Página Literal n° 7 (Extraña intimidad), San José, Costa Rica, 2007. 3 Cf. Dispositivo de lectura: “Lo que, leyendo el caso Dick de Melanie Klein, Lacan enseña”, a cargo de Jorge Baños Orellana, organizado por la école lacanienne de psychanalyse, Revista Página Literal , en el Centro de la Cultura Popular, San José, Costa Rica, 23 de febrero de 2006.
ocho páginas de la estenotipia de la lección oral del 17 de febrero. Se trata de las correspondientes a la participación de la señorita Gélinier. 4 Asistente a los primeros tiempos del seminario, ella había preparado, por incitación de Lacan, un resumen y preguntas críticas sobre “La importancia de la formación del símbolo en el desarrollo del yo”, texto en el cual Melanie Klein expuso el caso Dick. No se trata de un monólogo ininterrumpido, Lacan pronuncia quince comentarios muy breves aunque, a mi entender, significativos. Nuestras autoras subrayan cómo, en la línea de costura de la omisión de estas dieciocho páginas, el establecimiento de Miller disimula el formidable salto reemplazando la coda del diálogo entre Lacan y Gélinier (“Lo que usted explica [se dirige a la Srta. Gélinier], la falta de contacto, es…”) por una frase atribuida a Lacan y dirigida a todos los presentes (“Percibieron la falta de contacto que experimenta Dick. Es…”). Justificadamente concluyen: “Al omitir otras voces, el transcriptor-traductor se ha permitido reescribir el texto.” Privilegié este hallazgo de “El pasaje al español del comentario de J. Lacan al caso Dick de Melanie Klein” no sólo por su fuerza persuasiva sino porque, desde que me abrió acceso al asunto Gélinier —confieso que nunca se me había ocurrido rastrearlo en la estenotipia— creo haber dado con el motivo de algo que me resultaba enigmático: que, en la lección del 24 de febrero de 1954, una semana después de la participación de la señorita, Lacan vuelve al caso Dick transformado en otro lector.
El seminario de Lacan como teatro leído
El estudio de esas páginas omitidas exige que ahorremos sobreactuaciones contra la transposición oficial. Indudablemente su proceder es injustificable, por más que, puestas en escala real, las consecuencias no sean tan desastrosas como cabría temerse, pues Lacan compartía excepcionalmente el sitial del orador. Lo digo, sin embargo, porque soslayar la ofuscación permite sincerarnos con respecto a un hecho incómodo: el de que, a primera vista, las dieciocho páginas omitidas del 17 de febrero son decepcionantes. Uno queda con la sensación de haber leído un resumen escolar del artículo de Melanie Klein, presumiblemente elaborado por una pediatra (no obtuve precisiones 4
Omite páginas 15 a 33; pueden consultarse en http://www.ecole-lacanienne.net/seminaireI.php
acerca de la identidad de la señorita Gélinier). Por cierto incluye un par de preguntas inteligentes, pero, hay que reconocerlo, bien conocidas por el lector de la versión oficial, pues Lacan las recupera y contesta en la lección del 24 de febrero, en el párrafo donde dice: “Aquí comienzan las perplejidades de la señorita Gélinier”. 5 Ni siquiera la docena de intervenciones de Lacan se nos aparecen como un tesoro perdido. Al menos fue así, en mi caso, hasta que ensayé releer o, mejor dicho, escuchar lo omitido como si se tratara de páginas de una pieza teatral. Un sencillo dispositivo de teatro leído reveló, al término de algunos ensayos, lo que la lectura personal en voz baja pasaba por alto: dos núcleos dramáticos, dos situaciones conflictivas. 6 En la más embarazosa, Lacan procura corregir a la señorita acerca de un detalle clínico y ella, empuñando el texto, muestra que la razón está de su parte y que, como lector de Melanie Klein, Lacan puede tergiversar y ser porfiado. En la otra situación, ella formula una duda y no queda claro si Lacan la resuelve o la esquiva. Pasemos a la primera situación, no sin advertir que los ensayos de voz me atrevieron a cometer dos intervenciones: la de modificar la puntuación establecida por la estenotipista y la de sumar didascalias. Si las páginas de la estenotipia fuesen el garante absoluto de la significación, cualquier ingerencia de este tenor merecería rechazo automático. Pero ninguna propuesta de edición crítica de los Seminarios se ha conformado con la propuesta minimalista de encuadernar las estenotipias. Y con toda razón. La recuperación del contexto pide gruesas notas al pie, y más sensible aún es la construcción del texto, pues las miles de páginas dactilografiadas por la estenotipista de Lacan son, en buena medida, fidedignas en cuanto al campo del lenguaje, pero lamentables en cuanto a las trascripción de rasgos suprasegmentales de la función de la palabra. A excepción de los signos de interrogación (exigidos por la construcción sintáctica francesa), borran toda huella del ritmo, de la entonación y del énfasis (ningún término subrayado, ni siquiera un signo de admiración). No son muy distintas a una desgrabación realizada por un secretario indolente. Hecha esta larga justificación, entrego el resultado:
5
Lacan, J. [1953-54], El Seminario 1: Los escritos técnicos de Freud , Paidós, Barcelona, 1981, p. 131. El ejercicio tuvo como punto de partida la traducción de la estenotipia de Manuela Mohor; la interpretación de los papeles de la señorita y el doctor estuvieron a cargo, en Buenos Aires, de María Buisel Quintana y Walter Molnar y, en Santiago de Chile, de María Olga Herreros y Víctor Hugo Cruz Vargas, siempre en el ámbito de Lecturas cronológicas de Lacan. 6
GÉLINIER (continuando su resumen): Y, entonces, Melanie Klein dice que Dick no pudo —porque le tenía demasiado miedo a su sadismo— hacer esa distribución de la ansiedad sobre los objetos del mundo exterior; sino apenas sobre dos o tres objetos, que ella menciona, que tenían que ver con las únicas actividades lúdicas de Dick: el interés por los trenes, por las estaciones, por las puertas. Las tres cosas que él manipulaba. LACAN (corrigiéndola cortésmente): Sin embargo, quizás usted hace, ahí, una elisión de la descripción del caso clínico, que tendría importancia si la mantiene. Hay algo ahí que viene de otro lado : del comportamiento de Dick en lo de Melanie Klein. GÉLINIER (evasiva): Tocaré ese punto más adelante… LACAN (levantando el tono): Pero le hablo de lo que acaba usted de decirnos. Las historias concernientes a las puertas, las estaciones de trenes y los trenes tienen lugar sobre todo en lo de Melanie Klein. GÉLINIER (buscando sus anotaciones en los márgenes del artículo): Aquí está lo que ella dice de lo que sucede con anterioridad. Ella piensa que las únicas distribuciones hechas por Dick hacia el exterior, con respecto a su ansiedad, son con los trenes, las estaciones, las puertas; y que estos tres objetos representan simbólicamente: el tren = el pene, la estación = la madre, y las manillas de las puertas. Ella piensa que la distribución de la ansiedad sobre los objetos se detuvo a esa altura (…) Luego, conociendo el interés de Dick por los trenes y las estaciones, y sabiendo que eran sus únicas investiduras ansiosas de objetos, Melanie Klein tomará un gran tren y lo pondrá al lado de un tren pequeño. LACAN (impaciente): ¿Está usted segura que eso es así, que Klein conocía eso? No, no conocía nada parecido, ¡le enchufa el tren en las manos! GÉLINIER (señalando el párrafo probatorio): ¡Sí, lo sabía! ¡Lo sabía de antes! 7
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Cuando anota los antecedentes del caso, de los que habría sido anoticiada por los padres de Dick (ambos psicoanalistas), M. Klein escribe: “El niño era indiferente a la mayor parte de los objetos y juguetes que veía a su alrededor, y tampoco entendía su finalidad o sentido. Pero le interesaban los trenes y las estaciones, y también las puertas, los picaportes y abrir y cerrar puertas.” Una vez en la primera sesión, ella sacará partido de eso que le habrían adelantado: “Cuando le mostré los juguetes que había ya dispuesto para él, los miró sin el más mínimo interés. Tomé entonces un tren grande, lo coloqué junto a uno más pequeño y los designé como «Tren papito» y «Tren Dick».”
LACAN (rendido ante la evidencia): Bue... En realidad, eso no cambia tanto la cosa... GÉLINIER (envalentonada, comienza a exagerar, a atribuirle a Dick algo que el niño jamás hizo): Él llama al tren grande “papá tren” y al pequeño “tren Dick”…
Hasta que no se reconstruye la manera en que la señorita y el doctor tomaron la palabra, es imposible percatarse de lo que está sucediendo. La transcripción de la estenotipia asordina, a mi entender, este abanico de presiones del maestro y la euforia retaliativa de la discípula. Sin embargo, nuevamente, se trata de no perder la paciencia, de no escandalizarse. En el caso de que esta transposición reactualizara fielmente lo acontecido, el episodio da para algo más que para denunciar las miserias propias de cualquier escenita de enseñanza. Asimismo, cuando hablo de tergiversación (la del empeño de Lacan por suponer que el interés de Dick por los trenes y las puertas no tenía antecedentes y que se instaló, de la nada, por intervención de Melanie Klein) no estoy denunciando un acto de mala fe, sino describiendo el gesto que se impone en casi toda innovación, en casi todo lector fuerte, independientemente del grado de consciencia y deliberación. Traigo a consideración la escena porque abre las puertas a dos preguntas del modus operandi del
escritorio de Lacan que intentaré responder en lo que resta del
artículo: (1) ¿A qué se refería Lacan cuando replica: “En realidad, eso no cambia tanto la cosa...”? ¿Qué cosa no cambia? ¿Cuál era la hipótesis de lectura que tenía sobre la mesa y que le había empujado proponer, en el seminario, el estudio del caso Dick? (2) Una vez superado el mal trago de que la señorita invalidara su premisa (la de que Dick nunca había jugado con objetos antes de ir al consultorio de Klein), ¿Consiguió Lacan reflotar esa hipótesis de lectura, la impuso renegando la corrección o la sustituyó por otra?
Lacan antes de Gélinier
Las declaraciones del 17 de febrero permiten deducir una argumentación subyacente a propósito de Dick. Como es habitual en Lacan, resulta de un pensamiento en encrucijada, del anudamiento de más de una cuerda.
Refiere, en parte, a su reciente conferencia “El mito individual del neurótico”, 8 en el College Philosophique de Jean Wahl, 9 donde había alentado abordar la situación del Edipo desde una estructura cuaternaria. Semejante propuesta descompletaba casi todas las interpretaciones vigentes, en particular las de Anna Freud. También las de Melanie Klein, cuyo develamiento semántico del “material” tampoco contará con el apoyo e Lacan. Así lo subraya al cierre de la lección del 17 de febrero: “Melanie Klein le suelta [a Dick] una verbalización brutal del mito edípico, casi tan escandalosa para nosotros como para cualquier lector: tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre.”10 En
el final de la lección del 24, será igualmente elocuente en expresar
incredulidad a propósito del imaginario que ella asegura encontrar en los primeros tiempos del niño: “…ella nos dice, por ejemplo, que en el interior del imperio materno, el sujeto está allí con todos sus hermanos, incluyendo también el pene del padre, etc. ¿En serio?”11 Sin embargo, simultáneamente Lacan es sensible al acercamiento de Klein a casos como el de Dick, inabordables con la técnica de Anna Freud, por tratarse de sujetos en los que el yo (moi) aún no ha advenido: “Verán de dónde parte Melanie Klein para abordar a un sujeto especialmente difícil, con el cual uno se pregunta cómo se las habría ingeniado Anna Freud para utilizar sus categorías de yo fuerte y yo débil, que suponen una posición previa de reeducación”. 12 Lo que está sobre la mesa es la cuestión de cómo ese sujeto primero se transforma. Y no hay que perder de vista que a Lacan le interesa Dick, no la teoría de Melanie Klein sobre la formación del yo, que llegará a declarar ausente o tan rústica como algunas de sus intervenciones. No es kleiniano. Él toma, en cambio, como modelo para calibrar el salto subjetivo de Dick a la Aufhebung hegeliana. Por heterotópico que parezca, la lectura del caso es corolario de la lección anterior, la del 10 de febrero, aquella de la introducción y respuesta a la exposición de Jean Hyppolite sobre la Verneinung de Freud. (La intervención de Hyppolite está omitida con aviso en el establecimiento oficial, pues se incluye en los Escritos de Lacan). 8
Hay versión corregida por Jacques-Alain Miller para el Psychoanalytical Quaterly , publicada en rev. Ornicar? n° 17|18, traducida en Intervenciones y Textos vol. 1, Manantial, Buenos Aires, 1985, pp. 3759. Puede consultarse versión previa en http://www.ecole-lacanienne.net/documents/1953-00-00.doc 9 Debo su identificación a Estrin, Diana, Lacan día por día: los nombres propios en los seminarios de Jacques Lacan, Pieatierra, Buenos Aires, 2002. 10 Lacan, J. [1953-54], op. cit., p. 112. 11 Ibíd., p. 139. 12 Ibíd., p. 111.
El 17 de febrero arranca, justamente, subrayando que: “ Aufhebung , en alemán este término significa a la vez negar, suprimir, pero también conservar en la supresión, levantar.” 13 Hegel sortea de la tautología: su negación de la negación no reenvía a la afirmación inicial (+a
-a
!
--a = +a), porque no adhiere al paradigma
!
del álgebra, sino al de la biología. De ahí el famoso símil del Prefacio de La fenomenología del espíritu:
El capullo desaparece en el romper de la flor, y así podría decirse que aquél quedo refutado por ésta, así como la flor queda convicta por el fruto de ser una falsa existencia de la planta, y el fruto como verdad de la planta pasa a ocupar la verdad de la flor. Estas formas no solo se distinguen, sino que se desplazan también unas a otras por incompatibles. Pero su naturaleza fluida también las convierte a la vez en momentos de la unidad orgánica…14
Lacan desprenderá de esta botánica la metáfora de la dehiscencia floral, figura de la indeterminación que preferirá como a pocas; la incluye en “La agresividad en psicoanálisis”, “El estadio del espejo como formador de la función del yo”, “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología”, el Seminario El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica y
en “Variantes de la cura
tipo” donde reconoce su espina hegeliana más nítidamente (“…esa dehiscencia de la armonía natural, exigida por Hegel como la enfermedad fecunda, la falta feliz de la vida, en que el hombre, distinguiéndose de su esencia, descubre su existencia.”). 15 ¿Y qué? ¿Qué tenía que ver la Aufhebung con Dick? Por cierto, la cita con Hegel parece quedar interrumpida en el comienzo de la lección del 17 y sin guardar relación con el ejercicio de Gélinier. Sin embargo, en cuando leemos, como la señorita, “La importancia de la formación del símbolo en el desarrollo del yo”, la avanzada de la Aufhebung es un motivo que se nos aparece resonando en la reflexión de Melanie Klein acerca de la sublimación. Entiéndase que 13
Ibíd., p. 103. G.W.F Hegel [1807], La fenomenología del espíritu, Pre-textos, trad. Manuel Jiménez Redondo, Valencia, 2006, p. 112. Al respecto, a Hyppolite le llama la atención cuando Freud observa, especialmente en el obsesivo, la posibilidad de que el reconocimiento de una denegación no conduzca necesariamente al levantamiento de lo reprimido: “¡el psicoanalizado acepta, desdice su denegación, y con todo la represión sigue estando allí! Concluyo que hay que dar a lo que se ha producido un nombre filosófico, que es un nombre que Freud no ha enunciado; es la negación de la negación.” (Escritos 2, p. 862.) 15 Lacan [1955], “Variantes de la cura tipo”, en Escritos 1, Siglo XXI., p. 332. 14
no hago filología: es irrelevante objetar que Klein pudo no haber leído jamás a Hegel. La sublimación se entiende como una cadena particular de supresiones del objeto temido que no se limitan a desaparecerlo, sino a sustituirlo populosamente, pariendo el interés del niño al resto de los objetos, levantando un mundo. Así, Dick entra al análisis desatendiendo soberanamente la caja de juguetes, en cambio, una vez encaminada la cura “se interesó por los juguetes, examinándolos —escribe Klein— con indudable curiosidad naciente”. 16 Y tales desplazamientos tienen como condición de posibilidad la puesta en movimiento del rodillo de equivalencias del simbolismo. Lacan explicitara larvada y paulatinamente esta relación Hegel|Klein, podríamos rastearlo línea por línea. Pero hay un recurso para acelerar el trámite: examinar los márgenes de la estenotipia, allí cuelga un adelanto confirmatorio: sobre el párrafo mismo en que había señalado el sentido del término Aufhebung , Lacan anota de puño y letra: Aufhebung = sublima x suppresión de St +/- deplacement .
Traduzco, Aufhebung = sublimación por supresión de St
+/- desplazamiento.
La
única dificultad consiste en cómo leer esa St . La solución cómoda, pero insostenible teóricamente, es la de tomar St como abreviatura de Stimulus. Me arriesgo, en cambio, a leerla como una Sl y asumirla por abreviatura de Soulever (de ese levantar , que hace de la sublimación una supresión desveladora, constructora del mundo). El párrafo al que envía la anotación de Lacan así lo sugiere; aunque al precio de reconocer una ele partida (o ensuciada por la fotocopiadora) donde el perito en caligrafía indicaría una letra te. Cabe destacar que es la única nota al margen de la lección del 17. Y este margen nos arroja al centro de la discusión del doctor con la señorita. Pues el hegelianismo de Lacan justificaría su olvido de algunas líneas del artículo de Klein y su desasosiego cuando la señorita le recuerda que Dick ya jugaba con 16
Klein, Melanie [1930], “La importancia de la formación de símbolos en el desarrollo del yo”, incluído en Obras completas, T. 1: Amor, culpa y reparación y otros trabajos (1921-45), 2da ed. revisada y ampliada, Paidós, Buenos Aires, 1990, p. 231.
trencitos y puertas antes de visitar a Klein. Es sabido que quienes asumen una dialéctica rupturista ganan un poder incomparable para vislumbrar saltos cualitativos, pero, también, una inclinación a ilusionarse con que siempre los hubo y los habrá.
Las perplejidades de la señorita
Luego de provocar el malestar del doctor, al mostrarle que Dick era menos dialéctico de lo conveniente, la señorita continúa su largo informe deteniéndose en otro dato clínico, uno que hace ruido a la lógica del sentido común y que, a su entender, pone al descubierto una insensatez del sistema Klein. Esta vez, el dato problemático sí proviene de la fantástica primera sesión en la consulta de Klein. Dick acaba de escucharla afirmar que la imaginaria estación de trenes, adonde él había adentrado el tren-niño, es el seno de su madre. Como única réplica, él abandona el juguete y el sitio estación-ventana-mamá corre a refugiarse a un vestíbulo oscuro cercado por dos puertas. Para sorpresa de Dick, y de Gélinier, Melanie Klein insiste con que está metiéndose en mamá (“Le expliqué: «Dentro de mamita está oscuro. Dick está dentro de mamita oscura»”). Lo que a la señorita le asombra es la eventualidad de que el interior de una madre pueda ser simbolizado por un vestíbulo desierto, por un continente negro y vacío, ¿Cómo puede Melanie Klein interpretar tal cosa si, en su sistema, el interior de una madre es el desván de todos los objetos?: GÉLINIER (expresando sus opiniones sobre el caso ): Esto me parece extraordinario. Dick se refugia en una sola fantasía, en la fantasía del cuerpo vacío y oscuro, negro de la madre y retira su intención de los objetos externos que representaban el contenido del cuerpo de la madre. (…) Melanie Klein dice: “él retira su interés de los objetos que representarían el contenido de ese cuerpo: hijos, excrementos, pene…”. No logro comprender cómo un fantasma puede ser dividido así, cómo podría tranquilizarse el niño en el interior del cuerpo [materno] y que este interior no implique todo lo demás. ¡Eso debe estar en alguna parte! ¿Se puede tomar, de algo, un pequeño trozo? Ahí, yo no puedo comprender.17 17
Cf, pp. 30-31de estenotipia de 17 de febrero de 1954. (Trad. M. Mohor)
Lacan le responderá, aunque de un modo no siempre convincente. Por momentos, sorprende que todavía continúe hablando como si Dick nunca hubiese jugado antes de analizarse (“Este joven sujeto está enteramente en la realidad de su estado puro, inconstituida. Está enteramente en lo indiferenciado. (…) ¿Qué es lo que constituye un mundo humano sino el interés por los objetos en tanto distintos, por los objetos en tanto equivalentes?”). 18 Al mismo tiempo, da pruebas de una lectura atenta de otras líneas de Klein, al subrayar que la simbolización no es una supresión por proyección (“La ansiedad no es una especie de energía que el sujeto debería repartir para constituir los objetos, y en el texto de Melanie Klein no hay frase alguna que pueda interpretarse en ese sentido”). Luego, concluye, lo que se trata de obtener en un análisis —como lo había adelantado antes del informe Gélinier— es “una Bejahung satisfactoria”,19 una afirmación-supresión que se instale como Aufhebung (“La represión no puede pura y simplemente desaparecer, sólo puede ser superada, en el sentido de Aufhebung ”).20 En pocas palabras, todo sigue su curso como si la señorita nunca hubiese abierto el pico. Por momentos, en cambio, recoge el guante de la corrección de Gélinier para decidir que el umbral del salto dialéctico del sujeto está en el lenguaje, no en el juego. Ese jugar de Dick anterior a ingresar en el consultorio de Klein es tan admisible como irrelevante: “Los trenes, y todo lo demás, es algo sin duda, pero no es ni nombrable ni nombrado.”21 Luego, la corrección de Gélinier es acertada, pero “en realidad, eso no cambia tanto la cosa”… Puesta en ese marco, la cura transcurre como una operación nominalista en el campo de batalla del lenguaje “Klein literalmente da nombre a aquello que, sin duda, participa efectivamente del símbolo pues puede ser inmediatamente nombrado, pero que hasta entonces no era para ese sujeto, más que una realidad pura y simple”. Y si Dick parece modular algún sonido, en todo caso: “…no se trata más que de una simbolización anticipada, inmovilizada, y de una sola y única identificación primaria que tiene nombre: lo vacío, lo negro. Precisamente, lo que es humano en la estructura propia del sujeto es esa hiancia y es ella la que en él responde. El sujeto no tiene 18
Lacan, J. [1953-54], El Seminario 1: Los escritos técnicos de Freud , Paidós, Barcelona, 1981, p. 112. Ibíd., p- 97. 20 En la denegación, en cambio, como escribe Freud (subrayado vivamente Hyppolite) “el proceso de la represión no queda aún levantado [aufgehoben]”. Cit. en Escritos 2 , p. 862. 21 Lacan, J. [1953-54], op. cit., p. 113. 19
contacto sino con esa hiancia.” 22 Y ese sería el porqué Dick se refugia en el desierto oscuro del vestíbulo. Con tal respuesta cae el telón del 17 de febrero. El 24, casi todo cambiará.
Lacan una semana después de Gélinier
Recapitulando, antes e inmediatamente después de Gélinier, Lacan sostiene una lectura del caso que lleva lo más lejos posible la participación de Hyppolite (disquisiciones en torno a Bejahung , Verneinung y Aufhebung , y énfasis del rol del símbolo de la negación en la génesis del juicio). Es por eso que repiensa al psicoanálisis con la grilla hegeliana y enfatiza las potencias del lenguaje. Como consecuencia, cuando busque doblegar (“Bue... En realidad, eso no cambia tanto la cosa”) el dato clínico discordante enchufado incautamente por Gélinier (el hecho de que Dick jugara con objetos antes de iniciar su análisis) él destacará la pobreza nominal de Dick. Una semana más tarde, la transfiguración. En la lección del 24 de febrero, Lacan no ensaya reflotar su hipótesis de lectura inicial desde la clínica del campo del lenguaje, tampoco minimiza la pertinencia de la corrección de Gélinier. Otra lectura y otras figuraciones dominarán la escena. En el intervalo de siete días, una revolución había acontecido en el escritorio. Es evidente que Lacan relee a Klein tomando el toro por las astas: el comentario de la señorita es reubicado como el nuevo centro de interés. Girando alrededor de ese jugar de Dick previo a la cura, brota una conclusión notable que ni la señorita ni nadie podrá contradecir empuñando el texto kleiniano: la suposición de que antes de conocer a Klein, Dick jugaba pero no con-jugaba . Sí, de acuerdo, el niño tenía “un imaginario incipiente” que concedía cierta atención a dos o tres objetos, cuyas equivalencias libidinales eran elocuentes; pero estaba restringido por una limitación infranqueable: ese imaginario no alcanzaba a conjugar relaciones entre objetos. Ninguna objeción, entonces, a que Dick haya jugado previamente con el trencito y la puerta, pero había un detalle decisivo, él jugaba de tal modo que una cosa no se cruzaba con la otra. Recién en el consultorio de Melanie Klein el trencito arribará al portal de la estación. Mientras tanto, el juguete se había mantenido 22
Op.cit., p. 114.
suspendido en un raro viaje sin punto de partida ni de llegada. 23 He aquí la conjetura de Lacan: “Cuando toma a veces el trencito, no juega, lo hace como si atravesase la atmósfera, como si fuese invisible, o más bien como si, en cierto modo, todo fuese invisible”.24 Desde luego, en sus seminarios el orden de las razones nunca coincide con el orden de la exposición; hay que leer más de la mitad de la lección del 24 para que pronuncie la conjetura. Todo, sin embargo, se organiza a partir de eso. Pasemos al orden de la exposición. Lacan irrumpe con un inopinado alegato acerca de la óptica y presenta el esquema de los dos espejos, un truco de ilusionismo de manual de Física. ¿Adónde se dirige? Estudiamos el esquema con escuadra, transportador, compás; pero no hay que perder de vista que se trata de la magia de conjugar dos
dimensiones, la de un florero (real o proyectado desde un espejo
cóncavo) con la de un ramillete de flores (proyectado desde un espejo cóncavo o ramillete real). En este mundo, antes de vérselas con Klein, Dick resulta ser un pésimo mago: no lograba conjugar continentes (estaciones) con contenidos (trenes). ¿Por qué no? Se descartan explicaciones neurológicas: su espejo cóncavo (el córtex, explicita Lacan) está bien conformado y pulido. El problema consiste en que este mago desatendió que la magia es para los demás, que sólo hay conjugación floreroramillete en el interior de un cono visual en que los espectadores deben sentarse y el mago debe situar las butacas. Sin tomar estas precauciones, la conjugación mágica no resulta. Con cada cual en su lugar, se verá asombrosa desde la platea, pero no desde la bóveda del teatro. El ojo del electricista, colgado en lo alto, no entiende por qué aplaude el público: desde allí arriba, el pase del mago que retira el pañuelo para que el espejo cóncavo proyecte las flores sobre el florero real (o viceversa) no trae ninguna consecuencia visible. Hasta no comenzar su análisis, Dick era un mago idiota, no apuntaba la imagen al ojo de la platea o, mejor, era un electricista perplejo ante la innaneidad del mundo. Lo que hace Melanie Klein es bajarlo de un tirón a la platea. Resituada en este modelo de número de vodevil, la pregunta de Gélinier recibe una respuesta completamente distinta. Dick podía y debía equiparar el interior de la madre con un vestíbulo desierto porque su ojo (Dick como electricista) está mal situado para ver los objetos imaginarios proyectados en su interior, y porque (como 23
No confundir esta conjugación con la Verschlungenheit , la propiedad de entrecruzamiento mencionada en la lección del 17 de febrero. Como dice Lacan: “Verschlungenheit designa el entrecruzamiento lingüístico”. (Op. cit., p. 89) 24 Op. cit., p. 136.
mago) es incapaz de proyectarlos ahí. Por añadidura, el yo de Dick tampoco puede advenir como objeto: “dada la mala posición del ojo, el ego pura y simplemente no aparece”. 25 Aunque sigue siendo un sujeto en apuros, no aparece figurado de la misma manera que en la lección anterior; ¿dónde fue a parar el Dick del 17 de febrero, el que habíamos dejado parado en la oscuridad, a un paso del abismo de la hiancia del lenguaje? Lo que Lacan enfatiza el 24 de febrero es la mitad llena del vaso, el hecho de que Dick ya había dado unos pasitos hacia la luz: “El niño dispone de un vocabulario muy limitado, y más que limitado, incorrecto. (…) Sin embargo, este niño posee algo del orden del lenguaje, si no Melanie Klein no podría hacerse entender por él. Dispone de algunos elementos del aparato simbólico”. 26 Lo que cuenta no es más la extensión del vocabulario, tampoco el descubrimiento del envío semántico de los vocablos, sino el negativismo del niño para emplearlo dirigiéndose a, relacionándose con otro interlocutor. Este vector del reconocimiento sería, ni más ni menos, la condición de posibilidad para que el sujeto consiga con-jugar, poner a funcionar debidamente el molinete de las equivalencias del simbolismo y hacer uso del sombrero de copa mágico del campo del lenguaje. Hace falta que se ubique como sujeto (ojo) en relación con el O/otro (no importa, todavía, si con el Otro del consentimiento o con el otro de la semejanza). Hace falta que lo reconozca, esto es: que lo espere, que lo llame, que se arriesgue a no ser atendido. Lo que está en falta no son los vocablos del lenguaje sino el ejercicio de la función de la palabra. Conceptualmente, ha ocurrido un giro de ciento ochenta grados. Para el 24 de febrero, en vez de consultar las lecciones de Ferdinand de Saussure, Lacan debe repasar la pragmática de Karl Bühler. ¿Quién es Dick, ahora? No es más el niño de cuatro años sin recursos lexicales; al contrario, Lacan subraya que, hasta cierto punto, tiene vocabulario suficiente. El problema identificado, ahora, es el de no poder tomar la palabra, el de no haber constituido libidinalmente a quien dirigirla: “Ocurre que este niño no pronuncia ningún llamado. El sistema por el que el sujeto llega a situarse
25
Op. cit., p. 140. Op. cit., p. 131.
26
en el lenguaje está interrumpido a nivel de la palabra. El lenguaje y la palabra no son lo mismo: este niño hasta cierto punto es dueño del lenguaje, pero no habla.” 27 Por añadidura, tampoco el yo aparece como objeto. Pues la afirmación del yo no es tautológica, sino resultado de la dialéctica del deseo del O/otro. Como había dicho Hegel, “la autoconciencia es deseo”: Lo que la autoconciencia distingue de sí misma en cuanto algo que está ahí distinto de ella, tiene también en él [en el objeto] no simplemente la manera de la certeza sensible y de la percepción, sino que es ser reflectado en sí, y, por tanto, el objeto de deseo inmediato es algo vivo, un viviente. (…) La autoconciencia que por de pronto es deseo, tendrá, pues, más bien que empezar haciendo experiencia de la autonomía de ese objeto.28
No es que el 24 de febrero el hegelianismo dejara de contar, sino que Lacan se ha desplazado hacia la veta dialógica de la dialéctica hegeliana. El acento no está más en la Aufhebung botánica, propuesta por Hegel gracias al privilegio iluminista del paradigma de la biología sobre el de la física cartesiana. Ahora cuentan las páginas del Hegel que sigue los pasos del Karl Moor de Schiller, queriendo mutar el modelo de la medicina por el de una ciencia de la intersubjetividad. En efecto, el drama de Karl Moor, el de Los bandidos, que magnetiza parte de la Fenomenología, había sido la secuela inmediata e ilustración dramática de la tesis médica de Schiller sobre el amor.29
La transfiguración de la lectura lacaniana del caso Dick
Para concluir, estimo que este movimiento de escritorio (el de la subrogación de la importancia del símbolo por la de su operatividad relacional; la de la importancia del campo del lenguaje por la de la función de la palabra, y la de la diacronía hegeliana por la de su dialógica deseante) encuentra pruebas complementarias si pesquisamos, 27
Para amenizar, en San José presenté un modelo de juguete (un marinerito pendular con banderillas náuticas) para ilustrar las posiciones de un sujeto dueño del lenguaje con o sin ejercicio de la palabra. No lo incluyo por razones de extensión. 28 Hegel, G.W.F., op. cit., pp. 278-79. 29 Cf. Safranski, Rüdiger [2004], Schiller o la invención del idealismo alemán , Tusquets, Barcelona, 2006, caps. 5 y 6.
además, dos desechos. El desecho de lo que los nuevos esquemas eliminaron como alternativa, y el de lo que el reciclaje de la nueva figurabilidad descartó por perimido. Por ejemplo, ¿el esquema del florero, el ramillete y los dos espejos vino a reemplazar a otro? Sí. Creo que la lectura de Lacan del 17 de febrero se puede seguir muy bien con el grafo presentado, ocho meses antes, en la conferencia “Lo simbólico, lo imaginario y lo real”. Este grafo, que funcionaba a medida para dar cuenta de las primeras sesiones del Hombre de las ratas de Freud, encontró su tope en las primeras sesiones del Dick de Klein. Gracias a la señorita, quedó al descubierto que sus rodillos de equivalencias imaginarias y simbólicas (los nodos iI y sS o n° 3 y n°6) carecían de recursos para figurar puestas en relación, conjugaciones de objetos. Las flechas de los nodos iI y sS son ciegas a la diferencia de un tren que flota en la atmósfera y uno que ingresa en una estación. El grafo debía desecharse por entero.
Pero la conjugación de objetos puede representarse de más de una manera. Es evidente que Lacan garabateó representar la presencia o ausencia de la conjugación sirviéndose del diagrama de Venn para la intersección de conjuntos: el 24 de febrero hablará de sets, aunque sólo al pasar. ¿Por qué lo descartó? Porque el acto de magia del esquema de los espejos —que presumiblemente Lacan conocía desde los tiempos del bachillerato— es heurísticamente muchísimo más potente. Era imbatible para su propósito: allí está realizada literalmente la intersección de lo imaginario y lo real, y señalada (con los trazos del cono visual) la posibilidad de que dicha intersección fracase. Que fracase no meramente porque algo quedó situado en una de las medialunas solitarias de los dos sets intersecados, sino porque el sujeto (mago, electricista o espectador de la platea) no situó libidinalmente ni al O/otro ni al yo. Por mucho que, desde 1936, Lacan viniera hablando del estadio del espejo, el esquema de los dos espejos aparece el 24 de febrero de 1954 y nada permitía preverlo. En el escrito “Acerca de la causalidad psíquica”, de 1946, la damita de El misántropo
de Moliere está ubicada en el “punto murciélago” de un espejo cóncavo, pero en eso no había más que un preciosismo pasajero. El mérito de su novedad responde enteramente a la corrección hecha por Gélinier. En cuanto al reciclaje de figuras previas, la lección del 24 introduce una muy precisa modificación en la botánica hegeliana para así incluir los aspectos más alienantes, más deseantes de La fenomenología . Me refiero a la manera en que Lacan ilustra la proposición “el inconsciente es el discurso del O/otro”: El niño simboliza la realidad que lo rodea a partir de ese carozo, de esa pequeña célula palpitante de simbolismo que le ha dado Melanie Klein. Es lo que ella más tarde llama: haber abierto las puertas de su inconsciente. ¿Acaso Melanie Klein ha hecho algo que evidencie la más mínima aprehensión de no sé qué proceso que sería, en el sujeto, su inconsciente? Por hábito, lo admite de entrada. Vuelvan a leer toda la observación y encontrarán allí una manifestación sensacional de la fórmula que siempre repito: el inconsciente es el discurso del otro. Este es un caso donde esta fórmula es absolutamente evidente. No hay en el sujeto ningún tipo de inconsciente. Es el discurso de Melanie Klein el que injerta brutalmente, en la inercia yoica inicial del niño, las primeras simbolizaciones de la situación edípica.30
El rupturismo dialéctico todavía no ha abandonado a Lacan y eso le faculta a postular que Klein no interpretó, sino que generó lo inconsciente en Dick. ¿Pero cómo transmitir ese acto con una figura? Primero la analista se aparece como una simple campesina que cultiva, en la tierra negra y vacía de simiente, la semillita de las conjugaciones (“a partir de ese carozo, de esa pequeña célula palpitante de simbolismo”). Pero casi inmediatamente, Lacan muda hacia una metáfora más ajustada y grandemente significativa para un hijo de vinagreros de Orleáns: la del injerto, que por muy “brutalmente” que se practique, es una operación compleja de cortes y ligaduras. Eso tiene lugar en el único párrafo de toda la lección del 24 al que agrega una nota al margen, lamentablemente ilegible:
30
Introduzco una corrección a la traducción oficial: en “a partir de ese carozo”, traduje a “noyau” según su acepción de carozo, de hueso de un fruto, y no según la de núcleo.
¿De qué se trata la nota? Me permitiré una conjetura improbable, la de suponer que no debe leerse como una anotación caligráfica, sino como un picto-idiograma que llamaré: el árbol de Lacan. Por encima de la doble línea horizontal del terreno, se eleva la copa. Al fino tronco retorcido hay que adivinarlo: se trata de una vid. Por debajo, unas gruesas raíces (como las del ideograma chino del árbol). ¿A qué se debe la doble barra? Es idéntico al ideograma chino del número dos y está subrayando el doble origen, pues el tronco y la copa frutal son de cepa francesa, pero las raíces son un injerto traído de América. El injerto, se volvió, efectivamente, el único tratamiento posible para la filoxera, el parásito que estuvo a punto de acabar, hacia fines del siglo
XIX con
todos los viñedos de Europa.
En 1876, la filoxera apesta también Orleáns, las plantas centenarias estaban en camino a secarse en tres años. Al borde de la pérdida irreversible, aparece la cura. El remedio no consistió en arrasar con la causa, como aspiraba vanamente la fracción de los químicos,
apelando a pesticidas sulfurosos, sino en injertar raíces estadounidenses
resistentes al ataque, como alentaba la fracción de los mercaderes de ramas. La situación no ha cambiado hasta el presente: la identidad de los viñedos franceses está sostenida por un sofisticado paradigma de cura de suplencia por injerto. Es un esquema que el yo desconoce: el inconsciente es el discurso del O/otro.